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Paul Sartre Más allá de la Muerte

El título nos presenta una cara de la moneda: volvámosla del revés o del derecho, es igual. Una
cara no ve a la otra, no se reconocerían entre sí. Más bien diríamos que se niegan o que la muerte
limita a la vida no más que aquélla a ésta. Sartre vivo señala, y por encima de cualquier otra
interpretación, a la Muerte. Vivo para nosotros, y suponemos que expresamos un contenido más
allá de la Vida, en esa tensión sostenida entre los dos polos de atracción, pulso constante y eterno.
Está más allá de la muerte y más cerca de la vida, paradójicamente. Pero también expresa el
rechazo profundo a la existencia no recuperable por ninguna Institución declarada, a la vez que
nos indica el lugar exacto, el campo de pruebas del pensamiento contemporáneo, el humus del
saber cotidiano de tres cuartos de siglo. No el saber persiguiendo la absoluta Verdad, sino aquel
pensamiento fugaz, de vivas estrellas, que se enfrenta a los hechos. Si la verdad reside en la fusión
del proyecto y la realización del acto, Sartre vivo adquiere a nuestros ojos otro sentido: vivo entre
nosotros, se sitúa en esa parte del cerebro donde el individuo es el protagonista, fuera del alcance
de la vista, en otra región, pero no en otra galaxia y ni siquiera fuera del mundo. Tampoco como
horizonte siniestro o puro, he ahí el malentendido; vivo, a poco de nombrarlo es uno de los
nuestros, hombre entre hombres; muerto, la Muerte recorre como un cometa el espacio negro y
toca al hombre mismo. Nos queda sólo la obra, obra esparcida, dispersa, entretejida de angustia y
de esperanza, de ternura y de pasión, de aventuras y de odios, de búsquedas y de proyectos, de
acciones y pensamientos; un cerebro en curso enredado dialécticamente, una obra que es una
coordenada cruzando a otras múltiples.

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