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Esta reproducción de "lo real" en escena se concretaba en el drama decimonónico en un
minucioso detallismo en los aspectos escenográficos y de vestuario, acompañándose por
un propósito crítico de los aspectos problemáticos de la sociedad, desde la perspectiva de
una clase social -la burguesía- desde la cual y para ver la cual se producía teatro. Este
realismo "fotografiaba" situaciones como desajustes familiares, la hipocresía ética de la
sociedad, la sujeción femenina, la situación miserable de los más pobres, presentándolos
como fenómenos propios del funcionamiento social, analizando fatídicamente este
funcionamiento.
Realistas y Naturalistas, en el teatro de la época, plantearon desde la escena la
explicitación de la realidad, reproduciéndola. Los dramaturgos realistas, ofrecían con un
generoso optimismo la posibilidad de una modificación de lo real-social dentro de ciertos
límites precisos, que no modificaron ni cuestionaron las estructuras de poder. Los
naturalistas en cambio, negaban toda posibilidad de cambio, ya que radicaban el origen de
los males sociales en un determinado fatalista e inexorable.
El impacto histórico, social y moral de la Primera Guerra Mundial provoca que, a partir de
esa ruptura, se genere un complejo sistema de corrientes artísticas -las vanguardias- que
abren nuevos horizontes y descubren nuevas aristas de "lo real", hasta entonces reducido
a lo aparente. El teatro se transforma entonces en un campo propicio a las exploraciones y
experimentaciones que intentan instaurar nuevas formas de comunicación entre el
espacio escénico y el público.
A principios del siglo, en un mundo donde las estructuras políticas, sociales, morales y
estéticas han sido puestas en tela de juicio, donde se percibe la relatividad en el
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Extraído de la revista teatral Truenos y Misterios Nº 32, Primavera 2006.
La revista es editada por el Grupo Laboratorio de Teatro El Rayo Misterioso.
significado del quehacer humano, los dramaturgos vuelcan su producción en torno a dos
posiciones claramente diferenciadas:
- Aquellos para quienes este agotamiento es sólo una manifestación de la cultura
burguesa y es necesario asumir una actitud combativa de cambio, que permita la
superación dialéctica de ese agotamiento a través de una transformación del orden
social, realizada por aquellos que históricamente están llamados a protagonizar ese
cambio. El artista juega entonces un papel de colaborador intelectual, entre ellos están
Bernard Shaw y Bertolt Brecht.
Recién en el período de entreguerras les es posible a los artistas acuñar un nuevo
concepto de lo real, no ya como un mero conglomerado de objetos y situaciones que sólo
pueden contemplarse críticamente, sino como el resultado de un proceso en el cual, el
hombre es producto pero también artífice. Por tanto, se hace necesario que el hombre se
adueñe de la realidad, pueda operar con ella, en la medida en que la explora con el auxilio
de los instrumentos que él mismo ha creado para ello. En última instancia el realismo
decimonónico no había sido más que una forma de ilusionismo, ya que presentaba una
interpretación de la realidad desde cierta óptica -la burguesa- donde la pretendida
imitación crítica conducía a mantener el establishment, promoviendo la resignación del
espectador frente a una realidad en apariencia inamovible.
Con Bernard Shaw, las escenas de la vida cotidiana son llevadas al extremo del disparate,
con lo que pone de manifiesto la absurdidad de ciertos prejuicios sociales, como por
ejemplo en "La profesión de la Señora Warren". Con la exageración -realidad hiperbólica-
este dramaturgo persigue el desentrañamiento del trasfondo moral de los conflictos,
exponiendo al espectador no ya a "un trozo de vida" sobre el escenario, sino a situaciones,
que por lo paródicas, terminan desentrañando el complejo proceso que hay por debajo de
ellas. Trasciende entonces a la mera reproducción de apariencias de la realidad.
En esa línea de abandono del teatro realista -que promueve la identificación del
espectador la simpatheia aristotélica-, Bertolt Brecht como el más claro exponente del
neorrealismo teatral, donde el espacio escénico, la platea y el personaje -actor y
espectador- aparecen higiénicamente separados, son límites claramente demarcados
entre ficción y realidad.
La tragedia ateniense concreta una forma de educación sometedora, es didáctica, pero
para amoldar a las multitudes a ciertos comportamientos de sumisión. La identificación
aristotélica promueve que el espectador “sufra con” el protagonista (simpatheia: sufrir
con), fusione con las miserias de la ficción sus propias miserias reales, y en esta
conmoción emocional se asimilan ilusoriamente la realidad escénica y la vida cotidiana
del hombre de carne y hueso. El espectador se concibe entonces como objeto más que
como sujeto, resignándose a su lugar en el mundo y al orden universal presentado como
estático.
De esta manera con variantes históricas, el teatro realista ha hecho que el espectador se
involucre en lo que ocurre en la escena, no distinguiendo con claridad dónde acaba la
realidad y dónde empieza la ficción, paralizándose en la contemplación ingenua de
categorías que no puede cuestionar dada su conmovida recepción emocional. Los
dramaturgos que apelan a esta identificación son solo “acunadores” señala Brecht -, para
quien, así como la ciencia “se opone a los objetos”, (“un zoólogo no se identifica con una
langosta, a lo más la describe”,) “los hombres de teatro no podemos hacer como si
viviéramos en una era pre-científica”, exigiendo “del espectador que deje su corazón en el
vestuario”, sino “invitarlo a una cesión donde los actores, vueltos hacia él, entablen con él un
coloquio de la realidad social”. (Cita: “Nueva Técnica del arte del comediante”).
Esta ruptura verdaderamente revolucionaria es uno de los más importantes hallazgos de
Brecht, y ha sido llamado “distanciamiento” o “efecto de extrañeza” (Verfremdung). En sus
“Escritos sobre Teatro”, el autor ejemplifica el efecto que ambos procedimientos
-identificación aristotélica y distanciamiento brechtiano- provocan en los espectadores. En
el primer caso estos dirán: “Sí, es así, lo he comprobado en mí”, “Es así que soy yo"; “Esta
cosa es bien natural”; "Esto será siempre así"; "El dolor de este ser me conmueve porque no
hay ninguna salida para él”; “Es desde todo punto de vista el gran arte: no hay nada
chocante”; “Lloro con quien llora y río con quien ríe”.
El teatro de Bertolt Brecht es entonces didáctico, educativo también, pero con un carácter
liberador, promovedor del cambio, donde el espectador se involucra intelectualmente con
la situación de la escena, la objetiva, constituyéndose como sujeto que analiza la ficción,
pero también la realidad, como fenómenos manejables desde su situación, que es
concreta y dinámica.
TEATRO ÉPICO
La denominación “teatro épico”, que Brecht da a su obra, es contradictoria para la teoría
poética aristotélica. En ella se presentan teatro y narración como dos formas bien
diferenciadas de estructurar un texto. La especificidad de cada una no se reduce a una
distinción en la presentación: el drama (acción) desarrollado por los hombres presentes
-los actores- que “viven” al personaje y por el personaje; la épica como el discurso de un
narrador que organiza las anécdotas en determinadas coordenadas espacio-temporales.
Drama y épica son en la lógica aristotélica dos organizaciones lingüísticas específicas y
por tanto distintas.
Pero en la historia de estos géneros, aún antes de nuestro siglo, -donde tienden a
fusionarse- hay múltiples ejemplos de asimilación entre ambos. En la transmisión oral de
las epopeyas homéricas, los rapsodas, acompañando su estilo recitativo, tendían a
dramatizar los episodios mediante gestos, movimientos de cierta declamación politonal.
Textos como el “Fausto” de Goethe, que, escrito según los cánones dramáticos, son
diálogos, estructuración en escenas y acotaciones escénicas, -también responde a estas
características el “Manfred” de Lord Byron- ha obtenido, es por todos sabido, su efecto
máximo como texto para ser leído y no para ser representado. Por lo demás, existen
múltiples ejemplos de pasajes “dramáticos” en textos narrativos (coloquio entre Héctor y
Andrómaca, Canto VI, La Ilíada) y elementos épicos en ciertos monólogos donde
personajes teatrales relatan acontecimientos ocurridos fuera de escena.
En el caso del teatro épico de Brecht, es la representación teatral la que se aleja de lo
dramático y se acerca a lo épico. Confrontemos en la siguiente tabla el modelo aristotélico
y modelo brechtiano:
Se actúa Se narra
Emocionalismo Racionalismo
Esta forma épica del teatro funda un nuevo realismo, cuyo principal procedimiento
revelador es el “distanciamiento” (Verfremdung). Brecht ha elaborado su propio concepto
del realismo: “El escritor realista no se sustrae a los lectores de su realidad para llevarlos a
la suya propia, no se erige en la medida de todas las cosas, no se procura simplemente unos
fondos, de gran efecto, un poco de colorido, unos pocos motivos convincentes, y no forma
su impresión de la realidad simplemente de impresiones sensoriales, sino que con astucia
saca a la naturaleza sus secretos, ayudándose de todos los recursos de la práctica y la
ciencia, concibiendo la realidad en una lucha constante contra el esquematismo, la
ideología, el prejuicio en toda su diversidad, en todos sus matices, en movimiento, en su
carácter contradictorio.”
Ronald Barthes aporta otras notas a este concepto: “el público se debe comprometer sólo a
medias con el espectáculo, de tal modo que pueda “conocer” lo que en él se muestra, en
lugar de sufrirlo; en que el actor debe dar a luz esta conciencia denunciando su papel no
encarnándolo; en que él no debe jamás identificarse completamente con el héroe, para
poder quedar en libertad de poder juzgar primero las causas y luego los remedios para sus
sufrimientos, en que la acción no debe ser imitada, sino relatada y que el teatro debe dejar
de ser mágico para pasar a ser crítico.”
El teatro épico tiene una fuerte intencionalidad política, inscribiéndose en el llamado “arte
popular”. Popular porque de un modo comprensible para los oprimidos, toma sus formas
de expresión y las enriquece; toma su punto de vista, lo afianza y lo corrige; sostiene la
parte más progresista del pueblo a fin de que pueda tomar la dirección de un proceso de
cambio, también comprensible para otras partes del pueblo, vinculándose con las
tradiciones para continuarlas, según la nueva visión. Esta toma de posición debe ser
reflexiva, distendida, propia de un interesado que conscientemente hace su opción. Para
que exista esa participación se deben dar dos circunstancias:
a) Los sucesos de la acción han de ser de tal índole que puedan ser
controlados por la experiencia del público.
b) La puesta en escena debe poseer una armazón artística estructurada en
forma explícita, con una activa participación del director.
En el teatro épico no interesa presentar intrigas, sino presentar situaciones. Presentar no
significa “representar” en el sentido dramático, tradicional, sino descubrir las situaciones,
distanciándolas mediante la ruptura de los desarrollos.
Siguiendo la categorización de Humberto Eco, diríamos que las obras de Bertolt Brecht,
son “abiertas”, ya que en ellas se abandona la única de las tres unidades dramáticas
aristotélicas que se mantuvo después de la revolución teatral renacentista de Lope de
Vega y Shakespeare. El teatro épico carece de unidad de acción, con una fábula
fragmentada, discontínua, estructurada por un narrador que posee una clave para el
análisis de la sociedad, y cuya reconstrucción debe recomendarse al espectador.
La obra es receptáculo de interpretaciones críticas, provoca la diversidad de lecturas de
tantos espectadores, como sean los enfrentados a las situaciones presentadas. Brecht
provoca la reflexión del espectador, desde el espacio escénico no se impone la
emocionalidad o la identificación, que asimilan la visión del espectador con la del
protagonista. El teatro épico genera un “arte del espectador”, quien debe moralizar
(abstraer, teorizar) su propia situación social al compararla con los modelos puestos en
escena. Hay en este ejercicio del teatro dos historicidades puesta en juego, la del
espectador y la de la obra. No habrá verdadera comunicación, de la escena hacia la sala,
mientras el trabajo teatral no se muestre como efecto estético provocador de otro efecto,
ideológico. Por eso Bertolt Brecht dice que su teatro divide al público en lugar de
fusionarlo en una masa anáfora y ligada por la identificación aristotélica. Así, el teatro
épico es dialéctico, ya que representando el mundo, constituye una propuesta de cambio
del teatro, pero también de la realidad.
DISTANCIAMIENTO
Todorov en su “Teoría de la Literatura” (Ed. Akal, 1982) explica este concepto: los objetos
observados repetidas veces, comienzan a ser percibidos automáticamente; el objeto se
encuentra ante nosotros: lo sabemos pero no dejamos de verlo.
El procedimiento del arte es un procedimiento de singularización de los objetos, que
consiste en oscurecer la forma, aumentar la dificultad y la duración de la percepción. El
propósito de la imagen no es facilitar nuestra comprensión de la significación que
contiene, sino crear una percepción particular, crear su visión y no su reconocimiento. Esto
en teatro concierne a técnicas “desilusionantes”, que revelan el artificio de la construcción
dramática y del personaje.
El distanciamiento brechtiano es una percepción política de la realidad. Brecht dice: “una
imagen distanciada es aquella en la que se reconoce al objeto, pero al mismo tiempo se le
ve extraño”. Distanciar es un proceso que permite describir los procesos representados
como procesos extraños. Transforma la actitud aprobatoria del espectador -basada en la
identificación- en una actitud crítica. Para Brecht aquí radica la des-alineación ideológica
del teatro épico. Este efecto puede presentarse en distintos niveles:
LA TECNICA ACTORAL
Para Bertolt Brecht, “el actor debe mostrar una cosa y mostrarse a sí mismo. Muestra la
cosa naturalmente cuando se muestra a sí mismo, y se muestra a sí mismo, en cuanto
muestra la cosa. Aún cuando esto coincida, no debe coincidir de tal forma que desaparezca
la diferencia entre ambas tareas”. “Más que un escenario -dice Walter Benjamín- el espacio
escénico brechtiano es, más que nada, un estrado”.
Estas obras funcionarían sobre una modificación sustancial del actor frente al texto y
frente al teatro. Brecht parte del actor para alcanzar sus objetivos, y el distanciamiento
terminó constituyéndose en una nueva normativa actoral. Se le propone al actor separarse
de la identificación impuesta por la técnica de Stanislavski, apartándose también del
“asumir” el papel del personaje, para acercarse más bien a una exposición del mismo.
“No asume, el actor, ningún papel -dice Brecht- puesto que está admitido que lo que relata
no le concierne a él, sino al otro. La actitud es la misma que si hablara simplemente de
recuerdos. El actor cita a un personaje, es el testigo de un acontecimiento”, y agrega “en vez
de querer dar la impresión de que improvisa, el actor mostrará más bien lo que la verdad es:
la cita.”
En el teatro tradicional -aristotélico- el actor al asumirse como personaje se niega como
hombre histórico, concreto, situado, generando entonces un ilusionismo que lo coloca a él
y a su profesión en el campo de la irrealidad. La actuación se transforma así, en la óptica
brechtiana, en un quehacer mágico y no en una producción de un trabajador. Si su función
fuera “mágica”, el actor sería un ser signado, especial, un “divino”, apartado de la realidad
del espectador. Actor y espectador son seres determinados históricamente, y como tales
han de comunicarse. Esto no significa el aniquilamiento de la creatividad, sino su ejercicio
por un hombre que no se despoja de su historia, que no se aliena en el personaje, que no
abandona su entorno y realidad social para sumergirse en los del personaje.
Sin embargo, la naciente República de Weimar fue “una República sin republicanos”, sin
defensores convencidos. Esto se acrecentó cuando a la penuria económica de posguerra y
las gravosas condiciones impuestas por el Tratado de Versalles, se le sumó un profundo
escepticismo popular. La consecuencia fue una creciente inestabilidad en la política
intema. Mientras en 1923 esta situación alcanzaba su punto culminante, con una gran
inflación, la ocupación de la zona de Ruhr, el “putsch” de Hitler, e intentos comunistas por
derrocar al gobierno, una posterior recuperación económica sumada a una excelente
política exterior de Gustav Stresemann, con el Tratado de Locarno (1925) y el ingreso de
Alemania a la Sociedad de Naciones (1926) produjeron un florecimiento conocido como
“los dorados años veinte”.
Después de la muerte del primer presidente constitucional Friedrich Ebert, en 1925, la
derecha se instalará en el poder con el Mariscal Hindenburg. A este ascenso se le agrega
el comienzo de una decadencia económica a partir de la crisis del ‘29. El radicalismo de
izquierda y de derecha fijaron sus prédicas en la desocupación y en la precaria situación
general, para incorporar opiniones de sus posiciones. El hasta entonces insignificante
partido nacionalista de Adolfo Hitler -de tendencia antidemocrática y furioso
antisemitismo- fue adquiriendo mayor importancia entre 1930 y 1933 hasta convertirse en
el partido más poderoso. En 1933 fue designado Primer Ministro, imponiendo desde
entonces la autocracia del nacionalsocialismo.
El 1º de septiembre de 1939, con la invasión a Polonia, se inició la Segunda Guerra
Mundial, que duraría cinco años y medio, asoló gran parte de Europa y costó la vida de
cincuenta y cinco millones de personas. En sus comienzos la victoria acompañó a Hitler
en sus intentos expansionistas (Polonia, Dinamarca, Noruega, Holanda, Bélgica, Francia,
Yugoslavia, Grecia, la U.R.R.S. hasta Moscú y el norte de Africa), en 1942 los nazis inician
el exterminio al que llamaron “la solución final de la cuestión judía”, que cobró seis
millones de víctimas asesinadas en los campos de concentración. Este mismo año
Alemania y sus aliados Japón e Italla comenzaron a sufrir un proceso de derrota por parte
de los aliados. El terror instaurado y estas derrotas militares animaron una rebelión interna
que culminó en un atentado fallido contra Hitler el 20 de julio de 1944. Los rebeldes fueron
perseguidos sanguinariamente y se exterminaron cuatro mil personas de distintas clases
sociales que habían participado en la revuelta. El avance de los aliados y la reconquista de
los territorios sitiaron al déspota, que se suicidó ante la inminente derrota, el 30 de abril de
1945.
En la conferencia Postdam, el 2 de agosto de 1945, los aliados llegaron a un acuerdo en
referencia a las reparaciones que el Estado alemán adeudaría como consecuencia de los
desastres provocados por el nazismo.
Occidente dio su consentimiento para la expulsión de los alemanes de Europa Oriental, y
Alemania se dividió en cuatro zonas vinculadas a sistemas políticos y económicos
divergentes. Se convirtió entonces en el país donde con mayor intensidad se desarrolló la
guerra fría. El Muro de Berlín no sólo dividió 4 esta ciudad en dos, sino a los alemanes,
quienes en la parte oriental, -la RDA- sufrieron el intervencionismo stalinista, y en la parte
occidental -la República Federal Alemana- la injerencia norteamericana que incluía la
permanencia de bases militares en distintas ciudades.
Nos proponemos analizar no sólo aspectos que la obra que Brecht fue construyendo,
como un proceso, a través de sus tres versiones. Creemos que es particularmente
indicada para estudiantes preuniversitarios en la medida en que propone una revisión del
tema del conocimiento, su producción, y su carácter transitorio.
Hermosa vacilación
sobre la verdad indiscutida.
En la historia de la humanidad Galileo fue una de las excepciones a la regla de su tiempo,
hubo que romper con la física aristotélica, el modelo astronómico de Tolomeo -ya
cuestionado por Copérnico-, que se adaptaba perfectamente a los dogmas católicos, y a la
filosofía que depositaba en la metafísica todas las respuestas a los fenómenos naturales.
Porque también Galileo halló el camino para un nuevo método científico, que va más allá
de la experiencia sensible para partir de la formulación teórica como directriz de la
experimentación práctica. Galileo rompe con la dependencia del hombre a sus sentidos, lo
que permite a partir de formulaciones abstractas y matemáticas, retornar a la realidad
para conocerla no ingenua sino intencionalmente. Así es el hombre, el científico, quien se
vuelve sujeto del proceso del conocimiento, guiándolo a través de instrumentos teóricos
por él producidos, y no un mero objeto receptor de los limitados datos que sus sentidos
captan de la realidad. Es el hombre el que va en busca de la naturaleza, no la naturaleza
que se impone al hombre. Galileo instaura, al igual que Brecht, cierto “distanciamiento” de
lo natural, introduce lo ideológico, la intencionalidad, en la búsqueda científica. Así como
Brecht abandonó a Aristóteles en el ámbito teatral, ya Galileo lo había abandonado en el
ámbito científico, así como el espectador del teatro épico no se identifica con el personaje,
fusionándose con él, el científico, desde Galileo no se fusiona con la naturaleza a partir de
lo sensorial sino que permite una mirada desde afuera y basada en sus propias
especulaciones teóricas.
“Galileo Galilei” puede considerarse el testamento filosófico y espiritual de Brecht. Es la
obra que más se presta a un correlato biográfico, al establecimiento de ciertos rasgos
comunes entre Bertolt Brecht y Galileo Galilei. Ambos produjeron un corte epistemológico
con el saber establecido, G.G. con la ciencia basada en la inmediatez y B.B. con la doctrina
de un teatro realista que fusionaba realidad y ficción.
Despues de 10 años de exilio, Brecht comienza a escribir lo que puede llamarse el
proto-Galileo, en 1938, “La Tierra se mueve”, pero ya desde 1924, la problemática del saber
científico y sobre todo la forma en que se produce, estaban presentes en “Un hombre es
un hombre”, así como en sus “Escritos sobre teatro” de 1920. También ese espíritu se
halla en “Cinco dificultades para escribir la verdad”, que se distribuyó clandestinamente en
la Alemania nazi. En este texto, Brecht recomendaba astucia para hacer circular materiales
prohibidos por el nacionalismo, y proporcionaba ejemplos históricos de las formas en que
el pensamiento puede triunfar aún bajo regímenes más terribles: Confucio, Lucrecio,
Voltaire, Tomás Moro y Lenin.
En 1938, su contacto con físicos que trabajaban sobre la desintegración del átomo de
uranio, generó en Brecht la reflexión sobre el papel del científico que debe sortear los
rigores de la autoridad para poder continuar sus investigaciones, y el riesgo en que éste
saber puede poner a la humanidad en caso de ser usado por tendencias nefastas como el
nazismo. En Galileo Galilei, B.B. presenta al hombre de ciencia que bajo la apariencia de
una suave sumisión continúa con sus investigaciones guiado por su propio pensamiento.
La segunda versión de la obra, estrenada en Los Ángeles en 1947, se produce ya en la “era
atómica”, porque la bomba de uranio había ya explotado en Hiroshima. Entonces el
fundador de la física moderna es puesto en tela de juicio, y el mismo B.B. dice frente a la
retractación: “Galileo traicionó a la ciencia y los que pagan el precio de esta actitud son los
Federzoni, es decir, los hombres comunes- de los siglos futuros”. El físico era entonces un
criminal social, pero en la versión brechtiana hay un claro intento de rescatar su
humanidad integral y su historicidad.
En G.G. esta escena no aparece, coherentemente con el teatro épico que narra y no
representa. En la pieza confluyen el drama histórico del enfrentamiento entre la ciencia y la
iglesia en la primera mitad del siglo XVII, y un cuestionamiento al saber y al poder
establecidos; donde lo primero es solo una parábola de lo segundo. La pieza clave de este
encuentro es el personaje central y su conducta disociada entre lo científico y lo político,
que con su retractación convierte a la ciencia en un quehacer encerrado en sí mismo, que
gracias a su pureza -es decir, deslinde de lo político o ideológico- llega hasta los creadores
directos de las bombas nucleares y otros engendros científicos que ponen a la humanidad
en peligro.
La mayor crítica brechtiana al físico florentino es la opción que este realiza al poner su
saber no al servicio del público sino de los poderosos, estableciendo una ruptura definitiva
entre la ciencia y los hombres comunes. El critico inglés Harold Hobson afirma en este
sentido: “Así como en la concepción cristiana, el mundo se salva por la muerte de Jesús,
para la concepción brechtiana de la humanidad, esta se pierde por la traición de Galileo,
que es, de este modo, nada más ni nada menos que el Anti-Cristo de Brecht, el dios que
nos falló.” Pero B.B. no nos invita a rechazar a G.G., sino a tomar conciencia de lo que su
renunciamiento histórico significa para nuestro presente.
Con G.G. comienza el teatro brechtiano de la continuidad histórica, de la transformación
progresiva de la realidad a través de acciones de los hombres, dueños absolutos de su
futuro, gestores cotidianos del porvenir.
Los hombres hacen la historia, los hombres hacen la ciencia, mediante ese instrumento
tan preciado al teatro de B.B., la razón. Ya como instrumento de los grandes productos del
hombre, ya como arma defensiva contra los fanáticos y las alienaciones. G.G. es un canto
al “manso poder de la razón sobre los hombres”, defendido trabajosamente por el
protagonista, pese a sus debilidades y contradicciones. Galileo no es un paradigma
humano, es un hombre concreto, que hace y se propone “lo posible” para su circunstancia,
no mueve “a compasión” y a “terror”, no es un héroe trágico que acaba catastróficamente.
Rescatado en su verdadera condición humana es puesto frente al espectador, para que
este, bajo el valioso auxilio de la razón, analice críticamente su grandeza o su miseria.