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GUIA SOCIALES
El Senado (en latín, Senatus; de senex, anciano) fue una de las instituciones del
gobierno de la Antigua Roma.1 Estuvo compuesto durante la mayor parte de la
República por 300 miembros extraídos de los antiguos magistrados, aunque tras la
dictadura de Sila y en época imperial ese número llegó a aumentar hasta 900. Se
encargaba de ratificar las leyes votadas por los comicios, aconsejar a los
magistrados, dirigir la política exterior, las finanzas y la religión.
Índice

1 El Senado bajo la Monarquía (siglos VIII-VI a. C.)


2 El Senado bajo la República (siglos VI-I a. C.)
3 El Senado durante el Alto Imperio (siglos I a. C.-III d. C.)
4 El Senado en el Bajo Imperio (siglos IV-VI d. C.)
5 Las reformas legales
5.1 El orden senatorial
5.2 El Senado reformado
5.3 Evolución de la ley
5.3.1 Policía. Vías públicas
6 Véase también
7 Referencias
7.1 Bibliografía
8 Enlaces externos

El Senado bajo la Monarquía (siglos VIII-VI a. C.)

El Senado (en latín senatus) nació como una institución consultiva de la monarquía
romana, formado exclusivamente por 30 patricios (un representante de cada gens)
al principio, y luego 300. Adquirió mayores prerrogativas con la República, pasando
a refrendar a través de su auctoritas los actos de los cónsules, y extendiendo su
competencia a los actos de otros magistrados y Comicios, temas religiosos,
conflictos entre magistrados, policía, crímenes con pena capital cuando esta era
conmutada, cuestiones militares y financieras, y tratados internacionales.
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El Senado bajo la República (siglos VI-I a. C.)


Artículo principal: Senado de la República romana

A mediados de la época republicana el Senado contaba con unos 300 miembros;2


estaba compuesto por todos los ciudadanos que habían ejercido magistraturas
curules —cónsules, pretores y ediles, los conscripti—, así como de los patres, las
cabezas de las familias patricias —descendientes de los primeros senadores
romanos establecidos por Rómulo y sus sucesores, que formaban el grupo social
privilegiado, opuesto a los plebeyos—. Adicionalmente, los censores podían incluir
senadores que no habían ejercido magistraturas, aunque estos tenían restringido
su derecho a tomar la palabra y se los denominaba senatores pedarii. Los antiguos
tribunos de la plebe no obtuvieron el acceso automático, o bien hasta el año 149 a.
C. por la Ley Atinia, o bien tras el tribunado de Cayo Graco.3

Con el acceso a los derechos ciudadanos de los plebeyos, (véase secessio plebis)
el Senado perdió el derecho de acreditar los actos de los Comicios Centuriados. Por
el contrario adoptó el derecho de nombrar dictador y pronto legisló sobreponiéndose
a las Asambleas Tribunadas, alcanzando un gran poder.

En el siglo III a. C. el Senado sufrió las modificaciones propias de la nueva situación.


Los asientos senatoriales continuaron en manos de los censores y todos los
magistrados curules que abandonaban su cargo accedían al Senado.

El Senado pasó de ser un cuerpo consultivo de los cónsules, al principio de la


República (y subordinado a estos en muchos aspectos), a ser una corporación de
gobernantes, sin dependencia de nadie. El Senado dirigía la guerra a través de los
cónsules, y toda la política de la República. En efecto, José Manual Roldán Hervás
nos dice:

"La significación del Senado en la vida pública se elevó muy por encima de su real
función jurídica. Como reunión de ex-magistrados, el Senado personificaba la
tradición pública romana y toda la experiencia de gobierno y administración de sus
componentes [···] Frente a los magistrados anuales, el Senado se destaca como el
núcleo permanente del Estado, el elemento que otorgaba a la política romana su
solidez y continuidad. No es extraño, por tanto, que, a pesar de su función
puramente consultiva, sobre la magistratura y sobre las asambleas, se superpusiera
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el Senado como el auténtico gobierno, ante cuya experiencia y prestigio aquellos se


plegaban."4

Con el tiempo el Senado asumió el nombramiento de diversos cargos curules, lo


que implicaba la designación de sus propios miembros, y además influyó cada vez
más en los censores. Se mantuvo la distinción entre Senadores patricios y plebeyos.

La desaparición de la figura del dictador permitió al Senado ocupar ciertas funciones


en casos graves, en especial el conferir a los cónsules facultades especiales,
similares a la Dictadura, por tiempo limitado.

Sila amplió el número de senadores a 600 y Julio César, después de derrotar a su


rival Pompeyo y a sus aliados, la mayor parte de las familias senatoriales
tradicionales, procedió a incrementar el número hasta 900,5 promocionando al
orden senatorial a familias ecuestres, mandos militares, centuriones de origen
proletario de su ejército, y provinciales, como su consejero financiero Cornelio
Balbo, natural de Gades (Cádiz, España); a los ojos de la nobilitas senatorial
superviviente del bando pompeyano y de muchos partidarios de César esto era una
aberración, y ello fue una de las causas del asesinato de César.

Augusto volvió a reducir el número de senadores a 600,5 aunque mantuvieron


algunos de los nombramientos de César, que tenían la consideración homines novi,
pero las proscripciones por ellos emprendidas vaciaron los bancos del Senado, que
fueron llenadas con la promoción de partidarios de los triunviros extraídos del ordo
ecuestre y del ejército.
El Senado durante el Alto Imperio (siglos I a. C.-III d. C.)
La Curia Iulia, edificio del Foro romano, donde solía reunirse el Senado.

Terminada la guerra entre Augusto y Marco Antonio en 31 a. C., Augusto procedió


a elaborar la lista de senadores, intentando recuperar como senadores a los
supervivientes de las familias tradicionales, pero favoreciendo también a sus
partidarios, sin tener en cuenta su origen, caso de Mecenas, Agripa, Lucio Munacio
Planco o Cayo Asinio Polión. También incrementó los poderes nominales del
Senado, trasmitiendo los poderes de elección de magistrados de las asambleas o
comicia al senado, aunque realmente redujo sus poderes, ya que casi todas las
provincias con ejército pasaron al control directo del emperador, las magistraturas
se convirtieron en cargos honoríficos, y los candidatos a ellas necesitaban del visto
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bueno del emperador, quien asumió la potestad jurisdiccional de los Comitia Tributa,
por lo que los Edictos imperiales se superpusieron a los Senadoconsultos.

A partir de Claudio, numerosos provinciales, especialmente hispanos, fueron


admitidos en el Senado, aunque a estos nuevos senadores se les imponía el
requisito de invertir el censo mínimo senatorial —1 000 000 de sestercios— en
propiedades rústicas en Italia, culminando el proceso con la elección de un
emperador procedente de una familia senatorial provincial hispana: Trajano.

A lo largo del Alto Imperio, las relaciones entre los emperadores y los senadores
fueron las de un tira y afloja continuo, y, si bien es cierto que muchos colaboradores
de los emperadores eran senadores, lo cierto es que estos, aún los más
respetuosos, tendían a dejar de lado las expectativas y deseos de los senadores.
Además, los senadores tendían a ignorar que la verdadera fuente de poder del
estado romano era el ejército, por el cual pasaban por cortos períodos de tiempo.
La consecuencia fue que algunos emperadores, como Tiberio, Calígula, Nerón,
Domiciano, Adriano o Cómodo sostuvieron relaciones muy difíciles con el Senado,
y promovieron la persecución de muchos de sus miembros.

El número de miembros del Senado no dejó de aumentar: a principios del siglo III el
Senado podía contar con 800 o 900 miembros.5

Con el advenimiento de la dinastía Severa, de origen militar, el senado fue


progresivamente arrinconado en favor del orden ecuestre y de la nueva burocracia
imperial nacida del ejército, hasta que el emperador Aureliano excluyó a los
senadores de los puestos militares.
El Senado en el Bajo Imperio (siglos IV-VI d. C.)

En el Bajo Imperio, el Senado de Roma fue duplicado con otro igual a él, creado por
Constantino I, en la nueva capital, Constantinopla (Estambul, Turquía), y se convirtió
en un simple club de notables.

El senado romano desapareció en los turbulentos años del siglo VI en los que las
tropas del rey ostrogodo Totila luchaban a la desesperada contra las tropas
imperiales de Justiniano I, dirigidas por Belisario, mientras que en el resto de los
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reinos bárbaros nacidos de la ruina de Roma, los senadores fueron fundiéndose


progresivamente con la nobleza germánica dirigente.

En las ciudades sometidas por la Antigua Roma se establecía un Consejo de Cien


Ancianos (Centumviri), cada uno de los cuales era el cabeza de diez casas (diez
casas = una gens), de donde surge la denominación.
Las reformas legales
El orden senatorial
Relieve romano de mediados del siglo III depositado en los Museos Vaticanos en el
que aparecen tres varones togados, dos maduros y uno joven, pertenecientes al
Ordo Senatorius.

La designación de las vacantes del Senado, designadas primero por los cónsules,
pasó a los censores. Su funcionamiento fue regulado por la Ley Ovinia.

Las promociones al Orden Senatorial (Ordo Senatorius) quedaron abiertas a todos


los ciudadanos que hubieran sido antes Edil Curul, Pretor o Cónsul (los cónsules ya
tenían derecho a ser Senadores con voto). El censor estaba obligado a incluir en la
lista de nuevos senadores a los cónsules que habían dejado el cargo, salvo que por
precepto legal pudieran proclamar su exclusión motivada. Pero como los
ciudadanos que podían ocupar un puesto en el Senado no eran suficientes para
cubrir las bajas que se producían por fallecimiento o exclusión, y el número de
senadores no podía bajar de trescientos, los censores podían elegir libremente entre
aquellos que no habían ejercido una magistratura de las citadas, si bien los
designados debían haberse distinguido por su valor, haber matado a un jefe
enemigo o salvar a un ciudadano romano; a estos senadores se les llamaba
Subalternos (Senatores Pedarii), y tenían derecho a voto pero no participaban en la
discusión.

El Senado era el que dominaba en materia de elección y de gobierno, siendo sobre


todo un órgano con poder ejecutivo: en él recaía la potestad de nombrar y controlar
las más altas magistraturas del estado (consulado y pretura), y controlaba al ejército
y llevaba a cabo la política exterior. Contrario a lo que se cree, no era propiamente
una cámara legislativa (aunque en algunos casos podía promover leyes) pues por
un lado los tribunos de la plebe tenían el poder de vetar cualquier propuesta del
Senado (fuera del tipo que fuera), y en general eran dichos tribunos los que
desarrollaban la función legislativa, redactando los proyectos de ley, que solían ser
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sometidos previamente al Senado (procedimiento conocido como senadoconsulto,


de consultar al Senado) para después convocar los plebiscitos en los que finalmente
eran aprobadas las leyes; las leyes romanas, por tanto, eran promovidas a
propuesta de los tribunos, no del Senado, y sancionadas directamente por el pueblo.
El paso de las leyes por el Senado no era algo obligatorio, pero sí fundamental,
pues al disponer del poder ejecutivo, podía poner o no en ejecución un plebiscito
votado, de manera que cualquier tribuno que deseara ver desarrollado
adecuadamente el programa de leyes que había promovido se veía forzado a llegar
a acuerdos con el Senado. En “los casos urgentes”, que generalmente aparecían
en un contexto bélico o de crisis, el Senado podía legislar sin que las leyes fueran
ratificadas por la Asamblea, sin perjuicio de ulterior ratificación, que para el final de
la República ya casi nunca era solicitada.

El Senado se atribuyó la designación de Dictador (cuyo nombramiento correspondía


antes a los Cónsules), y asumió también la prórroga de cargos (el cónsul cesante
que no se encontraba en Roma en el momento del cese, seguía en funciones como
procónsul; lo mismo ocurría con los pretores que continuaban como propretores) lo
que llevó en la práctica a una reelección encubierta (desde el 307 a. C., un
Senadoconsulto bastaba para prorrogar una magistratura). Además, en las
elecciones a la magistratura, la aristocracia apoyaba a los candidatos del Senado,
y como el sistema electoral era censitario, y el peso que otorgaba a la aristocracia
era superior al de la plebe, su elección estaba casi garantizada.

El Senado decidía sobre la guerra, la paz, las alianzas, la fundación de colonias, las
asignaciones de tierras públicas, los trabajos públicos, el sistema de rentas, la
asignación de departamentos a los magistrados, el contingente del ejército, el
presupuesto de los departamentos, etc. Los cuestores no podían hacer pago alguno
sin un senadoconsulto (con algunas excepciones para los cónsules).
El Senado reformado
Detalle del interior de la Curia Iulia, con el pavimento de opus sectile y un relieve
marmóreo con una representación del senado reunido.

El Senado varió su composición. Inicialmente estaba formado por trescientos


miembros de la nobleza (todos los senadores, salvo excepción, eran patricios). Más
adelante, se reservaron 164 asientos a los plebeyos o nuevos admitidos
(Conscripti). Esta distinción se mantuvo al menos en los formalismos de tal forma
que la alocución para dirigirse a la Cámara era Patres et conscripti, aún mucho
después de que tales diferencias dejaran de ser importantes.
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Los senadores eran consuetudinariamente vitalicios, pero la costumbre derivó en


ley para los patricios. Como el Senado representaba a la nobleza patricia y había
en él miembros plebeyos, se relegó a estos a un papel secundario dentro del
Senado. Si alguno se oponía, en las revisiones cuadrienales de senadores que
efectuaban los cónsules, eran o podían ser eliminados. Además, los plebeyos que
entraban en el Senado, no lo hacían por mérito, sino por su riqueza. En estas
circunstancias, sus intereses de clase eran coincidentes con los de la nobleza
patricia.

Se distinguían entre los Senadores dos grupos: los provenientes del ejercicio de
magistraturas; y los que no las habían desempeñado (Pedarii).

El nombramiento de los Senadores correspondía desde el inicio de la República a


los cónsules o dictadores. Más tarde, esta fue una atribución específica de los
censores.

Al Senado correspondía el refrendar todas las propuestas importantes políticas o


administrativas de los cónsules y otros magistrados que hubieran obtenido el voto
afirmativo de los Comicios Asamblearios correspondientes. Cuando el acto debía
ser ejecutado como parte de los deberes del magistrado no precisaba refrendo
senatorial. Aunque al principio las decisiones del Senado fueron llamadas Consulis
senatusque sententia, más tarde los dictámenes del Senado dejaron de ser
consultivos y adquirieron fuerza, siendo llamados Senatus consultum y Senatus
sententia. El cónsul debía obedecer al Senado, pues en caso contrario podía ser
privado de fondos, se podía nombrar a un dictador o decidir otras medidas que
daban preeminencia al Senado sobre los altos magistrados.

Correspondía al Senado decidir sobre los siguientes asuntos:

Religiosos.
Elección de magistrados extraordinarios.
Resolución de conflictos entre magistrados.
Cuestiones de policía.
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Algunos casos criminales que comportaban pena capital, cuando el acusado era
perdonado, o era conmutada su sentencia, o bien era liberado.
Cuestiones militares.
Cuestiones financieras.
Negociaciones con Estados extranjeros y firma de tratados después de la paz. El
Senado debía aprobar los cambios territoriales pactados por los cónsules u otros
magistrados con el enemigo.

El Senado era convocado por cualquiera de los magistrados que podían consultarle
(principalmente Dictadores, Cónsules, Prefectos de la ciudad, Pretores, Tribunos de
la plebe y después Tribunos con potestad consular). El convocante presidía la
reunión.

La convocatoria se hacía bien públicamente mediante pregones (praecones) o


edictos, o bien mediante un aviso a cada senador (era obligatorio que tuvieran
residencia en Roma). A veces, en una reunión se convocaba la siguiente. Los que
no asistían sin justa causa (la asistencia era obligatoria) podían ser sancionados
con multa. Las reuniones se celebraban en edificios públicos, generalmente en el
Capitolio (Curia Calabra), el Comitium (Curia Hostilia luego Curia Julia) o el Templo
de Júpiter Capitolino. Los Senadores permanecían sentados y el presidente
ocupaba un lugar central sobre una silla elevada.

Las reuniones no podían coincidir con la celebración de comicios y duraban de sol


a sol. Las votaciones debían celebrarse antes del ocaso.

La sesión se abría con unos sacrificios religiosos para consultar a los auspicios. Los
asuntos a tratar eran determinad

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