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Mi pregunta fue mucho más modesta. Mi pregunta fue por la participación que Filloy
había tenido en la Reforma Universitaria y que fue a todas luces una participación
periférica, cosa que él admitió cada vez que se le preguntó. “No fui uno de los dirigentes
máximos –le dijo a Mónica Ambort– pero participé activamente.”
Mi pregunta fue justamente por qué la de Filloy había sido una participación periférica.
Por qué no habría sido uno de los dirigentes máximos.
- Cuestión de clase: “Yo tenía un traje viejo, heredado de mis hermanos, pero
había muchachos de la aristocracia cordobesa que iban con galera…”
(Ulanovsky-Sack, 1988)
- Me negaba a pensar que la cuestión etaria podría ser un motivo valedero porque
era un motivo aburrido.
- Me negaba a pensar que la cuestión de clase podría ser igualmente válida porque
era un argumento peligroso: ¿La procedencia de clase de Filloy lo había arrojado
a la periferia?
Y aquí se me presentaba una nueva pregunta: cómo un movimiento que –según supo
admitir Deodoro Roca en alguna oportunidad– tuvo “en sus comienzos un contorno
pequeño-burgués” (Rodeiro en Requena, 2018: 23-24) habría podido colocar en una
situación de marginalidad a quien provenía de un entorno social diferente.
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(Me permito recordar aquí que Filloy era hijo de padres inmigrantes: ella analfabeta; él,
semialfabetizado, ambos comerciantes instalados en barrio General Paz. Me permito
recordar también que ninguno de sus hermanos siguió la trayectoria que él tercer y que
no pasaron del tercer año de la escuela primaria, según confiesa Filloy en sus memorias
de infancia).
Después de leer la afirmación de Oscar Terán que Eduardo Rinessi (y también Sandra
Carli) recupera en su trabajo, me pregunto si el motivo no sería menos peligroso que
verosímil:
Esa afirmación de Terán, le permite a Eduardo hacer una lectura sumamente interesante
de la famosa foto de los reformistas que, trepados a lo alto de un edificio de la
universidad, sostienen un mástil con una bandera.
Esa lectura podría haber hecho uso de la expresión “plantar bandera”, en cambio, juega
con aquello de “tomar la palabra” (una práctica que según señala Sandra Carli instituyó
la Reforma entre los estudiantes: tomar la palabra, tomar los edificios).
En esa imagen lo que toman los reformistas es el mismísimo cielo, dice Eduardo. La
perspectiva es vertical, verticalista también por la toma (esta vez de la fotografía) en
contrapicado. Lo vertical insiste en lo encumbrado: las élites que había que renovar sin
llegar a cuestionar la desigualdad social.
Ahora me parece válido preguntarme si Filloy (con el traje heredado de sus hermanos
mayores) habría sido invitado a ocupar un espacio en esa cima.
Pero mientras escribía mi trabajo, preferí pensar que Filloy se había automarginado y
elaboré una hipótesis que después me ha servido para pensar su trayectoria literaria.
- Filloy mantuvo una posición periférica respecto del mercado editorial porteño
cuando decidió editar en forma privada eso que escribía en Río Cuarto
escondido, como le dijo un lector en 1933, “como un tejón en su hura”…
La pregunta es: ¿cómo llegó tan lejos siendo que tenía tan poco?
En su trabajo, Sebastián Torres señala cómo los aniversarios de la reforma nos empujan
a formular nuevos manifiestos al mismo tiempo que anota la imposibilidad de reescribir
el manifiesto liminar.
Pienso que muchos de los textos de este libro tienen la forma de un manifiesto, de una
escritura programática, de una declaración de principios que intentan recuperar lo
recuperable de la herencia reformista.
En sus memorias de la Biblioteca Popular Vélez Sarsfield, Ernesto Piotti (que fue su
presidente durante casi cincuenta años) dijo que la biblioteca era “un lugar donde se
instruye, se recrea y se aprende a respetarse mutuamente, a ser tolerantes, sin que asuste
el silencio de las bibliotecas mayores donde se hacen estudios serios y se profundizan
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ciencias pero a las cuales no concurre el pueblo porque teme molestar con el ruido de
sus pasos o porque su indumentaria no es tan buena como la de la mayoría de los
concurrentes. Un lugar donde la casi totalidad de los libros pueden ser leídos e
interpretados por los que tienen instrucción superior y también por los obreros que
saben leer y pensar. (En Memorias de la Biblioteca Popular Vélez Sarsfield, citado en
Gómez Zaffini, 2009: 41).