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LAS TRES FAMOSAS DENSAS (OBSTÁCULOS)

A veces pienso que el problema de llegar a conocernos a nosotros mismos procede de las dificultades que
encontramos para explorar los estratos que hay en nuestro interior. Cuando tratamos de atravesar dichos
estratos, solemos vernos bruscamente detenidos por lo que parece granito sólido. La interpretación
habitual de este “impase” es que todos hemos desarrollado defensas con objeto de evitarnos una
confrontación honesta con nosotros mismos.

Dichas defensas forman unos escudos a nuestro alrededor, que se desarrollan para impedir que la vida
nos abrume. Sin embargo, tales defensas impiden también que conozcamos nuestro propio interior y
nuestro verdadero yo. Con el paso de los años se han convertido en barreras que bloquean nuestro
autodescubrimiento sincero.

La primera de las principales defensas:

La represión

La primera de las tres defensas mas comunes se denomina “REPRESION”, y consiste en que podemos
ocultarnos la verdad a nosotros mismos reprimiéndola, al recluirla en nuestra mente inconsciente. Lo que
no queremos aceptar en nosotros mismos podemos simplemente eliminarlo de nuestro consciente
mediante la represión. Un celebre psiquiatra piensa que le noventa porcientos de lo que hacemos, decimos
y pensamos las personas normales no reflexivas esta basado en materiales inconscientes. Si
preguntásemos a esas personas por que obraron de determinada manera, no sabrían la razón real. Sin
embargo, la buena noticia es que este material reprimido es como la madera mantenida bajo el agua: esta
siempre tratando de salir a la superficie para ser reconocido. En ocasiones, el propio estrés puede
forzarnos a mirar esas cosas que en algún momento anterior preferimos ocultar.

La psicología nos dice que en toda mente humana hay tres niveles: 1) el consciente; 2) el subconsciente; y
3) el inconsciente. Nuestra mente consiente esta implicada en lo que hacemos y pensamos en un
determinado momento. Cuando estas leyendo estas palabras, se encuentran en tu mente consiente. Pero
también tenemos una mente subconsciente, en las que registramos cosas como las fechas de os
aniversarios y los cumpleaños, la tabla de multiplicar, etcétera, etcétera…

Proceso de reclutamiento ni el material oculto en dicho sótano.

Lo que si es importante saber es que lo que hemos almacenado en el inconsciente esta enterrado vivo, no
muerto. Esas cosas ocultas (acontecimientos, sentimientos, reacciones, prejuicios…) siguen
inquietándonos, molestándonos e influyéndonos. Sin embargo, del mismo modo que no somos conscientes
de las cosas que hemos ocultado, tampoco somos consientes de su impacto en nuestros pensamientos,
acciones y reacciones. Y dicho impacto puede fácilmente tener gran repercusión en nuestra vida
cotidiana.

Permítanse poner un ejemplo ficticio. Supongamos que siento rencor hacia mi propia madre. Mi madre
solía asegurarme que había estado a las puertas de la muerte para darme la vida, pero mis sentimientos
hacia ella seguían siendo negativos. Intente compartir mi rencor con mis amigos de la infancia, pero me
dijeron en términos de reprimenda que debía de ser un “ingrato”. Entonces no solo sentí rencor hacia mi
madre, sino también vergüenza por experimentar ese sentimiento. Y, sencillamente, no podía vivir con
dicho sentimiento “vergonzoso”, por lo que introduje mi rencor en lo más profundo de mi inconsciente; lo
oculte en el sótano de mi mente, donde ya no sería consciente de él. El resultado fue que suprimí mi
vergüenza, lo cual constituyó un buen movimiento defensivo, pero con muchos efectos negativos en mi
vida posterior.

De hecho, mediante lo que se denomina “formación reactiva”, he llegado a considerar a mi madre una
“santa”. “Formación reactiva” significa que dicha reacción fue programada en mi durante mis años de
formación. Esta compensación se convirtió enseguida en una “hipercompensación”; por eso valoraba su
persona o su recuerdo exagerada admiración impedía que mi rencor enterrado hacia ella emergiese a la
superficie para ser reconocido.

Desde el momento en que se produjo dicha represión, no fui consciente de ningún rencor hacia mi madre.
Sin embargo, dicho rencor no estaba realmente muerto en mí, sino muy vivo, y seguía ejerciendo
influencia en mi persona y en mi comportamiento. Mi rencor oculto se manifestaba en situaciones no
pertinentes y se dirigía contra personas indebidas, la mayoría de las cuales eran normalmente mujeres.
Cuando daba rienda suelta a mi rencor con ellas, nunca se me ocurría que mi verdadero, aunque disimulado,
rencor se dirigía realmente contra mi propia madre. El hecho es que mi madre se había convertido en la
lente a través de la cual veía a todas las demás mujeres.

La segunda defensa: la racionalización.

La segunda defensa que utilizamos de manera habitual se denomina “RACIONALIZACION” y tiene


normalmente lugar cuando estamos en una posición en la que podemos escoger entre el bien y el mal. Al
menos esta es la situación mas habitual en que utilizamos esta defensa. Al principio podemos reconocer
vagamente las posibilidades del mal que estamos considerando. Por tanto, si queremos elegir el mal,
debemos racionalizarlo hasta que aparezca de algún modo como bien. El proceso es el siguiente: mi mente
(la capacidad de saber) propone una lección a mi voluntad (la capacidad de elegir). Y la voluntad solo puede
elegir lo que redunde en un beneficio personal; no puede elegir el mal como un mal, sino que tiene que
escogerlo en función de algo que se considere un bien. Por tanto, mi voluntad se puede gobernar mi mente,
y así lo hace. En este caso, mi voluntad ordena a mi mente racionalizar el mal. En suma, he adaptado los
hechos para que encajen con mis propias decisiones.

Por ejemplo, me encuentro un billetero que contiene mucho dinero, pero también un nombre y una
dirección claramente impresos. Pienso en todas las cosas que podría hacer con ese dinero, y me resultan
sumamente “tentadoras”. Cuanto mas hago oscilar la zanahoria frente al hambriento borrico de mi deseo,
tanto más me apetece. Mi capacidad de saber -mi mente- ha propuesto una elección a mi voluntad:
quedarme con el dinero o devolverlo. Supongamos que opto por la solución inmoral: quedarme con el
dinero. En tal caso, mi voluntad ordena a mi mente racionalizar el tema y hacer que lo que en principio
parecía malo aparezca como bueno.

Por tanto, mi mente diligentemente piensa en despojar al rico para entregárselo al pobre. “Él debe ser el
rico, y yo el pobre”. Finalmente, mi proceso de racionalización se completa, y soy… Robin Hood despojado
al rico para dárselo al pobre. Somos capaces de esta clase de racionalización, de este autoengaño. Por eso
la mayor parte de las veces necesitamos realmente hablar de estos razonamientos privados con otra
persona en cuyo criterio moral podamos confiar.

En el mundo actual, los medios de comunicación, el ocio y la cultura no nos ayudan a ser honestos con
nosotros mismos. De hecho, a lo que nos ayudan es a llevar a cabo la racionalización haciendo gran parte
del trabajo por nosotros: hacen que las cosas en principio parecían malas resulten buenas. “¿Cómo puede
estar mal si me parece tan bien?”. Socialmente, parece que hemos racionalizado la violencia, la
permisividad sexual, la mentira y el robo. En primer lugar, trabajamos nuestro vocabulario, porque la
racionalización siempre empieza con palabras.

Por tanto, con la ayuda de los medios de comunicación y las películas, hablamos de “liquidar” a la gente de
“deshacernos” de ella. En cuanto a la seducción física, “pillamos”. Mentir es “presentar” las cosas
adecuadamente o “hilar fino”. Y robar ya no es robar, ya se sabe; después de todo, estamos en la época
del gran “fraude”. Por eso hablamos de “pelotazo”, en lugar de denominarlo “robo”. Nuestros medios de
comunicación nos han ayudado a encontrar eufemismos para el mal. En nuestro esfuerzo por efectuar la
racionalización, no podemos permitirnos ser honestos y llamar a las cosas por su nombre.

La tercera defensa: la negación

La tercera de nuestras defensas se denomina, simplemente, “NEGACIÓN” y nos hace cerrar nuestras
mentes a la realidad que no queremos afrontar. Eliminamos una parte de la realidad, porque resulta
emocionalmente dolorosa. Un ejemplo habitual es la negación de la muerte. En su libro ganador del premio
Pulitzer, Ernest Becker dice que todos tenemos una “psicosis oculta” respecto de la muerte.
Sencillamente, hemos suprimido una parte de la realidad. En consecuencia, no estamos plenamente
abiertos a las penas o a las alegrías de la vida. Reducimos la realidad a un tamaño al que pensamos que
podemos manejarla.

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