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Fichas Bibliograficas - Teoría Social
Fichas Bibliograficas - Teoría Social
mental.
El texto refiere a la búsqueda constante de una autonomía y originalidad por parte de los
individuos en la vida moderna de las grandes ciudades, la cual se desarrolla en la
liberación promovida desde el siglo XVIII mediante los vínculos tradicionales de los
individuos con el Estado, la religión, la moral y la economía, para “liberar sin trabas su
naturaleza”. Posteriormente, en el siglo XIX, se declara que junto a la libertad es necesario
darle un carácter único a cada persona, lo que se relaciona con el surgimiento de la
división del trabajo, en donde el individuo puede ser único e irremplazable, aunque
simultáneamente se vuelve dependiente de sus semejantes. Así, el texto expone y
profundiza la idea de resistencia de la individualidad en las grandes ciudades, a través de
un contraste con las ciudades pequeñas. Las diferencias se entrelazan para explicar la
complejidad de anhelar distinguirse de los otros, ya que trae una serie de conflictos al
instaurar la idea de estar sobre el otro y no en conjunto con el otro.
Una primera idea central del texto es la distinción respecto a la afectividad. Por un lado,
en las ciudades pequeñas el individuo tiene una relación cercana con los demás
ciudadanos por el contacto directo que logran unos con otros al conocerse en un espacio
reducido: “en las pequeñas ciudades donde uno conoce a casi todos los que encuentra y
mantiene con ellos relaciones positivas, uno acabaría por atomizarse completamente y
por llegar a un estado psicológico inimaginable” (p.5). En cambio, las grandes ciudades
donde los individuos no se conocen entre sí, tienden a una exaltación de la razón, en
donde el individuo busca constantemente una diferenciación de los demás que trae un
desapego a las relaciones cercanas con las personas de su alrededor. El símbolo constante
de la productividad del tiempo no deja ningún momento para la realización en
profundidad del contacto interpersonal.
Una segunda idea refiere a la relación directa entre el círculo social y las relaciones.
Mientras el individuo en la metrópolis se vuelve, en palabras del autor, “el hombre blasé”
quien es aquella persona que al estar expuesto a “una vida de placeres inmoderados
puede hastiar, porque exige de los nervios las reacciones más vivas, hasta ya no
provocarlas en absoluto” (p.4); en las ciudades pequeñas al tener un reducido número de
personas conviviendo, estas de alguna manera alcanzan un grado de homogeneidad en
donde la razón individual pasa a ser una colectividad donde es más difícil aun la
conservación de una intelectualidad emancipada de la sujeción. Por lo tanto:
Por último, una tercera idea concierne a la división del trabajo, la cual, si bien fomenta a
que las personas sean diferenciadas unas de otras, también genera una disputa en la cual
el individuo interioriza la lucha del hombre por el hombre dejando atrás la concepción del
hombre por la naturaleza. Así las fuerzas del trabajo se encargan de satisfacer necesidades
individuales y no colectivas, siendo justamente estas necesidades individuales las que las
personas buscan complacer por medio del consumismo que se vuelve elemento central de
la construcción de la identidad.
Desde aquí, se expone que el ser humano en la sociedad moderna se hace más
independiente, pero a la vez se siente solo, aislado y atemorizado. A pesar de que los
individuos modernos tienden a la diferenciación, no logran obtener la capacidad de pensar
de manera autónoma, lo que dificulta la realización de la personalidad y crecimiento
individual. De esta manera, todas las personas se encuentran sujetas a un mismo
comportamiento, denotando una contradicción que se cristaliza desde la soledad de una
libertad ampliada en términos cuantitativos de elección, pero muy poco profundizada en
términos cualitativos.
Por último, una tercera idea central refiere al aislamiento e impotencia del individuo
moderno, en donde se logra concluir las dificultades de las personas por ser conscientes
de las reales dificultades que se tienen de lograr conquistar las diversas formas de
libertad, en un sistema que más bien promueve la dependencia y el individualismo
extremo. Sobre esto, se expone que las relaciones entre las personas van aumentando la
perdida de carácter directo, siendo cada vez más común tener relaciones mediadas por la
manipulación. En este espacio, la instrumentalidad se configura como la forma más
significativa de relacionarse no solo con el otro (como en la relación empleado –
empleador), sino también con uno mismo. El sí mismo se transforma en una mercancía
más que se transa en el mercado y que debe popularizarse para conseguir el éxito. En
conclusión: “este sentimiento de aislamiento individual y de impotencia, tal como fuera
expresado por los escritores citados y como lo experimentan muchos de los llamados
neuróticos, es algo de lo que el hombre común no tiene conciencia. Es demasiado
aterrador. Se lo oculta la rutina diaria de sus actividades, la seguridad y la aprobación que
halla en sus relaciones privadas y sociales, el éxito en los negocios, cualquier forma de
distracción ("divertirse", "trabar relaciones", "ir a lugares")” (166).
Weber sostiene que la ética protestante como concepción de la vida en la tierra ordena el
deber de los individuos de ejercer sus profesiones, legitimando y reproduciendo un
sistema económico que se sostiene mediante el trabajo sistemático y metódico, que
configura una forma de vida racional. En este sentido, el ascetismo y sus planteamientos
en los comienzos de la época moderna se insertan profundamente en las subjetividades
individuales y se traducen en la materialización de prácticas sociales que promueven
conductas capitalistas, al ser justificadas y resguardadas bajo las normas morales
religiosas, legitimando y reproduciendo la figura burguesa de acumulación de riqueza, y la
explotación de individuos pobres que ponen a su disposición su trabajo como obra de la
gracia de Dios.
Para comprender la premisa sostenida por el texto, una primera idea central se encuentra
en la explicación respecto a la noción de “profesión” que tienen el protestantismo
ascético, ya que este concepto permite entender por qué se defiende y promueve el
ejercicio del trabajo de manera sistemática desde esta religión. Al respecto, a partir de la
revisión de los documentos del teólogo Baxter, Weber expone que desde el punto de vista
moral el desaprovechamiento del tiempo constituye uno de los más graves pecado y, al
contrario, la actividad constante supone el aumento de la gloria de Dios. De esta manera,
esta religión plantea una necesidad de trabajar duro como el fin mismo en la vida de los
individuos; “y esta profesión no es un destino al que haya de acomodarse y con el que
tenga que conformarse, como en el luteranismo, sino que es una orden de Dios al
individuo para que actúe en favor de su honor” (p. 203 – 204).
En esta misma línea, una segunda idea central se encuentra en la comprensión respecto a
la división del trabajo que el protestantismo tiene, encontrándose aquí un argumento
fundamental para entender la racionalización de la vida en torno al ejercicio del trabajo
estable. A través de una comparación entre la interpretación pragmática del puritanismo
con la apología de la división del trabajo de Adam Smith, el texto refleja como la división
del trabajo y su consecuente especialización de las profesiones en la sociedad moderna es
entendida como beneficiosa en cuanto supone el incremento en el rendimiento de la
producción. En este sentido, la profesionalización requiere tener un carácter sistemático y
metódico, por lo que la especialización permite una mayor estabilidad y disminuye los
riesgos de dejar de trabajar. Sumado a esto, el trabajo requiere cumplir con ciertas
cualidades, como los criterios morales que supone, el bien común que produce para la
sociedad y, por último, el beneficio económico que entrega. Este último punto es
reconocido por Weber como el más importante, ya que explica cómo se acepta y
promueve la oportunidad del lucro en la vida económica: “pues cuando ese Dios, al que el
puritanismo ve operante en todos los acontecimientos de la vida, le muestra a uno de los
suyos una oportunidad de lucro, lo hace intencionadamente. Y por ello el cristiano
creyente tiene que seguir esta llamada, aprovechándose de esta oportunidad” (p. 207)
Teniendo como conceptos centrales la profesión y el lucro, una tercera idea central se
encuentra en la articulación de ambas nociones para dar cuenta de la influencia del
ascetismo en el desarrollo del capitalismo, siendo un argumento clave para concluir la
demostración de las vinculaciones que el autor propone. Sobre esto, se indica que el
ascetismo comenzó a regir diversos aspectos de la vida cultural, estética y deportiva,
caracterizándose principalmente por mandatar la administración de los bienes y riquezas.
Mediante la proporción a mayor riqueza mayor responsabilidad de conservarla y
aumentarla, no solo se restringen las posibilidades de consumo, sino que principalmente
se desdibujan los límites del afán de lucro. Esta relación supone una tensión importante ya
que, si bien el ascetismo condena el afán de acumulación de riquezas, si se promueve la
obtención de estas como recompensa por el trabajo realizado constantemente. “Y si
ponemos juntas la limitación del consumo y la liberación del afán de lucro, el resultado
objetivo es lógico: la formación del capital mediante el imperativo ascético de ahorrar” (p.
225). Así, la sobrevaloración del trabajo sistemático es reconocida por el autor como el
factor potencialmente explicativo de la expansión del espíritu capitalista.