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sabría nunca; no nos dejes…

La voz se ahogó en balbuceos. Al poco rato levantó la vista y masculló


entre
asustada y alegre:
—¡Se marchó! Pero, válgame Dios, quizá llegue demasiado tarde,
demasiado
tarde. Quizá no, quizá ha llegado a tiempo.
Se levantó y se quedó pensando, mientras estrechaba sus manos con
angustia. Un ligero escalofrío sacudió su cuerpo y exclamó, con la garganta
reseca:
—Que Dios me perdone, es terrible pensar en tales cosas, pero… ¡Señor, y
cómo estamos hechos, de qué manera más extraña estamos hechos!
Apagó entonces la luz, se deslizó con sigilo por el cuarto, se arrodilló junto
al fardo y palpó con las manos sus costados llenos de cantos, acariciándolos
amorosamente. En sus pobres ojos envejecidos había un brillo glotón. Cayó
en
varios accesos de ensimismamiento, y de vez en cuando parecía que volvía
en sí
y murmuraba:
—¡Si hubiésemos esperado! ¡Oh, si hubiésemos esperado un poco más y no
nos hubiésemos precipitado!
Mientras tanto, Cox había ido a su casa desde las oficinas y le había
contado
a su mujer todo lo relacionado con el extraño suceso. Ambos habían
intercambiado impresiones con ansiedad, y barruntaron que el difunto
Goodson
era el único hombre del pueblo capaz deson los cognitivos. El primero del grupo es
el modelo de

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