Documentos de Académico
Documentos de Profesional
Documentos de Cultura
DEMETRIO VELASCO
Universidad de Deusto
RESUMEN: Pocos autores han sido tan visitados y tenidos en cuenta entre los clásicos del pensa-
miento político como Alexis de Tocqueville. Sus aportaciones para entender algunas de las patologías
que aquejan a nuestras sociedades, así como la identificación de algunos recursos para corregirlas, lo
convierten en un autor de primera magnitud. El presente texto centra la atención sobre los argumen-
tos críticos de este autor frente al liberalismo doctrinario de su momento, trazando una continuidad
ideológica diacrónica que sitúa en casi idénticas coordenadas el actual proceso de globalización capi-
taneada por el neoliberalismo. En ese contexto de urgencia social se despliegan argumentos en torno
a la libertad, la desigualdad, la religión o la violencia de sorprendente actualidad y con una clarísima
derivada de orden práctico.
PALABRAS CLAVE: liberalismo doctrinario, libertad, desigualdad, democracia, religión.
ABSTRACT: Only few authors have been so well considered and taken into account among the classics
of political thought as Alexis de Tocqueville. His contributions to understand some of the pathologies
affecting our societies, as well as the identification of a set of resources to correct and health them,
makes of him an author of outstanding significance. This paper focusses on his critical arguments
about the doctrinarian liberalism of his time, sketching an ideological diachronic continuity that locates
almost in the same coordinates the present globalization process led by neoliberalism. In this context
of social urgency arguments about freedom, inequality, religion or violence are shown with a surprising
topicality and with a clear derivate of practical order.
KEY WORDS: doctrinarian liberalism, freedom, inequality, democracy, religion.
Tocqueville es, hoy, uno de los clásicos del pensamiento político y social más
citados. Se considera que su obra se hace imprescindible, no sólo cuando se
quiere comprender la patológica deriva histórica de nuestras sociedades mo-
dernas, sino, sobre todo, cuando se quieren buscar los recursos sociopolíticos
y morales que nos permitan encontrar soluciones razonables a dicha deriva2.
1
El presente texto se enmarca dentro del marco del Proyecto de Investigación Poder
Público y Empresa en un contexto multinivel y transnacional (Gobierno Vasco IT607-13 /
Deusto R2013) de la Facultad de Derecho de la Universidad de Deusto.
2
En América ha sido un autor más citado que los Padres Fundadores, exceptuando
Jefferson (por su Declaración de Independencia). Presidentes, políticos, Congreso, medios, lo
citan sin cesar. Se han creado asociaciones y fundaciones con su nombre… y, recientemente,
hasta corrientes de pensamiento como los «neotocquevillianos» (caso de PUTNAM, R. y su obra
Bowling Alone: The Collapse and Revival of American Community (2000), desarrollo del artículo
publicado en 1995, que de alguna forma reproducen la obra de D. Riesman que, en los años
50, escribió inspirado en Tocqueville The Lonley Crowd: A Study of the American Character,
1953. Incluso, personajes como M. THATCHER, N. GINGRICH, o H. SCHMIDT, han escrito sobre él.
En Francia la figura de Tocqueville queda casi silenciada desde 1870 hasta la década de los
© PENSAMIENTO, ISSN 0031-4749 PENSAMIENTO, vol. 72 (2016), núm. 272, pp. 481-504
DOI: pen.v72.i272.y2016.002
482 D. VELASCO, ALEXIS DE TOCQUEVILLE Y SU VIGENCIA HOY
cincuenta del siglo XX, en que el historiador marxista G. LEFEBVRE (Introducción a una nueva
traducción de El Antiguo Régimen y la Revolución (ARR), de 1952, y el sociólogo R. ARON
(Las grandes etapas del movimiento sociológico, 1955,), subrayan el significado y vigencia de
su obra. Más tarde, Furet y su reinterpretación de la Revolución Francesa desde Tocqueville
(cfr. KAHAN, A. S., Alexis de Tocqueville. Maior Conservative and Libertarian Thinkers. Ed. J.
Meadowcroft, New York/London, 2010)
3
Ver VELASCO, D. «Tocqueville (1805-1859), dos siglos después» Estudios de Deusto. Vol.
53/1, enero-junio 2005, 183-250.
4
Como muestra de su independencia precoz respecto a partidos y medio familiar está
su rechazo a entrar en la Administración: «Siempre he tenido, bajo todos los regímenes (sin
excepción alguna) la mayor repugnancia a entrar en la Administración; y lo que en ella he
visto, examinándola de cerca, ha aumentado todavía más esta repugnancia y, en general y
a priori, siento (salvo casos particulares) poca simpatía por quienes hacen carrera en ella.
He advertido que, para triunfar en ella, había que mostrar mucha debilidad y obsequiosidad
con los que os mandaban, y mucha doblez y violencia sobre quienes uno mismo mandaba.
En Francia, la Administración apenas actúa por el interés general del país, sino casi siempre
por el interés particular de quienes gobiernan. Y todo aquel que no esté dispuesto a sacrificar
sin cesar el primero de estos intereses al otro no tiene ninguna esperanza de ascender. (…)
Siempre, pues, he sentido una repugnancia invencible por la Administración; y, aunque en la
carrera judicial haya habido muchas cosas que no me gustaban, no he dudado en abrazarla,
persuadido de que de todas las carreras civiles era la única que daba independencia frente
a los poderes pasajeros que se suceden en nuestro país; la única que permite, a la vez, ser
funcionario y seguir siendo uno mismo». (carta a su sobrino preferido Hubert de Tocqueville,
12/01/1854). Esta es la razón por la que acepta ser juez auditor en vez de subprefecto y
sigue el ejemplo de su ancestro materno Malesherbes en vez del de su padre. Logra serlo en
Versalles, donde éste es prefecto desde 1826. Era un puesto no remunerado pero que permitía
una buena formación jurídica e histórica; como muestra de su originalidad: «El fracaso
político de Tocqueville no se explica solo por su umbría e inquietante independencia, sino
también por la originalidad de su pensamiento. Monárquico, pero, como Chateaubriand o
Mme de Stäel, solo ama de la monarquía lo que es anterior al absolutismo (bien la temperada
a lo Montesquieu o la controlada por los estados generales y por una aristocracia orgullosa
de su independencia). Republicano en 1848, favorable al sufragio universal, pero con tal
de que sea guiada por una élite de notables. Es demasiado aristócrata para amar la cultura
democrática de masas, de la que es el analista más agudo. Pero es demasiado demócrata para
aceptar un mundo que fuera desigualitario hasta el punto de privar a los individuos de su
autonomía y de su capacidad para participar en la responsabilidad de los asuntos comunes.
Proclama que no hay otro futuro posible que la democracia, pero para añadir enseguida
que la democracia no es necesariamente liberal. “Liberal de una nueva especie”, alimenta
su pensamiento de la minuciosa observación del mundo de su tiempo, elabora su teoría lo
más cerca posible de los acontecimientos, y su obra no se convierte en menos “clásica” por
trascender las circunstancias de su nacimiento. Él mismo fue consciente de deber su genio
a la coherencia de una vida y de un pensamiento totalmente entregados a la educación de la
democracia». Cfr. MÉLONIO, F., Alexis de Tocqueville (2006), 82-83.
5
Véase dicho mapa ideológico en D. VELASCO, «Tocqueville (1805-1859), dos siglos
después», 187-189. Autores como A. de Tocqueville o Lamennais no son fáciles de clasificar
en este convencional mapa de corrientes liberales de la época (burgueses orleanistas de
conveniencia, «ideólogos», doctrinarios, jóvenes románticos, demócratas). Lamennais
porque a lo largo de su vida va pasando por etapas muy diferentes: teocracia, liberalismo
y democracia. Tocqueville porque es la figura más compleja y polivalente del liberalismo
francés. Recojo un significativo texto con el que F. Mélonio concluye su estudio sobre el
liberal Tocqueville: «Libéral, le mot n’a d’ailleurs que la séduction du flou. On n’est pas
libéral tout court et sans déterminants. On est libéral autoritaire, libéral conservateur, libéral
monarchiste, libéral républicain, libéral démocrate, sagement libéral, «libéral d’une espèce
nouvelle» tel Tocqueville, voire sous la Troisiéme République, «libérátre» ou «libéroufle»...
Il y a des pratiques libérales, des sensibilités libérales, des générations libérales qui furent
de «gauche» ou de «droite», et parfois, l’áge aidant, les deux successivement mais pas un
libéralisme français. L’ceuvre de Tocqueville nous importe donc moins par la lignée dans
laquelle on l’insère que par son exotisme. Aristocrate d’instinct et démocrate de raison, au
carrefour des deux cultures française et américaine, Tocqueville a été le refoulé de notre
tradition démocratique». (MELONIO, F., Tocqueville et les Françai,.1993, Paris,. Aubier: 304).
1. EL LIBERALISMO DOCTRINARIO6
6
Lu influencia en España de este grupo de políticos e intelectuales franceses, que durante
la Restauración y hasta la revolución democrática del 48 buscaron legitimar la hegemonía
de la burguesía, trazando una vía media entre el tradicionalismo legitimista y el liberalismo
revolucionario, fue enorme. Desde el Estatuto Real de 1834 hasta la Restaturación canovista,
el siglo XIX español estará decisivamente marcado por las directrices de los doctrinarios.
Figuras como Donoso Cortés, Alcalá Galiano y, más tarde Cánovas, figuran en la nómina de
los doctrinarios. Véase la obra clásica ya citada sobre el tema: DÍEZ DEL CORRAL, El liberalismo
doctrinario. C.E.C. Madrid. 1984. Para una introducción más breve al tema, véase el capítulo
que dedica J.L. Abellán al tema en su obra Historia crítica del Pensamiento español. vol. IV.
7
Es sorprendente ver cómo los doctrinarios legitiman la sustitución de Carlos X por
Luis Felipe de Orleans en nombre de la razón histórica, olvidando el tradicional principio de
la legitimidad dinástica.
8
Locke fue un defensor del iusnaturalismo racionalista moderno y, desde éste, de
los derechos naturales a la libertad y a la igualdad de todos los seres humanos, ya que el
Creador quiso que todos los hombres tuvieran acceso a los bienes que necesitan para ser
libres e iguales, pero, a la vez, justificó el derecho de propiedad privada burgués como
un derecho natural y universal. Locke no se conformó con argumentar como lo habría
hecho un mercantilista al uso, sino que, como dice Macpherson, hizo algo de mucha más
trascendencia. La hazaña de Locke está en que da una base moral a la apropiación burguesa.
La concepción tradicional, según la cual, la propiedad y el trabajo eran funciones sociales y
la propiedad implicaba obligaciones sociales, se ve por ello minada. Pero no sólo acaba con
la descalificación moral que lastraba la apropiación capitalista ilimitada, sino que, además,
justificó, como naturales, una diferencia de clases en derechos y en racionalidad, y al hacerlo
proporcionó una base moral positiva a la sociedad capitalista. La trascendencia de este tema
para comprender el alcance desigualitario y excluyente del propietarismo burgués exige,
como lo hace Macpherson, explicar cómo legitima Locke la desigualdad de clases, el sufragio
censitario y el consecuente ejercicio autoritario del poder, cuando sea preciso. Tener, saber y
poder, aparecen ya como la trinidad sagrada que regirá el orden burgués.
9
La crítica de los socialistas, especialmente de los socialistas libertarios o anarquistas,
a este materialismo reaccionario es poco conocida, pero creo que es de una enorme lucidez.
Véase VELASCO, D., Ética y poder político en la obra de M. Bakunin. Universidad de Deusto,
1993, 99-164; Véase, asimismo, la crítica que E. Tierno Galván hizo del «humanismo de
las compatibilidades» en «Humanismo y sociedad». Así hay que entender el humanismo
que sirve igual para los pobres que para los ricos, como servía el contrato social burgués
denunciado por Rousseau. Un humanismo y un contrato tan mendaces como inmorales.
(Ver Boletín lnformativo del Seminario de Derecho Político, núms. 29-30. Salamanca, 1963. Un
buen resumen de este texto es el que hace DÍAZ, E., en Pensamiento español en la era de Franco,
1 939-1975. Tecnos. Madrid, 1983, 126-129)
10
DUSSEL, E. Ética de la Liberación. Madrid. Trotta, 1998, 174 ss.
11
Es conocida la posición de R. Aron, para quien, siendo Tocqueville una de las figuras
más relevantes en los orígenes del pensamiento sociológico, no suele ser reconocido como tal.
«Tocqueville no figura de ordinario entre los inspiradores del pensamiento sociológico. Esta
falta de reconocimiento de una obra importante me parece injusta ». ARON, R., Les étapes de la
pensée sociologique. Paris. Gallimard, 1967, 223. El mismo Aron reconocerá que al «no leerse
a Tocqueville ni en la École Normale, ni en la sección filosófica de la Sorbona, comenzó a
estudiar a Tocqueville en 1950, ocupando ya la cátedra de Sociología». (ARON, R., «Tocqueville
retrouvé», en The Tocqueville revue/La Revue Tocqueville, vol. 1, n. 1-automne 1979, 8-23),
citado según la reproducción del artículo en el número monográfico de la misma revista que
recoge los mejores artículos de los 25 últimos años: Tocqueville et l´esprit de la démocratie.
The Tocqueville Review/La Revue Tocqueville. Sciences PO Paris Les Presses, 2005. Me parece
significativo el caso de SHELDON WOLIN, que apenas cita a Tocqueville en su obra (véase Política
y perspectiva. Continuidad y cambio en el pensamiento político occidental Buenos Aires.
Amorrortu, 1973, y que, en una reciente y voluminosa obra dedicada a Tocqueville, parece
querer resarcirse de su error, aunque, como comenta M. RICHTER, Wolin sólo busca criticar a
Tocqueville por conservador e incoherente. Véase «The deposition of Alexis de Tocqueville?,
en The Tocqueville Review, vol. XXIII, n. 2 (2002), 173-199, en donde Richter comenta la
obra de WOLIN, Tocqueville Between Two Worlds. The Making of Political and Theoretical Life,
Princenton Univ. Press, 2001. F., MÉLONIO, en su obra Tocqueville et les Français. Aubier Paris
1993, en el apartado dedicado al «retorno de Tocqueville» (pp. 271-293), da una explicación
plausible del «enigma» de su reciente reconocimiento y, refiriéndose al caso de Francia, dice
que dicho reconocimiento data de la posguerra y es posterior al redescubrimiento de su obra
en los países aplastados por el totalitarismo (obras de Croce, Mayer, etc.).
12
VELASCO, D., Fascismo social: políticas del miedo y servidumbre voluntaria. ¿Qué hacer?,
Universidad de Deusto, 2013.
13
ROSANVALLON, P., La sociedad de los iguales. Barcelona. RBA Libros, 2012. Entre otras,
cita la perversión liberal conservadora (reducción al mínimo de la igualdad, estigmatización
del obrero, criminalización de la pobreza y sus remedios represivos, legitimaciones
seudocientíficas de la desigualdad y su naturalización); el nacional-proteccionismo (entendido
más como filosofía social que como política económica: «la patria organizada» de la III
República francesa y su deriva colonialista, como sustitución del ideal democrático por
el de la igualdad negativa, el de la pertenencia a una misma comunidad de rechazo y de
distanciamiento); el racismo constituyente (que tiene en la segregación una nueva economía
de la distancia y de la desigualdad). Parece, pues, pertinente afirmar que en muchos aspectos
la gestión antidemocrática de la crisis nos está retrotayendo al siglo XIX. Ya que el siglo XX,
como sigue diciendo Rosanvallon, ha sido el que, en buena medida, ha pasado página a
estas perversiones y ha creado los Estados Providencia y, de la mano de la redistribución y
del sufragio universal, ha luchado contra la desigualdad. Este movimiento se hará a través
de tres grandes reformas: la institución del impuesto progresivo (impuesto-solidaridad o
impuesto-redistribución) que busca nivelar algo la situación y lucha contra la pobreza y la
marginación. La sociedad aseguradora rompe con la filosofía decimonónica del pauperismo
y deja de estigmatizar a los pobres. Se instaura un nuevo Estado social que se hace cargo
de seguros, pensiones, etc., superando el asistencialismo caritativo anterior. Asimismo, la
regulación colectiva del trabajo, mediante la legalización de los sindicatos, supuso una ruptura
con la visión liberal del contrato.
14
Rosanvallon muestra cómo la crisis de las instituciones de solidaridad, sobre todo del
Estado de Bienestar (EB), que se inicia en las últimas décadas del siglo XX, se ha acentuado
con la creciente imposición del modelo de Estado asistencial para las situaciones de
exclusión más sangrantes, pero con una visión decimonónica de la pobreza y de los pobres (la
exclusión se vincula a los comportamientos y decisiones individuales). La justicia se disocia
cada vez más de la solidaridad y los grupos de mayor riesgo serán los más penalizados.
Las instituciones y políticas de seguridad creadas en 1945 (que tuvieron más un carácter
pragmático que una buena fundamentación teórica de la igualdad) han ido dando paso a una
sorda deslegitimación del Estado providencia, comenzando por la cuestión fiscal (Reagan,
Thatcher). Se debilita el sentimiento de que hay una deuda social que saldar y se desplaza
la sensibilidad a lo ecológico y a las generaciones futuras más que a los pobres actuales.
También decrece el sentimiento social de solidaridad por un proceso de desobjetivación del
infortunio. La pobreza más que injusticia social vuelve a ser responsabilidad de los pobres.
Este cambio mental y cultural es clave para hacer plausibles los cambios todavía peores que
van a venir frente al todavía resistente Estado-social-redistribuidor, al que se sigue calificando
de depredador y cleptocrático..
15
TOCQUEVILLE, A. DE, El Antiguo Régimen y la Revolución. Madrid. Guadarrama, 1969,
19-21; «Encuentro entre los materialistas muchas cosas que me ofenden. Sus doctrinas me
parecen perniciosas y su orgullo me indigna: si su sistema pudiera servir de alguna utilidad
al hombre, me parece que sería solamente la de darles una modesta idea de sí mismos; pero
ellos no dejan ver que así sea, y cuando cree haber probado suficientemente que son brutos,
se muestran tan soberbios como si hubiesen demostrado que son dioses. El materialismo
es, en todas las naciones, una enfermedad peligrosa del espíritu humano, pero debe temerse
particularmente en un pueblo democrático, porque se combina maravillosamente con el
vicio más familiar del corazón de estos pueblos». DA, TII, 2ª parte, 502.
16
Ibid, 21-22
17
CHANIAL, P., «Honneur, vertu et intérêt. Les sociologies de l´association d´Alexis de
Tocqueville» en Cahiers internationales de Sociologie Vol. CXVII, jul-dec, 2004, 197-223.
18
Tocqueville, en «Lettre intérieure sur la situation intérieure de la France», 1843, ataca
la política represiva de Guizot y de los doctrinarios, simbolizada en la ley del 10 de abril de
1834 que era muy restrictiva del derecho de asociación. La situación, una década después se
agravó aún más. (ver CHANIAL, op. cit., 208, nota n. 2).
19
«Casi nunca se dice en Estados Unidos que la virtud es bella; se sostiene que es útil
y esto mismo se prueba todos los días… La doctrina del interés bien entendido no es nueva;
pero en los norteamericanos de nuestros días ha sido universalmente admitida y se ha
hecho popular; se la encuentra en el fondo de todas las acciones y brota a través de todos los
discursos. Por todas partes se halla, y lo mismo se encuentra en los labios del pobre que en
los del rico. « (DA T II, 2ª parte, cap. VIII. pp. 484-485)
20
“Es menester, pues, esperar que el interés individual se haga más que nunca el
principal móvil de los hombres, si no el único; pero nos resta saber de qué manera entenderá
cada hombre su interés individual». (DA, T II, parte 2ª , cap. VIII, p 486); “Cuando el gusto de
los goces materiales se desenvuelve en uno de estos pueblos con más rapidez que las luces y
los hábitos de la libertad, sobreviene un momento en que los hombres son arrastrados como
fuera de sí mismos , a la vista de estos nuevos bienes que van pronto a adquirir. Preocupados
por el solo cuidado de hacer fortuna, no ven el lazo estrecho que une la particular de cada
uno de ellos a la prosperidad de todos, y no hay necesidad de arrancar voluntariamente
a tales ciudadanos los derechos que poseen; pues los dejan escapar voluntariamente ellos
mismos. El ejercicio de sus deberes políticos les parece un contratiempo que los distrae de
su industria; y, si se trata de elegir a sus representantes, de prestar auxilio a la autoridad o
de discutir en común los negocios públicos, el tiempo les falta, porque no saben disiparlo
en trabajos inútiles. Estos son allí juegos de ociosos, que no conciernen a hombres graves
ocupados en los intereses serios de la vida. Tales personas creen seguir la doctrina del interés,
pero no se forman de ella sino una falsa idea, y para atender mejor a lo que llaman “sus
negocios” descuidan el principal, que es el ser simples dueños de sí mismos» (DA. T II, 2ª
parte, cap. XIV, 498-499).
21
WELCH, CH. B., «Tocqueville´s resistance to the social», History of European Ideas, 30,
2004, 83-107.
22
TOCQUEVILLE, «Sobre la cuestión del derecho al trabajo», en GIBERT, P., Igualdad social
y libertad política. Madrid. Magisterio español, 240-242.
y sus adversarios tan débiles? ¿A dónde vamos? Nadie podría decirlo; los tér-
minos de comparación nos faltan; las condiciones son más iguales en nuestros
días entre los cristianos, de lo que han sido nunca en ningún tiempo ni en nin-
gún país del mundo; así, la grandeza de lo que ya está hecho impide prever lo
que se puede hacer todavía»23.
Hoy podemos preguntarnos qué habría pensado Tocqueville de haber co-
nocido la enorme y creciente desigualdad que, a pesar de tanto tiempo trans-
currido desde que escribió su obra, sigue abriendo una brecha injustificable
desde todos los puntos de vista. ¿Lleva razón Tocqueville cuando apela a una
ley histórica y social que, lejos de ser una ficción o una utopía necesarias, es
un hecho social irreversible y universal.? Si nos fiamos de los análisis que cien-
tíficos sociales tan solventes, como los ya citados Piketti o Stiglitz, hacen de
nuestras sociedades, parece ser que Tocqueville se equivocó. La desigualdad ha
aumentado de forma significativa a lo largo de los dos últimos siglos y parece
que seguirá creciendo en el futuro, si no se toman medidas urgentes para atajar
la acumulación del capital en manos de unas minorías privilegiadas. Parece
como si Balzac que, en 1835, el mismo año en que Tocqueville escribió el pri-
mer volumen de La Democracia en América, escribía su novela El pobre Goriot,
en la que quiere mostrar que la desigualdad por motivos de herencia pervive
y predomina sobre la desigualdad generada con el ejercicio del trabajo pro-
fesional, siguiera cargado de razón. Hasta ahora, el ideal tocquevilliano de la
igualdad ha seguido vigente en el imaginario de nuestras sociedades que, más
allá de la evidencia empírica de la creciente desigualdad, se siguen reclamando
democráticas. Pero, ante la deconstrucción creciente de este imaginario bajo la
hegemonía del pensamiento neoliberal, cabe preguntarse si sigue teniendo vi-
gencia el alcance epistemológico y antropopolítico del principio igualitario tal
como lo entendía Tocqueville. El triunfante neoliberalismo no solo ha acabado
con el modelo keynesiano-fordista de regulación del capitalismo, sino que ha
impuesto una explotación y reproletarización de la fuerza de trabajo, que se
traducen como precarización social en la que únicamente puede sentirse razo-
nablemente seguro quien disfruta de las suficientes rentas del capital.
Recordemos que, para Tocqueville, la originalidad de las sociedades demo-
cráticas frente a las aristocráticas está en que, aunque en aquellas subsistan la
pobreza y la desigualdad, estas están deslegitimadas desde el principio igualita-
rio. En el horizonte de la conciencia social democrática, la igualdad y las posi-
ciones extremas de arriba y abajo, de riqueza y pobreza, sólo son «accidentes».
Cuando Tocqueville opone la «igualdad imaginaria» a la «desigualdad real»,
no sugiere que esta igualdad sea ficticia o ilusoria, sino todo lo contrario. Es el
imaginario de la opinión pública el que es el principio generador de las socie-
dades democráticas. Aunque Tocqueville no dice que este imaginario acabará
trayendo la igualdad real, todo su análisis sugiere que debería ser así y que los
23
DA Introducción, 33
24
C. LÉFORT, en un breve y magnífico artículo, sobre la amenaza que supone la opinión
pública democrática sobre el pensamiento, subraya los dos polos de esta visión tocquevilliana
trágica del proceso democrático. Tras afirmar que estamos ante un razonamiento que no
es vicioso, ya que la igualdad de condiciones es el rasgo característico del estado social,
irresistible e irreversible, por lo que sería irracional condenarlo, dice así: «La primera razón
que lo prohíbe es que la desigualdad de condiciones en otro tiempo considerada natural
se revela ahora como contraria a la naturaleza. Sin embargo, el bien y el mal se tocan,
porque la igualdad de condiciones hace nacer el sentimiento de que no hay un punto de
diferencia justificable entre los hombres y, por tanto, el deseo de la igualdad real. Ahora
bien, proyectada en lo real, la igualdad aparece como imaginaria. Sin duda, Tocqueville
evoca un momento en su Introducción el camino hacia un estado social completamente
igualitario: “¿Sería sabio creer que un movimiento social que viene de tan lejos podría ser
suspendido por los esfuerzos de una generación? ¿Puede pensarse que, después de haber
destruido el feudalismo y vencido a los reyes, la democracia reculará ante los burgueses y
los ricos?”. Pero la fórmula no parece estar construida más que para aterrorizar (el término
está adelantado algunas líneas antes para calificar el sentimiento religioso que le inspira el
movimiento social) a quienes, ignorando los retos del presente, no sueñan con acomodarse a
las exigencias de la democracia. Por otro lado, su pensamiento se entrega cuando cuestiona
que pueda borrarse jamás la distancia que separa al pueblo de la elite, o cuando declara que :
“las instituciones democráticas despiertan y halagan la pasión de la igualdad sin poder jamás
satisfacerla enteramente. Esta igualdad completa se escapa todos los días de las manos del
pueblo en el mismo momento en que cree retenerla, y huye, como dice Pascal, con una huída
eterna» (DA, T I, 2ª parte, cap. V. :214-215). LÉFORT, C., «La menace qui pèse sur la Pensée»,
en The Tocqueville Review/La Révue Tocqueville. Vol. XVIII, 1997. 1, 29-35 ; reproducción en
el número de 2005, 298-299.
25
DA T.II, parte 3ª, cap. 5, 533. La forma en que Tocqueville formula este radical cambio
que el espíritu democrático introduce en las relaciones humanas y que tantas virtualidades
sociogenéticas conlleva, como lo han mostrado los republicanistas al desarrollar el concepto de
libertad como no dominación, me recuerda la otra figura paradigmática de la fenomenología
del espíritu hegeliana que se ha hecho imprescindible en el pensamiento moderno.
26
MANENT, P., Tocqueville el la nature de la démocratie, Julliard, Paris (1982),p. 55.
27
SIMONE, R., «Cómo fracasan las democracias». Claves de Razón Práctica. (2014) n. 236.
28
DA, T.I. 1ª parte, cap. III, 72-73; Para abundar en esta convicción de Tocqueville,
recomiendo al lector la lectura del cap. I de la parte 1ª del tomo II, titulado «Por qué razón
los pueblos democráticos muestran un amor más vehemente y más durable hacia la igualdad
que a favor de la libertad», que algún autor ha considerado, junto con la Introducción, lo más
importante de la DA
29
«Yo miro como impía y detestable esta máxima de que la soberanía del pueblo tiene
derecho hacer todo y, sin embargo, sitúo en las voluntades de la mayoría el origen de todos
los poderes. ¿Estoy en contradicción conmigo mismo?» (DA, TI, cap. VII, 257).
30
Una postura de moderado optimismo es la que sostiene E. GARZÓN VALDÉS, que
exige, en primer lugar, conocer los argumentos del pesimista respecto a la «enfermedad
republicana», como llamaba Tocqueville al dominio de la mayoría, (complejidad de las
decisiones políticas y creciente dificultad de su control; crecimiento correlativo de la actitud
de tutela de los gobernantes y del paternalismo jurídico-político, con el argumento de
que hay que superar la «incompetencia básica» y la «estupidez popular» para garantizar
la «infalibilidad popular»; lo poco que se toman en serio las restricciones constitucionales
en países que se autoproclaman democráticos; lo que ha llegado a su fin no es la historia
sino la política, que habría sucumbido ante las exigencias de la economía; además, otros
argumentos de carácter externo: la decadencia del estado nación; el creciente autoritarismo
internacional carente de transparencia y de control democrático; el 11-S y sus consecuencias,
etc.). Garzón Valdés cree que lo más prudente tal vez sea adoptar un moderado optimismo o
un pesimismo moderado, que es lo mismo, para alentar la esperanza de cumplir con un doble
deber: el de vigilancia estricta de las posibles vaciamientos de las instituciones democráticas
y el de pensar los ajustes que las democracias nacionales, consolidadas o no, requieren
para enfrentar los peligros que denuncia el pesimismo moderado. (Ver GARZÓN VALDÉS, E.,
«Optimismo y Pesimismo en la democracia», en Claves de Razón Práctica. Nº 131. Abril.
2003.)
31
Para un tratamiento más completo del tema, ver el ya citado VELASCO, D., «Tocqueville
(1805-1859), dos siglos después», de donde recojo algunos párrafos.
32
DA, T I, 1ª parte, 63-64: «Los norteamericanos confunden tan completamente en su
espíritu el cristianismo y la libertad, que es casi imposible hacerles concebir el uno sin la
otra; y no es entre ellos una de esas creencias estériles que el pasado lega al presente, que
parece menos vivir que vegetar en el fondo del alma», 292 ; ver, asimismo, 293 ss.
33
DA T. II, parte 2ª, pág., p. 405.
34
THIBAUT, P., «Roussseau-Tocqueville. Un dialogue sur la Religión», en The Tocqueville
Réview/La Revue Tocqueville, vol. XVIII, 1-1997: 47-95; número de 2005, 330-331.
35
Su primera reacción ante el Corán quedó contenida en una carta enviada a su primo
Luis de Kergorlay, en marzo de 1838: «La doctrina de que la fe salva, que el primero de los
deberes religiosos es obedecer ciegamente al profeta, que la guerra santa es la primera de
todas las buenas obras…, todas estas doctrinas cuyo resultado práctico es obvio, se hallan en
cada página y casi en cada palabra del Corán… Las tendencias violentas y sensuales del Corán
chocan de tal modo a la vista que no concibo que escapen a un hombre con sentido común.
(…) Mahoma ha ejercido sobre la humanidad un poder inmenso que creo, en definitiva, ha
sido más perjudicial que provechoso».
«Mahoma hizo bajar del cielo, y dispuso en el Corán, no sólo doctrinas religiosas, sino
máximas políticas, leyes civiles y penales y teorías científicas. El Evangelio no habla, por
el contrario, más que de las relaciones generales de los hombres con Dios y entre sí. Fuera
de ahí ni adoctrina ni obliga a creer nada. Solo por ello, entre otras mil razones, basta para
mostrar que la primera de estas dos religiones no será capaz de predominar en épocas de
luces y democracia, mientras que la segunda está llamada a regir en estos siglos y en todos
los demás». DA TII, 1ª parte, cap. V.:406
36
Refiriéndose a los efectos perversos que en Europa se derivan de la unión ilegítima
entre religión y política, dice así: «Los incrédulos de Europa persiguen a los cristianos como
a enemigos políticos, más bien que como a adversarios religiosos: odian la fe como la opinión
de un partido, mucho más que como una creencia errónea; y rechazan en el sacerdote menos
al representante de dios que al amigo del poder. En Europa, el cristianismo ha permitido que
se le uniera íntimamente a los poderes de la tierra. Hoy día, esos poderes caen, y está como
sepultado bajo sus restos. Es un cuerpo vivo al que se ha querido atar a cuerpos muertos:
cortad los lazos que los retienen, y volverá a levantarse. Ignoro qué habría que hacer para
devolver al cristianismo de Europa la energía de la juventud. Dios sólo lo podría; pero por lo
menos depende de los hombres dejar a la fe el uso de todas las fuerzas que conserva todavía».
DA T I , 2ª parte, p. 298.
37
En opinión de U. Beck, «hoy es decisiva para la supervivencia de la humanidad la
pregunta sobre si se puede sustituir la verdad por la paz». El autor dice que, dado que las
religiones instauran la fe como un distintivo absoluto y crean un abismo particular entre
creyentes y no creyentes; y dado que los dioses monoteístas y sus verdades absolutas establecen
categorías condenatorias y excluyentes, amenazando con una nueva era oscurantista, hay
que posibilitar un modelo de tolerancia interreligiosa, que no tenga como objetivo la verdad
sino la paz, y apuesta por él. Se trataría de una transición «del monoteísmo de la religión
hacia el politeísmo de lo religioso bajo el signo del “dios personal”». Una «tolerancia del
sincretismo» que evitaría los dos errores que, según Berger, a quien menciona citando, a
su vez, al filósofo japonés Nakamura, son el monoteísmo y el principio de contradicción de
Aristóteles. «Cualquier persona inteligente en Asia sabe que existen muchos dioses y que las
cosas pueden ser a la vez A y no A».
(BECK, U., «Dios es peligroso». El País, 12/01/2008)
38
DA, T I, 2ª parte: 290 ss. Ver VELASCO, D., «Tocqueville (1805-1859), dos siglos después»,
183-250, en especial, pp 231-240.
39
DA, Ibid., p. 90.
40
MANENT, P., Tocqueville et la nature de la democratie. Paris. Julliard, 1982, 130 ss.