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Orden de Carmelitas

Descalzos
Tema 2

Provocar ocd colombia

Colombia

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Fichas de acompañamiento vocacional

La vocación humana

Cuenta una historia que una vez un hombre se encontró un huevo de águila. Se lo llevó y lo
colocó en el nido de una gallina de corral. El aguilucho fue incubado y creció con la nidada de pollos.
Durante toda su vida, el águila hizo lo mismo que hacían los pollos, pensando que era un pollo:
escarbaba la tierra en busca de gusanos e insectos, piando y cacareando.
Incluso sacudía sus alas y volaba unos metros por el aire, al igual que los pollos, total ¡es así
como vuelan los pollos!
Pasaron los años y el águila se hizo vieja. Un día divisó muy por encima de ella, en el limpio
cielo, a una magnífica ave que flotaba elegante y majestuosamente por entre las corrientes de aire,
moviendo apenas sus poderosas alas doradas. La vieja águila miraba asombrada hacia arriba.
- ¿Qué es eso?, preguntó a una gallina que estaba junto a ella.
- Es el águila, el rey de las aves, respondió la gallina. Pero no pienses en ello. Tú y yo somos
diferentes de ella. De manera que el águila no volvió a pensar en ello y murió creyendo que era una
gallina de corral.
Etimológicamente, la palabra “vocación” proviene del latín vocare, que significa: llamada.
Todo ser humano está llamado interiormente a desarrollar sus propias potencialidades, a descubrir
que tiene una vocación única e irrepetible que consiste en ser lo que está llamado a ser y que, lejos de
encerrarlo en una actitud egoísta, lo compromete a la vez con la propia esencia, con el prójimo, con el
mundo que lo circunda y con la trascendencia. Como el águila de la historia, todo ser humano está
llamado a volar en alto desarrollando paulatinamente, a lo largo del camino de la vida, todas sus
capacidades y potencialidades. Sólo así se podrá evitar que un ave con vocación de águila termine sus
días como si fuera una gallina de corral.

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Así pues, la vocación es la inclinación, inspiración o interés que una persona siente para
dedicarse a un trabajo, a un sueño o a un proyecto. Como la vocación concuerda con los gustos,
intereses y aptitudes de la persona, generalmente siente una seguridad intuitiva para llevar adelante
las tareas asociadas a ella. Por eso, Aristóteles decía: “Ahí donde se cruzan tus dones y las
necesidades del mundo, está la vocación”.
Y aunque se necesita esfuerzo para llevar adelante la vocación, la satisfacción que da es
suficiente para disponer a la persona a entregarse con todo lo que es y tiene a esa determinada
actividad. Al seguir la vocación se siente placer por la realización misma de la tarea y no sólo por los
logros o los resultados. Hablar de vocación, por consiguiente, no es lo mismo que hablar de profesión.
La vocación es aquella convocatoria que la persona percibe o descubre y que le empuja a
buscar su plena realización humana nutriéndose de ciertos valores superiores, humanizantes, porque
la persona es, precisamente, una vocación a esos valores. Encontrar la propia vocación implica, por
tanto, descubrir quién soy, cómo soy y hacia dónde quiero ir porque hay muchos caminos para
concretar la vocación, pero sólo la respuesta sincera y profunda a estos interrogantes nos pueden
ayudar a analizar las informaciones y opciones que tenemos a disposición para poder decidir.
Una profesión, por el contrario, es una actividad especializada que se desarrolla en el marco
de un sistema de normas y de calidad. Para ejercer una profesión es necesario dominar los
contenidos, es decir, tener un conocimiento acreditado a través de un título de estudio. El
profesional es quien recibe un ingreso económico por su tarea.
Las decisiones que el hombre toma a la hora de discernir su vocación o de elegir una
profesión, no brotan de una libertad incontaminada y abstracta, sino siempre situada y concreta,
como lo es la persona. En primer lugar, porque, desde el momento mismo de la generación biológica,
nacemos en cierta medida preconfigurados de modo natural e, incluso, psíquicamente
condicionados; es una predisposición tan esencial que nunca podremos liberarnos de ella por
completo, ya que entra en juego la genética. No es lo mismo nacer en un ambiente religioso que en
un laicismo extremo, ni lo es disponer o no de oportunidades para cultivar las capacidades
intelectuales. Queda claro, entonces, que nos condiciona el ambiente vital, la cultura, la familia, los
amigos, lo que nos rodea o, mejor aún, el sistema de valores y creencias en el que nacemos y que nos
es connatural.
En segundo lugar, porque nuestra vida pasada influye en nuestras decisiones, con las
opciones tomadas y los caminos descartados, incluso nuestros hábitos, puesto que todo esto hace
que nuestra vocación futura vaya teniendo una angostura cada vez más delimitada. En el lenguaje
filosófico clásico, se diría que los hábitos nos marcan desde dentro como una segunda naturaleza.
En tercer lugar, porque cada decisión y cada opción compromete todos los proyectos
ulteriores, siendo a veces imposible rectificar y siendo absolutamente imposible hacer que el tiempo
retroceda. El tiempo es irreversible como lo es nuestra vida ya vivida.
A la luz de lo dicho hasta ahora, podemos afirmar que la propia vocación personal nunca está
esclarecida de una vez y para siempre. La vocación es algo que nos viene de fuera (de los otros o de
ciertas circunstancias) o bien de nuestro propio interior. Pero lo que nunca suele suceder es que el
hombre adquiera conciencia de su vocación existencial como algo que le llega de una sola vez y para
siempre de forma acabada porque la vocación personal debe siempre ser discernida, aceptada,
configurada e, incluso, renovada. La vocación humana debe ser cultivada.
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En últimas, la vocación esencial de todo hombre desde su creación es a ser persona. Toda
existencia, por el sólo hecho de ser humana, tiene sentido. Esto quiere decir que la vida desde su
comienzo hasta el final, debe ser comprendida como una llamada de Dios que nos compromete a
crecer como personas, a cumplir la misión para la cual hemos sido creados. La dimensión espiritual es
parte de la vocación humana en el sentido de que todo hombre tiene en su corazón una tendencia
hacia Dios y hacia los valores más altos de la existencia. Así, descubrir el sentido y la plenitud de la
propia vocación debe ser comprendido como un llamado de Dios: es Dios mismo quien ha puesto en
nuestro corazón el deseo de volar libremente como las águilas.

Y tú, ¿qué piensas?


 ¿Cuál crees que es tu vocación en la vida?

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