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La lucha bélica de hace 100 años cambió la estructura territorial del mundo y estableció una nueva

correlación de fuerzas. Los conflictos armados desintegran las sociedades, generan una quiebra
del sentido de la historia, una ruptura semiótica en la evolución de las comunidades humanas,
porque la guerra es una crisis de dimensiones extraordinarias que afecta a los individuos como
sujetos sociales en su capacidad para dar sentido y significado a sus acciones. Altera los hitos
temporales y geográficos y sumerge a las comunidades humanas en una nueva realidad. Por su
naturaleza, la guerra no puede dejar de suscitar múltiples preguntas y estimular el debate, sobre
todo porque pone en juego una multitud de factores y variantes que hacen particularmente
compleja la tarea del investigador. Tan sólo bastó una chispa para hacer estallar la Primera Guerra
Mundial, una conflagración entre los poderes centrales europeos para zanjar sus discrepancias
coloniales y diferencias económicas que tuvieron lugar en una historia de alianzas y contra-
alianzas, intrigas, conjuras y diplomacia secretiva que dejaron ver los planes expansionistas y las
ambiciones nacionalistas de los países que hoy conforman la Unión Europea (UE). desde el punto
de vista militar la Primera Guerra Mundial conllevó una serie de innovaciones tácticas y
operacionales -la guerra de trincheras va a ser una de esas- y la aplicación de la tecnología de los
seres humanos para la muerte -el uso del gas mostaza, el desarrollo de los tanques y las
ametralladoras y de la propia aviación que comenzó a situarse como una verdadera arma nueva
de la guerra-, todo lo cual es lo que explica los casi veinte millones de muertos y heridos que dejó
como resultado esta guerra que, como la mayoría de estos enfrentamientos bélicos, hubiera
podido evitarse si los gobernantes y líderes políticos hubieran actuado con responsabilidad y
sensatez, pero de eso no parecen tener mucho ni en el pasado ni en el presente.
La lucha bélica de hace 100 años ha cambiado la composición territorial de todo el mundo y
estableció una nueva correlación de fuerzas. Los conflictos armados desintegran las comunidades,
producen una quiebra del sentido de la historia, una disolución semiótica en la evolución de las
sociedades humanas, pues la guerra es una crisis de magnitudes extraordinarias que perjudica a
las personas como sujetos sociales en su capacidad para dar significado y sentido a sus actividades.
Altera los hitos temporales y geográficos y sumerge a las sociedades humanas en una nueva
realidad. Por su naturaleza, la guerra no puede dejar de suscitar diversas cuestiones e incitar al
debate, sobre todo porque pone en juego una multitud de factores y versiones que realizan
especialmente compleja la labor del investigador. Solo bastó una chispa para hacer estallar la
Primera Guerra Mundial, una conflagración entre los poderes centrales de Europa para zanjar sus
discrepancias coloniales y diferencias económicas que han tenido sitio en una historia de alianzas y
contra-alianzas, intrigas, conjuras y diplomacia secretiva que dejaron ver los planes expansionistas
y las ambiciones nacionalistas de las naciones que hoy componen la Alianza Europea (UE). Esta
guerra conllevó una secuencia de innovadoras tácticas y operacionales estrategias (la guerra de
trincheras será una de esas) y la aplicación de la tecnología de los humanos para las muertes (el
uso del gas mostaza, el desarrollo de los tanques y las ametralladoras y de nuestra aviación que
empezó a posicionarse como una verdadera arma nueva de la guerra), todo lo que explica los casi
veinte millones de muertos y heridos que dejó como consecuencia esta guerra que, como la mayor
parte de dichos enfrentamientos bélicos, hubiera podido evitarse si los líderes y dirigentes
políticos hubieran actuado con responsabilidad y sensatez.

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