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PENSAMIENTOS,

SECRETOS Y
MEMORIAS
PARA LUZ DE VIDA

Iván Esteban Buitrago Giraldo


PENSAMIENTOS
SECRETOS
Y
MEMORIAS

PARA LUZ DE VIDA

IVÁN ESTEBAN
BUITRAGO GIRALDO
MEDITACIONES PARA UN AMOR QUE PUDO SER
“Me han dicho que, una vez empezado, no es posible dejar de leer
un libro mío, que yo perturbo el reposo nocturno…
No existe en absoluto un tipo de libro más orgulloso.”
Nietzsche, Ecce homo.
“Camarada, esto no es un libro,
quien toca esto toca un hombre.”
Walt Whitman, Hojas de hierba.
ÍNDICE

PREÁMBULO 1

CAPÍTULO I DEL ALMA, EL ESPÍRITU Y MIS FANTASMAS 13

CAPÍTULO II DE LO ETERNO: EFÍMERO A LA INVERSA 28

CAPÍTULO III EL LENGUAJE: PRECISA IMPRESIÓN 38

CAPÍTULO IV LOS TRASCENDENTALES: VIVA FORMA EN QUE TE ENTIENDO 56

CAPÍTULO V TU SECRETA HERMOSURA 71

CAPÍTULO VI TÚ COMO MÚSICA Y EL TODO DE MI ARTE 82

CAPÍTULO VII ELOGIO A LA LOCURA 94

CAPÍTULO VIII LA LOCURA DEL AMOR 110

CAPÍTULO IX LA ORACIÓN 140

CAPÍTULO X EL SILENCIO ESPIRITUAL 154

CAPÍTULO XI NO CREO EN EL INFIERNO, ¿SABES LO QUE CREO? 159

CAPÍTULO XII [PARA QUE CADA QUE ME EQUIVOQUE, TE VUELVA A PEDIR PERDÓN] 170

CAPÍTULO XIII TU ALMA ESCONDIDA: EL CONFLICTO DE TUS EMOCIONES 180

CAPÍTULO XIV MI VANIDAD Y LA TUYA 189

CAPÍTULO XV PECADOS COMPARTIDOS 201

CAPÍTULO XVI ORATIO CORDIS (LA ORACIÓN DEL CORAZÓN) 209

CAPÍTULO XVII IMÁGENES 219

CAPÍTULO XVIII DIÁLOGO SECRETO 230

CAPÍTULO XIX MI VEJEZ Y EL DESEO DE MORIR A LOS 102 AÑOS 242


CAPÍTULO XX LA LUZ QUE ES, LA LUZ QUE ERES 247

CAPÍTULO XXI CUANDO CONOCÍ LOS OJOS DEL DIABLO. 258

CAPÍTULO XXII POR SIEMPRE POETA TUYO 268

CAPÍTULO XXIII SOBRE UNA EXPERIENCIA MÍSTICA EN MI INFANCIA. 278

CAPÍTULO XXIV REMINISCENCIAS DE MI INFANCIA 289

CAPÍTULO XXV LAS CANCIONES DE MI INFANCIA. 293

CAPÍTULO XXVI NO RECUERDO LOS SUEÑOS, PERO RECUERDO ESTOS. 296

CAPÍTULO XXVII QUIZÁS SON LAS COSAS MÁS DESCONCERTANTES…, O NO. 306

CAPÍTULO XXIX DE MIS DISCUSIONES Y PENDENCIAS. 317

CAPÍTULO XIX “CÓMO LE PARECE…” 328

CAPÍTULO XXX DEFINICIÓN SIN LIMITACIÓN 333

Ω 343
PREÁMBULO

Detesto a los intelectualistas, ¡los detesto! No hay nada más odioso


que un académico leyendo poesía. La poesía es belleza, está sumergida
en el amor, el odio, el rencor, la alegría. Exacerba todo sentimiento hasta
el extremo extático del místico, y al mismo tiempo puede reducirse a
nada, cuando se ha dejado de amar, odiar, o cualquier género de afecto,
a aquella persona, animal o cosa que se le escribió. En nuestro primer
libro escribí lo que pude, y en este otro intento literario hice lo que pude.
Comparto los pensamientos de Paul Valery: “la historia del pensamiento
se puede resumir en estas palabras: es absurdo por lo que busca y grande
por lo que encuentra.” Yo comencé una búsqueda tan ambiciosa como
absurda y me hallé ante ti, reverente y contemplativo. No pude haberme
hallado ante nada que me hiciera sentir y pensar como tú; como quien
más te ama, escribo; tú, como quien más me ama, léeme, es decir,
ámame. No me preguntes nada, solo escucha atenta lo que quiero
expresarte, porque te escribe este escritor, quien sabes te ama como
escribe.
Escribir nació en mí como una forma de amar: amar a los demás,
amarme a mí y amarte a ti. Conmigo has aprendido, de algún modo, lo
que pienso, hago y digo del amor; soy todo un discurso utópico y
meramente conceptual, pero con la esperanza joven de encontrar quien
me entienda y ejercite sus saberes en mí, como trato yo de hacerlo en ti.
De tantas formas que contemplé para amar, ninguna me pareció más
seductora como escribir. Sí, sé que tengo que amar de otras maneras, y,
de hecho, trato de hacerlo, pero escribir, ¡escribir me ha llenado el alma
de color! Pintó sus impresiones en mi ser y me colmó de su ternura. A
veces, gracias a estos accidentes, pienso si te amo o si tú eres el amor.
No sé si me explico, es que te confundo con tanta apoteosis que segrego
las más elaboradas ambigüedades a la hora de pensarte. Sin ir más lejos,
vuelvo y descanso mi alma en la mágica calma que me mueve a escribirte.
Escribí mi tristeza y mi felicidad, también mis desconsuelos y
consuelos, a la vez escribía mis expectativas y más profundas emociones;
escribía y escribía sin parar mis convicciones y mis ideas. Tenía que hacer
algo que me dejara al menos satisfecho por un tiempo, algo que me diera
descanso. Escribir es un vicio incontrolable, pero también extenúa y
obliga a cerrar los ojos con calma y solo pensar. No así cuando escribo y
te pienso. Cuando eres tú la luz de mis conceptos estoy escribiendo sobre
el cielo que siento en todo mi cuerpo, soy feliz de hacerlo, pues mi vicio
más incontrolable eres tú. Es como dibujar con tinta etérea las más
hermosas imágenes, es como nunca más necesitar descanso, pues ya el
esfuerzo supone la necesidad y la satisfacción del trabajo hecho. Tú haces
todo más liviano: mis penas, mis crisis y mi engaño. Haces que todo sea

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más feliz y llevadero. Haces de la mentira, real, y de lo real, mentira. ¡Todo
lo transformas!
En mis dos intentos literarios, en mi debut y este acto, he entendido
una cosa: eres como un espejo, tú haces cual lienzo en donde imprimo
mis imágenes y no las tuyas, como planeo. Es decir, yo quiero escribir
sobre ti, pero me es imposible y termino escribiéndome y dibujándome a
mí mismo. Luego no me frustro, al contrario, encuentro la plenitud de mi
cometido en la serendipia de mi fracaso. Es un proceso en espiral que su
carácter primigenio da a luz y se densifica y ensancha en cuanto sucede
y acaece. Siendo originalmente una cosa se hace otra, cambiando y
cambiando, y esto conforme a la volubilidad que te caracteriza. Su
resultado final es el más hermoso y a la vez el más inesperado.
Por si tú, como muchos otros, también te has preguntado por qué
escribo y no publico quiero decirte que no tengo en sí una respuesta total,
pero sí algunas cosas para decir, y a este respecto uno mi discurso al de
Sylvia Plath, quien dijo que: “para escribir, lo importante no es hablar
de ello, sino hacerlo; por malo o mediocre que sea el resultado, lo que
cuenta es el proceso y la producción, no sentarse a teorizar sobre la
manera ideal de escribir, o sobre lo bien que una podría hacerlo si
realmente se lo propusiera y tuviera tiempo necesario.” Yo escribí mis
ideas porque necesité hacerlo, porque amar es una necesidad y no
encontraba otras maneras de amar más pura y bellamente sino esta.
También, refiriéndose a lo mismo, dice que “cuando digo que necesito
escribir, no quiero decir que forzosamente tenga necesidad de publicar.
Hay una diferencia. Lo importante es dar forma estética a mi experiencia
caótica, lo cual representa mi forma de religión, (…) y es tan necesario
para mí… como la confesión y la absolución para un católico practicante.”
En estas dos sentencias está la síntesis de mis razones: tú. ¿Por qué tú?
¿No es forzar mucho una lisonja innecesaria? ¡No! No, porque si observo
con detenimiento las necesidades, me daré cuenta de lo indispensables
que son para nosotros la mitigación de las mismas, y tú eres una
necesidad para mí que necesita mitigarse. En todo eres necesaria en mi
vida y existencia, y de este modo, como en Plath, nace en mí esa
necesidad que solo halla su mitigación en mi trabajo que, aunque difícil,
me lleva a sublimar mi interior en el papel. No imaginas con cuánto
orgullo veo las letras de mi ingenio, ¡cuán afortunado soy yo de encontrar
en ti la razón de mis razones! Y eso es todo, no necesito publicar porque
tú eres el objeto de mi arte, eres tú únicamente lo que me motiva a hacer
todo esto, y de este modo me resuelvo en ti y vivo para amarte. Por eso
sostengo en mi corazón rubricado las razones de mi arte y tú quien lo
provocas.
“Los libros tienen un destino aciago: o los olvidan, o los estudian.”
Dijo a mi pesar Gómez Dávila, pues considero mis escritos muy preciados
para mí y no resisto a la idea de ser olvidado junto con ellos. En esta línea

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me duele imaginar que tú, la razón de mis libros y mi amor, los leerás
como un frío racionalista, sujeta a la interpretación exacta de las cosas y
su erudito y asiduo estudio y no como quien está enamorada de mis letras
y mi encanto; como quien bebe de mi literatura cual pájaro en su fuente.
Y es que eres tú la pequeña ave que vuela sobre ese cielo que siento en
mi todo yo, cielo que proyecto en el papel, con la necesidad del ave y el
esfuerzo de un poeta. ¿No te decía que odio los intelectualistas y
académicos que se acercan a la poesía? No quiero seas igual. Por el
contrario, quiero que me prometas nunca olvidar lo que te he escrito,
como también quiero que crees junto a mí un tercer destino, no aciago,
sino feliz: amarme. Si la única razón que me arrogo para escribir es el
amor, arrójate junto conmigo al onírico fin de mis adversidades: amar y
solo amar. No ames tan solo mis letras y discursos, ámame enteramente
y hasta siempre.
Ricardo Piglia añade que “el valor de la lectura no depende del libro
en sí mismo, sino de las emociones asociadas al acto de leer.” Yo creo que
esto es lo que quiero resaltar en ti, pues este libro no puede ser mejor
entendido por otra persona, como lo entenderás tú, por aclarar lo obvio.
No existe nadie en el universo que pueda acercarse al gran misterio de
este origen, sino tú y tus sentimientos por mí florecidos. Así pues,
¡atenta!, finge florecer por mí, si acaso te habías marchitado; léeme como
enamorada, si acaso ya no lo estás, pues solo de esta manera entenderás
perfectamente cada una de las líneas que constituyen estos bellos
párrafos.
En lo más pretérito se escribió con suma elocuencia literaria, y las
más hermosas y elaboradas fantasías fueron en razón de muchas y
tantas hermosas mujeres como han existido. Solo ellas, si acaso leyeron
el fluvial arroyo de sus amantes expresado en su prosa y poesía, solo ellas
pudieron entender enteramente la razón de aquellas melodías, los demás,
parcialmente, pero nunca con perfecta intelección. Asimismo, tú
sostienes en tus manos el sendero trasegado por mi pecho; sostienes mis
palabras y mi esfuerzo, y solo tú, más que nadie, puede entender aquello
que lees. Haz de cuenta, amor mío, que en tus manos he depositado mi
corazón, corazón que guardarás desde ahora en tu biblioteca. Y así, ¿qué
sientes mientras lees?; ¿acaso tu pecho se apresura en su trabajo
mientras lees mis líneas, mis versos y mis cantos? ¡Estás sosteniéndome
en tus manos! Mis letras soy yo en forma distinta. ¡No es un libro, soy
yo!, ámame así.
Debo admitir que, aunque fluya en mi interior honestamente el
deseo de escribirte, es difícil hacerlo. Me exige bastante esta tarea, y
aunque pesa sobre mis hombros la gran responsabilidad de hacer bien
hecho y con amor mis intenciones, no lo hago, como dije antes, con las
vanas intenciones de hacerme famoso escritor y reconocido poeta, sino
con la pretensión exclusiva de hacerte saber mi exclusiva pertenencia a

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ti. Yo no soy de todo el mundo, soy tan solo de mi mundo: tú. Soy
consecuente con ello al no publicar, pudiendo hacerlo, mis dos grandes
trabajos hechos en razón de mi amor y devoción a ti. Tú, mi mundo y mi
razón, eres el fundamento de mi esfuerzo, y de tal manera Alfred Kazin
expresa que “no se escribe para ganarse la vida; se trabaja para poder
escribir.” Cuando inicié el camino de este libro, que sin lugar a dudas es
mejor que el anterior, más amplio y extenso y, por ende, más trabajado y
difícil de realizar, mi profesor, revisor, corrector y amigo me animó como
con el primer libro y me explicó que la inspiración me tenía que
sorprender mientras trabajaba, no esperar a que esta llegara y me
animara, sino que me sorprendiera en el oficio; de aquí que me haya
esforzado tanto para plasmar mis verdades que son tuyas. Y finalmente
me gané la vida, no solamente el trabajo por el trabajo, sino que tú, vida
mía, me abriste el alma y tuve la alegría de sellarme en ella dulcemente
y para siempre.
Ahora, respecto a la verdad de las cosas que escribo quiero decir
que no la tengo. Soy un hombre joven y en aprendizaje. La verdad, quizá,
nunca la vaya a decir en mis discusiones y disertaciones personales e
intelectuales. Sin embargo, quiero extender el pensamiento de Allie
Pressman quien expresa en The society: “puedo decidir lo que creo, pero
no que estoy en lo cierto.” No quiero que pienses que me arrogo la razón
en todos mis pensamientos, solo deseo que me des la oportunidad de
decirte, sin hablarte, sino escribiéndote, tantas cosas como no he podido
decirte en todo el tiempo en que hemos estado juntos. Es que es imposible
contener la impetuosidad de mi deseo y la despótica seducción que
ejerces en mí. Me haces recordar el bello verso de Nan Goldin que dice:
“si usted quiere saber dónde está su corazón, mire dónde va su mente
cuando se pasea.” Es ahí donde reconozco la raíz de mis ideas, pues la
constante alusión a tu persona me proporciona los recursos base para la
construcción de este libro. ¿Ves su volumen? ¡Es todo tú y todo yo! A ti
pertenezco, en ti está mi corazón y mi razón, todo de ti soy yo. Cuando
Anne en Anne with an E trata de justificar su habladuría exagerada y
rebuscada, dice a su defensa que: “si tienes ideas grandes necesitas
palabras para expresarlas” y con esto defendía su problemática
imaginación, pues su grandilocuencia y exceso de palabras superlativas
y rebuscadas eran clave para resaltar la magia de sus ideas y sus
reflexiones abigarradas a su imaginación. Del mismo modo, pero de
forma más ponderada, trato de no exagerar mucho el estilo de mi
discurso, pero sí buscar las palabras más dignas de tu idea en mi cabeza.
Soy consciente de que mi búsqueda de ti en las cosas del mundo
ya es una reducción malbaratada, pero en la hermosura de las cosas
quiero hacerte ver imperfectamente reflejada, para luego dar por sentada
tu hermosura como una existencia aparte de los fenómenos del mundo,
una existencia con una esencia particular y única. Por eso, justifico mis

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absurdas ideas y el exceso de palabras, para decirte una sola cosa: que
te amo. Te amo siempre.
Te decía que, en mi endeble intento de escribirte, me veía
sorprendido por la imposibilidad de hacerlo apropiadamente. Te decía
que terminaba escribiéndome a mí mismo y te relegaba a lo incognoscible
y al misterio. Sin embargo, al fin sí te escribo a ti y esto cuando me
resuelvo en poesía. Creo que todo el conocimiento es en realidad una sola
substancia, y que sus distintas expresiones no son más que caras de una
misma moneda. Un recorrido gnoseológico, epistemológico y teorético
explicaría con mayor rigor lo que acabo de expresar, mas quiero que
entiendas lo único y más esencial: un órgano, el conocimiento, y lo demás
que pretende ser distinto, es expresión de ese mismo órgano intelectual.
La metafísica, cualquier otro género de filosofía o estudio científico, por
más polifacético que parezca, es en realidad lo mismo, pero diciendo
diferentes cosas a raíz de una única razón. Todo discurso y doctrina es
lo mismo; la semántica, la etimología y el estudio de las lenguas es parte
de un todo racional, de una única sustancia, de una necesidad común.
Por lo tanto, estoy recogiendo todo el saber, sin saberlo, y arrojando luz
sobre él, no solo cuando lees con tus bellos ojos verdes lo que escribo, y
pronuncias con tus hermosos labios rosa, carnosos y preciosos lo que
lees, sino cuando es tu imagen en mi inteligencia la que revive la tinta y
la seca cual pintura entregada al lienzo, en virtud de las manos y la
paciencia del artista. Toda la vehemencia de mi razón, con su génesis en
la razón universal, es usada en esta obra para decirte lo que te dirá
siempre: te amo, Luz de mi Vida.
Conoces ya mucho de mí. Sabes más de lo que crees y me he
develado ante ti como nadie lo hará jamás. He tratado de ser siempre lo
más claro y cristalino que pueda para ti, incluso cuando muchas veces
mis arrojos se han tornado en discusiones y vicisitudes, incluso cuando
me pierdo en mis conceptos y creo las más intrincadas confusiones.
Escribir ha sido la expresión más hermosa de mi ser, la manera como
mejor he llevado a cabalidad mis cometidos. “Es bonito escribir porque
reúne las dos alegrías: hablar solo y hablarle a una multitud”, escribió
Cesare Pavese. A él, pues, me uno yo; el hecho de que tú me conozcas
como lo haces, te hace portadora de no solo mis secretos, sino de mis
pensamientos y memorias, en suma, de mi sabiduría. Sabes que hablo
solo, algo que pocos entienden, mas tú siempre has asentido junto
conmigo en este asunto. Hablar solo es de personas especiales. Perdona
mis ufanas pretensiones, pero quiero que comprendas que para mí es
una alegría y que cuando escribo también hago lo mismo: hablar solo. No
obstante, se torna en preciosa ambivalencia el solipsismo de mis fonemas
y soliloquios desmesurados, pues es una multitud la que me escucha
cuando eres tú quien lee mis líneas vueltas en ofrenda a tu misterio.
¡Tanta es tu benigna suerte y la longanimidad de tu presencia!

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Y no se queda subsumida en esas solas razones, sino que va mucho
más allá de sus supuestos y ternuras. Escucha, quiero que sepas que la
razón obedece a la verdad, es decir, todo cuanto verse sobre el
conocimiento goza de un mayor o menor grado de verdad, puesto que en
sus intenciones originales la busca. De hecho, todo el conocimiento es
un intento natural y especialísimo del hombre por encontrar su verdad,
pues en el más profundo rincón de su ser siente esa sed irremisible de
verdad. Que tú quieras conocerme más y yo quiera conocerte más
significa que nos amamos de verdad. Si no quisiera más que tu piel y tú
igual, no sería amor, pues no estaríamos en la verdad que busca el saber,
aunque muchas veces se equivoque, o se limite. De ahí nace esa
curiosidad que conduce al inquieto a beber del manantial de la verdad,
como bebo yo de tu ternura y bebes tú de mi locura. Y en esta línea
conceptual, quiero que entiendas qué hay aledaño a la verdad y goza
junto con ella de un acento especialísimo, que justifica también el amor
perfecto que te tengo.
En virtud de lo antes explicado, con taxativo acento se podría
exclamar que la voluntad obedece a la bondad, igual que la inteligencia
a la verdad. Dicho de otro modo, todo lo que queremos corresponde a un
deseo del bien. De igual manera, de mayor a menor grado, nuestros
deseos son figura y alegoría de esa búsqueda volitiva del bien. Todos los
entes, los seres pensantes y querientes, buscan de algún modo el bien.
Yo te busco a ti y te deseo a ti, y esta búsqueda y deseo corresponde a
esa natural inclinación por el bien. Por esto es que los seres tienen
voluntad y esa posibilidad de hallar el bien en sus esfuerzos y acciones.
Es el mismo sistema que constituye al objeto del conocimiento, solo que,
amparado en la voluntad y su deseo, ya no solo la verdad, sino, además,
el bien. Tanto la verdad y la bondad, objeto inmarcesible del
entendimiento y la voluntad, deben ser educados para su recto proceder,
pues la voluntad y el conocimiento se pueden tornar oscuros y
antagónicos en su recta naturaleza, que se ve urgida por una educación
que la conduzca a su perfecta y excelsa realización. Asimismo, nuestro
acercamiento volitivo y sapiente tiene que ser recto, educado y fecundo.
No puede ser descortés, ni deshumanizado, tampoco falto de verdad y de
bien, pues estaríamos esforzándonos en balde uno por el otro.
Luego está mi conjunción favorita. Es más, no creo que sea una
conjunción únicamente, sino una exultante confusión de preciosidad.
Esta voluntad que se inclina hacia el bien y esta razón que persigue la
verdad se ven yaciendo en una misma forma. Piensa en la imagen más
preciosa que tu mente logre imaginar y luego ésta, que tan preciosa es en
tu mente, se reducirá a un fango nauseabundo cuando la contemplación
de la belleza es llevada a cabo por la confusión de la voluntad y la razón,
determinada en un objeto, la contemplación de la hermosura: tú. La
voluntad y la razón son una sola cosa cuando son afín a la belleza y su
contemplación. De ahí parte la estética y la apreciación del arte, de una
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perspectiva desde lo sublime y su germinación contemplativa. Como
debes estar pensando, el arte supera en todo al conocimiento y a las
inclinaciones naturales y voluntarias. El arte es esa fórmula preciosa que
excede todo límite. Si el conocimiento tiene un límite en su comprensión,
que es el misterio y muchas otras verdades que lo superan, y la voluntad
también sufre límites como los vicios y sus predeterminaciones
naturales, al arte, que es producto de la confusión de la razón y la
voluntad, no le vienen límites de expresión ni reducciones. El arte es arte
y como arte es la manera en que el alma entiende el misterio y objetiva
su voluntad, en palabras de Schopenhauer. El bien y la verdad son objeto
de la voluntad y el entendimiento, y estos, al ser sorprendidos por la
belleza, se confunden sobremanera y se hacen una misma cosa:
contemplación sublime del arte.
Del arte nacen muchas expresiones que dicen de sí mismo las cosas
más hermosas. La belleza es el objeto que confunde a la voluntad y a la
razón, y esta misma belleza es conocimiento y deseo del artista y aquél
impresionado o asombrado del mismo. Las expresiones del arte, por
mencionar algunas, son la poesía, la música, la arquitectura, la pintura.
Después en mi discurso trataré a mayor profundidad esta misma
cuestión, ayudado de bastantes autores que me conduzcan felizmente
por mis objetivos. Pero en este momento quiero decirte que la poesía ha
sido la única manera de decir de ti. No pude en mis libros hablar
perfectamente de ti; no pude en mis pensamientos referirme
adecuadamente a ti y no logré en mis convicciones rendir mi voluntad
totalmente a ti. Pero cuando fue mi poesía la que emergió de mis oscuros
abismos entendí por entero que habías logrado hacerte arte, superando
así mi entendimiento natural y mi adorada voluntad. Me confundiste,
como sueles decir que te confundo yo. Me confundiste enteramente,
ofuscaste mi entendimiento y los objetos de mi voluntad; hiciste que mi
corazón se inclinara obstinadamente a la contemplación de tu misterio,
al desborde ilegal de tu belleza, al trasfondo de la sublimidad que mi ser
puede alcanzar. ¡Te contemplo y veo en ti el único estamento razonable
que motiva mi existencia! ¡Te contemplo y me percato del vacío de mi ser
y el manantial de tu presencia! ¡Tú no eres pieza que falte en mi alma
fragmentada, tú eres mi alma y el único soporte que la mantiene unida!
Es imposible no aludir al primer libro que te escribí: Nuestras
Estaciones, así que prepárate para constantes referencias. Quiero hacer
una reflexión sencilla a partir de él, más como actualización de los puntos
principales que en él traté para ti. De tantos temas que abordé en él y
que quise exponerte, dos fueron los más esenciales: tus decisiones son
fundamentales para ti y determinantes para mí. Lo que decidas respecto
a ti, me obliga a asimilar la manera como te amo; si estás con alguien
más, si decides hacerme a un lado de tu vida o conservarme. Y el otro
aspecto es sobre el error. El error es inalienable en la historia del ser
humano. Todos estamos imbuidos en el error y la imperfección. La
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alegoría más diciente es que mientras lees la versión impresa de mi
anterior libro, ves cómo se me escapan faltas y errores. No puedo
contener mi naturaleza, no puedo deshacerme de las fallas y las
imperfecciones. De la misma forma percibirás muchos errores en este
volumen que, por antonomasia, son insoslayables. Un libro jamás
terminará de corregirse, así que te dejo esa responsabilidad a ti: corrije
este libro todo lo que quieras hasta que sientas que hace justicia a la
perfección de tu hermosura.
El error es lo más humano en lo humano, como el amor, según
Nietzsche. Cuando te hablaba sobre el error te pedía y suplicaba que
aceptaras mis errores y que yo aceptara los tuyos con el fin de resarcirlos.
El hecho de vivir con el error no supone la resignación a ellos, al
contrario, exige la superación de la mediocridad y el crecimiento
personal. En definitiva, lo que quiero que entiendas de una vez por todas
es que las decisiones de tu vida deben ser tomadas con una prolongada
meditación, una reflexión reposada de todo cuanto importa, porque me
competen directamente a mí, pues si tú eres la Luz de mi Vida, tus
decisiones son también un decir para mí, una orden, una aclaración. En
la medida de lo posible quisiera rogarte que me incluyas en esa reflexión
y antesala de tus resoluciones, si no en tus decisiones mismas, pues sé
que todo cuanto decidas será inclinación a un bien. También sé que si
los dos miramos una misma cosa encontraremos más perspectivas y
predicamentos para dar razón de tus movimientos y resoluciones. Por
último, entiende que mi errar es también tu errar y que tu errar es
también mi errar, con lo que necesitamos la paciencia el uno con el otro
para crecer juntos sin implacabilidad ni condescendencia; con paciencia,
sí, pero con el ánimo de progresar para bien. Crecer juntos tú y yo.
Ahora, en esta extensión de mi benignidad literaria, busco
continuar con mis expresiones artísticas que hacen de ti mi celestial
vértice y sapiente sueño. Los pensamientos, secretos y memorias que
expondré, también, igual que el anterior libro, serán trazados por una
nueva dialéctica que dé orden y sentido a mis exposiciones, sin
mencionar que la anterior dialéctica estará de forma ubicua en todo el
orden de este libro. El título de mi obra es, más exactamente, el espíritu
de la misma. Son tres sustantivos que dan origen a tres partes del mismo
libro. Estas tres partes siempre tendrán tácitamente los tres sustantivos.
Dicho de otro modo, cuando uno es el tema principal de la parte, los otros
sirven a éste, pero nunca están separados entre sí. Se necesitan, son
mutuamente indispensables, como recíproco tiende a ser el verdadero
amor.
El esquema es este: pensamientos, secretos y memorias; secretos,
pensamientos y memorias; memorias, secretos y pensamientos. Estas
cursivas corresponden a las tres partes del libro que surcan la dialéctica
determinante y ordenadora. Una es el concepto imperante en la cuestión

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y se sirve de los otros dos recursos para su exposición, mas solo él será
quien conduzca la razón de ser de la parte que trataré. Tú estarás
presente en cada palabra, cada línea, párrafo e idea. ¿A caso no te
acuerdas que eres la luz de mis conceptos? Ninguna otra cuestión
importa tanto como tú, y si acaso busco en las ideas una fórmula benéfica
para la catarsis y la sublimación de mis deseos, me veré impedido por tu
luz maravillosa, pues esta me ciega el entender y oscurece mis
pretensiones de saber. Haces de mí lo que quieres, mientras yo hago de
ti mi querer.
Me es imposible la construcción de un tratado sobre todas las
cuestiones a tenor, y tampoco es mi cometido final. Escribo para ti y no
busco fama ni renombre, solo busco amarte. Dicho esto, explicito con
acento fervoroso que no trataré una filosofía dotada de pericia, sino que
me acercaré a tu fuego que ilumina mis memorias y secretos y hace de
mis pensamientos un claro lago iluminado por el sol inmenso de tu amor.
Tan solo quiero que mi vida imprima sus vestigios y su ser en tu corazón
y en tu natural entendimiento; que mis razonamientos encuentren
descanso en ti, mi buen amor; quiero que mi alma goce de tu cielo y que
mis bríos sean calmados por tu frescura. Quiero que me redimas y me
calmes con tu lectura.
Quizás no trate las cuestiones más actuales y originales, es que
solo quiero exponerte lo que me inquieta, lo que pienso, lo que siento, lo
que muchas veces en la noche espanta mi sueño. Soy un alma inquieta,
sedienta de saber y frustrada por mi deseo. Tan solo en ti puedo sentirme
feliz y acostumbrado al sufrimiento, pues el quiebre de mi vida, en ti,
representa el descanso de mi infortuna; y el desprecio de mis sueños, en
ti, representa la plenitud de mis deseos.
No tendría razón de ser nada de lo que escribo si no escribiera para
ti. ¿Para qué escribiría? Al principio decía que para amar ¡pero si es que
tú eres el amor! Eres la expresión más pura del arte, siendo esta la
ofuscación de la razón y la voluntad y siendo tú mi estímulo y ánima
espiritual. De este modo no encuentro salida en mis quehaceres, estoy
siendo un esclavo irredento de tu ser y lumínica evidencia. Estimulas mis
creaciones, embelleces mi existencia, confundes mi interior y arrancas de
mi boca las ambigüedades exquisitas de mi desconcierto.
¿Luz de mi vida, no te cansas de generar en esta pobre alma tanta
pena como dicha? Si no vienes conmigo desorientas mi existencia; si no
iluminas mis conceptos, me condenas a la ignorancia; si te pierdes del
camino me obligas a perderme para volver a encontrarte. Y sea como sea,
seré un vil canalla en la virtud y un naciente germen en tu beatitud, pues
cuando de ti se trata, se vuelve mi moral flexible y el conocimiento de lo
bueno se embellece de ti; la inclinación al bien se fortalece con cada error
al margen de tu desdén y al compás de tus silencios deferentes. Me

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otorgas la frescura de mis manos y el deseo de mi aliento, me otorgas la
vida y me quitas el derecho a renunciarte.
Así pues, cuando expongo la primera parte de este libro estoy
desnudando mi pensamiento. Mientras lees puedes tener la certeza de
encontrar mi entendimiento y su capacidad al descubierto. Será un mar
inmenso abierto para ti, para que navegues por él y comprendas más de
mí y mi misterio. Mis pensamientos sobre ti, sobre las cosas, sobre todo
estarán abiertos y servidos a tu alma. Mientras los expongo iré acudiendo
a mis memorias y secretos para ilustrar su verdadero carácter y
naturaleza. En la segunda parte te gritaré mis secretos con el impetuoso
aliento de mis pensamientos ordenados al combate y con el vehemente
anuncio de mis memorias. No creas que te diré lo indecible, tan solo son
secretos que han motivado mi existencia a su desarrollo. Son cosas
normales, no escandalosas, que me han hecho trasegar con desenvoltura
sobre el cielo de mis aspiraciones. Mis secretos son volátiles ideas que
me hacen sentir el alma libre, ideas que van en contra incluso de mí
mismo, de mis ideas imperantes y resueltas. Son la parte de mí que pelea
con la otra parte de mí. ¿Para qué quiero que la sepas? No lo sé, solo
siento que la necesitas. Ahora bien, en la tercera parte recurriré a mis
memorias y a otros recursos poéticos interesantes. Mis recuerdos de la
infancia, mis impresiones pasadas, a mi historia. Del mismo modo trataré
estos recuerdos y memorias con la ayuda de mis pensamientos y
secretos, pues estos serán quienes expongan desde una perspectiva
reflexiva mi pasado y, también, recurriré a nuevas formas de hacer poesía
para ti que, estoy seguro, te gustará bastante.
Las tres partes que conforman el libro están constituidas por diez
capítulos cada una. En estos capítulos trato algunos temas que
seleccioné porque creí poder tratar de manera que te diera un bien
intelectual, más que tan solo encomiarte. Si bien no estamos de acuerdo
con muchas cosas en cuanto a lo que pensamos o, en otras palabras,
nuestros juicios subjetivos, quise aportarte un poco de mis reflexiones,
como cada que tengo la oportunidad hago, para que entendieras mucho
más de mí y así te abrieras con mayor confianza a mí. “No hay mayor
consuelo en la vejez que la certeza de haber invertido toda la energía de
la juventud en obras que no envejecen con uno” pensó Schopenhauer en
Aforismos sobre el arte de vivir y la verdad es que no considero perdido el
tiempo que he invertido escribiéndote tanto. Ni la poesía, ni las cartas, ni
los libros, nada para mí ha sido tiempo perdido, pues sé que son bien
recibidos y que de alguna manera impacté tu vida como ninguna otra
persona. Así dichas las cosas y viendo con cariño las reminiscencias del
pasado, quiero besarte entre tus pensamientos cada vez que leas mis
palabras.
Todavía recuerdo la primera vez que viste tu libro. Sonrío cuando
te imagino abrir tanto los ojos mientras leías el título y tu nombre
implícito en él, tu rostro sorprendido y tu corazón hinchado en gozo y

[10]
perplejidad. Resuena en mi interior tu pregunta: “¿por qué?” Y aún trato
de respondérmela… ¿Por qué te escribí y por qué te sigo escribiendo?
¿Cuál es la razón de mis palabras? Había dicho que el amor, y lo sigo
pensando, pero siento esta respuesta como algo incompleto, menesteroso
de más orden. Esa noche decía en mis pensamientos interiores ¿por qué
la pregunta del porqué si es obvia la respuesta? Pero de tanto pensarla
he hallado en ella una dificultad considerable. Me excuso en la ofuscación
que me produce tu misterio; esa ofuscación que tu hermosura y tu
naturaleza imprimen en la contemplación y el éxtasis que generas en mí,
pero realmente no sé por qué no sé. Solo sé que me confundes, solo sé
que te necesito, solo sé que quiero ser tuyo para siempre y, de alguna
forma misteriosa, por eso te escribo. Es decir, por eso, y por algo que
subyace y no he descubierto.
Está en mis poros rubricada la respuesta: se me enchina la piel
cuando imagino que te siento y cuando te siento, mucho más. Siendo así,
como es, que mi vida afectiva se inclinó rostro en tierra ante tu cielo es,
a la vez, mi voluntad la directamente implicada en el desconcierto y en el
gesto y movimiento que llevó a mi pluma a escribirte un libro, digo, dos.
Así pues, mi vida afectiva, el prospecto de mi voluntad y la razón
supeditada a ella, son los directos responsables de mi escritura. ¿Por qué
escribirle un libro a alguien? La verdad es que muchas personas han
escrito libros, los han dedicado y han hecho grandes e importantísimos
trabajos y aportes a la razón universal. Quizás muchos de esos hombres
y mujeres escritores hicieron todo un libro para una sola persona, pero
resultaron publicando y esto, para mí, ya es un manifiesto a los otros,
más que al alma que se escribe. Es por esto que puedo decir resuelta y
orgullosamente que este libro es solo y todo tuyo. No lo publico en ningún
lado, no lo vendo… es todo para ti. Ahora bien, ¿por qué? Porque te amo
y no encuentro más forma para amarte. ¡Sí, sí, sí!, sé que ya te he amado
de muchas otras formas, pero no han sido tan perfectas como ésta. Las
otras formas que he encontrado para amarte han sido fieles a su
propósito, pero en imperfecto grado, y aunque esta de escribirte libros
también sea imperfecta, de alguna manera cumple con mayor rigor aquél
cometido de mi voluntad: amarte más que a nadie y más que nadie.
Tan solo quiero que cuando esté caminando por un amplio jardín
bajo la luz calurosa del sol, las aves y su dulce canto, las nubes y su
suave cobijo, haciendo la síntesis de mi vida sobre el adoquín rústico del
suelo, abriéndome camino hacia ti, taciturno, meditabundo y reflexivo;
que cuando yo, con mi encanecido cabello, mi espalda agachada, mis
piernas trémulas y frágiles, sosteniéndome de un bastón de madera para
no caerme, me acerque a ti con la nube de mis ojos esforzándose por
verte, te contemple ahí sentada, mirándome con mirada enamorada, que
esa sea la lucidez que preparé en mi juventud para ti, mi amor y para mí,
que te amo.

[11]
Y entonces…
Ahí estaremos transportándonos en la eternidad sobre los pétalos
de rosa que en nuestra juventud vivimos, caminando sobre un tejido de
melifluas notas musicales y sintiendo al compás de nuestro pecho los te
quiero de antaño y el te amo de siempre…, para siempre.
Insistiré en mi anterior libro refiriéndote el carácter de mi amor: te
ofrezco, junto con este amor inmenso, los errores que descubras en mis
letras; el desorden con que escribí, pues quiero que sepas que los
capítulos se leen en orden, pero fueron escritos en total desarmonía con
la progresión literaria de estos párrafos y páginas. Te ofrezco todas mis
contradicciones, todas mis absurdas ideas y pretensiones de grandeza;
mi vanidad, mi orgullo y esa odiosa tendencia a creer que todo lo mío es
mejor que lo de los otros. Sé que amas este particular orgullo y gracias
por amarlo. Ámame por siempre, como yo así te amaré. Ama a este
orgulloso y arrogante, ámame, mujer.

[12]
PRIMERA PARTE
PENSAMIENTOS, SECRETOS Y MEMORIAS.
Yo pensé todo en mi vida,
nada vacilé más que pensar.
Yo pensé que te tenía,
sin saber tu trasegar.
Supuse y dudé como cualquiera
en estado de inteligencia natural,
me equivoqué y erré como cualquiera
que pudiera como yo pensar.
¿Sabría yo las razones absolutas,
los misterios, las intrigas,
las veladas cuestiones aparentes
y los principios de cualquier final?
¡Cómo no pude percatarme de tu fuente!
¡Cómo no pude encontrarte en mi pensar!
¡Ah!, pero si es que eres misterio y, como tal,
superas el saber atribuido
al espíritu que piensa
y al espíritu que da.
Ven, concepto de mi mente,
ven, Luz mía, de mi vida mortal.
Reanima mis pensamientos
que son bestias de menester domar.
CAPÍTULO I
DEL ALMA, EL ESPÍRITU Y MIS FANTASMAS

Las cosas son y por cosas me refiero a todo lo que entendemos por
realidad. Pero, ¿por qué son las cosas? El qué de las cosas, lo que las
sustenta, lo que las hace ser lo que son, son preguntas que inquieta a
cierta parte de los seres pensantes, casi tanto como el porqué. La única
parcialidad que me gusta, es la intelectual. Si todos los hombres fueran
realmente seres pensantes, me sentiría ordinario. Por en cambio, el saber
que entre la voluptuosa masa me encuentro siendo, a consciencia, lo que
soy, me llena de orgullo. Y si de por sí soy orgulloso, se me incrementan
los pecados cuando me contemplo siendo lo que soy: tuyo.
A raíz de mi experiencia intelectual y, así las cosas, espiritual, me
he visto en la necesidad de entender como más pueda lo esencial de lo
que me ocupa tanto: la realidad. Porque, si bien la realidad abraza cada
una de las consideraciones humanas, tanto para negarse como para
afirmarse, no entendemos el alma de las cosas, y solemos, tristemente,
confundir lo que es el espíritu con el alma. Luego, los más vulgares del
caso, asocian entidades fantasmagóricas, absurdos y fantasías ingenuas,
con la hermosura del alma y la preciosidad del espíritu. ¡Y peor, algunos
relegan el cuerpo fuera del alma y el espíritu, como si éstos no fuesen
una integridad indisoluble! Y yo, para apartarte de estos errores, quiero
iluminarte, como retribución a que me hayas iluminado tanto con tu
nombre, es decir, con tu luz.
¿Te acuerdas de la dialéctica que tracé en el anterior libro? Según
esa fórmula filosófica, teníamos que ir de las cosas inmanentes a las
trascendentes, sin escatimar ninguna de las dos realidades,
considerando ambas como partes de una misma cosa. Es decir, de las
cosas finitas, saltar a las infinitas. Ese fue el carácter de nuestro anterior
libro. Este mismo ejercicio es el que quiero proponerte para que entiendas
a cabalidad este primer capítulo y, posteriormente, muchas otras partes
de este libro que oscilará entre su propia dialéctica y la anterior que
corresponde al primer libro. Por eso, quiero considerar el cosmos, antes
que las realidades espirituales, pero sin desarticular el orden material
con el orden espiritual, yendo de lo inmediato, a lo ingente,
espiritualmente hablando.
Considerar el microcosmos, es considerar la materia, de lo que,
aparentemente, están hechas las cosas; la energía, que está presente en
todos los cuerpos y abarca la realidad de forma pletórica; la luz que,

[13]
siendo tú, se encuentra también como evidencia de todo lo que existe, no
solo en función del bien supremo, sino también como manifestación
intrínseca de lo que existe. En suma, el universo subatómico es un
misterio que, siendo tan pequeño en proporciones, se nos escapa por su
propia virtud. Resuelve en una contradicción hermosa, pues su pequeñez
produce su grandeza. Si no alcanzamos a abarcar la anchura de lo
inmenso, mucho menos la nimiedad de lo pequeño. ¡Así, lo humilde no
existe en el universo, pues en lo grande se ufana, y en lo pequeño se
escabulle!
Así, bajo la perspectiva de una escala microcósmica, podemos
también atisbar, a lo lejos y diminuto, los vestigios de lo eterno e
inmaterial. El átomo fue indudablemente el aporte más importante de
Demócrito, un filósofo cosmológico de la antigüedad que, en nuestro
anterior libro usamos para justificar el “nada toca nada” y, por
consiguiente, nuestra imposibilidad de pecar cuando estábamos juntos.
Es el primer concepto que se debe tener en cuenta para iniciar un viaje
microcósmico, pero no el único. El átomo es la partícula más pequeña,
según estas teorías. Sin embargo, se han encontrado partículas incluso
más pequeñas que ésta, como el electrón, descubierto por J. Thomson.
Luego, James Chadwick, será el descubridor de los neutrones, partículas
parecidas a los protones, pero sin carga eléctrica. Estos descubrimientos
son supremamente importantes, pues datan la amplitud de aquello que,
siendo materia, no vemos. ¿No es increíble que parte nuestra sea
desconocida por nosotros mismos? Resulta ser normal que no
conozcamos por nosotros mismos nuestro interior corporal, como lo son
nuestros sistemas orgánicos. Sin embargo, la anatomía ha hecho grandes
aportes acerca de la complejidad que somos como máquinas orgánicas.
Luego está la ciencia de la mente, que también nos aventura a otra
dimensión de nuestro interior como personas. ¡Pero es que hay cosas más
inabarcables y arcanas! ¡Átomos, neutrones, protones! Partículas
elementales que hacen que la materia sea y se comporte como es y se
comporta. Es un universo desconocido, pero abierto a la investigación y
su aprehensión. Después, Murray Gell-Mann descubrirá el quark, una
partícula muchísimo más pequeña que las miniaturas ya mencionadas.
De este modo, el átomo no es la partícula más pequeña, pues también
está compuesta por otras partículas más pequeñas que él. Demócrito
promulgaba su indivisibilidad, metafísicamente aceptable, pero
físicamente, un argumento hoy obsoleto. Se creía que el átomo era, no
solo la más pequeñas de las partículas, sino también indivisible. Teoría
que cayó al suelo después de miles de años, desde Demócrito, hasta
toparte con El Bosón de Higgs, descubierto por Peter Higgs. En este
descubrimiento se contempla, posiblemente, la verdadera constitución de
la masa del universo, su fundamento en cuanto materia, relegando al
átomo, sin éste dejar de ser importante, a un segundo plano.

[14]
¡Si es maravilloso el universo a gran escala, lo es más el universo
subatómico! Toda esa teoría es descripción de una realidad invisible, pero
que es, en el plano material, fundamento de todo cuanto existe a mayor
complejidad. Los tejidos orgánicos, la naturaleza, los artificios humanos,
todo cuanto sentimos (vemos, tocamos, oímos, olemos, gustamos) y
demás, está constituido por un universo microcósmico. Nada de lo que
se ve, es sin lo que no se ve, y esto en escala material, ni siquiera todavía
espiritual, no obstante, funciona como alegoría. En las morenas tierras
fértiles y también las desérticas; en las selvas paradisíacas y la amplitud
de los mares; en la extensión de todo cuanto existe y en la composición
corporal de las personas, ¡en todo!, incluso en lo que está fuera de este
mundo, los otros mundos y el vacío universal que, al parecer, no está tan
vacío, lo constituyen partículas diminutas, sean cuales sean sus
denominaciones. Igual se nos escapan infinitas consideraciones que mi
limitado conocimiento no abarca, como la materia oscura, el
comportamiento de la luz y la energía en todas sus formas. ¡Es que es
tan amplio el universo y sus esencias! ¿En cuál de las dos
consideraciones se aprecia más su eternidad metafórica? Esta pregunta
la podrás responder después, en el próximo capítulo.
Ahora, la consideración del macrocosmos es un salto muy amplio
que se efectúa hacia el infinito de lo finito. Es decir, la materia que se
acaba, adquiere manifestaciones casi que eternas en las estrellas, las
galaxias, los múltiples planetas y las infranqueables distancias
espaciales que existen. Su grandeza y proporción nos lleva a pensar en
su ilimitación que, sin embargo, no existe, al menos en cuanto a ellos; en
efecto, sí que hay, en cuanto a nosotros, una ilimitación terrible. Las
cosas superpuestas, nuestra prematura limitación y su vetustez
inexorable, son las dos perspectivas que nos abocan en tal consideración:
¡somos tan jóvenes y ellos tan viejos!, pero tan jóvenes ellos en su vejez y
nosotros, tan viejos en nuestra juventud. Tan así que parecemos efímeros
y ellos eternos, siendo como son igual de efímeros que nosotros, pues,
¿qué es el tiempo para Dios, medida de todas las cosas?
Son tan amplias e intransitables las distancias allá afuera, que
aquí las medimos, no en kilómetros como en nuestra familiar Tierra, sino
en años luz, una medida espacial que aproxima en la escala cósmica las
distancias entre los cuerpos. Paul Davies en El universo desbocado
describe que “la Tierra pertenece a una familia de nueve planetas que
orbitan una estrella que llamamos Sol. El conjunto de estos astros,
reciben el nombre de sistema solar y, aunque es la unidad astronómica
más pequeña a la que pertenecemos, su tamaño es ya demasiado grande
para imaginarlo fácilmente”; continúa luego relatando que “las estrellas
que son visibles en el cielo nocturno son otros soles, y la aparente
debilidad de su luz es debida a su extremada lejanía”, por lo que también,
siendo soles, tendrán su propio sistema, dando amplitud a la concepción
de su grandeza en nuestra “percepción” intelectiva. Y en estas mismas
[15]
ideas se aventura a decir que “este gran sistema, que ahora llamamos
galaxia de la Vía Láctea, es un coloso cósmico de dimensiones inmensas,
que mide unos cien mil años luz (cerca de un trillón de kilómetros) de
diámetro.” ¡Qué colosal inmensidad! Y sumado a eso, nos dice Colin
Roman en Secretos del cosmos que “nuestra galaxia es sólo una entre
muchos millones de galaxias.” ¿Y no se acabarán estas eternidades?
Porque para mí estas distancias, solo por el hecho de ser ellas mismas,
se recorrieron en cuanto distancias, a la par de su existencia. Por lo tanto,
han sido transitadas, al menos por ellas mismas en su acto de ser, mas
por nosotros, espíritus tan superiores, pero al mismo tiempo tan
supeditados, son infranqueables e intransitables.
¿Se terminarán?, ¿se acabarán?, ¿se extinguirán? Considera Paul
Davies respecto a un fin del universo, o al menos tal y como lo conocemos,
que “la verdad inapelable parece ser que la desintegración inexorable del
Universo, tal como lo conocemos, está asegurada; la organización que
sustenta toda la actividad ordenada, desde los hombres hasta las
galaxias, se está viniendo abajo de modo lento, pero inevitable, y puede
ser incluso dominada por el colapso gravitatorio total hacia el olvido.”
¡¿Ves?! Tanto que es para dejar de ser. ¿Qué hay más allá de esto que
importe más que lo que parece importar realmente? ¡Qué alegría después
de escuchar este discurso, saber que tú eres, no tan solo mi galaxia, sino
mi universo y realidad! Porque, aunque se acabe lo hecho, no nos
acabaremos tú y yo. Tú sabes, querida mía, que somos eternos en la
razón de Dios. Las cosas se hicieron para nosotros, y, aun así, se acaban.
Fuimos hechos para Dios y, aunque aparentemente también nos
acabamos, somos infinitamente finitos, en razón de Él, el Dios que todo
lo ha pensado. Al menos, si no aquí mientras somos, seremos más
perfectamente luego, cuando surquemos los límites de lo aparentemente
eterno, y nos impregnemos de la unción de aquello que no se acaba: el
Espíritu Perfecto.
No me cansaré de resaltar ese bello contraste que hay entre el
salmo (8, 4-7) y la inconmensurable vastedad del universo. Dice el salmo,
para mí, uno de los más poéticos: “cuando miro el cielo, obra de tus
manos, la luna y las estrellas que has creado, ¿qué es el hombre para
que te fijes en él, el ser humano para darle poder? Lo hiciste poco inferior
a los ángeles, lo coronaste de gloria y dignidad; lo hiciste señor de las
obras de tus manos, todo fue puesto bajo sus pies”. Si tanto tiene el
universo, lo exterior, lo que está en la materia, ¡cuánto más serán
profundas las realidades espirituales que se encuentran dentro de tu ser!
¡Si es que Dios mismo está dentro de ti, Luz de mi Vida! Él, que no se
deja ganar en bondad, te dio el universo entero, no solo para que te
asombraras de él, sino para que lo estudiaras y reconocieras su presencia
en las cosas que superan todo exceso.

[16]
¡Todo lo que nos puede asombrar y hacer pensar de la naturaleza,
lo que está dentro de nosotros, la inapreciable belleza del alma!, y nada
de eso es emparentable con la belleza y la grandeza de Dios. Si el cosmos
es grande, ¡cuánto más su hacedor! Si el alma humana, animal y
entitativa es tan grande y rica en bellezas, ¡cuánto más su creador!
Ilustran bellamente las doxologías de Amón cuando refieren esto mismo
en la Sagrada Escritura: “porque él es quien forma los montes y crea el
viento, quien descubre al hombre cuál es su pensamiento, quien hace
aurora las tinieblas y avanza por las alturas de la tierra”, (4, 13) y la
posterior, (5, 8) que dice: “Él forma las Pléyades y Orión, convierte en
aurora las tinieblas y oscurece el día como noche; él es quien reúne las
aguas del mar y las derrama sobre la faz de la tierra.” Belleza perfecta es
nuestro Dios, fuente de todo lo que asombra. Déjate sorprender por Él en
las cosas que te dicen algo que no se puede escuchar de inmediato.
En términos materiales, y siguiendo mi dialéctica, escalando de lo
material a lo inmaterial, después de considerar lo galáctico, vamos al
misterio de los cuerpos humanos. Luego, si vamos en una espiral
conceptual, tenemos que considerar el cuerpo humano, pues,
lógicamente, es materia en tanto que materia. Es decir, el cuerpo es parte
integral del universo en su escala microscópica y macroscópica. Nos
serviremos, pues, de la anatomía, pero antes, quiero decirte que pensé,
en un primer momento, pasar de la materia en cuanto materia,
directamente a los cuerpos, como las formas más modestas de la materia,
y terminar con la consideración de los cuerpos galácticos, como
manifestación sublime de la materia y metáfora de lo eterno. Pero me
detuve, porque no hallé sentido a mis consideraciones. ¿No es el cuerpo
humano en sí ya un misterio inextricable? Que sí, que los espectros
espaciales y la complejidad de la materia ya son un misterio inescrutable,
pero en el hombre, en su integridad física, ya se encuentra la síntesis de
las estrellas y de la materia orgánica en conflicto, en aporía y belleza. El
cuerpo humano está hecho de residuos de estrellas muertas, de materia
organizada y, si la eternidad se hizo metáfora en el cosmos colosal, y en
el hombre, no metáfora, se hace realidad. Por eso, consideramos, antes
de pasar a la “materia espiritual”, la anatomía humana a grandes rasgos.
La anatomía nos deja ver la belleza cósmica representada también
en la naturaleza humana. Cada uno de nosotros somos ejemplo vivo del
Todo sustantivo, es decir, de la realidad. Todos somos pequeñas partes
del Todo; el cuerpo, esa expresión tan predilecta del cosmos, es una
manifestación hermosa y pura de la perfección de la obra de Dios. Pero
también es una perfecta representación del complejo cósmico que todo lo
abarca. Trata de detenerte y asombrarte de todo lo que te constituye
entrañablemente: tu cerebro es una máquina sorprendente, conecta y
vivifica todas las partes de tu cuerpo; podría decirse que el cerebro es la
parte central de todo el cuerpo, pues en él se originan todos los
movimientos corpóreos. De él se desprende la médula espinal y todo el
[17]
tejido nervioso que llevará todas tus sensaciones a todas las partes, la
información más importante. En él se encuentran la memoria, la
imaginación, los fenómenos eléctricos y químicos que hacen que pienses
y actúes como actúas, todo ello por la existencia de las neuronas, las
células operadoras de este menester.
El sistema inmunológico, que es casi que una cruenta batalla entre
las bacterias del cuerpo y los virus de afuera. Imagina la perfección que
hay en ti, que, si un agente maléfico trata de entrar a tu cuerpo, hay un
ejército esperándole para la guerra. O el sistema cardiovascular, ese
complejo de corazón, arterias y venas que dan perfecta circulación a tu
sangre y su presión. El sistema muscular también asombra bastante, no
solo a quien ve el desfile de tus músculos sinuosos y arrogantes, porque
hermosa en éste sentido sí que eres, sino también por el complejo sistema
que éstos conforman para dar perfecto movimiento al cuerpo. El sistema
óseo, protegido por estos músculos, asimismo es un compuesto sólido
que conforma la estructura de nuestra figura y, además, está, del mismo
modo que protegido por los músculos, rodeado por el sistema articular,
el cual se encarga de conformar los ligamentos y las articulaciones para
permitir el movimiento.
Esta maravilla la podemos contemplar en los diversos sistemas que
nos componen, sin embargo, también están los aparatos, ¡más complejos
todavía!, que organizan el resto de nuestra complejidad para mayor
asombro nuestro. Existe el aparato digestivo, excretor, reproductor,
respiratorio, locomotor, circulatorio… ¡Imagínatelo todo muy bien y
maravíllate! ¿No te asombra acaso la fecundidad, el ADN, los
cromosomas? Además, ¿dónde ves toda esta maravilla si no en el estudio
anatómico que proviene de la razón? Porque sí, todo ello nos compone,
como también somos parte de un orden más ingente que nosotros. Pero,
también es cierto, nada conocemos si no es por el esfuerzo ilustre de
nuestra razón.
Ahora, haz tú misma la contraposición entre la naturaleza material
y la naturaleza espiritual. Aunque la naturaleza espiritual es más arisca,
más misteriosa e incognoscible que las esencias materiales, ya resulta
muy revelador y asombroso el conocer tan poco de la materia y de las
cosas visibles, y que así, en virtud de esta poquedad, nos asombremos de
lo mucho que es, siendo aún misteriosa para nosotros. ¡La materia
misteriosa! Mientras que el espíritu, a su vez, también se esconde tras
sus misterios, ¡cuán, entonces, será su envergadura! Si todavía en la
materia hay tanto que no conocemos y nos es inabarcable, ¡cuánto más
desconoceremos de las cosas invisibles e inmateriales, en suma,
espirituales! En una crítica muy interesante de Nicanor Parra se lee que
“la mitad del espíritu es materia”, y a mí me hace gracia, porque, no
siendo así, es verdad que hemos devaluado el espíritu al inmiscuirnos
tanto en la materia sin dar la consideración que merece nuestra

[18]
dimensión espiritual. Esto es lo que quiero recuperar contigo: el espíritu
entendido desde la materia.
Si bien es ingente la coyuntura del discurso cosmológico, lo es más
hablar en términos inmateriales, aun cuando aparezca como más
evidente la desproporcionalidad de las cosas sensibles. La física es igual
de valiosa que la metafísica. Es decir, las cosas sensibles son tan
importantes como lo son las supra-sensibles. El alma humana no puede
dejar de hacer intelección en lo sensible, como tampoco puede dejar de
aventurarse a por lo espiritual. Así, el alma entendida en toda su
amplitud, puede ser objeto de muchas y variadas reflexiones, como has
leído anteriormente. Y, aunque ya traté este tema vagamente en nuestro
anterior libro, quiero recordar lo que es el alma para mí; más que para
cualquier otro, para mí, y que quiero aceptes mis pensamientos, no solo
como ofrenda a tu hermosura, sino, también, como reverencia a tu alma,
a tu ser.
Está en todo, el alma está en todo. No solamente en lo que
concierne al hombre, sino también en los animales y en los objetos
“inanimados”, que, aunque concernientes al hombre, no son el hombre.
No puedo entender el alma únicamente como una sustancia integrada al
cuerpo de los seres humanos, ni como un movimiento intelectual del
espíritu, sino como una razón teleológica. El alma teleológica de las
cosas, los animales y las personas. Por consiguiente, no contemplo el
alma teleológica como la totalidad del alma, sino como un fragmento que
constituye la totalidad del alma, una parcialidad imprescindible para mi
poesía y mi doctrina.
Tanto en los hombres como en los animales y las cosas hay un
alma que, ciertamente, se manifiesta en diferentes grados. El hombre
tiene un alma más perfecta que los animales, y los animales tienen un
alma más perfecta que las cosas. Las cosas tienen un alma más sutil, no
obstante, también es hermosa. La hermosura del alma no se agota en las
tantas reflexiones que he escuchado, sino que trasciende toda
verticalidad religiosa, haciéndose poesía, y yendo hasta el extremo del
amor. El alma, pues, no es solo principio de vida, sino que es también
manifestación de la hermosura en el objeto “inanimado”. Decir inanimado
ya es una contradicción para mí, pues, siendo como es, que todo posee
alma, no puede haber algo “inanimado”, pues sería un contrasentido
penumbroso e indeseable para mi doctrina.
Para Nietzsche la vida está en todo lo ente. Es decir, las cosas
tienen vida en cuanto que los valores son transmutados. Para él solo lo
que incremente la vida tiene valor, es decir, es un valor. ¿Cuál es el valor
de los entes para mí? Su alma. Que las cosas “inanimadas” tengan alma,
no es para mí un contrasentido, sino la perfección y la superación de la
futilidad y lo efímero de las cosas. Ya no son las cosas muertas que
llamamos, sino que todo tiene vida. Además, ¿cómo podría estar muerto
[19]
algo que nunca ha vivido? Me preguntaba yo en la escuela cuando me
enseñaban qué era lo inanimado y lo animado, pues no encontraba
sentido en las palabras de los profesores. En este sentido, lo que para mí
es alma, para Schopenhauer será voluntad y para Nietzsche, voluntad de
poder. Es decir, aquello que anima la existencia de todo.
En esto estriba la visión de metafísica de Nietzsche, en una
revaloración de los valores tradicionales (estímese pertinente el
pleonasmo). Si antes se dijo que los animales y las cosa no poseían alma,
vida, por Nietzsche, yo digo que sí. Ahora, ¿cómo no van a estar vivas las
flores que te he regalado tantas veces? Aunque hubieran sido arrancadas
de su jardín, están vivas por mí y por ti. Porque no puede estar muerto
aquello que dibuja sonrisas y alegra a la hermosura misma, tú. Además,
en tu alma están vivas todas las rosas y flores que yo te he dado, y en tu
alma, potencialmente, están vivas las flores y rosas que te daré. Tu alma,
¡ese complejo mundo que no entiendo!, me sedujo y enloqueció desde el
principio, y me mantendrá así hasta el final. Después de ser contigo, ya
no puedo volver a ser lo que fui antes de ti; después de ser contigo, ya no
puedes ser lo que eras antes de mí: estás revestida de mis letras y
poemas, que, ya no míos, son parte de tu ser.
Luego de reflexionar en el alma de las cosas, subamos un escalón
y pensemos en el alma de los animales. La etimología de la palabra animal
es sencilla: animal viene del latín ánima que significa “con vida”. Ahora,
todo lo que tenga vida, es un animal. En esta acepción etimológica se
exceptúa, apodícticamente, las cosas “inanimadas” o inertes, como
tradicionalmente se han entendido los objetos sin vida aparente. En esta
categoría de animal, caben tanto los humanos (animales racionales),
como los, simple y llanamente, animales irracionales. Cada reino animal
tiene un fin (alma teleológica) determinado, el cual corresponde a la
naturaleza de su alma. En el caso particular de muchos animales, se
manifiesta plenamente la pronunciación particular de su alma, por medio
de su condición doméstica o de abandono. Por ejemplo: los animales
abandonados generan lástima, mientras que los domésticos, ternura. En
esto estriba el alma de los animales, en su fin para los hombres con
espíritu. (Ya entenderás qué es el espíritu y en qué se diferencia del alma).
Creo que los animales más icónicos en nuestra vida juntos son:
Lío, el perro que me odia; las abejas que tú amas y que, según tú, yo odio;
el perro con vidas de gato (según tú, yo); ¿cuál era el nombre que le
pusiste al insecto que se quedaba en el techo de tu cuarto? No lo
recuerdo, y no estoy seguro si tú también. Pero lo que hay que resaltar,
es que a cada uno de estos “animales” les corresponde un fin teleológico
que les da carácter a su alma irracional. ¿Dónde está el alma en ellos?
Bueno, pues en Lío es tu alegría y tú sabrás qué más: la responsabilidad
que te corresponde respecto a él, sus particularidades, como que es
grosero y caprichoso (como la dueña); en las abejas son nuestras risas

[20]
unidas, bromas, chanzas, largas conversaciones y el mutuo cariño; y el
perro con vidas de gato, creo que obedece a la misma naturaleza de las
abejas salvadas por ti y exterminadas por mí. En este sentido, los
animales tienen alma, mas no espíritu, lo que sí tienen los hombres. Así,
los animales son “espirituales”, solo en tanto que pueden ser pensados
por los hombres, quienes sí tienen espíritu y alma.
Esta primera manifestación del alma es, quizá, una forma poética
de entenderla. Sin embargo, el alma está complejamente integrada por
muchas realidades intrínsecamente relacionadas con ella.
Tradicionalmente se han entendido tres potencias en el alma: memoria,
voluntad y entendimiento. En el libro XI de las Confesiones de San
Agustín, el libro que le regalé a tu mamá, por cierto, se aborda con mayor
hondura esta cuestión, por si quieres echarle una hojeada. Pero, ante
todo, quiero que entiendas que estas tres potencias, si has visto su
importancia en el hombre, se originan en el alma. Puedes ver, entonces,
cómo el alma se manifiesta de diferentes formas en el ser humano y en
las cosas. Así, de todos los grados en que ella se manifiesta, la principal
de todas sus formas es el movimiento. Platón en el Fedro o de la belleza,
señala que “toda alma es inmortal; pues aquello que se mueve a sí mismo
es inmortal”. Para el Ateniense, el alma será el principio ingénito de todo
cuanto se mueve, es decir, las cosas se mueven porque tienen un alma
inmortal que las mueve. Además, manifiesta de manera directa que el
alma, ante todo, es inmortal e inconmutable, origen y principio de toda
vida orgánica.
En el alma nacen los amores, es por esto que te he dicho tantas
veces como puedo que “te amo con el alma”. Tanto es así que, según
Platón, el alma corteja a los dioses, pues el amor que tanto se profesan
los mortales, es, en realidad, apenas el intento de alcanzar el Amor celeste
que está en el cielo. Tú sabes que para los griegos el amor es un dios:
Eros, de ahí la palabra “erótica”. Luego, los cristianos traducirán esta
doctrina arcaica en su Dios amor: el Dios que es todo amor. Pero no sin
antes depurar el concepto de amor, haciéndolo más conveniente para los
principios cristianos. Del amor hablaremos vasto y extendido en su
propio capítulo, no sin mencionar que es uno de los temas principales
que transversaliza este libro, pues no lo reduzco a un solo capítulo, ¡en
ti, jamás!, sino que, sin agotarse, se pronuncia bellamente en cada
página, aunque no siempre expresamente.
Así las cosas, el término alma tiene un aire especial en todos los
sentidos posibles. No solo en lo religioso, en lo filosófico y en lo poético,
sino en lo que es gramaticalmente correcto, genera un impacto
importante. Si bien aportó mucho su aprehensión en la filosofía, en la
religión y en la poética, gramaticalmente tiene un aporte precioso, si no
para los demás, sí para recordar (en el espíritu de este libro que,
dialógicamente, oscila entre los pensamientos, los secretos y las

[21]
memorias), una vieja disputa entre tú y yo respecto a la femineidad y la
masculinidad. Hubo, en algún momento, un comentario mío respecto a
las mujeres un tanto machista. No porque yo lo sea, sino porque quería
bromear, mas tú, dramática como nadie, exageraste todo, para así
llevarnos a un pequeño debate, un intercambio de palabras interesantes,
en donde me dejaste conocer más la naturaleza de tu alma: tu carácter,
tu determinación y la fidelidad a tus convicciones. Debate que, por cierto,
se prolongó en otras tantas conversaciones, si bien puedo recordar. Pero
para eliminar esa viaja impresión, debo decir que son afín a la
hermenéutica de Erri de Luca en Las santas del escándalo cuando,
diseminada por los párrafos, expresa esta bella reflexión, a propósito de
mis consideraciones con las mujeres y su belleza:
La belleza femenina es un misterio que derrite el pensamiento y los
sentidos. Está escrito que Adán conoció a Eva. Mediante la
experiencia física del contacto y del abrazo logra el conocimiento de
ella, de su perfección. La reciprocidad no está escrita: ella no tiene
necesidad de conocer a Adán. (…) Su superioridad frente al varón
es tal que la divinidad impone a la mujer el experimentar atracción
por el hombre (…) la historia de la civilización se puede reducir a la
historia del sometimiento de la belleza femenina.
Con esta bellísima meditación quiero vindicar mi natural
inclinación a la contemplación de la belleza femenina, mi total
admiración y respeto por el sexo femenino. Gusto más de la compañía y
la amistad de las mujeres que la de los hombres, pues las primeras son
más dulces, mientras que los hombres siempre quieren competir contigo.
Reconozco en mi vida muchas buenas amistades masculinas, pero las
verdaderamente invaluables, son las amistades de buenas mujeres que
acompañan mi existencia. Mientras los hombres tratan superarme, las
mujeres me acompañan y me quieren.
Creo que con estas afirmaciones cierro el tema en estas
resoluciones: no soy machista. Yo sé que contigo siempre se reviven las
viejas disputas, las más de las veces para reírnos, pero me basta con
saber que estás convencida de que no lo soy, que no son ni misógino, ni
machista; pero tampoco caigo en los extremos de Schopenhauer de ser
misántropo, o en los extremos que tú me adjudicas de odiar a los
animales y esas cosas. ¡No, entiende de una vez por todas!
Recuerdo que la cuestión era que las mujeres no conducían tan
bien como los hombres. Para resumirlo, pues ya lo sabes, terminó en que
yo estaba hablando de algo que no conocía, pues yo ni siquiera sabía
conducir. ¡Sí, estaba haciendo el ridículo contigo, como siempre! Después
de eso, hubo muchas otras oportunidades en las que expresamos
nuestras ideas respecto al feminismo y el machismo, todas ideas muy
interesantes. Mientras estudiaba un poco para este capítulo, me encontré

[22]
con una curiosidad lingüística de la que no me había percatado antes,
para serte franco. Esta es la razón por la que aludí a la anterior anécdota.
Volviendo a la cuestión, ¿por qué se dice “el alma herida” y no “la
alma herida”? Alma es un sustantivo femenino, así, ¿por qué entonces el
artículo tiene que ser masculino y no femenino, igual que el sustantivo,
si lo normal es que así sea? La respuesta es sencilla: si no se mesclan los
géneros, la oración se torna cacofónica. La cacofonía, según la Madre
Google, es un efecto acústico desagradable que resulta de la combinación
de sonidos poco armónicos. En definitiva, es una forma incorrecta de
hablar, porque genera malestar en la escucha, y esto no es el objetivo de
la comunicación.
La reflexión que hice, después de estudiar un poco este tema, es
que en el alma se reconcilian, al menos en la lengua española, los dos
géneros: masculino y femenino. Y aunque en el español nada tienen que
ver, al menos directamente, con los sexos, apodícticamente, son relativos
en cuanto a su análoga esencia. Palabras más, palabras menos, pensar
en géneros nos lleva a pensar en los sexos, sin reducirlo todo a cuestiones
lingüísticas o sexistas. Lo masculino y lo femenino se complementan en
esta palabra, y diría yo que también en la sustancia misma del alma.
Resulta interesante cómo la reflexión se teje sola: en el alma no difieren
los sexos, pues su naturaleza divina supera las categorías y condiciones
humanas que permite establecer el lenguaje y, al mismo tiempo, superar.
Después de este pequeño paréntesis anecdótico y gramatical,
vayamos a considerar un poco las etimologías, donde podremos indagar
un poco en el origen y sentido de las palabras que nos conducen en este
salto dialéctico de las cosas reales sensibles, a las cosas reales supra-
sensibles.
La palabra logos (λóγος) es de origen griega, y se encuentra en
constante relación con el ser de las cosas. Hablar de Logos es hablar de
lo más esencial, del espíritu, en cierto sentido, como del alma, en otros.
Cuando escuches esta palabra, entiéndela como “pensamiento”, más que
como cualquier otra cosa. Como verás, en los griegos no habrá una
diferenciación marcada entre alma y espíritu. Recuerda que el
conocimiento en Platón es “reminiscencia” o, en griego, anamnesis.
Consiste en reconocer la verdad, no en las cosas, sino en el mundo
espiritual, más allá de las cosas. Para adquirir el conocimiento habría
que dirigirse al Logos, con lo que habría que volver a ese primer momento
del alma, su origen, de donde proviene, pues allí es donde habita el Logos,
es decir, al pensamiento que proviene del mundo espiritual. Por eso,
hablar de espíritu, es hablar de pensamiento, más que de alma, pues el
alma es lo que vive, mientras que el espíritu es aquella parte del alma
que piensa.

[23]
Así, el conocimiento es el recuerdo de un anterior saber, uno que
tiene su génesis en un lugar supra-celeste. En Platón el alma y el espíritu
no difieren en mucho, pues él usa el término Logos (pensamiento) y el
término psique (alma) para referirse, de manera implícita e
inintencionada, al espíritu como es entendido hoy. Sin embargo, por
Psique se entiende, literalmente, alma. De la combinación de Logos y
Psique nace la psicología: estudio del alma. Desde la perspectiva
platónica de la Psique, el alma y el espíritu son, casi que indudablemente,
la misma cosa. Por eso te decía que los animales eran seres espirituales,
solo porque podían ser pensados por los hombres, no por virtud propia,
ya que, teniendo alma, no tienen espíritu, aunque en los griegos parezca
ser la misma cosa. Si ellos no hacen esta diferencia es porque son los
pioneros en estas reflexiones, y, como tal, no tenían las palabras para
expresarlas, por lo que tuvieron que intentar neologismos para darse a
entender. Lo que hoy entendemos por alma y espíritu es lo que ellos
entendían, pero no podían expresar en su momento.
El “Nous” es la inteligencia, que, por lo visto, pertenece al espíritu,
pero que Platón reconoce como una facultad elevada del alma, aquella
que le permite, a través de la nóesis, contrapuesta a la diánoia, la
intelección más pura de las ideas, o bien su intuición más perfecta. Es
decir, la inteligencia (nous), es una facultad superior del alma, lo que,
posteriormente, llamaremos espíritu.
Luego, los griegos entenderán por espíritu la palabra neuma, que
en griego puede traducirse por aire, hálito, o respiración. No significa
espíritu en cuanto tal, pues ya has visto lo que literalmente aduce, sino
que de aquella concepción partirá el contenido de lo que se entiende por
espíritu. Desde luego, en su gramática se contemplan neumas que, por
decir de más, son los espíritus de las palabras. Son impronunciables,
pues tan solo dan a entender el carácter especial de la palabra, tal como
sucede con el espíritu humano: no se percibe, pero sabemos existe y nos
hace entender. Los espíritus gramaticales señalan cuándo en una
palabra se aspira, como la “h” en nuestro idioma español. ¡El lenguaje
expresa tan bellas ideas, y ni siquiera se acerca a la profundidad y
anchura real de los asuntos! Sin embargo, en la elocuencia de los signos
y las letras, se ve plasmada la riqueza y abundancia del contenido y esto
es suficiente para recogernos en profunda admiración.
Esto bajo la perspectiva griega es maravilloso. Ahora,
adentrémonos un poco a otras experiencias de lenguaje y perspectivas
ideológicas, culturales y de sentido. Ya viste lo que los griegos entienden
por alma y por espíritu, ahora pensemos un poco en los hebreos, para
posteriormente hablar de otras acepciones igual de ricas en conceptos.
Así las cosas, los hebreos entenderán estas ideas a la luz de la palabra
Ruaj (‫)רוח‬, espíritu, similar al Logos griego en cuanto al contenido de su
palabra, pero más propiamente unido al neuma que comporta el hálito.

[24]
Difieren en que espíritu es intelectivo, y neuma es vital. Entiéndelo desde
ahí: Ruaj es lo intelectual, pero al mismo tiempo lo vital, pues los hebreos
no entienden de dicotomías y dualismos, a diferencia de los griegos que
sí son más ricos en palabras y sentidos. En este sentido, la palabra
hebrea Néfesh (‫ )נפש‬que literalmente puede traducirse por garganta,
también puede ser una acepción de espíritu, o alma, pues por la garganta
circula el aire que da la vida, el aliento que, en suma, será el espíritu.
En las religiones dhármicas- los hinduistas y los budistas- existe
una sílaba con una reflexión espiritual preciosa. Considero que no solo
espiritual, sino también filosófica, que, originalmente, sería lo mismo,
pero que hoy se encuentran distanciadas, ¡devenir histórico le llaman!,
pero que vale la pena relacionarlas en este capítulo. La sílaba “Om” (ॐ)
en sánscrito, según algunos, pues la diversidad de esta cultura hace
difícil la clasificación universal tanto de sus dioses como de su idioma, es
la palabra, o vibración, más exactamente, que contiene tan precioso
tratado como te mencionaba. La verdad es que el estudio de las escrituras
védicas es una experiencia espiritual riquísima que nos aporta la cultura
oriental a la razón universal y que no se agota en estas páginas de
ninguna manera. Sin embargo, quiero traer esta palabra como un aporte
importante a la reflexión por la que estoy tratando de llevarte.
Esta sílaba sagrada se canta en los mantras. Tú sabes que en estas
religiones se aprecia mucho la vibración de los sonidos, pues es quizá la
única forma de la materia más apreciada por los orientales, con un
carácter espiritual esencial para su religión. Según ellos, “Om” fue el
primer sonido expresado por el Todopoderoso, que equivaldría a decir, en
el cristianismo, que fue el Verbum de Dios; en los griegos, el Logos y en
los hebreos el Dabar. La sílaba “Om” también representa el Trimurti (tres
formas): Brahmá, Vishnú, Shivá. ¡Es impresionante la similitud con la
Trinidad cristiana!: el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo. ¿Ves cómo se
conecta todo? Yo soy un fiel convencido de que todas las religiones
comparten más de lo que creen, pero que, cegados por sus diferencias,
no reconocen el gran aporte que hacen a la humanidad.
Luego, en los registros bíblicos también se hallarán acepciones de
espíritu acordes a un aire de algo, su parte intelectiva, antes que la
anímica, o bien, del alma. Por ejemplo, en (Hechos 4, 32) se dice sobre la
Iglesia primitiva: “la multitud de los creyentes tenía un solo corazón y un
solo espíritu.” ¿Alcanzas a percibir el sentido del texto? Es el mismo
“espíritu” del siguiente: (Gálatas 6, 8) donde se dice que “lo que uno
siembre, eso cosechará. El que siembre en su carne, de la carne
cosechará corrupción; el que siempre en el Espíritu, del Espíritu
cosechará vida eterna.” ¡Es bellísimo! La contemplación de las ideas
divinas, la ascesis, que es lo que se entiende por espíritu, incluso en las
Escrituras Sagradas, es algo tan esencial en la humanidad como lo sacro

[25]
y encumbrado del espíritu, que tiene que ser considerado con tanta
delicadeza como sea posible.
Pero sin duda, la sacralidad más elocuente en la escritura que
devela la esencia más perfecta del espíritu, se encuentra en esta
prefiguración del Mesías hecha por (Isaías 11, 1-3), en donde se
contempla en la Escritura: “sobre él se posará el espíritu del Señor:
espíritu de sabiduría y de inteligencia, espíritu de consejo y de fortaleza,
espíritu de ciencia y de temor del Señor.” Lo que más me asombra es la
triada con la que se manifiesta y dona el espíritu del Señor al Mesías
prefigurado por Isaías: son tres veces mencionada la palabra espíritu;
tres son las personas divinas en el cristianismo y en el hinduismo y tres
son las dimensiones del hombre (cuerpo, alma y espíritu). ¿No te parece
interesante la relación?
Espíritu es, pues, pensamiento. Pero también puede entenderse
como un aire que hay en las cosas que, ya sabemos, tienen un alma.
Podemos decir que los textos tienen espíritu: las ideas. Volviendo a Hegel,
el espíritu absoluto puede ser entendido a través de la subjetividad, por
eso es que la interpretación personal es tan importante en los hechos del
mundo, donde se entiende está manifestado el espíritu absoluto, igual
que en la subjetividad que lo percibe y lo piensa.
Recuerdo mucho que en los ensayos de música muchas veces se
me pasaban volando, siempre en cuando les pusiera “espíritu”. Cuando
no, se me hacían eternos. Igual que algunas lecturas; hay libros que
atrapan, otros que no. Pero todo depende del interés subjetivo, es decir,
de lo que busque el lector. Es posible que este libro ya te haya aburrido
desde el principio y mires con recelo el reguero de páginas que te faltan
para terminarlo; como también es posible que te haya cautivado desde el
principio y estés aquí sin haber sido consciente de las horas que
transcurrieron en su lectura. En definitiva, a veces el tiempo se va
volando, otras, no vemos la hora de acabar aquello que estemos haciendo.
Todo depende del espíritu subjetivo que se relaciona con el espíritu
absoluto; o bien, depende de mí y el objeto de mi intelección.
Sé que hasta aquí todo parece muy difícil, pero es solo por el
carácter de esta primera parte del libro y este primer capítulo, que es tan
complejo y amplio. No creas que será así todo el concepto del libro. La
verdad es que el libro tiene en sí muchos recursos, todos muy diferentes.
Pero ten paciencia en este capítulo, pues necesito que comprendas el
concepto para que entiendas lo que después vendrá.
Para entender la articulación entre alma, cuerpo y espíritu, hay que
suponer, o bien, aceptar su integridad. No se puede, pues, pensar en el
alma como parte del cuerpo, ni el cuerpo como manifestación del alma,
ni el espíritu como un sinónimo existencial del alma. Hay que entender
estas tres dimensiones como una totalidad, un todo sustantivo, o, mejor,

[26]
una entidad. Sabes que lo ente es lo que es y, en razón de su ser, es uno
(indiviso), cosa (manifestación, fenómeno), algo (otro qué, afirmación de
la individualidad y ser cosa), bueno (que puede ser amado y deseado
como fin), bello (que confunde a la voluntad que busca el bien y a la razón
que desea la verdad), verdadero (que es objeto de la razón). La integridad
de las cosas que son en su forma más perfecta, estriba en su ser alma,
cuerpo y espíritu: un todo sustantivo.
Así pues, no se puede entender la corporeidad como algo
meramente material, sino como la integridad del cuerpo manifestado y la
realidad espiritual oculta. Ahora más que nunca estás en capacidad de
dimensionar el acaudalado arroyo de la espiritualidad y la
desproporcionalidad exacerbada del cosmos.
En definitiva, el alma es la parte vital de todo, el espíritu en su
dimensión espiritual y el cuerpo es la forma de expresión total de esta
integridad que puede asumir cualquier ser. Hombres, animales y cosas
pueden ser entendidas bajo este pensamiento, que, en definitiva, puede
ser filosófico, pero que yo quiero decantar para que, más adelante,
puedas entender toda la poesía que te he escrito.
Ahora, respecto a mis fantasmas, debo decirte que toda la
información que te comparto son experiencias que me vienen del pasado.
Mi paso por diferentes vertientes del pensamiento, me ha solventado en
la adquisición de conocimientos de todo tipo, entre ellos, la filosofía
oriental. Así es que cuando escribo vienen a mí los fantasmas del pasado
a proponerme las ideas que conduzcan mis reflexiones y cometidos. Al fin
de cuentas, los fantasmas pertenecen a mis memorias, inútilmente
obstinadas a resucitar, que prometí traerte en el trasegar de este libro y
quiero que te sirvan de crecimiento para tu vida personal (espiritual e
intelectual).
Tanto el alma, como el espíritu deben ser cuidados con la misma
intensidad y asiduidad con que se cuida el cuerpo en general. En esta
medida, pregustarás también del exquisito banquete de lo eterno en este
mundo, aparentemente, pasajero, que te espera al fin del camino. El
universo podrá ser estudiado por todas las ciencias y nunca se alcanzará
el culmen de su saber; igual, el alma podrá ser tratada de diversas
maneras, casi tanto como el espíritu y la corporeidad, y, sin embargo,
nunca se podrá profundizar tanto en su misterio que se sienta la plenitud
en los discursos. Pero no importa, lo que creo que es más importante, es
que nos liberemos de aquella sentencia de Parra: “la mitad del espíritu es
materia”. Quiero que tanto tú como yo tengamos las razones para
defender nuestra corporeidad en la medida del espíritu y la maravilla que
somos tú y yo, que es todo, es decir, la maravilla que somos.

[27]
CAPÍTULO II
DE LO ETERNO: EFÍMERO A LA INVERSA

Uno se acostumbra tanto a las cosas que no las siente vivas. No


porque no tengan vida, sino porque, a nuestra consideración, han
perdido todo valor, a fuerza de costumbre. Por hacer alguna analogía
simple: solo nos damos cuenta de los cuadros de una habitación cuando
éstos son desplazados de su lugar. Quizá no pase con alguien que conoce
por vez primera algún lugar, que sí se percatará de su belleza, pero sí
para quien está acostumbrado a ver las mismas pinturas todos los días.
Con el tiempo deja de apreciar los detalles, su finura y belleza, y solo
vuelve a ser paradójicamente perceptibles cuando han dejado de estar
presentes. Las presencias son más presencia en la medida de su
ausencia. Por ejemplo, te das cuenta del sonido del refrigerador cuando
éste se calla. Y es que uno se acostumbra al aroma de las flores y luego
éste no huele a nada. Pero es que yo no me puedo acostumbrar a tus
ausencias, éstas me hablan más que cualquier cosa. Que tú te apartes
de mí, no figura como la ausencia del aroma de las flores, porque tu
ausencia se siente, no imperceptible, sino dolorosa. Pasa también con el
incienso del café, que muchas veces, como hemos dejado de percibir su
olor, sabemos que está sobre la mesa, porque vemos su humo
desprenderse, no porque impresione nuestros sentidos. Sin embargo, no
me pasa contigo como con el café. Si tú te vas, ¿qué incienso acompañará
a mi alma? Si tú te vas, ¿qué alegría animará a mi espíritu? Yo soy en la
medida en que tú eres.
Solo nos damos cuenta de la presencia, a fuerza de la ausencia.
¡Pero, ¿por qué?! ¿Por qué el espíritu humano no puede lograr la
conciencia de aquello que le urge darse cuenta? Yo sé que la conciencia
muchas veces repugna, pues hace darnos cuenta de muchas otras cosas
que, quizás, no quisiéramos saber. Pero al mismo tiempo, y un tiempo
feliz, nos lleva a considerar mil y una cosas que nos hace falta considerar,
pero que ahí están. La sonrisa de la madre, el cariño del padre, la
compañía de un amigo, el aire de las flores y el color de cielo azul. ¡Por
qué morir para darnos cuenta de lo perdido, del cielo abierto al que nos
[28]
abismamos después de cerrar por última vez los ojos! Eso sería igual a
perder un amor, que es igual que perder una vida. Pues cuando tienes
un amor, y luego lo pierdes, ¡te das cuenta de que tenías un amor, solo
cuando éste ya se ha ido! Pero, si el amor es eterno, ¿por qué se va?
¿Acaso lo eterno puede irse? Porque, si es así, ¿a dónde va lo eterno? Tú,
alma mía, ¿a dónde vas cuando te vas? ¿A dónde va tu eternidad? ¿Dónde
refugias tu belleza? ¡¿En dónde te me escondes?! Te vas, querida mía,
pero siempre te quedas, como fantasma, o como espíritu… pero te
quedas. Así, reconócete parte de mi espíritu, y reconóceme a mí como
parte de tu espíritu, y no te apartes, ¡jamás!, de mí. Para mí, que tú te
vayas, es igual que el morir. Y yo no quiero morir, ¡no más!
Los fantasmas que anunciaba en el anterior capítulo son, en
realidad, alusiones a las memorias de las postreras páginas que han de
venir, me refiero, más precisamente, a la tercera parte de este libro. No
son espectros terroríficos, ni impresiones luciferinas, son, a lo sumo,
recuerdos que vagan por mi espíritu. Eso es un fantasma. A veces, eres
un fantasma, te me vas, errante, por el camino de lo incierto, por el
camino de la indiferencia, por el camino del estar sin mí. ¿Cómo puedes
estar sin mí y ser para mí un fantasma? Te amo, pero no te quiero como
fantasma, te quiero como espíritu, luz de mi mente, luz de mi inteligencia,
luz de mi vida. ¡Quédate siempre y no te arrojes de mi ser, arrójate a mi
ser, que ya es valiente azaña!
En Consejo de sabios, una canción de Vestusta Morla, se
contempla este fragmento: “hoy tu recuerdo es un pájaro que bate sus
alas detrás de mí y guarda en su pico tus labios.” Y luego, en el progreso
de la canción usa la misma forma del verso para expresar esta otra idea:
“hoy tu silueta es un pájaro que bate sus alas detrás de mí, me silva y
enreda mis pasos”, con lo cual, me condena a convivir con tu presencia
como eternidad, aun en la ausencia. Tu recuerdo, ese que hasta hoy
guardo con tanta devoción, es un tesoro insuperable que escondo dentro
de mi alma. Ése, alma mía, ése es solo para mí y para nadie más, figura
de lo eterno, alegoría de lo infinito.
Todos, en el fondo o muy a flor de piel, tenemos ese deseo de saber
de lo eterno, de gustar de lo eterno. Todos, en menor o en más alta
medida, tenemos experiencias de lo eterno. Besarte a ti es sentir la
eternidad en mis labios, mas verme privado de ti, ¡es más eternidad
todavía! ¿Por qué siento tanto la largueza de los días cuando estás
distante, mas cuando estás conmigo el tiempo se me va volando? ¿Será
la eternidad inconsciencia del tiempo y la temporalidad, valga el
pleonasmo, conciencia de tiempo? Si te beso, siendo eterno el instante,
se me escapa, como el pájaro de tu recuerdo, con premura y aires de no
retorno. Si estás conmigo tomándome de las manos, el tiempo deja de
ser, todo se congela. Pero en un momento cierro los ojos y al instante en
que los abro estoy solo en mi habitación, sin ti. Y he ahí una nueva

[29]
eternidad, una más escabrosa, pero al fin, eternidad. En este sentido, he
de toparme con dos eternidades, la de estar sin ti y la de estar contigo:
eternidades en dos sentidos diferentes, pero con la misma esencia, pues
es eterno el beso, como es eterno el adiós.
Los fantasmas son los recuerdos que no he escrito, y aun los que
he escrito, y que se encuentran obstinadamente rubricados en mi alma.
No hablemos más de alma, no hablemos más de espíritu. Tú, alma mía,
luz de mis conceptos, quebraste mi espíritu, y, sin embargo, aquí
continúo pensando y pensando, como si no pudiera detenerme. ¿Puedo
detenerme? Hablemos, entonces…, ¡ya sabes que me contradigo con
frecuencia! Y, para serte franco, me gusta hacerlo.
¿Con qué basamento hablaré de lo que es eterno? Juan Carlos
Onetti señaló lo descabellado que es mi eternidad, por ejemplo, cuando
dijo: “la maniática tarea de construir eternidades con elementos hechos
de fugacidad, tránsito y olvido”, sin embargo, siendo absurdo, no se
burlaba de tal empresa, tan solo señalaba que era maniático. ¿Pero acaso
no es lo loco más que lo cuerdo? Luego entenderás, seguro. Así pues,
¿fugacidad, tránsito y olvido? ¿Fui fugaz, transitorio y ya no más en tu
recuerdo? Yo te enseñaré el absurdo de lo absurdo, te enseñaré cómo con
lo superfluo se hace lo más esencial en tanto que eterno e infinito. Pero
tenme paciencia, amor mío.
Las cosas cansan y aburren aludiendo a la sed de eternidad que
existe en todos nosotros como conducción espiritual al abismo
insostenible del misterio. Algo tan humano traduce el valor de lo divino.
Esta misma idea, de cierta forma, fue tomada bajo la luz de la vanidad
inmaculada. Es decir, de esa vanidad que antes que aportar el desgaste
del hombre, le aporta el sentido de lo eterno bajo una luz eterna de
vanidades. ¿Alguna vez me cansaré y te cansarás de recordar? Pero si la
memoria es una potencia del alma, y el alma no se cansa como el cuerpo,
¿cómo recordar cansaría de algún modo? La intelección de las cosas
estriba en su carácter espiritual, ¡que sí!, que cansa al cuerpo, pero
robustece al alma. Además, Antonio Porchia dijo a gusto nuestro que “el
recuerdo es un poco de eternidad.” Sea esta una eternidad escabrosa,
una lumínica, ¡qué importa!, sigue siendo eternidad. Y creo, con total
seguridad, que esa eternidad es disposición nuestra, más que de ella
misma. Porque, si privarnos uno del otro es eternidad escabrosa, mas
tenernos es eternidad lumínica, ¿quién determina estar o no juntos? Solo
y únicamente nosotros, por encima de cualquier cosa, podemos
determinar estar o no estar juntos. Nuestra es, pues, la eternidad. ¿En
qué sentido? ¡Te lo he dicho! En tanto nosotros, más que la eternidad
misma, somos eternos en tanto que nosotros estamos para nosotros.
Antes de continuar, creo que es importante el manejo de los
conceptos, al menos para poder transgredir su uso a consciencia y no por
ignorancia. Porque sí, yo muchas veces no uso los conceptos
[30]
ortodoxamente, sino que me gusta, a propósito, mezclar los sentidos de
las palabras. Unas veces por insultar el dualismo, otras veces por
enarbolarlo. Aunque, las más de las veces, con total indiferencia de lo
filosófica y gramaticalmente correcto. Es, por ejemplo, el caso de lo
hermoso, lo bello, lo bonito, lo precioso, lo lindo. ¿Crees que son
sinónimos? Pueden tomarse por eso, pero cada una de esas palabras
expresa un estado del ser muy diferente, pero con relación, sin duda, a
la belleza. Sin embargo, como tú eres la totalidad de todas mis cosas y
mis “algo”, uso indiscriminadamente todo lo relacionado a tu hermosura,
que, por demás, ya sabes qué pienso de ella. En este mismo orden de
ideas, quiero hacer la diferencia, repito, para transgredirla a consciencia
y no por ignorancia, de lo eterno y lo infinito.
¿Tú qué piensas? ¿Cuál es la diferencia entre lo que es eterno y lo
que es infinito? Quizás necesites primero pensar en lo que es finito para
pensar en lo que es infinito, y luego, para saber qué es lo eterno, ¿en qué
pensarás? ¿Acaso en lo mortal? ¿Cuál es el antónimo de eterno? ¿Lo que
es tiene antónimos? Hablábamos del ser, ¿entonces habrá un no ser?
Cuando hablamos de lo bello, ¿hablamos de lo feo, también? Creo que no
mucho. Me centré en considerarte, y en ti no había defecto que me
acordara que había fealdad en el mundo. Pero, ¿la hay? Lo feo existe para
resaltar lo bello, es decir, lo feo es servidor de lo bello. Además, lo feo le
enseña humildad a quienes, siendo bellos, encuentran en sí mismos algo
feo. Y la verdad, la bondad, ¿también tienen antónimos o antagonistas
que les sirvan? ¡Alma de mi alma, eso no tiene importancia! Piensa lo que
quieras, de cualquier manera, serás lo que eres sin transmutarte en
nada. El todo es que pienses, ¡no importa lo que pienses!, pero piensa.
Ahora, con esta convicción trata de responderte a ti misma qué piensas
sobre la divergencia entre lo eterno y lo infinito, o si bien, crees que son
la misma cosa. Mientras, trataré de abordar mi reflexión en función
nuestra, como siempre.
Hay quienes sostienen que lo eterno pertenece al tiempo, mientras
que lo infinito pertenece al espacio. Sin embargo, la física actual entiende
al espacio y al tiempo como una misma cosa, por lo tanto, lo
espaciotemporal sería simultáneamente eterno e infinito, en el orden
idealista de esta lógica. Dios es eterno, eso está claro. Sin embargo, Dios
siempre se ha manifestado en las cosas sensibles, aquí en el espacio-
tiempo, pues de ninguna otra manera le hemos conocido. Esto no
significa que irrefutablemente lo infinito y lo eterno sean la misma cosa,
o pertenezcan a la misma realidad, o sean el mismo concepto expresado
de forma diversa. Solo significa que están mutuamente relacionados. Lo
eterno es aquello que, fuera del tiempo, fue, es, sigue siendo y será
siempre. Lo eterno es aquello que nunca ha tenido un principio como
tampoco tendrá un final. Mientras que lo infinito es aquello que tuvo un
principio, pero nunca conocerá final. Casi siempre se aprecia lo infinito
en los números, no obstante, yo nunca fui un gran matemático, así que,
[31]
mientras menos números use para explicarte algo, me sentiré mucho
menos ignorante.
Eterno es Dios que, sin tener principio, tampoco tendrá final.
Finitas las criaturas que, teniendo principio, tendrán final. E infinitos los
seres que, teniendo un principio, jamás se acabarán. Podríamos llegar a
pensar que las almas son eternas, y, de hecho, se ha pensado. Y esto,
creo, es verdad en algunos sentidos, mas en otros no. ¡Eso es lo que me
fascina del misterio!, que siempre se sabe todo, pero nunca todo,
realmente. Es como si se pudiera entender a la vez que no se entiende
nada. Las almas son creadas, por lo tanto, finitas; pero al mismo tiempo
son infinitas, pues siendo creadas, Dios quiso fueran con él para siempre.
No obstante, hay que decir que las almas son frutos del amor de Dios,
quien enamorado las creó. ¿Pero cómo se puede enamorar Dios de aquello
que no era? Sí éramos, pero en la mente de Dios, en sus conceptos, en
su inteligencia, en su Logos. Dios es amor, y nuestras almas son eternas
en la medida en que Dios nos amó, pues nos creó, sí, pero también
éramos en la mente de Dios, antes de haber sido creados.
Tú, yo, nosotros, toda la humanidad. Y no pienses en el concepto
de la humanidad, luz de mi vida, piensa en cada persona, con rostro,
nombre e historia. Cada uno de nosotros es un sueño, un pensamiento
de Dios. Gracias a tanto amor y bondad es que podemos tener la
seguridad de ser eternos. De ningún otro modo podríamos serlo, si acaso
seríamos finitos, y si fuéramos infinitos, sería por pura condescendencia
y lástima, mas no por amor. Pero no, Dios nos amó primero, y en virtud
de su amor nos creó eternos, siendo infinitos y al mismo tiempo finitos.
¡Ese es nuestro mutuo misterio! Que somos tres estados al mismo
tiempo: eternos, infinitos y finitos.
Es debido a esto que para mí todo es lo mismo y uso los términos
indiscriminadamente. Tampoco diré que lo finito es igual a lo infinito,
claro que no, pero sí trataré de abordar la cuestión siempre bajo esta
perspectiva. Esto que ves, esto que parece que se acaba, es apenas la
pálida imagen de algo que vendrá después. Tal como dice Hermann
Hesse: “hemos nacido a medias, no del todo, somos un simple ensayo de
lo Eterno, aunque creemos, a pesar de ello, que cada criatura se
encamina a un fin, que de la Unidad parte y se dirige al Todo”, tal como
él lo describe, así es que será nuestra eternidad, un descubrimiento ya
anunciado, y luego, experiencia de lo eterno, después de lo finito.
Que hayamos nacido de lo eterno, no quiere decir que tengamos lo
eterno asegurado. Cierta e indudablemente moriremos, pero esperamos,
con fehaciente esperanza, que la eternidad será morada de nuestro ser al
fin de todo, fin que no es fin, pero que es fin, al fin de cuentas. Porque ni
siquiera la muerte es finitud. La muerte, como todo lo que te he dicho,
también es preciosa alegoría de la eternidad. Bien fue dicho por Teilhard
de Chardin: “en la eternidad éramos; al nacer comenzamos a existir.
[32]
Existir es ser en el tiempo. Y al morir dejamos de existir, pero no dejamos
de ser. Somos seres espirituales que vivimos una aventura terrenal.”
Aventura terrena que es maravillosa, pero al mismo tiempo difícil, por los
retos que exige, por el coraje y la valía. Nunca dejaremos de encontrar
situaciones adversas con las qué luchar, como nunca dejaremos de
encontrar diversidad de formas para experimentar lo eterno. Nuestra vida
está llena de eternidad, por encima de toda esta aparente finitud. Esa
eternidad a la que yo me refiero, y que aludo a ella como infinidad,
también, está representada en metáforas, o bien, alegorías. Es lo que yo
llamo filosofía alegórica, una especie de nueva dialéctica que diseñé para
ti, para explicarte mi experiencia intelectual respecto a ti. Existen
muchas metáforas de lo eterno que quiero compartirte, y me dedicaré
estas últimas páginas a dibujarlas para ti en estos delicados textos.
La primera alegoría, que abre el camino para muchas otras, la
refiere Umberto Ecco, por ejemplo, cuando pensó que “quien no lee, a los
70 años habrá vivido una sola vida, ¡la propia! Quien lee habrá vivido
5000 años: estaba cuando Caín mató a Abel, cuando Renzo se casó con
Lucía, cuando Leopardi admiraba el infinito… Porque la lectura es la
inmortalidad hacia atrás.” Con este pensamiento inauguró el mío
respecto a lo eterno en lo inmanente. A esto llamo yo lo efímero a la
inversa, nombre de este capítulo. La metáfora de eternidad es para mí lo
eterno a la inversa, o lo efímero a la inversa, como se quiera, desde que
se piense en invertir los términos a la luz del concepto, pues de lo finito
parece nacer lo infinito, y luego, lo eterno. Ecco relaciona la eternidad
con la lectura, algo trascendental, a la vez que inmanente. ¿Te acuerdas
de nuestra dialéctica inmanente y trascendente, esa escalera que
descubre, a modo de salto en espiral, todo lo sustancial en lo superfluo?
Así es que entiendo todo desde que estoy contigo, desde que soy contigo,
pero no puedo expresártelo mejor, sino con un poema:
Que son tus besos sempiterno,
figura tierna del ayer,
pasado que se encuentra en el presente,
si te beso antaño, como te besé.
¿Qué es lo eterno, qué lo finito?
Para mí, lo mismo es;
cierra los ojos y dame un beso,
que sepa a futuro, presente y ayer.
Cierra los ojos, te cuento un secreto:
lo mismo es finito que eterno,
lo mismo es morir que nacer.
Nunca entenderé las cosas en su plenitud, pero estoy contento con
al menos poderlas entender de alguna forma, por ínfima que sea mi
verdad. Desde que estés tú en todos mis conceptos, como la luz que

[33]
ilumina y da origen a todo, estaré yo feliz de poder pensar, ¡no importa si
me equivoco, desde que contigo sea! Pues si pienso, pero no estás tú en
estos pensamientos, ¿para qué quiero pensar? No me importa discutir
sobre lo eterno y discurrir sobre lo que es finito y lo infinito y si tiene que
ver de alguna forma con la eternidad. Esos son cosas para los doctos, y
yo no soy un docto. Yo pienso todas estas cosas porque tengo a quién
expresárselas, a quien y por quien las concebí: tú. Y si las digo en estos
términos, es para que nos beneficie, ¿para qué si no para nuestro
beneplácito elaboraría tan amplias y extensas disertaciones? Yo no quiero
nada más que adornar tu alma como más pueda. Ya tú eres experta en
adornar tu cuerpo de exuberante belleza, déjame a mí adornar tu alma,
no con las fatuas pretensiones de los otros, sino con mis pequeñas
grandezas, ésas que solo hablan de ti.
En cuanto a la infinidad que existe de espectros celestes, son
incontables sus formas como incuantificable su belleza. Repara en las
ilustraciones que existe de la nebulosa Trífida en la constelación
Sagitario; o en la nebulosa de Orión, el mayor complejo de gas y polvo
conocido en nuestra galaxia; o bien, en las Pléyades de la constelación de
Tauro; o en la nebulosa de Roseta. Existen muchísimas estrellas y
cuerpos celestes desconocidos, pero de lo que no cabe duda, es que tales
cuerpos ignorados por nuestra razón, nos desbordan, aunque los
conociéramos de modo exiguo. No obstante, ignoramos demasiado la
materia existente, ésa inabarcable, pero que está no solo alrededor de
nosotros, sino en nosotros mismos. Carl Sagan estimó “habitamos un
universo de galaxias, quizás un centenar de miles de millones de ejemplos
exquisitos de arquitectura y de decadencia cósmicas, que manifiestan
tanto el orden como el desorden.” La ambigüedad que genera en nosotros
el impacto del cosmos es tal que nos conmovemos ante la posibilidad de
su aprehensión. Pero seamos sinceros, Luz de mi Vida, no podremos
siquiera conocer un atisbo de esa inconmensurabilidad tan consistente
como lo son las cosas que nos exceden.
Estamos tan limitados por lo que se nos aparece ante la vista, que
nos privamos de pensar en lo que está más allá de nuestros límites y
perspectivas. Tan solo piensa en lo desmedidos que son los cuerpos
celestes, su grandeza en tan amplias escalas; incluso, entre ellos mismos
compiten por cuál es el más grande: soles de soles, lunas de lunas,
estrellas de estrellas, universos de universos, galaxias y galaxias se
superponen unos a otros con el fin de superarse en grandeza. ¡Todo es
tan desmedido y al mismo tiempo tan medido! Cada fenómeno trata de
explicarse, y todo va muy bien, hasta que nos topamos con el límite de
todo lo perfecto y lo finito. Nos cercena el pensamiento, nos cohíbe la
inteligencia y desordena nuestro aparente orden. ¡El misterio que son las
cosas, el universo, el todo! Lo inextricable de la existencia y el ser de las
cosas es uno de los sentidos por los que vale la pena y el esfuerzo
preguntarse por lo que hay más allá de tales espectros corpóreos. Pues,
[34]
si tan perfecto es todo lo creado y tan misterioso e inabarcable el saber
de las cosas que son en este escenario cósmico, pero al fin de cuentas
material, ¡cuánto más aquello que cruza los bordes del universo y se
aventura a por más allá de lo físico! ¿Tú has oído que el físico no es nada
comparado con la interioridad de una persona, cierto? Pues esta
afirmación también está en la escala cosmológica-universal. No se puede
comparar la interioridad del ser, de lo inmaterial y trascendente, con la
finitud de las cosas que tienen ser, los objetos, los cuerpos y la materia,
en suma, el universo.
El misterio nos inquieta, pero, mientras nos deja contemplarlo y
estudiarlo, al mismo tiempo nos mantiene en la ignorancia. Mentes
ambiciosas y esencias geniales como Stephen Hawking se proponen de
muchas maneras inquirir en estos misterios en la búsqueda de verdades
absolutas. Tanto es así que Hawking llegó a escribir que:
Si descubrimos una teoría completa, con el tiempo habrá de ser,
en sus líneas maestras, comprensible para todos y no únicamente
para unos pocos científicos. Entonces todos, filósofos, científicos y
la gente corriente, seremos capaces de tomar parte en la discusión
de por qué existe el universo y por qué existimos nosotros. Si
encontrásemos una respuesta a esto, sería el triunfo definitivo de
la razón humana, porque entonces conoceríamos el pensamiento
de Dios.
Sí, es patéticamente ingenuo en sus afirmaciones. Pero creo que es
una luz que el mismo Dios arroja sobre mentes más agudas que la suya.
Mientras que él se cerraba al raciocinio cosmológico, la mecánica
cuántica y la búsqueda de respuestas a sus preguntas materiales, otros
nos aprovechamos de sus inquisiciones e inferencias para nuestro
provecho conceptual. Mientras que él quiere desafiar a Dios, yo, no solo
lo acepto, sino que, a partir de su idea, Dios, me arrojo al abismo
imparable de la razón ofuscada por el misterio. Me preocupa más saber
que esto tiene un sentido más allá, que buscarle el sentido aquí mismo.
¡Que sí, que es realmente asombroso y hermoso el ser de las cosas, del
cosmos, del universo, del todo! Pero es que hay algo subyacente que da,
no solo origen, sino sostenimiento a todo cuanto existe.
Hawking continúa en su desarrollo investigativo diciendo:
Estas leyes pueden haber sido dictadas originalmente por Dios,
pero parece que él ha dejado evolucionar al universo desde
entonces de acuerdo con ellas, y que él ya no interviene. Pero,
¿cómo eligió Dios el estado o la configuración inicial del universo?
¿Cuáles fueron las “condiciones de contorno” en el principio del
tiempo?

[35]
Una posible respuesta consiste en decir que Dios eligió la
configuración inicial del universo por razones que nosotros no
podemos esperar comprender. Esto habría estado ciertamente
dentro de las posibilidades de un ser omnipotente, pero si lo había
iniciado de una forma incomprensible, ¿por qué eligió dejarlo
evolucionar de acuerdo con leyes que nosotros podíamos entender?
¿Y tú qué piensas, Luz de mi Vida? ¿Por qué no entendemos las
más de las cosas, pero, irónicamente, ¡vaya si tenemos un Dios irónico!,
tenemos informaciones valiosas que nos ayudan a interpretar
muchísimas cosas del cosmos? Si me lo preguntas a mí, yo te diré que
todo es tan solo una alegoría de lo eterno. Todo es ilusión, representación,
apariencia de algo más allá. Si todo esto es tan excelente y hermoso, ¿te
imaginas su origen? Y sabes que todo esto, ¡y más!, se encuentra dentro
de ti.
En una escala macrocósmica, Howking describe que “si se mira el
cielo en una clara noche sin luna, los objetos más brillantes que uno ve
son los planetas Venus, Marte, Júpiter y Saturno. También se ve un gran
número de estrellas, que son como nuestro Sol, pero situadas a mucha
más distancia de nosotros.” Plantea un panorama inabarcable, no solo
para nuestra corporeidad, diluida en lo que las cosas son, incluso el
macrocosmos, sino también para nuestra razón, enajenada por la
grandeza del concepto que nos impacta de las cosas: confusión. Además
de asombro, el universo nos produce terror y confusión, porque es algo
que está acá, pero al mismo tiempo más allá de nuestro alcance. Aunque
somos con el universo, tenemos conciencia de ser más que el universo y,
simultáneo a eso, menos, en razón de nuestra finitud e infinitud.
Hawking dice que “las estrellas están tan lejos de la Tierra que nos
parecen simples puntos luminosos”, sin embargo, el asombro de su vida
no consiste en estas estrellas, únicamente, sino en una que brilla sin
brillar. A saber, él escribe que:
Una estrella que fuera suficientemente masiva y compacta tendría
un campo gravitatorio tan intenso que la luz no podría escapar: la
luz emitida desde la superficie de la estrella sería arrastrada de
vuelta hacia el centro por la atracción gravitatoria de la estrella,
antes de que pudiera llegar muy lejos. (…) A pesar de que no
seríamos capaces de verlas porque su luz no nos alcanzaría, sí
notaríamos su atracción gravitatoria. Estos objetos son los que hoy
en día llamamos agujeros negros, ya que esto es precisamente lo
que son: huecos negros en el espacio.
Se descubrieron, precisamente, por su ausencia. Así, tal cual,
tenemos que descubrir la presencia de lo eterno en lo efímero. Las cosas
que son dejarán de ser, en cierto sentido. Pero al mismo tiempo, siempre
son. Sabes, por cultura general, que la materia no se destruye, se

[36]
transforma. Aun así, esas nuevas formas pasan a ser nuevas substancias
en cuanto a su individuación, es decir, su ser particular. Pero son la
misma substancia en cuanto a la materia que las compone. Es un eterno
efluvio de ser que se manifiesta en la materia. Hasta el momento no se
ven atisbos de que estos se termine, ni nuestro mundo, ni el universo. No
obstante, terminará. ¡Es la más preciosa metáfora de lo eterno en lo finito!
Vamos a un fin que es, realmente, el principio. No vemos lo eterno, al
contrario, vemos como se mueren cada día personas, y otros fenómenos
naturales que tienden a dejar de existir, pero, al mismo tiempo, todo
sigue, digámoslo así, hermosura mía, igual. Cual la oscuridad del agujero
negro devela su existencia, así mismo lo efímero devela lo eterno. La
presencia por la ausencia.
En nuestro haber, hemos descrito el fenómeno de las cosas
celestes, lo que está por encima de nosotros en cuanto al espacio
inexpugnable nos referimos. Aun así, en este mismo espacio está la
metáfora perfecta de una realidad muchísimo más perfecta que las cosas
creadas: lo finito como prefiguración de lo infinito. A esto me refiero,
precisamente, cuando hablo de efímero a la inversa, que es la eternidad
metafórica. Es más, se puede decir eterno a la inversa, lo contrario, pues
el gesto inverso es lo que da sentido a mis metáforas; todas ellas hablan
de lo mismo, de una escalera que sube de lo pequeño a lo grande, de lo
inmanente a lo trascendental. Yo que finito soy, tengo muy dentro de mí,
no solo sed de eternidad, sino la eternidad misma. ¿Qué hay más eterno
que el amor? Si por el amor todo fue hecho, si por el amor soy, si por el
amor eres. Así es, y no lo discutas: ¡te amo eternamente!

[37]
CAPÍTULO III
EL LENGUAJE: PRECISA IMPRESIÓN

Tanto tú como yo y el resto del mundo que nos circunda, en el cual


existimos en nuestra simplísima y particular forma, necesitamos el dar a
conocer, en razón de la comunicabilidad del ser, de alguna u otra forma
la información que proviene de nosotros y que, relativamente, viene a
nosotros. Esto, en cuanto que somos seres y, por tanto, comunicables.
Cuando hablé de la música en el quinto capítulo, me referí a una cita que
quiero anticipar aquí: “nosotros utilizamos los sonidos para hacer
música, como usamos las palabras con el fin de crear el lenguaje.” En
estas breves palabras Chopin muestra su analogía, muy afín a la
experiencia metafísica, que se hace de la música y el lenguaje. Ni siquiera
él ve en la música una analogía propiamente respecto al lenguaje, sino
que ve dos naturalezas de lenguaje muy diferentes. Una que se construye
con notas musicales y otra que se construye con palabras.
No es el único género de lenguaje que existe, pues podemos
identificar muchas maneras en que el ser se comunica, fiel a su
naturaleza. Por ejemplo, el lenguaje corporal, el lenguaje de señas y las
distintas artes también buscan comunicar ideas, la música como la más
excelente de ellas; las miradas, la intuición y muchas otras formas de
lenguaje, buscan comunicar algo con el fin de conocer la otredad de las
personas. La mismidad se hace don cuando es consciente de la otredad
de quienes el yo pretende amar.
Otro genio de la música, Beethoven, también expresó, a propósito
de esta cuestión, que “hay momentos en que me parece que el lenguaje
no sirve todavía absolutamente para nada.” ¿Cuáles fueron las
motivaciones para estas palabras? Yo creo que él entendió el lenguaje,
siendo un genio, de una manera errónea y degradada. ¿Cómo pudo una
persona tan eminente reducir el lenguaje a la sola locución de las
palabras? ¿Acaso no tuvo la oportunidad de experimentar la elocuencia
de un beso, un gesto, un ademán, una actitud, una mirada? Incluso la
música que él mismo hacía es un lenguaje superior del espíritu, ése
mismo que busca comunicarse en razón de su ser. El lenguaje no es solo
la gramática y la recta dicción; el lenguaje es más que la simple locución
de las palabras o la correcta escritura de las mismas. El lenguaje es más
trascendental, como todo lo que tiene que ver contigo, amor mío y de mi
alma.
Pero, antes que nada, y ya que este capítulo está lleno de preguntas
y respuestas, quizá no tan ciertas, pero sí asiduamente repensadas, cabe
preguntarnos qué es el lenguaje. Y esto, porque podemos llegar a caer en
errores comunes, como creer que el lenguaje se limita al reducto de las
categorías fonéticas o gramaticales impuestas por el orden racional de
una autoridad enciclopédica. Digo error, no porque universalmente lo
[38]
sea, sino porque es mi reflexión, esa en la que tú formas parte
fundamental. ¿Recuerdas mi doctrina sobre el error? Bueno, sé que la
recuerdas, y como tal sabrás que en ella encuentro la salvedad de mi
fracaso. No importa, entonces, si digo para el mundo la verdad, si tengo
para el mundo la razón, si mi filosofía es acorde con las necesidades del
mundo; yo lo que busco es que para ti y para mí todo este discurso
realmente signifique algo. Que nos sirva, que lo necesitemos. Esa
reflexión que te tiene a ti por fin y no como simple lector de una intrincada
filosofía oblativa, quiere servirte de horizonte para comprender, más
perfectamente, la esencia que identifiqué en tu ser. Un fragmento
hermoso de Ángel González dice, a propósito de los errores que podríamos
contemplar inadvertidamente:
Al lector se le llenaron de pronto los ojos de lágrimas y una voz
cariñosa le susurró al oído:
- ¿Por qué lloras, si todo en ese libro es de mentira?
Y él respondió:
- Lo sé; pero lo que yo siento es de verdad.
Si te dedico el verso, ¿pensarás que estoy mintiendo pretendiendo
pienses que es verdad? Me explico, antes de caer en cualquier equívoco
que prefiero evitar contigo. Primero, tienes que aprender a buscar la
verdad en la invención poética, que, como tal, reside en la belleza de ésta
misma. ¿Recuerdas la simultaneidad metafísica? Si no, sabes que esta es
la que sostiene todos los trascendentales al mismo tiempo en un mismo
ser. Por lo tanto, tener un trascendental obliga, necesaria, lógica y
metafísicamente, a tener todos los seis. ¿Dónde está el error, dónde la
mentira? Es decir, el hecho de que todo en este libro pueda ser una
exageración, o como dice el verso, una mentira literaria, ¿significa que lo
que el sujeto entiende también es falso? Si se puede captar belleza,
belleza en su sentido más puro, nunca será falso, pues la unidad,
coseidad, aliquidad, el bien, la verdad y la belleza, serán siempre
simultáneos en cada entidad, en cada ser. Si no logras entender la
profundidad de cada una de las palabras, tendrás que remitirte,
naturalmente, al capítulo tres, donde expongo lo que son para mí los
trascendentales del ser. Luego, con este entramado bien gestado, debo
decir que la salvedad de este libro está en la lectura que tú le hagas. Lo
que yo diga será verdad siempre en cuando tú lo leas. Para otra persona
no lo será tanto como para ti. Quizá sí, en un ínfimo grado, pero la
totalidad de mi objeto, su belleza, su verdad, etcétera, está manifestada
solo y únicamente en ti y tu indivisión. Es por esto que justifico mis
falacias, mis errores, mis desaciertos y el fiasco de mi pluma en la
redención de tus ojos, abriéndole caminos a mis líneas hacia la
intelección del abismal misterio que eres para mí.
¿Ves cómo haces que mi ser solo encuentre su sentido en ti? No
es la única vez, ni será la única vez, en que mi alma encuentre en tu

[39]
misterio la justicia que busca en sus inquisiciones y deseos. El peso de
tu ser encuentra su balance tan solo en mi mesura, de otro modo no
puede ser lo que es, sino otra cosa y esa, querida mía, no te conviene.
Porque no te conviene estar fuera de mí. Claro que a mí tampoco me
conviene estar fuera de ti. ¿A dónde iría? ¿En qué brazos me protegería?
¿En qué lenguaje, si no en el tuyo, me refugiaría? Tú eres mi lugar
favorito, los brazos que me cubren y el lenguaje en que me refugio para
decir lo que, aparentemente, es un error para la masa. Pero no, tú me
justificas, amor mío, tú me redimes y me exaltas cual ninguna.
Y luego, cuando considero todo esto referente a ti, me asombro y
anonado, y es que hasta ahora he escrito demasiado, más de lo que pensé
escribir en toda mi vida. Nunca, realmente nunca, pensé en ser un
escritor. Pero tú me hiciste un escritor, tú resignificaste mi vida de un
modo sorprendente. Yo, a los diecinueve años de vida, he escrito dos
libros bellísimos en los que se encuentra la exposición de mi desastre y
mi devoción a tu grandeza. No tengo el mérito de mi hechura, mi
composición y obra de arte, pues el mérito de todo ello está solo y nada
más que en ti. Lo que significas para mí, no significarás para nadie. Lo
que yo significo para ti, no significaré para nadie. Tú me hiciste ser lo que
soy y yo te hice ser lo que eres. Nuestra relatividad estriba en el ser para
ambos, diferenciarnos y, en últimas, aunarnos. Sí, porque estamos
llamados mutuamente a ser uno solo. Es que en el límite del lenguaje y
la metafísica estamos tú y yo, siendo. Ahora escritor, siempre poeta.
Desde la primera vez que alcé la pluma en la mesa de mi casa, una noche,
enamorado e ilusionado, desde esa noche me hice para ti una efigie y
estandarte del amor. Un poeta enamorado de la musa de su inspiración.
Dependiente nada más que de ella. Desde mi incapacidad y el desorden
de mis ideas me erigí en palabras y linduras; me hice un estrecho puente
entre tu corazón y el mío. Lo crucé hasta la mitad y comencé a esperarte.
Poco a poco fui seduciendo tu alma, poco a poco fuiste llegando a mi
pecho, pero al final, al final fuiste tú quien impactó de tal manera que me
dejó sin más sentido que escribirte. “¿Qué mejor puente entre el yo y el
tú que el poema?” dice con hermoso acento Alejandra Pizarnik, ¿y acaso
miente? ¿O preferirías que llegara a tu vida de alguna otra manera?
¡Cierto que no! Encontré la manera perfecta y de eso ambos estamos
seguros. Ahora ya no hay retorno, querida mía. Ya no podrás hablar de
tu vida en términos sin mí. Tu vida es un antes y un después de mí y no
puede ser entendida de otro modo.
En mi anterior vida, esa que destruiste con el encuentro de mi vida
en tu vida, no tuve la pureza que hoy tengo. No moral, no soy un virtuoso
bajo ninguna perspectiva; encontré la pureza en la honestidad de mis
razones, todas ellas traducidas en tu concepto. Marina Tsvietáieva en La
nueva farola de la Calle del Orco escribe que “lo escandaloso de la vida
privada de una buena parte de los poetas es sólo la purificación de la otra
vida: para que allí haya pureza. En la vida-suciedad; en el cuaderno-
[40]
pureza. En la vida-bullicio; en el cuaderno-silencio.” Esa es la dialéctica
que tú decretaste en la oscilación de mi vida y de mi vida en tu vida. ¡Me
transformaste, querida mía! Luego de que entraras como entraste, mi
vida no tuvo más significado que tú. Ahora la poesía era la mejor manera,
el mejor lenguaje con el qué expresarme, pues me hacía más original en
la medida en que era para ti.
Es tan especial el arte de la poesía, que éste no necesita de la
precisión que al lenguaje acartonado y exacto le es imprescindible. La
poesía surca los límites de la perfección, la imaginación, la exactitud. En
la poesía no necesitamos de la lógica, solo de la belleza y todo lo que en
ella se contiene. Desde mi resignificación producida por ti y el encuentro
de tu luz, me vi en la ambiciosa tarea de construir pequeños versos,
estrofas y otros cantos que me dieran qué ofrecerte en oblación. Yo quise,
por el ímpetu de mi deseo y la acogida del tuyo, ser un poeta enamorado
de ti. He logrado, en el afán de mis esfuerzos, construirme según la
resignificación que hiciste de mí.
“Yo creía que quería ser poeta, pero en el fondo quería ser poema.”
Es un verso de Jaime Gil de Biedma que retrata perfectamente la
conversión o mejor, la traducción, a propósito del lenguaje, que hiciste tú
en mi vida. No solo me hiciste ser poeta, escritor, enamorado como
nunca, sino que me hiciste, en labios de Biedma, poema. Y el mejor,
ciertamente. Y es que mi vida es real y hermosamente el mejor poema
para ti. Creo que el más hermoso poema que te pudieran componer
alguna vez. Porque sí, yo no escatimo el hecho de que alguna vez me
dejaras y llegara otro poeta a tu vida. Uno mejor, quizá. Y es que los hay.
Pero ni el mejor poema escrito podrá emparentarse con mi poema, ese de
ser yo mismo. Yo soy poesía, yo soy poema. Como tú eres mi poema, como
tú eres mi poesía. No puedo dejar de agradecer el gran regalo de tenerte
y ése de ser para ti. Mi vida entera, mi existencia y mi ser en toda su
totalidad son una dádiva, oblación preciosa, poesía pura y redimida por
la luz de tus ojos, que entrego ensoberbecido en el abismo misterioso de
tu ser. Porque te amo, Luz de mi Vida. ¡Que te amo!
La vida es pasión y la poesía vivifica, no solo las pasiones, sino la
vida misma. Quizá la sexualidad, el deseo hedonista del otro como
posesión desarticulada del espíritu, sea objeto del deseo desordenado y
libérrimo de muchos hombres. Pero John Keating en El club de los poetas
muertos de Peter Weir dice con elocuente e impetuosa voz que:
No olviden que a pesar de todo lo que les digan, las palabras y las
ideas pueden cambiar el mundo. Les contaré un secreto: no leemos
y escribimos poesía porque es bonita. Leemos y escribimos poesía
porque pertenecemos a la raza humana; y la raza humana está
llena de pasión. La medicina, el derecho, el comercio, la ingeniería,
son carreras nobles y necesarias para dignificar la vida humana.

[41]
Pero la poesía, la belleza, el romanticismo o el amor son cosas que
nos mantienen vivos.
Y esto, porque él entiende el poder de la poesía. La pasión humana,
esa tan importante en sus relaciones, es una necesidad y una belleza
especial en sí misma. Pero cuando dejamos relegada la pasión al simple
acto hedonista y egoísta de la sexualidad desorientada, perdemos aquél
misterio hermoso del sabernos pertenencias mutuas en el espíritu del
amor, el idilio universal. ¿Para qué tantas personas si al final solo hay
una que significa más que todas? No se me pasa por la cabeza
abandonarte así nada más. Me aferro a ti como quien se aferra a un
tesoro que no se puede intercambiar. Eres para mí la mayor fortuna y
posesión (espiritualmente hablando). Y es que es cierto, no tengo nada
más que quiera tanto como a ti. Si acaso te perdiera “tomaré todas las
formas, todos los lenguajes de la vida, solo por verte de nuevo”, Friedrich
Hölderlin. Y aunque ya cité a este autor en este mismo libro y con este
mismo verso, es verdad que no escatimaría ninguna posibilidad por
encontrarme de nuevo contigo, enamorarte más y mejor. En esta línea,
pude hacer verdad lo ya dicho por Milan Kundera en La inmortalidad: “el
sentido de la poesía no consiste en deslumbrarnos con una idea
sorprendente, sino en hacer que un instante del ser sea inolvidable y
digno de una nostalgia insoportable.” Ahora, si crees que me equivoco,
cierra los ojos y trata de no pensar en mí. Es más, trata de olvidarme el
resto de tu vida. ¡No podrás! Y creo, será el único desafío que no te
tomarás en serio conmigo, porque no contemplo el que tú trates si quiera
de olvidarme.
Así es como he construido mi vida a partir de ti. Desde la belleza
de la poesía y la preciosidad del lenguaje, me he ido haciendo cada vez
más hacia ti. Poco a poco me he acercado con el ánimo de confundirme
contigo. Porque sí, no quiero dejar de aproximarme. No me importaría
que de estar tan cerca no se sepa quién es quién. De cualquier forma, no
quiero nada más… ¡no quiero nada más! Solo tú eres el objeto de mi deseo
y solo tú puedes dar paz al impetuoso anhelo que hay dentro de mí. Al
fin y al cabo, ¿qué es todo esto? Si ya no pudiera escribirte por cualquier
trágico motivo, entonces diré como Margaret Atwood: “…a la porra la
poesía, es a ti a quien deseo: tu sabor, la lluvia en tu cuerpo, mi boca en
tu piel” y no tendré más motivos para vivir que tú misma. Porque no
quiero escribir si no es para ti. Y, en definitiva, aunque no pudiera
hacerlo, solo tú eres lo que quiero. Además, si acaso ya no pudiese
escribir más, están escritos mil poemas y, como dije en nuestro otro libro,
toda la poesía que se escribió, todo lo bello que se dijo sobre alguien, aun
sin conocerte, y aun sin saberlo su autor, se refería a ti. Porque siendo
tú misma la belleza, estás presente en lo bello que los hombres tienen
por tal. Y es que tu belleza, es decir, tú misma, no puede ser agotada ni
con la más excelente escritura, tan así que, dichas las cosas así, quiero

[42]
regalarte este poema en prosa escrito por un anónimo definido como
Matecsxoah, que escribió en una página llamada Poesía sideral:
La vida le brota por los ojos y una luz que tiende a iluminar
las obscuras noches de mis pensamientos sombríos. Su
belleza efímera eterniza las miradas que la miran, y su voz
canta todo el silencio incomprensible que yace entre sonido y
sonido. Las formas exactas de su mente rebosan de ternura,
pues anhelo tras anhelo ella añora el bien de la vida en todas
sus formas y tamaños. Incomprensible para la mayoría, está
confinada a la soledad aun cuando esté rodeada de
compañía, ya que apreciarla, amarla y, compartir la vida con
ella, supone también ser un enamorado de la vida. La admiro
y contemplo como quien contempla el infinito, pues sé que el
sonido de su voz, la forma de su cuerpo y la capacidad que
tiene para abrazar la vida, requiere de todo el universo para
llegar a ser.
¿No es esta una fiel, hermosa y feliz interpretación de lo que eres?
Porque sí, si acaso él pensó en alguien especial para él, implícitamente
estabas tú en sus pensamientos. El ser de tu belleza, como bien sabe
hacerlo, se posó sobre los pensamientos del enamorado y sobre el ser de
la amada. Así es como tú funcionas, Luz de mi Vida. Tú eres quien da
sentido a todo cuanto la humanidad quiere y ha escrito.
ArielPoesía, con otro pseudónimo, escribió estas cuatro
maravillosas estrofas que también, antes de entrar en la materia propia
del lenguaje, quiero regalarte como demostración de mi afecto:
El roce de mis manos en tu espalda
los besos que te guardo en la nevera
abrazos que imagino en la escalera
tu voz que me cobija y me respalda.
Minutos que se pasan en suspiros
caricias a tu rostro y a tu piel
mis dedos convirtiéndose en pincel
haciendo de tu cuerpo mi papiro.
Son planes que almaceno, mientras tanto,
soñando que apareces a mi lado;
sin duda, aunque hoy estemos separados,
yo te espero, yo te quiero, yo te admiro.
Vendrán mejores tiempo, sin quebrantos,
que todo lo que hoy duele sea pasado;
mi ruego más frecuente y anhelado:
vivir mientras te siento y te respiro.

[43]
Fue muy especial escuchar en mi mente la declamación de este
poema que hacía mi alma en nuestro contexto. Mientras lo leía no podía
dejar de pensar en la distancia entre nosotros y el feliz profundo amor
que espera paciente el retorno a vernos, a tocarnos, a sentirnos. Quizá la
crítica diga lo poco original que soy al escribirte, o alabe mi originalidad,
pero ¿realmente qué es lo original? ¿No podré regalarte poemas de otros
como si fuesen míos? Johann Wolfgang von Goethe dijo que “la
originalidad no consiste en producir cosas nuevas, sino en decir las
mismas cosas como si nadie las hubiese dicho antes.” Así pues, piensa
en todo lo que no es mío, si te lo entrego a ti, como si lo fuera.
¿Qué es el lenguaje a fin de cuentas? ¿Por qué tiene que ver contigo
y mi quererte? “El lenguaje no es la verdad. Es nuestra forma de existir
en el universo”, trata de responder Paul Auster, en La invención de la
soledad. Si entiendo bien, el lenguaje es la forma en que existimos, pero
no la existencia. Yo corregiría el verbo existir por el verbo expresar, pues
creo que expresamos la existencia y así nos manifestamos. Pensar en un
lenguaje cuya existencia consiste en ser lenguaje evoca la palabra Logos
y todo el bagaje conceptual ya discurrido.
En mis clases de metafísica se hicieron varias afirmaciones en
cuestión, todas muy interesantes y de litigios constantes entre
compañeros y profesores. Pero la que más me hizo eco interiormente
debido a su consistencia y el atenuante conceptual para otras cuestiones
igual de importantes para mí, como intrincadas, fue el participio del verbo
ser: el ente. Profesé la afirmación inocente que encerraría el error en mi
boca, confiado en la autoridad filosófica de mis profesores y relegando el
regalo de la duda y el desacuerdo que me caracteriza, a la dócil
aceptación. Por mucho tiempo continué haciendo mis reflexiones
metafísicas considerando al ente como el participio activo del verbo ser.
No tenía idea de la disyuntiva en que me iba a precipitar cuando te
escribiera una reflexión a partir del lenguaje y su correlación metafísica
con el ser de las cosas.
Como contexto, el ser tiene que expresarse de alguna forma. El
hecho de ser debe decirse de alguna manera. La pregunta por el qué es
el ente, es presentada y desarrollada por Heidegger de manera
interesante, como te mencionaba en nuestro anterior libro. Pero antes de
él también se hicieron reflexiones a propósito, como verás. Antes de
permear de filosofía esta cuestión, quiero que entiendas un poco la
gramática del asunto. El participio es una forma verbal. Es su forma
impersonal o bien, no personal. Hay participios absolutos (perfectos) y
participios activos.
Algunos con esquemas gramaticales un tanto divergentes con la
“nueva forma de hablar” se han pronunciado sobre el participio activo de
diversas maneras. Por ejemplo, cierto grupo no muy pequeño de personas
sostienen que los participios activos son derivados verbales y que a partir
[44]
de esa realidad se debe de entender toda la expresión lingüística referente
al verbo. Resuelven la cuestión diciendo que el participio activo de existir
es existente, del verbo ser, ente, pues el que es, es el ente, como el que
existe es el existente. Luego de este aparataje gramatical aducen que la
persona que denota capacidad de ejercer la acción que expresa el verbo
se le agrega el ente, o bien, su participio; así el que preside se le llama
presidente. Todo su discurso está discutiendo con una acepción femenina
de esta palabra actualmente aceptada por la máxima autoridad
lingüística. Dicen que el participio es absoluto, ahí sí, y que como tal
envuelve a los dos géneros desde el masculino. Sin embargo, esto es falso.
Si bien lo es para muchos casos, no lo es para este.
La aceptación por parte de la RAE de la palabra presidenta fue un
golpe en seco para este tipo de personas quisquillosas del lenguaje. Yo
personalmente considero estos extremos rigoristas como una
contradicción con la naturaleza del lenguaje mismo y una meticulosidad
innecesaria. Ahora bien, si sirvienta y presidenta son incorporaciones
actuales del diccionario de la Real Academia de la Lengua Española
(RAE), con lo que el tema tendría que cerrarse en darme la razón a mí,
¿por qué se sigue pugnando con el aire en esta cuestión? Creo que es
más bien una mala aprehensión de la naturaleza del lenguaje. No se ha
comprendido cuál es la razón de ser de éste. Luego, ¿por qué se enojan
por presidenta, pero no por sirvienta? Creo que esta pregunta deja en
evidencia una doble moralidad en el alegato de quienes no contemplan
en su esencia el lenguaje, sino en sus accidentes, formas y añadidos
accesorios. Porque sirvienta sí se dice sin ningún problema, pero ahora,
con los nuevos modelos femeninos en la política, se ha tratado de llamar
la atención en este asunto de manera irregular. No es posible hacer una
reducción del lenguaje a un mero sustrato legalista y dogmático como lo
es el de ceñirse a la regla por la sola regla. No está bien y contradice la
misma naturaleza del lenguaje. Como tampoco está bien pugnar por el
bien decir de la palabra presidente, pero no por la palabra sirviente.
¿Acaso el lenguaje discrimina entre estratos y cargos?
Contrapuesto a esto se debe decir que, realmente, los participios
activos son formas verbales procedentes del latín que actualmente
funcionan como sustantivos o adjetivos. Algunos terminan en ante, como
amante; los de la segunda y tercera conjugación en ente, como creyente.
Éstos últimos pueden terminar en iente como escribiente (ten muy en
cuenta esta palabra que más adelante le daré un sentido precioso) o
naciente. Todos estos participios tienen un equivalente o relativo, por
ejemplo, naciente es el que nace. Aun así, el participio activo de ser no
existe, sino que existe el participio perfecto: sido.
El participio perfecto de ser es sido; antes, en un español más
arcano, existía un participio activo para el verbo ser: eseyente. Pero ya
no existe, y al este no existir, es insostenible el ente como participio

[45]
activo, pues sería eseyente, el cual no existe más. Por su parte, el
participio perfecto del verbo infinitivo ser, es sido, no ente. Así pues, la
terminación “nte” no procede del “verbo ser con participio activo” pues
éste no existe. El sustantivo ente es un latinajo derivado de ens, entis,
participio del presente del verbo latino esse (ser o estar). Todos los
participios en latín tenían esta misma forma, no solo el verbo ser.
Correspondían a la tercera declinación latina, también existente en
idiomas como el griego, y no única y exclusivamente al verbo ser.
Una palabra bastó para modificar toda una realidad: ¿participio
activo o perfecto? La primera palabra, refiriéndose a la misma función,
acarrearía el error, mas la segunda palabra, es una perfecta síntesis
gramatical de una realidad tan importante como el ser participado en la
verdad de las cosas. La forma en la que las cosas se dicen es importante,
y entre más precisa, mejor. Pero nunca se debe caer en dogmatismos o
rigorismos gramaticales cuando se trata de decir las cosas de nuevas
formas y más fácilmente aprehensibles. La naturaleza del lenguaje es
comunicar el ser de las cosas. Si las nuevas sociedades tienen nuevos
modelos y estamentos de vida, también, como es lógico y causal, habrá
nuevas formas de expresar la novedad de estas realidades. Digo nuevas,
no en el sentido en que las ideas cambien, sino en cuanto que las formas
de vivir cambian la manera de entender las ideas. Y así se ve urgente la
necesidad de cambiar las formas de expresión. Si bien las ideas no
cambian, sí nacen otras que no eran. Además, la historia es la cicatriz
que deja ver cómo el lenguaje ha cambiado de tantas maneras. No solo
en nuestra lengua, sino en otras; no solo en la lengua, sino en la forma
de vestir, de expresarse, de comunicarse. Nuestra naturaleza está en
renovación constante. Nuestra naturaleza es inacabada, busca siempre
promoverse en razón de su perfectible esencia.
El lenguaje sirve al hombre, no el hombre al lenguaje. Aunque a
muchos nos irrite una forma particular de hablar, si la mayoría de
nuestros congéneres aprecian y contemplan en su dialecto esta manera,
el órgano que unifica y delimita el lenguaje se tiene que, naturalmente,
ceñir al modo de hablar de la mayoría. Pues el lenguaje funciona para y
por la gente, no la gente para y por el lenguaje. Es más importante la
persona que la regla. Así este acerbo gramatical e intrincado derrotero
deja entrever la cuestión: ¿qué importa más, la manera como se
comunica la idea o la idea que se comunica en la formulación? Porque la
idea es inconmutable, mas la formulación puede variar de muchas
formas. Te amo puede decirse en múltiples lenguajes, desde los gestos
corporales, las atenciones humanas y el cariño, los detalles y presentes,
la sexualidad, la conversación o la escritura. Una sola sustancia puede
ser expresada de muchas y diferentes maneras. Claro que sí importa la
forma de hacerlo, pues en esto estriba la precisión del lenguaje, porque,
dependiendo de la manera en que se exprese, será más o menos exacto
en la medida del ser de la idea. Es decir, la idea es en cuanto que idea,
[46]
pero la expresión de la idea puede ser de muchas maneras que,
dependiendo de su precisión, de acuerdo a la idea, será más o menos
perfecta y precisa la verdad, o bien, la realidad en cuestión.
Después de entender que el participio activo del verbo ser no existe,
sino que existe el participio perfecto o absoluto del verbo ser, cabrá
preguntarse ¿entonces qué es el ente? Y debo decirte que aquí entra la
metafísica en su juego. Porque, aunque se puede hacer un análisis
gramatical, la metafísica aborda esta cuestión de la manera más propia
en la que se podría plantear. No es solo limitar la definición a decir que
el ente es un sustantivo, porque, aunque sí, esto no sería del todo exacto.
Aristóteles es el más organizado a la hora de elaborar sus
cuestiones y llegar a una respuesta. Fue el primero en el reflexionar
metafísico y quien dio origen a todas estas palabras y su sentido. Su
acepción de ente se encuentra en el VII libro de La Metafísica:
Ente en tantos sentidos, es evidente que el primer ente de éstos es
la quididad, que significa la substancia (pues cuando expresamos
la cualidad de algo determinado decimos que es bueno o malo, pero
no que es de tres codos o una persona; en cambio, cuando decimos
qué es, no decimos blanco ni caliente ni de tres codos, sino un
hombre o un dios); y los demás se llaman entes por ser cantidades
o cualidades o afecciones o alguna otra cosa del ente en este
sentido. Por eso podría dudarse si “andar” o “estar sano” y “estar
sentado” significan cada uno un ente, y lo mismo en cualquier otro
caso semejante; pues ninguno de ellos tiene naturalmente
existencia propia ni puede separarse de la substancia, sino que
más bien, en todo caso, serán entes lo que anda y lo que está
sentado y lo que está sano. Y éstos parecen más entes porque hay
algo que les sirve de sujeto determinado (y esto es la substancia y
el individuo), lo cual se manifiesta en tal categoría. Pues “bueno” o
“sentado” no se dice sin esto.
Así pues, lo ente es todo lo sustantivo, como dije antes que no se
reducía esto. Dije que era un sí y un no, porque sí es un sustantivo, pero
también hay entes adjetivos, los cuales son en la medida de otro ente que
los posea. Lo bello es en cuanto que algo es bello. Nadie ha visto lo bello
por sí solo. Sin embargo, Aristóteles no te conoció a ti, si te hubiese
conocido, hubiese aprendido que la belleza también es por sí misma en
una persona. No en todas, amor mío, solo en ti. Sus reflexiones
martillaron la idea platónica, diciendo que las ideas no tenían existencia
por sí solas, sino que eran abstracciones de las cosas sensibles. Es decir,
las ideas son en cuanto que conocemos las cosas, las entidades, lo que
es y vemos. Por lo tanto, conceptos tan abstractos como belleza, bondad,
verdad, no existen por sí mismos, sino en cuanto que hay una entidad
que los posee. De esta manera existe la bondad, la belleza, la verdad. Por
esto, es que el ente es más que un sustantivo. El ente es una integralidad
[47]
que abarca mucho más que la sola definición gramatical. Pongo estos
ejemplos un poco inexactos para que me entiendas más. Sin embargo,
estos no son entes completamente, pues son, además, trascendentales
del ser. Es decir, están por encima de esta reflexión, pero son una forma
de darme a entender desde lo superfluo con aires amorfos y celestiales.
Heidegger pregunta ¿por qué es el ente y no más bien la nada? No
es una pregunta común en la filosofía. De hecho, esta pregunta y el
desarrollo de su filosofía metafísico-existencialista fue la que le dio
renombre a la filosofía y persona de Heidegger. En su búsqueda de
respuesta a esta pregunta escribió el siguiente texto, muy interesante,
donde denota lo que él entiende por ente y hasta dónde alcanza esta
palabra:
Esta pregunta tiene el mayor alcance. No se detiene en ningún ente,
sea cual fuere su especie. Abarca todo lo ente, y esto no quiere decir
no solo aquello que, en el sentido más amplio, está disponible ahora
como materialmente existente sino también el ente que ya fue y el
ente que será en el futuro. El ámbito de esta pregunta sólo
encuentra sus límites en lo que no es en absoluto y en lo que
nunca es: en la nada. Todo lo que no sea la nada está incluido en
la pregunta y, finalmente, incluso la misma; no porque la nada sea
algo, un ente-puesto que hablamos de ella-, sino porque “es” la
nada.
Esta perspectiva del ente y su relación con la nada, abre una
reflexión filosófica a partir del ente metafísico, más que el ente gramatical
y lo ente únicamente entendido como lo sustantivo y lo ateniente de sí.
No quiero detenerme en divagaciones y disertaciones explayadas, solo
quiero insistir en la abismal profundidad del lenguaje, no solo en su
contexto gramatical, sino también en el momento que se dedica a
representar lo ingente desproporcionalidad de las cosas metafísicas,
superpuestas a la superficialidad de lo aparentemente real. Una
profundidad que tiene su sentido, no en él mismo, sino en lo que subyace,
el ser de las cosas.
Además, esta contraposición reafirma el hecho de que el lenguaje,
en su exactitud, se ve superado, limitado y expuesto como inexacto al
expresar las realidades metafísicas de éste. Es decir, es exacto en cuanto
que lenguaje, pero no en cuanto que lenguaje que expresa las realidades
ontológicas del ser. Más sencillo: el lenguaje es impreciso, insuficiente y
limitado cuando de las cosas que no se ven a simple vista se trata. El
espíritu, el alma, el intelecto, Dios, la naturaleza, la esencia. Todos son
conceptos que son en la escala del ser. El lenguaje puede expresarlos, sí,
pero siempre con imprecisión. Tanto la matemática como las artes
pueden expresar el ser de algún modo, pero nunca con la perfección que
el ser es en sí mismo. Por eso, el lenguaje entre más perfecto, expresa
mejor la idea exacta del ser. Pero, aun siendo preciso y perfecto, siempre
[48]
será impreciso e imperfecto en cuanto que el ser, la metafísica, las
realidades superpuestas a la materia de las cosas. Está por encima de
todo lo decible. En otras palabras: el ser es inefable.
Luego, cuando el lenguaje trata de justificarse, enseñarse,
comunicarse en cuanto que lenguaje, se vuelve taxativo, intrincado,
demasiado exacto. Se reviste de un rigorismo extremo que le lleva a ser
radical en cuanto a sus posturas. Pero después, recordando su verdadera
naturaleza, y a fuerza de que las sociedades se pronuncien y se expresen
de determinadas formas, se ve obligado a irrumpir con desacuerdo en su
verticalidad y hacerse más flexible, aceptando neologismos y otras formas
de cambio en cuanto a la pronunciación y maneras de escribir. En suma,
la naturaleza del lenguaje es servir a las personas, no las personas servir
al lenguaje. Claro que debe de haber lineamientos y un orden que
mensure el buen uso del idioma. Sin embargo, muchas personas se
convierten en esclavos del lenguaje queriendo hablar y escribir tal cual
se propone. Rechazando, e incluso agrediendo, cualquier modo incorrecto
de referirse a cualquier cosa, cuando en realidad el lenguaje busca
comunicar. ¿Precisa o imprecisamente? Creo que el lenguaje nunca
podrá ser preciso en nada que ataña la totalidad del ser. La subjetividad
será, entonces, la que se encargue de entender a su manera el mensaje
que se quiere comunicar, pero nunca será un mensaje perfecto, pues el
mensaje siempre estará sujeto a la interpretación.
Otra realidad metafísica, pero también gramatical, como género de
expresión lingüística de tal realidad ontológica, es el verbo ser. Haré lo
mismo, preciosa mía, traer la gramática como consecuencia bellísima de
la ontología, pero no como su absoluto. Y luego, trataré de expresar lo
más sencillo posible la visión metafísica del asunto. Así dichas las cosas,
debemos preguntarnos ¿qué es el ser?
En el idioma español existen nueve categorías gramaticales:
determinantes, sustantivo, pronombres, adjetivos, verbos, adverbios,
preposiciones, conjunciones, interjecciones. De estas nueve categorías
gramaticales, una en especial me conduce en esta reflexión: (el verbo) El
ser. Además de que es un verbo, también es un sustantivo en cuanto a
su carácter ontológico. Pero no es la única particularidad, pues también
existe una acepción un poco ambigua, si se le ve adecuadamente. ¿Ser o
estar? Beret en Ojalá una canción muy popular, expresa como dos modos
distintos al ser. Al principio me fijé es esto como un error patente, pero
luego de pensarlo pude darme cuenta del gran problema que supone
decir las cosas de este modo sin ver diferencia entre el ser y el estar. Al
fin y al cabo, la filosofía busca problematizar las cosas, entre otras. Así
pues, quiero detenerme en decir si somos o estamos es lo mismo; si ser
o estar es lo mismo o tiene acepciones diferentes en cuanto al
pensamiento.

[49]
Beret canta: “hay tantos con quién estar, pero no con quién ser.”
¿Acaso no es igual el ser y el estar? Estamos, porque somos. ¿Hay una
diferencia filosófica, metafísica que supera la precisión del lenguaje en
cuanto a la gramática? Este tipo de confusiones se debe a la ingente
proporción que orbita en el aura gramatical. Es tanto lo que puede ser
pensado y considerado que desborda los límites de la razón, de la lógica,
de la sana comprensión. Debido a este desmedido pensamiento es que
hay tantos locos en el mundo. Sin embargo, quiero tratar de llegar a una
conclusión, si no, a una respuesta.
El verbo ser tiene modos de expresarse, pues como ser, tiene la
necesidad de ser comunicado, o, en activo, de comunicarse. Algunos
sinónimos del ser, son pues: estar, existir, haber. Todos ellos, de acuerdo
con los lineamientos gramaticales, son acepciones del verbo ser en
diferentes formas de expresión. Sinonímicos en cuanto al lenguaje, no lo
son en el orden ontológico. Sin embargo, aunque expresen diferentes
estados del ser, es obvio que siempre tendrán ser. Es decir, son lo que
son porque son, y no puede ser de otra manera. El ser es ubicuo, está en
todo, porque todo es en cuanto que el ser es. El hecho de que algo sea no
lo hace ser igual al ser. Semejante, sí. Pero no igual. El ser es por sí mismo
lo que da ser a las cosas que son. Las cosas están, el ser es y por él,
están.
¿Qué es el verbo? El verbo es el núcleo del predicado. Es el tipo de
palabra que indica o expresa la acción, la existencia, los estados, etcétera.
Los verbos de por sí ya expresan oraciones impersonales, pero también,
en razón de sus accidentes gramaticales, pueden conformar oraciones
más complejas con muchos y distintos sentidos. El verbo es, quizá, la
palabra más elocuente. El predicado necesita del verbo, pero el verbo, ya
de por sí, es predicado en sí mismo. El verbo ser, como categoría
gramatical, puede ser expresado de varias formas, tales como: infinitivo,
que es la forma impersonal del verbo; el verbo auxiliar, que aporta
información extra como el tiempo, la voz, el número o el aspecto; y, por
último, el verbo intransitivo, éstos no necesitan complementos para tener
sentido pleno. Todo este aparataje gramatical que enmarcar el verbo,
muestra de manera segura la forma en la que el verbo es una de las
palabras que más puede decir.
Luego, hay sustantivos que se derivan de los verbos, porque
expresan acciones (deverbales). Lo curioso es que los verbos se pueden
sustantivar, es decir, se pueden decir en infinitivo (ser) con un artículo
que los sustantiva (el ser). Hay sustantivos derivados del verbo, cuya
terminación es sufija (miento, amiento, imiento.) El verbo infinitivo
fortalecer puede sustantivarse así: el fortalecer. Pero también hay
sustantivos derivados del verbo, como el fortalecimiento. ¡Ves qué abismo
tan incontenible! Y ésta es apenas la expresión de una realidad más
profunda e incognoscible.

[50]
Como puedes ver, la gramática es un sinfín de información que es
inabarcable por una persona. Es tanta la verdad que se necesitan
instituciones más grandes para estudiarla y enseñarla a la humanidad,
no tanto a las personas en particular, como si estas pudiesen aprenderla
a cabalidad. La gramática siempre será un bien para la humanidad, una
oportunidad que tiene la razón universal de enriquecerse en todos los
sentidos e idiomas posibles. Pero ¿tanto para expresar qué? ¿La
inconmensurabilidad del ser? Pues sí, pero también otras cosas. Lo cierto
es que lo que está más allá de lo que se oye es lo que realmente resuena,
en forma de eco, en la gramática y cualquier otra forma del lenguaje.
¿Puedes imaginar que la hermosa música, la belleza del lenguaje, la
poesía y todas las artes son así por algo más hermoso, más perfecto, más
inefable e inexpresable? ¿¡Cuán hermoso será entonces aquello que
subyace en toda esta hermosura!? Reverencio la exactitud y la precisión
del lenguaje, pero me encojo respetuoso y asombrado ante aquello que se
dice sin palabras.
Sin palabras se puede decir mucho más de lo que con ellas. Jesús
es el verbo (verbum, proveniente del Logos griego), según la reflexión
teológica de la fe cristiana, entendida a partir de las Sagradas Escrituras.
La palabra que todo lo hizo, la Palabra con la cual, el Padre Dios, todo lo
hizo y dispuso. Se entendió, después de la colación latina, que Jesús era
el verbo de Dios. Sin embargo, la traducción griega no habla de un verbo,
sino del Logos. El Logos posee el contenido teológico que encierra el verbo
latino, pero en los griegos es mucho más que simplemente un verbo. Los
latinos entenderán el logos como verbum, pero el verbo de Dios, su
Palabra no solo es eso, sino pensamiento. A través de la mente de Dios
es que se hace todo, pues su pensamiento es su mismo amor: Jesús. Un
amor más perfecto e inescrutable que cualquiera.
Logos griego, según Hegel, es la idea en sí, que es la profundidad
del espíritu que luego vendrá a manifestarse en la naturaleza, el ser en
otro y, finalmente retornará a sí mismo, el espíritu absoluto, o bien, Dios.
Así pues, lo que es viene del que es por sí mismo, Dios. Todo nuestro
origen se puede rastrear a través del lenguaje, pero sin él, todo sería más
perfecto, o bien, sin él, todo será más perfecto.
Retornando un poco la analogía musical que hice al principio del
capítulo, quiero que sepas que, en la escala musical, la sucesión de
sonidos diferenciada por los intervalos, contiene una riqueza
paradigmática en consideración con el lenguaje humano. Siendo la
música, en gran parte, una forma del lenguaje, ésta representa a modo
de analogía una realidad muy especial en cuanto a la esencia y exactitud
del lenguaje. Esa exactitud que lo limita y, debido a esto, lo vuelve
impreciso. La escala musical está compuesta por doce notas musicales
divididas por intervalos musicales: do, do#, re, re#, mi, fa, fa#, sol, sol#,
la, la#, si. Cada intervalo es divido por medio tono de distancia entre nota

[51]
y nota. Dos medios tono produce un tono completo. Do, re, mi, fa, sol, la,
si; son intervalos completos. De nota a nota se conoce el medio que hay
entre ellas, por ejemplo: se sabe que entre do y re está el do# o,
relativamente el reb. Pero no todos tienen un tono de distancia completo
que permita apreciar el medio tono de la mitad. De mi a fa, y de si a do
hay medio tono obligatorio de distancia. Así pues, no se conoce qué hay
en la mitad de ese medio tono de distancia. ¿Qué se escucha? ¿Por qué
es inaudible? Siendo este arte una especie de invención humana, la
respuesta no es del todo cierta en labios del errante hombre. Por lo tanto,
yo creo que es una metáfora de lo indecible, lo inefable. Una de tantas
ironías con las que la vida nos trata. Lo que está en la escala del ser y no
puede ser expresado de ninguna forma. ¿Algo inexpresable, inaudible?
Ciertamente, pero ¿qué?
No sería la única expresión inefable del ser. El reloj como expresión
del tiempo, no es un absoluto, sino, tan solo, una alegoría que sirve de
herramienta para el hombre. Pero que es, además, una realidad existente
y al mismo tiempo inexistente. Igual, el lenguaje es expresión de una
realidad más profunda y como todo, imperfectamente expresado. De este
modo, cabe preguntarnos por lo que hay más allá del silencio, lo que hay
más allá de lo aparentemente inexistente. Como en la música no se
escuchan sonidos que, por lógica, debiera de estar, así, tampoco en la
realidad se entiende el tiempo en cuanto tiempo, sino en cuanto al tiempo
relativo al hombre. Solo se entiende el tiempo en cuanto a lo que nos sirve
a los hombres como tiempo. Cuando el tiempo es estudiado a
profundidad, entonces se pueden apreciar las múltiples divergencias
entre una dicción y la otra: algunos dicen que existe, otros que no.
Algunos lo estudian como fenómeno, otros, solamente como concepto.
Debe de haber algo subyacente que lo hace ser tan importante sin ni
siquiera manifestarse por completo. Pues el tiempo, tanto como la
música, apenas se aprecia como un sutil, débil y vago reflejo de una
realidad inconmensurable, incognoscible por la razón humana. Esto
podría estar de acuerdo con Wittgenstein cuando dice que “los límites de
mi lenguaje son los límites de mi mundo.” Según Ludwing Wittgenstein
la filosofía será un análisis del lenguaje, pues la realidad misma será
aquella que se pueda describir con el lenguaje. Y de cierta manera
encuentra el límite del lenguaje, es decir, de la filosofía e incluso de la
metafísica, en los límites del mundo mismo. De cierta forma tiene razón,
pero no como absoluto, pues yo creo en lo subyacente e incognoscible,
pero en cuanto que incognoscible y subyacente. Un límite, sí, pero un
límite que puede ser aprehendido en la vida del mundo futuro: el Cielo
en el que creo, espero y amo.
¿Por qué con una sola palabra podemos referirnos a muchas cosas?
Y no hablo solamente de la sinonimia, sino de la cantidad de conceptos
que hay detrás de una palabra. En lógica esto se llama equívoco. Es
cuando una palabra puede ser entendida de muchas maneras. Por
[52]
ejemplo: perro. Está tu acepción de perro, la que me aplicas,
poéticamente, a mí. Y cuando te refieres al ser de Lío, o a un cuadrúpedo
mamífero y doméstico. Asimismo, un perro puede ser un tipo de comida
rápida. Esto afirma el hecho de que el lenguaje se limita en su ilimitación,
pues el ser de las cosas va más allá. Yendo mucho más allá de nuestra
hermosa lengua española, Nietzsche dice que “los diferentes lenguajes,
comparados unos con otros, ponen en evidencia que con las palabras
jamás se llega a la verdad ni a una expresión adecuada pues, en caso
contrario, no habría tantos lenguajes.” En esta frase de Nietzsche hay
que aclarar que para él no existe la verdad, ni moral, ni conceptual; ni
metafísica, ni experiencial. Todo es en cuanto que yo crea que es, por
reducir su filosofía a unas cuantas palabras vulgares e imprecisas. Por
lo tanto, deja patente el hecho de que la verdad sea un constructo, una
convención, no un absoluto, como creo yo y la metafísica clásica.
Evidentemente, yo no contemplo su intención en mi reflexión. La
cito para contradecirla, pues sus razones caen por su mismo peso. Él
necesita aducir al lenguaje, a las diferentes formas en que se expresa,
para llegar a la conclusión que sentencia la inexistencia de la verdad. Sin
embargo, el lenguaje trata de expresar verdades, pero nunca cumple con
su objeto a la perfección, pues la verdad está fuera de los límites del
lenguaje. La verdad se encuentra en el ser de las cosas y el lenguaje no
es el ser de las cosas, es solo una forma (por ejemplo, las palabras
Nietzscheanas, o mis palabras en cuanto al mismo tema) de expresar el
ser. Aun así, yo considero que el ser se expresa no en una única forma
de lenguaje, sino que es tan inabarcable que las agota todas sin
encumbrarse en la plenitud de su cometido. ¿Entonces en qué sí se
expresa el ser completamente? El ser no puede ser aprehendido por
entero. El ser siempre se escapará de nosotros, porque, aunque somos,
hay algo subyacente a lo que las cosas son que hace que ellas, nosotros
y todo sea. Sí, Dios. Y, aunque él se revela de muchas maneras, nunca
se podrá entender como cualquier concepto o información. Siempre será
algo que nos trascienda, algo que nos supere y, en definitiva, un don por
recibir.
A la vez que se trata de expresar muchas cosas relativas al ser,
también se cae en contradicciones. Y esto por la misma
desproporcionalidad que tiene el ser con nuestra manera de expresarlo y
referirlo. Quiero referirme a esta contradicción en que caemos al tratar
de expresar el ser de dos maneras: metafísica y retóricamente. El
oxímoron es una figura retórica que usa la contradicción como recurso
predicamental. Amparados por esta figura, puedo decir que el calor me
hiela la sangre, o que el silencio me dejó sordo, o que escuché el grito de
los mudos. Cuando tratados de expresar el ser de tantas maneras como
hemos leído en este capítulo, caemos, fatídicamente, en muchas
contradicciones ineludibles. Y en la vida, lo real, se ven expresadas estas
mismas contradicciones, igual, como una ironía del ser que se expresa a
[53]
medias e imperfectamente. Su ironía estriba en recordarnos nuestra
finitud, nuestra miseria, lo poco que somos en comparación con lo
inefable, sublime, eterno e imperecedero. ¿Hasta dónde el discurso
corresponde al ser de las cosas en cuanto que son? El lenguaje es,
entonces, precisamente, una imprecisión. El radiante esplendor de esta
verdad se ve patentemente cuando el lenguaje, en todas sus formas,
comienza a contradecirse al momento de referirse al ser de las cosas.
Luego, en la poesía encuentra la manera de emanciparse de la regla y el
rigorismo de la misma. Se deslinda de su verticalidad y se precipita sobre
la belleza de las palabras para expresar verdades que van más allá de la
lógica, incluso hasta llegar a la contradicción. Una contradicción
ciertamente desde el lenguaje estrecho y amparado por la lógica, pero no
una en cuanto que la verdad del ser. Es decir, es y no es contradicción,
luego, depende de la subjetividad de quien se ve golpeado por la
contradicción del ser. Incluso, la ortografía no es lo esencial, pero
perfecciona la emisión del mensaje. Una mala pronunciación no es
esencial, pero hace más perfectamente entendible el mensaje y dar a
entender el mensaje, aquello que se quiera transmitir, sí es lo esencial,
esa es la naturaleza del lenguaje.
Tanto la música como la poesía son las formas, a mi parecer, más
perfectas de vivir esta contradicción, una débil expresión del ser a través
de sus multiformes ironías de recordarnos lo poco, lo efímeros, lo pobres
que somos. Sé, y confío, en que después de que todo este derrotero de
extensión corpórea se corroa y pierda en el tiempo y el espacio
marchitados, se me dará el conocer las cosas que pregunto aquí en la
Tierra a través de la reflexión y la religión. A través de la música y la
poesía. Yo sé que el cielo es un poema, yo sé que el cielo es una hermosa
e inefable composición. Porque Dios es un artista: es un poeta, es un
compositor.
Del lenguaje he sabido servirme en todas las formas posibles por
mi entendimiento. Pero ha sido más lo que el lenguaje me ha dado, que
lo que yo he explotado en él. De tantas expresiones que he escuchado, de
tanta grandilocuencia y tratados que de él dimanan, lo que más me
enternecerá escuchar en labios ajenos son tus expresiones. ¡Tantas
expresiones como tienes, cuando las escucho en los otros, me hacen
siempre recordarte! El: “¡cómo le parece!”, por ejemplo. Cuando alguien
quiere decirme algo suyo y usa esta expresión yo siempre sonrío, y
engaño con mi sonrisa a quien me emite su mensaje. Pues él pensará
siempre que sonrío por su historia, pero en realidad estoy sonriendo
siempre por tu recuerdo en mi imaginación. Asimismo, tu “Dios mío
santísimo sacramentado” cuando te desespero, es una expresión que, si
bien no la usan mucho las personas, cada que estoy inmerso en mis
oraciones y algún fragmento vagamente alude a ella, pierdo la
concentración y me redirijo enteramente a ti. Porque sí, con tus
nimiedades has ido, poco a poco, impactando en mi vida. Porque tú eres
[54]
donde encuentro la expresión pura del ser. Más allá del poema, del
lenguaje en todas sus formas, de la música, de las palabras más
hermosas y los escritos más conmovedores, más allá de todo esto eres tú
y la luz de tus ojos, tu belleza sustantivada, tu ser sustantivado, tu
entidad sustantivada, tu todo sustantivo, lo que significa mi vida. Todo
este discurso no importa si no eres tú conmigo. No vale la pena el esfuerzo
de escribir tanto y tan bellamente, si no eres.

[55]
CAPÍTULO IV
LOS TRASCENDENTALES: VIVA FORMA EN QUE TE ENTIENDO

La metafísica encarnada está perfectamente dada en tu belleza.


Parece contradictorio para quien entiende la belleza como cualquier otro
concepto, mas para mí, que la entiendo solo desde ti, pues de ninguna
manera entiendo la belleza sin salir de ti, comprendo mucho más de ella
que cualquiera que no te conozca como yo. La belleza, en parte, puede
ser pensada, para luego ser contemplada. Sin embargo, la belleza toma
carne para manifestarse. ¡Bendita la carne que tomó en ti para darse a
entender! También asume muchas y diversas formas materiales, pero
ninguna forma material es proporcional a la encarnación metafísica que
la belleza asumió en ti. A veces, y con razón, me absorbe en
ambigüedades tu belleza, pues no logro dilucidar si se trata de ti o de la
belleza en ti. ¿La belleza es, o eres la belleza?
Muchos autores, como Kant, Ortega y Gasset, Gilbert, etcétera,
quisieron para la metafísica una transformación en su comprensión. Para
ellos y muchos otros, la metafísica se quedaba suspensa en el aire. Era
un reducto de conceptos muy interesantes, entreverados, de difícil
aprehensión y un riguroso y asiduo estudio. Sin embargo, no se veía en
ningún lado su aplicación inmediata, ¡o mediata, pero que se aplicara era
lo que se imploraba! No se manifestaba en la vida de las personas de
ninguna manera, y así, la reflexión era infértil. ¿Para qué reflexionar en
algo que no incide de ninguna manera en mi vida? Bueno, hablando muy
abiertamente, la reflexión es importante cuando me conduce en lo
personal y más importante, de ningún otro modo la meditación de las
cosas tendrá sentido alguno. La vastedad del pensamiento con relación
al ser es supremamente importante y elaborada; la pregunta por lo real,
lo verdadero, lo bello, lo bueno; la acepción de categorías, formas,
conceptos; la elaboración de gruesos y voluminosos tratados, libros
empolvados con los años y muchas vidas dedicadas a estas reflexiones,
son nada si no se permea la vida de lo estudiado. Si se estudia por nada
más que estudiar, no porque en realidad sea una necesidad a la que se
le deba invertir, ¿entonces para qué estudiarla después de constatar su
ineficacia y su desarticulación con la vida experiencial? ¿Para qué invertir
tiempo y esfuerzo en lo que no sirve para nada?
Kant a través de su criticismo filosófico propuso una forma de
“aterrizar” la filosofía metafísica. Elaboró la Crítica a la razón práctica,
donde plasma de modo pragmático el sentido de sus reflexiones
racionales. Es decir, él se percató de la infertilidad del pensamiento si no
se aplicaba a la vida misma y propuso otra reflexión que condujera a la
acción en virtud de aquello que ya había pensado en su anterior obra,
Crítica a la razón pura. Similar es la postura de Ortega y Gasset con su
famosa “circunstancia”, una doctrina filosófica que procura que la

[56]
reflexión se precie de considerar la circunstancia personal como fruto y
causante del mismo pensamiento. Pensamos en la medida en que somos
en un lugar, en un tiempo y en un contexto, en suma, pensamos de
acuerdo a nuestras circunstancias. Por último, Gilbert propone un
esquema sintético, pero sin dejar de ser interesante y riquísimo, que
sistematiza a la filosofía metafísica a partir de la meta-antropología. Es
decir, la metafísica aplicada a lo humano, los estándares humanos, las
circunstancias humanas, las necesidades humanas, todo lo humano.
Todas estas reflexiones son lo que yo considero lo más correcto en el
pensamiento. Pero sabes, a mí ninguno de ellos logró convencerme tanto
de estas cosas como tú. ¡Espera que ya te explico!
La metafísica es el tratado, a mi modo de ver, más importante de
todos los tratados. Su riqueza es inagotable, además, está permeada por
las demás reflexiones filosóficas, todas ellas muy importantes. Yo quiero
en este capítulo regalarte un pequeño tratado aplicado a tu vida, ¡solo y
únicamente en tu vida! De todas formas, ya estoy cansado de que te
olvides de los trascendentales del ser. Y me río, porque cada que te los
pregunto, que no son pocas esas veces, no te acuerdas. Te ríes, maliciosa
como siempre, y dices que sí te los sabes, pero que no te acuerdas.
¿¡Cómo!?, no lo sé. Pero que sí te acuerdas. Ahora, teniéndolos ya escritos
y, además, bien explicados, no creo que se te olviden jamás, o al menos
eso espero. Y óyeme, que nadie, querida mía, nadie tiene la metafísica
aplicada de esta manera como yo la aplico en ti, ¡nadie excepto tú!
Siempre, mi amor, siempre, tú siempre serás mi excepción.
Hasta el momento has apreciado la manera de citar autores que
utilizo. He tratado de no ser tan riguroso en lo académico, pues no es el
objeto de este libro. Así que, si quieres consultar, para este pequeño
tratado de metafísica, usé los Fundamentos de filosofía de Millán Puelles.
Si no cito páginas, fechas, editoriales y ciudades, es porque no quiero, no
porque no pueda hacerlo. Además, esta obra no es comercial y justifica
el poco rigor que, sin embargo, no opaca el esfuerzo y el trabajo. Además,
estoy completamente seguro de que citaría en balde, porque por más que
aluda con concreción a los textos, tú no te redirigirás a ellos. ¿Por qué
estoy tan seguro? Porque tú no eres un académico, ¡muy inteligente, sí!,
pero no eres un académico. Y te lo advertí en el preámbulo, que no quería
que leyeras este libro “como un frío racionalista”, sino con amor, conmigo
y mi voz en tu pensamiento.
Así que, si de pronto me equivoco y quieres los textos, ¡no sé por
qué los querrías!, me los puedes pedir que yo, con mucho gusto, no te los
daré. ¡Para eso me tienes a mí! ¡Qué celos me daría que leyeras en otros
lo que encuentras en mí! ¡Va y te enamoras de ellos y, ¿con qué me quedo
yo?! Así pues, no te detengas en rigorismos intelectuales, no repares con
criticismo exagerado en mis consideraciones metafísicas, perdona mis
absurdos y dime luego si acaso no te gustan.

[57]
El ser (esse)
En metafísica existe la manera de abordar el ser más explícita y
concretamente, esto a través de la ontología. Este argumento trata de
desentrañar el ser de sus misterios. Sin embargo, ¿cómo desentrañar
algo tan absolutamente entrañable? El ser se manifiesta profundo en su
vastedad, pero de manera modesta, mientras que la totalidad de su
misterio se encuentra oculto en los abismos de la incomprensión y la
imposibilidad. El ser es como tú, misterioso, solapado, arisco, ambiguo,
hermoso. En su incognoscible esencia, no es absoluto, sino relativamente
abierto; se burla de la sabiduría, mientras es dadivoso con la ignorancia.
Al ser lo comprenden mejor los necios que los sensatos. No es que el ser
se escabulla de la intelección, sino que se abre a la razón como misterio,
tal cual tú haces conmigo. Te me presentas de una forma, pero esa forma
en que te me presentas no es la totalidad de cuanto eres, sino tan solo
un atisbo que me es permitido contemplar.
Además, contemplar no es aprehender, sino asirse a lo
contemplado. Yo me aferro a ti como me aferro al ser, porque sin ti, no
soy lo que soy, como sin el ser, no soy. ¿Qué es más importantes para mí
ahora que te he pseudoconocido? Pseudo: falso, ¿¡pero por qué falso!?
Porque nunca podré conocerte plenamente, si no eres tú quien te revelas.
Vanos son, pues, mis ímpetus intelectuales, vanos mil libros, vanas mis
letras y elucubraciones, pues tu misterio solo puede ser arcano, en tanto
que tú quieras sea arcano; solo puede ser saber absoluto, en tanto que
tú quieras sea saber absoluto. Así, cualquier cosa que yo predique de ti,
será siempre falsa en tanto que tú no me la hayas enseñado. Por eso, Luz
de mi Vida, ¡por eso debes enseñárteme! No me condenes a la oscuridad
de la ignorancia, que quiero saberte más que nada.
El ser es el concepto más genérico y abstracto que la mente
humana y la razón universal, a mi juicio y el de muchos, ha dado alguna
vez. ¿Qué puedes pensar que tenga la amplitud del ser? En todas las
oraciones está implícito, si no explícito, porque todo es, si no, no es nada,
o mejor, es nada. ¿Ves? Hasta para negar el ser hay que decir que es.
Decir que el ser no es, es decir que es nada, lo contrario de algo. No
obstante, sigue habiendo ser, incluso para negarlo.
Pero, ¿qué es lo universal? ¿Cuándo has visto tú lo universal?
Sabes que hay un Iván, y yo sé que hay una Luz de Vida. Pero, ¿y lo Iván,
la Luz de Vida? Sabemos que hay hechos de amor, ¿pero y el amor?
¿Dónde está el amor, el ser, el hombre? Hay actos de amor, cosas que
son y hombres. Particulares, no universales. Sabemos esto, pero no
sabemos esto otro. No sabemos lo universal, porque lo universal está en
las entrañas del misterio. No porque no exista, o no sea, sino porque es
y existe en una medida mistagógica, y solo podemos apenas entrever el
albor y vestigio de la vastedad de su universo. Ilústrame, Luz mía.

[58]
El ente (ens)
Con modestia expuse en el tercer capítulo mi filosofía del lenguaje,
en donde expuse al ente a tu inquieta inteligencia como un problema
metafísico y lingüístico. No obstante, sé que no tuve la claridad deseada,
pues la cuestión no era metafísica totalmente, sino gramatical, como
metáfora de otra realidad metafísica más profunda que el solo análisis de
estos trascendentales: la inefabilidad del ser. En la medida en que
escribo, he identificado otra dialéctica que uso mucho en mis
meditaciones, además de la escalera inmanente y trascendente, y es la
filosofía metafórica. He entendido realidades más profundas a través de
las metáforas y las alegorías, conduciendo mis pensamientos por los
derroteros del saber análogo. Así fue como te expuse la inefabilidad del
ser, a partir de ejemplos lingüísticos, ¿te acuerdas? En efecto, entendiste
a qué me refería con mis alegorías y metáforas, pero ahora quiero
transmitirte de manera resuelta qué es el ente y por qué es tan
importante en esta reflexión respecto a ti.
El ente es todo aquello que tiene ser. Mejor, el ser asume una
forma que le permita expresarse, forma que se apellidará “ente”, pues su
nombre siempre será “ser”. Hablar de ente es hablar de ser, mientras que
para hablar de ser no es estrictamente necesario hablar de ente. El ser
ya es un concepto puro en sí mismo, mientras que el ente es tan solo la
expresión más exacta, a nuestra subjetividad, del ser. Lo ente es todo lo
que es, y cuando digo todo, es todo: los objetos, las personas, el universo.
Por el ente existen los demás conceptos. ¿Dónde has visto redondo,
cuadrado, amarillo, hermoso? Has visto, y lo sé, objetos redondos,
cuadrados, amarillos y hermosos. Pero nunca verás un adjetivo sin
sujeto, ni un sustantivo que no sea ente, sin un ente que lo contenga. Lo
ente le permite la existencia a muchos otros entes que son solo en la
medida del ente prístino; su génesis se remonta hasta el ente original, lo
ya dado por el ser. El depósito del ser, el ente, es, a su vez, depósito de
otros entes que solo son en la medida en que el ente es, tal cual el ente
es en la medida en que el ser le hace ser.
Yo que soy ente con mi particular esencia: mis accidentes, que son
entes por el prístino ente que soy yo, somos solo en cuanto tú eres. Es
decir, yo soy solo porque tú eres, pues Iván es escritor solo en la medida
en que te escribe. Si yo no soy para ti, no solo no seré para nadie, sino
que no seré lo que soy, no seré. Ahora, no dejaré de existir, solo dejaré de
ser en la medida en que soy ahora, en razón de ti. Pasaré a ser otra cosa
sin ti, algo distinto, pero no el ente que soy ahora. Es como si mi
indivisión se afectara radicalmente por la falta tuya. No solo me diluiría
en la nada de la existencia, sino que me transformaría en “otro qué” de
la nada, pero sin ti. Ya no sería Iván el poeta, loco y escritor, sino Iván. E
Iván sin ti no es lo que quiere ser.
[59]
La cosa (res)
Tú, como todos, has usado el término cosa para referirte a infinidad
de objetos. Hay personas sensibles que consideran “las cosas” como algo
sin valor absoluto, tanto así que se ofenden al ser consideradas como lo
que son, cosas. Ellas consideran que no son cosas, sino “algo más allá”,
personas. Ciertamente, son personas, pero, para decepción suya,
también son cosa. Claro que no son “cualquier cosa”, mas sí son una
cosa en específico, pues la cosa es aquello que tiene ser y tiene esencia.
La esencia es lo que tiene substancia y tiene accidentes, es decir, es algo
que tiene características. Tú eres una esencia porque tienes substancia
de persona y características que te diferencian, ¡sobremanera y
esplendorosamente!, de las otras personas. Cada persona es una esencia
que es. Es decir, es y, a la vez que es, es una substancia con accidentes
concretos que hacen que tenga esencia. En definitiva, todo lo que es, tiene
una forma concreta de ser que adopta para manifestarse; para esto
asume una substancia, es decir, un depósito de su ser, el cual, por el
hecho de ser, adquiere connotaciones y caracteres específicos que le
definen. La cosa en sí no es un trascendental, pero sí está estrechamente
relacionado con el ente, por el que los trascendentales son. Hablar de
cosa es hablar de todo y es por esto que el ente y la cosa son sinónimos,
pues el ente es lo que tiene ser y la cosa es aquello que tiene ser. La única
diferencia es que la cosa es un ente en específico, tanto así que para
hablar de una cosa hay que señalar la cosa de la que se habla, si no, se
estaría hablando de cualquier cosa, y, por ende, de nada. Por en cambio,
el ente es todo aquello que posee trascendentales, es decir, posee
atributos que son solo en cuanto al ente y que no pueden ser sin el ente.
Si decimos “cosa”, estamos diciendo, implícitamente, “ente”, por esto son
sinónimos. La cosa tiene trascendentales en cuanto que es sinónimo del
ente. Es por esto que me importan tanto tus cosas, esas a las que tú no
le prestas tanta importancia. Yo veo en tus cosas un atributo importante,
que, a la larga, tendrá una incidencia considerable en tu vida. ¡Hay tantas
cosas en ti que no sabes todavía, y que yo he podido ver como valiosas,
que me impresiona el hecho de que tú no te preocupes de ellas! O, bueno,
al menos eso tratas de hacerme entender. Así, al referirme a tus cosas,
te has quedado sin saber a qué cosas me refiero. Asimismo, es la
diferencia entre el ente y la cosa: la cosa es todo lo ente, mas ente, es una
cosa en específico. No obstante, yo sí tengo claridad a qué cosas me
refiero en ti, y sé que tú, por más que trates que no, también sabes a qué
me refiero. Sí, a eso que tanto me privas de saber. Yo hago ente eso que
tú haces cosa. Tratas de cosificar lo ente que hay en ti, como si se pudiera
aludir a tus cosas como algo inespecífico, pero no, yo me refiero a tus
cosas como algo específico, como ente y tú eso no lo podrás reducir de
ningún modo.

[60]
Lo uno (unum)
Ahora, respecto a la entidad, habrá que decir que el ente es
indiviso. Es decir, el ente es uno y nada más que uno, o bien, no se puede
dividir en razón de ser entidad. Su unidad estriba en su indivisión. Si yo
te parto a la mitad, dejarás de ser tú misma y tu cuerpo pasará a ser dos
entes, cada uno indiviso. O mejor, nada que sea ente puede dividirse,
pues el hecho de dividirse, es crear una nueva indivisión. No habrán,
pues, dos tú, sino que serán dos partes diferentes y, por tanto, indivisas
intrínsecamente. La mitad de tu tronco será una y la otra mitad será otra,
pero ya no serás tú. El dividirte será destruir tu entidad, es por eso que
el ente es indiviso, pues nada puede ser dos veces. No se puede partir
una piedra en dos y esperar que esta piedra partida siga siendo el mismo
ente. Será, pues, dos entes distintos, habiendo dejado de ser aquello que
era. En resumidas palabras, lo uno es absolutamente indivisible.
Discúlpame si me excedo en mis discursos y son difíciles de entender.
Si ya eres única por naturaleza metafísica, lo eres también como
excepción de esa misma naturaleza que te abarca entera. No eres solo
única en cuanto a ti y en cuanto a tu entidad, sino en cuanto a mí y mi
entidad. Para mí eres única, en razón de mi comprensión de tu vida en
mi vida. Además, el amor, que es la excepción de toda excepción, es
aquello que unifica los seres. ¡Lo sublime, lo inefable, lo fantástico, lo
maravilloso del amor es que quiebra toda verticalidad, todo esquema y
supera todo cuanto parece insuperable!
Nuestra indivisión entitativa deja de ser en cuanto nos amamos,
pues dos, que son uno en cuanto a su entidad, dejan de ser uno en sí y
pasan a ser uno para sí en el otro, o bien, ser para el otro. Es decir,
dejamos de ser Iván y Luz de Vida, y pasamos a ser una sola entidad: dos
que se aman, un solo ser. La fuerza del amor es transformadora; la
metamorfosis sufrida por un ser a raíz del amor, es la más fuerte e
inexorable que existe, porque, en contra de toda ley y lógica racional, el
amor, excelso cual ninguna otra cosa, supera todo límite y posibilidad.
Eso sí, todo en cuanto se ame. No se alcanza tal plenitud con
cualquiera, sino solo con quien es consciente de esto y ama. En la medida
en que se ame, y en la medida en que se es consciente, en esa misma
medida es que se fragua y condensa el ser del otro para el otro, el ser en
sí, para el otro. Es, por decirlo de algún modo, la reciprocidad ontológica
del amor. El mediocre, es el que no puede ser para sí totalmente, sino a
medias. En este mismo sentido amará. No podrá de ninguna manera
amar con tanta intensidad como el auténticamente uno, porque no
conocerá unidad que quiera representar, o mejor, transformar en el otro
que ama. Quien ama desmedidamente, es quien ama en la medida del
ser que, por ser sí mismo, es desmedido. Pero quien ama con reservas de
sí mismo, es decir, sin darse totalmente, no podrá darse como se da el
ser: ¡de una! Es unidad y para eso mismo, ser uno en el otro que se ama.
[61]
Lo algo (aliquid)
Sabemos por lógica y experiencia que el ser es. No obstante, de la
misma manera que podemos afirmar que el ser es, también podemos
hacer su correspondiente negación y decir que el ser no es. Sin embargo,
estaríamos dándole virtud ontológica a la negación, es decir, el no ser, es.
Si el no es, lo negativo existe, y negarlo sería, a la vez, afirmarlo. Decir
pues, que la nada no es, es decir que la nada es en tanto que no es. Hay
quienes dicen que la nada, nada es. ¿Pero qué quieren decir realmente?
Si la nada nada es, ¿por qué tiene que relacionarse estrechamente con el
ser? El ser parece figurar, entonces, un abismo espiral que retorna
eternamente en las mismas precisiones. Nadie, por mucho que trate,
puede lograr salirse del ser, ¡ni siquiera la muerte sostiene el no ser! ¡Ni
la inexistencia! Las cosas existen en tanto que son, pero dejar de existir
no es estrictamente dejar de ser. El ser es eterno, y como eterno existe,
pero también existe como inexistente.
Lo algo es aquello que establece taxativamente que la nada no es,
sin tener que mencionar lo ser directamente. Es decir, lo contrapuesto a
la nada, es lo algo. No tendríamos que negar al ser para afirmar la nada,
sino que, afirmando al ser, estaríamos omitiendo la nada sin tener que
mencionarla. Así, no tendríamos el problema ontológico de la negación,
que indirectamente hace ser lo que pretende negar.
La raíz etimológica de la palabra algo proviene de dos voces latinas:
aliud y quid y su equivalente hispánico es “otro qué”. Así pues, lo algo es
lo otro qué respecto a la nada; Puelles dirá que es “una excepción a la
nada”, con lo que quiere dar a entender que la nada no es cuando es el
algo y, cuando no hay algo, hay nada. Todo es y no hay algo fuera del ser,
por eso es que la nada no es, no en tanto que nada, sino en tanto que
algo. Si algo es, nada es. Si algo no es, es nada. La nada es impensable,
porque no es y solo podemos pensar, a duras penas, lo que es. Las
concepciones metafísicas son extenuantes, pero valiosas para el ejercicio
mental. Además, nos ayudan a enredar sin mayores esfuerzos, y a no
dejarnos enredar, sin mayores esfuerzos.
¿Ves cómo embellezco mis absurdos? Me he sentado prolongadas
horas a escribir todo esto y a fuerza de café, obstinación y amor he
logrado dar belleza a palabras tan precisamente imprecisas como éstas.
Tú te quejas de mis contradicciones, cuando son éstas las que más te
han ensalzado. Te quejas de mis absurdos, mis locuras, mis
contradicciones, como si esos no hubiesen sido responsables de todo
entre nosotros. ¿Cuándo no hay algo, amor mío? Si no hay algo entre
nosotros, es porque hay nada. Decir que no hay nada, es decir que hay
algo. No trates, ¡jamás!, de negarme, de negarnos. Es vano e inútil tratar
de negarme a mí en tu vida, pues negarme es afirmarme cada vez más y
afirmarme es trascendernos y, estoy seguro, ni lo uno ni lo otro quieres.

[62]
La verdad (verum)
En realidad, si queremos aplicarlo al ente, tendría que enunciarse
como “lo verdadero”, pues sería la verdad en el ente, no la verdad como
ente que, como ya sabes, no puede ser, al menos en términos estrictos.
Sin embargo, quise escribirlo así, para darle más connotación a la idea
de verdad por sí misma que por el ente en cuestión, pues la verdad en
cuanto tal, no solo es un trascendental, sino también un concepto que
puede ser o no ser por sí mismo. Es decir, se puede negar en cuanto tal
como imposibilidad universal, o se puede afirmar, pero solo como
realidad particular, o bien, la verdad no existe, pero sí lo verdadero. Sin
embargo, yo considero que la verdad sí existe en cuanto tal, o sea, la
verdad es. La verdad es un concepto universal, es como el amor, la
humanidad, que son conceptos universales por sí mismos, pero que
necesitan, para ser aprehendidos en su totalidad, de particularidades en
donde se vean plasmados. Aun así, la verdad puede ser sujeto de reflexión
pura, o de solo conceptos abstractos que, si bien son contrarios al
espíritu de este capítulo, que busca “aterrizar” la metafísica a tu vida
personal, puede ser una posibilidad hermosa para predicar al respecto
de la manera más bella.
Como fuese, y antes de profundizar en el concepto de verdad,
quiero dejar en claro en qué consiste lo verdadero en el ente. “Verdadero
es lo que es”, según San Agustín de Hipona. Por lo tanto, lo verdadero
siempre provendrá del ser, manifestado en un ente y en una cosa del ente
particular. Es decir, todo, absolutamente todo lo que es, es verdadero, al
mismo tiempo que es constituido por todos los trascendentales al
unísono. Además, según Santo Tomás de Aquino, “…lo verdadero designa
aquello a lo que tiende el entendimiento.” En suma, lo verdadero es aquel
trascendental del ser que hace asequible al entendimiento el ser mismo.
A través de su veracidad, es que el ser puede ser inteligible para los seres
de razón. De lo contrario, el ser sería, o bien incognoscible, o bien, no
sería, al menos para nosotros, los seres de razón.
El ser siempre será verdadero, pues puede ser aprendido, o
entendido, o bien, ser sujeto de la intelección. Es por eso que no se puede
decir que algo sea falso, pues todo lo ente es verdadero en tanto que ente,
en razón de que puede ser comprendido por la razón. ¡Ojo!, esto en cuanto
al ente, ya el discurso es otra cosa muy distinta: conceptos. En los
conceptos sucede de manera distinta, pues los conceptos pueden ser
verdad o mentira, mientras que lo que es, no, pues siempre ha de ser
verdadero. En definitiva, el ente es inteligible, por ende, verdadero. Los
conceptos, a la vez que son inteligibles, pueden ser verdaderos o falsos.
Hay algunos filósofos, como Platón y toda la corriente idealista, que les
han dado existencia real a los conceptos. Es decir, para ellos los
conceptos universales son en tanto que conceptos: el mundo de las ideas
es un mundo que da origen al resto del universo perceptible.

[63]
Así dichas las cosas, si la verdad está en el orden trascendental que
proviene y se dirige, inversamente proporcional, al ser mismo, ¿a qué
orden pertenece la mentira, o lo falso? Lógicamente, pertenecerá al orden
del discurso, o bien, a la retórica. La retórica es el arte de convencer,
seducir o persuadir. Las palabras se revisten de una aparente belleza que
no necesita de verdad alguna para “ser”, y a partir de estos conceptos
trata de conseguir su objetivo. A este orden, el retórico, pertenece la
mentira, no al orden trascendental que es, por antonomasia, el más puro.
Es cierto, pues, que la verdad está a merced de la razón, o bien, la
razón busca sin cansancio a la verdad, ¡pero es que me han mentido
tantas veces sin razón, que ahora no puedo imaginar una razón que, en
verdad, no sea una mentira! ¿Cómo, pues, creo ahora en las razones de
los hombres, si han sido tan mentirosos? Han de ser razones ciertas para
creerlas, pero ya ni lo uno ni lo otro goza de crédito. Sí, ya no encuentro
una razón en que me confíe, ya no creo en palabra que se me diga, sea
cual sea el contexto. Y este mal no es sufrido solo por mí, sino por muchos
otros escépticos que, al igual que yo, padecen estos males.
Además, me frustro cuando quiero expresar mis propias razones
que, de por sí, ya son verdaderas. Si no lo fueran, ¿cómo me indignaría,
entonces, de la mentira de los otros? ¿Por qué cuando digo una mentira
en un aparente perjuicio propio se me cree casi que instantáneamente,
pero cuando digo una verdad en beneficio propio se asume como
mentira? Si la verdad es a la vez buena y bella, ¿por qué se suprimen
estas otras realidades inalienables? A veces, la mentira se reviste de
belleza, pero es que esta belleza no es belleza, es tan solo ilusión de
belleza. Y este revestimiento es el fracaso de muchos seres. Pruébalo tú
misma. Si te preguntan si robaste el dinero y dices que no, dudarán y te
lo preguntarán de nuevo, aunque no lo hubieras hecho. Pero si, sin
haberlo hecho, dices que sí lo hiciste, te creerán de inmediato. ¿Por qué
se cree más fácil lo falso y dañino que lo verdadero y bueno?
La mentira no es dañina en todos los sentidos, pues la casuística
recomienda mentir para evitar males más grandes que la mentira misma,
por ejemplo, un asesinato. Sin embargo, hay otra forma de mentir sin
mentir realmente, a través del arte. Evey Hammound citando a su padre
en V de venganza, dice que “los artistas recurrían a la mentira para decir
la verdad y los políticos para encubrirla.” Mentira, entiéndase aquí en un
contexto de fantasía, más que de maldad. La poesía, el arte, es ilusión
que expresa verdades más profundas que lo aparentemente cierto. Yo no
miento cuando te escribo, Luz de mi Vida, y aunque sé que profesas la
sentencia sálmica que dice “los hombres son unos mentirosos” (Salmo
116, 11), sé que en mí crees cada palabra.

[64]
La verdad, además de concepto y trascendental del ser, es también
una necesidad humana. Los hombres buscan la verdad, como buscan
aquello que los hace vivir. Nadie, absolutamente nada, originalmente,
quiere vivir engañado. Que los hayan engañado, amen su engaño y no
quieran salir de él, es producto de su concepción del engaño como verdad,
no como un reconocimiento de la falsedad en cuanto tal y aceptación de
la misma.
Es por esto que sabiamente dijo Muriel Stacy en Anne with an E:
“las personas creen lo que quieren a pesar de la verdad.” Todos quieren
saber, y saber es querer saber la verdad. La razón hace parte de la
naturaleza humana, es por esto que saber es natural. Hay quienes
poseen la razón en diferentes grados, como todo en la vida. Unos saben
más que otros, otros están más en verdad que en otros, pero siempre
estarán ordenados a la verdad por su condición de entes e
intelectivamente inquietos. Sin embargo, y como dijo Cassandra
Pressman en The Society, “ser inteligente y saber la verdad no es lo
mismo. Todo tiene un porqué, hay respuestas.” Con lo cual, el hecho de
poder conocer la verdad, no garantiza su saber, mas sí lo dispone como
posibilidad. De cualquier forma, no trato de profundizar en esta cuestión
de manera que me aleje de mis consideraciones para ti. Solo quiero decir
que la verdad es una coyuntura importante en lo referente al ser y su
intelección.
Dostoievski escribe que “nada es verdad”; esta frase está
incompleta, pues el verso que le sigue es omitido por mi pluma, con el
objeto de citarla más adelante, cuando aborde el trascendental “bien”.
Pues este autor fue muy sagaz al negar ambas realidades en una sola
voz, como quien sostiene una autoridad ulterior a la tradición escolástica.
Sin embargo, quise abordar la primera fórmula, en donde niega
taxativamente la verdad relacionándola con la nada. Y creo debemos
repasar la cuestión de la nada respecto al ser y la verdad respecto al ser
y la nada, pues, siendo un tema tan complejo, ayuda a entender mucho
mejor la cuestión en tanto que es de difícil comprensión, pero no
imposible de entender.
Si decimos que la nada es, estamos diciendo que la nada es algo,
pero la nada, nada es. Así, habría que decir “algo”, para no tener que
mencionar la nada, pues mencionarla es ya darle existencia a algo que
se trata de negar. La nada, nada es. La nada, no es nada. En ambos casos
estamos diciendo que es algo, mientras que, si decimos simplemente que
“algo es”, estamos diciendo, implícitamente, que la nada es, pero sin tener
que mencionarla. Decir que nada es verdad, es decir que la nada es, pues
corresponde al ser negativo de la verdad, y esto no tendría consecuencias
lógicas y ontológicas. Así que, la nada sí es en tanto que nada, pero solo
si se omite su dicción en tanto que “algo”, lo otro qué respecto a la nada.
La verdad es en tanto que el ser, siempre, e indiscutidamente, pues

[65]
relacionarla con la nada, es negar la verdad que, por lógica, es con el ser,
no con la nada. Son palabras mayores, pero que no dejan de ser
cuestiones admirablemente problemáticas.
Alfred North Whitehead dirá que “no hay verdades absolutas; todas
las verdades son medias verdades. El mal surge de quererlas tratar como
verdades absolutas.” Si relativizo todo, estaría absolutizando, de
cualquier manera. Nuestro espíritu es absoluto, por tanto, piensa
siempre en clave de eterno y absoluto, viendo en las cosas pálidas
alegorías, sombras y figuras de su ser. El ser no puede manifestarse
incompleto, pero tampoco nuestra intelección puede abarcarlo en su
amplitud. Es por esto que la verdad se nos muestra como media, pero no
porque ésta sea una mitad sola, sino porque es una mitad que se conoce,
de un todo que no se abarca, no porque no se dé, o no exista, sino porque
se esconde, no medroso, sino altivo. La verdad existe como absoluto,
objeto de la razón absoluta.
Desde la ontología, hasta la epistemología, será un tema que abrace
todos los sentidos posibles. El glorioso Nietzsche negó la verdad en
cuanto tal y la redujo a simples convenciones lingüísticas. Reprochó
incluso el haber del hombre respecto a la verdad como algo puro y
natural, diciendo: “…el revoloteo incesante alrededor de la llama de la
vanidad es hasta tal punto regla y ley, que apenas hay nada tan
inconcebible como el hecho de que haya podido surgir entre los hombres
una inclinación sincera y pura hacia la verdad.” Para él no existe
realmente una verdad qué entender, ¡no cree que haya verdad! Para él, la
verdad es en tanto que el hombre quiere que sea. En gran medida, esto
fue lo que te expuse como verdad en Nuestras Estaciones, pues te decía
que la verdad y la realidad tenían que ser para nosotros lo que son en sí.
Es decir, las verdades son en cuanto nosotros queremos que sean. Pese
a esto, quiero aclarar que, si bien se puede construir la verdad con base
en conceptos y complicadas reflexiones, nunca la verdad será tan
verdadera fuera del ser. Podrá ser, a lo sumo, una verdad en tanto que
convención, es decir, en tanto que otros se pongan de acuerdo en llamar
verdad aquello que convienen. Pero no será verdad en tanto que el ser,
que, en definitiva, es lo que es, y, por ende, además de cierto y verdadero,
es real, o bien, es la realidad. Así pues, el orden trascendental, busca
entrañar los conceptos a su prístino origen, el ser. En tanto más
verdadero sea algo, participará más del ser original, que puede ser
entendido como Dios, desde una perspectiva teísta. En el origen de todo
cuanto es, el ser supremo, Dios, se encuentra la suma verdad. De
acuerdo a la participación de algo en su esencia, es que algo será cada
vez más verdadero. Para mí todo lo nuestro es lo más real que existe,
pues corresponde, más que a un concepto del que nos hemos convencido,
a mi realidad entera. ¡No existo fuera de ti, amor mío!

[66]
El bien (bonum)
De la misma forma en que la razón está en busca perenne de la
verdad, así, la voluntad está en perenne búsqueda del bien. Del mismo
modo en que todo es verdadero en la medida en que es, así, todo es bueno
en la medida en que es. San Agustín interviene de nuevo diciendo que
“en la medida en que existimos somos buenos”, queriendo decir que el
acto de ser ya es bondadoso en sí mismo. Y luego, para continuar con
este espíritu escolástico y medieval, Santo Tomás decantará que “en
efecto, bien y ser, en la realidad, son una misma cosa, y únicamente son
distintos en nuestro entendimiento.” Con lo que queda estrechamente
relacionado con el ser, es más, de manera intrínseca y consubstancial al
ser mismo, su propiedad y sentido de ser; el ser es bueno. El ser, por el
acto de ser, es bueno, y por ser bueno, es apetecible, o bien, objeto de la
voluntad.
El mal surge inmediatamente como problema respecto al concepto
de bien, pues, ya lo dijo Justein Gaarder en El mundo de Sofía “el bien y
el mal constituyen dos hilos que atraviesan la historia de la humanidad.
Y a menudo se entrelazar.” ¿Qué figura como bien y qué figura como mal?
¿El mal tiene existencia ontológica, es decir, es en tanto que ente? ¿O
solamente es en tanto que no ente? ¿Te acuerdas de la negación del ser
a través del mismo ser? ¡Nada escapa al ser, porque todo es! Aun así, San
Agustín y muchos otros de esta misma bancada, han tratado de ilegitimar
al mal como existente, relegándolo a la inexistencia, haciéndolo mera
carencia de bien, más que abundancia de una substancia particular
llamada mal. Sin embargo, el discurso será una cosa, mas la realidad,
tan compleja y obtusa, será mucho más entreverada que lo que se pueda
predicar de ella.
Por tanto, el mal tiene cierto misterio, como todo lo realmente
sustancial, que no será penetrado por ningún mortal hasta ahora nacido.
Es indiscutible que el mal existe de alguna forma, aunque sea como solo
concepto, como realidad o como ente, que es el más improbable, pero,
¿por qué descartarlo como posibilidad? Yo sí considero al mal como una
substancia real, de forma mistagógica y con un impacto profundo en
todas las dimensiones humanas, e incluso, no humanas.
Desde el principio hemos tratado todos los conceptos de manera
genérica, es decir, tan amplios en sus sentidos, que nos son inabarcables
en su totalidad. Aun así, como dijo Peter Gay “aunque quizá sea difícil
vivir con generalizaciones, es inconcebible vivir sin ellas”. La prueba
irrefutable de que las generalizaciones son inabarcables, es preguntarle
a alguien por la definición de un concepto universal. Por ejemplo,
hermosura mía, ¿qué es el amor?, ¿qué la libertad?, ¿qué el bien? Su
amplitud se enuncia por sí misma, y por sí misma enajena al ser agente
que trata de definir aquello que lo supera y se le escapa cual ninguna
otra cosa. En este sentido, ninguno de los conceptos anteriormente
[67]
definidos, están realmente definidos. No por eso debemos dejar de
reflexionar a partir de ellos, si no, ¿para qué los hemos creado? Pues para
hablar de ellos, ¡para qué más, demonios!
Otro problema que deviene del bien y atraviesa a la voluntad de
manera ineludible, es la libertad. Si el bien es objeto de la voluntad,
¿cómo entender la participación de la libertad en la voluntad? Querida
mía, ¿tú eres libre en qué medida? Dostoievski, acuérdate de él, dice:
“nada es verdad; todo está permitido.” Es la equivocación del libertinaje
y el desorden. Esta frase de Dostoievski engloba los dos conceptos: bien
y verdad. No digamos que mal y mentira, pues su sentido negativo solo
existe en tanto que el positivo, como ya tanto te he insistido. ¿Puedes tú
relacionar la libertad con el hacer lo que se quiera? ¿Por qué no?, si la
libertad es ánimo de la voluntad y la voluntad perseguidora del bien. Sin
embargo, quien no tiene consciencia de bien, difícilmente la tendrá de
libertad, pues su voluntad estará inmersa en una ambigüedad
exacerbada y dañina.
Stork concibe una doctrina de la libertad afín a la circunstancia
natural y metafísica del hombre. Es consciente de lo ya predeterminado
en el hombre, pero también de su carácter libre y volitivo. Establece que
“ningún cautiverio, prisión o castigo es capaz de suprimir este nivel tan
profundo de libertad: se puede mantener una creencia, un deseo o un
amor en el interior del alma, aunque externamente se decrete su
abolición absoluta. (…) Ningún poder humano tiene capacidad ni
legitimidad para quebrantar esta libertad.” Porque la libertad va más allá
de simplemente hacer desmedidamente aquello que se quiera, o estar
privado de un elemento físico en concreto. La libertad es más
trascendental, pues busca lo más absoluto y plenamente bueno. Más allá
del querer fútil, como por ejemplo lo es el capricho y el vicio; la libertad
se centra en aquello que es excelente y absoluta bondad. ¡Ese es el deseo
más profundo del alma: el bien! Tú mi amor, tú eres mi bien, lo más
absoluto, mi más profundo deseo. ¿Qué podría anhelar más que a ti? Ya
lo tengo, no me hace falta nada que esté lejos de mi ambición, excepto
tú. Tan solo tú te ausentas de mis claustros y medidas, te vuelvas en el
olvido y la indiferencia y permaneces siempre ausente. Si me privaran de
la libertad, no sería tanto el dolor como que tú me privaras de ti misma.
Puedo estar encerrado entre cuatro paredes, pues pensaría, y el hecho de
pensar me liberaría de lo que me atan. Sin embargo, ¿en qué pensaría si
no en ti? No solo eres mi concepto, mi realidad y mi más profundo deseo,
sino que eres lo absoluto, lo todo en mi existir.
¿Quién te escogió, quién te eligió, quién te hizo objeto de mi amor?
Yo te escogí, pero te escogí por la fuerza que me atrajo a ti. Te escogí en
la libertad, pero una libertad que puede ser cuestionada en virtud de tu
fuerza y tentativa. ¿Cómo habré sido libre en mi deliberación si considero
el vigor de tu altivez y tu semblante? ¡Me obligaste y yo me dejé obligar!

[68]
Yo soy esclavo libre de tu amor, ¿recuerdas? He decidido
arrastrarme tras de ti, pues descubrí en la impresión de tu existencia, lo
único por lo que quería sufrir, lo único por lo que valía cualquier pena, si
se gozaba ya de tal bien como lo eres tú. ¿Qué otro bien hay tan superior
como amarte? Mi voluntad se rinde, se inclina y reverencia tu figura y tu
existencia, ¡mi voluntad no quiere desear nada más que a ti! ¿Es una
contradicción ser esclavo y libre? Para Jean-Paul Sartre, la libertad es
una condena, tal como lo expresa diciendo: “el hombre está condenado a
ser libre. Condenado, porque no se ha creado a sí mismo y, sin embargo,
por otro lado, libre, porque una vez arrojado al mundo es responsable de
todo lo que hace.” ¡Ves! No hay contradicción en querer ser esclavo libre
de tu amor. Ya soy obligatoriamente libre, pues ya he sido condenado.
Ahora soy voluntariamente esclavo, pues tú me has liberado, a la vez que
me has atado a ti. Y luego, si sufro ya por existir, vigorizo mis penas
haciéndome contigo sujeto de dolor, y así, ¡así sí vale cualquier pena el
sufrimiento, solo si es por ti! ¡Hazme sufrir, preciosa mía, que sufrir por
ti es más dichoso que alegrarse en cualquier cosa! Tanto eres bien que
hasta el sufrimiento es dicha si es por ti.
En sincronía con este mismo pensamiento, Sartre continuará
diciendo: “mi cuerpo es lo único que poseo; un hombre solo, con su solo
cuerpo, no puede detener los recuerdos; le pasan a través. No debería
quejarme: sólo quise ser libre.” Expresa en La Náusea. Y en verdad, solo
quise ser libre esas mil veces que intenté desposeerme. Hay quienes dicen
que la libertad está en no tener nada: de qué preocuparse, qué atesorar.
Es una visión un poco radical, pero tiene algo de verdad. He dicho mil y
una veces que soy esclavo de ti, y aunque me ha gustado siempre, hay
otras en que quisiera no serlo. Tú sabes de qué hablo. Esos mil intentos
de dejarte una y otra vez son aquellas claras figuras que expresan lo antes
dicho. Trato de madurar día a día el sentimiento, mi adhesión a ti, pero
me veo en un ancho y agitado océano. Tú y yo: nosotros. Somos dos seres
impetuosamente confundidos. No moriremos de amor, no moriremos de
ausencias, pero a veces me lo parece. No sé a ti, pero me deshago en mi
deseo, que es también mi frustración. Si para mí morir es perderte, y para
Albert Camus “no existe libertad para el hombre hasta que vence su
temor a la muerte…” como expresa en Carnets, lograr abandonarte, o
bien, desasirme de ti, será dejar de temer el morir en ti, y, por tanto, ser
libre. Siendo libre, ya no sería esclavo de tu amor, sino libre del flagelo
de no ser amado por ti. De cierta manera, el perderte, también es
liberarme. Pero y, ¿hasta dónde es verdadera libertad aquello que busca
desposeerse de su bien? Si tú, que eres mi bien, te vas, o yo me voy de ti,
¿cómo podrá ser libre mi voluntad si va tras aquello que no le corresponde
como objeto, otra cosa que no seas tú? ¡Esas son mis inflexiones y
pesares! ¿Qué hacer, entonces? Tú eres, pues, mi libertad y mi condena.
Pero al mismo tiempo eres mi bien y mi mal; Luz de mi Vida, ¡que eres
todo!

[69]
La belleza (phulcrum)
Uno de los aspectos más interesantes de la belleza, pues todos los
son, es que, en el orden trascendental, no se sabe dónde ubicar la
presencia de lo bello, o mejor, de la belleza. Todavía hoy se discute si es
un trascendental o no lo es. Sin embargo, siempre que se pregunta por
los trascendentales del ser, se dirá que son lo uno, lo bueno, lo bello y lo
verdadero. Pero, sea como sea su orden, siempre habrá quien diga que la
belleza no está en el orden de lo trascendental, sino mucho más allá. Así
pues, no nos tendríamos que limitar a hablar de lo bello, sino que
podríamos encumbrarnos a tal cielo que pronunciaríamos palabras para
referirnos a la belleza en cuanto tal.
En voz latina la simultaneidad trascendental se expresaría
converturtur. Es la ubicuidad de los trascendentales en el ente o, para ser
más exactos, su simultaneidad. Es decir, el acto de ser produce el ente,
el cual contiene, simultáneamente, todos los trascendentales de los que
hemos hablado. No puede omitirse ninguno, pues donde hay uno, están
todos. Así, hablar de verdad es hablar de bondad, unidad, etcétera.
Siguiendo el orden de mis ideas, tratar la verdad, no como lo verdadero,
sino como universal, sería encumbrarnos más allá de lo trascendental.
Sin embargo, no es lo mismo para los otros trascendentales como me lo
pienso para la belleza, ¡ya me entenderás!
Stork, por ejemplo, dirá que “gustar de la belleza no es otra cosa
que amar el bien y la verdad”, mientras que Charles Baudelaire
reconocerá que “el misterio, la nostalgia, son también rasgos de la
Belleza” y Andrei Tarkovski dirá que “lo bello queda oculto a los ojos de
aquellos que no buscan la verdad.” ¿Ves cómo la belleza es relacionada
intrínsecamente con los demás trascendentales en todos los sentidos?
¿Por qué se obstinan tanto en circunscribirla a ellos, como si solo fuera
en este sentido? Personalmente, creo que la belleza es más que un
trascendental. Mientras que la razón busca la verdad y la voluntad el
bien, la belleza ofusca estas dos facultades del hombre y las envuelve en
ambigüedades tales que enajena los sentidos y pierde las razones. La
naturaleza de la belleza está más allá, encumbrada por encima, incluso,
del misterio mismo. La belleza no se reduce, pues, a ser parte de los
trascendentales del ser (reducción en cierto sentido, pues los
trascendentales no son reducción en absoluto), sino que es, ¡Dios me
perdone!, un ser en específico. Un otro qué respecto al ser. Hemos
relacionado al ser con Dios estrechamente, sin embargo, no hemos dicho
que sea Dios, pero lo es. Decir que la belleza es otro ser, en tanto que el
ser prístino del que hablamos, equivaldría a decir que hay otro dios. ¡No
es mi intención, válgame Dios!, pero lo es… ¿ves cómo me contradigo
cuando todo se trata de ti? ¡Y tú que odias mis contradicciones, con ellas
te digo las cosas más bellas que nadie te diría!

[70]
CAPÍTULO V
TU SECRETA HERMOSURA

La manera como inicié el anterior capítulo, fue en realidad el


espíritu prefigurado de este capítulo. ¿La belleza es, o eres la belleza?
¡Qué pregunta más ridícula!, como todo lo concerniente a mí.
Indubitablemente, ¡tú eres la belleza! A ti no te permea la substancia, no
participas de la substancia, tú eres la substancia. En ti se pueden medir
las demás bellezas, todas pálidas respecto a ti, mas tú eres La Belleza
misma, sin mácula, sin defecto, sin límites. Y, sin embargo, decir de ti,
siempre, por más bello que se diga, es decir nada. Pues si eres la belleza,
eres cuan es el ser, ilimitado; el ser es ilimitado, no sirve para definir
nada, pues definir es limitar y el ser no se limita en nada. Decir que tu
belleza es algo, es decir que el ser es algo, ¿y cómo puedo decir es sin
limitar? ¡No se puede limitar el ser, como no se puede limitar tu belleza!
Podré decir muy bello de ti, pero nunca con la exactitud que excede tu
misterio.
He visto la hermosura en todas sus formas. Soy sensible a ella y no
me agoto demasiado descubriéndola. Me detengo ante las cosas y percibo
en ellas lo que muchos y lo que nadie. A la hermosura es sensible todo
ser, pero no a todos los seres se les ha sido dada la revelación completa
de lo bello. Hay quienes ven en la belleza algo útil para sus placeres, pero
se equivocan en cuanto su voluntad se inmiscuye en su contemplación,
o fallido intento de contemplación, pues apresarla es empresa inútil,
aprehenderla, osadía e ignorarla, necedad. La belleza es un don que se
recibe como huésped o como objeto para mí. Es decir, o bien puedo ser
bello en razón de una belleza recibida, o, siendo feo, puedo contemplarla.
Aunque hay algunos que no contemplan debido a su ignorancia, necedad
inentendible, nadie muere por no contemplar; los más de los hombres no
conocen la belleza y no mueren por ignorarla, pero viven como muertos,
privados de ese extático apogeo.
Me refiero a la belleza de forma imprecisa porque me parece que es,
como todas las realidades trascendentales, inexpresable con precisión.
Puedo hablar de la belleza de muchas y diferentes formas, pero no puedo
referirme a ella en su esencia y pulcritud inexorable. Siempre podré
hablar de ella, pero nunca podré tener la certeza de que me encuentro
sin error en mis acepciones. Es por esto que me refiero a la misma
substancia cuando menciono “belleza, hermosura, preciosidad, lindura”
que, si bien son formas imprecisas y graduales de llamar a esta
substancia, es fiel a mi doctrina del lenguaje, en donde te enseño que la
imprecisión del lenguaje es proporcional a la inefabilidad del ser.
He visto la hermosura en la gran extensión de los campos
cubiertos de flores, en los amplios valles repletos de animales silvestres
y lozanos árboles frondosos; vi la hermosura en la cumbre de las
[71]
montañas y el abismo que de su altura se observa; y si me fijo en las filas
zigzagueantes de las cordilleras, puedo entrever la grandeza de lo bello
escondido tras lo inmenso. He contemplado la belleza encumbrada en el
Sol y la luz que de sí desprende, en las nubes blancas y el azul del cielo.
También, he podido deleitarme en ella manifestada en tantos animales
como existen: la bruta naturaleza animal es sorprendentemente
hermosa. Si tú te has fijado en las flores de los jardines, entonces habrás
notado la presencia sutil y tierna del misterio que la esconde. Pero
cuando son incontenibles las formas en que también se expresa, habrás
de saber que, siendo la belleza oculta, también se protege tras el terror
que nos infunde la magnitud del universo. Es que un misterio tan
profundo, además de inextricable, se solapa en todas las formas posibles
para no dejarse encontrar en la más de su pureza. Solo, vida mía, he
hallado una forma, única e inagotable de belleza que me expresa su
totalidad en la revelación de su hermosura: tú.
No obstante, antes de abismarnos en las vanas cavilaciones que
origina tu misterio, pues sería en vano tanta reflexión cuando eres tú
misma la que, despojándote del velo que te esconde, te revelas y me
entregas el depósito de tus secretos, quiero que entiendas por qué eres
para los otros una belleza inapreciable.
Schopenhauer, en su doctrina estética, propone una visión ascética
para poder gozarse en la belleza de las cosas. Según él la belleza no es
un objeto de reflexión, de inquisición. No es tampoco un problema a
resolver, sino un don para contemplar. Él dice que la máxima
contemplación de la belleza sucede cuando:
…cuando no investiga dónde, cuándo, el por qué y el para qué
existen, sino únicamente lo que las cosas son; cuando no se
entrega tampoco al pensar abstracto, a los conceptos de la razón,
sino que concentra toda la fuerza de su espíritu en la visión
intuitiva, absorbiéndose enteramente en ella, y llena su conciencia
con la tranquilidad de la contemplación de los objetos naturales,
como un paisaje, un árbol, una rosa, un edificio, o cualquier otro,
perdiéndose en estos objetos (…), es decir, olvidándose de sí mismo
como individuo y de su voluntad y convirtiéndose en puro sujeto,
en claro espejo del objeto, de tal modo que parece que el objeto está
solo, sin el ser que lo percibe y que no se puede separar el sujeto
que percibe de la percepción misma, sino que ambos son una
misma cosa, porque la conciencia en su totalidad está
completamente ocupada y llena por una sola imagen intuitiva (…)
Esto es fundamental en la experiencia estética, porque va mucho
más allá del egoísmo con que las más de las veces se acercan las personas
a aquello que los atrae. Cuando alguien se acerca a algo por su belleza,
casi siempre, es con la pretensión de poseer, deleitarse de manera
egoísta, apropiarse, dominar. Pero cuando se tiene una madurez ascética,
[72]
la experiencia de lo bello se convierte en un asimiento, más que un
aprovechamiento egoísta de la realidad que se contempla. Es por esto que
solo algunos privilegiados tienen la oportunidad de contemplar tu belleza
en plenitud. La naturaleza que domina en el ser de lo bello que hay en ti,
esconde su plenitud a los ojos que solo te buscan para ellos, y se entrega,
como don, a las personas como yo, que nos acercamos a ti, no para
poseerte, sino para aunarnos, es decir, para contemplar con tanta fuerza
y devoción que, tú, ya no eres solo tú; y yo no soy ahora yo, sino que
somos sin diferencia alguna. Luego de que te veo en las noches, no me
voy como el individuo que llegó a tu casa, sino como una sola unidad,
una única realidad. Luz de mi Vida, ya no eres tú solamente, sino que
somos la misma sustancia, pues el haberme hecho contigo es la
experiencia mística más profunda a la que se pueda llegar. Es por esto
que la belleza es un don, no un patrimonio, sino un regalo de tu ser a mi
ser. El arte de ser tú misma es el arte que, en mi mundo, predomina cual
ninguno. Ya no hay lugar para la música, la poesía, la pintura o cualquier
género de arte que me atraiga, porque estás tú siendo en mi realidad, la
cual se convierte en lo único existente. El hecho de contemplarte,
hacerme uno contigo, ser para ti y para nadie más, no querer que seas
para nadie más que para mí y mis ojos que, son bellos solo cuando te
contemplan, es la expresión más pura del desasimiento de mi vida y el
comienzo de una nueva era dentro de mí: el ser para ti. Y no solo soy para
ti, sino que eres para mí. El no ser para mí, sería una reducción
escandalosa en tu belleza. ¿Por qué? Pues resulta que el no abrirte a mi
vida, es cerrarte al objeto de la tuya. Porque, bien lo sé, si tú has nacido
para algo en este mundo, es para ser conmigo una sola sustancia.
Como tu belleza es un don, necesita ser depositado en alguien, y
en mí, más perfectamente que en cualquiera, fue confiada la
contemplación perfecta de tu hermosura inexorable, pura e inapreciable
para aquellos egoístas que te usarían como se usan las musas, mas para
mí no eres musa, eres, ¡oh, blasfemia!, mi diosa.
Pero como no puedo permanecer en los cielos para siempre,
ilusionado por la luz de lo inefable, tengo que ver la belleza en todos sus
géneros, manifestada en la naturaleza. Sin embargo, en la naturaleza no
hay misterio en cuanto a lo bello que contemplo, porque toda la belleza
dada a la naturaleza, es una belleza simple. Perfecta, sí, pero no es
mistagógica, es tan solo la belleza ordinaria dada a los hombres
ordinarios. Pues, ¿no es el cantar de las aves semejante al dulce arrullo
de tu voz? ¿Y la altura arrojada de las cascadas no es fiel reflejo de tu
cuello, largo y seductor, que me invita a seguirlo hasta el confín de tus
extremos? ¿El águila no es figura inamovible de tu altivez? ¿Acaso la
naturaleza es consciente de lo bella que es?
Mientras tanto, tú te sabes hermosa. Tú sabes el don precioso que
depositas en mí con tu existencia. Sabes de lo mucho que me ufano:

[73]
haberme enamorado de ti. Sabes que no hay nada más hermoso que
exista sino tú. Tu consciencia se posa sobre lo natural, reconoce lo
natural como bello, comprendes tu belleza como parte de la naturaleza,
sientes tu belleza natural. Pero hay algo subyacente a todo esto que no
se ha entendido todavía. ¿Por qué tu belleza es distinta a la naturaleza,
teniendo ésta una naturaleza distinta? Tu belleza no corresponde a una
imitación de lo ya existente, sino que tiene una forma de existencia
distinta a lo que por años ha sido considerado hermoso. Si de algo se
pudieron ufanar los antiguos, los clásicos y de pretéritos tiempos, pierden
el tiempo contra mí, pues yo me puedo ufanar de haberte conocido a ti,
un conocimiento que excede todo conocimiento antes aprendido. Y,
además, no solo te reduces a un mero saber, sino que te revelas como
misterio que, aun sin entenderse a plenitud, se contempla como lo que
es: el misterio de tu hermosura revelado en tu existencia. Tu belleza es
misterio preternatural, prefigurado por la naturaleza, vislumbrado por
los contemplativos y, en fin, revelado en mí, fiel y devoto asceta de tu
naturaleza hermosa y prodigiosa.
Cuando medito en tu hermosura, la belleza de tu encanto, escucho
entre mis secretos a Tchaikovsy y su obra más hermosa, a mi gusto: Pas
de Deux. Quiero que antes de continuar leyendo, la escuches, cierres los
ojos y, mientras contemplas, pienses en lo que yo pienso, pero sin
saberlo. Es decir, en aquella obra contémplate a ti misma, pues si algo
pudiese, al menos, tratar de imitar algún vestigio de lo bello que hay en
ti, puede ser, escasamente, la hermosura de ésta obra. Pues si he
contemplado en la música algo sublime es en ésta pieza musical. Allí está
el vivo espejo de tu belleza. Algo similar como siento al escuchar, siento
cuando te miro de lejos o cerca. La disección de tu naturaleza me ha
hecho arrojarme en las profundidades de tu hermosura; elusivo de
cualquier otra, me hice con la tuya como la única que existe. He tratado,
desde entonces, desentrañar cada uno de todos tus misterios.
La nota afable de tu voz, el sonido de tus dulces y tiernas palabras
en mi mente, son para mí cual sinfonía; ¡tanto te amo que puedo
escuchar en tus palabras la novena sinfonía de Antonín Dvořák! Tú sabes
que esta sinfonía es mi composición musical favorita, y creo entender
ahora el porqué. Si sigues hablando, podría escuchar Carmina burana en
sus más excitantes momentos, e incluso, si me respiras cerca al oído con
aires de nostalgia y me das un beso, ¿cómo no escucharía, cual música
callada, el Pequeño vals vienés que canta Silvia Pérez Cruz? ¡Oh, amada
mía, que te escucho, que te escucho! ¿¡Ves cómo estás en todo!? No hay
música, por bella que sea, que represente tu total belleza. Escasamente,
puedo compararte, porque temo sea ultranza e insulto. Sí, es que
cualquier hermosura es insulsa si estás tú cerca. Sin embargo, ¿cómo
dejar de asemejar tu bella con lo más bello que exista? Aunque no sean
ni tu sombra, tendré de alguna forma que hacer poesía, ¿y cómo hago
eso sin compararte? Hasta allá no me auxilia mi filosofía, ni mi arte.
[74]
Belleza, belleza, ¿dónde está la belleza? Si antes reconocí en las
cosas belleza, o en alguna otra persona, ¡perdóname, belleza!, no te había
conocido. Tengo que pedirte perdón por muchas cosas, pero ésta es la
más urgente, no haber cedido la razón a tu belleza. Está bien, ¡lo acepto!,
la belleza de mis ojos excede toda belleza solo cuando reflejan tu preciosa
imagen, es decir, solo son plenamente bellos cuando te estoy mirando
enfrente. De ninguna otra manera podría yo ufanarme de mis ojos, que
tanto amo, sino cuando te miro, Belleza mía.
Aunque es vano tratar de comprender tu hermosura, quiero decirte
lo que ha significado para mí en todos estos años. Podrá ser, para
muchos, algo ininteligible, pero es que sí, es imposible la intelección de
algo que supera todo límite del conocimiento y, absorbiendo la voluntad,
esclaviza el sujeto de mi ser. Así pues, lo críptico de este texto, relegando
la lógica y el sentido común humano, es la definición exigua y ambigua
de, si acaso, un atisbo de tu incontenible naturaleza: la hermosura.
Porque sí, si te otorgamos naturaleza, tendría que ser la hermosura
misma, más allá de lo humano, más allá de lo ilusorio, tendría que ser lo
abstracto y etéreo aquello que te definiera: la hermosura misma es la
definición de lo que eres.
Eres misterio, y como tal te comportas; eres secreto, y como tal te
comunicas. Constante escribió un artículo bien interesante que trata de
dilucidar la cuestión del misterio, él sugiere que “la ausencia del ser,
entendida ésta como olvido del ser, no le ha acontecido a la metafísica
por casualidad ni por descuido ni por error; es propio del ser quedar
impensado, solaparse y esconderse dentro de su verdad, quedar vedado
y velado mientras se revela, y ocultar su misma ocultación; la
patentización (desocultación) entraña ocultación, ello es la esencia del
misterio.” Es por esto que es tan difícil explicarte y comprenderte. Porque
bien te comunicas, pero te comunicas con la esencia de tu ser, el misterio
de tu hermosura. Entonces, aunque te expreses, mi pobre y débil mente
nunca llegará a entenderte, por más perfecta que sea mi contemplación.
Y es que ésta es la esencia de ser tú misma: ser misterio, que mientras te
ocultes te reveles, y mientras te reveles, te ocultes. Esta dinámica es la
que me hace perder la cabeza, porque estoy loco, más de lo que estaba
antes, por culpa de tu belleza y el misterio en que tu naturaleza se oculta.
Escondida, tu belleza se mes es inescrutable, y mis más potentes
esfuerzos por explicarte, son apenas balbuceos de lo ingente que está
oculto. Inefable, precioso y feliz es el misterio, ¡pero, ay, si dolor no me
ha causado! Es indubitable que me he aproximado lo suficiente para
saberte, pero es, al mismo tiempo cierto que, sabiéndote, nunca he
podido asimilarte enteramente. Además, tal cercanía es como
aproximarse fatalmente al Sol en viva llama: quema, consume y anonada.
Hay cosas obvias y cosas obtusas, pero en ti lo obvio, en mí, es
obtuso. Ésa hermosura tuya, apodíctica cual ninguna, es, al mismo
[75]
tiempo, confusa para mí. Mistérica, inescrutable y, al mismo tiempo, una
revelación que tu luz dadivosa imprime en mí. El carácter subrepticio de
tu hermosura es, oculto, cual oxímoron precioso, para los hombres sin
genio y elegancia. Mas para mí, que excedo el límite de la genialidad
respecto a ti, se me abre cual misterio el caudal de tu belleza. ¿Por qué
es secreta?
He definido tu hermosura de muchas maneras, a decir verdad.
Tales como: sustantiva, demoníaca, metafísica (encarnación). Pero te
darás cuenta de estas definiciones, de manera más perfecta, cuando leas
este libro por segunda vez. Así, entenderás en estas mismas letras lo que
no mientras lees esto por vez primera. ¡Yo no exagero al alabarte, vida y
belleza mía! Exageran los demás al creer que exagero todo en ti.
A ti te pasa como a Susana en el libro de Daniel (13, 35) y como a
tu madre en su juventud. ¡La hermosura poderosa que eres dobla la
voluntad y qué peligro aquél! Porque hay quienes tienen buena voluntad,
y a hay quienes son perversos y malvados. Tu madre, alguna vez que
tuvimos la oportunidad de conversar, me contó una historia que le
acaeció en su juventud. Ella, precediéndote en hermosura, era envidiada
y aborrecida por la preciosidad de sus encantos. Los hombres,
naturalmente, la deseaban, y las mujeres, la aborrecían. Los chismes y
las murmuraciones eran constantes; las críticas, dolorosas. Tanto así que
hasta llegaron a agredirla con una piedra, “por creída”, cuando caminaba
en la calle sin nada más que su propia esencia.
A ti te ha pasado como a tu madre en su vida y a Susana en la
Escritura. Te han calumniado con el vil objeto de hacerte el mal a causa
de su envidia y odio hacia lo que, por naturaleza, debería ser amado. Así
es el mal, corroe y degrada lo originalmente natural. Si la belleza debe ser
amada, en los perversos es aborrecida. Tú has tenido la gracia de ser
bella y, además, la desgracia de algunas viles lenguas en tu contra y
abyectos corazones que continuamente te litigan, escondidos en su
hipocresía. “Ella, llorando, levantó los ojos al cielo, porque su corazón
tenía puesta su confianza en Dios.” Dirás como Susana: (42) “Oh, Dios
Eterno, que conoces los secretos, que todo lo conoces antes que suceda,
tú sabes que éstos han levantado contra mí falso testimonio.” No temas
la calumnia y la envidia. Tú eres más que cualquiera y tratarán de
socavar tu grandeza. Pero tú, supeditada, disgregarás las críticas inútiles
en el aura apoteósica de tu hermosura. Nada podrá contigo mientras tú
te convenzas que el amor de Dios está bañándote continuamente. Porque
si eres belleza, Dios es más bello que tú. Y, como todo se dirige a él, el fin
de tu belleza es, pues, figurarlo a él como la belleza suprema, a través de
tu imagen hermosa y profunda. ¡Y no, no te estoy parlando con la biblia!
Te estoy conduciendo por una reflexión que creo que es importante para
ti y te dará las luces que necesitas para dar cara a tus problemas.

[76]
Las personas son más hermosas en tanto que están con otras
personas. Si lo son por sí mismas, como tú, más aún cuando están con
otras personas que las embellecen. Es como una orquesta, entre más
músicos tiene, se escucha mejor. La valía de un solo músico no basta
para suplantar la integralidad de la orquesta. Por muy bueno y virtuoso
que sea el músico, nunca superará la necesidad de la orquesta. En él
nunca se escuchará la música como en la orquesta. A veces, deberá
brillar por sí mismo, pero otras, necesitará de la orquesta para ser.
Tu belleza encuentra por sí sola muchas formas de manifestarse.
Sin embargo, ella solo ha logrado cautivar a los hombres ordinarios con
su superficialidad. Ellos no han sabido ver lo que yo, porque su genio los
reduce a contemplar tu superfluo estado, ése hermoso semblante, tu
altivez y la preponderancia de tus bondades y preciosidades, todas ellas
dimanadas de la extensión corpórea y seductora de tu ser. Pero yo, Luz
de mi Vida, yo he visto lo que nadie más ha podido ver. Yo he visto tu
secreta hermosura. Nadie más ha contemplado tu belleza más allá de la
superficialidad en que te ufanas. Yo he visto lo escondido, lo profundo,
alto y encumbrado de tu ser, siendo bello por sí mismo, en tu imagen
abierta y expresiva en mi sutil, agudo y siniestro entendimiento.
¿Quién no se querría amparar en tu belleza? Si hasta yo que te
supero en la hermosura de mis ojos me pierdo en el fondo de tus ojos
verdes. Si hasta yo que tengo la oportunidad de emancipar a mi razón de
mi voluntad me veo doblado y seducido por el impacto de tu belleza,
¿cómo no los simples y ordinarios? Ellos quisieran poseerte, pues su
miseria necesita ser disuelta en tu riqueza. ¿Y tú los vas a dejar? Ellos
tomarán tus bienes y los malbaratarán en su egoísmo; tomarán tu ser
como si fuese tangencial, pasajero y un bien patrimonial. Yo no. Para mí
no eres tan bajo objeto de mi instinto. Además de que eres la Luz de mi
Vida, también eres su sentido. Yo conocí el misterio de escondido de tu
belleza, ése misterio que se oculta a los hombres pobres y sencillos y se
revela a quienes su genio considera dignos de tus mercedes y cariños. Yo
escalo concepto por concepto, beso por beso, caricia por caricia hasta la
cumbre de tus sueños. Yo asentado en la mansión de tu cabeza me
deslizo por tus pensamientos y anido en tu corazón. Yo permanezco
contigo en tu interior y me gozo en tu pureza. Yo no quiero más que a ti.
Que sí, que los bienes de tu cuerpo y la seducción natural que me
provocas será también parte prodigiosa que aprisione para mí, pero no
me reduzco ni limito a tales cosas: yo me uniré a tu alma y seré uno con
ella.
Amor de mi alma, si me contradigo tanto, no es porque sea un
caprichoso contradictor, sino porque mi cabeza está inundada de
conceptos divergentes entre sí. Tengo ciertas convicciones, mientras que
también profeso y venero lo contrario. Además, yo todo lo he pensado en
clave de ser, y el ser no encuentra formas absolutas de comunicarse, al

[77]
menos para nuestra aprehensión, más que los equívocos y las
contradicciones que, para mí, serán siempre metáforas de su
desproporcionalidad respecto a nosotros. ¿Te acuerdas de mi metáfora
filosófica? ¡Sí, que la creé para ti, como las demás dialécticas! Quiero
insistirte en la misma idea que ya te había expuesto en mi filosofía del
lenguaje: el ser es ilimitado en tanto que ser, pero limitado en tanto que
nuestra comprensión de ese ser. La manera como expresemos el ser,
nosotros, siempre será imperfecta e incompleta. El ser se expresará
siempre desde el misterio, pues en su inmensidad se revelará como lo
que es, pero no en su totalidad, sino tan solo de atisbo en atisbo.
Maeterlinck lo sentenció con elocuente hermosura cuando dijo:
Apenas expresamos algo lo empobrecemos singularmente.
Creemos que nos hemos sumergido en las profundidades de los
abismos y cuando volvemos a la superficie la gota de agua que
pende de la pálida punta de nuestros dedos ya no se parece al mar
de que procede. Creemos que hemos descubierto en una gruta
maravillosos tesoros y cuando volvemos a la luz del día sólo
traemos con nosotros piedras falsas y trozos de vidrio; y sin
embargo en las tinieblas relumbra aún, inmutable, el tesoro.
Así pues, no esperes de mí las verdades más absolutas que existan,
pero sí el esfuerzo más absoluto por obtenerlas. Si acaso he pensado bien,
todo ha sido por ofrecerme enteramente a ti, y sí, dilo, ¡soy un ofrecido!
Porque eso somos los amantes, una ofrenda a los amores. Yo nunca podré
expresar todo de la manera más precisa y exacta, pues siempre estaré
abrazado al error como a tu amor, pero ten por seguro, vida mía, que
todos mis esfuerzos intelectuales son única y exclusivamente para ti.
¿Para quién más serían? ¡Nadie, preciosura de mi alma, podrá arrancar
del abismo de lo incierto, lo que tú hiciste surgir de mi vacío!
Y no solo por eso confecciono mis pensamientos como el tejedor
devana sus tejidos, sino que, mientras que a ellos se les dio belleza, a mí
se me dio contemplarla, y, por esta razón me he abocado en lo absoluto
que no encuentro más que en ti. Sabio Goethe cuando dijo que “el que
contempla la belleza humana se sustrae por un momento al mal, se siente
en armonía consigo mismo y con el mundo.” Encontré, a la vez que te
contemplaba, la manera de ser yo mismo, siéndolo todo, siendo en ti. Por
lo tanto, no me quedaré de manos cruzadas mientras me sorprendo de la
belleza de los otros, ¡además que no me sorprendo de la belleza de los
otros!, bellezas tan comunes y tan simples… yo me quedo con la tuya,
que más que algo bello, es lo bello en sí, la belleza misma. Yo he sabido
contemplar tu belleza como nadie, he aprendido y sabido de tu lindura
mucho más que cualquiera. Así pues, debería darte vergüenza el sentir
como alago, después de lo ya escrito, cualquier lisonja de inculto varón.
Debería ser irrisión para ti los piropos y vanos intentos de los otros
hombres por decir bellamente de tu hermosura. ¡Fracasan en sus

[78]
empresas, nadie puede tanto como yo hablar cosas lindas de ti! Porque
desde el principio te lo dije: iba a hablar contigo solo para decirte cosas
lindas. ¿No recuerdas? Perdóname las veces que he fracasado, mas me
excuso con lo bueno que, a tus ojos, alguna vez haya hecho. ¡Porque tú,
altiva e indiferente cual ninguna, no te rebajas ni te conformas! No eres
mediocre en ninguna forma, ni tampoco lo eres en este respecto. Tú que
te conoces, sabes que te gusta hacer todo al tiempo debido, de la mejor
manera y siempre sobresaliendo. La mediocridad está a abismos de
distancia de ti, y como tal te deberás comportar respecto a aquello bello
que se diga de ti. ¡Yo lo palidezco todo! Nadie, ¡jamás!, dirá de tu belleza
lo que yo. Y si acaso alguna vez gustas del decir de otro muchacho, habrá
sido mi espíritu encarnado en otro hombre que no se cansa de alabarte.
En el afán, por mí incomprendido, por relativizar la belleza, muchos
pensadores relacionaron la belleza con las percepciones personales, o
incluso con el mismo sujeto que contempla, una subjetividad exacerbada,
a mi entender. ¿Por qué tiene que ser relativa la belleza? ¿Por qué no
puede existir una belleza, o mejor, la belleza que sea por todos reconocida
en cuanto tal? ¡Es que sí existe, simplemente no la han conocido! Para
ellos, la belleza genuina y auténtica no ha sido descubierta, pues sigue
oculta, como también para mí, pero en modestas medidas. Yo sé dónde
está ésa belleza que ellos no han descubierto, porque, por el contrario de
ellos, yo no necesité descubrirla. Ella (tú), dadivosa, para impresión y
desconcierto mía, se me reveló como ninguna otra revelación he tenido
en mi existencia. ¿Seré yo el único conocedor de tal belleza, bella mía?
Pues lo soy, pero no por mucho, porque he escrito para enseñarle a los
otros que tú, ¡oh, hermosura!, eres la belleza más absoluta que existe.
Jane Eyre dirá que “la belleza está en los ojos de quien la mira”, ¡y sí!, sí
lo está, pero no porque sean los ojos génesis y origen de la belleza, sino
porque éstos se ven sorprendidos por tales hermosuras, sean cuales
fueran sus géneros y dependencias. Los ojos también tienen belleza, pero
esa substancia viene a ellos, mientras, en ti, no es substancia la que viene
a ti, sino que tú eres la substancia que subyace en todo lo bello. Así
pues, ¿la belleza está en las cosas, está en mí que observo las cosas o
está en ti que las miras y embelleces? Sí, definitivamente tú eres la
belleza, no solo porque embelleces todo, sino porque tú eres origen de
toda belleza, y fin de mi contemplación.
Así pues, resuelvo la cuestión en una fórmula sencilla: tu belleza
no es adjetiva, sino sustantiva. La belleza no está en ti, sino que tú eres
la misma belleza, por quien las otras formas de belleza pueden ser
medidas y limitadas. Sin tu belleza en el mundo, las otras bellezas serían
solos adjetivos, imágenes errantes de realidades desconocidas. Pero por
tu existencia, has dado síntesis a cualquier género de belleza antes
existido y por existir. No eres solo bella, ¡eres la belleza misma! Eres
ejemplo y medida de las otras bellezas que nacen de ti y, aun ellas,
vuelven a ti porque necesitan de ti para sentirse bellas.
[79]
Amor mío, si te digo que eres bella, no es solo porque desee tu
belleza, por lo útil que sea a mi placer o porque te considere simple objeto
de mis ganas. ¡En absoluto!, si te digo bella es porque te amo y, a fuerza
de amor, es que he reconocido y aprendido mi doctrina. Tú no lo sabes,
pero fuiste tú quien me enseñaste lo que te enseño ahora. “Lo bello no
puede sustituirse con lo útil sin que el hombre se quede empobrecido”,
Jane Eyre. Como tal, soy el hombre más rico del mundo al haber, si no
tenido, sí contemplado, de lejos, como siempre, pero, al fin, contemplado
tu belleza, tu totalidad. Soy rico porque no te uso, como quieren otros
usarte para sus placeres; soy rico, porque te amo y me amas. Soy rico,
porque, a diferencia de los otros, no eres objeto de mi placer, sino que
eres el cenit de mi placer, o mejor, ¡tú eres mi placer, como eres la belleza!
No tengo placer qué satisfacer, sino que tú eres mis ganas y deseos, tú
eres mi bien, tú eres lo más hermoso, lo perfecto; confundes mi razón y
subyugas mi voluntad. Tú eres tú, bella, violenta, altiva, absoluta. “Así,
la belleza es el resplandor de lo amado, algo que sólo se capta cuando se
mira con mirada contemplativa”, concluye Jane Eyre, y me da la razón,
entonces, pues por amor es que digo lo que digo. No soy un caprichoso,
querida mía, soy un hombre, un hombre distinto, uno que te tiene por
ser, uno que está impregnado totalmente por tu substancia.
Absolutizamos la verdad, absolutizamos el bien, pero, ¿y la belleza?
¿Por qué todos hablan de lo bello como algo relativo al sujeto que
observa? ¡Que no, que no, que no! Es que la belleza solo es absoluta en
ti, ¡y en nada más! Mientras que los demás se prolongan en una vastedad
impresionante de disquisiciones subjetivas respecto a la belleza, yo me
quedo con mi único y más emblemático absoluto: tú, mi belleza y mi
amor. ¡Perdóname, pero soy un contemplativo de lo bello! ¡Cuánto más
seré un contemplativo empedernido de ti! Asiduidad, en asiduidad me he
convertido si a contemplarte me refiero.
El lenguaje metafísico es tan complejo que supone un gran esfuerzo
para la subjetividad intelectiva. Yo sé que entiendes, pero parcialmente,
como te entiendo yo a ti, lo que trato de decirte. Entenderás, claro que sí,
¿pero lo entenderás todo? Tómatelo como una venganza poética por no
enseñarme más de ti. A la vez que entiendes, no entiendes, tal como te
entiendo a medias. Y, aunque citarse es de soberbios, quiero decirte como
antes dije: “reverencio la exactitud del lenguaje, pero me inclino reverente
ante aquello que se dice sin palabras”, ¿ya te había dicho que tu belleza
es inefable? He dicho hasta ahora mucho de tu belleza. Pero, ¿qué he
dicho, sino pálidas figuras y limitadas metáforas? Como el ser, recuerda
que tu belleza es como el ser, tu belleza es metafísica, y, por ende,
inefable. Si el ser encuentra infinitos obstáculos para expresar su
plenitud y sus atributos, de tu belleza tampoco se podrá predicar mucho,
pues tendrá el mismo carácter mistagógico y ontológico que el ser. De tu
belleza no se puede decir nada absoluto, pues es inefable, es decir, las
palabras no son suficientes para decir cuán bella eres, para decir que
[80]
eres la belleza misma. Así pues, me inclino reverente, extático y
profundamente conmovido ante ti, Belleza Absoluta y paradójicamente
mía. Entiende, pues, como habrás ya entendido, que tu belleza, sin lo
que yo predique de ella, será oculta para siempre, pues dime, ¿quién dirá
de tu belleza como digo yo?

[81]
CAPÍTULO VI
TÚ COMO MÚSICA Y EL TODO DE MI ARTE

A mí la música me busca. Casi nunca recuerdo los nombres de las


canciones, y, aun así, las escucho como si supiera todo de ellas; sin
buscarlas, una y otra vez, las canciones se aparecen ante mí como si
fueran amigas de todos los días. Creo que la música viene de algún lugar
desconocido, y que cada canción viene a nosotros con un propósito
específico. ¡Maldita sea la mala música! Lástima que tan bello arte sea
manchado con la ignorancia y la porquería de lo humano. Si es que la
música es un arte divino, ¿por qué lo hemos hecho patrimonio nuestro?
¿No es acaso un don? La música no proviene de nosotros. Como las
canciones que vienen sin buscarlas, la música deriva de los cielos a
nosotros; es un arte celeste, uno encumbrado que no se encuentra aquí,
sino como mero espejo de lo eterno. La música, como todo lo divino,
excede todo pensamiento y doctrina. No hay arte más supremo que la
música. En palabras de Beethoven, “la música constituye una revelación
más alta que ninguna filosofía”, y como tal somos los músicos, sacerdotes
del sonido.
¿Te acuerdas del capítulo de la filosofía del lenguaje? Chopin pensó
que “nosotros utilizamos los sonidos para hacer música, como usamos
las palabras con el fin de crear el lenguaje.” Ya tú sabes que el lenguaje
no se agota, como no se agota el ser. Que, si se agota, es porque el ser lo
agota, pero que, al mismo tiempo en que se agota, descubre nuevas
formas de expresar ideas que, en definitiva, son el ser. Asimismo, la
música expresa de nuestro interior un lenguaje inefable, como todo lo
misterioso, como todo lo que me asombra y lleva al éxtasis. Es por esto
que te insisto tanto en el misterio, para que descubras en todo, su parte
más suprema, lo que está por encima de cualquier simplicidad.
Si vamos a hablar de una música que proviene de lo alto, como una
revelación suprema, o una teofanía inigualable, tenemos que acudir,
como hemos acudido muchas veces, a la filosofía griega, madre del
pensamiento occidental. Tú sabes que los mitos no eran mentiras, o
cuentos infantiles, como muchas personas se refieren, erróneamente, a
ellos. Los mitos fueron formas de expresar el pensamiento mediante
expresiones artísticas y fantásticas, no fábulas con ese único objeto, sino
invenciones con la noble intención de expresar el pensamiento. Hablar
de los dioses, al mismo tiempo que era cultual y religioso, también era
una expresión filosófica, mediante la cual se expresaban ideas con rasgos
mitológicos. Es el caso del amor y el dios Eros; o el mito de la Caverna, o
el de los Caballos del alma. Eran formas de expresar pensamientos
superiores mediante invenciones mitológicas. Tal cual, se expresaron las
ideas musicales en mitos muy difundidos, como el de Orfeo, hijo del dios
Apolo y la musa Calíope.

[82]
Apolo, dios de la música, tuvo un hijo con Calíope, musa de la
poesía. Este engendro recibió el nombre de Orfeo, un mortal con un
talento divino para la música y épico para la poesía. Con su lira, Orfeo
lograba exacerbar todos los sentimientos y emociones, pues era tal su
talento que conmovía toda clase de seres, desde los dioses y los mortales,
hasta los animales y las fieras. También se dice que movía árboles y
paraba el curso de los ríos. Cuando perdió a su esposa, Eurídice, tocó
música tan triste que las ninfas, las musas y los dioses lloraron
amargamente, tanto así que le aconsejaron ir al Hades por su esposa. El
Hades es infranqueable, pues el Cancerbero no deja entrar ni salir a
nadie, y, sin embargo, con su Lira pudo dormirlo para poder pasar, como
también convencer a Caronte para que lo cruzase al otro lado del averno.
Orfeo tocó música preciosa e hizo maravillas con ella, porque
recibió de los dioses su talento, no porque de él provinieran sus sonidos.
Unos creen que sí existió, pero como inventor de la cítara, mas no como
un híbrido de dioses y musas. Dicen, también, que antes la lira tenía
siete cuerdas, y que él le agregó dos más. Se cuenta que fue un músico
entre los músicos. A mí no me importa si existió o no, o si proviene del
cielo y de la unión de Apolo y Calíope, a mí lo que me importa es que se
reconoce el origen de la música como un don o regalo del cielo, de algo
que está más allá de nuestra extensión terrestre. La música no fue
invención nuestra, sino regalo de Dios.
No pensemos en la música comercial, que busca, ante todo, el
prestigio personal, ufanarse de los bienes y denigrar a las mujeres y las
clases sociales bajas. Pensemos en la música que proviene de lo alto, esa
música que es hermosa por su forma, pero misteriosa por su
proveniencia. Pensemos en la música como algo misterioso, más allá de
cualquier entendimiento. Chopin pensaba que “no hay nada más odioso
que la música sin significado oculto”, y a la vez que el sostiene su
incomodidad ante esta música, yo resalto sus ideas cuando escucho los
rebuznos de los cantantes modernos. Después de todo, no todos los
cantantes modernos son tan malos, hay muchos músicos bastante
especiales que realmente entienden lo que la música significa, su
ocultamiento y su razón de ser.
Yo te llevaré a conocer lo que en mi alma se encuentra sembrado,
lo que mi espíritu apenas ha podido entender, lo que mi cuerpo siente
cuando escucha aquello que, después de haber sido interpretado, como
ningún otro arte, se prolonga en el silencio del ser, más que en cualquier
otra cosa: la música para mí, a partir de otros. Yo no soy original en nada,
yo todo lo aprendo de los demás. Me importa bastante saber qué piensan
otros, qué quieren otros, qué sienten otros. Lo que yo piense, quiera o
sienta no tiene realmente importancia para mí. Soy un hombre para los
demás, y en los demás encuentro las respuestas para mi vida personal.
Es a eso a lo que yo le llamo “consciencia”. ¿Qué es la conciencia para ti,

[83]
luz de mi vida? ¿Sentir culpa, sentir escrúpulos? Para mí, la consciencia
es saber de y saberse de los otros. Escribo, porque soy consciente de ti,
y porque soy consciencia de lo que otros me ayudan pensar, tal como
Sócrates hacía parir pensamientos a los otros, más que a él. La
conciencia repugna, porque nos dice verdades que tratamos de soslayar.
Por eso, entre más conscientes somos de nuestra mismidad, sabemos que
somos nada, porque siendo nada, ensimismarnos no es más que
anonadarnos. Mientras que, si somos conscientes de los otros, es decir,
de la otredad, no nos ensimismamos, sino que nos comunicamos, y con
esto, “somos”, ya no nada, sino un ser completo. Escucha entonces mis
consideraciones órficas, aquellas que provienen de lo alto, pero que nacen
en lo bajo, mi mismidad perfeccionada, es decir, mi encuentro de la
otredad.
Recogiendo la doctrina estética de Schopenhauer y con ayuda de
las relecturas e interpretaciones hermenéuticas que se le han hecho al
mismo, he podido identificar algunos aspectos importantes que
contribuyen al perfecto goce extático de la música en su grado más pleno
y glorioso. Ante todo, Schopenhauer dirá que “el arte reproduce las Ideas
eternas concebidas en la pura contemplación, lo esencial y permanente
en todos los fenómenos de este mundo, y según la materia de que se vale
para esta reproducción será arte plástico, poesía o música. Su origen
único es el conocimiento de las Ideas, su única finalidad la comunicación
de este conocimiento.” Como ya hemos repasado, y seguramente tú has
estudiado en el colegio, Platón fue uno de los pensadores más influyentes
en la filosofía idealista, aquella filosofía que determina la existencia real
de las ideas en un mundo suprasensible, separado de toda corrupción
terrenal y contaminación material. Para el nuestro filósofo alemán, la
música y todas las artes más elevadas, como lo es la poesía, proviene de
ese mundo ideal que da origen, imperfectamente, a nuestro mundo
terrenal, una figura del mundo que ha de venir, o el mundo del porvenir.
La única manera que tenemos, la más fuerte, de experimentar aquí en la
Tierra el mundo de las ideas, es a través del arte, especialmente en la
música, pero también perfectamente en la poesía. Estas palabras
refuerzas el hecho de que la música provenga de lo más alto, de lo celeste,
de lo suprasensible y más perfecto.
¿Pero por qué la música es el arte más elevado de todos, por qué
no puede ser la poesía, o la arquitectura, o la pintura? Si bien todas las
artes corresponden, en menor o en mayor grado, a una procedencia
celeste, como te he dicho, la música consiste en la más sublime y perfecta
de todas. Una interpretación que hace Reale y Antíseri a las
consideraciones de Schopenhauer deja muy en claro que “entre las artes,
la música no expresa ideas, es decir, los grados de la objetivación de la
voluntad, sino la voluntad misma. Por eso, ella es el arte más universal y
más profundo…” Tú ya sabes qué le corresponde a la filosofía pensar por
voluntad, tú ya sabes que estriba en la vida emocional y las
deliberaciones personales. Pues la música conmueve sobremanera los
sentimientos de las personas y su vida emocional. La música, además de

[84]
que proviene del cielo, tiene un eco efectivo en la vida íntima del ser
persona. Desde la contemplación de la naturaleza, hasta el arte divino.
Podría pensarse que la música es un efluvio divino, un hálito de
Dios dado a los hombres. Gonzáles dirá que “el resto de artes, en
comparación con la música, sólo muestra sombras, no esencias.” ¿Tú
recuerdas lo que son las esencias, cierto? El absoluto de la música,
responde a las necesidades más profundas de los hombres: sentirse
plenos. En otro lenguaje, felices, dichosos, gozosos, plenos. Lo esencial
es aquello que toca el corazón de las cosas, o bien, lo esencial es el
corazón de las cosas. En la música, lo esencial se revela como lo único
que prevalece, lo que va más allá de lo simple y lo llano. La música marca
un relieve importante en la vida y en la esencia de las personas, pues la
música es la más pura esencia en el mundo corruptible. La vida es
complicada muchas veces, pero la música es lo único que la acompaña
de manera más perfecta. Todas las emociones, toda la voluntad, está en
la música objetivada: desde la tristeza, hasta el gozo, pasando por todo.
El artista, el músico o poeta, es un apasionado. Lo que canta,
interpreta y declara, es la traducción de su ser, de su esencia, de su
pasión. Schopenhauer considerará que “el artista nos hace ver el mundo
con sus ojos”, porque el artista es un puente entre el cielo y la tierra, un
puente que encumbra la simpleza humana a la más excelsa belleza, esa
belleza que proviene de lo más alto que existe. La verdadera imagen del
mundo está dada por el artista. Nadie puede dejar ver el mundo tal cual
es, como el artista. Porque el artista llevará al alma contemplativa a su
inclinación más natural y necesaria. Las respuestas que el alma busca,
ya están dadas en las voces del artista: su música, su poesía. Lo que tu
alma busca, Luz de mi Vida, lo que tu alma busca está dado como
respuesta en mis esencias, en mi música, en mi poesía, en lo que canto,
en lo que escribo. Allí, en el suelo de mi alma, en el centro, en mi corazón,
en mi esencia, está todo lo que tu pecho busca y lo que no encuentra en
ningún otro lado.
Aquel ser que tiene todas las respuestas en su esencia, es, a la vez,
un soñador. Es un soñador, porque trae de los cielos las verdades, pero
las trae de manera tal que es increíble. Y solo los sueños son verdades
que creemos, sin creer. Nietzsche piensa que “en sí, ciertamente, el
hombre despierto solamente adquiere conciencia de que está despierto
por medio del rígido y regular tejido de los conceptos y, justamente por
eso, cuando por alguna ocasión un tejido de conceptos es desgarrado de
repente por el arte llega a creer que sueña.” Nietzsche, ¡el hombre no solo
cree soñar, sino que sueña! Nietzsche, ¿por qué no lo dijiste así? El arte
es uno de los pocos sueños que, conservando su ilusión, se hacen verdad,
realidad. ¿Qué canción es real para ti? Todas, sin embargo, siguen siendo
igual de oníricas estas verdades, como cuando apenas se estaban
creando en la mente del artista. El arte nunca dejará de ser un saber
absoluto, una necesidad natural, y una mentira verdadera.
Cuando te digo que es una mentira verdadera, yo lo sé, en tu mente
se encuentran dos conceptos divergentes y en pugna constante. Lo

[85]
mismo pasa en mí, pero quiero llevarte a superar ese primer impacto. Al
principio, rechazo. Pero después de la reflexión, no solo aceptación, sino
arrojo. Después de haber entendido, nos arrojamos a lo entendido, no
sabido, querida mía. El arte no es un saber absoluto en tanto que
nosotros, sino un saber absoluto en tanto que el arte mismo, como el ser,
como tu hermosura. Cuando lo entendemos, nos vemos ante la necesidad
de arrojarnos al arte y de arrojarnos al artista. En este caso, yo soy el
artista, aquel que te regala las verdades que hay en él, pero que no son
de él, sino del cielo que se las ha dado. Yo te doy estas verdades, y tú,
como naturalmente es necesario, te deberás arrojar a mí como quien ama
a ciegas. Porque en el arte, sucede como en el amor: los motivos no se
justifican más que por el amor mismo. En el amor no hay porqués, ni
tampoco razones. Acontece igual en el arte, el cual se justifica por sí
mismo, donde no hay razones más que su propio saber absoluto en tanto
que sí, no en tanto que nosotros; pues recuerda, el saber del arte no es
un dominio, sino un don y como tal se comporta. El arte se da, pero no
por entero, sino parcialmente, apenas para lo necesario, sin más.
Ahora, con arte, siempre, siempre, siempre, me referiré a la música
y a la poesía, pues no domino ningún otro, ¡ni siquiera éstos!, pero son
con los que me relaciono más. La música llegó primero a mi vida, antes
que la poesía, y la poesía llegó luego, a iluminar mi vida, claro que sí.
Pero la poesía no llegó sola, como tampoco lo hizo la música. La poesía
llegó porque llegaste tú, como la música llegó con el noble objeto de
ennoblecerme a mí. La música me ennobleció, la poesía, en tu nombre,
me hermoseo.
Schopenhauer dirá, respecto al saber sin saber del arte, que:
…cuando no investiga dónde, cuándo, el por qué y el para qué
existen, sino únicamente lo que las cosas son; cuando no se
entrega tampoco al pensar abstracto, a los conceptos de la razón,
sino que concentra toda la fuerza de su espíritu en la visión
intuitiva, absorbiéndose enteramente en ella, y llena su conciencia
con la tranquilidad de la contemplación de los objetos naturales,
como un paisaje, un árbol, una rosa, un edificio, o cualquier otro,
perdiéndose en estos objetos (…), es decir, olvidándose de sí mismo
como individuo y de su voluntad y convirtiéndose en puro sujeto,
en claro espejo del objeto, de tal modo que parece que el objeto está
solo, sin el ser que lo percibe y que no se puede separar el sujeto
que percibe de la percepción misma, sino que ambos son una
misma cosa, porque la conciencia en su totalidad está
completamente ocupada y llena por una sola imagen intuitiva (…)
El que de este modo se ha entregado a la contemplación de la
Naturaleza, absorbiéndose y perdiéndose en ella, hasta el punto de
convertirse en puro sujeto del conocimiento, comprenderá
instintivamente que él, el sujeto puro, es como tal la condición, el
fundamento del mundo y de toda existencia objetiva, porque ésta

[86]
se le representará como dependiente de la suya. Por consiguiente,
llevará en sí la Naturaleza, de tal modo, que la sentirá como un
accidente de su propio ser…
Sí, Schopenhauer parte de la contemplación estética de la
naturaleza, sin embargo, lo hace con la noble intención de elevarnos de
las cosas terrenales a las celestes. No son ejemplos, realmente, la
contemplación comienza con la naturaleza que, desde el principio,
asombra como ningún otro objeto a nuestra subjetividad. El pensar
abstracto se ve reducido a nada cuando contemplamos aquello que es
para nosotros bello. La belleza nos absorbe, hace de la razón,
ambigüedad, y de la voluntad, emancipación. Es decir, confunde la razón
y objetiva la voluntad. Tanto la razón, el pensar abstracto, la voluntad y
el querer, están redirigidos, no al sujeto, es decir, ya no eres tú, sino que
se dirigen, ahora, al objeto que lo ha sorprendido. Lo bello confunde a la
voluntad que lo desea y ofusca a la razón que trata de entenderlo, tal
como tú confundes mi voluntad y ofuscas mi razón. ¡Es lo mismo!, la
misma dinámica, solo que traducida en ti, se entiende y se vive mejor.
Dice Gonzáles que, “ante la aparición de lo bello, nos elevamos a
un orden de cosas en el que dejamos de conocer lo particular y
alcanzamos el conocimiento de las ideas, de lo inmutable…” Luz de mi
Vida, entiende por inmutable todo aquello que proviene de lo alto, todo lo
celestial, y arrójate a por ello, pues es el verdadero conocimiento,
conocimiento que no se conoce. Ese movimiento del espíritu es el más
noble y original que puede existir, ese de tratar las cosas celestes. En la
música, cuando la escuchamos con todas sus expresiones y con todo el
esfuerzo por descubrir sus mensajes, en principio ocultos, es cuando nos
olvidamos de nosotros mismos y, como en el amor, nos hacemos una sola
cosa con aquello que contemplamos. Es lo que me pasa contigo, nos hace
una misma persona cuando te contemplo y cuando me contemplas,
porque es tanto lo que me importas, tanto cuanto te amo, que no me
importo yo, me importas tú; que no te importas tú, te importo yo, y el
resultado es, un solo ser en los seres.
Platón describe el éxtasis de los enamorados que han visto, aun en
atisbos, los bienes supracelestes que la belleza, dadivosa, da a los
hombres. La música es un arte celestial y solo mirando a lo alto puede
verse su encumbre. Platón dice que:
Cuando alguien, viendo la hermosura de este mundo y
acordándose de la verdadera, toma alas y, una vez alado, deseando
emprender el vuelo y no pudiendo, dirige sus miradas hacia arriba,
como un pájaro, y descuida las cosas de esta tierra, se le acusa de
estar loco: esta es, pues, de todas las formas de posesión divina, la
mejor y la constituida de mejores elementos, tanto para el que la
tiene como para el que se asocia a ella, y, por participar de esta
locura, se dice del que ama las cosas bellas que está loco de amor.
En efecto, como se ha dicho, toda alma de hombre ha contemplado
por naturaleza las cosas que verdaderamente son: en otro caso, no
habría llegado a esta ser viviente. Pero al acordarse de ellas,

[87]
partiendo de las cosas de este mundo, no es fácil para todas las
almas, ni para las que no tuvieron entonces sino una breve visión
de las cosas de allá, ni para las que, después de caer aquí tuvieron
la mala suerte de ser extraviadas hacia la injusticia por las malas
compañías, hasta olvidarse de las cosas sagradas que entonces
contemplaron. Pocas quedan, pues, que conserven suficientemente
el recuerdo. Pero éstas, cuando ven alguna semejanza de las
realidades de allá, se ponen fuera de sí y pierden el domino propio;
sin embargo, no saben que es lo que les ocurre, porque no lo
perciben con la suficiente distinción.
En este texto se aprecia todo esto como una proveniencia divina qe
solo puede recibirse en un arrojo de locura. Por eso es que es tan
misterioso y difícil de entender. Si no podemos entender en su totalidad
la música, pero podemos tratar de desentrañar su mensaje, ¿qué es lo
que me quiere decir la música con su lenguaje? Pues definitivamente, la
música es un lenguaje. Tal como el ser trata de comunicarse, así, la
música, creo yo, es también un lenguaje del ser, quizá, podría pensarse,
el más perfecto, pues si las palabras son tan precisamente imprecisas, la
música representa un mensaje secreto más perfecto que el sentido de las
palabras. En las palabras, la razón juega un papel muy importante,
mientras que, en la música y su mensaje secreto, la razón solo actúa en
su modo más puro, sin decir nada. “En definitiva, el lenguaje universal
mediante el que se comunica la música sólo se entiende en el silencio de
la voluntad individual: el silencio de nuestro yo permite abrir la puerta a
la voz de nuestro ser en sí. Un arte, el musical, que nos facultad de una
<inteligencia sentimental> más allá de la razón y el entendimiento, que
destierra lo más hondo de nuestro ser”, pensará Gonzáles. Y esto de
acuerdo a la acepción de lo sublime en el silencio, o bien, lo inefable,
donde se subleva lo que no se dice por encima de lo que sí y, tácitamente,
dice más aquello que se calla, como es el caso de la música que sin decir
dice más de lo que cualquier discurso u otro arte.
Es lo que sucede, por ejemplo, con tus sentimientos por mí.
¿Cuánto, y con qué talante, te callas muchas veces lo que sientes por no
intensificarlo? Porque sabes que no es debido, porque sabes que es difícil,
porque sabes que te afectará terriblemente. La música pertenece a esa
facultad tuya, la inteligencia sentimental, o la inteligencia emocional que
adorna a tu ser. Tienes el bello don de poder sobrellevar el peso del
sentimiento, no como yo, que, como músico y poeta, me exacerbo en todo
lo que siento. Tú si puedes contenerte más, ser más prudente y
ponderada, mientras yo me arrojo sin más a por lo que siento y deseo.
Sin embargo, tu silencio callado, no es realmente tan callado. El silencio
es bastante elocuente en lo que al sentir se refiere. “Por eso a veces sin
palabras un pensamiento desnudo, reducido a sí mismo, suscita
admiración”, como piensa López, y con total razón. Ejemplo son los
silencios musicales, los cuales también expresan grandes pensamientos
impregnados de sentir, como lo son, también, los silencios del alma, esos
que tienes tú por mí.

[88]
Fernando Pessoa en Plural de nadie escribió que “todo arte es una
forma de literatura, porque consiste en expresar algo. Hay dos formas de
expresarlo: hablar y callarse. Las artes que no pertenecen a la literatura
son la proyección de un silencio expresivo.” Por eso digo que tus silencios,
inefables como nada, tienen un discurso escondido, una voz estentórea,
pero subyugada por tu miedo, por tus prevenciones. Y así me gustas, y
así te amo. ¿Te acuerdas del poema que la otra noche improvisé en el
teléfono? ¡Cómo nos gustaban esas largas horas que sacábamos para
ambos! Cuando no, estábamos juntos, si no hablábamos por el teléfono.
¡Me encanta!, amo compartir tiempo contigo. Ni tú ni yo nos acordamos
del poema que una vez te dije, pero ahí está en el vacío de lo sido, en lo
que fue, en lo que ya he pronunciado. Quizás cuando muramos lo
volveremos a escuchar, juntos, ambos… ¡Lo hubieras grabado en tu
teléfono! O no… ¿mejor así? Mejor así… ¿Estará en lo inefable? ¿Estará
en el silencio? ¿Lo sabremos?, lo sabremos, seguro que lo sabremos.
Tal como en la música hay suspenso y silencio prolongados, en tu
vida emocional hay tanta vivacidad, que prefiere callarse para mejor
expresarse. Así, sin palabras, todo es más perfecto en la medida del ser,
en la medida de la hermosura, en la medida de la música… a tu medida.
Todos tenemos diferentes maneras de entender la música, si acaso
esta se puede entender. Cada quien tiene su propia experiencia musical,
de acuerdo a su formación y acercamiento. Por ejemplo, tú tienen una
manera de entender tu música muy tierna. Yo nunca había escuchado
mi música de la manera en que tú lo haces. Las veces que hemos
escuchado música juntos, me he conmovido por la intimidad que tienes
con tus canciones, y por las curiosidades que dimanan de tu interior en
esta experiencia de la escucha. Que la música te sepa (¿te acuerdas de
las risas que nos dieron una vez que conjugamos este verbo?) a comida,
para mí es algo realmente extraño y desconcertante, a la vez que tierno y
conmovedor. ¿Por qué te sabe a comida? Cada canción para ti tiene un
sabor peculiar, y yo no sé por qué lo entiendes así. ¡Ves!, además que tú
eres misterio, el misterio de la música llega a ti para robustecer los tuyos.
¡No tienes medida que te contenga! A mí, en cambio, toda la música me
sabe amarga, o dulce, depende de si estás conmigo.
Nietzsche considera: “…la <percepción correcta>-es decir, la
expresión adecuada de un objeto en el sujeto-me parece un absurdo lleno
de contradicciones, puesto que en dos esferas absolutamente distintas,
como lo son el objeto y el sujeto, no hay ninguna causalidad, ninguna
exactitud, ninguna expresión, sino, a lo sumo, una conducta estética (…)
libres ambas de poetizar e inventar.” Tal cual, el saber de tu música para
mí es poesía viva. Cada quien es libre de entender la música como le
plazca. Yo te expuse la forma en que yo la entiendo a partir de otros
autores, sin embargo, yo no soy tan original como tú. Tú la has entendido
a tu modo, la has comprendido como has querido, haciendo poesía con
tus acciones, con tus silencios, con tu escucha. Sé que disfrutas tu
música, lo sé, ¡te he visto bailar! Toda esa experiencia, todo ese bagaje
emocional que envuelve tu escucha, es la belleza que viene a ti, no la que

[89]
está en ti, sino la que viene a impactar en tu vida. ¡La manera como la
entiendes y recibes es realmente admirable! Como te amo, te admiro.
Sin duda, todos nos acordamos de algunas personas cuando
escuchamos música. Pero tú te diferencias en esto, porque con cada
canción, particularmente, te acuerdas de alguien en específico. Es decir,
cada letra, cada tono, cada canción te dice algo de alguien, no de muchos,
sino de alguien muy concretamente. Tus amigos, tu familia, yo… ¡Eso
también es conmovedor y valioso! Eso hace parte de la libertad que cada
quien tiene para escuchar su música e interpretarla como guste. Con este
mismo sentido, me conmueve igual, los absurdos razonamientos a los
que llegas cuando escuchas música, por ejemplo, el de la foto: la primera
foto que te tomaron de niña fue, según tú, no la más vieja, como dirían
las personas, sino la más nueva, por ser la primera. (jajajajaja) ¡Qué
tontería!, pero son tus tonterías. La música en ti es más especial que en
cualquier asceta, y eso no tiene ninguna discusión.
Así, hay géneros de música que antes de ti no escuchaba. Ahora
escucho los boleros con el corazón aflorado, y todo porque tú estás en
ellos, no porque originalmente éstos me gustaran. Tal cual me pasa con
muchos otros géneros que abarcan tu presencia en mi vida, no por ellos
mismos, sino por ti que estás en ellos. Haces para mí lo que originalmente
no escucharía. Eso hace parte de tu música, de tu sentido del arte, del
arte misma, de ti que eres para mí el arte más perfecto.
¿Te acuerdas de la vez que te hablé de la catarsis y la sublimación?
La catarsis es la purificación de las pasiones a través de la contemplación
de una obra de arte, de una observación estética o un aporte artístico
desde la perspectiva del artista. Es decir, en la medida en que contemple,
mis pasiones serán, paulatinamente, depuradas de toda culpa, suciedad
y mácula alguna. Tú, que eres el más bello de los artes, me provees de
tal pureza, porque en ti sublimo mis culpas, todo lo malo que hay en mí,
cuando pasa por ti, deja de serlo. Eso para mí es sublimación, ya que tú
eres mi arte, mi música y mi todo. Cuando te contaba sobre la catarsis,
decías: “fascinante nombre”, fueron tus palabras después de que te lo
expliqué. En realidad, hablábamos de la manera en que tú purificabas
tus emociones, como cuidaban tu vida emocional y todas esas
peculiaridades que hay en ti. Si te va tan bien haciéndolo, es porque
dentro de ti hay una musa artística inspirándote, porque, realmente,
cuesta bastante hacer lo que tú haces ahora tan joven.
Nos sublimamos a través de la irrealidad que es más real que la
realidad misma: la música, la poesía, el arte. Tú eres mi arte, querida
mía, en ti hayo el escape a mi existencia y comienzo a existir nada más
que en ti. Julio Cortázar dijo: “yo creo que la única gran pérdida son las
ilusiones, y a veces las certidumbres, por hermosas que sean, no alcanza
a reemplazarlas.” Sin embargo, “evadirse de la realidad es un sueño que
no puede durar siempre”, según Stork, y tú me has enseñado eso más

[90]
que cualquier filósofo, tú, mi irrealidad real, me has enseñado que los
sueños no duran por siempre. Tú, mi sueño y mi esperanza, me
despertaste del letargo en que venía, y me cortaste las alas con las que
pretendía llevarte a la cumbre del cielo. Decía Julio Cortázar en sus
Cartas: “pero estaré enamorado de la poesía mientras viva, y allí donde
sospecho que arden sus fuegos, allí trato de descubrirla”, ¡cuánto más
yo, amada mía, sabiendo, como te hice, no solo razón de mis poemas,
sino la poesía misma que he escrito. Porque eso eres, más que cualquier
cosa, eres poesía, eres belleza. Todo sustantivo, sin la insustancial
degradación del adjetivo.
Tú te pareces en algo a mí cuando escuchamos música, en que
subimos el volumen demasiado alto. Las noches en que iba a tu casa y
escuchábamos música juntos, estando el volumen bajito para nosotros,
a tus papás le incomodaba. Porque para nosotros estaba bien, mientras
que para ellos la música estaba muy alta. Tú y yo nos parecemos en eso,
nos gusta la música alta, como aquella encumbrada en el cielo, pero
alegóricamente en el volumen terreno. Y luego, ¿por qué tengo que
escuchar la música tan alto? Es que me gusta sentir que está en todo mi
ser. Es como si la música dejara de ser solo ella y empezara a ser
conmigo. Sé que has experimentado aquella sensación, esa de escuchar
la música tan alta que se te pierden los problemas junto contigo en ella.
Se van todas las preocupaciones diluidas en la inmensidad de lo que
abriga a tus oídos. Se objetiva tu voluntad, dejas de ser tú y pasas a ser
la música que escuchas.
Así, no solo molesto cuando escucho música, sino también cuando
la canto. Hay días en que me los paso cantando con o sin guitarra. Y sí,
aunque cante feo, ¡me encanta cantar! Otra forma en la que expreso esa
esencia musical que me envuelve es silbando. Cualquier canción, no
importa, me encanta silbar. El problema es que silbo muy agudo y no
suena tan bonito como quisiera. Pero no me importa, ¡me encanta silbar,
come me gusta cantar! Quizás el ruido que hago para incomodar a los
otros, porque lo hago a propósito, es para no sentirme solo. Y es que me
aterroriza la soledad. De cualquier forma, los otros tienen que
soportarme, como yo a ellos. ¿Será igual en ti? ¿Escucharás la música
alto por la misma razón? Y en este aire de preguntas, podríamos abrir
nuevas preguntas, no para nosotros, sino para los artistas, aquellos seres
que nos traen la fruición de nuestra música. ¿Para qué crean la música?
¿Qué nos traen de nuevo en tantas formas como de música existen?
Después de todo, hacer arte no es hacer algo nuevo. Lo hecho,
hecho está. La novedad está en la transformación de las cosas que ya
existen en cosas aparentemente nuevas. Luego, Charles Bukouski hace
uno de sus aportes más importantes a mi reflexión cuando dice que “la
manera de crear arte es quemar y destruir conceptos comunes y
sustituirlos por nuevas verdades que vienen sin pensar y brotan del

[91]
corazón.” Nuevas verdades, provenientes de conceptos comunes, no
simples, pero sí conceptos que ya se han estudiado antes. Una nueva
verdad, no en el sentido epistemológico, es decir, del conocimiento en sí,
sino estético y artístico. Es por eso mismo que Pablo Picasso consideraba
que “el arte es la mentira que nos permite comprender la verdad”, porque
transformamos verdades que otros entienden como mentiras o ilusiones,
pero que, en realidad, son verdades transformadas. El arte no es
falsedad, es una verdad más perfecta que lo ordinariamente entendido
por verdad. Así pues, la poesía miente sin mentir, enseña, como la
música, un conocimiento incognoscible por entero, pero entendible. Tal
cual soy yo, poeta, que me expreso, me entiendes, ¿pero me entiendes?
¿Entiendes mis contradicciones y mis absurdos? Soy tu músico y soy tu
poeta, amor mío. Tienes que entenderme al mismo tiempo que no me
entiendes, tal como la música, tal como la poesía. No me entiendes, como
yo tampoco te entiendo, ¿y qué?, entendemos una cosa: que somos, que
nos amamos, nos queremos, nos necesitamos.
En este caso, ilusión y mentira son suplementos de verdad; no la
niegan, al contrario, reafirman su existencia, mientras la mejoran, la
hacen más perfecta. Sucede en la música, pero también en la poesía, de
manera más lingüística, claro, pero sucede. La poesía es el lenguaje más
eminente; en la poesía todo existe, no hay falsedad ni irrealidad, pues
todo existe de manera poética. Ningún otro arte puede dar existencia real
a todo como la poesía. Para la poesía el Sol sale, ¡y el Sol sale!, no así
para la ciencia actual, pues conoce y estudia la rotación y órbita de los
planetas. En la poesía no hay errores, ni mentiras, ni imperfección, ni
ilusión, ni irrealidad. En la poesía todo es correcto, verdad, perfecto y
real. Que tu vida en mi vida y mi vida en tu vida sea un poema, así
seremos: poesía, hermoso y eterno poema.
¿Por qué insisto tanto en hacerte arte, un arte más supremo que el
arte hecho, mi poesía y mi música en la substancia de tu belleza? Es que
tu naturaleza, como he sentido, es engañosa, como el arte. Porque a veces
pareciera que todo entre nosotros fuese mutuo, y otras tantas me siento
innecesario. Estaba yo aprisionado en tu hermosura, como están todos
los contemplativos en lo bello, y no me daba cuenta de tu encumbre y mi
precaria inclinación; estaba yo en la tierra, mientras tú estabas en el
cielo. Por eso eres poesía, porque con el engaño que no quieres, dices lo
que quieres, mientras yo escucho solo aquello que apenas logro
interpretar. Me dices la verdad, pero escondida en la mentira. De
cualquier forma, tú eres más que arte. El arte es hecho por los hombres,
pero ¿y a ti quién te hizo? Sí, Dios, como a todos, pero contigo se excedió
en benevolencia, gracia y locura.
Como la música en muchas de sus formas es terrible por su
acercamiento a lo sublime, de este mismo modo, tú eres terriblemente
hermosa. ¿No entiendes cómo me conmueves interiormente en razón de

[92]
tu hermosura? Eres terriblemente hermosa, Luz de mi Vida. Tu ser es la
música por la que se esfuerza mi voluntad en contemplar; no poder
hacerlo, es dolorosa frustración. Además, existe dos formas de dolor: vivir
separado de lo que se ama y vivir unido a lo que no se ama. Esto, acorde
con San Juan de la Cruz en el Cántico espiritual, donde canta que “el
amante no puede estar satisfecho si no ama cuanto es amado.” Quien no
es amado en la misma medida con que ama, no tiene por qué rendirse o
resignarse a ser amado tan mediocremente, pues la crisis en el amor es
una realidad que ayuda a crecer. El amor necesita la adversidad para
poder reafirmarse. Si el amor nunca entra en crisis, significa que
realmente no hay amor. No existe el amor siempre feliz, pues necesita
sentirse muchas veces abatido, para poder sentirse vivo y latente. El
amor no se envilece con la dificultad, al contrario, se transforma con
benevolencia, porque el amor es una fuerza transformadora y en
transformación. A raíz de su fuerza transformadora y perenne
transformación, es que el amor puede igualar las fuerzas de los amantes,
¡es que el amor es realmente poderoso, divino, loco!

[93]
CAPÍTULO VII
ELOGIO A LA LOCURA

Muchas veces, el adjetivo “loco” es tomado como insulto, un


término despectivo por el que nadie quiere ser llamado. Nadie estaría más
equivocado que aquel que cree que los locos son aquellos desquiciados e
irremediablemente desequilibrados. Los locos son más que simplemente
los enfermos clínicos mentales, o aquellos incultos hombres que
balbucean sandeces, insensateces e incoherencias, parados en las
esquinas de las plazas. Yo sé que muchas veces has reconocido a algunos
individuos que son tomados por locos y afligidamente enfermos, como
todo el mundo, como yo lo hemos hecho. No obstante, si creemos que
esos son los locos, estamos garrafalmente equivocados. Te diré quién es
el loco, pero antes, quiero decirte qué es la locura y así, estoy seguro,
podrás apreciar la belleza que existe en el término y en la persona que ha
sido revestida de tal naturaleza.
Antes que nada, habría que decir que, en el conjunto de los
hombres, no todos son iguales. ¡Jamás habrá dos hombres iguales! Cada
uno tiene su propia esencia, sus propios dones y talentos. Cada uno tiene
una vida individual de la cual se hace cargo, dependiendo de su
responsabilidad, libertad y madurez. Como muy bien dijo Blaise Pascal,
“a medida que se tiene más espíritu se ve que hay más hombres
originales. Las gentes comunes no encuentran diferencia entre los
hombres.” Esto es verdad cuando se contempla el hecho de que cada uno
es peculiar e importante. Tanto tú como yo figuramos en el mundo con
una naturaleza y una esencia distinta; todas las personas somos
diferentes, sin embargo, conservamos una misma substancia abstracta:
lo humano. Lo que pasa es que todos los hombres son iguales para
quienes no pueden reconocer la locura de los demás como un don
maravilloso, sino como una deformación de la humanidad. Los simples,
los pobres de espíritu, son aquellas personas que no acceden a la belleza
que se encuentra subyaciendo en la persona del loco.
Beethoven lo expresó de esta manera, cuando dijo que “es la misma
lluvia la que en la tierra inculta hace crecer zarza y espina, y en los
jardines, flores.” La humanidad le abre al hombre infinitas posibilidades
de ser, pues nuestra naturaleza es inacabada. No tiene límites, porque
no está circunscrita a un modelo finito, sino a uno infinito, lo eterno e
inmutable de Dios. Vamos dirigidos a un fin, y estamos predeterminados
a ser lo que queramos ser, por lo tanto, no existen límites que nos
imponga ser sin querer. La humanidad es este revestimiento que abre
esta posibilidad, y nuestra libertad es aquella ornamentación que permite
la bella construcción de la individual esencia. Es decir, en muy sencillas
palabras, tú eres lo que quieres ser. Pero eres lo que quieres ser, porque
tu humanidad te permite, como una sola substancia de la que está hecho
todo lo humano, ser lo que quieres ser. Esto, por naturaleza, está
predeterminado en el hombre. O sea, la predeterminación en el hombre,
es no estar predeterminado en cuanto a su plenitud, pues siempre será

[94]
libre para decidir cómo hallar su plenitud. Siempre se podrá ser más de
lo que se es, pues el cambio es lo único constante.
Luego, la locura figura como una excepción de la naturaleza, pues
el hombre, en este sentido, no solo puede ser lo que quiera, sino que no
puede dejar de ser loco, si es que ésta es su individual esencia. El loco es
aquella persona que ha sido excepcionalmente dotada por la naturaleza,
y que no puede negarse a ser un ser excepcional entre todos los seres. El
loco es especial entre las gentes, único e irrepetible. Si bien ya todos
somos únicos e irrepetibles, el loco es el genio, quien figura como el más
especial entre todos. Si la naturaleza humana es una sola substancia que
abraza todo lo humano, en el loco, esta naturaleza se encuentra
enarbolada con excepcionalidad.
Porque hay un falso loco que es vulgar y, además, mal llamado loco,
pues no lo es, es que muchos locos temen ser llamado locos, cuando en
realidad los verdaderos locos son excepcionalmente maravillosos. Este
loco de verdad es genial, en el sentido formal del adjetivo. La locura formal
es la locura de quien hace lo que hace, porque sabe lo que hace, aunque
a veces no sepa a ciencia cierta lo que en verdad hace. Sí, ésta locura es
de aquel que se contradice sin importar que se note tanto su
contradicción. Porque puede llegar a ser ridiculizado por sus ideas, pero,
al mismo tiempo, despierta el furor de quienes se sienten inferiores a un
loco. Para el loco, el sentido común no hace parte vital de su existencia,
pues su existencia no es común a los otros hombres, es, más bien,
singularísima. Fernando Pessoa en sus Escritos autobiográficos expresa:
“mis pensamientos son, en algunos momentos, de tal naturaleza que me
siento enloquecer. Lo que su profundidad significa no lo sé, tampoco
tengo el coraje para intentar saber. Me vuelvo loco solo de pensar en ellos.
Me aterra considerar la mera hipótesis de analizarlos. Tal es su
naturaleza. Vértigo intelectual.” En estos pensamientos devela la
naturaleza y origen de su particularidad intelectual, nacida y
desarrollada en el marco excepcional de la locura natural.
Asimismo, muchos autores, como Miguel de Cervantes Saavedra,
usaron la locura como una forma de razón. Es conmovedor leer El
Ingeniosos Hidalgo Don Quijote de la Mancha, y más cuando su final deja
prácticamente al descubierto la esencia y el espíritu de todo el libro y
más, de su protagonista. “Yo fui loco, y ya soy cuerdo: fui don Quijote de
la Mancha, y soy agora, como he dicho, Alonso Quijano el Bueno.” El
Quijote llegó a la plenitud de su locura cuando murió, no antes. Si bien,
antes era loco, solo en su lecho de muerte, cuando la aceptó, fue cuando
saboreó la plenitud de su locura. Y para que las mentes ordinarias
entendieran, fue que éste dio a entender que vivió loco y murió cuerdo,
no porque realmente fuera “normal” en la hora de su muerte, sino para
reafirmar que la verdadera razón es la locura. Hermoso fue el epitafio que
al Quijote así adornó en su sepultura:

[95]
Yace aquí Hidalgo fuerte
que a tanto extremo llegó
de valiente, que se advierte
que la muerte no triunfó
de su vida con su muerte.
Tuvo a todo el mundo en poco;
fue el espantajo y el coco
del mundo, en tal coyuntura,
que acreditó su ventura,
morir cuerdo y vivir loco.
Así es como encuentra razón Edgar Alan Poe cuando afirma que
“más cuerdo es el que acepta su propia locura.” Y luego, este mismo
autor, en La máscara de la muerte roja, dice brevemente que “hay
personas que lo hubieran juzgado loco (…) pero era preciso comprenderlo,
verlo, tocarlo para estar seguro de que, en efecto, no lo estaba.” Y no lo
estaba, no porque no lo estuviera, sino porque la verdadera sensatez, es
la locura, no la razón común, sino la excepcional. Solo que, a las gentes
ordinarias, hay que decirles que no se es loco realmente, para que
entiendan la verdadera naturaleza de la locura; no el error de los simples,
sino la verdad de los locos. ¿Y a ti qué te parece? ¿Te sigue gustando lo
común y corriente, lo normal? Porque a mí me seduce más lo inusual,
extraño y enigmático. Solo las personas locas se atraen por otras
personas locas. De lo contrario, los sensatos y prudentes ven desdeñoso
al hombre loco, que, en suma, es el verdadero sensato, no digo prudente,
pues a la hora de la verdad, la simpleza no aprehende la locura, como
tampoco la prudencia. Este género de locura solo puede ser abarcada por
la agudeza de los genios, no la sacrílega inteligencia de los cuerdos.
Así, la locura es tan privilegiada entre los genios, que el mismo
Charles Bukowski exclamó: “hay gente que nunca pierde la cabeza. Qué
horrible debe de ser su vida…”, refiriéndose precisamente a la locura
verdadera de este particularísimo ser que la naturaleza engendra. ¡Es
necesario que la gente entienda esta cuestión de otra manera! Es
necesario, y muy necesario, que entiendas tú esta cuestión con nuevos
ojos, pues te ama un loco; quizá no uno con los talentos de aquellos que
describo, pero sí un loco, también muy particular: un loco enamorado de
ti. ¡Este género de locura es una hazaña! Pues digo, ellos fueron locos en
su genialidad e insensatez, mas yo soy loco en ti y por ti. Ellos fueron a
su modo hombres excelentes, mas yo tengo por parte tu cielo y tu amor;
en definitiva, mi locura es mejor, no porque encarne sus saberes y sus
ciencias, sino porque mi saber y mi ciencia eres tú, Luz de mi Vida.
Miguel de Unamuno en Cómo se hace una novela, trata la cuestión
a partir de una diferenciación entre la razón y la verdad; la verdad la
posee el loco, mientras que la razón la poseen los cuerdos. Él dice:
Estar loco se dice que es haber perdido la razón. La razón, pero no
la verdad, porque hay locos que dicen las verdades que los demás

[96]
callan por no ser racional ni razonable decirlas, y por eso se dice
que están locos. ¿Y qué es la razón? La razón es aquello en que
estamos todos de acuerdo. La verdad es otra cosa. La razón es
social; la verdad es individual, personal e incomunicable. La razón
nos une y las verdades nos separan.
No creo que se equivoque, pero tampoco creo que esté del todo en
lo cierto. La verdad y la razón tienen que estar al servicio la una de la
otra. No es posible entender la verdad sin la razón, ni el objeto de la razón,
sin la verdad. Por tanto, Unamuno erra en su diferenciación, mas no en
atribuir el patrimonio de esta dualidad al loco. Porque, ciertamente, el
loco es dueño de la verdad y, por ende, dueño de la razón que busca la
verdad. Lo que él llama razón, en realidad es “convención”. Aun así, no
creo que él erre en cuanto a su consideración de la locura y, por tanto,
escogí la cita para concluir que la razón es propiedad del loco y de nadie
más. Los simples viven en su error, mientras que el genio, el loco puro y
sin mácula, es quien posee la verdad en su ser y en sus acciones.
Hasta ahora, todo es muy ambiguo. Pero es que el loco es muy
ambiguo, porque su esencia excepcional lo hace obtuso, contradictor de
sí mismo, imprudente, genio e irreverente. Entender de esta manera al
loco, resulta ser un férreo impacto para el sentido común y la simpleza
de la gente. Sin embargo, yo sé que tú entiendes perfectamente estas
figuras y razones, pues tú participas también de esta excepcional
naturaleza en tu ser. Porque, creo y ojalá sea así, ¿has notado ya lo loca
que estás, cierto? No niegues que estás más loca que cualquiera.
A la pregunta qué es la locura, no se debe contestar con la
seguridad taxativa de los diccionarios, o las circunscripciones
convencionales de los académicos. La locura es una experiencia de vida
que cada uno tiene que descubrir, pues casi siempre es una realidad
difusa. Para reconocerla en nosotros, tenemos que reconocerla, primero,
en los otros. Los mejores ejemplos de locura, y seguramente los más
excelsos, son los de los filósofos. Claro que no todos los filósofos
estuvieron locos, ni siquiera algunos filósofos fueron realmente filósofos.
Pero existen algunos personajes excepcionales que figuran como los
verdaderamente locos, según mi parecer.
Así, ¿quiénes son los amantes de la razón? Pues los filósofos que
tan incansablemente la buscan, ¿quiénes más? ¡Ellos, los filósofos, son
los locos, los genios, los artistas! Los filósofos especialmente fueron, y
aún son, personas muy raras. Desequilibradas por completo. Locos. Su
brillantez, talento y genialidad pagan el precio de la rareza y la
inconsistencia. Cada quien vivió su particularidad en especialísimo grado
y carácter, pero todos y cada uno de los verdaderos filósofos sufrieron
una rareza inusitada y única.
En el Fedro, Platón hace pronunciar a Sócrates un bello discurso
en el que afirma que “los bienes más grandes nos vienen por la locura,
que sin duda nos es concedida por un don divino”. Más allá de lo mejor
pensado, la locura proviene de Dios. Entre los paradigmas divinos de
locura está San Francisco de Asís que predicaba a las flores y a los

[97]
animales los llamaba hermanos, tanto como a la Luna, al Sol y a la
muerte. Era vegetariano y vestía harapos, habiendo sido
exuberantemente rico. En esta misma línea, y muy anterior a él, está
Diógenes de Sinope, un filósofo de la escuela cínica, quien no escribió
nada, como Jesús y Sócrates, que tampoco escribieron, sabrá Dios por
qué; fue un vagabundo, concebía a la pobreza como una virtud. Además,
era impúdico y se comportaba, literalmente, como un perro, tanto que así
le apodaban, “el perro”. También usaban contra él el apodo como un
epíteto, un apelativo despectivo, sin embargo, a él no le importaba.
Alguna vez en un banquete le comenzaron a arrojar los huesos, y él, como
el perro que era, se paró enfrente a orinarlos. Y sí, era tan exagerado que
defecaba y se masturbaba en público. ¡Ése, en su genialidad, sí estaba
cabalmente loco! Predicaba la escisión de los placeres en el hombre para
así alcanzar la perfecta virtud. Para nosotros que no gozamos de ese
extremo de locura, nos parecerán enfermos. Aun así, “es más hermosa la
locura que procede de la divinidad, que la cordura, que tiene su origen
en los hombres”, según Platón. Considero estos personajes como el
culmen de estas excepciones, sin mencionar que Jesús también fue un
loco en su momento, pero, para no escandalizar a cualquiera que, por
cualquier razón, esté leyendo esto, me ahorraré mis consideraciones
acerca de la locura divina que poseía Jesús.
Nuestro celebérrimo y ya tan citado Schopenhauer, era una
contradicción en sí mismo. Debido a su continua reflexión a partir de los
escritos sagrados de la India, defendía el vegetarianismo, sin embargo,
éste no lo practicaba. Como también, siendo pesimista, consideraba en
sus aforismos que la alegría nunca se debía rechazar, pues ésta llegaba
siempre de manera oportuna. Su peculiar ascetismo en el goce estético
para la emancipación de los dolores del sufrimiento de la vida humana,
era nada más que conceptos y razones, pues en su vida no existían tales
prácticas y costumbres. Debido a su misantropía, Schopenhauer
paseaba a sus perros hablándoles en inglés, pero cuando los quería
regañar les decir “hombres” en alemán; un signo muy curioso de su
sentido del humor.
De Schopenhauer siempre he resaltado su soberbia como reflejo de
su genio y lucidez intelectual. Y es que fue un verdadero filósofo, como
Nietzsche, como Sócrates, como Platón, Aristóteles, Diógenes, y tantos
otros locos que figuran en el vademécum de la demencia filosófica.
Nietzsche, a propósito, dice que “…el más soberbio de los hombres, el
filósofo, está completamente convencido de que, desde todas partes, los
ojos del universo tienen telescópicamente su mirada en sus obras y
pensamientos.” ¡Es innegable! Todo filósofo es un soberbio, y lo digo con
palabras infalibles. Tu orgullo hace parte de tu naturaleza, y tu
naturaleza es excepcionalmente demente, loca y genial. ¿Ves y entiendes
por qué eres tan altiva? Tu orgullo, tu soberbia, son producto de tu
inteligencia y genialidad. Que sobresalgas en todos los aspectos, es razón
suficiente para sentirte más que muchos. Pero tú no necesitas sentirte,

[98]
porque te sabes mejor que todos. No eres para mí mejor que todos, pues
tú, en sí, ya lo eres. Que te excedas en inteligencia, belleza y
determinación no es la única razón por la que te amo. Yo te amo porque
pertenezco a tu misma naturaleza. Tú no puedes negar en mí mi genio y
locura; tú no puedes arrancar de mí ni de ti misma la esencia que nos
define. Por eso nos atraemos, porque a ti, en tu exigencia natural, solo te
puede atraer lo que pertenezca a tu esencia y excelsa naturaleza: la
genialidad.
Mi genio y locura me conduce por muchas y diversas reflexiones.
Unas veces elucubro sandeces y galimatías, pero otras veces, llego al
límite de mi entendimiento cuando me reduce el saber al miedo. Dejo de
pensar con claridad y razón y me sumo en la más aguda voluntad y
sensacionalismo; esto ocurre cuando estoy críticamente irreflexivo,
pensando en la muerte y la carencia. Preferiría no haber nacido, a morir
padeciendo dolor. ¡Sabes el terror que le tengo a morir! La muerte
representa para mí la pérdida de todo cuanto soy y cuanto tengo. ¿Pero
y el pesimismo no es una reflexión? ¡Vaya si son raros los filósofos, pues
hasta el más pesimista, Schopenhauer, tenía buen humor y un poco de
optimismo! ¿Cómo no temería yo a la muerte si para mí representa
perderlo todo, perderte a ti?
El miedo y el vértigo que me produce la imaginación del tránsito de
mi vida a mi muerte es tal que me despierto del sopor del sueño casi que
arbitrariamente. Sí, es que muchas veces, mientras trato de dormir, antes
de que quede inconsciente, pienso en el morir y me aterro totalmente.
¡Siento que es verdad, que me está pasando, que me estoy muriendo! Este
temor proviene de mi amor por la vida. Sin embargo, a veces necesitamos
pregustar la muerte para valorar más aún la vida misma; tú eres mi vida,
y el que te vayas de mí, es mi muerte. El hecho de perderte a ti, Luz de
mi Vida, no es para mí pérdida total, porque sé que realmente nunca te
irás. Al contrario, esta experiencia me lleva a amarte más, cada vez más,
pues dilucida en mí la realidad que dice que eres para mí indispensable
y necesaria. ¿Cómo podrías irte? No tendrás mejor lugar para estar que
en mis brazos, en mi corazón y en mi cabeza. ¿Cómo podrías irte de donde
te aman tanto? Nadie te va a pensar con tanta genialidad como yo, y estoy
seguro que tú no quieres ser pensada por inteligencias tan comunes como
la de los otros hombres.
Además, como dulce recuerdo de Nuestras estaciones, nuestro
primer libro, Albert Camus dice a propósito en Retour à Tipasa, y muy
sensatamente, que “en medio del invierno aprendí por fin que había en
mí un verano invencible”. Tú puedes recordar lo que para nosotros es el
verano y el invierno, y luego, que Camus diga al respecto esta hermosa
frase, contrasta de manera peculiar la verdad para nosotros y la verdad
en sí de las cosas. En nuestra vida habrá siempre mucha dificultad, pero
en nuestro corazón siempre habrá, también, un fuego incontenible que

[99]
nos anime a continuar nuestro camino juntos. Ese fuego, en mí, eres tú.
Tú eres esa llama siempre encendida que alegra mis días, colorea mis
pensamientos y enriquece mi interior. No importa qué miedos hayan
dentro de mí, qué temores y qué preocupaciones, tú siempre serás para
mí motivo de alegría. Tu fuego contrarresta mi temor a morir, porque tu
fuego es llama de vida, llama que da luz a tu nombre para que sea lo que
significa: la Luz de mi Vida. En esto consiste mi locura: en que mi mente
está permeada única y exclusivamente por ti.
Cada noche, cavilando, pierdo sin remedio la cordura. Y aunque
loco y arrogante todo el día, en la noche el apogeo se exacerba. Puedo
discurrir en mis ideas como quien se pasea tiernamente por caminos
afables. Sinuoso en mis pretensiones, me frustro con la realidad que me
supera. Pues así mismo como me viene a la imaginación la fatalidad de
la muerte, también se me vienen otras ideas que se inyectan en mi ser y
robustecen mi locura.
Puedo recordar que desde muy niño imaginaba ser otras personas.
Principalmente mi papá, mis hermanos, gente cercana. Me parecía muy
curioso ser los otros; cerraba los ojos y pretendía ser ellos, olvidándome
de ser yo mismo. Creo que estos ejercicios infantiles correspondían a mi
genialidad, pronunciada en mis prístinos años. También creo que mi ser
buscaba su identidad, y el hecho de recordar con claridad mis
imaginaciones infantiles, vigoriza mi suposición de que todos los
recuerdos hacen lo que somos. Borges, por ejemplo, dijo: “me pregunto
si la identidad personal consiste precisamente en la posesión de ciertos
recuerdos que nunca se olvidan.” En estas palabras se me aparecen las
noches en que hablábamos de tus recuerdos infantiles. El que me
contaras las curiosidades de tus años tiernos, era para mí gratificante y
dulcemente memorable. Tanto tú como yo tenemos recuerdos de la niñez
que no se podrán olvidar jamás, y esos recuerdos son lo que define
nuestra identidad. Recuerda siempre esa ternura tuya, esa que eras de
niña, y esa que me das ahora. Tu ternura para mí es vital.
Similar fue la experiencia que describe Clarice Lispector en
Aprendiendo a vivir: “yo antes quería ser los otros para conocer lo que no
era yo. Entonces entendí que yo ya había sido los otros y que eso era fácil.
Mi experiencia más grande sería ser el otro de los otros: y el otro de los
otros soy yo.” La enseñanza es crucial para mi vida personal y la tuya.
Muchas veces tenemos paradigmas inalcanzables, modelos de vida
irrealizables. Creo que lo más bonito de la vida es ser uno mismo. A mí
me gustaste tú al principio por como eras, pero luego, cuando me fui
hundiendo en el abismo de tu misterio, fui entendiéndote cada vez más y
así me fui enamorando paulatinamente. A veces, advierto en ti un deseo
de ser más de lo que eres. Pero déjame decirte: eres perfecta como eres.
No me refiero a crecer humanamente, pues siempre se puede ser mejor,
pero nunca trates de cambiar tu locura, tu esencia, lo que eres y te define.

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Son tus recuerdos y aquello que amas lo que irá siempre contigo; es lo
que pienses, es lo que extrañes. Y resuelve Virginia Woolf estas
cuestiones cuando dice con brillantez que “solo se me ocurre decir, breve
y prosaicamente, que es mucho más importante ser uno mismo que
cualquier otra cosa.” Sé tú misma, Luz de mi Vida. ¡Eres increíble!
Yo no reconocí mi locura partiendo de mí mismo, sino de la locura
de los otros que superan la mía. Pero también aprendí a aceptar mi
locura, porque los demás la dilucidaron para mí. Por ejemplo, una vez,
un compañero que aprecio mucho, me dijo que yo era la excepción en los
filósofos. Cuando le pregunté por qué, vagó en sus reflexiones. No me dijo
nada con claridad. Pero la verdad es que yo entendía muy bien por qué
lo decía. Mi vanidad siempre me ha conducido por los pensamientos de
los hombres como si fuera yo mismo quien pensara. Sin embargo,
considero que la adulación es también una forma de traición.
Luego, otro compañero, fijándose en el desorden de mi escritorio,
le pareció muy extraño que yo considerara mi desorden como orden; los
libros todos desparramados, en realidad estaban distribuidos por mí de
tal manera que yo supiera a qué capítulo de este libro pertenecían; los
lapiceros, muchos que estaban en la mesa, eran para apuntar diferentes
cosas y para específicos cuadernos; igual, las notas estaban
desparramadas por toda la madera de la mesa, pero para mí era muy
claro a qué pertenecía cada idea suelta. En definitiva, para mí era normal,
para él era una expresión de mi particularidad. Así que dijo: “ya entendí,
eso es… no sé qué… no sé cómo decírselo sin que se le suba a la cabeza.
¡Ahm!, no genialidad, sino…” Y ahí fue cuando yo le interrumpí con risa
intempestiva y me salí por la tangente: lo mandé a dormir. Y sí, apenas
era de tarde. ¡Como si ya no tuviera el ego en el tapiz del firmamento!
¡Como si ya no tuviera en la cabeza el “yo soy mejor que todos”! ¡Como si
él no supiera que soy un arrogante! Yo soy un orgulloso, un hombre
ensoberbecido; un vanidoso, indeseable consentido, solo para ti. Porque
así tú me amas, mientras que los otros se hieren de mí y me rechazan.
Así es que para ti solo soy mi esencia, mientras que, para los otros, soy
solo apariencia. ¿Recuerdas que te dije que nuestra locura se atraía,
mientras que los otros que no son locos la rechazan?
Con todo esto, constato día a día el profundo impacto que tengo
sobre otros con mi locura y mi desorden, pues mi juicio no es el juicio de
los otros hombres. El juicio, no el intelectual, sino el práctico, ese al que
nos referimos cuando llamamos a alguien “juicioso”, no corresponde a mi
juicio. Mi juicio va más allá del orden que los otros conciben. Puedo decir
que mi desorden es mi orden. O bien, el desorden para los otros es el
orden para mí.
Alguna vez, mientras cenaba, otro compañero me volvió a llamar
loco, por reírme de las bromas y los chistes con que molestaba yo en la
mesa y que nadie más que yo entendía. No fue un insulto, solo fue la

[101]
verdad. Y la manera como lo dijo fue cariñosa. Desde el primer momento
en que llegué aquí se me llamó como tal: loco. Y es que no me permito
suprimir la risa, porque la valoro mucho. Me hace sentir feliz, me hace
olvidarme, muchas veces, de mis penas y agobios. Ciertamente no son
muchos, pero algunas cosas me quitan la paz y solo la risa me lleva a
olvidarme de aquello que me inquieta tan sobremanera. Nietzsche dijo
que “la madurez del hombre es haber vuelto a encontrar la seriedad con
la que jugaba cuando era niño.” Se me pidió muchas veces ser más
maduro y serio en cuanto a mi forma de ser, pero, según Nietzsche, ya lo
soy. Yo soy seriamente divertido. Me burlo de la gente con toda seriedad.
No creo que sea yo, pues, el que tenga que cambiar. Bien lo dijo Alejandro
Dumas en El conde de Montecristo: “cuando se vive entre locos, es preciso
aprender a ser insensato…”
El loco o el genio, que vendría a ser la misma cosa, podrá ser
llamado como se quiera, pero siempre, siempre, siempre será una
excepción de la naturaleza. Nunca será un hombre común y corriente,
como los llamados “hombres normales”. Sócrates fue un hombre
eminente, de costumbres extrañas y pragmáticamente revolucionario. El
fin de su filosofía era la sabiduría misma, pues, según él, el amor más
puro a la sabiduría tenía que ser la motivación para hacer filosofía.
Erasmo de Rotterdam vendrá a decir que “la locura es sabiduría, y la
sabiduría, locura”, por lo tanto, el filósofo, quien es realmente el sabio,
es un loco natural. Tanto Sócrates como los demás filósofos, han sido
personas extrañas a los ojos de sus congéneres; esa rareza es parte de su
esencia, pues la búsqueda de la sabiduría comprende, no un atisbo de
locura, sino un sumergimiento total en la demencia.
También entre los músicos están los locos, los excepcionales
naturales, los genios, los artistas. Si describiéramos la vida de cada uno
de los músicos, tú podrías entender qué clase de persona era cada quién;
sus defectos eran considerablemente pronunciados, pero éstos eran
remediados por sus dicientes virtudes y excepcionalidades. Sin embargo,
sus defectos siempre los tachaban de locos, cuando era en realidad sus
virtudes las que estaban siendo descritas por los simples.
Piensa en Mozart, por ejemplo. Nadie entendía la genialidad y
personalidad pueril de Mozart; todos le amaban, a la vez que lo
aborrecían. De cualquier manera, ¿qué más podría ser un genio, si no lo
que tiene que ser? Sabio fue Chopin cuando dijo sobre sí mismo, “dejen
que sea lo que debo ser, nada más que un compositor de piano, porque
esto es lo único que sé hacer.” Es la misma frase que defienden cada uno
de los locos que solo pueden ser locos, es decir, genios y nada más, ¿para
qué más? Bellamente lo volvía a exclamar en nuevas formas en sus más
extáticas palabras: “¡y yo aquí, condenado a la inacción! Me sucede a
veces que no puedo por menos de suspirar y, penetrado de dolor, vierto
en el piano mi desesperación”. Vuelve y surge la pregunta, ¿de qué otra
manera este genio expresaría su esencia, si no como lo tiene que hacer,

[102]
siendo lo que es? Los locos son seres especiales, una excepción
maravillosa de la naturaleza y, en suma, un regalo de Dios al mundo.
Además, y para vigorizar su genuina esencia, dice Chopin sobre sí mismo
que “si yo fuera más tonto de lo que soy, creo que habría alcanzado la
cumbre de mi carrera”. ¿Ves qué preciosa es la locura? No hay vituperio
ni insulto en ser llamado loco. Al contrario, ser un loco es un privilegio
insuperable. En tales palabras veo justificada la existencia de Mozart
que, sin decir nada elocuencia, con su música develaba más que con
palabras su genuina esencia.
A Chopin no le importaba ser llamado tonto, o bien, loco, porque
sabía lo que tal realidad significaba para él. Esto me recuerda una escena
de mi vida, en mi primer año de soledad. Te conté esta historia hace
algunos meses atrás, pero quiero que la recuerdes y quede aquí
eternizada mi estupidez. Te escribí la mejor poesía que pude haberte
escrito en toda mi vida. Ni siquiera la recuerdo. Solo me acuerdo de la
sensación que me produjo componer tan bellos versos en mis florecidas
mañanas de domingo. Toda ella develaba el gran amor que por ti profeso.
Una vez salí con la carpeta que contenía aquellos papeles, más otros que
necesitaba y la perdí junto con todo: papeles y papeles de papeles, mis
poemas, mis historias, mis reflexiones y mis registros médicos. No pude
nunca recuperar esa carpeta, se me perdió para siempre y con ella la
poesía que te había escrito. Al principio sentí mucho pesar, pero ya luego
me he tranquilizado pensando que todo lo escrito debe estar en algún
lugar eternizado. Por este acaecimiento, es que pude decir que la única
vez que se me llamó “estúpido” con justicia, fue la vez en que mi profesor
de filosofía se dio cuenta de que había perdido tan invaluable tesoro.
Alguien le dijo que yo era poeta, y quiso leer mis versos. Sin embargo, le
manifesté mi pérdida y natural dolor. No hubo más pésame y
condescendencia que llamarme estúpido por haber perdido mi trabajo. Y,
aunque nos reímos, tenía razón: soy un estúpido, porque estoy loco. De
cualquier manera, si no lo estuviera, tampoco te hubiera escrito lo que te
escribí y espero siga escrito en algún lugar de lo eterno. Bien dijo Platón
que “la poesía de los locos eclipsa a la de los sensatos”, así, ¡que se joda
el profe, yo hice mejor que los cuerdos con mi estupidez! Schopenhauer
escribió que “con frecuencia se ha observado que el genio y la locura
tienen un lado común y hasta llegan a confundirse, y la inspiración
poética ha sido considerada como una especie de delirio…” Y así,
embriagado en mis delirios te escribí, y así, en estos mismos delirios perdí
tus poemas. ¡Dios no quiera te pierda también a ti! No sea beneplácito de
mi estupidez perderte.
Otro rasgo elocuente de locura, en su forma natural y
correctamente entendida, es decir, la genialidad, y que ayuda a vigorizar
su definición y las muchas formas de llamarla, es la imprudencia. El loco
en sí es imprudente. No se puede pensar en la imprudencia separada de
la genialidad, pues ambas están intrínsecamente relacionadas. O bien,
como decanta Schopenhauer, “…el prudente, en cuanto tal, no será
nunca genial, y el genio no será prudente. (…) y en general suelen mostrar

[103]
algunas debilidades lindantes con la locura.” Así es que no se pueden
separar todos estos términos de la entidad que los posee, pues su
naturaleza exclusiva abarca todos y cada uno de ellos; el ser imprudente,
loco, genio y creativo es un rasgo de tal excepción natural que garantiza
la latencia feliz del mundo y sus seres. ¿Qué haríamos sin estos locos?
El mundo no sería más que demacración, simpleza y perversión. Mas así,
con los locos en el mundo, éste se llena de color, poesía, música e
inteligencia. Tú, que eres mi mundo, mi universo y realidad, ¿qué serías
sin tu loco? Serías algo, ciertamente, pero no serías lo que eres conmigo.
Para robustecer un poco la excepcionalidad de los locos, menciono
lo que se dice de Nietzsche, a modo de especulación, e incluso, como
investigación: que fue un acérrimo misógino. Algunos aseguran, no lo
creo yo personalmente, pero lo he escuchado, que tenía cierta
repugnancia por los rusos. Teniendo en cuenta sus elogios por la obra de
Dostoievski, ruso, y que se enamoró de una brillante pensadora, Lou
Andreas-Salomé, filósofa rusa y amiga de Nietzsche, no considero que en
nuestro filósofo alemán haya existido estos infaustos sentimientos. A no
ser, y como ya te lo he dicho, que haya roto sus propios esquemas. El
amor rompe los esquemas personales, las convicciones, el orden
particular de cada ser, te lo he dicho en diferentes oportunidades. Tal
como le acaeció en su desgracia personal, la locura que lo desentendió
en el fin de su vida de sus obras y oficios (locura vulgar y médicamente
entendida, no la locura que te he referido como virtud), el amor resultó
ser una excepción, pues su madre y su hermana, a quienes, al parecer,
odiaba, como, según dicen, odiaba a las mujeres, fueron las que se
encargaron de cuidarlo hasta sus últimos días. Incluso se piensa que su
hermana fue quien organizó sus últimas publicaciones y se dedicó a su
publicación. ¿Quién haría tales mercedes si no ama? El amor, la locura
más bella que existe, rompe esquemas y prejuicios, o como dice la
Escritura: “como llama divina es el fuego ardiente del amor. Ni las
muchas aguas pueden apagarlo, ni los ríos pueden extinguirlo”,
(Cantares 8, 6b-7ª). El amor es locura, el amor no cede a la dificultad, la
abraza y la ama.
Estas cosas malas que se dice de este pensador no me llevan a mí
a prejuicios, sino a hacerme preguntas tales como: ¿por qué se dice de
los genios de todo para desprestigiarlos?, ¿tantos es el odio que tienen
por los locos? Y es que el loco no puede menos que llamar la atención y
provocar tensión entre los hombres simples y comunes. ¡El genio será
criticado, aborrecido, al mismo tiempo que alabado y lisonjeado! Así, es
Heidegger quien justifica a Nietzsche cuando dice sobre él que “aunque
se asegure, de paso, que fue un gran filósofo. Tales elogios, desde abajo
son en realidad ofensas.” ¿Crees que el decir bien de nosotros los locos
es virtud en los simples? No, mi amor, es envidia e hipocresía. Entre los
genios nadie se alaga, entre los genios se reconoce y respeta, pero nunca
se alaga. Porque muy bien pueden hablar de ti, Luz de mi Vida, pero, ¿y
la envidia? Nadie puede soportar la genialidad de una persona; tú que

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sobresales en tantos aspectos de tu vida, tendrás muchos admiradores y
dulces palabras a tu merced. Pero estas mismas personas, cuando tú no
estés, hablarán mal de ti con el odio que te ocultan. Y es que la genialidad
es algo que nunca lo podrán entender los hombres simples y comunes,
pues mientras para éstos todo esto son disparates, el loco, el genio o el
imprudente, lo entenderá perfectamente como excelencia de vida
irrenunciable. El hecho de que te critiquen, y eso lo sabes muy bien, no
te limitará a ser lo que eres. Nadie podría siquiera intentar opacar tu
genialidad y la multiplicidad de tus virtudes.
Me causaron profundo impacto estas reflexiones, pues desde que
empecé mi formación académica, se me ha insistido en la prudencia y el
orden, respecto a mi efusividad y espontaneidad. Sin embargo, he
decidido seguir siendo imprudente. Pero no un imprudente asociado a los
hombres comunes, sino mi imprudencia, la imprudencia particular de
quien está perdidamente loco. Y es que en todos los aspectos soy
imprudente; soy imprudente hasta para dar mi corazón. ¿Tendré acaso
remedio? Mi definición más precisa es que vivo equivocado, pero, a decir
verdad, amo bastante mis errores. Fui terriblemente imprudente al
entregarte mi corazón, pero después de hacerlo es tuyo para siempre. No
habrá distancia, ni decisión que me haga hacerlo mío de nuevo, pues mi
corazón es siempre tuyo, siempre y para siempre.
No se puede dejar de resaltar a la genialidad como una inherencia
de la locura. El sentido más exacto de genialidad que quiero decantar
aquí, es la del genio creativo. Más que alguien que sobresalga, pues de
por sí ya el genio sobresale, como el loco y el imprudente, la genialidad a
la que me refiero, no solo abriga lo antes enunciado, sino también la
potencia creativa del ser genio. Pope decía que “el gran ingenio es pariente
cercano de la locura y ambos están separados por una delgada pared.” Y
estas mismas ideas también fueron proliferadas por pensadores como
Clarice Lispector, que es quien aporta la claridad suficiente para
identificar a la locura en el operar creativo del artista. Lispector construye
un bello texto donde enarbola estas ideas:
La obra de arte es un acto de locura del creador. Pero germina como
no-locura y abre caminos. Y, sin embargo, es inútil planear esa
locura para llegar a la visión del mundo. La pre-visión despierta del
sueño lento a la mayoría de los que duermen o de la confusión a
los que adivinan que algo está pasando o va a pasar. La locura de
los creadores es diferente de la locura de los que están
mentalmente enfermos. Esto, entre otros motivos que desconozco,
se equivocaron en el camino de búsqueda. Son casos para los
médicos, mientras que los creadores se realizan con el propio acto
de locura.
Recuerda que decir loco es igual a decir genio y artista. Y si de
genios y artistas hablamos, no se puede dejar de mencionar a esta
leyenda del arte y la genialidad. Pienso en el polímata, Leonardo da Vinci,

[105]
conocedor de infinidad de materias y saberes. ¿¡Puedes pensar en la
persona de da Vinci sin impresionarte de él!? Él, el paradigma del homo
universalis (el hombre universal), conocedor de una vastedad inabarcable
de materias de la inteligencia humana, saberes muchos y depósito de
infinitos misterios. Aunque es más reconocido por su genialidad en la
pintura, lo cierto es que se desenvolvió con la más excelsa pericia en la
botánica, la aerodinámica, las matemáticas, la medicina, la arquitectura,
la escultura, la anatomía, la hidráulica, la geología, la mecánica. Su
persona encierra muchos misterios y curiosidades, como, por ejemplo,
que escribiera de derecha a izquierda. Además, y para contrastar con los
anteriores personajes, fue un gran músico, intérprete de la lira. Él
tampoco pudo escaparse de esa rareza que revisten los genios.
También vale la pena considerar a Van Gogh, quien comía pintura
amarilla buscando, se especula, inspiración y felicidad en ella. Un genio,
sí, pero también un loco. ¿Ves cómo no pueden ir separadas la genialidad
de la locura? Llegó a tales extremos de cortarse una oreja el genio éste.
¿Te imaginas? La locura tiene un precio, pues don tan maravilloso no
puede ser perfectamente soportado por los hombres. El precio de mi
genialidad cuál será. ¿Cuál será el precio de tenerte en mi vida?, ya que
los dones no parecen, muchas veces, tan gratuitos. No quiero suicidarme,
ni cortarme las orejas, ni beber pintura, o comérmela, como escriben
muchos de Van Gogh. No lo sé, esto es tan entreverado que muchas veces
preferiría ser ajeno a estas realidades. ¡Pero es que son excepciones de la
naturaleza! Estoy obligado a pertenecer a ella, como tú lo estás.
Los artistas no solo se limitan a ser músicos, pintores, escultores,
sino que van más allá: los artistas son escritores. El escritor es un
irremediable loco, como el músico, como el pintor. El escritor, sea este
poeta, novelista, o filósofo, está condenado a la locura, o mejor, está
beatificado en la locura. ¡Mucho más loco debe ser aquel que encarna
todas estas artes en un ser! Y sí, en mi alma están florecidas varias de
estas artes… y sí, tienes suerte que te ame con ellas como a nadie se ha
amado antes, ni se amará jamás. Porque “el artista es el único por
excelencia, es el loco que, gracias a su demencia, a su incapacidad de
adaptación, a su rebeldía, ha conservado los atributos más preciosos del
ser humano”, según Ernesto Sábato en Hombres y engranajes, y con esta
unicidad, demencia e inadaptación es que yo te amo a ti. ¡Luz de mi Vida,
te amo con locura!
Creo, además, que el perfecto modelo de loco y artista, tendría que
ser nada más que Dios mismo. ¿Qué hay más que Él? Si la locura es
natural, en Dios, esta locura es de naturaleza divina, no humana como
la excepción substancial que hemos venido tratando en estos párrafos.
Sin embargo, Dios figura como el loco que modeló, no solo a los locos,
sino a todos, claro. Pero ha tenido una consideración de predilección con
los locos del mundo. Pues Dios es El Arista, El Genio y El Loco. En (1
Corintios 1, 18- 31) San Pablo escribe la más perfecta descripción de la
locura de Dios:

[106]
Pues la predicación de la cruz es una locura para los que se
pierden; mas para los que se salvan-para nosotros-es fuerza de
Dios. Porque dice la Escritura: destruiré la sabiduría de los sabios
e inutilizaré la inteligencia de los inteligentes. ¿Dónde está el sabio?
¿Dónde está el docto? ¿Dónde el intelectual que se ciñe a simples
criterios humanos? ¿Acaso no entonteció Dios la sabiduría del
mundo? De hecho, como el mundo, mediante su propia sabiduría,
no conoció a Dios en su divina sabiduría, quiso Dios salvar a los
creyentes mediante la locura de la predicación. Así, mientras los
judíos piden señales y los griegos buscan sabiduría, nosotros
predicamos a un Cristo crucificado: escándalo para los judíos,
locura para los gentiles; mas para los llamados, lo mismo judíos
que griegos, un Cristo que es fuerza de Dios y sabiduría de Dios.
Porque la locura divina es más sabia que las personas, y la
debilidad divina, más fuerte que las personas.
(…) No hay muchos sabios según la carne ni muchos poderosos ni
muchos de la nobleza. Dios ha escogido más bien a los que el
mundo tiene por necios para confundir a los sabios; y ha elegido a
los débiles del mundo para confundir a los fuertes. Dios ha
escogido lo plebeyo y despreciable del mundo; lo que no es, para
reducir a la nada lo que es.
La debilidad divina de la que habla San Pablo es el amor. Dios es
un enamorado, es un loco. Dios está locamente enamorado de la
humanidad. En su rareza, Dios hace de las cosas que humanamente se
tienen por importantes, futilezas. ¡Todo lo vuelve al revés! Eso es lo
chistoso de Dios: los genios, los inteligentes, los ricos, los hermosos,
todas estas personas son lo contrario desde la perspectiva divina. Él hace
necia la sabiduría del mundo, ¡la entontece! Lo que quiero decir, es que
la locura es tan importante en nuestra vida, que escala todas nuestras
dimensiones, desde lo más bajo, que somos nosotros, hasta lo más alto,
que es Dios. La locura en Dios consiste en su eterno enamoramiento por
nosotros. De Dios se deriva todo género de locura y genialidad. Dios es la
fuente del amor, y es por esto que amar nunca está mal, pues Dios, que
es amor, también es el sumo bien que ama. Recuerda que Dios es
creador, y, por ende, artista. Y sabes, los artistas son locos, ¿entiendes?
Amar es el arte más difícil de todos y Dios es el Experto.
¡Todavía me consterna cómo las más de mis ideas se me vienen
orinando! Ha de ser porque orino todo el tiempo, o porque me concentro
más… ¡quién sabe! De cualquier forma, preguntándome a mí mismo llego
a las más de mis ideas. Entable diálogos con mi propio ser en todo
momento: en la capilla, en los pasillos, en los jardines, en el comedor, en
el baño, en todo momento y lugar. Lo que pienso en mi espontaneidad es
lo que luego escribo en mi reposo. ¡Pero cuál reposo, si mientras escribo
no puedo dejar de mover, como las alas de un colibrí, mi pierna izquierda!

[107]
Mi vida oscila entre la inflexión y el desacierto: ¿tomo café tan
exacerbado como siempre? Porque si lo tomo así, estoy obligado a orinar
todo el día; pero, en realidad no soy capaz de dejarlo. ¿Te sigo amando o
te relego a un bello recuerdo? Pero no puedo relegar la belleza, ni dejar
de actualizar los recuerdos. Y más, si se trata de ti, ¿cómo dejaría de
amar, si mi esencia es ser amante? ¿Cómo dejaría de contemplarte, si mi
esencia del amor está en la contemplación de la belleza, encarnada, ¡tú
lo sabes!, en ti misma? Son mis inflexiones, oscilaciones y locuras.
El Eros prevalece sobre la razón y todas las seducciones que
existen, por eso es la locura más atractiva que existe. ¡Tanta es la fuerza
del amor que obligó a los mismos dioses a copular con hombres! ¡Tanta
es la fuerza del amor que dobló a las mismas diosas ante los hombres en
razón del deseo! Incluso Zeus, por la fuerza del amor, se abajó hasta las
criaturas mismas para consentir con ellas. ¡Gracias doy que no te
conoció! Hubiera hecho hasta lo imposible por desposeerme a mí de ti y
quedarse la eternidad contigo, ¡y qué guerra hubiera hecho yo en los
cielos por recuperarte! No hubiese epopeya que superara lo que hubiese
hecho.
Mi locura también es altiva, porque se sabe superior. Y sí, sabes lo
orgulloso, soberbio y prepotente que soy. Sin embargo, la locura que es
altiva y arrogante, también, como es amiga del amor, está abierta a
encontrar la humildad que la edifica. Por esto, San Pablo escribe que “el
conocimiento engríe, el amor, en cambio, edifica interiormente.” (1Co 8,
1b), pues es consciente de la fuerza transformadora del amor que hace
su obra, aun en los locos vanidosos como yo. Aunque el tema lo voy a
tratar con más detalle en el siguiente capítulo, quiero hacer una
prefiguración con aires de hincapié. Amor mío, amarnos de ninguna
manera está mal. En ningún género de mal se encuentra el amarse con
lo amado. Además, ¿eres consciente de la supremacía de tu hermosura?
Yo podría equivocarme mil veces con mil errores en cuanto al amor, no
saber amar y esas cosas, pero nunca me equivocaría al afirmar que te
amo, pues, según Platón, “solo a la belleza le ha caído en suerte ser lo
más manifiesto y lo más susceptible de despertar el amor”. Así, no medan
dudas: ¡yo te amo! Tu belleza, la más de las bellezas, supera mis decires
y aciertos. Ni siquiera sé describir el porqué de mis amores, solo sé decirte
que todo empezó al reconocer tu belleza singularísima e inimitable.
Yo estoy loco, y ciertamente he dañado a muchas personas por
considerar de más mi locura. Aun así, no busco hacerte daño alguno, de
ningún género. ¡Es que te amo, Luz de mi Vida! Y “el amor no hace mal
al prójimo; el amor, pues, es la ley perfecta” (Romanos 13, 10). Así,
¿dónde está la maldad en amarnos? ¿Dónde que yo no puedo verla?
Quizá fue esta cita la que inspiró a San Agustín decir: “ama y haz lo que
quieras”. Yo te estoy amando, déjame hacer lo que quiero y haz tú lo
mismo. Porque Platón afirma que “se dice del que ama las cosas bellas,

[108]
que está loco de amor”, es que he sabido que la plenitud de mi locura no
está en mi inteligencia, sino en tu hermosura.
Para terminar este capítulo debo recalcarte que el que
verdaderamente ama, es un verdadero loco. Es que los enamorados son
los locos y yo soy un loco enamorado, locamente enamorado de ti. Tal
cual Dios está locamente enamorado del hombre, deben los hombres
estar locamente enamorados de Dios. El amor es una locura, que, según
San Pablo, será la locura de la cruz. Dios, en Jesús, fue hasta el extremo
de entregar su vida por nosotros, por el amor que es él mismo y que nos
tiene. Así, amar es una locura; es de locos amar. Y es que el amor es
discordante, pues siempre rompe los esquemas, las convenciones y va en
contra de todos los principios que se creen correctos. Nunca amar será
razonable para la gente común, mas para los locos, el amor siempre será
la respuesta a todas las preguntas importantes. También lo reconoció
Friedrich Nietzsche cuando dijo que “en el amor siempre hay algo de
locura, mas en la locura, siempre hay algo de razón.” En estas mismas
ideas se desarrolla el discurso de Marguerite Yourcenar cuando dice que
“el amor y la locura son los motores que hacen andar la vida”, y no se
equivocaba. Yo prefiero morirme, aunque tema tanto a la muerte, antes
de perder mi capacidad de amar; porque amo desde lo más simple, la
naturaleza, hasta lo más complejo, tú y luego, lo más trascendental: Dios.
Mi esencia, por ser tan loco, es amarte. Tu esencia, porque tu genialidad
es prominente, y tu locura, a la vez que la mía, se distingue con tanta
elegancia y tanto estilo, es el amor. Tu esencia siempre será el amor, pues
no puede un corazón tan noble, no amar. Es más, no puedes tú, después
de saber quién soy yo, no amarme. Los ardores de tu amor, son mi locura.
Además, y en todos los sentidos, me he acostumbrado a perder la razón
contigo.

[109]
CAPÍTULO VIII
LA LOCURA DEL AMOR

Para hablar rectamente de un tema tan amplio como este necesité


recurrir a muchos de los textos que a lo largo de mi vida he ido
conociendo y me han ayudado a definir y madurar lo que creo y pienso
del amor. Son textos que me han iluminado en mi trasegar prevenido por
la incierta línea de la vida y que me han servido de rescate ante cualquier
error, sin dogmatismo, de lo que mi corazón no pudiese soportar como
verdad. Quiero recalcarte, como lo he hecho ya tantas veces, que no tengo
en la flor de mis palabras ninguna presunción de absolutismo en mis
declaraciones y exposiciones. Solo quiero escribirte mucho de lo que
pienso a mi edad. Quizá me falte la razón al hacerlo, de cualquier forma,
estoy muy joven y ambiciono aprender mucho en lo que me quede de
vida.
Este fue uno de los primeros capítulos que pensé en el momento
en que concretaba lo que quería hablarte. ¿Cómo no sería la primera idea
que acudiera a mi mente siendo que se trataba de ti en mis
pensamientos? Pues no fue la velocidad con que pensé las ideas,
proporcional a la escritura de ellas y todo el corpus del capítulo. Reunía
y reunía citas, amalgamándolas una tras otra sin siquiera escribir una
palabra de mi autoría, y todo por la responsabilidad que conllevaba el
escribirte a ti un pequeño tratado de lo que pensaba respecto al amor, el
cual atribuyo a la reciprocidad que sostenemos. Vagué, taciturno y
meditabundo, por los abismos de la búsqueda. Me precipité insensata y
obstinadamente sobre muchas y ajenas concepciones al respecto, mas
permanecí en silencio ante la sabiduría desbordante que cercaba mi corto
y débil entendimiento. Pero también, del mismo modo, se fue
robusteciendo mi saber a tenor de lo que consideraba, no con
absolutismos y dogmatismos exacerbados, sino con la humildad que
carezco, ésa que me dicta el no saberte y obstinarme en la condena a la
ignorancia de querer comprenderte.
De cualquier manera, ya me había desbordado el sentimiento hacia
ti y la urgente necesidad de comprenderlo. ¡¿Pero cómo comprender lo
que se siente con el corazón?! ¿No es, pues, la razón adversa a la
voluntad? Bueno, quizá no adversa, pero sí extrapolar en cuanto a su
consideración. ¿No dijo Pascal que el corazón tiene razones que la razón
no entiende? Pues como tal decía la verdad en cuanto a la voluntad y
luego, en cuanto a la razón, dejaba entredicho y entreverado la evidencia
de su vencimiento. Por más que trate de explicarte, vida mía, ¿cómo
comprenderte? ¿No es pues ése el límite precioso del misterio que eres?
Ése de saberte sin saberte. Sé que no te sé y mi curiosidad sobrehumana
me consume por entender lo que proviene de tu ser. La síntesis de tu
misterio se resume, entonces, en la obstinación de mi razón en la

[110]
inabarcable y desproporcional esencia de tu vida. Quiero saberte, sin
siquiera contemplar que es imposible la intelección de tu naturaleza. Tan
solo, cual revelación, puede ser develado tu misterio bajo la luz que tu
ser arroja sobre la oscura ignorancia de mi entendimiento. Pero solo mi
ignorancia puede ser iluminada por tu luz, no la de ningún otro. Tu
nombre no significará lo mismo para nadie que no sea yo. Y así, ninguna
otra persona podrá, si quiera, entender el umbral de tu misterio, pues el
albor de tu arrogancia solo puede conducir mi vida y la de nadie más. Así
es que, abandonarme a mí, sería abandonarte a ti misma. ¿Por qué?
Porque tu vida sin mí corresponde a la pérdida de tu misterio. Tu vida
sin la interpretación e importancia que yo otorgo a tu existencia es una
reducción estrafalaria que grita la vuelta de mi ser al tuyo. Solo yo puedo
darte el carácter que te doy. Solo yo puedo pensar en ti como nadie más
podría hacerlo. ¿Y qué si soy arrogante? Mi mayor arrogancia es tenerte
rubricada en mi pecho, mi mayor arrogancia es tenerme a mí tatuado en
la piel de tu misterio, ¿o acaso puedes quitarme ahora de tu vida? ¡Hazlo
y verás cómo una parte de tu ser se va conmigo! ¡Hazlo y verás cómo tu
vida grita mi regreso!
Al respecto, en Las obras del amor, Søren Kierkegaard se aventura
a decir:
¡Oh vosotros, mártires silenciosos de una pasión amorosa
desgraciada! ¡Bien pudo quedar en secreto lo que penasteis del
amor para ocultar un amor! ¡Jamás se supo, así de grande fue
cabalmente vuestro amor, el que hizo este sacrificio; sin embargo,
vuestro amor fue conocido por los frutos! Más todavía, quizá estos
frutos fueron precisamente los más valiosos, los que maduraron en
el sereno incendio de un dolor oculto.
Y así, voy escribiendo, cual frutos esperados, el devenir precioso de
mis sentimientos. Ya los secretos no lo son más en la medida en que te
los revelo a ti. Lo son para los otros, no porque no sepan de nosotros,
sino porque no saben la inconmensurable grandeza macrocósmica que
te sirve de aura, de escondite y alcázar. ¿Pero por qué escondes a mí la
dulzura de tu entendimiento? Yo que me he esforzado tanto por
conquistarte, me veo muchas veces privado de tu sinuosa esencia, y no
es justo, vida mía, perderme tanto a mí mismo, para ni siquiera
encontrarte.
Tú, cuando te tornas tan dubitativa y oscura, me haces recordar
esta estrofa de Fernando Pessoa que refleja fielmente lo inútil de nuestras
ausencias orgullosas:
La flor que eres, no la que das, es la que quiero. Por qué me niegas
lo que no te pido. Tiempo habrá para negar luego de habérmela dado.
Flor, sé flor para mí. Si avaro te cogiera la mano de infausta esfinge,
tú, perenne sombra errarás absurda, buscando lo que no diste.

[111]
Revélame, entonces, tu misterio insondable. No te pierdas en la
oscuridad del no saberte, que si no hay razón que te comprenda, tu
verdad se irá diluyendo en la espesa grasa de lo incierto e ininteligible. Y
si así fuera, ¿para qué habrías de existir? ¿Acaso no es mejor que una
inteligencia tan aguda como lo es la mía te sepa más que nadie? ¿Para
qué te abrirías a vulgares e ignorantes, si puedo yo hacerme con tu
esencia inabarcable y, al menos, consumirme en ella para ser contigo?
En el Discurso del 19 de agosto de 2005 Benedicto XVI pronunció
que “el amor no tiene un por qué, es un don gratuito al que se responde
con la entrega de sí mismo.” Es por esto que el amor en ti se me hace
misterio, porque no concede porqués que lo justifiquen. Las veces que te
has preguntado por qué te amo tanto, ha sido inútilmente, pues el amor
no responde a tales inquietudes. El corazón no tiene razones, el corazón,
que es el núcleo del alma y, así, del amor, no comprende razones ni
juicios al respecto. Amarte a ti corresponde a un impulso incontenible y,
si acaso es cuestionado, incontestable. No puedo darte explicaciones de
por qué te amo tanto como te amo, pero te amo.
Respecto al amor inicié este libro diciéndote una de las formas que
he encontrado para amar: escribiéndote. Y esta la descubrí precisamente
amándote a ti. Escribí y escribí para tu alma tanto que terminé
concluyendo que era mi forma favorita de amar, y que, aunque hay
muchas y diversas maneras de hacerlo, mi corazón se inclinó, dubitativo
al principio, resuelto ahora, por amar mientras te escribo. Y esto en todos
los sentidos que puedas imaginar. La amplitud de mi inventiva puede
reducirse a nada unos días, mas en otros se encuentra perseverante en
sus idilios y frescuras. Encontraré mil maneras de amarte cada día, mi
creatividad, en éste sentido, nunca atisbará límites que le reduzcan o le
agoten. Siempre robusta, hará caminos nuevos para decirte lo mismo de
pletóricas formas: ¡que te amo, Luz de mi Vida!
Luego de tantas disertaciones al respecto, cabe la pregunta: ¿en
nuestro contexto está mal amarse tanto? Yo respondo a tal inquisición
de manera resuelta con otra pregunta: ¿cómo estaría mal amarte con la
profundidad con que te amo? Y es que es verdad. No puede haber alguien
sobre la faz de la tierra que te ame tanto como yo. Y, si esto es así, ¿en
dónde reside el mal de mis motivos? ¿Si alguien ama con tanta fuerza,
cómo puede el mal estar presente? Nietzsche dijo hermosamente que “lo
que se hace por amor acontece siempre más allá del bien y del mal.” Y si
esto lo dijo respecto a los hechos del amor, ¡cuán superior será entonces
por el amor mismo y no los solos hechos, la supeditación del amor por
encima de toda ley moral! Porque sé que los besos apasionados de tu
boca, todos ellos evocación del culmen hermoso de tu sexo en mis
abismos, son gestos perennes e indelebles que tu vida da a mi vida. Alma
mía, que se eleva sobre sí misma cuando tú la besas; alma mía, que se
inclina reverente ante la concepción de la imagen de tu cuerpo desnudo;

[112]
alma mía, que se arroja vívida y florida sobre el himen abierto de tu
gracia; ¡alma mía, que no pecas! ¡Que no pecas! ¡Que amas! ¿O es pecado
una caricia? Si las abejas acarician las suaves flores para que éstas den
gustosa miel, y las flores agradecen las caricias del rocío matinal, ¿cómo
será pecado una caricia de mis manos a tu piel? ¿Cómo será pecado beber
del dulce néctar de tu miel? ¡Que tu boca es miel, que tu sexo es miel,
que tu cuerpo es miel, que tu alma es miel! La presencia de mis manos
en tu cuerpo no es lasciva, o sí, quizás un poco. No obstante, si se
obstinan en caricias, es porque te aman y, tocarte, aunque no te toque
realmente, es deseo inextinguible y apremiante. De cualquier manera,
¿cómo podría abstenerme de tu cuerpo si estás ahí con toda la extensión
de tu belleza viéndome en frente, con tus labios carnosos apuntándome
y tus lozanos y abundantes pechos invitándome a su fuego? Porque
quema el deseo en mis adentros, y la hora del descanso no la hallo hasta
que no te abrazo y escucho tu corazón latiendo. Es tal el fuego de mis
pensamientos que no puedo extinguirlos, ni siquiera eludirlos. Antepongo
mis deseos por ti a cualquier otra suerte de cosas que me exijan su
atención. Y así, amándote como te amo, no hay culpa, no hay error.
Me abrevo del néctar casto de tu sexo, como se abrevan los seres
que necesitan lo vital del agua. Yo bebo mejor que cualquier bestia,
porque, no solo pienso, sino que bebo de aquello que me mueve a pensar:
tú, mi amor. Afluyen hacia ti las olas de mi deseo, ¿y qué? Yo soy libre de
abrasar con mi fuego tu fuego y acrecentar la llama inapagable del deseo.
Sí, ¡deseo!, deseo que es hoguera, hoguera animada por el ímpetu
amoroso de mi pecho. Yo no quiero nada más que tú. ¿Por qué te deseo
tanto, mi amor?, ¿qué me hiciste, lujuria mía y mi pecado sin pecado?
Porque es tu aroma como el aroma de mil flores en celo, todas ellas
acariciadas por abejas. Así, tu flor es cortejada por mí, como las almas
cortejan los dioses. ¡Emanen a mí tus misterios, y los lea en el libro
abierto de tus piernas! Yo deseo el secreto que me esconden, yo deseo
beber del efluvio mistagógico y sexual que tu casta herida, infligida por
el Hacedor de toda la hermosura. ¡Oh, herida, hermosa herida!, ¡bendita
herida que anhelo con exacerbado libido y lascivia vehemente! ¡Se pasó
contigo el Hermoso que tu hermosura creó, oh, preciosidad toda
sustantiva! Que te quiero como quien desea, que te quiero como quien te
ama. Sí, amo y deseo el manjar precioso de su sexo abierto.
Hablo de todas estas cosas porque el amor no se agota en la simple
fruición de los placeres, sino que va hasta más allá, hasta lo eterno, la
pregustación de lo inabarcable, inagotable y celestial. Benedicto XVI en
Deus caritas est advertía que “la palabra amor, una de las más utilizadas,
aparece muchas veces desfigurada”, y no se equivocaba. Seguramente si
le preguntáramos a alguien qué es el amor, no sabría qué responder, y si
respondiera, lo haría de una manera muy vacía. La experiencia del amor
es bastante profunda, su hondura no conoce límites, pues el amor es tan
trascendental que hace parte de la esencia de Dios mismo. Cada acto del
[113]
amor, es, en realidad, una manifestación divina. Piénsalo como si mis
besos, mis caricias y mis gestos por ti, fueran, metafóricamente, una
teofanía. Que yo te ame tanto como te amo, es una muestra clara de que
el amor de Dios es muchísimo más excelente y perfecto. Si acaso yo
alguna vez moví tus afectos a tal extremo de sentirte enamorada de mí,
feliz y alegre, sabrás, plenamente entonces, que el amor de Dios excede
todo límite y que lo que yo apenas pueda aportar, no se compara con el
amor perfecto de Dios. Sin embargo, la pureza y excelsitud con que te
amo, nunca tendrá precedentes, ni sucesores. Me perteneces, porque yo
te pertenezco.
Aunque me precipite tanto por ti que, aparentemente, caiga en el
abismo de tu amor y “peque” por terco y animoso, no sentiré culpa o
resentimiento. ¡Con cualquiera padecería vergüenza o culpa! Pero
contigo, corazón de mi espíritu encantado, no podría si quiera atisbar los
lejanos rayos del arrepentimiento. ¡Es imposible que me sienta sucio
sucumbiendo en tu pureza! Así diría con José Emilio Pacheco: “no estaba
arrepentido ni me sentía culpable: querer a alguien no es pecado, el amor
está bien, lo único demoníaco es el odio.” Así pues, como es, no tendría
motivos para hacerme atrás en mis quereres. ¿O tú tienes otros motivos
que desconozca? Porque en cuanto a las acepciones morales del amor y
los graves y complejos problemas en que nos encontramos tú y yo a la
hora de pensarnos y pretendernos propios, es decir, en el momento en
que nos reconocemos como uno hecho para el otro, estamos obligados a
asumir una posición clara y determinada en cuanto a nosotros mismos.
Una posición descontaminada de todo prejuicio e inmadurez. Y esto,
puesto que nos somos mutuamente correspondidos, pero foráneamente
reprobados, constituye una dificultad que, aunque difícil, es hermosa.
Las veces en que te preguntes si lo nuestro está bien o está mal,
quisiera que te reformularas la pregunta. No se trata de si está bien o
mal, como categorías morales irrevocables e infalibles, sino de si te
sientes bien conmigo o te sientes mal. Debes preguntarte, “¿me siento
bien con él?” Al fin de cuentas, en el amor participa el sentimiento, antes
que la reflexión de la razón. Y ya, cuando quieras reflexionar a partir de
tu experiencia, puedes preguntarte si mi presencia en tu vida significa
algo importante. Porque si no, ¿para qué seguir con alguien a quien no
se ama? No tiene sentido desperdiciar la vida tan mezquinamente. Y, no
hay derecho para hacer perder el tiempo a quien nos ama sin amarlo. En
suma, si no se siente es mejor, indiscutiblemente, decir que no se siente,
antes que hacer creer al otro que sí se siente algo. Y si se siente, es
fundamental decir lo que se siente, antes que ocultarlo por temor o
prudencia. Es que la afección es importante tanto sentirla como
manifestarla.
Rousseau sostuvo que “desear no es querer. Se desea lo que se sabe
que no dura. Se quiere lo que se sabe que es eterno”, y esto, en la línea

[114]
de, si recuerdas, mi teoría del querer amando y el querer deseando
explicada en el primer libro, me abre la antesala de la dimensión tan
importante que existe en la experiencia del amor: la sexualidad, divino
regalo de Dios, y la eternidad, prefigurada en el acto de amar a través del
placer sexual.
Nadie podría hallar alegría en un amor desorientado, uno que no
sabe a dónde va ni por qué camina. Un amor que no encuentra en dónde
posarse y descansar, no puede encontrar la alegría. ¡Claro que para poder
posarse y descansar tiene que volar libremente, pisar espinas y destruir
dificultades, porque al final sabrá, ya que es amor sapiente, sosegarse en
lo amado! Habrá de ser muy ciego e ignorante el amor, para buscar el
objeto de su vida en donde no le aman. ¿Dónde te amarán más que en
mí? Tu lugar es aquí conmigo. Mi lugar es allí donde estés, contigo para
siempre. No concibo tu amor como algo inmediato, sino como algo eterno,
y será así siempre. Aunque no hablemos, aunque el tiempo pase y me
prives de tus besos, tus abrazos y cariños.
En este sentido, se entiende que amar es tan complejo que existen
muchas formas para hacerlo, todas muy distintas, adheridas a una
misma esencia, el amor, pero unas más perfectas que otras. Los
pequeños gestos, son grandes muestras de que se ama. La atención, el
querer hablarnos continuamente, el desear saber uno del otro. Cada cosa
que se haga por quien se quiere, es una muestra con un valor infinito de
amor. Hay una expresión del amor muy discutida, muy valiosa e
importante, pero muy malentendida y explotada violentamente: la
sexualidad. Digo discutida, porque es tan importante su existencia, que
siempre está en constante alusión; digo valiosa, porque es un don de Dios
dado a los hombres para encontrar alegría y figurar su unión con la
humanidad a través de una metáfora tan bella como lo es el sexo entre
dos que se aman, por esto es que es, también, demasiado importante; y,
por último, digo malentendida, porque está escandalosamente
desorientada en las sociedades jóvenes la acción sexual, expresión
perfecta del amor.
Hoy se hizo moda entregar el cuerpo. Para nadie es extraño ver la
desnudez de alguien, pues, generalmente, todos ya se conocen entre sí,
pues todos se han tocado, besado, todos son objeto de todos. Nadie tiene
en cuenta la profundidad del amor para consentir sus actos, desde los
más simples, como un beso pequeño, hasta los más profundos, como
aunar los cuerpos en el sexo. ¿Para qué tocaría yo la desnudez de una
mujer por la que no siento nada más que un exacerbado deseo egoísta?
¿Qué sentido tendría tocar carnes que no amo? Ya leíste a Rousseau,
“desear no es querer”, y yo no quiero hacerme con las carnes de otra que
no quiero, que no amo. Por el contrario, para ti, vida de mi alma, solo me
guardo. No consumiré mi alma más que en ti, nadie merece mi ser, solo
tú, Luz de mi Vida.

[115]
Hay muchas reflexiones preciosas que la gente se hace y que me
han gustado. Valoro mucho lo que otros piensan, y creo que es
importante nutrirse, de vez en cuando, de lo que los otros tienen para
decir. Hay quienes se ufanan de sus estudios para poder opinar y socavar
las opiniones de los demás, pero yo creo que todos tenemos algo, por muy
poco que sea, ¡aunque sea un ápice!, de bondad para decir. Escuché una
diferenciación preciosa entre la desnudez y el simple hecho de quitarse
la ropa. Lo que entendí fue que cualquiera se puede quitar la ropa y
tocarse el cuerpo como animales; besarse, acariciarse, penetrar como
máquinas y sí, en eso también hay placer, pero es un placer imperfecto y
superficial. No obstante, la desnudez es más profunda y menos
superflua. Cuando se toca la desnudez, el primer signo es el desnudo
corporal, ver el cuerpo sin nada que lo cubra más que el otro cuerpo. Pero
después viene el caudal abierto del alma, la felicidad del acto, cada caricia
es un poema, cada beso es una melodía, cada gemino es poesía y cada
brusco movimiento es lujuriosa y lasciva sinfonía. El sexo humanizado
es el verdadero sexo, ¡así es que se hace el amor! La profundidad del acto
sexual, estriba en el amor que se tenga por la pareja con que se pretende
asir las almas. Stork, en su doctrina antropológica trata el tema de la
sexualidad de una manera muy bella cuando expone:
Sabemos que dar es lo propio de la persona y que los actos del amor
permiten realizar esa capacidad de mil modos. Ahora hay que
añadir: el gesto del acto sexual es la manifestación de un tipo de
amor especial, distinto a todos los demás, el que se da entre un
varón y una mujer. No se puede entender la sexualidad si no se
considera ese amor especial, dentro del cual ella encuentra su
sentido humano. Es más, fuera de ese amor la sexualidad deja de
ser algo bello y bueno, y se convierte en algo simplemente útil, apto
para someterse a los intereses, cuyo sentido y significado propios
pueden acabar desapareciendo. Eso sucede cuando no se toma el
sexo suficientemente en serio…
No puedo dejar de aconsejarte que eduques tu sexualidad, pues no
resistiría, y lo digo sin ningún tipo de reserva, de la manera más resuelta
y cariñosa, que te convirtieras en el tipo de persona que juega con su
sexo como se juega con lo que poco importa, con lo efímero, como si fuese
tan solo una parte del cuerpo para pasar el rato y no un tesoro inigualable
y exclusivo. Cualquier persona tiene derecho a disfrutar de su
sexualidad, y sí, también pueden hacerlo de la manera que quieran, eso
es verdad. Sin embargo, no se puede obviar el hecho de que hay una
forma más perfecta de hacerlo que la multitudinaria variedad de
propuestas con las que el mundo pretende extenuar el acto, maltratar el
ser y languidecer el alma. Porque sí, en definitiva, la sexualidad
malentendida lleva al alma a una degradación impresionante, pues se
agota, en vez de llenarse por el amor que aporta el acto sexual, de una

[116]
manera tristemente irreversible. El sexo por el sexo y no por el amor, es
propio de animales.
La belleza del sexo estriba en la variedad de posiciones,
sudoraciones extáticas, ajetreos intensos y revoluciones corpóreas
extremadamente seductoras. Son sensaciones asombrosas que
conmueven el ser desde su parte más sensible. Los besos que comienzan
con cariño y terminan encendidos de placer, con cuellos recorridos por la
lengua y labios mordidos al impulso del deseo; todas las partes erógenas
devoradas por las bocas ávidas y amantes; la lascivia obliga al cuerpo a
acariciar todo cuanto pueda y sea tangible en el otro y a dejarse someter
por la integridad humana que nos ama. Pero hay que saber que todo esto
es noble, bello y perfecto cuando existe un amor que mueve el acto. Si no
está este amor, está bien, cada quién con lo suyo, es más imperfecto el
acto sexual. Pero yo considero que no se debe perder la alegría de ser,
por el placer de un momento que no queda en el tiempo, como sí queda
el haber sido uno con lo amado. Terminar con el sudor en todo el cuerpo,
la boca llena de risas, el corazón lleno de verdadero cariño y abrazados
en la cama, en el sofá, en la concina, en el piso, ¡donde sea!, es la síntesis
más hermosa que se podría hacer al terminar de amarse.
Toda seducción, por más voluptuosa y fastuosa que parezca,
palidece, si está tu amor conmigo, no como sola propuesta, sino como
decisión: carne de mi carne, tú y yo. ¡Tanto, tanto es el amor que por ti
guardo! ¿Tienes tú tal intensidad dentro de ti por mí? Porque, aunque
sea difícil y moralmente cuestionable, yo no reparo en tales cuestiones
cuando me refiero a ser para ti. A mí no me importa qué está bien y qué
está mal contigo en cuanto a la moral sexual. Para mí, contigo, todo me
está permitido y todo me conviene. No así con otras seducciones, con
otras personas y otros sentimientos. Sí discierno entre el bien y el mal en
cuanto a ti, pero solo cuando se trata de cómo hablarte, cómo tratarte,
cómo quererte, ¿qué está bien para ti y para mí? Pero en cuanto a la
sexualidad, no me reservo nada, soy todo solo para ti. Lo último que
quiero es que te hagas daño por malas decisiones, y es por esto que trato,
con lo poco que puedo, de darte una pequeña luz que te ayude a definir
muchas cosas en este aspecto. De todos modos, tú ya me diste a mí una
luz maravillosa: tú. ¿Cómo no, entonces, te daría yo una pequeña llamita
de saber? ¿Cómo no me daría yo enteramente a ti? Sabes, mi amor, sabes
que soy todo para ti y para nadie más. En (Ezequiel 16, 7b-8.13b-14)
aparece una descripción hermosa que quiero que leas y tomes para ti, de
mí:
Se formaron tus senos y tu cabellera creció, pero estabas
completamente desnuda. Entonces pasé junto a ti y te vi. Era tu
tiempo el tiempo de los amores. Extendí sobre ti el borde de mi manto
y cubrí tu desnudez; me comprometí con juramento, hice alianza
contigo (…) y tú fuiste mía. (…) Te hiciste cada día más hermosa, y

[117]
llegaste al esplendor de una reina. Tu nombre se difundió entre las
naciones, debido a tu belleza, que era perfecta, gracias al esplendor
del que yo te había revestido.
Todavía alucino cuando encuentro tu imagen, tu concepto, mis
sentimientos por ti y las palabras que provienen de mi alma en la
Escritura. No sé por qué, si es providencial, o simplemente coincide, pero
¡me encanta! En cada lugar al que vaya, donde sea que piense, donde
exista, donde yo esté, tú estás. En cualquier libro, en cualquier imagen,
en cualquier concepto, está tu concepto, tu imagen y tu ser. Porque vives
en mí, y yo vivo en ti. Al tú ser dentro de mí, te traduzco en todo cuanto
experimento, porque la luz de mis ojos, son tan solo el débil destello de
la profundidad luminiscente de tu esencia, queriendo salir de mí y
expresarse con ímpetu inefable.
“Gracias al resplandor del que yo te había revestido” termina la cita.
¿No es así? Niégalo cuantas veces quieras, pero lo que eres, eres por mí.
Tanto misterio, tanta excelsitud, tanto escrito como hay, tanto como te
he hecho sentir, ha sido porque yo lo he dispuesto así. Ningún otro
pudiera siquiera contemplarte como yo te contemplo. Ni siquiera se
acercaría un poco a la aprehensión tan elocuente que he hecho de ti.
Nadie puede hablar de ti como yo puedo hacerlo. Ningún detalle, por
vistoso que fuere, se asemejará a mis pequeñas rosas y cartas arrugadas.
Porque no se trata de lo que las cosas son, sino de lo que significan. Yo
he hecho de ti lo que eres. Y claro, yo sé que tú también has sido por ti
misma en mil aspectos, pero me refiero única y exclusivamente a lo que
eres en cuanto a mí. No me hago responsable de lo que seas fuera de mí,
sino lo que eres dentro de mí. El concepto que vive dentro de mi alma y
mi inteligencia, el prospecto que pervive con eterno carácter en mi
entendimiento. Lo que eres para mi espíritu, es lo que eres más
perfectamente, y de eso no hay lugar a dudas.
De tantas reflexiones que existen sobre la sexualidad, ésta del papa
Francisco me llena de esperanza en una pronta reconciliación entre la fe
popular y las sanas costumbres morales. Es obvio que en la milenaria
vida de la Iglesia se ha exagerado bastante en la moral sexual y se ha
perdido parte de su belleza. Sin embargo, en las últimas décadas las
nuevas sociedades han hecho resurgir la libertad de expresión y con ella
la expresión sexual, no solo en el arte, sino también en la vida afectiva.
En los siglos pasados, cuando el sexo era sinónimo de maldad, aberración
e impiedad, la ascesis era patrimonio de quienes más aguantaran sus
necesidades básicas, entre ellas, la potencia sexual. Este extremo es igual
de dañino como aquel en el que muchos hombres viven. Tal don
exagerado se convierte en hedonismo; una variedad de insanos extremos
que languidecen la alegría y extinguen el verdadero amor. Muchos
critican la Iglesia por ser retrógrada en este aspecto, pero se equivocan al
no conocer la teología del cuerpo que ella, en su sabiduría de madre, ha

[118]
sabido reflexionar. Lo que pasa es que la gente no sabe entender, y se
encierra en sus prejuicios, a la vez que se priva de la riqueza de la
reflexión a partir del sexo. Ahora, la ascesis también es posible para
quienes nos amamos de ésta manera, y no solo orando asidua y
perpetuamente. El sexo se ha ido articulando con el espíritu, de tal
manera que hemos redescubierto su belleza.
Maravillosa es la teología del cuerpo que hace San Juan Pablo II y
que el papa Francisco expone en su encíclica Amoris Laetitia. Muchas
personas no valoran la gran sabiduría de la Iglesia en este aspecto, con
el prejuicio de que los sacerdotes no se casan, como si éstos no tuvieran
la profundidad necesaria para entender y abarcar el gran misterio y el
gran don que Dios hace al hombre a través de la vida sexual. El mismo
Señor que creó el sexo, le dio a la Iglesia la luz suficiente para saber
discernir qué está bien dentro del acto y qué no. Sin embargo, somos
hombres y como tal nos equivocamos. Así es como se malinterpretan
algunas cosas, y se exagera en otras. No se puede pretender desmedir el
sexo. El sexo se tiene que medir a partir del amor, no hay más qué
considerar, sino el amor. No pienses en los prejuicios de la gente o los
que tengas tú, piensa en el amor que hay dentro de ti y en el amor que te
quieren regalar, eso es suficiente para saber si vale la pena abrir el caudal
de tu alma y la perfecta forma de tu cuerpo, manifestación tangible del
misterio de tu ser, misterio que conozco, misterio que venero, misterio
que amo. El papa Francisco aludiendo bastante a las catequesis de San
Juan Pablo II sobre la teología del cuerpo dijo que:
La sexualidad no es un recurso para gratificar o entretener, ya que
es un lenguaje interpersonal donde el otro es tomado en serio, con
su sagrado e inviolable valor. Así, <el corazón humano se hace
partícipe, por decirlo así, de otra espontaneidad.> En este contexto,
el erotismo aparece como manifestación específicamente humana
de la sexualidad. En él se puede encontrar <el significado
esponsalicio del cuerpo y la auténtica dignidad del don.> En sus
catequesis sobre la teología del cuerpo humano, enseñó que la
corporeidad sexuada <es no sólo fuente de fecundidad y
procreación>, sino que posee <la capacidad de expresar el amor:
ese amor precisamente en el que el hombre persona se convierte en
don>. El más sano erotismo, si bien está unido a una búsqueda de
placer, supone la admiración, y por eso puede humanizar los
impulsos.
Me quedo con las palabras amor y admiración. Si amo, cuido. Si
admiro, me asombro y respeto tanto como pueda aquello que es objeto
de mi atención perfecta e inexorable. Yo te sé querer, pero me falta
demasiado por aprender de ti. Te he hecho hincapié reiteradas ocasiones
en el carácter mistérico de tu existencia, y sigo haciéndolo cuando te digo
que sé apenas algunas cositas de ti, pocas, nimiedades importantes, pero

[119]
cada una de ellas las atesoro en mi corazón como lo más importante que
hay en mí. Tu sexualidad es desconocida para mí, pero importante. Yo sé
que muchas personas sufren por su sexualidad, porque no la han sabido
entender y ejercer. Lo sé, porque yo escucho a muchos jóvenes y a
muchas personas adultas que me cuentan sus amargas experiencias al
respecto. Yo no quisiera que tú fueras una mujer frustrada, pero tampoco
una que se consuma en la superficialidad de relaciones mal consentidas:
pobres, infértiles y fútiles. Perder un don tan hermoso por la precariedad
de la lujuria impía, es botar la dignidad y pisotear lo más importante, el
alma. Por eso quiero que encuentres, si no en mí, a alguien que comparta
contigo un regalo tan hermoso como la sexualidad de la manera más
noble y hermosa, con reciprocidad y mutua pertenencia. No con tiranía y
miseria, sino con la intensidad y la pasión de dos amantes, perfectos y
puros en su ardor.
Ante todo, y coincido con Stork, creo que “no se puede entender de
veras el amor si no se advierte que su objeto es bello y hermoso.” Si pierde
estos caracteres trascendentales, pierde toda humanidad y se torna en
una animalidad irracional y meramente concupiscente. No quiero un
sexo vacío, quiero uno lleno de ternura y amor, de verdad, de belleza, de
bondad. Si no es trascendental, ascético, perfecto y espiritual, ¿para qué?
¿Para que no tenga excusa ni justificación por el amor? Porque consentir
contigo tiene la perfecta justicia: el amor. Pero sin ella, ¿qué diría, no a
los hombres, sino a Dios? Si no es con amor, no quiero nada. Mario
Benedetti ya lo dijo con prosaica grandilocuencia: “para estar total,
completa, absolutamente enamorado, hay que tener plena conciencia de
que uno también es querido, que uno también inspira amor.” Quiero que
para mí seas mi absoluto, no la mediocre y más vacía forma del amor.
Al fin, ¿por qué hablamos tanto del amor? Nunca, amor mío, nunca
diremos nada absoluto, pero al menos lo intentaremos. Nietzsche en
Aurora preciosamente escribió que “si los hombres hablan del amor con
tanto énfasis y con tanta adoración es porque, en última instancia, nunca
han encontrado mucho y jamás han podido saciarse de semejante
alimento. Esto ha hecho que acabe siendo para ellos uno ambrosía, un
manjar de dioses.” Y así, ya se va sintiendo el aire de lo eterno en cuanto
al amor nos referimos. ¿No es eterna la belleza que ha sabido
manifestarse en infinitas formas? A mí se me apareció en ti en todo su
esplendor. Tu alma se me abrió, misteriosa, sí, pero se me abrió cual
caudal irreversible. Y entonces entendí, como entendió Antonin Artaud
que “hay en tu alma y en mi alma cosas que necesitan encontrarse”.
Sabrás, después de todo esto, que el sexo es pues un encuentro místico
entre dos almas y que a esto nos referimos cuando nuestras almas se
atraen con tanta impetuosidad. Porque sí, amarse es sumergirse en lo
eterno, y más cuando se ama haciéndose el amor. El amor es de locos, es
por eso que hay que amar con locura; la belleza encuentra su más fiel
asceta en los locamente enamorados.
[120]
Crombie, dice que, “puesto que la belleza está en una posición
privilegiada, la visión de un cuerpo bello por un hombre incorrupto, es
particularmente decisiva como desencadenante de la locura filosófica.”
¿Ves cómo la sexualidad es una dimensión tan profunda? ¡No puede de
ninguna manera ser reducida de tan excelso y perfecto grado a la
deformación a la que muchos la someten! Porque “al alma enamorada le
crecen alas que previsiblemente le servirán para separarse de las
servidumbres del cuerpo. Su marcha no es ascética; o sí, pero también y
sobre todo sexual. El enamoramiento inicia un aprendizaje en el sexo que
paradójicamente hará que los amantes se reencuentren, fuera de sí, en
una condición desencarnada”, según Enrique Lynch en La locura
filosófica. No quiero entender, ¡jamás!, un sexo sin amor. No creo que
espíritus tan superiores como el tuyo y el mío, tengan que reducirse a
sus bajos instintos como los animales: por necesidad. ¡No, el sexo es por
amor! ¡El sexo es un grito de eternidad! Y solo puede ser escuchado por
los genios, que no por los animales que solo saben, irracionalmente,
atraerse inútil y vacíamente.
Tan perfecto como te he explicado todo, ¿todavía piensas que mi
amor por ti está mal? Si lo piensas aún, es porque te has dejado fecundar
del prejuicio de los necios, simples y comunes que no entienden más allá
de sus prejuicios. Según Johnathan Swift “cuando en el mundo aparece
un verdadero genio, puede identificársele por este signo: todos los necios
se conjuran contra él”, ¿¡ves, ves, ves!? Es por esto que mis
pensamientos, tan excepcionales en su naturaleza, encuentran tantos
desacuerdos en las mentes simples de las más de las gentes.
“Muertos estaremos mucho tiempo. Y entonces, ¿por qué no gozar
intensamente la vida y dejar a un lado esas filosofías estoicas?” se
pregunta Fernando Gonzáles en Pensamientos de un viejo. Tú sabes que
el estoicismo es una escuela filosófica antigua que promulgaba, entre
otras cosas, que la sexualidad tenía que ser reprimida en el hombre y que
de este modo se alcanzaría la felicidad: con el dominio de los placeres.
Pero este otro autor abre la pregunta que, creo, ambos, tú y yo, nos
debemos responder con sinceridad. ¿Amada mía, quieres amarme con
tan preciosa intensidad? Sabes que el sexo es una locura, que el amor
es una locura, que yo estoy loco por ti y te amo como nadie y como nunca
amaré a nadie. Entiende, por amor a Dios y por amor a mí: la experiencia
sexual ha de ser vivida con inteligencia, orden emocional y libertad.
Inteligencia para saber, orden emocional para garantizar la perfecta
fruición y libertad para que entiendas que “lo que se hace por amor
acontece siempre más allá del bien y del mal”, Friedrich Nietzsche.
Entonces, mi cuerpo se abre tímido y sutil ante el radiante sol de
tu hermosura. ¿Cómo me acercaría a tu pureza, yo tan pobre y tú tan
bella? No temeré, pues, darte mi pobreza, mi poquedad y mi dulzura,
pues, aunque corpóreamente exiguo, tengo un alma amplia para darte.

[121]
¿Al fin, qué es lo que buscas si no eternidad? ¿Y qué hay más eterno que
aunar almas como la tuya y la mía? Escucha pues esta sinfonía: gemidos
agudos, provenientes de tu ardor, gemidos graves, que sirven de
basamento a tu armonía, provienen de mi interior, producto de tus
inexorables movimientos. ¿Dónde está tu cuerpo, pues siento solo tu
alma? Y, sin embargo, ahí estás, encima algunas veces, otras al
costado…, y ahí estás, sin embargo, abriéndote, no solo tú, sino también
el tiempo para eternizarlo. Le abrimos una herida y lo congelamos; así
como te hiero entrando en ti, así me hiero yo de tu hermosura, como el
tiempo que congelamos. Así, aunque todo parezca tan descabellado,
somos, en lo eterno, incólumes, pues nada tiene culpa si, ante todo, nos
amamos.
¿Qué hay más allá del bien y del mal? Por supuesto, Dios, que
se puede relacionar estrechamente con el alma, en definitiva, con lo
eterno. Así es que “el amor es un compromiso con la eternidad”, según
Virgilio Ferreira en La invocación a mi cuerpo. ¿No estamos aquí para
prepararnos a lo infinito? Si te quiero en clave de absoluto, tienes que
entender que no te quiero solo por momentos y temporadas, sino para
siempre. Recuerda que Rousseau escribió que “se quiere lo que se sabe
que es eterno”, si yo no te sé eterna, no te quiero; si no me sabes eterno,
no me quieres. ¡No vale la pena perdernos en el tiempo para nada! Vale
todo el esfuerzo y la dedicación, si sabemos somos para siempre. De otra
manera, lo nuestro no puede ser. No puedo pensar en un nosotros vacío,
pobre e infecundo. Pienso en un nosotros lleno de alegría, esa alegría que
es preciosa metáfora de eternidad, de gozo espiritual, de ternura divina.
Con el amor pasa lo que con cualquier otra palabra. ¿Alguna vez
has repetido tanto una palabra que se te pierde el sentido de la misma?
Te lo pregunto como si no hubiese sido testigo de esas locuras tuyas que
me encantan. Alguna de las noches en que hemos compartido el tiempo
juntos has hecho ese experimento. Te concentras en una sola palabra y
se te pierde el sentido de la misma al son de repetirla. La pronuncias, sí,
pero ya no se asimila de la misma forma. Parece ser distinta, se
distorsiona, se vuelve extraña y ajena a nuestra intelección. Es como una
especie de mensaje escondido e ininteligible que se manifiesta en los
límites de lo absurdo.
Asimismo, cuando de pronto usamos tan desmedidamente la
palabra amor, como si no significara realmente nada, resultamos siendo
mezquinos con su magnificencia, por referirme a tal realidad de alguna
manera. No somos justos en cuanto a la dignidad que a tal excelencia le
corresponde. Sin embargo, como todo, se tiene que hablar desde la
generalidad, pues no podemos hablar de las palabras con sus
definiciones exactas para así denotar el manejo perfecto de las dicciones.
Nos vemos obligados a economizar el lenguaje para expresar
resueltamente las ideas, ojalá lo más preciso y exacto que se pueda. Así

[122]
pues, tenemos que asumir que ya hemos entendido perfectamente las
diferentes dimensiones que atañen a esta palabra tan especial que
materializa en las ondas del sonido una realidad tan trascendental y
espiritual como el amor.
Es conveniente empezar por las raíces espirituales que me llevaron
a comprender de mejor manera el amor. Desde su ser en Dios hasta su
manifestación en nosotros. Y me refiero a esta dimensión espiritual del
amor con premura, pues también quiero que comprendas que el modo en
que te amo abarca también la fe y la conciencia de un Dios que es amor.
En la primera carta del apóstol San Juan (4, 7-16) se escucha la
Palabra de Dios decir:
…amémonos unos a otros, porque el amor procede de Dios,
y todo el que ama es nacido de Dios y a Dios conoce. El que no ama
no conoce a Dios, porque Dios es amor. El amor de Dios hacia
nosotros se manifestó en que Dios envió al mundo a su Hijo
unigénito para que nosotros vivamos por Él. En eso está el amor de
Dios, no en que nosotros hayamos amado a Dios, sino en que Él
nos amó y envió a su Hijo, como propiciación por nuestros pecados.
Después de meditar en la Palabra, no se puede salir con la mente
vacía. Es muy claro el origen del amor. La sustancia del amor se
manifiesta de múltiples formas; es una plétora inagotable de experiencias
que ratifica una y otra vez la existencia del amor. Pero todas ellas son
manifestaciones imperfectas del amor. Dios es amor: ¡he ahí la esencia
del amor! Dios, que se encuentra en todo, en cada partícula de la materia
y en cada ser que existe, porque él lo ha creado, se manifiesta siempre en
su forma más pura y hermosa: el amor. Tanto en los gestos humanos,
como en la providencia divina está presente el amor. Pero también lo está
en las decisiones de los hombres y su adhesión a un ser amado. Al fin, el
amor es un camino que lleva al mismo amor. Cualquiera que sea la forma
en que el amor se manifieste, siempre está dirigido a un único fin: Dios.
Aunque todos estos medios, o caminos, no son iguales, pues hay algunos
más imperfectos que otros, no se puede escatimar ninguno como medio
divino para alcanzar el Amor de los Amores. Tú, Alma mía, eres la
expresión más profunda, hermosa y real del amor en mi vida. Aprender
a amarte a ti como se debe, sé y estoy seguro, será el modo en que pueda
encontrar el amor absoluto de Dios. Porque, ¿en quién, si no en ti, puedo
encontrar el amor auténtico?
Porque el amor lo he experimentado en muchos momentos de mi
vida. No solo en ti, ciertamente. No obstante, en ti ha sido más pleno y
real que en cualquier otra expresión del amor. Es como si en los otros se
mostrara de manera más imperfecta y en ti se revelara plenamente.
Aprecio mucho el amor de mis amigos. Trato de amarlos lo más que
puedo, de cuidarlos y protegerlos, pues considero que mis amigos son un

[123]
pilar fundamental en mi vida. No sobreviviría sin amor, sin amigos, sin
ti. No creo encontrar significado a mi vida, sino es en una traducción
perfecta del amor. ¿Para qué viviría si no para el amor? Borges en Elogio
de la sombra escribió: “tampoco le ha faltado a mi vida la amistad de unos
pocos, que es lo que importa. Creo no tener un solo enemigo o, si los
hubo, nunca me lo hicieron saber. La verdad es que nadie puede herirnos
salvo la gente que queremos.” Mis amigos son el tesoro invaluable que he
ganado con el tiempo, y he sabido cuidarlos, hasta donde me ha sido
posible. Igual contigo, te he cuidado hasta donde me has dejado hacerlo.
Y me esforzaré ávidamente por cuidar de mis amigos y mis amores, pues
no puedo dejar perder aquello que tanto significa.
Albert Camus pensó algo muy particular, pues he visto en mi vida
el reflejo de su reflexión cuando dice: “me acuso a veces de ser incapaz
de amar. Tal vez sea cierto, pero he sido capaz de elegir algunos seres y
de reservarles fielmente lo mejor de mí, hagan lo que hagan.” Escucho
estas palabras y se abre mi corazón lleno de nombres. Muchísimas
personas salen emanadas de mis sentimientos en formas particulares de
quererlas. Ciertamente, no todas gozan de mi amor rebosante, pero he
sabido darles poco a poco mi cariño y afecto. Pero, entre tanta gente, he
hecho predilección por unos pocos a los que les he dado mi amor en gran
medida. Mis amigos, todos ellos bien sabidos, son las personas a las que
les expreso todos los días mi afecto. De una u otra manera, sabes lo
creativo que soy para decir te quiero, logro de mis afecciones un pequeño
don que pueda regalarles una y otra vez. Porque sí, para mí es importante
ser amigo y tener amigos, dar mi amor y, claro que sí, recibirlo.
Es que muchos exigen buenos amigos, pero olvidan ser buenos
amigos. Tal vez, si todos nos preocupáramos por ser buenos amigos, no
tendríamos tantas decepciones y rechazos; es aquí donde se hacen más
verdaderas las palabras de Anne en Anne with an E: “yo daría hasta mis
últimas fuerzas o mi último dólar para ayudar a un amigo, y sé que ese
amigo se sentiría agradecido y amado por sobre todas las cosas. Y eso
siento. (…)” Porque no hay nada más importante en el mundo que los
amigos. Al fin y al cabo, en este mundo estamos con los demás y con ellos
hay que aprender a convivir, pero hay que saber a quién se le da el alma
y a quién solo el saludo. Ella continúa diciendo que “a veces tienes que
dejar que las personas te amen…” y sí, es cierto, porque, si bien hay que
tratar de ser amigos, muchas veces no nos abrimos a las demás personas,
por miedo a las heridas, o a ser maltratados. Pero lo cierto es que hay
muchas personas que rebosan amor y eso es lo importante. ¡Cuando se
conocen estos seres es que se justifica tanto el dolor!
Aunque los tiempos sean difíciles y las adversidades me consuman,
recordaré la Palabra de Dios que me anima en esta aventura de amar a
mis amigos: “no es en la prosperidad cuando se conoce al amigo (…) En
la dicha, hasta el enemigo es amigo; en la desgracia, hasta el amigo se

[124]
retira.” (Eclesiástico 12 8ª-9) Porque todos han estado, sin excepción
alguna, en mi vida enteramente, estaré eternamente agradecido. Ninguno
se ha reservado lo suyo conmigo, todos ellos son fiel testimonio del amor
y puedo dar fe de su pureza y fidelidad. Sentir momentos de tristeza y
duda, no corresponde a una pérdida del amor, sino a una oportunidad
para vigorizarlo. Si bien te he dicho que no podemos ser amigos, que no
te tendría como una amiga solamente, sino como algo más excelso y
perfecto, es cierto que, en nuestro amor, tiene que haber ese ápice de
amistad, de complicidad y de cariño que existe en los iguales. Es decir,
además de nuestra particular entrega, la amistad debe acompañar
nuestra decisión de estar juntos. Sin embargo, vuelvo a decirte: no puedo
ser tu amigo solamente, puedo serlo en la medida en que seamos mucho
más que solo amigos. No agotaré mi reflexión en la ética de la amistad,
tú vas mucho más allá en mis intenciones y afectos, y tú muy bien lo
sabes. ¡No puedo reducirte, amor mío!
Vincent Van Gogh en las Cartas a Theo inquirió algo supremamente
importante, puesto que me da total autoridad en mi discurso para
hablarte a ti sobre el amor; él pregunta: “ese que no ha aprendido a decir:
<ella y ninguna otra>, ¿conoce en realidad lo que es el amor?” Sabes, y
sé que estás segura de eso, que mi más feliz decisión será amarte y
quererte siempre sin medida. Si algo me autoriza para escribir del amor
es haberte escogido a ti y no querer a nadie más que a ti, porque no
necesito a nadie, contigo me basta y me sobra. Yo soy conocedor del amor
plenamente, porque en ti he visto realizada su obra y acabado su
cometido. En ti he experimentado la más abismal profundidad de lo que
significa amar, y comprendí, casi de inmediato, que no había mujer en el
mundo que me llevara a tal experiencia como tú. No necesité, y sé que
estás segura, de nadie más para comprender en plenitud el amor en mi
existencia. Dímelo, en verdad, ¿crees que podría, después de tanto como
he hecho por ti, fijarme en otra mujer como en ti? ¿Crees que sería fácil
para mí borrar de mi memoria y de mi alma aquello que siento por ti? Es
imposible, Luz de mi Vida, tratar de deshacerme de tu recuerdo, de tu
presencia, de lo que hiciste conmigo. No existen más personas en el
mundo que me hagan lo que tú: ese hechizo eterno que tu luz conjuró en
mí. Y sí, ya Rainer María Rilke había dicho que “amar es una sublime
oportunidad para que el individuo madure, para llegar a ser algo en sí
mismo. Convertirse en un mundo, transformarse en un mundo para sí
por amor a otro…”, pero yo me había anticipado a esta reflexión luego de
conocerte. Tú has experimentado conmigo la cercanía de un amor tan
real como ningún otro, y conoces la pureza en mis deseos. Sabes que te
quiero inmaculadamente, y que mi vida sin ti no tiene ningún sentido.
Si dudas de mí, si dudas de un nosotros, recuerda las palabras de
Ernest Hemingway: “no te engañes acerca del amor que sientas por
alguien. Lo que ocurre es que las más de las gentes no tienen la suerte
de encontrarlo… Habrá siempre gentes que digan que eso no existe,
[125]
porque no han podido conseguirlo. Pero yo te digo que existe y que has
tenido suerte, aunque mueras mañana.” Anima, de cierto modo, a
perseverar en nuestros sentimientos, aunque en ocasiones te parezcan
ilusorios. Yo sé que es eso lo que te desmotiva conmigo muchas veces,
creer que todo es una ilusión insostenible. No lo creas así, si nos tomamos
como un proyecto que se puede extender hasta lo eterno, no será difícil.
El amor, aunque doloroso y difícil, es bálsamo divino de todas las penas.
La dificultad no es dificultosa sobremanera cuando se ama con
profundidad y generosa entrega. El no creer en esto, el no tener
esperanzas, es lo que te impide muchas veces cuidar de nosotros, como
si todo dependiera de lo incierto y no de nosotros. ¡Despierta, luz de mi
vida! ¡Estamos aquí y ahora y nos acabamos! No perdamos más tiempo y
seamos.
Porque, aunque a veces seas tan siniestra conmigo, tan lejana e
indiferente, sé que me amas y sabes que te amo. Aunque muchas veces
actúes como si no te importara mucho si te dejo o si me dejas, como si
todo fuese tan superficial y pasajero entre nosotros, sabes de mi profundo
afecto y altas perspectivas y yo sé que, muy en lo hondo de tu alma, me
guardas esperanza y fe. Diré, cuantas veces me sea necesario, como
escribió Alejandra Pizarnik: “la amo. Sólo sé que la amo. Amo su risa. Y
amo saberla feliz y segura -e incluso sádica-”, porque, aunque me trates
con frivolidad y distancia, te amo, caluroso y cercano. Trata, querida mía,
trata de encender el fuego de tu dulce llama, esa que te dice detrás de tu
pecho que me amas como a nadie. Porque, vida mía, “aquellos a quienes
has amado profundamente se vuelven parte de ti,” son palabras graves
de Henri Nouwen que te advierten que, si me dejas, pierdes parte
importante en tu vida.
Soy paciente, puedo esperar que cambies tus perspectivas
conmigo, lo que deseas y lo que te proyectas conmigo, pero necesito que
veas en mí más allá de una simple amistad, de una simple relación
pasajera y venturosa. Quiero que comprendas la profundidad de lo que
ofrezco. Entiende, como se entiende en estos versos de Fernando Pessoa
que escribe en Cantares:
Dos horas van ya pasadas
sin que te vea pasar.
¡Qué cosas mal combinadas
son el amor y esperar!
No abuses, por nuestro amor, de mi paciencia y el tiempo que nos
quede. No perdamos, Alma mía, no perdamos la vida sin habernos
amado, porque sería igual que no haber vivido.
El papa Francisco escribió con su sabiduría: “seamos sinceros y
reconozcamos las señales de la realidad: quien está enamorado no se
plantea que esa relación pueda ser sólo por un tiempo…”, pues, si

[126]
tomamos todo esto con madurez y sensatez, entenderemos perfectamente
que nuestro ser juntos es una constante inclinación al infinito, una
metáfora viva del deseo perfecto de Dios, ese de amarnos, que se ve
expresado en los seres que él ha creado para la eternidad. Amarse será,
pues, amarse en lo eterno, no en lo banal y corriente, como acostumbran
los superficiales “amores” de este tiempo. Yo te ofrezco perennidad,
amada mía, porque he entendido, como entendió Germaine de Staël en
Corinne, que “el amor es un símbolo de eternidad. Barre todo sentido del
tiempo, destruyendo todo recuerdo de un principio y todo temor a un fin.”
Pensar las cosas en clave de infinito absoluto, es garante eternidad.
Por ello, hay que construir, no destruir. El peor error es, entonces, huir
de la dificultad y refugiarse tras la “imposibilidad”. Querer amando se
puede todo. El amor mueve, anima y es la más preciosa convicción que
tiene el ser. Este pensamiento de eternidad solo puede nacer de un
corazón enamorado, no de uno apenas atraído. La atracción tiene que ir
hasta el extremo de donarse a sí mismo para la otra persona: una perfecta
entrega generosa de ambos. Todo esto supone muchas dificultades, entre
tantas, la equivocación.
Para ser eternos hay que morir muchas veces, pues la eternidad es
la vida definitiva. No hablo un lenguaje escatológico, me refiero al ser
eternos aquí en lo finito; a ser infinitos en lo pasajero, ese es el vestigio
del amor, que en lo efímero es eterno, y en lo eterno, vivo. Así pues, “hay
que probar la muerte para sentirse vivo”, dice Sebastian, o mejor
conocido como Bash Lacroix, en Anne with an E. Lo dijo con nostalgia y
con verdad. Y es que la vida es un proceso que supone morir a muchas
cosas para alcanzar la verdadera vida. No solo en el escenario devino del
devenir histórico salvífico, sino también en la vida que se construye en
este escenario terreno y hermoso que es el aquí y el ahora. Creo que Dios,
aunque nos llama a algo desconocido y profundamente anhelado por el
alma humana, también nos regaló el perfecto don de ser aquí y ahora, en
el aquí y en el ahora de Dios: lo eterno en lo finito. Así lo dijo Oscar Wilde,
“quien quiera vivir más de una vida, más de una muerte debe morir”, y
así lo reconozco yo en mi vida.
Morir es, pues, transformarse. Morir es doloroso, transformarse es
doloroso. Porque amar es morir, amar es transformarse; morir para mí y
nacer para el otro, transformarme en el otro: dos, ser uno. Porque,
asimismo como se encuentra alegría en el amor, también se encuentra
dolor y dificultad. De hecho, en todas las dimensiones se encontrará dolor
y dificultad, pero solo en el amor vale sufrir y padecer. Es, en más
sensatas y perfectas palabras, como dice Erich Fromm: “el amor intenta
entender, convencer, vivificar. Por este motivo, el que ama se transforma
constantemente. Capta más, observa más, es más productivo, es más él
mismo.” No es un sentimiento anquilosado en un capricho, sino una

[127]
dinámica que lleva a las almas a transformarse, en suma, a cuidarse el
uno al otro.
Cuidar es difícil y complejo, porque eso amar es tan difícil y
complejo, porque amar es cuidar. Solo quien amamos nos puede hacer
realmente daño, porque solo nos dañan cuando nos afectan y las
afecciones están todas en el corazón, el lugar donde están los que se
aman. En mi corazón estás tú privilegiada, y privilegiadamente puedes
destruirme, pues nadie tendrá el alcance que tienes tú, ¡jamás!
No trates, amada mía, de destruir mi afecto. ¿Para qué esforzarse
en lo imposible? Podré disimular, a lo sumo, no quererte, pero nunca
podría disgregar el compendio de lo que hallé en ti. Por en cambio, si tú
dejaras de amarme, yo sabría cómo sobrevivir, pero, ¡comprende!,
sobrevivir a tu abandono es morir en esta vida y nacer en otra menos
lúcida que esta. Pues no hay manera de vivir sin tu cariño, sino en otra
vida muy distinta a ésta, más pobre y triste. Y es que he aprendido a vivir
de ti y para ti, ¿cómo podría ahora deshacerme de esta adquisición? ¡Ni
puedo, ni quiero hacerlo! No sé mucho de no ser amado por ti, pero, en
efecto, ha de ser una desgracia. Aunque Albert Camus diga que “no ser
amados es una simple desventura; la verdadera desgracia es no amar”,
aun sabiéndolo, no podría dejar de considerar desgracia la pérdida de las
maravillas de tu luz y tu presencia en mí. Si insondable fue el secreto,
insondable la culpa e insondable el misterio, ¡insoportable será perderte
después de haberte amado tanto!
El amor es una locura, porque es un riesgo y solo los locos se
arriesgan. Duele, pero no solo como un dolor físico, sino como uno más
profundo, más entrañable: uno espiritual. No duele más en la carne,
duele más en el alma. El corazón, no el músculo cardíaco, sino el núcleo
del alma, es quien se afecta cuando se ama. Las buenas experiencias y
las malas, se sienten allí. Es un riesgo amar, porque amar dolerá siempre.
Amar comprende toda la vida, y, si no se da toda la vida, es mejor no dar
nada. ¿Para qué vivir sin amar? Yo prefiero la muerte antes que una vida
sin amor. Necesito amar, es mi esencia, yo soy un amante: amar es mi
naturaleza. No me importa lo difícil que sea, lo complejo y doloroso, todo
lo bueno es difícil y nada fácil es realmente bueno. A mí me encanta
caminar, aunque me duela, errabundo y enamorado por las calles de tu
alma. No quiero andar solo y triste, sino alegre por tu amor y acompañado
por el mismo.
Sam Dean en Daybreak dice con pesar que “el amor incondicional
tiene muchas condiciones” y no se equivocaba. Ella no hablaba contra
sus propias palabras, como quien se contradice, sino como quien
entiende que no se ama incondicionalmente anteponiéndose. Porque son
muchas las cosas que se podrían hacer por cuenta propia, pero ¿y el otro?
Sí, porque se ama a otro, después de amarse a sí mismo. La cuestión es
que la incondicionalidad no es un libérrimo flagelo donde lastimamos al
[128]
ser amado y esperamos seguir siendo amados sin consecuencias, debido
a la incondicionalidad. El estar para quien se ama siempre y sin
condicionar nada, supone, ante todo, el que el amante también esté para
el amado. Incondicional no es anteponerse a sí mismo, sino anteponer al
otro. Al fin, no cabe en el amor pedir, pues el dar ya es un supuesto
importante. No se tiene que pedir respeto, el respeto debe ser dado de
antemano. No se debe pedir amor, ¡qué carajos estamos haciendo
entonces! Es por estas confusiones que el amor, muchas veces, se torna
tan difícil. Sí, cliché universal: las rosas poseen bellas espinas.
En un fragmento del neoplatónico Marsilio Ficino sobre el amor dijo
que “Platón llama al amor cosa amarga. Y no sin razón, pues quien ama,
muere. Porque el amor es una muerte voluntaria. En tanto que es muerte,
es una cosa amarga. En tanto que es voluntaria, es dulce. Muere así
cualquiera que ama. Pues su pensamiento, olvidándose de sí, se vuelca
en lo amado. (…) Pero ¿vive al menos en otro? Seguramente.” ¿Recuerdas
cuando te dije que tu vida era mi vida? A esto me refería. Yo que te amo
no puedo vivir más para mí, sino que el sustrato de tu existencia, tu vida
toda entera, es mía por completo.
Hay cosas que corregimos en otros porque están en nosotros. Hay
un “ver el error ajeno” dañino, pero también está uno bueno, que es el
que anima el amor. Porque yo he errado, quiero que no erres, dice un
alma enamorada a aquello que ama. Pasa con tu mamá. Cuando te
reprende, no es porque te odie, al contrario, su amor la mueve a
corregirte, incluso si son errores que ella tiene todavía o tuvo alguna vez.
La vida es eso, una oscilación entre dolor y dolor, gozo y gozo: la vida es
amor. Desvivirse por el otro, es vivir en el otro. Quien corrige con cariño,
muestra los frutos de su amor. En definitiva, quien corrige, ama.
Y bueno, ya hay muchos hálitos simbólicos que surgen sin darnos
apenas cuenta, y que dicen cuándo ya no se ama o, en su defecto, cuándo
nunca se amó. Søren Kierkegaard en Las obras del amor, los identifica
así: “…por la amargura de la burla, por la cortante racionalidad, por el
venenoso aliento de la desconfianza, por la recia frialdad del
endurecimiento; es decir, por los frutos será posible conocer que dentro
no hay amor ninguno.” ¿Son o no son actitudes claras en su oscuridad?
Porque al mismo tiempo que oscurecen, arrojan luz sobre el engaño.
Albert Camus en Carnets escribe que “quien no da nada no tiene nada.
La mayor desgracia no consiste en no ser amado, sino tan solo en no
amar”, pero no solo en no dar nada, porque a veces sí se da, pero tan solo
arrogancia y tristeza, que son formas de desamor terribles; así, también
continúa diciendo en otra obra, El verano, donde ratifica a modo de
pregunta: “¿por qué apegarse a lo que no tiene nada que ofrecer?” y más
si lo poco que ofrece son tan bajas y dañinas actitudes. En esto no estriba
el dolor del amor, al contrario, es detrimento del amor. El dolor del amor

[129]
es profundo e intenso, pero no es de éste género tan maculoso y perverso,
sino uno más trascendentalmente puro.
¿Qué es lo que produce tanto dolor en el amor? Pues sí, el amor
mismo. Pero, ¿de qué manera el amor se sufre tanto? San Pablo escribe
en (1ra de Corintios 13, 4-7) que “el amor es paciente, es servicial; el amor
no tiene envidia, no hace alarde, no es arrogante, no obra con dureza, no
busca su propio interés, no se irrita, no lleva cuentas del mal, no se alegra
de la injusticia, sino que goza con la verdad. Todo lo disculpa, todo lo
cree, todo lo espera, todo lo soporta.” No creo que haya palabras más
elocuentes que estas al respecto, y por lo tanto dejaré que las profundices
y medites tú misma, pues es Dios quien te habla a través de su Palabra.
Piensa, pues, en la pureza y la grandeza del amor y analiza, ¿así es el
nuestro? Tenemos que construirnos, amor mío. Ambos, tú y yo tenemos
que crecer juntos.
Querida de mi alma, muchas de las cosas que nos hacen sufrir en
el hecho de amar, es el error ajeno. Cuando el ser amado se equivoca, sea
cual sea su error, es razón de dolor para el amante. Es por esto que amar
es un riesgo, porque cuesta mucho aceptar al otro con todos sus defectos,
y cuesta más, y esto es lo más importante, amar esos errores. San
Agustín aconsejó: “si no quieres sufrir, no ames, ¿pero si no amas para
qué quieres vivir?” Creo que esa pregunta tiene que resonar en el fondo
de tu alma, y te tiene que llevar, necesariamente, a preguntar si estar
conmigo es razón de alegría; que a pesar de los errores que ambos
cometamos, podamos perseverar juntos, cultivando un amor inexorable,
uno que no se acabe, que permanezca siempre.
Pero para que dure siempre, como dura el error, es menester
entender que debemos amar el error, mas no la culpa. Así es como lo deja
entrever Anaïs Nin en Diarios amorosos cuando reprocha que “exigir todo,
la perfección, eso es nuestra ignorancia”, pues resulta toda una
pareidolia, es decir, un error inintencionado, en el sentido de engaño del
mundo en cuanto a mi comprensión de lo que parece ser, por lo que es.
Es decir, creemos que debemos exigir lo perfecto en una forma ilusa de
pensar, cuando, en realidad, lo perfecto es el error que nos describe. De
tantos errores como tenemos nos tenemos que enamorar. Enamórate de
mis errores, que yo, si me dejas, me enamoraré de los tuyos.
En El primer hombre, Albert Camus, escribe un fragmento hermoso
que resume con cierta ternura la entrega amorosa que va más allá de los
errores, ¡qué digo más allá!, que abraza y se compadece de los errores:
Solo deseaba decirle que lo quiero a usted con todos sus defectos.
Quiero o venero a pocas personas. Por todo lo demás, me
avergüenzo de mi indiferencia. Pero en cuanto a las personas a las
que quiero, nada, ni yo mismo, ni siquiera ellas, harán que deje

[130]
jamás de quererlas. Son cosas que he tardado en aprender; ahora
lo sé.
Errores hay de todo tipo. Sé que contigo cometeré muchos errores,
y es que soy un experto en equivocarme. Pero seré valiente para siempre
pedirte perdón. En mi contexto, no estoy para pedir disculpas o decir lo
siento. Estoy llamado al perdón que es más difícil de decir y mucho más
difícil de vivir. Amaré tus errores, te lo aseguro, Luz de mi Vida.
En un emotivo diálogo sostenido por Justo y Muriel en Coraje el
perro cobarde, Muriel le dice a Justo: - “Oh, Justo, lamento las cosas tan
terribles que te dije” mientras aquél le responde: - “Está bien, Muriel,
nadie es perfecto.” Siempre he sido de la opinión de que la televisión
puede enseñar muchas cosas buenas y, aunque no sea un fiel televidente,
sí tengo otras formas de ver cine y tú lo sabes. Considero que dentro de
muchas obras audiovisuales y dibujos animados existen grandes
enseñanzas para la humanidad pues, al fin y al cabo, ¿para qué existe el
arte? Para tantas cosas y entre ellas, enseñarnos. Así es como la magia
del perdón se manifiesta en las personas que se quieren, de una manera
sencilla, en una conversación necesaria. Puesto que como es necesario el
silencio muchas veces, otras veces es necesario el diálogo.
¿Qué sentido tiene ignorarnos mutuamente? El tiempo de la vida
es corto para pasarlo enojados, o peleados; en el peor de los casos,
cohibidos de ambos. No quiero perder el tiempo contigo, pues cada paso
que da el tiempo hacia delante, es uno que damos hacia atrás, es decir,
al compás de la muerte, la nada nos busca subsumir. De cualquier
manera, mientras no maduremos lo suficiente para amarnos en verdad,
retornaremos una y otra vez a esas lagunas en nuestra historia, esas que
vienen a la existencia tan solo cuando nos enojamos y, en vez de dialogar,
nos ignoramos, como si no nos quisiéramos. Solo recuerda, cuando estés
privándote de mí, las palabras de Jane Eyre: “la vida me parece
demasiado corta para perderla alimentando animosidad o recordando los
errores de los otros.” No te prives de mí, no me culpes, no me abandones;
te necesito aquí.
Así, cuando volvamos al mutismo del enojo miraré tus ojos, esos
benditos ojos verdes, perlas preciosas que ornamentan los pecados de mi
alma y diré unánime con R. Char en Hojas de Hipnos: “solo los ojos son
capaces aún de dar un grito.” ¿Qué gritan tus ojos al verme y no querer
hablarme, o al menos, pretender no hacerlo? Gritan por mí, no para mí.
Y si acaso para mí gritaran, gritarían mi regreso, no un improperio o un
ignominioso insulto. En virtud de mi perdón rogado, quiero concederte lo
que tanto te he negado: sí, lo acepto, tus ojos son más hermosos que los
míos. Pero solo cuando no te estoy mirando, tus ojos son más bellos. Si
acaso te mirare, mis ojos, por mágica inercia, serían más hermosos que
los tuyos, pues tu imagen en el candor de mi pupila iluminaría tanto, que
embellecería de mi retina, hasta mi alma. Porque si acaso te viera, tu
[131]
imagen reflejada en ellos, ya sería suficiente para superar cualquier
belleza. Tu belleza, toda ella manifiesta en tu presencia, es la que
embellece mis ojos, mi imaginación, mi espíritu y mi vida entera. ¡Tanto
es el impacto de tu vida en mi vida que no pudiera ser el mismo sin ti!
Cesare Pavese en El oficio de vivir expresó precisamente lo que
siento cuando estás ausente al decir: “te quiero, querida, y te odio, eres
para mí literalmente el aire que respiro, si me faltas te maldigo como un
anegado; me duele físicamente estar lejos de ti; no eres para mí una
mujer, eres la misma existencia; donde tú estás está mi casa, todo el resto
no es nada…” Y así, no es nada lo más, si no estás tú. Y, lo menos, lo
poco y lo escaso, me es suficiente si está el exceso de tu ser. Porque no
puedo separarme de ti, ¡sería separarme del amor! Además, ¿cómo viviría
de ahora en adelante? No podría despertar en las mañanas sin pensar en
que no estás, no podría concentrarme en un papel, porque extrañaré
usarlo para escribirte tiernos versos; en definitiva, no podría ser, porque
estará tu recuerdo herido en mi mente. Y es que “… no se puede olvidar,
ni aun teniendo la voluntad necesaria”, una frase de Albert Camus en La
peste, que arroja luz sobre mis pensamientos, pues tengo la voluntad
vigorosa para olvidar todo cuanto me haga daño, pero tú, mi cielo y mi
amor, ¿cómo pensaría si quiera en olvidar tu ser? No podría, ni siquiera,
olvidar tu nombre.
El problema no sería entonces el olvido de tu amor en mi amor,
sino el olvido de mi amor en tu amor. ¿Entiendes? Hasta ahora, ha sido
más fácil para ti alejarte de mí que lo que yo he soportado. Siempre vuelvo
acongojado a tus suaves brazos y cariñosas bondades, queriendo recibir
de ti el consuelo para mi dolor. Y tú, mi amor y mi consuelo, siempre has
estado para mí; me has curado, me has salvado, me has amado. Sin
embargo, es más fácil para ti estar lejos de mí, porque, no sé, por alguna
extraña razón, escondes más fácil lo que sientes de lo que yo podría ser
capaz. En esos momentos es cuando me pregunto exclamativamente qué
es lo que sientes realmente por mí. Porque es ahí cuando dudo de tu amor
hacia mí. ¡Duda, duda, maldita duda que me mata!
Dudo porque, a veces, no me dices que me quieres, y, aunque sé
que me quieres, luego de tanto tiempo sin decirlo, ¡no sé!, siento que te
he perdido. ¡Y es que nunca te tendré por segura! En ocasiones te me
haces tan distante, tan fría, tan lejana y helada, que apareces
fantasmagóricamente en la órbita de mis pensamientos, como una
angustia melancólica y suspensa. Te siento lejos, te siento inalcanzable.
Es por esto que necesito tus palabras florecidas en tus labios; palabras
que me digan que me aman, que me necesitan, que soy parte de ti.
“Es un error desear ser comprendido antes de explicarse uno ante
sí mismo”, dice Simone Weil, y creo que es importante que lo entiendas.
No podré saber qué hay dentro de ti, si ni siquiera tú misma sabes qué
hay dentro de ti: qué sientes por mí, qué quieres conmigo, a dónde
[132]
quieres llegar. Ya luego, sabiendo tú misma de ti, podrás expresármelo
felizmente y sea lo que sea, todo será más claro para ambos.
En esta misma línea, Kierkegaard, En Las obras del amor, dice con
loable elocuencia a mi favor:
Desde luego, la palabra y la expresión y los recursos lingüísticos
pueden ser también una señal del amor, pero insegura. La misma
palabra en boca de uno puede ser tan rica, tan sincera, y en boca
de otro ser como el susurro indefinido de las hojas; la misma
palabra en boca de uno puede ser como “el bendito grano
alimenticio”, y en la de otro como la hermosura estéril de la hoja.
Pero no por ello has de contener la palabra, como tampoco ocultar
la agitación perceptible si es auténtica; pues esto podría constituir
precisamente un modo de proceder injusto y poco afectuoso, como
cuando uno retiene el haber de otro. Tu amigo, tu amado, tu hijo,
o quienquiera que sea el objeto de tu amor, tiene derecho a exigirte
que también se lo expreses con palabras, cuando es ello lo que
realmente te mueve interiormente. La emoción no es propiedad
tuya, sino del otro, y el que la manifiestes constituye su haber,
porque ciertamente en la emoción tú le perteneces, es él quien te
conmueve, y de esta manera te hace consciente de que le
perteneces. Cuando el corazón rebosa, no has de ofenderlo con el
silencio, apretando los labios, de forma envidiosa, altiva, mezquina
para con el otro; deja que la boca hable de la abundancia del
corazón; (Mt 12,34) no te avergüences de tu sentimiento, y todavía
menos de dar honradamente a cada uno lo suyo.
Esta magnífica explicación de la filosofía existencia de Kierkegaard,
genera gran impacto en ambos, pues tenemos la responsabilidad de
expresarnos para poder hacer sentir al otro de la manera que queremos
se sienta. La palabra es indispensable, porque ella expresa con fidelidad
aquello que se siente. Y sí, aunque las cosas más elevadas no se dicen
con palabras y muchas veces el silencio es más elocuente, es necesario
decir de vez en cuando “te quiero”. De lo contrario, el silencio ya indica
cuándo se ha dejado de amar, o en su defecto, cuándo nunca se amó.
Stork hace un análisis muy bello del sentir en el amor y de la
verdad en el amor, un análisis en el que quiero te detengas y aprecies la
belleza y la profundidad que lo constituyen. Porque sentir es importante,
pero no es el único estamento que compone al amor:
Deseamos conocer la verdad de lo que amamos. En lugar de hablar
de amor a la verdad, sería mejor hablar de un espíritu de veracidad
en el amor. El amor real y puro desea siempre y por encima de todo
mantenerse entero en la verdad, sea cual sea, incondicionalmente.
Toda otra expectativa de amor desea sobre todo satisfacciones, y
por ello es un principio de error y de mentira.

[133]
De aquí se sigue que el amor no es un sentimiento, sino un acto de
la voluntad, acompañado por un sentimiento, que se siente con
mucho o poca intensidad, e incluso con ninguna. Puede haber
amor sin sentimiento, y sentimiento sin amor voluntario. Sentir no
es querer. (…) El amor sin sentimiento es más puro, y con él es más
gozoso. Pero ambos no se pueden confundir, aunque tampoco se
pueden separar.
Claro que está muy sentir todo lo que se pueda, pero cuando no se
sienta, porque hay días en que se sienten muchas cosas, menos felicidad,
no significa que el amor se haya ido, tan solo el corazón está triste y
cansado. Creo que esos son los días en que más profundamente se debe
buscar lo amado.
El personaje de Josephine Barry, una anciana maravillosa con una
filosofía tan libre como ella misma, que aparece en Anne with an E, dice
lo que piensa y cree del amor del modo más bello y emotivo que se pudo
hablar: “yo no creo en esa noción de solo saber. El amor es algo
complicado. A veces, se siente como una fuerza innegable, una fuerza
abrumadora que no cede. Otras veces, es maleable, cuestionable, es la
verdad escondida dentro y entre innegables obstáculos externos y
circunstancias internas que dictan quién eres, qué es lo que esperas del
mundo y cómo acepas el amor.” A mí me resulta bastante real. Uno no
siempre se siente igual, y pasa lo mismo cuando se ama. Hay momentos
en que no queremos nada, nos sentimos devastados y tristes. Quizá la
otra persona nos resulte, en aquel momento, insoportable. ¿Será acaso
un signo infalible de que no se ama? Posiblemente, si el sentimiento se
prolonga perenne. De lo contrario, es algo normal, pues no siempre se
está de buen humor. La cuestión es saber educar los sentimientos, la
vida emocional y afectiva. No podemos caminar por el mundo sujetos a
las pasiones del momento: si hoy estoy triste, me suicido; si mañana
estoy feliz, entonces prometo este cielo y el otro; si estoy enojado,
entonces ofendo a todos los que están a mi alrededor. ¡No se puede ser
tan inmediatista! La meditación, el sentarse a pensar y examinarse, es el
mejor antídoto ante una recaída, ante un mal momento de la vida. No
abismarse ante lo primero que aparezca, sino pensarlo todo antes y muy
bien.
Quiero que entiendas que eres fundamental para mí. No puedo
pensar la vida sin ti en mis pensamientos. Quiero muchas cosas contigo,
demasiadas. Entendería que no soportaras mi intensidad, las más de las
gentes no me soportar, no me parecería extraño que tú te cansaras y te
fueras. Me haces recordar a Laura Murcia cuando canta estos versos de
Si te volviera a encontrar:

[134]
“Si me olvidaras después,
si perdiera de mi vista tu sombra y color,
si al caer la tarde ya no asomara tu sol
como hoy que te has ido.
Te buscaría también
al calor de las promesas que sueñan morir,
resignada al imposible de ver reflejar
en tus ojos los míos.”
Estos versos reflejan fielmente mi interior, pues la alegría que
encuentro en ti es “ese gozo (…) no el de la vanidad de quien se mira a sí
mismo, sino el del amante que se complace en el bien del ser amado, que
se derrama en el otro y se vuelve fecundo en él” que el papa Francisco
describe en Amoris Laetitia y que yo vivo eficazmente en tu vida. No
comprendo una vida sin ti, ni entiendo promesas ni sueños si no estás
tú en ellos. Mis ojos perderían su belleza más excelsa si los privaras de
tu imagen. Y aunque tu enojo vaya hasta el extremo de dejarme para
siempre, yo, retrospectivamente, iría hasta el confín de mis miserias y
mis yerros y traería el dolor arrastrado por cadenas que apresaran en
silencio aquello que me mata. “Es igual que me perdones o no, toda la
vida serás en mi alma una llaga, y yo en la tuya: así debe ser…”, sentencia
Fiódor Dostoyevski en Los hermanos Karamázov. ¿Te caben dudas al
respecto? ¡No seas ingenua, amor mío, sabes que es así! No podrás
olvidarme, no podré olvidarte. Si así fuera, será porque todo esto es
mentira. ¿Pero cómo mentira? No creo que una mentira, ni en la mayor
confabulación, encuentre caminos para hacerse tan hermosa como la
verdad que he sostenido en estos años contigo. Mas, si así fuera, si el
destino, o mejor, tú, dieras por acabado todo conmigo, recordaría las
palabras de Stork: “(…) el fracaso también forma parte de la vida humana.
(…) Quien se ríe de su fracaso, se libera de él, porque deja de tomárselo
en serio, e incluso lo convierte en algo cómico mientras continúa
adelante, incorporando a su acción la imprevista desviación respecto de
las previsiones iniciales.” Creo que, al fin, encontraría paz; verdadera paz.
Pero, sin importar tantas declaraciones como hay, la realidad es
que, si perdiera el amor de mi vida, que eres tú, corazón de mi alma,
perdiera también y con pesar, la esperanza preciosa de vivir con lozanía
los años que me quedan. Natalia Lafourcade en Soledad y el mar canta
bellamente la experiencia dulce de la despedida:
“En el canto de las olas encontré un rumor de luz.
Por un canto de gaviotas supe que ahí estabas tú.
Despidiendo últimamente todo lo que sucedió,
hoy saludo mi presente y gusto de este dulce adiós.”
En estos versos cantados puedo entrever la belleza del adiós. Me
dan esperanza, pues no veo como pérdida la despedida, sino como una

[135]
experiencia que se suma a otras tantas que me hacen crecer. Cuando
vuelves ausente tu amor, al margen de tu ausencia, te veo en todas las
cosas como si estuvieses presente, y converso contigo. Te pregunto cómo
estás, y yo mismo me respondo… ¡y así, así, así es como no resisto al final
y te escribo, como sabes que hago siempre! ¿Habrá un día en que ya no
lo haga más? ¡Dios, no! ¡Por favor, que no lo haya! Pero si acaso lo
hubiera, pido fortaleza para asimilar con madurez cualquier género de
decisión que resuelvas como mejor.
Porque, aunque trate de embellecer la pérdida como si fuera “la
suma de la experiencia”, no puedo eludir el hecho de que, en efecto, eres
una pérdida si te vas; y figuras como la pérdida más importante de mi
vida; es ahí cuando escucho con vivo dolor y en todo su sentido a Jesse
& Joy que canta en Dueles: “mientras pienso en ti y en lo que perdí
quisiera evitar haberme permitido amarte para perderte. Y me dueles…”
Cierto, eres un dolor cuando no estás. Además, antes de cantarse esta
parte de la canción, se había iniciado con nuestra más valiosa figura:
“cuando estabas junto a mí nuestra luz era celestial”, pues lo diré
siempre: tú brillas por ti misma, sí, pero conmigo brillas más y mejor.
Luz, eso eres, pero eres más luz en la medida en que estás conmigo.
Una obra de misericordia es soportar con paciencia los defectos del
prójimo. Eso es sufrir por amor, una de las maneras más bellamente
entendidas. Y en esta línea es que quiero que entiendas que ambos nos
equivocaremos mil veces, pero ninguna será justificación para dejar de
ser. El error es inherente a nosotros, la cuestión es soportarnos,
querernos y avanzar juntos. Somos imperfectamente imperfectos, te
decía en nuestro anterior libro. De manera más elocuente y preciosa lo
dice Nicolás Gómez Dávila: “las perfecciones de quien amamos no son
ficciones del amor. Amar es, al contrario, el privilegio de advertir una
perfección invisible a otros ojos.” No se trata, pues, de querer ser
perfectos, sino de ver también belleza en nuestras equivocaciones. Que,
aunque nos irriten, nos lleven a sonreírnos, a tenernos paciencia, a
querernos, a crecer juntos. Y todo porque somos conscientes de la
imperfección y simultánea perfección que somos tú y yo juntos.
Fernando Pessoa en Libro del desasosiego escribió al respecto,
“adoramos la perfección porque no podemos poseerla; nos repugnaría si
la poseyéramos. Lo perfecto es inhumano, porque lo humano es
imperfecto.” ¿Cuál es la razón, entonces, por la que el hombre busca
tanto esta perfección que, si tuviera, deleznara? La razón es muy simple:
lo eterno e infinito en un solo ser. Aquellos seres que han encontrado la
reconciliación entre lo efímero y lo infinito, son los seres felices que
conocen los límites y los aceptan. Aceptar los límites es aceptar lo eterno
e infinito, porque se supera esa dimensión ciega que sume en lo
inmanente al hombre y lo lleva a crecer más allá de donde puede. No se
repugna el ser perfectos, solo lo repugna aquel que es imperfecto y no se

[136]
acepta como tal. Por eso, usa pretextos fútiles para deleznar la perfección
que está muy lejos de la inerrancia, al contrario, la perfección consiste
en la total disposición a perfeccionarse siempre, a promoverse y a crecer.
Tú y yo tenemos que superar la ilusión de no cometer errores, de
ser perfectos el uno para el otro, y empezar a asumir las dificultades y
las cosas que no nos gustan de ambos, pero con amor, es decir, con
empatía y dulzura. Crecer juntos, esa es la clave; sin pisotearnos y sin
hacernos daño, crecer amándonos. Así, iremos en pos de lo eterno, lo que
no se acaba. Creo que es muy sabio lo que Eliza Barry le dijo a su esposo
en Anne with an E: “no quiero que no cometamos errores, solo quiero que
me incluyas.” No es la ilusión de ser perfectos, sin errores, sin defectos,
sino la alegría que nace de la comprensión mutua, de la paciencia mutua,
del amor desbordante en los amantes que se aceptan, aman y asimilan
desde esta perspectiva tan pura del amor. Nadie ama tanto como quien
soporta los errores del ser que ama. Por el contrario, si buscamos el uno
en el otro un ser inexistente, alguien perfectísimo y, por ende, inhumano,
estaríamos obstinándonos en un error que terminará por frustrarnos
oceánicamente. Y esto, porque “el amor tiene necesidad de realidad. ¿Hay
algo más tremendo que descubrir un día que se ama a un ser imaginario
a través de una apariencia corporal? Es mucho más tremendo que la
muerte, porque la muerte no impide al amado haberlo sido”, esto según
Simone Weil.
¿Acaso no tiene razón? No voy a pretender amar a Luz de Vida
como no es, en realidad. Yo amo a Luz de Vida por lo que es, con sus
errores y defectos y, además, por encima de ellos, también los amo a ellos.
Aunque te amo más allá de tus errores, abrazo tus errores como parte de
ti, no como la totalidad de tu ser, sino como una parte esencial, que te
describe y que me dice, como te dicen mis errores, que eres frágil y
necesitas ser amada como tal. Yo no siento la necesidad de cambiarte
nada, tú misma tienes ese derecho y deben ser tus propias convicciones
las que determinen qué serás, según lo que quieras ser. Simone Weil nos
volverá a decir que “mancillar es modificar, es tocar. Lo bello es lo que no
cabe querer cambiar. Dominar es manchar. Poseer es manchar.”
¿Cuántas veces y de qué pletóricas formas te he dicho lo bella que eres?
No puedo, puesto que eres inconmutable, modificar nada en ti, pues la
belleza de tu ser es la medida de lo que eres, lo que te motiva y lo que te
define. Tú, que eres la suma belleza, eres quien determina si tu ser asume
nuevas formas, o continúas siendo como eres; de cualquier manera,
seguirá inexorable tu belleza, inconmutable tu ser y perenne mi amor por
la totalidad de tu vida.
Errores habrá muchos, pero que no sea error querernos. ¿Podría
ser un error quererte? He dicho que lo que más aprecio de mi vida es la
libertad que tengo para equivocarme. Pero también he dicho que los
errores deben ser superados, de acuerdo a nuestra naturaleza perfectible

[137]
y en constante y necesaria promoción. Cuando escucho a Anne en Anne
with an E decir: “es que no me quiero encariñar. No si todo va a
desaparecer”, me conmuevo dulcemente. El amor busca lo eterno,
habíamos dicho. Que las cosas se acaben causa tristeza, y más cuando
estas cosas son tan importantes en la vida. ¡Yo no resistiría que te
acabaras en mí! Porque la dilución de tu presencia para mí sería
insoportable. Creo que el único error, no sería querernos, sino querernos
mal, de tal modo que más tarde nos apartáramos cual enemigos o
extraños.
Así, no pienso obviar tus defectos, los pienso amar tal cual son.
Erich Fromm dijo que “el verdadero amor no es ciego. Cuando amas a
alguien puedes ver sus defectos y los aceptas, puedes ver fallas y quieres
ayudarle a superarlas.” Las personas, consumidas en su orgullo, no
entienden que los errores también son un lenguaje del ser, y que hablar
de ello, no es juzgar, sino también amar. Querer que la otra persona
crezca, no solo se reduce al solo sentimiento de querer, sino que se
traduce vivamente en el hacer por el otro el bien, la promoción de su
humanidad a un nivel más digno y feliz.
El papa Francisco en su carta encíclica Amoris laetitia escribió un
precioso fragmento acerca del amor en cuestión. Podría escoger solo una
pequeña parte, pero me es imposible escatimar una sola palabra de tan
perfecta reflexión que quiero la escuches y medites, como has hecho con
la anterior cita bíblica. Dice el papa sobre el error y el amor:
Tampoco es la ingenuidad de quien pretende no ver las dificultades
y los puntos débiles del otro, sino la amplitud de miras de quien
coloca esas debilidades y errores en su contexto. Recuerda que esos
defectos son sólo una parte, no son la totalidad del ser del otro. Un
hecho desagradable en la relación no es la totalidad de esa relación.
Entonces, se puede aceptar con sencillez que todos somos una
compleja combinación de luces y de sombras. El otro no es sólo eso
que a mí me molesta. Es mucho más que eso. Por la misma razón,
no le exijo que su amor sea perfecto para valorarlo. Me ama como
es y como puede, con sus límites, pero que su amor sea imperfecto
no significa que sea falso o que no sea real. Es real, pero limitado
y terreno. Por eso, si le exijo demasiado, me lo hará saber de alguna
manera, ya que no podrá ni aceptará jugar el papel de un ser divino
ni estar al servicio de todas las necesidades. El amor convive con
la imperfección, la disculpa, y sabe guardar silencio ante los límites
del ser amado.
Mientras pienso en las noches en que tronaba tus dedos y besaba
tus labios, me viene al corazón la evocación de estas palabras de Mario
Benedetti en La tregua: “ella me daba la mano y no hacía falta más. Me
alcanzaba para sentir que era bien acogido. Más que besarla, más que
acostarnos juntos, más que ninguna otra cosa, ella me daba la mano y

[138]
eso era amor.” Recuerdo cómo te pellizcaba las piernas, cómo te
molestaba cuando te hundía mi índice en tus sensibles costados. Que me
muerdas los labios y yo te muerda los tuyos, que me golpees con tanta
efusión como lo haces, me hace entender que me quieres, aunque a veces
no lo digas de otra manera. El recuerdo de nuestras horas juntos es lo
que me hace sentir alegría en los momentos de desolación. Yo agradezco
cada instante, yo agradezco cada momento. Fui y soy feliz, te quiero, te
amo. Yo sé que me quieres, que me amas, lo sé, lo siento y lo sé. Si me
absorbiera lo intangible y no pudiera ya tocarte de estos modos, lo haría
en mis sueños, si acaso en la nada soñare. Querida mía y de mi alma,
por la magia del amor estamos llamados, tú y yo, a hacernos el uno al
otro cada vez más hombre y cada vez más mujer. No podemos echarnos
a perder como proyecto. El amor es una locura, Luz de Vida, una locura
que nos hará ser en la medida perfecta.

[139]
CAPÍTULO IX
LA ORACIÓN

De ninguna manera me aparto de la secuencia de temas que hemos


venido tratando. Si quiero hablarte de oración, es porque soy consciente,
como ya hemos estudiado, de las necesidades espirituales que existen en
nuestra integridad humana. Hemos aludido de manera un tanto
profunda a lo que es el alma y el espíritu, el cuerpo como instrumento
glorioso de Dios y un mini tratado metafísico al que le podemos dar
autoridad, de acuerdo a nuestras convicciones personales respecto a
aquello que pervive más allá de nuestras percepciones subjetivas de la
realidad. Hemos, ante todo, y yo sé que tú lo haces, de creer en Dios. En
suma, lo que busco en este capítulo es establecer lo que pienso de la
oración, pero antes de hablar de oración, hay que tener como principio la
comunicabilidad de Dios que, en otras palabras, nos hemos referido
antes con el ser que es comunicable. El ser, antes que nada, es Dios. El
ser que le da ser a todas las cosas, el ser que es por sí mismo.
Luego de establecer que Dios es el ser que se comunica, quiero
decirte que Dios que se comunica, también quiere que nosotros nos
comuniquemos con Él. Dios no es un soberano déspota regente de todo
cuanto existe, sino un Padre de Amor que quiere hablar todos los días
con sus hijos. Tú eres hija de Dios, y Dios quiere hablarte a ti, como
necesita que tú le hables a Él. Si te escrito este capítulo es para decirte
de una forma más pura cuánto te amo. Porque no quiero solamente
ensalzar tu belleza, profesarte mi amor y tratar de diversas maneras de
decirte que te quiero, sino que también me precio en escribirte lo que
pienso personalmente de la oración, cómo la vivo y esas cosas. Yo te
refiero algunas experiencias de oración desconocidas para ti, porque
quiero que tu cultura y humanidad crezcan más. Es una forma, creo yo,
de decirte que te quiero. Si quiero que reces, es porque te amo. Si quiero
que aprendas, es porque te amo. Al fin, ¿por qué escribiría tanto, si no es
para decirte que te amo y demostrártelo?
A veces nos reímos de mi parla, pero no lo es. La verdad no sé de
qué otra manera amarte. Quizás para mí las otras formas de hacerlo
estén fuera de mi alcance, pero encontré en la escritura la manera
perfecta de querer. Yo no te iba a escribir estupideces, aunque en gran
parte lo son. Así que incluí temas que me servirían a mí en el momento
de investigar, y te servirían a ti en el momento de leer. Si ya antes le di
importancia al espíritu, no basta con hacer conciencia de ello, sino que
hay una acción necesaria que depende de ti. La oración es difícil para la
mayoría de personas, pero yo quiero que tú ores. Hay momentos que es
menester sacar para sí. Yo sé que tú pasas gran parte del tiempo en
soledad, y me gustaría que no fuera perjudicial para ti, sino que sirviera
de espacio de encuentro contigo misma y, de paso, con Dios que te ama.

[140]
A mi juicio, y siguiendo el orden dialéctico ya establecido,
comenzaré exponiéndote la escala inmanente-trascendente de las
religiones que considero puras. Cada una participa de un grado de
superioridad de acuerdo a la revelación divina, te repito, a mi juicio. Al
fin de todo, será Dios quien juzgue rectamente. Yo estoy completamente
seguro de que nos sorprenderá bastante cuando diga qué era la verdad,
qué estaba correcto hacer y no hacer. Nosotros los humanos todo lo
enredados y complicamos, mas Dios es simplísimo en sus cosas, a la vez
que conjuga la maravilla y lo inentendible.
Así pues, te expongo lo que pienso y aprecio de cuatro religiones
muy importantes para mí: el hinduismo, el judaísmo, el islamismo y el
cristianismo. Estas tres religiones son pilares de la humanidad, y
establezco este orden empezando por lo que considero escala de plenitud.
Yo sé y estoy consciente de que quizá me equivoque, pero quiero hacer la
consideración de este modo, poniendo como cumbre de la revelación al
cristianismo, mi fe personal, pero también valiéndome de los recursos
religiosos de las otras expresiones de fe. Después de todo, todas las
religiones aportan al espíritu universal de manera benévola y
bienintencionada.
Las religiones brahmánicas
Conocí estas religiones por una experiencia cercana con algunos
miembros de esta fe. No originales, se convirtieron del cristianismo a
religiones que tenían por deidad a Krishna, una encarnación de Dios en
la actual era. Entiendo poco de ello, pues las personas con las que me
relacioné, eran un poco esotéricas y no me enseñaban mucho, pero logré
rescatar algunas palabras que me dieron a entender bastante de su fe.
Sé que el pueblo pagano también es amado por Dios, aunque lo hayan
entendido de manera más imperfecta. No por ello tienen una
espiritualidad más precaria, al contrario, considero que son de las
espiritualidades más puras que conozco. Si digo que es una acepción de
Dios más imperfecta, es por su politeísmo, no por su ascesis y misticismo.
Admiro de ellos el vegetarianismo, la compasión de unos con otros,
el amor y todo lo relacionado con su fe. Sus mitos y Escrituras Sagradas
son de invaluable riqueza para el estudio personal y académico, tanto
como sus tradiciones y cultura. Pero debo decir que su politeísmo me
obliga a regalarlas a lo más ínfimo en la escala inmanente-trascendental,
pues, para mí, la perfección estriba en la unidad y su simultaneidad
trascendental. El Uno, Dios, tiene que ser perfecto en cuanto Uno, porque
es, y si es, es también Uno, Bueno, Verdadero, etcétera. El que su
mitología acepte la existencia de semidioses y dioses, ya es para mí su
más garrafal error. Yo, personalmente, entiendo que son manifestaciones
del mismo Dios, como más adelanté verás en el judaísmo. Pero ellos no
lo comprenden de este modo, pues para ellos cada uno de esos dioses son
una persona diferente. ¡Pero les perdono todo cuando escucho su música!
[141]
Amo la devoción y las melódicas y mistéricas formas con que cantan los
mantras, música que, fiel a mi acepción filosófica, proviene de la misma
altura del cielo, como toda la música pulcrísima, fiel a su naturaleza
religiosa.
En un conversatorio llamado Las grandes religiones enjuician al
cristianismo, efectuadas por Radhakrishnan, Gandhi, Suzuki, Arthur
Cohen y Kamel Hussein, se explicita que “el cristianismo y el hinduismo
son las dos grandes religiones que aceptan que Dios se haya encarnado
en un hombre. Pero los hindúes creen que ha habido muchas
encarnaciones (avataras) en la historia del mundo, una de las cuales es
la de Jesús, mientras los cristianos admiten como única la de Jesús.”
Esta es la diferencia más conspicua entre el cristianismo y el hinduismo,
una diferencia elemental, pero que no tiene por qué ser causa de odios y
divisiones. Hay muchas otras cosas que nos unen, antes que apartarnos.
El diálogo tiene que establecerse sin irrumpir intempestivamente en las
creencias de las demás comunidades religiones, siempre conservando la
propia identidad. Valorar en lo otro lo más bello y respetar aquello que
no nos parezca, pero siempre valorando lo propio que es bello y haciendo
respetar aquello que nos pertenece.
Walter Eidlitz escribió un libro bellísimo llamado La india
misteriosa. En él expresa la experiencia religiosa del pueblo indio y su
cercanía con la religión cristina. En un diálogo que sostuvo con su
maestro en la experiencia que tuvo allí, escribía las palabras que se le
enseñaban:
Hay muchos caminos. Pero nosotros los bhaktas estamos
convencidos que nuestra propia época, Kali yuga, ha ocultado estos
caminos poco menos que en la obscuridad. Sin embargo, cuando
uno canta el nombre de Dios, la obscuridad se disipa. Krishna
Cheitanya, el divino avatar dorado de Kaly yuga, ha traído el
nombre de Dios a la tierra como ningún otro salvador lo había
hecho. Cientos de veces repetía a sus discípulos un antiguo verso
del Narada purana: “excepto el nombre de Dios, excepto el nombre
de Dios, verdaderamente, excepto el nombre de Dios, no hay en
ninguna parte, un refugio en nuestra época de ignorancia y
superstición.” Naturalmente, no debes creer que tan pronto como
se menciona la palabra Krishna, se profiere el nombre de Dios. El
sonido terral del nombre, que descubre su oído físico, no es sino
un recipiente para el sonido espiritual, o la sombra del sonido
espiritual. Se ha dicho: “el nombre de Krishna y todo lo que
contiene este nombre, no puede ser advertido por los sentidos de
la materia. Pero cuando una persona con deseo de servir se vuelve
hacia Krishna, el nombre se revela por sí mismo en su lengua.” Sin
embargo, hasta la sombra del nombre de Dios es capaz de hacer
muchísimo. Ayuda a dirigir el corazón hacia Dios. Lava el pecado.

[142]
¿Sabes lo que es el pecado? El verdadero pecado es apartarse de
Dios.
No te apartes de Dios, Luz de mi Vida. Yo no uso mucho la palabra
“pecado”, porque casi no me gusta. Prefiero hablar de la gracia del
perdón. Sin embargo, sé que existe y flagela lo humano. Todos hemos
pecado, tú y los demás. Hay de toda clase de pecados, es cierto, pero el
peor de los pecados en ése que describía el maestro indio: apartarse de
Dios. No te apartes de Él, permanece en su amor. ¿Qué de distintos hay
entre su enseñanza y la nuestra? Quizá haya novedades, pero éstas están
revestidas de una misma esencia, el mensaje de Dios a los hombres que
ama. Dios quiere que estemos con ÉL y nos invita a estar con Él. Una de
las maneras de estar con Dios es llamarlo por su nombre en la oración.
¿Pero cuál es su nombre? Lo has descubierto en las enseñanzas indias.
El nombre de Dios es espiritual y apenas puede ser reproducido
vagamente por nuestras voces. Ese nombre es el nombre que llamamos
día y noche en nuestra vida, pues el mismo Dios que buscamos.
Eidlitz volvería a decir que:
Logos, la Palabra de Dios, sonaba en la noche india. No había
contradicción entre las revelaciones divinas del oriente y del
occidente. El mensaje de occidente se identificaba con el infinito
coro de júbilo de las Sagradas Escrituras indias y las palabras de
regocijo con que Krishna Cheintanya, el avatar oculto de la época
de la ignorancia y la superstición, ha alabado el nombre de Dios.
No busques diferencias entre nosotros y ellos, observa en todo
aquello que predican, lo que te ha enseñado el Dios del Cielo a través de
sus siervos. Todos somos sus siervos, y por medio de todos enseña lo que
quiere. Su nombre lo ha revelado de diversas formas a sus hijos, pues
nadie se quedará por fuera de su amor. ¿Un Dios tan grande y poderoso
no tomará aquello que quiere con todo su ser, sus hijos? Ni a ellos, ni a
nosotros, ni a nadie quiere fuera de sí, pues a todos nos ama. Su nombre
nos ha dado, para que lo llamemos por él. Una de las revelaciones más
hermosas de Dios es su nombre, y por eso quiero hablarte un poco sobre
aquello.
Los judíos
Antes de continuar con el tratado del Nombre, quiero abrir el
contexto judío en torno al nombre y la oración. Las religiones
abrahámicas son tres experiencias monoteístas diferentes, pero con una
misma raíz, Abrahán. La religión judía, la más pretérita de todas; la
religión musulmana, posterior al cristianismo, pero puesta en este orden
a merced de mi dialéctica; y la religión cristiana, a mi juicio, la más
perfecta y en donde se da la plenitud de la revelación. Consideremos el
origen del pueblo judío, donde Abrahán nace para Dios y su descendencia

[143]
nace para ser Pueblo de Dios, imagen de la futura Iglesia, pues
conociendo el origen, podremos entender la situación actual en que se
encuentran inmersos estos tres pilares fundamentales de la humanidad.
Abrahán inició un camino sin saber a ciencia cierta a dónde iba, pero iba
confiado en Dios. Mientras que a nosotros se nos ha dicho: “Yo soy el
Camino, la Verdad y la Vida”, (Jn 14, 6), una propuesta con un camino
establecido y, anteriormente, prefigurado en la opción de vida de
Abrahán. Muchas veces parecemos Abrahán, pues caminamos confiados
en Dios sin saber a dónde vamos. Esto, visto bajo una perspectiva
existencial, nos sucede con frecuencia, pues nos desorientamos muchas
veces ante las decisiones más importantes de nuestra vida. Sin embargo,
se nos ha dado un Camino, Jesús, y en Él podemos caminar confiados.
El pueblo judío, a pesar de aportar la primera religión monoteísta,
vivió en un contexto politeísta que lo llevó a entender a un Dios confuso,
temerario y perverso. Seguramente también consideraba su amor, pero
era un amor temerario, castigador, el amor de un padre de la época, de
esos que corregían con barra de hierro las necedades de la infancia. El
politeísmo pagano entendía sus diversos dioses como dioses
castigadores, vengativos y perversos; dioses a semejanza de lo humano,
no como la propuesta que en la revelación del Génesis se aporta. Del
mismo modo, bajo estas influencias, el primer pueblo de nuestro Dios
entendió también así a su Dios, pero con intensos intentos de plenitud.
No porque tuvieran culpa, sino porque fue un proceso necesario para la
posterior comprensión que se daría en la revelación última: la persona de
Jesús. Al principio de todo, cuando la llamada que Dios hace a Abrahán
se hace efectiva en el mundo, para así superar el politeísmo primitivo,
todo era confuso en cuanto a la divinidad. Pululaba en el ambiente el
nombre de muchísimos dioses, todos ellos dedicados a algo en concreto.
Y en medio de todas esas deidades, el Dios de Abrahán se abría paso y
camino.
Erri De Luca en Las santas del escándalo retrata exactamente la
experiencia del pueblo al inicio de su historia salvífica. Escribe, como
dibujando:
La tierra prometida no está desocupada ni virgen. No es una isla
desierta, no es el mundo vacío después del diluvio. Al contrario,
bulle de pueblos y de ídolos. Precisamente en medio de ellos
irrumpe la divinidad que se declara única. (…) Pero el monoteísmo
no avanza únicamente en una dirección. También da pasos atrás:
después de la conquista de la tierra prometida, los hebreos
retornarán con frecuencia a los ídoslos, adoptando las divinidades
de los pueblos vecinos. (…) la historia de Israel será como un
acordeón, oscilará entre la adhesión y la abjuración.

[144]
En este sentido, los primeros pasos de la religión judía, hacían ver
al pueblo, a veces, un poco ecléctica y sincretista. Para ellos no fue fácil
no adaptarse a la cultura que los rodeaba. La sublime y excelsa revelación
que habían recibido, muchas veces, por la fragilidad humana, se veía
eclipsada por la cultura de los demás pueblos. Por eso, digo yo, se le llamó
a Dios de tantas maneras. Unos dicen que es por la sacralidad del nombre
de Dios, y sí, lo es, también. Pero esta sacralidad se entendió mucho
después de robustecer el culto, no al principio cuando apenas entendían
a su Dios como uno entre los dioses, no como el Único.
La concepción judía de la naturaleza divina, se ve patentizada en
la oración del pueblo creyente. En estas manifestaciones de fe, se
contempla cómo el antiguo pueblo de Israel entendía a Dios en toda su
amplitud y vastedad. La verdad, no rezo de esta manera, pero me gusta
pensar en tantas formas como se puede el hombre referir a Dios. Me lleva
a considerar su grandeza e ilimitación, la inmensa amplitud que supone
su nombre, es apenas, como leíste antes, una débil sombra de la real
esencia de Dios.
A continuación, te refiero algunos de los nombres con que los
hebreos han llamado a Dios en el correr de las Sagradas Letras: El
Shadday: el Dios de la montaña; El Berit: El Dios de la alianza; El; Elyón:
El altísimo; El Olam: El eterno; El Roí: Él me ve; Hashem; Adonai: mi
Señor; Adonai Tzevaot: Señor de los ejércitos; Adonai Tzidkeinu: Justicia
nuestra; Ehyé-Asher-Ehyé: Yo soy el que soy; El: Dios en general; El
Bethel: Dios eterno; El Shalom: el Dios de la paz; El Sar Shalom: Príncipe
de la paz; El Shofet Kol Haaretz: Dios que juzga a toda la tierra; El
Shaddai: Todopoderoso; Eloah: sorprendido y golpeado por el pavor (lo
sublime); Elohim: es un plural cuantitativo que denota la ilimitada
naturaleza de Dios (solo se usa en hebreo antiguo); El Elyon: Dios del
cielo, la tierra y las alturas; HaKadoh Baruj Hu: el Santo bendito es Él;
Hashem: significa literalmente el nombre (los judíos ortodoxos lo usaban
para evitar referirse al nombre de Dios); Shejiná: la presencia de Dios o
su manifestación; es un sustantivo femenino hebreo y arameo que
procede del verbo residir o habitar. Así es que se usa para decir que Dios
habita en su pueblo, que es un Dios para nosotros. Luego, puede varias
por Ruaj Hakodesh que sería la intelección de los cristianos cuando lo
entienden por el Espíritu Santo. Memrá: significa palabra. Se usó en el
génesis para referirse a la palabra creadora de Dios; Yah: apócope de
Yahveh. Hace parte de la palabra Alleluyah que significa exalten a Yahvé.
Por eso es una apócope, porque está implícito el glorioso nombre de Dios.
La apócope es un metaplasmo (es una figura de dicción que
consiste en alterar la escritura o pronunciación de las palabras sin alterar
su significado) donde se produce la pérdida o desaparición de uno o
varios fonemas o sílabas al final de algunas palabras. Cuando la pérdida
se produce al principio de la palabra se denomina aféresis, y si la pérdida

[145]
tiene lugar en medio de la palabra se llama síncopa. Esta figura se usaba
mucho en el Yod, pues era la manera como se referían a Dios más
comúnmente. A mí me gusta, pero no le llamo así. Yo le llamo Padre, así
me enseñó Jesús. Todos estos nombres dicen mucho y significan
bastante, además, son muy atractivos para las personas religiosas y
amantes de las lenguas, pero yo prefiero llamarle Padre, pues me siento
hijo.
Los Cananeos con sus prácticas paganas muchas veces
contaminaron el culto del pueblo de Israel. Incluso, estos nombres eran
adoptados por ellos, hasta el extremo de añadir tales como Baal y Astarté
que, tal como concebían los otros nombres, eran dioses diferentes, no
solo nombres o modos de referirse al Señor, como anteriormente vimos,
sino nombre de dioses extraños. Yo no juzgo al pueblo hebreo de aquellas
épocas, al contrario, fueron muy valientes al sacar adelante la fe, aun en
medio de todas esas fragilidades y dificultades. Gracias a ellos hoy
podemos llamar Padre a dios, y no estar rezándole a una estatua entre
muchas.
Otra cosa que aprecio mucho de los judíos, y que es lo esencial de
lo que escribo, es su oración. Los judíos rezan tres veces al día, (tefilá)
excepto en Shabat (sábado, el séptimo y último día de la semana), pues
es el día sagrado, el día en que agregan un cuarto momento de oración.
En sábado conmemoran el último día de la semana, pues es cuando Dios
da por terminada la creación e instituye un día de descanso de las labores
y esfuerzos humanos. La tefilá (oración) se articula en tres momentos: la
mañana, la tarde y la noche. En su tefilá, los judíos siempre miran hacia
Jerusalén, el lugar donde estuvo el templo. Templo que fue destruido dos
veces y que hasta el Sol de hoy no ha vuelto a restaurarse.
En su oración cantan los salmos de una manera hermosa.
Escuchar a un hebreo cantar los salmos, es una experiencia sublime, tal
como mi concepción filosófica, su voz viene desde la altura del cielo. Luz
de mi Vida, escucha toda la música que quieras, pero aprende a ver en
la música mucho más que los otros, los vulgares y comunes hombres.
Entiende que la música, mucho más allá de divertirnos, es una expresión
ascética, una expresión de fe que va dirigida a Dios. Lo más lindo de los
salmos es que, a diferencia del resto de la Escritura Sagrada, son
palabras de Dios, pero pronunciadas por los hombres. Es decir, toda la
biblia fue escrita por hombres, pero los salmos, especialmente, son
oraciones de los hombres. Los escritores sagrados escribieron en nombre
de Dios, y por eso se les reconoce como Escrituras divinas, pero los
salmistas oraron, y por su excelencia y extática experiencia, se les
reconoce sus palabras, como inspiración divina, más allá de toda volición
humana. Entiende, amor mío, que Dios es comunicable y se quiere
comunicar. Él quiere escucharte y, como es su deseo, te escuchará.
Háblale a ÉL, que te ama más que nadie.

[146]
Los musulmanes
Los musulmanes llaman a Dios, Alá (‫ )هللا‬que puede traducirse
literalmente como Dios. Quizá ya lo supieras, pero quería insistir en ello,
pues muchos creen que Alá es un dios distinto al Dios de los cristianos y
judíos, cuando no es así. De hecho, los musulmanes provienen de las
mismas raíces que nosotros los cristianos y los judíos, padres nuestros
en la fe. El pueblo musulmán proviene, como los hebreos, de Abrahán,
quien engendró a Isaac e Ismael. Mientras Isaac continuó la
descendencia de Abrahán en el pueblo judíos, Ismael separó su camino
y se casó con una egipcia, con su descendencia fundó Ismailia, pues
engendró a doce príncipes, origen del pueblo árabe, que actualmente
conforma la mayoría de la religión islámica. Ciertamente, no todos los
árabes son musulmanes, pues árabes es un gentilicio correspondiente a
una nacionalidad, mientras que musulmán es un adjetivo que indica la
pertenencia a la religión islámica. Esta diferencia es marcada, pero se
disimula mucho, ya que casi toda la población árabe es musulmana.
La evolución del pueblo árabe llegó a su plenitud con el nacimiento
de Mahoma, predicador del islam naciente, último profeta de Dios, según
estas tradiciones, quien nació en la Meca hacia el año 750. Más allá de
su tripartición, pues los musulmanes se dividen en Chiitas, Sunnitas y
Jareyitas, son una comunidad profundamente unida. Estas divisiones
son más políticas que religiosas, como en el cristianismo. El caso es que
es una de las religiones más puras y extendidas en la humanidad.
El salat ( ‫);صالة‬, que significa orar o bendecir, es la oración
musulmana que se celebra cinco veces al día. Un aspecto muy bello en
su fe, es la manera como cantan mientras oran, expresión perfecta de su
espiritualidad. Casi siempre recitan fragmentos del Corán, cantados por
voces, en su mayoría, masculinas. De manera hermosa, emotiva y
conmovedora, alaban a Dios incesante y entregadamente. Su incienso es
su voz y la entrega profunda de su espíritu en el salat. Es una cultura
complicada y muy divergente a la nuestra, de la cual hay que aprender a
apreciar aquello que nos causa admiración sin prejuicios de raza o
religión. El día sagrado para ellos, y, naturalmente, el día de asistir a la
mezquita, es el viernes, como lo es el sábado para los judíos y el domingo
para los cristianos. Tal como para los cristianos la lengua sagrada es el
latín, para los judíos el hebreo, para los musulmanes, la lengua sagrada
siempre será el árabe, la manera correcta de leer sus escrituras y hacer
su oración.
La oración principal del islam se llama la fatiha (‫)الفاتحة‬, o bien, la
“apertura” del Corán, del que constituye el principio primer capítulo, pero
que se usa también como fórmula a muchos otros textos y oraciones
usados en la oración habitual. Por lo general, se recitan los suras (‫)السورة‬

[147]
(plural omitido en el idioma original) es el nombre de los capítulos del
Corán, me encanta en ocasiones escuchar cómo los cantan. Me siento
como esas serpientes que hipnotizan en el Medio Oriente. Habitualmente
escucho música muy variada, pero hay inusitadas ocasiones en que
contemplo música religiosa tan excelsa como ésta. Esto, según Jacques
Jomier, quien hace un profundo análisis de esta religión en su libro Para
conocer el islam, del cual extraje la mayor parte de la información. Para
citar más directamente el Corán, y no las interpretaciones profanas del
entendimiento humano, he sacado para ti tal oración, interiorízala, más
allá de los prejuicios que existan dentro de ti. Sé consciente de que Dios
se expresa a través de muchas religiones, y no solo la nuestra.
Sura 1, Exordio (Mecana, de 7 aleyas):
1 ¡En el nombre de Dios, el Compasivo, el Misericordioso!
2 Alabado sea Dios, Señor del universo,
3 el Compasivo, el Misericordioso,
4 Dueño del día del Juicio.
5 A Ti solo servimos y a Ti solo imploramos ayuda.
6Dirígenos por la vía recta,
7 la vía de los que Tú has agraciado, no de los que han incurrido en la
ira, ni de los extraviados.
Los musulmanes, como los judíos y cristianos, tienen su propio día
sagrado: el día viernes, o como ellos llamarían Yumu’ah (‫)جمعة‬. Su oración
siempre está dirigida hacia la Meca, lugar donde nació Mahoma, al oeste
de Arabia. Después de nuestra religión, el islam es la religión con más
fieles en el mundo. Yo los valoro bastante, y no me gusta que sean
llamados terroristas. Ellos son personas bondadosas, con una cultura en
conflicto con la nuestra, pero no por eso menos valiosa. Lo que concluyo
es que debes aprender, y quiero que aprendas, a mirar en la fe ajena, un
aporte benéfico para tu vida. Nunca te apartes de tu fe por la riqueza de
las otras religiones, quédate en tu Iglesia que, aunque herida, es tu madre
y te ama.
Los cristianos
Este es el culmen en mi dialéctica inmanente-trascendental. Para
mí todas las religiones de las que te hablé son muy importantes en el
devenir histórico del mundo y la consciencia espiritual universal. Sin
embargo, yo nací en esta religión, la religión cristiana. Una experiencia
de vida unida a Jesús, la revelación de Dios hecha carne en los hombres.
Es bastante hermoso saber que Dios se rebaja, hace kénosis (κένωσις) para
hacerse con los hombres, hombre. Es un abajamiento (vaciamiento,
literalmente) admirable, de un Dios excelso, de un Dios que está en el
corazón del hombre, de un Dios encumbrado en lo pequeño y alejado de
lo inmenso que creemos es. ¡No!, mi Dios es el Dios del pesebre, uno
pequeño, uno que tiene por poder, amor, y por amor muere, por amor
resucita, por amor nos salva.

[148]
Algunos autores, comoRussell, sostienen que es el miedo el que
hace a los cristianos, no el amor. Russel escribe que “el miedo es la base
del dogma religioso, como de tantas cosas en la vida humana”, pero, se
equivoca, si no es que miente, porque, más allá de la simple religión, sino
pensando en algo más trascendental y menos cultural, la fe, que es
distinto a la religión, es el amor lo que impera sobre todo. Se cree por
amor, no por miedo. O como se dice piadosamente, “creemos por amor,
no por deseo de gloria o temor de pena”. Yo no creo porque tenga miedo
del infierno, ¡yo no creo en eso!, yo no creo que un Dios tan bueno
disponga de un infierno, no importa la connotación teológica (estado, no
lugar), que se le dé al término. Para mí el infierno no existe más que en
la mente fantasiosa de los amedrentados y los amedrentadores. Yo creo
en un Cielo que es Dios mismo, ¡en nada más! Para mí el Cielo es
contemplar el rostro de Dios, que es Misericordia.
Lee este soneto anónimo, donde se expone hermosamente lo que pienso
de la experiencia espiritual cristiana:
No me mueve mi Dios para quererte
el Cielo que me tienes prometido;
ni me mueve el infierno tan temido
para dejar por eso de ofenderte.
Tú me mueves, Señor, muéveme el verte
clavado en esa cruz y escarnecido;
muéveme el ver tu cuerpo tan herido;
muéveme tus afrentas y tu muerte.
Muéveme, al fin, tu amor, y en tal manera,
que aunque no hubiera Cielo yo te amara,
y aunque no hubiera infierno te temiera.
No me tienes que dar porque te quiera,
pues aunque lo que espero no esperara,
lo mismo que te quiero te quisiera.
A mí me motiva el amor, en todos los sentidos. Yo amo, soy amante,
y por el amor, soy. Si he entendido alguna vez algo, si he fracaso alguna
vez en algo, si he fallado, si me he frustrado, es por ser amante. En la
medida en que amo, es la medida que soy. El motivo de mi existencia, es
amar, es el amor. En la fe pasa lo mismo: yo creo porque amo, pero, ante
todo, creo porque Dios me amó primero. Es más, por eso es que yo amo,
porque he sido amado por Dios. Antes de hacer la síntesis de todo lo que
pienso y he pensado, con relación a este capítulo, quiero referirte algunas
citas bíblicas que sustentas la misa. Yo sé que tú vas a misa, si
prácticamente e irónicamente, así nos vimos más de cerca. Pero, de todas
maneras, y para insistirte mucho en eso, quiero hablarte de la mesa
eucarística desde su fundamentación bíblica, pues me interesa que,
además de leerme a mí, leas, como has leído y leerás, al Señor en su
Palabra.

[149]
Debo decirte, primero que todo, que la oración más perfecta está
en el sacrificio de la misa. Hay muchas formas de oración, en otras
religiones y en ésta nuestra, pero la más perfecta de todas las oraciones
es la misa, aunque muchas veces parezca aburrida. La misa no es lo que
parece a simple vista, sino que tienen una riqueza espiritual que, porque
es misterio, está oculta tras la apariencia de las cosas. Nosotros, sin
entender, entendemos de lo que se trata. El Señor nos pide que
permanezcamos con Él, porque nos ama, claro. Lo dice en (Jn 15, 7. 9.
11): “si permanecen en mí, y mis palabras permanecen en ustedes, pidan
lo que quieran y lo conseguirán. Como el Padre me amó, yo también los
he amado; permanezcan en mi amor. Les dije esto para que mi gozo esté
en ustedes y su gozo sea perfecto”. Permanecer en Dios, es permanecer
en la alegría, pues solo Él es el verdadero gozo, un gozo inextinguible,
más allá del gozo del mundo que, siendo muy bueno, no supera el gozo
de Dios.
¿Cómo permaneces en Dios? Es la pregunta que he me hecho
bastantes veces en mi vida. No hay una sola forma de permanecer en
Dios; todos los días son un combate para estar con Dios y en Dios. Aun
así, no somos nosotros quienes nos mantenemos, sino Dios quien nos
mantiene. Él mismo dice en (Jn 6, 34-35. 53-56):
Yo soy el pan de vida. El que venga a mí no tendrá hambre, y el que
crea en mí nunca tendrá sed. En verdad, en verdad les digo que, si
no comen la carne del Hijo del hombre y beben su sangre, no tienen
vida en ustedes. El que come mi carne y bebe mi sangre tiene vida
eterna. Porque mi carne es verdadera comida y mi sangre verdadera
bebida. El que come mi carne y bebe mi sangre permanece en mí y
yo en él.
Al principio, a los cristianos los tildaban de antropófagos, es decir,
caníbales, que comían hombres, siendo ellos, voraces y perversos. Pero
la verdad es otra: comen a Dios en su carne y en su sangre. En su tiempo,
y aun en este, fue un escándalo y un absurdo. El sentido siempre fue
misterioso, y todavía lo es. Comemos la carne y bebemos la sangre del
Señor para permanecer en Él, porque Él mismo es quien se nos da, más
allá de si podemos y tenemos la capacidad de estar con y en Él. Se nos
dio y se nos dará siempre, porque así es de inmensa su bondad.
Cuando lo hizo, el darnos su carne y su sangre, fue el momento
más íntimo de su vida, el principio de su muerte y posterior y siempre
actual resurrección. ¡Qué alegría compartir el gozo de sus discípulos! Me
imagino esa noche, una noche cálida, con olor a pan y dulce vino. La
comida servida en la mesa, los amigos riendo y un aire de nostalgia. El
maestro a la mesa y sus discípulos sonriendo a su alrededor. Todo en
paz, todo bonito. Mientras la noche progresaba, sabía Él que llegaba el
momento de hacer plenitud su misión. Por eso, abre la solemnidad de las
solemnidades con sus palabras, todas ellas registradas en los relatos de
las Sagradas Escrituras, (Mt 26, 26- 29):

[150]
Mientras estaban comiendo, tomó Jesús pan y lo bendijo, lo partió
y, dándoselo a sus discípulos, dijo: “tomen y coman, esto es mi
cuerpo.” Tomó luego una copa y, después de dar las gracias, se la
pasó diciendo: “beban de ella todos, porque éstas es mi sangre de
la Alianza, que es derramada por muchos para perdón de los
pecados. Les digo que desde ahora no beberé de este producto de la
vida hasta el día aquel en que lo beba con ustedes, nuevo, en el
Reino de mi Padre.
Fue en ese momento cuando instauró la Eucaristía. Allí, todo un
Dios envuelto en la noche y en la humanidad, abría para nosotros la
solemnidad más excelsa y eterna. Se nos daba, ¡todo un Dios se nos daba!
Nos dio su carne cuando se abajó a nosotros, tomando cuerpo de hombre
y siendo hombre; y nos dio su carne cuando se entregó en la cruz. Pero
antes, antes de escarnecerse, primero se dio en el Pan que da la vida
eterna. En la misa se da el Pan que da la vida eterna, se da Dios mismo
en la humildad de una forma sagrada: el pan, fruto de la tierra y del
trabajo del hombre. Dios es muy humilde y muy sencillo, ¡Dios es
simplísimo! Dios es maravilloso. La misa está ahí todos los días, y para
ningún lado se va. Ve los domingos, porque Dios te espera allí.
Los musulmanes tienen el viernes, los judíos el sábado. Nosotros
tenemos el domingo (dies dómine) porque el Señor, después de morir,
resucitó un domingo. El primer día de la semana, el domingo, es el día
en que el Señor resucitó y, por ende, el día sagrado para nosotros los
cristianos. Es el día de la oración, es el día de la solemnidad, de hacer
memoria, de hacernos con Dios. Ése es el día de la nostalgia, de la
añoranza y de la unión. Yo recuerdo cuando los domingos te veía sentada
al lado de tu madre en misa. Hermosa como ninguna otra en el templo.
A mí me daban nervios estar allí, por eso prefería omitir las misas en que
tú estabas. Sí, para mí lo más esencial es vivir la misa lo más perfecto
que pueda, y tú no me dejabas, porque estabas ahí, mirándome. Y yo
estaba ahí, mirándote, aunque bien lo disimulara. No dejes de ir los
domingos al templo, porque Dios te espera para partir su pan y darte de
su mesa.
Su Pan no es solo su cuerpo dado en la hostia, sino también su
Palabra. ¿Recuerdas que Jesús es Palabra, Logos? Cuando al principio
de la misa se leen las Escrituras, estamos también comulgando la
Palabra de Dios en su sentido más espiritual, para luego comerla en su
sentido, también espiritual, pero hecho pan. Son dos panes iguales, pero
dados en forma distinta; de cualquier forma, serán el cuerpo de Jesús.
Cuando tú lees estas citas bíblicas con que te parlo, en realidad estás
conociendo más de la esencia de Dios. En suma, yo quiero que lo ames,
pero para que lo ames, tienes primero que conocerlo.
Resalté el canto en las otras religiones, y también lo haré en la
nuestra. Debo decir que nuestra cantó está desmejorado a lo que antes
había. Durante la medievalidad, fue el canto gregoriano la expresión
artística más bella de nuestra fe. Últimamente, se cantan cosas muy
populares, y está bien, la fe es del pueblo. Solo que yo tengo un sentido

[151]
de lo estético muy por encima del común, y es lo único que, aunque canto
con amor lo común, me hace sentir nostalgia de algo que podría ser, pero
no es. Yo canto en gregoriano muchas veces con mis compañeros;
algunas misas las celebramos en latín y cantamos en esta lengua el canto
gregoriano, ¡son momentos de plenitud extática! Es algo bonito, sublime.
Debo decir que, mucho tampoco es bueno. Exagerar el gesto, es dar por
perdida la esencia. Así que, también es bueno varias la música en las
expresiones religiosas; lo veo todo como algo providencial, Dios dispone
y yo me abro a su gracia.
Ahora, para volver a la oración, quiero ir de lo amplio a lo íntimo.
Si bien la Eucaristía es la perfecta oración, debo decirte que esto es en
un sentido comunitario, es decir, porque se reúne el pueblo a adorar a
Dios. Pero la oración personal es algo más íntimo, es un secreto que se
tiene con Dios. Los musulmanes reprochan mucho la intensidad de su
oración con la vaguedad de los rezos cristianos. Cierto es que éstos rezan
cinco veces al día, pero también cierto que los cristianos rezamos,
teóricamente, siete veces. Estas siete veces son propias de los monjes y
deseo de la Iglesia para todos los fieles. No podemos eludir el hecho de
que en la Iglesia se ore muy poco, y tenemos que aprender del ejemplo
árabe, tan devotos y confiados en su Dios. ¿Cuáles siete veces?, te
preguntarás tú. La liturgia de las horas es una oración sálmica que la
Iglesia regala a sus hijos. Consiste en siete momentos de oración durante
el día, alrededor de quince minutos por hora. Los monjes rezan casi todas
las horas, los presbíteros rezan, si mucho, tres horas: Laudes, Vísperas
y el Oficio Divino, o, dicho de otra forma, el Oficio de Lectura,
exceptuando la hora Nona, Sexta, Tercia y Completas.
Hasta aquí muy bien, pero no es lo que quiero que aprendas,
porque tú no vas a rezar la liturgia de las horas, tú vas a hablarle a Dios
en tu intimidad. O al menos, eso quiero que hagas en tu soledad. Ante la
pregunta de ¿cómo puedes dirigirte a Dios?, tenemos que apreciar, ante
todo, la confianza y la intimidad. Pero yendo más a la manera de
referirnos a Dios por su nombre, tenemos que tener claridad en que el
nombre proviene de todo cuanto se deriva de él. Es decir, los hombres le
hemos puesto un nombre, pero eso es una necesidad humana, sin
embargo, Dios, ¿por qué necesitaría algo? Somos los hombres los que
necesitamos llamarle de algún modo. Ciertamente Él se ha revelado bajo
distintos y diversos nombres, todos ellos con un peso teológico
considerable. Para denotar su relieve, existe un tratado teológico precioso
acerca del nombre de Dios que yo traté de esbozarte cuando hablé de las
múltiples formas de llamarle en las diversas religiones. Sin embargo, yo
quiero resumirlo todo a mi experiencia, más que a las consideraciones de
los expertos, peritos y entendidos.
El salmista se hace la pregunta, a la vez que la responde, más
importante para nosotros, para ti y para mí que estamos jóvenes. La hace
abiertamente en el (salmo 118, 9-10): “¿cómo podrá un joven andar
honestamente? Cumpliendo tus palabras. Te busco de todo corazón, así
no pecaré contra ti.” ¿Te acuerdas que el verdadero pecado es apartarse
de Dios? Pues cumpliendo la Palabra de Dios (logos: Jesús), es que nunca
[152]
nos apartemos de Dios y, tal como Él quiere, permaneceremos en su
amor, es decir, en Dios mismo.
Esto es intimidad, permanecer con Dios. Los amantes permanecen
uno en el otro, porque se aman. Así tenemos que permanecer en Dios,
pues es Él nuestro más perfecto amor, nuestro amante más amando.
Para esta intimidad, es necesario descubrir en la dispersión y el
recogimiento la gracia de Dios. Ambas son igual de importantes en la vida
y la actividad del espíritu. La clave es abrirse a la gracia en ambas
experiencias: en la dispersión, para saber actuar y vivir de acuerdo a
Dios; en el recogimiento, para concentrar la vida interior en Dios. Es igual
de importante ser espontáneos en la oración, como lo es también
recogerse, hacer silencio, cerrar los ojos y orar. Yo oro así. Puedo estar
en la calle caminando y dentro de mí estoy orando. Le hablo a Dios de la
gente, lo que veo, lo que me hace dar risa, lo que me impacta, algo que le
quiera compartir en el momento, tal como un amigo camina en la calle
con otro. Pero también me escondo en el reposo de mi cuarto, cierro los
ojos o veo el crucifijo que, por cierto, te regalé con este libro, y así entre
en un recogimiento interior donde le expongo a Dios toda mi persona.
¿Qué le dirás a Dios en tu recogimiento? No te preocupes por qué
decir, o qué pedir, “de igual manera, el espíritu viene en ayuda de nuestra
flaqueza. Pues nosotros no sabemos cómo orar como conviene; mas el
espíritu mismo intercede por nosotros con gemidos inefables”, (Romanos
8, 26). Dios mismo envía a su Espíritu para que oremos como nos
conviene, el todo es que tenemos que disponernos para hacerlo. Dios te
dará las palabras en la calle y las palabras en tu intimidad. La
inefabilidad ya referida, sublime voz de Dios, es lo que se manifiesta en
este versículo de la Escritura, pues Dios habla sin escucharse como
queremos. Dios habla al corazón, donde los oídos de la carne no
escuchan, pero sí los del alma. Tú solo disponte a la escucha, que Dios
te hablará. ¿Recuerdas el Shemá? La escucha hebrea. Recuérdala
siempre y escucha atentamente lo que dice tu Dios: que te ama.
Entra en tu interior, sé una mujer de intimidad, donde lo más
íntimo sea Dios que te espera para hablar. El diálogo divino, ese diálogo
inefable que todos podemos sostener. Dile muchas cosas, dile que lo
amas, dile lo que sientes, qué temes, qué quieres, qué esperas, qué te
preocupa, qué te alegra. Dile todo, que Él, aunque ya lo sabe todo, quieres
escuchar de tus hermosos labios las palabras de tu boca. Por mi parte,
en la oración oro por ti, por mis amigos más queridos, por mi familia. Te
invito a que hagas lo mismo. Ora por mí, por tus amigos y por tu familia.
Así se quiere a la gente más perfectamente, porque será Dios quien esté
en las relaciones, y no el yo que ensimisma y, por lo tanto, anonada. Yo
qué te diría de la oración, ¡tantas cosas!, pero al mismo tiempo no te diría
realmente nada, pues es una experiencia que se emprende por sí mismo,
y no porque se enseñe. Dicen que a orar se aprende orando, y muy bien
lo sintetiza Peter Kreeft cuando afirma: “el consejo más importante sobre
la oración se resume en una palabra: ¡comienza!” Ora por mí, mi amor,
que yo, como te amo tanto, oraré siempre por ti.

[153]
CAPÍTULO X
EL SILENCIO ESPIRITUAL

Como Dios no necesita hablar para ser escuchado, así es el silencio


que habla, inefable, perfecto. Si en el anterior capítulo te insistía en la
oración, quiero que sepas que, para ella, muchas veces, no siempre, es
necesario callar bastante. A veces hay que hablarle a Dios en el bullicio,
en la dispersión, pero otras tantas, hay que hablarle a Dios en el silencio,
pues en el silencio espiritual es donde Dios se manifiesta más
perfectamente. El Señor habla en el silencio, casi siempre hablamos tanto
que no le escuchamos a Él. Como reza el (salmo 19, 4-5) “sin que hablen,
sin que pronuncien, sin que resuene su voz, a toda la Tierra alcanza su
pregón y hasta los límites del orbe su lenguaje.” Cierra los ojos, silénciate
y escucha, que Dios habla en el espíritu, en tu corazón, allí donde me
amas.
Más adelante tendrás perfecta claridad en lo que se refiere al
mutismo, pero, para adelantarte un poco al tema, y así poder hablar con
toda libertad en este capítulo del silencio, es bueno que desde ya
diferencies perfectamente entre el silencio y el mutismo. Solo digo esto:
el mutismo es callarse inútilmente, mientras que el silencio es
recogimiento; un espacio de encuentro consigo mismo, una soledad en la
que se abre el diálogo con Dios, consigo mismo y la circunstancias. La
escucha interior es un hecho cuando se hace silencio, mas cuando se
entra en un mutismo, se exacerba el egoísmo y la indiferencia, mas no se
conmueve el espíritu como cuando se acallan las voces de la voluntad
egoísta.
Hay silencios opuestos al silencio espiritual, pero el silencio en
cuanto tal, ya es espíritu en sí mismo. Solo que no el espíritu expresado
en el aliento, sino el espíritu abstraído en el silencio, oculto, inefable,
perfecto en su esencia callada, como son perfectas las palabras en su
limitación ilimitada. El silencio impresiona los sentidos, porque les
impacta con la ausencia de aquello que los robustece. Las más de las
personas no soportan el silencio y tratan por todos los medios de sentirse
rodeados de ruido, aunque no lo hagan voluntariamente. Sí, incluso yo
muchas veces trato de escapar del silencio, pues el silencio ensordece
más que el propio ruido. El ruido distrae, mientras que el silencio me
hace fijarme en mí, no como un egoísta en mutismo, sino como un
espíritu que se mira a sí mismo y se avergüenza de aquello que ve, o
mejor, de lo que escucha dentro de sí; un espíritu que se acaba de
percatar de todo cuanto es, insuficiente con relación a lo que tiene que
ser y está llamado a ser. Autores como Miles Davis consideran el silencio
de esta manera, tal como dice “el silencio es el ruido más fuerte, quizás
el más fuete de los ruidos”, dejando claro que puede ensordecer, pues el

[154]
ruido impacta, no como lo bello impacto, no como lo sublime, sino que
destruye, antes que elevar el ser.
El impacto que el silencio produce en los sentidos, genera uno de
los sentimientos para puros provenientes del hombre, el sentimiento de
lo bello, antes que nada, pero luego, otro más complejo, el sentimiento de
lo sublime. El silencio que revela lo sublime, es natural, sí, pero no en
cuanto que esté dado en la naturaleza, sino en el ser (naturaleza) de la
persona humana; es decir, está dentro del hombre, no lo percibe afuera,
aunque necesita de la naturaleza para descubrirlo dentro de sí. Porque
para hallar lo sublime hay que desviar la atención de lo natural en cuanto
tal, pues es más allá de lo natural en donde se encuentra, y volver a sí, a
través de los medios naturales.
Algunos relacionan lo sublime con el impacto que producen las
fuerzas hostiles de la naturaleza, ¡y sí!, pero es que va más allá; la
coyuntura en cuestión excede todo límite natural y se aferra a una cosa
que es al mismo tiempo divina y humana: la razón que bulle en ideas.
Cruz, F., considerando la filosofía de Longino, acota: “concibe lo sublime
como cierta majestad del lenguaje… el lenguaje sublime proviene tanto
de la naturaleza como del arte.” Así, establece los medios para percibir
tal sentimiento trascendental, lo sublime, pues el arte trata de imitar lo
natural, eso es sabido, pero al mismo tiempo es original en su esencia
más pura, las ideas. La naturaleza propicia el impacto para el sentimiento
de lo sublime, el arte, el sentimiento de lo bello, que, con un ímpetu
personal, casi místico, casi ascético, puede encontrar lo sublime en las
obras artísticas. Para Longino el arte más prolijo en esta cuestión es la
retórica, pues no escatima en la esencia, sino que se dirige a ella y se
retrotrae, si es necesario, para expresar, sin expresar superficialmente,
aquello que está en lo más íntimo del ser. Terminaría este autor diciendo
que “lo sublime conduce, paradójicamente, a la revelación de la
angostura del mundo frente al constante e ilimitado afán del espíritu por
intentar saltar los márgenes de la naturaleza.” ¿No te parece familiar esa
afirmación con la inefabilidad del ser? ¡Nada puede expresar con
exactitud el ser! El ser es silencioso, pero al mismo tiempo, elocuente.
En (1 Reyes 19, 13), el autor sagrado escribió con su pluma que
Elías, animado por el Señor a encontrarlo afuera de una cueva, lo
esperara en la forma en que llegara. Ni en el huracán, ni en el terremoto
y mucho menos en el fuego se encontraba el Señor, sino que dice la
Palabra: “en el susurro de una brisa suave. Al oírlo Elías cubrió su rostro
con el manto, salió y se mantuvo en pie a la entrada de la cueva.” Con
estas palabras quiere expresar el escritor sagrado que Dios, lo absoluto y
el origen de todas las cosas, la persona más importante, se encuentra en
la calma, el silencio, aquello inefable que hay en todo. No en el estrépito
o aquello que el mundo alardea de sí mismo, sino en la prudencia de la
naturaleza, lo aparentemente más bajo e inadvertido. ¿Por qué en lo que

[155]
no se dice se encuentra más patente cualquier mensaje? En la calma, lo
callado, es ahí donde está el contenido más esencial. El silencio, abrigado
por esta naturaleza, es silencio espiritual, si no divino.
Lo sublime del silencio está en lo que se calla, por eso es inefable.
La exactitud, la virtud de lo intangible, se encuentra en lo que no puede
ser percibido por los sentidos, ¡pero sí sentido! Se siente el silencio, ¡mas
cómo será de perfecto aquél silencio, que se siente en el alma, en el
espíritu, en lo interior y más excelso!, el silencio supera todo límites y
exceso. El silencio despierta en el hombre un sentido más espiritual a su
existencia. Que tú te quedaras callada tantas veces ante mis preguntas,
más inquietaba mi espíritu. Al contrario de ceder a la ignorancia, se me
incrementaba el conocimiento de ti conforme de callabas. Ya has visto
hasta qué punto te consideré en mi razón; misterio, absoluto, ser,
realidad. Todas categorías inaplicables a mujer alguna, tomó carne, ¡y
ah, qué hermosa carne!, en ti, mi amor. Yo hice de ti mi reflexión, todo
cuanto aprendí, lo apliqué a ti y nadie hará más que yo. Kant en La Crítica
del Juicio (25: 164) explica que “lo sublime no pueda ser buscado en las
cosas de la naturaleza, sino únicamente en nuestras ideas.” Me da la
autoridad de relacionarte a ti con lo sublime, pues nace en mis
abstracciones, no en la naturaleza, y si ya tu naturaleza es excepcional,
más aún lo es en mi genio y lucubración. El silencio es aparente silencio,
pues realmente el entorno nunca estará absolutamente callado. Es una
concepción de la mente, o bien, del espíritu, igual que tú no serás nunca
sublime, si no soy yo quien te piensa. En mí adquieres un carácter
exclusivo y único, irrepetible para cualquier otro amor.
A veces, creo que entre menos diga las cosas, será mucho mejor.
¡Pero es que me pesan tanto las palabras! Es como una revolución interior
que obliga a mi boca proferir todo cuanto pienso, siento y necesito. “Tal
vez hubiera sido preferible el silencio que sabe tan bien suprimir la
emoción, pero me es imposible callar”, escribió Julio Cortázar en Papeles
inesperados, similar a mi experiencia, ¿no crees? Pues quizá no debí
haber dicho tanto, ¡pero es que ya he dicho mucho! Por ejemplo, respecto
a ti y el modo como me he referido siempre a tus encantos, Elías Nandino
señala que “cuanto más y más alabes al ser que amas: más y más lo
alejas de tus manos.” ¿Tendrá razón? ¡Dímelo tú, Luz de mi vida! Si lo
sublime está en lo que no se dice, ¿entonces cuál será la inmensa
sublimidad de lo que siento, siendo tan hermoso lo ya dicho? ¿Cómo será
pues lo inefable en cuestión? Sí, porque si tan hermosamente he hablado
de ti, y lo sublime, es decir, lo que más conmueve o conmociona a la
voluntad, está en el silencio que hay entrañado en cada palabra fielmente
expresada, entonces debe ser mucho mayor la verdad que se encuentra
oculta en el silencio de la consecución de mis palabras hacia ti. Ese
silencio que se esconde y se entrevé en cada dulzura que te digo, ese
silencio es la verdad de lo que soy y lo que quiero ser contigo. Quizá no
te debí haber dicho nada y desde el primer momento que me enamoré
[156]
haber callado, pero no sé, ya hablé y, creo, corroí el prístino y pulcrísimo
génesis de mi sentir. En palabras de Beethoven, “Nunca rompas el
silencio si no es para mejorarlo”, quedo confundido en cuanto a eso. No
sé si mejoré algo, porque siento que haber hablado fue corroerlo todo,
echar esto a perder.
Siendo así, no importa cuánto te alabe, solo con mis besos, mis
caricias, el aura silenciosa que se forma cuando nos miramos
mutuamente, navegando en el lago de la ternura dimanada de nuestros
ojos fusionados, se encontrará la verdad nunca dicha, pero sí
genuinamente experimentada y expresada en el lenguaje del silencio.
Hubiese sido mejor haber callado y que todo transcurriese sin esfuerzos
volitivos; como caen las hojas secas empujadas por el viento, o como
vuelan tranquilas las aves, sosegadas en su sutil naturaleza. No sé, creo
que si lo nuestro hubiese sido brisa suave, podríamos haber encontrado
uno en el otro lo que nunca supimos que había. Si hubiésemos callado,
podríamos haber escuchado esa voz que nos quería hablar. Sartre lo dijo
“cada palabra tiene consecuencias. Cada silencio, también”, y creo que
la consecuencia para nosotros, esa de no callar, es más que clara. Tal
como dijo Maximiliano Calvo “la actitud de silencio nos capacita para la
escucha, y una escucha correcta nos prepara para la obediencia.” ¿Qué
le obedeceríamos a esa voz universal que nos habló en lo oculto del
silencio, si por hablar no pudimos escuchar lo que nos pedía? ¡Perdimos,
querida mía, perdimos!
Sin embargo, tú y yo sí hicimos silencio muchas veces, más allá de
los prolongados mutismos del orgullo. Tú como misterio, yo como
escritor. Ya mucho he agotado mis palabras al describir de ti lo misterioso
de tu hermosura, eso lo sabes de memoria, lo sé. Pero debo decir que ese
silencio natural en ti, es también escucha de esa voz universal que te
habla y conduce. Al mismo tiempo, cuando escribo, callo. Callo y escribo
aquello que me dicta la voz que escucho en mi silencio. ¿Cómo haremos
juntos silencio? Porque hemos hecho silencio cada uno en su silencio,
pero ¿y el nuestro? Yo quiero hacer silencio contigo, terminar de
conversar una tarde y abrazarnos y decir: “callemos.” No sé, escuchar lo
que esa misteriosa y solapada voz quiere decirnos desde aquel abismo
arcano incognoscible. Tú, Luz de mi Vida, escucha muy bien siempre,
incluso lo que escribo que, como te dijo, viene del dictado del silencio.
Aconsejó Nietzsche: “captar en lo que se ha escrito el síntoma de lo que
se ha callado.” Acata su consejo y víveme lo más que puedas, víveme en
el espíritu, para que así seamos eternos, nos escuchemos, nos amemos.
Léeme…, ámame.

[157]
Yo sé que me quieres, aunque no lo digas;
yo sé que me amas, con silencio bello;
sabes que te quiero, aunque calle siempre,
lo que digo a veces, cuando estás ausente.
Aunque tú te vayas, aunque tú no estés,
yo te amaré siempre, ¡sabes que así es!
Que te quiero mucho, que te quiero bien,
que te quiero siempre, como nunca haré.
Si acaso algún día,
me dejaras de hablar,
recordaré la melodía
de tu voz coral,
esa voz que un día
me hizo llorar
cuando me decía:
te quiero mucho, Iván.

[158]
SEGUNDA PARTE
SECRETOS, PENSAMIENTOS Y MEMORIAS.
El regalo de tus besos
poderosamente escritos,
son incienso a ti elevado
como secretos que te digo.
En tu piel blanca y suave
escribí yo mis secretos,
nunca los sentí tan seguros
como cuando en ti confié.
No defraudes mi confianza,
no traiciones mi amor,
no peligre mi esperanza
ni trastoques mi devoción.
Que te digo pocas cosas,
pero todas muy valiosas;
te digo que te amo,
y nadie lo hará como yo.
Escóndeme las culpas,
repárame el error,
o equivoquémonos juntos:
hagamos el amor.
CAPÍTULO XI
NO CREO EN EL INFIERNO, ¿SABES LO QUE CREO?

Todos, incluso tú y yo, estamos sujetos a muchas y determinadas


creencias. Nuestra subjetividad se ve ante la nada de la existencia: su
aparente futilidad, su fugacidad desprevenida y la eterna inclinación al
acabose. Ve en todo un alegórico anuncio de su fin. Todo es muerte que
se aferra a la ilusión de la vida. Muy pesimista, visto de este modo, ¿no?
Cierto es que la vida tiene sus ventajas, pero también tiene sus pesares.
Ser imparcial y hablar de ambas situaciones es lo más prudente para
reflexionar con acierto. Tú muy bien eres conocedora de mis
imprudencias y desaciertos, la inerrancia no es parte de mi vida y como
tal me comporto coherente con mi natural constitución. Soy esclavo de
mi naturaleza y por ello me inclino ante el error como ante ti. Creemos
en muchas cosas; unas abstractas, dogmáticas, factibles, presuntuosas,
supuestas y hasta absurdas. Creemos en infinidad de objetos y todos
ellos accesibles a la aprehensión natural. Creer es difícil en algunos
contextos, pero la verdad es que en muchos otros es una facilidad de
cuna y desarrollo humano. Lo difícil está en no creer en algo que se creyó
originalmente. Me explico: existen dogmas convencionales que han sido
rubricados con ahínco en la experiencia intelectual de las personas.
Desde pequeños se nos enseña a creer en tales y cuales cosas. Lo difícil
está en desasirnos de esas creencias superficiales y tradicionales. Por
ejemplo, y desafiando mi fe, el infierno.
¿Cuál es el objeto de tantas creencias como existen? ¿La esperanza
en qué? Si todo es tan efímero como se predica, y el ser humano busca
ambiciosamente la prolongación de su existencia, también ve,
potencialmente, las más de las veces, la mitigación de sus pesares en las
esperanzas ilusorias de lo eterno. ¿Pero en realidad qué es lo que quiere
cuando se proyecta en lo eterno, si de lo único eterno que tiene noticia el
hombre es de lo efímero? Lo constante y universalmente aceptado es que
las cosas son y después ya no. La única seguridad que se tiene es que
nada de lo que es será para siempre. Luego está la suposición doctrinal
de la eternidad y la esperanza en los tiempos postreros, esos liberados de
la fugacidad de la existencia y su fragilidad escandalosa.
No fue la Iglesia el origen de esta invención infernal a la que hoy
me refiero. Muchas otras instituciones humanas han aceptado un
inframundo tenebroso como castigo para sus pecados. Los griegos, los
cristianos, los paganos. Toda religión tiene una dualidad acentuada en
sus errores. Me estoy haciendo un hereje en mis disertaciones, por suerte
son privadas y no espero lleguen a muchas mentes cerradas por su
arrogancia. Por mi parte comprendo, desde mi cerrazón, quizás, mis
discusiones interiores e improperios a mi fe. Para la gran mayoría de
personas creer en el cielo obliga a aceptar el infierno como realidad.

[159]
Hay quienes predican un radicalismo en las creencias superior a la
capacidad humana. Fanáticos empedernidos abogan por la entrega total
a las ideas, mas yo delezno el fracaso de tales empresas. Creo en muchas
cosas, pero me he emprendido en la tarea de no creer lo ya creído. Antes
de creer tengo la necesidad de dudar, pues de la duda puedo inquirir, si
no la certeza, al menos la confianza de haber hecho hasta lo último por
la seguridad en mis pensamientos. Y sí, sí soy un desconfiado del saber,
porque necesito saber lo correcto, no lo que se presenta como tal sin serlo.
Al fin de cuenta, ¿qué soy las ideas? ¿Constructos intelectuales o
existencias? ¿Las cosas nacen de la idea o la idea proviene de las cosas?
Desde pequeño hasta ahora he sido muy preguntón. Muchas veces el
objeto de mis preguntas no es más que la desesperación de mis
encuestados, y otras la inquisición eminentísima de mi alma queriendo
saber más de lo que sabe. Aun así, el preguntar no supone el ser
respondido. Las preguntas afloren más preguntas. La inquietud es igual
de eterna que lo efímero.
Evey Hammound en V de venganza hizo una reflexión importante
al principio de la película. Es la introducción que sostiene la perennidad
de las ideas, pero su opción preferencial por los hombres que enarbolan
o mueren por éstas. Ella lo expresa de este modo:
Se nos pide recordar las ideas y no los hombres. Porque el hombre
puede fallar, puede ser detenido, ejecutado y olvidado. Pero 400
años más tarde su idea puede cambiar al mundo. He sido testigo
ocular del poder de las ideas y he visto personas matar
enarbolándolas y morir defendiéndolas. Pero no se besa una idea,
no se toca, ni se acaricia. Las ideas no sangran, no pueden sufrir y
no logran amar. Y no es una idea la que añoro, es al hombre.
De cualquier forma, las ideas tampoco son inconmutables; su
perennidad estriba en el ser de ellas en cuanto a quien las piensa, no
tanto en el ser ellas por sí mismas. La idea no es un efluvio pneumático
que insufle en las personas el acto de conocer, el saber, sino que es un
sistema aprehendido a través de la experiencia y el uso universal de la
razón. Así pues, ellas están sujetas a los cambios de la historia. De este
modo todos tendríamos las mismas ideas, pues pensaríamos de acuerdo
a ellas y no en cuanto a nuestra subjetividad y juicios propios. Sin
embargo, nosotros pensamos a partir de nuestra experiencia, situación y
cultura. Las ideas son en cuanto yo soy. Mi historia personal determina
la manera de entender las ideas. Por eso, las personas de la medievalidad
creían acérrimamente en el castigo del infierno y con desespero
ambicionaban el cielo, no porque amaran a Dios, sino porque temían la
condenación. Su circunstancia fue la manipulación de poderes y la
desconsideración de la autoridad en la vida anímica de las personas.
¿Con qué sentido se creería entonces? Una vida así, no es vida. Vivir para
ser dominado por el miedo es vivir para los otros en el sentido más
[160]
negativo de la palabra que pueda existir. No hay nada más hermoso que
vivir para los demás con el honesto deseo de amarlos, servirles y
quererles. Pero cuando vivimos para los demás como serviles súbditos,
subordinados por el miedo y la culpa, no tiene sentido el servicio ni la
compañía. Todo se oscurece, toma aires lúgubres y entristece la vida.
El infierno, por tanto, es una idea enarbolada por la fe y recién una
interpretación de la contemporaneidad. Me interesa más que hacerte
creer algo, que pienses por ti misma y llegues a una determinación en tu
aceptación intelectual o religiosa. Pero sí quisiera que te desprendieras
del miedo a una condenación o un castigo eterno. Dios es suma bondad,
en él no se contempla la mano ofendida de un tirano, sino la misericordia
de un Padre que nos ama. Su amor por ti es tan infinito que no contempla
más Cielo que sí mismo para ti. Te espera, te ama y te cuida. No existe
un infierno como remedio, sino como invención y no es de Dios.
¿Por qué un infierno? ¿Si el infierno es castigo y tormento y el cielo
es premio y gozo, no es uno una amenaza y el otro un soborno? Veo yo
más virtud en buscar la bondad como una natural inclinación, ayudado
de la gracia que, como tal, es gratis, que en la búsqueda desacertada de
las cosas en donde no están. El pelagianismo predicaba la virtud como el
resultado de las fuerzas humanas. Es decir, los hombres son virtuosos
en tanto que se esfuerzan por la virtud. Muchos, entonces, se abocaban
en sus fuerzas y se frustraban cuando se encontraban con el límite de su
naturaleza. Dios, desde su expresión cristiana, dio al mundo su gracia.
En otras palabras, Dios provee, hace de la naturaleza humana una
dignidad preferida por su amor. La gracia de Dios es la fuerza que no
tenemos, es gratis, no se necesitan esfuerzos sobrehumanos para tener
gracia, solo disposición. Pedir la gracia es pedirlo todo. La virtud, pues,
no estriba en un ascetismo rigoroso en donde me esfuerzo y martirizo por
alcanzar los bienes, sino en una disposición amorosa a Dios, esa
disposición en la que se me deposita la fuerza que proviene de Dios, pues
Él en su infinito amor nos dona sin pedirnos más que ser para Él.
Si esto es así, ¿por qué un castigo para quien no supo ver la manera
como mejor convenían las cosas? Pienso en los vejámenes innombrables,
los crímenes inenarrables, las barbaries y todo género de mal que
repugna la sensibilidad y la natural inclinación al bien. Tendría sentido
así un castigo. ¿Pero qué más castigo que el fin del ser? Una muerte
ontológica, es decir, un dejar de ser, no solo de existir, sino también de
ser. Sin llamas, sin carne chamuscada y alma desesperada, gritos,
lamentos y pesar. Nada, solo nada. Quienes sufrieron serán consolados
por Dios consolador y los victimarios serán ontológicamente aniquilados.
¿Qué proporción tienen los peores males de este mundo con el sumo bien
de Dios? ¿No será pleno el gozo del cielo, tanto así que se olvide el horror
de la tierra? Y quienes rechazaron el bien y optaron por su contrario, ¿no
sufrieron ya en la tierra? Los males que nacen del corazón hacen sufrir a

[161]
quienes poseen un corazón degradado, de tal modo que ellos simultáneo
al sufrimiento ocasionado, también sufren. ¿Para qué Dios querría
prolongar el sufrimiento a una eternidad? ¡La bondad no puede ser tan
aberrante! Incluso, con cierto recelo, considero muchas veces que ni
siquiera tan muerte como digo exista. Prefiero creer que, a pesar de la
venganza y el merecimiento, el perdón de Dios alcanza también hasta a
los más despiadados y ominosos hombres. No lo digo muy alto, por eso
es un secreto.
Mi indignación frente a la idea de un averno estriba más en que se
reserva para cierta clase de marginados sociales. Desde antiguo se
pensaba en la basura humana como destinada al infierno; los pecadores,
las prostitutas, los homosexuales, los borrachos. Al mismo tiempo que se
predicaba la compasión y la misericordia. El infierno es una disposición
humana, prejuiciosa e innoble, no una creación de Dios ni un producto
de la libertad humana. Es solo un invento, un concepto para “educar” sin
buenos frutos, más que el resentimiento y la pena. Se condena la libre
expresión de la sexualidad y la naturaleza en auge de la adolescencia. Sí,
que hay que educar todas las potencias humanas, pero en la educación
está la compasión y la paciencia.
Albert Camus en La caída expresa:
Créame, las religiones se equivocan a partir del momento en que
hacen moral y fulminan con mandamientos. No se necesita a Dios
para crear culpables y castigar. Nuestros semejantes bastan,
ayudados por nosotros mismos. Usted ha hablado del juicio final.
Permítame que me ría respetuosamente. Les estaba esperando a
pie firme: he conocido algo mucho peor, que es el juicio de los
hombres. Para ellos no hay circunstancias atenuantes, incluso las
buenas intenciones son imputadas al crimen.
Tal es su concepción que trasluce ese pecado que tanto nos abruma
a unos y ejercitamos otros: el prejuicio. ¿Luz de mi vida, qué es lo que
está bien hecho o mal hecho? ¿A quién le corresponde ese juicio? Si a
alguien le corresponde ese juicio es a Dios, fiel conocedor de las
circunstancias. Al ser entes situados, es decir, circunscritos a
determinadas circunstancias, somos axiomas de nuestro contexto. No
podemos hacer algo que no estemos predeterminados a hacer y si así
fuera, tendría que pasar por un proceso de deshabituación terrible y
tormentoso. Y, si hacemos algo que no está propuesto por nuestro
ambiente, entonces es un bien adquirido con base en esfuerzos que, de
cierta manera, también hace parte de la naturaleza humana. En
cualquier caso, solo Dios puede determinar si las acciones están bien
hechas o mal hechas. Y luego, el juicio que determina quién se va al cielo
o al infierno, ¿qué? Es un vaho insostenible por el hombre, un velo
ineluctable, un misterio inescrutable. No hay razón que determine lo que
solo Dios puede determinar y que, pudiendo, no lo ha dispuesto de ese
[162]
modo. La circunstancia es lo que queda y nosotros, seres situados,
siervos de la circunstancia, o bien, la situación, estamos condenados por
ella y para ella. ¡Yo no le tengo miedo al juicio de Dios! Muchas veces,
mientras me encuentro en el silencio de la noche y siento la indescriptible
sensación de despreocupación absoluta, pienso morir sin culpa alguna.
No como quien está desesperanzado y triste, sino como quien está feliz y
realizado. No temo el juicio de Dios, aunque tenga algunos pecados
pendientes, pues confío en su amor y esa confianza no me la quitan ni
los más radicales pietistas mojigatos. Ya lo dijo Wislwa Szymborska:
“personalmente, no creo que haya ningún infierno más allá de esta vida.
En cambio, sí creo que hay una gran variedad de infiernos que las
personas crean para sí mismos o para otros.” ¿Qué más definición se
esperaría de un infierno si no lo es esta? Yo puedo ser mi propio infierno
y el de los demás. Todo depende de cómo me comporte y los hábitos que
tenga. Mi vida, en este sentido, depende de mí mismo. Por ejemplo, en La
vuelta al día en ochenta mundos de Julio Cortázar se lee: “…soy
terriblemente feliz en mi infierno, y escribo”, así, se puede entrever la
gran variedad de concepciones contemporáneas del término. La felicidad
y el infierno suelen ser una contradicción, sin embargo, en este sentido,
el infierno es aquél efluvio de escritura para este autor. De su
circunstancia dimanan las palabras que después transcribe en el papel.
Mi circunstancia, querida mía, esa que te tiene a ti por horizonte, es la
que arranca de mis profundidades las más dulces palabras. Este libro,
que tanto esfuerzo me ha exigido, es producto de la circunstancia en la
que tú eres mi prioridad, mi más bella constante. Tú, que te posas en
cada secreto y cada recuerdo, trasluces densamente la imposibilidad y el
pensamiento. Haces de mí lo que soy. Y aunque no te entiendo como
infierno, de ti sí proviene lo que escribo.
El infierno, entonces, ya no es una realidad escatológica, sino una
literaria y sin más, retórica. Es una manera de expresar otras verdades.
Hacerle la vida imposible a alguien es ser un infierno para esa persona.
Vivir una vida desolada, triste y destrozada es vivir en un infierno
personal. ¿Entonces dónde quedan las culpas cometidas? ¿A dónde van
los merecidamente castigados? Es como escribe Jorge Luis Borges en
Deutsches Requiem: “no pretendo ser perdonado, porque no hay culpa en
mí, pero quiero ser comprendido.” No es que me atribuya la perfección de
un santo, sino que el pecado es un accidente humano, no inconfesable,
pero sí ineludible. ¿Entonces por qué pretender o esperar ser perdonado
cuando ya se me fue perdonada la culpa? Lo que necesito es ser
comprendido, y lo soy, por Dios, pero no por los demás hombres. ¿Tú
entiendes que soy un hombre con abundancia en errores y
equivocaciones, cierto? No tengo un infierno en mi vida y trato de no serlo
en la vida de los otros, pero sí tengo miles de errores que, si bien no me
definen, me identifican de algún modo. ¿Puedes aceptar el desastre que
soy o tratarás de renunciar a mí cuando empieces a conocer el fracaso de

[163]
mi existencia? Porque los demás hombres rechazan mi fracaso, pero
aman mi gloria y tú, tú, Luz de mi Vida, tú no eres como los demás. Tú
estás llamada a amar mi desastre y brillar junto conmigo. ¡Qué digo
brillar, si eres tú quien me ilumina! Ahora bien, si el pecado está de por
sí depuesto en mi naturaleza, ¿cómo tendré yo la culpa de vivir cual fui
creado? Dios me hizo bueno y el pecado no es más que una deformación
de esa bondad, ¿entonces para qué me sentiría culpable si no fui yo quien
lo depuso así? Yo no escogí en ningún momento errar tanto como erro;
infierno es la impiedad y el rechazo de los otros. Tú no seas mi infierno,
tú, amor mío y de mi alma, tú redímeme con tus afectos y beatifícame en
tus besos y el orden de tu cuerpo. Sé siempre, como lo fuiste y como lo
eres, ese mi cielo hermoso al que yo aspiro. Cuando llegue el momento
del dolor, al menos tendré el consuelo de haberme hundido en tus
abismos, esos que no están en la precariedad, sino en la abundancia de
los bienes que me otorga tu pecho. Las caricias, los besos, los silencios
suaves y serenos… tú eres mi cielo.
El mundo, este de carne que estás pisando, es el depósito de todos
los demonios que la gente le atribuye al inexistente infierno. Aquí están
todos los demonios: los despiadados asesinos, los lujuriosos y
degenerados y toda la clase indeseable que existe de personas. Esa
amalgama de demonios que relegan a la inexistencia y al azadón es el
autorechazo y la indiferencia ingenua de quienes pretenden cercenar una
parte inherente del cuerpo de este mundo que es madre y hermana
nuestra, la Tierra. La vastedad de la corteza terrestre, los luengos mares
y anchos océanos; las selvas, desiertos y paradisíacos lugares, son todos
refugio de demonios y de ángeles. La bondad y la maldad son parte de
una misma cosa que no se puede dividir sin dejar de ser y de existir, y
como nada puede dejar de ser, es imposible desasir el bien del mal.
Entiéndase pues al mal como una afirmación del bien y no como una
entidad real, es solo una analogía y un recurso de la inteligencia. Así
pues, acepta tus demonios y tu pureza, no niegues tu bondad, pero
tampoco rechaces tu maldad. Yo acepté mis demonios hace mucho
tiempo, dejé de temerles y conversé con ellos. Ahora vivo más tranquilo y
tengo más tiempo para mis disquisiciones y conversaciones conmigo
mismo. Aunque el mundo en su hipocresía habitual trata de disimular
su degeneración, tú y yo no podemos rebajarnos a tal rechazo. Cierto es
que tenemos miles de errores que necesitamos amar, pues amando es
que se transforman, pero no podemos pretenden disimular la
imperfección ¡si es que ésta es un regalo de lo eterno! Pero de aquí a
obviar el yerro y el pecado hay mil máscaras hipócritas de diferencia.
Prefiero amarte como eres y no amar solo una idea malformada que a la
larga me frustrará. No obstante, amando tu finitud, podré amar también
tu eternidad. Que las ideas sean prospectos y aspiraciones, pero no
absolutos en nuestra vida. Ámame así, errante y equivocado, contradicho
y desajustado. Yo te amaré como tal eres, tú me amarás como tal soy.

[164]
Con demonios y virtudes yo te amo. Al fin de cuentas todo está en nuestra
razón y si bien esta es imperfecta, llegará el tiempo en que ésta encuentre
la perfección en Dios y como tal, perfecta y acabada, seremos más de lo
que somos y pretendemos ser. El Cielo de Dios, no el infierno de los
hombres es lo que nos espera. Tengamos paciencia, amada mía.
Mientras, aquí en esta nuestra finitud y efímera existencia, vivamos
nuestro cielo juntos, que no separados.
Y, en fin, que hablar de almas condenadas y porvenires del
invierno, es hablar sandeces y necedades y no lo más ingente y esencial.
Las almas condenadas son los pobres, los que no tienen oportunidades
de promover su humanidad. Las naciones saqueadas por sus
gobernantes, los niños violados, asesinados en todas las formas; los
pueblos en guerra, las almas que niegan su Dios y consumidos por sus
penas se alejan cada vez más y más en sus múltiples infiernos. Ésos son
los condenados, las almas en pena, residentes del infierno. No están al
otro lado de la muerte, pues la muerte es tan solo un noble paso a la vida
de Dios. Dios es vida, Dios no es un Dios de muertos, sino de vivos. Ahora,
tú que eres la Luz de mi Vida, sabes que tienes a Dios en abundancia y
como tal, seme la fuente y el caudal de mi alegría, no la pena y la condena
de tu rechazo. No permitas sea yo un condenado a la tristeza de perderte
uno de estos días. Eso sí sería infierno y condena que delezna el alma
mía. ¿Ves qué responsabilidad tienes con mi alma? Me darás tú la vida,
la salvación y la esperanza. Y no hablo de los tiempos postreros, sino de
mi ahora. Ya de la vida eterna se encargará Dios, quien nos unirá a ti y
a mí en su Cielo.
En La divina comedia de Dante Alighieri está escrito este relato del
infierno que expone con fidelidad las ideas retorcidas de la Iglesia del
momento: una enferma de poder y dominio. Quizá no hubiese realmente
mala intención, como es pensado ahora, pero sí resulta ser un vejamen
intelectual pasado y que es mejor no repetir por lo ya expuesto
anteriormente. Nadie quiere, realmente, para sí la pérdida de la libertad.
De cualquier forma, la belleza y pulcritud de la poesía de Dante expresa
fiel y bellamente las ideas propias de la comunidad eclesial en donde se
evidencia con facilidad esa articulación radical entre la fe y la acepción
intelectual del momento. Dante escribe en sus poemas:
No pude dudar que estaba a la orilla del doloroso valle del abismo,
donde resuena el rumor de lamentos sempiternos. Tan lóbrego,
profundo y nebuloso era, que por más que intenté penetrar en el
fondo con la vista, no conseguí distinguir objeto alguno.
- “Descendamos ahora allá abajo, al mundo de las tinieblas”,
empezó a decirme el Poeta, cuyo semblante estaba desencajado: “yo
iré delante: tú seguirás mis pasos.”

[165]
Pero advirtiendo su palidez, le dije: -Y ¿cómo he de ir, cuando tú
mismo, que sueles infundirme aliento, estás atemorizado?
- “La angustia, me respondió, de los que yacen en ese abismo es la
que pinta en mi rostro una compasión que tú has atribuido a
temor. Sigamos marchando, que el camino es largo, y hemos de
darnos prisa.” Y se introdujo, y me hizo entrar a mí en el primer
círculo que rodeaban la infernal mansión.
Allí, según lo que podía yo percibir, no eran lamentos los que se
oían, sino suspiros, que conmovían aquellas eternas bóvedas, y que
exhalaban en su pena, no en su tormento, una multitud no menos
varia que innumerable de niños, de mujeres y de varones.
Y el buen Maestro me dijo: - “¿No me preguntas que espíritus son
esos que estás viendo? Pues quiero que sepas, antes de ir más
adelante, que no son pecadores, pero que los méritos que puedan
tener no les bastan, porque no recibieron el bautismo, que es la
puerta de la Fe que tú profesas. Y si existieron antes del
cristianismo, no adoraron a Dios como es debido, y yo mismo me
encuentro entre ellos. Por esta falta, no por ningún otro crimen,
estamos condenados, y nuestra única pena es vivir con un deseo,
sin esperanza de conseguirlo.”
Profunda amargura sentí en mi corazón al oír esto, porque conocí
que en aquel Limbo estaban, como suspensas, multitud de almas
que valían mucho.
- “Dime, Maestro y señor mío, dime, continué yo, con el designio de
que me confirmase en la fe que triunfa de todo error: ¿no sale de
aquí ninguno, sea por sus propios méritos, sea por los de otro, para
gozar de la bienaventuranza?”
Y él, que conoció la intención de mi pregunta: - “Era yo nuevo, me
respondió, en este lugar, cuando vi que bajaba a él un Poderoso
(Jesucristo), coronado con el signo de la victoria. Sacó de aquí el
alma del primer padre, la de Abel, su hijo, las de Noé y de Moisés,
legislador y obediente a Dios; del patriarca Abraham, del rey David,
de Israel, con su padre, con sus hijos y con Raquel, por cuyo amor
tanto hizo, y otros muchos a quienes trocó en bienaventurados.
Porque has de saber que antes de todos éstos, ningún espíritu
humano se había salvado.”
Este relato poético expone con fidelidad el dogmatismo y la
radicalidad de la Iglesia de aquel entonces. Ésta es apenas una breve
descripción de la puerta inicial del infierno, pues en toda la obra existe
una total aventura trasegada por los personajes en donde se mencionan
más y nutridos detalles al respecto. Pero yo me quedo con tan solo un
atisbo del carácter desproporcional del relato en cuanto a sus

[166]
descripciones fidedignas del infierno. Esta pieza deja ver su radicalidad
cuando menciona los grandes pesares que se tienen por la lógica y causal
omisión del bautismo. Si bien es un sacramento indispensable para la
vida de fe de estos tiempos, no existía, como lo entendemos ahora, en los
pretéritos tiempos de los “condenados” por Dante. Así pues, nos asustan
con el infierno y nos prometen el cielo para portarnos como quieren que
nos comportemos. El bien y el mal dejan de ser caracterizaciones
ontológicas o mejor, realidades metafísicas y pasan a ser prescripciones
morales y de conducta, las cuales están sujetadas a la circunstancia y al
orden establecido por la cultura, más que por la universalidad de las
cosas que son y no son de otro modo. Lo que es bueno es real y apetecible
por la voluntad; lo malo es tan solo una deformación del bien, o mejor,
una idea que reafirma al bien como verdad metafísica. El mal existe en
muchas formas, pero el bien es lo universal, lo que es en todo y en todos,
en menor o mayor grado. No es una regla que mide el obrar humano, sino
la esencia misma de las personas. Es por esto que el cielo es una
propuesta de amor, una necesidad del alma, un camino trasegado por y
en la fe. Todo lo dicho es fiel deseo de un alma enamorada, no de una
asustada. ¿Para qué temer tanto si podemos amar un Dios tan bueno?
Igual, querida mía, si yo que te amo prescindo de la reprobación de los
hombres, también tú debes dejar el temor, a lo que sea, y hacerte una
conmigo.
A la edad de 12 o 13 años escuchaba mucho una banda llamada
Mago de oz. De cierto modo, esta banda influyó sobre mí en muchos
aspectos de mi inteligencia y la manera como entendí la vida en aquel
entonces. Hoy no la escucho, quizá por tener ideas renovadas y un estilo
de vida un poco adverso a aquella infancia extraña. Una canción muy
polémica y desafiante llamada La cantata del diablo, una serie de piezas
musicales con ideas extravagantes con el peso firme de una crítica a la
Iglesia, hace honor a su nombre y expone la manera como la Iglesia puede
ser interpretada en los nuevos tiempos en razón de su comportamiento y
antitestimonio evangélico. No es un secreto que la comunidad de fe tiene
sus pecados y escándalos, pero también es cierto que esta canción refleja
una parcialidad en cuanto a su pensamiento. La canción que dura más
de 20 minutos se agota en el silencio de su terminación con una oración
que enseña un poco la visión que muchos contemporáneos tienen del
infierno y más, de Dios en cuanto Dios y Padre nuestro. No es un absoluto
en todos los hombres de este tiempo, pero sí una pequeña muestra de lo
que el brazo secular del mundo ha ido dibujando en la razón universal
ejercida por los hombres de los nuevos tiempos. De cualquier forma,
siempre habrá detractores de lo bello que no pararán nunca de tratar de
hacer mal. Aun así, no podemos parar de hacer el bien y de amar. Pero
sí podemos sacar de su maldad la bondad que ellos poseen por el hecho
de ser y existir, pero que no ejercitan por su ceguera y resentimiento. He
aquí la plegaria:

[167]
Padre nuestro de todos nosotros:
de los pobres, de los sintecho,
de los marginados y de los desprotegidos
de los desheredados y de los dueños de la miseria,
de los que te siguen y de los que en ti ya no creemos.
Baja de los cielos, pues aquí está el infierno;
baja de tu trono, pues aquí hay guerras, hambre, injusticias.
No hace falta que seas uno y trino. Con uno solo que tenga
ganas de ayudar, nos bastaría.
¿Cuál es tu Reino? ¿El Vaticano?,
¿la banca?, ¿la alta política?
Nuestro reino es Nigeria, Etiopía,
Colombia, Hiroshima.
El pan nuestro de cada día son las violaciones,
la violencia de género, la pederastia,
las dictaduras, el cambio climático.
En la tentación caigo a diario.
No hay mañana que no esté tentado
de crear un Dios humilde,
un Dios justo, un Dios que esté en la Tierra,
en los valles, en los ríos; un Dios que viva la lluvia,
que viaje a través del viento y acaricie nuestra alma.
Un Dios de los tristes, de los homosexuales… un Dios más humano.
Un Dios que no castigue, que enseñe; un Dios que no amenace, que
proteja.
Que si me caigo, me levante; que si me pierdo, me tienda su mano.
Un Dios que si yerro, no me culpe y que si dudo, me entienda, pues
para eso me dotó de inteligencia, para dudar de todo.
Padre nuestro de todos nosotros, ¿por qué nos has olvidado? Padre
nuestro, ciego, sordo y desocupado, ¿por qué nos has
abandonado?
Antes de escandalizarse por una oración como esta, se debería
revisar la manera como se está presentado a Dios. La culpa no es de
quien reza de esta forma, sino de quien hizo entender a Dios de esta forma
tan equívoca y desencajada. Lógicamente que es una desorientación total
en cuanto a la fe, lo que creemos, el ser de Dios en cuanto a la verdad de
las cosas, su realidad como absoluto, Dios mismo. Pero no nos debemos
escandalizar porque el mundo vaya en contra de los ideales honestos de
la fe, sino que debemos ser pacientes y tratar de vivir la vida en Dios de
la mejor manera.

[168]
Te confío este secreto mío, que es más explícito que los otros que
comentaré en el porvenir de los capítulos siguientes. Quiero que lo
aprendas para que de alguna manera también vivas esa libertad que da
el amor y que quita el miedo. Y entiende, por amor a Dios, Luz de mi Vida
y de mi alma que “quien lleva a Dios en su corazón, lleva el cielo con él
donde quiera que vaya.” San Ignacio de Loyola.

[169]
CAPÍTULO XII
[PARA QUE CADA QUE ME EQUIVOQUE, TE VUELVA A PEDIR
PERDÓN]
I
Déjame contarte las historias
que en tu vida nadie contaría;
déjame llenarte la memoria,
de fantasía real, de amor y vida.
Yo puedo acariciarte con mis manos,
mas no quiero que de mí te alejes;
quédate conmigo noche y día,
mientras te acaricio una y mil veces.
Llenaré tu alma de poemas,
tu espíritu de rosas sin espinas;
destruiré todo el mal que te hayan hecho,
yo adoro tus misterios,… tus enigmas.
Sé, mi amor, que no es fácil amarme,
pero te aseguro que no hay nada mejor;
porque sé más que cualquiera,
lo que significa el amor.
Entre páginas oculto,
entre flor y flor;
detrás las cosas bellas
¡he ahí mi corazón!
Amor de tus besos esclavo,
a tu piel merced.
De tu cuerpo y de tus labios,
yo soy lienzo y soy pincel.
Pululan mis castos ojos
cuando me fijo en tu vestido;
los abro para ver hermoso,
y los cierro para estar contigo.
Si no te tengo, desasosiego;
si estoy feliz, ¡es que te he encontrado!
¿Puede estar feliz el amado,
si de su amor es privado?
Gracias a Dios escuché,
como nunca había escuchado,
que poco importa el amor
si no se conoce lo amado.

[170]
II
¡Oh esperanza,
que alcanzas cuanto esperas!
¿Hasta cuándo esperaré?
¿Acaso hasta que muera?
Quería ella me amara
ahora y para siempre,
solo tuve deseos,
mas nunca tuve suerte.
He de decirte con franqueza,
sentado en las páginas que he escrito,
que ahora veo mucho más
de lo que antes te había dicho.
Pensarás que es un error,
y naturalmente, lo es;
¿no sabes que el error
es perfección para el ser?
¿Cuándo has visto la hermosura,
entre caminos abierta?
¿No es, acaso, violenta
su conquista y su finura?
¡Nada hermoso, fácil es!
Ni lo divino, ni lo nuestro.
Tú te fuiste por tus dudas,
y yo me quedé esperando un beso.
Entre lo humano y lo divino
está escondido un verso:
“amas lo más alto,
siendo lo humano lo adverso”.
Soy un poeta enloquecido,
no solo por tus besos o tu cuerpo,
sino por tus secretos y misterios
que desembocan en tu abismo.
En estos diez momentos
deseo confesarte:
te extraño y quiero verte,
aunque me cueste el sol de un año.
Te extraño y quiero verte,
aunque me pierda y me hagas daño.

[171]
III

Digo para ti este verso:


“mátame tu vista
y hermosura”
que San Juan de la Cruz, converso,
decía para el Dios del universo;
y yo, pecador, lascivo e inconverso,
te digo sin mesura.
Por siempre tuyo,
de nadie más;
lo sabes siempre,
mas te da igual

Copiosas lluvias se ciernen en mi frente,


son mis pensamientos destruidos por ti, ausente;
mas el sol ilumina mis saberes diferentes,
buscando las maneras para volver a verte.
Y así como siempre ha sido
en este vaivén irreversible,
tú te vas en un momento
sin que pueda detenerte;
te me vas, ¡amor divino!
y te me pierdes para siempre.
En el vergel de mis amores
se halló mi amor rendida,
oculta entre esplendores,
se me escapó la vida.
Yo la amé como jamás,
y mientras fue mi amada,
y sin yo hacer nada,
se me escapó sin más.
Aunque tú vueles muy alto,
no podrás llegar tan lejos,
no son las nubes tan altas
que mengüen mi amor a tu cielo.
Poco a poco irás descubriendo
trozos de un bello poema;
son los fragmentos pasados
del futuro convertido en arena.

[172]
IV
No es mi amor confesado,
porque mucho te lo he dicho
¡que te amo, luz de mi vida,
sin culpa y sin capricho.
No puede ser respondido
de la forma en que yo quiero,
pero no porque la vida no deje,
ni porque lejos estemos,
sino porque tú no te arriesgas
a vivir intensamente
la alegría de tenernos
retratados en la mente.
Porque aunque promulgara
mis quereres infinitos,
no pudieras responderme
si no sientes tú lo mismo.
¡Yo entiendo todo aquello!
No soy falto en entender,
al contrario, entiendo todo:
¡estoy sufriendo tu desdén!
Hacia el cielo hay un camino
que se abre entre rosas y fragancias,
pero antes de culminarlo
hay que perder la arrogancia.
Ése cielo está en mi pecho,
pero para entrar falta violencia,
¡no te quedes escondida,
ven conmigo sin paciencia!
Quien espera, tiene tiempo,
pero no tiene agudeza,
pues no sabe que no tiene
lo que pretende en su cabeza:
¿Tienen tiempo los mortales
si sujetos a la muerte estamos?
¿Quién esperaría, entonces,
si morir es ya no amarnos?
¿Tú, Luz de mi Vida?
¿Tú qué quieres esperar?
¡No esperes, no esperes más!

[173]
V
¡Oh, flores, todas bellas!
vengan por mí invocadas,
para que adornen a mi amada
como nunca ornamentaron doncella!
Si bien no son tan bellas
como lo es mi Nany hermosa,
quiero, por hermosas, sean menesterosas
de tan violenta belleza.
Orlen esta mansión
que les entrego vacía
para que al terminar el día
descanse ella en ella.
Está la tierra morena
sin verde que la abrigue,
pongan prados extensos
que a lo infausto anime.
En los balcones, crisantemos
y tranversal a las ventanas, margaritas;
que luego rosas rojas lo realcen
y narcisos disimulen sus espinas.
A ella le gusta dormir en las tardes,
¡pues que se acueste en bellos prados,
al cobijo de claveles
y al abrigo de geranios!
Y como ya estará en sus sueños,
existe una flor llamada “pensamientos”,
quiero sea plantada
en sus silencios;
que flores de loto se abran
para despertarla en la noche,
y al frescor de los cerezos
comience a oler sus flores.
No importa cuál sea la forma,
flores, háganla a ella feliz,
que se despierte sonriendo
se siente en su fuente y la abrace un jazmín.
¡Oh, jazmines qué celos me dan!
no pueden los nardos hacerme ignorar;
abrácenla, pero sepan que ella es de Iván.

[174]
VI
Y así la mansión
fue bien para ella,
como es mi corazón
para mi doncella.
Saltó de flor en flor,
todas suyas, muy queridas;
de girasol en azucena
se disfrutó la vida.
Allí dormía, feliz y sosegada,
luego despertaba
cuando bien quería.
¿Qué más podría querer
si ya ganó dos vidas?
La suya, natural,
y, totalmente, la mía.
Le di mis tulipanes,
mis orquídeas,
mis hortensias;
le di ¡todo de mí!
me di enteramente,
sin paciencia.
No esperé se me permita
amarla y bien tenerla;
no escatimé mis errores,
la quise como nadie,
la quise toda a ella.
Se me agotaron los lirios,
las petunias, margaritas;
mas no se me acabó el amor,
al contrario, se fue
y mi corazón todavía grita.
Con jacintos bellos,
violetas y anturios,
lilas y acacias,
cierro mis palabras,
confesiones
y desgracias.

[175]
VII
¿Hay licitud en mis palabras?
¿Peco al derramarme en verbos?
¡No me importa la blasfemia,
si bebo el cáliz de tu bello cuerpo!
Me otea Dios desde su cielo,
con sus manos en la cara puestas;
soy para Él, oprobio,
mas para ti, poeta…
Añoranza de lo eterno,
pierdo el cielo y los altares,
por ir detrás de ti,
tus gruesas piernas y tus densos mares.
Ya se me hizo castigo
que cada que vea una rosa
piense en mi Nany hermosa
y la luz que fue conmigo.
Pero también se me ha castigado,
no solo perdiéndola a ella,
sino perdiéndome a mí,
el cielo y sus bondades.
Con ínfula de opacidad
salió a mi encuentro, ¡perfecta!
La vi en la mañana despierta
con sus ternuras brillando;
no puede ocultarlo, aunque quiera,
ella me ama
como la estoy amando.
Se fue y se llevó consigo,
su misterio y hermosura.
¿Con qué me quedo yo,
y quién me lo asegura?
Mariposas amarillas,
llévenme por sus valles,
respire yo su aire
y olvídeme detalles.

Que la quiero y la he perdido,


que la quiero y la he amado.

[176]
VIII

El helaje suelto entre mis manos,


escribe tu nombre sobre mis huesos.
Con dolor pienso desventuras,
¿qué sería mi infierno sin tu cielo?
Agua de rosas, brisa suave
o quizás las nubes mi ropaje,
así siento tu cariño,
clara insignia, flor salvaje.
Lago inmortal de vanidades,
donde abrazados nuestra piel se consumía,
larga noche de alegría
sumida en el placer de mis verdades.
Con aura fina de alegría
resurgí del vaho de la pena,
esperanzado recordé un te quiero,
y enamorado comencé un dilema:
Si tengo que vivir de los recuerdos,
¿no seré un esclavo del pasado?
Quisiera más el olvido del presente,
que tener que recordar haber sido amado.
Es que fue no es actualidad,
es haber sido, no más.
¡Pero qué pena el retroceso!
Quiero serlo todo sin mirar atrás.
Quiero tu presente y un te amo eterno de tu boca,
quiero tus caricias y tu aliento de rosal,
quiero sentir que me sofocas
cuando me besas sin parar.
Es aurora de alegría, vaho de esperanza;
flor prendida, pero herida
por el hálito amargo de la desconfianza.
Resuélvete por mí, dulce caudal,
que necesito de tu fuente
para vivir siendo inmortal;
que necesito de tu boca,
de tus besos y tu amar.

[177]
IX
Y sin pensarlo dos veces
me consumí en tu fuego;
medroso y encantado
me diluí en tu amor.
Cansado de la duda
dilucidé en tus besos
la intención incierta
de tu corazón.
Quizá nos falte tiempo,
pero está el deseo
que nos consumió.
De pronto me sorprendes,
o te sorprendo yo.
¿Para qué sorpresas,
para qué, mi amor?
Para ver clarito
lo que tu corazón:
que me amas
y me extrañas mucho…
¡y que tengo razón!
Podré haberme equivocado,
como lo hace cualquiera,
sea cual sea mi error,
mis defectos y maneras,
perdóname la vida,
que eres tú, mi amor.
Hermosura, mi frescura,
albor de mis albores,
eres cielo que yo quiero,
eres el ardor de mi ardores.
Brizna preciosa
que roció mi cara,
como hálito perverso,
y como dulzura rara;
no te olvides de mí ahora
que estás lejos sin nada,
pues si no me tienes a mí,
¿qué tienes que yo valga?
Nada, sin mí no hay abundancia,
yo valgo más que nada.

[178]
X
En mi interior un combate
titanomáquico y complejo:
mis convicciones pasadas,
y mi aparente reflejo.
¿Qué hay en tu alma oculto?
Quisiera poder saberlo,
así también comprendería
por qué no puedo entenderlo.
Tu misterio inextricable,
¿dónde puedo saberlo?
Me desplomo en mis intentos
y me pierdo en lo inconcreto.
¡Tan siquiera de soslayo,
déjame mirarlo!
Prometo no estudiarlo,
prometo no contarlo .
Hazlo para mí palpable
que no pierda yo mi tiempo,
quiero, antes de morir,
conocerte por completo.
¿Son palpables tus enemigas?
¿Son fluctuantes tus secretos?
Yo no sé nada de ti
y, aunque quiero saberlo,
entiendo, aunque obstinado,
que tú no me quieres por recuerdo.
No te faltó decirlo,
tú me has abandonado,
no te faltó pedirlo,
ya me he acostumbrado.
Comí llanto
y bebí lágrimas
¿Acaso ves que morí?
Si sobreviví a tu abandono,
¡ya no temo muerte,
ya no temo fin!
Pero te extraño,
y no puedo ya escribir,
has destruido un poeta,
me has destruido a mí.

[179]
CAPÍTULO XIII
TU ALMA ESCONDIDA: EL CONFLICTO DE TUS EMOCIONES

La inefabilidad del ser es relativa a su elocuencia. Luego, lo que no


se dice es lo hermosamente subyacente a lo que se dice. La verdadera
belleza del mensaje está en lo que no puede ser expresado debido a su
ser incognoscible, su misterio, la palabra que, implícitamente, insiste con
ironías tácitas en que dejemos de investigar, pues está mucho más allá
de nuestra aprehensión el entender. Hablemos de estos dos géneros de
silencio: el silencio del misterio y el silencio de la vacuidad. Lo que hace
tanto ruido es porque está vacío por dentro, en cambio, lo que permanece
apacible es más compacto, por eso casi no alardea, porque todo lo tiene
y nada le falta.
Hay dicciones que corresponden al velo que esconde el misterio de
lo indecible; hay silencios que corresponde a lo inversamente
proporcional: un mensaje que, sin decirse, se dice por completo. Dicho
de otro modo, hay cosas que no se dicen porque no se pueden decir, y
esto ya corresponde a su inconmensurable ocultamiento. No se dicen, no
porque se oculten como ocultan la verdad los mentirosos, sino que se
oculta tras su misterio. Es una verdad que no se puede decir, porque su
verdad consiste en lo inefable, en lo indecible. Este es un mensaje que
puede ser expresado en su totalidad a través del silencio, de manera más
perfecta.
Luego está el mutismo, que no es silencio, sino propiamente vacío.
Hay quienes piensan que el silencio es vaciamiento, pero no lo es, es
llenura del ser incontenible. Mientras que el mutismo sí que es
vaciamiento del sonido físico. No escuchar “nada” es escuchar todo,
menos aquello que se quiere, ¿pues cuándo dejas de escuchar algo?, a
menos que estés sorda. Siempre habrá algo que escuchar, pero muchas
veces se nos prima de escuchar algo determinado, lo cual desemboca en
mutismo, ¡ese es el vacío de sonido material!, no porque se deje de
escuchar materia, las ondas del sonido, sino porque no se escucha
aquello que se podría, de otro modo, escuchar. Por ejemplo, y para no ir
muy lejos, cuando tú me privas de tu voz y atención, eso es mutismo,
porque me dejas de hablar a propósito, siendo tu voz lo que quiero
escuchar, y puedo escuchar, solo que tú no me dejas. Contrario a querer
escuchar el misterio del silencio, que, como misterio, se escucha sin
escucharse, tal como se entiende sin entenderse.
Es un vaciamiento, porque, a propósito, se vacía aquello que está
lleno. Es como pasar a ser vacío, después de haber sido todo. Cuando tú
me hablas, cuando hablamos, más propiamente dicho, estamos siendo
todo, porque sentimos que no necesitamos más. Pero cuando dejamos de
hablar, sea cual sea la razón, estamos vaciando un todo que antes estaba
lleno. ¡Ése es el vacío del mutismo!, un vacío que tenemos que procurar

[180]
evitar. Un vacío contrario a la llenura del ser que, sin conocerle, se
conoce. Yo no quiero un vacío de Luz de Vida, sino que quiero su llenura.
Yo amo su misterio, ése que se encuentra más allá de mi entendimiento,
pero que entiendo que es, entiendo que está y que puedo, entendiéndolo,
no entenderlo. ¡Sí, cuando uno se enfrenta al misterio del ser, tiene que,
necesariamente, contradecirse a sí mismo y contradecir al ser! Es algo
similar a lo que analizaba Nietzsche cuando expresó que “el que algo sea
absurdo no es una razón en contra de su existencia, sino más bien una
condición de ella”, porque ese enfrentamiento de las razones siempre
termina en ofuscamiento, ¿por qué?, por la belleza, el exceso de verdad y
el deseo que por ello se tenga. Tal como te deseo, tal como te sé, tal como
el misterio de tu belleza se manifiesta en mi vida, así es el nivel de
ofuscación que hay dentro de mí. Por eso muchas veces hablo con tanto
ambigüedad, como desorientado, sin saber qué decir realmente. No por
ello hablo inexistencias, o falsedades, al contrario, son necesarias para
decir: ¡he ahí el misterio inefable que calla en silencio sin vacío! Tú, que
te quedas callada, al margen de mis preguntas, y prefieres dejarme
intranquilo, es natural tu silencio, ¿o yo te dejo sin palabras?
¿Cuál es la razón por la que no expresas libremente lo que sientes?
Decirlo es tan importante como no decirlo, porque si no me dices aquello
que hay en ti, ¿qué asumo?, ¿cómo procedo? ¡Necesito escuchar que me
amas, aunque sepa lo inefable de tu amor! Dime, así sea oscuramente,
que me quieres, ¡tú ya sabes que quererme es eufemismo del amor! Tu
belleza, un misterio; tus motivos, un enigma, ¿tu silencio?, ¡¿qué es tu
silencio, por amor a Dios?! Porque eres como los libros callados en mi
biblioteca: tienes un mundo dentro que solo puede ser comprendido
leyéndote. No hablas, pero no porque estés vacía, sino porque eres un
misterio, uno que yo quiero entender. Un misterio que creo, entiendo, sin
entender, como se entiende el ser, como entiendo la eternidad, como
entiendo tu belleza. ¿Entiendo tu belleza? Me ofusco, lo sé. Perdóname lo
ambiguo, amor, perdóname la vida, toda ella una oscura confusión. Pero,
Luz mía, es oscura solo cuando no iluminas mi razón. ¿Qué tendrías para
perdonarme, si ya todo en mí es luz conforme tú iluminas?
Trato de convencerme de que tus afectos por mí, retraídos e
inexpresivos, son asunto de las veleidades de la adolescencia, pero lo sé,
en el fondo lo sé, no es veleidoso, tú lo meditaste y te fuiste reflexiva. No
fue fortuito, lo sé. Pero me lo pareció, ¡para mí fue toda una sorpresa!,
una sorpresa que he tratado de asumir con cariño y gratitud, de
cualquier, iluminaste mi vida, aunque ahora me hayas dejado en total
oscuridad. ¿Puedes recordar algún te amo que me hayas dicho? Estoy
seguro que recuerdas todos mi te amos, sé que te gustaban, sé que lo
sentías y sabías. Alguna vez me dijiste vagamente “te amo”, una noche al
teléfono cuando dijiste, sin pensar que podía descifrarlo, fatefeafimo. No
recuerdo si se dice así, pero sé que tú sabrás inmediatamente a qué me
refiero. ¿Tan difícil es decirlo? Ese fue, quizá, un eufemismo bastante
irrisorio. Recuerdo tu sorpresa cuando lo traduje. No podías parar de reír,

[181]
y hasta hoy no sé si eran nervios, decepción, sorpresa o miedo. ¿Por qué
te reías? Esa misma noche me dijiste que te daba miedo continuar, y
meses después terminamos lo nuestro. Sí, amor mío, terminamos el
somos.
A mí me encantaría poder escribir este libro sin ello, pero ¿cómo lo
haría? Tú sabes que mi esencia es el drama, ¡que no lo puedo sacar de
mis textos! Estoy seguro que la poesía más hermosa la escribí estando
enojados, porque sentía más. No sé, quizá por eso huyas tanto de mí,
quizás estés enamorada de mis letras, mas no de mí. ¡Como sea!, me
gusta que me llames “señor dramático”, de otra forma, ¿cómo te
escribiría? Yo sonrío cuando me llamas así, cuando reprochas mis
dramas, cuando pretendes no quererlos.
Si el alma puede entenderse de tantas maneras, ¿cómo no podría
relacionar a tu alma con tus motivos y tus convicciones? ¡Si es que lo que
quieres y deseas es más importante para mí que lo que yo quiero y deseo!
Nunca pude adivinar tus motivos, lo que querías, lo que pensabas, lo que
había dentro de ti. Pero siempre quise saberlos para aportarte de mí lo
mejor. ¿Qué motiva tu existencia? ¿Cuáles son tus convicciones? No lo
sé, no lo sé. Como no lo sé, no es ignorancia, es misterio. Yo sé algunas
cosas, pero no lo sé todo. Yo sé mucho de ti, al mismo tiempo que no sé
nada. No quiero hacer listas como aquellas que muchas otras noches
hacíamos: la manzana verde, el color rojo, etcétera. Pero sí quiero referir
dos aspectos de ti que sé y me causan profunda admiración.
Me admiro del vigor de tu voluntad. No sé cómo tienes una parte
tan difícil de dominar tan robusta y bien formada. Paras cuando debes
parar, decides lo que tienes que decidir. Tu carácter, muy fuerte y
complicado, es definido y defendido con acérrimo empeño. ¡Lo sé, que lo
he vivido! Tu voluntad es férrea como tu carácter. Determinada,
intrépida, decidida, sin miedo a las iniciativas, empeñada, obstinada y
terca. Viví de ti la indiferencia prolongada del mutismo, lo sé, por sana
distancia, según tú. Yo me admiro de tu decisión, de tu empeño en
aquello que piensas que es correcto, y ya no reprocho, ya no más. Creo
en ti y en lo que escojas, creo en ti y en lo que creas.
Hay otros aspectos que me gusta saber, y al mismo tiempo me
gustaría no estuvieran. Por ejemplo, el que te rehúses a abrir delante de
mí un regalo, porque no quieres que perciba tu reacción, es un signo
inexorable de tu natural inclinación a esconderte de mí, con aires de
misterio y aura inextricable. Me gusta conocer eso, pero al mismo tiempo
me condena a la ignorancia de cierto aspecto profundo de tu vida,
profundo e incognoscible para mí. ¿Por qué no quieres que sepa cómo
reaccionas? Pude ver la reacción de cuando te regalé el primer libro, y
agradezco a Dios por esa sorpresiva expresión; también la primera vez
que me asomé a la vera de la puerta de tu casa. Tú estabas en la ventana
mirándome con ojos exageradamente abiertos, más grandes de lo normal,
[182]
debido a la sorpresa. Lo que no entiendo es por qué. ¿Qué malo hay en
ver cómo reaccionas?, ¿por qué quieres ocultar aquello que, presumo, es
tan importante para mí y para ti? La sorpresa es linda, no me importa
cuál sea tu reacción, yo quiero conocerla, porque quiero conocerte.
Para muchas cosas tú no has tenido reparo en ilustrarme, aun
cosas sobre ti. Más que todo, siempre me cuentas cosas de tu niñez, tu
infancia y lo mucho que te gustó haber sido niña. Pero también me
refieres otros aspectos, como que duermes demasiado. A veces me
preocupo, pues temo que duermas porque odias estar despierta, o porque
te aburres mucho en el día. No sé, solo quiero que seas feliz. ¡Es que
duermes mucho! No me parece que esté mal, no si duermes para
descansar, no si duermes lo suficiente, sin irte a los extremos. Y aunque
muchas veces durmieras porque estás triste, no hay nada de mano en
estarlo. Pero quisiera saber cuándo lo estás, porque quiero acompañarte,
porque te quiero y me importas. ¡Se vale estar triste!, ¡se vale estar
enojado!, ¡se vale no querer nada! Pero también se vale amar a quien lo
está, porque cuando se está triste, se necesita alguien feliz que te quiera.
Pero duerme, ¡duerme, duerme, duerme todo lo que quieras! Te amo libre,
te amo sincera.
Todavía puedo reírme de cuando me contaste que un día dormiste
tanto que tu papá se acercó a ti y puso su índice en tu nariz. ¡Cómo habrá
sido tu sueño! ¿Tanto duermes que hasta tu padre necesitó verificar si
estabas viva? Yo duermo muy poco en las tardes, y más cuando escribo,
pues las ideas bullen de tal manera que no me dejan descansar, aun en
la noche. Antes, cuando era más joven, podía dormir hasta las doce del
día, ahora no. Antes, podía dormir en las tardes una, dos, tres horas,
ahora no puedo dormir más de quince minutos. Es más que todo por
estar escribiendo, porque, de cierta forma, me gusta dormir en las tardes
y levantarme a bañarme. Me siento bien, quizás. ¿Alguna vez has probado
el café de la tarde después de un baño? ¡Pruébalo!, claro, un baño
después de levantarte de la cama.
Admiro así también tu sensibilidad por la naturaleza,
especialmente hacia los animales; desde pequeña con tus peces, ahora
con tu perrito y la especial consideración que tienes por los animales en
general. Arthur Schopenhauer te hubiese alabado, pues decía que “la
compasión por los animales está íntimamente conectada con la bondad
de carácter, y se puede afirmar con seguridad que aquel que es cruel con
los animales no puede ser una buena persona.” Él te habría considerado,
como yo, una muy buena persona, sensible y empática. Sigue queriendo
la vida, Luz de mi Vida, te hace más atractiva.
Como ves, son pequeñas cosas que importan demasiado. Esos
pequeños gestos son muy elocuentes para mí, porque denotan nuestra
intimidad, nuestro somos. Que yo sepa cosas de ti, por muy pequeñas
que sean, dice mucho: dice que somos juntos algo hermoso. Que tú sepas
[183]
de mí y que yo sepa de ti es importante. Quiero saberte, amor mío, ¡quiero
saberte como te quiero: toda!
El conflicto de tus emociones, es una batalla interior que pugna lo
que sientes contra lo que piensas. Muchas veces es difícil conjugar el
corazón con la cabeza, pero recuerda a Pascal: “el corazón tiene razones
que la razón no entiende”. Si callas, ¡lo sé!, es porque temes. Dices que
temes el dolor, pero igual sufrirás. No sé qué temes, para serte franco. En
las batallas se acobardan los soldados, pero igual pelean. A los hombres
en las guerras les tiemblan las piernas; trémulos y despojados de sí, se
entregan al campo de batalla; muchos ni siquiera saldrán vivos, dejarán
familia, hijos, mujeres, se dejarán a ellos mismos allí tirados en el cruento
suelo. Y, aun así, sabiéndolo como lo saben, se arrojan valientes. Porque
la valentía no es dejar de sentir miedo, sino que, con miedo, aventurarse
a por ello. Tus temores conmigo los comprendo, pero no comprendo un
amor que no se arroje a la aventura. Yo no solo quiero pedacitos de ti, yo
te quiero toda, toda es toda. ¡Sé valiente y ámame! La cobardía no es
atractiva, aunque sientas hermosa tu alma escondida.
Si quiero acompañarte en todo, es porque yo he entendido, aunque
limitadamente, pues me ofusca el misterio, la esencia más pura del ser.
He traducido mil veces lo que pienso del ser en ti. Nunca me salgo de ti
para expresar mis ideas, ¡si te he repetido tantas veces que tú eres mi
único concepto! No me he hecho al margen de pensarte para pensar en
todo. El ser, mi bien, el ser, mi hermosura, el ser, cariño mío, Luz de mi
Vida, el ser es plural, ¡no es singular!, ¡sí, aunque se escuche singular!
El ser es un somos, nunca un ser. El ser que es por sí mismo, Dios, es
una singularidad plural, porque Dios son tres personas. Pero en cuanto
a nosotros, somos en la medida en que somos, no en la medida en que
es, ¿en que es qué?, en que es nada. ¡Nada es el en sí, el para sí! El ser
es un plural, un nosotros, un somos. Ese somos que tanto te he insistido
construyamos y no has querido. Tú eres en cuanto yo soy contigo, y yo
soy en cuanto tú eres contigo; reciprocidad, le llaman. ¿Cómo podríamos
separarnos, si tú eres más perfecta en cuanto yo contemplo el misterio
inconmutable de tu ser?, ¿cómo podríamos separarnos, si yo soy más yo
en cuanto que te tengo en mi vida?
Si quiero tu todo, es porque quiero estar en todo. ¿Para qué querría
una parte de Luz de Vida, cuando lo puedo tener todo? Yo quiero tus
sueños, tus miedos, tus esperanzas, tus proyectos, lo que sientes, lo que
amas, lo que buscas, lo que quieres. Yo quiero todo de ti. Quiero estar en
tus triunfos, tus derrotas, tus soledades y tristezas, tus alegrías y gozos.
No solo quiero estar medito entre tus piernas, sino asido a tu corazón,
adherido enteramente a aquello que le llamo “mi amor”. Quiero cuidarte,
pero tú no me dejas. Quiero amarte, pero me es imposible, porque huyes
de mí como si daño te hiciera. ¿Daño te hago?, ¡no hace daño quien ama,

[184]
aunque duela, no hace daño, aunque muera! Tal como canta Daniel
Quién en Lo supe de ti:
Contigo supe que no hay más vivo,
que aquél que muere de amor;
contigo supe que la distancia,
separa cuerpos no corazón;
contigo supe que no hay más vivo
que el que muere de amor.
¿No es verdad, mi amor? ¡Yo prefiero morir con dolor, pero
teniéndote, a vivir sin ti! Solo sufre quien vive, no el que está muerto.
Además, ¿qué cabe dentro de mi filosofía la muerte? Solo existe cuando
la temo, solo existe cuando no estás. Déjame quererte, aunque duela. La
vida en sí ya es dolor, con atenuantes fugaces de alegría, pero dolor: una
cosa no quita la otra; entonces, ¿por qué pretender vivir en una opiácea
burbuja con ínfulas de indolencia? ¡Que no!, que el silencio es hermoso,
solo cuando existe el misterio, no cuando el mutismo le invade.
A veces, no decir es ya decir mucho, y esto en sentido negativo y
positivo. Es decir, lo sublime, en ciertos autores, es aquello que no está
propiamente dicho. Así es que lo sublime está en la ausencia de las
palabras y esto visto desde la retórica clásica, Longino y otros. Sin
embargo, también hay una visión negativa del silencio, como dije, el
mutismo, un silencio enmascarado. Cuando una persona permanece
taciturna está también expresándose y, además, se deja abierta a la
interpretación de aquél ser que quiere comprenderla, y esto, mi querida,
es terriblemente peligroso. Yo, por mi parte, he visto en tu silencio un
misterio inescrutable, y hasta ahí todo muy bello, ¡pero es que soy yo!,
¿qué menos puedes esperar de mí? Pero, ¿y los otros?, ¿también te
quedarás inexpresiva ante la otredad que amas en los demás? ¡No puedes
exigir el genio mío a los demás! Yo, y perdóname la soberbio, veo todo
bajo la perspectiva poética de mi vida, porque mi esencia es ser amante,
ser poeta, ¡estar loco! Pero los demás no van a percibirte como yo, ¡tú eres
lo que eres para mí solo en cuanto a mí!, para los otros no eres misterio,
para los demás no eres inefable, sublime, ser sustantivo en plural escala
junto a mí, ¡no!, para los otros serás altiva, arrogante y muchas otras
despectivas palabras con connotaciones desfavorables para ti. Si quieres
prolongar el mutismo conmigo, ¡hazlo!, yo me escaparé del dolor,
amando. Pero los demás, a los demás no. Háblales, exprésate, quiérelos
que, aunque me duela a mí no te entregues como a los otros, yo sabré
que estarás bien, y eso ya será suficiente en su precaria escasez.
La manera de expresarme a ti, ha sido vasta y extendida. Yo nunca
me he quedado taciturno ante mi interior. He vuelto mi mirada hacia mí
y te he expresado aquello que se encuentra en lo profundo de mis
abismos. Lo sabes, tú lo sabes, yo te amo y te lo he dicho. Con la poesía,
el diálogo, mis expresiones superficiales de afecto, toda mi literatura en
[185]
sus amplias dimensiones, en suma, mis gestos y emociones, te he dicho
de mil formas que te amo. Mas tú, corazón, tú te limitas, insensata, en
tu expresión que, para mí, es como el aire: necesario e imprescindible. Yo
quisiera que fueras más abierta al ser nuestro, al somos. Sí, yo siempre
me frustro en mis deseos, no te culpo, sé que es la vida y la ironía con la
que la he entendido. Pero me duele, de todas formas. ¡Venga, que no me
quiero justificar! Yo el dolor lo acepto con paciencia, y, aunque le huya
en muchos casos, hay otras ocasiones, como esta, en que lo abrazo y le
converso. Yo sufro, pero no porque tú me hagas sufrir, es que la vida se
ensañó conmigo. No solo la vida, muchas otras cosas no me quieren,
¡ambivalentes!, porque simultáneo a su odio, sé que pulula su amor.
Porque tú, amor mío, no eres la única que sangra el rojo de tus
pétalos en la manifestación de tus conflictos. También yo tengo una
interioridad en apogeo. Ernest Hemingway declaró: “no hay nada que
escribir. Todo lo que haces es sentarte frente a una máquina de escribir
y sangrar”, y es precisamente lo que hago cuando escribo:
Tal cual tú, rosa etérea de mi ser,
sangro cual tus pétalos heridos.
Solo que tú lo haces callada
y yo lo hago en gemidos.
En silencio permaneces,
como si no importara,
lo que más amara:
la alegría que mereces.
Algún día dirás,
espero tenga suerte:
¡realmente te amo,
te amo eternamente!
No solo tú sufres dentro de ti misma muchas afecciones, por
distintas y variadas que éstas sean. Yo también tengo momentos de
desolación y dolor. Son bastantes las noches en que me acuesto sin saber
quién soy; no identifico mis propósitos ni las convicciones de mis
acciones. En definitiva, cuando el día fue horrible, no logro dormir en la
noche. Poso una mejilla en la almohada y luego la otra, tratando de poner
mis pensamientos en descanso, como si el frío de la almohada pudiera
darme lo que pido. Pero no logro mucho avance, pues más se intensifican
mis tristes reflexiones, cuando he sentido un día más de mi existencia
como infructífero, mísero y perdido.
Yo vivo muy alegre todos los días, pero hay días difíciles. Hay días
de angustia, de indecisión, de ignorancia. Pleno es el día en que puedo
sentirte cerca, y mísero es cuando te vas lejos de mí. Tendré que aprender
a estar sin ti, porque no puedo dejar de ser, ¡tengo que aferrarme al ser!,

[186]
aunque me consuma en la singularidad de la soledad. Aunque te quiera
a ti y a nadie más, tendré que aprender a ser por mí mismo, vacío.
Yo también tengo batallas, pero las gano con ejércitos, no conmigo
solo en la vanguardia. Recuerda que el ser es plural, y que nosotros
necesitamos siempre de los otros. Por eso, en nuestro anterior libro,
además de las decisiones, te insistí en que aprendieras a valorar la
otredad, y esto escogiendo bien a tus amigos y amores. Ante todo, escoger
todos los días a la familia, porque, aunque esta fue impuesta por Dios y
la naturaleza, podemos renunciar a ella, decisión terrible, pero posible.
Tienes que aprender todos los días a escoger a tu familia, aunque sea
difícil amarlos. Recuerda, también, que el verdadero amor es difícil. Pr
eso te digo tanto “mi amor”, porque eres difícil, realmente difícil. ¡Y qué!,
lo difícil es siempre lo mejor. Escoge a tu familia siempre, aunque cueste.
Luego, elije también a tus amigos. No tendrás muchos después de
que los elijas, eso tengo por seguro. Pero elíjelos. Aquellos que valen la
pena, que te respetan, te escuchan, les importas, les preocupas, te
ayudan, te dicen la verdad. Los amigos son leales, fieles tesoros de Dios.
Los amigos, como los amores, se le piden a Dios. El Señor es
infinitamente bueno, y con su participación en nuestra vida, se enriquece
el ser y se hace realmente plural. Sola te cansarás del camino, pero
“charladito”, el camino es muy bueno.
Cuando tienes unos oídos leales, un corazón que escucha y unos
labios que callan y solo hablan cuando tienen algo bueno qué decirte, no
para traicionarte, tienes un tesoro invaluable. Tienen a quien confiarle
tus cosas, tus secretos, tus motivos, el silencio que a mí no confías.
Paulatinamente, tendrás que escoger un amor que, naturalmente divino,
tendrás que haber pedido a Dios; ese amor tendrá, si quieres, que ser tu
amistad confidente, una que, a la vez de amor, no sea solo erógena
futilidad, sino un amor filial, un amigo. ¡Ah, sí!, yo no… ¡no lo pretendo,
eso está más que claro desde el principio! Pero no lo eches en saco roto:
¡escoge un amigo, y que luego sea tu amor!
Lo que realmente es, es tan profundamente inexpresable que,
agotando las palabras, muchas veces tiende a contradecirse. Ejemplos de
contradicción te he dado ya muchos, te bastan mis continuas
contradicciones, ésas que yo mismo hago a cada instante. Pero no puedo
expresar enteramente lo que siento, o al menos en su totalidad más pura,
sin contradecirme las más de las veces. Es tan puro, tan profundo, tan
sincero aquello que hay en mí, que no puedo decirte plenamente lo que
soy sin decirte una que otra contradicción. El saber sin saber del misterio
es el oxímoron más bello, pero prefiero entender el misterio bajo la luz de
tu belleza. Esa luz que me da el saber sin saber más bello y precioso. Yo
no te sé, y tú no me sabes, pero seamos, y sabremos sin saber, preciosa
mía.

[187]
Yo no puedo asumir cómo te sientes, ¡dímelo!, tú no puedes saber
cómo me siento, por eso te lo digo siempre. Quizá muchas veces no nos
entenderemos, pero no importa. Yo trataré de saberte, aunque me cueste
la ignorancia en muchas otras cosas. A mí no me interesa saber nada
más que a ti. Yo no quiero ser famoso por lo que escriba, yo solo quiero
amarte. Yo no quiero que otros me lean más que tú. De cualquier forma,
este libro solo lo podrás entender tú a plenitud, nadie más. Si yo escribí
alguna cosa, fue porque tú me inspiraste, ¿quién más? Lo más lindo que
ha salido de mí, ha sido dimanación de ti. ¿Eso no es una contradicción?,
¿cómo puede salir de mí algo que no está en mí, sino en ti? No lo sé,
misterio de mi alma, solo sé que tú has sido epifanía de mi vida, misterio
insoluble, e insondable belleza. Si he sido bello, fue por tu hermosura; si
he sido inteligente, fue por tu concepto; si he sido tranquilo, fue por tu
paz. ¡No hay nada que se salga de ti!, si soy, es porque eres, ¿qué más
quieres que te diga? Yo no tengo nada más para decir que lo inefable del
silencio. ¡Cállate, amor mío, solo si vas a hablarme lo inefable!, por el
contrario, no me prives del bello sonido de tu voz, que lo amo y lo deseo.

[188]
CAPÍTULO XIV
MI VANIDAD Y LA TUYA
“Vanidad de vanidades,
todo es vanidad”,
(Eclesiastés 1, 1)
¡No te imaginas cuántas veces muchos hombres me han intentado
herir aludiendo a mi vanidad! Amor mío, mi vanidad es, quizá, lo único
que realmente posea. Lo vano es lo ilusorio ¿y quién más si no yo vive de
ilusiones? Tú, mi futuro, mi presente, mis expectativas e ideas, son todas
ilusiones de mi ingenio y, en suma, de mi vanidad. ¡Qué hermosa
contradicción! Lo inconstante es lo único constante. Cuando recriminan
a la vanidad lo hacen con la impía rabia del reproche, se quejan de su
efímero paso, de su inconstancia, de su ilusorio carácter. Sin embargo,
todo este constante devenir es lo siempre eterno, y así la vanidad es lo
único que se posee. Se pierde la riqueza, la belleza, la memoria, el
conocimiento pretendido, y toda la sabiduría arrogada, pero no se pierde
la natural adhesión a la ilusión de tenerlas. El rico se convierte en
megalómano cuando todo lo ha perdido; el bello se convierte en narcisista
fracasado cuando su belleza ha languidecido y en su desesperado retorno
trata a toda costa de mitigar su pérdida; el sabio, habiendo olvidado todo,
goza todavía de su fama y renombre. La vanidad continúa, aunque ya no
esté abigarrada a ninguna causa. Cambiará la forma de manifestarse,
pero siempre será una constante.
Lo vano es aquello que no perdura, pero extrañamente es lo único
que madura con el tiempo. Es amorfo, y al mismo tiempo encuentra su
forma en cualquier contexto. De este modo, aunque lo vano sea aquello
fútil e instantáneo, aquello que pasa y se pierde en el tiempo, eso que es
y luego ya no, siempre habrá de encontrar el camino para resurgir.
Incluso los humildes padecen de cierta manera vanidad. Un humilde que
se reconozca como tal dejará de serlo, por el contrario, un vanidoso que
se reconozca como tal no dejará de ser vanidoso, pero no será, después
de todo, tan arrogante como antes de confesar su pecado. Como todo, el
secreto está en el justo medio de las cosas. No se puede convivir con un
ser arrogante, pero tampoco con alguien que reprocha la arrogancia como
todo lo que ve. Los extremos siempre serán dañinos y el hombre siempre
será vanidoso. La humildad, contraria a su naturaleza, nunca será
certeza.
Ahora, quienes se fijan en la vanidad ajena, están, ingenuamente,
ignorando la suya, pero no por ello dejan de poseerla, al contrario, la
reafirman en su ser, la robustecen. No hay nada más desagradable que
una persona que siempre te recuerda tus errores, tus pecados, tus
caídas. Hace falta más gente que te anime a ser mejor, pero que también
te recuerde lo buena que eres. Lo maravillosa que eres como ser, como
persona. Que resalte tus virtudes e ignore tus vicios. Sí, sé que en

[189]
cualquier momento también tendremos que escuchar algún reproche,
pero es bonito escuchar que dicen bien de nosotros y no solo mal. Al fin
y al cabo, nos constituyen las dos cosas, ¿no?
¿Qué le hace falta a un vanidoso, Luz de mi Vida? No sé,
particularmente, a la multitud de vanidosos qué le falte, pero a mí, en mi
particularísimo estado me faltaba, ya no, una vanidosa como tú. ¿A caso
te ofende? Sí, mi querido amor, tú eres una vanidosa, una que faltaba a
mi vanidad. Y digo que ya no, porque ya haces parte de mí y como tal, no
me faltas más. ¿Pero qué buscaba mi espíritu cuando no sabía qué
buscar? Hoy lo entiendo. Hoy entiendo por qué nunca pude dejar de ser
vanidoso, aunque me lo propusiera; hoy entiendo qué buscaba sin
encontrar. Hoy que cierro los ojos y pienso en mujer tan vanidosa como
tú, no dejo de sonreír y decirme a mí mismo que mi espíritu buscaba tu
vanidad y que por tal razón nunca pude dejar de ser yo un irredento
vanidoso. Schopenhauer lo expresó de este modo aludiendo a la creación
del arte y el ingenio singularísimo de algunos hombres:
De este modo se explica esa vivacidad rayana en inquietud que
caracteriza a los individuos geniales, a quienes raras veces basta
la realidad presente, porque no llena su conciencia; esto es lo que
produce en ellos aquella tendencia desasosegada, aquel buscar
incesantemente objetos nuevos y dignos de contemplación y
además aquel anhelo, casi nunca satisfecho, por encontrar seres
semejantes a ellos y superiores a ellos con quienes poder
comunicarse, mientras que el hombre vulgar se siente compensado
y satisfecho por la realidad presente, vive en ella y encuentra en
todas partes semejantes suyos, y, en suma, posee aquella virtud de
adaptación para la vida ordinaria que al genio le es negada.
Se podría decir que los sujetos buscan sus iguales y que de ningún
otro modo se relacionan, pero esto no es del todo así. Pasa con una clase
de personas únicas, no con todas las clases. Los verdaderos santos
buscan los pecadores, los falsos santos solo frecuentan a otros falsos
santos para prolongar su apariencia. Pero los genios, que usualmente
están llenos de pecados, buscan otros genios para gozar de su genialidad.
No se pueden conformar con menos, no pueden, ¡su vanidad los cohíbe y
les rechaza! Y según el anterior texto, apenas si logran disfrutar de la
realidad presente y esto muy exiguamente. Luego volverá el impío con
aires espirituales a recriminar estas acciones como un movimiento
elitista, pero no se enterará de que las personas como tú o yo no podemos
mezclarnos con las personas que no nos satisfarán de ningún modo. En
este orden de ideas, entenderás también que errar es propio del genio y
pecar aún más y con más espíritu que cualquier otra cosa, pues nuestra
fruición estriba en el error de ser y su disfrute, nuestro gozo está en
equivocarnos, pero nosotros, no cada uno por su lado únicamente.
¿Cómo después de mí tú ampararás a otro hombre? Tendrá que ser más

[190]
genial que yo para tal cosa, de otro modo habrás perdido tú tu genialidad.
¿Ahora entiendes la relación del genio con la vanidad? Sí, querida mía,
que no me avergüenzo, soy un vanidoso y tú mi vanidosa. Pero a pesar
de esto, quiero advertir algo importante con relación a la vulgaridad, o
bien, a la plebe y su comportamiento. Como no dejo de preocuparme por
la ambigüedad de mis palabras quiero que sepas que para mí la vanidad
es importante, pero no es un absoluto terrenal, sino una aspiración
espiritual a la plenitud y perfección celeste. Dicho de otro modo, no
significa que la vanidad absoluta sea ésta, sino que esta es figura de la
ambición natural a la perfección desposeída, pero augurada por la
posteridad espiritual.
Stork en Fundamentos de antropología hace un análisis muy
detallado del comportamiento del ser humano, entre muchas otras
cuestiones que a éste atañen. Lo cité en el anterior libro, y ahora lo vuelvo
a retomar en diferentes momentos, pero en este me refiero con más
acento, pues hace una impresionante lectura de algo que me ha ido
preocupando mucho, desde hace que te conozco y aun hoy. Amor mío,
querer no es solamente querer por querer, sino querer desde el bien. Yo
quiero para ti el bien y trato de evitarte el mal, naturalmente desde mi
posibilidad y tu disposición. Seré franco y espero que no te molestes como
lo has hecho tantas veces que toco temas parecidos y aun éste. El querer
busca el bien, y tú eres mi bien. Como tal no estoy dispuesto a permitir
que degrades el bien que eres por la culpa de malas decisiones o quizá de
inadvertencias.
Una de las cosas que más he poetizado de ti es tu reticencia. Pero
esta reticencia puede tener dos caracteres diferidos entre sí, a saber: una
reticencia mistagógica o una reticencia vacía. Es decir, es tanto lo que
hay dentro de ti que no lo puedes expresar, o estás vaciando tus misterios
con las decisiones más desfavorables y en razón de esto tu interior se
vuelve incomunicable, o bien, vacío pues no hay nada qué comunicar.
Cuanto te conozco es porque tú me has dado a conocerte. Lo que conozco
de ti es mucho y a la vez poco. Conozco que no te conozco y eso amo, pero
tengo vivo el deseo de conocerte más y más, hasta el fondo de tu
existencia. Tu juventud es una flor en crecimiento. Afloras conforme pasa
el tiempo y yo soy un hombre que te ama y como tal se comporta:
queriendo siempre que crezcan hermosa las flores de tu interior que es,
a la vez, mi misma alma dentro de ti. Stork interfiere diciendo sobre la
superficialidad de las personas que:
Se trata de un activismo externo, una ausencia de
interioridad que podemos llamar superficialidad, trivialidad,
alimentarse de lo intrascendente, vivir instalado en la superficie de
la vida, con una notoria incapacidad de ser profundos, de entrar
dentro de nosotros mismos. Las personas que sufren este mal
tienen una actuación que no manifiesta nada íntimo, que es

[191]
máscara, apariencia, incapacidad de dialogar, de darse a conocer,
porque no hay nada que dar a conocer, ni nada que manifestar o
decir: si se vive sólo en la exterioridad, en lo inmediato. Por dentro
hay un vacío. Son personas que fuera de su trabajo sólo hablan de
trivialidades, y de las anécdotas de la trivialidad: qué han comido
y qué han bebido.
Las personas que caen en este estado pueden vivir en él toda
la vida, porque son huecas en lo interior: es la frivolidad, la vida en
hueco. Se trata de una conducta que no vive de razones, sino de
caprichos, que es arbitraria, que da importancia a lo que no la
tiene, que es voluble e inconstante, que no se toma nada
verdaderamente en serio, ni deja nada para luego, porque no tiene
proyectos: busca sólo divertirse cuanto puede; de su vida ha
desaparecido la posibilidad de comprometerse. ¡Es un Carpe diem!
Sin grandes. Estas personas, en una sociedad como la nuestra, se
convierten en puros espectadores de los muchos espectáculos
disponibles, pero no saben decidir por sí mismas, ni comunicarse
verdaderamente con los demás.
Se trata de una vida desintegrada, no poseída desde sí, para
la cual la diversión es remedio adormecedor, que impide despertar,
tomarse a sí mismos en serio, porque se prefiere hacer lo que a uno
le venga en gana sin ningún motivo objetivo serio, o mejor, con el
objetivo de pisotearlos, evolucionar a través de la ocurrencia del
momento sin obedecer a norma, o sea, buscando lo anormal, lo
novedoso, lo alucinante. Es un tomar la vida como si fuera una
apuesta a ciegas, a ver qué pasa; es el riesgo como placer. El
terreno está preparado para hacer de la ebriedad un recurso con el
que experimentar lo desconocido. Pero el saldo de todo ello es la
pérdida de la felicidad, el malestar y la falta de sentido: una
existencia que termina por sumirse en el nihilismo, puesto que
evadirse de la realidad es un sueño que no puede durar siempre.
En los jóvenes, principalmente, es natural cierto grado sano de
superficialidad, pero cuanto éste se exagera se entra en un estado de
desarmonía con el fin natural de la vida. La felicidad, el bienestar, la
auténtica alegría, la profundidad personal y el comunicarse son
facultades que cultivamos día a día y que tú me has dado a conocer. Yo
conozco mucha de tu riqueza interior: tus juicios críticos y tus juicios de
valor salen a flote cuando te molestas o no estás de acuerdo con algo y
esto, porque tienes dentro ese torrente de conceptos y potencias que te
llevan a cuestionar, indagar, diferir y objetar. Te haces valer cuando te
intentan rebajar, pero solo cuando estás al límite del juicio de los otros y
eso cuando amas a esas personas, pues cuando no te importan ni
siquiera te inmutas a considerar el detrimento de los demás, te limitas a
ignorarlos y refugiarte tras tu indiferencia, otro rasgo importante de tu

[192]
carácter y tu riqueza. Tienes dentro de ti esa maravillosa inteligencia que
te hace siempre aparecer como la primera en todo, no solo en lo hermosa,
que naturalmente es uno de tus encantos, sino en la academia y en todo
lo relacionado con la vida intelectual.
El licor exageradamente habituado, el deseo de fiestas constantes
y la sexualidad desorientada, es decir, el placer sin amor, son
manifestaciones repugnantes de una vida vacía y no es lo que quiero para
ti. ¿Cómo no me tomaría mil copas de vino contigo, o un tequila fino, o
algunas cervezas u otro tipo de licor? Dos que se aman pueden divertirse,
pero sin que la diversión sea el fin del acto, sino el compartir y sonreír al
lado de quien se ama. Igual con los amigos. No hay nada de malo en
juntarse con las personas que se quiere y beber con prudencia. Pero está
el extremo de hacer de la vida una sierva de la fiesta y esto es un problema
grave que quiero evitarte. ¿Cómo no bailaría contigo que, aunque no sé
cómo hacerlo bien, podría hacerlo con tal de sentir tu paciencia y tu
vaivén? Sin necesidad de desperdiciar mi tiempo y mi vida en fiestas
fútiles y banales puedo sonreír mientras torpemente te tomo de las
manos y hago lo mejor que puedo bailando sostenido en tu cintura. ¿No
es eso mejor que despertar con resaca y algunas malas decisiones
momentáneas? Igual, no está mal ir a una fiesta y divertirse con licor y
bailes, pero cuando esto se convierte en un fin de vida, en un estilo de
vida establecido, en el deterioro de tu belleza por un bien público al que
todos pueden acceder con tan solo unas copas de más en tu cabeza,
cuando todo esto es así, hemos perdido todo lo construido hasta el
momento y ya nada tiene sentido. ¡Óyeme bien, que es una advertencia,
que no te estoy acusando de nada! Lo digo porque te conozco y no quiero
que te enojes mientras te digo mis consejos. Sabes que te amo y solo
quiero el bien absoluto para ti. Ahora bien, la sexualidad es una
expresión de amor, no un desahogo de los problemas, ni una exhibición,
ni tampoco un bien público. Hacer el amor con quien se ama es un
privilegio de pocos, porque muchas personas consienten sus actos sin
sentir realmente amor por quien se toca. ¿Para qué entonces existe el
amor si no es para embellecerlo todo? Hacer el amor tan bellamente es
amar íntima e intensamente y, de otro modo, no tiene sentido tocar un
cuerpo ajeno y dejar tocar el propio. Lo superficial termina dejando en
soledad a quien se impregna de trivialidades y vive su vida de acuerdo a
ellas. Terminas en la cama habiendo dado a un hombre tu dignidad, tu
ser entero, todo lo que hay dentro de ti y ese hombre que no te ama se
lleva tu riqueza y la tira a la basura, y todo porque no le importas tú, le
importa lo que hay entre tus piernas y su egoísmo, el sentirse dueño y
señor de lo que te pertenece única y exclusivamente a ti.
Pasa igual, si yo me acerco a una mujer con egoísmo estoy dando
mi ser a cambio de qué, a cambio de nada, de vigorizar un deseo que no
tiene culmen, más que el deterioro de quien desea tanto que no puede
satisfacerse enteramente. La profundidad de mi alma se queda

[193]
comprometida con alguien que no me ama, con una mujer que quiere de
mí nada más que una parte y eso no es amar. Amar es quererlo todo, no
parcialidades. Por en cambio, cuando se entrega el cuerpo al ser amado,
tú lo sabes, es hacerse uno con lo amado. No son dos personas, es una
sola que se ama. Expresar la profundidad es importante, Amor mío, y son
muchas las maneras de hacerlo, el todo es querer hacerlo. Si no fuera de
este modo, se encuentra el sentido de las palabras escritas en Libro de
los paisajes de Waler Benjamin: “vivir con una persona vacía es otra
forma de soledad.” ¿Qué te parece? Alguien vacío no comunica nada y
por ende no llena el alma, no acompaña… estorba. ¿Para qué quiero yo
estar de frente a alguien que no me dirá nada con su mirada, con su
rostro, con sus palabras? Alma de mi alma, si algún día me dejaras de
hablar sea porque me estarás besando, no porque no tienes nada para
decirme o porque te estarás marchando.
Recuerdo mucho el problema que tuviste por tatuarte. Tu madre te
lo reprochó y buscó por todos los medios borrártelo. ¡Lo que tanta ilusión
te hizo! ¿Recuerdas que la vanidad es ilusión? Lo que tanta ilusión te
hizo, manifestación de tu vanidad, estaba en ese momento amenazado
por la autoridad de tu madre. La evidencia de tu ser, lo que querías
expresar, comunicar, estaba ahora en enfrentamientos hostiles con la
moral y la educación que te querían dar en aquel entonces. Quiero que
sepas qué pienso yo de los tatuajes, que es otra manifestación de la
vanidad. Muchos creen que los tatuajes es otra forma de superficialidad
y sí, de cierta forma lo es, pero solo cuando estos no tienen
intrínsecamente un sentido. Luego están los tatuajes que significan
realmente algo para quien los rubrica en su piel. Tú eres un tatuaje en la
piel de mi alma, ¿o acaso crees que puedes ser borrada después de haber
impactado tan gravemente mi vida? Zulema Zahir en Vis a Vis dijo a
propósito: "el nombre te lo ponen los padres, el mote te lo ponen los
colegas y el tatuaje es una cosa que eliges tú. Quieres que los demás
sepan de ti." ¿Ves cómo sigue la comunicación participando en esto que
por muchos es considerado una superficialidad? Pues cuando significa
algo para ti y lo quieres mostrar a los otros, el tatuaje deja de ser una
superficialidad y pasa a ser un medio de comunicación del ser. Sabrás,
por todo lo dicho hasta ahora, que la vanidad para mí no estriba en la
superficialidad, sino en la profundidad de la comunicabilidad del
espíritu. Así pues, un tatuaje no será insulso, sino comunicable. Por
ejemplo, el tuyo, según tengo entendido, significa <Luz de Vida>, y quizá
tenga algún otro significado que no conozca yo. Pero cada que alguien lo
vea se preguntará qué dice y si tiene el valor te lo preguntará, haciendo
efectiva la comunicación, el propósito genuino de este mismo: decir de ti
misma por medio de esto.
Muchas de las veces, cuando adelanto mis estudios y razones, sea
en la lectura o en la escritura, me topo siempre con tu idea en mi
pensamiento y me pregunto, ¿no basta escribirle a ella, sino que tiene
que estar presente siempre, aunque no la necesite? Justo en el momento
[194]
en el que tengo que concentrarme en otro objeto, estás tú ahí presente,
robándome la atención, dimanándote cual ninguna entre la oscuridad
espesa de mis elucubraciones. Precisamente uno de mis rasgos vanidosos
son lo que escribo y como leo. ¡Hasta en eso estás, amor de mi alma! Tú
en mi vanidad estás expresamente diluida. No logro concentrarme en
aquello que necesito hacer, sino que irrumpes con vehemencia en mis
soledades. No estoy nunca solo, siempre estoy contigo. ¿No es acaso esta
una de las mejores formas de la compañía? Cierto es que necesito tu
compañía en todas las formas, pero incluso cuando no estás en viva
carne, intelectualmente te presentas y espiritualmente te manifiestas,
siempre acompañándome en mi pensamiento. Si me llenas a mí, soberbio
cual ninguno, es porque somos compatibles en genio y vanidad.
¿Recuerdas que los genios a duras penas se contentan con apreciar la
realidad? Y cuando no, buscan otro genio que mitigue su soledad. Raro
en los genios el querer salir de sí mismos. Sin embargo, tú vienes a mí y
no necesitas tocar la puerta de mi alma. Ella te ve de lejos y se abre cual
caudal para que bebas de ella, para que entres en ella y te diluyas.
Recuerdo que alguna noche que compartimos juntos, me contaste
una pequeñez que recuerdo con cariño y nostalgia, pues me identifiqué
inmediatamente con tu experiencia. Tú te entristecías, como yo, por el
fin de las cosas. Cuando los juguetes se dañaban o tus cosas se perdían.
La verdad es que sentía un pesar profundo e intenso ante la pérdida de
las cosas. Y esto porque les daba, en mi imaginación, vida propia. Como
si sintieran su pérdida y su desgaste. Yo, infantil, los compadecía como
tú lo hacías. Así como las cosas se acaban y el alma infantil clama
nostalgia y pesar, asimismo son alegoría de la sed de eternidad que existe
en todos. Lo banal es lo que se acaba y se va, pero al mismo tiempo es
aquello que nos recuerda que hay algo eterno que nos espera más allá,
en el límite de todo lo perfecto. Por eso nos cansamos de las cosas,
aludiendo a esta misma sed espiritual de eternidad.
Soy contradictor, incluso hasta del sentido común y creo que es
solo por contradecir. ¡Una necedad! ¿Hasta dónde esto es un defecto? No
lo sé, mas sé que no es una virtud. Un posible defecto que ambos tenemos
en común. Recuerdo que una noche al teléfono tuvimos una conversación
sobre la vanidad, el orgullo y la soberbia. Cuando cité a San Teresa y te
dije que quien se calificaba como humilde perdía la humildad. Tu
agudeza y rapidez mental te llevó a deducir que yo me atribuía el orgullo
con la oscura intención de ser reconocido como humilde. En otras
palabras, más parcas y vulgares: me (boleteó)… y eso me gustó.
Contradices, aunque no tengas razones suficientes para contradecir.
¡Qué parecido tiene tu alma con mi alma!
¿Qué es la vanidad? En Eclesiastés 1, 2 se puede meditar al
respecto: “vanidad de vanidades todo es vanidad” como una sentencia
inamovible. El aire existencial de este libro de la Sagrada Escritura

[195]
expresa una parte de la religiosidad que me encanta. Donde Dios y todo
lo ortodoxo pasa a cuestionarse y sin embargo triunfa el único que debe
triunfar: Dios. No los consejos de los sabios, no la doctrina de los doctores
y sacerdotes, no nada que esté instituido por los hombres, sino Dios. Dios
mismo es principio y fin de toda razón humana. Libros como este del
Eclesiastés me llenan completamente cuando los leo, porque me veo a mí,
rebelde, en él. No absolutizo nada, yo me ciño a las reglas hasta donde
puedo, pero de vez en cuando me gusta sentirme libre de decir lo
indecible, de pensar libremente sin miedo a castigo, ni deseo de gloria.
Volviendo a la pregunta, ¿qué es la vanidad? Debo referirme a ella con
acentos espirituales y acepciones simples como las del mundo
contemporáneo. Para las personas simples, la vanidad es tan solo una
parte de las personas que las hace sentirse bien consigo mismas, un
placer relativo y equivalente a las posibilidades de cada quien. De cierta
manera, un hedonismo o un vivir dionisíaco. Pero para los espirituales,
la vanidad es aquello en lo que el hombre sustenta su vida aun siendo
endeble su basamento. En otras palabras, las personas viven de acuerdo
a unos estándares de vida que corresponden a la finitud de las cosas,
desviándose del camino de la perfección que sería una vida ascética y
alejada de los placeres desmedidos de los hombres mundanos. La
vanidad es un enemigo de la persona. Creo que en ambos puntos de vista
existen muchos prejuicios: tanto unos como otros se tiran piedras. Tanto
los espirituales como los mundanos recriminarán la forma de entender
la vanidad y yo a estos les recriminaré también sus formas de hacer
inteligible el término. Inquirir paulatinamente en estas cuestiones es
fundamental para la correcta y perfecta comprensión del término. Pero
sabes que soy enemigo de lo perfecto y lo correcto, así que no esperes de
mí lo absoluto en mis palabras, sino lo reprochable y evidentemente
contradicho.
Aunque trato de no serlo, soy un hombre prejuicioso. Ignoro
muchos defectos en los otros con el fin de ser mejor persona, trabajar
más en mí mismo y no juzgar tanto a los otros. Pero, aun así, he emitido
juicios severos en contra de uno de mis autores favoritos: Arthur
Schopenhauer. En mi anterior libro dije sobre él que era un arrogante y
pretensioso con aires de superioridad. Mi corrector me sugirió omitir esos
juicios subjetivos, porque no era muy loable en la literatura, pero yo
ignoré el consejo para robustecer mi imperfección en cuanto al escribir y
al vivir. ¿Por qué? Bueno, eso no lo sé, pero lo quise así en aquel
momento. Debo decir que mientras más leo a Schopenhauer más me
gusta y menos le reprocho sus defectos, incluso, los justifico. Y para
atenuar un poco lo ya escrito en mi anterior libro debo decir que es un
hombre brillante cuya condena es su orgullo, el cual viene sustentado
por su inteligencia y lo mal que se la consideró en su época. Me refiero a
esto precisamente en este contexto para citar un pasaje escrito en El

[196]
mundo como voluntad y representación en donde habla un poco sobre la
modestia:
En general, para comprender libre y desinteresadamente el mérito
ajeno se necesita poseerlo propio. En esto se funda la necesidad de
la modestia cuando se tiene mérito y el gran aprecio que de dicha
virtud se hace. En efecto, esta virtud es la única entre todas sus
hermanas que se atribuye al hombre eminente cuando se tiene la
nobleza de ensalzar su mérito, lo cual se hace indudablemente para
aplacar la ira de los necios. ¿Qué es la modestia sino una fingida
humildad con la cual se presenta el genio en el mundo bajo la
envidia para obtener de los que no poseen mérito alguno el perdón
de las propias cualidades? El que no se atribuye méritos porque no
los posee, no es modesto, es sencillamente sincero.
Acordes con el anterior texto, habría que decir que la humildad no
es la modestia. Aquellos que son modestos son los virtuosos que
disimulan, con el ánimo de apaciguar la envidia y el odio de los simples,
sus propios talentos. Mientras, los que dicen no tener talento alguno,
siendo así, no son modestos, tan solo son sinceros. Santa Teresa de Jesús
decía que “la humildad es la verdad”, pues el Señor es la suma verdad y
también es manso y humilde de corazón. De este modo, ella identifica la
humildad con la verdad. Así pues, es humilde aquél que sin tener talentos
acepta su condición. Piensa en una persona con un verdadero talento,
sea cual sea. Si tú le alabas y él te lo agradece, sin pretender ser modesto,
está siendo humilde, porque reconoce en sí mismo esa verdad que tú
reconociste en él. Del mismo modo, cuando alguien alaba tu belleza, esa
tan cierta como eres, y tú, como siempre, la agradeces, según dices para
evitar continuar con las lisonjas, estás siendo, en parte, humilde, pues
eres consecuente con la verdad de tu naturaleza. Sin embargo, también
hay una gran diferencia entre esta verdad sin caridad, pues cuando se
acepta un don, pero se tiraniza con él, no se está siendo humilde, sino
déspota y soberbio. El equilibrio debe estar en el medio de saberse
talentoso y servir con el talento. En cuanto a la belleza, ésta no sirve para
nada, al contrario, a la belleza se le sirve en virtud de ella misma, pues
es un fin. Así es que no se necesita servir con la belleza, quédate
tranquila. Solo déjame contemplarte.
¿En qué consiste mi vanidad? Sabes, en la música está mi flauta,
mi guitarra y mi piano, pues de la voz no me puedo ufanar mucho, canto
terrible. No hablemos de mi belleza, pues mi cuerpo y la forma de mi cara
no es mi fuerte, no tengo cómo ser un narcisista si me reduzco a solo eso,
no soy tan mediocre. Para gloriarse de su cuerpo están los modelos, los
fitness y tú, que tienes el más precioso cuerpo que se pudiera desear. Por
en cambio, tengo mi inteligencia, esa diosa que hace que me pierda en el
orgullo y en la vanidad de mis delirios de grandeza. De ella se deriva el
cómo me expreso en la escritura y la manera como me expreso en la
oratoria. Puedo sostener un diálogo profundo con una persona y si no, al
menos una conversación formal. Conozco gente que no puede ni siquiera

[197]
hablar con un desconocido, o no encuentra temas de conversación y esas
cosas. Claro, eso depende mucho del aire y el ambiente, pero en la
incomodidad también surgen reflexiones y datos que pueden transformar
el ambiente. Todo depende de usar los recursos que se tienen. Del mismo
modo puedo pronunciar un discurso frente a una multitud o un grupo
estrecho de personas, como quizá muchas personas no pudiesen hacerlo.
Cuando escribo sobresalgo al menos del promedio, pero reconozco la
infinitud de los errores que me abrigan. Asimismo, cuando me pronuncio
me estrello con muchos errores fonéticos y esas cosas. Sí, es que no soy
perfecto, pero eso no me impide ufanarme, como tampoco el orgullo me
impide reconocer que no lo sé todo, que me falta mucho más por aprender
y que nunca podré aprender tanto como muchos otros. Puedo reconocer
que me equivoqué o que tenía mal aprendidos algunos conceptos. Yo
puedo aceptar mis límites. Sé que sueno arrogante, pero es que esa no es
realmente mi vanidad. ¿A caso no sabes cuál es mi vanidad? ¡Pero de qué
me ufanaría yo! ¿Qué es lo que me hace sentir orgulloso de mí? Mi
vanidad más grande es haberme enamorado de ti.
Ese sí es motivo para ufanarme. Pienso… ¿y si pudiese pasearme
con ella de la mano en la ciudad, o en un campo amplio lleno de gente
que nos mirase? ¿Qué crees que pasaría? Despertaría la envidia de
muchos hombres, su rabia y su desdén como nunca lo pude hacer con
mi música y mi inteligencia. No tengo nada de qué ufanarme de mí
mismo, porque muchas personas son buenas en la música y el mundo
está lleno de personas inteligentes, y en ambos estamentos mejor que yo.
Pero ninguno te tiene a ti, solo yo. De eso sí me ufano. Me ufano de tenerte
con el alma y pertenecerte. Me enamoré, te busqué y te encontré… te tuve
en mi pecho y siempre te tendré. Ésa es mi vanidad. Mi vanidad eres tú.
Tampoco es que me ufane tan solo de haberme enamorado, la
verdad es que me ufano de haberte conquistado como nadie lo hará
jamás. No solo el modo, el ingenio, la atención y la dedicación, sino
también la profundidad con la que me precipité en tus abismos, fueron
las razones de mi orgullo evanescente y la piedra angular de mi vanidad
y ensoberbecimiento. Luego me entristecería mucho si alguien superase
mi proceder, pero es tanta la vanidad, que estoy completamente seguro
de que, si algún día me reemplazas, no me estarás reemplazando, sino
que te estarás degradando ¿pues qué hay mejor que yo en este sentido?
No, no digas nada, porque no hay nada. Ni siquiera te detengas a
pensarlo.
No te relaciono con la finitud del universo, ni con la belleza de las
cosas. Sabes que para mí eres la misma belleza, ésa infinita que eterniza
mi mortalidad. Tú eres aquella única persona que puede llevarme a
replantear mi vida con tal intensidad que me trastorna el pensamiento.
No puedo olvidar tu misterio, no puedo evitar desearte como la voluntad
al bien, como el sediento a la fuente, como la reina a su rey. Sabes, y lo
sabes bien, que serás en mí llaga, y yo seré tu piel. ¿Por qué? Trata, trata
en los años que te quedan por vivir de deshacerte de mí. Nadie, óyelo
bien, nadie podrá amarte como yo, nadie podrá escribirte como yo.
Escúchame, a nadie amarás como a mí. Entiéndelo…, tú no podrás,
[198]
¡jamás!, deshacerte de mí. Quizás, como todo lo banal, pase a ser tan solo
recuerdo y disfrute del pasado, pero, así y todo, permaneceré en tu
costado, eterno, allí clavado, y siempre, siempre, siempre tendrás sed de
mí. Extrañarás leerme.
Respecto a tu vanidad, puedo decir que te domina. No lo niegues,
tú muy bien lo sabes. El precio que pagas por ser lo que eres es ser tú
misma. Sé que lo disfrutas, pero también sé que lo sufres. Tu belleza, esa
sin par en hermosura, es maldición, a la vez que bendición. El paradigma
es Dios y tú, que tan feliz eres contigo misma, sufres por tu imperfección.
Sí, porque tu perfección es eso mismo, imperfección. Aquellos defectos
que tienes quisieras no tenerlos, no contenta con la perfección que ha
acotado Dios en ti. Solo tú eres consciente de tus límites y quisiera serlo
yo también, pero lástima, hasta allá no he podido llegar con mi confianza
e intimidad. ¡Cuánto no daría yo por conocer tu misterio enteramente!
Sin embargo, aquí estoy: vanidoso venerando vanidad. Claro que mi
vanidad también me domina a mí. No estás sola en este pecado dulce del
placer finito con sabor a infinito, tú y yo nos condenaremos por igualdad
de crímenes.
Aunque, sin faltar a la justicia, habría que decir lo que, en una
canción muy especial que escuchaba en el segundo año de nuestra
historia, Con las ganas, de Zahara, está explícito, a modo de pregunta:
“… ¿cómo no pude darme cuenta que hay pecados compartidos?” Ahora
que me doy cuenta que los pecados se comparten, y que así son más
emocionantes, déjame advertirte lo que ya san Agustín agradecía: “oh,
feliz culpa, que mereció tan grande redentor”. Sabes, por muy grande que
sea nuestro pecado, habrá siempre un Dios que lo perdone. Créeme, no
hagas parte de la fórmula de Umberto Eco, que dice: “no todas las
verdades son para todos los oídos.” Sé tú ese oído que comprende lo que
digo: ¡pequemos, ¡oh vicio y virtud mía!, que te amo y no es pecado.
Inteligente, sinuosa y perversa es tu hermosura. Una sin par,
porque ninguna otra belleza que haya visto yo alguna vez se ha
comportado como tú: piensas, propones en razón de tus iniciativas y
gozas con tus errores la finitud de la vida. No contenta con tales
propiedades, te haces belleza toda entera, no solo la adquieres como
cualidad o un bien demás, sino que te trasciendes a ti misma y te haces
ser por ti misma lo que eres: belleza absoluta, que, a pesar de tu
humanidad, te revistes de rasgos divinos e impolutos. Tú, que tan finita
eres, pasas a ser una absoluta y eterna belleza. Todo por tu obstinación
sobre ti misma. ¿Qué más vanidad quieres? ¿No recuerdas que te dije
que la vanidad era, paradójicamente, lo finito infinito? Mi concepto lo
haces carne, no pares de hacer eso, ¡oh, vanidad mía!, lo sabes, lo sabes,
saber que mi vanidad eres tú y no tengo ninguna otra vanidad.
Tal como me siento orgulloso de amarte, y me siento soberbio por
tenerte por vanidad mía, también tú sientes orgullo porque sea yo quien
te haya amado. Yo como ningún otro te he amado y te amaré, y sé que te
hace orgullo y engalana tu alma el saber que soy yo quien te amé.

[199]
También yo soy tu vanidad, porque ninguna otra mujer ha sido amada
como te amo y te amaré.
Yo estoy por encima de todos. Irte a otros brazos, es malbaratarte.
Yo, que pleno soy en los más de los sentidos, estoy, como dice Nietzsche
en Ecce homo, “pues yo vengo de alturas que ningún ave ha sobrevolado
jamás, conozco abismo en los que todavía no se ha extraviado pie alguno”,
esperando ser contigo; y así, ¿qué esperas de otros hombres? ¡No esperes,
no esperes! De mí tampoco esperes, porque yo siempre sorprendo. Así
como tú tienes misterio, el mío también es muy profundo, porque ni yo
mismo entiendo de dónde provengo. La vanidad en este sentido es una
virtud, pues tú eres mi bien y todo lo revolucionas. Si el bien es virtud, y
tú eres mi vanidad y mi bien, también eres mi virtud y haces de la vanidad
virtud. Soy muy arrogante, lo sé, pero por lo demás, soy un hombre muy
sencillo. ¡Es que dentro de ti hay una revolución que todo lo revoluciona!
Arendt dijo que, hasta el más revolucionario, el día después de la
revolución será un conservador; consérvalo todo, porque en tu revolución
estoy yo y quiero me conserves en ella, para que me conserves en ti.
Por amor a Dios, vive de acuerdo a lo que escribo. No resistiría
saber que tu belleza, la esencia de tu ser, se degrade en razón del
permisivo y liminal instante. Sé que le atribuyo a lo efímero caracteres
infinitos, pero tú no puedes quedarte en esas solas elucubraciones, tienes
que mirar siempre a lo alto de tu vida, la trascendencia que te insistía en
tu anterior libro. No te quedes en el disfrute del Carpe Diem sin gloria,
sino en la trascendencia de ti misma. No seas mediocre, vales por ti
misma lo que nadie. Sé consecuente con eso. Y recuerda siempre que las
sombras de nuestra identidad, aunque subyugadas por la luz, son
definición y parte nuestra. Tú que eres mi luz, me defines y te defines a
ti misma. Soy en razón de ti, vanidad mía.

[200]
CAPÍTULO XV
PECADOS COMPARTIDOS

Soy libre y, por lo tanto, soy responsable de mis decisiones. Como


soy libre también soy un irresponsable de las mismas. Es decir, cuando
erro y erro con gusto y decisión, estoy errando a propósito, y de esta
manera estoy siendo irresponsable con la libertad que se me concede que,
afín a la voluntad, busca el bien, y, por lo tanto, lo bueno. Tengo el
derecho de equivocarme, claro, pero también tengo el deber de buscar lo
bueno. Tengo responsabilidades que muchas veces evado, y en mí eludo
ese deber que me aparta de ti. Esa es una contradicción y es un secreto.
Pero si yo te he entendido por bien, así el contexto, ¿cómo será el error?
La libertad es escoger entre dos bienes, no entre un bien y un mal, pues
escoger el mal es perder la libertad. Para mí no eres un mal, sino un bien
absoluto, contra otro bien absoluto. Te escojo, te puedo escoger en este
sentido, pero también quiero escoger el otro bien absoluto que deseo.
¡Qué terrible decisión!, ¡qué angustiosa libertad se me ha dado!, ¡no la
quiero, escoge tú!, escógeme a mí, Luz de mi Vida.

Algunos reprochan una doble vida en nuestro contexto, pero yo no


lo veo de la manera en que ellos, y no quiero que tú lo veas igual. Quiero
que me entiendas y entiendas el deseo de tu alma. Yo siento en lo más
hondo de mi ser lo que tú sientes en lo más recóndito del espíritu. Te
apartas, y al mismo tiempo te acercas; no puedes alejarte, no quieres
alejarte. ¿Sientes culpa? No hay culpa entre quienes se aman. ¿Doble
vida? Dos vidas, probablemente, pero no doble. Dos vidas: la tuya y la
mía. En muchos sentidos se me ha hablado del tener dos vidas. Uno es
moral, en el que se me advierte el tener una moral instituida, pero
traicionarla con mis actos. Sin embargo, yo contemplo una doble vida a
gusto. Es decir, mi vida antes de ti y mi vida después de ti, o mejor,
contigo. Me has quebrado, amor mío y de mi alma, estoy partido a la
mitad. La única ruptura que me encanta. Me quebraste, y ya no hay
quien me una. Soy todo tuyo, incluso los pedazos que no quisiera darte.

¿Y tú cuándo dejarás de pretender no amarme? ¿Crees que puede


tu alma eludir lo que grita tan inenarrablemente? ¡No puede disimular tu
corazón el quererme!, ¡ah, qué ridículo hiciera tu espíritu al tratar de
olvidar aquello que ya hace parte de ti! Olvidarme es olvidarte, pues ya
no puedes pensar en ti sin verme en tus ojos. Luz de Vida no es sin mí.
Si yo no soy, ella no existe. Ella solo es en cuanto que es conmigo; sola
pierde su nombre y todo el misterio que en él se contiene, su ser y su
hermosura. De igual modo, este escritor solo es en cuanto ella. Sin ella,
yo no escribo. Debes entender que el concepto que me has dado, es el
único concepto con que pienso. Debes entender que ese concepto yo lo
he perfeccionado desde el día que me lo enseñaste, es decir, desde el día
en que me enamoraste con la esencia de tu nombre, o bien, con la
totalidad de tu existencia. ¡Ese loable misterio que no paro de incensar!,
¡ése, ése, ése!, Sí, ese es el que amo y venero. Solo es, porque yo lo he

[201]
hecho ser cuanto es. Tú me diste el atisbo del misterio y yo elaboré el
tratado de tu ser, uno que nadie más podrá, ni querrá, ni encontrará la
luz que yo encontré para realizar tan magna obra. Sí, es que yo te amé
como jamás, como nadie ama, como nadie amará. No, querida mía, nadie
más le escribirá un libro como este a alguien que ama, yo soy único en
mi especia, mi locura no contrasta con la de nadie más. No trates,
¡jamás!, de reemplazar mi esencia con otra más vulgar. Reemplázala con
una mejor, si puedes encontrarla, pero no me insultes cayéndote en el
piso del error. ¿Suelo, error? Sí, suelo y error. Irte a otros brazos es caer
en el suelo del error, y más si éstos son inferiores a lo que yo te dispensé.
¿Temes?, ¡teme!, pero teme conmigo, tenme, tenme a mí y yo seré tu
miedo, también tu valentía. Es que no hay valentía sin miedo.

Si pienso, aferrado a mis dogmas y verdades, en confesar lo


inconfesable, pero también aquello que con tanta emoción y efusión ya
he pregonado y ponderado, este secreto nuestro que no lo es tanto, me
veo en la obligación atroz de gritarle a un tercero sordo que me escuche:
los Campos Elíseos. ¿Cómo sería confesión si ya todos saben que te amo?
Sí, pero es que no lo saben ellos. Ellos que han sido testigos del gozo de
los demás hombres, todos los virtuosos que se han paseado por su suelo,
recibido el premio y la corona, de todos ellos son testigos de su felicidad
y, en razón de esto, de sus secretos. Mas yo, pobre y desheredado en la
virtud y el recto proceder, me veo en la obligación de alzar mis ojos y,
después de haber levantado mi testuz con algo de timidez y vergüenza,
me atrevo a gritarle al santuario de los virtuosos mis vicios y pecados.
¿Serán tuyos también? ¿Compartiremos algún género de maldad en
nuestras almas? Creo que es una pregunta que solo tú puedes
contestarte.

Antes, cuando el mundo era de los griegos y romanos, se creía que


los dioses vivían en el Cielo, otros en los Mares y otros en el más allá, o
el Inframundo. Solo los virtuosos, los héroes y todas esas personas
merecedoras, tenían la oportunidad de vivir algo parecido al cielo en los
Campos Elíseos. Quiero hablarles a ellos porque no quiero sentirme por
mis secretos condenado, sino como a quien sus culpas ya se le han
perdonado, y por eso, sentado en el trono de la virtud confiesa aquello
por lo que ya fue redimido. Cierto es que por mí mismo no podría haber
sido aceptado en ningún cielo. Si algo he de ganar para la eternidad será
por la gratuidad y la misericordia de Dios, no por mis esfuerzos
pelagianos o una vida pietista. Lejos estoy de la virtud y si algún día la
hallo es como regalo, no como conquista.

¿No se te parece en algo esta última fórmula? Yo no le podría decir


a alguien que te he conquistado. Lejos estuve, estoy y estaré de tal
hazaña. Si alguna vez podría tenerte en mi vida, es porque tú te me has
dado, entregado, como perfecta dádiva de amor, no como conquista
personal. La virtud es eso, y tú eres mi virtud. La virtud no se conquista,
es un don celeste que acoge un corazón dispuesto. Tal cual eres tú, pues
me abro a tus amores y tú decides si soy digno de acogerte o si, por el

[202]
contrario, no merezco un solo beso, ni un abrazo, ni caricia alguna. Eres
gracia, eres don, no conquista. Tu belleza esclaviza, no es esclava.

Por mí mismo no soy ningún virtuoso. Estoy, por naturaleza, lleno


de defectos y errores por corregir y que, quizás, nunca corregiré. Tengo el
pecado en ebullición perenne y la gracia apenas si me deja vivir tranquilo
y con la conciencia calmada. Nunca me he juzgado a mí mismo, siempre
me he sentido muy libre de equivocarme y, de hecho, valoro mucho mis
errores, pues me hacen sentir perfecto. Sí, perfectamente equivocado. Me
gusta la sensación de no tener el control algunas veces, como si me viera
impulsado, sin libertad, apresado, pues me desentiendo y duermo en paz.

¿Tendrá alguna culpa mi alma?, ¿algún escrúpulo escondido?,


¿miedo del averno?, ¿las llamas, el fuego, el sartén hirviendo? Yo no temo,
porque mi esencia es amar, pues he nacido del amor; yo soy un amante,
un amador. Yo no temo castigos, pues sé que quien me hizo me ama y no
busca el azote, como sí la caricia. Nunca he sufrido, nunca he padecido
algún mal. Si alguna vez me he visto desesperado es por amarte, nunca
por un odio divino, o una némesis tiránica suprasensible. Te amé y te vi
muy lejos de mi amor; te amé y te vi muy cerca de mi amor. Zigzagueante,
huidiza, terriblemente hermosa te escondías y salías, te escondías y
salías; me besabas, te ibas, me besas y no estás. ¡Qué extraña forma de
querer tienes!, sé que me quieres…

Los griegos fueron muy poco ambiciosos al hablar de la belleza,


porque hablaron hermosura de todo, pero no te conocieron. Si hubiesen
conocido lo que yo, cantarían mejor su poesía, sus epopeyas todas dirían
tu nombre, ¡y tanto es así, que hasta las elegías tendrían que
mencionarte! Escucha, pues, lo que yo tengo para decirte, Belleza mía.

En su extraña forma de querer ella me ama, sépanlo ahora,


sépanlo siempre. Ustedes, Campos Elíseos, vieron qué dolor y calma me
ha causado: cuando se va, lloro; cuando regresa, canto. Ustedes fueron
testigos de las veces que descalzo anduve sobre sus céspedes, pensando,
con la cabeza embotada en su misterio y confundido con mi vida y la suya
en la mía. Vieron las formas de mi vida, mis contradicciones límpidas y
mis tangenciales motivos: lo sé, soy un hombre absurdo y contradicho,
pero es que la amo y no puedo contar más conmigo si ella se va y me deja
aquí solo, triste y vacío.

¿Ustedes pueden imaginarse un cielo sin ella? ¿Acaso se creen


subsistentes por sí mismos?, ¡ustedes que se arrogan la hermosura, no
la han conocido! Yo no quiero su cielo, yo desdeño sus celestiales
entradas, por muy amplias y doradas que sean, porque sé y conozco que
algo, ¡alguien!, les falta. Yo no quiero cielo si no está ella, y no sería cielo
si no estuviera yo. Yo soy sustento celeste, pues amor como el mío no
hay, ¿y qué cielo es cielo sin amor?, además, ¿si no está ella en ese cielo,
a quién amara?, ¿y si no tengo a quién amar, para qué estaría allí con
ustedes? No quiere estar mi amor en su cielo, amor que los haría cielo, si
no está ella, objeto puro de mi ardoroso amor. ¿Soberbio? Es que me han
[203]
dejado entrar y no contemplé hermosura en ningún lado. Ella no ha visto
sus luces, ni pisado sus céspedes, ¿y así se atreven a llamarse cielo?,
¿están locos? ¡Yo me largo de sus cielos y tristes desventuras! Yo no
quiero su felicidad plástica y ficticia. ¡Cómo pueden ser tan cínicos e
ilusos! No han conocido belleza y se atreven a atribuírsela a ustedes
mismos. ¡Canallas, infaustos, degenerados!, conózcanla a ella, y luego
récenle, pues ¿qué más harían con sus impíos conceptos y sacrílegos
labios? ¡Purifiquen sus conceptos!, ¡lávense con aguas mansas los labios!,
luego cántenle y venérenla, no sea que pierdan su belleza, mi amor como
su cielo y su deidad como diosa, sustancia de la belleza misma, que ni
Afrodita ni ninguna otra podría si quiera emparentar. ¡Asco!, me
repugnan las falsas diosas que envidian y persiguen a mi amor.

Ella no vendrá nunca a este cielo, porque este cielo no la merece.


¡Oh, griegos, qué pocas ambiciones tuvieron al cantarles! ¿Campos
Elíseos?, ¿de dónde provienen sus ideas? ¡Ni siquiera el Olimpo es Olimpo
sin ella que todo lo embellece! No hay cielo sin su cielo, no hay infierno
sin su infierno, ¿acaso no han entendido que es ella razón de todo cuanto
por bello se percibe? ¡Sí, sí, sí, no solo de lo bello!, el infierno y sus
horrores, ¡oh, perverso averno!, también es más infierno cuando son sus
fuegos, provenientes de su luz exacerbada, lo que despide su esencia
adolorida, enojada, ¡cólera divina, energúmeno invertido! En ella el
infierno es anhelado, aunque su cielo sea preferible. Nadie quisiera su
cielo, ¡oh, Campos ingenuos!, si conocieran el infierno de la ira de mi
amor. ¡Cuánto más desearían su cielo, si acaso no lo conocieran? ¡Baje
Zeus por ella como le plugo bajar por la belleza del mundo antiguo, y verá
como le mato y no le dejo resucitar jamás!, le tiraré en el inframundo, ¡sí,
a todo un dios!, y no le dejaré salir de sus aguas, pues nadie me quita la
belleza, el amor que encontré y se me ha dado.

Aún estaba en aquellos Campos cuando se movió la tierra informe,


pues en el cielo nada es como aquí en la realidad aparente, sino que todo
es inconmutable. No fue un movimiento tranquilo, como quien arrulla a
un niño, sino impetuoso, vehemente y hostil. Se me desprendieron los
pies de la tierra celeste y quedé suspendido en sus aires. Oía gritos de
indignación, pero no los comprendía, ¡solo había dicho la verdad! Tanto
ardía su cólera contra mí, que el mismo cielo me escupió a la tierra,
¡terrígeno malvado al que he sido condenado, nacer de la arcilla roja de
la tierra es maldición divina!, y caí, como en las fauces abiertas de los
mismos infiernos, en el voraz y cavernoso abismo del olvido. El cielo me
había escupido, ¡me expulsaron por decirles la verdad! ¿Cómo callar tu
hermosura? ¿Cómo negar tu excepcionalidad? ¡Oh, tú, mujer de
naturaleza indefectible y perfecta, oh, tú absolutismo del absoluto,
misma esencia de la esencia!, ¿cómo te niego, cómo te omito? Si se han
ofendido los cielos, les pido perdón, pero no me exijan que me retracte,
porque no encuentro de qué falsedad retractarme. Yo he hablado con
verdad, pues la verdad es ella, como también es la belleza y el sumo bien,
y con bien he hablado, verdadera y bellamente.

[204]
¡Escúpanme, vamos!, ¡escúpanme, canallas! Si me expulsan de su
cielo, yo tengo un cielo más precioso y perfecto: ella. ¿Cómo no ha de
recibirme a mí, quien la ama como nadie? ¡Ni siquiera los mismos avernos
podrían detener mi huida a sus brazos, mi escondite perfecto, baluarte y
alcázar divino! ¿Quién me detendrá? ¡Díganme confiados, y al mismo
tiempo afrentados, quién me detendrá! Subversivos, hostiles, rebeldes
todos, ¿quién puede detenerme? Con un solo beso que dé a su boca, me
bastará para ganar cualquier batalla, ¡cuánto más si bebo toda su
ambrosía! Ella, quien me alimenta con el néctar de su miel, cual abrevan
las abejas en las mañanas de rocío, ella me auspiciará cada batalla, cada
guerra y no me dejará morir, ¡si es que ella misma es la vida y la luz!

Silencio mordaz, luego, celeste: ella estaba esperándome para


perdonar mis pecados como ningún otro cielo antes lo había hecho.
¡Malditos griegos que me engañaron con sus fábulas! La miel se degusta
de apoco, sino, extenúa, hastía, y ella me sumergió en su miel y supo
dármela poco a poco. Besaba sus senos dulcemente y de ellos sacaba mi
provecho y alegría. ¡Pero qué senos, qué cuerpo, qué amor! Yo no hallo
más alegría ni provecho, sino estar sumergido en su miel, en el candor
de su precioso sexo abierto para mí, en el abismo infranqueable de su
amor perenne. Me emborraché de ella, me emborraché en su perfección.
Incluso Dionisio quería beber el vino de su boca, pero yo lo ahogué en su
pútrido producto, pues no era digno ni siquiera de ver con sus lánguidos
ojos la luz que era mi vida. Báquicos letargos se extendían por la
habitación, y yo apenas estaba disfrutando de su cuerpo como las aves
de los aires, los animales de los campos y los hombres de lo que creen es
bello, ¡ignorantes, no conocen mi luz, y ojalá no la conozcan!

Me emborraché de ti, Luz de mi Vida, cielo de mi cielo, amor de mi


amor. De la profundidad de tus encantos no me pudo sacar ni siquiera
Orfeo, el dios de la música, dios que tanto adulo y trato de complacer con
mi arte. La música de mis palabras, esas que te escribo, a veces te canto
y otras declamo, no fue suficiente para convencerlo de no tratar de
conquistarte. ¡Yo amé a ese dios, y ahora percibía entre nosotros
hostilidades! ¿Por qué se ensaña contra mí el cielo, si ya los dejé en paz
y me fui a vivir al tuyo? ¡Que te quieren, te quieren en el suyo porque se
han dado cuenta de su indignidad! Orfeo, que después de todo ni siquiera
es realmente un dios, apenas si es un híbrido entre dios y musa, trató de
tocar su lira para ti. ¿Qué escuchabas? ¿Querías irte tras de él? ¡No
puede una mujer tan singular irse tras un híbrido poluto! Yo te canté ya
mis palabras, yo te hechicé ya con mis letras, no puedes irte de mí ahora,
eres presa de mi amor. No trates de escapar, no dejaré que mi ser se
extinga de tus pensamientos. ¿A dónde irías escondiéndote de mí, si yo
estoy ya dentro de ti?

Me sumerjo, siendo tan minúsculo, en el mar inmenso, celeste y


tierno de su ser. En lo más profundo de ti estoy yo. Soy grande solo
cuando en ti estoy inmerso. Yo no tengo más forma que tú. Si tuve la
valentía de retar al cielo, gritar a los Campos Elíseos sus verdades y
proferir vituperios a Zeus mismo, es porque tú me has dado el coraje y la
[205]
valentía. Es más, lo volveré a hacer. Sí, yo no tengo miedo, tú me has
dado ya la fortaleza. En ti soy fuerte, en ti soy lo que eres tú. ¿Puede un
hombre amar tanto como yo? ¿Puedes tú, no creo, amarme como yo te
amo? Utópico y fantasioso sería que me amaras como yo te amo. Me
pregunto algunas veces, ¿si ella es la sustancia de la hermosura, seré yo
la sustancia del amor? Porque nadie como ella es hermosa, y nadie más
ama como yo. ¡Oh, razón, condéname a todo menos a ignorarla!

¡Callen, no quiero escucharlos! Que venga Zeus en persona, sin


esconderse en animales y engaños, y trate de arrebatar mi cielo, yo con
mi sola gracia, locura y amor lograré sumergirlo en las ignominiosas
aguas verdes del averno. Y entonces, sentí la lengua dulce, cada uno de
sus poros se iba impregnando totalmente de dulzura; dulzura que se
distribuía por el resto de mi boca. Mi respiración ya no existía, pero
tampoco la necesitaba. Solamente necesitaba declamar poesía como más
pudiera, así que me empeñé lo más que pude y canté:

He visto la belleza en la montaña,


en los surcos de cristal del cielo,
la vi también en lo alto y en el suelo,
en los ríos y la niebla en espesura.
Vi la belleza en el espacio etéreo,
en las estrellas alumbrado la negrura;
pero nada era esa belleza limitada,
si ya se conocía a Luz de Vida y su figura.
¿Puede el cielo contener bellezas,
si no ha conocido la más pura?
¡Sepan que pobreza y riqueza es similar,
si a Luz de Vida no conocen, ni conocerán.
No hay dios que tenga tal sustrato,
ni que pueda su hermosura conquistar,
yo, pobre mortal, arrogante y vanidoso,
apenas si la pude enamorar.
No tuve fuerzas para retenerla,
pues su misterio muy lejos de mí está,
pero supe como nadie bien quererla,
mi amor es puro en su universalidad.
¡Váyanse alejando, pobres todos,
si creen que la podrán besar!
Ella es de mis labios, de mi todo,
y para siempre conmigo estará.
No hay Zeus, Afrodita u Orfeo,
no hay rayo, belleza y canción,

[206]
ella es digna de algo más excelso
que el deseo incasto del infausto amor.
Ella necesita lo fuerte,
lo vigoroso y robusto,
ella necesita mi amor,
como yo necesito su orgullo.
Mírame, Luz de mi Vida,
y entiende lo que digo y susurro:
si te fueras a cielos indignos,
no dudarías volver a mi tierra;
si te fueras a cielos indignos,
perderías todo, ¡te lo aseguro!
No soportó Zeus la cólera y descendió de su falso cielo. Engreído
por ser el dios de los dioses y conquistador de toda la belleza, quiso
desposeerme, pero no me quitó la vida primero, pues quería que viera
cómo copulaba con lo que yo más amaba. ¿Podría ser factible su deseo?
¿Podría Luz de Vida herir mi amor por corresponder la majestad de Zeus?
¿Tan poco valdría mi amor?
Desprendió rayos del cielo, produjo tormentas nunca antes vista y
me amenazó. Yo permanecí inmóvil, quieto y calmado, pues dentro de mí
había Luz de Vida y mi amor. No temí, tenía ya la valentía dentro,
vigorizada con su mirada que desde dentro me miraba. ¿Qué temería? ¿A
ése dios? ¡Que se atreva, que se atreva! Gritó: “¡sé humilde y entrégamela!
Filósofo engreído, artista vanidoso, dame tu amor, que del cielo se te dio
y quiero de vuelta.” Yo le respondí: “¿qué cielo, qué amor, si quieres que
te dé aquello que no me has dado, pues ella es por sí sola lo que no es
contigo?” Además, ¿que sea humilde? Sócrates, a quien le atribuyen la
más hermosa prédica sobre la humildad (“solo sé que nada sé”) no pudo
serlo, ¿ahora lo seré yo? ¡Estaba loco y bien lo sabe el universo! Su ironía
podía haberse emparentado con la misma irónica manía que tiene la vida
en su sarcástica esencia. ¡Cómo seré de humilde que me burlé del cielo!
Se transmutó en las criaturas más hermosas, pero no pudo
seducirla. Asumió todas las formas posibles de belleza, pero no contaba
con que se enfrentaba a La Belleza. La semejanza es semejante a lo
asemejado, pero no lo asemejado a la semejanza. No podía dios alguno
conquistarte con la belleza que es apenas débil sombra de lo que eres tú,
tu esencia, y su substancia. ¡Pobre dios tratando vanamente! Para dar
con la belleza perfecta tendría que haberse hecho uno con la belleza
misma y no sabía dónde estaba, y, además, yo ya me había hecho uno
con la belleza, contigo. Se hizo hechura de hombre, arte precioso, y no
logró siquiera arrancarte una mirada de contemplación. ¡Cómo podría la
belleza contemplarse a sí misma! ¿Con qué objeto, si ella es todo sujeto
absoluto? ¡Necio dios, debieras y rendirte venir a por mí! Blandió sus

[207]
rayos como espada, los arrojó a mi ser valiente, y yo, con la fuerza de mis
rayos, que eran rayos de luz, una luz no igual a la del cielo, sino la luz de
mi cielo, detuve el golpe mortal de dios tan poderoso. De la vida que no
es mi vida he sacado la fuerza para derrotar a dios tan poderoso. Con la
luz aniquiladora de su belleza, una belleza demoníaca, una belleza
sustantiva y absoluta, lo he matado y ahora compartimos un pecado, Luz
de mi Vida.

[208]
CAPÍTULO XVI
ORATIO CORDIS
(La oración del corazón)

“Pero yo invoco a Dios,


y el Señor me salva:
por la tarde, en la mañana,
al mediodía, me quejo gimiendo.”
Salmo 54

Secreto de mañana… (LUZ)


Dios mío, ¿tengo contigo secretos? Tú que, sabes más de lo que yo
sé de mí mismo y comprendes, además, lo que yo no comprenderé nunca,
¡escúchame! ¿Tendré algún secreto para ti? Al contrario, Señor, tengo
todos mis secretos ocultos en ti. Mi oración, Señor, es el secreto más
dulce que tengo. Cerrar mis ojos y escucharte en la profundidad de mi
oído, el corazón del alma, y luego hablarte con dulzura y sentir, al mismo
tiempo, las suaves caricias de tu aliento, son mi secreto y mi haber diario.
En la mañana yo despierto, Señor, y pienso en ti. Pero, ¿por qué pienso
también en ella? Es el único concepto que viene a mí al mismo tiempo
que el tuyo.
Sabes que me levanto siempre feliz, envuelto en pereza, pero feliz.
Abro mis ojos y, antes de eso, ya traían otra luz muy distinta a la que el
mundo me otorga y acostumbra. ¿Por qué no era tu luz? ¿Por qué tenía
que ser la luz de esa mi amada y errática mujer? Porque sí, tanto ella
como yo nos equivocamos al querernos, ¿o no? No, Señor… nos
equivocamos al no saber querernos. Así, tu luz es lo que quiero. Pero, ¿y
la luz de ella, mi Dios? “Tu luz, Señor, nos hace ver la luz” (Salmo 35), de
manera que cualquier género de luz que conozca, será porque tú me la
revelas. ¿Entonces, su luz es parte de tu luz? ¿De qué otra manera su luz
sería para mí tan valiosa e imprescindible? Al final, Señor, tu luz es la luz
que me ha permitido servirme tan bellamente de la luz de mi amor. No
permitas, Jesús mío, tú que eres la luz, que ella, mi luz, desaparezca de
mi vida, ¿cómo seguiría teniendo luz en mi vida, si perdiera a la luz de mi
vida?
Gracias porque, aunque aún esté oscuro, estoy seguro que tu luz
bañará el día. Escucho las aves que cantan dulce y tiernamente. No
puedo imaginar el frío que rechazan sus plumas. Tanto así eres bueno
que les alimentas y sostienes. Ni siquiera los pájaros que se desploman
abatidos en el suelo caen sin tu permiso. Y el rocío, ese que
misteriosamente resulta en el vidrio de mi ventana, en la piel de las hojas
y el dorso excitado del césped prendido, es bella imagen de su presencia

[209]
fresca y misteriosa en mí; gracias, Señor, por el rocío que cobija la
extensión terrestre, gracias, Señor, por el rocío de la luz de mi vida, su
rocío misterioso y perpetuo.
Ahora, despierto y preparado, envuelto en el trino de los pájaros
cercanos y bajo el cielo anhelante de su Sol encima, camino paso a paso,
lento y pensativo. ¿Para qué he vuelto a despertar? Si solo pienso en ella,
¿qué me depara, pues, el día? ¡No tuve suficiente con los sueños de la
noche! De noche estuvo en el cuarto de mi mente, inmaterial, líquida,
persuasiva y enternecedora, como siempre. Se me recostaba en el pecho
y me decía te quiero. Yo le besaba, Señor, sus labios poderosos con mis
labios encantados. Y ese beso, Jesús mío, ese beso me sabía a gloria. ¿No
tendría que estar esperando tu gloria venidera? ¡Sí, sí! Pero mientras tu
gloria se hacía esperar, ahí estaba la gloria que ella me daba presurosa,
más delicada que cualquiera, al instante, pero ligera. Un beso suyo es
calma, paz, sosiego, vale la pena su espera.
Perdóname por endiosarla tanto, Señor mío. Tú sabes más que
nadie mis culpas y pecados. No obstante, Señor, me animas, porque sé
que, por encima de mi miseria, me amas como nadie. Dame el amarte
como tú me amas y dale a ella, Señor, el amarte como tú la amas. Tú
mismo me lo has dicho: “dado que eres precioso a mis ojos, eres estimado,
y yo te amo.” (Isaías 43, 4) ¿Cómo rechazaría yo tu amor? Yo he sentido
rechazado mi amor por otras criaturas, ella incluida. Si a mí, que amo
tan bajamente me ha dolido en el alma el rechazo y el desdén, ¿cómo no
a ti que amas con tal excelsitud y sin condición? ¡Señor, perdón por
defraudar tu amor! No solo yo lo he hecho, sino también gran parte del
mundo. Sé que te debes de sentir terrible por nuestro proceder. Ten
paciencia, Señor. Danos la paciencia, Señor. Así como madruga el
hombre, así como madruga el Sol: nacidos de nuevo bajo una nueva luz,
haz también nacer en nosotros un corazón nuevo, más bondadoso y
dispuesto a amarte por encima de todo. Y dámelo a mí con urgencia,
porque sabes que amo más a una criatura que a ti: a mi luz. Enciende en
mí el fuego que arda sin descanso por ti. Que ame mucho más tu amor
que cualquier otro amor. No permitas, Señor, que mi vida se pierda en
los amores que no me llevan a contemplarte a ti. Dame, danos, a ella y a
mí, un corazón amante: que te ame a ti y, después, que con ese mismo
amor nos amemos en verdad ella y yo.
Nos escogiste tú. Por tu profeta lo dijiste: “antes de formarte en el
vientre, te escogí; antes de que salieras del seno materno, te consagré”
(Jeremías 1,5) Por lo tanto, antes de que conociera la luz, ya estaba tu
luz en mí, ya estaba la luz de tus ojos puesta en mi existencia, ¿cómo no
ahora que madrugo estarás conmigo? Si ya me habías pensado en la
eternidad, mi nombre, mi destino, lo que querías de mí, ¿cómo me
abandonarás ahora? No puede tu luz dejar de iluminarme, no dejes,

[210]
Jesús mío, que mi luz deje de iluminar a otros y, perdóname por pedírtelo,
no dejes que su luz deje de iluminar mi vida, pues la amo.
Si no he sido, Señor, lo que has querido, ayúdame a serlo. Pienso
que tú, en tu amable sabiduría, ya conocías lo que sería de nosotros.
Sabías que se encontrarían nuestras vidas la una con la otra y que
impactaríamos colosalmente. ¿Por qué no me advertiste que ella sería
para mí el amor de mi vida antes de escogerte a ti por parte y don? Sabes,
Señor, que mil veces la hubiese escogido a ella primero antes que a nada.
El follaje que resalta las rosas de mañana me recuerda su
presencia; es más, me la trae y actualiza. Ver los rosales afuera de mi
ventana, adornando la imagen de tu madre, me hace, inmediatamente,
evocarla con voz impetuosa. Su imagen en mi mente permanece siempre,
Jesús mío, permanece y no se va. Desde lo más pequeño que hay en el
mundo, hasta en lo más grande que eres tú, Señor, ella está presente en
todo sin que pueda apartarla de mi mente. Ya que es de mañana, Señor,
quédate conmigo desde ya hasta oscurecer el día, porque, aunque las
criaturas me abandonen, como suelen hacerlo mientras el día progresa,
“eres tú, mi compañero, mi amigo fiel y confidente, a quien me unía una
dulce intimidad.” (Salmo 54) Lejos de mí, ¡Oh, Misericordia infinita!,
traicionarte. Por el contrario, enséñame a quererla sin ofenderte a ti. Si
tu intimidad es para mí valiosa experiencia, no me retires, Padre de amor,
el sentirte muy dentro de mí, como mi amigo, mi padre y mi hermano.
Tú, que sabes todo de mí Señor, mira el fondo de mi alma y compadécete.
Cuando el salmista en el (salmo 138, 1-24) oró, dijo perfectamente lo que
necesito que ella escuche y que tú sientas como si fueran mis labios los
que pronunciaron en tan pretéritos tiempos el deseo de mi pecho:
Señor, tú me sondeas y me conoces; me conoces cuando me siento o me
levanto, de lejos penetras mis pensamientos; distingues mi camino y mi
descanso, todas mis sendas te son familiares.
No ha llegado la palabra a mi lengua, y ya, Señor, te la sabes toda. Me
estrechas detrás y delante, me cubres con tu palma. Tanto saber me
sobrepasa, es sublime, y no lo abarco.
¿Adónde iré lejos de tu aliento, adónde escaparé de tu mirada? Si escalo
el cielo, allí estás tú; si me acuesto en el abismo, allí te encuentro; si vuelo
hasta el margen de la aurora, si emigro hasta el confín del mar, allí me
alcanzará tu izquierda, me agarrará tu derecha.
Si digo: “que al menos la tiniebla me encubra, que la luz se haga noche
en torno a mí”, ni la tiniebla es oscura para ti, la noche es clara como el
día.
Tú has creado mis entrañas, me has tejido en el seno materno. Te doy
gracias, porque me has escogido portentosamente, porque son

[211]
admirables tus obras; conocías hasta el fondo de mi alma, no
desconocías mis huesos.
Cuando, en lo oculto, me iba formando, y entretejiendo en lo profundo de
la tierra, tus ojos veían mis acciones, se escribían todas en tu libro;
calculados estaban mis días antes que llegase el primero.
¡Qué incomparables encuentro tus designios, Dios mío, qué inmenso es su
conjunto! Si me pongo a contarlos, son más que arena; si los doy por
terminados, aún me quedas tú.
(…)
Señor, sondéame y conoce mi corazón, ponme a prueba y conoce mis
sentimientos, mira si mi camino se desvía, guíame por el camino eterno.
Y así, Señor, como es, ¿cómo tendré contigo secretos? No puedo
tener más secretos que el de hablar juntos sin que nadie sepa de qué
hablamos. Pues bien, ahora ella sabe lo que hablo contigo y la manera
como te llamo. Nadie, Señor, había llegado a saber mi intimidad contigo,
¿por qué necesito con urgencia que ella la conozca? ¿Por qué es tan
insistente el impulso en mí que dicta que ella sepa todo de mí? Dulce
secreto es que en mí participa una sola luz en diferentes géneros de
existencia: tu luz, preciosa como ninguna, y su luz, proveniente de tu luz
y residente de mi alma.
No sé, Señor, vivir sin ella. Ahora que aprendí a quererla, no
conozco la manera de dejarla. Desde que su presencia ha iluminado mi
existencia, no he conocido otra manera de ver el mundo, sino a través de
su misterio. No dejes, Señor, que se aparte de mí. Pero tampoco dejes,
Señor, que, por adherirme a ella, me aparte yo de ti. Enséñanos a vivir
juntos para ti; enséñanos a quererte a través de nuestro mutuo amor. Tú
que eres la luz y el amor, entiendes la intensidad de su luz en mi vida, la
intensidad de mi amor en su amor. Tú, Señor, que eres todo cuanto
sostiene al mundo, sabes que el peso de este mundo es insoportable, y
que solo me parece llevadero cuando me encuentro abrigado por su
cariño y su amor. No puedo, Jesús mío, concebir mi vida sin su presencia,
como tampoco puedo pretender vivir sin la tuya, ¡ayúdanos, Señor! Que
te quiera más que a nada, pero que no por ello deje de quererla a ella. Si
ella es mi aire, no me prives de ella; si mi luz, tampoco; si mi todo, no la
apartes, que me muero.
Secretos de mediodía… (BELLEZA)
Al mediodía, cuando la luz del Sol está en cenit, presiento en el
aliento universal el cansancio que se hace más intenso conforme las
horas pasan. El letargo de las horas, que adormece los ojos de los
vivientes, también se hace presente en mi jornada como en cualquiera
que ha trabajo. Si el trabajo es el esfuerzo de los días, ¿puede tomarse

[212]
por esfuerzo el tratar de alejarme de ella? ¿O es también esfuerzo el tratar
de mantenerla a mi lado? Porque en cualquiera de estas dos empresas he
fallado, Padre mío. Fallé en alejarla, fallé en conservarla. Tú, Jesús, que
remedias las fatigas del día, ¿puedes con tu cariño acariciar mi corazón
cansado? ¡Señor, toca con tu ternura mi corazón cansado!
Y así, de nuevo hundiéndome en nuestros secretos, quiero
confesarte, como ya tú sabes, Señor, el gran mal que he cometido.
Conoces mi corazón, Señor, y el ardiente deseo de impregnarme de tu
Palabra. Pero cuando me acerco a la Escritura con la mayor disposición,
pidiendo tu luz para entender qué dices, se acerca ella a mí, a través de
tu Palabra, alumbrándome con su luz maravillosa. ¿Señor, puedes
soportar que ella se inmiscuya en mis meditaciones? Sabiendo que tienes
que ser tú quien esté presente en todo momento, en cada una de las
letras sagradas que contemplo, ella es quien se aparece, de improviso,
por mis pensamientos y meditaciones.
Algunas veces le he compartido esas citas que en tu Palabra he
encontrado y que me han remitido a ella. Y sé, Elohim, que he reducido
lo sacro a lo fútil, pero sentía la profunda necesidad de hacerle saber que
en mí ella estaba siempre. Sé, mi Perdón, que ella no estará para siempre
conmigo, y que, en cambio, tú eres eterno, Dios del tiempo que estás
fuera del tiempo, y que estarás siempre con tu amor amante, amándome.
Pero, ¿por qué es tan fuerte el deseo de amarla en todo como puedo?
Porque me hice el Amado, tomando tu lugar, y la hice a ella mi
amada, dándole el lugar del alma universal. ¡Pero es que en mi mente
todo transcurre tan distinto a como transcurre todo en realidad! Mi
espíritu se aventura a todo con ella y no le importan las consecuencias,
que hasta ahora no han existido, por fortuna, o por tu paciencia, Dios
mío y mi Paciencia. Le dije “¡qué bella eres, amor mío! ¡Qué bella eres!”
(Cantares 4, 1) Le he insistido en la misma idea de ilimitadas formas.
¡Pero es que ilimitada es su belleza, como ilimitado es mi amor! Me falta
papel para escribírselo, me falta tinta, me falta vida. Me falta tiempo para
expresárselo y el espacio que necesito se me es privado, para compartirlo
con ella. Me falta tenerla más en frente para decirle lo hermosa que es, lo
esclavo que me tiene.
Así continué mis reflexiones, y volví a encontrar en tan bellos textos
mis sentimientos por ella: (Versículo 3) “tus labios, cinta escarlata, y tu
hablar todo un encanto”, fueron las palabras que escuchaba como mías
para ella. Tú la hiciste, Señor, tú sabes que así es. Sabes que sus labios
son como rocío primaveral, que sus besos son tan tiernos como la brisa,
pero tan encendidos como el calor del verano consumiendo mi invierno.
Oscila entre la calma y la pasión, como si fuera de su naturaleza el ir de
extremo a extremo, perdiéndose entre deseo y deseo.

[213]
Al mediodía, cuando la luz ya está muy alta, me has increpado,
Señor, con tu Palabra. Me gritabas desde tus sagradas letras que te diera
el espacio que tenías por origen de todo cuanto es, ya que yo te estaba
relegando a ti y la estaba haciendo a ella centro y culmen de mi vida. Sí,
Señor, reconozco mis errores y lo hermosamente equivocado que estaba.
Ella, mientras meditabundo me encontraba, me sorprendía en cada
Palabra que de ti escuchaba; la fuerza de su presencia es la ofuscación
de mi espíritu. Su poderosa imagen, ídolo de mi vida, se había encargado
de destruir toda piedad en mí, y se había hecho deidad en mi pecho y en
mi alma. Ahora, era yo devoto y piadoso de su vida, alejándome de ti,
amor verdadero. ¿Podrás perdonar que te haya abandonado a ti, mi
creador, por ella, tu creatura?
Por tanta bondad como le has dado, dador de todo cuanto se posee,
es que he reconocido en ella su inigualable belleza y perfecta bondad;
supe decirle, como el Amado en este superlativo canto, (versículo 7),
“¡toda hermosa eres, amor mío, no hay defecto en ti!” Entiendes para mí,
Jesús, qué es el defecto y sabes tú perfectamente a qué me refiero cuando
no percibo en ella defecto alguno. Tú que conoces el corazón humano
hasta lo más profundo e incognoscible, sabes a qué me refiero con la
perfección de su belleza y el depósito de tu gracia en su vida. Porque, así
como se me fue dada contemplar su belleza, que, estoy seguro, tú me la
has dado a contemplar, también pude agradecer, unido a la voz del
mismo Amante y Amado, (versículo 10) “¡qué hermosos son tus amores,
hermana y novia mía! ¡Qué sabrosos tus amores! ¡Son mejores que el
vino! ¡La fragancia de tus perfumes supera a todos los aromas! Tus labios
destilan miel virgen, novia mía. Debajo de tu lengua escondes miel y
leche; la fragancia de tus vestidos parece fragancia del Líbano.” Sabes el
profundo dolor que sentí al leer tan bellos textos y no poder decírselos
con la propiedad real que quisiera hacerlo. Sabes que no es la novia de
mi alma, por más que quiera hacerla mía; sabes que no es realmente mía.
Tú me has dado tu vida, tú me has dado un don más grande que
cualquiera. Tú, Señor, te me has revelado como el Amor de mis Amores,
un amor más perfecto que cualquiera. Y, sin embargo, ella supo
seducirme; no le fue tan difícil, le bastó con ser ella misma. Pero en ti,
Dios de mi confianza, tendré que aprender a confiar, a escogerte todos y
cada uno de mis días, y a permanecer fiel a tu llamado.
Si fui sorprendido por su belleza y la infinidad de sus encantos, fue
para que entendiera que es de ti de quien dimana toda belleza y todo
encanto. Si ella con su hermosura dobló mi voluntad, es para que
entienda que tu voluntad y tu hermosura son, en verdad, mi más
profundo deseo. No puedo perderme en las criaturas sin perderme de ti,
mas sí puedo perderme en ti y encontrarte en las criaturas. Por lo tanto,
quiero perderme en ti para encontrarla a ella, no perderme en ella para
perderte a ti. ¿Pero podrá ser así con ella? ¿Reconocer su belleza y

[214]
enamorarme de ella fue, de alguna manera, reconocer tu belleza y
enamorarme de ti? Porque, tú lo sabes, para mi vergüenza, que la hice
diosa y destino de mi alma, la antepuse a mí y la antepuse a ti. ¡Oh,
Señor! ¡Si cuando me he visto rechazado por su amor he sufrido tanto,
cuánto más habrás sufrido tú por rechazar tu amor tan perfectamente
ofrecido! Perdóname, hermano y amigo mío, por hacer de tu amor una
opción segunda, cuando tu amor mismo estuvo antes que todos los
tiempos pensándome, esperándome y amándome. No he obrado con
justicia, ni con ella, ni contigo.
¡Ah, pero tú, Jesús mío! ¡Tú eres perfecto amante y perfecto amor!
Si ella no supo apreciar mi amor, tú te mueres por el mío. Y no es solo
una figura bonita que te he escrito, pues realmente te has muerto por mí,
y más perfectamente aún, has resucitado por mí. Tú fuiste quien escribió
hermosamente en la biografía de la creación que tu amor es amor sufrido
que muere por todos. No tendría cómo agradecer tu bondad, tus detalles,
tus llamadas, tus conversaciones y tus buenos gestos hacia mí. Diré,
como el profeta (Jeremías 20, 7) “me sedujiste, Señor, y yo me dejé
seducir.” Cuando pensaba que la luz de su presencia me impregnaba, tu
misericordia no se apartaba de mí; cuando creía que su vida era para mí
el único fin, tu proyecto no se destruía, al contrario, me buscaba cada
vez más y más; cuando antepuse su amor a tu amor, no te despechaste
por mí, antes, floreció más bello y adornó mi vida con sus flores, rojas de
sangre y bellas de amores.
¿Señor, cómo responderé perfectamente a tu amor y tu llamada?
Si yo ya me he perdido tanto en ella, ¿cómo podré ahora amarla
enteramente y amarte enteramente? Porque sabes que, aunque ella no
me quiera, la querré siempre, y como amo sin medida, quiero me des,
Jesús, la respuesta que necesito a mis preguntas: ¿cómo la amaré de
ahora en adelante? ¿Cómo quieres que la ame? Porque muy bien sabes,
Señor, que tú la amas con mayor locura que yo. Como la amas, también
quieres que esté bien. Como la amo, también quiero que esté bien. Tú,
Señor, que eres toda bondad y sumo bien, refúgiate en su pecho, ya que
yo no pude refugiarme perfectamente en su pecho y corazón, quédate en
su vida y dale bien, ya que yo no pude ser para ella más que pena y
fastidio.
Y así, como voy descubriendo tu belleza y tu amor, no puedo decir
con palabras más perfectas que las del (salmo 44):
“Me brota del corazón un poema bello,
recito mis versos a un rey;
mi lengua es ágil pluma de escribano.
Eres el más bello de los hombres,
en tus labios se derrama la gracia,
el Señor te bendice eternamente.”

[215]
Si tu belleza excede toda belleza humana, no puedo, no debo y no
quiero anteponer ninguna otra belleza a la tuya. Por más fuerte que su
belleza sea, por más perfecta y titánica, no me privaré de contemplar a ti,
suma belleza, por perderme en la suya. Y más, cuando ni siquiera a ella
le importa si la contemplo perfectamente o no. No puedo dejarme perder
tan insensatamente en donde no soy predilecto. No sufriré, pues, por
perderme de su belleza, de su amor, cuando tú, ¡oh, Dios bello y
amoroso!, te me das enteramente cada día, todo el día. Ayúdame a
entregarme a ti como me entregué a ella. Ayúdame a amarte a ti más de
lo que la amé a ella, porque, para mi vergüenza, la amé más que a ti,
Señor de mi vida. Tú, que quieres que te ame, dame tu amor para que
pueda amarte, que yo, que quiero amarte, trataré de contemplarla desde
lejos, mientras me absorbes en tu oceánica belleza y me pierdo del efluvio
de la suya, de la belleza de la luz de mi vida, esa belleza que me rehúye y
rechaza, esa belleza que me es negada por buscarla tanto como nadie.
Secretos de tarde… (VIDA)
¡Oh, Dios de mi descanso!, cuando ya la tarde hace visible mi
cansancio, he de confesarte que también estoy cansado, no solo del peso
del trabajo y la jornada, sino de ocultarla, de tenerla y de amarla. Sabes
que me cuesta mucho todo esto, pero que me obstino por amor a aquello
que, quizás, no me ame como amo yo. “Suba mi oración como incienso
en tu presencia, el alzar de mis manos como ofrenda de la tarde.” (Salmo
140) Tú, más que cualquiera, sabes de suaves olores e inciensos
poderosos, ¿qué más incienso y suave olor que el sacrificio de perderla?
Pues si ella se aparta de mi vida, perdiéndola como no quiero, será
imposible sacrificio que solo realice con su ayuda. Recibe Señor mis
ofrendas, pues ella no recibió con beneplácito las ofrendas que di de mi
vida a su vida. Sé que no quisiera, pero ahora que con su ayuda puedo
ofrecerte mi primicia, cual oferente abatido, no me rechaces por
imperfecto, ámame por ser lo que soy. ¡Sí, sé que si por mí fuera ella no
estaría lejos de mi vida! Pero, Señor, ¿qué quieres que haga si se ha ido?
¿Quién no se cansaría de mí, de mis contradicciones y mi indecisión?
Pues no te canses tú, Señor, como estoy cansado ahora, y recibe mi
incienso y oración: el no tenerla en mi vida, su ausencia.
De cualquier forma, ¿qué te estaría dando yo realmente? Todo
cuanto tengo es porque tú me lo has dado, y si ahora me lo quitas, ¿por
qué me resistiría? En (Romanos 11, 33-35) me has enseñado: “¡qué
abismo de riqueza, de sabiduría y de ciencia hay en Dios! ¡Cuán
insondables son sus designios e inescrutables sus caminos! En efecto,
¿quién conoció el pensamiento del Señor?; ¿quién fue su consejero?;
¿quién le dio primero, que tenga derecho a ser retribuido? Porque todas
las cosas provienen de él, y son por él y para él. Tu pensamiento, Dios,
es inextricable, no puedo saber tus razones, aunque quisiera hacerlo. No
quiero, Señor, saber tus razones, me basta con saber que me amas. ¿Por

[216]
qué me es tan imposible estar con ella? ¿Por qué no me dejas su
presencia? Señor, apenas puedo si quiera especular, pero nunca tendré
certeza y claridad. Tu sabiduría supera cualquier inteligencia humana.
Ella sabe y tú más que nadie sabes de mi arrogancia en cuanto al saber.
Yo reconozco, ante ti y ante cualquiera, que no lo sé todo, pero no dejo
de ufanarme en mis sobresalientes pasos y caminos. Por esta razón, tomo
para mí esta Palabra (salmo 93): “enteraos los más necios del pueblo…
sabe el Señor que los pensamientos del hombre son insustanciales.”
Reconozco que los más hermosos tejidos que haya devanado en
elucubraciones para ella, no son nada, pues tú lo sabes todo y yo nada.
Ni siquiera la más hermosa sabiduría humana se asemeja a tu total saber
universal. Sin embargo, te confieso, Señor, que me he abismado en solo
pensar para ella, solo pensarla a ella y nada más. Todo cuanto
filosóficamente me he propuesto, ha sido con el noble objeto de
embellecerla y ennoblecerla cada vez más a ella, el amor de mi vida y de
mi alma.
A pesar de mi arrogancia, “señor, mi corazón no es ambicioso, ni
mis ojos altaneros; no pretendo grandezas que superan mi capacidad:
sino que acallo y modero mis deseos como un niño en brazos de su
madre” (salmo 130) No quiero que pienses que creo tener derecho sobre
ella, sobre mi amor y sobre tu sabiduría o cualquier género de
inteligencia, que sabes, todas estas cosas son importantes para mí, mas
no me pertenecen. Sé que ella es demasiado para mí y que no podría, si
quiera, darle cuanto necesita. ¡Me queda grande su amor! Ni mi ser entero
le bastaría para estar satisfecha y feliz. Así, ¿para qué seguiría
insistiéndole a su corazón que me abrigara? Si continuara insistiendo
más de lo que debo, me temo, Señor, es arrogancia. Por eso, “preserva a
tu siervo de la arrogancia, para que no me domine: así quedaré libre e
inocente del gran pecado. Que te agraden las palabras de mi boca, y
llegue a tu presencia el meditar de mi corazón…” (Salmo 18) Ya he
hablado bastante bonito respecto a ella, que es mi vanidad y mi pecado,
ahora hazme hablar más noble y bellamente para ti; quítame las
vanidades y dame tu humildad, esa que no tengo y necesito.
“Señor, con tus palabras dame inteligencia” (salmo 118), porque
necesito urgentemente la mesura en mi entendimiento. Si bien ya te
acepté mi incapacidad en la razón, quiero me regales los correctos
pensamientos para bien considerarla. Es que me supera en todo cuanto
me propongo, y quiero poder entenderla, al menos una vez, para así
encontrar certezas en donde no las tengo. Sabes que la amo, pero en ella
no hallo certezas, certezas que necesito. Sabes, Padre bueno, lo que
quiero y deseo, sabes que es noble lo que quiero y deseo con su amor;
además, el salmista dijo de ti (salmo 33) “él modeló cada corazón, y
comprende todas sus acciones”, sabiendo de mi imperfección. Así,
pensando en mi extravío agregó, además, “que tu misericordia, Señor,
venga sobre nosotros, como lo esperamos de ti.” No puedo subsistir si tú
[217]
no vas conmigo. Quédate a mi lado, aunque camine por malos senderos.
De cualquier manera, no podré resistir nada si no vas tú conmigo. No
podré resistir su amor, mucho menos su rechazo. Así pues, Señor de mi
alma, gobiérname para que sepa qué hacer en este caso.
Me parece que me hablas en estos términos en el Evangelio de
(Mateo 16,21-26): “tus pensamientos no son los de Dios” (versículo 23),
pues no te equivocas, no pienso como tú. Y luego, pienso en todas mis
pretensiones y deseos, mis razones y motivos, encontrándome con ella en
cada una de las cosas que analizo. ¡Señor, es que es mi vida! ¡Ella, la luz
de mis conceptos, la vida de mi alma, es mi vida entera! ¿Cómo la
conservo como tal si dices “porque el que quiera salvar su vida, la
perderá; y el que pierda su vida por mí, la encontrará”? (versículo 25) ¿Si
la abandono a ella, que es mi vida, la encontraré luego? Sabes que no
tengo fuerza para abandonarla, mas siendo ella mi vida, el precio de
perderla, sería morir a lo que soy. Luego, si continúo en mis reflexiones
a la luz de tu Palabra, me encuentro con nuevas cuestiones. ¿Qué es ella,
Señor? ¿Mundo o vida? Es que, ciertamente, es mi mundo y mi vida. Pero,
tranquilo, Señor, sé a qué te refieres. El problema es que en sí es claro,
pero a mí me es obtuso. “De qué le sirve al hombre ganar el mundo entero
si pierde su vida?” (versículo 26) ¿Cómo entiendo yo eso? Si ella es mi
mundo y mi vida, ¿cómo salvo una parte de su ser para ganar otra? ¡Pero
si es que yo la quiero toda, no por partes! Sé a lo que te refieres, Señor,
pero no es tan sencillo cuando me lo planteo dentro de mí.
Es que no se agotan tus Palabras, y más si se trata de ella en ellas.
Tu presencia se manifiesta a través de tu Palabra, y ella se me aparece,
repentina, en cada una de tus teofanías. En (Cantares 3, 4) le he dicho
yo: “encontré al amor de mi vida y no lo soltaré jamás.” Quisiera, Jesús
mío, que en mi ser estuvieran resuelto estos intrinques, pero todavía no
sé quién es el amor de mi vida que no voy a soltar. ¡Dame tú la luz!
Enséñame a quererla, Dios mío, es que sé que es el amor de mi vida, y sé
que tú eres el amor de mi vida. Al fin, ¿qué es lo que sé si vivo en la
ignorancia? Ambos, tú y ella son para mí infinitamente importantes. No
creo poder soltar a alguno. ¿Para qué más vida que tu sabiduría? Aunque
para mí era ella la luz de mis conceptos, no podré negar jamás que tú
eres la luz de todos los conceptos y, además, el concepto supremo mismo;
y más, no solo concepto, o El Concepto, sino que trasciendes y superas
todo concepto y razón humana. Tanta es tu sabiduría que con ella das
vida, y vida en abundancia. Así, me he ido encontrando contigo en el
camino de mi vida, y la he ido aprendiendo a querer a ella… tan solo
enséñame todo lo que tengo que saber, y así seré sabio para ti, para ella
y para mí. No, Padre de mis amores y mi amor, no hay secretos de la
noche, porque la noche solo es si ella no está en mi vida, y, si ella no está,
¿ya qué secretos habrá? ¿Señor, cómo habrían de haber secretos de
noche, si toda ella es luz?

[218]
CAPÍTULO XVII
IMÁGENES

En mí no hay más verdad que tú misma. Todo en mí es artificial,


falso, plástico y mentiroso, mientras que, si acaso alguna vez ha habido
un atisbo de verdad, ha sido porque tú estabas conmigo. ¿Quién soy?,
¿de dónde provengo?, ¿provengo de algún lado?, ¿la naturaleza en su
espontánea ironía me arrojó y dejó abandonado?, si así fue, ¿por qué no
me abandonó en tus brazos desde el principio?, no me habría importado
ser un huérfano, si fueran tus brazos mi cobijo y abrigo. ¿A qué le temería
de noche, si están tus blancas manos acariciándome el cabello? Recuerdo
cuando me acariciabas el pelo mientras soportaba mi cabeza
delicadamente sobre tus piernas. ¡Qué ternura!, ¡qué alivio! Yo no tenía
más paz sino en ti. ¿Dónde encontraría el mismo sosiego?, ¿dónde más
hay esperanza? ¡Ni siquiera en ti ya hay esperanza! ¡Devuélveme a Luz de
Vida!, que la quiero y me hace falta, extraño su pureza.
Mas ahora que me veo privado de su verdad, puedo ver en mí todas
mis mentiras. Antes, cuando estaba solo, pero ella era conmigo, no podía
verlas, pues mi pensamiento giraba en torno a su presencia, como los
planetas al Sol. Pero ahora que no está, mi pensamiento gira en torno a
su ausencia, develando mi miseria y paupérrimas esencias. ¿Qué soy
ahora más que un desposeído? Ahora, solo tengo tu ausencia, ahora solo
tengo tu recuerdo. Y si bien ya es mucho, es nada en comparación a
cuanto tenía.
Paulatinamente fui entendiendo mi nueva realidad. Yo que antes te
tenía, era un escritor, mas ahora que te fuiste, ¿qué soy?, ¡dime que soy!
Errante, meditabundo, nefelibato, triste y circunspecto oscilo entre árbol
y árbol, entre flor y flor. Robo del cielo una nube y luego la devuelvo, pues
no suaviza su presencia, como suavizaban tus caricias. Ni siquiera el
aroma de las flores es tan fresco como tus miradas altivas; ni los árboles
tan altos como me sentía cuando me besabas. Mi imagen, mi verdadera
imagen se fue desdibujando conforme se diluía el nosotros que habíamos
establecido. No me queda nada, nada me queda. Mi ser existencial se
redujo a meditar en tu ausencia, tu indiferencia y tu desdén. ¿Me herías
antes?, ¡no, por amor a Dios!, ¡me hieres ahora! Al contrario, antes era
yo, veraz e intrépido. Ahora, soy ilusión y miedo. Como el reflejo del agua
se distorsiona con un mal movimiento, la caída de una hoja o las pisadas
de un niño, así se fue mi imagen para siempre, congelada en el rincón
del olvido, cuando las hojas de tu árbol cayeron sobre mi estanque, y el
rumor de tus pisadas pasaba por encima de mí, corriendo, huyendo de
mí.
¿A dónde ibas?, ¿a dónde vas? Puedo escuchar el murmullo del
viento trayéndome noticias tuyas. Me dice que te vas, pero no a dónde,
ni con quién, ni por qué. Fonemas sordos vienen a mi encuentro, pero yo
estoy más sordo que ellos para escuchar razones del adiós. No escucho,
porque no escucho nada que sea falso. ¿Cómo puede ser tu voluntad
ajena a mi bien? Yo soy tu bien, ¿no te has enterado?, ¿por qué, pues,

[219]
huyes de mí? Tu voluntad no supo escoger, pues si hubiese sido
coherente con sus quereres, estarías aquí conmigo, amándome como
estoy amando tu silencio, tus ausencias y desdén.
Te fuiste, y me dejaste aquí, solo conmigo mismo. No me gusta estar
solo conmigo mismo. No me soporto, no me quiero. ¡Ahora puedo
entenderlo! Si yo no puedo estar conmigo mismo, no me soporto ni me
quiero, ¿cómo tú ibas a soportarme y quererme? ¡Gracias, luz de mi vida!
¡Gracias por abandonarme!, pues el precio de perderte a ti, fue
reencontrarme. Quizás luego de que me reconozca de nuevo, la vida me
dé la oportunidad de verte en las veras de tu vida y tocarte. ¿Te
imaginas?, tú ahí, quieta y pensativa, esperando que el viento te eleve
sobre los aires y te acomode tierna y dulcemente sobre las nubes con las
que haces figuras en tu mente, y llegue yo por detrás, callado como tú,
misterioso como tú, tierno como tú, y te abrace las caderas, pose mi
cabeza en tu cabeza, mi pecho en tu espalda y mi tronco en el resto de tu
piel… ¡feliz y calmado en tu ser! Ya no son menester las nubes, pues la
dulzura y la ternura son ahora por mí dádivas inusitadas. ¿De qué
valdrían los sueños, si estoy yo abrazándote?
¡Vuelve a Tierra joven escribiente! ¡Ya no eres escritor, no te
explayes en discursos! Pues si a ella no le importan, tan solo quiere
acabar rápido para dejar por luengos años este libro a merced del polvo
y las arañas, no valen tus noches largas escribiendo en vela. ¿Ahora qué
eres?, ¿ahora qué eres que no tienes un amor al que escribir? Escribes,
sí, ¿y qué?, ¿qué es escribir al aire que no te ama? Pero lo respiro, sin él,
muero. Sí, pero el aire no es por ti, el aire es por sí mismo, tal como ella
es por sí misma sin pensarte al menos mientras lee. ¡Recapacita de una
vez y entérate! El amor no abandona, como tú no abandonas lo que te
abandonó.
Esta misma tarde pensaba mucho en ti, meditabundo, trasegando
los cansados jardines del misterio. Me encontraba bajo el azul nostálgico
del cielo atardecido, cansado, pesado. Tal como la portada de este libro,
¡me parecía providencial tal imagen!, estaba el cielo abierto ante mis ojos.
¿Qué significaban aquellas nubes casi azules, casi blancas, casi rojas?
¿Y esos arreboles? Arreboles despistados que revisten el cielo, y que
proyectan mi alma sin permiso. ¿Y tu alma?, ¿dónde está ahora tu alma?,
¿acaso estará cubriendo de tan tristes colores mi cielo?, ¿es por eso que
se encuentran las nubes tan bellas y extrañas? ¡No te imaginas el cielo
que veo, como no te imaginas mi alma!
Desciende tu alma callada sobre mis pobres pensamientos y
comienzo a entender aquellas frases que antaño decía. Que te amaba,
que te quería, que todo era lo mismo, sordos eufemismos provenientes
del olvido y la indiferencia. ¿Eran eufemismos, o realmente no querías
decirme que me amabas? ¡Cómo trataba de justificar tus errores!, ¡cómo
traté de creerme a mí mismo lo que pensaba! Desciende tu alma callada
de tu cielo inverso, que proviene de la amplitud del universo y se acoge
silenciosa en mis humildes versos. ¿Estás cómoda, o me corro un poco a
la derecha?, es que estoy muy a la izquierda, y quizá por eso te es tan

[220]
fácil olvidarme. Sí, uno tiende a perderse de aquello que mal hace,
aunque nosotros le hagamos bien a aquel agente del mal. ¿O no? ¡Qué sé
yo!, tan solo trato de justificar tu distancia, como todo en tu vida. Olvido
con frecuencia, para serte franco, que el misterio es inexplicable. Baje tu
alma callada y descienda en mi oscura noche.
Lúgubre y melancólica noche avisaba y allí en el fondo oscuro de la
aurora nocturna me encontrabas sentado en la luna colgada, medio
hecha y traviesa. Me mirabas, sonreías y besabas… ¡despertaba! ¿Hola?,
¿quién hay detrás de mí que trae tales imágenes a mi imaginación? Solo
eran tus fantasmas, recuerdos cansados y avejentados por el peso de la
indiferencia. Te sentía, pero no eras tú. Te amaba, ¿pero qué rayos
amaba? Podía caer de aquella Luna y tú no hubieras hecho el menor
esfuerzo por evitarlo. De soslayo te hubieras ido más arriba, a las otras
estrellas, pues brillan más que mi débil y vago reflejo de tu luz. Lo sé, lo
sé, buscas quien brille como tú, y yo, naturalmente, solo usaba tu luz
para sentirme genuino, auténtico y verdadero. Podrías subir más allá de
las estrellas y mirarme, como de costumbre, con altivez y arrogancia. ¿Y
el cariño, dónde está el cariño tuyo que es mío?
Tal cual la noche tiñe al día de negro, estaba yo oscureciendo tu
vida. Asimismo, como la noche oscurecía mi existencia, sentía vacío,
agonía. ¿Aportaba yo lo mismo a tu vida? No ha de ser si no oscuridad lo
que era, y trataba de disimularla acogiéndome en tu luz. ¡Bella sombra
era yo con la caricia de tu luz! Pero lánguida e imperfecta me fui haciendo
sombra cada vez más pequeña, hasta extinguirme y darme cuenta lo que
era: nada. ¿Tú recuerdas lo que pienso yo de la mismidad y la otredad?
Pues te lo recuerdo por si no: la mismidad es igual al anonadamiento, y
la otredad es la complementariedad del ser. Ensimismarse, es decir,
hacerse uno mismo con uno mismo, es igual que anonadarse, porque
somos nada sin los otros. Por en cambio, buscar la otredad, es decir, ser
el otro del otro, pues somos el otro de los otros, es igual a ser bajo la
perspectiva del somos. Eso era lo que yo creía de ti y de mí: que éramos.
Y sí, fuimos, mas ya no somos.
De mañana, tarde o noche te recuerdo, pero más ahora de mañana.
Salía afuera en la terraza a airear tu nombre. Me asomaba en los balcones
y divisaba aves, todas bellas, mas no como tú. ¿Dónde habías estado,
entonces, si no en aquellas aves, en el claro cielo y en las tiernas flores?
Claridad de claridades, nubes blancas y tiernos pastales me decían: sí
estuvo, pero no este día. Sí está, pero no en mi día. Ya sabía yo que tu
belleza todo embellecía, no solo porque estuvieras o no conmigo, sino
porque ésa es tu esencia y tu más exacta naturaleza, ésa de ser la belleza
misma y embellecerlo todo, pero me confundía en mañanas como ésta.
Será por tu real naturaleza y mágica esencia que todavía te sentía en mí,
aunque ya no lo estuvieras. Sí, me engañaba siempre, pues todo en mí
es engaño. Pero, ¡basta, engaño, basta! Ahora, más que nunca, más que
en ninguna otra hora, me he desengañado. Soy sin ti, soy para siempre.
Soy soledad y soy imagen. Que sí, que, aunque quiera con impetuoso
deseo pertenecer de nuevo a tu boca y a tu cuerpo, me abstengo y cohíbo
de ti. ¿Por qué? No porque sufra teniéndote, sino porque presta te vas, y
[221]
eso no lo puedo soportar. Mi sufrimiento no estriba en tu presencia, sino
en tu ausencia. Paradoja es que vueles lejos de mí con pretextos de dolor
donde no lo hay, y, por tratar de evitar tragedia, sea fatal el drama de tu
inexistencia en mí, de mi desposeimiento en lo que a ti se refiere. ¡Me has
desposeído! Y no fue exactamente haberme quitado algunos bienes, sino
haberte ido tú. Dejaste mis demonios de rodillas, pero tu presencia
divina, que antes fue insuflo, retornó a su cielo sin culminar su teofanía
en mi vida.
Era el hombre de la ventana, el que divisaba los árboles amarillos
y rosados, quien pensativo se encontraba y no se encuentra más aquél.
¿En qué pensaba? ¡No vas a saber!, ¿en quién más? Yo no tenía conceptos
más que tú misma. Yo no pensaba en qué, sino en quien. No pensaba en
cualquier cosa, pensaba en ti. No obstante, ya no soy el hombre de la
ventana, pues no estoy en ella divisando árboles ni considerando ideas,
ahora soy el hombre del recuerdo, quien pensó pensaba, mas ahora sabe
que no sabe nada. Y en efecto, ¿qué es lo que sé ahora que no te tengo
por concepto? Ya ni siquiera estoy seguro si te supe, así hubiese sido bajo
la escasa luz de tu misterio.
Reconozco que hay unas mariposas que vienen de noche a
visitarme. No son las mariposas de las noches de junio, sino las
mariposas de las noches de septiembre. Mientras las unas traen noticias
alegres de tu cielo, las otras traen dolorosos recuerdos y tristeza
espontánea. Mariposas de noche que traen nostalgia, mariposas de noche
y que vuelan. Se parecen a esos pájaros que vuelan tranquilos por un
momento y luego están abajo en la tierra, o en mi ventana, o reposando
en un árbol. Yo los he visto antes muchas veces. Esta mañana me fijaba
en algunos, por ejemplo, los alcaravanes, las tórtolas, los canarios,
algunas cuantas garzas, relativamente inusitados cardenales y un cirirí.
Variedad de pájaros se hacían bajo los árboles, sobre mi ventana, en el
suelo caliente y en las sombras tiernas de lo incierto. Y luego yo,
mirándolos, me pongo a pensar en las mariposas de junio y en las
mariposas de septiembre. ¿Por qué justo ahora que estoy así vienen a
verme? Que vuelen lejos de mí, que no las necesito.
Y tú, pseudoescritor, trasparente quedaste después de su partida.
Así pues, reconócete cual espejo en el papel. Escribe lo que eres, pues
quiero que ella sepa aquello que ha dejado sin su ser. Pero no llores, no,
ya no más lágrimas. La nostalgia es una tristeza muy bonita, la nostalgia
es algo bello. Y, aunque tristeza, debe darte alegría sentirla. La tristeza
así vivida dice que estás vivo. Sí, también dice que te estás muriendo,
pero, aunque estés feliz debes saberlo. Ya no posees la luz que antes a
duras penas poseías, descubre la tuya propia, que la necesitas más que
aquella mistérica e incontenible. ¡Basta ya de contingencias y decídete
por lo tuyo, colega!
Recuerda con nostalgia, pero no te entregues a la pena. ¿Qué ganan
tus lágrimas por salirse de tus cuencas o tus ojos por derramarlas?
¿Acaso, al contrario, no ganas, sino que pierdes parte de tu alma llorando

[222]
lo que no te llora? Si respondes a mi favor, entonces deja de lamentarte
y encuéntrate, precioso hombre de invaluable acento.
Nuestra mañana fue hermosa, sencilla y algo recelosa, dubitativa
y arisca, pero hermosa. Luego, mientras pasaban días y años en nosotros,
llegamos al mediodía, bonito, donde nos hacíamos falta el uno al otro. Y
así, ¡la tarde!, la tarde, hermosa tarde. Nuestra tarde sí que fue hermosa,
más profunda que la mañana, más entregada, más viva, más feliz. Tarde
que anunciaba noche, tarde que anunciaba fin. ¡Nostálgica tarde,
regresa!, acábate, pero también acábame a mí. La tarde de lo nuestro fue
nostálgica porque aún existe, pero solo como recuerdo y fantasma de lo
que fue, no como acto de lo que es. La plenitud entre tú y yo, Luz de mi
Vida, no fue vivida como debíamos y como podíamos, sino tan solo
parcialmente en la tarde nuestra. Sí, tarde que sentimos de noche, noche
en que nos besamos sintiendo la tarde. ¡Tanto que pasó en las horas de
la noche, es lo que ahora llamo tarde! Y luego, te fuiste.
Tu ausencia trajo mi presencia y el darme cuenta de ella como me
doy cuenta ahora. Antes no me percataba de lo mío, mas ahora veo todo
con mayor claridad que antes. Traslúcida era mi imagen, pues a través
de ella proyectaba tu luz. Ahora que se ha ido luz qué reflejar, mi espejo
opaco se quiebra y enloquece. Me he visto tal cual soy, desfigurado e
inacabado. Vi mis pecados patentes como las montañas fijadas; mi
carácter expuesto como las estrellas suspensas en el vacío; más allá de
mis sonrisas y mi formalidad, estaba mi carácter rústico y grosero. Uno
que contigo no existía, pero que estaba esperando tu ausencia para
manifestarse. No soy lo mismo que soy contigo, pues te vas y soy otro
nuevo, o antiguo, no importa, lo que importa es que no soy el Escritor,
sino el Escribiente. ¿Es lo mismo? Para unos, mas para mí no. No me
avergüenzo de mis pecados y mi mala imagen, al contrario, agradezco
poder verla ahora con claridad. Soy la voz de san Pablo cuando dice “muy
a gusto presumo de mis debilidades, porque así residirá en mí la fuerza
de Cristo. Porque cuando soy débil, entonces soy fuerte.” (2Co 12, 10) ¡Y
ah, si a mí me gusta presumir y contradecirme tal como este texto
insinúa!
Además, detrás de este pasaje escriturístico había dicho ya (2Cr
12, 8-9) “por eso, tres veces rogué al Señor que se alejara de mí. Pero él
me dijo: <mi gracia te basta, pues mi fuerza se manifiesta en la
debilidad>”. ¿Por qué tres veces? Ah, pues si Dios es tres veces santo, en
el Padre, en el Hijo y en el Espíritu. Debe ser por esto que Dios desde su
trinidad abastece en mí lo que carezco. Lo sé, luz mía, yo sé que tengo
mil cosas que cambiar y de las qué arrepentirme, pero no estoy solo en
mi proceso. Si te escribo tanto, es para que cuando yo ya no esté más
contigo, pueda seguir estándolo, pero bajo esta forma que sostienes en
tus manos. Cuando tocas este libro, tocas un hombre. Sí, estoy
consciente que soy un hombre un tanto peculiar, un poco equivocado y
errabundo, pero, por sobre mis culpas, dice Pablo en (Romanos 5, 1):

[223]
“donde abundó el pecado, sobreabundó la gracia.” Y yo sí que tengo
gracia. ¿O no te lo parece? Sí, no solo mi gracia, sino la gracia de Dios
que me acompaña. No es de gratis que escriba tanto, Luz de mi Vida.
¿Cómo crees que escribiría por mí mismo? ¡De ninguna forma! Si algo
poco puedo escribir, es porque Dios me da licencia y habilidad, no porque
tenga yo algún talento. En efecto, ha sido Dios autor y dador de gracia,
pues sin Él nada puedo. Te escribí bellamente, querida mía, pero lo hice
porque Dios me ha dejado hacerlo, para así bien olvidarte, no creo que
por nada más me haya dado este hermoso libro que posees.
No me quedaré tampoco en el romanticismo de mis errores. Sé que
los tengo que cambiar, como tú sabrás que tienes que cambiar tus yerros.
Peco, lo sé. Pero también puedo no hacerlo, si me dispongo. ¡Es que creí
que pecados como tú merecían pecadores como yo! Pero me equivocaba,
yo no merecía nada, ni siquiera a ti. Estaba lleno de errores, y aún lo
estoy. Mi intemperancia, por ejemplo, la sufren mis allegados, y la sufro
yo. Tal como es mi carácter, así los frutos de él. El ser tan rústico con los
demás, áspero e impaciente, me ha llevado a que sean así conmigo.
Quizás también fui indiferente e indolente contigo, y por eso te has
bañado de ignorancia de mí e indolencia de mi dolor. Lo sé, me lo
merezco. Yo merezco todo mal. Pero me anima el saber que por encima
del mal hay un bien que me soporta, subyace en mí como mi alma, como
mi ser.
Me ufané en mi conspicua inteligencia, y por soberbio me
condenaste. No pude retener tu vida en mí con ella, al contrario, pese a
ella, tú te fuiste y me dejaste aquí, solo, conmigo mismo, siendo igual que
nada, ensimismado, o mejor, anonadado. ¿Qué podría escribirte que te
apresara en mí? Ya te quedaste como recuerdo, y aunque quería algo más
que un solo pensamiento (pues quería todos los conceptos), me he
quedado con una pequeña parte de tu alma y nada más. No valió de nada
mi inteligencia, mi vigor y esencia. Yo, que pretendía ser lo más, no fui
suficiente en ninguna forma, bajo ninguna idea. Habilidoso en las artes,
no lo fui en el amor, el más loco y bello de las artes. ¿Para qué entonces
ser artista? ¿Qué canciones cantaría, qué instrumento tocaría, para
quién lo haría? Esa vanidad del principio empieza a desvanecerse
conforme te vas yendo. A medida que te diluyes en otras substancias y
no en la mía, mi vanidad y mi ser completo, que podríamos decir que es
la misma cosa, se diluye igual, pero en la nada. Se desvanece y pierde su
sentido.
De las imágenes que me gustarían ver, no puedo contarlas con mi
mente. Me parecen tales ideas inabarcables para mí solo. Puede que sea
una conciencia universal la que ponga estos deseos en mí, y ella misma
me conduzca a experimentar la visión de algunas imágenes con el fin de
satisfacer lo universal a partir de mi particular impresión. O no, puedo
que solo no distinga las imágenes que quiero ver y por eso me parezcan
inabarcables. Lo que sí me es claro, es que quiero verte siempre conmigo.
Pero, si no conmigo, al menos sí feliz. Esa imagen será siempre primordial

[224]
en todo cuanto imagine. ¡Pero basta de lamentos! (Como si realmente
fuera a parar de lamentar perderte) Me gustaría ver a mis perros y gatos
muertos en el cielo. No sé, al menos poder verlos de nuevo. Antes, cuando
estaba más niño, imaginaba que en el cielo se podía reencontrar no solo
con los seres queridos fallecidos, sino también con los animales. Pero,
además, también nos podíamos comunicarnos con ellos de una manera
más real que como aquí en la Tierra. Como si pudiéramos hablar entre
nosotros. ¿Te imaginas reencontrarte y poder hablar con todos los peces
que lloraste de niña? ¿Qué te dirían los peces a ti, ya grande y hecha toda
un alma robusta y perfecta? Ya no serías la niña que lloraba la muerte
de sus peces, sino el alma pura que se acerca con decisión a aquello que
perdió en su infancia, pero que ahora reencuentra en el cielo. Asimismo,
me imaginaba a mí reencontrándome con mis mascotas muertas. ¿Qué
les diría, qué me dirían? No tengo ni la más remota idea.
Si algo me causaba ternura eran las imágenes que ves en tu
imaginación tan espontánea e inusitadamente. Podías estar pensando
cualquier cosa y, de repente, una mujer en un pedazo de madera. ¿Pero
qué mujer en la madera? Yo no podía ver lo mismo que tú, mas tú veías
algo que yo hasta el Sol de hoy no he visto. Así con otras imágenes que
todavía no comprendo. Lo sé, sé que tú ves con mayor profundidad las
cosas, que sondeas y conoces más que yo lo que hay detrás o subyacente
a todo, pero realmente no quiero saber nada más que a ti. No me
interesan más cosas, solo que tú eres conmigo y nada más.
Imágenes van e imágenes vienen. Desde el principio hasta ahora,
te he mencionado diversas imágenes. Me he lamentado, pero también me
he alegrado al escribir. Parezco triste, pero realmente estoy escribiendo
la tristeza de hace algunas semanas atrás, no la calma de este momento.
Igual, es necesario escribir lo pasado, si igual ya es pasado, ¿por qué no
quedarse escrito? Así sería, a lo sumo, un pequeño intento de presente,
y, ¡sabes!, una metáfora de eternidad.
Hacia la eternidad nos dirigimos, lenta, pero decisivamente. Te
hablaba hace algunos párrafos atrás de mis pecados y errores. Pero
también te refería el soplo de Dios que, con su gracia, alentaba mi vida a
continuar su camino. Pues, me llevaban estas reflexiones por nubes
agrietadas, ya que no encontraba certezas. Me hacía muchas preguntas,
pues no puedo justificar mis pecados con la ayuda de la gracia, como si
éstos fueran inversamente proporcionales, y no pura y desinteresada
misericordia divina. Me hago entonces la pregunta: ¿soy Imagen y
semejanza de Dios? Al fin, busco la eternidad que está en Dios, eternidad
que quise buscar en ti, además. Entonces, ¿qué soy? Si traslucía tu luz,
y al mismo tiempo buscaba lo eterno, ¿qué pretendía?, ¿qué estaba
haciendo? Tengo que responderme, amor mío. Respondiéndome a mí,
podré darte también una respuesta para ti. Yo sé que también tienes
curiosidad de saber qué significa ser imagen de Dios, pues siempre vemos

[225]
imágenes en todos lados, pero hay una imagen que es la imagen de todas
las imágenes. Y si ya tú te interesas por ver imágenes donde no están,
como yo, igual, veo una imagen nuestra donde no puede haberla, así
mismo te interesará saber qué clase de imagen eres tú y por qué.
Schopenhauer, hablando al respecto, hace la siguiente referencia,
a propósito de lo que puedo ver más claro ahora: “Empédocles decía, solo
lo semejante conoce a lo semejante; sólo la naturaleza puede conocerse a
sí misma, sólo ella puede penetrarse; pero a la vez, solo el espíritu se
percibe a sí mismo.” A saber, soy también parte de la naturaleza y,
además, también tengo inteligencia, por ende, soy un hombre intelectual,
dicho de otro modo, tengo una vida espiritual y natural que me permite
desentrañar la naturaleza y el espíritu, que, como bien sabes, yo
identifico como una misma cosa bajo cierta luz conceptual. La pregunta
que nace entonces es: ¿puedo conocerme plenamente? Y luego, según
dice “solo lo semejante conoce a lo semejante” ¿supone, también, que solo
los hombres, semejantes a Dios, podemos conocerle, o también los
animales son conocedores, al menos en este sentido?
Los relatos bíblicos afirman sobre la creación de las cosas y los
animales que cuando Dios creaba juzgaba todo cuanto había hecho como
bueno. Él miraba aquello que creaba y luego lo juzgaba bueno, por eso
es que Dios no crea nada malo, pues todo lo hace bueno, ya que es el
sumo bien. Pero, en el momento de crear al hombre lo hace de manera
excepcional, pues, antes de hacerlo se mira a sí mismo y dice “hagamos
al hombre a nuestra imagen y semejanza”, (Gn 1, 26). Dios nos ha hecho
a su semejanza, viéndose a Él mismo y luego reproduciéndonos a
nosotros como creación suya. Ya te había dicho que Él era un loco
enamorado y compositor de todo. Lo había relacionado en los capítulos
de la música, la locura y el amor. Yo entendía estas cosas desde hace
mucho, mi amor, pero solo ahora las creo como verdad. Es que antes,
para mí, la única imagen indefectible e inconmutable, eras tú. Tanto te
amé, querida mía, tanto te amé, que no temía la blasfemia si era menester
para adorarte. Mas ahora, Luz de mi Vida, he entendido que tú y yo
somos iguales, que tú no eres inalcanzable para mí, como no lo es Dios.
Dios mismo se me ha dado, no solo me ha concebido bajo su forma y
amparo, sino que se me ha dado como un enamorado. ¿Qué amor más
grande? ¡No lo hay! Igual, créelo y acéptalo, es tu Dios y te ama más que
yo, y te ama más que nadie, como creía amarte yo a ti. Él nos supera en
bondad y en todo cuanto de humanos se trate.
La imagen que somos de Dios puede corromperse, degradarse y
hasta echarse a perder. El trabajo está en mantener esta composición
intacta, y, si se puede, mejorarla con nuestra volición ascética. Es decir,
con nuestro esfuerzo y dedicación amar cada vez más. Así, y no de
ninguna otra forma, nos pareceremos más a Dios, no tanto por su

[226]
creación prístina y original, sino porque la hemos mantenido y nos hemos
querido asir con Él.
Te escribí antes filosofía, poesía, y ahora te estoy escribiendo
teología. ¿Puedes creer lo que haces tú en mí? Tú me arrancas de dentro
aquello que no doy a nadie, ¿por qué? Si ya no estás para mí, ¿por qué
sigues quitándome lo mío para ti? San Agustín decía “nos hiciste, Señor,
para ti, y nuestro corazón está inquieto, hasta que descanse en ti”. Ahora,
que se queden también tus fantasmas en su lugar, para que pueda
descansar en Dios, como tú decidiste que lo hiciera, y me dejen en paz.
Sí, amor mío, porque todavía soy atormentado por el recuerdo de tu
imagen, esa que venero como ninguna otra. Me has abierto los ojos, amor,
y me has instado a que reconozca en Dios lo que reconocí en ti.
¿Cuál es nuestro destino?, ¿qué nos espera? Nuestro porvenir es
Dios, el cielo que llamamos, pero que, más allá de ser un lugar, es un
estado espiritual en el que nos encontramos ahora en potencia, y luego,
en acto, seremos con Dios. Hacia allá se dirige nuestra imagen. Dulzura
mía, si ya tu imagen es tan hermosa y deslumbrante, ¿te imaginas
cuando tu cuerpo sea glorioso como lo promete Dios? ¡Bendita teología
dada a tu vida! Lo que escribo ahora no se lo han escrito a nadie, pero
apréndelo amor mío, apréndelo, tu cuerpo será aún más hermoso allá
que como lo es ahora. Escribió san Juan en la primera de sus tres cartas:
“cuando aparezca seremos semejantes a Él”, (1 Jn 3, 2), no porque no lo
seamos ahora, sino porque lo seremos más perfectamente en Dios. Ya no
seremos prefiguración de la vida divina, como ahora, (efímero a la
inversa), sino que seremos plenamente divinizados, metamorfoseados en
Dios.
Afines a las consideraciones de Santo Tomás, filósofo y teólogo de
más sólido argumento en tanto esto, nos acercamos con fino fervor
cuando explica que:
Si bien decimos que las criaturas son en cierto modo semejantes a
Dios, de ninguna manera se ha de admitir que sea Dios semejante
a la criatura, pues, como dice Dionisio, hay semejanza mutua entre
las cosas que son del mismo orden, pero no entre la causa y el efecto.
Si, pues, decimos que el retrato es semejante al hombre, pero no al
revés, así también podemos decir que la criatura es semejante a
Dios, pero no que Dios es semejante a la criatura.
Esta cita es preciosa, porque me ayudará a no hacerte caer en el
error y en el escándalo, si bien ya debes estar escandalizada desde el
primer saludo hace tres años, pues quiero anunciarte el devenir de tu
historia, lo futuro, lo postrero, pero sin que te asustes o rechaces aquello
que te digo como mentira o error. Somos figura de Dios, porque somos,
como Él, dioses. No dioses en el sentido de Dios, sino en el sentido que él
quiso lo fuéramos. Como figuras de él, estamos llamados también a

[227]
participar de su vida divina, pero no como entes aparte, sino como una
sola substancia, difiriendo solo en la naturaleza. Piensa en una misma
persona, pero con múltiples formas dentro de su alma. Algo así, pero tan
misterioso, tan excelso, que es casi que inentendible. Solo los místicos,
los de profunda vida espiritual, son capaces de decir esto sin hacerse
blasfemos como yo ahora. Lo que quiero que entiendas, es que tu vida es
un llamado divino, no una reducción humana. No te limites, vida mía, a
vivir de acuerdo a los estándares humanos, pues, bien te he hecho
entender en el trasegar de estas páginas que tu vida va más allá del
simple cuerpo, que en tu interior están todos los dones y galardones
divinos que, naturalmente, el género humano busca con premura. No te
reduzcas, no te limites, ama intensamente a Dios en los otros y busca
siempre los bienes de los locos, la altura celeste, la inspiración, el insuflo
de Dios.
Increpa el (Salmo 82, 6) en este mismo orden de ideas: “aunque
seáis dioses, hijos del altísimo todos, moriréis como uno de tantos”, a la
vez que imprime el carácter de nuestro prospecto de divinidad y
naturaleza de la misma. Somos divinos en cuanto Dios, no en cuanto a
nosotros mismos. Somos hechura de sus manos, composición divina,
perfecta sinfonía, producto de su amor, su pensamiento y su palabra.
No llegaré al extremo de Spinoza de decir que todo es una sola
substancia, Dios, y que, por tanto, todo es Dios. Una postura panteísta
que genera un golpe herético muy fuerte, pues despersonificamos a Dios
y lo hacemos una cosa, trascendental, sí, pero al fin una cosa, y no una
persona, que tiene un carácter ontológico, teológico y antropológico,
incluso, más fuerte que el solo trascendental denominado “cosa”. Sin
embargo, hay que decir con san Pablo que “en Él somos, nos movemos y
existimos”, (Hechos 17, 28), por lo tanto, no nos salimos de su ser,
esencia y substancia, sino que nos integramos a ella en el mismo acto de
ser por Él y para Él. De acuerdo a esto, es que todos tenemos que
dejarnos ser. Amor mío, somos más auténticos en la medida de Dios,
quien tiene consciencia de estas cosas, es uno que está muy elevado de
la simplicidad de ser de los vulgares y comunes hombres, y se encumbra
en las alturas a la que está llamado.
Lo anunció la serpiente malvada a Adán y Eva en el paraíso,
suasoriamente revestida en seducciones, cuando los hizo pecar, ¡pero no
te engañes, Dios escribe derecho en renglones torcidos!, cuando les dijo
que comieran del fruto prohibido, no lo hizo, diría yo, por completa
maldad, pues Dios preveía todas estas cosas, o al menos eso pienso yo
de su omnipotencia, y tenía en su mente el plan con el que habría de
salvar la humanidad de sus pecados. Les dijo la serpiente a los primeros
hombres: “se os abrirán los ojos y seréis como dioses, conocedores del
bien y del mal”, (Gn 3,5). Conocer el Cielo y el Hades es conocer la bondad
y la maldad. Ellos habían visto a Dios, y también al diablo. Si así pasó, y

[228]
si afuera de Dios no acontece nada, pues Dios todo lo abarca, ¿Dios
dispuso todo tal como acaece? Escúchese el silencio penumbroso de la
duda y mi posible herejía: sí, Dios lo quiso así para amarnos plenamente
después de perdonarnos. El rostro de Dios es misericordia. De tantos
nombres como Dios tiene y se le ha dado, el mejor de todos, desde mi
experiencia de sentirme y saberme perdonado, es Misericordia. Porque es
el perdón del corazón, ¡el corazón de Dios perdonándome!, ¿qué más
quiero? Es un perdón que nace del amor inmenso que me guarda Dios
tan poderoso. La vida divina a la que estamos llamados, supone también
el perdonar como Dios perdona. Te ofendí, preciosa mía, lo sé, te ofendí
queriéndote querer, y te pido me perdones en razón de esa vida divina a
la que se te invoca: perdóname con tu corazón que amo y me amó alguna
vez, perdóname con misericordia. (Misesere-cordis)
Recuerda, vida mía, seremos mucho, pero lo más que somos, es
que somos sus hijos. Hijos de Dios somos, divinos cual el Padre. Es lo
que quiero que entiendas de todas estas escasas imágenes que traigo a
que contemples. ¿Pues de qué otra manera te enterarías de las múltiples
expresiones con que tu cuerpo posa? Sí, divina mía, eres hermosa, y lo
serás más en la medida en que reconozcas en ti la imagen de Dios, siendo
tú su semejanza, entre todas las semejanzas, más hermosa. Vísperas de
tu cuerpo, son principio de tu renacer. Llegarás, lo sé, aunque no quieras,
a vivir vetusta. Así pues, prepara tu tarde, ya que tú me has adelantado
la mía, y reconoce en ella el grandioso misterio del morir para nacer.
Las vísperas son el futuro en el presente, pues siendo mañana, ya
no es hoy, siendo hoy todavía. Es decir, las vísperas, la hora de la tarde,
donde muere el día, se enuncia la noche y se prefigura el renacer, ese
ciclo aparentemente interminable, es otra de las muchas metáforas de
eternidad que existen. Pero ésta, especialmente, se identifica con el
quiebre inflexivo del tiempo, pues no es ni lo uno, ni lo otro, siendo algo
en concreto: futuro en el presente que, ya lo sabes, es a la vez pasado.
En las vísperas está la eternidad prefigurada, ¿no lo crees? En las
vísperas muere el día, efímero a la inversa, para renacer a lo eterno. Tal
como tú, cuando comience la tarde de tu vida, empezarás a experimentar
el renacer en languidez.
¿Y mi tarde? Ahora que te has ido, no sé qué se me habrá quedado
en el tintero. Pero trataré de escribir, siendo escribiente, lo más que
pueda sin tu concepto. Pues ahora que te has ido, vuelve la tarde,
anuncia el principio de la noche, y, a su vez, el mismo fin de su esencia.
Linda, bella, hermosa y preciosa tarde, tristeza envuelta en nostalgia,
recuerdo memorable de mis años jóvenes, ¡tarde eres tú, mi amor!, tarde
de mis años, tarde de mi vida. Morí al morir la tarde, y ahora he sido lo
que soy, escribiente, ya no escritor.

[229]
CAPÍTULO XVIII
DIÁLOGO SECRETO

Diálogo que sostuvo Luz de Vida y su Señor Escritor en un


pensamiento aletargado, en un sueño coloquial. Onírico, ilusorio, lo que se
dijo no fue y no se sabe, a ciencia cierta, si será.
- ¿Ves los valles, las montañas?
- Sí, son amplios y altas las cumbres.
- Quiero que pasees conmigo esta tarde. Camina a mi lado, si quieres
puedes tomarme de la mano y caminar así. Si prefieres, solo permanece
a mi paso y sígueme hacia esas montañas.
- Te tomaré de la mano parte del camino, luego iré solo a tu lado,
respirando el mismo aire que tú. Quizá me vaya, quizá me quede.
- Solo quiero hablar contigo.
- A mí me gusta hablar contigo.
- Lo sé y lo aprecio, amor mío.
- ¿Por qué me llamas tanto “amor mío”? Tú me has dado a entender que
tú eres el amor, como yo soy la belleza, ¿por qué me sigues llamando
amor, si amor eres tú?
- Sabes, no lo sé. Será porque tu belleza enajena y ofusca. Cuando te
contemplo, yo no pienso con claridad. Solo pienso cuando vuelvo hacia
mí mis pensamientos. Luego, cuando estos están volcados a ti, no puedo
discurrir con firmeza en nada más que en ti. Yo no pienso en nada más
que en ti. Cuando he dicho que soy yo el amor y tú la belleza, es porque
he tenido la calma, la paz y el sosiego para hacerlo. Pero si te tengo
enfrente, ¿qué puedo pensar, si estás tú ahí, impactándome con tu ser?
- No lo sé. Quizá deberías dejar de pensar tanto en mí y comenzar a
pensar un poco más en ti.
- Lo hago. Solo que hallé en ti mi verdadero ser. Yo solo soy si eres, si soy
en ti. Y solo puedo pensar si eres tú mi concepto. Luz de mi Vida, me
gusta más pensar en clave de ti, que en clave de mí. No me fascina nada
de mí, como sí todo de ti.
- Calla y camina.
- Sí, la primera parte del camino no quiero que hablemos…
- Mira el cielo. Las nubes que están encumbradas son bellas, pero
también lo son cuando bajan y beben el agua de los ríos. Así, solo
abajándose, pueden llover luego.

[230]
- ¿Y eso qué significa?
- ¿No has pensado que tú eres como una nube?
- ¿A qué te refieres?
- Si has llorado antes por mí, ¿no será que te has abajado para así luego
llover?
- Luz de mi Vida, yo no lloro como las nubes. Las nubes no aman los ríos
de los cuales beben. Yo sí amo aquello porque lloro. Te amo a ti, y si he
llorado por ti es porque te he amado.
- ¡Dramático!
- ¿Te molesta?
- Si me molestara, ¿qué leería?
- Hay mucho qué leer.
- Es verdad, pero no me han escrito a mí.
-Es verdad, han escrito a todos. En ese todo estás tú también.
- Sí, pero, ¿tú le escribes a todos?
- Escribí solo para ti.
- ¡Bien!, esa es la diferencia, mi querido Escritor.
- Continuemos el camino.
- Continuemos el camino.
- Mira la senda. ¿Te gusta el verde de los pastos, los cerezos que dan
sombra y las flores que embellecen lo hecho?
- Sí, ¿por qué no me gustarían?
- Esa belleza proviene de ti. Si reconoces en las cosas belleza alguna,
descúbrela primero en ti. No puedes conocer otra belleza más que a ti
misma. Por eso, mi amor, conócete a ti misma, pues es el único
conocimiento real. La única verdad y el único bien es saberte. ¿Por qué
crees que me empeño tanto en aprenderte?
- Lo sé, ya sé esas cosas. ¿Por qué crees que me empeño tanto en
esconderme?
- (…)
- ¿Qué pasa?
- Sabes que eres bella, que te contemplo y amo, y aun así te me vas y te
escondes.
- Te quiero.
[231]
- (…) Quiero saberte.
- Y yo quiero que me sepas, pero deja preparo mi existencia y te la
entrego.
- Yo espero, Luz de mi Vida, pero no por ello dejaré de estudiarte.
- No dejes de estudiarme si eso es amarme.
- Te amaré siempre.
- Lo sé. Siempre lo he sabido. Tú me sabes con el alma, Escritor.
- Claro que sí, te entiendo con el alma. Sabes, el alma son muchas cosas,
como el espíritu. Las palabras son aliento hecho sentido, por eso, cada
palabra que te he dicho, ha sido parte de mi espíritu y parte de mi alma.
Igual tú, cada palabra que me dices es parte de tu espíritu y tu alma que
me entregas.
- Y me quiero entregar más, pero tenme paciencia.
- Tengo la paciencia de un ave que vuela tranquila por el cielo.
- Me gustan las aves.
- ¿Escuchas las aves cantar?
- Sí, ¡es hermoso!
- Así escucho yo un te quiero de tu boca, como música divina.
- Tienes muy buen gusto musical.
- Único y perfecto. ¡Sabes que tengo un gusto muy exclusivo! Lo sabes
muy bien.
- Sí, me di cuenta cuando de mí te enamoraste.
- ¡Vanidosa!
- ¡Vanidoso!, además, eres soberbio y arrogante.
- ¿Y tú no?
- No lo sé, tú dime.
- No diré nada, te conozco, ¿te enojarías?
- ¿Quieres apostar?
- No apostaría nunca contra ti. Pero apostar ahora a tu favor es perder
de todos modos.
- ¡Qué inteligente!
- Gracias por tus adulaciones, pero sabes qué pienso de ellas.
- ¿En serio crees que te estoy adulando?

[232]
- Perdón, me cuesta todavía un poco entender tu sarcasmo.
- ¡Básico!
- ¿Disculpa?
- (…) Sabes que no.
- ¿Es sarcasmo?
- Idiota.
- Te quiero.
-(…)
- Estoy loco por ti.
- Tú no sabes qué es la locura.
- ¡Espero que eso sea un sarcasmo!, pero tienes razón. Mi locura eres tú,
no la locura de los demás genios. Mi genio eres tú, mi inteligencia eres
tú. Yo no puedo pensar más que por ti misma, como tampoco puedo ver
más que por tus ojos. Ten por paradigma a Sócrates, pero no como
modelo de vida, sino como modelo de loco. A partir de él podrás entender
a todos los locos del universo.
- Tú no eres un loco cualquiera.
- Yo lo sé, muchas gracias. Escucha. Sócrates criticaba a los sofistas,
pero era un sofista. Decía que no sabía nada, pero realmente se creía más
que los otros y les fastidiaba. Reprochaba la suasoria, pero también
persuadía con sus preguntas. ¡Irónico!, como tú y tu férreo sarcasmo.
Diferencia hermosa es que él buscaba la verdad, mientras que a los otros
no les importaba. ¡Ése loco en algo tenía que distinguirse de los otros!
Otro loco fue san Francisco de Asís, quien predicaba a las flores y
san Martín de Porres, quien hablaba a los ratones. También Vicent Van
Gogh, que, como ya has visto, seguramente, en sus ilustres obras pintó
su genio y escribió su impronta. Pues déjame decirte que éste en su genial
locura comía, o más bien, bebía pintura amarilla. Algunos dicen que para
proyectarse mejor los girasoles que hacía, otros que en ella encontraba,
a su parecer, la auténtica alegría. Lo cierto es que éste gesto, junto con
haberse cortado la oreja, son signos palpables y factibles de su genialidad
y locura.
No hace falta decirte, entonces, que yo no soy el tipo de loco que la
naturaleza ha dado como excepcionalidad. Yo, en principio, no soy loco,
como decía en el capítulo de la locura. ¿Te acuerdas del libro que has
estado leyendo todo este tiempo? Sí, en ese capítulo yo me uní a la locura
de los genios. Pero ahora me retracto. Yo no soy genio en esas
dimensiones, ni loco en tales proporciones. Yo soy más loco que ellos,
pues mi locura eres tú. Si ellos alguna vez se enamoraron, es decir, se
enloquecieron, nunca lo hicieron tanto como yo, pues yo me enamoré y

[233]
me enloquecí por ti, la más de todas las excepcionalidades. Y, por ende,
mi locura estriba en una mayor y más excelsa que cualquiera: por ti, mi
amor y mi locura.
- Yo soy tu locura, entonces.
- Sí, ¿tienes un problema con ello?
- No, tengo un problema contigo.
- ¡Ah, pues gracias!
- Me gustan los problemas.
- Lo sé, por eso eres tan difícil.
- (…)
- ¿Y tú no eres difícil? Siempre estás diciendo lo difícil que soy yo, pero
¿y tú?
- Solo te diré una cosa, amor mío: me odian o me aman, pero nunca paso
desapercibido.
- Lo que pasa desapercibido es lo profundo, lo esencial de las cosas, pues
lo que más notamos es lo superficial, aquello que aparece como primera
instancia ante nosotros.
- ¡Qué inteligente eres!, ¿de pronto no te gustaría usar tu inteligencia
para adularme, en vez de hacerme sentir común y simple?
- ¡Ah, pues perdón! ¿Cómo son las personas profundas, si no son como
las superficiales?
- Las personas superficiales dan partecitas de su ser. Las personas
profundas y de una amplia vida interior, se dan todo. Yo te di, apenas
una partecita de mi ser, ¡y, ah, qué partecita! Si tú, Luz de mi Vida, te
hubieras dado toda para mí, seguro yo me hubiera dado todo a ti. Así
que, dices bien cuando me llamas superficial, y digo bien, entonces, al
decir que nunca paso desapercibido y que, por ello, me odian, o me aman.
- Quiero que conmigo seas profundo.
- Sabes que para que contigo sea profundo, tú tienes que ser profunda
conmigo. Es decir, tienes que dárteme toda, para yo darte todo de mí. ¿Te
imaginas cómo será todo de mí? Si ya la parte es tan hermosa, ¿imaginas
todo el interior de mi ser?
- ¿Eres, entonces, superficial? Veo que todavía no comprendes mi
sarcasmo. Lo decía en broma, pero ahora veo más claro. No es fácil
dilucidar estas cosas de ti, pues pareces darte todo para mí. Nunca pensé
te dabas por partes, como yo.
- Resulta, muchas veces, que lo superficial en mí es tan profundo como
tan arraigada mi soberbia. Me ufano en aquello por lo que ufanarse es
meritorio, por la densidad del contenido y la belleza de lo dado y recibido;
no me ufano en simplicidades y al mismo tiempo reconozco, en la medida
[234]
de lo absoluto, lo poco que soy y lo nada que tengo. Es inversamente
proporcional mi altivez con mi bajeza, mi arrogancia con mi humildad y
mi profundidad con mi superficialidad.
- Entre más palabras salen de tu boca, más creo que te contradices.
- Sí, en ti esa certeza es permanente.
- Si me amas, y el amor es tan profundo, entonces, ¿cómo ha de ser el
amor? Digo, es que creo que me amas, pero ahora que dices que eres
superficial, ¿me amas?
- El amor ha de ser retributivo, de carácter recíproco absoluto. Tal como
lo son las flores con los hombres. ¿Has notado que el hálito humano
proviene de las flores? Ellas respiran dióxido de carbono, el cuál es
nuestra exhalación, mientras que ellas exhalan oxígeno, vida nuestra.
Así, el amor es lo que puedo darte y lo que puedes darme, Luz de mi vida.
¿Te había dicho antes que eras mi aire? Yo soy tu aire, pues eres, Luz de
Vida, por mí, como yo, Escritor, soy por ti.
- ¡Ay!, si tú fueras…
- ¡Ay!, ¿si fuera qué?
- ¡Eres!
- ¡Soy!, ser…
- ¿Ser?
- Ser no es singular, es siempre plural. Yo sé que es una barbaridad, una
estupidez gramatical, pero tienes que entenderlo desde el somos que te
he insistido desde el primer libro hasta siempre. Nunca entiendas las
cosas desde la soledad, siempre desde la alteridad, el otro que te espera.
Algunos dicen que somos lo que hemos perdido, ¡qué existencia tan
nostálgica!, bella, sí, muy bella existencia, pero, ¿te gustaría ser lo que
no tienes?
- Pero, si soy en cuanto tú eres conmigo, y te tengo conmigo, ciertamente,
no soy con lo perdido, sino contigo, y te tengo, ¿cierto?
- ¡Pero claro que me tienes, mi amor!, me tienes para siempre.
- Somos, entonces.
- ¡Somos! ¿Qué soy yo, si no los otros? Si me ensimismo, es igual a
anonadarme. Tengo que buscar siempre la otredad, pues el otro de los
otros soy yo; yo me encuentro en los otros, nunca en yo mismo. (Mí
mismo, mismidad.)
- Aunque también me puedo encontrar en el yo, ¿no es verdad?
- Sí, pero no es posible pensar en yo sin pensar, también, en otros.
- ¿Es decir que, pensar en mí misma es también pensar en otros, aunque
no piense en nadie?

[235]
- No, es decir que pensar en ti, es pensar en otros, pues no puedes pensar
en ti sin pensar en nadie. Necesariamente, para saber que eres
individualmente, tienes que ser consciente de que hay otros, y por eso
eres tú sola. Solo que, la medida de tu ser es más completa en tanto que
te reconoces parte de un todo sustantivo, singular, sí, pero que
comprende una universalidad que te lleva a descubrir una pluralidad en
tu ser. Por eso eres conmigo y yo soy contigo, por eso somos.
- ¡Calla, que me confundes! Te pregunto, ¿quisieras leer todos los libros?
- No, solo aquellos que quieran que los lea. Los libros, de cierto modo, te
buscan a ti. Nunca tú buscas un libro sin que él quiera ser encontrado.
Además, yo solo quiero leer tus piernas abiertas.
- ¡Atrevido!
- ¿Qué sucede?
- (…)
- Tus piernas abiertas son el único libro que no sé si quiere ser leído. Por
los demás me basta con saber que no les conozco y no les leeré, pero, ¿y
tus piernas? Es decir, me refiero a lo que está escondido entre ellas. ¡Ése
sí que es misterio para mí!
- (…)
- Está bien, callo ahora.
- No calles, cántame un poema.
- ¿Uno de tus piernas abiertas?
- ¡Cállate!
- ¿No que no callara?
- ¡Ush!
- ¿Qué?
- ¡Cántame un poema! Uno lindo…
- La poesía puede cantarse, sí. Sabes una cosa, a mí me gusta cantar lo
que no entiendo, mas lo que sí, prefiero solo declamarlo. Verás, es que la
música y la poesía son dos artes distintas.
La música son los sonidos, las palabras son poesía. Por eso, no
importa si entiendes o no las canciones, lo que importa es si gustas o no
el sonido. Luego, del entender las palabras que están escritas, a la par,
con los sonidos, es la experiencia poética, aunada con la música. Esa es
la síntesis mía contigo: te entiendo a medias, como la música en algún
arcano idioma, como la poesía inextricable. Sea cual sea, las dos artes,
como tú, vienen de la altura más encumbrada que es posible por las
criaturas. Es decir, su proveniencia es divina, casi encarnada. Y tú,
querida mía, has sido encarnada en muy bella carne, pero al fin, carne;
sí, carne, aunque celeste.
[236]
- ¡Ah, sí!, pero eso no fue lo que te pedí.
- ¿Siempre tienes que ser tan odiosa?
- (…) Si soy tan odiosa, ¿cómo estarías conmigo toda la eternidad?, digo,
ya que has dicho tantas veces que me amas con amor eterno.
- ¿Y no lo crees?
- Sí, sí lo creo. Pero, también creo que tengo derecho a preguntar.
- Pero el amor no tiene porqués.
- Pero la eternidad sí.
- ¿Sí?, ¿cuáles?
- Tú eres el genio, dímelo tú.
- Tú eres la odiosa, dímelo tú.
- Hemos caminado todo el camino a paso lento, pero ya estoy cansada.
¿Quieres sentarte conmigo bajo aquella encina al lado de ese rosal de
rosas rojas, blancas y rosadas?
- Sí, desde que sea contigo me sentaría en cualquier lugar. Además, no
necesito que estén esas rosas cuando estás tú como flor de mi vida. Y esa
encina, no es encina, y esas rosas no son rosas. ¿Sabes qué son? Son
metáfora de eternidad.
- ¡Ah!, ¿entonces sí me hablarás de eternidad?
- Sí, te diré para mí qué es la eternidad.
- Sí, pero retráctate: las rosas sí son rosas y la encina sí es encina, porque
realmente quiero sentarme bajo la encina al lado de las rosas sin tener
parte en los arbustos. Y a mí compárame con la belleza, si quieres, pero
no me reduzcas a las rosas.
- ¿Y las rosas no son bellas?
- Sí, pero no son la belleza, y yo soy la belleza, no simplemente bella.
- Veo que aprendes, amor.
- Sí, aprendo, aprendo tus conceptos que, ¡lo dijiste tú!, son míos, soy yo.
- Pues bien, para mí eterno es lo eterno invertido, o lo efímero a la inversa,
te había dicho ya. Es decir, lo efímero olvida su sentido y comporta otro
muy distinto, como metáfora de la eternidad. Por eso decía que las rosas
no eran rosas y la encina no era encina, sino metáforas. Pero sí, me
retracto de ello y de compararte con las rosas. Discúlpame, mujer.
Lo eterno puede ser entendido como la ausencia del tiempo, o
mejor, su inexistencia. Una experiencia de eternidad es cuando,
enternecido, te escribo. Yo no siento el tiempo cuando escribo; puedo
estar sentado dos, tres, cuatro horas y siento que no ha pasado un solo
instante. Solo lo percibo cuando dejo de escribir. Creo que esta es una

[237]
experiencia de eternidad mucho más allá de una metáfora. Es como una
pregustación de aquello atemporal, eterno, indefectible, inconmutable
que me espera.
Sin embargo, no dejo de reconocer las pletóricas metáforas que
existen, en el espacio y en el tiempo, para referirse a lo eterno con tanta
insistencia. El hombre por ser de naturaleza inacabada es insaciable en
muchos aspectos. Un ejemplo en demasía trivial, es que, si te visito
mucho, te cansas, si no te visito, te enojas. Nunca estamos satisfechos,
pues siempre tendemos a perfeccionarnos. El hecho de cansarnos de las
cosas y que las cosas se cansen (cuando se gastan, por ejemplo), es una
metáfora que grita que esto no es lo eterno, ¡parece, pero no es!, y llama
a poner los ojos en aquello que sí lo es y que, como es sabido, nos espera.
- Y si tú experimentas un pregunto de lo eterno al escribirme, yo, de cierta
manera, ¿podría experimentar lo eterno en leerte?
- Yo así lo creo. Lo que escribo proviene, no de mí, sino de algún lugar
eterno. Cuando lees, lees lo eterno y ello te ilumina con una luz distinta
a tu substancia y esencia.
- Yo quiero ser eterna.
- Lo eres, solo que no ahora.
- ¿Tú lo eres también?
- Sí, y solo cuando te escribo lo soy en más medida.
- Entonces, solo cuando te leo soy eterna en más medida.
- Somos eternos porque somos juntos.
- En algún momento llegué a pensar que el hecho de escribirme no era
virtud, sino defecto. Desde luego, solo los virtuosos recibirán la eternidad,
¿no es así?
- De cierta forma, sí. Pero ¿por qué no soy un virtuoso?
- Porque me escribes.
- Yo al contrario creo que soy más virtuoso en la medida en que te he
escrito.
- ¿Eso crees?
- Sí, eso creo. Además, si de ti se trata, la virtud es vanidad, y la vanidad
es virtud. Eres mi bien y el que te tenga por mal, tiene un juicio
defectuoso. Recuerda siempre que todo ya lo has trascendido. Si juzgo de
acuerdo a tu concepto (tú misma), juzgo con juicio indefectible. Soy de
este modo, indefectible y, por tanto, infalible. Tú eres mi bien y mi virtud.
Si te escribo, soy perfecto, casi eterno y, creo, más eterno en la medida
en que me lees.
- ¿Y eso no es de alguna manera poner todo de cabezas?

[238]
- Sí, lo es. Tú pones todo de cabeza. En este sentido, no podía la culpa
seguir siendo culpa, así que en ti se convirtió en gracia. Por eso digo que
la virtud es vanidad y la vanidad virtud, pero solo en ti y, causalmente,
por ti, en mí.
- Hay muchas cosas que no entiendo. Hay demasiadas cosas que se salen
de mi entendimiento. Quisiera saberlo todo, pero hay mucho que no
puedo.
- A todos nos sucede igual. Tú solo levántate de esta encina y mira al
cielo. Se ha despejado, las nubes con las que al principio me comparabas
parecen ya no existir más.
- ¡Es verdad!
- Lo es. Y así lo es todo. Algunas veces pareces saberlo todo, y luego sabes
que no sabes nada. Es un golpe muy bajo para un soberbio como yo, o
una orgullosa como tú.
- (…), continúa.
- No importa si no sabemos mucho, no sabremos nada nunca.
- Me frustra.
- No lo sientas de esa manera, el saber es importante, pero, creo,
sabremos lo que tendremos que saber, sin excesos ni carencias. Creo que
esa es la predeterminación divina que todo tiene de manera intrínseca.
- Quizás. Se hace tarde, ¿crees que debamos volver?
- Yo sí creo que debamos volver. Me gustaba hablar contigo más seguido.
- Nos reíamos bastante.
- Sí, tú sacabas de mí la parte más sensible, mi parte más ridícula y la
más idiota.
- Sí, era todo muy distinto… Se hace de noche. La tarde muere y la
estrella vespertina parece verse ya alta y sonriente. Te da miedo la noche,
¿no es así?
- Así es. En la noche, especialmente, duele más la luz.
- ¿Porque te hace falta?
- Las sombras son dañinas cuando la luz no te ama.
- Yo te amo.
- Y yo te amo, pero haces falta y la sombra duele.
- Pero sigue siendo sombra, no tiniebla. Apenas languidece todo, no se
extingue.
- ¡No me importa!, me duele la tarde, porque es luz que me falta… ¡me
faltas!

[239]
- Tengo mis razones para hacer de mi luz, tarde. Quizás, Escritor, puede
que esta tarde sea eterna y nunca se haga noche. Quizás, Escritor, pronto
se haga noche y nunca vuelva a ver la estrella matutina. Pero ten algo
por eternamente cierto: te quiero como quien te ama.
- Y lo sé, Luz de mi Vida, solo que no resisto tus decisiones. Caminemos,
caminemos de vuelta, ¡volvamos!
- Volveremos, sí, pero no a donde estábamos, sino antes, antes de
comenzar a caminar juntos.
-(…)
-(…)
-¿Qué pensaste que yo haría,
mujer de dulzura joven?
-Pensé que te quedarías,
aunque sufriéramos dolores.
-¿Qué esperabas, Luz de vida,
de mi alma engalanada?
-Que fuera para mí toda,
como soy para ti amada.
-Pensabas que me herías,
mas del pecho te salías,

-al principio con sangre,


después con alegría.
- ¿Alegría?
- ¿Alegría?
- ¿Eso piensas tú, querida?
- Pienso en la existencia, toda ella dolorida.
- ¿Crees acaso en el dolor cuando eres tú la vida?
- La vida es sufrimiento y continuo padecer.
- No lo es si estoy contigo y tú conmigo estás también.
- ¡Ya no más ilusiones, no más, por tu bien!
- Mi bien eres tú, preciosa, pero si así quieres, ¡así lo haré!
- No es que quiera que te vayas, es que no puedo perder…
- ¿Perder?, ¿pero perder qué?
- Yo no sé perder.

[240]
- Y yo, mi amor, yo que te gané,
no supe sostenerte, no supe hacerte bien.
- Tú me hiciste bien, tanto así me amaste
que me hiciste misterio y glorioso arte.
- Que te amo, vida mía, que te amo eternamente.
- Yo te amo, Escritor mío, pero quédate Escribiente.

[241]
CAPÍTULO XIX
MI VEJEZ Y EL DESEO DE MORIR A LOS 102 AÑOS

Velo de niebla es el futuro, ¿quién lo podrá sondear? Es insondable,


el futuro es insondable, porque su niebla es su velo, su niebla es misterio.
¿Quién devela lo incierto? Nadie sabe a qué edad morirá, tampoco tiene
asegurado el día, mucho menos los años, ¡jamás el futuro! Irónico que el
futuro nos genere nostalgia, ¿cómo recordar el futuro? No se recuerda,
¿por qué la nostalgia?, ¿por qué añoro lo eterno, como si alguna vez lo
hubiese vivido? ¡He vivido lo eterno!, por eso recuerdo el futuro, un futuro
más allá del futuro que piensas, y que yo primero pensé. Anhelamos lo
eterno, sin anhelo. No es anhelo lo que anhelamos, sino añoranza,
recuerdo, nostalgia. ¿Has experimentado lo eterno?, sí, igual que yo.
Antes de ser lo que eres, fuiste en lo alto y eso te produce nostalgia.
Los locos como tú y como yo venimos de lo más encumbrado en el
cielo. Nuestro arte, ese de amar, es un arte divino propio de locos de atar.
Aun así, ¿qué habría que recordar de lo alto? De lo alto se recuerda por
inercia, como por antonomasia se recuerda el pasado. Nadie piensa en el
pasado sin pensar en el recuerdo; pensionar el pasado, es pensionar
tácitamente el recuerdo. Pero mencionar el futuro, y más allá del futuro,
lo eterno, que es inconmutable presente, no genera el tácito impacto que
el pasado, aunque sea más fuerte el recuerdo en el futuro que en el mismo
pasado. El pasado son cosas de aquí, pero el futuro, que al parecer no
hemos vivido, lo hemos experimentado en la cumbre del cielo sin
recordarlo totalmente. Sentimos nostalgia porque lo añoramos, sentimos
nostalgia porque para allá vamos.
Para mí, como la eternidad es lo efímero a la inversa, o la eternidad
metafórica, la juventud es una nostalgia a la inversa. Desde ahora añoro
mi juventud, y ni siquiera he sido viejo alguna vez. Es como si pudiera
recordar el futuro, una anamnesis revertida, como decía. Esto solo me
pasa cuando empiezo a divagar en mis ideas, pues me imagino un
sinnúmero de cosas extrañas, como las que te relato en estos párrafos.
No he sido viejo, y ya extraño mi juventud, juventud que todavía tengo.
O no (me adelanto al tiempo en que envejezca y vuelvas a leer esto), quizás
ya esté viejo y ahora sí añore con nostálgico anhelo la juventud que no
poseo más que en el recuerdo. No lo sé, Luz de mi Vida, es que puedo
pensar tanto, que ya no sé si alguna vez haya pensado sensatamente
algo. De igual, mis insensateces han sido bonitas, ejemplo insuperable
eres tú y el haberte escogido.
Temo la muerte, lo sabes, y no quiero pensar tanto en ella, aunque
piense demasiado en ella. Es que convivo con metáforas de muerte; no sé
ni siquiera si convivo con ellas, o estoy muerto cuando de ellas me doy
cuenta. Piensa tú en todas esas alegorías y trata de darme una respuesta.
Y perdón que te ponga a pensar en ello, sé que crees que morirás antes
[242]
de la vetustez, pero es que todavía no me lo termino de creer. Sé que
leerás esto de vieja también, tengo la esperanza, como también tengo la
esperanza y el miedo de envejecer. Metáforas de muerte son la vejez,
principalmente, pero antes de llegar a ella hay muchas otras metáforas
que preceden la síntesis arrugada de la vida. Pienso en la enfermedad, a
la cual le huyo como más puedo. ¿No te parece un anuncio terrible del
final? Hay enfermedades de enfermedades, una más horribles que otras,
pero cada uno de ellas tiene un peso alegórico terrible. No me gustaría
llegar a una vejez enferma, quiero una vida longeva, pero exenta de
enfermedades muy graves.
Yo quisiera llegar a vivir hasta los 102 años. Al principio quería
hasta los 100, pero luego pensé y dije: “si nací en el 2000, yo quiero, no
solo terminar el siglo, sino también comenzar el siguiente”. Me gustaría
sepultar a todos mis amigos, a todos mis familiares y que solo quede yo
en pie. Más allá del dolor, quiero vivir el duelo con alegría, una alegría
victoriosa, pero también esperanzada. Y a ti, sí…, se escucha raro, pero
también quiero enterrarte. (…) Me parece curioso que tenga estas
inclinaciones tan inusuales, pero las tengo y las expreso.
Yo le temo a morir, pero no es a morir a lo que realmente le tengo
miedo, sino a cómo morir. Es más, lo que me causa más terror de la
muerte es que no sé cómo moriré. Yo quiero morir de varias formas, pero
definitivamente no quiero morir de muchas otras. Como todos, creo, no
quiero morir ahogado, ni asfixiado, ni quemado, ni electrocutado, ni en
un accidente de tránsito. Un infarto estaría bien, pero tampoco me
gustaría mucho morir así. Yo quiero morirme dormido, sin que lo perciba,
pero al mismo tiempo quiero saber que me estoy muriendo. No sé, cada
que me acuesto a dormir tengo la esperanza de despertar, y me sentiría
muy extraño al despertar y saber que no desperté como siempre, sino que
estoy muerto, ¡o no sé, no sé cómo es eso! El caso es que yo quisiera
morirme dormido, pero al mismo tiempo darme cuenta de mi muerte.
Como una especie de suspiro final con el que exhale mi espíritu, mi hálito
de vida, el aliento espiritual, y lo entregue, no que se me arrebate, sino
que lo entregue. Lo pienso así, y también sé, no soy ingenuo, que a mí no
me toca disponer eso de mí.
Te lo he dicho y te lo vuelvo a decir: ¡quisiera vivir 102 años! Para
mí es demasiado, pero bien dijo Charles Bukowski en Avanzando hacia
la oscuridad: “vivir demasiado exige algo más que tiempo”, y lo que a mí
me exige la vida es tenerte a mi lado, ¡nada más! Mantente siempre
conmigo, no te me pierdas en el tiempo, no te me pierdas en la vida, que
te amo y quiero conservarte muy dentro de mí.
Dice el (salmo 90, 10): “aunque uno viva setenta años, y el más
robusto hasta ochenta, la mayor parte son fatiga inútil, porque pasan a
prisa y vuelan.” No quisiera yo llegar a viejo y no haberme dado cuenta
de nada de la vida. No sé, como no haber vivido como quería, haber hecho
[243]
y sido aquello que no quería hacer ni ser. Yo trato de disfrutar mi
juventud al máximo, pero también sé que tengo responsabilidades que
tratar de asegurar mi futuro, aunque éste sea siempre inseguro. No
quiero levantarme a las tres de la mañana en setenta años y pensar,
“¡diablos, soy infeliz!” Yo quiero madrugar todos los días y sonreírle al
Sol, a la vida, a mis vecinos, a mi amor, sea cual sea a quien tenga a mi
lado, porque una cosa sé: yo no me voy a quedar solo, de eso estoy seguro.
Tampoco quiero ver con recelo el pasado, como si la vejez “hubiese” sido
un rescate a última hora, Jane Austen dijo en Orgullo y prejuicio que “del
pasado no tiene usted que recordar más que lo placentero”, y así trataré
de hacerlo. No quiero sentir un presente dolido, ni recordar con dolor el
pasado. Habrá, seguramente, muchas cosas que no quisiera hubiesen
sido así, sino de otro modo, pero yo sé, y estoy seguro, habrá mil y una
cosa más que habré vivido con genuina alegría. Yo soy muy feliz ahora, y
lo seré muchísimo más después. Quiero compartir esa alegría contigo, y
hacerte olvidar aquello que hayas sufrido, es decir, lo que sufrirás y
recordarás cuando seas conmigo una ancianita. Yo te quiero de verdad,
Nany de mi alma.
Sé que me enfermaré en la senectud, pero no ojalá no sea una
enfermedad que me impida bañarme por mí mismo, comer por mí mismo,
caminar por mí mismo. Que sí, que me duelan cosas y pierda lucidez,
pero que pueda leer, pasearme con cuidado, contemplar la belleza del
mundo y abrazar con alegría a quienes sé me aman. Yo no quiero ser un
viejito amargado, triste y solo. Quiero rodearme de gente, de gente leal,
que me quiera. Quiero haber vivido una vida feliz, y vivir esa potencia
actualizada de la manera más dichosa, más plena y realizada: una
perfecta síntesis de vida. Pensó Schopenhauer en Aforismos sobre el arte
de vivir que “no hay mayor consuelo en la vejez que la certeza de haber
invertido toda la energía de la juventud en obras que no envejecen con
uno.” Yo creo que en mi vejez miraré con nostalgia mi biblioteca y veré
éstos dos libros nuestros con cariño, libros que no envejecen, aunque
parezca, conmigo. Sí, porque el Iván que escribió en su momento, es
decir, en este preciso instante en que escribo, y tú que lees así tan joven
y hermosa, serán siempre eternos en lo escrito.
A veces me fijo en la vejez con mirada desdeñosa, cegado por la
vanidad y el miedo. ¿Cómo me veré? ¿Qué seré, o que soy sin ser? No sé,
le temo a mi apariencia futura, si seré más feo, o más débil. Yo creo que
tú también le temes al desgaste físico. Creo que es natural temer a
acabarse de esa manera, pero también es natural acabarse así. No sé,
que Dios nos dé la paciencia como nos da el amor. Yo creo que los
pecados de la juventud no cuentan ya en la vejez. No si no se prolongan.
El (salmo 71) se dirige a Dios diciendo: “no me rechaces ahora en la vejez,
me van faltando las fuerzas, no me abandones”, y creo que Dios escucha
con benevolencia las palabras de los ancianos. Los ancianos, si se sabes
ver y si ellos saben envejecer, son tiernos para los hombres, y ¡cuánto

[244]
más para Dios! El mismo Señor lo promete en (Isaías 46, 4): “hasta
vuestra vejez, yo seré el mismo, los llevaré hasta que seáis ancianos.” ¡Yo
no le temo a una vejez con Dios, le temo a una sin Él!
El tiempo es el mejor amigo, a la vez que el enemigo. Yo que quiero
una vida larga, ¿cómo no han de ser largos las horas, los días, los años,
si no están éstos llenos de ti, si están sin tu presencia? Pues sí, ¡amo la
vida! Y quiero vivirla lo más luenga posible. Pero, ¿qué es la vida sin ti?
Mi longevidad, pues, sería pena de no tenerte, a la vez que larga, sería
penumbrosa. ¡Amo la vida!, pero, ¿qué es mi vida sin ti, tú que eres mi
vida? Yo proyecto en mi imaginación un futuro que te tenga por vértice,
horizonte y fin. No pienso en un futuro sin ti, ni quiero, ni lo concibo. En
cada instante que pienso en el porvenir, siempre estás tú presente en
cada pensamiento. Yo no quiero una vida larga, si no estás tú en ella. De
no estarlo, me conformo y creo sería feliz, con una vida relativamente
corta. 79 años, o menos, qué sé yo. Aunque temo morirme tan joven, no
quiero privarme de ti. No quiero, ¿por qué?, ¿acaso lo sé?
Pregúntame más bien qué haría en esos 102 años. Lo que sé, es
que los viviría intensamente, todos ellos. Además de todo lo que pienso
hacer conmigo mismo, en lo que me quiero centrar, además, con la firme
intención de responder la pregunta que yo mismo hice que me
preguntaras, en lo que contigo haré en mis años jóvenes y, sí, que sí, en
los años viejos. ¡Atiendes, que es una utopía!, quizá no vayamos a hacer
nada de esto, pero es lo que imagino hecho cuando pienso en recordar
algo al final de mis días.
Las mañanas olerán a café y a jugo de naranja y mandarina. En la
nevera habrá yogurt y leche, yo casi no tomo leche, pero tú, ¿qué no
comes tú? Seguro te gustará la leche, el jugo de naranja y mandarina y,
por supuesto, el café. Cuando nos levantemos, nuestros jóvenes cuerpos
habrán descansado lo más que puedan en la mañana del domingo, pues
en la noche del viernes y sábado no hubo mucho tiempo para descansar,
hubo mucho movimiento, sudor y energía. Así que, la mañana del
domingo es perfecta para despertar.
Progresa el día y yo estaré sentado en mi sofá favorito, leyendo mi
libro favorito del año y, seguramente, descansando de la semana, pues
toda ella estaría escribiendo otro libro, quizás para ti, quizás para mí,
quizás para todos. Pero el domingo no trabajo, el domingo es todo para
ti. Me bañaría temprano, después del desayuno que tomaríamos juntos
a eso de las ocho de la mañana. Otra taza de café no estaría mal, y mucho
menos si juntos la tomamos. ¡El almuerzo, el almuerzo!, no será gran
cosa… el mejor almuerzo es el del mediodía del miércoles, pues es el día
de la semana en que almorzamos juntos y compartimos la tarde. El
miércoles almorzamos juntos siempre en los mejores restaurantes, pero
muchas veces lo hacemos juntos en tu casa o en la mía; vemos alguna
película antes del algo de la tarde, y llegado el momento nos comemos un

[245]
helado, o cualquier género de refrigerio que te guste. ¡Seguramente serás
muy creativa al escoger que comer cada tarde! Y yo, yo te seguiré todos
tus caprichos, pues serás nuestros miércoles, solo para nosotros.
Veremos el ocaso juntos y compartiremos gran parte de la noche, hasta
que se nos dé la hora para despedirnos, pues hay cosas que hacer el resto
de la semana y estaremos muy cansados.
El almuerzo del domingo, decía, no es la gran cosa, pues el
miércoles lo eclipsa. Lo que importa del domingo son otras cosas, no
tanto qué almorcemos, pues ambos estamos preocupados por nuestras
cosas más que por qué hacer de comer. Solo pedimos algún domicilio y
lo tomamos juntos en la terraza, bajo la tibieza del Sol y la compañía de
las aves. Te beso en la mejilla después del vino, y en la frente cuando me
levante a lavarme los dientes. Me gusta tomar el postre después de
lavarme los dientes, ¡no sé por qué el café del mediodía me sabe mejor si
ya me he cepillado los dientes!, además, el dulce con el que lo acompaño
sabe distintos, sabe mejor. Vuelvo y tú me estás esperando, no has
probado el postre, me esperas…
El domingo también es tarde de película. Casi siempre las escoges
tú los domingos, yo los miércoles. Tus películas son buenas, pero son
mejores las mías, al fin y al cabo, yo soy el dramático. Y así se nos va la
tarde, entre risas, besos, caricias, tu cabeza en mi pecho, en mis brazos,
en mis piernas, y a veces, solo a veces, cuando están muy aburridas tus
películas, me duermo. Me despiertas con un beso y me recuerdas que
sigue el refrigerio de la tarde, que ya ha llegado lo que hemos pedido y
has puesto la mesa en el balcón de la casa. Y allí, puesta la mesa para
dos bajo el Sol de la tarde, rodeada por la amigable sombra de los árboles
y el cantar agradecido de las aves a las que alimentas, nos sentamos
juntos, nos tomamos de las manos, a Dios damos gracias por amarnos y
tomamos lo que sea que tú hayas pedido, después de todo, tú eres la
consentida de mi vida.
Domingo, domingo; los miércoles te diría amor, y los domingos, mi
cielo. ¿Sabes que el domingo es el primer día de la semana, diez domini,
el día del Señor, cierto? No confundas el inicio de la semana al otro día,
pues ya lo habremos empezado. Esos dos días serán nuestros días
favoritos por el resto de nuestras vidas. Cuando envejezcamos, habremos
consumido cada tarde del mismo modo, pero siempre nuevo, nunca igual.
El amor rejuvenece, el amor hace de lo simple, extraordinario y de la
costumbre, novedad. Quizá se escuche en el aire esos versos de Love of
lesbian en Poeta Halley, una canción hermosa que ya cité en nuestro
anterior libro, pero que citó aquí de nuevo bajo este contexto, que dice
“puede que no haya aprendido a aceptar que escuadrones de moral
judeocristiana con su culpabilidad, nos perseguirán por tierra, por el aire
y sobre todo por amar”. Es una posibilidad que quizá permanezca en el
ambiente, pero yo trataré de destruir esa visión y perspectiva en nuestra

[246]
vida; por amar no se degrada la conciencia, todo lo que está hecho con
amor, está bien hecho, de eso estoy seguro. Ya son tres años de amor,
querida, y esto apenas comienza, porque lo nuestro es una construcción,
no una simple fantasía irrealizable, sino que, con base en el esfuerzo y el
deseo, podremos con todo lo que juntos queramos. Podrás tener mil
amores, pero como yo no tendrás muchos; es más, no tendrás ninguno.
Me detendré en la montaña de mis años y miraré hacia atrás, como hacen
los abuelos cuando los ves taciturnos y con su mirada perdida,
reconoceré en ti lo mismo que acabo de decirte: el amor que no tendré
jamás, aunque tenga muchas otras almas que pretenda amar. Si acaso
te fueras y no vivieras conmigo aquello a lo que te he predestinado en mi
imaginación, no podría si quiera asemejar un poco con otra persona lo
que pienso y quiero. Yo no tendré más amor que tú, y lo diré en mi vejez
como lo digo ahora. El tiempo es corto y lo quiero aprovechar contigo.
Cuando envejezca, quiero encarnar en mis recorridos años las
palabras de Pedro Casaldáliga: “al final del camino me dirán: ¿has
vivido?, ¿has amado? Y yo, sin pronunciar palabra, abriré mi corazón
lleno de nombres.” Quiero que tu nombre sea el primero en brillar cuando
abra mi corazón para responder. Yo quiero envejecer tranquilo y morir
feliz, habiendo amado lo más que pude. Amaré a muchas personas, lo sé,
yo soy un amador siempre; pero quiero, ante todo, amarte lo más que
pueda a ti. Si quiero vivir 102 años, no es solo para conocer el otro siglo,
sino para poder llevar el recuerdo de tu existencia al otro siglo, siglo que
quiero solo yo conozca, para que tú lo conozcas en mí.

CAPÍTULO XX
LA LUZ QUE ES, LA LUZ QUE ERES

Es de soberbios autoreferenciarse, por eso quiero aludir a nuestro


anterior libro: Nuestras estaciones. La manera como empiezo el discurso
evoca también el espíritu de este capítulo que describe la naturaleza de
tu luz. Esta es la primera vez que uso, conscientemente, el adjetivo
posesivo nuestro, pues acabo de leer una frase de Pascal que me condujo
a replantearme la manera como me refiero a lo que escribo. Él
consideraba un tanto soberbios a aquellos que hablaban de lo suyo como
si tuviesen realmente propiedad en sus esfuerzos intelectuales. ¿Tú crees
que todo este libro fue escrito por mí? Ciertamente, pero no hubiese
podido escribirlo tal cual está, si no hubiera habido otros autores que me
ayudaran a aclarar cuestiones, a plantearle cara a alguna que otra
reflexión, a ayudarme a entender mejor aquello que me proponía
entender para después explicártelo a ti.
Pascal dice que “ciertos autores, hablando de sus obras, dicen: “mi
libro, mi comentario, mi historia, etcétera”. Parecen a esos aldeanos que
poseen casa propia y siempre tienen un “en mi casa”, a la boca. Harían

[247]
mejor al decir: “Nuestro libro, nuestro comentario, nuestra historia,
etcétera”, visto que ordinariamente hay más en ello de propiedad de otro
que de la suya.” Y resulta ser del todo cierto, pues cuando escribimos,
escribimos a partir de otros autores. Nuestro pensamiento, que es al fin
lo que se escribe, fue primero cultivado a raíz de otras reflexiones y
aportes intelectuales. En suma, todo lo mío es más de otros que mío. Así
es que, lo que escribí para ti es apenas un débil aporte a la universalidad
de la razón. Lo cierto es que yo no escribo para nadie más que para ti, y
si es verdad también que me gusta que otros me lean, es con un hálito
de orgullo, más que de finalidad. Es decir, no busco escribir para los
otros, sin embargo, cuando me leen, me gusta causar la impresión que
causo al escribirte dos libros con apenas 19 años. A veces, incluso, me
preguntan que si tú sí entiendes lo que te escribo. Yo solo sonrío, porque
sé que sí. Siempre me he asombrado de tu inteligencia, amo eso de ti.
Me costará trabajo decir de mis obras sin egoísmo, al fin y al cabo,
soy muy egoísta y, tú lo sabes más que nadie, bastante arrogante. No,
corrijo: soy tu egoísta y tu arrogante. Al fin y al cabo, yo solo escribo para
ti. Después de todo, no me queda nada más que tú misma y el amor
inmenso que por ti tengo. Yo corrijo muy poco lo que escribo, aunque
corrijo, claro. Lo que sucede, es que siento que todo lo escrito ya está bien
escrito. Así que me la paso escribiendo y escribiendo sin corregir a penas
nada. Me fastidia cuando paso por el filtro de mis profesores lo que
escribo y me dicen que tengo que quitar algo o corregir algún error. La
verdad es que espero que me feliciten y ya, no que me corrijan. Siento
que no hice nada de cuanto quería. ¡Sí, qué arrogancia la mía!, o mejor,
qué arrogancia la que te doy como ofrenda. ¿No es tuya? Mi arrogancia
es tu arrogancia. Mientras yo me ufano en que te escribí dos libros, tú te
ufanas en que alguien te ama tanto que te escribió dos libros. ¡Te ufanas
en que sabes que eres tanto que hasta libros te escriben sin pedirlo!
Este capítulo es la conducción de los secretos a las memorias.
Expone el fin de mis secretos y el fin de los secretos que he ido
descubriendo en ti. Y evoca el principio de las memorias que siempre
serán actualidades en cuanto las amemos y las necesitemos. Esta luz con
que te describo es, ante todo, secreta, pues como tu hermosura, solo yo
he podido descubrirla a la vez que te fui amando. El haberte amado, fue
para mí la iluminación que recibieron los escritores sagrados al escribir
las divinas letras. Tal cual pasó con ellos, me pasó contigo. Tu luz,
dimanada nada más que de ti misma, me impregnó la vida, siendo tú la
Luz de mi Vida, y me conmovió hasta tal extremo de escribirte y
considerarte en mis disertaciones y reflexiones. Y es que ya no puedo
pensar nada si no es iluminado por la luz de tu concepto, que, en suma,
eres todo tú. Sí, tú eres mi concepto, tú eres mi pensamiento, más que
pensarte, tú eres mi propio pensamiento, Ya no puedo, amor mío, pensar
sin pensarte, ya no puedo, amor mío, decir qué pienso, sino decir, te
pienso, porque el mismo ejercicio de pensar, es pensarte.
[248]
Y volviendo a mi arrogancia, esa que hace citarme a mí mismo
respecto a ti, al iniciar Nuestras estaciones empecé con este párrafo, un
atisbo a la inagotable riqueza de la luz maravillosa que eres. Veras, luego
de terminar con estas páginas, la inconmensurable grandeza de tu luz
maravillosa, indeficiente e, inclusive, temible. Tu luz no puede ser
comparada con cualquier luz, a ti te corresponde una luz más especial
que cualquier débil e impreciso destello. Yo lo escribí como prefiguración,
pero ahora, en este capítulo, me dedico sola y únicamente a la
dilucidación de mis consideraciones respecto a la naturaleza de tu luz.
Sí, sé que soy un arrogante, pero con mi arrogancia es que he llegado a
escribir todo cuanto te he escrito. Seré más humilde, lo sé, conforme el
tiempo me premie con el regalo de su paciencia. Así pues, con mi atroz
arrogancia escribí y con ella misma me quiero citar al respecto de tu luz:
Trato de abrirme paso entre la luz cegadora que fulmina mi rostro.
¡Es tan pesada! Esa luz tiene vida propia, accidentes concretos en
su ser, cualidades excepcionales. Esa luz tiene un nombre que le
sirve de escondite, pues una luz tan mágica no puede ser vista por
ojos imprudente o indignos. (…) ¡Con cuán fuerza la naturaleza
habría deseado conocer esa luz tan humana y tan perfecta! Y dicho
sea de paso la explicación de esta soslayada ambivalencia, pues si
bien el hombre es perfecto, posee en la esencia de su perfección los
accidentes de la imperfección. Sí, de eso se trata la perfección
humana, esa perfección de la que goza esa luz maravillosa que
conocí en esa primavera, una perfección que deja entrever sus
errores más hermosos, género de su absoluta, pero relativa
voluntad.
¿En qué pensaba cuando te empecé a escribir aquella tarde nuestro
anterior libro? Recuerdo que me senté, como de costumbre, en la mesa
donde reposa mi computador a pensar y pensar. Mis meditaciones
oscilaban entre tú, mi amor por ti y cómo te necesitaba en mi vida. Cada
pensamiento era iluminado por tu presencia y figura como ningún otro
pensamiento podría jamás. Vi el vértigo de la hoja en blanco y comencé
a escribirte, al principio, un pequeño párrafo, pues quería darte a
entender que mi pensamiento es, solo porque te piensa; que mi voluntad
es, solo porque te desea; que en mí hay algún bien, solo porque estás tú
conmigo, bien de mis bienes, mi bien más absoluto, pues más que
cualquier otro bien, mi voluntad solo te desea a ti. Quería dejarte muy
claro que había descubierto algo en ti que nadie más podría descubrir
jamás, quería dejar tu esencia escrita, quería escribirme a mí mismo en
las páginas que estaban iluminadas por ti.
En esos momentos, no encontraba nada más perfecto para
asemejarte que la luz. Pensaba y pensaba en la luz y lo importante que
era, de dónde provenía, hacia dónde iba y cuál era su sentido. De todas
esas bellezas que la luz me iba enseñando, comencé a entender tu

[249]
naturaleza, tu belleza, tu vigor, tu valía. El contexto se hacía cada vez
más puro, pues con la luz todo era más claro y perfecto. Luego, ¿cómo no
me había percatado que la luz eras tú misma? No solo era el sentido de
tu nombre, pues tu nombre es apenas escondite, sino que eras tú misma,
tu substancia, tu esencia perfectísima. Luz, luz, luz, luego, ¿vida
iluminada? ¡No, hombre!, su luz proviene de la misma vida, por eso es
Luz de Vida, porque su luz vivifica todo cuanto para mí existe, su luz es
mi vida. Tú, perfecta y amorosa mujer, eres la Luz de mi Vida, la razón
por la que soy cuanto soy.
En el prólogo al Evangelio según san Juan, el evangelista escribe
con la más pura teología la creación bajo la perspectiva mesiánica. Me
llama mucho la atención el texto, porque, como cosa rara, estás tú
presente en mis pensamientos mientras hago estas lecturas. Dice al
respecto en (Juan 1, 1-5):
En el principio existía la Palabra y la Palabra estaba con Dios, y la
Palabra era Dios. Ella estaba en el principio con Dios. Todo se hizo
por ella y sin ella no se hizo nada de cuanto existe. En ella estaba
la vida y la vida era la luz de los hombres, y la luz brilla en las
tinieblas, y las tinieblas no la vencieron.
La similitud que tiene este posterior relato con el Génesis es
impresionante, pues trata de resaltar enormemente la importancia de la
luz en las cosas que ya han sido creadas. Decía Schopenhauer que “de
las cosas creadas, la más hermosa de todas es la luz: es el símbolo de
todo lo bueno y de todo lo saludable. (…) la ausencia de la luz nos pone
triste, su retorno nos devuelve la alegría…” ¿Cómo no iba a tener razón?
He experimentado en carne propia la ausencia de tu luz, y, querida mía,
¡qué terrible experiencia! La opacidad me agobia, me impregna, como
debiera impregnarme tu luz, para matarme poco a poco, lentamente. Doy
gracias a Dios por haber creado la luz, y con ella, tu esencia y sentido.
Como ya hemos visto, el logos, es decir, el espíritu por el que todo
fue hecho, pero que es a la vez Palabra, Verbum, Ruaj en hebreo, y que
puede entenderse también como pneuma en griego, fue el agente creador.
El misterio más absoluto es el de la Trinidad, ¿cómo tres personas son
un solo Dios? Para nosotros singular es singular, y plural, plural. Mas
para Dios, su singularidad, estriba más perfectamente en la comunión
de tres personas en una sola substancia, la divinidad. La Palabra
creadora de la que habla san Juan, es Jesucristo, el verbo de Dios, pero
al mismo tiempo, en la creación estaba el Espíritu aleteando sobre las
aguas que habían de ser la vida venidera, y el Padre que todo lo disponía.
Dios creó, antes que nada, la luz. Pero si Dios mismo es la luz, ¿qué luz
creó entonces? Ciertamente no se creó a sí mismo, pues es increado, si
no, no sería Dios. Entonces, podríamos decir que la luz que creó Dios es
distinta a su esencia, aunque tenga estrecha relación. Y es así, con esta

[250]
concepción, que es narrado el origen de la luz en las Escrituras Sagradas,
exactamente en dos diferentes momentos.
A saber, en el libro del (Génesis 1, 1-5.14-19) se establecen dos
diferentes situaciones para la creación de la luz. En el primer momento
dice la Palabra:
En el principio creó Dios los cielos y la tierra. La tierra era caos y
confusión y oscuridad por encima del abismo, y un viento de Dios
aleteaba por encima de las aguas. Dijo Dios: “haya luz”, y hubo luz.
Vio Dios que la luz estaba bien, y aportó Dios la luz de la oscuridad;
y llamó Dios a la luz día, y a la oscuridad la llamó noche. Y
atardeció y amaneció: día primero. (…)
Yo considero que el primer género de luz que se creó fue uno
espiritual, antes que el material. ¿Cómo sería posible que el autor
sagrado tuviese tan poco tacto conceptual? Indudablemente, tiene que
ser una figura instaurada a propósito, pues si no, sería una especie de
ignorante con la autoridad para escribir, y, ¿eso qué sentido tiene? No se
puede atardecer y amanecer sin astros, y esto muy bien lo sabía el
hagiógrafo mientras relataba, pues más adelante, en el versículo 14,
continúa con el mismo hecho, pero de manera distinta, cuando escribe
sobre la obra de Dios, quien crearía, a mi juicio, dos géneros diversos de
luz:
Dijo Dios: “haya luceros en el firmamento celeste, para apartar el
día de la noche, y valgan de señales para solemnidades, días y
años; y valgan de luceros en el firmamento celeste para alumbrar
sobre la tierra.” Y así fue. Hizo Dios los luceros mayores; el lucero
grande para el dominio del día, y el lucero pequeño para el dominio
de la noche, y las estrellas; y púsolos Dios en el firmamento celeste
para alumbrar sobre la tierra, para dominar en el día y en la noche,
y para apartar la luz de la oscuridad; y vio Dios que estaba bien. Y
atardeció y amaneció: día cuarto.
Ahora sí que puede atardecer y amanecerse con toda naturalidad.
Afín a la naturaleza humana, la cual necesita del espacio y el tiempo para
ser, al mismo tiempo que tiene dentro de sí una fuerza “sobrenatural”
que le acompaña, creó Dios la luz material. Aunque creó primero la
espiritual, para ser fiel a nuestra dialéctica, quise empezar a analizar una
a una, empezando, no por la primera luz creada, sino por la segunda, que
es la luz que se encuentra en el orden inmanente, mientras que la
primera creación de la luz se encuentra en el orden trascendente, la cual
mencionaremos con mayor rigor más adelante.
Así, volviendo a nuestros asuntos, tenemos claro que por fuerza
sobrenatural nos referimos a una exageración humana, pues yo
considero que lo sobrenatural no existe, sino que todo entra en el orden
natural divergente. Es decir, consideremos que existen varias

[251]
naturalezas, pero identifiquemos las dos más fundamentales: naturaleza
humana y naturaleza divina. Muchos para referirse a hechos angélicos,
dicen sobrenatural, incluso para referirse a hechos divinos. Yo considero
que lo sobrenatural es solo una figura retórica que busca exagerar el
discurso, mas siempre será todo en el orden natural, dependiendo, claro
está, del género de naturaleza al que nos refiramos.
Esa fuerza sobrenatural, o mejor, natural, solo que no humana,
sino naturalmente divina, es la que Immanuel Kant, en Observaciones
sobre el sentimiento de lo bello y lo sublime, describe en una reflexión
sumamente interesante a partir del espectro de la noche y el día. Dice
con pericia y elocuencia:
La noche es sublime, el día es bello. En la calma de la noche estival,
cuando la luz temblorosa de las estrellas atraviesa las sombras
pardas y la luna solitaria se halla en el horizonte, las naturalezas
que posean un sentimiento de lo sublime serán poco a poco
arrastradas a sensaciones de amistad, de desprecio del mundo y
de eternidad. El brillante día infunde una activa diligencia y un
sentimiento de alegría. Lo sublime, conmueve; lo bello, encanta. La
expresión del hombre, dominado por el sentimiento de lo sublime,
es seria; a veces fija y asombrada. Lo sublime presenta a su vez
diferentes caracteres. A veces le acompaña cierto terror o también
melancolía, en algunos casos meramente un asombro tranquilo, y
en otros un sentimiento de belleza extendida sobre una disposición
general sublime. A lo primero denomino lo sublime terrorífico, a lo
segundo lo noble, y a lo último lo magnífico. Una soledad profunda
es sublime, pero de naturaleza terrorífica.
Si te fijas bien, Kant quiso apreciar la sublimidad bajo la
perspectiva de la noche y el día, haciendo la diferencia que, a su juicio,
existe entre los dos sentimientos, lo bello y lo sublime. Habría que decir,
ante todo, que, si tales sentimientos pueden apreciarse en los espectros
materiales de la noche y el día, es porque subyace en ellos esa luz divina
que dio origen a todo germen de luz. Lo que yo quiero resaltar no es, como
tal, dónde se encuentra lo bello y lo sublime, sino que, siendo lo bello y
lo sublime propiedades de la vida espiritual, tienen su origen en esa
prístina luz de la que hablamos, esa emanación divina y efluvio eterno
que se encuentra en las cosas aparentes. Con este mismo espíritu, quiero
que te acerques a todas las cuestiones materiales, siempre pensando en
lo que subyace en ellas.
Por ejemplo, dice la ciencia moderna sobre la luz material, que ya
sabes que adquiere materia a través de los fotones, partículas materiales
que expresan de manera resuelta la existencia de la luz, que es una
constante en el universo cuyo valor es 299.742.458 m/s, esto es así,
únicamente cuando la luz se propaga en el vacío, pues en cualquier otro
medio su valor cambia y siempre es inferior. Con esto podemos decir
figura como el límite al que la luz obedece para desplazarse por el espacio,
de otro modo, sería siempre inferior, nunca superior. En cualquier caso,

[252]
¡qué velocidad! Así, la velocidad de la luz depende de las propiedades
electromagnéticas, la permitividad eléctrica y la permeabilidad magnética
del medio material que atraviesa. O bien, en el hielo la luz se propaga a
228.849.205 m/s y en el diamante a 124.034.943 m/s, todo esto según
Next Class, una página de divulgación científica muy interesante.
¿Puedes imaginarte estas velocidades? ¡Son inconcebibles para nuestras
débiles mentes! ¡Ya ves lo ilimitadamente limitados que somos! Y aun así
la luz no es tan veloz como yo cuando decido arrepentirme por el mal que
te he hecho muchas veces; y, aun así, la luz no es tan veloz como tu
concepto en mi pensamiento; y, aun así, la luz no es tan veloz como la
alegría que me produces cuando estás conmigo. Si éstas son apenas
expresiones básicas de la luz, ¿te imaginas qué hay detrás del misterio
de la tuya?
No podemos fijar la total atención en las maravillas de la luz que
observamos. Existe una luz que habita en el silencio, en lo oculto. Tú eres
una mujer extremadamente hermosa e indispensable, además, en mi
vida. Pero no puedes centrar tu vida en tu hermosura aparente, sino en
aquella hermosura que subyace, esa de la que ya hemos hablado antes,
en el interior de tu ser, en lo inefable, en el silencio de lo oculto. Por eso
insisto tanto en el misterio que te envuelve. ¡No es en balde que te insisto!
Quiero que te preocupes más por tu interior, a por como luces, que,
siendo importante, no quiero sea el único objeto de tu vida. A esto me
refiero cuando te explico que tenemos que asombrarnos de lo hecho, pero
siempre pensándolo como segundo momento de la creación; hay que
hacer anamnesis de aquello que fue creado primero, antes que todo lo
aparente, todo lo que tienen su origen en el espíritu y que está, escondido
bajo el misterio, en el fondo de nuestra alma.
Pensemos en el Sol como la imagen más directa de la luz creada en
segundo lugar, es decir, de la luz material. Nuestra estrella,
principalmente, y luego los demás astros son fundamentales en nuestra
vida, apodícticamente. Mientras que los astros más cercanos sirven para
la vida, los más lejanos también tienen una función en relación con
nosotros. La ciencia moderna ha avanzado mucho en este asunto de la
astronomía, aprendiendo a predecir todo tipo de eventos espaciales que
influyen de diversas maneras en el devenir histórico del mundo.
Las diversas apreciaciones que se pueden tener sobre él, desde las
más banales, hasta las más poéticas, son preciosas a los ojos correctos.
Por ejemplo, algo tan simple, pero tan real, como que, a la luz del Sol, las
fotos quedan mejor, más reales, más vivas, más hermosas. Eso es algo
sencillo, pero que realza aún más la naturaleza esencial del Sol. Las
fotografías son fragmentos de memoria congelados para siempre, y como
tal, queremos que salgan hermosas para lucir nuestra apariencia, en
todos sus géneros de belleza, retratar memorables momentos y alegrías
inolvidables. Si no fuese por la luz del Sol, quizás muchas fotos se
hicieran sombrías, o peor, ni siquiera podríamos sacarlas, pues no

[253]
hubiese luz qué congelar. Algo tan sencillo como una foto, necesita con
urgencia un elemento tan urgente como el Sol. Te refiero a esta analogía
simplísima porque sé que te fascinan las fotos, y aunque son muy pocas
las fotos que te tomas al aire libre, pues casi todas son en tu casa, sé que
entenderás perfectamente lo que hace falta en las fotos para que éstas
queden mejor: luz, luz que proviene del Sol. Tal cual, tú, mi Sol, tienes el
origen de tu luz en el núcleo elemental de tu substancia. Y tal cual las
fotos necesitan esa luz que proviene del Sol para ser de mejor forma, yo
te necesito a ti para estar completo.
El Sol es, pues, la estrella indispensable para nuestro sistema
solar. De su luz surge la vida, y tú, Sol de mi Vida, de tu luz surge mi
vida. ¿Cómo puede ser posible que me sienta más vivo en la medida en
que te tengo? Pues tal como el Sol da vida a todo cuanto para nosotros
existe, así mismo tú, no solo eres la vida de todo cuanto existe para mí,
sino que eres, a fuerza de amor, lo único que tiene realmente existencia
en mí. Aun, la misma naturaleza se sirve de él al buscar su vida en él.
¡La naturaleza necesita el Sol como yo te necesito a ti! Tú eres mi Sol, mi
más urgente necesidad.
Toda aquella materia fue creada con el benévolo propósito de Dios,
a fin de que el hombre encontrara plenitud en lo ya hecho. Pero antes,
antes de la primera luz, se había hecho la luz espiritual, luego, en razón
de los astros del cielo, se hizo una luz material que sirve de opaca alegoría
para esa inicial luz que dio origen a toda luz. De allí provienes tú, luz mía.
Tu luz, ésa luz de la que hablo siempre que pienso tu nombre, es la luz
que proviene de la luz original, que es Dios, y que él mismo crea, como
extensión suya, para beneplácito de los hombres. Tu luz es una luz
indeficiente, porque proviene de lo alto, como la música en virtud órfica
de sí misma, como todos los misterios en virtud de su ocultamiento; como
tu belleza en virtud de su hondura y mistagógica existencia; como tu
nombre, escondite de todo el caudal depositado en ti; como tu alma, como
tu espíritu, ¡oh, Dios!, como tu cuerpo, ¿no es tu cuerpo divino?, ¿no? ¡Lo
parece, Luz de mi Vida!, lo parece…
La luz que fue creada, aunque la primera luz también lo fue, solo
que antes de la luz material, es, como he dicho ya tantas veces, pero
quiero seguir insistiendo, una opaca alegoría de aquella luz que fue
primero. La metáfora fundamental aquí planteada es que la luz espiritual
que es origen de toda luz corpórea, por decirlo así, es, en suma, lo que
eres tú. Para entender mejor la preciosidad de tu luz espiritual, hubo que
estudiar someramente la envergadura básica de la luz material, de
manera sencilla, sin profundizar tanto que se perdiera lo esencial del
mensaje. Y así, asombrándote de una luz tan deficiente, pero a la vez tan
maravillosa, podrás entender más profunda y anchamente cómo excede
tu luz a la naturaleza misma en todos sus géneros y expresiones.

[254]
A la pregunta de si hay varios géneros de luz, habría que responder
que sí, pero que se pueden concretar en solo dos: espiritual y material.
La luz espiritual es creada, pero antes de todo género de luz material. No
hay luz de naturaleza material, sin luz de naturaleza espiritual, pues del
espíritu nace toda carne. Toda luz tiene que ser entendida bajo esta
dicotomía, una que se articula, pues no es una incisión entre las dos
realidades, sino que son mutuamente inteligibles, es decir, a partir de
una se comprende mejor la otra, y viceversa. Así pues, habría que decir
que dos luces fueron creadas por Dios, una como extensión de la luz
original, que es Dios mismo sin reducirse solo a eso. La segunda la luz
material, que sirve a los hombres de diversas formas, una de ellas, como
alegoría de la luz espiritual que no puede verse a simple vista.
Una luz que se ve aun con los ojos cerrados es una luz que
proviene nada más que del espíritu, pero que se experimenta con férrea
intensidad en las memorias, como actualidad; en los pensamientos, como
realidad y en los secretos, como revelación. ¿No te dicen nada estos
conceptos? Cada uno de ellos es concebido a partir de tu luz, si no, no
podría ser. Yo vi, yo pensé, yo creí, yo actué todo a partir de tu luz, y de
ninguna otra forma veía, pensaba, creía y actuaba. Tu luz es el principio
de toda luz en mi vida, si acaso mi oscuridad es iluminada alguna vez. A
esa tu luz no le hace falta tener su principio en los millones de estrellas
que existen, pues es anterior a todas ellas y, aun, superior a todas ellas.
Tu nombre sirve de escondite para tu luz indeficiente, espiritual y
maravilloso. La maravilla que asombró mi alma y mi vida, fue la luz
escondida bajo tu nombre, ese nombre que venero, ese nombre que tanto
me gusta repetir con mis labios, ese nombre que significa todo para mí.
¡Bendito sea tu nombre, Luz de mi Vida! Esa luz que se oculta, impávida,
pues no se oculta amedrentada en las cuevas del averno, sino acicalado
en su misterio, bajo tu nombre y tu hermosura, es luz de vida que brilla
más allá del cielo mismo, en el interior de todo ser, más en el mío.
San Bernardo en La muerte del yo, escribía aquello que me sucede
a mí respecto a ti. Él experimentó en sus éxtasis ascéticos la cercanía de
Dios de una bella e íntima forma, mas yo experimenté aquello mismo en
mis acercamientos a ti de una manera similar, pero un tanto distinta.
Mientras él experimentaba que:
Uno se vuelve divino. Como la copa de agua vertida en el vino se
pierde a sí misma y toma el sabor y el color del vino; o como una
barra de hierro cuando se caliente, se vuelve roja y como el fuego,
olvidando su propia naturaleza; o como el aire, radiante con el Sol-
brilla, y parece no estar iluminado sino ser la luz misma-. (…)
Perder tu propio yo, aunque sea por un instante, como si vaciaras
y fueras engullido en Dios-ese no es amor humano, es amor
celestial-.

[255]
Yo digo: me vuelvo divino tal cual él con Dios, pero en tu luz divina.
¿Recuerdas lo que hace la contemplación? Tal como él contempló a Dios,
yo te contemplé a ti. Fue tanta mi cercanía e intimidad contigo, que pude
asirme a ti, adherirme de tal forma que me confundía en tu luz. Si los
otros reconocían en mí una luz similar a la tuya, era porque cuando me
veían, te veían a ti, realmente. Yo era perfecto reflejo de ti, pues te había
contemplado hasta tal extremo de ser tú misma. Yo soy una extensión
tuya, la luz que pueda ser yo, es en realidad tu luz reflejada en la mía.
Yo, impío, era tu luz, pulcrísima e inmaculada. Yo, mi amor, en lo poco
que hemos estado, llegué al cenit metamorfoseo de nuestro apogeo, pues
cada uno de esos besos de esa luminiscente noche, fue el culmen de mis
años, de mis dichas y pecados irremisibles. Con los besos del inicio, me
hice en un instante con el final de todo. Más hicimos en una noche que
en todas las postreras. El dolor del final se justifica con la dicha del
principio. Fantasear se convirtió para mí en la realidad de mi vida,
después de que tú irrumpiste en las obscuras habitaciones de mi alma.
Tu luz, pues, fue gracia e insuflo divino que convirtió la penumbra en luz
y la oscuridad noctámbula en pleno día. Ya no existen tinieblas en mi
vida, pues tú, mi Sol más perfecto e indeficiente, iluminas cada rincón y
cada parte de mi ser.
En ti las dos naturalezas se confunden, ¡he ahí la revolución de tu
naturaleza! Eres la ambigua forma de dos naturalezas unidas, pero no en
sus justos límites, sino excedida en todas tus expresiones. ¿De qué otra
forma sería revolucionaria tu natural constitución? Ni tu belleza, ni tu
luz, ni tu carácter, ni tu figura, nada tiene proporción con lo que se espera
de alguien, algo modesto, algo conocido. Tú excedes toda perspectiva, y
obligas a mi alma a exigirse más de lo que puede por tratar de
comprender y contemplarte. Tu belleza me enajena, tu luz me ciega, tu
carácter me lastima y tu figura me hiere, y todo porque estás distante,
superpuesta a mí, en el otro extremo que no alcanzo. Te posas al margen
del silencio, lejana, altiva y osadamente huidiza; te me escapas de las
manos, de la boca, de mi cuerpo. El silencio es rostro que te esconde, el
silencio es cuerpo que te oculta. Haces de las cosas ordinarias,
mistéricas, preciosas. Excedes todos los límites y te arrojas tras los velos,
escondiéndote de mí. Sería inadmisible tratar de escribir todo lo que eres,
pues excedes, excedes y excedes, ¿o por qué crees que eres tan rebelde
en tantos sentidos? Le puedes a todo el mundo. Te escapas, no solo de
mí, sino de todos. No te adhieres a nadie más que a ti misma. ¿Por qué
te escapas?, ¿por qué eres tan rebelde, tan ufana y pretenciosa?, ¿por
qué no puedes recostarte aquí en mi pecho y permanecer mansa y
sosegada al menos hasta que me muera, o termine consumiéndome en
tu encanto? ¡Déjame morirme en ti!
Aunque sean tan exiguas las meditaciones a tu respecto, pues
huyes ante cualquier intento de aprehensión, aunque seas ambigua y me
resulte obtusa en tantos sentidos, podría decirse que la luz que es, es la
natural corpórea, mientras que la luz que eres, es la natural divina. Sí,

[256]
la luz que corre tan veloz por el espacio en sus formas materiales, es la
luz que es, pero que es, además de en sí, en función tuya, luz para ti.
Mientras que la luz divina, esa que fue creada antes que toda luz, pero
que fue también creada, eres tú, misteriosa y perfecta. Otro tipo de
interpretación de la luz respecto a ti y tu ser perfecto al que la luz, apenas
si le queda bien como metáfora y analogía, sería, igualmente inadmisible.
Oteé desde los bordes del misterio el profundo abismo de tu ser, y
casi muero en el intento, pues bien sabes tú cómo terminó todo. Sin
embargo, agradezco al cielo esta aventura, que, por demás, fue lo mejor
que en mi vida pudo acaecer. Los recuerdos que tengo, serán para mí
precioso tesoro que nunca abandone a merced de nadie. Irrepetibles,
serán para mí figuras que me recuerden todos los días dónde encontrarte,
aquí en mi pensamiento, origen, cuerpo y fin de mi inteligencia. Tal como
Anne Shirley Cuthbert decía en sus imprudencias, “cuando hemos
conservado un dulce afecto en nuestro interior a lo largo de los años, la
idea de que podemos aceptar cualquier cosa a cambio de él es como
abaratar nuestra vida. Y podemos proteger nuestros afectos y nuestra
constancia como protegemos otros tesoros.” Las memorias que te relato
a continuación, son en su mayoría dulces afectos. Otras son tan solo
cosas que quise supieras de mí, tampoco me aventuré a escribirte una
autobiografía, solo se me ocurrieron algunos temas de los que quería
hablarte, no sé, para que supieses algo de mí, al menos. Como haya sido,
no escribí lo nuestro directamente, pues solo vagamente aludí a algunas
memorias que tenía contigo, las más emblemáticas, claro. A éstas no me
refiero en estas memorias que continúan, sino que a ellas aludo con
frecuencia en algunos pensamientos que ya leíste, sabes a lo que me
refiero. Así pues, abro entonces con esta antesala de tu luz, el culmen de
mis secretos, los cuales conmueven el manantial de mis recuerdos.

[257]
TERCERA PARTE
MEMORIAS, SECRETOS Y PENSAMIENTOS.
Tarde callaba mis memorias,
tarde entendí a mi razón.
Dios ¡qué peso es esta historia
que se sostiene mientras rasga el corazón.
No hubo misterio más hermoso
como el tiempo que se fue y no vuelve más,
excepto por mi Luz indeficiente
que es perfecta y sinigual.
No es el pasado el reducto de lo sido,
sino el sustento de lo es;
soy porque fui, soy con mi historia.
pero no quiero ser, sino estás, mujer.
Te entrego en un cofre mis memorias,
cuídalas y recuérdalas por mí.
Cuando vuele sosegado hacia lo eterno,
si estás viva, recuérdame por lo que fui:
Un enamorado sin remedio,
un enamorado de ti,
un enamorado dulce y tierno,
pero un enamorado al fin.
¿Qué es la vida sin pasado y sin recuerdo?
No es más que un soplo que no fue.
Pero si en la historia se almacena el pensamiento,
es seguro el registro de que es.
No dejes que mi esencia sea alterada,
soy porque eres tú conmigo.
Si preguntan qué soy, no les respondas,
si te ven, tu imagen es respuesta condensada.
CAPÍTULO XXI
CUANDO CONOCÍ LOS OJOS DEL DIABLO.

Para hablar de mis memorias es menester y obligación tornar la


mirada hacia el pasado con un abrazo de nostalgia y aire agradecido. No
quiero verlo todo con lamento, tristeza o el deseo de que todo hubiese
sido diferente, sino con la segura convicción de que mi felicidad es
producto de ese pasado al que le agradezco haberme enseñado tanto. Si
estuviste atenta a mi anterior libro, sabes con total comprensión qué
supuestos tengo sobre el tiempo. Sabes que considero todo como pasado
y nunca como verdadero presente, sino que éste presente es uno
inexistente, tan solo es una inclinación natural y espiritual a la eternidad,
que es el eterno presente de Dios, pero que imperfectamente ahora, se
encuentra dejando de ser presuroso en su deseo. El pasado no es, el
futuro tampoco y el presente es en cuanto deja de ser continuamente.
Recordar es una actividad espiritual e intelectual muy fuerte que exige
un vigoroso hálito del entendimiento, y más aún cuando todas estas
memorias son una ofrenda a tu hermosura. Mis recuerdos son un detalle
de mi parte hacia tu ser, pues quiero darte mucho más que sola arena.
Quiero darte un presente congelado: mis recuerdos. Una parte de mi ser,
que, aunque todo tuyo, te voy dando poco a poco.
Ernesto Sabato dice: “es curioso, pero vivir consiste en construir
futuros recuerdos; ahora mismo, aquí frente al mar, sé que estoy
preparando recuerdos minuciosos, que alguna vez me traerán la
melancolía y la desesperanza.” Pero, aunque estos no sean los
sentimientos que me produzca el recordar, no dejará de compartir la
esencia de estas palabras. Considero importante el recuento del pasado
y su continua evocación. No se puede pensar en un ahora eterno, que, si
bien es prospecto y deseo muy intenso, profundo y natural, no es una
realidad actual, sino que es el pasado el responsable del presente con
nostalgia de pasado. El solo vivir ya corresponde a una reconstrucción de
esos fragmentos desgarrados y quedados en el tiempo. El ser ahora es
tomar a cada instante lo que fue y actualizarlo. Actualizarlo no consiste
en hacer de lo antiguo, novedad. Sino traerlo al presente por lo que es:
pasado. Por eso nunca dejará de ser recuerdo, aun siendo actualidad. En
palabras de Guy de Maupassaunt “nuestra memoria es un mundo más
perfecto que el universo: le devuelve la vida a los que ya no la tienen”, y
con esto la naturaleza se restaura y reconstruye eternamente, no
olvidándose de su pasado, sino siendo con su pasado un actual sustrato.
Que yo traiga los hechos del pasado ahora es una manera de
considerar todo lo anteriormente dicho. Son mis pequeñas memorias las
que constituyen mi ser ahora, y con base en ellas mi existencia sobrevive
a la paciencia de ser. Lo que son, mi fue y mi es, en razón de que fue, te

[258]
las entrego para que las custodies y sepas de mí como nadie, hasta ahora
sabe tanto.
Sucedió que cuando niño, una noche oscura y con aires extraños,
me encontraba rodeado por algunos familiares además de mi núcleo
natural. Creo que una tía y algunas otras personas que no recuerdo con
exactitud. Como era costumbre a eso de las ocho de la noche se rezaba
el rosario para preparar el sueño y el descanso. No entiendo por qué
siempre tuve tanto rechazo a estas prácticas de piedad. Incluso hoy,
escucha una de tantos secretos, me cuenta rezar el rosario. Me cargo de
una pereza indescriptible y tengo que hacer bastantes esfuerzos para
poder conciliar mi fe y mi espíritu rebelde. En esa noche rechacé
resueltamente la invitación, que era más bien una obligación, a rezar.
Entonces corrí hacia el patio con el ánimo de esconderme. Cuando viré
hacia la izquierda, lo recuerdo perfectamente, bajando las escaleras que
hoy no existen más, me encontré con dos profundos ojos rojos y una
silueta tenebrosa. Parecía que la noche se hacía solo penumbra y cual la
noche se expandía en tiniebla y miedo, mis ojos se abrieron de par en par
y en simultáneo con la oscuridad que me abrigaba. El pánico acudió a mí
como nada lo había hecho jamás. ¿Qué estaba viendo, por amor a Dios?
Un niño de cinco o seis años que no quería rezar, en su propia casa veía
unos ojos rojos y una silueta tenebrosa, pero no lo creía, no podía ser
cierto que el diablo estaba esperándome por alguna infortunada razón.
Naturalmente corrí de vuelta a donde mi familia, y sí, sí estaban,
contrario a lo que pensé. Porque cierto es que creí que no volvería a ver a
mis familiares después de que me diera al escape. Tal cual, dramático
desde mis orígenes, me hice a la escena en la que todos se habían
desaparecido, y esa insulsa y hostil figura vendría tras de mí con el ánimo
excitado a perseguirme y, posiblemente contemplé, a asesinarme.
¿Puedes pensar en mí corriendo, pequeño y frágil, por mi casa huyendo
de un diablo imaginario? Por gracia de Dios no me dio un infarto y pude
encontrar a mis familiares con el rosario ya recorrido en oración. Me
vieron el pavor, pero me ignoraron. Ya estaban ejercitando su oración, y
después de que se empieza se debe terminar sin ninguna importunidad.
No fue a tu Luci a quien vi, te hubiera gustado que lo fuera. Quizá
me hubiera impresionado en este contexto, pero no aterrorizado, como sí
lo fue. ¿Te imaginas haberme topado de frente con esa altura, esa galante
y vanidosa figura? Yo me hubiera impresionado bastante, incluso me
pude haber asustado débilmente. ¡Ah, pero tú…! ¡Cuánto no darías por
invertir de esta manera esta experiencia e irte al infierno por impía! Pero,
de cualquier forma, no fue ni de éste modo, ni de otro. Lo que vi y sentí
pudo haber sido tan solo la consecuencia “psicodélica” de la presión que
se ejercía en mi infancia para adquirir los hábitos de la oración. Por el
contrario de un Luci, me vi ante la hostilidad de un agente del mal, uno
que me miraba con odio y se erguía en silencio, mientras se preparaba

[259]
para el ataque. O tan solo fue un parecer mío. ¿Por qué iba a estar el
diablo debajo de algo esperando a sorprenderme? No soy tan importante
para que una figura tan recorrida en los miles de años de historia de la
humanidad, objeto de la reflexión de muchos hombres, que ha estado en
los labios de miles de personas alrededor de los tiempos, venga a
visitarme una noche casualmente para darme algún tipo de lección. Sería
tan absurdo como si mi amada Dua Lipa viniera a hacerme compañía
una noche sin avisarme; ¡o sea, obvio primero que me escriba al
WhatsApp! Bueno, pero hablando en serio, no tendría sentido ni
proporción real, ni lo uno ni lo otro.
Cuando te confesé lo que creía del infierno, no consideré mucho el
magisterio de la Iglesia, es decir, su enseñanza oficial, su doctrina en
cuanto a la fe. Pero no por ello me siento con culpa. De vez en cuando es
bueno apartarse de lo ordinario y divagar un poco en sueños y delirios.
Pero pensé en la figura del diablo y me entró la inminente curiosidad de
indagar al respecto. Quiero mencionarte algunos nombres de demonios
que se consideran reales, pero, además, también quiero mencionarte un
poco la jerarquía infernal. No te asustes si te hablo en estos términos.
Espero no estés leyendo esto de noche, si es así, discúlpame, solo quiero
agregar un poco más a esta experiencia, que, ciertamente, no es tan
extensa para llevarme más de tres hojas relatar. Al fin y al cabo, fue tan
solo una impresión momentánea que se prolongó en visiones y miedos
infantiles que después te mencionaré y que ahora me lleva a contemplar
las cosas aprendidas cuando niño de un modo diferente al convencional.
Según el demonólogo José Antonio Fortea, padre exorcista español
autorizado por la Santa Sede, “un demonio es un ser espiritual de
naturaleza angélica condenado eternamente. No tiene cuerpo, no existe
en su ser ningún tipo de materia sutil, ni nada semejante a la materia,
sino que se trata de una existencia de carácter íntegramente espiritual.”
Personas como Fortea consideran la existencia de los demonios más allá
de la metáfora o el engaño. Se concentran en ella como una realidad
espiritual, metafísica, con verdadero fundamento ontológico. Incluso
hacen una reflexión a partir de su creencia y, además, explican, como si
fuera un hecho registrado, la manera de ser de estos espíritus.
Si a los demonios se les identifica como ángeles degradados, y los
ángeles se les puede clasificar bajo una jerarquía, también llamada coros
u órdenes, de la misma manera a los demonios, que son ángeles, se les
clasifica bajo la misma jerarquía que corresponde con los relatos bíblicos,
los cuales reconocen las siguientes nomenclaturas espirituales:
Serafines, Querubines, Tronos, Dominaciones, Virtudes, Potestades,
Principados, Arcángeles, Ángeles. Estos nueve coros corresponden a tres
órdenes: Jerarquía suprema, Jerarquía media y Jerarquía inferior. Lo que
siempre me he preguntado y que tú te debieras de preguntar es cómo
llegan a saber tantas cosas con tanta seguridad. Eso me parece

[260]
demasiado extraño, pues en la escritura apenas si se atisba al respecto.
Y esto porque la atención y el misterio está puesto intensamente en Dios
y estas cosas son accesorios o aspectos tangenciales. Sin embargo,
muchos santos y personas han afirmado la existencia del mal
personificada en estos demonios y como tal se ha ido tejiendo esta
argumentación demonológica. Sea o no verdad es interesante conocer el
entramado para elaborar mi propia reflexión.
Es innegable la existencia del espíritu. Negar la existencia del
espíritu es negar también la inteligencia, las propiedades intelectuales de
la persona que perviven en el alma. Cuando se habla del espíritu de las
cosas, se habla de su carácter, aquel aire trascendental que define las
cosas de alguna u otra manera. Todo lo inteligible tiene espíritu, e incluso
lo ininteligible tiene su propio espíritu envuelto en su misma oscuridad.
Habrá quien niegue la existencia del alma, del espíritu y todo lo
concerniente. A la vez, también tendrá argumentos muy valiosos que
objetar, sin embargo, yo como cristiano y fiel a mis convicciones
filosóficas y religiosas, defiendo el espíritu en su definición filosófica y
religiosa. Defender la existencia del espíritu, y atribuirles existencia
espiritual a los demonios, reducto de los ángeles, es volverlos innegables,
pero ¿cómo unos ángeles se pudieron convertir en demonios? La
respuesta al origen de los demonios está en esta condensada explicación
de este mismo autor:
La transformación en demonios fue progresiva. Con el
transcurrir del tiempo unos odiaron más a Dios, otros menos. Unos
se hicieron más soberbios, otros no tanto. Cada ángel rebelde fue
deformándose más y más, cada uno en unos pecados específicos.
Del mismo modo, los ángeles fieles se fueron santificando
progresivamente. Unos ángeles se santificaron más en una virtud,
otros en otra. Cada ángel se fijó en un aspecto u otro de la
divinidad. Cada ángel amó con una medida de amor. Por eso, en el
bando de los fieles comenzó a haber muchas distinciones, según la
intensidad de las virtudes que cada ángel practicó más.
Cada ángel tenía su propia naturaleza dada por Dios, pero
cada uno se santificó en una medida propia según la gracia de Dios
y la correspondencia de la propia voluntad. Esto es válido, pero al
revés, para los demonios. Cada uno recibió de Dios una naturaleza,
pero cada uno se deformó según sus propios caminos extraviados.
Ahora bien, ¿cómo puede una persona afirmar tales cosas? En la
Sagrada Escritura no se registra directamente el relato de la caída de los
demonios, o el proceso, o la ciencia propiamente dicha como
demonología. Aun así, la Iglesia ha asumido una doctrina respecto a esto
y se ha impuesto unos lineamientos que le han dado, bajo cierta luz, un
carácter especial a la cuestión a tenor. Asimismo, quiero que escuches
algunos de los nombres que se le atribuyen a algunos demonios, pero al
[261]
mismo tiempo quiero que entiendas que esos nombres son simbólicos. El
nombre vale por sí mismo, aunque su aplicación no sea efectiva en una
entidad espiritual. Lo que importa es el espíritu con el que se haga la
lectura, no si en la realidad o en un plato metafísico las cosas suceden
como tal. Tan solo estos nombres quieren indicar unos símbolos
importantes. He aquí algunos de los nombres más icónicos: Satán,
Diablo, Belcebú, Lilith, Asmodeo, Seirim, Demonio, Belial, Apollýon,
Lucifer, Meridiano, Elisedei, Quobad, Jansen, Eishelij, etcétera. Si se
indagara en la raíz etimológica de cada palabra y el significado, no solo
semiótico, sino también espiritual, se podría ver perfectamente la carga
cultural y religiosa de cada uno de esos nombres. Así pues, su
designación no es real, sino pedagógica. Cada uno corresponde a un
pecado particular, demonizando pues, el pecado, no tanto viendo la
especificidad de un ente espiritual denominado con esos fonemas. Ya la
pregunta de si son reales o no lo son más allá de mi reflexión te la puedes
hacer tú. Por mi parte, no me gusta interesarme mucho en ellos, creo que
me desubican de mi proyecto principal. Si existen o no existen es algo
que me despreocupa. Aunque debo decir que no les doy mucho crédito a
estas radicales ideas. Los demonios son los pecadores. Mi abuelo me
decía que el diablo no existía, que el diablo éramos nosotros. Y es cierto,
te lo dije en un capítulo pasado sobre el infierno. Los demonios no existen
allí con sus nombres y personas, los demonios existen aquí como
personas con nombres muy distintos y variados. Los demonios son los
pederastas, los asesinos despiadados, los políticos corruptos, los
dictadores, déspotas y explotadores; los enfermos de poder y alimentados
obesa y obscenamente de dinero. ¡Aquellos que perpetran la injusticia en
el mundo y el desamor! E incluso nosotros, tú y yo, cuando impedimos
el amor y ejercemos autoría en el dolor de los demás. Somos demonios,
no hay que buscarlos en las profundidades del averno, aquí estamos
todos viéndonos día a día.
Algunas otras lecturas que se han hecho de los espectros
demoníacos son más liberadoras. Según muchos, el medioevo
correspondió a un oscurantismo religioso, un tiempo en el que la fe
dominó la política y la costumbre de los pueblos y para hacerlo tenía que
coartar la libertad de las personas, y con ésta el modo de expresarla.
Ejemplo de tales afirmaciones son el pietista rechazo a los desnudos
explicitados en el arte o en el modo de ser de las personas. La vestimenta
recatada y prudente de la época es fiel reflejo del miedo y el pavor a la
sexualidad libremente expresada. La homosexualidad y cualquier otra
forma de expresar los apetitos sexuales contrario a la doctrina y la
costumbre era fuertemente rechazada con la cárcel, la pena de muerte y
el rechazo violento de los demás. En esta línea, se ha llegado a afirmar
que los demonios son invenciones, no solo medievales, pues estos tienen
un registro antiquísimo en diferentes y ricas culturas, que se han hecho
para dominar, con la fuerza del miedo, a las más de las gentes.

[262]
Luego está la misma idea, pero de forma positiva. “Satán no es una
entidad sobrenatural, es un constructo metafórico que representa la
rebeldía ante el poder abusivo”, según Lucien Greaves quien es
parafraseado con la anterior comilla, que yo escribo textual, en un
periódico que hace una nota llamada Topografía: ¿Satanás el bueno? Esta
es una pregunta que se deja abierta a interpretación, la cual ya hemos
ido tú y yo realizando en este capítulo tan extraño. Pero lo que yo deduzco
del artículo especulativo, es una mentalidad actual que permanece
abierta a cualquier pseudosabiduría proveniente del anarquismo y la
rebeldía. Luchas por la libertad, el orden, la justicia; pelear contra el
poder abusivo y la mala administración de la autoridad es una actividad
noble, pero no se necesita acudir a símbolos tan desconcertantes como
éstos. Sin embargo, respetando las creencias y convicciones de cada
quien, Satanás es concebido en esta forma por alguna parte de la
sociedad contemporánea. Con esta cita quiero dejar en claro el hecho de
que la figura personificada y real del demonio ya no es una realidad que
se entienda como tal, sino que está sujeta a la interpretación, la mofa e
irrisión de la gente. Claro está, sin detrimento de quienes aún consideran
a Satanás como una entidad malvada y real. De todas maneras, cualquier
manera de expresar la fe debe ser respetada por su actividad misma. Y
en razón de esto, una lectura más abierta de este espectro también
debería ser respetada por las personas religiosas que consideran
terrorífico o malvado la persona de Satán.
Una canción francesa expresa esta relación entre el malentendido,
o mejor, el engaño que se fabricó con base en los demonios,
especialmente en Satanás, para ocultar la belleza del arte, la sabiduría y
sus múltiples formas de expresarse. Meimuna interpreta La tristesse du
diable que traduce: la tristeza del diablo. Transliteraré los versos de la
canción y glosaré su filosofía después de que queden impresas las
estrofas en el texto.
Yo soy la luz que trae la sombra,
el hijo de la aurora detrás de las noches oscuras,
guardián de los misterios, estrella de la mañana,
rey de los querubines, yo soy Lucifer.
¡A quién le importa
la tristeza del diablo!
No, yo no soy el que les hacen creer.
Yo soy el arte y el saber,
soy el día y la oscuridad,
protector y tentador,
el que hace latir tu corazón.
Les hablé de amor
ustedes solo oyen “seducción”,

[263]
les mostré lo hermoso
se vuelve su única obsesión.
Yo quería simplemente
dar un sentido a sus vidas
a pesar de sus premoniciones
por ustedes desobedecí.
Como castigo me llaman Satanás.
En la primera estrofa escuchamos un demonio que se presenta
como luz que aporta sombra, un oxímoron que tonifica las dos
inclinaciones más puras del demonio: iluminar y oscurecer. ¿Acaso la
sabiduría no envanece a los sabios? Algunos dirán que no, ¡pero qué
equivocados están! Lucifer, a pesar de ser hijo de la aurora, es decir, de
la luz más pura, vive tras la sombra, la noche oscura, lo velado y oculto.
¿No se comporta de este modo todo lo que es bello? Lo misterioso, lo
incognoscible atrae con su peculiar belleza.
El coro expresa con dureza la esencia y el espíritu de la canción
misma: a nadie le importa la tristeza, la frustración e indignación del
diablo. Él, siendo otra cosa más valiosa, es malbaratado en una fea
interpretación del misterio que en él se encuentra. ¿Por qué corrí
despavorido aquella noche en que me topé con sus ojos? ¡Qué tal que me
estuviese esperando para darme la sabiduría que no tengo o cualquier
otra virtud!
El corazón de la humanidad es la razón universal. La memoria del
mundo es la escritura y la tradición. Con ella está el arte, el saber, el
pasado oscuro y luminoso y todo cuanto le ha acontecido a nuestra raza.
Lucifer se lo adjudica aquí en esta canción, haciéndose servidor de la
humanidad, o su copartícipe más íntimo. Contrario a lo que usualmente
entendemos, un enemigo.
Satanás se refiere a su doctrina: el amor. Y al mismo tiempo
responsabiliza a los hombres de malentender sus enseñanzas. Él enseña
a amar y nosotros entendemos seducción. Él nos enseña lo hermoso y
nosotros nos obsesionamos con su luz. ¿Es Satanás un mentiroso?
Porque se atribuye las bondades de Dios y nos responsabiliza a nosotros
como malos discípulos. Además, ¿quién ha escuchado alguna vez a
Satanás enseñar algo bueno que no haya terminado mal? No lo sé, ¿tú
lo sabes?
En la última estrofa, antes de cerrar con un único verso la canción,
hace una confesión: él desobedeció por nosotros. ¿Pero cómo, si nosotros
fuimos creados después de su desobediencia? Quizá él sabía que íbamos
a ser, no sé. De cualquier manera, escucho en su voz la mentira y la
falsedad, más que la verdad que le he oído a Dios. Sabes, muchas veces
la Palabra de Dios es dulce, como las de Satanás, pero otras, la Palabra

[264]
de Dios es fuerte y severa. Nunca Satanás dirá amargas palabras, porque
sabe que a nosotros nos atrae lo dulce. Por en cambio, Dios dirá siempre
lo que nuestra alma necesite, no lo que quiera. Dios no quiere adeptos,
quiere hombres que le amen. Y recuerda que el amor duele, porque
requiere un esfuerzo que consiste en dar la vida, donarla con
generosidad. Mientras que Satán desobedece por nosotros, mentira total,
pues él desobedeció debido a su propio orgullo, Jesús obedeció por
nosotros. Murió con ignominia para salvar al género humano. Son dos
polos opuestos totalmente. Esto último que estoy hablando es más una
vindicación de mi fe y lo que creo. No creo en Satanás como una persona,
pero sí como un signo de una realidad invisible: el mal, el concepto
errado. Repito, querida mía, tengo una filosofía y una fe que me conducen
en mis elucubraciones. No es que por tener la mente abierta se me vaya
a salir el cerebro. También puedo contemplar ideas que no vengan
conmigo sin perder mis convicciones.
Me gusta mucho la canción, ¿pero el mensaje que quiere dar es
cuál, realmente? Viste la ilusión y la apariencia de verdad tan dañina.
Cuando la ilusión es vivificadora es buena, pero cuando busca la pérdida
de la razón, ¿cómo puede contemplarse dentro del marco de la bondad?
Me ofrecen oro a granel y nadie ofrece tal cosa sin querer nada a cambio.
Además, ¿cuál es el cambio y, realmente es oro?
Según él su nombre es un castigo, ¿sabes por qué? Porque quiere
que le llamen Señor. Ciertamente hay quienes le llaman señor, pero están
lejos de la voluntad de Dios y la razón universal que entiende que hay un
ser superior que otorga el pensamiento. Javier Cavanilles escribe en un
artículo llamado El bueno de Satanás donde afirma que éste es tan solo
un concepto para los satánicos y una invención de los cristianos, o bien,
una mala copia de la tradición pagana. Él lo expresa diciendo:
En realidad, fueron ellos los que le convirtieron en lo que es, un
Dios maligno enfrentado a un Dios bondadoso. Por lo visto, lo de
un simple ángel caído les parecía poco y para triunfar en un
mercado superpoblado de dioses y demonios, tuvieron que ir
adaptando el imaginario pagano a sus creencias.
Es cierto que la Iglesia adoptó muchas ideas paganas y las convirtió
en ideas cristianas para atraer a las personas que simpatizaban con estas
maneras. Fue un recurso predicamental en aquel entonces. Aun así, eso
no es un buen argumento para sostener un litigio entre Satanás y Dios.
Todavía hoy se adoptan algunos medios no cristianos y se cristianizan.
Si bien antes fueron los cultos paganos, los días festivos, y otros
elementos que se usaban en sus liturgias, hoy son las redes sociales y
otros elementos originalmente seculares para expandir el Reino de Dios.
Es que lo esencial de todo es el mensaje, no los medios con los que se
realice. EL papa Benedicto XVI agradecía el saber que Dios podría
trabajar con instrumentos insuficiente, y aunque él se refería a los
[265]
sacerdotes, hombres débiles, pero dispuestos, también se puede aplicar
a los probablemente insatisfactorios medios que se encuentren a la mano
de Dios. Él sabrá cómo actuar a partir de esos recursos. Él mejor que
nadie sabe hacerlo. Dios es el ser que subsiste por sí solo y todo subsiste
según él. Nadie pelea contra Dios, se le puede odiar, pero no competir.
Incluso nuestro propio Ego busca constantemente subir la escala de lo
humano y ser divinos, una blasfemia por antonomasia. Lo cómico es que
ese pecado es en realidad nuestro porvenir, pero luego está la paciencia
que espera ese porvenir como don y no como derecho. O bien, Dios nos
quiere dar algo bueno, pero si violentamos ese don con nuestro orgullo
se convierte en perjuicio y no beneficio, es el caso de nuestra divinización.
Realmente espero que lo que digo sea verdad. A veces, cuando sufro
la parálisis del sueño, un espectro psicológico que acaece cuando el
cuerpo se duerme, pero el cerebro continúa siendo consciente de sí
mismo, imagino que no me puedo mover, y, de hecho, no me muevo, y
siento que hay seres que me tocan, o me torturan o hacen presencia en
la habitación. En este momento en que escribo son las 10 y 51 minutos.
Sé que pronto, después de que termine de escribir este capítulo, más allá
de las 11 de la noche, me acostaré pensando en todo cuanto escribí. ¿Qué
me espera en la oscuridad de esta noche? Ahí es cuando ruego a Dios
que no exista el demonio. Porque sí, naturalmente, soy hijo de una
cultura supersticiosa, que, aunque me emancipe de cierta manera,
conservo algo de todo ello en mi esencia y se manifiesta cuando alcanzo
los límites de mi naturaleza y de mi razón. Y después de todo, lo que se
escribe y se piensa muchas veces no corresponde a la jerarquía de
axiomas que constituyen mi proceder en este mundo en cuanto a mí y
los otros. Trato, sí que trato de hacer cuanto digo, pero todavía me es
difícil asimilarlo. Es como si escribir, además de amar, como te he dicho,
también sea una manifestación autodidacta de mi querer más benévolo
y honesto.
La belleza otorgada a Lucifer por Dios, teológicamente entendida,
es todavía hoy un atractivo que doblega la voluntad de muchos hombres.
En unos, para vituperarla, en otros, para alabarla. Algunos la niegan y
otros la afirman, pero siempre aluden a ella y, por ende, reconocen su
existencia. No digo que exista esa entidad personal del mal, pero al menos
sí existe como concepto o como explicación humana a tantos misterios y
seducciones como existen. Si bien no se refiere a todos, sí que algunos
con relación a lo esotérico y oscuramente mistagógico. ¿Qué te parecería
este mi nuevo apelativo para tu belleza? Tu belleza es demoníaca. ¿Quién
te había dicho antes esto? No se me había pasado por la cabeza antes de
elaborar esta tranquila reflexión. Pero, ahora que lo pienso, si me fijo
asiduamente en tu belleza, me doy cuenta del porqué ésta me atrae hasta
el punto de perderme. Pocas bellezas son tan fuertes para doblar la
voluntad humana. Seguramente atraen y conmueven, pero no todas
doblan la voluntad de las personas, solo la tuya ha producido tan
[266]
desaforado impacto en mí. La naturaleza de tu belleza es, en extremo, no
solo sustantiva, emancipada del adjetivo, como antes te había dicho, sino
que también es demoníaca. Es decir, su seducción no estriba en el
ordinario y bajo instinto de la dimensión animal del hombre, sino en la
pureza y la pulcritud de la dimensión intelectual y espiritual de mi razón.
Porque sí, solo yo entiendo tu belleza, nadie más puede, siquiera, entrever
tus misterios como yo que, aunque no los comprendo en su totalidad, se
me ha sido otorgada en suma dádiva el placer de contemplarte como
nadie. Esto dicho fuera de contexto sería más bien una especie de
improperio o vituperio, pero con este ropaje precedente entiendes muy
bien el espíritu de mis estimaciones estéticas contigo. Además de que la
acepción de demoníaco tiene intrínseca la de angélico, porque ambas
naturalezas son angélicas, la una deformada y la otra perfeccionada por
la gracia y el amor. Más allá de lo común, lo convencional y fácilmente
digerible, está tu belleza excediendo todo exceso. Es peso tras peso que
desajusta el basamento del olvido y la irreflexión; fuerzas los límites de
la razón, la honestidad, la contemplación estética y las consideraciones
discursivas. Tu belleza, no solamente delimita, sino que ella, siendo
delimitadora, no tiene límites ni conoce acotaciones en su ser. ¿Luz de
mi vida y existencia, cuándo darás a mi voluntad hambrienta comer el
fruto prohibido de tan excelentes dones como lo son tu belleza y el abierto
caudal de tu pureza? Sabes que te deseo más que nadie y más que a
nadie; sabes de mi devoción y eterna obstinación. Dame saber a mí qué
me es justo esperar y yo, impaciente, esperaré la ofrenda de tu cuerpo y
la lascivia de tu amor. Porque sí, más allá de la pureza están las
convicciones de mi error y esas, impetuosas, me impulsan a desearte
como desean las rosas ser sembradas, las flores admiradas y tu amor ser
amado por el mío.
Ahora es que lo entiendo. Ver en mi infancia la luz fulminante de
los ojos del diablo, su perdición y el terror que me produjo, muy afín a la
excelencia de lo sublime, que primero aterroriza y después pondera
gloria, fue, originalmente, el anuncio de la luz magnífica, sobrecogedora,
poderosa y atemorizante que infundirías tú en mi vida. La transversal y
aguda escala que subiste con tu aurora enamorada, es ahora la
traslúcida cascada que me baña y me soporta. Mi vida, impregnada de la
luz de los recuerdos, es amparada bajo el solaz de tu hermosura y esa luz
que ilumina tan especialmente las oscuridades de mi ser y mis errores.
Equivocarme contigo fue el mejor error que pude haber cometido en todos
mis años de existencia efímera. Es ahora cuando reconozco que todo
género de luz que he conocido, es apenas débil alegoría, por muy brillante
que parezca, de la luz hermosa que contemplo día a día: tú, Luz de mi
Vida.

[267]
CAPÍTULO XXII
POR SIEMPRE POETA TUYO
I
Yo nunca podría,
aunque lo intentara,
escribir a otra,
como te escribo a ti.
Para mí eres diosa,
por eso te escribo,
no eres musa sola,
sino cruento castigo.
Una musa, inspira,
una diosa, crea;
tú me hiciste esto,
¡aunque no lo veas!
Lo he intentado en otras,
lo odioso no es que pueda,
sino que némesis obtenga
del papel que vea.
No puedo escribir,
no puedo rimar,
¿qué me hiciste, Nany?
¡No puedo parar!
Tengo que escribir,
aunque ya no quiera,
necesito hacerlo,
aunque no me leas.
Seré siempre poeta,
seré siempre escritor,
aunque sea otro,
aunque no sea yo.
Te escribirán hermoso,
te escribirán mejor,
pero te condeno
a que no sea amor.
Por si les sonríes,
besas o los amas,
me sonreirás a mí,
como el Sol a la mañana.
No serás con otros,
lo que sos conmigo;
te condeno a verme
en lo bello y lo divino.

[268]
II
¿Qué esperas del cielo,
qué esperas, mi amor?
El cielo no es cielo
si allí no estoy yo.
¿Cuál procedencia,
cuál flor, cuál rocío?
Si no estoy en los valles,
ni tampoco en los ríos,
yo estoy en los aires,
en los sonidos,
soy alma, soy cuerpo,
aunque sea sombrío.
Yo estoy en las rosas,
porque las rosas son tú,
soy tú cuando me amas,
cuando te amo soy luz.
Soy verdad, soy perfecto,
en la medida en que estés:
cuando estás soy verdad,
y perfecto en tu ser.
¡Ah!, pero si te vas,
si te vas, ¿qué yo haré?
Si te vas, soy derrota
e inexistencia del ser.
Plural, no singular,
es el ser, es el ser;
el ser es somos
si estás conmigo,
si soy sin ser.
Soy porque somos,
si soy, no soy yo;
eres porque somos,
si eres sola,
¿qué eres, mi amor?
Eres flor desnuda
sobre la amplitud del desierto,
¿cuánto demorarías
sin extrañar mi amor sediento?
Tengo sed de quererte,
y tú efluvios de amarme;
ámame locamente,
que estoy loco por darme.

[269]
III
Sos inescrutable,
como el misterio escondido,
sos flor ignorada
cual enigma divino.
Te escondes, te escondes,
como dulzura en el vino,
añejas pecados
si duermes conmigo.
¿Qué esperas, dulzura,
para venir a por mí?
¿Temes acaso
dormir junto a mí?
Te aclama el pecado,
te llama lo incierto,
¿lo hago, callada,
lo hago en silencio?
Te dices ahora,
mas luego no importa,
¡qué importa la vida
si no estás, si me ignoras!
Ábrete, amor,
me hundo en tu abismo,
respiras y gimes
aliento y rocío.
¿Qué quieres,
qué pides?
Pídeme el cielo
y te doy elíxires.
Te digo un secreto,
solo si lo guardas:
te amo y me importas,
mi pecho te aguarda.
Te llama lo incasto
que tengo en mi mente,
te llamo mi amor
y te beso la frente.
¿Qué esperas, qué esperas,
para venir a verme?
No esperes silencios,
no esperes la muerte,
si esperas callada,
te pierdes, ausente.

[270]
IV
¿Qué soy, mi hermosura?
¿Que qué soy, mi ternura?
Soy lo que soy,
aunque no sea fuerte;
Soy lo que soy:
soy poeta, misterio,
amor y soy muerte.
¿Que qué más soy, mi dulzura?
¿Qué quieres te diga?
Soy más que todos,
soy diferente:
no soy tristeza,
no soy dolor,
soy compasión
y pasión subyacente.
Yo soy, y tú eres
por ósmosis mental,
yo te enseño lo que soy
sin convertirte en cristal.
¡Qué más quisiera, amor,
que tú fueras cristal!
Te cuidaría, hermosa,
como misterio liminal:
estás aquí y ahora,
ahora aquí y estás,
¿qué quieres que te diga?
¡No te puedo decir más!,
quisiera darte mucho,
pero no puedo encontrar más
soy dádiva divina,
soy poeta, soy Iván.
Escucha, y haz silencio,
escucha y no hables más,
que entre beso y beso
nada más se escuchará;
que entre dulzura y agriera
estás tú y estoy yo:
yo que te busco paciente,
y tú que me ignoras, amor.
Escucha, no escuches,
no hables más, por favor.

[271]
V
Emerge, princesa del odio,
y déjame de ignorar,
si quieren tus pechos mis labios,
¿por qué me rechazas,
si quieres probar?
Olvídate del pecado,
lo que está bien y lo que está mal,
¿eso que importa en las noches,
cuando voy a tu casa
y me quieres besar?
Si a la mitad de un poema
te quiero tocar,
¿qué importa el pudor,
la vergüenza,
si quiero pecar?
¡No te resistas, deidad!
Que te amo y te quiero,
te quiero, deseo
te quiero, verdad;
soy tuyo, no más.
Amor es amor aunque duela,
amor es amor, aunque cueste,
¿qué cuesta, mi amor, la ternura?,
¿y qué cuesta, mi amor, que cuesta
un beso tuyo y tu preciosura?
La moral no existe, princesa,
si están nuestras manos unidas,
pero si se desvanece
el dibujo que hice en tu cuello,
pierdo mi descanso, pierdo mi vida.
¿Pierdo mi vida?
Pierdo mi vida…
te pierdo a ti
luz de mi vida.
No te desvanezcas,
pecado mío, omisión mía;
quédate dibujada
y desdibuja la alevosía.
Empecé con cinco versos
y terminé con cuatro;
porque te fuiste, mi amor, te fuiste,
y me dejaste solo, esperando…

[272]
VI
Que te ardan los labios si besas otra boca,
y se te acabe lo hermosa si das a otro ser,
lo que por mí has sido y serás:
hermosura impoluta, perfección de tu ser.
Me harto escribiendo poemas,
exhausto exhalo mi alma,
para que luego te vayas, mi amor,
y dejes inquieta mi calma.
¿No cabe en tu amor el perdón?
¿No cabe en tu amor mi mirada?
Pero si te amo, mi amor,
si te amo y te miro encumbrada,
¿por qué no podré yo besarte,
de nuevo, hasta siempre, mi alma?
No creo, no creo, mi amor,
no creo en perder tus palabras.
Yo creo que me amas, ¡silencio!,
escucha el latido del pecho,
¿qué dice, qué dice, alma mía?
Que quieres, pero tienes miedo.
Ya eres experta en poemas,
porque infinitos de amor yo te he escrito;
ya eres experta y perfecta,
místico Sol erudito.
Encomiable es tu voluntad férrea
que resiste el hablar y mirarme,
pero pierdes, pierdes, mi reina,
pues no puede tu espíritu, dejar de pensarme.
¡Vete tras otro, vete tras nada!
Pues si te vas de mi amor y miradas,
¿quién te mirará, como yo te he mirado?
¿Quién te amará, como yo te he amado?,
¡nadie, mi bien, nadie mi amor!
Porque yo te he amado sin usar la razón,
y si bien la he usado alguna vez
fue y será siempre por núbil amor.
Que te ardan los labios y se te rasgue la piel,
esa piel que yo olí, esa piel que besé;
esos labios ingratos
y esa boca de miel.

[273]
VII
Océano confuso es tu mirada,
vanidosa, verdadera y fastuosa,
¡mirada, mirada de diosa!,
cual ninguna se te asemejan las rosas.
Mirada de Sol refulgente,
pues eres lumínica y bella,
cual prístino estado, serena,
te vas y me dejas en pena.
¡Oh, penumbra!, ¡oh, mi pena!,
¿de dónde provienes, de dónde serás?
Yo temo la muerte, mi amor,
pero a perderte yo le temo más.
Recuerda el celeste rocío,
que sobre los hombres viene y se va:
no puede un ciego ver lo escondido,
tampoco el que ve, aunque pueda volar.
Así, corazón y amor mío,
¿cómo podré recordar?
Si tu amor que es mi amor y rocío
no puedo ver en el cielo inmortal.
Que te quiero, te quiero y te quiero,
siempre te querré, por siempre jamás,
como Dios no puede dejar de ser Dios,
así tampoco me puedes dejar.
Te rubrico una eterna condena,
en el rímel que a tus ojos arquea,
para que no pierdes de vista
y siempre encendido lo veas:

de mí no podrás liberarte,
te impongo esta noble condena,
en tu corazón hinchado,
en tu alma grabado
y circulando en tus venas,
estaré por siempre escrito,
con tinta de amor y fuerza de amado;
te amo y no puedo dejarte,
por siempre estaré yo a tu lado.
Te quiero y no puedo perderte,
te quiero y de ti soy esclavo,
libre por amor que quiere,
y esclavo por enamorado.

[274]
VIII
Silbo en las fuentes del olvido,
esperando el eco del pasado;
¡ojalá encontrara lo perdido,
como recuerdo presto lo olvidado.
Corregiría mi existencia
con la abundante miel de tus amores,
no tengo tiempos, ni tristezas,
tampoco espacio para que me llores.
Tal como pesan las gotas de agua,
así pesaba lo que por mí sentías,
caía del cielo la lluvia,
y lo nuestro también caía.
Vuelvo a las fuentes que perdí,
pero no me satisface su elíxir,
mi vida era tu cariño
que emanaba eterno del fragor divino.
Pasión es pasión como quieras,
pues se une el cielo y la tierra,
el cielo eres tú, invierno y verano,
y la tierra soy yo, primavera.
Pasión se padece, no lo olvides;
pasión se padece cual ocaso saliente,
cual amantes nos amamos,
cual aurora omnipresente.
¿Una vida sin ocaso?
¿Una muerte sin aurora?
¿Qué tú quieres, Luz de Vida?
¡Solo sé que no me quieres,
solo sé que no me adoras!
¡Ay de mí, pobre poeta!
¡Ay de mí, pobre cantor!
Canté al amor de mis amores,
y con todo y mis poemas me dejó.
Quédeme desesperado,
pero sin perder pasión:
¡lleguen flores de otros brazos,
y su aroma sea mi amor.

[275]
IX
¿Lo soñé?, yo no sé si lo haya soñado,
lo pensé, toda mi vida yo lo he pensado;
que me amas, me amas, mi amor,
pero nunca como yo te he amado.
Aridecen mis vergeles
si tu amor deja de regarlos,
como aridece mi alma entera
por la falta de tus labios.
¿Son tus manos elfos sabios?
¿Conocen lo intangible?
Yo no sé más que tu boca,
mi condena irremisible.
¿O me condenas a perderte,
como yo te he condenado?
Tú me pierdes si te pierdo,
nos perdemos, ¡no hay engaño!
Uno te dice muerte,
otro te dice vida;
los dos soy yo:
uno, cuando me recuerdas,
y otro, cuando me olvidas.
Saldría a la superficie,
si profundo no estuvieras,
¿qué hay para mí allá afuera?
Yo te daría todo, si todo tuviera.
No hay nada más excelso,
el culmen de todo está en tu cariño,
soy feliz, amor mío,
bebiendo de tus besos como vino.
Pero si derramas lo dado,
¿qué bebo ahora, corazón?
Yo de ti me embriago,
aunque me costare la razón.
No me obligues a llamarte muerte,
¡no quiero muerte, yo quiero amor!
Si me castigas con perderte,
te quedarás sin luz, sin Sol.
Soy luz, soy Sol divino,
soy de tu amor, amor;
soy de tu alma vida,
y de tu muerte adiós.

[276]
X
Tendrás el modelo del hombre perfecto,
tendrás primaveras, tendrás flor y anís,
en efecto, no tendrás nada,
pues no me tendrás a mí.
Ni el opiáceo más fuerte,
podrá sanar tu dolor,
no lo sanará la muerte,
pues muerte, sin ti, soy yo.
Ya me humillé bastante,
tratando poder amarte,
¡no puedo hacerlo, querida!
aunque quiera volver a hablarte.
Reproches morales me diste,
como si en el amor eso importara,
¡más le vale al amor suficiencia
que un moralismo sin ciencia.
¿Qué es lo que está mal, qué es lo que está bien?
En el amor no hay un porqué, ¡¿y qué?!
yo puedo morderte la boca
y escribirte para sentir placer.
Las tentaciones como tú,
necesitan pecadores como yo,
irredento, frágil y fulgente,
pecar procuraré.
Yo no quisiera que de mí te alejes,
aunque lo venzamos al orgullo mil veces,
pues es vicio, pecado y veneno,
si no, la virtud es de herejes.
Escucharé el poema de tus ojos abiertos,
cantaré las canciones que me pueda aprender,
danzaré en las auras de tus prolongados silencios,
en lo inefable por siempre estaré.
No me apartaré de lo que amo,
aunque se aparte de mí,
no renunciaré a lo que siento,
para mí el amor no tiene fin.
Luz de Vida, te siento
en el aire, en la brisa, el silencio,
te siento en la culpa, te siento en mi pecho,
te sentiré siempre presente en el viento.

[277]
CAPÍTULO XXIII
SOBRE UNA EXPERIENCIA MÍSTICA EN MI INFANCIA.

Volviendo a mi vida infantil, cuando inicié mis compromisos


académicos a los cinco o seis años, recuerdo mucho a Juliana. Desde
pequeños nos conocimos y nuestra amistad fue como la misma vida: no
la escogimos, solo sucedió. Ella era la nieta de la tita que nos cuidaba, y
por su parte siempre estaba en la guardería. Así pues, aunque crecimos
juntos, ella nunca tuvo la opción de conocer a otros niños en otras
guarderías, la vida la obligó, con su irónica manía, a verme y soportarme
todos los días, a soportar mi infancia y mis locuras de niño.
Ella estuvo presente en varios momentos de mi vida. Estudiamos
juntos varios años, por no decir que todos. Además de eso, estudiamos
música juntos por cinco años, que sabes fue una parte crucial en mi
formación humana. Ella es una mujer observadora, callada e
introvertida. Hace mucho, pero dice poco. Es quizá una virtud, a mi
parecer. Una joven peculiar con la que no tengo realmente una profunda
relación, mas sí un cariño real naciente de una lealtad natural a tan
espontánea amistad. Me gusta visitarla algunas veces, pero hablamos
poco, realmente.
Fueron muchos los momentos, las peleas, los recuerdos, pero lo
que más se quedó marcado en mi memoria fue mi primer sentimiento de
lo sublime. Te explico: cuando un alma se ve arrojada dentro de un
universo, una vastedad incontenible, una inconmensurabilidad grotesca
y una desproporcionalidad hostil, esa alma puede aterrorizarse o
contemplar extáticamente aquello que le tendría que horrorizar,
originalmente, pero que, superando el terror, se arroja con obstinación
ante el peligro y se ve ante él como quien es arrebatado en éxtasis por la
belleza oculta. La finitud que es, la limitación que le define, la fragilidad
que le sostiene es la fuente de su asombro y posterior terror, pero también
el alma tiene en sí misma esa eternidad que le sostiene ante lo finito que
le asombra, como superior y en función de aprehender las cosas. Es
decir, el alma humana tiene un carácter trascendental que le lleva a ver
el mundo que la supera superficialmente, pero que en realidad está a
merced de ella, dispuesto a ser contemplado por la impávida naturaleza
de lo espiritual. Una cosa es asustarse por fantasmas, que como tal no
son más que recuerdos de lo que fue y no es; asustarse por un impacto
inesperado, una broma o chanza tétrica, pero otra cosa es verse ante la
inmensidad y ubicuidad de lo que es, de la existencia. ¡Qué terror y qué
sublime es darse cuenta de que estamos! ¡Que somos! ¡Que existimos!
Esta consciencia de lo que es, también es una oportunidad de verse ante
ella con ojos propios. Dicho de otro modo, verse en las cosas a uno mismo
es también contemplación. Si bien al principio causa terror, ese terror de
verse menos que las cosas, luego se supera con la obstinación, la ascesis

[278]
que lleva al hombre a verse reflejado, y no solo reflejado sino hecho uno
con lo contemplado, en la naturaleza.
Fue precisamente mi primer sentimiento de lo sublime cuando me
senté en aquel viejo salón acompañado de mi más antigua amiga. Me
sentí inundado de existencia, pero solo. Ella estaba, sí, pero estaba ahí,
sin mí… no sé cómo explicarlo. Mi desorientación emergió de mi nueva
experiencia, esa de iniciar por primera vez el preescolar. Pero ese no fue
el sentimiento de lo sublime, ese sentimiento era la expectativa del nuevo
conocer. De tantas descripciones filosóficas y conceptuales de este
sentimiento, hay una que me gusta en particular y esto porque menciona
un objeto muy especial, el objeto de mi experiencia personal. Es una
interpretación de las consideraciones de Burke, pero dicho por un
intérprete haciendo su lectura en un artículo llamado Estética de lo
sublime por Francisco Cruz, en él explica que:
La perspectiva empírica de Burke ofrece excelentes descripciones
de los signos de ocasión de lo sublime. La fuerza de los animales
salvajes que excede toda utilidad, el poder soberano de la
naturaleza o de la divinidad que crece en la imaginación mientras
nos hacemos cada vez más pequeños; las formas o espacios de
grandes dimensiones (…) como las viejas catedrales, las montañas
o los precipicios; las cosas que parecen infinitas saturando la
mente de ese horror delicioso que constituye la señal más efectiva
de lo sublime; la percepción de la dificultad o de una fuerza enorme
y enigmática como el único origen posible de ciertas obras; la
magnificencia del cielo estrellado o de una vertiginosa proliferación
de imágenes en la poesía; la luz cegadora del sol o la brusca
transición de la máxima luz a la máxima oscuridad y viceversa; el
ruido sutilmente pavoroso del trueno y las tormentas; y finalmente,
todas las privaciones o ausencias, donde el individuo padece la
angostura de su ser y la atracción de la nada: el vacío, la oscuridad,
la soledad y el silencio.
Así dichas las cosas, son patentes las realidades que hacen sentir
finito, limitado, pequeño al individuo que se acerca a la contemplación de
éstas. El pavor y el miedo inundan a quien se acerca a estas majestuosas
grandezas sin su consentimiento y en tan ligera nimiedad. Luego, cuando
se supera el inicial sentimiento del terror es cuando el ser que contempla
puede experimentar ese precioso sentimiento de lo sublime. Es lo que te
contaré.
En mi curiosidad de saber qué era todo esto, y en mi inconciencia
infantil surgió el deseo de mirar el cielo que se abría en la ventana. Y el
este, en la mañana sonriente, había acabado de dar paso al Sol que subía,
también alegre, a la progresión de su existencia. Lo vi por mucho tiempo,
desconcentrado de la clase se aproximaba mi joven alma con sus nuevos
ojos a observar cada movimiento del Sol: subía y subía sutilmente, sin
[279]
que nadie más que yo se percatara de que lo hiciera. Si no lo has visto
como yo quiero decirte que el Sol, en un principio, se ve como una fina
mancha blanca, y eso después de deshacerse del aparente amarillo con
el que lo pintamos en el papel. Los rayos que desprende de su esencia
son el calor de la vida. ¡Cómo no supe que eran figura de la luz futura
que vendría a mi vida diez años después! Tú, mi amor y mi hermosura,
tú no habías nacido cuando tenía esta experiencia, tú que eres la luz, no
la conocías. Y yo, mientras veía la luz deficiente de aquella gran estrella,
no me daba cuenta de que la naturaleza me enseñaba el futuro de tu vida
en mi vida, de tu luz en mi luz, esa luz indeficiente que ilumina mi
existencia.
Ignoré el color azul, que después mencionaré, con el que pintamos
el cielo y con el que yo, inocentemente, pintaba también las nubes que
son blancas, pero que no lo eran para mí. De todas formas, ¿quién puede
decir con total certeza de qué color es el sol, el cielo y las nubles? ¿A caso
hay un conocimiento universal que sea regla inquebrantable e infalible y
que regule los datos de las observaciones particulares? Piénsalo tú y trata
de indagar en una respuesta, por mi parte continuaré describiéndote
aquel viejo sentimiento. El azul del cielo ya no era para mí real, lo era
más el Sol blanco que inundaba mi visión. Para mí, en ese salón hace
tantos años ya, solo existía el Sol: me olvidé de la profesora, de mis
compañeros, de mí mismo, me hice uno con el Sol que contemplaba. No
sabía yo que habían estrellas más grandes, ni siquiera sabía que el Sol
es una estrella, no sabía quién lo sostenía en el aire, ni siquiera sabía
que esta estrella estaba fuera de la tierra, orbitando una galaxia; pensé
que estaba allá en el cielo y que alguien lo sostenía para que no callera.
Después de razonar para mis adentros la magnitud de lo que veía empecé
a ver esa espesa mancha blanca, negra. ¡Sí, negra! La mancha blanca
estaba negra. Y yo me asombré de cómo el Sol cambiaba de color si se le
veía por mucho y prolongado tiempo. Aparté mi vista de ese fenómeno y
engaño, pero cuando miré al salón me asusté demasiado porque no veía
nada, todo lo veía negro. Pero permanecí estupefacto, en silencio no
compartí mi experiencia. Cerré los ojos en mi asombro y miedo, los volví
a abrir y ya los tenía nuevos. Y yo, obstinado y terco como siempre, volví
a ver la mancha blanca que tanto me estaba asombrando. La vi allá
colgada del cielo azul, volví a olvidarme de mis compañeros y del cielo y
de nuevo la mancha blanca se hizo negra. Yo, bizarro como nunca, osé
seguir contemplando aquella mancha negra una y otra vez. Luego, esta
mancha negra se empezó a mover vertiginosamente, a veces en círculos,
y otras, simplemente zigzagueante amenazaba con venirse abajo. Se
hacía grande y luego otra vez pequeña y yo abrí mis ojos aterrado por ver
cómo el Sol se hacía hacia mí cada vez más grande y luego se escondía,
quizás para tomar impulso y abrasarnos a todos con su fuego. Aparté mi
vista aterrada y le dije a Juliana que el Sol se iba a caer. ¿Sabes ella que
me dijo?... No esperes solemnidad en las palabras de una niña de cinco

[280]
años, Luz de mi Vida. Ella me enseñó que el Sol no se caía, que no podía,
que ella no veía al Sol caerse de ningún lado y que nunca antes se había
caído. La verdad es que yo nunca volví a mirar el Sol de esa manera, será
porque ya no soy un niño, o porque perdí el sentimiento de lo sublime en
la necedad de mis razones. El niño es más puro que el hombre, y, aunque
un mal hombre, hombre soy. No volví a concebir el Sol de ese modo, pero
conocí, diez años después, un nuevo sol. ¡Este Sol y estrella de mi Vida
sí que me abrasó con su llama! ¡Este mi sol y estrella sí que se acercó
hasta no poder más! Tú, mi Sol, mi Luna, mi Vida, tú me hiciste recordar
lo irrecordable, volver al pasado de mis años pueriles y recordar la
experiencia que tuve, hoy casi obsoleta, del sentimiento de lo sublime.
Abstruso como estuve estoy hoy ante ti, ofuscado por tu belleza,
contemplando cada que puedo lo que se me permite y tú, providente, me
otorgas en confianza e intimidad. Y así, en la progresión de tus deleites y
mi asombro de los mismos, me fulminas cual antaño con mi Sol, me
fulminas y veo oscuro todo cuanto se supone está impregnado de luz.
Pero no, tú que eres la Luz de mi Vida, tú eres luz con cuál mirar
certeramente, sin temor a errar.
Hacerme uno contigo es lo que el asceta busca cuando contempla
su objeto, pero que no encuentra, por no tenerte a ti. Es realmente a lo
que nos referimos en filosofía cuando hablamos de la objetivación de la
voluntad. De esto habló Schopenhauer, Nietzsche y muchos otros. Todos
ellos reconocieron una potencia en el hombre, casi ascética o mística, que
le permite la contemplación de la belleza, de la hermosura y,
posteriormente, de lo sublime. Una experiencia mística inherente al
hombre genial, es decir, es patrimonio del genio. Hacerme uno contigo es
lo mismo que el asceta busca en sus ímpetus y vehemencias espirituales
e intelectuales. Yo que te amo, te contemplo. Yo que te amo busco
hacerme contigo una sola substancia, y esto en la razón de mis amores
hacia ti. ¿Puedes comprender la intensidad de mis quereres? Tanto es
como te amo que veo en ti el objeto de, no solo mi placer y voluntad, sino
de mi razón y mi espíritu. Esta inclinación ascética la experimenté
aquella infantil vez con la impresión que me causó el blanco y oscuro Sol,
y hoy la experimento contigo. Cierto es que en la experiencia espiritual
que tengo tú eres una mancha, también blanca y negra como el Sol de
mi niñez, pues tendría que buscar algo más elevado: Dios. Eres una
mancha blanca porque la pureza de tu encuentro me regresa la alegría
que perdí en mis fríos intentos de encontrar sabiduría. Eres una mancha
negra porque el pecado y la lujuria son fatídica resolución que tengo que
tomar cada vez que estamos juntos. Y, aun así, aunque me cueste la
pureza, gozo contigo cada que puedo: de tu boca, de tu cuerpo, de tu
alma… de tu ser.
Pero luego, cuando entro en más consideraciones, recuerdo que el
amor todo lo supera, hasta los mismos esquemas morales. El amor rompe
toda verticalidad y hace de lo aparentemente malo, sola bondad. Porque
[281]
amar es también experiencia de lo sublime, como bien identificó Zygmunt
Bauman
Amar significa abrirle la puerta a ese destino, a la más sublime de
las condiciones humanas en la que el miedo se funde con el gozo
en una aleación indisoluble, cuyos elementos ya no pueden
separarse. Abrirse a ese destino significa, en última instancia, dar
libertad al ser: esa libertad que está encarnada en el otro, el
compañero en el amor.
El pecado esclaviza, según la fe. Pero el amor libera. Quien ama,
no peca. Así es como reconcilio mis convicciones espirituales contigo,
superando todo moralismo externo y centrándome en lo más esencial: el
amor. Porque muy bien podría yo quedarme en verticalidades, pero ello
supondría la pérdida de tu vida en mi vida y eso, querida mía, no lo
quiero. Tú eres lo más sublime en mi vida, tú eres mi sol, tú eres mi alma.
No sé si el siguiente relato casi místico también que te contaré
transcurrió en el mismo día del anterior arrebato de mi joven espíritu, u
otro día posterior. La verdad no lo sé, pero acaeció unido a aquella
experiencia pasada que necesité un crayón o un color azul y nadie me lo
prestaba. No sé por qué razón pintaba las nubes del cielo de color azul,
pero lo hacía. No pensaba en las nubes como blancas, sino en el azul del
cielo. Veía las nubes como de la misma substancia que el cielo. Del mismo
modo, y creo que el mismo día del crayón, me vi menesteroso de un
tajalápiz. Vi a alguien, un alumno sentado en una de las sillas del
pequeño salón. Pareció que fuera tan solo mi mirada y la suya la que se
comunicaran: como una mirada dialógica intelectual nos entendíamos
sin decirnos nada. Él me veía, yo lo veía. Él sabía justo lo que necesitaba
y yo me sabía necesitado de su amistad. No sé cómo diantre pasó eso,
pero no recuerdo su voz, ni siquiera recuerdo su rostro. No estoy seguro
de si satisfizo mis necesidades, solo recuerdo que vi en una persona lo
que vería en pocas de allí en adelante.
El crayón azul pasó a ser el signo de aquella tarde cuando me llevó
a conocer a su familia. Jugamos en su patio, hablamos, corrimos, me
acompañó devuelta a mi casa. Tenía la mala costumbre de nunca ir
directo a mi casa después de la escuela, mis padres no iban por mí,
siempre me esperaban y tampoco me llevaban a la escuela, siempre me
despachaban desde mi casa y solo iba a la escuela. Así fue como me
acostumbré a organizar mi tiempo en la infancia. De hecho, muy mal
organizado. De este modo continué con la amistad que tuvo origen con
un lápiz azul hasta que un día menos pensado dejó la escuela, el pueblo
y con ellos, mi vida. Me sentí otra vez vacío, como cuando estuve en el
salón desierto y yo, estupefacto, me centré en el cielo y en su Sol. Solo
que esta vez sentía tristeza y frustración. Muy pocas veces volví a sentir
el encuentro de alguien tan especial en mi vida. Los nuevos amigos, las
nuevas personas, todos los elementos humanos que se acercaron a mí en
[282]
el trasegar animoso de mi vida fueron muy importantes para mí, otros no
tanto, pero nunca como con ese niño que no recuerdo. Ahora reconozco
este mismo sentimiento en ti. Buscar algo y encontrar algo más valiosos
aún, eso fue buscar en ti y encontrar tu mundo. Nunca creí hallar algo
tan especial como tu presencia en mi vida. Yo busqué hace años un
crayón y encontré un amigo que hoy es fantasma en mi memoria, y hace
algunos años busqué una tenue luz que me llamaba y encontré a la Luz
de mi Vida, esa que nunca se apaga por más que la agiten los vientos.
Antonio Machado escribió “por todas partes te busco sin encontrarte
jamás, y en todas partes te encuentro sólo por irte a buscar.” Nunca
entendí el origen del verso, si hablaba a Dios o al poeta, ¿a quién se refería
como señor? Perdona la limitación de mi entendimiento. De cualquier
forma, yo encuentro estos versos en ti. ¿Qué busco que te encuentro
siempre? En todo estás presente, en suma, estás siempre presente en mí.
Todo con cuanto interactúe mi subjetividad siempre estarás como aquella
realidad que fuerza su entrada a mi vida y a mi interpretación; me obligas
a aceptarte, aunque no te percates de ello, aunque fuerce yo los hechos.
¿Por qué esta experiencia del lápiz azul es casi mística para mí si no es
tan profunda como la del Sol? Pues resulta que no es mística, ni siquiera
estoy seguro si es místico que el Sol se caiga. Solo me dejó marcado la
frustración en mi alma el hecho de perder de golpe a un amigo. Me marcó
también el querer algo y encontrar algo mejor y que luego todo esto se
traduzca en ti. Siento temor también por una pérdida súbita de ti, como
con aquel primer amigo. ¿Puedes creer que no recuerdo su nombre, su
voz, su rostro?
También recuerdo un viejo cuarto velado tras una ventana de
madera podrida. El piso de tierra seca y polvorienta, las sillas dañadas
guardadas en él, las arañas, cucarachas y ratas y yo feliz metido en él.
No sé cómo no rechazaba tales comportamientos en mi infancia, y me
asombro de aquellos gestos impropios de mi ser actual, y así fueron
realidad en su momento. Ese cuarto que estaba en una esquina del patio
de la escuela era mi refugio personal. Allí huía cuando los problemas me
buscaban, allí llevaba a mis amigos más intrépidos, allí era yo escondido
tras la mugre del desdén de mis maestros único e irrepetible. Me sentí
libre, feliz, me sentía niño: puro. No tengo las palabras justas y exactas
para expresar el sentimiento, pero era mejor que ahora que pienso más
de lo que debería.
Cuando pensaba en perder ese refugio a costa del cambio de
escuela que se producía al pasar al grado tercero, me ponía muy triste,
sentía la necesidad de abrazar aquella falsa propiedad, pero no podía. La
verdad no sé qué utilidad tenga este recuerdo, pero quiero que lo
conserves para que aprecies el niño que fui. No fui uno particular en
absoluto, pero fui uno feliz hasta cierta edad. Años después, cuando
estaba terminando el colegio, volví a ese salón y vi esa ventana que
protegía el viejo cuarto de tierra. No sé si sean las mismas mesas y sillas
[283]
de mi infancia, pero las vi tan pequeñas que me conmoví de lo que fui.
Ver tan pequeño todo, el patio, los artículos… no lloré porque había
mucha gente alrededor, pero lo sentí. No sé por qué lloro tan levemente
cuando todo me conmueve, pero me gusta sentir que el llanto no es propio
de la tristeza, sino también de la nostalgia, la alegría y el recuerdo.
Busqué un color azul para pintar el cielo y encontré a un amigo,
busqué a una tenue luz para alumbrar mi vida y encontré a un amor que
me abrasó enteramente. Serendipia, ¿recuerdas? Eres mi más valioso
hallazgo. En ti encuentro más de lo que mis expectativas exigen, en ti me
encuentro a mí y más de lo que soy: a ti conmigo. Así la suerte me ha
sonreído, así la vida me ha dado más de lo que le podría pedir, y aunque
tú muchas veces no comprendas mis razones, sabes que "el corazón tiene
razones que la razón no entiende” según Vlas Pascal, y que, como él, yo
he entendido que no necesito justificaciones para nada, que solo me hace
falta el audible te quiero que proviene de tu boca y que atesoro como
nada, que después de eso no hay nada más que me haga falta, ni razones,
ni justificaciones, ni coherencias. Incluso, las contradicciones de mi vida
son afines a la inconsistencia de lo nuestro, pero su perfecta armonía con
nuestros corazones. No lo entiendo, como todo lo sublime, pero aquí
estamos tú y yo, tomados de la mano, abrazando nuestros cuerpos,
consumiéndonos de amor.
Recuerda lo que te expliqué sobre lo sublime. Es una escala en
ascenso por varias sensaciones hasta encontrar el sentimiento de lo
sublime. Así, antes de llegar al sentimiento de lo sublime, se encuentra
primero el terror. Este terror es un obstáculo inicial para alcanzar tal
sentimiento. Otros traducen por terror, el asombro, que suena menos
tétrico y espantoso, pero la verdad es que el terror y el asombro, aunque
en algunos aspectos similares, difieren en su intensidad y en el
sentimiento propio de cada uno. Terror es la guerra, terror es la violencia
de los hombres, terror es lo hostil y amenazador. Pero también es terror
lo natural que excede a mi naturaleza. Me gusta cuando llueve en la
noche, para mí es como si la Madre Tierra me arrullara, pero cierto es
también que cuando ella exagera pierdo la paz y empieza el tormento de
mi vida. Sentir la agitación exagerada del viento, el enojo azotador de la
lluvia y los truenos y relámpagos, fuego violento de su furia, me llena la
sangre de hielo y mi cuerpo se hace medroso y pierde su calma.
El miedo a las tormentas eléctricas ha tenido un fuerte impacto en
mi vida desde muy pequeño hasta ahora. La última vez que temí tanto a
una me levanté de la cama y me fui a rezar a la capilla. Por suerte allí
había también un compañero muy gracioso que me acompañó. Él estaba
rezando y yo lo interrumpí para que charláramos, y sí, efectivamente nos
reímos media noche mientras pasaban los truenos y el amenazante y
recio viento. La lluvia no es tanto lo que me preocupa, son lo eléctrico y
lo fuerte del viento. En noches como esa he sentido las más terribles

[284]
sensaciones, y he sido tan egoísta que nunca he podido ver nada sublime
en ellas, sino que me he refugiado en mi natural instinto de supervivencia
y escapado de la gran oportunidad de contemplar lo sublime en tanto
terror. En esa clase de noches, recuerdo una vez que tuve una especia de
visión muy fuerte sobre algo muy ambiguo, a decir verdad.
Lastimosamente no recuerdo muy bien qué pasaba, pero sí puedo decir
que soñé despierto con los peores terrores. Te he contado que algunas
veces tengo la sensación de que todo es más grande que yo, no como
naturalmente es, sino que yo estoy dentro de eso que es más grande que
yo y, además, me amenaza. Recuerdo mucho la Luna, porque me sentía
ser ella, pero al mismo tiempo sentía que ella era más grande que yo. Es
algo muy ambiguo, pero era más o menos lo que sentía. Esa febril
sensación de sentirme más grande que todo, de sentir las cosas más
grandes que yo, de sentir que todo se hacía simétrico con lo inentendible,
es una incoherencia en sí misma, o al menos sí una ambivalencia
inextricable, pero era una sensación realmente abrumadora que me
visitaba cada que había una tormenta eléctrica cuando niño. Quizá era
la naturaleza recordándome que tenía que volver a apreciar lo sublime,
sería tal vez un presagio de que mi vida tornaría en lo sublime y que desde
ese entonces tenía que aprender a convivir con ello.
Quizás sí era eso, pues el terror es inicial en este sentimiento, pero
después viene la gloria del tortuoso camino que es el culmen del inicial
terror, pero posterior sentir: lo sublime. Pudo ser lo que nos pasó y, quizá,
lo que nos pasa. ¿No te preguntas por lo que temes conmigo? Sí, es
probable que el miedo que nos sorprende muchas veces no sea del mismo
género y con tal intensidad, pero sí es cierto temor que nos presagia un
devenir hermoso. Vencer el miedo de estar juntos, de perdernos el uno
en el otro, eso es lo a lo que nos está invitando el miedo original. No
tengas miedo de temer, teme y luego véncelo uniéndote conmigo, siendo
una conmigo.
¿No es acaso hermoso ver las cosas de este modo? Lo que a primera
vista parecería un mal presagio, es, en realidad, una experiencia sublime.
Algo que engendra el miedo de no saber qué, pero que es un ser más que
el solo saber. El estar juntos tú y yo supone un riesgo ineludible, pero el
deseo teje un miedo que enseña que lo que seremos es más grandioso de
lo que parece a simple vista. No me canso de decir que lo grandioso, lo
verdaderamente invaluable cuesta más de lo que se puede imaginar.
Supone esfuerzo y realmente lo exige, porque todo lo valioso, lo
importante, lo considerable, lo que no se acaba con prontitud, sino que
se preserva hasta no más poder, es difícil de cultivar. Con cultivo me
refiero a ese cuidado que necesita aquello que se ama. Las personas que
se aman necesitan ser cuidadas y ese cuidado duele, porque cuidar es
amar y amar duele, duele bastante. Pero bueno, en el mundo se sufre de
cualquier modo, ¿no es mejor sufrir amando que sufrir odiando o viviendo

[285]
inútilmente y sinsentido? Luz de mi Vida, ámame entera y eternamente,
pues sin tu amor no encuentro cómo justificar mi dolor.
Así como las cosas que superan al sujeto del conocer, como las ya
descritas, sean éstas las montañas, las amplitudes de la tierra, la
extensión del océano o del cielo estrellado; las estrellas, los planetas y los
posibles multiversos, y bueno, sin ir tan lejos, los atardeceres abigarrados
del cielo, con sus luces lánguidas escondiéndose a la vista, obligando al
hombre a adaptarse a como la naturaleza exige y no como a él le place,
también así, resulta desconcertante y temeroso el ser juntos tú y yo en
medio de tanto. Tú, un Sol indeficiente, yo, un sencillo poeta, somos el
resultado mágico del miedo acobardado. Lo que seremos justifica el temor
primigenio. Tan solo ten esperanza, amor mío, ten esperanza en que no
solo se queda el miedo, éste también se acobarda y nos deja a ambos,
inmunes, pulcros, sin mancilla, intangibles, inconmutables y serenos. No
basta el miedo original para acabarnos, basta tan solo la voluntad de
amarnos para lograr aquello que no puede el miedo y el temor de yacer
juntos uno con el otro en el sinfín del mar idílico implacable del ser
juntos. ¡Válgame la pena por amar tanto, más que a mí mismo, a una
mujer! A una sola amé, amo y amaré, a ti, mi amor, mi estanque
tranquilo, bálsamo de mi ser.
En cuanto a mi ingenuidad, una vez que estaba caminando de la
guardería a mi casa, de la mano de mi hermano mayor, yo creí haber
inventado la capacidad de parpadear. Lo que pasó fue que empecé a
parpadear rápidamente, una y otra vez, como el aleteo sutil, pero veloz y
constante, de las alas de un colibrí. Cuando dejé de hacerlo, supuse que
iba a dejar de hacerlo para siempre, pero durante todo el día me percaté
de que ya no podía evitar parpadear y de este modo supuse que había
inventado el parpadear. Luego, veía a mis padres y a mis hermanos
también hacerlo, y progresivamente entendí que el resto del género
humano también lo hacía todo por la magia de mis ojos. Obligarme a
parpadear rápido como aletea el colibrí, hizo que en el mundo naciera la
necesidad de parpadear. ¿Te das cuenta por qué fui tan feliz? En mi
cabeza estaban todas las respuestas a todas mis preguntas y por eso,
aun hoy, me pregunto tantas cosas a mí mismo y luego a los demás,
porque necesito comprobar si los demás hacen las ideas, o nacen de mí.
Ahí tienes el origen del porqué de mis labios. Tú que te exasperas porque
te exijo un porqué para todo lo que me respondes, ya tienes sabido el
origen de mis cuestionamientos. Así pues, tienes también patente la
ingenuidad que cuando niño me dominaba y que aún hoy tengo, pero
manifestada de diferentes formas. Esta ingenuidad infantil me enseñó
bastante, y además, me inclinó a ver las cosas con esa novedad con que
te las expuse, desde el Sol y su misterio, la amistad y sus colores, el terror
y sus aportes hasta ver todo esto traducido en ti. La prefiguración de tu
posterior nacimiento en mi vida, cual una flor pensada en el jardín de
Dios, creció en mí tu experiencia antes de vivirla; fueron mis postreras
[286]
experiencias bálsamo para el sufrimiento terrero y la esperanza eterna,
pues si acaso nunca llegara lo que llegó contigo, ¿hubiese tenido sentido
mi pasado? ¿El recuerdo de aquello que viví tendría, a lo menos, algo qué
enseñarme? Así creció el jardín que he cultivado. Con los años he sabido
esperar la llegada de aquello que augurabas con tan maravillosos trazos
infantiles y figuras venideras. No pude ver en mi niñez que eras tú
acercándote a mi vida, como tampoco veo hoy en mi actualidad la
posibilidad de que te alejes para siempre. Serás por sobretodo el recuerdo
que más ame en toda mi existencia.
Podré tener la mayor exuberancia, vivir los espectáculos estivales
que me conmuevan sobremanera, disfrutar un viaje anhelado en buena
forma o vivir la mejor experiencia de mi vida, y no será nada de esto
significante para mí si no estás tú presente en todo ello. Porque un
hombre sin amor es un hombre muerto y yo amo vivir, aunque me cueste
tanto hacerlo, en suma, aunque me cueste tanto amarte. Todas las
metáforas que preveían tu llegada a mi vida fueron hermosas, y así es
como me pregunto ¿si fueron tan hermosas las metáforas cómo es ese
amor que ellas me decían? Pues mírate, estás tú aquí conmigo,
pensándome, sintiéndome, viviéndome y amándome. No es nada simple
estar conmigo, pero estás tú aquí y no te apartas solo porque no quieres.
Ellas, las metáforas sublimes de tu presencia venidera, me
susurraban tiernamente cómo eras, y decían con sosiego que me amabas,
aunque en ello te costara la vida entera. Y sí, te cuesta bastante hacerlo,
pues amar es costoso. Pero ¿qué prefieres amar, entonces, si no aquello
que te ama de vuelta y con verdad? La tarea dificultosa de amar se hace
a costa de esfuerzos, como contemplar lo sublime o hacer una lectura de
los hechos a la luz verdadera de tu nombre, y sin embargo nunca se deja
atrás la verdad de que nos amamos. Por encima de todas esas cosas
terribles que amedrantan, y por encima del miedo y la dificultad que
supone nuestro ser juntos en este arrojo de existencia estamos tú y yo
viviendo lo que nadie. Así permaneceremos. En definitiva, lo que viví
contigo no se compara a lo que la sublimidad me ofrece. Entiendes, al fin
de cuentas, ¿cómo es que te contemplo yo que no necesito de nada más?
La muerte, a mi parecer, es más trascendente y sublime que
cualquier cosa y arte. No puedo describirte el vértigo, el terror y por
último la reflexión que ésta produce significativamente en mi ser. En
ocasiones, cuando contemplo la inminencia de la muerte y pienso en que
es real su efecto en mí, me siento terriblemente angustiado y el pavor me
enfría las venas. Moriré, y esta realidad me agobia. Luego, cuando dejo
atrás el terror y entiendo el hermoso misterio que es esta nuestra
hermana la muerte, veo en ella lo sublime de aquello que supera mi
entendimiento y mi debilidad. Y cuando emparento el vacío de la muerte,
su terror y su espanto con tu pérdida fatal, no puedo dejar de relegar a

[287]
la muerte a apenas un atisbo de sublimidad, pues tú siempre te llevarás
el primer lugar en todas mis disertaciones y disputas.
Perderte, entonces, es más trágico que morir. Si yo que temo tanto
a morir prefiero hacerlo antes que perderte, no puedo pensar en un amor
tan extremo como el mío que prefiere una vida a tu lado que una vida sin
ti. Antes morir que ver tu imagen diluida en la pena del pasado
anquilosado. Ya nada tendría el sentido que tiene ahora, y tendría que
trabajar arduamente para volver a encontrar un nuevo sentido en mi vida
que me permita sobrevivir en este terrible y tormentoso universo. Si para
los genios el arte es su escape, para mí, un simple loco enamorado, tú
eres mi rescate y redención. No necesito nada más que a ti.

[288]
CAPÍTULO XXIV
REMINISCENCIAS DE MI INFANCIA

Uno de los recuerdos que más aprecio y que a decir verdad no


recurro mucho es a mi infancia. Sé que la infancia es determinante en
muchos aspectos de la vida actual, pero yo no recurro mucho a esos
recuerdos con la intención de entretenerme, perderme o divagar en ellos.
Esos pasillos de mi mente no son muy concurridos por mi espíritu. No
suelo ir tras mis recuerdos primigenios como quien corre tras lo que más
ama, porque me quedaría estancado en el pasado. Traerlos al papel fue
una decisión importante, porque lo pensé bastante, honestamente. Me lo
replanteé y luego me decidí hacerlo. ¿Por qué mi infancia tiene que
quedar escrita para Luz de Vida? Luego dije para mí, con un aire de
simulada sensatez, que quizás el origen de mi vida tendría que importarle
de algún modo, al fin y al cabo, lo que soy inició en alguna parte y ella,
por su parte, me ha contado mil historias de su infancia, ¿por qué no yo,
entonces?
Me he reído contigo al escuchar tus historias infantiles. No sé hasta
el Sol de hoy por qué aludes tanto a tus cuatro años de edad. Amas esa
edad como si no hubieses vivido otra etapa más feliz. Cada curiosidad
tuya me ha ido enamorando más y más, porque es tu esencia dada a mi
cariño, y yo te agradezco la confianza y la estima. Así, yo también te
quiero confiar mis recuerdos de niño, porque te tengo confianza y
predilecta estima. Yo sé que no te servirán para nada, pero conocerás
algo que de lo que no hablo con nadie. Tú me has contado infinidad de
veces tus pueriles reminiscencias, aquellas imágenes que vienen a tu
mente mientras hablamos y, emocionada, empiezas a contarme aquella
feliz primera etapa de tu vida. ¿Por qué no haría yo lo mismo entonces?
Sé que estas reminiscencias ya han sido felizmente esparcidas por
muchos capítulos, sin embargo, quise dedicar un capítulo entero a hablar
de aquellas cosas sueltas que recuerdo con más claridad. No son
recuerdos exactos, pero son pequeños recuerdos que se me presentan
con insistencia y que de alguna manera marcaron, así sea poco, mi vida.
En razón de que casi no hablo de ellos, los he ido olvidando, y por eso no
puedo escribir un capítulo de este tipo tan largo como los demás, así que,
te auguro, son pocas las páginas que redacto. Igual, cada página es con
mucho cariño. Asimismo, el siguiente capítulo es una extensión de este,
pues recolecta también algunos recuerdos que me parecen importantes
y que quiero conozcas. No me basta con decírtelos, pero tampoco sé por
qué te los digo. Al principio quise adornarlos con poesía, pero creo que
no sería el objeto, ya hay mucha poesía diluida en todo el libro, y lo vi
innecesario. Si quiero que escuches mis historias, es para que mi voz te
acompañe, para que mi memoria te pertenezca, al menos parcialmente.
Piensa en que estoy sentado junto a ti contándote todas estas cosas.

[289]
Ordinariamente me levantaba a las seis de la mañana todos los
días de la semana, menos los sábados y domingos. Por lo general dormía
con mi hermanito menor, y a ambos mi mamá nos levantaba a la misma
hora, pero solo yo tenía el privilegio de dormir más que mi hermano, pues
él se levantaba primero, y mientras se bañaba yo dormía un poco más.
Luego empezaba la pelea conmigo, pues no me quería levantar nunca.
Siempre me daba pereza y no podía salir del letargo. Si mi mamá era
quien me movía a levantarme, le decía que ella no fuera, sino que fuera
mi papá quien me despertara, y cuando venía a despertarme mi papá, le
decía que no, que él no, que mi mamá. Sí, era muy idiota… todavía, pero
más antes. Al final terminaba por pararme y bañarme, casi siempre con
agua caliente. Lo que más recuerdo es que mi mamá todo lo planchaba:
las medias, los bóxeres, las camisas y los pantalones. Hoy, y eso que a
duras penas, solamente plancho las camisas, y rezo para que los
pantalones no se arruguen mucho. Lo más lindo era que me ponía la ropa
ella misma y sentía el calor de las prendas como el calor de su amor.
Recuerdo con nostalgia esa sensación, me sentí protegido y querido,
dependiente, pusilánime, pero justificado.
Cuando salía para la escuela siempre iba solo, nunca me
acompañaban, pues tenía que aprender a caminar como caminan los
hombres responsables: conscientes. Debía llegar a la hora que es y tenía
que ir derecho de la escuela para la casa. Eso no lo cumplía, pues me
gustaba jugar mucho después de salir. Una vez, yendo para clases, me
encontré una serpiente pequeña, la metí en el bolso y la solté en el aula.
También hice lo mismo con un murciélago, pero ese sí se murió asfixiado
cuando lo iba a sacar. No era tan animalista como tú lo eres ahora; me
encantaban los animales, pero para tocarlos, era muy curioso. Nunca le
temí a los sapos, solo a las arañas muy grandes. Desde muy niño cogía
las serpientes y se las ponía a mi hermano en la espalda. Una vez cogí
una rata, pero muerden muy duro. No sé, no lo pensé y me mordió el
dedo índice. Pero lo logré, coger una rata es difícil, mantenerla en las
manos aún más, como comprobé. Lo más grande que llegué a coger fue
una zarigüeya, pero no con mis manos, sino con baldes y palos, pues ya
me había mordido una rata pequeñita y no quería saber cómo mordía
una más grande.
Los sábados mi mamá trabajaba, por lo general; hacía comida y la
vendía, o eso creo recordar. Ella ha trabajado en muchos negocios en
toda su vida, y no recuerdo muy bien cada uno de ellos, solo aquellos en
los que era mucho mayor y podía retener en mi memoria. Creo que vendió
velas, tuvo tienda, hizo chocolate, bolis, y cosas así. Vendía cosas en la
plaza y se iba los sábados para su negocio, me dejaban solo con mi
hermano, y siempre que nos levantábamos, cuando aún no se habían
ido, pues mi papá también se marchaba a la misma hora, dejaban la
cama amanecida, caliente y desnuda a merced nuestra. Nos acostábamos
juntos a ver televisión, unos programas que no recuerdo muy bien, pero
[290]
que eran nuestra fruición más importante en los sábados. Luego venía el
desayuno y finalmente teníamos que organizar esa cama, o la organizaba
mi mamá, no recuerdo, para que ella se pudiera ir a trabajar. No recuerdo
qué más hacía, pues sé que nos quedábamos solos, pero no sé qué nos
quedábamos haciendo. Desde niños fuimos muy libres en ese sentido.
En las mañanas siempre pasaba el señor de los buñuelos gritando
para poder vender, y yo corría a donde mi papá para pedirle plata y poder
así comprar los buñuelos, pues me encantaban con chocolate en las frías
y calmadas mañanas. Es un recuerdo que me viene a la cabeza así de la
nada, a propósito de los sábados, que eran los días en que pasaba tal
hombre. Era feliz sin saberlo; comía buñuelos calientes con chocolate
caliente sentado frente al televisión viendo Los hermanos Grimm, Los
chicos del barrio, Recreo. Yo veía mucha televisión hasta que comencé a
salir a la calle, y luego cuando comencé a leer no volví a tocar un televisor.
Algunas veces me siento con alguien a ver distraídamente cualquier cosa,
pero solo por ocio, no porque me interese especialmente por ver
televisión, pues desde muy niño me deshabitué a tales costumbres. De
mi época más pueril poco recuerdo, pero tengo un recuerdo muy bonito
que es con el que quiero concluir este capítulo para abrir paso al siguiente
que tienen este mismo espíritu.
En mi casa no se tiene que tradición de celebrar los cumpleaños
como las otras familias que celebran fiestas y esas cosas. En mi casa
basta con un beso y una felicitación en la mañana. A mediodía se
almuerza un pollo asado y de postre un pastel sencillo. Se hace la comida
favorita del cumpleañero y ya, no hay más parafernalia. No hay regalos,
no hay canción de cumpleaños, ordinariamente, aunque a veces se ha
cantado, una que otra vez, al menos. Mis papás nunca nos enseñaron a
esas cosas, pues siempre han sido muy sencillos en esos aspectos de la
vida; descomplicados.
En este sentido solo se me ha celebrado una vez mi cumpleaños.
Bueno, en realidad no, más veces, pero solo recuerdo una vez, supongo
que fue la última. He visto fotos mías soplando el pastel del primer año,
y me imagino que de los demás años también fui motivo de celebración,
pero no los recuerdo. Solo recuerdo que a los cuatro o cinco años, mi
hermana y algunos amigos me llevaron al supermercado me dijeron que
escogiera lo que quisiera (¿una difícil elección para un niño tan pequeño?
Al menos para mí, sí), creo que escogí un tetero de bolitas de chicle de
todos los colores. Volvimos a mi casa y me subieron en una mesa
grandísima y, creo, no estoy seguro, me cantaron el cumpleaños. Ahí fue
el momento en que me percaté que estaban celebrando mi cumpleaños,
por lo demás ni siquiera sabía que era 27 de noviembre. Mis papás no los
recuerdo, creo que no estaban, ni a mis otros hermanos. Yo solo recuerdo
a mi hermana y a dos amigos, creo que una mujer y un hombre, de los
cuales no sé quiénes eran. Contrario a ti que te celebran cada año de

[291]
manera especial tu fecha. Me has dicho que hay un motivo diferente cada
año para tu celebración. Me refiero al concepto de la fiesta, o algo así. Me
parece curioso, porque es una tradición en muchas familias, pero en mi
casa no sucede así. Yo no supe que me estaban celebrando el
cumpleaños, pero ahora lo recuerdo con cierta incómoda nostalgia. ¿Qué
más te dijera? Creo que continuaré con las otras anécdotas de mi
infancia; como puedes ver, esta parte del libro es menos rigorosa que la
primera que tiene toda esa carga conceptual terrible y esos esquemas tan
desorganizados. Yo no soy muy bueno haciendo crónicas, ni estas cosas,
pero creo que es necesario que conozcas esto, al menos para estar en paz
contigo, y así equilibrar lo que hemos hablado: tus cosas, mis cosas.
Estamos a mano.

[292]
CAPÍTULO XXV
LAS CANCIONES DE MI INFANCIA.

Siguiendo con estos relatos, quiero rescatar otros recuerdos que


tengo de mi infancia, un poco difuminados, pero legibles, al menos.
Tienen que ver más con la música que desde mi niñez fue abriéndose
camino en mi vida personal. Resulta curioso cómo estuvo siempre
presente en mi vida, de qué manera se hacía a mi encuentro, pues nunca
se apartó de mí. La música, el más sublime de las bellas artes, no se
apartaba, como no me quiero apartar yo de ti. Recuerdo mucho a mi
hermana en sus épocas de colegio, cuando yo apenas era un niño que no
recordaba más que ir a jugar y mis berrinches. La escuchaba día a día
con su oboe tocando y tocando. No paraba, era incansable. Con el tiempo
se fue haciendo cada vez más bueno, hasta el punto de interpretar unos
conciertos maravillosos para oboe; la admiraba, pero admiraba más
aquello que subyacía en ella mientras tocaba. Sentía una fuerza especial
que me atraía. Pero no era el oboe, era el sonido, no el del oboe, sino el
sonido en cuanto tal. Los sonidos representaban para mí como algo
celestial, pero todavía no lo sabía. Yo en aquel entonces no sabía que la
música era un don celeste, pero lo presentía, sin saberlo plenamente.
Me acercaba a ella con la curiosidad de un niño, y ella me explicaba
pacientemente qué hacía, cómo y por qué. Siempre fue una mujer
flemática, cuando le convenía; como tú, que eres tierna y delicada a veces,
y otras tantas, rústica y difícil. Eso es bueno, ambas, tú y ella, comparten
un carácter robusto y vigoroso, inclinado a la libertad y al orden, no
sujeto a las heridas, ni perdido en la (fragilidad). Me explicaba cómo leer
el pentagrama, y aunque no entendiera mucho, me animaba a estudiar
cada vez más tales enigmas. Luego, no muy pronto a esos primeros
acercamientos, tuve la oportunidad de estudiar con más profundidad la
música, su teoría, la armonía y todo el engranaje que constituye la
musicalidad. Todo gracias a que mi hermana tocaba su oboe y era
paciente en enseñarme. Escogí la flauta, no sé por qué, todavía me lo
pregunta, pero escogí la flauta traversa como instrumento principal.
Luego aprendí otros instrumentos y, aunque los toco muy bien, en la
flauta soy Iván, más que en los otros.
Mi hermana me cantaba en las noches que no podía dormir varias
canciones. Una de ellas decía “vestido azul”, pero no sé qué canción.
Recuerdo esas dos palabras porque siempre que la quería escuchar le
pedía que me cantara la canción del “vestido azul”, y ella comenzaba a
arrullarme con su voz en las noches que no concebía el sueño que, por lo
general, eran todas. Hubo muchas canciones en esas gélidas noches de
invierno, donde se me agitaba el calmado sueño y se trenzaba en horrores
nocturnos, casi luciferinos, pero que con la sutil y filial voz con que mi
hermana me cantaba, podía vencer felizmente el terror y el espanto. Debo

[293]
decir que mi hermana me rescató cantando. Yo nunca aprendí a cantar
como cantan los buenos cantantes, pero sé que fue incidencia suya y,
como verás, de mis padres, que a mí me guste tanto como me gusta la
música; cantar y tocar cualquier cosa que me permita hacer contacto con
el cielo dadivoso que dio la música a lo humano, un revestimiento divino,
merced inmerecida, es uno de los muchos rescates que ha tenido mi
existencia.
También tuve la gracia preciosa de escuchar la voz de mi madre en
las tiernas noches oscuras. De niño, especialmente, la voz de las madres
es más dulce que ahora. Un niño no juzga igual que un adulto, y su
contemplación es más pura que cualquiera, pues no es tan egoísta como
suelen ser los hombres. Me acuerdo mucho de la dulce voz de mi madre,
cómo me cantaba en las noches, también, antes de dormir. Eran
canciones viejas, unas infantiles, otras sencillas melodías que apenas si
las podía entender. Era suave voz y suave música, arrullo de mi alma y
gozo de mi ser.
Canta todavía hoy, evocando tu recuerdo, pues canta como tú
cantas, de la nada y sin motivo alguno. Si escucha una palabra que le
recuerda una canción, si está todo muy callado y quiere escuchar algo;
es como tú, cantas de la nada, como un turpial, como un canario, para
las dos es una especie de necesidad. Me encanta cuando dices una
palabra y te acuerdas de una canción y empiezas a cantarla. Esa
espontaneidad tuya para expresar tu alegría es una de tus cualidades
más bonitas. También evoca a mi madre que lo hace eventualmente, pero
en ti se siente el vivaz aliento de la primavera alegre, pues verte feliz es
serlo yo también, pues olor a brisa de verano es lo que escucho cuando
percibo tu canto.
Mi mamá también canta mucho, cuando era pequeño, ella lo hacía
para que durmiera feliz, pero ahora lo hace sin un porqué concreto, como
tú. ¿Qué magia hay en el canto que impacta tanto la vida de un niño?
Quizá no sea el canto, sino quien canta. Definitivamente, yo no puedo
dejar de escuchar tu voz en mi cabeza, tu sutil y aguda voz en el fondo
de mi alma atenta. Tampoco podré olvidar a mi madre y esa facultad tan
especial.
Mi mamá siempre me ha aconsejado que guardara lo que
escribiera, los poemas, las canciones, todo. Desde muy niño trataba de
escribir cosas para mí y para algunos otros. Ella veía eso en mí y le
alegraba. Siempre me aconsejó que guardara todo, consejo que yo eché
en saco roto las veces que me fue posible. De lo antiguo no tengo nada
escrito, y las nuevas composiciones hacen fuerza para que no las borre.
No soy muy recursivo, tampoco me arrogo lo que escribo, solo me pasa
contigo que suscitas en mí una especie de “virtud arrogante”, pero por lo
demás, soy un hombre muy sencillo. No me interesa que me lean, solo
que lean aquello con que te amo. A mí no me importa quedar en el olvido
[294]
de la gente, solo quiero ser recordado por aquellos que se llamaron mis
amigos, mis amores, los que quise y me quisieron. Es lo que busco hacer
en ti: quedarme escrito para siempre.
Si algo he cultivado en la escritura, sea musical, literaria, ha sido
porque mi madre fue directa responsable de mi genio artístico. Si por mí
hubiese sido, yo no hubiera guardado nada, ni siquiera hubiera
continuado la escritura, o el canto, o la música. Ella escuchaba mi
rústica voz cantar algo escrito por mí y me pedía lo guardara; si
escuchaba en la voz de los instrumentos exiguas melodías, me pedía las
conservara; si un poema declamaba al escondido, ella me sorprendía con
elogios y pedía que nunca se perdieran. Nunca quise, nunca… no sé por
qué. Ahora, si guardo lo que escribo es porque tengo quien me lea: tú.
Recuerdo que cuando vio nuestro primer libro en mi mesa de trabajo (yo
juré que entre tantos libros pasaría desapercibido), le tomó una fotografía
y se quedó en silencio. Nunca mencionó la alegría que le daba que yo
hubiese escrito un libro. Yo me enteré como tú te enteras de lo que
hablamos tu mamá y yo por el teléfono, ¡tal cual!, ni tú ni yo tenemos
arreglo. Ella se acostumbró a mi desdén, y me arrepiento de haber
deleznado sus consejos. Yo la quiero bastante, y trato poco a poco de
recuperar ese amor por ella; quiero volver a escuchar que me cante para
hacerme dormir.
Mi padre también canta. Más joven lo hacía mejor, ahora que está
más anciano, aunque canta muy bien todavía, no tanto como antaño.
Vengo de familia de cantores, pero yo poco saqué de su arte, mas me
nutrí mis oídos interiores, y aun los exteriores, llenándome de talentos a
tenor de sus filiales subsidios. Él no cantaba como mi mamá, espontánea,
o como mi hermana, por profesión, sino como él mismo. Cantaba en
horarios específicos, con pistas, la guitarra de su yerno (nunca hemos
cantados juntos, pero la próxima vez voy a tratar de cantar juntos
mientras toco la guitarra), reuniones familiares y esas cosas. Yo aprecio
mucho esas experiencias, creo que son lo que soy, aunque muchas veces
no me percate de ello. Mi papá silba mucha música y me enseñó a hacerlo
a mí. Yo silbo por donde voy, por cualquier lugar y a cada instante. A él
no le gusta que silbe yo, pero se lo aprendí a él. Sí, la vida es muy irónica
y no nos llevamos tan bien (con mi papá y con la vida). Mi papá me ha
comprado las dos guitarras que he tenido; le rogué bastante, pero lo hizo.
Él ha sido muy bueno conmigo, y quería que tú lo supieras. Muy pocas
veces le digo que lo quiero, pero lo quiero. A ti te amo demasiado, mi
amor, y quiero decirte a ti que te amo tanto, que también quiero a mi
papá. Concluyo este capítulo igual que el anterior, corto, extraño, poco
claro. No sé, solo quería que fuera diferente a todo ese bagaje argumental
del que venimos. Te quiero mucho, Luz de mi Vida, y quiero compartirte
esta parte que no le he dado a nadie. Te quiero mucho.

[295]
CAPÍTULO XXVI
NO RECUERDO LOS SUEÑOS, PERO RECUERDO ESTOS.

El romanticismo en todas sus connotaciones, unas más que otras,


trató el sueño como problema filosófico y recurso poético. Ya desde los
inicios de la historia universal, nos podemos remontar, por ejemplo, al
Génesis, se usaban estas figuras oníricas para referirse a hechos mucho
más profundos que las “simplicidades” de la mente humana, yendo,
incluso, hasta el querer y el pensamiento de Dios. Eva fue creada de Adán
mientras éste dormía, Jacob vio el cielo unido a la tierra en un sueño,
José interpretaba los sueños, y sus hermanos lo llamaban soñador. Esta
especie de fenómeno es muy especial en la Escritura Sagrada, porque
tratan de figurar como un elemento esencial en las personas, tanto así
que Dios lo usa para comunicarse con los hombres. No obstante, también
en las reflexiones del romanticismo, sus composiciones poéticas y
literarias, bien en el teatro y todo el compendio del arte de la época, se
usó este recurso para expresar ideas. Lo trató, por ejemplo, un grande de
la literatura inglesa: William Shakespeare.
¿Qué tendrán los sueños de especiales que han inspirado tanto en
la literatura? ¿Qué hay de particular en el hecho de soñar? Es más, ¿por
qué soñamos? Puede haber muchas interpretaciones psicológicas de los
sueños, como también religiosas y cientificistas. No obstante, siempre
serán un tema que genere duda, desconcierto, tranquilidad en muchos
casos, y maravilla. La fantasía más involuntaria se encuentra hacinada
en la imaginación escondida tras los pensamientos de las personas. Me
pregunto de dónde saldrán tantos libros fantásticos, tantas historias
inventadas, leyendas y mitos si no de la fantasía. Pero, además, esta
fantasía puede ser voluntaria en el acto mismo de pensar como
involuntaria en el acto de soñar. De todos modos, ¿no puede ser una
inspiración el sueño? Quizá cada uno de los fenómenos fantásticos,
producto de la fábula y la inventiva humana, sean, en realidad, un hálito
mistérico que emana de lo más oculto. O, quizás, también, sean un
mensaje que hay que descifrar en virtud de un oráculo divino o misiva
celeste. ¡Quién sabe por qué soñamos! Pero, lo cierto es que soñamos.
Yo, ni más faltaba, no busco hacer un tratado de esto. Solo quiero
que entiendas lo importante que es para la razón universal el elemento
del sueño, más allá de la simplicidad de dormir, que te encanta
sobremanera, ir hasta el mundo desconocido de lo que hay detrás de la
mente, en el fondo del pensamiento. Ya hemos superado el romanticismo
y estamos en una época más cientificista. Sin embargo, seguimos
soñando y, claro, hemos heredado estos recursos poéticos en nuestra
música, literatura, poesía. Nunca pasará de moda, ni en lo artístico, ni
en lo fáctico, que el hombre sueñe y del sueño provenga o bien, una luz
divina, o mejor, una ilusión que supere todo encanto. Pero esta luz

[296]
bondadosa que hay en los sueños, esa ilusión parsimoniosa que conduce
a la paz el alma, no fue, de ningún modo, mi experiencia infantil con los
sueños. Yo no soñé, yo sufrí. ¡Ahora es que sueño!, antes…, antes sufría
hasta durmiendo. Aunque quizá ahora mismo no sueñe con dulzura,
realmente. Tú eres un sueño para mí. Recuerdo me dijiste que yo era
como un sueño para ti el primer día que fui con propiedad a tu casa. Ya
había ido antes, pero muy vagamente; apenas me paré en el umbral de
tu puerta queriendo saber cómo estabas. ¡Todavía puedo recordar tus
ojos abiertos de impresión al verme allí abajo! ¿Qué habrías pensado?
Recuerdo lo dubitativo que estuve casi por 20 minutos antes de decidir
tocar la puerta. ¡Vaya encarte! Sin embargo, la tarde en que súbitamente
resulté en tu casa, fue la tarde en que escuché de tus labios las palabras
más dulces que alguna vez pudiste decirme: “usted es un sueñito”. ¡Pero
qué ternura sentí aquella noche mientras me mirabas con ojos de ilusión!
De tu boca nunca salieron palabras más bellas que aquellas, y, ¡sí, lo sé!,
nunca más saldrán. Y tú, preciosa mía, ¿no eres acaso un sueño para
mí? No solo por lo increíble, sino también por lo irrealizable. Eso, para
mí, resulta ser, no un bello sueño en cuanto tal, sino una pesadilla, pues
la imposibilidad me abruma más que a cualquiera. Porque sí, sería un
sueño hermoso, si tan solo no te amara tanto como te amor. Pero, en
razón de mi amor, sufro la distancia y pierdo la cordura al verme privado
de ti; no, mejor, al tú privarme de ti. ¡A la vez eres mi sueño más hermoso,
mientras eres mi más terrible pesadilla!
Cuando estaba más pequeño, en los tiernos años de mi infancia,
tuve problemas para dormir por algunas temporadas. Las pesadillas
asaltaban mi sueño noche tras noche. Incluso en el día sentía temor de
que llegara la noche. La odiaba, ¡odiaba la noche! Recuerdo que cuando
era más niño, en estas temporadas terroríficas, mi hermana y algunas de
sus amigas de la cuadra me contaban historias de terror, ¡me encantaba!
Ellas me asustaban, pero yo era feliz escuchando las leyendas y terrores.
Pagaba mis pecados cuando era la hora de dormir. No veía por ningún
lado el romanticismo francés, español o alemán. No eran mensajes
divinos los que venían a mi imaginación, eran oscuras y delgadas
sombras las que se extendían por el suelo y las paredes de mi habitación,
inundando todo cuanto mío era, incluso a mí mismo. Me amenazaban,
me buscaban, me pedían a gritos fuera de ellas. Un montón de ropa
sucia, para mí, era un monstruo taciturno. ¡Ah, pero nada callado estaba
debajo de la cama! Escuchaba el llanto de las tablas cual ánima en pena.
Y me cubría los pies con la cobija, no por el frío, sino porque, de algún
modo, yo no sé, me protegía de las lívidas manos que venían a por mí.
¡Quién sabe con qué objeto se me dio tan cruel terror! Caminar solo
por mi casa no era opción. Si mis padres se ausentaban, no lo hicieran
mis hermanos, pues no soportaría la penumbra de la casa y el mal
augurio del dolor. Las veces que me quedé solo, me salía al andén a
esperarlos y, naturalmente, lloraba más que cualquier penitente. Me
[297]
acuerdo mucho de que cantaba sobre mis sollozos algunas cosas
referentes al abandono y orfandad que sentía por la soledad que se diluía
en mi tristeza. Sí, desde pequeño le temí a la soledad y, aunque ahora no
vivo el temor como antiguo, sigo temiéndole severamente a la soledad
errabunda, no como quien teme quedarse solo, sino como quien teme
quedarse sin sí mismo. Algunos dicen que es buena amiga, y sí, lo es.
Pero es de esos amigos que se ausentan por años y que de vez en cuando
es bueno verlos. Cuando me siento solo hago muchas cosas, pero nunca
desespero: es una dimensión profunda e interesante. Lo que temo es a
quedarme estancado en la laguna de lo incierto. No puedo pretender
saber qué me depara la vida si estoy solo… ¡y es que no quiero saberlo!
Porque no me quiero quedar solo. Sí, disfruto los soliloquios, pero hay
conversaciones que prefiero tener con los demás antes que conmigo
mismo, como también las hay que prefiero sostener en soledad, conmigo,
o contigo, solo que imaginándote.
Así pues, en medio de mi soledad infantil, amedrentado por el vacío
de la casa, tuve las experiencias más terroríficas jamás vividas. Y, aunque
en la actualidad me han pasado cosas extrañas, no se comparan con la
intensidad del miedo con que vivía el terror en mi niñez. Será por la
pureza infantil, ésta que es capaz de ser sensible ante lo más etéreo que
exista. No sé, solo fue bastante intenso todo en su momento. Hay quienes
dicen que los niños son más susceptibles a experiencias sobrenaturales,
pero no estoy seguro. Según dicen, sus puros ojos poseen la visión de
espíritus que nuestra impía visión no alcanza a contemplar. ¿Pero cómo
la pureza ve la impureza? ¿Un espectro malvado no es acaso un espíritu
impuro? ¿No es la pureza melodía de la pureza misma y la impureza
disonancia de la impureza misma? Entonces, ¿por qué la impureza se
revela a la pureza y se esconde de la impureza? ¿Acaso busca redención?
No lo sé, realmente prefiero no pensar en qué hay más allá que asuste, y
prefiero quedarme con lo que está más allá (más acá, en lo interior) que
otorga calma y paz: Dios y su extensa bondad (los ángeles y esas cosas
extrañas que, aunque buenas, no alcanzo a comprender).
Se me viene a la mente una vela gordísima, la cual se consumía
dejando la evidencia de su miedo en su propio dorso. Era una vela blanca,
muy gorda y llena de misterio. Alrededor de esa vela y con las otras luces
apagadas, me contaban historias que ya no puedo recordar. Solo
recuerdo el miedo y, claro está, que yo creía cada palabra que salía de
sus mentirosas bocas. ¿Cómo no iba a creer tales cosas si me
emocionaban y las vivía como verdad en las noches, trémulo de espanto?
He ahí la intensidad de mi miedo, el terror, la angustia y la melancolía.
Si bien no recuerdo muchas cosas de mi vida infantil, las que más
quedaron retratadas en mi imaginación, fueron las sensaciones que me
producían las historias que me narraban. No las historias, porque no
recuerdo ninguna con precisión, pero puedo, al menos, alcanzar a
vislumbrar un poco de lo que se trataban las cosas.
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No solo ellas me decían este tipo de historias, sino que los
muchachos también me las referían a mí y a mis pueriles amigos. Nos
contaban varias historias como: La vieja entaconada, una mujer que
asesinaron más abajo de mi casa, en El plan, todo porque corría de su
marido que la maltrataba. Ella llevaba tacones y un vestido rojo. No sé
bien si era hermosa o fea, pero para algo la buscaban; no recuerdo qué
extremo mencionaban, si su belleza o su fealdad, solo sé que uno de esos
extremos le costó su vida. El caso es que murió asesinada por su marido.
Cuenta la historia que la persiguió con un gran cuchillo por toda
la cuadra hasta llegar a la parte más plana, donde pudo alcanzarla. Ella,
sin poder correr más por sus tacones, perdió uno y cayó al suelo. Él la
agarró del pelo y la levantó con fuerza. Después, le rasgó la garganta de
lado a lado, mientras ésta caía al suelo. Pero cuando cayó, no lo hizo
acostada, “boca abajo”, sino de rodillas. Permaneció de rodillas todo el
tiempo hasta que al amanecer la encontraron desangrada. Perdió un
tacón en medio de su agonía, el tacón que aparecía a medianoche cuando
nos quedábamos hasta más de las ocho de la noche en la calle. Mis papás
nos llamaban siempre a rezar el rosario a esa hora y no nos dejaban salir,
generalmente, más a la calle. Así que nunca tuvimos la desdicha de
encontrar aquél tétrico tacón. Y, peor, también se decía que, luego de
toparse con el tacón, aparecía ella, vestida con su rojo intenso,
reclamando su zapato y, quizás, no lo sé, la vida del usurpador de su
propiedad.
¿Alcanzas a imaginar el terror que sentía? Pensaba en aquella
mujer, con su cuello rasgado, la sangre confundida con su vestido ajado
y un pie descalzo; su mirada fija más en el tacón que sostenía yo que en
mí, pero, en fin, fija en algo, o en su defecto, desencajada en la miseria
de su muerte. No contemplaba más venganza que asesinarme a mí. Su
rostro, fiel figura de la demacración, se aproximaba despacio y
calladamente hacia mí, y yo, sin poder moverme, la esperaba. El morbo
me movía a ella, pero el pavor me lo impedía. Sin embargo, la confusión
de estos dos extremos me mantenía, en mis “sueños”, paralizado,
involuntariamente quieto.
También nos contaban otras historias, pero estas son más historias
comunes y corrientes que las invenciones juveniles que en mí permearon,
las historias propias de mi barrio. El fraile sin cabeza, La llorona, El
patetarro (que también era un juego) fueron muchas de las historias que
no recuerdo a detalle qué referían, pero que nos contaban en algunas
noches para tratar de asustarnos. Era continua la alusión a espíritus,
brujas y duendes que se encontraban en las casas aledañas a la mía, a
la de todos. Quizá fue esto lo que desencadenó que a mis ocho años
empezara a sentir tanto miedo a dormir en las noches. Dormía con mi
hermano la mayoría de las noches, muerto de terror. Cuando no podía
dormir más acudía a mi hermana para sentirme más protegido por ella.

[299]
Ella me enseñó a dormir escuchando música. Tenía un viejo radio y toda
la noche lo escuchaba, pues no dormía, solo escuchaba música que hoy
no recuerdo con exactitud. Esta costumbre se prolonga hasta el día de
hoy, pues las más de las veces me quedo dormido mientras escucho las
canciones que a mí más me gustan.
Ella me tomaba de la mano mientras yo dormía en el suelo tendido
en cobijas y cojines. Cerraba los ojos e inmediatamente acudían a mí las
imágenes misteriosas y hostiles de rostros y figuras que me aterraban
terriblemente. Sentía en mi habitación la presencia continua de seres
más allá de mi aprehensión. Tuve muchos sueños y pesadillas que hoy
no recuerdo. La verdad es que no recuerdo los sueños después de que me
levanto. Son pocas las veces que puedo contar qué soñé en la noche, y,
cuando lo logro, lo olvido con la progresión de las horas en que dejo de
pensarlos.
Cerca de mi casa, bajando un poco la falda que da al barrio inferior,
había una casa en ruinas: La casa vieja. Según cuentan, allí vivían las
brujas y los fantasmas. ¡No te imaginas el terror que me daba pasar por
allí solo! Cuando se rodaba el balón, cuando me mandaban a hacer algún
favor. Alguna vez se encontró un libro muy esotérico con algunas
fórmulas de brujería y eso. Resultó extraño, porque en él se veían
dibujados seres enjaulados; algo así como ángeles metamorfoseados en
murciélagos. Como ahora puedes ver, el ambiente se prestaba propicio
para la progresión infinita de mis pesadillas.
Me gustaba ver películas de terror, pero llegada la noche me
arrepentía de los hechos del día. Y mucho más aún cuando veía este tipo
de películas en la noche. Por eso, no me dejaban verlas, pero una que
otra vez tenía el morbo aflorado y podía, trémulo e intrigado, observar
alguna. Naturalmente, en la noche volvían las pesadillas, pero más
intensas. No sé qué tipo de trauma tuve, gracias al buen Dios hoy no lo
tengo y la noche ahora me resulta nostálgica, cuando no, melancólica,
pero nunca terrorífica. Ahora me encanta ver cine de terror sin ningún
tipo de incomodidad, pero eso no significa que no me dé miedo, ¡claro que
me da!, pero este miedo me gusta bastante.
Volviendo a las persecuciones lúgubres y oníricas de mi infancia,
no sé con exactitud qué hostilidades me perseguían o de quiénes eran
esos rostros, solo recuerdo que me aterrorizaba cuando sentía tales
amenazas buscarme con tanto ahínco durante tanto tiempo cada noche.
Odiaba la noche. Uno de mis temores era crecer y tener que vivir solo en
una casa, caminar por ella en las horas de la noche, sin saber qué me
deparaba la oscuridad y el vacío del silencio. La vida es irónica, eso es lo
que más amo hoy, la soledad, bien entendida, y todo porque ahora sé con
quién compartirla: mi Dios, mis amigos, tú. Hoy no es como antes,
cuando tenía tanto miedo de la noche. En las noches rezo mirando los
oscuros ojos del firmamento. Me excito viendo las pequeñas luces e
[300]
imaginar cómo será su inmensidad si estuviera más cerca de ellas. Luego
pienso que Dios me mira desde esa altura lejana y luego recuerdo que
está muy dentro de mí y sonrío. Me alegro cuando pasan pequeñas
estrellas fugaces, no pido deseos, pero contemplo en su fugacidad la
metáfora de mi finitud. No siento el temor de la acechanza de alguien
detrás esperando mis descuidos, ni los ojos observadores y obsesionados
conmigo, como antes somatizaba en mí. No es como antes que vivía
trémulo y cansado de tal persecución. Ahora todo es más noble y
bondadoso: la noche, el día. Todo es lo mismo para mí: la vida. Es curioso,
porque la palabra reflexión es una dinámica interesante: un pensamiento
sale de mí, pero retorna a mí. Eso es reflexionar. Por eso, cuando
reflexiono sobre todo esto, es asombroso cómo todo vuelve a mí con un
fruto mayor, más distinto y mejor.
Paulatinamente, fui soltando los temores de mi infancia. Conforme
fui creciendo, fui madurando también muchos otros aspectos. Ese miedo
irracional por lo desconocido, lo terroríficamente absurdo, fue
desapareciendo a medida en que el tiempo se alargaba. Ya el terror no
figura en mí como una dimensión importante, sino, tan solo, y como debe
de ser, un mecanismo de defensa ante el peligro racional por ciertas
cosas. Es más fácil temer a los hombres que a los fantasmas. ¡Abajo con
esos absurdos, el daño nos lo hacemos nosotros mismos!
Quiero que sepas cuáles son los tres sueños que más recuerdo. De
hecho, una noche al teléfono te conté estas historias, pero quiero
volverlas a traer aquí para que queden escritas como se debe y así
conozcas más de mí como pretendo al escribirte. Esto no quiere decir que
solo recuerde estos tres sueños, radicalmente. Puedo recordar algunos,
pero estos tres sueños son los que en mi vida han significado algo. Y
aunque no sé qué, en el fondo pienso que algo me querían decir. Quizá
sea un poco de superstición, porque no creo mucho en el significado de
los sueños y esas cosas, pero en este caso siento que algo tenía que saber
y que ellos me tenían que enseñar. Además, recuerda que lo que se dice
sin palabras, muchas veces es más elocuente que lo que sí las necesita.
Un sueño, ¡lo sé, qué tontería!, podría ser una especie de revelación
onírica, o algo.
Al frente de mi casa hay un barranco bajo la esterilla que edifica la
casa de la vecina. Es tierra seca que se desmorona cada que se toca, por
muy leve que sea el contacto. Es el lugar donde los gatos aman ir a hacer
sus necesidades, y donde aparecen arañas y escorpiones, como si
estuvieran en un prolongado y caluroso desierto.
Al lado del barranco, en su confín, había otro terreno, más fértil y
rico, con abundancia de flores y todo tipo de pequeños cultivos, desde
cilantro, hasta plátanos; desde girasoles, hasta rosas silvestres. Todo esto
existió en su momento, ya no queda casi nada, excepto la casa viejita de
la señora de al frente y su peligroso barranco. Pero en mi sueño, había
[301]
algo particular en el límite entre el barranco y el cultivo de al lado: un
túnel. De este túnel salían tres conejos, uno blanco, uno verde y uno
rosa. Estos tres conejos jugaban y jugaban, pero nunca supe, como todos
los sueños que he tenido, por qué su presencia en mi imaginación.
Fueron al menos dos veces las que me soñé con esto, pero se me quedó
grabado bastante en la memoria. El segundo sueño es lo más de curioso,
pues tampoco lo recuerdo con precisión y también lo soñé bastantes
veces.
El mundo en el que sucedió, no sé cuál era, pero se parecía a éste,
solo que nunca había visto tal calle, tal ciudad. Había nieve, si mal no
recuerdo, y las calles todas, tupidas por el blanco de, no sé, ¿la navidad?,
se vislumbraban hermosas y perfectas. El aire era de nada más que
necesidad; una chica menesterosa me visitó durante varias noches en
varios sueños parecidos, apenas vagas imágenes trataban de crear el
escenario perfecto para que ella, la muchacha que me necesitaba, no sé
por qué, apareciera tal cuál era. Creí, en la sucesión de los sueños
precedentes, que esa niña era normal, solo que quería algo de mí. Pero,
¿qué quería de mí? ¿Por qué me necesitaba con tanta urgencia que venía
a por mí en sueños débiles e intermitentes?
Llegó la noche, el día en el sueño, pues brillaba, quizás el Sol,
bastante en mi imaginación, en que apareció ella. Venía, no sé cómo
diantre, montada en un triciclo. Tenía gafas, no era tan bonita, pero verla
era gratificante. No recuerdo su aspecto a la perfección, ni su forma de
vestir. No sé en qué idioma hablamos, pero no recuerdo una sola palabra.
Parecía como si todo transcurriese en un trance liminal entre la realidad
y la fantasía, o la realidad en otra realidad, no lo sé, todo era muy extraño.
El hecho es que hablamos de algo. Ella llegó, me miró. Algo hice yo, pero
no sé qué hice. Su necesidad era que no tenía manos y las necesitaba
con urgencia, así que yo se las di, mas no sé cómo lo hice. Creo que eso
fue de lo que hablamos, pero es que no recuerdo ni una sola palabra.
¿Qué hablamos? Porque no se escuchaba nada más que el silencio
traducido en el inquieto viento, el gélido hálito de la desorientación e
incertidumbre en que se encontraba mi espíritu. Los cóncavos abismos
de la inexactitud se aventuraban a reflejarse en cada copo de nieve que
caía del cielo a la calle y el paisaje que trazaba; no había voces, ni de ella,
ni mías, ni de nadie. Solo sé que todo fue un agradecimiento inefable.
A veces, creo que todo fue real, pero que transcurrió en otra
realidad. Como si ella hubiese venido de otro universo, uno que no
conocemos. Alguien, Dios, un ángel, le habló de mí y vino porque me
necesitaba. Otras veces, creo que era yo quien la necesitaba, la busqué y
ella fue quien me recibió. El caso es que había un aura de gratitud en el
sueño, y que alguno de los dos la hicimos surgir. Sea cual haya sido la
razón, creo que ese sueño significa algo que no sabré nunca, con

[302]
exactitud, qué. Y así fue como le devolví las manos a una joven, en otro
universo y no sé por qué razón.
Si este anterior sueño fue desconcertante, este otro que quiero
contarte lo fue aún más. De este no tengo duda de que fue tan solo un
sueño, pero podría, no sé, significar algo. No sé realmente por qué insisto
tanto en que signifiquen algo, si, en realidad, no me importa. Solo que
puede sonar un tanto poético, fantástico o, en el peor de los casos,
patético. Pero, de cualquier manera, fue un sueño súper raro,
desorientador e inexacto. Lo viví en dos diferentes etapas de mi vida. Una
alguna vez en mi niñez, pero el otro muchísimo más adelante en mi vida,
cuando ya estaba en el colegio.
Resultó que estaba en una casa grandísima, vieja y extraña.
Alguien, no sé quién, me explicó muy bien para qué estaba ahí, sin
embargo, no me satisfizo mucho su explicación, pues, si bien me
explicaba el para qué estaba, no me decía por qué estaba allí. Podía morir,
según mi sueño, haciendo lo que tenía que hacer, pero, de cualquier
manera, tenía que hacerlo. Me explicó que tenía que salir de la casa vivo,
de lo contrario no podría salir nunca y tendría que morir en ella. Recuerdo
que empecé a buscar la manera de salir y encontré un pasadizo secreto
en el suelo de algún lugar de la casa. Cuando me aventuré por él me
encontré con un labirinto inmenso. El laberinto iba hacia abajo, no como
saliendo, sino como adentrándose más y más en la perdición total.
Alguna corazonada me dijo que ese, aunque no pareciera, era el camino
que tenía que cruzar. Hubo momentos en que crucé a pie, otros
arrastrado y casi que asfixiado, hasta que volví a salir por la misma
puerta hacia el sueño por donde entré. Solo que ya no era la misma casa,
no estaba el anciano y había terminado mi misión. La esencia del sueño
no era tanto las imágenes, sino su sentido. No era la oscuridad de la casa,
la infinidad de escalones que había en el pasadizo secreto y en el
laberinto, los cuadros extraños colgados en las paredes y esas cosas, sino
el significado del sueño. ¿Por qué estaba allí? Sí, logré salir, pero ¿por
qué tuve que salir de allí? Mejor aún, ¿por qué tenía que haber estado
allí, antes que nada? ¿Quién era el anciano? A veces, creo que significaba
la necesidad de un cambio profundo, una toma de decisión importante,
o el cambio de una etapa de mi vida a otra. Pero nunca estaré seguro. No
entendí, ni quiero entender, a decir verdad, lo que significó este sueño.
De cualquier manera, y como haya sido el objetivo de estos sueños
en mi vida, continúo parsimoniosamente mi camino, sin realmente
importarme mucho lo que estas experiencias oníricas signifiquen o sean
de alguna forma específica en la realidad. Es decir, ¿por qué me
importarían? ¿Acaso lo que sueñe tiene que ver de manera directa con la
realidad? Muchos dicen que son proyecciones reminiscentes de lo ya
vivido. O sea, el cerebro no puede parar de datar información, entonces,
para no estancarse en anquilosados sueños, los dinamiza, de tal manera

[303]
que soñamos lo ya acontecido, con pequeños matices que difieren lo sido
con lo que es. A no ser, pues, que realmente el sueño hable por algo o
alguien, que no creo, claro está. ¿O sí lo creo, pero trato de ocultarlo? ¡Es
que no sé! ¿Tú qué piensas, corazón mío?
Bueno, al fin, no es que me parezca importante resolver la cuestión,
solo que me parecen interesantes al momento de contraponer el hecho
de que sueño más despierto que dormido. ¿No has notado que mis
proyectos contigo son los de un soñador, en vez de los de una persona
despierta, parada en la realidad? Porque alguien que no sueñe tanto
como yo no se propondría tanto contigo, sabiendo la realidad de las cosas.
Pero así soy, un soñador. No de los que duermen y divagan en sus
sueños, sino de los que se ilusionan mientras están vivos. Es que para
mí es más importante saber que estoy vivo que dormir, prefiero la
amargura de la vida, si es que alguna vez se me hace amarga, a la dulzura
de los sueños, si es que éstos alguna vez han sido dulces. Cierto es que
en mi vida he gozado las más de las veces, y si alguna vez pasé amargura,
supe reírme de lo que sufrido. Considero que entre más cierre los ojos,
más me sabe a muerte la vida. Cada parpadeo es un anuncio del final.
Por eso, mientras siga despierto continuaré soñando, antes que
dormirme para hacerlo, pues vivo soñando, pero vivo, mientras que, si
duermo para soñar, muero, y yo quiero estar vivo.
Pienso en las mil veces en que me cuentas tus sueños raros. Sabes,
aprecio honestamente y disfruto cada que me compartes esa dimensión
de ti. Quizá para ti sea un comentario más, o el relato simplísimo de algo
que soñaste en la noche, pero para mí refleja la confianza y la intimidad
de ambos, unos que se cuentan sus pequeñeces y así reflejan el colosal
cariño que se tienen. Cada uno de tus sueños, todos ellos
extremadamente raros, son la manifestación de tu inteligencia,
conflictiva como tú. La incoherencia, la multiplicidad de escenarios, todos
ellos tan pletóricos como las infinitas escenas que en tu imaginación se
fraguan, son manifestación perfecta de tu inteligencia. Ni siquiera yo, que
tanto me arrogo el intelecto, tengo esa potencia dentro de mí. Pero, tengo
algo mejor: tú. No me importa, pues, soñar si te tengo a ti. De cualquier
manera, aunque sea en poquedad, te tengo, y eso me basta. Si no en el
cuerpo, sí en la mente, ¿pues quién te borrará después de tanto? Aunque
pareciera que no te pienso, en mi mente estás siempre. Aunque
pretendiera haberte olvidado, sabes que en mí eres indeleble.
¿Por qué los sueños son tan desordenados, y en especial los tuyos?
¿Por qué iniciamos en un lugar, pasamos a otro y terminamos en un
contexto totalmente ajeno al principio y mitad? Y luego, la función de un
personaje es reemplazada por otro personaje, pero, al parecer, para mi
subjetividad no hubo más cambio que ése. ¿Acaso no importa nada en la
mente? ¡Pues bendito sea Dios, para mí sí importa! Si esto pasa en la
cabeza de todos, no pase en la mía en cuanto a ti. Que no tome tu lugar

[304]
otro personaje, que no tome este contexto algún otro ajeno a lo nuestro.
No soportaría cambiar lo que ahora me hace tan tristemente feliz. Triste,
por lo oníricamente limitado; feliz, porque, de cierta forma, aunque
exigua, sí que eres conmigo. Porque sí, eres conmigo lo que con nadie.
Aunque sueño, en mí tienes parte real. Aunque sueño, en mí eres más
que sueño, eres realidad viva y latente.
Tú eres, en definitiva, mi más hermoso sueño. Tan imposible,
indefectible, perfecto, divino, inalterable como tú misma eres en mi
pecho. Podré olvidar todos los sueños, incluso estos tres que tanto
significan para mí, y, al final, el único sueño que vale recordar es el de
ser contigo. Porque soy consciente de lo categóricamente imposible, pero
me contento con el ápice de historia que tenemos y los vestigios que tu
vida ya imprimió en mí desde el primer momento, para siempre.

[305]
CAPÍTULO XXVII QUIZÁS SON LAS COSAS MÁS
DESCONCERTANTES…, O NO.

Para entender este capítulo, primer hay que partir del hecho de que
nada de esto corresponde a una sucesión real de los hechos. No expongo
con orden alguno lo que me ha sucedido, sino que recuerdo, a modo de
reminiscencias, lo que alguna vez me acaeció y recuerdo mucho. No
solamente son recuerdos imprecisos, sino también pensamientos
pasajeros que anquilosé en alguna servilleta que tuviera a la mano. Así
como las hojas que el viento mueve suelen quedarse atrapadas en mi
habitación sin ningún objeto, también algunos pensamientos vienen a mí
con recurrencia. A veces, se escapan, otras, tengo tinta para prenderlos
y cárcel para recordarlos. Hubiera querido tener papel y lápiz muchas
veces en que mi mente discurrió en sus desórdenes, pero no fue así. Por
lo tanto, agradezco haber podido escribir algunos que aquí se encuentran
junto con estos vagos recuerdos que mi imaginación colecciona.
No sé, a ciencia cierta, para qué te digo todas estas cosas, pero me
consuela el imaginarte leyéndome toda la vida. Es como si no me fuera a
ir de ti jamás, aunque muriera, y, si murieras tú, mis letras, muy
seguramente, contigo se irían. Porque ciertamente, que tu vida se extinga,
es como si mi vida se extinguiera también. ¿Recuerdas que tengo dos
vidas, la tuya y la mía? Pues morir tú, es morir yo también. Así, que te
vayas de mí representa también un género de muerte, pues te me
desprendes y te me pierdes tal cual murieras.
Así pues, perdona que te desoriente, porque de un texto a otro vas
a empezar a leer una idea y luego un recuerdo; en esta oscilación
permaneceré hasta acabadas las páginas que corresponden a esta parte
de nuestro libro. Sabes… te escribí dos libros y quiero escribirte más.
He robado muchos libros en mi vida, creo que regalar algunos
significa de algún modo resarcir mis daños. Escuché alguna vez que
alguien me dijo: “no sé quién es más bobo, el que presta un libro o el que
lo devuelve” y aunque me hace gracia he jugado de las dos maneras. Creo
que regalar libros me ayudará a mitigar la culpa, ¿y escribirlos, será
acaso también remedio? Como sea he perdido libros por prestarlos y he
robado libros por la misma razón. Alguna vez tuve la intención de
devolver algunos, pero dos años después da un poco de vergüenza.
Prefiero mitigar mis culpas y mis daños escribiéndote a ti. Esta es una de
tantas razones para escribirte, pero surgen de una reflexión, no del
ímpetu inicial con el que empecé a escribirte. Te lo menciono como un
pequeño secreto de tantos como tengo.
Y hablando de secretos y de libros, si yo tuviera una biblioteca
secreta en la que tuviera que presionar un libro para que se abriera algún
pasaje oculto, sería alguno de los muchos que te escribiré. El qué sería

[306]
te corresponde a ti escogerlo. Ya ves, es que fuiste tú la causante de todo
este mi desastre. Tú me hiciste escritor, poeta y más loco de lo que ya
estaba. Tú me hiciste ser todo lo que soy y ahora tienes la responsabilidad
de mí. Así, si necesitara esconder mis secretos en un críptico habitáculo,
sería en uno cuya puerta estuviera llena de “para Luz de Vida”. ¿Te
imaginas entrar a mi mansión y ver mil libros que escribí solo pensando
en ti? ¿Qué secretos guardaría? ¿Qué memorias estarían allí escondidas?
Quizás una página sucia que declarara que mi inteligencia se vigorizó con
libros robados en mi juventud y que se redimió de su latrocinio
escribiendo todo lo que la puerta custodiaba… ¡De tantas formas como
me redimiste, ésta es una perfecta forma en que me diste vida!... tu vida.
Y aunque es más la alegría de tenerte que cualquier otra alegría,
también sé que soy motivo de alegría para ti y mi ser en tu vida. ¡Sabes
lo orgulloso que soy y no puedo escatimar el hecho de que mi ser en tu
ser es más importante que cualquier otro ser! No puedo imaginar la
suerte de otra mujer que se haya topado con un hombre que le escriba
como te escribo yo. ¡Tú recibiste un regalo que no ha recibido ninguna
otra! Porque bien dijo de sí mismo Beethoven “usted es príncipe por azar,
por nacimiento; en cuanto a mí, yo soy por mí mismo. Hay miles de
príncipes y los habrá, pero Beethoven solo hay uno” y de la misma
manera debo arrogarme el ser por mí mismo, para ti, lo que soy. Mi
unicidad e individualidad, es decir, el acto de ser indivisible por el hecho
de ser no tiene comparación alguna. Habrán mejores, pero no como yo.
Soy en ti único e irrepetible y no hay otro antes de mí ni lo habrá después
que pueda asemejarse tan solo un poco. Podrás llamar a otro, amor. Pero
no será verdad, no será tu amor, porque por siempre yo seré tu amor.
Claro que hay hombres más guapos y apuestos, más altos, con su rostro
esculpido por las artificiosas manos de los dioses griegos, pero como ellos
hay miles de viriles incontables. Tan así como seducen hay millones y
millones, mas no como yo. Como seduzco, como complazco, como quiero
y como amo no hay ninguno fuera de mí ni en el mundo, ni en tu vida.
Todos se repiten con el mismo molde ridículo, pasajero y finito, yo en ti
me resalto, diferencio y sobresalgo. En ti me hago eterno, siempre
constante, inconmutable e imperecedero. Que habrán mejores escritores,
sí, pero no son yo. Ellos no te escribirán a ti, mas sí yo.
Si bien aprecio muchos y variados artes, el que más aprecio
después de la música es la escritura. Es, a mi parecer, una de las
invenciones humanas más maravillosas e invaluables como hay. Dentro
de la escritura prosódica me he sabido desenvolver, mucho más dentro
de la poesía lírica; la literatura universal me devuelve el alma cuando la
siento perdida y me conmuevo con la lectura cuando me torno
inconmovible. Si el hombre supo hacer algo bien en su devenir, fue
empezar a escribir. Además, Roberto Bolaño hace una diferencia hermosa
en cuanto a la lectura y la escritura cuando dice que “escribir no es
normal. Lo normal y lo placentero es leer; incluso lo elegante es leer.
[307]
Escribir es un ejercicio de masoquismo.” Si bien no me considero un
hombre normal, normal sería leer como lo he hecho siempre, pienso que
disfruto mucho del masoquismo de escribir y más cuando lo hago
desangrándome por ti. Sí, de esas veces en que nos hemos visto
enemistados y me he derramado en prosa por tu indiferencia y tu
dolencia en mí, también disfruto la frustración y la insatisfacción de lo
ya escrito. Es decir, que me duela ver en lo escrito mi fracaso. Como si
necesitara corregirme cada vez más y nunca llegara a ese fin que pretendo
alcanzar. Luego estás tú, diciéndome con tu luz que mi pretensión no es
escribir, sino escribirte. Que sí, Luz de mi Vida, que escribo solo por ti y
no tengo más objeto que hacerlo por y para ti. Gracias por intensificar
mi locura y mi desorden. Si antes no era normal, después de ti no lo seré
nunca más. Ahora no soy tan ordinario como lo era antes de ti, en la vida
pasada donde tú no estabas y la vida me mandaba a penas señales de
que vendrías.
Igual, no es solo escribir. Un escritor necesita leer y de su lectura
escribir. ¡Pero es que hay tantos libros por leer! A veces, quisiera leerlos
todos. Cuando pienso en la eternidad, el qué hacer en la eternidad, pues
si no hay límites de tiempo a dónde iremos y esas cosas, pienso en que
tendré todo el tiempo de Dios para leer todo cuanto ya se escribió. No sé,
quizá sea otro absurdo en mi vida, pero quizás sea así, o no.
Ya luego, cuando hago la reflexión que me dice que no viviré lo
suficiente para leer todo lo que quiero, pero que después de muerto podré
leerlo todo, o al menos lo más noble y bellamente escrito, me hago a mí
mismo creyente de otra verdad: creo que al final son los libros los que
nos encuentran. ¡Hay tantos libros, tanto por leer y tan poca vida! Es ahí
cuando lo digo: los libros nos encuentran a nosotros. El grande literato
Miguel de Cervantes Saavedra dijo que “en algún lugar de un libro hay
una frase esperándonos para darle un sentido a la existencia”, y así me
está respondiendo el porqué de lo que pienso. Sí, porque no estarán los
libros en búsqueda de mí sin ningún motivo sensato. ¿Son los libros
sensatos? ¡No lo son los que los leen, mucho menos los que los
escribimos! Y al final, siempre habrá la excepción…
¿Tú pensaste que te escribirían tanto como yo? No, los libros
llegaron a ti sin tú pedirlos. Así pues, los libros nos encuentran. Incluso
estos que escribo vienen de no sé dónde a encontrarme. Realmente no
soy yo quien escribo, ellos mismos se escriben solos. Así, pienso que todo
lo que lea será justo lo que tenga que leer y me sirve de consuelo ante la
frustración de no poder leerlo todo. ¡Y menos mal que no lo puedo leer
todo! ¿Sabías que leo más en voz alta que en mi mente? Incluso, cuando
escribo, no siempre y muy pocas veces, escribo mientras hablo… (qué
risa) ¡Melany, estoy loco, estoy loco por usted! [fuera de contexto, por eso
el “usted”, ¡dah!]

[308]
Soy un hombre ruidoso, no solo rudimentario y torpe, sino ruidoso.
Tal cual me comporto, soy cuando estoy solo: brusco, imprudente y
escandaloso. Claro que puedo parecer prudente, pero será mentira, soy
lo más imprudente que existe. Claro que puedo parecer taciturno y
reflexivo, pero es mentira, soy escandaloso y desquiciado. De tantas
formas en que se manifiestan en mí todas esas realidades, una de tantas
es cuando leo. Yo puedo y disfruto leer en la mente. Me parece un ejercicio
hermoso. Pero no debo negar que me encanta leer en voz alta cuando
estoy solo y, aun, cuando hay gente tratándose de concentrar cerca de
mí. Creo que una de las razones por las que disfruto tanto leer en voz alta
es por lo solo que me siento. Aunque hay un autor que me habla, no lo
siento, pretendo decir las letras como si hubiese quien me escuchase.
Quizá sea otra manifestación del pavor que me da sentirme solo. ¡Detesto
la soledad! Y ahora que lo pienso mejor, cuando escucho música subo
bastante el volumen, y si la escuchan los otros mejor, y si les incomoda,
mejor. Pero no es así siempre. A veces, me da pena y soy más prudente.
Pero bueno, cuando no, creo que es porque me siento muy solo y quiero
molestar a los otros al menos para que sepan que todavía existo y que
estoy aquí: solo. ¿Será así o habrá otra respuesta? No lo sé, pero lo pienso
así.
Luego, ¿qué son los libros? Tan misteriosos ellos me sedujeron
desde tierna edad. Y aunque no los entendía muy bien antes, ahora
tampoco. Ni siquiera entiendo éste que escribo, ni mucho menos el
anterior. Solo sé que te los escribo a ti porque te amo, es como dice Albert
Camus en La caída “...me fui a otra parte a buscar el amor que prometían
los libros y que nunca había podido encontrar en la vida.” Pues en ti
encontré ese amor. Y sí, una contradicción más absoluta aún: encontré
un amor perdido ahora. Pero, ¿y qué? Oscar Wilde dijo que “con la
libertad, los libros, las flores y la luna, ¿quién no puede ser feliz? Yo soy
infinitamente feliz, por muchas razones lo soy. Es que soy un enamorado
de la vida y el mismo hecho de vivir ya es mi felicidad. Aunque sufra a
veces, siempre sufriré muy poco en retrospectiva… nunca habrá dolor tal
que me haga perder la felicidad. Es que vivir ya es demasiado consuelo.
Ya que no estaré siempre, como quiero, al menos me tendrás para
siempre en una forma: nuestros libros. ¿Para qué más felicidad que esa
de ser eterno en ti? Porque en tu corazón, protegido por tus exuberantes
pechos, esos que tanto amo y contemplo, me tiene a mí rubricado para
siempre. ¡No, que no trates de olvidarme, Luz de mi vida! No… que no lo
vas a lograr.
Y luego, ¿tú eres escritor? Me pregunto a mí mismo. Creo que todos
lo somos. Escribimos la historia de nuestra vida, nuestra biografía, ¿no?
Realmente no hay libros, solo hay un libro expresado en muchos tomos.
Con más ironía y soltura lo dijo Julio Cortázar “tenemos un defecto: nos
falta originalidad. Casi todo lo que decidimos hacer está inspirado-
digamos francamente, copiado-de modelos célebres.” Yo no diría que los
[309]
libros son copias de copias, yo diría que corresponden a un único
espíritu, uno que tiene su origen en la razón universal a la que todos
pertenecemos.
Así, la única acepción que existe de “libro” no es la convencional, sino
que tanto la mía, como la de muchos otros, tiene un valor anquilosado
en la razón que está en todo y en todos. Por ejemplo, José Morales en El
cántico de la soledad, un libro que me regalaron hace muchos años y que
leí sin entenderlo, pero que ahora le he podido gustar como se debe, dice:
Me he vuelto al único libro que permanece siendo calladamente el
mismo: el libro de las maravillas creadas por la mano del Amado.
Es el libro donde no hay páginas, sino mensajes; donde los tratados
no tienen fin; cuyo resumen no tiene sellos de arcanos misteriosos.
Es aquí donde encuentro la soledad sin angustias, donde no tengo
por qué seguir orden alguno al leer, porque es libro que penetra,
que invade no con frases o letras, sino con voces, como la mañana
va penetrando calladamente en los caudales de la aurora. A cada
paso tropiezo con misterios, que ahora se abren ante la mente
desnuda, descifrándose ellos mismo a la luz de la fe callada y
silenciosa.
Considero este fragmento de este bello y corto libro, una luz en mis
pobres y débiles razonamientos. La intensa experiencia espiritual que
Morales tuvo, fue la fuente de estas letras escritas. ¿Ves cómo los libros
no son solo lo que tienes en las manos, sino lo que ellos son, más allá de
lo que parecen ser? Este libro que estás sosteniendo soy yo. ¡Que me
estás tocando, Luz de mi Vida! Me sostienes, no solo en tus manos, sino
en tu mente y tu corazón. A veces, no quisiera corregir, no quisiera borrar
y reescribir. Pienso que lo escrito, como Pilatos dijo, escrito está. Sin
embargo, es verdad lo que piensa Borges, que un libro nunca termina de
corregirse.
Recuerdo con bastante dificultad los sucesos antes de mis cinco
años, Sin embargo, he podido forzar mi memoria y rescatar algunas
curiosidades que quiero sirvan aquí para volver este capítulo un tanto
más extraño de lo que pretendo. Nunca he entendido por qué puedes
sentir con tanta vivacidad tus años pueriles. ¡Te traumaron los cuatro
años de existencia! Mientras tú recuerdas a la perfección aquello que te
sucedía a los cuatro años, yo apenas si puedo recordar cuando en la
guardería mis juguetes se cayeron al patio y nunca pude ir por ellos. Es
que era una casa de dos pisos y de manera. Había una puerta en el piso
que daba a las escaleras y nunca, por ser tan pequeños, podíamos
abrirla: tenía candado. Recuerdo que fue una tortuga ninja y algunos
otros juguetes los que se me cayeron y nunca más los volví a ver. Lo
último que me pareció ver fueron sus cuerpos en la escalera, unos más
abajo que otros hasta llegar a la tierra, y yo tratando de abrir la puerta
de alguna manera. Ni siquiera recuerdo si lloré perderlos.
[310]
En esta misma casa vivía la tita que nos cuidaba, y también allí
vivían sus hijos y Juliana, con quien tuve la experiencia sublime que te
narré antes. Él tenía un tractor amarillo que parecía real, era muy grande
y me seducía jugar con él. Así, también tenía muchos otros juguetes que
quería tener para mí, pero todos ellos subidos en un armario demasiado
algo al que nunca pude llegar, no por falta de voluntad, sino de estatura.
Sí, es que siempre fui muy bajito. No fue la única vez que envidié los
juguetes de otro. Concomitante a mi casa vivía una familia muy
problemática, pero yo, ajeno a sus conflictos, me paseaba por los
alrededores de su casa y charlaba con algunos niños, incluso con los
adolescentes que vivían allí. Recuerdo unos dragones todos feos, pero que
para mí en ese entonces eran mi ambición más maliciosa. Estaban en
una repisa de plástico alineados al combate. Se podían volver en bola y
guardar en el bolsillo. Y pues como yo soy tan chistoso los envolví todos
y me los metí al bolsillo. No sé cómo me vieron cuando me robé esos
dragones, pero más tarde fueron a reclamarlos a mi casa y yo ya los tenía
todos sucios de tantos jugar con ellos en el patio. Ladrón desde pequeño,
mi último hurto fue robar tu corazón.
Mientras continuaba en la guardería, a eso de los cinco años, un
poco ante, todavía jugaba con muñecos y cosas. Pero lo que más se me
recuerda, no porque yo lo hiciera, es que obligaba a mis compañeros a
celebrar la misa. Yo la presidía y obligaba a mis compañeritos, incluido
mi hermano, a que se quedaran conmigo. No sé cómo lo hacía, pero me
recuerdan que lo hacía. Yo sí me acuerdo de las hostias, pero no cómo
eran. Según me relatan, eran rodajas de banano en un vaso cualquiera
que figuraba como copón y cáliz. Me vestía con los manteles, metáforas
de los ornamentos sagrados. Yo solo me acuerdo que la última vez que
jugué a esto fue cuando mi hermano no quiso más. Yo dispuse todo cual
sacristán piadoso. La mesa, como altar, las velas y todo lo que tenía que
tener. Pero mi hermano no quiso jugar conmigo… fue, acaso, la última
vez que recuerdo algo similar. Recuerdo que en un Halloween me disfracé
con este tema, pero no recuerdo nada más. ¡Sacerdote! ¡Qué locura!
Yo olvidé por muchos años esos deseos de mi extinta pureza, y
ahora los recuerdo y trato de vivirlos con el mismo género de luz con los
que iniciaron su albor en mí. Y sí, no lo he logrado y no creo poder
lograrlo. No tanto por ser lo que quiero ser, sino del modo en que quiero
serlo. Mi prospecto no existe, mas sí la posibilidad y la acogida en mi
cometido, ¿o el cometido de Dios? ¿Le plugo a Dios o es mi capricho?
¿¡Pero si fuera mi capricho, por qué no quiero y a la vez quiero!? Estás tú
en mi vida, y estoy yo y mi Dios. Tú eres mi más hermosa inflexión…
A veces, mirando a las estrellas, grito con vehemencia al cielo
nocturno, pensando en Dios que me escucha, “¿por qué me quieres dar
tu don? Si ves lo profundo de mi alma, ¿hay, acaso, algo bueno en ella
que te sirva en lo que me pides? ¿Qué buscas en mí? Porque yo no veo

[311]
nada más que oscuridad y silencios absolutos.” No sé, Nany, no sé si
habrá en mí algo bueno qué dar para todo lo que se me pide, pero me
gusta decirle al Señor: “dame lo que me pides y pídeme lo que quieras.”
Así, siento que podré hacer algo bueno por él. Me cuesta dejar tanto, me
cuesta dejarte a ti por él, me cuesta dejar amigos, casa, familia, la música
vivida en su plenitud y muchas otras cosas a las que me aferro
constantemente. Pero sé que lo que Dios me ofrece es más grande que yo
mismo y todas mis adhesiones tangenciales.
Perdóname por irrumpir en tu vida con mis absurdos y
contradicciones. Sé que no tenía el derecho. Sé que no debí buscarte,
escribirte, amarte. ¿Te dañé? No lo sé, no quisiera haberlo hecho. Pero tú
eres fuerte, tú sabes muy bien cómo recuperarte.
Mi hermano mayor me traía de la guardería y una vez soltó un avión
de papel por la extensión del aire, detrás de un guayabo nunca más lo
volví a ver. Luego fue él quien se fue. Él es muy pequeño, y todavía me
acuerdo de cuando yo llegaba hasta sus hombros. Y se fue… quizá fue
ahí donde aprendí que no todo lo que quería tenía por qué quedarse. Y
sí, no tenemos una muy buena relación ahora, pero le quiero.
Y como ya son incontables las veces que me han preguntado qué
me sucedió en la cabeza después de ver la pronunciada cicatriz que tengo
en el cráneo, ahora, quiero contarte la trágica historia que se quedó
registrada en la cicatriz de mi cabeza, esa por la que tanto me preguntan.
Y ahí estás tú, siempre marcando la diferencia. Todos me preguntan lo
mismo, menos tú. Tú nunca me preguntaste qué me pasó, pero no me
importa, este capítulo es así de raro y quiero contarte.
Aunque me da risa, fue realmente un día trágico en el Cristo Rey.
A mí no me dejaban ir, por eso nunca pedía permiso. Y alguno de tantos
días en que no hubo ensayo en la banda, nos fuimos todos para allá a
reírnos, compartir y esas cosas de los muchachos. Y pues, ¡vaya sorpresa!
Yo de terco, discutiendo con alguien porque las bolsas de agua eran a
doscientos y no a doscientos cincuenta, quise ir a comprobarlo. Pedí el
dinero y di la vuelta y, en eso, sentí en la cabeza un golpe seco. Caí al
suelo. Me paré asustado, me toqué la cabeza y metí mi dedo en un agujero
bastante profundo. ¡Terrible el miedo que sentí al oler la sangre y ver que
mi dedo llegaba… no sé, ¿al cráneo? Es que he sido muy dramático desde
muy pequeño. Diana Barry supo exclamar: “quién diría que la vida se
vuelve tan imprevisible: una mañana comienza con normalidad, pero al
llegar la noche te pasaron cosas que cambian nuestro camino.” La misma
mañana en que te conocí había sido todo muy normal. Me levanté
tranquilo y me acosté pensando por primera vez en alguien que iba a
pesar toda mi vida. ¿Ves qué razón tenía? Y pues sí, la mañana en que
me fui para el Cristo también fue muy normal y, en la noche, recuerdo
unos amigos me llevaron manzanas. (No fueron verdes) Así, cambió mi
vida; tú que apareciste una mañana como el Sol, y mi cráneo se abrió
[312]
para que pudiera, si estaba aburrido, contar esta historia a alguien en
un autobús o en una sala de espera. ¡Qué sé yo! Tú no la pediste, pero te
la cuento.
Me llevaron al hospital en la espalda de alguien y casi me caigo
desmayado: me hice, yo no me iba a desmayar, solo que quería
dramatizar un poco. Igual, el día ahora sí estaba más emocionante y los
doscientos pesos se cayeron para perderse para siempre. Luego fue el
director de la banda, y después mi mamá. Y sí, no tenía permiso de ir.
Pero no me regañó hasta el día después. Así, tal cual Dios, es su
compasión conmigo.
Otra vez, quería alcanzar una guayaba con mi hermano. El árbol
era demasiado alto y la guayaba estaba bastante encumbrada. Mandé a
mi hermano abajo del árbol y yo me subí en un morrito discreto que había
un poco arriba. En él podía lanzar las piedras con mayor libertad. ¿Por
qué?, no sé. Pero lancé una piedra demasiado grande al árbol y mi
hermano la recibió abajo con su cabeza. Y sí, se le reventó, o mejor, le
reventé la cabeza. No recuerdo con cuántos puntos le cerraron la herida,
pero sí, un error de cálculo. Sabes que nunca fui muy bueno en
matemáticas. Tampoco en otras ciencias pragmáticas como la ética y no
porque no la aprenda, sino porque no la vivo. Un inmoral de aquí a Pekín.
Después de que nací, pasados 16 meses, nació mi hermano. Y junto
cuando reposaba en su cuna, yo me paré en la mía y con una sandalia le
di la bienvenida. Lo hice llorar como nunca pararía de hacerlo por mi
causa. Ahí empezó una oscura historia, con pocas luces, pero al fin,
oscura. Atormenté a mi hermano por mucho tiempo, incluso, alguna vez
jugando a la Semana Santa lo crucifiqué y lo dejé en la terraza de la casa
media tarde. Una vez, no sé por qué, le di límpido. Tuvieron que
desintoxicarle el estómago. Fue creciendo golpe por golpe. Los dos nos
hicimos daño mutuamente. Él a veces me golpeaba a mí y otras, la
mayoría, yo a él. Y así nos la pasamos. Me hubiera gustado que todo
hubiese sido diferente. También hubo buenos momentos de risa y alegría.
Lamento mucho haberme portado tan mal en mi infancia. Lamento
mucho haber sido tan cruel con mi hermano. No tenía derecho a
portarme tan mal. Lo hice sentir terrible innumerables ocasiones,
¡perdón! Trato de rezar por él todos los días: intento resarcir mis males.
Cuando pienso en las cosas que me hacen emocionar, pienso en
cosas simples, pero que para mí tienen gran valor. Considero que todo
depende de quién siente, no lo que se siente. No todos tenemos las
mismas percepciones de las cosas; de una cosa muchos podemos sentir
diferentes cosas. A mí me pasa que en el cine me emociono demasiado.
Pequeños pero elocuentes elementos como los fuegos artificiales, la risa
feliz de los protagonistas, su llanto incontenible, algún beso
profundamente deseado, una escena o ángulo de la cámara o cualquiera
que sea el objeto de mi emotividad en el cine, son pequeños gestos que

[313]
me hacen emocionar sobremanera. Son muchas cosas las que me hacen
conmoverme, desde lo positivo hasta lo negativo. Me gusta ver el cine
solo, pero también disfruto la compañía de algunas personas cuando lo
hago. El hecho de que me estén preguntando toda la película qué pasa,
por qué sucede esto o aquello, son factores que me hacen deleznar a la
persona que me incomoda. En cambio, cuando veo y siento lo mismo que
aquellos que me acompañan, disfruto mucho de mis actividades, pues
compartir para mí es esencial. No faltará quién me juzgue y diga que no
comparto, pero es por la sencilla razón de que no comparto con ellos, mas
siempre tendré la alegría de hacerlo con quienes escojo. Darle tanta
importancia a lo que digan los otros de nosotros, puede hacernos olvidar
que lo importante no es qué dicen, sino qué hacemos. Y más, lo
importante es qué hacemos o dicen de nosotros aquellos a quienes
amamos profundamente. Ser uno auténtico, único y genuino significa
que hay que aprender a convivir con la crítica, pero cuidando el ser para
los otros y mucho más para aquellos a quienes hemos escogido como
objeto de nuestro amor. Por eso, si alguien me reprocha que no comparto
tiempo con él, entonces le diré que no quiero hacerlo. Pero si ese alguien
es alguien a quien quiero, ¿qué hacer entonces? De cualquier forma,
siempre tendremos que encontrar la manera de compartir con los otros
que amamos. En el caso del cine, aunque me guste disfrutarlo solo, sí
que puedo compartirlo.
Otro de los motivos por los que la gran parte de las veces disfrute
solo del cine, es porque cuando lloro no me gusta que me vean. Es decir,
igual lo van a notar, pero no me gusta sentirme a mí mismo cuando lloro.
Me gusta sentir que no soy yo en la habitación, sino que todo lo que
percibo es real. Pero cuando siento la respiración, las miradas y el qué le
pasa a éste de la gente, entonces pierdo la conexión, y todo porque me
fijo en mí. Es un poco lo que proponía Schopenhauer como
contemplación: olvidarse de la subjetividad y objetivarse, o bien, hacerse
uno con el objeto que se contempla. En otras palabras, olvidarse del yo y
ser con lo que se contempla. Eso me sucede en el cine, a veces. No así
cuando la manera de ver el cine y la forma en que se percibe éste es
común con quienes me acompañan, pues de este modo no me preocupo
por quién me está viendo, porque no me desconectaré de mi objeto. Al
contrario, seríamos dos entidades las que contemplásemos aquello que
vemos y de este modo será mucho más profundo el acto de ver cine.
El cine es una de las creaciones del hombre que me representan su
genio y la grandeza de su naturaleza. Recuerdo nuestra vieja disputa con
las abejas, ya tan mencionada. Una de las cosas que sigo defendiendo es
la grandiosidad del hombre que, a pesar de su mala administración, es
una de las cualidades más preciosas. Su grandeza, su virtud, lo que lo
diferencia de las demás criaturas, es principio de dos vertientes
naturales: el despotismo y la justicia. Uno que entiende cuál es mejor
elección, vive de acuerdo con lo que escoge. Por eso el mundo se ha visto
[314]
tan herido, pues el egoísmo siempre ha sido el factor de escogencia en
este campo. Aun así, el hombre no pierde su dignidad y su grandeza por
la elección de algunos hombres que hasta ahora han direccionado la
historia. Hay todavía mucha bondad en el hombre y universalmente en
toda la humanidad.
Cuando pienso en la totalidad del mundo, su gente y lo que son,
me asombro y debido a esto, me ofusco. ¿Cómo es que hay tanto revuelto
y bien seleccionado? Unos sonríen, otros están viviendo el momento más
feliz de su historia, algunos están sumidos en la tristeza, la desesperación
y el caos. Algunos otros están siendo torturados por la pena, mientras
otros están siendo amados por el amor de su vida. Y así podría seguir
extrapolando circunstancias y me daría cuenta, como tú tal vez ahora,
de lo gallardo que es el mundo para soportar tanto al mismo tiempo. Sin
embargo, no puedo dejar de asombrarme e interpelarme cómo es que soy
en medio de tanto y no me doy cuenta. Al fin, pues, “las lágrimas del
mundo son inmutables. Cuando alguien empieza a llorar, alguien deja de
hacerlo en otra parte. Lo mismo sucede con la risa”, según Samuel
Beckett en Esperando a Godot, y yo agrego: lo mismo sucede con todo.
Mientras hacemos algo, luego que lo dejamos continúan otros con lo
mismo. El devenir será eterno en cuanto a todo. ¡El mundo es tan grande
que me aterra!
Lo que me parece más hermoso en una persona es su sensibilidad.
Y esta se manifiesta en todo: como camina, como observa, como sonríe;
aquello que toca, siente y piensa. El dejar que una gota de agua caída de
las hojas de un árbol se deslice tiernamente por la mano; que la lluvia
suavemente acaricie los cabellos y el rostro cegado por los ojos cerrados
del sentimiento aflorado; la piel enchinada por el sentimiento profundo
de un placer, emoción o deseo… ¡tanto! Hay mucho que hace a una
persona hermosa, pero esto supera todo: el dejarse ser lo que se es. Nadie
se deja ser lo que se es más que quien es como el viento, que sin saber
de dónde viene y hacia dónde va, va y viene sin percatarse dónde está.
Porque sueña, vive soñando y no le importa si todo es real o ilusión. Hoy,
atardecido, puede pararse a vislumbrar las montañas. Recibe el sol, como
si fuese la misma vida, pero renacida. Y luego, ve las nubes como quien
ya estuvo recostado en ellas. Pasea por las calles como quien pasea por
el Cielo… ¿quiénes serán estas personas en las que pienso? ¿Las habré
conocido alguna vez?
La vida es cruelmente irónica. Lo he dicho antes en relación con
las metáforas que el lenguaje usa para manifestar la realidad y que nos
dicen, en lo oculto del silencio, la grandeza del ser y la pequeñez del
hombre que, siendo, es finito y tremendamente limitado. La última ironía
que la vida me hiciera es que, no creyendo en el infierno, y queriendo ser,
después de muerto, incinerado, muriera en un incendio chamuscado o
en algún otro trágico accidente donde me aconteciera lo mismo que

[315]
quiero, pero de forma cruel y sarcástica. Porque sí, yo quiero que cuando
muera no se me entierra, ni se me sepulte en una fría y lúgubre bóveda.
Tampoco quiero que me encierren en un ataúd, de hecho, no quiero, en
ningún momento en que mi exánime y frío cuerpo yazca tranquilo en sus
finales, ser apresado en una caja de madera o de cualquier otro material.
Quiero que tal cual morí sea quemado hasta mi extinción. Y también me
gustaría que soltaran lo que quede de mí en el aire de una renombrada
montaña, cualquiera, el Himalaya o el Everest, no me importa, puede ser
el cerro del Tatamá si no hay posibilidad de llevarme tan lejos. Lo que
quiero es un último signo, una última locura.
Pocas veces me he subido en atracciones mecánicas, porque me
dan vértigo y terror. Desde pequeño tuve la oportunidad de subirme en
varias, pero siempre rechacé la hazaña. Y aunque algunas veces me plugo
hacerlo, y, de hecho, logré sobrevivir, me arrepentí, no solo antes de
arrancar, sino durante y después, un después breve, pues ahora
recuerdo con como una aventura el miedo pasado. Si lo pienso mucho, la
vida, en ocasiones, se me parece a una atracción mecánica. Si bien,
mientras estaba subido en ellas me quería bajar de alguna manera y
aunque sabía que me iba a bajar, no contemplaba el cómo, me gustaba
al mismo tiempo en que me aterrorizaba. Lo mismo me sucede con la
vida: me gusta mucho vivir, aprecio cada momento en que estoy vivo y
respiro con libertad. Pero sé que tengo que bajarme de esta dicha en
algún momento y me aterroriza el cómo.
Acabo de acordarme y te lo pregunto: ¿te acuerdas de ese poema
que se diluyó en nuestros coloquios? Una noche de tantas en que
hablamos te lo susurré al oído, un poema recién nacido. Cada palabra
que pronunciaba y rimaba, hermosa cual ninguna, se iban formando en
versos y estrofas bellas. Y tú las escuchabas, y yo te las cantaba. Y así
me fui callando: poco a poco. Y ahora estoy totalmente callado. Tú
escuchas tan solo el eco de mi voz, de mi mente maquinando tu figura.
Mi imaginación revolucionada recordándote como nunca puede dejar de
hacer. ¡Me partiste el corazón en dos! Ya no hay quien lo repare.

[316]
CAPÍTULO XXIX
DE MIS DISCUSIONES Y PENDENCIAS.

El amor constituye una realidad más amplia de lo que pensamos.


Implica la vida entera: la afectividad, la vida social y todo lo inherente al
ser humano. El ser hombre supone el ser amoroso. Y digo que lo supone
porque no es una realidad en todos los contextos; la imposibilidad en la
comunicación honesta genera desprecios y malentendidos continuos e
indeseables. Falta lealtad en las familias, genuina comprensión,
confianza. La violencia doméstica y la intolerancia son pan de cada día
en muchos hogares, pero se siente mucho más punzante en donde la
pobreza está radicada como la única propiedad. Sin embargo, en familias
en donde no existe la exigüidad en los bienes muchas veces también se
perciben faltas de respeto y violencia común, y todo resultado de una
cadena ininterrumpida de lo mismo: una herencia aterradora de
incomprensión y poca escucha. La falta de educación formal y
verdaderamente humana, no es el único estamento que falla, pero sí uno
de los más importantes en la responsabilidad que tenemos como hombres
de una construcción de humanidad. Todo el ser del hombre necesita,
desesperadamente, ser educado. Quien no se educa, se estanca.
Precisamente la falta de educación y de oportunidades son las
causantes del litigio bestial que sostienen muchos hombres entre ellos.
Las peleas absurdas, los malentendidos insanos y la voluble
superficialidad de las sociedades son males provenientes de esa
ignorancia y esa falta de riqueza, no solo interior, sino también material.
Y esto porque los bienes son también espirituales, tanto como materiales.
La causa de desposeerlos, se paga con la ignorancia y la pobreza. Si
alguna vez ves a una persona violenta deberás asumir que, o le faltan
recursos económicos si no espirituales. Y en simultáneo con esto,
también le faltará una educación de su irascibilidad y toda la parte
afectiva. Sabes, la persona humana necesita educarse. Tú, yo, todos.
No nos queda a nosotros el juicio de cada ente particular al que
parezca sucederle todo esto. Cada quien vive su propia circunstancia y
es fiel reflejo de su interioridad. Sin embargo, podemos deducir,
conjeturar o inquirir. Aun así, ninguna de estas acciones es absoluta,
siempre estaremos con un margen de error considerable. Haruki
Murakami en Sauce ciego, mujer dormida dice que “el corazón de las
personas es como un pozo muy profundo. Nadie sabe lo que hay en el
fondo. Sólo podemos imaginárnoslo mirando la forma de las cosas que,
de vez en cuando, suben a la superficie.” Así es que no nos queda más
que la imaginación de aquello incognoscible del hombre. Su parte más
profunda solo puede ser comunicada por la intimidad de aquél que te
confía su ser, no deducida. Eso siempre será un error lamentable. Tú me
lo has dicho muchas veces. No puedo deducir de ti nada, no puedo

[317]
suponer de ti nada. Siempre tendré que, necesariamente, recurrir a ti
para saberlo todo y tú, con tu confianza, me darás solo aquello que
quieras revelarme. A pesar de esto, no es una realidad que vivamos.
Continuamente estamos juzgando a las personas sin saber sus razones,
sus motivaciones o sus convicciones. Incluso damos por hecho los
rumores y los malentendidos. ¡Luz de mi Vida, perdóname las veces que
juzgué sin preguntarte! No supe amarte, perdóname.
No soy el prospecto de nada: ni el salvador, ni el paradigma. Si digo
lo que digo, no es porque esté exento de mis culpas y errores, sino porque
los reconozco como tales y encuentro en ellos una oportunidad para
crecer. Sí, para muchos debería ser el ejemplo, quien no erra, quien no
se equivoca, pero pensándolo bien nunca he conocido a tal ser aparte de
Dios, y eso que hasta Él mismo entra en el juicio y mezquindad de
muchos hombres.
No tengo la obligación de dejar de ser quien soy, tengo el derecho.
Y también tengo el derecho de equivocarme y reconocer mis errores; y
también tengo el derecho de no ser juzgado por ellos, como si fueran mi
todo o mi nada. Tampoco tengo que soportar ser expuesto ante todo el
mundo como la personificación del mal, como el hombre sin remedio.
Tengo derecho a mi buena honra, que no es hipocresía, es dignidad.
¿Cómo no seré yo consciente de mi finitud e imperfección? ¿Cómo no
querré crecer del vaho de la deshonra y el abismo de la indignidad?
Quiero ser más, pero el mundo no ha entendido, ni entenderá, que no
soy una obra de teatro, soy un ser en construcción. Lo peor de ser lo que
soy es que quienes me aman son quienes sufren mi imperfección. A ellos
les debo la paciencia, y a quienes se les desbordó, no siendo suficiente
mis disculpas, solo queda vivo el adiós y mi pobre oración. Ellos también
tienen el derecho a no soportarme, a apartarme de sus vidas, y yo,
entonces, el deber de soportar sus derechos. Siendo difícil, como es, tengo
la obligación moral de perseverar en mi derecho al inerme desafío de
acabarme. No me consumiré de culpa, y no es que sea un inescrupuloso
descarado, sino que viviré mi vida con quienes me soportan, tratando
siempre de soportarlos a ellos. ¿Quién no necesita descansar su miseria
en hombros ajenos? Ruego a Dios que nunca lo haga en hombros
traicioneros y pruebe la hiel desleal de su miseria.
¿Acaso no acontece contigo lo mismo que conmigo? ¿O tú estás
segura en quienes confías? No te fías, y, de hecho, no te fías de aquellos
que te rodean, porque siempre estará su traición inadvertida acechando
un mal paso. Tus vestigios son verdadera luz, y como tal es vista por
millares desde muy lejos. No pretendas ser y hacer y, además,
permanecer escondida, pues una luz tan brillante como eres, no puede
confundirse, ni siquiera, en la oscura inmensidad del cielo nocturno. Así
pues, estás condenada a ser vista, pues eres la luz, no solo de mis ojos,
sino de todos cuantos ven. ¡Y qué! ¿Se derribará tu paciencia y perderás

[318]
la libertad por pensar en quienes de critican? ¡De ninguna manera! Tu
luz solo puede ser vista, pero nunca manipulada. ¡Tú no lo permitirás!
Seguramente he abusado de ese soporte que me brindan quienes
me aman, y si aceptan mis disculpas deposito en su alma un férreo
monumento de perdón. Pero no puedo tratar a quienes no me aman con
este mismo amor, del mismo modo, negativa y positivamente hablando.
Lo que soportan quienes me aman no puedo darlo a soportar a otros que
no me aman, y cuanto me doy no puedo darlo a otros como si los amara
y ellos a mí. De cualquier manera, no me soportarían, aunque tratara de
hacerlo. Tengo que tomar parte por lo que amo y construirme siempre.
¿Crees que no sufrirás lejos de mi amor? ¿Crees que no sufrirás cerca de
mi pecho? ¡En ambos casos, qué dolor! Tanto el despojo de mi alma como
su entrega amorosa son martirio itinerante que se dirige a un fin, a una
recompensa. Dios te dará el premio de lo que soportaste, y a mí me dará
su castigo, o su perdón.
He sido perverso en mis acciones, pero ¿quién si no Dios me ha
contenido tantas veces? Agradezco a su infinita providencia el velar mi
ceguera y cuidar mis tropiezos; perdonar mis culpas y resarcir mis
errores; contener mi brazo a la venganza y al pagar con la misma moneda
los ultrajes prevaricados de la síntesis de mis acciones, de aquellos seres
que manifiestamente juran su odio a mi ser y mi existencia. Pues bien,
también tengo mis enemigos. Pero, un secreto…, todos ellos escondidos,
velados tras la sombra de la hipocresía.
No quiero desahogar mi rabia en mis escritos, porque quien habla
con rabia, hiere. Yo no quiero herir cuando escribo, quiero amar, y,
aunque el amor hiere, no hiere como quien odia, sino como quien ama.
Por eso uso el papel como un método de reflexión, que, si bien sirve de
desahogo, lo hace sin el impulso bestial de quien está hecho un
energúmeno iracundo. Soy irascible, pero me limito a las palabras y hoy
no las quiero usar para desahogar mi naturaleza violenta, sino para
redimir mi ser con la volente fuerza de mi corazón. Si acaso quisiera gritar
con rabia aquello que siento injusto, no siendo esta real solución
recordaré las palabras de Francis Bacon: “el silencio es el sueño que
nutre la sabiduría” y me centraré en mis objetivos: ser mejor de lo que
soy. No tienen sentido las discusiones que buscan dañar o herir, prefiero
guardar silencio y quietud, será mejor. Además, si quiero ser una persona
intelectual, siendo ésta una facultad del espíritu, también tendré que ser
una persona espiritual. ¿Y cómo una persona espiritual puede ser
violenta, siendo contraria la violencia a la calma y siendo la calma un
carácter fundamental de la volatilidad del espíritu? No puedo
contradecirme a mí mismo, o bueno, sí puedo. Pero en este aspecto es
mejor cultivarme como quiero. Por si no lo has notado: la violencia
engendra más violencia. El enojarse alimenta el enojo. Si bien me puedo

[319]
enojar al instante, cultivarlo llevaría al odio y yo, yo no quiero odiar, yo
quiero amar. Ése es mi cultivo, lo que quiero y deseo.
¿Por qué todo este rollo? Bueno, amor mío y de mi alma, es que
tuve cierto problema, uno muy irritante, a decir verdad. Alguien me hizo
sentir, desde su perspectiva, como un ser despreciable, abominable,
ominoso; su rabia y su resentimiento consigo mismo, con sus
aspiraciones y frustración las descargó sobre mí. ¿Por qué? Eso es lo que
no entiendo, ¿por qué estallamos contra cualquiera y no contra quienes
nos maltratan? Sabes, gracias a mi reflexión puedo saber el origen de la
maledicencia, pero lo que no puedo entender es por qué existe tal cosa.
Si he sido generoso, si he sido amable, bondadoso, solidario mil veces,
basta un solo error para arruinarlo todo. ¿Por qué parece ser más fuerte
la maldad que el bien? ¿Por qué pesa más el agravio que la bondad?
Alguien enojado consigo mismo busca en los otros el desahogo de su
pena, y está bien desahogarse, ¿pero por qué inconscientemente se hiere
a los demás, descargando culpas en los otros a modo de herida, haciendo
de su rabia una ofensa? Yo reconozco en mí mucho qué cambiar, y siento
ferviente el deseo de transformarme cada vez más, pero también soy
consciente de mis errores y el gran regalo de tenerlos, ¿por qué hay tantos
jueces que sin ser perjudicados se adjudican la potestad y el derecho de
juzgar? ¿A quién diantre le importa el error del otro y sus decisiones? Si
mi vida no ha sido perfecta ni virtuosa a nadie le debe importar, mi vida
es para ti, solo tú tienes el derecho a reclamarme, solo tú tienes el derecho
de indicarme qué te gusta y qué no, porque para ti soy. Y sé que sabrás
aceptar lo que no puedo cambiar, y sé que por tu amor me amarás tal
cual soy y sin querer más de lo que puedo darte, porque eso hacemos
quienes amamos, no exigimos, solo agradecemos el maravilloso don de
amar. Así, amar es de dos. Bueno, al menos en este sentido. Con lo cual
puedo ver en el otro mi proyecto y, comprometido con él, indicar qué se
debe mejorar, pero mejorando juntos. Tú y yo… ¡ambos!
En cuanto a todos estos comportamientos que nacen de las
presunciones humanas Vladimir Nabokov dice que “en la vida, como en
el ajedrez, siempre es mejor analizar los motivos e intenciones que nos
llevan a actuar”, y esto no solo en cuanto a mí, sino en cuanto a ti, en
cuanto a los otros. La alteridad humana es un bien invaluable, pero
también un reto dificultoso. ¿Por qué y con qué motivos haces lo que
haces? La misma pregunta me la hago a mí mismo y a los demás. Esa
respuesta que da el ser es, o vergüenza de ser u orgullo sinigual. Mis
convicciones y la razón de mis acciones para contigo son la esperanza
que tengo de bien amarte, lo mismo con los demás. No quiero actuar de
tal forma con la esperanza de un premio. Tan solo quiero actuar de una
u otra forma con la esperanza de aprender a hacer aquello que encuentro
tan fundamental en la vida: amar. Y puesto que amar es decidirse por lo
amado, decidir es crucial para ambos y para todos. Me urge amar, me
urge amarte, me urge que me ames.
[320]
Mis intenciones contigo no son la aberración de mi desatino, no.
Mis intenciones contigo son amar como no he sabido amar nunca. Creo
que me ejercitaré en ese amor con aquellos seres que me soportan, pero
también creo que tú eres esa bella forma en que mi arrepentimiento lleva
a buen fin su objeto. El fracaso de mi vida ha encontrado en el prospecto
de tu corazón el remedio de mis penas y dolores. Son incontables, y lo
sabes, las veces que he decidido vagamente apartarme de tus sendas. Y
son igualmente incontables las veces que esperanzado he vuelto con las
alas heridas a que me cures y me quieras; y tú, como nadie, has sabido
quererme y aceptarme de vuelta. Luego, entiendo la necesidad que nos
apremia para aprender a amarnos como realmente nos haremos bien. Un
amor que nos construya, no uno que nos reduzca a un infausto y vil
deseo. Déjate amar por mi pecho, quiero hacerte bien y que tú lo hagas
de vuelta. ¿Para qué perder el tiempo amando falsos amores cuando es
tan evidente el verdadero? Cierto es que muy pocas personas tienen
suerte de estar completamente seguras ser amadas. ¿Tendrás tú también
esa suerte y esa seguridad? ¿O acaso dudas de la verdad en mis palabras
e intenciones?
A veces, cuando imagino mi futuro, puedo ver en las escazas
imágenes que alcanzan a convencerme de ser verdad la esperanza de
permanecer a tu lado. Veo a un hombre feliz, lleno, completo de sí,
realizado… me veo amando y siendo amado. Mi proceso exige una
decisión taxativa en cuanto a mí mismo, mi desarrollo entitativo. Pero no
me exige apartarte de tu lado enteramente, tan solo Dios quiere que me
entregue todo a él y la muestra de esa entrega es mi afectividad permeada
por él y expresada a los demás como una fuerza suya. Tendré que amarte
en la bondad de Dios, pues no resisto a la idea de dejar de amarte solo
porque no puedo amarte en el amor terreno e imperfecto. No creo que sea
una reducción, creo que es más bien una definida y plena forma de
expresártelo. Y se me queda en ideales, no sé si vacíos, pero se me queda
en ideales. Veo esa distancia como una intransitable a la que ni tú ni yo
estamos destinados. Quizás sea así, o me equivoque, solo Dios sabe lo
que me cabe esperar. Así podemos seguir intentando ser amor, ambos,
juntos. Para qué perder tanto el tiempo es solas banalidades que no nos
llevarán a ningún lado, tan solo hacia atrás, hacia la degradación de lo
ya constituido. Considero mejor y más excelente el caminar hacia
adelante, construyendo, siendo auténticos, fieles y entregados
generosamente al amor. Si no se ama, ¿para qué se vive?
Muchas veces me pongo a pensar si podré hacerlo. Uno de los
motivos por los que te pedí definir muchas cosas en nuestra relación fue
precisamente ese de saberte mía en este sentido y de nadie más. Sabes
lo egoísta que soy y no me entraba por la piel ni en la razón el tenerte con
parcialidad y no disfrutar de ti en cada forma como se nos ocurriera.
Luego, pensando en que alguna vez esto tendría que terminar de algún
modo, sea por necesidad o por cansancio, idealizaba una manera de no
[321]
perderte. ¿Cómo perder algo tan bonito como lo es esto? ¿Dónde
encontrarías tú a alguien que te quisiera como yo? Luz de mi Vida, que
te conozco, que sé lo pretensiosa y exigente que eres y en ningún lugar
encontrarás a otra persona que cumpla con tus expectativas. Porque te
darán superficialidades, quizá un cuerpo perfecto con las medidas
perfectas, lujos y suntuosidades, las mil y una facilidades, viajes y
caprichos, o bien, rostros hermosos y juveniles, ¿pero y lo profundo? ¿Lo
etéreo, eterno, vivo, verdadero, en suma, esto que te doy? ¿Quién te
amará cuando tu belleza deje de ser en tu cuerpo y tengan que ver con
mis ojos la belleza de tu alma, de tu ser entero? Quienes poseen una
belleza superficial como tú nunca estarán seguros de que los aman por
lo que son, pues estará siempre pendiente la inquietud de si te aman por
como luces o por el placer banal que le puedas dar a un hombre. Por en
cambio, yo, Luz de mi Vida, yo puedo ver en ti tus bondades misteriosas,
el profundo sentido de tu nombre, la profundidad mistagógica de tus ojos,
la celestial invitación de tus labios y la alegórica beatitud de tu piel.
Además de ver tu belleza fáctica, esa que puedo tocar y disfrutar con mis
sentidos, veo también aquello que más amo, eso que tu alma me
comparte cuando me mira y me sonríe. Querida mía, veo en tu vida mi
vida, veo en tu amor mi amor… en ti he encontrado todo y no pienso
perderte por vanidades y confusiones humanas, quiero deshacerme de
mi orgullo para poder amarte con la pureza que sé que puedo lograr
motivado por tu cariño y ayudado de la gracia de Dios.
Del mismo modo, ¿dónde encontraría tu misterio fuera de ti? ¡No
podría, ni en la profundidad del último infierno, encontrar tu belleza
fulgente! ¡Ni Lucifer, el más hermoso de las criaturas creadas por Dios
tuvo tanta belleza como tú! Él, quizá, pudo participar de una
singularísima belleza, pero en ti la belleza se hizo objeto, no solo adjetivo
que se identifique, sino ser que se desea. Así pues, no podré encontrar el
asombro que me produces tú en ninguna otra creatura; ni en la vastedad
del océano, ni en la extensión del cielo, ni en los siete mares, ni en las
islas más escondidas y misteriosas. No podré encontrar tu misterio
irresoluto en la maravilla de las estrellas y los espectros celestes. No
podré encontrarte a ti más que en mi pecho y en mis ojos, siendo su luz
y su verdad.
¿A caso no sabes que pido en mis oraciones por ti cada noche?
¿Que muchas de las conversaciones que tengo con mi Padre Celestial son
de ti y de cuánto te amo? Tú remedias mis desesperos. El odio de los
demás no es nada porque te tengo a ti que me amas y eso me basta para
sentirme pleno y realizado. Ningún vituperio es suficiente cuando están
presentes siempre tus te quiero y tus te amos. La verdad que mi
inteligencia busca la encontré en ti y en nada más. El bien que mi
voluntad desea lo encontré en ti y en nada más. Y así fui encontrando
todo lo que me faltaba en cada una de tus concavidades. Tú eres mi más
profunda necesidad.
[322]
De hecho, si el amor es decidirse por lo amado, ¿por qué no vuelas
tú a mi pecho y yo te abrigo, si te amo? No quiero perderme tus cariños,
no quiero perderme tus te amos; quiero perderme en tus cariños y
perderme en tus te amos. Tendré que aprender, y tú aprenderás, porque
no conviviré con la frustración de tus ausencias y el orgullo de mi
vanidad. Aprenderé a amarte como nadie, aunque una parte de tu ser se
me prive para siempre. En la eternidad todo será distinto, quiero vivirla
contigo y con mi Dios, llevar a la plenitud este amor que conocimos en la
tierra. Al fin todo tendrá sentido, pero necesitamos paciencia.
De hecho, esta paciencia también es una sana pendencia con uno mismo.
Te comparto que soy un hombre muy impaciente y acelerado. Cuando
niño caminé a los seis meses, ¡¿puedes creerlo?! ¡A los seis meses! Y no
caminaba trémulo y pavoroso, no. Yo corría y brincaba por todo lado a
tan tierna edad. Ni siquiera tenía el año y ya estaba desesperado por
saltarme todos los procesos. Así es que mi impaciencia ha sido conmigo
desde los tiempos primigenios de mi vida. Ahora la impaciencia se me
manifiesta de otras maneras, como por ejemplo cuando muevo rápida e
inconteniblemente la pierna. No sé cómo explicarlo, pero cada que espero
algo con ansias, tengo la necesidad infranqueable de mover la pierna a
una velocidad irracional. Tengo que pelear contra el ímpetu impertinente
y contra la impaciencia insana. La paciencia, el sosiego, la calma, es
espíritu que espera, es ese sabio que sabe que lo mejor se hace esperar y
por eso cuida su estado y espera lozano y parsimonioso. Sí, mi Nany
hermosa, soy todo un fracaso lleno de errores, pero “todos estamos rotos,
así es como entra la luz”, según Ernest Hemingway, y así mi quiebre
ontológico busca tu bálsamo en mi herida.
Charles Baudelaire comprendió y enseñó que “…el mar es tu espejo: en
él ves tu propia alma…” y me fortalece en mis intenciones, pues he visto
en el mar la suma bondad de Dios, su grandeza. El abismo indefinido de
mis posibilidades humanas y el augurio benéfico de mi finitud también.
En el mar lo he visto todo. Supe, entonces, que lo que veía en el mar es
también mi propia alma. ¿Qué ves tú en el mar? Creo que, si en él ves lo
que yo, creo que, si ves más que yo, entenderás que la vida, aunque bella,
es corta y que todo nos supera. Que perder el tiempo no es opción que
quieras tomar, y que tu alma diluida en la visión inmensa del mar vivo
es expresa forma viva de tu espíritu y su brillo. No te quedes en las cosas,
Luz de mi vida, quédate conmigo. No resistiría el saber que te irás tras
aquello que se agota y que me dejarás a mí que siempre seré constante
contigo, y lo pienso porque puede ser vivido. Si te escribo, bien sabes que
es una de tantas formas que tengo para amarte, es también para
asegurarte conmigo, para que no vayas tras banalidades e inanidades, yo
quiero lo mejor para ti y que te ahorres el desasosiego de perderte en
aquello que puedes llegar a creer que es mejor para ti. Haz caso a tu alma,
lo que siente y te sugiere, después de todo “desconozco la materia con

[323]
que están hechas las almas; pero sea cual sea, la suya y la mía son
iguales.” Emily Brontë en Cumbres borrascosas.
Y como siempre tú tendrás la última palabra en tus cuestiones. No
puedo aprisionarte, si tu decisión es esta o aquella siempre será tuya y
tan solo yo podré advertirte, expresarte mi descontento o mi deferencia.
Tan solo seré vocero de mi amor y tú el remitente de mis cariños. Tendré
derecho a indignarme, pero no a recriminarte. Lo que decidas siempre
estará bien. Y no lo digo para que lo sepas, porque tú muy bien lo sabes.
Lo digo para que seas consciente de que te respeto y te considero. De la
misma forma en la que tú eres firme en tus convicciones, también lo soy
yo en las mías. ¿Por qué crees que he perseguido tu alma desde hace
tanto tiempo sin cansarme?
Fernando Pessoa en Diarios expresó: “sé que nunca prostituiré con
vicio o lujuria el talento que tengo. Sé que nunca defenderé falsedades.
Pero, los actos de mi vida, los privados, aquellos que son íntimos, ¿serán
buenos y puros? ¿Qué me guarda el futuro? ¿El futuro de qué pérdida o
de qué triunfo soy yo?” Mientras leía su exposición pensaba en lo primero
que escribí en este capítulo, esas cosas sobre el amor y luego el derrame
de rabia que sentía por ser tratado como basura tan injustamente. Todas
las cosas que viva son también aprendizaje, de eso no tengo la menor
duda, sin embargo, son dolorosas muchas. ¿Cómo sentirme con la
adversidad? Mi talento… ¿cuál es mi talento? No sé si más adelante
escriba para los demás, pero hoy escribo para ti. Quizá, es posible, alguna
vez escriba una novela, un libro de cualquier cosa, qué sé yo. No obstante,
mi origen como escritor está en ti, tú, Luz de mi Vida, tú me hiciste ser
quien soy. Segura crees que exagero, pero de ti dimanó mi genio y de ti
dimanó mi arte, ¿acaso no recuerdas que tú eres mi arte? Y entonces, a
pesar de la violencia que otros ejerzan sobre mí, sus humillaciones y
salivazos, siempre estará la alegría de servirte como lienzo donde te
imprimes nueva y dulcemente cada vez. Quiero eso, no ser famoso, no
quiero nada para mí, quiero todo para ti. Rebajo tanto mi egoísmo que
incluso la violencia y las hostilidades de los otros no son realmente nada
para mí, son tan solo enseñanzas. Nada podrá, entonces, desdibujar
aquello que ya pinté en lo escrito, lo dicho y lo hecho. Si tú que eres la
luz de mis conceptos, no puedes creerme ni siquiera la mitad de cuanto
te profeso, habré perdido el tiempo en estos años. La única violencia que
he ejercido en la escritura, es pues, no haberme rendido en mis cometidos
y deliberaciones. Mi constante derrame, mi fluvial parafraseo y la eterna
efigie que empeñé en tu búsqueda ha sido la única violencia que he hecho
contra mí mismo y, por qué no, contra ti y tu voluntad. ¿Acaso no la rendí
a mí? Quizá me falte un poco, pero la haré caer en mis abismos. Muy
bien dijo Nietzsche “…si miras a un abismo, el abismo concluirá por mirar
dentro de ti.” Yo ya cedí y me hundí en tus abismos, falta poco para que
tú cedas y te hundas en los míos. Pero no temas, que caer en mí no es
caer en el vacío. Mi abismo es la profundidad de mi ser, no la vacuidad.
[324]
Éste, quizá, sea el único género de violencia que pueda aceptar en
mí después de todo ¡y la violencia! Yo no soy eso, no me define. No soy
un violento. Mi fuerza está en las palabras y está en el silencio. Cuando
estuve en el colegio peleé unas tres o cuatro veces. Creo que en todas
perdí. Realmente no entiendo muy bien en una pelea quién pierde y quién
gana. Igual, fueron comportamientos infantiles propios de mis años
imberbes y desadaptados. Pelear en aquel entonces era una consecuencia
lógica del crecimiento personal y la autoafirmación. No podía quedarme
de brazos bruzados ante la hostilidad de los otros, tenía que defender mi
patrimonio humano. Sin embargo, en la actualidad de mi existencia he
hallado otras maneras de defender lo propio sin recurrir a la violencia.
Luego, con el pasar del tiempo y mientras adelantaba mis actuales
estudios tuve ciertos problemas con algunos compañeros. Uno en
particular, que ya no está con nosotros, me irritaba en muchos aspectos.
Una mañana, mientras estábamos todos reunidos, me paré de golpe y le
puse fuerte la mano en la cabeza con la intención y las ganas ardiendo
de golpearlo, pero no podía, naturalmente. Cedí ante sus provocaciones,
inicialmente, pero pensé con la cabeza caliente aún y me calmé un poco
cuando contemplé las fatídicas consecuencias y lo mal que me sentiría.
No solo corría el riesgo de ser expulsado, sino que echaría a perder todo
el trabajo personal que he adelantado a lo largo de mis años; las
superaciones personales y mis convicciones humanas. Me irrité, pero no
podía seguir actuando como un muchacho de colegio, no era justo
conmigo mismo y mis proyectos. Esos recuerdos me ayudan mucho a
entender mi situación actual, pues las provocaciones de aquellas
personas que tienden a invocar no son realmente razón justa para que
me rebaje a ser un violento, una bestia, un animal. Yo siempre me he
sentido a gusto con mi inteligencia, mi cultura y mi educación, ¿por qué
ahora sería menos que eso? Y sí, en gran parte es por orgullo, porque no
puedo ser menos de lo que soy y no quiero parecer un animal que carece
de talentos, clase y determinación. Prefiero las palabras y el silencio, ellos
me dan más gallardía y astucia, aunque me toque de vez en cuando que
soportar uno que otro golpe.
Acaloradas, sí, pero no tan violentas como mis anteriores
pendencias, han sido las peleas contigo. Malestares intermitentes de mi
trasegar idílico y mis prospectos y ambiciones. Golpes bajos, pérdidas de
orgullo, que para algunos sería de dignidad, mas para mí ni figura ni
corresponde lo uno con lo otro; aun así, muchos consideran las pérdidas
retóricas en los litigios como vergüenza y un deceso en la dignidad. ¡No
podrían estar más equivocados! Perder un debate hace crecer la cultura
e incluso la humildad. No gana quien tiene la razón, porque éste se queda
inconmutable. Gana quien pierde el litigio, pues éste aprende más de lo
que antes sabía y de este modo cultiva su inteligencia en la progresión de
sus sanas disertaciones o discusiones. Pero si la discusión no es
dialógica, sino una cerrazón y un sesgo del encuentro mutuo, entonces

[325]
no hay crecimiento de ningún lado, sino simple y llana división. No tiene
sentido hablar, pues tan solo estaría balbuceando, no hablando como
debería. ¿Por qué otra razón existiría el lenguaje si no como un medio de
comunicación? ¡Bueno, entonces hay que usarlo como tal!
De todas nuestras discusiones es poco lo que hemos logrado y ganado.
Esto dejando de lado la indiferencia, los mutismos prolongados, el
importaculismo y el desdén. De nuestras discusiones solo se ha podido
apreciar la afrenta y la irascibilidad; han sido enfrentados nuestros
orgullos y no nuestros corazones, quienes sí debieran de conversar
tranquilamente aquello que les incomoda. Por el contrario, alguna que
otra vez sí hemos pactado ciertas cosas, hablado y aclarado, pero, claro
está, después de que lo anteriormente mencionado ya hubiese
acontecido. ¿Por qué no empezar por el final de esta dinámica? Dejar a
un lado las distancias y comenzar a construir encuentros de cariño y
mutua comprensión. Es difícil encontrar a alguien con el que nos
entendamos a la perfección. Creo que es imposible, a decir verdad. Pero
encontrar a una persona significa empezar un crecimiento mutuo en el
amor y así es que el diálogo y el perdón deben ser ejercitados. De
cualquier otro modo, si no tienes el deseo y el propósito en vigor de crecer
conmigo, te repito con taxativo acento y radicalidad las palabras de
Antonio Porchia: “te ayudaré a venir si vienes o a no venir si no vienes.”
No sería justo conmigo tratar de promover tu humanidad a un nivel más
trascendental y que tú no camines junto a mí. Si no vienes a la par, ¿para
qué seguir? No tiene sentido seguir pensando como niños, necesito que
te resuelvas en aquello más profundo y abismal: nosotros. Cuando
besaste a uno de tus amigos y no le diste importancia entendí muchas
cosas de tu naturaleza. En esa noche lloré. Pocas veces en mi vida he
llorado de dolor, pero esa noche lloré de dolor ante lo que sentí como una
traición a mi cariño. Tú no les diste importancia, y eso fue una de las
cosas que más me dolió. Esa misma noche escribí sobre un insulso papel:
No se puede amar de una misma forma a dos personas, a tres o a
cuatro. Cada forma de amar es única e indefinible. No se dan dos
besos iguales a dos amores, ni se acaricia igual el alma ni se
enciende igual el corazón. ¿Los labios se comparten? Sí, solo entre
dos que se aman, el resto es pérdida de tiempo y luego, dolor de
haber perdido aquellos labios que te amaron de verdad.
- ¿En serio hay gente que se besa por besar?
-Sí, Alma mía, sí la hay, pero que no te afecte.
- ¿Cómo no me ha de afectar, alma tuya, si esos labios que tú amas
besan de tal forma… sin amar?
-No me digas que es así… Oh, Señor, ten de mí piedad, yo que te
dejé por tan poco…

[326]
Escribí, a decir verdad, muy poco conmensurando lo que sentía.
Esa noche, el fulgente dolor que me hostigaba también me inquietaba y
no me dejaba ser yo mismo. Llorar por una mujer nunca había sido
experiencia para mí, menos cuando se trató de ti. ¿Entiendes, ahora, por
qué eres tan importante para mí? Son muchas las cosas que abriga mi
alma referente a ti, y solo sé una cosa: que mi amor por ti es ese que no
consciente nada ajeno a él. No podré amar de otra forma. La belleza de
las aves está en su desconfianza, esa que les permite acercarse
escasamente a algunas otras. Con pocos tejen alguna dulce intimidad y
a la más nimia amenaza, escapan del suelo batiendo sus alas con
intensidad. ¡Su belleza está en su exclusividad! ¿Qué atractivo tiene un
ave encerrada, aprisionada o peor, en abundancia? Contemplamos
perfectamente su belleza cuando solo es un objeto lo que nos conmueve.
Patrimonio de sí misma y de su amado. No quisiera para ti la degradación
de tu misterio. Al contrario, quiero conservarlo como tal, pero para eso
necesito de tu ayuda, pues nadie más que tú misma puede permanecer
en sí misma, en el cenit de mi contemplación.

[327]
CAPÍTULO XIX
“Cómo le parece…”

Y de repente, todo se quedó callado. No había voces cantando, ni


murmullos, casi que se podía decir que ni siquiera pensamientos, si
acaso se escucharan, podrían percibirse de algún modo. En derredor,
todo mudo. Dentro de los seres, vacío, casi muerte. ¿Cómo puede
comprenderse la vida si no hay palabras que la expliquen? Algunos creen
en lenguajes inefables que derraman discursos en las almas y el espíritu.
Otros, ni siquiera se inmutan en pensarlo. ¿Quién pensara algo tan
impensable? ¡Qué lenguaje, qué palabra! ¿No habrá algo en el mundo que
rompiera este silencio y cantara? Y si acaso no cantara, al menos que
gritara, no importa qué tan estentóreo, qué tan viperino, qué tan
alevoso… no importa nada ya, solo quiero que algo, sea lo que sea, se
escuche.
Todo oscuro, nada tarde, todo noche. ¿A dónde se ha ido la tarde?,
¿dónde se encuentra su presencia? Tarde es cuando se cansa el día, y su
rojo ocaso se apodera de la luz. Sigue siendo luz, pero luz que anuncia
muerte. ¿Dónde estás, tarde, que dejas todo en noche? Oscurecido, el
aire se apodera del frío, y así, el frío que arrecia es más potente. Ese frío
todo lo envuelve, como envuelve ahora el silencio, y hace cansar las
conciencias. Pensaba yo en mis adentros a dónde me iría a esconder,
cuando vi una luz poderosa que se abría paso desde lo alto del cielo, entre
caminos dorados, a lo bajo de mi tierra. Y entonces, yo que estaba parado
en la tierra, caí de rodillas, como los demonios que dentro de mí
enmudecían, a suplicar me salvara. ¿Con qué lenguaje hablé, si no existía
modo? ¡Inefable, inefable! ¿Cómo me escuchó, si acaso me escuchó, si no
existía modo? ¡Inefable, inefable! Todo silencio se hacía, pero podía
escuchar el murmullo de la luz y su canción. No fue grito, ni estentóreo,
ni viperino, ni alevosos males. ¡Qué dulce la voz de mi luz!, ¡qué amable
su presencia en mi vida!
Lo que en principio parecía solo luz amorfa, adoptó una bella
figura. Preciosa, poderosa, inigualable, descendió de los cielos a mi tierra
y se hizo conmigo una misma cosa. Parecía que era yo la luz, pero tan
solo me había asumido como depósito. No era yo la luz, no era yo la
belleza, mas parecía, porque esa luz era un poema, una verdad que
engaña, no en virtud de la mentira, sino en virtud de lo inefable. Un
mensaje que no puede ser escuchado, pero que se expresa de tal forma
que, por falta de recursos, parece mentira, siendo verdad. ¿Yo soy falso
por hermoso?, ¿soy falso por mi luz?, ¿es falsa mi poesía? ¡No!, es que es
tanta la verdad tan inefable, que expresarla es reducirla. ¡Pero, siendo
inexpresable, también es imposible no tratar de hacerlo!
Se aparta de mí la luz y se hace forma singular. ¡Oh, hermosura!,
¿a dónde vas? Entonces, sin responder nada, el fuego de sus ojos me
miró. ¿Me miró?, ¡me mató! ¡Asesina vista, asesinos soles! ¿Tienen acaso
derecho sobre mí? Y si no lo tienen, ¿por qué osan matar mi alma, si

[328]
tanto ama y puede amar? Ojos de vista ilegal, de fúlgida mirada y tierno
descanso. Sean mi descanso, mi ternura, mi sosiego. Yo no temo me
consuma por mirarlos, pero no me maten, ¡absórbanme! ¿Cómo dices tú,
poeta, que te matan esos ojos que dan vida? ¿Cómo puede ser asesina la
Luz de la Vida? Yo mismo, ¿no comprendes la figura, tú que la hiciste
conmigo? Si estos ojos me matan, no es por verme, sino al contrario, por
dejarme de mirar. Al principio, me miran, ¿y luego? ¡Se apartan, poeta,
se apartan! Me mira de soslayo y me da vida, ¡que quiero me absorba y
me consuma! ¡Me asesina su vista, no por su vista, sino por su ceguera
decidida! ¡Maldita la ceguera, malditos ojos ciegos, maldita muerta vida!
¡Yo quiero la visión bendita, verdes ojos, Luz de Vida! Muera la muerte y
nazca la vida, su vida en mi vida, su visión en la mía. Que me mire con
el alma y me reciba.
Vi sus ojos verdes, claros como el fondo del lago, estampado de
algas y preciosuras marinas. Me obnubiló su vista, pero resistí de pie,
aunque ya me hubiese inclinado. Luego, puesto de rodillas, veneré su
hermosura como quien venera deidad. ¡Malditos demonios que no
quisieron escuchar su voz divina! Ahora se han inclinado, puestos de
rodillas mis demonios por su hermosura, y escuchan perplejos el
lenguaje inefable de su cielo. Clara luz de estanques tranquilos, que
proviene de alturas nunca antes surcadas, surge en esplendores y se
riega, dimanada del silencio. Y entonces, permanecí parado, mirándola
desnuda bañarse en el lago amplio bajo la cascada de perfumes en que
reposaba. El agua fría se calentaba cuando ella la tocaba y, no sé si
seducido por su gracia o atraído por el agua caliente-ya no se podía
diferenciar qué era agua y qué era ella-me adentré paulatinamente,
levitando, en el lago brillante y caliente. Su calor no era calor cualquiera,
sino calor de Sol, de Sol hermoso y luminiscente. No el Sol que se ve en
el día, pues era de noche, sino el Sol que es de mañana, tarde y noche:
ella, Sol perenne, eterno y precioso.
Me mira de nuevo y me da vida. Ya no me quita su mirada, sino
que penetra mis ojos hasta encontrar mi alma. ¿Qué hago? Me acerco y
le tomo las manos, pues siento que puedo, sin temer quemarme. Ella me
protege, porque ella me quiere; la abrazo y dejo de ser yo, comienzo, de
nuevo, a ser ella, a ser nosotros, a ser plural. Su fuego no me quema
como quema el fuego, sino como quema la luz, pues es su mirada
candente y abrasadora. Quema el alma, pero la conserva, no como ceniza,
sino como parte de su luz. A eso llamo yo consumirse, a ser luz con ella,
a ser una sola substancia.
¡Ojos asesinos, ojos sinigual! ¡Sean tus ojos mis ojos y que con ellos
pueda tu luz mirar! Quiero ser parte del todo que eres. No quiero
perderme de nada de lo que en ti se encuentre. Que si miro, mire por ti,
que si imagino, sea por ti, que si pienso, ¡siempre, siempre, siempre ha
sido por ti! ¿Qué más puedo pedir si todo lo que he pedido ya me ha sido
dado y con creces? ¡Suave abundancia que se ha apoderado de mi vida,
bendita seas en todas tus expresiones! Soy feliz de haber sido visto por
tan perfecta dulzura como son sus ojos. Soy feliz de haber sido resucitado

[329]
por esos ojos asesinos que me mataron cuando dejaron de verme. Y
ahora, ahora que han vuelto su mirada a mí, ¡les amo, les amo siempre!
¡Oh, carmín de tus carnosos labios!, ¿quién me privara de tus
labios besar? Si antes, bella mía, me privaste tu mirada, ahora que me
has visto con tanta efusión, no me prives tampoco de tus labios que son
dulces y amargos. ¿Amargos?, cuando son sin mí; dulces, cuando los
beso sin que me rehúsen. Perdóname las veces que aparté mis labios,
rechacé tus besos o ignoré tu ímpetu. Me arrojé al lagar de vino de tus
rojos labios y embriagué mi alma con tu dulce voz. ¿Qué más pidiera yo,
si todo se me ha dado? Si me has dado vida con tu mirar, dame más
besándome, amor mío.
¿Qué es tu beso, mujer de labios bellos?
¿Qué es tu boca, mujer, ¡qué densidad!?
¡Bésame!, mi amor, si me sofocas,
eres aliento y vida inmortal.
Alma mía, flor desnuda,
dame un beso, dame más.
Me besas y me quedo sin aliento. ¡Hálito, alma, espíritu
incompleto!, ¿qué me espera si te pierdo? Yo no quisiera perder mi alma
como se pierde la vida aparente. Yo no quisiera quedarme sin aquello que
soy. ¿Qué piensa la luna cuando digo esto?, ¿y ustedes estrellas? ¡Ella es
Sol, estrellas y luna! ¡No!, ella es mucho más. Ella es alma de mi alma,
razón de mi ser. No son tan grandes las estrellas, los soles, las lunas
cuando con el alma se comparan. Así, ella es más que todo, pues es mi
alma y soy su alma. Un beso suyo es depositar mi alma en su ser, y,
simultáneamente, mi alma la besa y entrega mi ser en el suyo. ¿Cómo
hago, amor mío, para darme por entero? Quiero dar mi alma, mi ser, mi
vida, pero ¿cómo, si mi alma, mi ser y mi vida son tú misma? ¿Cómo te
doy algo si tú eres lo que tengo?, ¿cómo darte a ti lo que tengo, si eso eres
tú? ¡Me avergüenzo, pues no puedo darte nada, ya me lo has dado todo
y no podré, jamás, retribuirte! ¿Te daré mi alma, te daré mi vida, te daré
mi ser, alma mía, vida mía, ser de mi ser? ¡Que se me quiebren los huesos
y se consuma mi piel, pues pequé al tratar de darte, lo que te corresponde
por ser!
El aire, ese espíritu que desata tormentas dentro de mí, me
permitió encontrar sentido al respirar. ¿Para qué respiro?, ¿por qué mi
aliento exige vida a mi corpóreo ser? Hallé noble respuesta en mi flauta
animada por mi aliento, ¿pero y qué? Fui feliz mientras tocaba, pero no
tocaba tu piel. Fui feliz al dejar mi ser en ella, pero no eras tú, ¡tú no eras
mi flauta y no lo eres! ¿Habrá forma de que seas, de alguna manera,
destino de mi aliento? ¿Dónde he dejado mi hálito, es decir, mi alma, que
no sea en mi flauta? Sí, porque cuando interpreto mi instrumento, cual
ave cantora, entrego parte, si no todo, de mi espíritu. Porque mi aliento
es mi espíritu, y cuando toco estoy dejándolo suspendido en el aire,
embelleciendo el silencio, dando sentido al aliento que exige vivir a mi
corpóreo ser. ¿Que dónde hice dádiva y destino mi aliento? ¡En ti, en ti!
[330]
En ti dejo mi aliento además de mi flauta, tú eres perfecto depósito
de tan pulcrísimo espectro. Tú eres mi alma, pues en ti, no como en la
flauta, dejo, no solo parte de mi hálito, sino mi espíritu completo. ¿Cómo
he dejado mi espíritu en ti? ¡Nuestros besos, hermosura mía! Hálito dulce
que embellece el silencio, fue besarte en las noches mientras tocaba tu
cuerpo. ¿Tocaré de nuevo tu cuerpo como interpreto la mágica flauta a la
que ruega mi aliento? ¡Mi aliento te ruega, mi aliento te clama!, ¡eres para
mí diosa, y para mi alma plegaria! No me apartes tus besos, vida mía, no
me retires tu alma.
¿Serás para siempre mi diosa, o te reduciré a mi musa? La musa
inspira, la diosa crea. Te equivocas si crees, amor mío, que me has
inspirado alguna cosa. ¡No erres, perfecta, no erres! En mí no has
inspirado nada, en mí todo lo has hecho. ¡Que te escribí un libro!, ¡que
me derramé en poesía!, ¡que te insuflé mi espíritu como el rocío los
prados!, ¡que te hice mi musa, mi amor, mi costado! ¡Nada de eso, mi
alma, nada de eso, mi canto! ¡Oh, canción mía, oh, mi amor conquistado!
Tú me creaste a mí, creaste mi prosa y mi canto, me hiciste poema y me
hiciste escritor. Tú todo lo has hecho, pues eres diosa, eres el amor. ¿Qué
habías creído, preciosa?, ¿que todo esto proviene de mí?, ¡si todo lo has
hecho, mi amor, con tu mirada en la mía, tus besos en mi alma y mi alma
en tu ser! ¡Acaso no has visto, ¡oh, amor!, tu poder?
Bajaste del cielo a cubrir el silencio, inefable, perfecta hiciste todo
cuanto ves. ¿Me ves?, ¿qué ves? Tu devoto, tu fiel. Un amor como el mío
no lo encontrarás otra vez. Tomo una forma etérea que me permite ir a
visitar tu intimidad. Sí, soy tus pensamientos, soy tu devoción, soy todo
aquello que subyace en tu interior. Lo íntimo, eso a lo que nadie más ha
llegado, allí estoy yo. Recostado en el verde prado del fondo de tus ojos,
bebiendo en el lago maravilloso de tu mente, caminando tranquilo por los
pasillos de tus recuerdos y escuchando el sonido de mis palabras
diciendo “te amo” en el fondo de tu oído. Allí estoy yo, en lo íntimo de ti,
siendo tu pensamiento, tu imaginación, tu memoria e inteligencia. Yo soy
tú y tú soy yo.
Escuchaban de mí las flores, los animales preguntaban quién era,
los dioses no sabían qué manos me habían hecho, ¡necios!, no sabían que
tu luz me había engendrado. ¿Quién era, qué decían, de dónde provenía?
Era famoso entre la fauna y la flora de lo extenso; era agua del mar y de
los océanos, tormento. ¡Era todo de todo, pues era palabra de la boca de
los otros! Por lo que hice por ti fui palabra, fui poema, fui sonrisa en la
divina boca de los dioses. Yo fui famoso en la bajeza de la existencia,
¡pero!, pero ¿qué, poeta? “¡Pero qué poeta!”, dijeron los abedules, las
rosas, los cipreses, las golondrinas y los dioses mismos. “Es que quiero
ser famoso en el bajo mundo, no en el supraceleste”, respondí a los dioses
cuando propusieron les cantara arriba en sus santuarios. Ése era mi
“¡pero!” Mas ahora, ¿puede ser bajo el mundo cuando estás tú en él? ¡No,
no, no, mucho más!, ¿puede ser bajo el mundo cuando, además de estar,
tú lo has creado? Mi mundo, mi universo, mi todo, ¡yo! Eso es lo que has

[331]
hecho con tu divina hermosura y tu amor. Así, no puede ser maldito por
los dioses aquello por lo que me rehusé complacerlos.
¿Beneplácito divino? Yo no conozco más voluntad a la cuál
ceñirme sino a la tuya que, ¡sí, mi bien!, es la mía. Lo aprendí, mi amor,
lo aprendí al reconocerte como supremo bien, como fin último de mi
existencia, como perennidad y límite de todo lo ya hecho. Aprendí que tú
eres mi voluntad, mi deseo, y que, al mismo tiempo, soy yo tu voluntad,
tu bien y tu deseo. Te condeno, ¡sí, lo hago!, a arrastrar por mí cadenas.
Si no me tienes, siendo tu deseo más profundo, frustrada tu existencia,
¡oh, existencia!, se convertirá el ímpetu en obsesión y, ya no fuerza, es
frustración. Es el precio que has pagado por haber leído tanto, ¿quién te
obligó? ¡Yo te obligué! Será, pues, lo único a lo que te haya doblegado,
esclavitud mía.
Así, indómitos mis demonios, los pusiste de rodillas, yo, a mi vez,
logré asirme a los tuyos y ceñírmelos también. Fue proporcional, tal como
debía serlo, que me enamoraste, vida, y yo también te enamoré. Ahora
eres de mí esclava, tal cual estoy yo a tu merced. Son pesadas mis
cadenas, ¡rómpelas, mi vida, rómpelas, mi bien! Si las rompes, te libero y
yo huiré también. Pero, ¿quieres? El elenco de suaves aromas y perfumes
de fragancias celestiales se apoderó del lagar, producto de tu vino. Me
embriagué, lo sé, pero no lo niegues, con mi amor también te emborraché.

[332]
CAPÍTULO XXX
DEFINICIÓN SIN LIMITACIÓN

Este es el recuerdo más fresco que tengo hasta ahora, pues


realmente no es pasado; vivo este drama en carne propia mientras escribo
estas líneas, espero que para cuando leas esto estemos mejor. Te vas, o
al menos eso parece y en palabras de Kami García y Margaret Stohi en
Hermosas criaturas “eso era algo para lo que no iba a estar preparado ni
en cincuenta y tres días, ni en cincuenta y tres años ni en cincuenta y
tres siglos” pues no resisto esas ideas, perderte no es opción para mí. Me
veo y me siento cansado; gran parte del peso es este recuerdo, pero a
decir verdad también hay otros amargos elementos que han sido
equipados en este momento de mi vida, todos ellos indeseados e
inoportunos. Anhelo que estos impertinentes compañeros se vayan
pronto, no quiero seguir con esta cara desanimada y triste, necesito la
alegría de sentirte y esa de saberte parte de mí. La verdad es que esta
escena no la quiero nombrar como tal acaeció, y aunque profundamente
expuesta, será superficial en este sentido, pues no hablaré de ella sino
con el velo de la discreción y el derecho que tenemos de no revivir viejas
disputas y disertaciones que, antes que hacernos bien, nos hieren
nuevamente y sin sentido.

Hoy mientras escribo siento tremendo dolor en el pecho. Tú, mi


cielo y mi amor, tú estás distante y molesta. Quizás mientras lees esto lo
estés, quizás no. Cesare Pavese no escribió al aire: “no tengo más aliento
para escribir poesía. Las poesías llegaron contigo y se fueron contigo”,
sino que lo escribió para mí en estos momentos. Tú eres mi arte, amor
mío, tú eres ese hálito mágico que sensibiliza mi contemplación, y por ser
lo que eres y no estar conmigo ahora es que me veo privado del privilegio
de escribir, tan solo son cansados y derrotados intentos de hacer con tu
belleza la representación de mis quereres. Si un sujeto necesita de un
objeto que lo asombre, tú eres el mío… tú eres mi arte y mi sol. Seguro
que sí es debilidad. Pensé que tenía una vida emocional más fuerte y
madura, pero hoy, como muchas otras veces me ha pasado contigo, he
probado cuán dependiente soy de ti. ¿Me debería preocupar? Es que le
temo al dolor. Siempre que mi cuerpo adolece rezo apretando fuerte los
ojos y la parte que me turba, y de la misma manera, cuando tú eres quien
me hiere, rezo fuerte y en mis sueños te aprieto contra mi pecho cual
amor a su amada. Sí, me duele pensar en tu partida. No resisto esas
ideas, y como puedo intento sacármelas de mi cabeza. ¿Por qué te irías
tú de mi lado, si eres ese jardín que con tanto amor he cultivado? He
tratado por todos los medios de anidar en tu pecho, de hacerme dueño
de tu encanto. A veces siento que te pierdo y que te vas lejos de mí, que
te ufanas en ti misma y olvidas que hay un ser en donde dueles, en donde
tus desprecios se sienten profundamente dolorosos. ¡Me pierdo sin ti! ¡Y
lloro a veces, porque amo, porque amo y amo y amo! ¡Amo mucho y me
duele el pecho de tanto amar! Trato de amar lo más que puedo, pero

[333]
siento cómo se aparta tu alma de mi alma y sufro. Te veo distante,
alejada, ajena a mí: desconocida. Y aunque eres desconocida, mi más
grande y hermoso misterio, lo eres más cuando tú te me ocultas, velada
tras la piedra de tu orgullo. ¿Por qué te alejas tanto? ¿A caso ves en mí
un peligro, un alma que te hiere con férvida ignominia? ¿No te has dado
cuenta de que yo te amo más que nadie y que soy aquella alma devota de
tu encanto y tu misterio? ¿Por qué buscas en los otros lo que no hallarás,
lo que ya tienes conmigo? ¿Qué te falta? ¿Qué no tengo? ¿Qué no soy?

No puedo expresar éste mi dolor de otra manera. En serio, Luz de


mi vida, en serio no entiendo por qué eres lo que eres en mi vida. ¿Qué
ves cuando me ves? Yo veo en ti a mi amor, lo más valioso de mi vida.
Aquél ser maravilloso que aguarda expectante mis regresos y deshoras.
Veo un alma inmarcesible que me espera. Veo un sol inmenso que me
abrasa y me une a ti. A ti te veo y me veo a mí. En tus ojos puedo ver
cuánto me amas; en tus ojos veo lo que callan tus palabras, lo que tus
miedos agotan e intentan ocultar. Lo exterior de la vida, lo superfluo e
inmediato, ¿eso es lo que quieres? ¿O me quieres a mí, eterno amor y
eterno amante? Yo, quizás, no te pueda ofrecer lo que otros, pero te doy
todo lo que soy. Ellos te darán lo que les sobra y yo te daré hasta lo que
no podría darte, porque mi amor es pleno don de mi despojo y luz inefable
y silenciosa. Tu sosiego y taciturno cielo me recibía cual ninguna flor
sobre el campo extenso del mundo, ¿por qué ahora todo es distinto? ¿Por
qué osas despreciarme, ignorarme y eternizar mi dolor y laberinto? Es
que no salgo de mi miseria, no encuentro camino. “Quien siente mucho,
se jode y no encuentra palabras y entonces no habla y es ésa su condena”
dijo a tu favor Alejandra Pizarnik en Correspondencia y es quizá eso lo
que ahoga tu afecto hacia mí. La verdad es que hace algunas pocas
semanas te has tornado diferente, no te acercas a mí con el mismo interés
de antes, con la misma ilusión. Antes, cuando era más feliz contigo, me
decías un te quiero cada día varias veces. ¿Sabes la alegría que sentía?
Un te quiero tuyo era nana y arrullo de mi alma y de mi ser. “Dentro de
ti hay una quietud y un santuario al que puedes retirarte en cualquier
momento y ser tú mismo.” pensó Hermann Hesse, pero yo en ti ya
encontraba mi ser auténtico y genuino, en ti prolongaba mis
meditaciones diarias, en ti me veía como en lago cristalino, espejo de mi
alma y de mi vida. De cualquier forma, podrías intentar volver a tu
interior y preguntarte a ti misma por mí, quisiera escuchar el eco de tu
voz resonar en mi estanque tranquilo, sacarme de las dudas en que me
he caído. Quizás sea esa la razón por la que callas tanto lo que sientes, o
tan solo no has encontrado cómo decirme que no hay nada ya, que todo
murió y no sabes por qué. ¿Crees que no lo entendería? Quizás no sea el
más inteligente de todos, pero podré asimilar que no me ames. Aunque
me duele, claro que sí. Me duele no saber por qué murió la rosa que
planté, pero lo podré aceptar y continuar. Soy un dramático recalcitrante
y empedernido, lo sé, pero de aquel defecto escribo, quizás no con
precisión, pero sí con todo mi esfuerzo y espíritu. También cabe la
posibilidad de que tu mente ofuscada no piense con claridad y en todo
este tiempo no has sabido cómo decir lo que sientes y piensas. ¡Es que

[334]
no sé! Son tantas las cosas en que pienso que ya no sé ni en qué pensar.
Estos son los momentos en que maldigo tu reticencia. A veces la amo,
otras veces la odio. Pido a Dios me colme de paciencia.

Albergo todavía la esperanza de que mi amor se encuentre


inmutable e insigne entre tu alma, que no siendo despojado se halle pleno
y en el cenit de tu cielo, envuelto en silencios y miradas. Que se sienta
pleno y satisfecho de sí mismo y de aquello que ama, que mis palomas
aún vuelen sobre el azul de tu ternura, y los cisnes se revuelquen sobre
tus manzanos, esos que me diste una noche en el teléfono cuando
hablamos hasta nacer el nuevo sol. ¿Te acuerdas? La noche en que te
conté mi sueño en ese lago en el que te hacía el amor bajo una cascada
de agua y estrellas, donde nuestros cuerpos cubiertos de espuma y
deleite se descubrían a sí mismos en su ternura, Luz de mi vida, mi eterna
hermosura. “Las cosas están ahí, pero lo que se quiere no está nunca…”
escribió mágicamente Julio Cortázar. Ni el lago, ni la cascada de agua y
estrellas, ni las largas y al mismo tiempo cortas horas al teléfono están
ahora donde tienen que estar, ¿volverán con la misma inmediatez con
que se fueron? Y tú a quien quiero más que a nada, ¿volverás o este libro
está condenado a no leerse nunca? “Tomaré todas las formas, todos los
lenguajes de la vida, sólo por verte de nuevo.” Me uno a la intención de
Friedrich Hölderlin, y me asienta muy bien cuando espero el momento de
tu regreso. No puedo dejar de imaginar lo feliz que estaré en aquel
entonces. No te irás para siempre, en mi ser lo sé, no te irás para siempre.
Me esforzaré hasta el último momento por resarcir mis errores y seguir
contando mis pasos por el camino de tu vuelta y tu vaivén. Quiero seguir
sumando capítulos a esta historia, no veo un final ni inesperado ni
presuroso, veo un final que busca eternidad, nunca dejar de ser. Sí, hoy
estás realmente molesta conmigo, no contestas mis largos textos y
detallados esfuerzos por reconciliarnos, todos ellos escritos a la mitad de
la noche y a la mitad de mis intrigas y desesperaciones. Sin embargo,
contengo la respiración y suelto lentamente el aire que comprimo
mientras me digo lo que Franz Kafka dijo a Milena en sus Cartas:
“…formas parte de mí, aunque no vuelva a verte nunca.” No volver a verte
nunca… ¿será acaso eso posible? Nunca, pero ¿qué es nunca? ¿Jamás
de los jamases? ¿Serás tú capaz de hacerme a un lado, de negar tu amor
por mí, de abandonarme? ¡No pueden ni siquiera los errores más atroces
cometidos por tu fragilidad apartarme de ti! ¡No lo permitiré! Si acaso el
oscuro ángel del pecado se acerca a nuestra puerta y toca
insistentemente hasta que le abramos, no permitiré que sus malhechores
pasos borren lo que siento y vivo por ti. No importarán tus errores, no
importarán mis errores, tan solo el vacío de la duda será aborrecido y el
misterio de tu cuerpo iridiscente me llamará a resolver todas mis
preguntas mientras lo acaricio apropiadamente, mientras te siento como
mía, como yo mismo. ¿No sabes que tu cuerpo es mío? No en el sentido
del capital o los bienes patrimoniales, del tener con el cuerpo, sino al
tener con el alma. Me refiero a la univocidad que pervive en nosotros; tú,
yo, nosotros: somos uno. Tú eres parte de mí y yo soy parte de ti. ¡Luz de
mi vida, que nos amamos!

[335]
Han pasado cerca de tres semanas desde la vez que escribí las
anteriores líneas. Mientras las releía recordaba nuestra conversación de
anoche. Nunca antes habíamos hablado tan madura y profundamente de
nosotros. Aclaramos nuestras cuestiones, reafirmamos nuestro amor,
resolvimos dudas, dejamos todo de la mejor manera a través del diálogo
y el empeño por nosotros. Anoche, cuando te dejé en el teléfono, sentí el
más vivo cariño mientras cerré los ojos, pronuncié tu nombre y evoqué
tu imagen en mi entendimiento. Fueron dos largas y difíciles semanas
estas que describí anteriormente, para mí y para ti, pero el diálogo y el
amor fueron los instrumentos más valiosos para el correcto proceder. No
podemos escatimar otra vez estas dos valiosas herramientas en nuestras
discusiones, no podemos seguir peleándonos sin sentido, tenemos que
encontrar la manera de vivir en la parsimonia ambicionada por los
hombres abstrusos de violencias interiores, cansados y perdidos. Tú y yo
somos más que simples infantes confundidos: somos dos personas con
un común proyecto y como tal debemos comportarnos, como dos
maduros seres que se aman y se quieren.

Luego de una semana después de haber escrito el anterior párrafo


vuelvo al mismo sitio donde empecé a escribir, pero esta vez, al contrario.
Ya no era yo quien se había equivocado, sino tú. Y mientras releía lo ya
escrito me fijaba con especial atención en las partes en que negaba el
perderte a pesar de tus errores y así fue como reposé mi cabeza, me
tranquilicé y entendí que, de cierta forma, estaba actuando mal, que no
tenía derecho a permanecer molesto más que el inicial impacto, que mi
vida tiene que hallar la paciencia en momentos de impaciencia y de
desolación. ¿Cómo iba a escribirte sobre el amor a pesar de los errores y
apenas los cometieras retirarme herido? ¿No era mejor sostener mi
retórica con la praxis? Y sí, te escribí primero, como siempre. En algún
lugar leí que el más duro trance es pasar de las palabras a los hechos. Y
es precisamente lo que nos sucede en este momento. Tú y yo habíamos
quedado en resolver con el diálogo las dificultades y desacuerdos, pero lo
único que hemos hecho es molestarnos e ignorarnos como solución y
común acuerdo. ¿Crees que es el camino para la paz entre nosotros? No
quiero un litigio sinsentido, tan solo quiero quererte amándote inmortal
e inextinguiblemente. Del mismo modo, practicar el amor por encima del
error es difícil, pues mis juicios siempre me acechan, como te acechan a
ti también. Así pues, decidí vivir de acuerdo a lo dicho, aunque me cueste
más que mi orgullo. ¿Cómo no sacrificaría a mi orgullo por ti? Luz de mi
vida, amor mío para siempre, eres lo único que tengo y que amo tan
profundamente. No puedo prescindir de ti como un bien recuperable, eres
más de lo que merezco, eres más de lo que puedo tener y así te has
quedado conmigo, y así permaneces en el sosiego de mi ventura y la
impetuosidad de mi deseo, ese vaivén incontenible de la dicha y el
descontento.

Pasados dos días de nuestra última discusión volvimos a hablar y


esta vez, aunque seguíamos molestos, mantuvimos apacible el ambiente.
Incluso, mientras estábamos enojados, nos reíamos de algunas cosas por
el teléfono. Eso me daba ánimos para continuar con mis pretensiones.
[336]
Tú riéndote conmigo como si no pasara nada, pero realmente estábamos
a punto de hablar seriamente de nosotros, de lo que había pasado, de lo
que debíamos hacer. Pero nos reíamos, tú y yo…, nos reíamos. No sé por
qué le doy tanta importancia a los gestos, pero el hecho de que mis enojos
y los tuyos se inclinen ante nuestro cariño y gracia me conmueve
sutilmente. Me dabas calma y paz después de tanto pensarte y sentirte
abandonarme. Hablamos y hablamos y quedamos en muchas cosas. A
eso le llamo yo diálogo: dos que deciden, dos que conversan, dos almas
que se aman y se comunican. Sabes, entre más pasan cosas entre tú y
yo más valoro lo que somos y más lo quiero preservar. El coloquio que
tuvimos esa tarde me enseñó lo difícil que somos, sí, ambos. No solo tú,
sino también yo. Pero también me enseñó que juntos podemos
preservarnos para siempre. No quiero hacer todo esto en balde, quiero,
ante todo, sabernos eternos. La paz y el apacible descanso que me da
hablar contigo no tienen medida con las luchas que tenemos entre
ambos, pero prefiero vivir en tu cielo que en el infierno de pelearnos e
ignorarnos. Así es que te recuerdo tres días diferentes en muchas horas
sentado escribiéndote y en distintos días. Me hace gracia porque en este
momento en que releo y escribo parece que todas las páginas las yo
hubiera escrito el mismo día, y no, escribí en largos y prolongados días,
conforme me daba la cabeza para pensar y tenía la disposición de corazón
que necesitaba. Tres días distintos, tres problemas distintos y varios y
diferentes momentos para escribirlos todos. Hoy, por ejemplo, estamos
bien, pero mientras escribía uno que otro párrafo antes que este estabas
irascible y empecinada conmigo. ¡Qué ternura es verte así! A pesar de tu
desenvoltura y la airosa inclinación contra mi suerte siento tu amor,
estoy seguro de quererte.

Y ahí estás tú diluida en la espesa nube de mis sueños, y seguirás


diluida en ellos, y seguiré recorriendo tus caminos maltrechos y
dificultosos. Yo permanezco en la ilusión, sigo obstinado en la magia de
tus labios; bebiendo de tus besos, sosteniéndome en tu abrazo. Laura
Esquivel añade a mis disertaciones interiores con su voz que “cada vez
soy más consciente de que uno se convierte en lo que mira, en lo que
recuerda, en lo que anhela, en lo que transmite. El futuro comienza hoy
y depende de lo que elijo ver, de lo que me permito decir, de lo que quiero
recordar y de lo que decido amar". ¿Te has fijado en todos esos verbos?
¡Qué profundidad tan insondable esta de la vida! Y tú que eres mi luz y
eres mi vida, ¿eres, también, consciente de la profundidad que tu interior
conlleva? Tienes en la piel del alma ese irresuelto atasco que me motiva
a continuar sin entender nada, pero queriendo todo. Yo que te contemplo
cuando estás, que te recuerdo cuando no; yo que te anhelo fehaciente e
impetuosamente. Tú eres lo que soy y quiero ser, mi amor. Tu arte es lo
que digo, lo que recuerdo y lo que amo. El hallazgo afortunado de tu vida
en mi vida fue aquél certero amor que nunca pude haber encontrado si
no estuvieras aquí conmigo en este universo. ¡¿Qué otra persona, qué
otra?! ¡Ninguna, Luz de mi vida! ¡Ninguna! “Cada uno hace lo que puede
en este mundo, y hacerse ilusiones es un medio de alegrar la vida…” dijo

[337]
Fiódor Dostoyevski afín a mis motivos. No escatimo el hecho de que eres,
en parte, una ilusión fantástica de mi genio e inventiva, que la
construcción de un mundo a tu lado, las vacaciones en muchos países
hermosos contigo; las tardes de los miércoles y las mañanas de domingo;
las noches frías abrigados juntos en la cama, son todas ellas imágenes
reminiscentes de un pasado yo que podía con todo ello y que forzando la
imposibilidad logrará hacer todo eso contigo a modo de promesa. Y este
actual, que tanto anhela y añora lo que fue y no ha sido, se ilusiona como
puede, pues entiende que la vida necesita motivos para alegrarse y
motivarse diariamente. No eres, por supuesto, un opiáceo y alienante
elemento que requiero para poder vivir, sin embargo, eres lo que eres y
eso amo. Aunque exagere, aunque no atine muchas veces, eso amo. Por
eso, recordarte en estos contextos me es útil, pues no solo recuerdo por
recordar, sino que te digo implícitamente que ya somos historia, que
tenemos historia, que no estamos libérrimamente en el aire, sin pasado,
sin futuro, sin presente, sin nada. Que, aunque diluidos estemos en la
historia universal, habrá siempre dos conciencias que se aman vivamente
una a la otra y, así, latiendo así, seremos eternos en la finitud de nuestra
historia.
Que es difícil… claro que sí. Es muy difícil este proyecto que
iniciamos, pero es nuestro y valemos por él. Si tú y yo encontramos dicha
el uno con el otro, ¿por qué razón hacernos a un lado en este universo
que con tantas y constantes figuras nos recuerda la finitud de la
existencia, lo efímero de todo lo que importa? Luz de mi vida, me acabo
conforme pasa el tiempo y el espacio se comprime dentro de mí con el
infame fin de aniquilarme; el tiempo y el espacio y sus vejámenes son mis
enemigos, nuestros enemigos. Pero no importa porque estás tú conmigo,
y en el vacío de mi existencia te extendiste noble y dulcemente, te
recostaste en mi espalda y abrazaste mis pesares: hiciste llevadera la
impaciencia de la existencia y del ser. Yo que tan urgido estaba por
entender todo me hice con lo que no entiendo y lo amé: contigo. Yo que
estaba inquieto por comprender todo lo que mi subjetividad abrigaba me
encontré con tu abrigo y me cobijaste las penas y, sin entender, sin
apaciguar mi ofuscamiento, al contrario, intensificándolo, me perdí
profundamente en tus abismos y me hice uno contigo, amándote y
besando tus silencios y tu encanto. Te hice la ilusión de mis ojos y te hice
el amor de mi pecho; te hice la locura de mi entendimiento, y te hice la
sangre de mi alma. Te hice todo para mí, mi todo y mi nada.
Una ilusión obstinadamente persistente es ésta de querer
eternizarnos. ¿Cómo si somos finitos ser eternos? Jesús ya había hablado
de lo trascendental del hecho salvífico y la escatología no acoge los idilios
de este mundo en los pensamientos del Padre. Aun así, estoy en este
mundo y me permito soñar. Sí, que sí, que mi fe no contempla una unión
hipostática auténtica en donde los seres terrenos yazcan juntos y a la vez
con Dios. Que mi fe cree con insistencia en una univocidad mística en
[338]
Dios y los últimos tiempos, una eternidad a su lado, adorándole y
amándole. No alcanzo a imaginarla, pero sé que me superará y que vivir
en aquel misterio no se comparará a ninguno. Pero mientras estoy vivo,
vivo aquí y ahora y, fiel a mi circunstancia, pienso en una eternidad
contigo. Una eternidad finita; contradicción insoslayable, pero al fin y al
cabo mi eternidad contigo y mi contradicción más preciosa. ¿Quieres
saber de qué se trata este secreto?
Somos aquí y ahora, seres situados, y el ropaje de la duda es
revestimiento constante entre nosotros. ¿Qué somos?, ¿Hacia dónde
vamos?, ¿Qué queremos? Son preguntas constantes entre nosotros.
¿Qué respuestas hemos dado a nuestra intriga? Sé que no hemos sido
muy claros en nuestras cuestiones, que la dilucidación de nuestras
inquietudes permanece inamovible, anquilosada en la incertidumbre.
Pero ¿qué hay más emocionante que eso? ¿No saber qué será no es acaso
la mayor aventura? La muerte es un no saber qué y es un misterio
siempre presente y presto a reflexiones de todo tipo entre los hombres y
a través de la historia ha sido extendidamente tratada, ¿por qué no
nuestro amor? Si es tan maravilloso y misterioso, ¿por qué tenemos que
tener tantas certezas y seguridades? ¿No son acaso vanas expresiones de
nuestro egoísmo? Pensar individualmente, cada uno por su lado es quizá
la peor decisión, por en cambio, si actuamos de acuerdo a nuestros
intereses aunados seremos excelentes administradores del querer. No
valen así las discusiones, en cambio, el diálogo extendido y excitado,
aunque a veces irritante, será mejor ayuda en nuestro amor, y, además,
expresión patente de una generosa y solidaria entrega. No somos por
separado, amor mío, somos.

Quisiera tener la paciencia para esperar mientras caminas descalza


sobre la arena desértica de tus inclinaciones, pero me canso y me
inquieto. Busco desesperadamente el sonido afable de tu voz, el aliento
suave de tu atención en mí y en mis cosas, el tierno afecto de tu corazón.
¿Por qué mi corazón se arrebata a veces en celos o a veces en rabia y te
trata de sacar de sí? No tiene sentido. Contradigo con mis actos mis
palabras y de eso ya estás acostumbrada. No es mi intención cansarte
con mis actitudes, sé que tengo que madurar mis movimientos interiores
y contener lo contenible, pero también soy consciente de que necesitamos
más claridad, definir de una vez por todas qué es esto. Sabes a lo que me
refiero por definición, no a una limitación lamentable, sino a una manera
de decir de algo para dar a entender con cierta pretensión de precisión.
Es decir, somos algo, algo indefinible, sí, en esencia. Pero también somos
algo que debe establecerse como tal para que ambos, que solo nosotros
lo entendamos definitivamente.

Ya están dichas mis intenciones, mi propuesta está escrita y dicha


mil y una vez, falta tu propuesta y lo que tienes para ofrecerme. Porque
a mi pesar, no puedo quedarme solo dándote y dándote, soy un hombre
y necesito, al mismo tiempo que tú, de un don retributivo. No se trata de

[339]
un no dar desinteresadamente, se trata de una reciprocidad necesaria y
hasta obvia. No puedo solo dar yo, tú tienes que tomarte en serio esta
historia y comenzar a elaborar una propuesta de vida que establezca
límites y connotaciones claras. No es presión, es un paso necesario para
la maduración de lo nuestro. No podemos quedarnos como solo niños que
han sabido quererse, también tenemos que dar zancadas de adulto para
avanzar, a su debido tiempo, de este atraso que llevamos. Las cosas
tienen que pasar de una u otra manera, pero nunca de dos formas
diferentes al mismo tiempo. En nuestro camino tenemos que tomar una
decisión que dirija el rumbo, es decir, hay un algo que debemos asumir
para que esto dé una dirección determinante.

Dar yo y dar tú… ¿Tú que me has dado? Tu suave aliento, la paz
de tu presencia, la agitación considerable de tu encanto, la alegría de tu
vida en mi vida, el sosiego de tu piel en mi piel, la seducción de tus ojos
y el derrame sensual de tu boca en mi boca. ¡Tú, toda entera, moviendo
mis inamovibles abismos! Ni qué decir de tus te amos, todos ellos
cubiertos tras el velo del te quiero, del ingenuo e inextricable eufemismo
de tus disquisiciones. ¿No ves que me encanta tomarte de las manos y
explicarte mis ideas? Me fascina trazar líneas imaginarias sobre la palma
de tus manos, tronar tus dedos y ver tus ojos enamorados obstinarse tras
lo contingente. Me has dado más de lo que podría yo pedir, sin embargo,
cual menesteroso, intensamente te reclamo decisiones taxativas: quédate
solo conmigo y disfrutemos de ambos tiernamente. Nos quedamos
aletargados en los besos de este amor y enajenados tras el peso del te
quiero. ¿No es mejor sufrir juntos que tú por un lado y yo por el otro
padecer nuestras ausencias? Prefiero compartir contigo todo a perderme
de tu vida, Luz de mi Vida. ¿Qué importa si lo que compartamos sea
dolor, dicha, remordimiento o ternura? Importa que estés tu conmigo en
todos los momentos, en todas mis decisiones, en todas mis locuras, mis
genialidades y mis desaforadas ideas. No podemos continuar con una
amorfa intención, tenemos que hallar qué ser, cómo seguir.

A raíz de mis reflexiones y la necesidad que presentaba frente a ti,


hablé contigo. Hablamos muchas horas de lo mismo. A veces me decías
que lo que tú sintieras y pensaras no importaba. ¿Cómo no me va a
importar a mí esas cosas? Yo te respondía que cuando uno ama le
importa la totalidad del ser amado, no parcialmente, sino absolutamente
todo. Luz de mi Vida, yo te amo enteramente y este amor que te profeso
me lleva a comunicarte mis intenciones, mis deseos, mi cariño y todo
cuanto dimana de ti. Me decías que lo que yo decidiera estaba bien, como
si mis decisiones determinaran las tuyas, y, aunque eso pensaras, no iba
a permitirme decidir por ti cuando tus decisiones son importantes para
mí, porque me importa lo que quieres, lo que deseas, lo que escoges, lo
que sientes, lo que piensas. Las vertientes misteriosas del deseo de mi
pecho se mueven obstinadas hacia ti y tú no las rechazas. En esa tarde
en que hablamos concretamos algo, algo en lo que me di la tarea de
trabajar. ¿Qué somos? La pregunta por el ser es, por antonomasia, la
más intrigante y la más exigua en sus respuestas, y asimismo tú y yo no
podemos responder qué somos. Sin embargo, le hemos dado rasgos a este
[340]
amor, derechos, responsabilidades y lo más importante, una dirección.
¿Hacia dónde vamos? Sabes, Luz de mi Vida, yo cierro a veces los ojos y
te imagino a mi lado en muchos años más allá. No te concibo tan solo
como un bien pasajero, sino como las más valiosas pertenencias (tener
con el alma), no pienso en ti como algo efímero, sino como el cultivo de
mi vida, la persona que he escogido para amar más que a mí mismo.
Pienso en un futuro donde como seres humanos maduros convivamos de
alguna manera. Imagina las maravillosas tardes tomando cerveza, o las
coloridas mañanas bebiendo café, o las calurosas tardes comiendo un
helado, caminando en algún jardín o bello parque. Sin remordimientos,
con todo el derecho y alegría. No está mal amarse si se ama bien. Y si
esto que hemos definido necesita modificarse, recuerda, no somos una
limitación, estamos abiertos al diálogo y podemos modificarlo, no pasa
nada, todo sea por nuestro bien y beneplácito.

Siendo de esta manera, ¿cómo pretendes que te ame por


fragmentos? No puedo y no quiero. Es por esto que fui tan radical en mi
propuesta y en el futuro de nuestra vida, porque no puedo pretender
amarte por pedazos, que unos seas míos y otros de otras personas. Sabes
lo egoísta que soy y en virtud de mi egoísmo es que resolví hacerme con
la totalidad de tu existencia. Y es que lo quiero todo contigo, no quiero
menos. Jean-Paul Sartre en La náusea establece una correspondencia
entre dos personajes separados por común acuerdo. El varón no sabía
cómo llamar a su examada, y así es que ella le escribe en una breve misiva
“si no sabes cómo llamarme, no me llames de ningún modo; será
preferible.” En esto pensaba mientras estábamos enojados, en que no
podíamos continuar suponiendo que todo estaba bien sin saber cómo
llamar exactamente a lo que sentíamos y disponíamos en nuestra vida.
De esta forma fue que comencé a llenarme de valor para expresarte mis
ideas a modo de propuesta. ¿Y es que para qué seguir siendo algo si no
podemos asumir con gallardía lo que somos? Dar pasos decisivos es lo
que quiero, con la madurez y lozanía que debemos al maravilloso don de
ser juntos en este mundo abrumador. ¿Para qué seguir hablando si no
podemos llamarnos como el corazón sugiere? Tú, mi amor, mi cielo, mi
vida, mi encanto, mi más profundo sueño, tú a quien amo más que a
nadie, ¿cómo quieres que te deje ser tan poco pudiendo ser más que
solamente todo? Todo esto para no proferir como lo hico Emily Brontë en
Cumbres borrascosas “el mundo es una odiosa colección de recuerdos
que claman que ella existió y yo la perdí”, pues quiero más bien decir
como Roberto Bolaño: “de lo perdido, de lo irremediablemente perdido,
sólo deseo recuperar la disponibilidad cotidiana de mi escritura, líneas
capaces de recogerme del pelo y levantarme cuando mi cuerpo ya no
quiere aguantar más”; o bien, según te he dicho y podrás entender, tú
eres la razón de mi escritura, de mi poesía y de todo género de arte que
nazca de mí; puedo perderlo todo, cariño mío, pero no será mucho lo
perdido si estás conmigo. Escribir es amarte para mí, y que tú me leas es
amarme. Es de este modo cuando me doy cuenta que, si te pierdo, pierdo

[341]
lo más importante. No puedo pretender alejarme de ti sin reconocer que
te llevarás gran parte de mi ser, y como tal soy consecuente con mis
premoniciones: quiero todo para ambos y por encima de todo. Perderte
sería, pues, la mayor tragedia acaecida, perderte sería perderme a mí
mismo.
Los recuerdos son también aprendizaje, no solo un baúl lleno de
memorias inconmovibles. Su dinámica consiste no en ser cambiables,
sino en que producen el futuro, o mejor, el acto de las cosas desde su
inconmutabilidad. Es decir, aunque no puede cambiarse el pasado, éste
es responsable directo de lo actual o, en su momento, lo futuro. El
pasado, particularmente los recuerdos, forman el carácter y la
constitución de las personas en cuanto a su ser. Las experiencias son
responsables del sustrato actual, no un reducto a modo de
circunscripción, sino una actualidad dinámica. Es por esto que hablamos
de seres situados, o sea, no somos sin nuestra historia, biografía, pasado,
somos según fuimos y seremos según somos. Nuestra vida escrita en los
papeles de ella misma, o bien, un tatuaje en su misma piel. Así es que mi
corazón te abriga como el mejor de sus recuerdos y quiere eternizarte por
la necesidad que nace de haberte conocido. Con mi propuesta quiero
asegurarme de hacerte una eternidad conmigo. No pido menos, lo pido
todo. Si no puedes, solo dilo.
Meses después de haber dado por concluido este capítulo, pues fue
uno de los primeros capítulos que escribí antes de retornar a mis estudios
en el mes de agosto, acontecieron los hechos que viraron por completo la
redacción de estas páginas. Debo decir que te agradezco infinitamente los
momentos vividos en tu compañía, las horas de llamada en las noches,
los días de mensajes, donde nos pasábamos todo el día conversando de
diversas cosas, las pequeñas y las grandes peleas, todo aquello que me
hizo sentir que tenía algo lindo contigo. Te exigí de más, pero fue lo mejor,
pues tú misma decidiste, y, por si no lo recuerdas, desde el primer libro
te insistía en eso, en que quería que tú decidieras y vivieras de acuerdo
a lo decidido. Lamentablemente no decidiste aquello que yo quería que
decidieras, pero decidiste tú, que es lo importante. Al inicio me negaba
con rotunda determinación a tener solo una amistad contigo, pues me
sentí reducido a nada. Pero ahora lo entiendo, tengo qué. No puedo dejar
de amarte, pero tampoco puedo amarte como quiero, así es que debo
quererte como Dios y tú quieren. Sé que es difícil, ¿pero acaso lo fácil es
realmente bueno? Ahora, después de todo entiendo que definición sin
limitación es un absurdo insostenible entre los dos. No podemos
definirnos, no podemos limitarnos, no podemos y no tenemos cómo ser.

[342]

Hasta aquí debo decir que me asombro de mí mismo. No creí poder
escribir tanto en tan poco tiempo. No lo digo con el orgullo que me define,
sino con perplejidad. Cuando quise escribirte el segundo libro, no pensé
en terminarlo pronto, mas hablar contigo aquella noche, si recuerdas, fue
lo que imprimió premura a mi cometido. Me siento bien al terminar,
cansado, sí, pero muy bien. Estoy satisfecho, al mismo tiempo que
incómodo conmigo mismo. No sé, leo y releo y no me gusta lo que hice,
porque creo que pude haberte escrito más bello y menos aburrido,
discúlpame por eso.
Me quedaría un mes más puliendo detalles, organizando textos,
dándole sentido y forma a lo ya escrito, pero no puedo romper mi promesa
de entregarlo en el momento en que dijimos. Además, no puedo continuar
pensándote como siempre, y no pienso torturarme más.
El símbolo anterior que cierra el final de los capítulos de nuestro
libro, es la última letra del alfabeto griego. Con este signo quiero dar a
entender que a la par que termina este libro, termino yo como escritor.
Sí, no escribiré más. Ya lo expresé de diversas formas cuando hice la
conversión “escritor-escribiente”, y sigo pensándolo hoy que termino con
esto. Me he dado muerte, pues nací como escritor con el primer libro, y
con el segundo y último, morí como lo mismo para nacer como
escribiente, es decir, como nada. Ahora nazco como Escribiente y, si
acaso escribo algo después de perderte, sabrás que lo que escribo es
muerte. Ya no escribirá Iván el Escritor, sino un Escribiente, y eso, si
acaso escribo.
Un amor que pudo ser se entiende en dos sentidos: se pudo, o pudo
ser, pero no lo fue. No tengo más esperanzas, pero muy en el fondo, mi
amor, aún espero por ti. Si no pudiste quererme a mí, ¡a esta carne que
te ama!, al menos quiere mi concepto, el espíritu que con símil ímpetu te
ama. Quiéreme en mis letras, quiéreme en lo escrito. Si no hallaste forma
de amarte, yo te doy una, pues te he dado un hombre escrito. Yo para no
odiarte, amaré lo que escribí que eras.
Hay elementos que ya no tienen ningún sentido, pero que son fieles
a un sentimiento antiguo y tan frustrado como bello. En la medida en
que has estado leyendo, te habrás dado cuenta qué pertenece al actual
contexto y qué al afecto antiguo. No me reproches, ámeme en lo escrito.
Reconoce en lo ya leído mi ser entero a ti entregado.
No leas solo una vez este libro, porque no entenderás lo mismo con
cada lectura. Cada que te enfrentes a este libro, te hablará el mismo
hombre, pero no leerá la misma mujer. En cada edad en que te acerques
a lo escrito, entenderás distinto, habrá más riqueza en lo que tienes en
tus manos, que ahora que por primera vez terminas de leer. Yo no te
escribí un libro para que lo leyeras y guardaras para siempre. Lo escribí
para que yo pudiera estar contigo la vida entera, lo escribí para que me
amaras siempre, aunque no pudieras.

[343]
Te amo siempre, mi amor.

[344]

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