La novela empieza con el ingreso del joven Gabriel a la prisión de El Sexto, en pleno centro de Lima, donde oye los
cánticos de los presos políticos: los apristas cantan a todo pulmón «La marsellesa aprista» y los comunistas el himno
de «La Internacional». Gabriel es un estudiante universitario involucrado en una protesta contra la dictadura que rige
al país y por ello es conducido al pabellón destinado a los presos políticos, situado en el tercer piso del penal. Es
introducido en una celda, que compartirá en adelante con Alejandro Cámac Jiménez, un sindicalista minero de la
sierra central, preso por comunista.
Cámac se convierte para Gabriel en el guía y consejero en ese submundo donde se encuentra «lo peor y lo mejor del
Perú». La cárcel está dividida en tres niveles: en el primer piso se encuentran los delincuentes más peligrosos y
prontuariados; en el segundo están los delincuentes no avezados (violadores, ladrones primerizos, estafadores, etc.) y
en el tercero se encuentran, como ya queda dicho, los presos políticos. Gabriel va conociendo uno por uno a los
presidiarios. Pedro es el líder de los comunistas y Luis el de los apristas; estos últimos son los más numerosos (más
de 200, frente a 30 comunistas). Destacan también el aprista Juan o «Mok’ontullo» y el comunista Torralba. Otros
«políticos» como el «Pacasmayo» y el piurano Policarpo Herrera se consideran apolíticos y aducen estar en prisión
por venganzas personales. De entre los delincuentes del piso inferior Gabriel conoce a los que son los amos del
Sexto: Maraví, el negro Puñalada y el Rosita, éste último un travestido. Otro grupo lo conforman los vagos, algunos
de los cuales son pintorescos, como el negro que enseña su pene, «inmenso como el de una bestia de carga», a
cambio de diez centavos; pero otros son verdaderos espantajos humanos, víctimas de la burla y el sadismo de los más
avezados, como el Pianista, el Japonés y el Clavel.
EL CLAVEL
Lo ocurrido en torno a Clavel ejemplifica en su máxima expresión el horror carcelario. Clavel es un muchacho
homosexual quien luego de ser violado por los presos, es encerrado por Puñalada en una celda obligándolo a
prostituirse, todo ello con la complicidad de los guardias y las autoridades penitenciarias. Clavel termina por
enloquecer.
Otra escena nos permite conocer el alma bondadosa de Gabriel. Cuando el Pianista agoniza en el pasillo víctima de
los maltratos sufridos, Gabriel, con ayuda de «Mok’ontullo», lo recoge, lo regresa a su celda y lo abriga con su ropa.
Inesperadamente se acerca el Rosita ofreciendo ayuda y protección al Pianista. Pero éste aparece muerto al día
siguiente y algunos presos acusan a Gabriel de ser responsable de su muerte, presumiendo que las ropas que le regaló
habían atraído la codicia de los vagos quienes en el forcejeo para quitárselas lo habrían ahorcado. Esto provoca una
disputa entre apristas y comunistas; los primeros acusan a los segundos de provocar el incidente, para enredar a
«Mok’ontullo» con Rosita, y así ensuciar la trayectoria de quien era considerado como la esperanza del partido, por
su juventud y entusiasmo. Este incidente provoca una serie de discusiones entre los militantes de cada partido. Los
apristas se consideran los verdaderos representantes del pueblo peruano y acusan a los comunistas de estar al servicio
de Moscú; por su parte, los comunistas acusan a los apristas de ser intrigantes y actuar solo como instrumentos de la
clase oligárquica para frenar la revolución auténtica. Ante tal discusión, Gabriel no tiene reparos en decir
abiertamente que no comulga con ideologías y disciplinas politizadas que, según él, limitan la libertad natural del ser
humano. Los demás comunistas le responden que es un idealista y soñador, y que le faltaba compenetrarse más con la
doctrina del partido.
Mientras tanto, el Clavel continua siendo prostituido en su celda, lo que conmueve y repugna a los presos políticos.
El más afectado es «Pacasmayo», quien para colmo es presa de una extraña enfermedad que le hace enrojecer el
rostro, ante la indiferencia del médico de la prisión, quien se limita a decirle que solo es un mal pasajero. El piurano
también demuestra abiertamente su aversión hacia todos los actos homosexuales y de violencia sexual que se
practican en la cárcel. Los líderes de los presos políticos se ponen de acuerdo y solicitan una entrevista con el
Comisario del penal; asimismo le envían un petitorio donde exigen que se ponga fin al tráfico sexual y se trasladen a
otra prisión al Puñalada, Maraví y Rosita. Firman la solicitud Pedro, Luis y Gabriel (éste último en nombre de los
universitarios e independientes). El Comisario llama a todos ellos a su despacho; luego de leer el petitorio, lo rechaza
iracundo, aduciendo que la cárcel era precisamente para eso, para que los presos se jodieran entre ellos, y que debían
estar más bien agradecidos los políticos de que no fueran encerrados en el primer piso, lo cual sería, según él, el
verdadero castigo, por traidores a la patria. Luis y Gabriel no se contienen y responden digna y airadamente; ante lo
cual el Comisario llama a los guardias y ordena que los golpeen y los devuelvan a sus celdas.
MUERTE DE CAMAC Y EL JAPONÉS
Poco después fallece Alejandro Cámac en brazos de Gabriel. En los últimos días su salud se había quebrantado y
perdido la visión de un ojo. Todos los políticos, apristas y comunitas rinden homenaje a quien consideran un gran
luchador social. Pedro da un vibrante discurso. El cadáver es sacado y los presos lo despiden cantando a toda voz sus
himnos respectivos. El teniente es enviado a acallar a los presos, pero no logra su cometido. La muerte de Cámac
coincide con la del Japonés, víctima del hambre y los golpes; ambos cuerpos son sacados del penal en el mismo
camión.
LIBIO TASAICO
Otro suceso que conmueve a Gabriel es el ocurrido en torno a Libio Tasaico, un muchacho serrano y sirviente, de 14
años, quien llega a la cárcel acusado por su patrona de robarle una joya costosa. Esa misma noche Puñalada y otros
negros violan al muchacho, quien amanece llorando desconsoladamente. Gabriel trata de calmarlo; lo lleva a su celda
y le cuenta sobrantes y no lloran a pesar de latiguearse en las festividades la vida de su pueblo situado también en las
serranías, donde los hombres son valievidades patronales. Libio siente entonces alivio al encontrar a una persona que
le habla con el idioma del corazón. Poco después la patrona del muchacho avisa que ya encontró la joya perdida y
pide que le entreguen a Libio, pero éste no quiere regresar donde ella. Gabriel le convence entonces para que se vaya
de la prisión y lo despide afectuosamente, dándole la dirección de un amigo donde lo alojarían y darían trabajo.
Este último incidente convence a Gabriel que el negro Puñalada debía morir y pide al Piurano que lo asesine. El
piurano promete hacerlo y se consigue un enorme cuchillo. Una noche, Gabriel escucha los gritos de Pacasmayo; al
asomarse por la baranda, lo ve arrojarse desde lo alto contra las rejas de la celda del Clavel, rompiéndose el cuello.
No repuesto de la impresión, al poco rato Gabriel escucha al Puñalada gritando de dolor y lo ve desplomarse
sangrando, con un enorme corte en el cuello. Gabriel cree al principio que es obra del piurano pero éste se acerca
y le asegura que otro se le había adelantado. El teniente, el cabo y los guardias irrumpen y encuentran al negro
exhibicionista con un cuchillo en la mano; asumen que es el asesino del Puñalada y lo arrestan. También llevan
como testigos a Gabriel y al piurano; Gabriel cuenta a los policías que Pacasmayo se quitó la vida al no poder soportar el abominable
espectáculo del muchacho prostituido , pero el cabo supone que el motivo más probable sería un sentimiento de celos por el
maricón, lo cual indigna a Gabriel y al piurano. Ambos son devueltos a la cárcel, pero cuando atraviesan el patio se
les acerca «el Pato», un inspector, quien pistola en mano amenaza al piurano y lo insulta, llamándolo cholo
asqueroso. «El Pato» era un soplón o delator al servicio del gobierno y como tal odiado por los presos políticos; el
piurano no soporta la ofensa y con un movimiento veloz saca su cuchillo y le da un tajo en el cuello. «El Pato» se
desploma muerto ante la estupefacción de todos. Gabriel sube al tercer piso y anuncia a toda voz el suceso; todos
celebran y dan vivas al piurano. El relato termina cuando, al amanecer siguiente, Gabriel despierta al escuchar una
voz que llamaba a los presos desde la puerta de la prisión, imitando al Puñalada. Era un negro joven, que relevaba así
al amo fallecido.
Crítica
Según el análisis de Mario Vargas Llosa, desde un punto de vista formal esta novela es la más imperfecta de las que
escribió Arguedas. Hace notar que en lo que respecta a la anécdota, hay demasiados cabos sueltos, episodios como la
disputa entre los apristas y comunistas por el incidente del Pianista, que carecen de poder de persuasión, o que no
armonizan con el contexto como el discurso a la muerte de Cámac, o momentos que debieron ser de gran dramatismo
pero que no lo son por estar mal resueltos, como la muerte de Puñalada a manos del negro que exhibe su miembro
viril. Agrega también que muchos de los personajes son borrosos y que la historia transcurre sin soltura, pues el
tiempo narrativo no está bien estructurado.
Empero, Vargas Llosa señala también sus aciertos. Según su criterio, lo mejor sería «la parte estática del libro, el
ambiente de rutina embrutecedora, envilecimiento y podredumbre que sirve de marco a la acción.» Otro de los
aciertos serían los «personajes colectivos», «entidades gregarias en las que el individuo es absorbido y borrado por el
conjunto, que funciona como el sincronismo de un ballet.» Entre esas tropas humanas la más vívidamente
representada sería la de los vagos, en quienes, pese a su repulsión, Arguedas consigue preservar un relente de
humanidad, y sus apariciones provocan, además de disgusto y pavor, compasión y hasta ternura. 4
El libro ha sido construido a base de diálogos; la parte descriptiva es menos importante que la oral. Esto significó un
cambio en la narrativa de Arguedas. En Yawar Fiesta había ensayado con acierto una reelaboración castellana del
quechua para hacer hablar a sus personajes indios, y ese estilo mestizo alcanzaba un alto nivel artístico en Los ríos
profundos. En El Sexto, con una sola excepción, quienes hablan no son indios sino limeños, serranos que se expresan
ordinariamente en español y gentes de otras provincias de la costa. Arguedas trató de reproducir las variedades
regionales y sociales —el castellano de los piuranos, de los serranos, de los zambos, de los criollos más o menos
educados— mediante la escritura fonética, a la manera de la literatura costumbrista, y aunque en algunos momentos
acertó (por ejemplo, en el caso de Cámac), en otros fracasó y cayó en el manierismo y la parodia. Esto es evidente
cuando hablan los zambos o don Policarpo; esas expresiones argóticas, deformaciones de palabras trasladadas en
bruto, sin recreación artística, consiguen un efecto contrario al que buscan (fue el vicio capital del costumbrismo):
parecen artificios, voces gangosas o en falsete.
De todos modos, aun con estas limitaciones, por su rica emotividad, sus hábiles contrastes y sus relámpagos de
poesía, el libro deja al final de la lectura, como todo lo que Arguedas escribió, una impresión de belleza y de vida.
La novela relata una de las costumbres más tradicionales de las comunidades indígenas del Perú: la “corrida india”,
que se celebra todos los años el 28 de julio, aniversario de la fundación de la República del Perú. La corrida india es
un evento espectacular donde un toro debe enfrentarse, en un pampón, a unos cien o doscientos indios a manera de
toreros o capeadores espontáneos, y del cual son parte otros elementos como la música de los wakawak`ras,
(trompetas de cuerno de toro), cánticos populares (huaynos), el consumo de aguardiente, el uso de dinamita para
matar al toro, e incluso la muerte de muchos indios, despanzurrados por el cornúpeta. Esta tradición se ve amenazada
por una orden proveniente de la capital, que la prohíbe pues la considera una práctica “bárbara”. Ante la negativa de
los indios para acatar la orden, las autoridades buscarán la manera de permitir las corridas pero “decentemente”:
contratan un torero profesional que lidiará a la manera “española”. Con ello quitan la esencia misma de la fiesta, pero
esta finalmente se realiza, imponiendo los indios su tradición ante los ojos de los principales del pueblo. Cabe señalar
que en este relato de Arguedas no se menciona al cóndor atado al lomo del toro, que actualmente es la variante más
conocida del yawar fiesta. Los primeros capítulos ofrecen el trasfondo histórico de los hechos dramáticos que van a
seguir. Se habla de un tiempo en que la ciudad de Puquio y los lugares aledaños eran propiedad de los ayllus
(comunidades indígenas), los mismos que después fueron invadidos por los mistis (gente blanca y mestiza), quienes
se apoderaron de las tierras de cultivo para convertirlas en pastizales para alimento del ganado.
Luego se narra magistralmente las preparaciones para el turupukllay (corrida de toros) en el marco de las
celebraciones por el aniversario patrio; se oyen cánticos, suenan los wakawak`ras, trompetas de cuerno de toro que se
tocan incesantemente durante las fiestas. Luego se describe al “Misitu”, el toro montaraz, el cual debe ser traído por
los indios desde la puna hasta el coso. El ambiente de la fiesta sube de temperatura y los ánimos se exaltan.
Aparecen los problemas cuando el subprefecto prohíbe por mandato del gobierno central que la fiesta sea a la manera
“india”, es decir, con la intervención del público como toreros espontáneos y con el uso de dinamita para matar al
animal. Los principales mistis sugieren que la fiesta sea en adelante con la participación de un torero profesional y
que se sigan las reglas de la tauromaquia española.
El pueblo de Puquio no está de acuerdo con que se realice la fiesta de la manera como quiere el gobierno central, pero
algunos puquianos que radican en Lima contratan un torero español y lo envían a Puquio. Llega el día de la fiesta
taurina, y el pueblo puquiano impone finalmente su tradición. El torero español es abucheado y en su lugar entran al
coso los toreros puquianos, para lidiar a la manera “india”, ante lo cual el subprefecto y las demás autoridades no se
atreven a oponerse, temerosos de la reacción de la muchedumbre.
La novela se inicia con la aparición de don Andrés Aragón de Peralta, jefe de la familia más poderosa de la villa de
San Pedro de Lahuaymarca, en la sierra del Perú. Don Andrés, ya viejo, se sube al campanario de la iglesia del pueblo
y desde allí maldice a sus dos hijos, don Fermín y don Bruno, a quienes acusa de apropiarse de sus tierras; asimismo,
anuncia su suicidio, dejando en herencia a los indios todos los bienes que aun conservaba. En efecto, se retira a su
casa e ingiere veneno.
Los dos hermanos, don Fermín y don Bruno, viven en perpetua discordia. Don Bruno es dueño de la hacienda «La
Providencia» donde viven varios centenares de indios como colonos o siervos. Don Bruno es un católico tradicional y
fanático, que se opone a que el progreso llegue a sus tierras pues cree que eso corromperá inevitablemente a sus
indios, al inoculárseles el llamado veneno del lucro. Un rasgo característico de don Bruno es su ardor sexual
desenfrenado que lo lleva a poseer y violar a muchas mujeres, de toda raza, edad y condición social. Por su parte, don
Fermín es el propietario de la mina Apark’ora, que trata de explotarla prescindiendo de la voracidad de las empresas
transnacionales. Don Fermín representa al capitalismo nacional y desea que el progreso y la modernidad lleguen a la
región, oponiéndose así a su hermano. Pero para explorar la mina necesita como trabajadores a los indios de Bruno,
quien acepta entregárselos, a condición de que lo deje vivir en paz en sus tierras. Es entonces cuando entra en escena
Rendón Willka, un «ex indio», es decir un nativo transculturado, que ha vivido varios años en Lima y que ha perdido
parte de su herencia cultural, pero que ha conservado sus valores tradicionales más valiosos. Rendón Willka es
contratado como capataz de la mina, pero tiene ya el soterrado propósito de encabezar la lucha por la liberación de
sus hermanos de raza y cultura.
Don Fermín empieza a explorar la mina Apark’ora en busca de la veta principal, para lo cual empieza a usar la mano
de obra de unos 500 indios enviados por don Bruno. El sistema de trabajo que impone es el de la mita, es decir por
turnos, pero los indios no reciben jornal y solo se les da alimentos. Estos indios laboran como lampeadores y
cargadores, mientras que otros obreros especializados trabajan como jornaleros. Para continuar su proyecto don
Fermín calcula que necesitará más suelos con agua, por lo que enfoca su interés en las tierras de su hermano y en las
de los vecinos de San Pedro. Empieza por comprar tierras de algunos de estos vecinos.
Pero el consorcio internacional Wisther-Bozart, que ha puesto sus miras en la mina, infiltra en ella al ingeniero
Cabrejos para que boicotee las labores y haga fracasar la exploración; de esa manera don Fermín se vería obligado a
vender la mina al consorcio. Cabrejos logra la ayuda del mestizo Gregorio, quien planea una estrategia. Se sirve de
las creencias indígenas sobre una serpiente gigantesca, el Amaru o espíritu de la montaña, que supuestamente vive los
socavones de la mina. Gregorio da aullidos desde el interior, simulando al Amaru, a fin de asustar a los indios,
algunos de los cuales efectivamente se espantan, pero de pronto ocurre una explosión dentro de la mina y Gregorio
muere despedazado. Rendón Willka tiene la certeza de que el causante de esa muerte es el ingeniero Cabrejos.
Gregorio estaba enamorado de una joven de San Pedro, la señorita Asunta de La Torre, quien más adelante se
vengará asesinando al ingeniero Cabrejos.
Entretanto don Bruno sufre una transformación milagrosa, tras asesinar a una de sus amantes, de nombre Felisa.
Abandona la vida lujuriosa, uniéndose definitivamente a una mestiza, Vicenta, de quien espera un hijo. Redimido por
el amor, Bruno visita a los comuneros de Paraybamba, a quienes ayuda a elegir a su alcalde y regidores, así como les
ofrece semilla para la siembra. De pronto se asoma en la plaza del pueblo don Adalberto Cisneros, un hacendado
cruel y abusivo que había arrebatado sus tierras a los indios. El nuevo alcalde de Paraybamba humilla públicamente a
Cisneros, a quien hace azotar y pasear desnudo por las calles. Don Bruno se despide de Paraybamba aclamado por los
indios, pero el incidente con Cisneros origina después que el alcalde y los regidores sean arrestados, y que el mismo
don Bruno sea denunciado por Cisneros. Ambos se encuentran en la capital de la provincia, ante las autoridades, pero
don Bruno se defiende bien y Cisneros se marcha jurando vengarse.
Volviendo a la mina, al fin se encuentra la veta del metal argentífero y don Fermín viaja a Lima para tratar de formar
una sociedad con capitales peruanos, ya que se había quedado descapitalizado. Sin embargo, la Whistert-Bozart tiene
mucho poder e influencias y logra finalmente que don Fermín le venda la mina, tras una reunión que se realiza en un
edificio capitalino. Don Fermín terminar por ceder pues no puede competir con la gigantesca transnacional. La
empresa le reconoce un porcentaje de las acciones de la mina y le cancela los gastos iniciales de la exploración. Don
Fermín decide invertir este dinero en la industria pesquera, adquiriendo fábricas de harina y conservas de pescado en
Supe, de la que se encargará administrar su cuñado, mientras que él vuelve a San Pedro, dispuesto a ampliar y
modernizar su hacienda «La Esperanza».
Mientras tanto, la compañía minera necesitaba agua para represarlas en beneficio de la mina y a fin de ello consigue
una orden judicial que obliga a los propietarios de San Pedro a vender sus tierras de labranza de la hacienda «La
Esmeralda». Los vecinos se niegan a hacerlo, y como protesta deciden quemar el pueblo, marchándose del lugar. Son
acogidos temporalmente por una de las comunidades indígenas. Mientras tanto llegan las maquinarias pesadas de la
compañía y cientos de indios como jornaleros. Empieza también a proliferar en la región los locales de vicios
nefandos (bares y burdeles).
Don Bruno, que retorna a San Pedro, encuentra destruida la iglesia, por lo que siente honda pena. También llega don
Fermín, trayendo todo lo necesario para modernizar su hacienda «La Esperanza» y promete que el pueblo volvería a
renacer con su ayuda. Se anuncia también la llegada del hacendado Cisneros, quien quiere vengarse de don Bruno,
para lo cual se entrevista con el subprefecto. Este se ofrece para matar a don Bruno a cambio de dinero, pero su plan
se desbarata.
La empresa minera, continuando con la expropiación de la hacienda «La Esmeralda», comienza a aplanar la pampa
con máquinas bulldozer. Pero uno de los residentes de esa zona, Anto, un antiguo empleado de don Andrés (el padre
de don Fermín y don Bruno) se niega abandonar su propiedad y cuando una de las máquinas ya se acercaba a
derrumbar su casa, se tira contra ella con varios cartuchos de dinamita en la mano, volando en pedazos con todo.
Don Bruno se culpa de todas esas desgracias por haber contribuido con la explotación minera, y decide purificar el
mundo acabando con los responsables. Encomienda a su hijo y a su mujer Vicenta a Demetrio Rendón Willka, coge
sus armas y se dirige a la hacienda de don Lucas, gamonal cruel y abusivo que no pagaba a sus trabajadores y que
tenía a sus indios famélicos y harapientos. Don Bruno mata a don Lucas, ante el regocijo de los indios; luego se dirige
a la hacienda «La Esperanza» de su hermano don Fermín, a quien acusa de ser responsable de todas las desgracias del
pueblo y le apunta con su revólver. Al verse amenazado, don Fermín corre pero cae herido en las piernas. Al ver lo
que ha hecho, don Bruno se derrumba y llora, pidiendo que lo lleven a la cárcel. Don Fermín es trasladado a Lima
donde se recupera de sus heridas, mientras que don Bruno es encarcelado en la capital de la provincia.
En la hacienda de «La Providencia», Demetrio Rendón Willka se entera de la prisión de don Bruno y la probable
muerte de don Fermín. Entonces, con la aprobación de Vicenta, se proclama administrador de la hacienda y protector
del niño Alberto, hijo del patrón. Los colonos trabajarían en adelante para ellos mismos, sin patrones. Esto significa
ya una revolución, por lo que el gobierno envía a los guardias civiles a sofocar la revuelta que considera de
inspiración comunista. Vicenta y su hijo se esconden en el pueblo de Lahuaymarca. Mientras que Demetrio se queda
alentando a los indios a resistir. Los guardias irrumpen a sangre y fuego, encuentran a Demetrio Rendón Willka y lo
fusilan junto con otros indios. Pero Demetrio ha cumplido la misión de despertar la conciencia de sus hermanos de
raza dejando abierto el camino para la liberación.
Análisis
La novela presenta la imagen de una nación sometida por la penetración imperialista y, sobre todo, el problema de la
modernización de la cultura indígena. Arguedas intenta ofrecer un retrato global del Perú por medio de la
representación de escenarios geográficos y sociales de todo el país, aunque el foco narrativo se sitúa en la sierra. El
título de la novela expresa la compleja vida nacional del Perú, en el que «todas las sangres» se entremezclan y
rivalizan duramente. Pero en esta lucha no sólo está envuelto el Perú sino también un poder imperialista que pretende
manejarlo.1El enfrentamiento de las fuerzas de la modernidad con una cultura y una sociedad tradicionales es el
principal conflicto que aborda la novela, cuya gran pregunta gira en torno a la posibilidad de lograr un desarrollo
genuinamente nacional, ante la certidumbre de que ha terminado una época en la historia del país y debe construirse,
sobre sus ruinas, una nueva patria. El orden destruido es el viejo orden feudal. Las alternativas que se enfrentan van
desde el proyecto imperialista hasta el utópico retorno a un orden feudal, imaginado por don Bruno como un sistema
natural presidido por principios morales, pasando por la propuesta del capitalismo nacional, tal como lo plantea don
Fermín. En la novela se invalidan estas opciones y se enfatiza la legitimidad moral e histórica de otra alternativa,
representada por el comunero Rendón Willka, que podría resumirse en su sentido colectivista (en el plano social), en
su adhesión a los valores quechuas (en el plano cultural), y en una cauta modernización (en uno y otro nivel).
El proyecto de Willka tiene, sin embargo, algunos componentes más ideales que reales y una limitación tal vez
insubsanable: es un proyecto cerradamente campesino-serrano que desconfía y hasta rechaza la participación del
proletariado y pone en cuestión el servicio de los partidos políticos. Es un proyecto más cultural que social (aunque
ponga de relieve la importancia de la organización colectivista bajo el modelo de la comunidad indígena) y más ético
que político.
De todas maneras, en el curso de la novela se despliega una consistente reflexión sobre múltiples aspectos de la
realidad peruana: en este proceso, precisamente porque es reflexivo, se observa la imposibilidad de comprender la
dinámica nacional, integrada por las oposiciones ya conocidas, al margen de la estructura global del mundo
contemporáneo.2
En 1965 el Instituto de Estudios Peruanos organizó una serie de mesas redondas para discutir la relación entre
literatura y sociología. La segunda de esas mesas, realizada el día 23 de junio, se dedicó a la discusión de la novela
Todas las sangres, con la participación del mismo Arguedas. Este evento fue sumamente importante ya que significó
la incorporación de la narrativa de Arguedas a la discusión de la literatura de su tiempo.
La mesa redonda estuvo conformada por intelectuales de izquierda admiradores de Arguedas. Todos, unos de manera
cautelosa y otros de manera abierta, criticaron la obra porque habría en ella una versión distorsionada de la sociedad
peruana. Comenzando con la descripción de una estructura de castas que había desaparecido ya hacía tiempo en el
conjunto de la sierra peruana, así como una visión caricatural y rudimentaria de los mecanismos sociales. Estas
críticas fueron devastadoras para Arguedas, quien aquella misma noche escribió, según Vargas Llosa, estas líneas
desgarradoras:
… casi demostrado por dos sabios sociólogos y un economista, […], que mi libro Todas las sangres es negativo para
el país, no tengo nada que hacer ya en este mundo. Mis fuerzas han declinado creo que irremediablemente. 3
Crítica
Según Vargas Llosa, las críticas que se hicieron a la obra durante la mesa redonda del 23 de junio de 1965 serían
válidas viéndolas desde un punto de vista sociológico. Obviamente, otro sería el análisis viendo a la novela como
ficción literaria. En este aspecto, la obra también sería fallida, al carecer de un poder de persuasión interno, pues a
decir del mismo Vargas Llosa, la descripción que hace de la sociedad peruana resulta profundamente falsa e
inconvincente, no por apartarse de la verdad objetiva, sino por carecer de la fuerza propia que emana de los
entresijos de la ficción.4 En otras palabras, no es muy convincente como ficción literaria.
La novela narra el proceso de maduración de Ernesto, un muchacho de 14 años quien debe enfrentar a las injusticias
del mundo adulto del que empieza a formar parte y en el que debe elegir un camino. El relato empieza en el Cuzco,
ciudad a la que arriban Ernesto y su padre, Gabriel, un abogado itinerante, en busca de un pariente rico denominado
El Viejo, con el propósito de solicitarle trabajo y amparo. Pero no tienen éxito. Entonces reemprenden sus andanzas a
lo largo de muchas ciudades y pueblos del sur peruano. En Abancay, Ernesto es matriculado como interno en un
colegio religioso mientras su padre continúa sus viajes en busca de trabajo. Ernesto tendrá entonces que convivir con
los alumnos del internado que son un microcosmos de la sociedad peruana y donde priman normas crueles y
violentas. Más adelante, ya fuera de los límites del colegio, el amotinamiento de un grupo de chicheras exigiendo el
reparto de la sal, y la entrada en masa de los colonos o campesinos indios a la ciudad que venían a pedir una misa
para las víctimas de la epidemia de tifo, originará en Ernesto una profunda toma de conciencia: elegirá los valores de
la liberación en vez de la seguridad económica. Con ello culmina una fase de su proceso de aprendizaje. La novela
finaliza cuando Ernesto abandona Abancay y se dirige a una hacienda de propiedad de «El Viejo», situada en el valle
del Apurímac, a la espera del retorno de su padre.