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Sonsoles Sánchez-Reyes . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 21
TEXTOS CRÍTICOS
Jesús Collado Gómez . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 39
Juan González Soto . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 51
Amparo Valera Ruzafa . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 63
Enrique Viloria Vera . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 75
Carmen Fernández Khloe . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 79
María Cristina Hernández . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 87
María Ángeles Pérez López . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 97
Ramón Cao . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 103
José Pulido . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 111
Modesto González Lucas . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 117
José Cereijo . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 123
Zoraida Sánchez Mateos . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 127
Manuel Alvar . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 137
Manuel Alvar . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 143
Jesús Hilario Tundidor . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 149
José Antonio Sáez . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 155
Rafael Alfaro . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 159
José Hierro . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 163
José Luis Puerto . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 165
“Yo nací en Ávila, la vieja ciudad de las murallas, y creo que el silencio y el
recogimiento casi místico de esta ciudad se me metieron en el alma nada más
nacer”, con estas palabras inicia Miguel Delibes su primera novela, “La sombra
del ciprés es alargada”, en boca de su personaje central Pedro. Nacer en Ávila es
asumir una herencia que nos exige saber reconocernos en una tradición de
grandes nombres y de grandes hechos. Debemos aprender a convivir con el fruto
del pasado, a mantenernos alerta en la realidad del presente y aspirar a un futuro
en el que todo lo que somos se potencie y alcance las cimas a las que estamos
destinados. Hay que aprender a transitar por los recovecos de nuestra historia:
acostumbrarnos a convivir con el paso callado de la memoria del tiempo, sentir
que antes que nosotros han habitado este espacio, con paso lento y seguro,
mujeres y hombres que han hecho de su vida un ejemplo y una aventura de sin-
gular experiencia. Aprender a escuchar el transitar de personajes tan importantes
y esenciales como Juan de la Cruz, Tomás Luis de Victoria, Claudio Sánchez
Albornoz, y generación tras generación, contemplar el paso de quienes han sen-
tido esta ciudad como un destino de luz, observando el paso de sus vidas que han
cristalizado en grandes obras y en miradas diferentes y únicas de esta ciudad.
Jorge de Santallana, Aranguren, Luis Felipe Vivanco, Leopoldo Panero, Miguel
Delibes, García Lorca, son solo algunos de los grandes nombres que han centra-
do su mirada y su palabra para llenar nuestro vacío con su personal manera de
comprender y habitar esta ciudad. Y de ellos somos herencia y somos el legado
patrimonial, y por ello estamos obligados a reconocernos en ellos, a beber en su
su labor, a continuar sus trayectorias, a potenciarlas y dar a conocer su paso, sus
obras y su significado.
Vivir en Ávila es una vocación de responsabilidad, una llamada de atención
que nos pone frente a su legado imborrable. Es preciso aprender a emocionarnos
con los grandes artistas que nos han dejado sus interpretaciones a través del arte,
la palabra, la iconografía que forma una parte esencial de nuestro más profundo
patrimonio a través de sus obras: López Mezquita, Chicharro, José Alberti,
Zuloaga, Benjamín Palencia o Guido Caprotti, por citar solo unos cuantos, hasta
nuestros más recientes y actuales artistas que conforman un colectivo del más
alto nivel, todos ellos han puesto en sus ojos la extrañeza que esta ciudad nos
regala cada día, cada estación del año, cada momento parado frente al tiempo, en
cada claridad y en cada noche...
Solo seremos ciudadanos abulenses responsables cuando nos acostumbremos
a mirar, a sentir, a escuchar y leer esta ciudad, y con cada una de esas manifesta-
ciones ahondemos un poco más en la plena intimidad de Ávila, y entonces sabre-
mos mejor cómo afrontar sus grandes retos , los grandes objetivos culturales que
son, en definitiva, los grandes espacios donde podremos sentir la fuerza univer-
sal de toda su grandeza y su potencial.
Ávila ha de ser una ciudad para la tolerancia, como lo fueron los que aquí
habitaron en diferentes momentos de nuestra historia, desde los vetones hasta
los hombres y mujeres de las tres culturas, judios, moros y cristianos, y debe
potenciar cada uno de sus rasgos diferenciadores que hacen de esta ciudad una
referencia que, aunque apagada, debe asumir su peso y su sentido en la cultura
actual.
Si algo nos diferencia y nos da fuerza ante el futuro, es el carácter eminente-
mente cultural de Ávila y su provincia, su enorme potencial de primer orden, su
valor y su categoría universales.
Y entre todas las figuras de la historia de Ávila, Teresa de Jesús ocupa un lugar
primordial.
La infancia, ese territorio de la memoria donde se deposita el germen de la
vida, me trae el primer recuerdo de la figura de Teresa de Jesús.
Tal vez fue en la voz de mi madre cuando celebrábamos los días de la patrona
de la ciudad, y ahora me llega envuelta en los primeros reflejos de la niñez que
dibujan a la Santa en un contraluz de misterio, de fiesta y de encendida claridad.
Ya desde entonces el nombre de Teresa de Jesús viene unido a la proeza de una
mujer envuelta en anécdotas, hechos, historias maravillosas, desde lo estricta-
scribir sobre José María Muñoz Quirós es escribir sobre Ávila, el lugar en
libro, “Ternura extraña”, y allí dará sus primeros recitales y vivirá sus primeras
experiencias intelectuales en grupos y en tertulias de amigos poetas y artistas.
Pero también en Madrid, en Málaga, en El Puerto de Santa María, con maes-
tros de muchos saberes y amigos de fraterna confianza como Claudio Rodríguez,
José Hierro, Luis López Anglada, Rafael Morales, Rafael Montesinos, Hilario
Tundidor y Leopoldo de Luis. Seguirá madurando su estar en el misterio de la
poesía. Lugares y personas para ir definiendo una muy personal voz poética.
Años más tarde, alcanzará el más alto grado académico al doctorarse en
Valladolid, la ciudad de su cordial Miguel Delibes, otro gigante de las letras
españolas.
Con Pilar Fernández Labrador, José Hierro y Ascensión García Jiménez, su esposa
Con Luis López Anglada, Franciasco Garfias, Melardo Peraile y Manuel Alcántara
En el Centro Cultural de la Villa de Madrid, con José Hierro, Fina de Calderón y Claudio Rodríguez
Con Luis J. Martos, Eladio Cabañero, José Ledesma Criado, Luis López Anglada,
Manuel Albar, Ángel García López
Con Carmelo Guillén Acosta, Ángel G. López, Jesús Hilario Tundidor, José Hierro,
Julián Creis Córdoba, Francisco Creis Córdoba, Joaquín Benito de Lucas
Este formidable corpus poético, traducido a varios idiomas, estudiado por poe-
tas, profesores, hispanistas y críticos, ya en cursos, seminarios, encuentros y ponen-
cias, ya en ensayos y artículos en periódicos y revistas especializadas, esta enorme
producción poética, decimos, figura en un buen número de antologías generales
(Cuarta antología de Adonais; Antología homenaje a Gerardo Diego; Ultimísima
poesía española; De la transparencia al presagio. Poesía de España; Diez años de poesía
del premio Gil de Biedma; Antología: 365 pájaros tiene el cielo; The image of diversity;
Con José Ledesma Criado, Luis Rosale, José Javier Aleixandre y sus esposas
1
Al margen de los clásicos, Biblioteca Nueva, Madrid, 2005, p. 298.
2
Esta idea, así como gran parte de esta exposición, se asienta en mi tesis doctoral, de título Estructuras
antropológicas de lo imaginario en la obra poética de José María Muñoz Quirós, dirigida por Mercedes
Pequeño, en la Universidad de Valladolid, 2012.
3
Puede consultarse el artículo La humildad: un hueco para la verdad y el imaginario en Teresa de Jesús, de
J. Collado en WWAA., Teresa de Jesús: Patrimonio de la humanidad, Actas del Congreso Mundial
Teresiano en el V Centenario de su nacimiento (1515-2015), Vol. 1, Burgos, 2016, pp. (237-252).
4
Ensayos, Volumen II, traducción de Almudena Montojo, Cátedra, Madrid, 2005, p. 61.
5
Véase Las estructuras antropológicas de lo imaginario, cuyo estudio se aplica al poeta en la tesis citada.
Leopoldo de Luis
La primera gran verdad del poeta, y en esto coincide con Santa Teresa, y con
otras religiones como el Budismo, es que la vida es sólo pasar, que todo es tran-
sitoriedad, precariedad, que todo está abocado a envejecer, a enfermar, a morir. Y
así dice el poeta en Material Reservado: “Y eso es pasar. Sólo pasar. Apenas /
después de acontecido queda nada / en los posos del sueño.”
Y no sólo la vida como tal, también muere cada instante, cada día, cada cosa
vivida. El yo mismo parece morir a cada instante, y es distinto a cada momento,
en cada nuevo despertar. Todo lo demás es engañarse, engañarse el del hombre
mentiroso, como dice Teresa, porque se imagina que no es todo caduco, se ima-
gina que los bienes materiales o las honras son eternos. Se miente el hombre
acerca del mundo y de sí mismo. Se miente, y sólo ve de lejos todo. De lejos la
muerte y de lejos la vida.
La muerte, el paso del tiempo, asoma por detrás de cada poema. Este poema
nos habla de la “existencia efímera”, de “penumbra desolada”, de “nichos”, de
“luto débil”, de “luz ciega”; hay abismo, también hay cansancio, silencio, lágrimas.
Un tiempo cansado, unos “ojos en desvelo”, nos proporciona una estampa de un
presente efímero, moribundo, notado apenas, ensoñado en su misma decadencia.
Una noche que es previa a todo, “esperando siempre en toda noche”, nos dice
que el mundo nace de la noche y a la noche vuelve. Y el misterio se nutre de esta
oscuridad. La noche es mutilación, es ceguera, es debilidad y angustia. Y como
formando parte de esta noche, otras imágenes añaden las resonancias de un
tiempo caduco, de un avasallante huir de las cosas, de las vivencias. Los cuatro
elementos: aire, agua, tierra y fuego, están presentes en toda la obra del poeta. El
aire, es el viento que todo lo arrastra, que hace caer las hojas del otoño y se las
lleva lejos, es huida en el vuelo de los pájaros, en el rápido aleteo de la existencia
que sólo deja un rumor de lo que ya no existe. El agua es la gravedad, la caída
6
A. Schopenhauer, Metafísica de lo bello y estética, en La lectura, los libros y otros ensayos, Traducción de
Edmundo González-Blanco y prólogo de Agustín Izquierdo, Edaf, Madrid, 1996, p. 44.
7
“consagración del instante” es uno de los títulos de El arco y la lira, F.C.E., Madrid, 2004.
o en “el hondo espacio/ de una lágrima antigua”. Son lugares íntimos, profun-
dos, exclusivos, marcados por el signo de la distinción y de la unidad. Son
espacios sagrados, y, como dice Gilbert Durand, todo espacio sagrado tiende a
repetirse indefinidamente. La repetición es el principal atributo de este poema, y
de gran parte de la obra de José María Muñoz Quirós. Y un espacio sagrado y
repetido también tiene que ver con la pequeñez: las cosas pequeñas, sutiles, de-
licadas, los matices del mundo, de los colores y del sentimiento. Lo sutil también
es lo distinto y separado, la individualidad del ser frente a la masificación y
generalización del mundo, que siempre resulta falsa y engañosa.
No está muy lejos esta poesía y esta forma de ver el mundo de la vía mística
de Santa Teresa de Jesús. Para ella, el mundo era un engaño y la única verdad es
que todo era falso, que el mundo es vano y que todo es efímero. Pero había otra
forma de conocer el mundo distinta a la racional. Lo que para el poeta es la intui-
ción, para Santa Teresa fue el encuentro con Dios, es decir, con lo sagrado. Y para
llegar a ello, el camino era el de la humildad. La humildad entendida como una
forma de conocimiento de lo pequeño, pues lleva a no creerse nada del mundo
engañoso, no creerse superior a nadie, aceptar la pequeñez humana con todas
sus miserias, y con el paso del tiempo y la muerte que la determina. Así se encon-
tró Teresa con Espacios sagrados en sí misma, espacios delimitados como el
“castillo interior”, puros como el diamante, como el límpido “espejo de gran
niebla”.
Si lo sagrado tiende a repetirse infinitamente, todo este poema, toda la obra del
poeta, se nutre de lo repetido, que también es lo circular, y que también tiene
mucho que ver con el mundo de las cosas pequeñas, humildes, cotidianas. Toda la
obra del poeta se decanta hacia lo sutil, lo sensible, el matiz, las minucias. Y la aten-
ción a lo pequeño, también se compadece de lo delicado, de lo débil, de lo cansado.
Los “muebles”, por ejemplo, esas cosas del vivir humilde y cotidiano, se humanizan
Antonio Gamoneda
8
V. El concepto de la angustia, Alianza, Madrid, 2006.
promesa del siempre despertar. Las imágenes del fruto, de la cosecha, del niño, de la
“savia eterna”, representan la cúspide del imaginario: “Me llega la mañana /
sucumbiendo al racimo de una oscura / premonición de fruta”; “sentida voz que
llama / en la cosecha dulce y desvalida / que asola”; “Pero ahora vuelves, florecer del
día”; “bebo de este silencio y al fin quedo / preñado de su albura claramente”. El sen-
timiento que ha unido lo que tiene de muerte la vida y lo que tiene de perdurabili-
dad, ha generado otro sentimiento que la palabra ha encontrado, un sentimiento
intuitivo de la novedad absoluta, de una “fuerza infinita”, “incontenible”: “Cómo
asombra / la vida nuevamente / en toda sucesión recién nacida”. Es la vida tal cual
es, sin apriorismos ni prejuicios, una vida constituida en un presente muy vivo que
contiene cualquier pasado: “Me llega la mañana / envuelta en su memoria”. Es cosa
de intuición, la razón no lo entiende; y así, “se filtra el día sin apenas notarse”, “sin
saberlo”; así se filtra esa plenitud del sentimiento cotidiano, pleno y seguro: “camino
ya, respiro, vivo, siento.”
Qué verso más sencillo, más directo, más perfecto; no se puede decir más con
menos palabras. Semeja una cadencia de respiración, la cadencia de un pequeño
suspirar repetido, y un pulso que parece también latir en él. El cercano vivir repite
los latidos o las respiraciones como imágenes de un tiempo indefinido. Es el vivir de
un hombre de carne y hueso en el instante, en la verdadera realidad del aquí y
ahora. Es el hombre que inaugura el instante en un comienzo absoluto y puntual:
“camino ya”. Un tiempo que sigue su devenir, pero que se concentra en un “ya”
puntual y efímero. Un punto temporal del ser en el ahora donde respira, donde vive
físicamente, y donde siente. Y el alma siente el instante, siente su vívida plenitud.
Ese sentirse vivo, esa “brusca sensación” es lo más importante del poema y tal vez
de la obra toda del poeta. Si el respirar es humano y concreto, sobre él se apoya un
sentir que nos abre a otra escala del vivir, a una mirada trascendente, hacia arriba,
hacia un sentir más allá del instante.
Los dos últimos versos son la continuación de ese “siento”, son ese otro vivir
más allá, y en el mismo instante como sucede con los místicos. Una sensación de
paz se apodera del poeta. ¡Qué bien se está aquí, qué bienestar, qué paz!, un
instante puro, sagrado, ha vivenciado una “encendida paz del mundo”, nacida
de un vivir libre, de una vida sin falseamientos, pura, tal cual es.
El verso último completa y culmina toda esta plenitud. Compendia, además,
todo el proceso emocional que hemos sentido con el poeta: “náufrago al fin en
este mar del tiempo.” El mar, “rostro del tiempo” tenebroso y agitado, es una
inmensa muerte que no lo ha sido del todo. Si la noche pervive gracias a sus
sueños, el mar no todo se lo ha tragado. Hay una isla, una minúscula isla, y un
ser pequeño y solitario en ella. Hay un náufrago, un instante, a salvo entre la
inmensidad de todos los peligros del mundo. Toda una tensión poética se ha vol-
cado en una pequeña isla del vivir, en un pequeño refugio del ser, en un sueño
inofensivo que da paz, paz y satisfacción de haber escrito la vida eterna otra vez.
Qué bien parece sentirse el poeta en esta apartada isla, frente a la inmensidad
de la muerte, pero a salvo de ella. Y esperando, siempre esperando, en una espera
sin tiempo, hasta que llegue alguien, hasta que otro poema nazca para compro-
bar que no todo está perdido, hasta volver a sentir la inmensa paz de una simple
mirada al infinito.
1
José Hierro, «Prólogo», Material reservado, Madrid, Visor, 2000, p. 7.
2
José María Muñoz Quirós, Memorial, Madrid, Ediciones Libertarias, Madrid, 1995, p. 36.
3
José María Muñoz Quirós, “Primera anotación”, El Diario de Ávila (4-mayo-1990).
4
José María Muñoz Quirós, Naufragios y otras islas, Palencia, Casa de Palencia en Madrid, 1988, p. 53.
5
José María Muñoz Quirós, La Estancia, Ávila, Ayuntamiento de Arenas de San Pedro, 1986, p. 16.
José María Muñoz Quirós, “El espacio escondido”, El Diario de Ávila (30-septiembre-1990).
6
José María Muñoz Quirós, Ritual de los espejos, Madrid, Rialp, 1990, p. 56.
7
José María Muñoz Quirós, Material reservado, Madrid, Visor, 2000, p. 10.
8
José María Muñoz Quirós, Ritual de los espejos, Madrid, Rialp, 1990, p. 31.
9
José María Muñoz Quirós, Ritual de los espejos, Madrid, Rialp, 1990, p. 70.
13
José Martínez Ruiz, Azorín, Doña Inés (Historia de amor), Madrid, Biblioteca Nueva, 1998, p. 144
14
José María Muñoz Quirós, Carpe diem, Ávila, Institución Gran Duque de Alba, 1987, p. 67.
15
José María Muñoz Quirós, Carpe diem, Ávila, Institución Gran Duque de Alba, 1987, p. 29.
16
José María Muñoz Quirós, Material reservado, Madrid, Visor, 2000, p. 19.
17
José María Muñoz Quirós, Naufragios y otras islas, Palencia, Casa de Palencia en Madrid, 1988, p. 61.
18
José María Muñoz Quirós, “Descubrimiento”, El Diario de Ávila (20-noviembre-1990).
19
José María Muñoz Quirós, Carpe diem, Ávila, Institución Gran Duque de Alba, 1987, p. 11.
20
José María Muñoz Quirós, “Nocturno”, El Diario de Ávila (2-junio-1990).
21
José María Muñoz Quirós, Naufragios y otras islas, Palencia, Casa de Palencia en Madrid, 1988, p. 36.
22
José María Muñoz Quirós, Naufragios y otras islas, Palencia, Casa de Palencia en Madrid, 1988, p. 56.
23
José María Muñoz Quirós, Ritual de los espejos, Madrid, Rialp, 1990, p. 51.
24
Luis López Anglada, en declaraciones a Rafael Vargas (Entre el sueño y la realidad, T. 3, 1993), citado
por José María Barrera en “Una contemplación apasionada”, ABC Cultural (3-noviembre-2001), p. 16.
27
Carlos Bousoño, El irracionalismo poético (El símbolo), Madrid, Gredos, 1977, p. 21.
U gen, por las imágenes: uno aporta lo que el otro no posee y viceversa, el
resultado no es mera suma, adición, sino una mixtura, un bienvenido
mestizaje, que da origen a una pintura -poema, a un poema- pintura. Ambos a
su manera dibujan, escriben, construyen sus propias y singulares imágenes apo-
yadas en la grafía y el dibujo.
De esta feliz unión creadora surge un singular producto plástico-literario,
titulado Claro vuelo de la memoria, donde cada uno de los autores despliega sus
habilidades y aporta lo que mejor sabe hacer.
DERROTEROS DE LA PUPILA
El poeta Muñoz Quirós presta regocijado sus versos para que Albano, el
artista plástico, los intervenga: dameros, tableros de ajedrez y de damas chinas,
paisajes de la emoción de Albano, en blanco y negro, ligeramente coloreados, sir-
ven de soporte a las letras de Muñoz Quirós, quien regresa -aunque ciertamente
nunca se ha ido- a los temas que le son caros y propios: el tiempo y la memoria,
la luz y la noche, el pájaro y el árbol, quien confiesa -sin que le creamos-: “No
sé cómo se escriben las cosas; soy hijo de ese abecedario” y una vez más insiste
en que "todo es memoria".
Ese abecedario, manoseado, repasado, manipulado, aporta las letras funda-
mentales que el poeta sazona con la emoción de la existencia, el blanco impolu-
to y armonioso de la hoja de papel, lo estimula, lo desafía, le lanza el guante, y
el poeta acepta -caballero y gallardo- el reto, y gana: “En blanco como yo, papel
POESÍA DE LA LUZ:
EN TORNO A LA OBRA DE MUÑOZ QUIRÓS
E “poeta de la luz” porque, tras dedicar su tiempo a mirar árboles, ríos, ros-
tros o calles, amanecía en la vida, lo cual no estaba exento de profunda
paradoja, pues dedicó su poesía a indagar en los perfiles de la muerte, tal como
puede leerse en su compilación Todos han muerto. De esa paradoja mana tam-
bién, aunque con un perfil muy diferenciado, la poesía del abulense José María
Muñoz Quirós (1957), quien ha construido una muy notable obra en la
aspiración permanente a la luz, que a menudo tiñe sus tonos en la cercanía con
el vacío, la nada, la conciencia de la caída y de la muerte. En él, tiempo, miste-
rio y abismo son constantes y están abrazados por la luz, de modo que en su
poesía se rondan aquellos elementos que anhelan amanecer en la vida, aunque se
sepa de su carácter ambivalente y fronterizo, de su desigual condición y fortuna.
El libro Inalterable luz, que publicó Vaso Roto en 2017 es en mi opinión una
de las muestras más cohesionadas y completas de una búsqueda que puede
seguirse en el conjunto de su producción, compilada en el volumen Tiempo y
memoria por Vitruvio hasta el año 2015. De ese extenso conjunto previo, quiero
destacar varios hitos que se inician en Dibujo de la luz (Colección Barrio de
Maravillas, 1998), cuyo título incide en uno de los temas centrales del poeta de
Ávila. Allí el poema “La claridad” ofrecía el metafórico vuelto del alba hacia la
vida, como pájaro en su pasión de altura, pero también abría la incógnita del ser
en la “emanación de lo baldío”. El largo poema no daba respuestas, sino que
emitía varias preguntas retóricas que encerraban el desconcierto, la incertidum-
bre, la prisión en lo más íntimamente contemplativo.
Es sin duda la luz un misterio inagotable. A ella se han acercado artistas y
escritores de todas las épocas y bajo todos los matices. Como apuntó Cirlot en su
Diccionario de símbolos, alude a una síntesis de totalidad y vehicula la posibili-
dad de trascendencia, al trazar el paso de la noche al día, de la muerte a la resu-
rrección. Aquello que imprime singularidad en la obra de Muñoz Quirós se
corresponde con un importante dominio de las formas que, a partir de su
conocimiento de las dicciones clásicas, busca adentrarse en aquellas estancias en
las que luz y vacío pueden colmarse mutuamente a partir de la negación mística
L 1957) se despliega desde En una edad de voces (1982) hasta (La pisada de
los pájaros, 2017) a lo largo de poemarios cuya calidad ha sido amplia-
mente reconocida1. Obra de variadísimos temas, pues para la mirada de nue-
stro autor todo es susceptible de convertirse en materia poetizable: el paisaje
del campo y el de la ciudad; la pasión amorosa y la “cotidiana ternura”; el difí-
cil oficio de vivir y la plenitud luminosa de determinados momentos; la melan-
colía y el júbilo; el “leve seseo acariciable” de la madre andaluza y el rostro del
padre surcado por arrugas “como cuchillos, como heridas, como senderos”; los
versos, los libros amados, sus autores, y también determinados filmes con sus
actores, actrices y directores. Variadas son también las formas, la extensión y la
tonalidad: desde las estructuras del soneto hasta las libres combinaciones de
versos blancos de diferentes metros; desde los poemas de largo aliento hasta los
breves de gran condensación expresiva; desde los de fuerte sensorialidad hasta
otros de tipo más conceptual; desde los de atmósfera melancólica hasta los ilu-
minados por un rayo de alegría, pasando por los que muestran rebeldía y por
aquellos que acatan la realidad.
Buen conocedor de la tradición poética hispánica de ambos mundos y de la
de otros ámbitos lingüísticos de Europa y América, el poeta dialoga familiar-
mente con ella. Baste mencionar, en cuanto a lo primero, su frecuentación de
Juan de la Cruz, Claudio Rodríguez y José Ángel Valente, por citar algunas
1
Entre los prestigiosos galardones recibidos destacan el Accésit del Premio Adonais (Ritual de los espe-
jos, 1990) y los premios Tiflos de Poesía (El sueño del guerrero, 1995), Gil de Biedma (Material reserva-
do, 2000), San Juan de la Cruz (Celada de piedra, 2005), Ciudad de Salamanca (El color de la noche,
2008), Alfons el Magnànim “Valencia” de Poesía en castellano (El rostro de la niebla, 2009), Rafael
Morales (Para volver al sur, 2016), Premio Internacional “Francisco de Aldana” de Poesía en lengua cas-
tellana (La pisada de los ruiseñores, Nápoles, 2017). Traducido a numerosas lenguas, seleccionado en
diferentes antologías y glosado por grandes poetas (Gerardo Diego, José Hierro y Antonio Colinas),
también ha sido objeto de estudios en congresos, de monográficos de diferentes publicaciones, y hasta
de tesis doctorales (M. Amparo Valera Ruzafa: Perfiles del tiempo en la palabra: la poesía de JMMQ,
Universidad Complutense de Madrid, 2002; Jesús Collado Gómez: El don de la luz. Símbolos y estruc-
turas antropológicas de lo imaginario en la obra poética de JMMQ, Universidad de Valladolid, 2012).
2
Muy notable es el interés de nuestro autor por las artes plásticas. Fruto de su persistente interés por la
relación entre la poesía y esas otras artes son sus abundantes colaboraciones con pintores y escultores.
Así, La piedra y el viento (2008), en que las palabras de nuestro poeta acompañan a los trazos y colores
de Agustín Ibarrola, La forma y la palabra (2013), inspirado en las esculturas de hierro de José Antonio
Elvira, o Todas las hermosuras (2015), en diálogo con las esculturas de Emilio Sánchez en homenaje a
Teresa de Jesús y Juan de la Cruz.
3
Ya el mismo título hace pensar en las cinco condiciones que Juan de la Cruz -máxima referencia poética
de nuestro autor, tan presente en este libro (“Juan de la Cruz” y “Noche oscura”)- atribuye al pájaro soli-
tario, particularmente en la segunda de ellas: “que no sufre compañía”. José Ángel Valente -otra referen-
cia de nuestro autor- glosó, con su habitual finura, este pasaje juancruciano en “Las condiciones del pája-
ro solitario” (Variaciones sobre el pájaro y la red precedido de La piedra y el centro, Tusquets, Barcelona,
1991). Esta ave -símbolo del poeta y, en última instancia, del genuino ser humano- reaparece en la sec-
ción “Álamo de plata” (“Al recortar las ramas han / derrumbado el nido del / pájaro solitario”).
4
La metáfora recuerda la de Ortega y Gasset en sus Meditaciones del Quijote: El Escorial, “nuestra gran
piedra lírica”. El lugar ha sido poetizado, entre otros muchos por Luis Cernuda (“El ruiseñor sobre las
piedras”, en Las nubes).
5
En “La sucesión de los paisajes”, por ejemplo, más que de lo apuntado por el título, ante todo se trata
del decurso de la jornada, del sucederse de los días, de la rueda de las estaciones, del retorno periódico
de fenómenos meteorológicos con ellas asociados. En realidad parecería tratarse de la travesía del yo
poético através del tiempo y en busca de él (“voy hasta el tiempo / y me asombro de ser pájaro. Y
vuelo”); búsqueda frustrada pues “No atrapo el tiempo porque vuela y huye”. Los paisajes de esa mar-
cha -evocados con una mezcla de precisión y vaguedad- no son puras entidades físicas, objetivas, a las
que simplemente se accede mediante los sentidos corporales (vista, tacto), sino más bien realidades
entrañadas en la propia intimidad (“los chopos / y los sauces del alma”), estados de ánimo con los que
uno se ha identificado (“fundido con el dolor de este paisaje”), lugares imaginados, soñados, recorda-
dos, “lugares que construimos / con la memoria / de los días vividos”, que forman parte “de la memo-
ria secreta / de las cosas” y que vienen “a mi sueño, donde queda prendida / la memoria” (Los tres últi-
mos pasajes citados pertenecen al esclarecedor poema “Lugares”, de El brillo de la tormenta, no inclui-
do en esta selección).
E
responde:
“¿qué hay detrás de esas murallas?”. Brota una conversación que se torna
turística. La mente insatisfecha arma de nuevo la interrogante y
1
José María Muñoz Quirós: Ausencias. Ediciones Abezedario. Diputación Provincial de Cáceres.
Cáceres. 2007.
Los ojos del alma que no los de cuerpo como afirmaba en más de una ocasión
Teresa de Jesús, no en vano el poema lleva por título Contemplación en Gredos.3
Sin saber cómo ni porqué, a veces la melancolía puede con nosotros, también
con un poeta con la emocionada sensibilidad de José María Muñoz Quirós y un
paseo al atardecer en solitario -los lobos de la tarde//gimen entre los pinos-, a las
orillas del Tormes por entre los pinares del puente del Duque, puede resonar
como:
“... un desdén impreciso, una redonda
marca de soledad, un duro abismo
donde se escucha la palabra
de los sueños que mueren”.4
Y es que la poesía de este abulense más que para ser leída es para ser respira-
da. Lo que ocurren es que, si no la lees, no la respiras. La poesía es palabra en el
tiempo, pero también en el papel. Pide ser respirada como sucede en este
pequeño poema en el que nos sumergimos en una Tormenta. En la sierra de
Gredos, las tormentas a mediados de agosto anuncian el final de verano:
He escuchado el ruido que provoca
la tormenta en el alto
sendero de la sierra. Golpeaba
la lluvia en los tejados.
Un quejido de somnolientas aves
envolvía el camino,
el rayo encendía entre sus dedos
2
Publicado en 1991 en Ritual de los espejos por Rialp.
3
“Vile con los ojos del alma más claramente que le pudiera ver con los ojos de cuerpo”. Santa Teresa de Jesús:
Libro de la vida. Edición, estudio y notas de Fidel Sebastián Mediavilla. Real Academia Española. 2014.
Capítulo XXVIII. Pag. 206.
4
Publicado en 2008 en El color de la noche. Algaida. Sevilla.
5
Publicado en 2015 en La voz del retorno por Erisaces. Oviedo.
6
Publicada por la Fundación Jorge Guillén. Valladolid.
L de las variaciones en forma y tono que supone cada libro, la unidad pro-
funda de la voz. Y también la mucha sabiduría, poética y vital, que hay
detrás de su palabra. Apostar por la intensa levedad, dice un verso suyo, que me
parece podría servir perfectamente como poética, como definición (o mejor
descripción) de su trabajo. Intensidad, sí, pero leve, no insistida o enfática, como
la vida misma no lo es, ni necesita serlo. Claro que para lograr eso, que la inten-
sidad sea real, presente y viva en el verso, pero desnuda, sin disfraces ni aditivos,
hace falta como decía mucho conocimiento, mucho saber tanto de la escritura
como de la vida. Y es evidente a la simple lectura que en efecto están ahí, soste-
niendo y justificando cada palabra. Así, por ejemplo, se ve en las anotaciones de
paisaje que no se trata ni de simples notas de viajero u observador ni de meros
pretextos para la reflexión, el paysage moralisé de la tradición francesa, que suele
desembocar en la alegoría. Aquí se trata, entiendo, de paisaje vital, de instantes
vividos, y es esa vida lo que antes que otra cosa ha de decir el texto, que por eso
puede transitar con naturalidad de la exterioridad a lo íntimo, ya que todo es eso:
vida, experiencia vital. Con lenguaje preciso, escueto (no se trata de adornos, sino
de esencias), que encarne, y no sólo describa, aquello de que se habla. No andan
lejos a veces, pienso, ni San Juan ni Claudio Rodríguez, por poner sólo dos ejem-
plos posibles entre muchos; pero la voz es siempre personal, definidamente per-
sonal, con lo que esas presencias son tutelares pero no invasivas. En fin, una voz
honda y amplia a la vez, cosa bien difícil, capaz de decir muchas cosas sin que
ello suponga en ningún momento simple mariposeo superficial, sino, como
decía, esencia y plenitud.
L poéticas del pasado que resuenan en nuestros días con un timbre nuevo
y sorprendente. En ella se oye el deseo de nombrar y de desnudar el
lenguaje juanramoniano, el afán de transferir la experiencia mística impronun-
ciable de San Juan de la Cruz, la lucha unamuniana por vencer el olvido y el
continuo caminar de la memoria contra el imperdonable paso del tiempo
machadiano.
Las dolorosas palabras y los deslumbrantes silencios capturados por José
María Muñoz Quirós en esta antología esconden temores, secretos e incertidum-
bres universales . Los márgenes entre lo decible y lo indecible son violados en sus
poemas y la fugaz línea de la existencia se rompe a través de los recuerdos de este
prolífico y galardonado artesano de versos.
Su intensa búsqueda y su incansable lucha, para transmitir elementos místicos
o emociones sugerentes, lo lleva a deambular por el insonoro interior, a cues-
tionárselo todo, a no estar jamás conforme, a caminar en los límites del desencanto
y volver, siempre volver, a retornar a la magia invisible de un mundo que le
pertenece y que solamente él puede nombrar (Valbuena, 2014).
Juan González (2005) intenta trazar la progresiva y compleja evolución de
la poesía de Muñoz Quirós, que trata de alcanzar siempre “la altura de lo
bello”. En una edad de voces (1982) el poeta invita a escuchar la voz que vive
dentro de él, obstinada en callejear en el recuerdo: “Oíd el latido simbólico
del miedo/ [...] oíd con su murmullo un desertar de pájaros”. La contem-
plación del amor “yo te observaba / como si fueses calle que transita a lo eter-
no” y la exaltación de los sentidos, lo llevarán a construir el artificio sutil de
Ternura extraña (1983).
El camino hacia la oscura memoria se va haciendo cada vez más intenso
y sorprendente, gracias al extrañamiento lingüístico y a la musicalidad que
conforman Razón de luna (1984): “tus ojos nido / [...] / tus ojos brisa/ [...] tus
ojos tempestad, tus ojos calma”. El siguiente poemario, La estancia (1985),
ROSA, ROSAE
Muñoz Quirós queda prendido en las espinas dolorosas de la flor y sus evo-
caciones son una larga teoría de lamentos. Juan Ramón en sus lamentos porque
la plenitud buscada no es sino el fracaso de lo no conseguido. Un escritor de
lengua inglesa Sacheverell Sitwell escribió un libro sobre las “Old Fashioned
Flowers” (Londres, s.a), que vale más por lo que cuenta que por las ilustraciones
que trae. Me interesa una afirmación que vale para este libro: el prestigio de la
rosa en el mundo musical, sobre todo en el del piano. No creo que Muñoz
José María Muñoz, «Rosa rosae». Colección Melibea LV. Talavera de la Reina, 1995
uince años no es nada? Quince años son once libros que fueron publi-
Q cados entre 1982 y 1997, ambos inclusive. Once libros de los cuales
fueron seleccionados por el autor los poemas que organizan esta
Antología. Quince años son cinco mil cuatrocientos setenta y cinco días y una
cotidianidad extendida y vivida entre ellos, intensamente creadora, intensamente
dilucidada e incorporada al poema. Una cotidianidad que está aquí presente,
viva, ofreciéndose, tan mágica como sencilla, acompañándonos:
"Este instante fue como un amigo que llegó y se sentó a tu lado".
(Conservad el hechizo)
La preteridad actualizada se trae y se lleva una vez y otra vez en los railes tex-
tuales del verso, dando motivos al poeta para reconocerse como substancia viva
que transcurre en el flujo de la movilidad y la memoria (“alas de la noche / reloj
de otro pasado”), perdiéndose y recuperándose en la esencia ontológica del ser
existente individualizado. Hasta tal punto este suceso conforma la actividad
creadora del poeta abulense que, sobre esa posición, fragua la plenitud emo-
cional en la interacción vida-memoria-poesía, cuyo ámbito ejemplifica en el
C Quirós (Ávila, 1957) una antología que recoge una selección de su tra-
bajo poético realizado a lo largo de los últimos quince años de su vida.
Licenciado en Filología Hispánica y profesor, coordina en la actualidad la sec-
ción de Literatura de la Institución Gran Duque de Alba, en su ciudad natal.
Su obra poética se inició con En una edad de voces (1982), libro al que si-
guieron Ternura extraña (1983), Razón de luna (1984), La estancia (1985), Carpe
diem (1987), Naufragios y otras islas (1988), Ritual de los espejos (1991), Rosa rosae
(1995), Memorial (1995) y El sueño del guerrero (1995). De todos ellos hay en esta
antología una representación suficiente y necesaria para que el lector pueda tener
una idea cabal de la poesía de Muñoz Quirós. A ellos añade, con el título de
Poemas inéditos, una muestra de los escritos en el año en curso. Y por ellos ha
obtenido significativos galardones, como un accésit al Adonais, el “Ateneo de
Salamanca”, “Jorge Manrique”, “Tiflos”, “Vicente Aleixandre”, etc.
Con un prologuista de excepción, el poeta Jesús Hilario Tundidor, y con una
"Nota preliminar" del propio autor, quien ha sido también el seleccionador de los
textos que representan a cada uno de los libros que se integran en este Quince
años no es nada; con buen criterio, sin duda, el poeta va dejándonos muestra de
su buen hacer poético a lo largo de estos quince últimos años de nuestra lírica.
Tundidor insiste en la dimensión existencial y temporal de una poesía esencial-
mente intimista, más que de lo cotidiano, emocional y conceptual a la par. Idea
y sentimiento se dan la mano en unos textos rigurosos y formalmente correctos
en los que se observa una rara facilidad para la creación de imágenes continuas
y originales, en un discurso a menudo desbordante y desbordado en su vorágine
acumulativa. Una poesía bien elaborada que deja entrever guiños culturalistas
en un poeta de nuestro tiempo. Ahí están para probarlo sus poemas “G. Leopardi
recordando a Silvia” (De Ternura extraña, 1983), “Último adiós de Zenobia” (De
Rosa rosae, 1995), en donde escribe: “(Está Zenobia/ rendida ya a las últimas palo-
mas,/ y un águila aletea/ en las cortinas)” El reloj da las diez./ Como anclados en una
lluvia leve,/ los amigos esperan./ Es el final; tal vez/ si respondiera... Mas no hay/
respuesta” (p. 130). Confieso que ha sido éste, para mí, unos de los poemas más
emotivos de esta antología, en la que aún podemos encontrar poemas a Ionesco
María Muñoz Quirós José, El sueño del guerrero, Madrid, ONCE, 1995.
a voz poética de José María Muñoz Quirós (Ávila, 1957), sin ser ruidosa,
TODO LO OCURRIDO
La experiencia vital, los goces materiales, la plenitud del amor, la huella del
roce de las cosas, en definitiva todo lo que se tuvo y dejó de tenerse, ha ido tran-
scurriendo inexorablemente y ha ido dejando el cauce seco de una come nostál-
gica, el cauce roto del vacío y del cuerpo. Y de todo aquello, “de lo que fuiste,/
sólo queda la cáscara, el aroma, / lejano de una fruta, la música/ que no se
escucha y suena en lo más hondo/ a intensa soledad y a desconsuelo.”
Pero es precisamente cuando se asume esa condición efímera de todo, cuando
puede llegara alcanzarse la verdadera plenitud, la que lleva a la desnudez y al
despojamiento. Sólo cuando las cosas se poseen inmaterialmente, cuando se
paladean desde los abismos de la memoria, una vez desposeídas de su carcasa
material y reducidas a la más pura levedad del recuerdo, puede alcanzarse la li-
beración de los deseos y la reconciliación con uno mismo y con el mundo: “Nada
deseas ya. Nada es más leve/ que las aristas de la noche. Suenan,/ allá en la pleni-
tud de la memoria,/ las aguas de aquel mar que nunca vuelve”. Por su aspiración
al despojamiento y a la levedad, algo de mística elevación poseen estos versos, y no
son en vano las referencias sanjuanianas que en ellos pueden rastrearse: “secreta
escala”, “mosto de granadas”, “salir sin ser notado”, “oscura noche”...
No nos habla, sin embargo, Muñoz Quirós, de la oscura noche del alma, sino
de la oscura noche del cuerpo, de la tenebrosa noche del mundo en la que se
encuentra sumergido. Hay en él un ansia de elevarse por encima de la opaca mate-
rialidad de las cosas, que son, por naturaleza, perecederas. La simbología del agua,
muy presente a lo largo de todo el poemario, tiene algo de elemento ritual que el
poeta utiliza para llevar a cabo su cántico celebrativo. El agua, en efecto, simboliza
la regresión a los orígenes, la inmersión en la pureza auroral de la memoria, donde
dejan de actuar las erosiones materiales de la temporalidad, porque sólo allí, en el
lago primordial de la memoria íntima, es donde se encuentra “la inocencia de ayer;
el verde/ nuevo, la plenitud del sol bajo sus ramas”. Solo allí puede encontrarse “la
desnudez del mundo ...la brizna /de la clara materia de las cosas/ cuando fueron
creadas, cuando fueron/ eternamente al sol nuevas y bellas”.
stoy remontándome al año 1948 y tengo una imagen clara de aquel día.
LA FORMA Y LA PALABRA
ecuerdo los tiempos del colegio y el libro de texto donde se nos explicaba
P poeta abulense José María Muñoz Quirós (1957) su obra poética, que
supera ya la veintena larga de títulos, que se dice pronto. Ha obtenido, entre
otros galardones de prestigio, el “Ciudad de Salamanca”, “Fray Luis de León”,
“Gil de Biedma”, “San Juan de la Cruz” o el “Alfons el Magnànim” que le ha sido
concedido por “El rostro de la niebla”.
Casi al unísono con este libro acaba de aparecer en Ávila, en la colección
Ínsulas extrañas, “La única semilla” y en el documentado prólogo de este poe-
mario Jesús Collado sitúa la sustancia lírica de Muñoz Quirós a partir de las
coordenadas del misterio, el amor, la muerte, la palabra nueva o inefable y el
tiempo, emparentándola con las voces místicas de San Juan, Santa Teresa y
Miguel de Molinos a la vez que señala que como en ellos “son la extrañeza y el
presentimiento ante esa otra realidad las que incitan su creación”.
A estas alturas, el dominio técnico y formal del poeta es, por otra parte, indu-
dable, asentado a lo largo de una obra como la suya tan amplia, y en este volu-
men se pone de manifiesto desde la obertura, con dos sonetos, uno de factura
clásica, del que procede el título, y otro blanco. Ambos, pero especialmente el ini-
cial, funcionan como poética, al modo en que José Hierro enmarcaba sus libros,
con un poema-pórtico que diese el tono en que iban a fraguarse el resto. Y no es
esta referencia gratuita, creo, toda vez que el dibujo de la cubierta es una de las
particulares aguadas del poeta santanderino.
“Siento que en las palabras se ha escondido el rostro de la niebla”. Así comien-
za, concretamente, este primer soneto, y el poeta nos revela de entrada la que va a
ser, la que es su tarea: desvelar, desnudar el significado lírico que aguarda dentro de
las expresiones a las que suele ofuscar su trato con lo cotidiano, mostrarnos su ser
último en medio de la confusa bruma que habitualmente nos perturba.
El otro soneto, el que carece de rima, fija el territorio en el que preferentemente
van a moverse los textos: la naturaleza, “latido de una sangre escondida”. Se invoca
así al inconsciente colectivo, a la secular relación del hombre con la tierra que tan
amenazada se encuentra en nuestros días; y por eso se convoca luego, en diversos
poemas, a los árboles, las fuentes, los rebaños o las encinas. No es éste un empeño en
el que Muñoz Quirós se encuentre solo. Otros poetas castellanos, más o menos de
EL ROSTRO DE LA NIEBLA. José María Muñoz Quirós. Poesía, Madrid, Hiperión, 2009.
INTENSIFICAR LO PROFUNDO
onozco la obra poética de José María Muñoz Quirós (Ávila, 1957) prác-
E única semilla”: “La palabra toma el testigo del rumor del ser, del pálpito
del momento que deja sentir su deuda de siglos-hundiendo sus raíces en
lo instintivamente humano-, y que además deja sentir su duda: la incógnita
fascinante del futuro y el color que escoge el día en cada nuevo nacimiento”. Se
refiere a esa fascinante relación del poeta con el universo, con ese misterio de la
vida y con el sabio renacer de cada mañana ya que, todo ello, forma parte del
entramado del poemario de José María Muñoz Quirós (Ávila 1957). El amor, el
mundo sobrenatural, los paisajes de la dicha, el recuerdo de lo profundo y otros
sucesos más o menos urgentes e igualmente memorables van transitando por los
versos de este autor, ya experimentado en publicaciones y comparecencias lite-
rarias. “La única semilla”, así, se convierte en un libro de raras aristas capaces de
conmover al lector de una manera delicada.
Un somero análisis de la mayoría de los poemas no dará idea de esa sencillez
conmovedora. “Cotidiana ternura”, que abre el volumen, es un canto a las cer-
canías de la amada, resumen y vitalidad del poeta que muestra su afecto y des-
menuza una suerte de cálido dolor ante esa posible ausencia que, de existir,
crearía un insondable vacío. “En esta noche puedo saber que existes,/te persigue
mi voz,/a veces miro tu desnuda caricia sin palabras”.
En otros casos tenemos poemas más flexibles, breves inspiraciones o largas
reflexiones que pueden contener todo el amor del mundo. En este libro los poe-
mas son siempre extensos, como es “Cuando al amor le pongas palabras”: “El
amor, cuando sale de tus manos/es el nido fecundo de una aurora/donde bebe el
primer azul su cima/de estrellada penumbra”. De “El secreto”, poemas de reso-
nancias clásicas, nos queda una especial confidencia o ese largo monólogo capaz
de crear una especial belleza en acabados versos: “...toda aventura/sabe a inicial
de ceniza”. De “Niñez” elegimos ese “ayer tan diáfano/ que la niñez no saber ni
recuerda/en qué instante ha vivido en ese despertar de la alegría”. “Retorno”
hace un canto a lo cotidiano, una sonata de la más asombrada realidad. El poeta,
como ser humano, experimenta esa sensación del deambular infinito capaz de
convertir en rutina las cosas esenciales, los momentos definitivos, esos de los que
ue nuestro gran Federico García Lorca quien definió la poesía como “la
F unión de dos palabras que uno nunca supuso que pudieran juntarse, y
que forman algo así como un misterio”. José María Muñoz Quirós conoce
muy bien ese misterio que nace de la unión de palabras o ideas aparentemente
desvinculadas, pero capaces de prender juntas ese fuego indefinible al cual lla-
mamos poesía, que ilumina y calienta a la humanidad desde hace varios mile-
nios. Muñoz Quirós sabe alimentar con maestría el brillo esclarecedor que nace
de la fusión, del contraste, de la mezcla íntima de tiempos y de espacios.
Femenino singular, concebido de un modo poliédrico, contiene en realidad
muchos libros en uno. Por un lado, es una brújula personal para guiamos a través
de la historia, mientras nos ofrece algunos de sus mejores hitos como refugio. Por
otro lado, es un verdadero homenaje al arte, desde los ojos admirados y encendi-
dos de un poeta que ama la literatura, la pintura, la escultura, la fotografía, la
filosofía y la música. Se trata de una pequeña joya de versos cuidados como gemas,
que rezuman sensibilidad artística y sentido reconocimiento por grandes perso-
najes que han transformado el arte y forman ya parte indeleble de la memoria
colectiva de la cultura occidental. Por último, como su título indica, es también una
delicada ofrenda a esa mitad de la humanidad que ha estado secularmente subes-
timada, cuando no directamente subyugada: las mujeres. Con maravillosas
mujeres -reales y ficticias- como hilo conductor, Muñoz Quirós nos invita a un
delicioso paseo histórico a través del arte, mecidos por inolvidables versos de
impecable ritmo, certeros, luminosos y hondamente humanos.
El lector experimenta el gozo de encontrar entre sus páginas personajes
imperecederos de la Literatura como la atormentada Ana Ozores, la desespera-
da Emma Bovary o la dulce y romántica Melibea. También puede disfrutar de
damas reales o anónimas extraídas del mundo de la pintura: la famosa mujer
asomada a la ventana frente al mar de Dalí, Doña Juana la Loca en el fúnebre
cuadro de Francisco Pradilla, la celebérrima Gioconda de Leonardo Da Vinci o
la niña con mandil de peces de Benjamín Palencia. No falta la escultura en este
exquisito recorrido: la mujer de El beso de Rodin o la mujer a caballo de Botero.
Este poético desfile está también repleto de mujeres valiosas y llenas de talento
como las escritoras Virginia Woolf, Anaïs Nin, María Zambrano, las espléndidas
o puede hablarse con propiedad más que de aquello que se conoce pro-
ice un proverbio oriental que un hombre puede hacer llegar los latidos
AL ENCUENTRO DE LA AMADA
Muñoz Quirós hace en “El temblor de las libélulas” un canto al amor maduro.
sta obra, del prestigiado y conocido poeta abulense José M.ª Muñoz
EL TEMBLOR DE LAS LIBÉLULAS. José María Muñoz. Colección abeZetario, Cáceres. Diputación
Provincial de Cáceres, 2011; 133 págs., 2009.
FIDELIDAD A LA HONDURA
n muy pocos días, la obra poética de José María Muñoz Quirós (Ávila,
esde la lejana fecha de 1982 en que José María Muñoz Quirós abrió su
Creo que en este y en otros varios títulos suyos podrían encontrarse algunos
precedentes que manifiestan la coherencia con el resto de su obra del libro que
ahora tenemos ante nosotros, el más metapoético de todos los que ha publicado
hasta ahora. El mismo título El vendedor de escarcha, con un epígrafe de Miguel
Torga, “Vuelvo a cantar, y a mi memoria acuden /Las rústicas imágenes / Que
U menos a principios del siglo XX, se produce entre poetas españoles una
increíble agresión al soneto. Resultó tan efímera que hoy... ¿Qué suscitó
que tan prestigiosa forma literaria provocase deseo de aniquilarla? Pero obviamente
la amenaza no prosperó, la sonetística persiste. Buena prueba entre tantas otras es el
poemario Las alas del canto que felizmente tengo en mis manos, texto debido a José
María Muñoz Quirós. Me ha llegado en la colección “Palabras mayores” de la edi-
torial Alhulia, y en pulcra impresión llevada a cabo en la granadina Salobreña. Otra
entrega de un poeta que desde su Ávila continúa regalando con una actividad lírica
que afirma y reafirma cuán inútil y ridículo fue el propósito de acabar con el soneto.
Con esta nueva aportación, Muñoz Quirós en la primera parte del libro en
cuestión afirma que el soneto sigue aquí sin ambajes: fondo y forma, calidad y
cantidad: nada menos que con 45 composiciones que una vez más acreditan el
talento de su autor. Todas ellas -primera parte del poemario- bajo el título ge-
neral de la entrega, que se complementa con otras 31 composiciones -“Noción
del alba”- de factura libre -encabezadas por un poema titulado “Poética” en el
cual se manifiesta esa “desolación de la palabra” que, junto a la necesidad de ella,
tan intensamente se vive por el poeta como por el lector de los sonetos previos.
El conjunto de dichos sonetos comienza con una espléndida pieza sencilla y
rotundamente titulada “Francisca Sánchez”. Emotivos versos que a un tiempo son
homenaje a tan amorosa persona como a quien de ella -Rubén Darío- acuñó este
endecasílabo conmovedor: “Francisca Sánchez, acompáñame”. La elección de estos
catorce versos avala la calidad de Muñoz Quirós como poeta sensible a la gran líri-
ca que aparecerá en las composiciones de sus Alas del canto. No ajenas a la presen-
cia rubeniana, y que de modo libérrimo Muñoz Quirós a la vez posee y es poseído
por el quehacer de un creador de lo más comprometido con su propia personalidad.
Símbolo de tal libertad es el poemario en cuestión. Símbolo e instrumento
para llevar a cabo la obra: palabra cuya mejor definición también puede que sean
sus cuatro claras consonantes y sus tres diáfanas vocales. Explícita y tácitamente
lo mismo el poeta que el lector gozarán en este poemario del magisterio y de la
libertad del canto lírico de Muñoz Quirós. En las dos partes del libro, el autor
“Muda imagen”. Muda: se mueve de lugar, y muda: calla. Por ese acallamien-
to, por ese acto de silencio, es que la imagen deja de ser árbol, sombra, agua. Se
trata de la memoria herida valiéndose de estos elementos para decirnos otra cosa:
su dolor, nombrado en “labios tan mudos”. ¿Por qué la imagen es muda? Porque
en su obra, en su mirada, siempre hay algo de luz dolida. Un vacío. Intento de
relación, búsqueda de reciprocidad. Luz inalterable de la que el poeta sabe que
si tocada perdería su condición de nada. Perdería la relación, lo recíproco.
Enmudecen los labios para oír lo invisible. Luz inalterada que la imagen de su
poesía nombra: desnuda luz:
S Quirós, Premio Aldana 2017. Sobre mí su canto, su huella, sus alas. Versos
como pasos -delicados e indelebles- donde la vida es “Gota que alberga la
pequeña / cintura de una lágrima encendida”, aquel ápice de lluvia que se asien-
ta como una constante musical a lo largo de este poemario y de la cual se sirve el
poeta para evocar miríadas de estados e imágenes. Es mucho lo que abarca esa
sola gota que inicia el texto, que lo define y orienta a predecir las horas humanas:
“En esa gota el mar, la fuente, el río, / el aroma del sol sobre los ojos, / el espanto
del tiempo sobre el agua”. Hilos poéticos que van enroscándose entre líquidos e
instantes, para construir una creación iluminada de sentires inmensos. La lluvia
es una antigua huésped de la poesía y lo será siempre. Las páginas de este libro
también la albergan con todo el peso de su melancolía, para decirnos que “las
aguas balancean / la intimidad del mundo” y que esta es una intimidad triste
donde el poeta se aferra a una poderosa metáfora, una corriente que va a crear un
cantico terrenal, dolorido, verdadero y sublime, desde una atmosfera de tristeza
hermosa, acogedora y tibia, mas no por ello menos atribulada: “Caliente como el
ronco afán del tiempo / en el confín del alma que se abate / donde tú has habita-
do ese vacío, / donde mueres callado frente al agua”. La humanidad ha dependi-
do del cuerpo de la lluvia, de sus dedos, de su lengua; y por esta larga historia de
dependencia se inventaron y crearon imágenes que hablan de la adoración, de la
interacción con el diario vivir y del temor por la falta o el exceso de la misma. A
través de esta gran alegoría se nos ofrendan las hondas cavilaciones sobre la cua-
lidad volátil de la existencia, el andar solitario frente al mundo y la efímera mar-
cha como la marcha del agua: “La nodriza dormida de la lluvia / atraviesa perdi-
da en los caminos / el campo donde siembras la tristeza, / donde vives sabiendo
que estás solo / amarrado a la reja de los sueños / frente a la luz que atrapa su
presencia / en el estercolero del olvido”. El misterio universal de la poesía se des-
dobla, entre flujo y soledad, pese a toda fugacidad o desolación, subsiste más allá
del individuo, como un arcano que ampara y perpetúa: “mi ser que habita siem-
pre en el profundo / misterio que es la luz de lo invisible”. Aquí, la felicidad en el
oficio de la palabra, principio florido, lugar de albergue donde el poeta es libre
para untarse de las luces que lo fortifiquen, lo colmen, lo salven: “el inmenso vivir
S durante siglos, una poesía en la que los poetas son vates, y proyectan su
visión del mundo, de manera diferente y delicada, de manera sensible. La
poesía de José María Muñoz Quirós está impregnada de un panismo y una
fusión con la naturaleza y sus elementos, donde el agua se convierte en fuente
esencial de la vida. A través de este poema estamos completamente sumergidos
en el paisaje, el poeta contempla el ruido del agua y la naturaleza que le rodea,
bajo el incesante golpeteo del ruiseñor. Cada verso es un paso más en este mundo
virgen, lejos de la humanidad, hasta extraviarse por completo. Además del tema
del panismo el poeta habla de la temática de la metamorfosis -la transformación
de las cosas, de la realidad, del mundo, de una forma a otra. Me encontré frente
a un libro sensacionalista, en donde la traducción es a menudo abierta a una
sinonimia múltiple, y el texto se caracteriza por campos semánticos específicos
de la naturaleza. Los pájaros, ruiseñores representan simbólicamente el mismo
poeta que sugiere de esta manera el orden general del macrotexto- significado
implícito, la conciencia de la vanidad de la fama en comparación con la
eternidad, y también la conciencia de su futura grandeza terrenal en la memoria
de la gente. El ruiseñor se metamorfosea poeta, se mezcla con los sonidos y el
flujo de la naturaleza. Un descenso progresivo de los niveles de bienestar, reduc-
ción y disolución del ego histórico, a favor del yo poético. En el montaliano 17
atardecer, hay evocaciones de la perfección formal del texto, además el poema
dedicado a Miguel Ángel demuestra que estamos frente a un gran escritor.
Maestro del verso, poesía en formas y palabras, poesía magistral, con metáforas
perfectamente clásicas y originales. La ciudad de Nápoles necesita de modelos
poéticos, escritores que influencien las generaciones, como el poeta Muñoz
Quirós, aquí en el Reino de las dos Sicilias, donde hablar de Goya o de Miguel
Ángel es sinónimo de unión cultural y de sincretismo entre Italia y España.
E junto a una sombra despierta; el damasco adelanta un color del que sólo
saben los labios en la quieta distancia de quien se es verdaderamente,
como un alerta de sol enrojecido. Habita el acaso y el jamás, lo posible y lo veda-
do, como una melodía sincopada. El mundo: un ahora por habitar y, más dentro,
dispuesto el hilo de la voz a descifrar las sinuosidades donde deambula el asom-
bro, acompañado de la necesidad de franquear, al rostro interior, los umbrales de
lo no dicho. Impulso, espera, tanteo y expectativa. De una sola vez, la voz se
imanta de las propiedades de un agua viajera, de un agua estelar y terrestre, como
si brotara el viento de ese silencio originario, en el pulso del universo, donde habi-
ta como pálpito y como eco. Entonces, emerge un no sé qué, un quién sabe: las
fronteras de lo que se concibe como realidad avisa de un desborde, del revés, de
un más allá apenas concebible en el aliento y en el vocablo cotidiano. Cuando el
silencio se alfabetiza con hálito personal, en el idioma, significa que existe poesía.
Pero esta resulta tal, según atienda el oído interior dispuesto a escuchar la frecuen-
cia donde son registrados los sones más recónditos y genuinos, aliviados de
cualquier bullicio. Es así como del poeta se espera una voz audible, ronca o
aguda, capaz de ser comunicable, sugestiva, impetuosa o serena. Con mar de
fondo, más que con frondosidad de adjetivos y maromas que acaban por disolver
reverberaciones y vislumbres, el poema puede ser una flotante botella que trans-
porta mensajes a las edades o es el humo que ensaya figuraciones mientras
asciende antes de disiparse en la violentada atmósfera. Sabemos que nunca es
fácil alcanzar una traducción cabal de sí propio; menos aún si aquella materia
huidiza de quien está vivo, fluye, salta, se esconde en las palabras, reaparece en
signos y luego calla, como si estuviera hechizada ante una visión inefable. Menos
acierto se le concede a un presunto intérprete -lector de osadías-, apenas éste se
dispone a escribir a base de tanteos y de barruntos, cuando necesita conferir una
entidad a lo disperso. Porque en la exigente batalla de escribir, el poeta es el
primer abismado y el auroral lector. ¿Qué debería esperarse de ese ritual, en el que
tantos a través de las generaciones, celebran una liturgia que, en el soliloquio,
conoce de primeros vagidos y, en el lenguaje de todos, su posibilidad de hacerse
comunicable? José María Muñoz (Ávila, 1957) es poeta. Así: a secas. El núcleo de
osé María Muñoz Quirós nace en Ávila, en 1957 y tiene tras de sí un largo
V en ello nos fuera la vida. Ese instante en el que la mirada se distancia del
presente y nos revela un universo anterior incluso a nuestros propios
sueños es de tal intensidad que solo la palabra puede salvarnos. En la memoria
queda almacenado lo vivido y sentido, y así lo vemos en veloces fotogramas que
nos pasan delante de los ojos sin poder evitarlo. Es la conciencia de lo que fuimos
que aparece y desaparece como por arte de magia. Siempre la infancia que se
muestra vivaz con el paso del tiempo, para devolver lo que fue su luz, su reali-
dad más secreta. Desde esa realidad está pensado este poemario, “Para volver al
Sur”, de José María Muñoz Quirós (Ávila, 1957). Es este un libro en el cual el
poeta bucea en el pasado, ese tiempo iluminado de la infancia, muestrario de los
primeros descubrimientos, del juego y los afectos, que luego desde la soledad de
un tiempo futuro renacerá vibrante en la memoria. Todo lo que pudiera parecer
olvido toma aquí realidad, prefigura un estado de remembranza que nos con-
duce a esa edad de oro donde lo absoluto y la nada se confunde hasta plasmar un
presente donde la palabra es el vehículo principal de la comunicación poética.
Dedica el poeta este libro a su madre, mujer sureña del pueblo gaditano de
Medina Sidonia (“En Medina Sidonia un pájaro me dicta / con su voz tu pre-
sencia. / He volado hasta la cumbre azul de cielo. / Me escribe la mañana un
nacer en las rosas. / Miro a la lejanía por si volvieras. Nadie / me dice una pa-
labra sobre ti. Todo calla”), y en ella se conjuga la fuerza de esa luz que todo lo
invade. Es la mirada al sur la que seduce y provoca la vuelta al territorio de la
memoria, así ya desde el primero de los poemas, “Retorno”: “Vuelvo al Sur. El
mar me deja / la derrota fugaz de un pez de olvido. / Ahora retorno hasta la ori-
lla / inmóvil donde crece / la memoria de un tiempo ya lejano. [...] Volver al Sur:
sembrar sobre ese espacio / lo que ha sido fecundo en tus ausencias, / el modo de
mirar, la voz que dice / todos sus ecos. Volver hasta el origen”. La nostalgia marca
la andadura para volver a los orígenes que el poeta ha fijado para siempre en su
mente. La palabra como salvoconducto de lo habitado: la casa, la playa, las bar-
cas, las salinas y todos los silencios, como los de Alberti en el Puerto de Santa
María, los de Arcos de la Frontera, Cádiz, Zahara de los Atunes y el mar de
fondo, creciéndose en una nube grandiosa de luces crepusculares en el último
LA ESPINA DE LA NIEVE
CONTEMPLACIÓN OCULTA
H autor, algo que nos traslada a lo más íntimo, que nos revela espacios
que no se han dicho en los libros previamente publicados; porque
un autor no solamente se revela a sí mismo al elegir los textos que exhibirá,
o que desechará, ocultará de la mirada evidente, sino al mostrarnos que ha
releído su obra y esta resulta en un espejo extraño que no lo representa total-
mente, y hay, probablemente, una especie de rubor, pero también, esa especie
de desazón de lo que quise decir y no dije, o no pude decirlo. Hablo, natu-
ralmente desde mi mirada de autor, y sobre mi propia obra. Única herramien-
ta que tengo para penetrar en este proceso tan íntimo, sin recurrir al antiguo
recurso de la entrevista que incorpora la voz del autor no desde su perspecti-
va de creador de poesía, sino desde un sesgo producido por el encuentro con
el entrevistador, y sin duda post mortem sobre la antología ya publicada.
Estas reflexiones me parecen al menos interesantes sobre un tema poco toca-
do, cual es el asunto de las antologías personales.
Podríamos afirmar, finalmente, que una antología personal es otra obra crea-
tiva, ya que incorpora la selección desde el punto de vista del autor, acentuando
y señalando parte de lo que dijo como si se tratara de otra línea melódica, ten-
diente a la armonía en la obra del autor.
En este caso, hablaré del poeta José María Muñoz Quirós, quien en el 2012
me entregó su antología personal con el bellísimo título de “La Única Semilla”,
título extraído de un poema del poeta chileno Gonzalo Rojas cuando nos dice:
Yo soy la realidad. / Tú eres la realidad. / Pero el sol / Es la única semilla.
¿Qué nos quiere decir José María Muñoz Quirós al leer a Gonzalo Rojas?, he
aquí que incorpora en su trabajo la historia de una lectura, nada trivial, sin duda,
con relación a su propia obra.
Pero, cinco años después, de visita en mi país, en Bolivia, José María
Muñoz Quirós presenta, gracias a una editorial boliviana, una nueva
antología que titula “La Espina en la Nieve”, que hace a una lectura de un
verso del poeta luso Eugenio de Andrade cuando nos dice: La espina / indo-
lora de la nieve...
Pero aquí se trata del agua, y otra vez Villarreal, “Ámbitos diversos y constantes
en un mismo fluir: mar, río, lago, nube, niebla, lluvia, nieve son una y varias
formas de presencia del agua y en esta variedad se sumerge el yo lírico.”, y agua
que el poeta quiere resaltar en el estado de la nieve.
La nieve, que sin duda son los pequeñísimos cristales en los que se ha
trasmutado el agua que desciende del cielo en copos blancos, pero también la
“suma blancura de cualquier cosa”, como reza el diccionario. Estamos entonces
ante el hecho místico del desafío de lo impoluto, de lo que no tiene mancha,
como resultado del deslumbramiento de la naturaleza, y que es algo que pene-
tra el alma/cuerpo con su impoluta textura (¿Cómo evitar, aunque indolora
sentir una espina que penetra?).
Aunque el hombre está retenido en sus circunstancias, tan orteguianas, “de-
solación y prisión”, tiene la puerta del instante como eternidad recuperada, la
revelación del resplandor que inunda todas las cosas en un aquí y un ahora que
intentan aferrarse en el poema, no libre del amor, ni de la muerte, ni de las
palabras, pues “vivo preso / en las sílabas dulces de la nieve.”, acaso porque “La
hambruna es la desdicha / que en el final nos dictan los olvidos / de un tiempo
en plenitud en tu despensa.”
Es decir, la luz que se vislumbra ocurre desde un mundo precario donde “El
poeta es esclavo de sus versos escritos, / de sus palabras mudas, de sus silencios /
obsesivos, de sus grandes errores.” El mundo del poeta es el espacio de cualquier
ser humano, y desde allí nos habla, en el caso de José María Muñoz Quirós, hasta
que el deslumbramiento emerge de súbito, (Quiero pensar como aquellos versos
del canto CVII de Catulo que traduje como “has vuelto a mí, esperada inespe-
rada, / ¡oh día de la nota más blanca!”)
Y esa luz es todo cuando sobreviene, que en el poema transcurre como un
viento interior que ya no cesa.
No estamos hablando en este caso de aquella obsesión por la belleza que lleva-
ba a los modernistas a escapar circunstancialmente de lo material con el objetivo de
enriquecer la vida, en una oposición bélica con el materialismo, o sea, un imagina-
tivo ascenso místico hacia la belleza. Aquí lo trascendente ocurre por la irrupción
H nieve (La Paz, Ed. 3600, 2017), una antología personal del poeta caste-
llano -abulense, como Teresa, para ser más precisos- José María
Muñoz Quirós (1957), quien en esta exquisita selección reúne poemas de sus 17
libros publicados hasta el pasado año, desde Ritual de los espejos (1991) hasta Para
volver al sur (2017), pasando por algunos títulos que creo esenciales de su pro-
ducción como Dibujo de la luz (1998), Celada de piedra (2005), El rostro de la
niebla (2009), El temblor de las libélulas (2011), Las palabras distraídas (2014),
Femenino singular (2015) o El vendedor de escarcha (2017).
Sólo quiero la luz: / estar atento / a cada amanecer, vivir / despacio frente a la
claridad / que nos deja un destello / inequívoco y frágil. / Beber el fruto / de las cosas
primeras, / sólo el fruto. / Despertar y / como un recién nacido / imaginar la vida /
estrenada y distinta, escribe en los primeros versos de un poema, “El despertar”,
que es toda una síntesis de su poética. Muñoz Quirós es un deslumbrado. Poeta
del día, de la claridad y del asombro -hasta su erotismo es diáfano- observa con
ojos siempre niños las cosas creadas bajo el sol, que así son siempre nuevas. Sin
embargo, la suya no es una mirada ingenua sino contemplativa, en la que el
tiempo y la memoria, como prismas que se superponen a la inocencia primor-
dial, añaden densidad reflexiva a las revelaciones iniciales que encuentra, sobre
todo, en la naturaleza y el paisaje.
Pero, además de contemplativo, Muñoz Quirós es un poeta vitalista, una
suerte de místico de los sentidos, felizmente preservado de la ascesis, que come
y bebe de los frutos de la tierra para avivar la sed que no se sacia nunca, sabiendo
que son capaces de consolarnos de la desazón, de la soledad y de la finitud
inevitables. Así, es capaz de ver en el sarmiento ya reseco que la vid fue en el
mosto dulce brisa / que ha navegado por las primaveras; o, pensando en Kavafis,
reivindicar que el gozo del instante nos distrae de que la vida es muerte, que la
prisión de un labio amado puede llegar a ser la libertad frente a esa certidumbre.
Mención aparte merece la inusual -por la frecuencia y por los abordajes- pre-
sencia de lo femenino en su poesía: la madre que siempre estaba en el exacto lugar
de la ternura, la abuela recordando el vivir hondo y perdido, la amada que tiende
E que “se necesita una fuerza muy grande y muy madura para poder dar de
sí algo propio ahí donde existe ya multitud de buenos y, en parte, bri-
llantes legados”. Mi primer encuentro con la señera obra poética de José María
Muñoz Quirós a través de poemas como En una noche oscura y Oh llama de amor
viva me trajo a la mente precisamente esas palabras sabias del gran vate austria-
co. Tuve el gran honor de traducir el último e interactuar con José María durante
un par de días inolvidables en Delhi. La lectura de otros libros suyos supuso para
mí el descubrimiento de una singular voz poética que a lo largo de más de tres
décadas ha procurado vencer el vacío de un temblor de palabras dormidas. De ahí
que una de las constantes de su poesía sea una serenidad, un sosiego engendra-
do por ese manar de sílabas tan dentro (...) tan al fondo. Sin embargo, cabe señalar
que ese lugar de reposo y reflexión que nos erige en su poesía no lleva al
anquilosamiento, porque siempre es capaz de atisbar un destello mínimo de soli-
tario manar, como él mismo dice en uno de sus poemas emblemáticos Poética.
No cesa en su afán de aprehender una realidad cada vez más convulsionada y
caótica desde la palabra poética implacable. Así, en su último libro sobre la India
provocativamente titulado El vínculo, retrata una Delhi, entrelazándose en el
agua/de la lluvia dormida en la lejanía. Asistimos, pues, no a una visión poética
desinteresada, sino a una preocupada por forjar vínculos con la realidad circun-
dante y en última instancia, desvelar la condición humana. En el poema que
quizás mejor ejemplariza la pugna de la palabra poética con la enajenación, el
poeta nos dice que Os contemplo/ Y me quedo temblando cuando os veo atravesar
las horas. Mientras haya poesía, habrá esperanza.
Entre la muralla
y las plegarias, una voz
funda su dominio
y ve brotar los frutos
de decantada
pureza,
criaturas verdaderas
del espíritu,
palabras enraizadas
al viejo suelo de
Castilla.
En Ávila un poeta
anota claridades, hallazgos
de sacras vislumbres,
dentelladas del diario
coexistir.
Luego
está su generosidad,
carta suprema de quien
es bueno no por
casualidad.
Antonio Daganzo
Asunción Escribano
David Alberti
Miguel Velayos
Inasible es mi alma,
la que nunca he visto de frente,
pero sé
que como generoso fruto
se balancea en la punta de una rama.
Inasible es mi alma,
la que no descifro,
la que ronda como brisa fragmentada
en deletreos silenciados
abruptamente.
Rolando Kattan
Miguel Losada
POEMAS
(Madrid-México 2017)
(Nápoles 2017)
(Madrid 2018)
Subiendo.
Cercenándose el vuelo.
Olvido en unas alas,
rincón del rayo.
Vive allí el albo muro
que enciende el día
atrapando sus ojos en la niebla.
En esos rostros
la mirada tan negra
como si un azabache turbio
traspasase sus ojos,
como fuego quemando
entre las plumas de una alondra.
Al borde de la noche un ruido frágil de alas
dominando en lo oscuro.
En esos ojos la luminosa negritud
del misterio abierto a las estrellas
donde ardiendo viaja el sol poniente.
Caos. Si hubiera
un nombre para vibrar entre sus pasos,
si hubiese una queja de fruta,
un color indómito, en ese caos
prendido quedarían los días
desde donde se encienden las mañanas
con intensos desvelos, con angustias.
Caos. En la quebrada altura
de las lágrimas se prende
el intenso desertar de lo oculto.
Música en ti.
Secreta libertad en la luz
y en la frágil sensación de la noche.
Un pájaro atraviesa lentamente
el dócil horizonte
de la luna.
(Madrid 2017)
(Madrid 2016)
Me he acostumbrado
a una extraña presencia de la luz,
a un secreto que se nos da revelado
y que nos deja su huella
en un camino construido en el alma.
He ido acostumbrándome
a las cosas pequeñas que en su nombre
florecen como chispazos de memoria:
la tierra, el tiempo, el agua.
Y después un instante construido
en los ojos, libre como la noche
que te derrama su fulgor.
Me he acostumbrado a apresar
el lento pálpito de los días.
Así nos acercamos hasta el borde,
a la orilla tibia de las horas,
hasta el oculto misterio del misterio.
Vivo aquí, acariciado por su eterna
presencia, desbordado de tanto
conocer lo que callado vive
en la senda escondida.
(Cáceres 2017)
“Helado de frío,
puesto en tanta soledad,
que el uno con el otro os podéis consolar...”
Camino, cap. XXVI
Los grandes libros, los que nos hacen crecer por encima de la línea brusca
de la duda, los que nos acompañan con su dolor y sus anhelos escondidos
en el misterio de las sombras, los que gritan desnudos cuando se quedan
desposeídos de nuestras manos, los que encienden una lámpara de temor
al quedarse dormidos. Libros como plumas volando en nuestras mentes,
contagiados del valor de los pájaros al alejarse por los paisajes libres
de los sueños que olvidan.
(León 2019)