De todos los elementos valiosos que podrían ser razón para que el lector se acercara al Diario íntimo de Soledad Acosta de Samper, quisiéramos resaltar especialmente uno: que es una exploración de la cotidianidad de una mujer de mediados del siglo XIX, tomando consciencia de su propia situación. Cuando Soledad comienza la escritura de este diario sólo tiene 20 años (ella nace en 1833), pero ya da muestras de una gran inteligencia y sensibilidad. Y es precisamente esa inteligencia y esa sensibilidad las que le permiten profundizar en aquello que, siendo lo más cercano, sin embargo se nos presenta como lo más lejano, a saber, nuestra cotidianidad. Allí radica precisamente el valor del diario: en darle valor a lo que se nos aparece como anodino e inmediato, a lo más común y trivial, en rescatar del paso del tiempo nuestra vida, para verla con nuevos ojos, con los ojos de la distancia. Pero inteligencia y sensibilidad no son suficientes si el sujeto no cuenta con una mirada que enaltezca a su yo —elemento difícil de encontrar en una mujer de aquella época—, que vea en él un objeto valioso y digno, tanto como para hacerlo protagonista de su propia historia, narrando y analizando aquello con lo que se encuentra en su diario vivir. Leer más En esta exploración de su propia cotidianidad, Soledad toma distancia con respecto a la encorsetada vida en sociedad en la que debía insertarse: «Estuvimos hoy adonde el doctor Cardoso que vino de Tocaima ya bueno, se habló de la casa de Guaduas y se repitieron las mismas cosas que se dicen mil veces en visitas, los mismos cumplimientos, las mismas contestaciones. (…) Cuántas sonrisas forzadas, cuántas veces he sentido más deseos de llorar que de contestar a un alegre répartie¹». Así es la mayor parte de la vida de Soledad; bailes, visitas, fiestas, frívolas conversaciones, una vida que empieza a destilar tedio y que se queda corta para una mujer de las calidades humanas de esta futura escritora: «Hace algunos días que no he escrito, no he tenido qué. Llegaron las Orrantia; anoche fuimos a verlas: son muchachas, y la madre es lo mismo, que se les figura que bordar, coser y hacer cosas de mano es el más alto grado de talento, que la inteligencia consiste en aprender pronto algún bordado o encaje, y hacerlo aprisa es para ellas un gran mérito. Nos mostraron mil enaguas de crochet, nos llenaron de encajes de bolillos, nos cubrieron de mil bordados que habían hecho; después nos llevaron a la sala, y allí hicieron que mi mamá tocara y que bailáramos schottish, polka, valse, ¡ay! Dios, estaba tan cansada de ellas que yo ya no podía respirar. Después siguió la conversación. Me dijeron mil cosas de las personas de Bogotá; ambas hablaban a la vez, hasta que me atolondraron. Después me llevaron a un cuarto y me estuvieron mostrando los sobres escritos de unas cartas de diferentes personas haciéndome el panegírico de cada una no muy en su favor. En fin, volví a casa con la cabeza dándome vueltas, tanto me habían hablado de bailes, versos, modas, matrimonio civil, zapatos, peinados, dulces, paseos, juegos, teatro y… quién sabe qué más». En este punto se puede empezar a reconocer una específica tragedia, la de Soledad y la de muchas mujeres burguesas de aquel siglo, quienes empezaron a notar que su inteligencia —aquella que lograron cultivar gracias a la educación que pudieron recibir— en vez de ser un don, era un tormento, pues su espíritu estaba condenado a contemplar la monotonía de su mundo, a saberse encerrado, pero con la capacidad y el deseo de alzar el vuelo: «¿Cuáles son los pensamientos dignos de inscribirse en las hojas del libro del tiempo? ¿Cuáles los hechos? ¡Ningunos! Así pasan los días sobre mi cabeza sin saber qué se han hecho. ¿Para qué me hizo Dios inteligente? ¡Para qué todos mis sentidos si no han de servir para el bien de mi alma y de la humanidad! ¿Pero qué puede hacer una mujer?». El Diario íntimo es, pues, el testimonio de un cambio social en germen instalado en el ser de unas cuantas mujeres —en este caso particular, en Soledad—, que, cansadas de ver el mundo únicamente a través de los ojos y de la voz de los hombres que las rodeaban o de los libros que podían leer, reivindicaban para sí la posibilidad de hacerse a ese mundo a través del riesgo que implica la existencia creativa en él. ¹Répartie: palabra francesa que alude a una respuesta amena y a la participación activa en una conversación. Tomado de: Soledad Acosta de Samper, Diario íntimo (Bogotá: Ministerio de Cultura: Biblioteca Nacional de Colombia, 2016) Reseña escrita por Santiago Piedrahíta