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Los mantuanos no eran siquiera, entre las clases privilegiadas, los más
poderosos dentro del complejo entramado político de la Colonia. El
control administrativo lo ejercían siempre funcionarios españoles,
manejando una sociedad para nada democrática que se diferenciaba por
el color de su piel: blancos, indios, negros libres o esclavos, y luego
mulatos, zambos, mestizos agrupados como pardos. A pesar de no ser
mayoría, los blancos tampoco eran tan iguales entre sí, no todos tenían
las mismas prerrogativas y muchas veces debían mostrar su “pureza de
sangre” para exigir sus derechos.
Los mantuanos no eran siquiera, entre las clases privilegiadas, los más
poderosos dentro del complejo entramado político de la Colonia. El
control administrativo lo ejercían siempre funcionarios españoles,
manejando una sociedad para nada democrática que se diferenciaba por
el color de su piel: blancos, indios, negros libres o esclavos, y luego
mulatos, zambos, mestizos agrupados como pardos. A pesar de no ser
mayoría, los blancos tampoco eran tan iguales entre sí, no todos tenían
las mismas prerrogativas y muchas veces debían mostrar su “pureza de
sangre” para exigir sus derechos.
Les tengo una mala noticia: la cocina mantuana no existe. Sí, como lo leen. No existe ni nunca existió, a pesar
de lo que han leído por ahí en la web o en la nube. El término mantuana, según Ángel Rosenblat, se emplea
por primera vez en 1752, en Caracas, derivado de “manto”, prenda que sólo las mujeres de los grandes
propietarios y nobles de la Colonia, cuya fortuna provenía de las haciendas de cacao que constituían la mayor
riqueza exportadora del país colonial, podían portar en la iglesia.
A finales del régimen colonial, la población de la Capitanía General de Venezuela era de 800.000 habitantes,
de los cuales unos 200.000 eran españoles americanos o criollos y, de ellos, no más de 1.200 (0,15%), podían
ser considerados mantuanos. Es aventurado entonces asignarle a tan minúsculo grupo un régimen alimentario
dominante por sobre el resto de los integrantes de su propia clase y, menos, de todo el país. Tenían privilegios
obviamente, como también lo tenían comerciantes, banqueros, funcionarios y gente de fortuna lícita o ilícita,
quienes de alguna manera accedían a los mismos ingredientes para montar la olla. sin que eso se reflejara en
una cocina conceptual y gustativamente unificada.
Más que cocina mantuana deberíamos hablar de la manera de comer de un minúsculo grupo social
privilegiado, cuya influencia mermó a comienzos del siglo XIX cuando el cacao dejó de ser la principal
explotación agrícola y prácticamente desapareció cuando la guerra de independencia y las revueltas federales
destruyeron la economía de la naciente república.
No hay registro de recetas ni documentos que hablen de cocina mantuana en su época. ¿Por qué? Por la
sencilla razón de que las damas mantuanas no cocinaban y las mujeres que cocinaban para ellas no sabían leer
ni escribir porque eran esclavas o indígenas que seguían vagas instrucciones de sus amos y, felizmente, no
hacían mucho caso de ellas y se aferraban a lo que habían aprendido de sus ancestros. Las indígenas no
abandonaron el maíz ni la yuca ni el picante y las cocineras que llegaron de España no renunciaron a la sazón
mora que durante siete siglos dominó parte de la península ibérica.
Esta cocina de élite no se impuso sobre la cocina popular campestre de las grandes mayorías, más bien ocurrió
lo contrario, la cocina campestre se enriqueció con el aporte exógeno que llegó transformado en aceitunas,
pasas, almendras, alcaparras, vinos, especias para condimentar y conservar la comida, frituras, dulces,
repostería, etcétera.
La única referencia escrita de cocina entre los siglos XVII y XVIII llegó en libros españoles y franceses cuyas
recetas trataron de imitar las primeras amas de casa, acomodándose a ingredientes locales, añorando
componentes importados, enseñando a sus cocineras la manera de prepararlas. Muchos de esos platos que hoy
llamamos criollos parten de las recetas de esos libros europeos.
Molesta encontrar escritos donde se dice que la cocina mantuana es la “esencia de la cocina venezolana” o “es
la cocina venezolana por tradición”. ¿Cómo puede atribuirse la identidad de una cocina a un grupo de sólo
cien familias? Obviamente la presencia en nuestra cocina de alimentos procesados o importados procedentes
de otras culturas desempeñaron un papel de sustitución y complementariedad importante, pero atribuir a un
grupo social la representación alimentaria de todo un pueblo que originalmente eran muchos pueblos, es
simplemente una exageración. Ignorancia crasa.