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BIOÉTICA Y FILOSOFÍA
Corine Pelluchon
Traducción de
Alejandra Marín Pineda
PELLUCHON, Corine
La autonomía quebrada. Bioética y filosofía [recurso electrónico] / Corine Pelluchon; traduc-
ción de Alejandra Marín Pineda; editor Jaime Escobar Triana. – Bogotá: Universidad El Bosque,
2011. – 416 p.
1. Bioética 2. Etica Médica I. Marín Pineda, Alejandra, tr. II. Escobar Triana, Jaime, ed. III.
L´Autonomie brisée. Bioéthique et philosophie
Diagramación e Impresión:
Editorial Kimpres Ltda.
PBX: 4136884
ISBN: 978-958-739-027-8 (Volumen 10)
Segunda parte
Ontología y política
5 Ibíd., A632-B660.
6 Husserl, Edmund. Ideen zur einer reiner Phänomenologie und phänomenologischen
Philosophie (1913), traducción al francés de Paul Ricœur, Idées directrices pour une
phénoménologie, Paris, Gallimard, 1950, § 149, pp. 502-503.
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Capítulo I. La ética de la vulnerabilidad
8 Citado por Malka, Salomon: Emmanuel Lévinas, La vie et la trace. Paris: J.-C. Lattès, 2002,
p. 203.
9 Haciendo eco de la fórmula de Lévinas: “Los demás sólo tienen derechos y yo no tengo más
que deberes”. Este imperativo figura en el preámbulo de las ordenanzas hospitalarias de
1995: “El Hospital es un lugar de humanidad, porque el hombre de pie está obligado por el
que yace acostado. El enfermo es el centro de nuestra acción”.
10 Lévinas, Emmanuel. Éthique et infini. Dialogues avec Philippe Nemo (1982). Paris: Le
Livre de poche, col. « Biblio-Essais », 1996, p. 50.
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11 A diferencia de lo que dice Paul Ricœur, en Soi-même comme un autre, Paris, Le Seuil,
1990, p. 392, y en « E, Lévinas, penseur du témoignage », texto de 1989 retomado en
Lectures 3. Aux frontières de la philosophie, Paris, Le Seuil, 1994, pp. 99-100.
12 Lévinas, Emmanuel. Autrement qu’être ou au-delà de l’essence (1978). Paris: Le Livre
de poche, col. « Biblio-Essais », 1996, p. 180. Esto es lo que, en Soi-même comme un
autre, Ricœur llama atestación, la seguridad recibida de otro, pero que sigue siendo
atestación de uno mismo.
13 Lévinas, Emmanuel. En découvrant l’existence avec Husserl et Heidegger (1949). Paris:
Vrin, 1988, pp. 77–89.
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El segundo punto tiene que ver con el modo en que Heidegger piensa
el ser-en-el-mundo y, a través del análisis de la angustia, identifica las
estructuras ontológicas del Dasein, desarrollando así sus ideas sobre
la finitud. Dichas estructuras remiten al abandono (Geworfenheit), al
proyecto (Entwurf) y a la caída (Verfallen) o al perderse en las cosas
del mundo. Ahora bien, si la confrontación con pacientes que se en-
cuentran al final de la vida o gravemente incapacitados subraya la
profundidad de los análisis de Heidegger sobre las tonalidades afec-
tivas, sobre los estados de ánimo que son modalidades de la compren-
sión, de las maneras de ser-ahí y de “encontrarse” (Befindlichkeit), no
es seguro que la angustia revele toda la verdad de nuestra relación con
el mundo. El modo en que Heidegger concibe el proyecto a partir de
la conciencia de nuestra propia muerte, por un lado, y su negación del
mundo público, y el que la pertenencia al mundo cotidiano de las co-
sas y el ser-uno-con-el-otro sólo aparezcan en su lado negativo (como
caducidad), serán cuestionados y evaluados a la luz de ciertas situa-
ciones clínicas.
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14 Heidegger, Martin, Être et Temps, § 41, trad. E. Martineau, Paris, Authentica, 1985, p.
147. El ser del Dasein se revela como cuidado.
15 Ibíd.
16 Ibíd., § 42, p. 151.
17 Lévinas, Emmanuel. Éthique et infini. Op. cit., p. 52.
18 Ibíd., p. 71.
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21 Ibíd., p. 85.
22 Ibíd., p. 84. En el sentido en que “la aproximación absoluta al otro exigible por el ‘juicio
final’ –para Platón, modo fundamental de la aproximación, Gorgias, 523 c-e– es una
relación entre muertos. El otro –hombre de calidad u hombre de nada– se encuentra
allí despojado de toda vestimenta que lo cualifica, de toda cualidad, hasta la desnudez
de aquel que pasa de la vida a la muerte”.
23 Ibíd., p. 85.
24 Ibíd., p. 186. “Es debido a la condición de rehén que en el mundo puede haber piedad,
compasión, perdón y proximidad”.
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25 Ibíd., p. 31.
26 Ibíd., p. 181.
27 Ibíd., p. 170.
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Así, el desenlace del hombre que recibe los últimos cuidados no tiene ese
carácter voluntarista y solitario que está presente en la resolución pre-
cursora. La libertad de un hombre que muere ya no es búsqueda de sí,
sino abandono y desposesión. No tiene la soberbia del yo vigoroso que
toma distancia frente al mundo y rompe con la curiosidad (die Neugier),
la habladuría (das Gerede) y el equívoco (die Zweideutigkeit) del ser-
uno-con-el-otro, sino que es una retirada. Esta retirada, este alejamiento
no es la distanciación del Dasein que se afirma liberándose de las ilusio-
nes del uno, sino que designa una pasividad más pasiva que toda pasi-
vidad, un esfuerzo que es, más aún que el envejecimiento y el dolor, un
padecer. En ese momento, los ruidos del mundo, aunque sean molestos,
no son escuchados como amenazas contra la propia integridad. Se con-
vierten como en un fondo sonoro, un elemento del decorado que incluso
es posible apreciar y que se difumina. Esta dimensión del padecer hace
que la libertad cambie de plano.
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30 Ibíd., § 58.
31 Penlaë-Fochlay, Élisabeth. Le grand vieillard, l’institution gériatrique et les relations
humaines. In: Repenser ensemble la maladie d’Alzheimer. Paris: Vuibert, «Espace
éthique», 2007, p. 225.
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No sólo es cuestión de tratar a alguien que aún está vivo, en lugar de con-
siderarlo como ya muerto, sino que, además, esta aproximación a la per-
sona que se encuentra al final de la vida manifiesta una ética de la fragi-
lidad en la que la humanidad del hombre no se reduce a su capacidad de
decidir de manera autónoma. El hombre no se define esencialmente por
el proyecto. “Aceptar las mil y una formas de la dignidad en sus circuns-
tancias” y, “cuando lo posible parece tan pobre”, alejar la soledad con “un
signo o un gesto, una palabra, una mirada”, “éstos son simplemente actos
de vida que en sí mismos justifican, tanto para el que se aleja como para
nosotros, seguir ahí. Se crea así, de humano a humano, esta relación única
del adiós”34.
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Antes de abordar estos campos que serán el objeto de los próximos capí-
tulos, es necesario mostrar la importancia de esta ética de la fragilidad en
situaciones que están en el límite del cuidado, como cuando se está en pre-
sencia de una persona que padece la enfermedad de Alzheimer o incluso
de un paciente gravemente discapacitado para el cual no existe ningún
tratamiento curativo. Estos ejemplos que muestran lo que es posible hacer
cuando la medicina llega a sus límites, dictan buenas prácticas de cuidado.
Estas últimas nos enseñan sobre cómo pueden ser el acompañamiento de
las personas de edad y la atención de la dependencia. En cada ocasión, la
ética de la fragilidad que constituye el espíritu de éstos supone que el pro-
fesional de la salud, la familia y el enfermo superen la comprensión del
hombre ligada a la ética de la autonomía, que es un verdadero obstáculo
epistemológico para la difusión de la cultura paliativa. A través de esos
ejemplos también se cuestionará la ontología del cuidado.
35 Ibíd.
36 Ver al artículo 2º del Código de Deontología Médica: “El respeto debido a la persona
continúa imponiéndose después de la muerte”. Ver también Noël, Jean-Yves, «Le
group Info », Journal du Groupe hospitalier de la Pitié-Salpêtrière, no 71, avril 2003. A
los difuntos que estas personas preparan se les llama pacientes.
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41 Pellerin, Jerôme, Catherine Ollivet. Toute pensé est-elle bonne à (faire) dire? In:
Repenser ensemble la maladie d’Alzheimer, op. cit., pp. 97-98.
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Hay algo más que el espacio y el tiempo para ubicarnos en la vida. La éti-
ca de la caricia de la que habla Marc–Alain Ouaknin43 permite establecer
una nueva forma de relación que contribuye al bienestar de estos pacien-
tes. Esa nueva forma de relación explora lo que no es conceptualizable,
lo que no pertenece a la patología, y hace posible el contacto, la proximi-
dad. “Nada de lo dicho es igual a la sinceridad del Decir, no es adecuado
a la veracidad ante lo verdadero, a la veracidad de la aproximación, de
la proximidad, más allá de la presencia”44. Solo la caricia, que “no sabe
lo que busca, que juega con lo que se escapa, sin proyecto ni plan”, per-
mite esta proximidad. Quienes se ocupan de los pacientes constatan que
el hecho de tocar a otro, de buscar su mirada, tranquiliza al enfermo y le
da referentes. Los masajes procuran igualmente un sentimiento de rela-
jación en estas personas particularmente frágiles que quieren confirmar
que no han sido abandonadas. Necesitan sentirse acompañadas: sentir
que hay alguien a su lado que los apoyará sin pedirles nada.
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La manera en que atendemos a las personas que van a morir, en que cui-
damos su cuerpo después de la muerte, y en que reconocemos el duelo
y su impacto a la vez individual y social constituyen las marcas de una
civilización. El modo en que tratamos a las personas que padecen de-
mencia revela nuestra capacidad para asumir lo incognoscible y la falta
de conocimiento, y pone en evidencia la fuerza de una civilización, su
confianza en la vida y el grado de apertura del que es capaz. La falta de
imaginación en la materia no es excusa para la falta de diligencia. Remi-
te también a una concepción estrecha de la humanidad que no permite
tener fe en el futuro de esta civilización ni esperar que ella pueda dialo-
gar con los otros. Se puede hablar aquí de generosidad o de solidaridad,
con la condición de añadir que esos valores provienen de una cierta com-
prensión de la humanidad del hombre. Esta comprensión, que Lévinas
expresa a su modo cuando habla de la ética como filosofía primera, tie-
ne implicaciones políticas importantes y supone que se supere la ética
de la autonomía. La ética de la fragilidad que se pone en marcha en el
acompañamiento de las personas que se hallan al final de la vida y de los
pacientes que padecen enfermedades neurodegenerativas hace posible
dicha superación. Esto implica, igualmente, una crítica de los otros exis-
tenciales característicos de la analítica del Dasein.
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que esta decisión sea necesaria. O bien no han querido o no han podido
recibir asistencia permanente por parte de sus familiares48.
48 No existe una estructura institucional que acepte a estos enfermos, quienes exigen
tener mucho personal, tanto a nivel técnico como emocional. En Francia, la asistencia
a domicilio de estos enfermos y su atención por parte de sus familias son facilitados
materialmente, y los gastos son reembolsados. Quienes enfrentan dificultades son
los pacientes solteros o aquellos cuyos cónyuges tienen una edad muy avanzada.
La duración de vida de una paciente con traqueotomía puede llegar a ser de quince
años. La mayoría de los enfermos se rehúsan a la respiración artificial y mueren de la
enfermedad, aunque los cuidados de confort les evitan el sufrimiento. Las peticiones
de suicidio son muy raras. Agradecemos al profesor Vincent Meininger, director del
Centro ela del Hospital de la Pitié-Salpêtrière por esta información.
49 Debido al daño faringolaríngeo y a la parálisis.
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Aún si a los pacientes les toma treinta minutos decir gracias, el personal
médico debe esperar a que hayan acabado. La relación consigo mismos
y con los otros y el ser–ahí no están determinados aquí por la búsqueda
de la autenticidad a partir de su poder ser más propio, sino por la po-
sibilidad de una verdadera comunicación en el presente. La libertad ya
no es lo mismo que la autonomía, pues las discapacidades y las moles-
tias ligadas a la ela exigen cuidados paliativos y hospitalizaciones de día
relativamente frecuentes, y, en última instancia, vuelven a la persona
totalmente dependiente (del personal médico, de las máquinas y de su
entorno). Se trata de una experiencia de heteronomía pues el sentido del
yo y la tranquilidad son dados por otro –el médico, el psicólogo, el fisio-
terapeuta, el enfermero, el padre o la madre–. Con mucha frecuencia, el
personal médico se encierra en los procedimientos técnicos o se defiende
de aquello que la dependencia revela acerca de su impotencia para curar
y de la fragilidad del hombre mismo. No obstante, algunos aceptan ex-
ponerse al otro. No se dirigen a él como a una persona que debe decidir a
favor o en contra de la traqueotomía, y, en lugar de ver en él únicamente
a alguien postrado cuyos ojos muestran un alma capaz de rebelarse, dan
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Para quienes tienen el alma más agrietada que los demás hombres50, el
estar–en–el–mundo es precariedad, lo cual nos cuesta imaginar cuando
nuestro cuerpo nos obedece o cuando no sufrimos físicamente, ni siquie-
ra de frío o de hambre. Heidegger pensó a profundidad la contingencia y
el abandono y llamó la atención sobre la temporalidad como trasfondo
del ser, pero pareciera que su pensamiento de la finitud estuviese deter-
minado a la vez por la afirmación de nuestra pérdida en el mundo y por
la voluntad de reaccionar contra el sufrimiento que viene con dicha con-
tingencia. El esquema de abandono/resolución es un modo de responder
a la contingencia y de experimentar la propia contingencia, en la que la
muerte constituye una prueba. La resolución precursora y el modo en
que Heidegger elabora la temporalidad auténtica y piensa la apropiación
y la recuperación de sí mismo a partir del haber-sido hacen eco de una
experiencia de la contingencia que es, en realidad, experiencia de la nada
50 Como decía el médico que atendió al filósofo Franz Rosenzweig, quien murió de esa
enfermedad en 1929, a los 43 años. Ver: Richard Koch: Einzelne Erinnerungen an
Franz Rosenzweig. Judaica, vol. 55, no 3, 1999, p. 183.
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cas, sino que es refutada por el modo en que las personas discapacitadas
(y su entorno) logran crear un vida y un estar-juntos.
54 Juan Pablo II, quien padecía la enfermedad de Parkinson, fue la encarnación de esta
verdad sobre nuestra pertenencia al mundo y nuestro concernimiento por los demás.
Decir que ello tiene que ver con la fe no aclara nada. Muchos creyentes y hombres
de Dios caen en la desesperanza cuando su cuerpo y su psique se ven afectados.
Es necesario haber sentido en lo más hondo de sí mismo la fragilidad de todos los
hombres para encontrarse a uno mismo y a los otros, y seguir amando el mundo y
participando en él con aquella humildad y aquel concernimiento. Los cristianos
harán referencia a la Pasión de Cristo, pero el filósofo tiene el deber de hacer explícito
aquello que está en juego en esta relación consigo mismo. Puede, así, citar a Juan Pablo
II sin por ello remitirse a los dogmas en los que él creía y considerarlo como un testigo
de la verdad de nuestro lazo con los otros y con el mundo, lazo que es reactivado
y revelado por nuestro cuerpo sufriente o susceptible al sufrimiento. Así se puede
incluso comprender que Juan Pablo II haya decidido continuar siendo Papa hasta el
final: quería dar testimonio de ese lazo, culmen del compromiso.
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existe estuviera en la fuerza o en el vigor del gesto por medio del cual
un Dasein auténtico afirma su superioridad. No sólo este modo de ser ig-
nora la dimensión política de nuestra libertad, el hecho de que esta últi-
ma tiene su fundamento en una fraternidad que la noción levinasiana
de responsabilidad pone de manifiesto, sino que, además, no ayuda a los
enfermos. Con excepción de quienes están dotados de un talento artístico
excepcional, este modo de ser, en general, da poca cabida a las personas
discapacitadas e incluso a los ancianos. Aún más, tanto como la ética de
la autonomía de la que, desde cierta perspectiva, es solidaria y en la cual
sofisticadamente se inspira, la ontología del cuidado, marcada por el re-
chazo de toda trascendencia55, constituye un obstáculo epistemológico al
acompañamiento de las personas de edad. Les impide a los profesionales
de la salud, así como a las personas de edad y a sus seres queridos, ver la
vejez de otro modo que como una anomalía, un momento fuera de la vida
que casi da vergüenza, como si “los viejos” no tuvieran nada que aportar-
nos y fuera preciso apartarlos de la sociedad.
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58 Tales son las expresiones utilizadas por L. Strauss a propósito de las conversaciones de
Davos de 1922 entre Cassirer y Heidegger. Ver « Une introduction à l’existentialisme
de Heidegger » (1956), en La renaissance du rationalisme politique classique, Paris,
Gallimard, 1993, pp. 78-79.
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razón de toda alteridad de las cosas y de los hombres”60, sino que, además,
la noción de responsabilidad ilustrada anteriormente sugiere los límites
de la intencionalidad. Se ha dicho con frecuencia que para el autor de To-
talidad e infinito la experiencia del otro es experiencia de la exterioridad.
Esa palabra significa que la responsabilidad por los demás no proviene
de una decisión, sin de la fraternidad, de una deuda que es anterior a mi
compromiso. Pero resulta aún más importante anotar que mi responsa-
bilidad por el otro es la experiencia en mí de una alteridad, que va de la
mano con la idea de que la subjetividad es exposición a los otros a través
de la sensibilidad. La pasividad del cuerpo propio y la definición de la
sensibilidad como vulnerabilidad constituyen, junto con la idea de mi
responsabilidad por el otro, el capítulo complementario de una ética de
la fragilidad capaz de inspirar una atención adecuada para las personas
discapacitadas y los ancianos. Dado que ésta revela una concepción del
hombre diferente de la que se encuentra en la ética de la autonomía y en
la filosofía del sujeto, y en la medida en que la relación consigo mismo a
través del otro está ligada con esa alteridad en uno mismo que es la del
cuerpo y la de la propia pasividad, hablaremos en adelante de una ética
de la vulnerabilidad.
60 Lévinas, Emmanuel. Éthique come philosophie première (1972). Paris: Payot &
Rivages, 1998, pp. 73–74.
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67 Ibíd., p. 91.
68 Nabert, Jean. Le désir de Dieu (1955). Paris: Cerf, 1996; Essai sur le mal (1955), Paris,
Cerf, 1997.
69 Lévinas, Emmanuel. Autrement qu’être. Op. cit., pp. 91, 173. El análisis del dolor,
en ese sentido, va más allá de la distinción –fundamental, sin embargo– que en las
meditaciones cartesianas establece Husserl entre Leib y Körper, “carne” y “cuerpo”.
Esta distinción es “una etapa en la dirección de la constitución de una naturaleza
común, fundada intersubjetivamente”. La noción de carne, como lo dice Ricœur, en
la página 373 de Soi-même comme un autre [Sí mismo como otro], “es elaborada para
hacer posible el emparejamiento (Paarung) de una carne con otra, sobre cuya base
una naturaleza común puede constituirse”. Pero “esta problemática sigue siendo la
de las constitución de toda realidad en y por la conciencia, constitución solidaria de
las filosofías del Cogito”. Por el contrario, en el análisis levinasiano del dolor como
exposición a lo otro, análisis al cual Ricœur no rinde un homenaje suficiente, es
precisamente en la medida en que el yo está roto, escindido, que está cerca del otro y
que esta proximidad no proviene de la intencionalidad.
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72 Ibíd., p.90.
73 Ibíd. (El original dice: “Un passif dans le « se » de « cela se passe »”. Se trata de un énfasis,
intraducible en castellano, en la partícula “se” que marca el carácter impersonal de lo
que pasa, o de lo que sucede. Puesto que en castellano “pasar” o “suceder” cambian
de significado si se los utiliza como verbos pronominales, sería erróneo conservar la
partícula “se” en la traducción. Para procurar conservar en algún grado el sentido de
lo impersonal, se ha optado por el pronombre “eso”). [Nota del Traductor].
74 De l’existence à l’existent (1947). Paris: Vrin, 2002, pp. 41 ss.
75 Lévinas, Emmanuel. Autrement qu’être. Op. cit., p. 90.
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Los ancianos dejan ver ese sentido de la humanidad. No sólo nos mues-
tran nuestra condición, marcada por la corporalidad y por el tiempo,
sino también nuestra humanidad como fragilidad, y el sentido de di-
cha fragilidad. La temporalización o paciencia del envejecimiento no
es “una posición que se asume ante la muerte, sino una lasitud, una
exposición a la muerte, invisible, prematura, siempre violenta”. Ella
es senescencia, y no auto-presencia ni voluntad. “Es como senescen-
cia, más allá de la recuperación de la memoria, como el tiempo (per-
dido sin retorno) es diacronía y me concierne”. Esta temporalidad del
tiempo es obediencia, y no anticipación80. La vejez nos enseña que la
vida no es dominio. El “a pesar mío” o la pasividad no se descompone
en voluntad contrariada por un obstáculo, sino que es la vida, el en-
vejecimiento de la vida, “un darse que no es ni siquiera asumido por la
propia generosidad” –un darse que es sufrimiento, “la subjetividad de
76 Ibíd., p. 90.
77 Heidegger, Martin. Être et Temps. Op. cit., p. 204.
78 Lévinas, Emmanuel. Autrement qu’être. Op. cit., p. 90.
79 Ibíd., p. 90.
80 Ibíd., pp. 88-89.
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81 Ibíd., p. 92.
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Hablamos de los viajes, de la emoción que se siente al visitar otro país, co-
nocer a otras personas, de los Estados Unidos de 1960 en donde, después
de bastantes dificultades administrativas, había sido el único en vender
una pieza de repuesto a una empresa dirigida por un afrodescendiente.
“¡En esa época había una discriminación terrible!” “Eso ha cambiado”, le
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Aún son escasas las ocasiones en las que las necesidades espirituales del
enfermo hacen parte del acompañamiento que se le brinda. Esas necesi-
dades van más allá de la psicología, del tratamiento del dolor e incluso
del problema de si el enfermo debe hacer frente a la eventualidad de su
muerte en el futuro cercano. Tampoco tienen que ver únicamente con la
religión. El anciano, el hombre enfermo, o quien está paralizado, siempre
y cuando no tenga déficits cognitivos demasiado graves, necesita escu-
char que se hable de cosas diferentes de la enfermedad. Necesita de algo
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las personas de edad. La pobreza de los intercambios con los otros hués-
pedes, a veces dementes, la vacuidad de la mayoría de los programas de
televisión y la focalización de los cuidadores en los problemas de salud
y de higiene no ayudan a las personas cuya vida termina en un hogar de
ancianos a dejar de estar encerradas en sus penas pasadas o a evitar una
preocupación exagerada por la felicidad, el éxito y los problemas de sus
hijos y nietos. Los años que transcurren entre la llegada al hogar de ancia-
nos y la aparición de la demencia suelen ser los más difíciles. La persona
no tiene espacio para tener un mundo propio. No tiene la posibilidad de
continuar desarrollándose y creciendo. Los cuidados médicos y la aten-
ción psicológica no son suficientes. Pueden servir para reparar la psique
y eventualmente preparan a la persona para ir superando las diferentes
etapas y aceptar la vejez y la muerte, pero no la alimentan. Es como si se
le explicara a alguien cómo manejar pero nunca se le diera un automóvil.
La persona se queda allí con su saber, sus buenas decisiones, una idea
relativamente clara acerca de lo que hay que hacer para estar mejor, pero
nunca puede hacer nada ni llega a estar mejor.
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