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Uno de los ritos de esta fiesta de los Tabernáculos, o de las tiendas era llevar agua desde la

fuente de Siloé al templo, para derramar sobre el altar, pidiendo la lluvia. Se cantaban
mientras las palabras de Isaías 12, 3 “sacaréis aguas con el gozo de las fuentes de la
salvación”.
Había profecías relativas a la fiesta de los Tabernáculos y al templo: “En ese día manaran
aguas de Jerusalén, aguas vivas…, y reinará Yahvé y Yahvé será único.
Jesús va a mostrarse Nuevo Templo, “mayor que el templo” dice Mt. por medio de él se va
a lograr esas aguas vivas que compendian y sugieren los dones del Espíritu divino
El agua viva es el Espíritu y Jesús es el único dador del Espíritu. Lo que es a partir de su
muerte, llamada en Juan glorificación/elevación. En efecto, al morir Jesús, “entregó el
Espíritu”. No se dice “su espíritu” indicando que entregó su alma, sino “el Espíritu”
Si del templo iban a salir abundantes aguas, Jesús es en el evangelio de Juan el templo de
donde salen los torrentes de agua viva. Dios invita a participar de sus bienes, está
formulado, “los sedientos, ¡venid a las aguas! Aún los que no tenéis dinero (Is 55, 1) Jesús
está invitando de forma semejante a la búsqueda del Espíritu.
Quien tenga sed y crea en Jesús, que vaya a él y beba, porque de su interior, correrán ríos
de agua viva. Esa agua recibida de Jesús, se tornará tan abundante en el creyente que de
su interior brotaran ríos de agua viva.
Jesús proclama que ha llegado la hora en que van a brotar los ríos del Espíritu; hace esta
promesa del agua viva a la muchedumbre de "pobres", y pecadores que le seguían. Ya antes
había prometido lo mismo a una pobre pecadora, la samaritana: "el que beba del agua que
yo le daré, no tendrá jamás sed, pues se hará en él una fuente que salte hasta la vida
eterna" (Cfr. Jn 4, 14). No se trata, por tanto, de una promesa sólo para "selectos". Esta
"agua" es el Espíritu que Jesús daría como fruto de su muerte y resurrección. Todos
podemos llegar a sentir el burbujear de esta agua que recibimos el día del bautismo. Jesús
prometió el agua viva a los pobres, es decir, a los que no han disminuido todavía la sed de
Dios que hay en el fondo del corazón del hombre. "La sed que tengo no me la calma el
beber" escribía Machado.
Pidamos que el Espíritu Santo infunda en nosotros un intenso anhelo de ser santos para
mayor gloria de Dios y alentémonos unos a otros en este intento. Así compartiremos una
felicidad que en el mundo no nos podrá quitar”

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