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CAPÍTULO I

LA LITERATURA COMO ACTIVIDAD HEDÓNICA O El PLACER DE LA LECTURA

La Literatura, como la pintura, la música o la escultura, es una manifestación del arte. Como tal, no
tiene finalidades subordinadas, como enseñar algo o producir un resultado de tipo religioso,
filosófico o moral. Apela a nuestra sensibilidad y la apreciamos porque sus manifestaciones (un
poema o una narración, por ejemplo) tocan las fibras artísticas de nuestro ser: nos impacta la
urdimbre de una trama o la cadencia de la narración o la música que logra_ a través del manejo del
lenguaje (se dice que el buen lector de Literatura debe tener buen oído) o nos transmite
emociones acerca de profundos instintos humanos, como la venganza, el amor o el temor a la
muerte, al sacarlos del enunciado común y presentarlas revestidas con el ropaje de la belleza (o
sencillez, o reducción al absurdo) de la expresión o encarnadas en una argumento que nos
conmueve.

En este sentido, la Literatura la recibimos, como sostiene con mucho acierto C. 5. Lewis.1
Pero no es ilegítimo que como lectores le demos algún uso particular, que es lo que pretendemos
hacer en este curso: usar la Literatura para saber más del Derecho y para que como profesionales
del mimo seamos más cultos, más completos y, por ello mismo, mejores abogados. He querido, sin
embargo, en este capítulo introductorio, dejar de lado el Derecho y proponer al alumno que
experimente el placer de leer. Para ello he seleccionado algunos prólogos de Borges, que nos
hablan de la estética y algunos poemas y breves extractos de obras en prosa, todo ello tanto de
autores antiguos como modernos y representativos de diversos estilos. La relación que figura a
continuación de los textos que deberán leer podría sugerir que se trata de un material abundante,
pero no es así, ya que de muchas de las obras citadas he escogido una o dos páginas.

BORGES, Jorge Luis. Elogio de la Sombra (Prólogo). Buenos Aires, Emecé Editores, Obras
Completas 1923-1972, 1979, pp. 975-976. (1161 páginas).

BORGES, Jorge Luis. la cifra. (Prólogo y poema "Los justos"). Madrid, Alianza Editorial S.A., 1982,
pp. 11-12 y 81. (107 páginas).

BORGES, Jorge Luis. Los Conjurados (Inscripción, Prólogo y poemas "Tríada" y "los Conjurados", pp.
11, 13-14, 21,97), Madrid, Alianza Editorial S.A., 1985. (97 páginas).

QUEVEDO, Francisco de. Antología poética. Madrid, Alianza Editorial S.A., 1982, p. 70. (143
páginas).

DARÍO, Rubén. Poesía, Managua, Editq_rial Hispamer, 207, pp. 356-357. (723 páginas).

GARCÍA LORCA, Federico. Poema del cante jondo. Romancero gitano. Madrid, Ediciones Cátedra,
2007, pp. 356-357. (723 páginas).

1
LEWIS, C.S. La experiencia de leer. Barcelona, Alba Editorial, 2000.

9
NERUDA, Pablo. Canta General. Buenos Aires, Deb olsillo, 2003, pp. 52-53, 196-199 (487 páginas).

SÜSKIND, Patrick. El perfume. México, Editorial Seix Barral S.A., 1985, pp. 9-12 (237 páginas).

BORGES, Jorge luis. El Aleph: en Obras Completas, op. cit., pp. 624-626.

BORGES, Jorge luis. El hacedor: en Obras Completas, op. cit., p. 796.

MALAPARTE, Curzio. "Mujer como yo": en Cuentistas italianos del siglo XX, Marisa Vannini de
Gerulewicz, ed., Caracas, Monte Ávila Editores C.A., 1969, pp. 99-103 (303 páginas)

DEL PASO, Fernando. Noticias del Imperio. México, Edotorial Diana S.A., 1989, pp. 13-15. (670
páginas).

10
) 975 (

BORGES. JORGE LUIS


ELOGIO DE LA SOMBRA
(1969) PRóLOGO

Sin proponérmelo al pri:ncipi o, he consagra¡io mi ya larga vida


a la.st letras, a la cáte,lira, M o cio, a las tranquilas aventuras dei
diálogo,. a la filología, que igno-ro, al misterioso hábito de Buenos
Aires y a las perplejidades que no sin alguna soberbia se llaman
metafísica. To:m.p.oco le" ha faltati.o a mi vida la amistad de un os
pocos, que es lo que importa. Creo no tener un solo_ enemigo o,
si los. hub o, nunca me lo· hicieron saber. La verdad es que nadie
_puede herimos· sawo la gente que queremos. Ahora, a los se·
tenta años de mi edad (la frase es de Whitman), doy .a _ la prensa

·este quinto libr o "de versos.
Carlos- Friasme ha sugerid(_) que aproveche su prólogo para.
una declaración, de mi estética. Mi pobreza, mi voluntad, se opo­
nen a ese consejo. N-ó soy poseedor de una estética. -El tiempo
me_-ha énseñado algunas astucias: eludir los sinónimos, que tienen
la desventaja de sugerir diferencias imaginarias; eludir hispanís·
mos, argentinismos, arcaísmos y ne?logismos; preferir las pala·
brás habituales a las palabras asombrosas; intercalar en � re·
lato rasgos circunstanciales, exigidos ahora ¡,_or el lect o r; �imular.
pequeñas in_ce,rtidumbres, ya que s( la realidad es precisa la. me·
moría no lo es; narrar los hechos (esto lo aprendí en Kipling y
en las sagas de I;landia) como si no los �ntend(er a del ..todo;" re-.
cordo.r que. las normas-· anteriores no son obligaciones i que el
tiempo se encargará de- abo.lirias. Tales astucias. o hábit os no . con;
figuran· ciertamente una estética. Por . lo demás, descreo de las
estéticas. Er¡ general no pasan de ser abstracciones inútiles; varian
para cada, escritor y aun para cada text o y no pueden. ,er otra
cosa ·que estímulos I' instrumentos ocasionales.
Este, escribí, es mi quinto libro de versos. & rawnable -presu·
mir que no será mejor o pe o r que los .otros. A l os espej o s, labe·
rintos y espadas que ya prevé mi resignado. lect or se han agregad o
·d os temas nuevos: !(,, vejez y la -ética. Ésta, según se sabe, nunca
dejó de preocupar a cierto amigo muy querido que la literatura
me ha· da4o, a Robetrt Louis Stevenson. Una de las virtudes por
las cuales prefi�ro las naciones protestantes ·a las de tradición
católíc11 es su. cuidado de la ética. Milton quería educar a los
n iños de su academia: en el ccmocimiento de lo, física, de las ma,­
temáticas, de .la astronomía. y de las ciencias naturales; el do.ctoT
Johnso n .observarla al pram.ediar el siglo ·xvm: "La prudencia
11 y la justiciq. son preeminencias y·. virty,des qúe corresponden a
976 JORGE LUIS BORGES-OBRAS COMPLETAS

todos las épocas y a todos los lugares; somos perpetuamen(e mo-


ralistas y s6lo a veces geómeitras."
En estas páginas conviven, creo que sin discordia, las formas
de la prosa y del verso. Podría invocar antecedentes ilustres -el
De Consolatione de Boecio, los cuentos ile Chaucer, el Libro de
las Mil y-Una Noches-; prefiero declarar que esas divergencias me
parecen accidentales y que desearía que este libro fuera leídc
co mo un libro de versos. Un volumen, en sí, no es un hecho
estético, es un objeto flsico entre otros; el hecho estético sólo
puede ocurrir cuando lo escriben o lo leen. Es común afirmar que
el verso libre no es otra cosa que un simulacro tipográfico; pienso
que en esa afirmación acecha un error. Más allá de su ritmo, la
forma tipográfica del versículo· sirve para anunciar al lector que
la emoción poética, no la información o el razonamiento, es lo
que está esperándolo. Yo anhelé algu na vez la vasta respiración
de los psalmos' o de Walt Whítman; al cabo de los años com­
pruebo, no sin melancolía, que me he limitado· a alternar algu­
nos metros clásicos: el alejandrino, el endecasílabo, el heptasílabo.
En alguna milonga he intentado imitar, respetuosamente, el
florido coraje de Ascasubi y de las coplas de ros barrios.
Lá poesía no es menos misteriosa que los ó/ros elementos del
orbe. Tal o cual verso afortunado no puede envanecernos, porque
es don del Azar o del Espíritu; sólo los errores son nuestros. Es­
pero que el lector descubra en mis páginas algo que pueda me­
recer su memoria; en este mundo la belleza es común.

J. L. B.

Buenos Aires, 24 de junio de 1969.

1 Deliberadantente escribo psalmos. Los individuos de la Real A..cademia Es­


pañola quieren imponer a este continente sus incapacidades /Ondticas; nos
a_consejan t-l empleo de formas rústicas: neuma_. sicología, síquito. últimamente
se le.s ha acurTido escribir vikingo por viking. Sospecha que muy prontó oirenios
hablar de la obra de Kiplingo.
12
Prólogo
BORGES, JORGE LUIS
LA CIFRA
(1981)

El ejercicio de la literatura puede enseñarnos a eludir equivoca­


ciones, no a merecer hallazgos. Nos revela nuestras imposibilida­
des, nuestros severos límites. Al cabo de los años, he comprendi­
do que me está vedado ensayar la cadencia mágica, la curiosa
metáfora, la interjección, la obra sabiamente gobernada o de lar­
go aliento. Mi suerte es lo que suele denominarse poesía intelec­
tual. La palabra es casi un ox.imoron; el intelecto (la vigilia) pien­
sa por medio de abstracciones, la poesía (el sueño), por medio de
imágenes, de mitos o de fábulas. La poesía intelectual debe entre­
tejer gratamente esos dos procesos. Así lo hace Platón en sus
diálogos; así lo hace también Francis Bacon, en su enumeración
de los ídolos de la tribu, del mercado, de la caverna y del teatro.
El maestro del género es, en mi opinión, Emerson; también lo
han ensayado, con diversa felicidad, Browning y Frost, Unarnuno
y, me aseguran, Paul Valéry.
Admirable ejemplo de una poesía puramente verbal es la si-.
guiente estrofa deJaimes Freyre:
Peregrina paloma imaginaria
que enardeces los últimos amores;
alma de luz, de música y de flores,
peregrina paloma imaginaria.
13 ·11
No quiere decir nada y a la manera de la música dice todo.
Ejemplo de poesía intelectual es aquella silva de Luis de León,
que Poe sabía de memoria:
Vivir quiero conmigo,
gozar quiero del bien que debo al Cielo,
a solas, sin testigo,
libre de amor, de celo,
de odio, de esperanza, de recelo.
No hay una sola Imagen. No hay una sola hermosa palabra, con
la excepción dudosa de testigo, que no sea una abstracción.
Estas páginas buscan, no sin incertidumbre, una.vía media.

J. L. B .
Buenos Aires, 29 de abril de 1981

14
BORGES, JORGE LUIS
LOS CONJURADOS
(1985)
Inscripción

Escribir un poema es ensayar una magia menor. El


instrumento de esa magia, el lenguaje, es asaz misterioso.
Nada sabemos de su origen. Sólo sabemos que se rami­
fica en idiomas y que cada uno de ellos consta de un
indefinido y cambiante vocabulario y de una cifra inde­
finida de posibilidades sintácticas. Con esos inasibles ele­
mentos he formado este libro. (En el poema, la cadencia
y el ambiente de una palabra pueden pesar más que el
sentido.)
De usted es este libro, Maria Kodama. ¿Será preciso
que le diga que esta inscripción comprende los crepúscu­
los, los ciervos de Nara, la noche que está sola y las
populosas mañanas, las islas compartidas, los mares, los
desiertos y los jardines, lo que pierde el olvido y lo que
la memoria transforma, la alta voz del muecín, la muerte
de Hawkwood, los libros y las láminas?
Sólo podemos dar lo que ya hemos dado. Sólo pode­
mos dar lo que ya es del otro. En este libro están las
cosas que siempre fueron suyas. ¡Qué misterio es una
dedicatoria, una entrega de símbolos!

15 J.L.B.
BORGES, JORGE LUIS
tres. Serla muy raro que este libro, que abarca unas cua·
LOS CONJURADOS renta composiáones, no atesorara una sola línea secreta,
(1985) digna de acompañarte hasta el fin.
En este líbro hay muchos sueños. Aclaro que fueron
dones de la noche o, más preásamente, del alba, no fic­
áones delíberadas. Apenas si me he atrevido a agregar
Prólogo uno que otr o rasgo árcunstanáal, de los que exige m,¡es­
tro tiempo, a partir de Defoe.
Dicto este prólogo en una de mis patrias, Ginebra.

J.L.B.

9 de enero de 198,.
A nadie puede maravillar que el primero de los ele­
mentos, el fuego, no abunde en el libro de un hombre
de ochenta y tantos años. Una reina, en la hora de su
muerte, dice que es fuego y aire; yo suelo sentir que soy
tierra, cansada tierra. Sigo, sin embargo, escribiendo.
¿Qué otra suerte me queda, qué otra hermosa suerte
me queda? La dicha de escribir no se míde por las vir·
tudes o flaquezas de la escritura. Toda obra humana es
déleznable, afi.rmá Carlyle, pero su ejecución no lo es.
No profeso ninguna estética. Cada obra confía a su
escritor la forma que busca: el verso, la prosa, el estilo
barroco o el llano. Las teorías pueden ser admírables
estímulos (recordemos a Whitman) pero asimismo pue­
den engendrar monstruos o meras piezas de museo. Re­
cordemos el monólogo interior de James Joyce o el
sumamente incómodo Polifemo.
Al cabo de los años he obs�rvado que la belleza, como
la feliádad, es frecuente. No pasa un día en que no es­
temos, un instante, en el paraíso. No hay poeta, por
mediocre que ·sea, que no haya escrito el mejor verso
de la literatura, pero también los más desdichados. La
belleza no es privilegio de unos cuantos nombres ilus-
16
13 14
Memoria inmortal de don Pedro Girón,
duque de Osuna, muerto en la prisión

fVwl1C..i5CO de- Qve.utdo

Faltar pudo su patria al grande Osuna,


pero no a su defensa ·sus hazañas;
diéronle muerte y cárcel las Españas,
de quien él hizo esclava la Fortuna.

Lloraron sus invidias una. a una


con las proprias naciones las extrañas;
su tumba son de Flandres las campañas,
y su epitafio la sangrienta luna.

En sus exequias encendió al Vesubio


Parténope, y Trinacria al Mongibelo;
el llanto militar creció en diluvio.

Diole el mejor lugar Marte en su cielo;


la Masa, el Rhin, el Tajo y el Danubio
murmuran con dolor su desconsuelo.
17 70
RUBEN DARIO La siesta del trópico. El lobo se aduerme.
Ya todo lo envuelve la gama del gris.
Parece que un suave y enorme esfumino
del curvo horizonte borrara el confín.
La siesta del trópico. La vieja cigarra
ensaya su ronca guitarra senil,
y el grillo preludia un solo monótono
en la única cuerda que está en su violín.
[1891]
Sinfonía en gris mayor

EL MAR como un vasto cristal azogado


refleja la lámina de un cielo de zinc;
lejanas bandadas de pájaros manchan
el fondo bruñido de pálido gris.
El sol como un vidrio redondo y opaco
con paso de enfermo camina al cenit;
el viento marino descansa en la sombra
teniendo de almohada su negro clarfn.
Las ondas que mueven su vientre de plomo
debajo del muel le parecen gemir.
Sentado en un cable, fumando su pipa,
está un marinero pensando en las playas
de un vago, lejano, brumoso país.
Es viejo ese lobo. Tostaron su cara
los rayos de fuego del sol del Brasil;
los recios tifones del mar de la China
le han visto bebiendo su frasco de gin.

La espuma impregnada de yodo y salitre


ha tiempo conoc e su toja nariz,
sus crespos cabellos, sus bíceps de atleta,
su gorra de lona, su blusa de dril.
En medio del humo que forma el tabaco
ve el viejo el lejano, brumoso país,
adonde una tarde caliente y dorada
tendidas las velas partió el bergantín...

356 357
18
FEDERICO GARCIA LORCA 4
Bajo la luna gitana, 10
las cosas la están mirando
ROMANCE SONÁMBULO y ella no puede mirarlas.
A GLORIA GINER
y A FERNANDO DE LOS Ríos* *
Verde que te quiero verde. Verde que te quiet�·verde.
Verde viento. Verdes ramas. Grandes estrellas de e·scarcha,
El barco sobre la mar vienen con el pez de sombra 15
y el caballo en la montaña. que abre el camino del alba.
Con la sombra en la cintura 5 La higuera frota su viento
ella sueña en su baranda, con la �ja de sus ramas,
verde carne, pelo verde, y el monte, gato gardufio,
con ojos de fría plata. eriza sus pitas agrias. 20
Verde que te quiero verde. ¿Pero quién vendrá? ¿Y por dónde... ?
Ella sigue en su baranda,
* Fernando de los Rios y su esposa Gloria Giner eran muy amigos verde carne, pelo verde,
de la familia García Lorca. Su bija, Laura, fue amiga de Federico y soñando en la mar amarga.
luego se casó con su hermano Francisco. Sobre la relación entre el
poeta y el distinguido profesor y político, consúltese Mora Guarnido,
Federico García Larca y su mundo, págs. 148-165. *
1 Guillermo Diaz-Plaja apunta dos precedentes poéticos españoles
con esta nota del color verde: la «Rima XII» de Bécquer y el poema Compadre, quíero cambiar 25
«Pajarillo verde» de Juan Ramón Jiménez (págs. 128-129). Por otro mi caballo por su casa,
lado, debe recordarse que verde es el color m ás frecuente en la poesía mi montura por su espejo,
de Lorca: verde y verdes aparecen 98 veces, (blanco y blancos 78, azul
y azules 70), según Alice M. Pollin en A Concordance ro the Plays mi cuchillo por su manta.
and Poems of Federico García Larca. Sobre la ambigüedad -precisa­
mente. la clave del uso de este color tan polivalente-, véase Francisco
García Lorca, «Verde», en Pin.cus et. al., Homenaje a Casalduero, Ma­
drid, Gredos, 1972, págs. 135-139. Recuérdese que sobre este poema pre­
cisamente dijo el poeta: <<el misterio poético es también misterio para el 19 gato gt;irduño: el critico granadino, Eduardo Molina Fajardo nos
poeta» (f, 1085), y «siempre tend rá luce1> cambiantes, aun para el hom­ refirió haber oido esta ex.presión por la región de Guadix. Se refiere
bre que lo ha comunicado, que soy yo» (1, 1087). Precisamente, lo genial a un gato parecido al lince pero de aspecto más doméstico. Tiene fama
del poema (y del uso en particular de verde) es la imposibilidad de decir de saltar tapias y comer gallinas. Según Molina Fajardo también se
que significa una sola cosa. Verde significa -igual que luna.con la que emplea para referirse a una mujer poco agradable:. <<Esta se parece
a un gato garduño.»
2l · En el Primer Romancero gitano los puntos suspensivos estaban
está íntimamente compenetrado--- vida, amor y m uerte y todo ello·
visto con la peculiar sensibilidad poética de García Lorca. Verde,
pues. contribuye fuertemente a la agitanización de este poema. después del signo de interrogación:
6 «ofeliana gitana» le llama Rafael Martínez Nadal en El públiciJ 1.Pero quién vendrá? ¡,Y por dónde?...
Amor, teatro y caballos en la ob.ra de Federico Garcfa Lorca, Oxford, 2.6 su: nótese aquí su casa y más abajo veis y dejadme y hacia el final
The Dolphin Book Companf, Ltd., 1970, pág. 146. del diálogo dime y tu niña. Aunque este tipo de confusión es frecuente
19 234 235
Compadre, vengo sangrando, alrededor de tu faja.
desde los puertos de Cabra. 30 Pero yo ya no soy yo 45
Si yo pudiera, mocito, Ni mi casa es ya mi casa.
este trato se cerraba. Dejadme subir al menos
Pero yo ya no soy yo. hasta las altas barandas,
Ni mi casa es ya mi casa. ¡dejadme subir!, dejadme
Compadre, quiero morir 35 hasta las verdes bara,ndas. 50
decentemente en mi cama. Barandales de la luna
De acero, si puede ser, por donde retumba el agua.
con las sábanas de holanda.
¿No veis la herida que tengo *
desde el pecho a la garganta? 40 Ya suben los dos compadres
Trescientas rosas morenas hacia las altas barandas.
lleva tu pechera blanca.
Tu sangre rezuma y huele 39-42 El bandolero o contrabandista herido tiene su antecedente
en «Canción de jinete» del libro Canciones, o en canciones populares
como esta serrana que recoge Cela en Primer viaje andaluz (pág. 141):
en Andalucía, creemos que Lorca hizo esto a propósito para acercar Va la partía
poco a poco a los dos compadres que no son en rigor compadres, sino por la sierra Morena
padre de la gitana uno y amante o novio de ella el otro. Este es el que sufre va la partía.
los cambios gramaticales. Primero dice, por respeto al padre, su casa.
Luego veis y dejadme. Después de la misteriosa subida tutea al padre; Va la partía
dime y tu niña, dice. El padre, en cambio, emplea el tuteo desde el ' y al capitán le llaman
principio. Este acercamiento del joven contrabandista al padre de la José María.
gitana es análogo a estos versos que describen el ambiente como visto
por una lente zoom: No se rá preso,·
La noche se puso íntima mientras su jaca torda
como una pequeña plaza. tenga pescueso.
El tema del perseguido por la guardia civil es muy común en Anda­
30 los puertos de Cabra: zona al sur de la provincia de Córdoba, lucía. Forma parte de los temas del cante flamenco como estos versos
en el límite con Granada, famosa por su bandolerismo en el siglo XIX. que reproducimos de la citada Co/ecci6n de cantes flamencos recogidos
José Maria el Tempranilla, uno de los bandoleros más famosos, nació po r A. Machado y Álvarez, (pág. 140):
cerca de.ahí en el pueblo de Jauja. El tema del bandolerismo debe de
haber interesado a Lorca bastante. En una carta a Guillén en 1926 Yo bengo juyendo,
menciona «mi Diego Corrientes y otros poemas intensos» (II, 1149). ¿Aonde me entraré?
Cuenta Mora.Guarnido que el padre de Lorca y sus hermanos «tenian Que me persiguen, mare, los sibiles
un gran caudal de narraciones en sus mentes, y les gustaba irlas d= Me quieren prendé.
!izando... Habían vivido una linda época local... Época de Diego Ya se m'acabaron
Corrientes y José Maria el Tempranilla ... » (pág. 25). Cfr. también las y benías,
Camilo José Cela, Primer viaje andaluz, Barcelona, Noguer, 1961, y los suspiros que daba por verte,
página 144. compañera mía:
39 veis: en la versión del Primer Romancero gitano decía ves. Segui­
mos la corrección de P.. dél Hoyo pues está de acuerdo con el dejadme 51-52 Albert Henry ve una semejanza entre estos versos y las siguientes
de la linea 47 que se repite en la 49. frases de Don Quijote: « ...el temeroso ruido de aquella agua en cuya
20
236 237
Dejando un rastro de sangre. 55 Verde carne, pelo verde, 75
Dejando un rastro de lágrimas. con ojos de fría plata.
Temblaban en los tejados Un carámbano de luna
farolillos de hojalata. la sostiene sobre el agua.
Mil panderos de cristal, La noche se puso íntima
herían la madrugada. 60 como una pequeña plaza. 80
Guardias civiles boqachos
en la puert:a golpeabáµ.
Verde· que te quieró verde.
Verde viento. Verdes ramas.
Verde que te quiero verde, El barco sobre la mar. 85
verde viento, verdes ramas. Y el caballo en la montaña.
Los dos compadres subieron.
El largo viento, dejaba
en la boca un raro gusto 65
de hiel, de menta y de albahaca.
¡Compadre! ¿Dónde está, dime?
¿Dónde está tu niña amarga?
¡Cuántas veces te esperó!
¡Cuántas veces te esperara, 70
cara fresca, negro pelo,
en esta verde baranda!
81 Guardias civiles borrachos: una vez más la presencia de los anti­
* héroes y enemigos siniestros de los gitanos. Se convierten a lo largo
del libro en verdaderos antagonistas, haciendo asi eco de la realidad
Sobre el rostro del aljibe, histórica.
se mecía la gitana. 85-86 Todo el poema está lleno de la presencia de la muerte. No sola­
mente muere la gitana, sino que es obvio que está muriendo el mozo
también. Barco y caballo son elementos que tienen que ·ver con los
busca venímos, que parece que se despeña y derrumba desde los altos contrabandistas, pero es interesante notar también que el caballo se
montes de la luna)> (1, cap. XX), en Les grands poemes andalous de asocia muchas veces con la muerte en la obra de Lorca, como en la
Federico García Lorca, Bélgica, Románica Gandensia, 1958, pág. 244. «Canción del jinete» que hemos citado, o como en «Romance de la
59-60 Decía Lorca: «Si me preguntan ustedes por qué digo yo. luna, luna». El barco, como nota Erich Neumann, es también uno de
los símbolos más antiguos de la muerte. Véase The Great Mother,
Mil panderos de cristal Nueva York, Pantheon, 1963, pág. 256 para una larga discusión del
herían la madrugada, tópico. No creemos que en este «Romance sonámbulo», en el que el
les diré que los he visto en manos de ángeles y de árboles, pero no sabré soi!ar equivale a morir, la inclusión de estos dos símbolos nada opacos
decir más, ni mucho menos explicar su significado. Y está bien que sea sea en absoluto casual. Al contrario, parece que Lorca estuvo cons­
así. El hombre se acerca, por medio de la poesía, con más rapidez truyendo muy a propósito un mundo simbólicamente mortal par¡,.
al filo donde el filósofo y el matemático vuelven la espalda en silencio» encajar con el resto de estos poemas que mitifican «la cultura de la
(1,. 1087). muerte», para emplear la frase de Salinas.

21 238 239
6
LA CASADA INFIEL*
A LYDIA CABRERA
Y A SU NEGRITA**

Y que yo me la llev.e al río


creyendo que era moitiela,
pero t�riía marido.

• Fue publicado por primera vez conjuntamente con «Martirio


de Santa Olalla», en la Revista de Occidente, vol. XIX, núm. lv (enero
1928), págs. 40-46.
** Folklorista cubana a la que conoció Lorca en España antes qe
publicarse el Romancero gitano. Reside actualmente en Miami. Nos
ha referido personalmente cómo ocurrió la dedicatoria: «Yo conocí
a Federico en casa de José Maria Chacón y Calvo... simpatjzamos
en seguida... Federico andaba con el manuscrito del Romancero en
el bolsillo... fuimos a (el café) Pombo y estuvimos el día entero ...
me pregunt ó, ¿cuál de todos es el que más te gusta? ... cuando salió
el libro vi que nos había dedi�do el poema.» ¿Y la negrita? Fue,
según las palabras de Lydia Cabrera, «mi doncella en la casa de deco-
ración que monté (en C uba) ... perteneció al seno de la familia Ca�
brera... hacia poemas también... (esta anécdota) hizo gracia a Fcde--
rico ... Federico la cc,noció después en Cuba cuando su viaje en el 30...
era famosa... tenía mucho talento y mucha gracia. .. ¿Su nombre?
-Carmela Bejarano.»
1·3 Francisco Garcia Lorca menciona un curioso incidente en re­
lación con estos versos: durante una excursión a Sierra Nevada,
el mulero que los llevaba cantó una canción con letra igual a estos
versos. Algún tiempo después;cuando hablaban �·este poema él se
lo recordó a Federico, que había olvidado el incidente y que creía,
además, que los versos eran originales suyos. Véase su prólogo en Three
Tragedies of Federico Garcla Lorca, pág. 17. También podría pensarse
que el primer verso hace eco de ·este tango gitano que reproducen
Molina y Mairena (pág. 132);
yo me: la yebé «al Parmá»
le estuve dando parmitos
jasta que no ;quiso más.
Es curioso el contraste con los siguientes versos de una copla que
canta Mairena:
22
243
Fue la noche de Santiago Yo me quité la corbata.
y casi por compromiso. 5 Ella se quitó el vestido. 25
Se apagaron los faroles Yo el cinturón con revólver.
y se encendieron los grillos. Ella sus cuatro corpiños.
En las últimas esquinas Ni nardos ni caracolas
toqué sus pechos dormidos, tienen el cutis tan fino,
y se me abrieron de pronto 10 ni los cristales con luna 30
como ramos de jacintos. relumbran con ese brillo.
El almidón de su enagua Sus muslos se me escapaban
me sonaba en el oído, como peces sorprendidos,
como una pieza de seda la mitad llenos de lumbre,
rasgada por diez cuchillos. 15 la mitad llenos de frío. 35
Sin luz de plata en sus copas Aquella noche corrí
los árboles han crecido, el mejor de los caminos,
y un horizonte de perros montado en potra de nácar
ladra muy lejos del río. sin bridas y sin estribos.
40
* No quiero decir, por hombre,
las cosas que ella me dijo.
Pasadas las zarzamoras, 20 La luz del entendimiento
los juncos y los espinos, me hace ser muy comedido.
bajo su mata de pelo Sucia de besos y arena,
hice un hoyo sobre el limo. yo me la llevé del río. 45
Con el aire se batían
Romerita mi romera, las espadas de los lirios.
me la llevé a un romeral 34-35 Antonio Lara Pozuelo compara estos versos con
y ni a la ropa de su cuerpo,
yo le querío tocar. Tus muslos como la tarde
van de la luz a la sombra
Cfr. Antonio Mairena: La gran historia del cante gitano andaluz, Co­
lumbia, ·núm. SCE915. del poema «Lucía Martínez» de Cancion�s, en su obra El adjetivo en la
· 2 mozuela: soltera. Manuel Alvar cita esta palabra como un ejemplo lírica de Federico García Lorca, pág. 44.
40-41 En su lectura del Romancero Lorca dijo que el poema es «pura
del uso de dialectismos por Lorca. «Los dialectismos en la poesía es­
pañola del siglo xx», Revista de Filología Española, (1960), pág. 78. anécdota andaluza. Es popular hasta la desesperación, y como lo
1-s Por la descripción del ambiente creemos que este poema alude considero lo más primario, lo más halagador de sensualidades y lo
a la fiesta de Santiago en Triana, el barrio gitano de Sevilla: coinciden menos andaluz, no lo leo» (I, 1087). Todo el poema va en contra de
el río (el Guadalquivir que separa Sevilla de Triana), la noche de lo que el gitano quiere afumar de si mismo; nos cuenta todo el episodio
Santiago, y los faroles y las esquinas de un casco urbano. A esta fiesta del que parece eco esta copla recogida por A. Machado y Alvarez
que sigue celebrándose alude este tango: (página 164):
Por Dios te pío jitano
Qué bonita está Triana Por la salú de tu mare;
cuando le ponen al puente Lo que tú has jecho conmigo
las banderitas gitanas. No se Jo igas a naide.
244 245
23
Me porté como quien soy.
Como un gitano legítimo.
La regalé un costurero 50
grande de raso pajizo,
y no quise enamorarme
porque teniendo marido
me dijo que era mozuela
cuando la llevaba al río. 55

48-ss El comportamiento del gitanQ nos hace pensar en esta copla


de Frijones de Jerez recogida en Molina y Mairena (pág. 105):
Esta gitana está loca;
quiere que la quiera yo.
Que la quiera su marío
que tiene la obligasión.
24
246
Cmto general 53

agricultor temblando en la semilla:


alfarero en tu greda derramado:
traed a la copa de esta nueva vida
vuestros viejos dolores enterrados.
Mostradme vuestra sangre y vuestro surco,
decidme: aquí fui castigado,
porque la joya no brilló o la tierra
PABLO NERUDA no entregó a tiempo la piedra o el grano:
CANTO GENERAL señaladme la piedra en que caísteis
y la madera en que os crucificaron,
encendedme los viejos pedernales,
las viejas lámparas, los látigos pegados
a través de los siglos en las llagas
y las hachas de brillo ensangrentado.
Yo vengo a hablar por vuestra boca muerta.
A través de la -tierra juntad todos
los silenciosos labios derramados
y desde el fondo habladme toda esta larga noche
como si yo estuviera con vosotros anclado,
contadme todo, cadena a cadena,
eslabón a eslabón, y paso a paso,
afilad los cuchillos que guardasteis,
XII ponedlos en mi pecho y en mi mano,
como un río de rayos amarillos,
Sube a nacer conmigo, hermano. como un río de tigres enterrados,
y dejadme llorar, horas, días, años,
edades ciegas, siglos estelares.
Dame la manó desde la profunda
zona de tu dolor diseminado. Dadme el silencio, el agua, la esperanza.
No volverás del fondo de las rocas:
No volverás del tiempo subterráneo. Dadme la lucha, el hierro, los volcanes.
No volverá tu voz endurecida. Apegadme los cuerpos como imanes.
No volverán tus ojos taladrados.
Mírame desde el fondo de la tierra, Acudid a mis venas y a mi boca.
labrador, tejedor, pastor callado:
domador de guanacos tutelares: Hablad por mis palabras y mi sangre.
albañil del andamio desafiado:
aguador de las lágrimas andinas:
joyero de los dedos machacados:
25
Canto general 197

agrimensores, expertos,
y miden tierra conquistada,
estaño, petróleo, bananas,
nitrato, cobre, manganeso,
azúcar, hierro, caucho, tierra,
se adelanta un enano oscuro,
con una sonrisa amarilla,
PABLO NERUDA y aconseja, con suavidad,
a los invasores recientes:

No es necesario pagar tanto


a estos nativos, sería
torpe, señores, elevar
estos salarios. No conviene.
Estos rotos, estos cholitos
no sabrían sino embriagarse
con tanta plata. No, por Dios.
Son primitivos, poco más
que bestias, los conozco mucho.
No vayan a pagarles tanto.

Es adoptado. Le ponen
LOS Infierno americano, pan nuestro librea. Viste· de gringo,
ABOGADOS empapado en veneno, hay otra escupe como gringo. Baila
DEL DÓLAR lengua en tu pérfida fogata: como gringo, y sube.
es el abogado criollo Tiene automóvil, whisky, prensa,
de la compañía extranjera. lo eligen juez y diputado,
lo condecoran, es ministro,
Es el que remacha los grillos y es escuchado en el Gobierno.
de la esclavitud en su patria, Él sabe quién es sobornable.
y desdeñoso se pasea Él sabe quién es sobornado.
con la casta de los gerentes Él lame, unta, condecora,
mirando con aire supremo halaga, sonríe, amenaza.
nuestras banderas harapientas. Y así vacían por los puertos
las repúblicas desangradas.
Cuando llegan de Nueva York
26 las avanzadas imperiales, Dónde habita, preguntaréis,
ingenieros, calculadores, este virus, este abogado,
x98 Pablo Neruda Canto general x99
este fermento del detritus, ilustre, próspero, temido,
este duro piojo sanguíneo, mientras la trágica ralea
engordado con nuestra sangre? de nuestros muertos, los que hundieron
Habita las bajas regiones la mano en el cobre, arañaron
ecuatoriales, el Brasil, la tierra profunda y severa,
pero también es su morada mueren golpeados y olvidados,
el cinturón central de América. apresuradamente puestos
en sus cajones funerales:
Lo encontraréis en la escarpada un nombre, un número en la cruz
altura de Chuquicamata. que el viento sacude, matando
Donde huele riqueza, sube hasta la cifra de los héroes.
los montes, cruza los abismos,
con las recetas de su código
para robar la tierra nuestra.
Lo hallaréis en Puerto Limón,
en Ciudad Trujillo, en !quique,
en Caracas, en Maracaibo,
en Antofagasta, en Honduras,
encarc.elando a nuestro hermano,
acusando a su compatriota,
despojando peones, abriendo
puertas de jueces y hacendados,
comprando prensa, dirigiendo
la policía, el palo, el rifle
contra su familia olvidada.

Pavoneándose, vestido
de smoking, en las recepciones,
inaugurando monumentos
con esta frase: Señores,
la Patria antes que la vida,
es nuestra madre, es nuestro suelo,
defendamos el orden, hagamos
nuevos presidios, otras cárceles.

Y muere glorioso, «el patriota»


senador, patricio eminente,
condecorado por el Papa,
27
Los justos

Itla

Un hombre que cultiva su jardín, como quería Voltaire.


El que agradece que en la tierra haya música.
El que descubre con placer una etimología.
Dos empleados que en un café del Sur juegan un silencioso
ajedrez.
El ceramista que pre medita un color y una forma.
El tipógrafo que compone bien esta página, que tal vez no
le agrada.
Una mujer y un hombre que leen los tercetos finales de
cierto canto.
El que acaricia a un animal dormido.
El que justifica o quiere justificar un mal que le han hecho.
El que agradece que e n la tierra haya Stevenson.
El que prefiere qu e los otros tengan razón.
Esas personas, que se ignoran, están salvando el mundo.

BORGES, JORGE LUIS


LA CIFRA

81

28
Tríada

El alivio que habrá sentido César en la mañana de Far-


salia, al pensar: Hoy es la batalla.
El alivio que habrá sentido Carlos Primero al ver el alba
en el cristal y pensar: Hoy es el día del patíbulo,
4.1 del coraje y del hacha.
El alivio que tú y yo sentiremos en el instante que pre-
cede a la muerte, cuando la suerte nos desate de
la triste costumbre de ser alguien y del peso del
universo.

Boi2GEs, .
BORGES, J. L.
Los caniu ra-d 06
LOS CONJURADOS

21
29
Los coníurados

En el centro de Europa están conspirando.


El hecho data de 1291.
Se trata de hombres de diversas estirpes, que profesan
diversas religiones y que hablan en diversos idiomas.
Han tomado la extraña resolución de ser razonables.
Han resuelto olvidar sus diferencias y acentuar sus
afinidades.
Fueron soldados de la Confederación y después mer­
cenarios, porque eran pobres y tenían el hábito de la
guerra y no ignoraban que todas las empresas del hom­
bre son igualmente vanas.
Fueron Winkelried, que se clava en el pecho las lan­
zas enemígas para que sus camaradas avancen.
Son un cirujano, un pastor o un procurador, pero tam­
bién son Paracelso y Amiel y Jung y PauI Klee.
En el centro de Europa, en las tierras altas de Eu­
ropa, crece una torre de razón y de firme fe.
Los cantones ahora son veintidós. El de Ginebra, el
último, es una de mís patrias.
Mañana serán todo -el planeta.
Acaso. lo que digo no es verdadero; ojalá sea pro-
fético.

97
BORGES, J. L.
LOS CONJURADOS
30
796 JORGE LUIS BORGES-OBRAS COMPLETAS

EL TESTIGO

En. un establo que está casi a la . 59mbra de ·la· nueva iglesia . de


piedra, un hombre de oj os grises· y ):iarba gris, tendido entre el
·ole>r _de los animales, humildemente busca la muerte como q'llién
busca el suefio. El día,· fiel a :vastas leyes secretas, va desplazando
· y confundiendo la� sc;,mbras en el pobre recinto;. afuera están
las tier.ras ara.das Y' un zanjón.cegado por hojas muertas y algútÍ
rastro de .lobo en el barro negro donde empiezan· fos· bosques,
El hombre duerme y · sueña, olvidado. El toque de· oraci.ón ' lo
despierta. En los reinos de· Inglaterra· el son de campanas ya: es
uno de los hábitos de la tarde; pero el hombre, de· nifió, ha. visto
la cara de Woden, el:horror divino y la exultación, el torpe ídolo
·de made�a recargado de moneda{romanas y de·. vestiduras ·pesadas,
el sacrificio de caballos, perros y prisioneros, Antes del· alba mo­
rira .Y con él mcirirán, y no volverán, las últimas imágenes ·inme·
diatas de los ritos pagan9S;· el mundo 'será un pocó ·más· pobre
cuando este sajón haya muerto.
Hechos que puebláii el espacio y que tocan a su Jin · cuando
alguien se muere pueden maravillarnos, pero una cosa, o un nú,
mero infinito dé cosas, muere en cada ·agonía, salvó q\le. exista
una .memoria del univerS!), como han.conjeturado los teósofos, En
el tiempo hubo un día que apagó lo s últimos ojos que vieron
a Cristo; la batalla de Junín y el amor de Helena milrierQn con
la.muerte de un hombre. ¿Qué morirá conmigo c'uandó yo mµerái
qué forma patética o deleznable Jl.l:rderá el mundo? ¿La voi d¡¡.
Macedonio Fernándei; la imagen 'éle un caballo colorado en .el
baldío de Se rrano y de 'Charcas, una: barra de azufre en el cajón
de un escritorio de c aoba?

t L 1--1 a.-cedor
(1960)

31
SUSKIND, PATRICK
EL PERFUME

En el siglo xvrn vivió en Francia uno de los hombres


más geniales y abominables de una época en que no
escasearon los hombres abominables y geniales. Aquí
relataremos su historia. Se llamaba Jean-Baptiste Gre­
nouil!e y si su nombre, a diferencia del de otros mons­
truos geniales como De Sade, Saint-Just, Fouché, Napo­
león, etcétera, ·ha caído en el olvido, no se debe en modo
alguno a que Grenouil!e fuera a la zaga de estos hom­
bres célebres y tenebrosos en altaneria, desprecio por
sus semejantes, inmoralidad, en una palabra. impie­
dad, sino a que su genio y su única ambición se limi­
taban a ·un terreno que no deja huellas en la historia:
al efímero mundo de los olores.
En la época que nos ocupa reinaba en las ciudades
un hedor apenas concebible para el hombre moderno .
Las calles apestaban a es�ércol, los patios interiores
apestaban a orina, los huecos de las escaleras apesta­
ban a madera podrida y excrementos de rata, las
cocinas, a col podrida y grasa de carnero; los aposentos
sin ventilación apestaban a polvo enmohecido; los dor­
mitorios, a sábanas grasientas, a edredones húmedos y
al penetrante olor dulzón de los orinales. Las chime·
neas apestaban a azufre, las curtidurías, a lejías cáus­
ticas, los mataderos, a sangre coagulada. Hombres y mu­
jeres apestaban a sudor y a ropa sucia; en sus bocas
apestaban los dientes infectados, los alientos olían
a cebolla y los. cuerpos, cuando ya no eran jóvenes, a
queso rancio, a leche agria y a tumores malignos. Apes­
taban los ríos, apestaban las plazas, apestaban las igle­
sias y el hedor se respiraba por igual bajo los puentes y
en los palacios. El campesino apestaba como el clérigo,
el oficial de artesano, como la esposa del maestro; apes­
taba la nobleza entera y, si, incluso el rey apestaba
como un animal carnicero y la reina como una cabra

9
32
v1eJa, tanto en verano como en invierno, porque en el
siglo XVIII aún no se había atajado la actividad corro­ su sensibilidad a cualquier percepción sensorial externa.
siva de las bacterias y por consiguiente no había nin­ Sólo quería que los dolores cesaran, acabar lo más rápi­
guna acción humana, ni cread ora ni destructora, nin­ damente posible con el repugnante parto. Era el quinto.
guna ·manifestación de vida incipiente o en decadencia Todos los había tenido en el puesto de pescado y las
que no fuera acompañada de algún hedor. cinco criaturas habían nacido muertas o medio muer­
Y, como es natural, el hedor alcanzaba sus máximas tas, porque su carne sanguinolenta se distinguía apenas
proporciones en París, porque París era la mayor ciu­ de las tripas de pescado que cubrían el suelo y no so­
dad de Francia. Y dentro de París había un lugar donde brevivían mucho rato entre ellas y por la noche todo
el hedor se convertía en infernal, entre la Rue aux Fers era recogido con una pala y llevado en carreta al ce­
y la Rue de la Ferronnerie, o sea, el Cimetiere des In­ menterio o al río. Lo mismo ocurriría hoy y l a madre
nocents. Durante ochocientos años se había llevado allí de Grenouille, que aun era una mujer joven, de unos
a los muertos del hospital Hótel-Dieu y de las parro­ veinticinco años, muy bonita y qu e todavía conservaba
qui as vecinas, durante ochocientos años, carretas con casi todos los dientes y algo de cabello en la cabeza y,
docenas de cadáveres habían vaciado su car¡ra día tras aparte de la gota y la sífilis y una tisis incipien te, no
día en largas fosas y durante ochocientos años se ha­ padecía ninguna enfermedad grave, que aún esperaba
bían ido acumulando los huesos en osarios y sepultu­ vivir mucho tiempo, quizá cinco o diez años más y tal
ras. Hasta que llegó un día, en vísperas de la Revolu­ vez incluso casarse y tener hijos de verdad como la
ción Francesa, cuando algunas fosas rebosantes de cadá­ esposa respetable de un artesano viudo, por ejemplo."
veres se hundieron y el olor putrido del atestado cemen· la madre de Grenouille deseaba que todo pasara cuan­
terio incitó a los habitantes no sólo a protestar, síno a to antes. Y cuando empezaron los dolores de parto, se
organizar verdaderos tumultos, en que fue por fin cerra­ acurrucó bajo el mostrador y parió allí, como hiciera
do y abandonado después de amontonar los millones de ya cinco veces, y cortó con el cuchillo e! cordón umbi·
esqueletos y calaveras en las catacumbas de Montm ar­ lical del recién nacido. En aquel momento, "sin embar­
tre. Una vez hecho esto, en el lugar del antiguo cemen­ go , a causa del calor y el hedor, que ella no percibía
terio se erigió un mercado de víveres. como tales, sino como algo insoportable y en ervante
Fue aquí, en el lugar más malollente de todo el rei­ -<:orno un campo de lirios o un reducido aposento de­
no, donde nació el ! 7 de julio de 1738 J ean-Baptiste masiado lleno de narcisos-, cayó desvanecida debajo
Grenouille. Era uno de los días más calurosos del año. de la mesa y fue rodando hasta el centro del arroyo,
El calor se abatía como plomo derretido sobre el ce· donde quedó inmóvil, con el cuchillo en la mano.
menterio y se extendía hacia las calles adyacentes como Gritos, corridas, la multitud se agolpa a su alrede­
un vaho putrefacto que olía a una mezcla de melones dor, avisan a la policía. La mujer sigue en el suelo con
podridos y cuerno quemado. Cuando se iniciaron los el cuchillo en la mano; poco a poco, recobra el cono­
dolores del parto, la madre de Grenouille se encontraba cimiento.
en un puesto de pescad o de la Rue aux Fers escamando ¿ Qué le ha suc edí do?
albures que había destripado previamente. Los p escados, -Nada.
seguramente sacados del Sena aquella misma mañana, ¿Qué hac e con el cuchillo?
apestaban ya hasta el punto de superar el hedor de los -Nada.
cadáveres. Sin embargo, la madre de Grenouille no ¿ De dónde procede la sangre de sus refajos?
percibía el olor a pescado podrido o a cadáver porque -De los pescados.
su sentido del olfato estaba totalmente embotado y Se levanta, tira el cuchillo y se aleja para lavarse.
además le dolía todo el cu erpo y el dolor disminuía Entonces, de modo inesperado, la criatura que yace
bajo la mesa empieza a gritar. Todos se vuelven, des-
10
33
11
cubren al recién nacido entre un enjambre de moscas, do, en vez de enviar al niño a Ruán, decidió criarlo a
tripas y cabezas de pescado y lo levantan. Las autorida­ expensas del convento y con este fin lo hizo entregar
des lo entregan a una nodriza de oficio y apresan a la a una nodriza llamada Jeanne Bussie, que vivía en la
madre. Y como ésta confiesa sin ambages que lo habría Rue Saint-Denis y a la cual se acordó pagar tres fran­
dejado morir, como por otra parte ya hiciera con otros cos semanales por sus cuidados.
cuatro, la procesan, la condenan por infanticidio múl­
tiple y dos semanas más tarde la decapitan. en la Place
de Greve.
En aquellos momentos el niño ya había cambiado
tres veces de nodriza. Ninguna quería conservarlo más
de dos díass. Según decían, era demasiado voraz, ma­
maba por dos, robando así la leche a otros lactantes
y el sustento a las nodrizas, ya que alfmentar a un
lactante único no era rentable. El ofic ial de policía
competente, un tal La Fosse, se cansó pronto del asun­
to y decidió enviar al niño a la central de expósitos y
huérfanos de la lejana Rue Saint-Antoine, desde donde
el transporte era efectuado por mozos mediante ca­
nastas· de rafia en las que por motivos racionales ha­
cinaban hasta cuatro lactantes, y como la tasa de
mortalidad en el camino era extraordinariamente ele­
vada, por lo que se ordenó a los mozos que sól o se
llevaran a los lactantes bautizados y entre éstos, úni­
camente a aquéllos provistos del correspondiente per­
miso de transporte, que debía estampillarse en Ruán, y
como el niño Grenouille no estaba bautizado ni poseía
tampoco un nombre que pudiera escribirse en la auto­
rización, y como, por añadidura, no era competencia
de la policía poner en las puertas de la inclusa a una
criatura anónima sin el cumplimiento de las debidas
formalidades... por una serje de dificultades de índole
burocrático y administrati vo que parecían concurrir en
el caso de aquel niño determinado y porque, por otra
parte, el tiempo apremiaba, el oficial de policía La
Fosse se retractó de su decisión inicial y ordenó entre­
gar al niño a una institución religiosa, previa exigencia
de un recibo, para que allí lo bautizaran y decidieran
sobre su destino ulterior. Se deshicieron de él en el
convento de Saint-Merri de la Rue Saint-Martín, donde
recibió en el bautismo el nombre de Jean-Baptiste. Y
como el prior estaba aquellos días de muy buen humor
y sus fondos para beneficencia aún no se habían agota-
34
12
EL ALEPH 625

un persa habla. de un pájaro que de algún. modo es todos los


pájaros; Alanus, de Insqlis, de una ·esfera cuyo centro está en
todas. partes y la circunferencia en ninguna; Ezequiel, de un.
BORGES, J. L ángel de cuacro caras que a . un tiempo se djrige al Oriente y.
EL ALEPH al <;)ccidente, al Norte y al Sur. (No en vano rememoro esas_
incoµcebibles analogías; alguna relacióµ tienen con el Aleph.)
Quizá los dioses no me 'negarían el halla2go- de Ul).a imagen
eq�valente, pero este informe quedaría conta,minadq de litera­
tm;a, de falsedad. Por lo derp.á.s, el problema central es, irresoluble:
la enumeración, siquiera parcial, de un coµjunto infinito. En ese
instante gigantesco, he visto m illones de actos deleitables o atro­
ces; ninguno me aso mbró como el hecho di; 'que todos ocuparan
el mismo pupto, sin superposició n y sin trasparencia. Lo que vieron
'!lis ojos fue simult áneo: lo que transcribip!, sucesivo; porque e\
lenguaje lo es .. Algo, sin embal:go, recogei:é.
En la parte inferior del escalón, hacia la derecha, vi una pe­
qUeña esfera tornasolada, de casi intolera.ble fulgo r. Al principió
la creí girat_oria; luego cOI_nprendí que es.e ¡;t\ovimiento era una
ilusión producida por los vt;rtiginosos es�ctáculos que encerraba.
El diámet,o del Aleph seria de dos o q:es centímetroi, pero el
espacio cósmico estaba ahí, sin disminución. de tamaño. Cada
cosa (la luna del espejo, digamos) era infinita� cosas, pc;,r que yo
claramente la veía desde todos los puntos d\!l univetso. Vi el
populoso mar, vi el alba y· la tarde, vi las muchedw,ibres 'de
América, vi úna plateada telaraña en el centro de una negra
pirámide, vi un laberinto roto (era Lon<lres), vi inten;ninables
ojos inmediatos escrután dose en mí como en ·un espejo, vi todos
los espejos del planeta y ninguno me reflej\l, vi ep un traspatio
de la calle Soler las mismas baldosas que hace treinta años vi
en el zaguán de una casa en Fray Bentos. vi 'racimos, nieve, ta­
baco, vetas de metal; vapor de agua, vi convexos desiertos eqia-.
toriales y cada unó de sus granos de arena,. vi en. Inverness a
una mujer que. no olvidaré, vi la violenta, -cabellera, el altivo
cuerpo, vi un cáncer en el pecho, ,·i un circulo de tierra seca
en una vereda; donde antes hubo un árbol, vi una quinta de
Adrqgué, un ejemplar de la primera versión inglesa de Plinio,
la de Philemon Holland, vi a un tieJllpo cada letra· de cada pá·
gina (de chico, yo solía maravillarme de que las ·1e1ras de un
volumen cerra;do no se me'zclaran y· perdieran en el decurso de la
Arribo, ahora, al inefable centro de mi relato; .empieza, aquí, noche), vi la noche y el día contemporáneo, vi ·un poniente en_
mi dese�peración de escritor. Todo l,;nguaje es un allabeto .de Querétaro que parecía reflejar el color de una rosa en Bengala,
símbolos cuyo ejercicio presupone un pasado que los interlocu· vi mi dormitorio sin nadie, vi en un gabinete de Alkmaar un
tores comparten; ¿cómo . trasmitir a los otros el infinito A!eph, globo terráqueo entre dos espejos que lo multiplican sin fin, vi
que mi temerosa ·memoria apenas abaréa? Los místicos, en aná­ caballos de .crin arremolinada, en .una .playa del Mar Caspio en
logo trance, prodigan los emblemas: para significar la divinidad, el alba, vi la delicada osatura de una mano, vi a los sobrevivlentes
35
626 JORGE LUIS BORGES-oBRAS COMPLETAS

de una batalla, enviando tarjetas postales, vi en un escaparate


de Mirzapur una baraja española, vi las sombras oblicuas de unos.
helechos en el· suelo de un invernáculo, vi tigres, émbolos, bi·
sontes, marejadas y ejércitos, vf todas las hormigas que. hay en
la tierra, vi µn astrolaliio persa, vi �n un cajón ·del escritorio
(y la letra me hizo temblar) cartas obscenas, increíbles, precisas,
que Beatriz había dirigido a Carlos Argent ino, vi un adorado
monumento en la Chacarita, . vi la reliquia atroz de Jo que deli­
ciosamente había sido Beatriz Viterbo, vi la circulación de mi
oscura sangre, vi el engranaje del amor y la mqdillcación de
la muei-te, vi el Aleph; desde todos los puntos, vi en el Aleph
la · tierra, y en la tierra otra vez el Aleph y en el Aleph la tierra,
vi mi cara y. niis vísceras, vi tu cara, y sentí vértigo y Uoré, por­
que mis ojos habían visto ese objeto secre\o y conjetural, cuyo
nombre·usurp·an los hompre,, pero que ningún hombre ha mirado:
el inconcebible uriverso.

36
MUJER COMO YO
CURZIO MALAPARTE

ALTA y morena la querría, de caderas llenas y ágiles,


de pequeña cabeza de estatua. Una cabeza de lagarto,
levemente triangular. Los cabellos cortos y rizados,· suaves
como las plumas de algunos pájaros, que hicieran un vivo
contraste con el rostro palidísimo y asombrado. La frente
amplia y cándida, en la cual la noche y el día se alternaran
dulcemente; y que ése ftiera mi verdadero horizonte.
Quisiera que sobre su frente cándida se anunciase la ma­
ñana, aun antes de que el cielo se tiñese de rosa, y, poco
a poco, declinando el día, la sombra de la noche se hi­
ciese espesa entre sus pestañas, antes que en las hojas, en
las piedras, en las nubes.
Pero quisiera también que la noche naciera de su regazo,
que fuera negra y compacta en ella más que en cada otra
cosa: que la mujer mía fuese nocturna más que .un animal
nocturno, que fuese una piedra negra. Quisiera que su fren­
te me apareciese como una alegoría de mi vida mortal.
De moilo que cada tarde, viendo la sombra caer poco
a poco a lo largo de su rostro, naturalmente yo pensara
en el cercano descanso, en el sueño profundo, en las puras
imágenes nocturnas, y en la muerte.
Los ojos los quisiera clarisímos, casi blancos, esparcidos
de manchas rojas: la boca delicada, 'la sonrisa triste y can­
sada. Y que de los ojos blancos le cayera sobre el rostro
una luz serena, hecha más viva por aquellas manchas rojas,
por aquel poquito de sangre asomado en el candor de su
99

37
mirada. La voz la quisiera grave y dulce, sin tonos ele­ Quisiera que mi amor por ella fuese más que un senti­
vados, nunca, ni siquiera en los instantes del más fiero miento: que fuese una virtud. La más libre y la más ge­
dolor, o de la más libre alegría. Una voz que pareciera nerosa de mis virtudes. Que ella fuese para mí, mi paisaje
cantar, y tuviera en sí una armonía que no fuera sola­ y mi destino. La suma de .mis ambiciones. No el objeto
mente de las palabras y de los acentos: sino que los nom­ de mis ambiciones ni la insp iradora, sino mi única, mi mis­
bres más simples y familiares tomaran en su boca un eco ma ambición. Que el solo acariciarle la frente, el solo ro­
misterioso, m6rbido y puro, como de sonido sin_ raíz en zarle los labios, el solo estrecharla contra mi pecho, fuese
las palabras. para mí como la 1,iberación de una oscura esclavitud. Que
Quísiera que movíéndose, hablando, sonriendo, apareciera por lo menos en ella encontrara la compensación a mis
como una fuerza gentil, justa e incorruptible, de la na­ orgullosas renuncias, a mis inútiles crueldades. Pues justa­
turaleza, un elemento de la gracia, de la fuerza y de la mente en esto me parece consistir el destino más propio
pureza que está en el aire, en la luz, en las plantas, en y más noble de la mujer: ordenar y apaciguar en sí mis­
las piedras, en el paisaje. Que se pareciera a los animales, ma todas las fuerzas y fortunas del hombre, llegar a ser
a ciertos animales, que tuviese en sí la inocencia y la no­ no el objeto ni el fin de su actividad física e intelectual,
bleza del perro, o del caballo. sino pretexto para sus sueños, sus esperanzas, sus empresas.
Que algunas veces, en su voz, sonara dulcísimo el eco Un pretexto: nada más. Y es mucho. Si es verdad . que
de un triste ladrido. Que su cabeza, apoyada cerca de mí nada es más dificíl, ni más peligroso, que el servir de pre-.
sobre la almohada, se me pareciese a veces, en la dudosa texto a una no ble existencia.
luz del· amanecer, a una cabeza de perro. Quisiera hacer de ella no una criatura sujeta a mi des­
Que oyéndola respirar a mi lado, o moverse en el cuarto tino, un ser dependiente de mí, sino liberarla de las mis­
oscuro, reconociera en su respiración el jadear profundo de teriosas tiranías de su naturaleza, ayudarla a conquistar la
un caballo, y los cabellos le fluctuasen sobre los hombros libertad y una dignidad que la naturaleza le niega y le
como unas ·crines, y en su risa, en su llanto resonara a disputa. Aquella misma libertad y aquella misma dignidad
veces el eco de un relincho amoroso. inventadas por el hombre para justificar el sentido de cier­
Que su inocencia fuese felina, que el lado humano de tas relaciones suyas con el mundo físico y moral, con el
su naturaleza, lo que hay siempre de humano aun en la mundo de la naturaleza y de la conciencia. Sólo y exac­
mujer más noble, tuviese el valor de un accidente, de un tamente en esto quisiera que mi mujer se me pareciese.
caso, fuese puramente fortuito. Que siempre hallara en un Quisiera que los movimientos, los instintos, los sentimien­
ademán, en un grito, su fuerza animal; que sus abandonos tos propios de la virilidad se hallaran también en ella, aun­
fueran los de un animal herido, que aun su orgullo de que aminorados y rebajados. Que fueran como una ima­
mujer fuese un orgullo de yegua o· de perra. Una huma­ gen borrosa, y <liría casi antigua, de· mí: que en su ros­
nidad secreta, la suya, que no ya la maternidad, sino la tro yo reconociera mi rostro lejano, el de mi infancia, aquel
belleza rescatara de su materia impura, de su peso, de su rostro que siempre, volviéndome para mirarlo, me llena de
opacidad. Quisiera que fuese mi madre. Y tener en ella, un secreto miedo, de una especie de púdico horror.
amante, la misma confianza, el mismo abandono, que el Y llegado el momento, quisiera poder separarme de ella,
niño tiene hacia la madre. -no repudiándola, no abandonándola, no hunµllándola con
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los actos. Y que su infelicidad, sus desesperaciones no se
la traición y la mentira- separarme de ella como de las revelaran con movimientos o pensamientos dolorosos y hu­
riberas de una isla, como de las fronteras de un sueño, millados, con sumisión o renuncias, sino con rebeldías vio­
como del margen neto de una idea o de un sentimiento. lentas, con inesperadas huídas hacia la lucha, el peligro,
Saber separarme de ella en el momento justo, cuando, por el sacrificio. Para poder estar orgulloso de ella, para po­
el contacto con el hombre, la mujer adquiere una perso­ derla querer como yo mismo sabría amarme, si fuera yo
nalidad suya propia, en contraste con la viril, y vuelve a mujer.
sí misma, tratando de agotar en ella su instinto y destino
de madre. Separarme de ella cuando empieza a decaer de Para poder reconocer, en su frente, en su mirada, en
aquella innatural dignidad obtenida como don del hombre, su sonrisa, en los movimientos de los ojos y de los labios,
cuando el sentido de la maternidad termina, en ella, de en la palidez y en los rubores repentinos, aquel sentimien­
ser un hecho moral, vuelve a ser un hecho físico. to profundo que a menudo me agita, impulsándome a des­
hacer con mis manos la trama de la cual está hecha mi
Aquí se prueba, me parece, la verdadera naturaleza de esperanza de felicidad y de descanso. Para poderme sepa­
la mujer, su dignidad. Pues hay mujeres que agotan todo rar .de ella, en el momento justo, como de mí mismo, vol­
su sentido de maternidad en el hombre, no saben ser nada viéndome atrás de tanto en tanto para mirar aquel ros­
más que esposas, amantes, hermanas, y dan a luz pueblos tro semejante al mío, aquella frente serena, aquellos ojos
mezquinos, conducen a la ruina las familias, los reinos, las blancos en los cuales la mi rada se hace, poco a poco, siem­
empresas. pre más lejana y más antigua.
Pero hay mujeres que saben ser, siempre y solamente,
madres, y dan a luz hijos, hermanos, amantes, imperios,
guerras, aventuras desesperadas y gloriosas, y espadas, bar­
cos, columnas de infantes, cuadrillas de caballos, ciudades
torreadas. Separarme de ella, en conclusión, sin piedad,
pero con dulzura, como se separa la gasa de la herida.
Que la herida sangre, que el dolor sea vivo y quemante,
pero callado, escondido. Para que la mujer no llegue a co­
nocer este último secreto del hombre.
Quisiera sobre todo que la mujer mía se me pareciera
en el desprecio de lo que los hombres temen, huyen, o en­
vidian. Que no tuviera ninguna piedad de sí misma, y en
esta ausencia de misericordia encontrara la única consola­
ción a su propio inevitable egoísmo. Que supiera anteponer
a todo y a todos no su persona, no el amor de su propio
amor, sino aquella fatalidad que cada uno de nosotros es­
conde en lci profundo de sí mismo.
Orgullosa, pero íntimamente incierta e infeliz. Desespe­
rada, a veces, pero serena en el rostro, en las palabras, en
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I
CASTILLO DE BOUCHOUT
1927

"La imaginaci6n, la loca de la. ca,a•,


ír.i.,e atribuida a Malcbnnche.

DEL PASO, FERNANDO


NOTICIAS DEL IMPERIO

Y o SOY María Carlota de Bélgica, Emperatriz de México y de


América. Y o soy María Carlota Amelia, prima de la Reina de
Inglaterra, Gran Maestre de la Cruz de San Carlos y Virreina
de las provincias del Lombardovéneto acogidas por la piedad y la cle­
mencia austriacas bajo las alas del águila bicéfala de la Casa de Habsburgo.
Yo soy María Carlota Amelia Victoria, hija de Leopoldo Príncipe de
Sajonia-Coburgo y Rey de Bélgica, a quien llamaban el Néstor de los
Gobernantes y que me sentaba en sus piernas, acariciaba mis cabellos
castaños y me decía que yo era la pequeña sílfide del Palacio de Laeken.
Yo soy Mai:ía Carlota Amelia Victoria Clementina, hija de Luisa María
de Orleáns, la reina santa de los ojos azules y la nariz borbona que murió
de consunción y de tristeza por el wlio y la muerte de Luis Felipe, mi
abuelo, que cuando todavía era Rey de Francia me llenaba el regazo de
castaims y la cara de besos en los Jardines de las Tullerías. Y o soy María
Carlota Amelia Victoria Clementina Leopoldina, sobrina del Príncipe
Joinville y prima del Conde de París, hermana del Duque de Brabante
que fue Rey de Bélgica y conquistador del Congo y hermana del Conde
de Flandes, en cuyos brazos aprendí a bailar, cuando tenía diez años, a
la sombra de los espinos en flor. Yo soy Carlota Amelia, mujer de
Fernando Maximiliano José, Archiduque;de Austria, PI?D,cipe de Hungría
y de Bohemia, Conde de Habsburgo, Principe de Lorena, Emperador de
México y Rey del Mundo, que nació én el Palacio Imperial d� Schon­
brunn y fue el primer descendiente de los Reyes Católicos Fernando e
Isabel que cruzó el mar océano y pisó las tierras de América, y que mandó
constnúr para mí a la orilla del Adriático un palacio blanco que miraba
al mar y otro día me llevó a México a vivir a un castillo gris que miraba
al valle y a los volcanes cubiertos de nieve, y que una mañana de junio
de hace muchos años murió fusilado en l a ciudad de Querétaro. Yo soy
Carlota Amelia, Regente de Anáhuac, Reina de Nicaragua, Baronesa del
Mat� Grosso, Princesa de Chichén Itzá. Yo soy Carlota Amelia de
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Bélgica, Emperatriz de México y de América: tengo ochenta y seis años damas de compañía me dan de comer en la boca, porque yo no la suelto.
de edad y sesenta de beber, loca de sed, en las fuentes de Roma. La Condesa d'Hulst me da de beber leche en los labios, como si fuera
Hoy ha venido el mensajero a traerme noticias del Imperio. Vino, yo todavía el pequeño ángel de mi padre Leopoldo, la pequeña bonapar­
cargado de recuerdos y de sueños, en una carabela cuyas velas hinchó tista de los cabellos castaños, porque yo no te olvido.
una sola bocanada de viento luminoso preñado de papagayos. Me trajo Y es por eso, nada más que por eso, te lo juro, Maximiliano, que
un puñado de arena de la Isla de Sacrificios, ru¡os guantes de piel de dicen que estoy loca. Es por eso que me llaman la loca de Miramar, de
venado y un enorme barril de maderas preciosas rebosante de chocolate Terveuren, de Bouchout. Pero si te lo dicen, si te dicen que loca salí de
ardiente y espumoso, donde me voy a bañar todos los días de mi vida México y que loca atravesé el mar encerrada en un camarote del barco
hasta que mi piel de princesa borbona, hasta que mi piel de loca octoge­ Impératrice Eugénie después que le ordené al capitán que arriara la
naria, hasta que mi piel blanca de encaje de Alenzón y de Bruselas, mi bandera francesa para izar el pabellón imperial mexicano, si te cuentan
piel nevada como las magnolias de los Jardines de Miramar, hasta que mi que en todo el viaje nunca salí de mi camarote porque estaba ya loca y
piel, Maximiliano, mi piel quebrada por los siglos y las tempestades y los lo estaba no porque me hubieran dado de beber toloache en Yucatán o
desmoronamientos de las dinastías, mi piel bfanca de ángel de Memling porque supiera que Napoleón y el Papa nos iban a negar su ayuda y a
y de novia del Béguinage se caiga a pedazos y una nueva piel oscura y abandonarnos a nuestra suerte, a nuestra maldita suerte en México, sino
perfumada, oscura como el cacao de Soconusco y perfumada como la que lo estaba, loca.y desesperada, perdida porque en mi vientre crecía un
vainilla de Papantla me cubra entera, Maximiliano, desde mi frente oscura hijo que no era ruyo sino del Coronel Van Der Smissen, si te cuentan
hasta la punta de mis pies descalzos y perfumados de india mexicana, de eso, Maximiliano, diles que no es verdad, que tú siempre fuiste y serás
virgen morena, de Emperatriz de América. el amor de mi vida, y que si estoy loca es de hambre y de sed, y que
El mensajero me trajo también, querido Max, un relicario con algunas siempre lo he estado desde ese día en el Palacio de Saint Cloud en que
hebras de la barba rubia que llovía sobre tu pecho condecorado con el el mismísimo diablo Napoleón Tercero y su mujer Eugenia de Montijo
Aguila Azteca y que aleteaba como una inmensa mariposa de alas dora­ me ofrecieron un vaso de naranjada fría y yo supe y lo sabía todo el
das, cuando a caballo y al galope y con tu traje de charro y tu sombrero mundo que estaba envenenada porque no les bastaba habemos traicio­
incrustado con arabescos de plata esterlina recorrías los llanos de Apam nado, querían borramos de la faz de la Tierra, envenenarnos y no sólo
entre nubes de gloria y de polvo. Me han dicho que esos bárbaros, Napoleón el Pequeño y la Montijo, sino hasta nuestros amigos más
Maximiliano, cuando ru cuerpo estaba caliente todavía, cuando apenas cercanos, nuestros servidores, no lo vas a creer, Max, el propio Blasio:
acababan de hacer tu máscara mortuoria con yeso de París, esos salvajes cuídate del lápiz-tinta con el que escribe las cartas que le dictas camino
te arrancaron la barba y el pelo para vender los mechones por unas a Cuemavaca y de su salíva y del agua sulfurosa de los manantiales de
cuantas piastras. Quién iba a imaginar, Maximiliano, que te iba a suceder Cuautla cuídate, Max, y del pulque con champaña, como tuve yo que
lo mismo que a tu padre, si es que de verdad lo fue el infeliz del Duque cuidarme de todos, hasta de la Señora Neri del Barrio con la que iba yo
de Reichstadt a quien nada ni nadie pudo salvar de la muerte temprana, todas las mañanas en un fiacre negro a la Fuente de Trevi porque decidí,
ni los baños muriáticos ni la leche de burra ni el amor de ru madre la y así lo hice, beber sólo de las aguas de las fuentes de Roma en el vaso
Archiduquesa Sofía, y que apenas unos minutos después de haber muerto de Murano que me regaló Su Santidad Pío Nono cuando fui a verlo de
l
en e mismo Palacio de Schónbrunn donde acababas de nacer, le habían sorpresa sin pedirle audiencia y lo encontré desayunando y él se dio
trasquilado todos sus bucles rubios para guardarlos en relicarios: pero de cuenta que estaba yo muerta de hambre y de sed, ¿quiere unas uvas la
lo que sí se salvó él, y tú no, Maximiliano, fue de que le cortaran en Emperatriz de México? ¿Se le antojaría un cuerno con mantequilla?
pedazos el corazón para vender las piltrafas por unos cuantos reales. Me ¿Leche quizás, Doña Carlota, leche de cabra recién ordeñada? Pero yo
lo dijo el mensajero. Al mensajero se lo contó Tüdós el fiel cocinero lo único que quería era mojar los dedos en ese líquido ardiente y espu­
húngaro que te acompañó hasta el patíbulo y sofocó el fuego que prendió moso que me habría de quemar y tostar la piel, y me avalancé sobre el
en tu chaleco el tiro de gracia, y me entregó, el mensajero, y de parte del tazón, metí los dedos en el chocolate del Papa, me los chupé, Max, y no
Príncipe y la Princesa Salm Salm un estuche de cedro donde había una sé qué hubiera hecho yo después de no haber ido al mercado a comprar
caja de zinc donde había una caja de palo de rosa donde había, Maximi­ nueces y naranjas para llevarlas al Albergo di Roma: yo misma las escogí,
!iano, un pedazo de tu corazón y la bala que acabó con ru vida y con tu las limpié con la mantilla de encaje negro que me regaló Eugenia, examiné
Imperio en el Cerro de las Campanas. Tengo aquí esta caja agarrada con las cáscaras, las pelé, las devoré y también unas castañas asadas que
las dos manos todo el día para que nadie, nunca, me la arrebate. Mis compré en la Via Appia y no puedo imaginar cómo me las hubiera

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