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E1 rostro de John de Gilles me causó una sensa-


ción extraña. Pequeño y redondo, de su mentón cuida-
dosamente rasurado pendía una papada fina y alargada
que, pese a su aspecto blanquecino, me recordó el as-
pecto de un urogallo. Sobre su frente, un tanto abomba-
da, se erguía con la altivez de una cresta un mechón de
cabello grisáceo.
-Bienvenido, Marion -dijo John de Gilles con
tono seco-. ¿Cómo fue todo por Inglaterra?
-Magnífico, magnífico -respondió Blacksto-
ne con un tono de voz que me pareció impregnado de un
cierto nerviosismo.
-Bien. Ya tendremos ocasión de hablar sobre
ello en los próximos días. Si últimamente he estado es-
perando con premura vuestro regreso es por un proble-
ma que surgió la semana pasada ... Disculpad. Supongo
que desearéis vino ...
Sin esperar a que Blackstone le respondiera, John
de Gilles dio dos palmadas y un sirviente cuya piel presen-
taba un color intensamente negro apareció con una bandeja
en la que reposaban una jarra y varias copas. Con gesto ~e-
finado, 1a depositó sobre una mesita y comenzó a escanciar
el vino. Denegué con un gesto de cabeza la copa que me
ofreció y clavé mis ojos en John de Gilles. Éste esperó a
que Blackstone tragara el ansiado licor y sólo entonces co-
menzó a hablar con un tono pausado y tranquilo:
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-En primer lugar debo d .
'
traremos en combate con una eciros q
. nunc ue
funa Pro e
. nto
. -¿Nunca vista? -pre untó ª vista. n-
non de Blackstone. g sorprendido M
-Claro, claro -dijo De Gill . a-
beza-. Habéis estado fuera y dese es, sacudiendo la ca
.d . onocéis lo -
ced1 o en este tiempo. que ha su- 1

. Se acarició suavemente el mentón hi


sa. Fmalmente, volvió a tomar la palabr/ zo una pau-
-Voy a evitar los detalles De m.
ta con saber que ante la imposibiÚdad d omento os bas-
1" 1 R. e tomar Jerusa
en, e rey ic.ardo ha ac~pta~~ _últim~mente la osibi .:
dad de conclmr una tre~a,__C(?_!l) os infieleS~- - _p h ·
. -¡~o puede ser! --exclffinó-Blackstone con gest 0
de 1ncreduhdad.
-No se trata de que pueda ser, sino de que así es
-afirmó De Gilles.
-¡ Pero eso significa el final de nuestra empresa,
el fracaso de lo que nos trajo aquí, la derrota de nuestras
intenciones_! --exclamó irritado Blackstone-. ¿De qué
habrán servido entonces todos nuestros esfuerzos?
-Sosegaos, Marion -dijo calmadamente De Gi-
lles-. Nuestro deber es obedecer a nuestro señor en todo.
Además, las cosas no están tan claras como puede parecer
a primera vista. Uno de los problemas má~_esp~~-~
e~_
hay _que solventar con 1os-mfiefes-·es ~e J~rision_ero~.
Ricardo desea que se ponga en libertad sin~ ~ ocios
_los cautivos cristianos y Salacl1no-es-tiac-tuan~ ~~ ~a ~a-
nera más correosa posible. En los últimos illas fa vida de
cualquierv illano ha adquirido un valor impensable. · · tentara
John de Gilles hizo una pausa como ·81ficante
m
pu-
. · · 1
desentrañar el secreto de que alguien 1ns1gm
diera valer una cantidad importante. . siones
ta8
-El caso es que en medio de eS di_sdcu un se~
. ha produc1 o
para evaluar lo que vale un cautivo se . a darna
6
cuestro. Hace apenas un par de días desapare~_:1~- -
29

g~e_fonnaba parte del séquitº_regio, µna tal Beatriz de ... no


sé qué lu~ .
- -¿ Y? -preguntó Blackstone.
-Bueno, al parecer, se trata de un secuestro di-
rigido a ofender a nuestro señor, a humillarle poniendo
de manifiesto que son los infieles los verdaderos dueños
de esta tierra y que siempre que lo deseen pueden captu-
rar a quienes quieran. En mi opinión, la muchacha no
vale realmente ni un par de monedas de cobre, pero el rey
Ricardo está furioso por lo que considera una grave ofensa
contra él.
-No me extraña -interrumpió airado Marion-.
Si yo fuera él ordenaría ahora mismo que se degollara a
todos los infieles que pueblan nuestras ciudades y luego
marcharía al encuentro de Saladino.
-Sí, no dudo de que si vos fuerais Ricardo lo ha-
ríais --comentó calmadament e De Gilles-. Sin embar-
go, él tiene otras intenciones. Ha decidido apurar la últi-
ma posibilidad de concluir una paz. Si los infieles le
devuelven a la tal Beatriz de ... lo que sea en un plazo de
tres días, pasará por alto lo sucedido como si jamás hu-
biera tenido lugar. ]¿e hec~9~ ha tomado la decisión
-~e enviar a un caballero para establecer contacto con los
hombres de Saladino y negociar ef"rescate de la dama.
-¿Quién es ese caballero? -preguntó sorpren-
dido Marion de Blackstone.
-Martín de Vladic -respondió John de Gilles
con apenas un hilo de voz.
-¿Martin de Vladic? -gritó irritado Blacksto-
ne, mientras levantaba los brazos por el aire-. ¿Ese re-
negado, ese hereje, ese infiel peor que un mahometano?
¿A quién se le ha ocurrido semejante majadería?
. -Es el propio Ricardo el que ha tomado la deci-
sión -respondió calmadamente De Gilles-. Bien mira-
do, no resulta tan difícil de comprender. Martin de Vladic
es uno de los pocos caballeros que puede entenderse a la
..J V

erfección con los infieles hablando en su prop1a .


P l
No creo que pueda expresarse en menos de 01 d' engua .
.d. h e ta d0c
de los infernales 1 tomas que e apurrean los pa ena
-Si hay algo que no comprendo de e!ªnos...
es cómo ese miserable todavía no ha sido expu~ cruzada
deshono r-dijo con evidente ira Blackstone. sacto con
-¿ Quién podría hacerlo, querido Mario ?
. C d 1 n. --se-
ñal ó De Gtlles-. uan o e emperador Federico se abo ~
en el torrente Salef fue uno de de los pocos cabali go
. . ,. . eros
del Impeno que no regreso a sus tierras. Sólo su señor
feudal o el nuevo emperado r podrían desposeerlo de su
.
título, pero me temo que tienen preocupaciones más im-
portantes. Por lo que se refiere al rey Ricardo, no es que
guste mucho de él, pero reconoce que· es bravo, que actúa
con astucia y, sobre todo, le agrada que sea uno de los es-
casísimos caballeros no ingleses que aún permanece en
Tierra Santa. Esa circunstancia le pennite afinnar que nues-
tra guerra es realmente una cruzada de toda la Cristian-
dad contra los infieles.
El gesto de Marion se había ido agriando a me-
dida que escuchaba las palabras de John de Gilles, pero
por la forma en que fruncía los labios me pude percatar de
que no había manera de discutir su exactitud. Había escu-
chado seguramente una realidad desagradable pero que
parecía innegable. El caballero Martin de Vladic era u~
hereje, un pagano incluso, pero no resultaba fá~il librar·
-se oe -é· • --·------- ·--
___-----Per o encomendarle una misión de tanta relevan·
cia. ·· -protestó con voz teñida de amargura Blackst00e-·
¿No había otros caballeros mejores en nuestras filas? E
-Sin duda que sí -conced ió De Gilles- cab,t . ,~
.
realidad, lo que a mí me costaría es encontrar un
llero peor que Martin de Vladic. b'ó afa·
1
Blackstone sacudió la cabeza molesto. Be .dO'
nos amente una nueva copa de vino y, tras eru ctar rut
samente, dijo:
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-¿ y cuándo se supone que Martin deberá aban-


donar el campamento?
-Lo hubiera
,, hecho de buena gana ayer mism o,
pero anda a 1a busqueda de un criado que pueda acom-
pañarle. El que tenía ...
-¿Aquel viejo despistado? -interrumpió des-
pectivamente Marion de Blackstone.
-Sí. Ese mismo -respondió fríamente De Gi-
lles-. Contrajo unas fiebres y se puso muy enfermo. Mar-
tin de Vladic se tomó la cuestión de una manera exage-
rada, como suele ser habitual en él. Se dedicó a cuidarle
personalmente y se mantuvo a su lado hasta después de
que resultó claro que no se curaría.
Me quedé sorprendido al escuchar que un caba-
llero, por raro que fuera, se había dedicado a cuidar a un
criado. Ciertamente, el tal Martin de Vladic debía de ser
un sujeto extraño. Comenzaba a pensar en ello cuando
me distrajo el que continuara la conversación entre John
de Gilles y Marion de Blackstone.
-Quizá esperaba un milagro... -se burló con
una media sonrisa Blackstone.
-En Martín de Vladic todo es posible. Pero si es-
peraba una intervención directa de Dios seguramente de-
bió de sentirse decepcionado. Ayer mismo enterró per-
sonalmente a aquel viejo. Una vez que encuentre quien
le sustituya, abandonará el campamento para cumplir su
misión.
Una lucecilla se encendió en los ojos acuosos de
Blackstone que, como siempre, divagaban por distintas
zonas de la estancia. Sin mirar a John de Gilles, abrió la
boca y dijo en tono susurrante:
-Tengo la sensación de que pronto va a solu-
cionar su problema. .
-No será fácil -repuso John de Gilles-.. Nadie
correría voluntariamente el riesgo de servir a alguien tan
poco querido.
32

Pensé que John de Gilles ten'


baba de declf. . ., la razón e l
¿Quien en sus cabales , n o que .
. . d 1 . Podna
al serv1c10 e a gu1en que era calificad d desear entr aca.
. . . o e here1· ar
otros caballeros, que n1 s1qu1era era inglés e Par los
rebajaba hasta el punto de cuidar pers Yalque además se
. . .
siervo vteJo y monºbundo? Desde luego nact· on mente d
e un
. . . , le que estu .
ra en su sano JU1c10. v1e-
. -Me parece que yo sé quién va a s
. d ~ ct· , er su próxi
mo cna o -ana 10 con una enigmática sonrisa Mar· -
de Blackstone. ion
Me quedé sorprendido al escuchar esas palab
ras.
El amigo de mi hermano Edward podía ser valiente y
aguerrido, pero no me daba la impresión de que además
fuera un pronosticador de ~contecimientos futuros tan
difíciles de desentrañar como aquél. Lo mismo -o algo
simila r- debió de pensar John de Gilles. Levantando su
ceja derecha en gesto interrogador, dijo:
-¿Ah, sí? ¿Y quién será, si es que puede s_aberse?
Marion de Blackstone sonrió, miró por un mstante
a John de Gilles y después extendió su brazo der~ho.
-Él -dijo con una satisfacción nada d1s1mulada.
Sobrecogido, me percaté de que el índice de Black·
stone señalaba en mi dirección.

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