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Novenario

por los difuntos


Dirigido por los fieles laicos
Mientras diariamente como creyentes, con fe y humildad, vamos celebrando
la victoria de la muerte y resurrección de Cristo, tenemos honda esperanza y
suplicamos en nuestras oraciones que el Señor tenga misericordia y perdo-
ne los pecados de los difuntos, los purifique totalmente, les permita partici-
par de la eterna felicidad y los resucite gloriosamente al final de los tiempos.
Animados y fortalecidos, entonces, por esta fe y confianza en el Señor resuci-
tado, estamos seguros que nuestras oraciones, por los méritos de Jesucristo,
son una ayuda eficaz para nuestros difuntos y para cada uno de los cristianos
que necesitamos de la fortaleza cristiana y compañía segura de Jesús para
continuar nuestro caminar en la fe.

Es por esto que, teniendo presente la costumbre del novenario por los difun-
tos, el Departamento de Liturgia, del Secretariado Permanente del Episco-
pado Colombiano, presenta el siguiente esquema1 para la celebración
comunitaria de la fe en los momentos concretos de la partida de un ser que-
rido y que puede ser dirigido por los fieles laicos.

Signo que aviva la fe de los presentes: En el lugar más conveniente organi-


zar un pequeño altar con su mantel para colocar allí, con respeto y devoción,
el crucifijo, la Sagrada Biblia, un arreglo floral y una veladora que debe ser
encendida con precaución y seguridad.

Antes o después de cada día de la novena puede rezarse el Santo Rosario.

1 Cfr. Conferencia Episcopal de Colombia, Departamento de Liturgia SPEC. (2011). Ritual de


las Exequias (pp. 308-335, 222-229, 234-247).
Día
Primero
Canto inicial

En Dios pongo mi esperanza y confió en su palabra (Salmo 129)

1. Desde el abismo clamo a ti, Señor. / Señor, oye mi voz,


estén tus oídos atentos / a la voz de mi plegaria.

2. Si las culpas retienes, Señor, / ¿quién subsistirá?


Pero cerca de ti está el perdón / y así infundes respeto.

3. Espero al Señor, mi alma espera / en su Palabra confío,


espera mi alma al Señor, / más que el centinela la aurora.

4. Gloria a Dios Padre omnipotente / y a su Hijo el Señor


y al Espíritu que habita en nuestras almas, / por los siglos de los siglos.

Terminado el canto, todos se signan En el nombre del Padre...

Saludo
La gracia del Señor Jesucristo, quien con su presencia salvadora nos llena de con-
suelo y de paz, esté siempre con todos nosotros.

R. Bendito sea Dios, quien nos reúne en el amor de Cristo

Monición

El que dirige la celebración hace la siguiente monición

Hermanos y hermanas:
Si creemos que Jesucristo murió y resucitó,
confiemos también que Dios nuestro Padre,
por su Hijo, tomó consigo a nuestro (a) hermano (a) N., quien duerme en Cristo.
Este duelo nos recuerda que no podemos vivir en las tinieblas del pecado,
ya que la muerte nos puede sorprender de improviso.
Nuestra vida, tiene que ser conforme con lo que somos: hijos de la Luz;
velemos, pues, y vivamos según las exigencias de nuestro bautismo.
Unámonos ahora en oración e invoquemos la misericordia de Dios
para con nuestro(a) hermano(a) N.

Oración en silencio
Lectura de la Palabra de Dios
El que va a leer el Evangelio, toma la Sagrada Biblia y, omitiendo el saludo, dice solamente
Lectura del santo Evangelio según san Mateo 5,1-12ª

Luego proclama el Evangelio

Al ver la multitud, Jesús subió a la montaña, se sentó,


sus discípulos se le acercaron.
Entonces tomó la palabra y comenzó a enseñarles, diciendo:
«Dichosos los que tienen espíritu de pobres,
porque el Reino de los cielos es para ellos.
Dichosos los que sufren, porque serán consolados.
Dichosos los humildes, porque heredarán la tierra.
Dichosos los que tienen hambre y sed de la justicia
porque quedarán satisfechos.
Dichosos los misericordiosos, porque obtendrán misericordia.
Dichosos los limpios de corazón, porque verán a Dios.
Dichosos los que trabajan por la paz, porque se llamarán hijos de Dios.
Dichosos los perseguidos por practicar la justicia,
porque el Reino de los cielos es para ellos.
Dichosos ustedes cuando los insulten,
persigan y calumnien de cualquier modo por mi causa.
Alégrense y regocíjense, porque tendrán una gran recompensa en el cielo.»

Acabado el Evangelio, el que lo proclama dice


Palabra del Señor

Todos aclaman
Gloria a ti, Señor Jesús

El salmista proclama el salmo y los presentes intercalan la debida respuesta


Salmo 23(22)1-3a.3b-4.5.6(R. 1.6.4b)

V/. El Señor es mi pastor, nada me falta

El Señor es mi pastor, nada me falta


en verdes praderas me hace recostar;
me conduce hacia fuentes tranquilas
y repara mis fuerzas. R.

Me guía por el sendero justo,


por el honor de su nombre.
Aunque camine por cañadas oscuras,
nada temo, porque tú vas conmigo:
tu vara y tu cayado me sosiegan. R.

Me convidas, Señor, a tu mesa


a la vista de mis enemigos;
me unges la cabeza con perfume,
y mi copa rebosa. R.

Tu bondad y tu misericordia me acompañan


todos los días de mi vida,
y habitaré en la casa del Señor
por años sin término. R.

Luego de proclamar el salmo, quien dirige la celebración, lee la siguiente reflexión

San Juan Pablo II supo bien de cerca convivir con la enfermedad, especialmente en
la parte final de su vida. Aunque su juventud no fue nada fácil, ya que perdió a sus
dos hermanos y a sus padres, en un periodo relativamente corto de tiempo, además
del periodo de guerra que le tocó vivir en su país. De esta profunda experiencia el
Santo Padre nos dijo:

“Vivir para el Señor significa también reconocer que el sufrimiento, aun siendo en
sí mismo un mal y una prueba, puede siempre llegar a ser fuente de bien. Llega
a serlo si se vive con amor y por amor, participando, por don gratuito de Dios y por
libre decisión personal, en el sufrimiento mismo de Cristo crucificado. De este
modo, quien vive su sufrimiento en el Señor se configura más plenamente a Él y se
asocia más íntimamente a su obra redentora en favor de la Iglesia y de la humani-
dad” (Encíclica ‘Evangelium Vitae’, 25 de marzo de 1995, núm. 67).

Oración de los fieles


El que dirige la celebración

Oremos juntamente a Dios nuestro Señor, de quien es propio perdonar y tener


misericordia, y llenos de esperanza, digámosle:

R. Padre bueno, escúchanos

- Concede a nuestro (a) hermano (a) N., la eterna felicidad.


- No le tengas en cuenta sus pecados ni sus debilidades.
- Consuela a quienes peregrinamos en este mundo y que ahora sufrimos con la
muerte de nuestro (a) hermano (a) N.
Pueden hacerse otras intenciones personales...

El que dirige la celebración

Oremos ahora juntamente a Dios nuestro Padre con la plegaria que nos enseñó
nuestro hermano, Jesucristo. Digamos con fe: Padre nuestro...

Dios, Padre omnipotente, que con la Cruz de tu Hijo nos has fortalecido y con su
Resurrección has marcado nuestra vida; concede a tu siervo (a) N., que libre de la
muerte, sea agregado (a) a la asamblea de tus elegidos. Por Jesucristo nuestro Señor.
R. Amén.

Conclusión
V. Concédele, Señor, el descanso eterno (tres veces)
R. Y brille para él (ella) la luz perpetua

V. Nuestro (a) hermano (a) N., y todos los fieles difuntos, por la misericordia de Dios,
descansen en paz.
R. Amén

Todos se signan
En el nombre del Padre...

Día
Segundo
Canto inicial
En Dios pongo mi esperanza y confió en su palabra (Salmo 129)

1. Nos hallamos aquí en este mundo. / este mundo que tu amor nos dio:
más la meta no está en esta tierra / es un cielo que está más allá.

Coro

Somos los peregrinos que vamos hacia el cielo:


la fe nos ilumina, nuestro destino no se halla aquí.
La meta está en lo eterno, nuestra patria es el cielo,
la esperanza nos guía y el amor nos lo entreabre ya.

2. Caravana que va por el mundo / como el pueblo de Dios en destierro,


pero en busca a través del desierto / de otra tierra que Dios prometió.
Terminado el canto, todos se signan En el nombre del Padre...

Saludo

EI Dios y Padre de nuestro Señor Jesucristo, quien nos ha bendecido con toda clase
de bendiciones espirituales en Cristo, nos dé su paz y consuelo.
R. Bendito sea Dios, Padre de nuestro Señor Jesucristo.

Monición

El que dirige la celebración hace la siguiente monición

Hermanos y hermanas:
El cristiano vive como peregrino en la tierra, esperando que su muerte será el paso
a una nueva vida, donde libre de pecado, glorifique sin fin al Padre por Cristo. Por
eso la muerte no es un término, sino un tránsito, un día resplandeciente, iluminado
con los fulgores de la resurrección.
Unámonos en la oración para pedir por nuestro (a) hermano (a) N.
Oración en silencio

Lectura de la Palabra de Dios


El que va a leer el Evangelio, toma la Sagrada Biblia y, omitiendo el saludo, dice solamente
Lectura del santo Evangelio según san Mateo 11, 25-30

Luego proclama el Evangelio

En cierta ocasión dijo Jesús: «Te alabo, Padre, Señor del cielo y de la tierra, porque si
ocultaste estas cosas a los sabios y los entendidos, las revelaste a los pequeños. Si,
Padre, porque así tuviste a bien disponerlo.

Todo me lo entregó mi Padre, y nadie conoce al Hijo sino el Padre, así como nadie
conoce al Padre sino el Hijo y aquel a quien el Hijo se lo quiera revelar. Vengan a mí
todos los que están rendidos y agobiados, que yo los aliviare. Carguen sobre ustedes
mi yugo y aprendan de mí, porque soy paciente y humilde de corazón y así encon-
trarán alivio. Porque mi yugo es llevadero y mi carga liviana.»

Acabado el Evangelio, el que lo proclama dice


Palabra del Señor

Todos aclaman
Gloria a ti, Señor Jesús
El salmista proclama el salmo y los presentes intercalan la debida respuesta
Salmo 25 (24) 6. 7bc. 17.18.20. 21 (R.1.6.3a)

V/ A ti, Señor, levanto mi alma

Recuerda, Señor, que tu ternura


y tu misericordia son eternas;
acuérdate de mí con misericordia,
por tu bondad, Señor. R.

Ensancha mi corazón oprimido


y sácame de mis tribulaciones.
Mira mis trabajos y mis penas
y perdona todos mis pecados. R.

Guarda mi vida y líbrame,


no quede yo defraudado de haber acudido a ti.
La inocencia y la rectitud me protegerán
porque espero en ti. R.

Luego de proclamar el salmo, quien dirige la celebración, lee la siguiente reflexión

San Juan Pablo II en la Basílica del Pilar en Zaragoza, España, en el encuentro con los
enfermos dijo:

“Vosotros que vivís bajo la prueba, que os enfrentáis con el problema de la limita-
ción, del dolor y de la soledad interior frente a él, no dejéis de dar un sentido a esa
situación. En la cruz de Cristo, en la unión redentora con El, en el aparente fracaso
del Hombre justo que sufre y que con su sacrificio salva a la humanidad, en el valor
de eternidad de ese sufrimiento está la respuesta. Mirad hacia Él, hacia la Iglesia
y el mundo y elevad vuestro dolor, completando con El, hoy, el misterio salvador
de su cruz” (6 de noviembre de 1982).

Oración de los fieles


El que dirige la celebración

Invoquemos al Dios de toda misericordia, quien mandó salir de este mundo a su


siervo (a), nuestro (a) hermano (a) N., y digámosle:
R. Escúchanos, Padre santo

- Por la intercesión de todos los santos, que gozan de ti en el cielo, lleva misericor-
diosamente a tu siervo (a) N., a la eterna bienaventuranza.
- Por las súplicas de tu Iglesia, que peregrina en la tierra, abre a nuestro (a) her-
mano (a) N., las puertas de la Iglesia triunfante.
- Por tu infinita misericordia dígnate consolarnos y reunirnos en el esplendor de
tu gloria.
Pueden hacerse otras intenciones personales...

El que dirige la celebración

Conscientes de nuestra dignidad de cristianos, oremos con fe y con esperanza a


nuestro Padre del cielo. Digamos entonces: Padre nuestro...

Padre de las luces, acoge benigno a tu hijo (a) N., y a nosotros concédenos encontrar
la luz en medio de las tinieblas, y la fe en la duda y en los peligros; y ya que nos con-
suelas en todas nuestras tribulaciones, concédenos poder consolar a los atribulados
con el consuelo que de ti recibimos. Por Jesucristo nuestro Señor.
R. Amén.

Conclusión
V. Concédele, Señor, el descanso eterno (tres veces)
R. Y brille para él (ella) la luz perpetua

V. Nuestro (a) hermano (a) N., y todos los fieles difuntos, por la misericordia de Dios,
descansen en paz
R. Amén

Todos se signan
En el nombre del Padre...

Día
Tercero
Canto inicial

¡Resucitó, resucitó, resucitó, aleluya! / ¡Aleluya, aleluya, aleluya, Resucitó!

1. La muerte, ¿dónde está la muerte? / ¿dónde está mi muerte? / ¿dónde su victoria?


2. Gracias sean dadas al Padre, / que nos pasó a su reino, / donde se vive de amor.
3. Alegría, alegría y paz hermanos, / que, si hoy nos queremos, / es que resucitó.
4. Si con él morimos, / con él vivimos, / con él cantamos: / ¡Aleluya!

Terminado el canto, todos se signan En el nombre del Padre...


Saludo

La gracia de nuestro Señor Jesucristo, el amor del Padre, que nos reúne en una gran
familia, y nos da paz en el Espíritu, estén con nosotros.
R. Bendito sea Dios, quien nos reúne en el amor de Cristo.

Monición

El que dirige la celebración hace la siguiente monición

Hermanos y hermanas:
Al reunirnos en esta tarde (noche) para orar por nuestro (a) hermano (a) N., recorde-
mos una vez más que Dios es amor y vida, y también nuestro único consuelo. Por eso
con espíritu de fe encontramos ahora esperanza, y este acontecimiento triste se
ilumina y adquiere otra perspectiva: así como Cristo resucitó, también nuestro (a)
hermano (a) resucitará y nosotros nos encontraremos un día en la casa del Padre, en
compañía de María y todos los santos. Unámonos con oración y pidamos por nuestro
(a) hermano (a) N., por sus familiares y amigos.

Oración en silencio

Lectura de la Palabra de Dios


El que va a leer el Evangelio, toma la Sagrada Biblia y, omitiendo el saludo, dice solamente
Lectura del santo Evangelio según san Mateo 25,1-13

Luego proclama el Evangelio

En Jerusalén dijo Jesús a sus discípulos esta parábola:


«Con el Reino de los cielos va a suceder lo que sucedió con diez doncellas
que fueron con sus lámparas a recibir al esposo.

Cinco de ellas no fueron precavidas y las otras cinco sí.


Las que no fueron precavidas tomaron sus lámparas, pero no llevaron aceite,
mientras que las precavidas llevaron aceite en sus vasijas, junto con las lámparas.
Como el esposo se demoraba, a todas les dio sueño y se quedaron dormidas,
A medianoche se oyó un grito: ‘¡Ya llega el esposo, salgan a recibirlo!’
Entonces las doncellas se despertaron y prepararon sus lámparas.
Las que no habían sido precavidas dijeron a las otras:
‘Ya se nos están apagando las lámparas; ¿no pueden darnos un poco de aceite?’
Las precavidas les respondieron:
‘No nos va a alcanzar para todas. Es mejor que vayan a la tienda a comprarlo’.
Y mientras iban a comprarlo, llegó el esposo: las que estaban preparadas
entraron con él al banquete de bodas, y se cerró la puerta.
Después llegaron las otras doncellas y dijeron:
‘¡Señor, señor, ábrenos!’
Pero él respondió:
‘Les aseguro que no las conozco’.
Permanezcan, pues, en vela, porque no saben el día ni la hora»

Acabado el Evangelio, el que lo proclama dice


Palabra del Señor

Todos aclaman
Gloria a ti, Señor Jesús

El salmista proclama el salmo y los presentes intercalan la debida respuesta


Salmo 27(26),1.4.7+ 8b+ 9a 13-14 (R. 1a o 13)

V/ El Señor es mi luz y mi salvación

El Señor es mi luz y mi salvación


¿a quién temeré?
El Señor es la defensa de mi vida,
¿quién me hará temblar? R.

Una cosa pido al Señor,


eso buscare;
habitar en la casa del Señor
por los días de mi vida;
gozar de la dulzura del Señor
contemplando su templo. R.

Escúchame, Señor, que te llamo,


ten piedad, respóndeme.
Tu rostro buscaré, Señor,
no me escondas tu rostro, R.

Espero gozar de la dicha del Señor


en el país de la vida,
Espera en el Señor, sé valiente,
ten ánimo, espera en el Señor. R.

Luego de proclamar el salmo, quien dirige la celebración, lee la siguiente reflexión

En la Encíclica ‘Redemptor Hominis’ San Juan Pablo II expresó a todo el mundo:


“El hombre no puede vivir sin amor. Él permanece para sí mismo un ser incompren-
sible, su vida está privada de sentido si no se le revela el amor, si no se encuentra
con el amor, si no lo experimenta y lo hace propio, si no participa en él vivamente.
Por esto precisamente, Cristo Redentor… revela plenamente el hombre al mismo
hombre. Tal es —si se puede expresar así— la dimensión humana del misterio de la
Redención. En esta dimensión el hombre vuelve a encontrar la grandeza, la digni-
dad y el valor propios de su humanidad”. (4 de marzo de 1979 n. 10).
Oración de los fieles
El que dirige la celebración

Oremos a Dios, nuestro Padre, quien nos tiene reservada una morada en su casa y
digámosle:

R. Escúchanos, Padre misericordioso

- Por la gloriosa intercesión y méritos de la Santísima Virgen María, madre y abo-


gada nuestra, mira compasivo a tu siervo (a) N.

- Por la piadosa muerte de San José, padre nutricio de tu Hijo, dígnate admitir a
tu siervo (a) N., en la compañía de todos los bienaventurados.

- Por la fiel solicitud de su Ángel Guardián y de todos los ángeles, condúcelo (a) a
tu presencia.

- Por el ejemplo e intercesión de los santos, condúcenos a una vida verdadera-


mente cristiana.

Pueden hacerse otras intenciones personales...

El que dirige la celebración

Como hijos adoptivos que somos, unamos nuestra voz a la de Cristo, para hablar con
nuestro Padre, siguiendo el modo de orar que Jesús nos enseñó: Padre nuestro...

Padre amoroso, escucha en tu bondad la súplica de cuantos imploramos tu miseri-


cordia por tu siervo (a) N., a quien elegiste como miembro de tu pueblo durante su
vida mortal y a quien llamaste a tu presencia; dígnate llevarlo(a) al lugar de la Luz y
de la paz y recíbelo (a) en la asamblea de los santos. Por Jesucristo nuestro Señor.
R. Amén.

Conclusión
V. Concédele, Señor, el descanso eterno (tres veces)
R. Y brille para él (ella) la luz perpetua
V. Nuestro (a) hermano (a) N., y todos los fieles difuntos, por la misericordia de Dios,
descansen en paz
R. Amén

Todos se signan
En el nombre del Padre...

Día
Cuarto
Canto inicial

Al Rey adoremos, para quien todo vive

1. Tú has sido, Señor, nuestro refugio / de generación en generación.


2. Reduces la humanidad al polvo diciéndole: / vuelvan a la tierra hijos de Adán.
3. Mil años son ante tus ojos, como el día de ayer que pasó como una vigilia de la noche.

Terminado el canto, todos se signan En el nombre del Padre...

Saludo

El Espíritu de verdad, que resucitó a Cristo de entre los muertos y nos hace exclamar
que Dios es Padre, nos consuele y permanezca siempre con todos nosotros.
R. Bendito sea Dios, quien nos reúne en el amor de Cristo.

Monición

El que dirige la celebración hace la siguiente monición

Hermanos y hermanas:
Nuestro(a) hermano(a) N. fue hecho(a) hijo (a) adoptivo la) de Dios en el bautismo y
terminada su peregrinación terrena se durmió en la paz de Cristo. Hoy nos reunimos
para orar por él (ella) y también por nosotros, afligidos por su separación, pero segu-
ros de que un día también saldremos al encuentro de Cristo y nos reuniremos con
nuestro (a) hermano (a) en la asamblea de los santos. Nos reconforta saber que en el
cielo tenemos un Padre bueno, atento a darnos las gracias que necesitamos en
cada momento de la vida, especialmente en estas circunstancias de dolor familiar.
Por eso, oremos por nuestro(a) hermano (a) N., por todos los aquí presentes y en
especial por sus familiares.
Oración en silencio

Lectura de la Palabra de Dios


El que va a leer el Evangelio, toma la Sagrada Biblia y, omitiendo el saludo, dice solamente
Lectura del santo Evangelio según san Mateo 25, 31-46

Luego proclama el Evangelio

Estas son las últimas instrucciones de Jesús a sus discípulos: «Cuando el Hijo del
hombre venga en su gloria rodeado de todos sus ángeles, se sentará en su trono
glorioso. Todas las naciones se reunirán en su presencia, y él separará a unos de
otros, como el pastor separa las ovejas de las cabras, y pone las ovejas a su derecha
y las cabras a su izquierda. Entonces dirá el Rey a los que tenga a su derecha:
‘Vengan, benditos de mi Padre, y reciban en herencia el Reino que está preparado
para ustedes desde el comienzo del mundo, porque tuve hambre y me dieron de
comer; tuve sed, y me dieron de beber; estuve fuera de mi patria, y me alojaron; des-
nudo, y me vistieron; enfermo y me visitaron; preso, y vinieron a verme’. Entonces los
justos le preguntarán: Señor, ¿cuándo te vimos con hambre, y te dimos de comer;
con sed, y te dimos de beber? ¿Cuándo te vimos fuera de tu patria, y te alojamos;
desnudo, y te vestimos? ¿Cuándo te vimos enfermo o preso, y fuimos a verte?’ Y el
Rey les responderá: Yo les aseguro que cada vez que lo hicieron con el más pequeño
de mis hermanos, lo hicieron conmigo’. «Luego dirá a los de su izquierda: ‘Aléjense
de mí, malditos; vayan al fuego eterno preparado para el demonio y sus ángeles,
porque tuve hambre, y no me dieron de comer; tuve sed, y no me dieron de beber;
estuve fuera de mi patria, y no me alojaron; desnudo, y no me vistieron; enfermo y
preso, y no me visitaron’. Y también ellos le preguntarán: ‘Señor, ¿cuándo te vimos
con hambre o con sed, fuera de tu patria o desnudo, o enfermo o preso, y no te servi-
mos?’ Y él les responderá: ‘Yo les aseguro que cada vez que dejaron de hacerlo con
el más pequeño, dejaron de hacerlo conmigo’. Y éstos irán al castigo eterno, y los
justos a la vida eterna.»

Acabado el Evangelio, el que lo proclama dice


Palabra del Señor

Todos aclaman
Gloria a ti, Señor Jesús

El salmista proclama el salmo y los presentes intercalan la debida respuesta


Salmo 34 (33), 2+9.16+18 19-20(R.7a)

V/ Si el afligido invoca al Señor, él lo escucha


Bendigo al Señor en todo momento,
su alabanza esta siempre en mi boca
Gusten y vean qué bueno es el Señor.
dichoso el que se acoge a él. R.

Los ojos del Señor miran a los justos,


sus oídos escuchan sus gritos.
Cuando uno clama, el Señor lo escucha
y lo libra de sus angustias. R.

El Señor está cerca de los atribulados,


salva a los abatidos.
Aunque el justo sufra muchos males,
de todos lo libra el Señor. R.

Luego de proclamar el salmo, quien dirige la celebración, lee la siguiente reflexión

Al comienzo del Pontificado de San Juan Pablo II, en su homilía nos dijo:

“¡Hermanos y hermanas! ¡No tengáis miedo de acoger a Cristo y de aceptar su


potestad! ¡Ayudad al Papa y a todos los que quieren servir a Cristo y, con la potestad
de Cristo, servir al hombre y a la humanidad entera! ¡No temáis! ¡Abrid, más todavía,
abrid de par en par las puertas a Cristo! Abrid a su potestad salvadora los confines
de los Estados, los sistemas económicos y los políticos, los extensos campos de la
cultura. de la civilización y del desarrollo. ¡No tengáis miedo! Cristo conoce ‘lo que
hay dentro del hombre’. ¡Sólo Él lo conoce!” (22 de octubre de 1978).

Oración de los fieles


El que dirige la celebración

Invoquemos a nuestro Señor Jesucristo, quien dijo de sí mismo: «Yo soy la resurrección
y la vida; el que cree en mí, aunque muera, vivirá; y todo el que vive y cree en mí, no
morirá jamás». Pidámosle por nuestro (a) hermano (a) N., quien pasó a la casa del Padre.

R. Te rogamos, óyenos

- Tú que lloraste por la muerte de Lázaro, dígnate enjugar nuestras lágrimas.


- Tú que volviste a la vida a los muertos, dígnate conceder la vida eterna a nuestro
(a) hermano (a) N.,
- Tú que prometiste el paraíso al ladrón arrepentido, dígnate conducir al cielo a
nuestro (a) hermano (a).
- Dígnate recibir entre los santos y elegidos a nuestro(a) hermano (a) N., quien
fue purificado (a) en las aguas del bautismo.
- Dígnate admitir a la mesa del Reino a nuestro (a) hermano (a), alimentado(a) en
su vida con el banquete de tu Cuerpo y de tu Sangre.
- Dígnate reanimarnos por la fe con el consuelo y la esperanza de la vida eterna,
a quienes nos encontramos tristes por la muerte de nuestro (a) hermano (a) N.

Pueden hacerse otras intenciones personales...

El que dirige la celebración

Jesucristo con su Misterio Pascual nos ha hecho hijos adoptivos de Dios; por eso
podemos acudir con plena confianza a nuestro Padre, con la oración de sus hijos.
Digamos con gran fe: Padre nuestro...

Padre bondadoso, concede a tu siervo(a) difunto (a) N., la misericordia de que sus
acciones no reciban como recompensa el castigo, ya que él (ella) perseveró en el
deseo de cumplir tu voluntad, para que, así como la verdadera fe en esta tierra lo (la)
unió a tu pueblo santo, así también tu compasión lo (la) asocie a los coros angélicos.
Por Jesucristo nuestro Señor
R. Amén.

Conclusión
V. Concédele, Señor, el descanso eterno (tres veces)
R. Y brille para él (ella) la luz perpetua
V. Nuestro (a) hermano (a) N., y todos los fieles difuntos, por la misericordia de Dios,
descansen en paz
R. Amén

Todos se signan
En el nombre del Padre...

Día
Quinto
Canto inicial
Quien cree en ti, Señor, / no morirá para siempre.

1. Yo sé que mi Redentor vive / y el último día resucitaré de la tierra.


2. Al cual mismo he de ver y no otro / y mis ojos le mirarán.
3. Por un hombre entró el pecado / en el mundo, y con el pecado la muerte.
4. Dichosos los que mueren en el Señor / pues sus obras los acompañan.

Terminado el canto, todos se signan En el nombre del Padre...

Saludo

La gracia y la paz abundantes por el conocimiento de nuestro Señor, quien por noso-
tros murió para darnos nueva vida, estén con todos nosotros.
R. Bendito sea Dios, Padre de nuestro Señor Jesucristo.

Monición

El que dirige la celebración hace la siguiente monición

Hermanos y hermanas:
Como humanos lloramos y sentimos la muerte de nuestro (a) hermano (a) N., pero
como cristianos nos alegramos porque él (ella) ya llegó felizmente a la vida eterna.
Por eso, Cristo, el Señor, nos dijo que nuestro corazón no debe inquietarse, pues en
la casa del Padre hay muchas mansiones y Él fue a prepararnos un lugar en el país
de la dicha sin fin. Iluminados, pues, por la fe y fortalecidos por la esperanza, unámo-
nos en la plegaria y oremos por nuestro(a) hermano (a) N.; pidamos también por
nosotros para que la fe nos ilumine el misterio de la muerte y nos fortalezca en la
marcha hacia la mansión definitiva.

Oración en silencio

Lectura de la Palabra de Dios


El que va a leer el Evangelio, toma la Sagrada Biblia y, omitiendo el saludo, dice solamente
Lectura del santo Evangelio según san Marcos (15,33-30; 16,1-6)

Luego proclama el Evangelio

Al mediodía, se oscureció toda la tierra hasta las tres de la tarde; y a esa hora, Jesús
exclamó con voz potente:
«Elohí, Elohí, lemá sabactani.»
Lo que quiere decir: «Dios mío, Dios mío, ¿por qué me abandonaste?»
Algunos de los que se encontraban allí, al oírlo, dijeron:
«Este está llamando a Elías,»
Uno corrió a empapar una esponja en vino ácido, y poniéndola en la punta de una
caña, quería darle de beber diciendo: «Esperemos a ver si viene Elías a bajarlo.»
Pero Jesús, dando un gran grito, expiró.
El velo del templo se rasgó en dos, de arriba abajo.
Y al verlo expirar así, el centurión, que estaba frente a él, exclamó: «¡Verdaderamente,
este hombre era Hijo de Dios!»
Y pasado el sábado, María Magdalena, María, madre de Santiago, y Salomé compra-
ron perfumes para ir a ungir el cuerpo de Jesús.
A la madrugada del primer día de la semana, cuando salió el sol, fueron al sepulcro.
Y conversaban entre ellas:
«¿Quién nos correrá la piedra de la entrada del sepulcro?»
Pero al mirar, observaron que la piedra estaba corrida; era una piedra muy grande.
Al entrar al sepulcro, vieron a un joven sentado a la derecha, vestido con una túnica
blanca. Ellas se extrañaron, pero él les dijo: «No se extrañen. Buscan a Jesús de Naza-
ret, el crucificado. Resucitó, no está aquí. Miren el lugar donde lo habían puesto.
Pero vayan a decir a sus discípulos y en particular a Pedro que se adelantará a ellos
para reunirlos en Galilea. Allá lo verán, como se lo había anunciado.»

Acabado el Evangelio, el que lo proclama dice


Palabra del Señor

Todos aclaman
Gloria a ti, Señor Jesús

El salmista proclama el salmo y los presentes intercalan la debida respuesta


Salmo 42(41),2-3; 43 (42), 3.4.5 (R. Cf 42,3)

V/ Tengo sed del Dios vivo: ¿cuándo entrare a ver su rostro?

Como busca la cierva corrientes de agua,


así mi alma te busca a ti, Dios mío.
Tiene sed de Dios, del Dios vivo:
¿cuándo entraré a ver el rostro de Dios? R.

Envía tu luz y tu verdad:


que ellas me guíen
y me conduzcan hasta tu monte santo,
hasta tu morada. R.

Me acercaré al altar de Dios,


al Dios de mi alegría;
te daré gracias al son de la citara,
Señor, Dios mío. R.
¿Por qué te acongojas, alma mía,
por qué estás afligida?
Espera en Dios, que volverás a alabarlo:
«Salud de mi rostro, Dios mío». R.

Luego de proclamar el salmo, quien dirige la celebración, lee la siguiente reflexión

En la Carta apostólica ‘Salvifici Doloris’, San Juan Pablo II nos expresa:

“Quienes participan en los sufrimientos de Cristo tienen ante los ojos el misterio
pascual de la cruz y de la resurrección, en la que Cristo desciende, en una primera
fase, hasta el extremo de la debilidad y de la impotencia humana; en efecto, Él
muere clavado en la cruz. Pero si al mismo tiempo en esta ‘debilidad’ se cumple su
‘elevación’, confirmada con la fuerza de la resurrección, esto significa que las debi-
lidades de todos los sufrimientos humanos pueden ser penetrados por la misma
fuerza de Dios, que se ha manifestado en la cruz de Cristo” (11 de febrero del año
1984, núm. 23).

Oración de los fieles


El que dirige la celebración

Oremos a Cristo, el Señor, siempre dispuesto a escucharnos, y llenos de confianza,


digámosle:

R. Tú que eres la vida y la resurrección, escúchanos

- Señor Jesucristo, concede a nuestro (a) hermano (a) N., una morada eterna en
el cielo.
- Condúcelo (a) a las fuentes tranquilas del paraíso, hazlo (a) recostar en las
verdes praderas de tu Reino.
- A nosotros, quienes peregrinamos por las oscuras cañadas de este mundo,
guíanos por el sendero justo.

Pueden hacerse otras intenciones personales...

El que dirige la celebración

Con la confianza que nos da la fe, unamos nuestros corazones para orar a Dios,
nuestro Padre, diciendo: Padre nuestro…

Dios y Padre nuestro, en quien los mortales viven, y para quien nuestros cuerpos al
morir no perecen, sino que se transforman; te suplicamos que como lo hiciste con
tu amigo el patriarca Abrahán, recibas a tu siervo (a) N. para que lo (la) resucites el
último día del gran juicio, y los pecados que cometió en este mundo pasajero, por tu
piedad los purifiques con tu perdón. Por Jesucristo nuestro Señor.
R. Amén.

Conclusión
V. Concédele, Señor, el descanso eterno (tres veces)
R. Y brille para él (ella) la luz perpetua
V. Nuestro (a) hermano (a) N., y todos los fieles difuntos, por la misericordia de Dios,
descansen en paz
R. Amén

Todos se signan
En el nombre del Padre...

Día
Sexto
Canto inicial

Juntos como hermanos miembros de una Iglesia,


vamos caminando al encuentro del Señor.

1. Un largo caminar / por el desierto bajo el sol;


no podemos avanzar / sin la ayuda del Señor.
2. Unidos al rezar, / unidos en una canción,
viviremos nuestra fe / con la ayuda del Señor.
3. La Iglesia en marcha está, / a un mundo nuevo vamos ya,
donde reinará el amor, / donde reinará la paz.

Terminado el canto, todos se signan En el nombre del Padre...

Saludo

La gracia del Señor Jesucristo, quien nos ha dado vida con abundancia y ha triunfado
sobre la muerte, esté con todos nosotros.
R. Bendito sea Dios, quien nos reúne en el amor de Cristo.

Monición

El que dirige la celebración hace la siguiente monición


Hermanos y hermanas:
En medio de nuestro dolor, tenemos una esperanza cierta: nuestra resurrección glo-
riosa. Pero para merecerla debemos morir en amistad con Dios. Sabemos que en el
Reino de Dios disfrutaremos de eterno gozo, como nos enseña san Pablo, puesto
que Cristo resucitó de entre los muertos, como primicias de los que durmieron; El
transfigurará nuestro cuerpo frágil en un cuerpo glorioso como el suyo.
En esta oración, con la gracia de Dios, avivemos nuestra fe y esperanza en nuestra
futura resurrección.
Oremos, pues, con fe y pidamos también por nuestro(a) hermano(a) N., por sus
familiares, sus amigos y por todos los que estamos aquí reunidos.

Oración en silencio

Lectura de la Palabra de Dios


El que va a leer el Evangelio, toma la Sagrada Biblia y, omitiendo el saludo, dice solamente
Lectura del santo Evangelio según san Lucas 24,13-35

Luego proclama el Evangelio

El mismo día, primero de la semana, dos de los discípulos iban a un pueblo llamado
Emaús, situado a unos diez kilómetros de Jerusalén. En el camino iban hablando de
todo lo que había ocurrido. Mientras conversaban y discutían. Jesús en persona se
acercó y siguió caminando con ellos. Pero estaban como ciegos y no lo reconocieron.
Él les dijo: «¿Qué venían comentando por el camino?» Ellos se detuvieron. En sus
rostros se veía la tristeza. Uno de ellos, llamado Cleofás, le respondió: «Tú serás el
único forastero en Jerusalén que no se ha enterado de lo que pasó allí en estos días.»
«¿Qué pasó?» les preguntó. Ellos respondieron: «Lo de Jesús de Nazaret: era un profe-
ta poderoso en obras y palabras delante de Dios y de todo el pueblo, y nuestros
sumos sacerdotes y nuestros jefes lo condenaron a muerte y lo crucificaron. Nosotros
esperábamos que él fuera el liberador de Israel. Y además de todo eso, ya van tres
días que sucedieron estas cosas. Es verdad que algunas mujeres de nuestro grupo
nos han dejado sin saber qué pensar: fueron de madrugada al sepulcro y al no hallar
el cuerpo de Jesús, volvieron diciendo que se les habían aparecido unos ángeles y les
habían asegurado que él está vivo. Algunos compañeros nuestros fueron al sepulcro
y encontraron todo como las mujeres habían dicho. Pero a él no lo vieron.»
Jesús les dijo: «¡Qué duros de entendimiento son ustedes! ¡Cómo les cuesta creer
todo lo que anunciaron los profetas!» ¿No ven que era necesario que el Mesías
soportara esos sufrimientos para entrar en su gloria? Y comenzando por Moisés y
continuando con todos los profetas, les explicó todo lo que en las Escrituras se refe-
ría a él. Cuando llegaron cerca del pueblo a donde iban, Jesús hizo ademán de
seguir adelante. Pero ellos le hicieron fuerza diciéndole: «Quédate con nosotros, que
es tarde y ya va a anochecer.»
Él entró y se quedó con ellos. Y estando a la mesa, tomó el pan y pronunció la bendi-
ción; luego lo partió y se lo dio. Y al punto se les abrieron a ellos los ojos y lo recono-
cieron, pero él desapareció de su vista.
Entonces se dijeron el uno al otro: «¿No es cierto que, a lo largo del camino, iba él
encendiendo el fuego en nuestro corazón con sus palabras, a medida que nos mos-
traba el sentido de las Escrituras?»
En ese mismo momento se pusieron en camino y regresaron a Jerusalén. Allí encon-
traron reunidos a los Once y a los demás compañeros, que estaban diciendo: «¡Es
verdad: el Señor resucitó y se apareció a Simón!»
Ellos, por su parte, contaron lo que les había pasado en el camino y cómo se les
había dado a conocer al partir el pan.

Acabado el Evangelio, el que lo proclama dice


Palabra del Señor

Todos aclaman
Gloria a ti, Señor Jesús

El salmista proclama el salmo y los presentes intercalan la debida respuesta


Salmo 63(62),2.3-4.5-6.8-9 (R. 2b)

V/ Mi alma está sedienta de ti, Dios mío

Oh Dios, tú eres mi Dios, por ti madrugo,


mi alma está sedienta de ti;
mi carne tiene ansia de ti,
como tierra reseca, agostada, sin agua. R.

¡Cómo te contemplaba en el santuario,


viendo tu fuerza y tu gloria!
Tu gracia vale más que la vida,
te alabarán mis labios. R.

Toda mi vida te bendeciré


y alzaré las manos invocándote.
Me saciaré como de manjares exquisitos
y mis labios te alabarán jubilosos. R.
Porque fuiste mi auxilio,
y a la sombra de tus alas canto con júbilo;
mi alma está unida a ti
y tu diestra me sostiene. R.

Luego de proclamar el salmo, quien dirige la celebración, lee la siguiente reflexión

El Santo Padre, San Juan Pablo II dirigiéndose a la ONU afirmó:

“Para que el milenio que está ya a las puertas pueda ser testigo de un nuevo auge
del espíritu humano, favorecido por una auténtica cultura de la libertad, la humani-
dad debe aprender a vencer el miedo. Debemos aprender a no tener miedo, recu-
perando un espíritu de esperanza y confianza. La esperanza no es un vano opti-
mismo, dictado por la confianza ingenua de que el futuro es necesariamente
mejor que el pasado. Esperanza y confianza son la premisa de una actuación res-
ponsable y tienen su apoyo en el íntimo santuario de la conciencia, donde el
hombre está solo con Dios, y por eso mismo intuye que ¡no está solo entre los enig-
mas de la existencia, porque está acompañado por el amor del Creador!” (5 de octu-
bre de 1995).

Oración de los fieles


El que dirige la celebración

Invoquemos al Dios del perdón y de la misericordia, diciéndole:

R. Dueño de la vida y de la muerte, escúchanos

- Padre santo, ya que por el bautismo fuimos sepultados con Cristo en la muerte,
y con El resucitamos, haz que después de nuestra muerte vivamos para Cristo.
- Padre providente, que nos has dado el Pan de la Eucaristía, haz que cuantos lo
comemos, tengamos vida eterna.
- Padre de bondad, acoge a nuestro(a) hermano (a) N., eternamente por tu misericordia.

Pueden hacerse otras intenciones personales...

El que dirige la celebración

Porque poseemos el Espíritu de Jesucristo, podemos orar a Dios nuestro Padre con
toda confianza diciendo: Padre nuestro...

Padre de todo consuelo, imploramos tu bondad para que recibas benignamente a


tu siervo (a) N. y le abras los tesoros de tu misericordia a fin de que purificado(a) de
los pecados que contrajo en su peregrinación terrena, y libre del poder de la muerte,
alcance la vida eterna. Por Jesucristo nuestro Señor.
R. Amén.

Conclusión
V. Concédele, Señor, el descanso eterno (tres veces)
R. Y brille para él (ella) la luz perpetua
V. Nuestro (a) hermano (a) N., y todos los fieles difuntos, por la misericordia de Dios,
descansen en paz
R. Amén

Todos se signan
En el nombre del Padre...

Día
Septimo
Canto inicial

Pueblo de reyes, asamblea santa,


Pueblo sacerdotal, Pueblo de Dios,
bendice a tu Señor.

1. Te cantamos, oh Hijo amado del Padre;


le alabamos, eterna Palabra salida de Dios.
2. Te cantamos, oh Hijo de la Virgen María;
te alabamos, oh Cristo nuestro hermano,
nuestro Salvador.
3. Te cantamos a ti, esplendor de la gloria;
te alabamos, estrella radiante que anuncias el día.

Terminado el canto, todos se signan En el nombre del Padre...

Saludo

El Dios de la paz, nos santifique plenamente, y todo nuestro ser, el espíritu, el alma y
el cuerpo, se conserve sin mancha hasta la venida de nuestro Señor Jesucristo.
R. Bendito sea Dios, Padre de nuestro Señor Jesucristo.
Monición

El que dirige la celebración hace la siguiente monición

Hermanos y hermanas:
En esta reunión familiar levantemos nuestro corazón a Dios para pedirle que dé cl
descanso eterno a nuestro(a) hermano (a), N. y lo (la) lleve a su Casa, lugar de la Luz
y de la Paz eterna. Y lo hacemos con fe profunda, porque sabemos que Él nos ama
tanto, que nos dio a su propio Hijo, como Redentor de todos los hombres.

Llenos, pues, de confianza oremos juntos al buen Dios, siempre pronto a perdonar y
a tener misericordia. Por nuestra parte pensemos cuál debe ser nuestra vida cristia-
na: hemos muerto al pecado en el bautismo y nos hemos comprometido a ser testi-
gos de la vida nueva recibida en ese sacramento. Nuestro obrar cotidiano tiene que
llevarnos a dar testimonio de ello con nuestras buenas obras.

Oración en silencio

Lectura de la Palabra de Dios


El que va a leer el Evangelio, toma la Sagrada Biblia y, omitiendo el saludo, dice solamente
Lectura del santo Evangelio según san Lucas (7,11-17)

Luego proclama el Evangelio

En cierta ocasión, Jesús se dirigió a una población llamada Naín, acompañado de


sus discípulos y de una gran multitud. Cuando ya se acercaba a la puerta de la pobla-
ción, vio que llevaban a enterrar al hijo único de una viuda, y mucha gente del lugar
la acompañaba. Al verla, el Señor se compadeció de ella y le dijo: «No llores más.»
Después se acercó y tocó la camilla. Los que la llevaban se detuvieron, y él dijo:
«Joven, yo te lo ordeno, levántate.» El muerto se incorporó y empezó a hablar. Y Jesús
se lo entregó a su madre. Todos quedaron asombrados y empezaron a alabar a Dios
diciendo: «Un gran profeta apareció entre nosotros. Dios ha venido a salvar a su
pueblo.» Y la noticia de lo que Jesús había hecho se difundió por todo el país de los
judíos y las regiones vecinas.

Acabado el Evangelio, el que lo proclama dice


Palabra del Señor

Todos aclaman
Gloria a ti, Señor Jesús
El salmista proclama el salmo y los presentes intercalan la debida respuesta
Salmo 103(102)8+10.13-14.15-16.17-18 (R. 8a o 37, 39a)

V/ El Señor es compasivo y misericordioso

El Señor es compasivo y misericordioso,


lento a la ira y rico en clemencia;
no nos trata como merecen nuestros pecados,
ni nos paga según nuestras culpas. R.

Como un padre siente ternura por sus hijos,


siente el Señor ternura por sus fieles;
porque él sabe de qué estamos hechos,
se acuerda de que somos barro. R.

Los días del hombre duran lo que la hierba,


florecen como flor del campo,
que el viento la roza, y ya no existe,
su terreno no volverá a verla. R.

Pero la misericordia del Señor dura siempre,


su justicia pasa de hijos a nietos:
para los que guardan la alianza
y recitan y cumplen sus mandatos. R.

Luego de proclamar el salmo, quien dirige la celebración, lee la siguiente reflexión

En su homilía en la misa de clausura de la JMJ de Toronto Canadá, San Juan Pablo II


dijo a los jóvenes:

“Vosotros sois jóvenes, y el Papa es anciano; 82 u 83 años de vida no es lo mismo que


22 o 23. Pero aún se identifica con vuestras expectativas y vuestras esperanzas.
Jóvenes de espíritu, jóvenes de espíritu. Aunque he vivido entre muchas tinieblas,
bajo duros regímenes totalitarios, he visto lo suficiente para convencerme de
manera inquebrantable de que ninguna dificultad, ningún miedo es tan grande
como para ahogar completamente la esperanza que brota eterna en el corazón
de los jóvenes. Vosotros sois nuestra esperanza, los jóvenes son nuestra esperanza.
No dejéis que muera esa esperanza. Apostad vuestra vida por ella. Nosotros no
somos la suma de nuestras debilidades y nuestros fracasos; al contrario, somos la
suma del amor del Padre a nosotros y de nuestra capacidad real de llegar a ser
imagen de su Hijo” (28 de julio de 2002).
Oración de los fieles
El que dirige la celebración

Roguemos todos juntamente al Padre bueno que está en el cielo, diciendo:

R. Padre, escúchanos

- Padre justo, haz que nuestro(a) hermano (a) N., quien pasó de este mundo a tu
reino, se llene de gozo en la asamblea de los santos.
- Alégralo (a) con el gozo de tu presencia.
- Sálvalo (a) por tu misericordia.
- Tu bondad lo (a) acompañe eternamente.
- Ya nosotros, concédenos tu consuelo y tu paz.

Pueden hacerse otras intenciones personales...

El que dirige la celebración

Con la confianza que tienen los hijos con su padre, acudamos a Dios nuestro Padre
con la oración que Cristo nos enseñó: Padre nuestro...

Oh Dios, autor de la vida, escucha bondadoso nuestras suplicas, para que al crecer
nuestra fe en tu Hijo resucitado de entre los muertos, y al aguardar la resurrección de
tu siervo(a) N., se afiance también nuestra esperanza. Por Jesucristo nuestro Señor.
R. Amén.

Conclusión
V. Concédele, Señor, el descanso eterno (tres veces)
R. Y brille para él (ella) la luz perpetua
V. Nuestro (a) hermano (a) N., y todos los fieles difuntos, por la misericordia de Dios,
descansen en paz
R. Amén

Todos se signan
En el nombre del Padre...
Día
Octavo
Canto inicial

Un mandamiento nuevo / nos da el Señor:


que nos amemos todos / como nos ama Dios.

1. Quien a sus hermanos no ama, / miente, si a Dios dice que ama.


2. Cristo, Luz, Verdad y Vida, / al perdón y amor invita.
3. Perdonemos al hermano / como Cristo ha ordenado.
4. En la vida y en la muerte / Dios nos ama para siempre.

Terminado el canto, todos se signan En el nombre del Padre...

Saludo

La gracia, la paz y el consuelo de parte de Cristo, que es, que era y que ha de venir,
permanezcan siempre con todos nosotros
R. Bendito sea Dios, quien nos reúne en el amor de Cristo.

Monición

El que dirige la celebración hace la siguiente monición

Hermanos y hermanas:
El cristiano que muere en gracia, en la amistad de Dios, pasa a poseer la esperanza
que abrigó durante su vida: gozar de la felicidad eterna. Esto lo espera firmemente
porque recuerda las palabras de Cristo: «Yo soy la resurrección y la vida; quien cree
en mí, aunque muera vivirá; y todo el que vive y cree en mí, no morirá jamás». Esa
ansia de llegar a estar con Dios, que llevamos en nosotros desde nuestro bautismo,
sólo la colmaremos cuando veamos a Dios cara a cara. Pero para que esto se realice
es necesario que nuestra existencia sea una preparación para este encuentro perso-
nal y definitivo con Cristo. La muerte de nuestro(a) hermano(a) nos recuerda esta
perspectiva y nos invita a la conversión.

Oración en silencio

Lectura de la Palabra de Dios


El que va a leer el Evangelio, toma la Sagrada Biblia y, omitiendo el saludo, dice solamente
Lectura del santo Evangelio según san Lucas (12,35-40)

Luego proclama el Evangelio

Enseñando Jesús a sus discípulos, les decía: «Estén preparados y con las lámparas
encendidas, como haciendo guardia de noche. Pórtense como quienes aguardan a
que su amo vuelva de la boda, para abrirle apenas llegue y llame a la puerta. ¡Felices
los servidores a quienes el señor, al llegar, encuentre esperando despiertos! Les ase-
guro que entonces será él quien se prepare, y los haga sentar a la mesa y se ponga a
servirles. ¡Felices si los encuentra así el señor, aunque llegue a medianoche o antes
del alba! Tengan esto presente: si el dueño de la casa supiera a qué hora va a llegar
el ladrón, no lo dejaría meterse en su casa. Ustedes también estén preparados,
porque a la hora menos pensada vendrá el Hijo del hombre.

Acabado el Evangelio, el que lo proclama dice


Palabra del Señor

Todos aclaman
Gloria a ti, Señor Jesús

El salmista proclama el salmo y los presentes intercalan la debida respuesta


Salmo 116(114),5-6; 116(115),10-11.15+16ac (R.9)

V/ Caminare en presencia del Señor en el país de la vida

El Señor es benigno y justo,


nuestro Dios es compasivo.
El Señor guarda a los sencillos:
estando yo sin fuerzas me salvó. R.

Tenía fe, aun cuando dije:


«¡Qué desgraciado soy!».
Yo decía en mi apuro:
«Los hombres son unos mentirosos.» R.

Vale mucho a los ojos del Señor


la vida de sus fieles.
Señor, yo soy tu siervo,
rompiste mis cadenas. R.

Luego de proclamar el salmo, quien dirige la celebración, lee la siguiente reflexión


San Juan Pablo II en la Encíclica Evangelium Vitae, dijo a toda la humanidad:

“El eclipse del sentido de Dios y del hombre conduce inevitablemente al ‘materialis-
mo práctico’, en el que proliferan el individualismo, el utilitarismo y el hedonismo …
En semejante contexto el ‘sufrimiento’, elemento inevitable de la existencia
humana, aunque también factor de posible crecimiento personal, es ‘censurado’,
rechazado como inútil, más aún, combatido como mal que debe evitarse siempre y
de cualquier modo. Cuando no es posible evitarlo y la perspectiva de un bienestar al
menos futuro se desvanece, entonces parece que la vida ha perdido ya todo sentido
y aumenta en el hombre la tentación de reivindicar el derecho a su supresión” (25 de
marzo de 1995, núm. 23).

Oración de los fieles


El que dirige la celebración

Pidamos a Dios nuestro Señor por nuestro (a) hermano (a) N. para que lo (la) acoja en su
misericordia y le dé el lugar de la Luz y de la Paz. Digamos (o cantemos):

R. Oh Señor, escucha y ten piedad

- Por tu siervo (a)N., a quien como Padre creaste.


- Por nuestro (a) hermano (a) N., a quien redimió tu Hijo.
- Por nuestro(a) hermano (a) N., a quien santificó el Espíritu Santo.
- Por todos nosotros, quienes formamos la gran familia de Dios.

Pueden hacerse otras intenciones personales...

El que dirige la celebración

Confiemos nuestras súplicas a Dios nuestro Padre, con la oración que Cristo nos
enseñó: Padre nuestro...

Dios, Padre celestial, que elevaste a la dignidad de cristiano (a) a nuestro (a) hermano
(a) N., y lo (la) hiciste miembro de tu familia, te pedimos lo (la) agregues ahora a tu
Iglesia gloriosa, donde la comunidad de tus fieles, goza de ti en el cielo. Por Jesucris-
to nuestro Señor.

Conclusión
V. Concédele, Señor, el descanso eterno (tres veces)
R. Y brille para él (ella) la luz perpetua
V. Nuestro (a) hermano (a) N., y todos los fieles difuntos, por la misericordia de Dios,
descansen en paz
R. Amén

Todos se signan
En el nombre del Padre...

Día
Noveno
Canto inicial

Eres mi pastor, ¡oh Señor! / nada me faltará, si me llevas tú.

1. En tus verdes campiñas / me hiciste reposar;


y en tus límpidas aguas / mi sed puedo calmar.

2. Senderos de justicia / trazaste para mí;


ellos son el camino / para llegar a ti.

3. Preparas un banquete / frente a los que me odian;


la mesa está ya lista, / la copa se desborda.

4. Bondad, misericordia, / me sigan por doquier;


habite yo en tu casa / por los siglos. Amén.

Terminado el canto, todos se signan En el nombre del Padre...

Saludo
La gracia, la misericordia y la paz que proceden de Dios y de Cristo Jesús, Señor nues-
tro, estén con todos nosotros.
R. Bendito sea Dios, Padre de nuestro Señor Jesucristo.

Monición

El que dirige la celebración hace la siguiente monición

Hermanos y hermanas:
Nos encontramos frente a una de las realidades más duras de la existencia humana:
la muerte. Nuestro hermano(a) N., fue llamado(a) por el Padre a darle el premio pro-
metido a sus siervos fieles. Los vínculos de afecto humano que nos unían a él(ella) se
han estrechado aún más en Cristo, quien vive glorioso y espera a sus hermanos, los
hombres que creen en Él.

Oración en silencio

Lectura de la Palabra de Dios


El que va a leer el Evangelio, toma la Sagrada Biblia y, omitiendo el saludo, dice solamente
Lectura del santo Evangelio según san Lucas (23,33.39-43)

Luego proclama el Evangelio

Cuando llegaron al lugar llamado La Calavera, crucificaron a Jesús con los malhe-
chores, uno a su derecha y otro a su izquierda. Y uno de los malhechores crucificados
lo insultó diciendo: «¿No eres tú el Mesías? Sálvate a ti mismo y a nosotros.»
Pero el otro lo reprendió diciéndole: «Sufriendo la misma pena que él ¿no tienes
temor de Dios? Nosotros la sufrimos justamente, porque recibimos el castigo mere-
cido, pero él no ha hecho nada malo.»
Y añadió: «Jesús, acuérdate de mí cuando llegues a tu reino.»
Él le respondió: «Yo te aseguro: hoy estarás conmigo en el paraíso.»

Acabado el Evangelio, el que lo proclama dice


Palabra del Señor

Todos aclaman
Gloria a ti, Señor Jesús

El salmista proclama el salmo y los presentes intercalan la debida respuesta


Salmo 122(121),1-2.4-5.6-7 8-9 (R. Cf. 1)

V/ ¡Qué alegría: vamos a la casa del Señor!

¡Qué alegría cuando me dijeron:


«Vamos a la casa del Señor»!
Ya están pisando nuestros pies
tus umbrales, Jerusalén. R.

Allá suben las tribus,


las tribus del Señor,
según la costumbre de Israel.
a celebrar el nombre del Señor;
en ella están los tribunales de justicia
en el palacio de David. R.
Deseen la paz a Jerusalén:
«Vivan seguros los que te aman,
haya paz dentro de tus muros,
seguridad en tus palacios. R.

Por mis hermanos y compañeros,


voy a decir: «La paz contigo.»
Por la casa del Señor, nuestro Dios,
te deseo todo bien. R.

Luego de proclamar el salmo, quien dirige la celebración, lee la siguiente reflexión

San Juan Pablo II en la audiencia general del 11 de noviembre de 1998 dijo a los presentes:

“Muchos peligros se ciernen sobre el futuro de la humanidad y muchas incertidum-


bres gravan sobre los destinos personales, y a menudo algunos se sienten incapaces
de afrontarlos. También la crisis del sentido de la existencia y el enigma del dolor y
de la muerte vuelven con insistencia a llamar a la puerta del corazón de nuestros
contemporáneos. El mensaje de esperanza que nos viene de Jesucristo ilumina
este horizonte denso de incertidumbre y pesimismo. La esperanza nos sostiene y
protege en el buen combate de la fe … Hoy no basta despertar la esperanza en la
interioridad de las conciencias; es preciso cruzar juntos el umbral de la esperanza”.

Oración de los fieles


El que dirige la celebración

Roguemos al Padre bueno por nuestro (a) hermano (a) N., quien en su vida mortal creyó
y esperó en la bondad de Dios, diciendo (o cantando):

R. Te rogamos, óyenos

- Para que lo(la) reciba en su casa como Padre misericordioso.


- Para que mire compasivo a quien se acogió en su vida al amparo maternal de
María Santísima.
- Para que los santos ángeles lo(la) conduzcan a la presencia soberana de Dios.
- Para que los aquí presentes nos afiancemos en la certeza de nuestra futura
resurrección.

Pueden hacerse otras intenciones personales...

El que dirige la celebración


Ya que por Cristo hemos llegado a ser hijos de Dios, acudamos con confianza a
nuestro Padre, diciendo: Padre nuestro...

Dios, Padre de todos los hombres, escucha las plegarias que te hacemos por nuestro
(a) hermano(a) N., ábrele las puertas de la vida, y a nosotros concédenos reunirnos
un día en la Casa paterna de tu gloria. Por Cristo, nuestro Guía y camino hacia ti, que
vive y reina por los siglos de los siglos.

R. Amén.

Conclusión
V. Concédele, Señor, el descanso eterno (tres veces)
R. Y brille para él (ella) la luz perpetua

V. Nuestro (a) hermano (a) N., y todos los fieles difuntos, por la misericordia de Dios,
descansen en paz
R. Amén

Todos se signan
En el nombre del Padre...

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