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indice
Capítulo 1 Capítulo 13

Capítulo 2 Capítulo 14

Capítulo 3 Capítulo 15

Capítulo 4 Capítulo 16

Capítulo 5 Capítulo 17

Capítulo 6 Capítulo 18

Capítulo 7 Capítulo 19

Capítulo 8 Capítulo 20

Capítulo 9 Capítulo 21

Capítulo 10 Después del Baile

Capítulo 11 Sobre la Autora

Capítulo 12
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Sinopsis
l pasado de Mirabelle se mantiene en secreto,
desde la trágica muerte de sus padres sus
tutores le dicen verdades a medias sobre porque
no puede regresar a su lugar de nacimiento,
Beau Rivage. Desesperada por conocer el pueblo, Mira se
escapa una semana antes de su decimosexto cumpleaños—y
descubre un mundo que nunca podría haber imaginado.
En Beau Rivage, nada es lo que parece—la chica
extrañamente pálida con un morboso interés en las manzanas,
el odioso mujeriego que es una bestia para todo el mundo que
conoce, y el chico caballeroso que tiene una cosa con las
damiselas en apuros. Allí, los cuentos de hadas cobran vida, las
maldiciones despiertan, y las historias viejas se repiten una y
otra vez.
Pero los cuentos de hadas no son cosas bonitas, y no
siempre terminan en un “felices para siempre”. Mira tiene un
papel que interpretar, un destino de cuento de hadas que
aceptar o rechazar. Mientras lucha por tomar el control de su
destino, Mira entra en la vida de dos hermanos con propias
maldiciones de cuentos de hadas…. Hermanos que comparten
un oscuro secreto. Y encontrar ese amor, como en los cuentos,
puede tener puntas afiladas y espinas escondidas.
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1 Traducido por Max Escritora Solitaria
Corregido por Melii

ulces dieciséis próximamente, Mira —dijo Elsa con una


sonrisa, lamiendo una banda de merengue cielo azul de
su dedo—. Voy a tomar tu pastel para una prueba.
—Genial —dijo Mira, forzando una sonrisa. Su madrina
había causado estragos en la cocina durante la última hora o así,
esparciendo tazas de medir y tasas de pasta pegajosa a través de cada
centímetro de espacio en el mostrador. Harina empolvó las mejillas de
Elsa, y manchas de arco iris de alimentos teñida mancharon sus
pantalones vaqueros. La cocina era una zona de desastre—sin duda no el
lugar para sentarse en la mesa leyendo un juego estresante como Esperar
Hasta El Amanecer—pero Mira había logrado bloquear el caos abrazador
sucediendo a su alrededor. Tenía otras cosas en su mente.
Los hombros de Mira estaban encorvados, como si quisieran ocultar
su culpa. Su cabello manteniéndose derramado en el libro delante de ella,
ocultando las palabras. Pero difícilmente importaba: estaba demasiado
distraída por su plan—la culminación de ocho meses de engaño—de
concentrarse en la historia. El libro abierto era su señuelo. Podía
balbucear respuestas de una sola palabra, y nadie se preocuparía de que
algo andaba mal—siempre y cuando se acordara de pasar las páginas de
vez en cuando.
La otra madrina de Mira, Bliss, se precipitó, falda amplia
balanceándose como una campana. Bliss era la madrina femenina de
Mira: siempre vistiendo con adornos, su cabello en perfectos rizos rubios
tocados con algunas hebras de plata. —¡Elsa, estás arruinando la
sorpresa! —regañó Bliss—. ¡No puedes hacer el pastel de Mira justo en
frente de ella! Además, nos pusimos de acuerdo en glaseado de color rosa.
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—No —dijo Elsa—, sugeriste glaseado rosa. Yo elegí ignorar tu


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sugerencia.
Bliss llevó sus dedos a su garganta en un gesto de-mi-corazón-esta-
inmóvil. —Ese pastel me va a hacer mal antes de que lo pruebe.
—Vamos a dejar a Mirabelle decidir —dijo Elsa—. Belle, ¿qué color
de glaseado quieres?
Mira se encogió de hombros. No iba a estar para celebrar. —
Cualquier color está bien.
Anteriormente, había arrugado la última de las cartas de amor, la
que salió de la impresora con la tinta manchada, y se lo metió en el
bolsillo. Sus dedos fueron ahora de consuelo—como si fueran un amuleto
de la tienda de Bliss.
Puedes hacer esto. Tienes que irte o siempre te arrepentirás.
—Mira está distraída —anunció Bliss, golpeando un vaso de aguja
de tejer contra su palma. Bliss nunca tejía, sólo llevaba la aguja alrededor,
utilizándolo como un bastón cuando hacía un punto. Bliss era un poco...
excéntrica.
Elsa, también. Sus madrinas eran mujeres excepcionales: dos
amigos que se habían encontrado a sí mismos criando a Mira, cuando no
había nadie más para cuidar de ella. Bliss tenía una tienda de encantos en
New Agey abastecido con cristales, incienso y parafernalia de unicornio.
Elsa era profesora de literatura en la universidad local. Aparte de
una buena arruga y un pelo gris nuevo cada año, que apenas parecía a la
edad.
Sus vidas giraban en torno a Mira. Lo que hizo su traición inminente
aún más despreciable.
—Mira siempre esta distraída —dijo Elsa, disparándole a Mira una
mirada afectuosa.
Eso era cierto—Sus madrinas estaban acostumbradas a su
ensoñación por ahora. Pero hoy no estaba perdida en la fantasía. Hoy se
sentía culpable, y estaba nerviosa por ser descubierta, y luchando para no
dejar mostrarlo en su rostro.
—Si ella no estuviera distraída, no dudaría en elegir color rosa —dijo
Bliss, golpeando los armarios abiertos y mirando dentro—. ¿Has ocultado
el colorante de alimentos rojo?
—Tal vez —dijo Elsa, antes de pasar a un tema más sensible. Mira
podía sentir la pregunta antes de que su madrina siquiera preguntara—.
¿Estás segura de que no quieres hacer una fiesta, Belle?
Habían hablado de esto antes, y la negativa de Mira para celebrar su
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decimosexto cumpleaños era como un gran letrero que indica Estoy


Deprimida. Siempre había pasado más tiempo sola que con amigos, pero
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los tenía, y siempre había tenido fiestas en el pasado. Bliss y Elsa eran
grandes en los cumpleaños. Decían que cada año es un don, no una
garantía, y debe ser celebrada en consecuencia.
Mira siempre sentía que, en esas palabras, hablaban de la muerte de
sus padres. Dos vidas que habían terminado cuando Mira tenía tres meses
de edad. Y tal vez hablaban de sus vidas, también.
Porque Mira podría haber muerto esa noche. En su fiesta de bautizo,
en el salón de baile que se había incendiado, el fuego tragó todo—
incluyendo la vida que había estado destinada a tener.
—¿Belle? ¿Mirabelle? ¿Me estás escuchando?
—Um, sí —dijo, volviendo a la realidad—. Lo siento. Estaba
pensando....
—¿Segura que no quieres una fiesta? —Elsa se inclinó sobre el
mostrador, secándose las manos con un paño de cocina—. Podríamos
hacer algo tranquilo en la casa. Invitar a algunos amigos...
Mira odiaba decepcionar a sus madrinas. Hubiera sido mucho más
fácil llegar a un acuerdo. Elsa y Bliss se habrían relajado, dejándole darle
ese asunto. Pero ella no tenía el corazón para aumentar sus esperanzas y
dejar que planeen una fiesta a la que no estaría allí para asistir.
—Me rompes el corazón —bromeó Bliss, inclinándose para besar la
parte superior de la cabeza de Mira.
Mira tomó un profundo aliento—y luego exhaló lentamente, para que
no sonara como si estuviera molesta. Un día más de mentiras. Un día más,
hasta que ella se escapó —al lugar que una de sus madrinas le había
prohibido ir— y rompió sus corazones de verdad.
Tendría que acostumbrarse a decepcionarlas.

***

La noche que se fue, Mira garabateó su contraseña de correo


electrónico con una nota pública y la pegó a su escritorio—el toque final.
Entonces contó su dinero, metió el fajo de billetes en el bolsillo y se acercó
de puntillas al pasillo, cerrando la puerta del dormitorio detrás de ella.
Eran más de las once y Bliss y Elsa se encontraban en sus
habitaciones, durmiendo. Aparte del ocasional tintineo de campanas de
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viento fuera, la casa se hallaba en silencio.


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Mira se arrastró por el pasillo, descalza y con las manos vacías,


haciendo todo lo posible para parecer inocente. Si una de sus madrinas
despertaba, diría que iba a salir a mirar las estrellas—una excusa
soñadora que creerían.
Pero esperaba no tener que hacerlo. Si perdía su oportunidad esta
noche... no podría ser lo suficientemente valiente para intentarlo de nuevo.
Con cuidado, Mira abrió la puerta de atrás. Abrió la puerta de tela
metálica, que no crujió porque lo había engrasado hace dos semanas
cuando no había nadie en casa. Entonces salió al patio, como un ladrón en
sentido inverso: rompiendo y saliendo. Robándose a sí misma.
El aire era húmedo y frío para junio. Lloviznaba, y la hierba mojada
hacía cosquillas en sus pies mientras corría profundamente al patio,
donde estaba la caseta del perro. La caseta de perro había estado allí
cuando se mudaron, y se quedó deshabitada ya que no tenía un perro.
Bliss la había pintado de colores de huevo de pascua para que pareciera
más como una casa de muñecas y Mira había guardado juguetes en su
interior cuando era pequeña.
Ahora Mira se arrodilló delante de la caseta del perro y sacó el brazo
hasta el fondo, hasta que sus dedos rozaron el exterior de nylon abultado
de su bolsa de lona. Aprovechando las correas, luchó por la abertura,
gruñendo un poco mientras se sacudió de manera libre. No era una bolsa
grande, pero la había empacado con todo lo que pudo sostener—incluso
sus zapatos estaban dentro. Lo había escondido por la mañana mientras
Elsa hacía mandados y Bliss estaba en su tienda de encanto—entonces
pasó el día aterrorizada de que una de ellas lo encontrara.
Temblando cuando la lluvia pinchó sus brazos, Mira se puso de pie.
Tiró más largo la correa del bolso sobre su hombro, tomó un profundo
aliento—y corrió por el patio a la calle. Corrió hasta que llegó a la esquina,
golpeando los pies al descubierto en el pavimento, luego se redujo a un
corto paseo. Mantuvo la cabeza hacia abajo—y rezó para que un coche de
la policía no eche una hojeada por una ronda.
Caminó hasta que llegó a casa de Rachel. Rachel era una chica que
conocía de clase de teatro. Habían hecho escenas juntas, pero Rachel era
más una conocida que una amiga. No le gustaba Mira lo suficiente para
tratar de disuadirla de ello, ni siquiera le importaba a dónde se dirigía.
En otras palabras: era el cómplice perfecto.
Rachel esperaba en su garaje con su novio, Matt, los dos mirándose
con sus pantalones vaqueros oscuros y camisetas. Mira corrió hasta el
camino de entrada, una carga menos ahora que se encontraba un paso
más cerca.
—Hola —dijo, sin aliento y sonriendo. Su ropa estaba manchada por
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todas partes con la lluvia.


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Rachel entrecerró los ojos, sacudió su largo flequillo de los ojos. —


¿Mira, no necesitas zapatos?
—Están en mi bolsa —dijo Mira—. Estaba en un apuro.
—Salida de Prisión —dijo Matt, asintiendo con la cabeza como si
entendiera.
No se alejaba de la verdad. No es que sus madrinas la mantuvieran
encerrada—no eran más que increíblemente estrictas. La protegían de
todo—incluso cosas de personas no normales necesitaba protección.
Mira no suponía que debía viajar en un coche a menos que un
adulto condujera, tenía que usar una crema depilatoria de olor nocivo
porque no la dejaban afeitar sus piernas, no se le permitió salir, tenía que
estar en casa a las diez los fines de semana, no podía perforar sus oídos o
usar maquillaje o tener un teléfono celular. La lista... seguía y seguía.
No le gustaban las reglas de sus madrinas, pero las siguió. En parte
por el respeto que sentía que le debía a Elsa y Bliss de ser obedientes,
después de todo lo que habían hecho por ella. Y eran tan dulces, incluso
cuando eran muy estrictas—odiaba molestarlas.
Pero había una restricción que no podía aceptar: sus madrinas se
negaron a que visitara la ciudad donde había nacido. Después del
incendio, la habían tomado lejos y moviéndose al norte a una ciudad
universitaria en Indiana—y no tenían intención de dejarla volver. Mira las
molestó en ello unas pocos veces al año—y siempre en su cumpleaños—y
cada vez, dijeron que no. No “cuando seas mayor”, no “quizás algún día”,
sólo un sólido, e inquebrantable no.
Demasiados malos recuerdos, argumentaron. Sería difícil para ti.
Pero los únicos “recuerdos” que Mira tenía eran sus historias
cuidadosamente elegidas. Como sus padres la habían vestido con encajes
y una corona de capullos de rosas delicada para su bautizo. Cómo habían
bailado juntos en su boda, como en el aire. Elsa y Bliss nunca le dijeron
nada nuevo. Era como si hubieran decidido hace mucho tiempo un
puñado de respuestas seguras, y todo lo demás se iba a quedar en el
misterio.
—¿Lista? —preguntó Rachel.
Mira asintió con la cabeza, entregó el dinero así Rachel no tendría
que pedirlo. —El taxi —dijo, por su acuerdo.
—Y dinero por silencio —dijo Rachel con una sonrisa. No es que se lo
diría a las madrinas de Mira. A Rachel no le importaban las reglas—sólo
su tanque de gas, y ser compensada por su tiempo.
—Amigo. Nunca me hubiera imaginado que eras una chica mala —
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dijo Matt.
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—Traté de mantenerlo en secreto —dijo Mira, tirando las chanclas de


su bolso y entrando en ellas.
Rachel rodó los ojos. —Ustedes dos son taaan malos. Entra en el
coche.
Tomaron asiento, Rachel encendió el motor—y se fueron.
Había un montón de cosas que Mira mantuvo en secreto. Como lo
mucho que extrañaba a sus padres.
Era embarazoso admitir que aún los echaba de menos, así que no
hablaba de ello. Era más fácil encerrarse en sueños cuando la pérdida la
golpeó más duro, e imaginar cómo sería su vida si sus padres estuvieran
vivos. Los había recreado a partir de cosas que sus madrinas le había
dicho, y llenó los espacios en blanco con los personajes de películas viejas,
trozos de su propia personalidad y la persona que deseaba poder ser—la
persona que podría haber sido si los hubiera conocido.
Racionalmente, sabía que debería haber superado la muerte hace
mucho tiempo. Había tenido la suerte de sobrevivir, y debería centrarse en
eso, y ser agradecida. Pero el dolor de perder a sus padres, de no
conocerlos, siempre se hallaba a la vanguardia de su corazón.
Quería visitar sus tumbas. Para decirle a sus fantasmas que se
había convertido. Para ver la ciudad en la que había sido su hogar, y
conseguir un cierre. Así podría—tal vez—ser normal.
No podía seguir viviendo así.
Rachel conducía con la radio sintonizada en una emisora de rock,
cantando cada vez que había una canción que le gustaba. Matt se dio la
vuelta para recorrer sus brazos a través de la parte posterior del asiento
del pasajero, con el pelo cubierto cayendo en su cara.
—Así que ¿A dónde vas? —preguntó.
—San Francisco. Para encontrarme con un chico —mintió Mira, no
le preocupaban los rumores que estaría circulando en el momento que
regresara. Estaría mejor que lo que la gente ya pensaba de ella: una chica
que era huérfana, que no tenía citas, que vivía con dos madrinas
excéntricas, y pasa un montón de tiempo en su propia cabeza—. Ha sido
una cosa de larga distancia —dijo, llenando la mentira.
—Eso es bueno —dijo Matt, asintiendo con la cabeza.
—Más bien como raro —pensó Rachel—. Ese es un viaje en autobús
muy largo. Este chico mejor que sea lindo.
Mira se encogió de hombros. Si Rachel pensaba que un romance a
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larga distancia era raro, pensaría que la verdad—una falsificación de


romance a larga distancia, completó con ocho meses dignos de cartas de
amor que Mira había escrito para cubrir sus huellas—era una mucho más
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extraña.
En el exterior, pasaban casas oscuras en atractivos barrios
tranquilos, y entonces se encontraban en la carretera, y Rachel le decía a
Matt que le recordara cuando su salida se acercara, y Mira derivó y los
dejó hablar. Cerró los ojos y vio la última línea de la última carta que
había escrito:
Te veré pronto. Te quiero....
Mira conocía a sus madrinas bastante bien—y sabía que si de
repente desaparecía, Bliss y Elsa asumirían que ella había ido al lugar
sobre el que siempre las molestaba.
Así que tuvo que salir persiguiendo una pista falsa.
De noviembre a junio, Mira había escrito cartas de amor para sí
misma, y a un chico que inventó, que supuestamente vivía en San
Francisco. Había sido un juego en un primer momento—un complot que
podría ser abandonado si cambiaba de opinión. Pero cuánto más cerca
estaba de salir, más se decidía ir hasta el final.
Había enviado las cartas de ida y vuelta a partir de dos cuentas de
correo electrónico, y ayer, había impreso unos pocos ejemplos: ¡No puedo
creer que estemos haciendo esto! ¡No puedo esperar para conocerte! Y las
plantó en el cajón de su escritorio.
Sabía que Elsa y Bliss saquearían su habitación una vez que
desapareciera, encontrarían las cartas no muy bien escondidas detallando
sus planes para ir a San Francisco para visitar a “David” y decidir que era
donde ella se había ido. Pero incluso si sospechaban que las cartas
impresas eran un truco... una vez que entraran en su cuenta de correo
electrónico (con la ayuda de la contraseña que había escrito en la nota
pública en el escritorio), y ver ocho meses dignos de cada vez más
mensajes apasionados... estarían convencidas.
Sus madrinas no habían planteado que fuera astuta—y por lo
general no lo era. Nunca sospecharían que fuera lo suficientemente
engañosa o lo suficientemente loca como para llevar a cabo un plan tan
elaborado. Pero cumplir dieciséis iba a ser especial. Estaba dispuesta a
romper las reglas para asegurarse de que iba a serlo.
—Mierda, tengo que aparcar en paralelo —murmuró Rachel. Mira
parpadeó los ojos abiertos. Rachel había bajado el volumen de la radio y se
aferraba a la dirección del volante firmemente con ambas manos. El
camino negro mojado brillaba bajo las farolas. Mira podía ver la estación
de autobuses más adelante.
—Detente, yo lo haré —dijo Matt.
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—¡Puedo hacerlo, Matt, Dios!


Mira se inclinó hacia adelante entre los asientos, dispuesta a irse
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justo ahora que su destino estaba a la vista. —No tienen que aparcar. Sólo
déjenme.
—¿Estás segura? —preguntó Rachel.
—Positivo.
Un momento más tarde, el coche se sacudió hasta detenerse frente a
la estación—y Mira salió, arrastrando su bolso detrás de ella.
Llovía más fuerte ahora. La llovizna se había convertido en un
golpeteo constante, disminuyendo la grasa que salpicaba su cara, sus
hombros. Dijo adiós a Rachel y Matt, y esperó hasta que la calle estaba
clara y corrió a través de ella, apretando los dedos de los pies para no
perder una chancla en el proceso.
—¡Buena suerte! —gritó Matt por la ventana.
—¡Ten cuidado! —gritó Rachel.
—Gracias —gritó ella.
Mira se empujó a través de las puertas de la estación de autobuses
de vidrios sucios y se dirigió al mostrador, donde compró un billete de ida
con un puñado de billetes húmedos. Temblaba de emoción cuando dejó su
bolsa en el suelo detrás de la última persona en la fila, y se dejó caer
encima de él para esperar.
Miró el reloj por casi una hora—hasta que oyó el anuncio de que la
línea de su autobús abordaba, y empezó a arrastrar los pies adormilados
hacia adelante.
Mira no era por lo general una persona que rompía las reglas, que
hiciera cosas que no se suponía, que viviera peligrosamente, que tomara
riesgos.
Pero una semana antes de su cumpleaños, se subió a un autobús a
Beau Rivage—la ciudad donde había nacido, la ciudad donde habían
enterrado a sus padres.
El único lugar que sus madrinas le habían prohibido.
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Página
2 Traducido por Mel Cipriano
Corregido por Melii

eis días antes de su decimosexto cumpleaños, en un café


casino llamado Wish, en el corazón de Beau Rivage, Mira
ordenó su tercera limonada de la noche, y dispersó unas
pocas patatas francesas frías alrededor de su plato,
artísticamente. Por lo que parecía que seguía comiendo,
no sólo ocupando espacio. Era la una de la mañana y se encontraba sola
en una ciudad extraña, con su bolsa de lona junto a ella, una obra dejada
abierta frente a sus ojos, y no tenía adónde ir.
Ese no fue el regreso triunfal que había imaginado.
Ella temblaba por el aire acondicionado. Tenía el pelo más ondulado
incluso que de costumbre, salvaje por la humedad y enmarañado a causa
de esa sudorosa y perseverante caminata que había hecho.
Necesitaba un lugar donde quedarse, pero era demasiado joven para
alquilar una habitación de hotel. Demasiado asustadiza para acampar
fuera. Había caminado hacia tres cementerios ese día, con ganas, si no
podía pasar la noche en Beau Rivage, por lo menos podría ver las tumbas
de sus padres antes de irse, pero lo único que encontró fueron
quemaduras de sol y frustración.
Al caer la noche, su entusiasmo se había desvanecido. El atractivo
de la ciudad junto al mar se convirtió en ruinas de neón. Figuras oscuras
robaban a través de las sombras. Las luces de los casinos ondulaban y se
mostraban, repiqueteando en sus ojos con destellos violentos. El aire
húmedo se aferraba a ella como un admirador no deseado, y se apresuró a
entrar en el Dream Casino para quitárselo de encima.
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Así fue como ella había terminado en Wish.


Los Casinos estaban abiertos toda la noche. Se había imaginado que
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podría sentarse en el café, tal vez quedarse dormida con la cabeza apoyada
en la mesa, y a nadie le importaría. Pero ahora que había estado allí tres
horas, Mira empezaba a pensar que su situación era obvia. Que algún
jugador vería a una “indefensa” niña en una blusa con volados y
pantalones cortos. O alguna abuela jugadora detectaría a una “fugitiva” y
llamaría a la policía. O las dos cosas.
Era la clase de gente que se veía inocente en el exterior pero eran del
tipo acosador: párpados caídos, ojos soñolientos, y una cara suave que la
hacía parecer ingenua, aunque no lo era. Mantuvo la cabeza baja para no
alentar a ningún samaritano bien intencionado. O pervertido.
Leía “Un Tranvía Llamado Deseo” por enésima vez, pronunciando
palabras que casi había memorizado, cuando notó a un hombre de pie en
el borde de la mesa. Movió su mano a la nuca, trabajando sus dedos a
través de los nudos de su cabello, y rogó que se fuera.
No hubo suerte.
—Me estoy aburriendo mirándote —dijo el tipo—. Has estado leyendo
ese libro durante horas.
Alzó los ojos y vio los pantalones vaqueros rasgados, negros, frases
de tinta retorcidas a través de ellos como cadenas. Un brazalete de cuero
con pinches de bronce en una muñeca delgada. Una cadena colgaba de su
cuello.
Y luego viene lo bueno: El pelo e incluso sus cejas eran azules. Azul
como el caramelo amargo, como la pintura de los carteles. Sus cabellos
sobresalían de su cabeza en espigas, rígidas y agudas, también tenía una
sonrisa que coincidía. Una barra de metal atravesaba su ceja izquierda.
Cada parte de él parecía calculada para conducir a la gente. Como
una planta repleta de espinas, o un animal cuyos colores brillantes
señalaban veneno.
Bueno, funcionaba.
Mira no estaba segura de si coqueteaba con ella o la acosaba por el
gusto de hacerlo, pero quería que él la dejara en paz. Y en su experiencia,
la mejor manera de deshacerse de un tipo desagradable era ser grosera
con él. Pasó tanto tiempo siendo amable que definitivamente sabía cómo
ser todo lo contrario.
—No estoy aquí para entretenerte —le dijo, poniendo la mirada más
fría.
Los músculos en los antebrazos bronceados del tipo se flexionaron
mientras aplanó sus manos contra la mesa y se inclinó para leer la página,
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sin inmutarse. —¿Qué haces aquí, entonces?


—No es asunto tuyo —respondió ella.
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—No creo que sea cierto.


Mira lo ignoró, esperando que se aburriera y se fuera.
—Soy Blue, por cierto —dijo.
Ella puso los ojos en blanco. Blue. Cierto. —Qué bueno para ti.
Entonces, Blue volvió su atención a su bolsa de lona: rellena hasta
los topes, el adhesivo del destino en clave de la empresa de autobuses
todavía pegado al mango.
—¿Te has perdido? No eres una huérfana, ¿cierto? A mi hermano
mayor le encanta seducir huérfanas.
La idea era absurda, pero la palabra huérfano tocaba una fibra
sensible. Siempre fue así.
Mira tragó su reacción inicial. —¿Ah, sí? —dijo rotundamente.
Blue asintió. —Es una enfermedad. Así que para tu propia
seguridad, voy a tener que pedirte que te vayas.
—Este es un lugar público —argumentó—. Puedo…
—En realidad… —comenzó Blue.
—Blue… estás siendo amable con ella, espero.
Mira se volvió para ver a un muchacho con una camisa blanca
oxford, las mangas enrolladas hasta los codos. Era lindo, con cabello color
miel y el físico de un atleta, pero parecía incómodo, incluso un poco
avergonzado de estar allí. Sus ojos se cernían en torno a Mira, como una
abeja distraída por una flor.
Ella esbozó una sonrisa forzada, para ser educada.
—Este es Freddie —anunció Blue—. Tiene una cosa con las
damiselas en apuros.
Lo dijo casi con sorna, y Freddie agachó la cabeza y murmuró—: No
—No, no está siendo amable conmigo —respondió Mira, desde que
Blue ignoraba esa parte.
—Estoy siendo amable —dijo Blue—. Te estoy quitando del camino.
Ella lo miró. —Así que, ¿debería estar agradecida de que eres un
idiota?
—Así es. —Blue se inclinó otra vez hacia ella—. ¿Qué estás haciendo
aquí? Estás prácticamente acampando.
—Y te has dado cuenta porque no tienes nada mejor que hacer que
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mirarme.
—Sí —dijo—. Pero también es porque vivo aquí. El Dream Casino es
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de mi padre.
Mira tomó un sorbo de su limonada inestable. Genial. Tal vez
mentía, pero tal vez no, e iba a ser un imbécil y patearla fuera, porque
podía hacerlo. Entonces tendría que caminar a uno de los otros casinos,
cuando sólo Dios sabía qué clase de personas vagaban alrededor.
Tomó su bolso. —Tengo que ir al baño —dijo bruscamente.
Freddie se sonrojó y desvió la mirada.
—Así que eres humana —dijo Blue.
—¿Pensabas que era otra cosa?
—No —sonrió—. Adelante. Vamos a esperar.
Cuando regresó, Blue y Freddie se habían ocupado de su cuenta, y
su vaso de limonada y el plato de patatas fritas se habían ido. “Sigue
trabajando" por más de tres horas, habían sido eliminados. No debe haber
sido un gran negocio, pero había estado aferrándose a la mesa como si
fuera su santuario. Se sentía como si hubieran robado algo de ella.
—Yo no había terminado todavía —dijo. Se imaginó a sí misma
caminando por la ciudad, esta vez en la oscuridad, su bolso pesado
rozándole la cadera, la pelea desconcertante de pasos detrás de ella...
—No te molestes en darme las gracias —dijo Blue—. No es un
problema comprar tu comida y tu habitación. En serio.
—No tengo una habitación aquí —dijo, con creciente irritación—. Es
por eso que necesitaba la mesa.
Los ojos de Blue se iluminaron, y Mira se puso nerviosa: parecía
demasiado feliz de saber que ella no tenía una habitación allí.
—Incluso mejor. Te conseguiré una habitación en el Palace al final la
calle. Es un poco sórdida, tienen bañeras en forma de corazón, pintadas de
color rosa y, uh... sí. —Le dio una mirada que decía “justo en el blanco”—.
Pero nadie va a ir y manosearte en tu habitación. No te puedo prometer lo
mismo si te quedas dormida en el café.
Ella lo miró, todo lo cruelmente que su rostro era capaz.
Blue se encogió de hombros. —Uno nunca sabe. Tenemos una
clientela muy sucia.
—Eso es muy tentador —murmuró Mira—. Pero no, gracias. —
Caminó junto a él y la agarró del brazo, los dedos de bronce apretados
contra su piel. No parecía que le ofrecía una elección. Trataba de
intimidarla, conseguir que saliera del casino con él, y entonces...
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—Estamos en mitad de la noche —dijo Blue con facilidad, encanto


arrastrando en su voz—. Vamos, Freddie y yo te llevaremos.
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La sangre de Mira latía en sus oídos. Esta había sido una idea
terrible. Todo el asunto...
Se apartó de él. Su voz tembló cuando dijo—: ¿No me has oído? ¡No
voy a ninguna parte contigo!
La boca de Blue se abrió de golpe como si estuviera a punto de decir
algo más. Ella no se quedó a escuchar lo que era.
Las luces del techo del casino ardían en un amarillo feo. Mira siguió
la nauseabundamente audaz alfombra color oro, negro y violeta, como si
fuera el camino de baldosas amarillas. Las máquinas tragamonedas
tintineaban y gritaban en masa, como monstruos en conflicto. Camareras
entraban y salían de la multitud.
Eran las 1:38 am., no había forma de que ella fuera a pasear por las
calles. Así que se encontró con una parte aislada del elaborado jardín de
cuento de hadas en el vestíbulo de ensueño, se subió más allá de la
barricada cuerda endeble, y se instaló en la base de un árbol de glicinas
para esperar hasta la mañana.
Mira observó su reloj periódicamente, su corazón tamborileando
nerviosamente, preguntándose cuánto tiempo podría descansar allí antes
de que alguien la echara.
Pero a medida que cambiaba de 1:50 a 2:04 y 2:15, se relajó.
Estaba medio dormida cuando oyó el murmullo de una voz
femenina—: Oh, mírala. Me pregunto qué está mal.
Mira se puso alerta y trató de fingir que no la había oído. Tal vez la
mujer no hablaba de ella. O, más probablemente, lo estaba, pero tal vez
perdería interés y se iría.
Oyó zapatos hundirse en el mantillo que formaba el suelo del jardín,
junto con un gruñido masculino molesto, como alguien que preferiría no
ser tan ágil a las 2:30 de la mañana, saltando la cuerda y entrando en el
bosque de cuentos de hadas hecho por el hombre.
Mira levantó la barbilla, mientras que el hombre se agachaba en el
suelo al mismo nivel que ella.
Supuso que tenía veinte o veintiún años, lo que la sorprendió.
Estaba acostumbrada a los universitarios porque vivía en una ciudad
universitaria y, en general, eran una mezcla de tolerancia y tan absortos
en sí mismos que no les importaba lo que hacían. No podía imaginar a uno
de los estudiantes de Elsa controlándola. Pero entonces, este hombre no
parecía el típico chico de veintiún años de edad.
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Llevaba un traje oscuro sin corbata, con la camisa abierta en el


cuello. Su cabello brillaba azul-negro, y sus ojos eran tan oscuros como
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zafiros, o como las alas de un cuervo. Había algo no muy normal en él,
algo muy hermoso y extraño, y se encontró mirándolo como ella miraría un
incendio: cautivada, y con un poco de miedo de estar tan cerca.
Él bajó la cabeza y la miró como si estuviera esperando que le cuente
un secreto.
—No te ves feliz —dijo.
—Estoy bien —dijo ella, consciente de que sonaba falso, teniendo en
cuenta dónde se encontraba.
—¿Estás escondiéndote de alguien?
—No... No exactamente.
Sus ojos oscuros la escaneaban, pasando de su bolsa para la ropa
arrugada, a la inquietud que probablemente estaba por todo su rostro. —
Puedes decirme, ya sabes. Yo podría ser capaz de ayudar.
Junto a él, Mira pudo ver a la joven que la había oído primero,
inclinándose hacia un lado para observar a través de la arboleda de
encaje. Tenía el pelo castaño oscuro, un rostro bonito, en forma de
corazón, y un lindo cuerpo perfectamente exhibido por el ajustado vestido
verde que llevaba puesto. —¿Está bien? —preguntó la mujer.
—Ella está bien, Cora. —Bajó la voz y le preguntó a Mira—:
Entonces, ¿qué está pasando?
Mira se encogió de hombros. —Un tipo me acosaba en el café... así
que vine aquí.
—¿Un tipo? —Levantó las cejas—. Debes decirme quien. Voy a hacer
que se disculpe antes de que lo echen.
—Yo no… ¿oh? —Un escalofrío se arrastró a través de ella. Sus ojos
se detuvieron en el azul-negro de su pelo, los ojos azules de fondo—.
¿Tú…trabajas aquí?
—Dirijo este lugar —dijo—. Bueno, más o menos. Mientras que mi
papá no está. Y me encanta echar a la gente. Sólo dame una excusa.
—Uh... no creo que eches a esta persona. Creo que es tu hermano.
Sin embargo, gracias —murmuró.
Él se echó a reír. Las comisuras de sus ojos se volvieron hacia arriba
y de repente era diferente. La expresión fría dejó su cara, y él sonreía. —
¿Blue? ¿Fue mi idiota hermano quien te molestó? Tienes razón, no puedo
echarlo, pero voy a tratar de hacer las paces contigo. ¿Qué tal una sesión
de spa? ¿Cena en Rampion?
18

Empezó lanzando opciones, como si estuviera feliz de darle lo que


ella quería, y como si no pudiera parar de hablar. Ella dejó de oír las
palabras cuando el flujo de sangre en su cabeza la superó. La forma en
Página

que sus ojos se encontraron casualmente con los de ella, junto con su
lenguaje corporal, y el timbre de su voz ahora que estaba siendo amable, la
hizo darse cuenta de que era algo sexy. Y cuando su mano rozó la de ella
por accidente, un choque con gas zumbó a través de sus venas. Este no
era un niño con un monopatín, que olía a aerosol y se reía demasiado
fuerte de los chistes sucios. Era algo más, alguien que vivía en un mundo
diferente, ya le gustaba eso.
—No, en serio, estoy bien —dijo Mira, avergonzada de estar
reaccionando a este hombre al que apenas conocía, a diez metros de donde
su novia se hallaba de pie—. Sólo quiero sentarme aquí un rato.
Él negó con la cabeza. —No puedes permanecer en el jardín. ¿Cuál
es tu número de habitación? —Sacó su teléfono—. Voy a hacer frente a tus
padres. ¿Peleaste con ellos? ¿Es por eso que llevas tu bolsa contigo?
La novia, Cora, desplazaba su peso, frotándose los brazos desnudos.
Parecía menos preocupada ahora y más impaciente. —¿Está todo bien? —
gritó. Él hizo un gesto con la mano en su dirección para que espere.
—No tengo una habitación aquí —dijo Mira—. No estoy con mis
padres. Estoy aquí para encontrar a mis padres. —Exhaló un suspiro de
frustración, lamentando rápidamente haberlo dejado salir. Esperaba que él
dijera lo estúpido que era. En cambio, parecía interesado.
—¿Encontrarlos?
—Estoy buscando sus tumbas. Murieron en Beau Rivage hace
mucho tiempo. Pero no sé dónde están enterrados. Y yo no… tengo otro
sitio donde ir ahora mismo. —Mira jugueteaba con la cremallera de su
bolso, segura de que tendría que irse. Sus músculos se sentían tan
agotados de caminar todo el día, que sólo quería dormir. Rendirse de todas
las maneras posibles.
—¿No tienes un lugar donde quedarte, familia aquí, cualquier cosa?
Ella sacudió la cabeza, avergonzada.
Había sido despiadadamente cuidadosa con todos los detalles de su
fuga, pero había contado con su instinto, y su afinidad por sus padres,
para guiarla, una vez que llegara a Beau Rivage. Ahora se sentía estúpida.
—Ahora sí —dijo él. Levantó su bolsa antes de que pudiera
detenerlo, apretó la barrera de la cuerda, y miró hacia atrás como si
esperara que lo siguiera—. ¿Vienes?
—Um… —Se arrastró tras él—. Puedo llevar eso. Y no buscaba una
limosna cuando yo…
19

—Relájate —le dijo, volviéndose, por lo que su bolsa estaba fuera de


su alcance—. Deja que te ayude.
Página

A regañadientes, ella saltó la barrera de la cuerda, y él lo hizo


después. Mira no estaba segura de a dónde iban, pero que Cora estaba
menos que encantada. Eso era evidente por la mirada sucia que la
muchacha le dio.
—Son las dos de la mañana —dijo el hermano de Blue—. Y tenemos
habitaciones vacías que van a quedarse de esa forma. Así que el Dream te
está invitando esta noche. No hay argumentos.
Mira asintió con la cabeza, avergonzada. —Está bien. Quiero decir,
gracias.
—O puedes llamar a la policía —dijo Cora. Su voz adquirió una
dureza que no había estado allí antes. Cruzó los brazos sobre el pecho—.
Dado que es probable que haya alguien buscándola. Y ella no es tu
problema.
Un escalofrío se apoderó de Mira. —Yo… Nadie me está buscando…
—Todos en este hotel son mi problema —dijo el chico con frialdad,
los ojos en su novia—. Y estoy seguro de que si ella quisiera llamar a la
policía, lo haría por sí misma, así que por qué no juegas —buscó un
puñado de fichas de apuesta en su bolsillo—, y ves lo rápido que puedes
perder mi dinero. Establece un nuevo record esta noche.
Cora hizo una mueca, pero aceptó las fichas, metiéndolas en su
bolso negro como si hubiera hecho esto cientos de veces. —Está bien, pero
date prisa. No me siento muy afortunada.
—Te llamo más tarde —dijo. Pulsó el botón del ascensor, y él y Mira
entraron, cuando las puertas de metal se abrieron, dejando a la otra chica
detrás.
Había espejos a cada lado del ascensor, atrapando sus reflejos y
mostrándole a Mira que estaba aún más despeinada de lo que había
pensado. Su cabello ondulado se hallaba enredado y pegado a su rostro en
algunos lugares, como si hubiera estado dando vueltas en un bosque, no
sólo durmiendo en un árbol. Ella quería alisarlo, pero no quería parecer
como si estuviera tratando de lucir bonita para él. Eso sería más
vergonzoso que tener el pelo desordenado.
La llevó a una habitación en el piso veinte, la abrió con su llave
maestra y puso su bolso en el suelo. Luego se acercó a la ventana y corrió
las gruesas cortinas. La luna irrumpió en la habitación, superando las
formas oscuras con su luz.
Él se volvió hacia ella, pero sin alejarse de la ventana. —¿Llegaste
20

esta noche?
—Hoy temprano.
Página

Ella se acercó, atraída por la vista. A continuación, pudo ver las olas
oscuras del mar, la plata teñida por la luna. El Dream era tan tranquilo
ahora que se encontraban lejos del estruendo de las máquinas, y del caos
de cientos de voces.
—Así que, ¿no conoces muy bien la ciudad? —preguntó él.
—No —admitió Mira—. Tengo un mapa, pero es difícil saber por
dónde empezar.
La observó con atención, como si estuviera pensando en algo. —Si
no tienes prisa, yo podría ser capaz de ayudarte. Si realmente eres seria
acerca de esto.
—Lo digo en serio —dijo rápidamente—. He querido esto durante
mucho tiempo, yo… Eso significaría mucho para mí. —Ella estaba en un
apuro. Pero la idea del senderismo a través de la ciudad por sí sola era tan
desmoralizadora que estaba dispuesta a esperar unos días si eso
significaba que tendría ayuda.
Él asintió con la cabeza. —De acuerdo, bien. Bueno, no puedo
prometerte nada, pero voy a ver qué puedo hacer. Y mientras tanto, serás
nuestra invitada.
—Gracias. Muchas gracias. —Sintió como si estuviera balbuceando,
aun cuando apenas dijo algo.
Él estaba siendo tan agradable que debería dejarlo ir ya. Había
comenzado a alejarse de la ventana, cuando dijo—: Cuéntame tu historia.
—Y se detuvo. Podía sentir su atención, como una mano en la parte
posterior de su cuello. Como si su voz estuviera tocándole la piel—. ¿A
quién dejaste atrás en casa? —preguntó—. ¿Padres adoptivos?
—Mis madrinas. Conocían a mis padres. Se encontraban allí
cuando... murieron. Y se hicieron cargo de mí después de eso.
Apoyó el hombro contra la ventana, echó la cabeza hacia atrás para
mirarla. La luz plateada volvió su cabello azul oscuro y los ojos de un
negro medianoche. —¿Te importa si te pregunto qué pasó?
Normalmente, no hablaba de su tragedia, pero él la miraba de una
manera que le daban ganas de confiar. Y había accedido a ayudarla con
esto, ese sueño que lo era todo para ella. Quería que él supiera.
Mira inclinó la cabeza. —Yo tenía tres meses de edad. Estábamos en
mi fiesta de bautismo... Se llevó a cabo en un hermoso salón de baile, con
un mural en el techo, como la Capilla Sixtina, excepto que con escenas de
cuentos de hadas. Podrías girar alrededor y alrededor y ver siempre una
historia diferente. Había una niña con capucha roja corriendo de un lobo,
21

y una sirena cuyas aletas se separaban para convertirse en piernas, y una


bella domando a su bestia... Eso es lo que mis madrinas me dijeron. Yo era
Página

demasiado joven para recordar.


Ella tomó una respiración profunda, y se detuvo. El relato de esa
noche se hallaba todo en su cabeza, en una sola pieza, como un cuento
antes de dormir, porque así era como sus madrinas se lo contaron, pero se
dijo que no podía decirle directamente. Tenía que dividirlo en antes y
después.
—Entonces… comenzó el incendio. Se propagó a través del salón de
baile, se arrastró hasta las cortinas y llegó a lo más alto del techo. Humo
llenaba el aire, y las vigas se derrumbaron... Mis padres trataban de salvar
a todos. Me entregaron a mi madrina Bliss, que me envolvió en su chal y
corrió a través del humo hacia la seguridad. Era una fiesta, y había un
montón de gente... pero mis padres lograron sacar a todos. Excepto que no
creo que se hayan dado cuenta de que lo habían hecho. Porque siguieron
buscando. Así que ellos fueron… —Las palabras se atascaron en su
garganta, tan duro como una piedra—. Fueron los únicos que no llegaron
a tiempo.
—Qué trágico —dijo él—. Eran héroes... pero podrían haber vivido si
lo hubieran sabido. —Lo dijo en serio. Como si entendiera lo terrible que
debió haber sido perderlos de esa manera.
Mira asintió. —Esa es la parte más difícil. No puedo evitar desear
que no hubieran intentado tan duro salvarlos a todos. Porque, entonces,
tal vez yo todavía los tendría.
Esperó a que él insistiera en que en realidad no significaba, como
Elsa siempre decía, que ella fuese egoísta por querer cambiar una gran
cantidad de vidas para salvar dos. Pero su mente estaba en otra parte.
—Una fiesta de bautismo… Así que tus padres eran muy
tradicionales.
—Como que se ven de esa manera en las fotografías. Tengo tal vez
una foto donde mi papá no está con esmoquin —dijo con una sonrisa—.
Pero no lo sé. Sólo pienso en ellos como perfectos.
Él echó la cabeza hacia atrás, cerrando los ojos, el claro de luna
deslizándose sobre su garganta. —No me acuerdo de mi madre muy bien.
Nunca pienso en ella como perfecta. Pero eso es probablemente porque se
fue. Cuando alguien decide salir... es diferente.
—¿Has perdido a tu madre? —Mira no esperaba tener eso en común
con él. Se preguntó si eso era por lo que se había ofrecido a ayudarla.
—Se fue cuando yo tenía ocho años. Creo que tenía miedo a
comprometerse.
Mira asintió con la cabeza, sin saber qué decir. No podía imaginar a
22

una madre suficientemente fría como para salir por esa razón. —Lo siento
—dijo.
Página

Él se encogió de hombros. —Fue hace mucho tiempo.


Se quedaron de pie junto a la ventana por un momento más, y luego
él se dirigió a la luz y la encendió. La sala dejó de ser un océano oscuro
para pasar a una suite sutilmente ostentosa, el brillo y el resplandor del
casino se agitaba con los colores del mar y la arena.
Ahora que la habitación era más brillante, parecía menos íntima,
menos un lugar para las confesiones. Mira desempaquetó su bolso,
mientras él llamaba a la recepción, desenrollando las camisas arrugadas,
camisetas sin mangas y las faldas, tratando de no mirarlo.
—Habla Félix —dijo en el teléfono—. Necesito que actives una llave
para la habitación 2005 y la traigas hasta aquí. Correcto. Sólo hay que
poner que es mi invitada. Deja la fecha de salida abierta.
Él—Félix—colgó y la miró. En silencio por un momento, sólo
observándola desempacar. —Alguien va a traer la llave.
—Gracias —dijo, apartándose el pelo de la cara, enderezándose.
Entonces se le ocurrió que tal vez estaba siendo presuntuosa. Fue grosero
asumir que la habitación era gratis—. Yo puedo pagar —dijo, buscando su
billetera.
Félix dio una sacudida corta de cabeza. —No te preocupes por eso.
Me siento mejor sabiendo que no estás en la calle. Piensa en ello como si
me estuvieras haciendo un favor. No como que me lo debes.
Él sonrió, y había algo indiscreto sobre eso, como si fueran amigos.
Mira le devolvió la sonrisa, sintiéndose segura y menos perdida, y la
tensión que había llevado todo el día comenzó a disminuir.
Unos minutos más tarde, alguien llamó a la puerta. Un empleado del
hotel había llegado con la tarjeta llave. Félix la tomó y envió al secretario
de vuelta. A continuación, dejó la tarjeta de acceso en el escritorio al lado
de una libreta del hotel, donde escribió los números que iba a necesitar: el
servicio de recepción, servicio de habitaciones, su número de teléfono, y
fue entonces cuando finalmente vio su nombre completo, las letras
crecientes hacia adelante en una serie de barras afiladas: FELIX
VALENTINE.
—Si no puedes ponerte en contacto conmigo... probablemente
significa que estoy tratando con alguien de alto mantenimiento, o estoy en
una reunión y no puedo contestar el teléfono. Lo que no quiere decir que te
estoy ignorando. —Se detuvo, perdido en sus pensamientos, y luego se
rió—. Nunca te pregunté tu nombre. Estaba tan absorto en... —Él sacudió
la cabeza—. Es tarde, y no pensé. ¿Cómo quieres que te llame?
23

—Mira —respondió ella—. O Mirabelle.


—De acuerdo, Mira... te dejaré dormir un poco. Pero llámame si
Página

necesitas algo. Y mañana o pasado mañana, comenzaremos nuestra


búsqueda, cuando sea que pueda robar un poco de tiempo.
—Si estás ocupado, puedo buscar por mí misma. Has hecho mucho
por mí ya, tú no…
Las palabras se secaron en su boca. Algo en la forma en que Félix la
miraba con sus ojos oscuros, y muy seguros, la hacía sentir como si fuera
una tontería seguir ofreciéndole una salida. Le tocó el hombro y le dijo—:
Mira, me paso todo el día haciendo cosas que no quiero hacer. Pero quiero
ayudarte. Puedo hacerme tiempo para eso. —Se inclinó, y sus labios le
rozaron la mejilla. Por un momento, él era todo lo que podía ver. Su
mundo se redujo a la calidez de sus labios, el toque de humo en su ropa, y
el aroma de su colonia.
Y luego se alejó. Estaba siendo amable, probablemente. Pero ella no
estaba acostumbrada a ser besada por alguien diferente a sus madrinas.
No estaba acostumbrada a los besos que eran, al mismo tiempo,
sorprendentes y maravillosos, casuales y memorables. Su mundo era
mucho más pequeño que eso.
—¿Está bien? —preguntó él con una sonrisa.
—Está bien —logró contestar Mira, sin saber lo que respondía.
—Genial. —Félix salió al pasillo, pero se detuvo el tiempo suficiente
para decirle—: Oye, cierra la puerta después de que me vaya. No se puede
ser demasiado cuidadoso por aquí.
—Lo haré —prometió. Pero no lo hizo. No inmediatamente.

***

Sus mejillas ardían como si hubiera estado tumbada en el sol por


mucho tiempo, y se quedó completamente inmóvil, porque no quería
romper el hechizo. El olor de la colonia Félix se quedó en su piel.
Cuando cerraba los ojos, podía imaginar que se encontraba allí.
Podía volver a vivir ese beso una vez más. Todos los dos segundos de él.
Exhalando lentamente, Mira lanzó el cerrojo y se quitó las sandalias.
Dejó que su fantasía flotara lejos, ese beso era el equivalente de un apretón
de manos, nada para emocionarse. La libertad deliciosa de estar descalza
la trajo de vuelta a la realidad. La alfombra la tranquilizó, porque ya no era
una banda laminada en caliente de la carretera sin un final a la vista.
Tenía una habitación, no tenía que preocuparse de que alguien la acosara
o lastimara. Podía descansar.
24

Pero antes, una ducha. Estaba demasiado pegajosa de sudor para


dormir.
Página

Caminó hasta el baño, que era enorme y tenía toallas dobladas tan
gruesas como los cojines del sofá, toda una pared de espejos, y una bañera
de hidromasaje profunda que se hallaba separada de la ducha.
Mira se despojó de la ropa sucia y se metió en la ducha con paredes
de cristal. Se frotó la suciedad del viaje en su piel, hasta que se sintió
como una persona nueva, con esperanza, fresca, y mientras lo hacía, sus
dedos rozaron la desfiguración en la parte baja de su espalda.
La marca.

***

La marca descansaba en la base de su espina dorsal. Era como vino


tinto, como una quemadura, brillante, suave como una cicatriz: un anillo
de delgadas líneas rojas, como una rueda. Era tan grande como su puño.
Su ropa cubría la marca si ella tenía la precaución de usar camisas
largas, pero su bikini nunca lo hizo. Se veía como si hubiera sido marcada,
y lo odiaba.
Una de las razones por las que se dejaba crecer el pelo tan largo era
para tener camuflaje extra. Si tenía el cabello hasta su trasero, podría
caminar en su traje de baño sin preocuparse de lo que la gente decía.
Porque ella había oído todo, desde su primera aparición en una
fiesta de piscina, cuando tenía doce años. Usaba bikini por primera vez,
constantemente corriendo fuera del agua para otro viaje por el tobogán, y
había oído: ¿Qué es esa cosa en la espalda? ¿Cáncer?
Risitas. Sonidos de disgusto e incredulidad.
¿Es eso un tatuaje? ¡Es tan feo!
Había envuelto su toalla alrededor de su cintura, tan pronto como se
dio cuenta de que hablaban de ella, luego se sentó a un lado, la diversión
del tobogán olvidada, mientras esperaba a que Bliss y Elsa la llevaran a
casa.
Desde ese día, había sentido la marca como si fuera un ser vivo.
Como un ojo que la seguía a todas partes.
Sus madrinas dijeron que era tonto ser auto-consciente acerca de
“una pequeña marca de nacimiento”. Es tu cuerpo, no hay nada malo en
ello.
25

Como si fuera normal tener una horrible marca en forma de rueda


en tu piel.
Sintió una punzada de culpa al pensar en Elsa y Bliss, y se preguntó
Página

dónde se encontraban ahora mismo, ya sea que habían volado a San


Francisco o estuvieran desgarrando la casa, presas del pánico. Pero estaba
demasiado cansada para culparse por eso. No le gustaba mentirles, pero
no le habían dejado otra opción. Necesitaba un cierre, necesitaba esa
conexión con sus padres. Enfrentaría las consecuencias cuando esto
terminara.
Acabada su ducha, Mira envolvió su masa húmeda de pelo rubio en
una toalla, se puso el par de calzoncillos y la camiseta sin mangas que
había traído como pijama y se metió entre las sábanas, dejando que las
capas se la tragaran como arenas movedizas.
Se sentía tan cansada que apenas podía sentir sus extremidades,
pero su cerebro no se dormía. Se quedó mirando la oscuridad del techo y
se preguntó si estaba loca por ir todo el camino hasta Beau Rivage para
arrodillarse junto a dos tumbas. Rompiendo los corazones de sus
madrinas para salvar el suyo.
Por supuesto que estás loca. La pregunta es qué tan loca.
Las cubiertas eran pesadas, como tierra encima de ella.
Normalmente, cuando no podía dormir, se refugiaba en ensueños.
Desarrolló una historia de sus padres como una alfombra de terciopelo, y
los guió hacia abajo hasta que se quedó dormida. Pero esta noche se
sentía demasiado atrapada en el presente para salir de él.
Se encontraba en un lugar nuevo, en una hermosa habitación que le
pertenecía. Pensó en Félix, y en cómo la había besado en la mejilla, y su
corazón se aceleró como si quisiera recordarle que estaba allí. Había
pasado ocho meses obsesionada con su plan, escribiendo cartas de amor a
un chico que no existía. Se sentía bien tener un enamoramiento de verdad
por una vez.
Cuando se durmió, soñó con el mar, pétalos de glicinas revoloteando
sobre su piel. Con Félix de rodillas en la arena, espuma de mar goteando
entre sus dedos, murmurando: aquí están.
Se despertó con un ruido tremendo.
26
Página
3

Traducido por MaryJane♥


Corregido por tamis11

a pálida luz del alba se deslizaba alrededor de las cortinas...


lo suficiente para que Mira viera que el cerrojo de la puerta
había sido roto, y la puerta abierta de golpe y tirada con
fuerza contra la pared. Una figura delgada y oscura se
movió rápidamente a través de la habitación...
Y se echó en la cama.
Mira empezó a gritar; alcanzó el teléfono al lado de la cama cuando
el cuerpo del intruso cayó sobre el suyo. Una mano caliente sujetó su
boca.
—¿Qué estás haciendo aquí todavía? —siseó—. ¿Estás loca?
Desorientada pero llena de adrenalina, se retorció como una ola...
era más fuerte de lo que parecía; había tomado baile de salón por años... y
lo hizo rodar de encima de ella, su cuerpo golpeó duramente contra el
suelo. Sus instintos decían: pelea, protégete.
Saltó de la cama y aterrizó sobre él, sus rodillas golpearon su pecho.
27

Luego alcanzó el teléfono... y lo habría quebrado en su cabeza si él no


hubiera sacudido sus caderas y golpeado de lado.
Página

Agarró sus muñecas y la inmovilizó sobre su espalda. Apoyándose


en ella.
Y en el rastro oscuro del alba, lo reconoció. El cabello puntiagudo.
La complexión robusta que realmente funcionaba para mantenerla
atrapada. Y su miedo rápidamente se convirtió en enojo.
—Realmente estás loca —murmuró Blue—. Necesitas salir de aquí,
ahora.
—¡Baja de mí! —dijo, forcejeando para levantar su pierna así ella
podría darle con la rodilla en alguna parte sensible.
—Estoy tratando de evitar que te maten.
—Sí, correcto...
La puerta rota que hace mucho tiempo se balanceaba, se cerró
finalmente. Ahora se abrió de nuevo y un preocupado Freddie asomó la
cabeza. —¿Está todo...?
Cuando los descubrió en el suelo, entró de prisa, luciendo
mortificado. —Blue, ¿qué estás haciendo?
—Sabes lo que estoy haciendo.
—¡Quita a tu estúpido amigo de mí! —dijo Mira.
—Tú eres la estúpida —le dijo Blue—. Porque aún estás aquí.
Bastante seguro de que te dije que te fueras.
Te odio. Mira pensó, mirándolo.
El colgante de la cadena de Blue caía mientras se cernía sobre ella,
la hoja plateada balanceándose delante de su cara, burlándose. Quería
patearlo fuera del camino, pero él tenía sus manos. El suelo que se había
sentido tan lujoso anoche era duro bajo sus hombros; y en sus escasas e
improvisadas pijamas —buenas para vivir en una casa de mujeres, no
para ser atacada por chicos extraños— ella se sentía casi desnuda.
Freddie se dejó caer al lado de ellos, apenado. —Déjala ir, Blue; esto
luce muy mal.
—Siéntete libre de detenerlo —dijo Mira—, en lugar de fruncirme el
ceño como un cachorro triste.
—¡Oye! —dijo Freddie, luciendo como un cachorro triste.
—No voy a lastimarte —dijo Blue.
—Estás lastimando mi muñeca —dijo Mira—. No quiero que me
toques.
28

—No querías que patearas mis pulmones, así que supongo que
estamos a mano.
Página

—Estamos lejos de eso —dijo ella, a través de sus dientes apretados.


—Vuelve al trabajo —dijo Blue—. Tienes que salir de este hotel...y no
volver. Y si tengo que llevarte, al Casino Palace o un Motel 6, Lo haré. Si
tengo que herirte, lo haré... No soy bueno. Así que no me pongas a prueba
a menos que quieras una prueba de eso.
Mira le contestó con palabras que Bliss y Elsa nunca le dejaron
decir. Blue sonrió, como si le hubiera dicho que era un atacante talentoso.
Freddie parecía herido. —Las damas no deberían hablar así.
—Oh, ¡cállate! —espetó ella.
—Sé buena con Freddie —dijo Blue—. Está enamorado de ti.
—Tal vez no soy agradable —dijo ella.
—Bien —dijo Blue—. Sé mala con Freddie. Pero no me culpes si un
gorrión enamorado picotea tus ojos. Estás advertida.
Blue la soltó y tomó sus pies, mirándola cuidadosamente, como
esperando que lo atacara. —Toma tus cosas. Luego nos iremos de aquí.
—Esos gorriones no herirían a nadie —dijo Freddie—. Un arrendajo
azul tal vez. O un colibrí. Pero nunca un...
Blue lo cortó para poder gritarle a ella. —Date prisa. Tienes dos
minutos antes de que empaque por ti.
—Estás loco —dijo Mira, tirando de su sudadera y cerrándola, dado
que no llevaba sujetador y había tenido bastante de estos chicos mirándola
fijamente—. Primero, te ofreces a compensar mi habitación. Luego intentas
arrastrarme a algún sucio hotel. Y cuando tu hermano es realmente
agradable, enloqueces y me atacas. ¿Qué parte de eso tiene sentido?
Blue sacudió su cabeza. —Si te hubiera dejado en algún lugar, no
hubieras conocido a mi hermano. No lo quiero a tu alrededor. Fin de la
historia.
—No puedo creer que tengas celos de tu propio hermano —
murmuró.
—¿Celoso? —Blue entrecerró los ojos, luciendo finalmente, enfadado.
Le dio una forma diferente a su cara de la odiosa arrogancia que llevaba
normalmente—. No tienes idea de en qué estás metiéndote. Ahora, haz lo
que digo antes de que haga algo que lamentaré.
Mira empujó sus pies en sus zapatillas, enojada como un toro,
estaba tan furiosa. —Dudo que lamentes algo. Necesitarías conciencia
para eso.
29

—Sí, Sí... vamos. —Blue extendió la mano y empujó suavemente en


sus omoplatos—. No perteneces aquí. No tienes ni idea.
Página

Blue y Freddie escoltaron a Mira a través del vestíbulo del Dream y a


la puerta delantera, donde un valet, esperaba, para dirigir a los invitados
dentro y fuera de taxis.
Él vio a Blue e hizo señas a un carro del hotel —una SUV Lexus
negra— y los llevó a todos seguros. Mira se preguntó si representaría una
diferencia para el aparcacoches si le decía que era un rehén. Supuso que
no.
—¿A dónde? —preguntó el conductor.
—Llévanos a la propiedad de Deneuve —dijo Blue.
—Viv no va a querer vernos tan temprano —dijo Freddie.
—No me importa lo que Viv quiera.
—¿Alguna vez te importa lo que alguien quiere? —preguntó Mira,
enojada.
—No —dijo Blue.
Blue bajó las ventanas y se encorvó en el ancho asiento de cuero,
sus ojos cerrados, su cuerpo flojo como el agua... como si estuviera
determinado a tomar unos minutos de sueño. Mira tenía ganas de
golpearlo mientras estaba vulnerable, de atacarlo por sujetarla... pero
parecía absurdo empezar a luchar delante del chófer del hotel.
La mañana entera fue absurda. Nunca se había sentido tan furiosa,
o agresiva, en su vida entera. Normalmente no quería golpear a las
personas, o incluso gritarles... porque normalmente podrías razonar con
las personas. Y si no pudieras, podrías evitarlos. Pero Blue era imposible.
Era tan rudo y beligerante y… sobre todo implacable.
Mira se acomodó e hizo lo posible por tranquilizarse. Tal vez Félix
podría golpear a Blue por ella después.
Viajaron en cercano silencio, Freddie periódicamente le preguntaba
al conductor si quería oír el CD de su banda, el conductor siempre
contestaba con un firme no. Los altos edificios y la plateada superficie del
océano dieron paso a las espesas carreteras con magnolios y robles
cuando dejaron atrás la ciudad. Un olor a maleza infundido en el auto, tan
fuerte que Mira podía saborearlo.
Cuando llegaron a la propiedad de Deneuve —una mansión blanca
situada en el borde de un campo de golf arbolado— Mira pasó de furiosa a
irritada, y dirigiéndose a esperanzada. Viv parecía un nombre de chica. Viv
probablemente no la atacaría o le daría órdenes; incluso podría ponerse de
su lado y gritarle a Blue y Freddie... especialmente por molestarla tan
30

temprano en la mañana.
Cuando salieron del auto y se dirigieron hacia la casa, Mira vio que
Página

un fornido y moreno adolescente empujaba un cortacésped por el jardín,


cortando alrededor de los robles que puntuaban el césped delantero.
Sudor recorriendo su pecho, y los pedazos de césped cortado motearon su
piel castaña. Llevaba un par de shorts de baloncesto marrones con una
camiseta envuelta en el cinturón.
Apagó el cortacésped cuando los vio... y frunció el ceño.
Mira esperó que ése no fuera Viv. Pero en el lado bueno: alguien más
era infeliz al ver a Blue y Freddie. El mundo tenía más sentido.
Blue subió la colina como si el chico de expresión enojada lo hubiera
exaltado. Mira se apresuró a continuar.
—¿Podría llevar tu maleta? —preguntó Freddie. Parecía un poco
culpable... pero esperanzado, también.
—No. —Ella torció la correa alrededor de su muñeca así que él no
podría quitársela—. No me hagas ningún favor.
—Pero me gustaría hacerte favores.
Ella lo miró enojada. —No.
Cuando se acercaron a la casa, una mujer se levantó en la vista del
porche. Llevaba una túnica transparente rosa, adornado con un marabú, y
sostenía un Martini lleno de lo que parecía ser jugo de naranja. Sus
grandes, muy alegres —probablemente muy caros— pechos subían del
escote de su bata. No hicieron más que menearse cuando ella saludó.
—¿Esa es Viv? —preguntó Mira.
Blue estalló en risas. —Tienes suerte de que no te oyera decir eso.
—Esa es Regina, la madrastra malvada de Viv —dijo Freddie—. Er,
madrastra —corrigió—. Madrastra normal es lo que quise decir.
—Um… bien —dijo Mira.
—Y ése es Henley —dijo Blue cuando redondearon la colina,
señalando al chico de la cortadora—. Trabaja aquí como jardinero. Entre
otras cosas.
Cuando llegaron a Henley, él limpiaba el sudor de su cara con su
camiseta. Era de su edad, diecisiete o algo, pero su frente se veía
arrugada, como si hubiera gastado años estando en guardia, esperando a
que algo malo pasara.
—¿Por qué tienen que traer a Knight aquí? —preguntó Henley. Su
voz era profunda y dura, como los chicos en la escuela, que suspendía
todo y siempre lucía enojado.
31

—Relájate, Silva —dijo Blue—. No seas paranoico.


—Henley piensa que quiero salir con Viv —susurró Freddie a Mira...
demasiado alto para ser sutil—. Pero no lo hago. No he hecho un solo
Página

contacto.
—¿Quién es? —preguntó Henley, ahora mirando a Mira.
—Nadie importante —dijo Blue—. Sólo una seductora chica al azar
que estoy protegiendo.
—Soy Mira —dijo, extendiendo la mano.
La mano caliente, sudada de Henley cubrió suya. Sus ojos se
estrecharon y aún parecía enfadado, pero no parecía dirigido a ella. —Un
placer conocerte, supongo. Es una pena que sea en compañía de este
imbécil.
—Viv está viva, ¿verdad? —dijo Blue—. ¿No arrancaste su corazón?
—¿Que está mal contigo? —espetó Mira—. Eso es repugnante.
Los ojos de Henley eran duros, su mirada fuerte. —Tienes suerte de
que no tenga un hacha, Valentine.
—No todos —dijo Blue—. Así que, ¿Viv?
—¿Qué quieres con ella?
Henley era el jardinero, pero se comportaba como un guardia. Mira
se preguntó sobre qué era eso. Quizá era el novio de Viv...o deseaba serlo.
Blue se encogió de hombros. —Tenía que sacar a Mirabrat del hotel.
Félix se aferró a ella y ella piensa que él es un soñador.
—Oh, cállate —dijo Mira—. No sabes nada sobre mí.
—Sin embargo —continuó Blue—, no tiene un lugar para quedarse,
así que pensé en molestar a Viv. Me pareció una buena idea cuando lo
pensé por primera vez.
Blue miró hacia la madrastra de Viv, quién se apoyaba en el pórtico,
zambullendo su dedo en su vaso del Martini y mirando al grupo. —¿Está
Regina asegurándose de que el césped se hace, o está parada en caso de
que necesites que lama el sudor de tu pecho?
Henley se erizó. —Sólo le gusta tomar desayuno afuera.
—Eso es lo que imaginé —dijo Freddie amigablemente—. Parece una
buena mujer. Aparte de la maldad.
—Cállate, Knight —gruñó Henley.

***
32

Finalmente, los cuatro giraron otra vez, donde se hallaba el balcón


de Viv.
El balcón daba a un pequeño jardín formando un pozo de piedra
Página

rodeado por árboles frutales. Los pájaros situados en las ramas como
adornos en un árbol de Navidad... hasta que vieron a Freddie, al punto en
que ellos se apresuraron a rodearlo, rodeando su cabeza como una corona
flotante. Las ardillas surgieron de la maleza para chillar a sus pies.
Freddie ofreció su mano, y un gorrión se posó en su dedo. Rió, y
dijo—: Mira, ven. —Luego le hizo señas para que se acercara, diciendo—:
No te preocupes, este no picará tus ojos. —Pero Mira guardó su distancia,
demasiado aturdida para moverse.
Las criaturas del bosque ignoraron a Henley y Blue, pero no se
cansaban de Freddie. No era una vista espeluznante, pero estaba mal. Era
en contra de la naturaleza. Mira apretó sus ojos cerrados, esperando que
el adorador enjambre de animales desapareciera.
Pero cuando abrió sus ojos, los animales aún seguían allí. Freddie
aún reía con su dulce y quisquillosa risa. Y Henley le fruncía el ceño a
Freddie como si estuviera hecho de pura maldad.
—Diferentes señales, diferente destino —le dijo Blue a Henley, su voz
baja y calmada. Sus ojos fueron rápidamente hacia Mira... luego lejos.
—Oh, sí —resopló Henley—. Como si ella no lo notara.
Las puertas francesas que llevaban a la habitación de Viv se
encontraban ampliamente abiertas, una brisa ondeando las blancas
cortinas vaporosas dentro y fuera.
Henley puso sus manos alrededor de su boca. —¡Viv! ¡Despierta!
Un minuto después, una chica caminó hacia el balcón. La luz del sol
la reveló lentamente, como si estuviera reacio a tocarla.
Su piel era de blanco tiza, sus labios eran rojo-rosa como semillas de
granada, y su pelo era tan negro como un trazo de caligrafía china. Llevaba
un camisón que estaba casi plano contra su figura menuda, infantil, y
tenía una máscara de sueño de satén rojo colocada en su frente.
—Hola ahí, Vivian —dijo Blue.
Viv apoyó los codos en la balaustrada, y tres palomas aletearon
desde el techo para unírsele. —Dios. Primero el cortacésped y ahora esto.
Necesito mi sueño de belleza, sabes.
—Tendrás suficiente de eso pronto —dijo Blue—. Tal vez podrías
permanecer consciente mientras puedas. —Él le sonrió torcidamente, y Viv
frotó una mano por su rostro, luciendo miserable.
33

—Si pudiera controlar esos pájaros, estarían cagándose sobre ti —


dijo.
—Es una pena que tengas sus corazones, no sus mentes —dijo
Página

Blue—. ¿Podemos subir?


—Supongo —dijo Viv—. No te irás hasta que diga que sí.
Henley los llevó a través de la puerta trasera y en la cocina, pedazos
de césped cayeron en el suelo cuando tiró de su camiseta. Parecía
incómodo en la elegante casa. Como si no perteneciera allí, y lo supiera.
Cuando llegaron a la habitación de Viv, Viv estaba vestida y sentada
al borde de una enorme cama roja y negra, su cuerpo destacaba contra las
sábanas de color rojo sangre de la cama. Viv tomó un trago de una media-
vacía botella de Coca Cola e hizo una mueca. —Está sin gas —se quejó—.
Y caliente.
—Porque eres malditamente perezosa para ir abajo y tomar una
nueva —dijo Henley.
—Porque no quiero ver a la perra —espetó Viv de vuelta.
Blue se echó en la cama y agarró una almohada para ponerse
cómodo. —Oye, por lo menos es un desayuno en el que no puede
ahogarse.
—Cállate —dijeron Viv y Henley a la vez.
Mira se preguntó que se suponía que significaba eso. ¿Quizá Viv se
había ahogado alguna vez en algo? ¿Y ahora se burlaban de ella por eso?
Suspirando, Mira se sentó en la silla del escritorio de Viv, junto a
una laptop Mac. Era demasiado difícil mantenerse al ritmo de estas
personas y dentro de sus bromas; no sabía de lo que hablaban la mitad del
tiempo.
El logo Apple de la laptop estaba cubierto por una X de cinta
eléctrica negra. Mira estrechó sus ojos a esto. Raro.
—Así que, ¿qué pasa? —preguntó Viv, provocando que Mira girara
en su silla. Viv la miraba fijamente, sus oscuros ojos brillando—. ¿Ella es
nuestra?
Blue sacudió su cabeza. —Fuera del pueblo. Sólo haciendo guardia.
Viv asintió, como si tuviera sentido para ella. —Linda. Pero necesitas
conseguir una nueva afición.
Una paloma aleteó en del balcón y aterrizó en el hombro de Viv,
arrullando dulcemente. Una cadena de mariposas azules siguió, luego
flotaron hacia Freddie.
Freddie rió de nuevo, y Henley gruñó y lanzó la botella de Coca Cola
de Viv a través de las puertas francesas abiertas. La botella no alcanzó la
34

barandilla, y el líquido marrón se derramó sobre el balcón.


—Estás limpiando eso —le dijo Viv.
Página

—¿Algo más que quieras que haga? —espetó Henley.


Viv rodó los ojos. —¿Tomar clases de manejo de la ira? ¿Dejar de ser
un idiota?
—Voto por todas las anteriores —dijo Blue, abrazando la almohada
de Viv y rodando sobre su espalda hacia ellos—. Ustedes hacen imposible
dormir.
—¡Lo dice el tipo que me despertó a las siete de la mañana! —Viv
agarró su almohada y tiró del agarre de Blue, entonces lo golpeó con esta,
hasta que él finalmente se levantó.
Todos estuvieron quietos por un momento. Un ratón con una
margarita entre sus dientes tomó ventaja de la quietud para echar a correr
por el suelo. Dejó caer la margarita a los pies de Viv, entonces se lanzó
bajo la cómoda antes de que cualquiera pudiera caminar sobre él.
Mira quería preguntar, ¿Por qué ese lugar se hallaba lleno de
animales? ¿Animales lindos y pequeños que actúan como si estuvieran
enamorados de Viv? Pero el hecho que nadie más preguntaba, la hizo
dudar.
—Deberías salir con nosotros —le dijo Viv a Mira, agachándose para
encontrar un par de sandalias bajo su cama, y desenterrando un
minúsculo conejo blanco en el proceso.
—Yo sólo quiero... —Mira empezó a explicar porque estaba en Beau
Rivage, pero Viv la interrumpió antes de que pudiera terminar.
—No te preocupes —dijo Viv con una sonrisa—. No dejaremos que
nadie te haga daño. —Se giró hacia los otros—. ¿Les apetece ir a la Casa
de Jengibre?
—Bien para mí —dijo Blue—. Félix no pondrá un pie en ese lugar.
—Eso es porque ustedes poseen, como, cinco restaurantes de lujo.
Tampoco iría si tuviera mi propio sushi bar abajo. —Viv se deslizó en sus
sandalias, atando los cordones de cinta roja alrededor de sus tobillos—.
Sólo dame un minuto.
Enderezándose, Viv se examinó y se paró delante de un espejo de
marco negro. El espejo capturó su reflejo desde la cabeza hasta la cintura,
y Viv parecía nerviosa cuando se miró en este. Retorciendo su cabello en
una espiral desordenada, parpadeó ante el cristal como si estuviera
esperando su aprobación.
—Te ves hermosa —dijo el espejo—, exquisita.
El espejo… ¿habló? Mira entrecerró los ojos para ver si había una
caja de altavoz unido. Como si… tal vez pudieras comprar un espejo que
35

viene con frases predefinidas: apretaras un botón y dijera—: ¡Eres


preciosa!
Pero Viv parecía disgustada, no halagada. Juró y dio un tirón a los
Página

alfileres de su pelo, negras olas colgando por sus hombros, luego bajó la
cabeza y se desordenó el cabello con las manos. —¿Peor? —preguntó, con
un aspecto enojado en su cara.
—Aún hermosa —contestó el espejo—. Más hermosa que ella.
Mira hizo un sonido ahogado, y Blue pateó su camino fuera de la
cama, derribando otra almohada cuando sus botas golpearon el suelo.
—¿Podrías dejar de jugar con el espejo? —preguntó Blue—. Estás
asustando a nuestra invitada.
—Sólo verificaba —dijo Viv defensivamente.
—¿Por qué molestarse? Ya sabes cuál será la respuesta.
—Lo sé. Pero... —Viv agitó su cabeza—. No importa.
Freddie se puso de pie, enviando a las mariposas en un frenesí. —
Iremos a La Casa de Jengibre, Viv. Los panqueques te harán sentir bien. Y
quizá ganarás algo de peso y Regina estará contenta durante un tiempo. —
Intentó darle una sonrisa brillante, pero no pareció mejorar el humor de
Viv.
—Regina nunca está contenta. —Viv suspiró y dejó la habitación,
sus sandalias de plataforma golpeando por las escaleras.
Mira notó que Henley miraba a Viv... mirando el espacio dónde ella
había estado, una vez que se había ido... con la misma mirada de
admiración que el espejo había puesto en ella. El anhelo notable en su
rostro hizo temblar a Mira.
Se sentía como si hubiera tropezado en un mundo de extraños
secretos... en el país de las maravillas, en lugar de la ciudad donde había
nacido... y sus secretos fueran como dinamita esperando para explotar. No
estaba segura de cuanto quería saber.
36
Página
4 Traducido por Nats
Corregido por Juli_Arg

a casa de Jengibre era un café cursi, ubicado en una


cabaña que había sido decorada con caramelos. Los marcos
de las ventanas eran a rayas de color blanco y rojo, y había
cuadros lacados de fresa pegados a la pared, medallones de
caramelo, piruletas de arco iris y pastillas de menta.
La madrugadora multitud se encontraba dividida en: una mezcla de
comensales solitarios, parejas, y policías. Doce chicas en vestidos de fiesta
caminaban descalzas por el aparcamiento, llevando los zapatos en mano—
como si se hubieran pasado la noche entera en discotecas y fueran reacias
a regresar a casa.
Un grupo de turistas de mediana edad, vestidos con camisetas que
llevaban el nombre de un faro que habían visitado, fueron rechazados en
la puerta por una mujer en uniforme de camarera Bárbara, con la
explicación de que necesitaban una reserva.
Viv no se encontró con la misma resistencia. Demandó una mesa
para ocho personas en medio de la estrecha cafetería, luego sacó su
teléfono y comenzó a invitar a gente. Una camarera se apresuró a
distribuir los menús y todas las tazas de espeso café negro.
Mira se encontró sentada cerca del final de la mesa, al lado de Blue y
frente a Freddie. Tuvo un momento en el coche —encajada en el asiento
trasero con gente que apenas conocía— cuando la situación le abrumó.
Había sentido un repentino estallido de soledad y desamparo —
desesperada ya que no encontraría las tumbas de sus padres después de
todo— y calientes lágrimas se deslizaron por sus mejillas. Rápidamente se
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había girado hacia la ventana y se las había limpiado. No creía que alguien
se hubiese dado cuenta de que se sentía molesta —y no quería que lo
hicieran.
Página

—Las tortitas son realmente buenas aquí —dijo Freddie—. También


los gofres.
Mira escaneó el menú. Trató de aligerar su voz. —Estoy buscando la
libertad con un poco de orden de restricción, pero todo viene con beicon.
—La orden de restricción cuesta más —dijo Blue, abriendo dos
paquetes de azúcar y vertiéndolos en su café—. No se permiten
sustituciones.
—Eso apesta. Creo que iré a por el beicon —dijo Mira.
Mientras los demás ordenaban, Blue se acercó la taza de café a los
labios y preguntó en voz baja—: ¿Por qué llorabas antes? ¿Tenías miedo?
Mira negó, no muy segura de cuánto decir. —No. Estaba… pensando
en algo que me puso triste.
—Está bien. Quería asegurarme de que no te asustamos.
—No pensabas en eso cuando irrumpiste en mi habitación.
Blue se encogió de hombros, luciendo culpable. —Quería asustarte
entonces. Pero sólo para advertirte. Nunca quise hacerte llorar, eso lleva
las cosas a un lugar diferente.
—¿A qué lugar?
—A un lugar en el que estoy dañando a la gente, y no ayudándoles.
—¿Así que todavía piensas que estas ayudándome?
—Tanto si lo sabes como si no. —Y luego se quedó callado, dirigió su
atención a la camarera, y se echó a reír por alguna broma que hizo Viv. Se
levantó pasa saludar a un gran, fornido hombre que se dirigía hacia ellos.
El chico parecía que no se había ido a la cama todavía. Llevaba una
arrugada camisa Hawaiana y tenía impresas marcas de pintalabios en su
cuello, de dos colores diferentes. Su desgreñado cabello de oro se enredaba
alrededor de su cara, y se las arregló para parecer satisfecho a pesar de su
desaliño.
—Este es Rafe —dijo Freddie—. Es el que echó abajo tu puerta.
Hubiera venido con nosotros, pero tenía que… ah, escoltar a algunas
señoritas a casa.
Mira asintió, hojeando a Rafe cautelosamente. Tenía un strike contra
él, y la sensación de que habría más.
Rafe se dejó caer junto a Viv y colocó el brazo sobre el respaldo de su
silla, luego procedió a mirarle la camisa. —Viv sigue sin tener tetas —
38

anunció.
Henley estampó el puño contra la mesa, haciendo sonar los platos y
Página

la cubertería. Luego murmuró algo sobre marcharse antes de matar a


alguien, y se fue del café.
Viv suspiró. —Para de hablar sobre mis tetas, imbécil.
—Rafe, por favor, muestra modales —dijo Freddie—. O al menos
finge que los tienes.
Rafe ignoró a ambos. —Perdiste la lotería de la pubertad, Viv. Haz
que tu padre te compre un par. El mismo set que tiene tu madrastra.
Viv tomó un sorbo de su Coca-Cola, sus ojos entornados y
despectivos, como si estuviese acostumbrada a esto. —Sabes, si tuviera
que romper tu maldición, me suicidaría.
—Yo lo haría, también. Necesito algo para alegrarme si estoy
destinado a estar atrapado con una sola chica por el resto de mi vida.
—Hay damas presentes —dijo Freddie, su plateada voz adquiriendo
un deje afilado.
Finalmente, Blue le lanzó un trozo de tostada a Rafe. —Mantén tu
charla maldita para ti mismo, Wilder.
Rafe tomó el trozo de su regazo, lo dobló como un taco, y se lo comió
en dos bocados.
—No puedes quejarte —dijo Rafe con la boca llena, señalándole a
Blue con un dedo carnoso—. Ese es un problema que nunca tendrás, estar
atrapado con una sola chica. Puedes tener tantas como quieras. Sólo
continúa con la siguiente.
Blue lo miró, fría, constantemente—con genuino desprecio.
Luego otro de sus amigos llegó, desviando la atención y evitando que
Blue y Rafe peleasen.
—¿Qué es toda esta charla maldita? —le murmuró Mira a Freddie.
—Sólo una broma —dijo Freddie, mostrando una sonrisa poco
convincente.
Mira le hizo un puchero. Era obvio que no le contaba algo.
La nueva chica tomó asiento a los pies de la mesa, entre Mira y
Freddie, y cuando Mira la miró —realmente la miró— olvidó por qué le
hacía pucheros a Freddie en primer lugar.
La nueva chica era la más hermosa que Mira había visto alguna vez.
Brillante, lacio pelo negro que le llegaba hasta la cintura. Sus ojos de
cervatillo tenían largas pestañas, tan oscuros que eran casi negros; su piel
39

brillaba como la seda. Su cara era tan adorable que con sólo mirarla te
hacía feliz, e incluso olía genial—como a madreselva. No había mariposas
flotando alrededor de su cabeza—pero debería.
Página

Freddie las presentó. —Mira, esta es la Srta. Layla Phan. Layla, te


presento a Mira.
—Hola —dijo Layla. Su voz era suave, dulce pero hubo algo en su
expresión feroz cuando miró a Rafe.
—¿No quieres sentarte junto a mí? —le llamó Rafe con una sonrisa.
—No, no quiero —dijo Layla—. No me sentaría a tu lado ni aunque
cualquier otro sitio en la habitación estuviera en llamas.
—Ouch. —Rafe hizo una mueca, luego se recuperó con una sórdida
sonrisa—. Eso me dolería si lo creyese. Sabes que tienes curiosidad por ir
a dar un paseo.
—Casi tanta como lo estoy de contraer sífilis —espetó Layla.
—Se refiere a un paseo en su coche —le aclaró Freddie a Mira,
luciendo como si deseara desesperadamente que fuese lo suficientemente
tonta como para creerle.
—¿Su coche tiene sífilis? —preguntó Mira, fingiendo sorpresa.
Cuando Freddie se sonrojó, dijo—: Sé que no es a lo que se refería.
Freddie asintió, avergonzado, y se frotó la cara con las manos. —
Tienes razón, siento que tengas que escuchar eso. Él se… será reformado,
eventualmente.
—Es sólo una herramienta —murmuró Layla. Su mano temblaba
contra la mesa—. Me encantaría simplemente dispararle con un rifle de
caza cuando el día de su transformación finalmente llegue.
—¿El día de su transformación…? —preguntó Mira.
Los grandes, oscuros ojos de Layla parpadearon en Mira y pareció
recordar dónde se encontraba. —Oh. Nada. No importa. Hola. Olvidé que
no te conozco. Yo… exagero. Un montón. Ni siquiera tengo un rifle.
—Puedes conseguir uno en Walmart —dijo Viv—. Cárgala en mi
tarjeta. Usaré mi estado en coma como una coartada.
Mira se centró en comerse sus tortitas, a pesar de que empezaba a
sentirse mal. ¿Qué ocurría con esta gente? ¿Estaban todos locos?
Junto a ella, Blue parecía nervioso. Despedazaba su beicon en
trozos. Sus dedos brillaban con grasa.
—Estoy comenzando a pensar que fue un error presentarte a todo el
grupo —dijo.
Rafe seguía metiéndose con Layla; Layla se peleaba con él,
insistiendo en que las hadas no convertían a la buena gente en monstruos,
40

simplemente exponían la monstruosidad que ya había ahí; y Freddie hacía


todo lo posible para actuar como el pacifista, o un profesor de modales de
1850, o lo que sea que él pensaba que hacía. Henley observaba al grupo
Página

desde afuera, apoyado contra la ventana, fumándose un cigarrillo. Viv


cortaba una tarta de manzana con una mueca masoquista en su cara.
—No es de extrañar que seas un monstruo —dijo Mira finalmente.
—Oh sí, lo aprendí de observarles —dijo Blue con una leve sonrisa.
—Quiero que sepas —dijo Mira—, que cualesquiera que sean tus
intenciones, incluso si piensas que son buenas, no he viajado hasta aquí
para ser dirigida y cuidada por locos. Hay cosas que necesito hacer aquí, y
tengo la intención de hacerlas.
—Genial, sólo mantente lejos de nuestro casino.
—No —dijo.
Blue se giró completamente entonces; agarró su muñeca —fuerte,
como si tratara de intimidarla— y ella le arrojó su pegajoso-por-el-sirope
cuchillo de la mantequilla y se retorció para liberarse de su agarre.
Causando una escena, por supuesto. A veces tenías que hacerlo.
Se puso de pie. —No me digas qué hacer. Y no me maltrates a no ser
que quieras ser desmembrado. Esta es la última advertencia.
—¿Podrías bajar la voz? —siseó Blue.
—No, no lo haré —dijo, alzándola a propósito. Había una mancha de
sirope del tamaño y forma del cuchillo en el pecho de Blue. La gente los
miraba, pero por extraño que pareciese, nadie parecía sorprendido por su
arrebato—y tampoco le importaba si lo estaban. La ira mezclada con el
azúcar en su cuerpo le hizo sentir náuseas. Sólo quería irse. Así que
agarró su bolso y, por segunda vez en dos días, salió furiosa.
—Siempre tan popular con las chicas, Blue —dijo Viv.
Mira escuchó una silla siendo empujada hacia atrás como si alguien
estuviera a punto de correr tras ella, y luego la voz de Blue diciendo—:
Olvídalo, Freddie.
—Pero está molesta —dijo Freddie.
—Es mayorcita; déjala jugar con fuego si es lo que quiere.
—Bonito culo —dijo Rafe.
Y luego la puerta se cerró detrás de ella, gracias a Dios silenciando el
gallinero; y Mira atravesó laboriosamente el caliente estacionamiento, sus
chanclas aplastándose como si fueran a derretirse sobre el humeante
asfalto.
Henley la miró cuando se acercó. —¿Necesitas que te lleve? —
41

preguntó. No parecía especialmente entusiasmado de hacerlo.


—No —dijo ella—. Pero gracias. Diviértete con los locos.
Página

Él bufó. —No lo llamaría diversión.


—Estaba siendo sarcástica.
Henley asintió, acercándose el cigarrillo a los labios, y ella se puso
en camino hacia Dream.
5
Traducido por Monikgv
Corregido por Vane-1095

ira se detuvo en uno de los ostentosos baños del Dream,


se cambio de ropa a una arrugada, pero normal, y buscó
algo de suero de su bolso para disminuir los rizos
pequeños de su cabeza, y para desenredarlos, y lo frotó a
través de su cabello. Aún lucía como un desastre, pero al menos no usaba
sus pijamas, y su cabello se estaba comportando un poco. Luego fue hacia
la recepción y preguntó por Félix Valentine. Su corazón latía como loco. Se
preguntó si la mujer de la recepción podía oírlo.
Cuando Félix llegó, se veía incluso mejor de lo que ella recordaba.
Sus ojos eran brillantes, su sonrisa apareció muy rápido.
—Hola, Mira —dijo.
Inmediatamente comenzó a balbucear. —No sé si es un buen
momento. Si no lo es, está bien. Habría esperado a que me llamaras, pero
tu hermano entró en mi habitación esta mañana y me hizo irme, y yo…
creí que debías saber.
—Espera, ¿dilo de nuevo? ¿Blue entró en tu habitación?
—Uno de sus amigos rompió mi puerta y me forzaron a irme con
ellos.
—No puedo creer que nadie me habló sobre esto —murmuró Félix—.
Dame un minuto. —Sacó su teléfono y se alejó para hacer una llamada.
Ella no pudo escuchar mucho, el vestíbulo se hallaba muy concurrido a
esta hora del día, pero podía decir por su cara que le gritaba a alguien.
42

Cuando volvió, la irritación se había ido de su rostro. —Ya me hice


cargo de ello —dijo—. No va a suceder de nuevo.
Página

—Gracias. —dijo ella, arrastrando una sandalia contra el suelo. De


repente, se sentía tímida. No estaba acostumbrada a que la gente se
enojara en su defensa, pero como que le gustaba. La hacía sentirse como
si le importara a él.
Félix pasó sus dedos a través de su cabello e inclinó su cabeza hacia
un lado para mirarla. —Necesito salir de aquí por un rato. ¿Quieres ir a
buscar hoy? Soy todo tuyo si me quieres.
Asintió, no confiando en sí misma para hablar.

***

Comenzaron su búsqueda en el cementerio más grande de Beau


Rivage, luego fueron hacia el más pintoresco. Eventualmente, el calor
sofocante los siguió en los interiores, dentro del restaurante vietnamita
más vacío, donde se sentaron en una mesa negra tambaleante por dos
horas, ordenaron dos cafés helados y rollos de verano y platillos que Mira
no podía pronunciar, mientras que la cafeína y toda la atención de Félix la
hacían estar mareada.
Félix se había cambiado antes de salir del Dream, fuera de su traje
en unos vaqueros y una simple camiseta blanca que lo hacían ver como
una persona diferente.
No era intimidante cuando caminaban a través de los cementerios en
el calor, sudando y ensuciándose así como ella. Él había traído unos lentes
para el sol, lo cual ella pensó que era injusto, ya que el blanco brillante del
sol la hacían entrecerrar los ojos; y en el restaurante, los limpió y se los
puso, colocó sus mejillas en sus manos, y lo retó a quitárselos con su
mejor cara impasible de diva.
Él le levantó una ceja. —No voy a pelear contigo por eso. Esos son
mis lentes de sol más baratos.
Arrugó su nariz, canalizando Myrna Loy en The Thin Man1—y él se
río.
Bebió tantos cafés helados y lo miró por tanto tiempo que su sangre
zumbaba. Su corazón no paraba de latir rápido.
En el auto —que era negro, con las ventanas polarizadas— Félix
puso jazz. Mira conocía algunas de las canciones porque las había bailado,
y Félix admitió que era la influencia de su mamá. Una de las únicas cosas
43

sobre ella que se había quedado con él.


—Eso era todo lo que ella escuchaba cuando yo era un niño —le
Página

dijo—. Me daría un rompecabezas o alguna cosa, ponía algo de jazz y se


vestía como si fuera a salir, sólo para tambalearse alrededor de su

1La cena de los acusados fue la primera de las comedias de detectives protagonizadas por
William Powell y Myrna Loy como Nick y Nora Charles y con sus protagonistas obtuvieron
una enorme popularidad.
habitación por una hora. La música era su escape, creo, de mí, de mi
papá. No que él pasara mucho tiempo con nosotros antes de que ella se
fuera.
Mira le preguntó sobre su padre—: ¿Cómo era él? —Pero Félix se
veía renuente a hablar sobre él, así que lo dejó así.
Pasaron cerca de hermosas casas antiguas, edificaciones
abandonadas y frágiles, estrechándose en la arena blanca. Le contó a Félix
sobre su próximo cumpleaños, cómo sentía que ya era hora de dejar de
desear y finalmente hacer algo. Luego lo nerviosa que había estado de
haber cometido un error… y lo agradecida que estaba con su ayuda.
Terminaron el día en un viejo y triste cementerio cerca del mar. La
mayoría de las lápidas se encontraban rotas, los mausoleos se habían
derrumbado, pero aún podías leer las inscripciones. Mira de hecho se
había sentido aliviada de no encontrar las tumbas de sus padres en este
lugar fracturado.
Se sentaron lado a lado en un banco de piedra, bajo la sombra de un
árbol que caía con musgo español, cuando Mira sacó la foto que había
traído. La que guardaba al lado de su cama en casa, y a la que
susurraba buenas noches antes de irse a dormir.
La sostuvo por los bordes, para no mancharla con los dedos
sudorosos.
—Esta es una foto de mis padres —le dijo—. Si la quieres ver.
—Claro que quiero verla.
Le dio la foto a Félix. Era un retrato de sus padres en el día de su
boda. Su madre usaba un vestido antiguo con cuello de encaje que bajaba
hasta su garganta. Su padre se veía apuesto en su traje negro, de pie con
su brazo alrededor de la madre de Mira, con el porte de un noble oficial del
ejército, o un caballero. Los dos eran muy hermosos. Muy felices.
—Adora y Piers —dijo Félix, repitiendo los nombres que le había
dicho antes—. Se ven bien juntos.
—Eran perfectos juntos —dijo ella—. Quiero decir, imagino que lo
eran. Cuando pienso sobre cómo pudieron haber sido. —Mira baja su
44

cabeza, avergonzada—. Yo… invento historias sobre ellos. Es un poco raro.


—No es tan raro. Pienso a veces sobre el pasado, como deseo que
hubiera sido diferente. Hay cosas por las que daría cualquier cosa para
Página

cambiarlas.
—¿Como qué?
Él colocó la foto en el regazo de ella; levantó los lentes de sol robados
de su nariz. —¿Llevarte por los alrededores no es suficiente? ¿Necesitas
también saber mis secretos?
Mira se rió. —Por supuesto.
Félix miró hacia el cielo, serio ahora. Las hojas susurraban por
encima de él, arrojando sombras imprecisas que se estremecían en su
rostro. —¿Cómo debo decir esto? Muchas veces… Voy a pensar que
conozco a alguien, que puedo confiar en ellos. Y luego me entero de que
me equivoqué. Y deseo que pudiera desaparecer el hecho de haberlos
conocido.
Lo observó cuidadosamente mientras él trataba de explicarle. Sentía
como que estaba viendo algo que él no quería mostrarle, y quería ser digna
de ello.
—Me he quemado mucho —dijo—. Te hace… después de un tiempo,
te hace sentir estúpido. Sigo repitiéndome… —Su mandíbula se tensó y se
quedó en silencio, como si estuviera debatiéndose en incluso decirlo.
—¿Qué? —preguntó en voz baja.
Félix suspiró, se limpió el sudor de la frente, y miró lejos, hacia el
mar. —Sigo repitiéndome que el amor no es algo que te destruye. Porque
no quiero creer que lo hace. Que tiene que ser así. Pero cada relación que
he tenido ha terminado en desastre. Así que se siente como… que el amor
te destruye. Como si eso es todo lo que hace.
Mira se preguntó cómo lo habían traicionado. Lo que una chica, o
chicas, habían hecho para romper su corazón.
Y se dijo a sí misma que nunca lo lastimaría así.
No que ella tendría la oportunidad.
Félix se puso de pie, como si la conversación se hubiera terminado.
—Lo siento Mira… no quería desahogarme así contigo.
Fue y se puso de pie al borde del cementerio, en medio de trozos
rotos de los ángeles de piedra, y se quedó mirando hacia el agua. Había
una grieta en él, en la persona que él quería ser. Era una grieta que ella
reconocía, porque también estaba en sí misma.
Mira se levantó, la foto revoloteando de su regazo, olvidada. Se
acercó de puntillas hacia él, como si fuera un baile con pasos muy
precisos, y apoyó sus dedos en su espalda. Ligeramente, sólo para que él
45

supiera que ella se encontraba allí.


—No siempre será de esa forma —le dijo, tratando de no sonar
Página

ingenua. Sabía que era una chica en la que él podía confiar. Si así lo
quería…
El agua brillaba como el cristal, la luz del sol se rompía en
fragmentos brillantes. El calor sin fin, la humedad, y los perfumes fuertes
del verano la hacían consciente de lo físico, en todos los sentidos—y
debilitaban el atractivo de las fantasías.
Quería envolver sus brazos a su alrededor, presionar su mejilla en
su espalda, y sostenerlo fuertemente. Pero no podía dar ese salto. No sin
alguna señal de que él quería eso. Sería muy humillante si la empujara
lejos.
Félix estuvo quieto por tanto tiempo que no creía que le iba a
contestar. Pero luego se dio la vuelta, y sus brazos se deslizaron alrededor
de él antes de lo pudiera pensar—y de repente él la sostenía también, muy
naturalmente, y la miró, como si estuviera tratando de ver quién era ella
realmente. Una comisura de su boca se elevó, tan brevemente que apenas
podría ser considerada una sonrisa—pero en ese momento, era todo.
—Ya veremos. —dijo él.

***

Félix dejó a Mira en el Dream, le dijo que cargara la cena a su


habitación, y le dio la llave de su suite. Él tenía que volver al trabajo, pero
le prometió que le conseguiría una nueva habitación luego—una con una
puerta intacta, donde Blue no la molestaría. Hasta ese entonces, ella era
libre para pasar el rato en su suite.
Ahora se encontraba acostada en la cama de Félix, hojeando una
vieja antología de cuentos de hadas que había encontrado en su librero, y
soñando despierta—recordando la manera en la que sus brazos se sentían
a su alrededor—mientras mordía una gigante galleta con chispas de
chocolate que había tomado del buffet.
El libro de cuentos de hadas se encontraba en mal estado. La
cubierta se soltaba de la encuadernación cada vez que lo movía, el índice
había desaparecido, historias enteras se habían caído y desaparecido. Pero
al ir a través de él, encontró la mayoría de los cuentos famosos, y muchos
otros que eran nuevos para ella.
“Cenicienta”. “Los Zapatos Rojos”. “La Bella y La Bestia”. “El Enebro”.
Mira había visto la mayoría de las películas de los cuentos de hadas
de Disney, y tenía vagos recuerdos de poseer un libro o dos con imágenes
de Grimm, pero los cuentos de hadas no habían sido gran parte de su
46

niñez. Elsa y Bliss la ocuparon con novelas clásicas a una edad temprana,
así que había gravitado hacia aquellos—Frances Hodgson Burnett, Louisa
Página

May Alcott, Laura Ingalls Wilder—y sólo tenía recuerdos dispersos de niños
comiendo casas de caramelo, “no me puedes atrapar, soy el hombre de pan
de jengibre”, gansos que ponían huevos de oro, zapatillas de cristal, y
brillantes secuencias de transformación.
Esta noche, había elegido el libro porque parecía una cosa extraña
de tener para Félix—una antología de cuentos de hadas rodeada de tomos
de negocios. Pero cuanto más leía, los cuentos más la absorbían.
En “El Enebro”, un chico que fue decapitado por su madrastra
regresa de la muerte para matarla. La hermanastra de “Cenicienta” se
cortó el dedo gordo del pie en un intento de encajar en la zapatilla que era
demasiado pequeña y engañar al príncipe. Y “La Sirenita” era francamente
trágica. Cada paso que la sirenita daba en tierra era una agonía, como si
sus pies estuvieran siendo cortados por cuchillos; y al final, la pobre chica
no pudo hacer que el príncipe se enamorara de ella, y se enfrentaba con la
opción de matarlo en la noche de bodas o disolverse en espuma de mar,
sin alma y muerta.
Amor y muerte. Muerte y amor y transformación. Mira leyó por
horas, paralizada.
Era un minuto después de la medianoche cuando la puerta se abrió.
Mira escuchó a alguien moverse alrededor de la suite con una absoluta
falta de sigilo, y luego murmuró—: Idiota. ¿Dónde estás?
Así que no era limpieza. Y tampoco Félix.
Era Blue.
Mira suspiró y se bajó de la cama para confrontarlo. Casi chocan en
la puerta.
—Chica estúpida —dijo Blue, sus labios haciendo un gesto de
desprecio.
—¿Me extrañaste? —dijo ella.
Él no hizo ningún intento de alejarse de ella. Se quedó de pie tan
cerca que podía sentir el calor que irradiaba de su cuerpo. Él se había
cambiado de ropa desde esta mañana y usaba una camisa color púrpura
oscuro con un corazón anatómicamente correcto en el pecho.
—Al menos no estás desnuda —le dijo.
—Porque si lo estuviera, te desmayarías por la gloria de ello.
—No —dijo él—. Esa no es la razón. ¿Dónde está Félix? Me regañó
47

por teléfono por ti. Debes gustarle, por todas las razones equivocadas.
Mira rodó los ojos. —Tal vez no aprueba tu mal comportamiento. Ya
sabes ¿entrar en mi habitación, agredirme, secuestrarme? Supongo que no
Página

se te ocurrió.
—Conozco a mi hermano mejor que tú. El mal comportamiento es su
especialidad.
Mira esperó un momento, su columna vertebral rígida, mirándolo
fijamente mientras él la miraba. Finalmente, relajó sus dientes que había
estado apretando y dijo—: Bueno, él no está aquí. Adiós.
Pero Blue no se movió de su lugar. Apoyó las manos a ambos lados
de la puerta, los músculos de sus brazos tensos. —¿Entonces caíste por la
misma mierda que cada chica cae? ¿Crees que serás la chica especial, la
que durará? ¿Qué las reglas no se aplican a ti?
—¿Cuáles reglas?
—Todo lo que necesitas saber es mantenerte lejos de él —le dijo,
inclinándose hacia delante agresivamente—. Esa es tu regla. Mantente.
Lejos.
Mira se echó para atrás para evitarlo, entonces se molestó de haber
cedido. Tan pronto como se movió, Blue entró en el dormitorio, sus ojos
puestos en la cama.
—Leyendo cuentos de hadas, que dulce. ¿Félix es tu Príncipe
Encantador? ¿Ya te trajo flores?
—No veo por qué te importa. ¿No puedes encontrar a alguien más en
la ciudad para acosar?
—Tú no eres mi víctima, Mira. Si lo fueras, lo sabrías. —Blue se
sentó en la cama, una pierna de sus vaqueros rasgados en la colcha—.
“Cenicienta” —murmuró—. ¿Te gusta la parte en la que el zapato se llena
con la sangre de la hermanastra? El príncipe cree que ha encontrado a su
chica misteriosa del baile, y luego una pequeña ave le dice que vea el
rastro de sangre; él tenía a una impostora en la parte posterior de su
caballo. Es bastante retorcido.
—Justo como tú —le dijo.
—Es cierto —dijo, sus ojos encontrando los de ella, algo severo
parpadeaba en sus adentros—. Justo como yo. Justo como mi hermano.
La manera en la que lo dijo la hizo temblar. Ya no quería estar sola
con él. —Creo que deberías irte.
—Oh, ¿lo crees ahora? Muy mal. Necesito hablar con Félix. Y a
diferencia de ti, yo en realidad vivo aquí.
48

Blue siguió hojeando el libro, ignorándola. Luego se comió el resto de


su galleta.
Página

Irritada, Mira se retiró hacia la sala de estar y encendió el televisor.


Tuvo unos dos minutos de paz antes de que Blue se tirara junto a ella.
—Entonces, ¿qué tipo de líneas usó contigo? Tengo curiosidad.
—Él no está coqueteando conmigo —dijo Mira a través de sus
dientes apretados—. Me está ayudando a encontrar a mis padres.
Tomando tiempo de su ocupada vida para ayudarme con algo que es
importante para mí. Que crimen.
—¿Encontrar a tus padres? —Blue silbó—. Así que eres una
pequeña niña perdida.
Ella se giró para mirarlo, con los puños apretados, lista para
golpearlo en el corazón anatómicamente correcto de su camisa. —
Realmente me estás enojando. Sé que ese es tu modus operandi, pero te
estoy advirtiendo: necesitas parar, o te golpearé y te haré daño.
Él sonrió. —Ves, esto es por lo que no te entiendo. Eres tan
enojadiza e intocable cuando estás conmigo… ¿por qué no puedes ser así
todo el tiempo?
—Porque no. Esto puede ser divertido para ti, pero no me gusta
estar enojada todo el tiempo. —Sus uñas se enterraban en sus palmas tan
fuerte que dolía.
Ella relajó sus puños y se levantó del sofá. Necesitaba alejarse de él
antes de que le quebrara algo en la cabeza—pero él la agarró de su camisa
y tiró de ella hacia abajo.
—Espera —le dijo.
—¿Qué? —le espetó, quieta en su lugar por el puño apretando su
camisa.
Blue le sonrió. Tenía una de esas sonrisas devastadoramente
encantadoras que te hacían odiarlo aún más cuando lo notabas. Era como
si estuviera peleando sucio.
—No te vayas. Dime algo.
—¿Qué te diga qué? —dijo secamente.
—Dime qué harías si yo fuera amable contigo.
—No te mataría —le dijo. Ella ni siquiera tenía que pensarlo.
Él se rió. —¿A cuántas personas has matado?
—Quinientas —rodó sus ojos—. ¿A cuántas personas has matado
tú?
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Blue soltó su camisa, se levantó, y se acercó a una orilla de la suite,


donde se encontraba el mini bar. Abrió una de las minúsculas botellas
claras; tragó antes de contestar, con una voz que era como ahogada.
Página

—Una.

***
La besa como un hombre poseído.
Era el tipo de beso con el que desapareces. Todo desaparece excepto
el sonido de su respiración. El olor de su cabello rojo: fruta de la pasión y
frambuesas. Él levantó sus manos para empujar su cabello lejos de su
rostro así podría mirarla.
Era un primer beso. Era un beso perfecto—ella se lo había dicho, y él
se había sonrojado de placer. Embriagado en él.
La besó de nuevo. Más profundo. Tiró de ella más cerca.
Escuchó a sus amigos tocando en la otra habitación: Jewel cantando,
Freddie escogiendo la melodía con su guitarra.
Feliz cumpleaños. Feliz cumpleaños.
Feliz cumpleaños…
Y luego el más extraño jadeo, sus ojos rodaron hacia atrás así el
blanco se mostraba. El terror en su corazón. Silencio en el de ella.
…a ti.

***

Blue dejó a Mira sola después de eso, se mezcló un trago, y no le


habló, ni siquiera para acosarla. Se tumbó en el sofá y miró películas de la
vasta colección de Félix; ella tomó un baño de burbujas con la puerta
cerrada con llave. Pensaba que se sentiría mejor cuando él no hablaba con
ella, pero era en realidad era más inquietante—no estaba acostumbrada a
verlo tan tranquilo.
Él estaba, sin embargo, ebrio. Lo que podría ser muy malo… o
podría hacerle bajar su guardia y responder algunas de sus preguntas.
Mira se sentó en la silla frente a él. Blue se había deslizado hasta la
mitad del sofá, un vaso en su mano. Ella ni siquiera sabía lo que él tenía
dentro. Gas, juzgando por el olor.
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—Oye, psicópata. —le dijo.


—Hola. —Sus ojos se hallaban pegados a la pantalla, una vieja
Página

película de guerra. Se veía vagamente familiar.


—Entonces dime algo: ¿Por qué tus amigos son raros?
—Freddie no es raro.
—Um, pequeños animales acuden a él como si estuviera hecho de
caramelo.
—Eso hace que los animales sean los raros.
Ella apretó los labios, momentáneamente bloqueada.
—¿Es porque están malditos?
—¿Los animales? —Blue tomó otro sorbo de su vaso; hizo una
mueca como si realmente estuviera bebiendo gas.
—Tus amigos.
—Probablemente. Eso crea un montón de drama. Sturm und
Drang2. Una mierda como esa.
—No hablo alemán —le dijo ella.
—Yo tampoco. Excepto por unas cuantas palabras. Como märchen.
—¿Qué?
—Märchen —arrastró las palabras Blue—. El sabor de la ciudad,
Fräulein.
Mira resistió la tentación de volcarle su bebida. Ser detestable justo
en ese momento no le iba a conseguir las respuestas que quería.
—¿Qué tipo de maldición es? —le presionó.
—Una vieja. ¿Hay de algún otro tipo?
—Bueno… está esa maldición que me tiene constantemente
encontrándome contigo. Esa es nueva.
—Ja. —Blue le sonrió. Sus ojos comenzaban a cerrarse, ya sea por
mal humor o por sueño, no lo sabía. Estaba a punto de intentarlo de
nuevo cuando escuchó el zumbido de una cerradura electrónica
abriéndose. En otro momento, la puerta principal de la suite se abrió.
—Hola, Mira. —Félix se quitó su chaqueta mientras entraba, su ceño
se frunció cuando vio a Blue—. Olvidé decirte que llamaras a seguridad
cuando él se mostrara.
—Sólo una advertencia: está borracho —le dijo ella.
Félix se fue detrás del sofá, tomó el vaso de la mano de Blue, y se
inclinó sobre su hermano. —¿Qué estás haciendo aquí? Te dije que te
51

mantuvieras lejos de ella.


—Yo te dije que besaras mi trasero —dijo Blue.
Página

—No eres lo suficientemente tonto para decirme eso cuando estás


sobrio. Levántate. —Félix agarró el respaldo del sofá y lo balanceó hacia

2 El Sturm und Drang (en español 'tormenta y pasion') fue un movimiento literario, que
también tuvo sus manifestaciones en la música y las artes visuales, desarrollado en
Alemania durante la segunda mitad del siglo XVIII.
delante para quitar a Blue. Blue se desplomó, imperturbable, y se
acomodó a sí mismo para quedar frente el televisor, en el suelo esta vez.
—Más tarde —dijo Blue—. Estoy viendo Apocalypse Now3.
Félix se quedó allí por un momento, sus dedos clavándose en el
respaldar del sofá. Luego negó con la cabeza. —Lo que sea. No estoy de
humor para discutir contigo justo ahora. Mira, ¿puedo hablar contigo
sobre algo?
—Claro —murmuró. Siguió a Félix a su habitación.
Era raro ver a los dos hermanos interactuar, la tensión obvia entre
ellos. Se preguntó si alguna vez se habían caído bien. Podía escuchar el
famoso discurso de “el horror” de Marlon Brandon proveniente del televisor
detrás de ella —“He visto los horrores… Horrores que tú has visto”— y el
crujido del cuero cuando Blue se subía de nuevo al sofá… antes de que
Félix cerrara la puerta.

***

Félix había traído con él el olor del casino, la misma de humo de


cigarrillo se había hundido en su ropa. Sus ojos estaban ligeramente rojos
por eso. Se los frotó con su mano, luciendo irritado, luciendo como si
estuviera tratando de no estarlo.
—Espero que no te estuviera molestando demasiado. Sabe que se
supone que debe estar lejos de ti… pero a Blue no le gusta seguir órdenes.
Y no quiero pelear con él cuando está borracho.
—Estoy bien. En serio —le aseguró—. Está enojado pero no hizo
nada.
Se sentó en la cama, y después de un momento él se sentó también.
El libro de cuentos de hadas estaba abierto entre ellos.
—Querías hablar conmigo —se aventuró Mira—. ¿Encontraste algo?
Félix negó con la cabeza. —Aún no. Pero pensaba en ti anoche, y me
pregunté: ¿por qué tus madrinas no te dijeron dónde habían sido
52

enterrados tus padres? ¿Qué cosa no querían que encontraras?


Mira se quedó en silencio, insegura de cómo responder. La
Página

posibilidad de que Bliss y Elsa le habían escondido algo—algún secreto


sobre sus padres—nunca había pasado por su mente.
—No lo sé. Tal vez creían que no importaba.

3Conocida mundialmente como Apocalypse Now, (Apocalipsis ahora en América Latina) es


una película bélica dirigida por Francis Ford Coppola en 1979.
—¿No les preguntaste antes de irte?
—No quería que supieran hacia dónde iba a ir. Me habrían detenido.
Se oponían violentamente a que alguna vez yo viniera aquí.
—¿Por qué? ¿Qué hay en Beau Rivage que es tan peligroso?
—“Memorias” que no tengo —dijo encogiéndose de hombros—.
Tenían miedo de que fuera traumático para mí.
—Eso suena como una excusa. Y una no muy buena. —Él levantó la
mirada, encontrando sus ojos—. No creo en las coincidencias, Mira. Creo
que hay una razón por la que tuviste que viajar hasta aquí sola. Algo que
estabas destinada a encontrar.
Tal vez a ti, pensó ella, y luego tuvo un impulso inmediato de no
pensar eso. No quería ser demasiado ansiosa e inmadura.
No quería que él le gustara más de lo que ella le gustaba a él.
—Vamos a averiguarlo. —Él colocó su mano en el libro de cuentos de
hadas, parecía notarlo por primera vez—. ¿Leías esto?
Asintió. —Me sorprendió un poco encontrarlo en tu librero. Yo
realmente no leía cuentos de hadas cuando era niña. Creí que eran… no lo
sé, ¿demasiado juveniles? Pero son diferentes de lo que creí. Más oscuros.
Hasta el momento, creo que “La Sirenita” es mi favorito.
—¿Te gustan los finales tristes? —le preguntó.
—Tal vez. —Mira tragó. No lo había pensado así, pero tal vez era
verdad. No amaba el romance en una historia; le encantaba el deseo, la
desesperación, el noble sacrificio de la sirena. Se apuñaló en el corazón y
la hizo sentir de una manera que los finales felices no la hacían sentir.
Porque si pudieras amar a alguien, y seguir amándolo, sin ser amada de
vuelta… entonces ese amor tiene que ser real. Dolía demasiado como para
ser otra cosa.
—Los finales tristes son todo lo que conozco. —le dijo ella.
Él le frunció el ceño. —Nada se ha acabado aún, Mira. Los
encontraremos. Apenas hemos comenzado. —Se acercó y tocó su rostro;
volviéndola hacia él.
53

Sus dedos enviaron un estremecimiento caliente a través de ella, y


se encontró mirándolo fijamente por un instante demasiado largo. —No te
estás dando por vencida, ¿verdad?
Página

Negó con la cabeza, no confiando en su voz; y cuando su mejilla


ardía más caliente contra su mano, se alejó, antes de que pudiera hacer
algo embarazoso como cerrar sus ojos y suspirar, o inclinarse a su toque
como un gato.
—¿Qué hay de ti? —le preguntó, para cambiar de tema—. ¿Cuál es
tu cuento favorito?
Haciendo una mueca, Félix se estiró en la cama. —En realidad no
me gustan los cuentos de hadas.
—Pero… tienes este libro. —No encajaba con el resto de sus cosas.
¿Por qué lo habría guardarlo si no le gustaba?
—Ha estado en la familia por un tiempo —le dijo—. Mi papá se
enojaría si lo tiro. Y solía gustarme. Pero supongo que la novedad
desapareció. Me cansé de leer sobre tortura y desmembramiento y…
finales felices que eran dados a personas al azar que no los merecían.
—Dime cómo te sientes realmente —bromeó Mira.
Félix esbozó una sonrisa. —No todos son malos. “La Bella
Durmiente” está bien. Se duerme por cien años y no va a trabajar mañana.
Me gustaría hacer eso. Y la despiertan con un beso. Ese es un cambio
agradable.
Félix se acuesta de espaldas, con los ojos cerrados, su boca relajada
y Mira se sonroja, súper consciente de su posición, de lo fácil que sería
inclinarse y besarlo. ¿Habría sido eso una pista? Pero… no, ella no podría.
Moriría de vergüenza si lo besaba y él abría los ojos y dijera: ¿Qué estás
haciendo?
—Algunas maldiciones están hechas para romperse —dijo Félix—. Y
otras sólo siguen adelante hasta que tu vida se acaba.
—¿Maldiciones? —Le falló el aliento a Mira. No había coincidencias,
eso fue lo que él había dicho. Aquí estaba su respuesta, la verdad que
había tratado de sacarle a Blue.
—Curses & Kisses. Ese es el nombre de la banda de Blue —dijo
Félix.
—Oh. —Sus esperanzas se desinflaron tan rápido como se habían
disparado—. ¿Era eso… citaste la letra?
—Sólo hablando. Cansado, creo. Debería levantarme y buscarte una
habitación nueva.
54

Se empujó fuera de la cama, y ella exclamó—: O podría quedarme


aquí.
Su corazón parecía martillar veinte veces antes de que él habló,
Página

latiendo: estúpida estúpida estúpida estúpida…


—¿Quieres quedarte aquí? —Félix le dio una extraña mirada,
sorprendido. ¿Gratamente sorprendido? ¿Quería que ella se quedara?
¿Quería ella que él quisiera que se quedara?
Sus ojos la hicieron sentirse mareada.
—Está bien —dijo finalmente, su expresión indescifrable—. Déjame
sacar a mi hermano.
Cuando Félix se fue, cerró la puerta de la habitación, y Mira se sentó
en el borde de la cama con las piernas extendidas, preguntándose lo que él
esperaba que pasara, lo que ella quería que pasara. Una parte de ella
sabía que se metía en problemas si se quedaba. La otra parte quería saber
cómo eran los problemas.
Unos minutos pasaron, durante los cuales escuchó a los hermanos
discutiendo en voz baja y enojados—pero no podía distinguir las palabras.
Algo de vidrio se estrelló, haciéndose añicos. Escuchó un ruido
sordo contra la pared y se estremeció. Entonces la voz de Blue entró a
través de la puerta, tan cerca como si fuera una mano en su hombro. —
Mira, no te quedes.
Ella no contestó.
—Mira…
Y después de otro momento, escuchó a Blue maldiciendo. Escuchó
la puerta que da al pasillo cerrarse de golpe.
Y luego ella y Félix estaban solos.

***

Félix salió del baño en una niebla de vapor, usando los pantalones
de un pijama negro, con su cabello aún mojado, una toalla sobre sus
hombros. Esta noche, por primera vez, ella vio su cuerpo, las líneas de
músculos que su ropa sólo había insinuado; y lo miró como si fuera una
foto, preguntándose cómo sería tocarlo y deseando haber usado un
camisón sexy, en vez de pijamas que parecían ropa de gimnasio.
Él se volvió hacia la cama, quitando la colcha y dejándola caer en el
suelo, mientras que ella se quedó de pie torpemente junto a él en su
camiseta y bóxer femenino.
—Podría dormir en el sofá —ofreció ella—. Si quieres.
55

Él le dio una mirada como si no la tomara en serio. —¿De verdad


quieres dormir en el sofá?
Página

—No —admitió.
Ella lo dudó, luego se subió a la cama.
No quería dormir en el sofá. No sabía lo que quería—ese era el
problema—y no estaba segura si lo sabría cuando ya fuera demasiado
tarde. Pero tal vez este era el por qué había venido sola a Beau Rivage. Tal
vez estaba destinada a descubrir algo sobre ella misma. Para crecer.
Despertar.
Cuando estaba con Félix, no se perdía en fantasías. Quería cosas
que eran reales.
La luz se apagó. Podía sentir el colchón hundirse debajo de su peso,
las sábanas moviéndose mientras él se acercaba. Levantó una mano para
sentir dónde se encontraba él, y su mano encontró su pecho desnudo y se
deslizó sobre los músculos de él, disfrutando la sensación antes de
volverse consciente de sí misma y detenerse. Estaba inclinado sobre ella, el
calor de su cuerpo calentando el aire entre ellos.
—Hola —le dijo él. Había una sonrisa en su voz.
Su mano estaba congelada sobre su pecho. Ella nunca se había
sentido tan tensa.
—No te pongas nerviosa.
—No lo estoy —mintió, queriendo que él hiciera algún movimiento
para que ella pudiera rechazarlo o aceptarlo… y dejar de esperar porque
algo más pase, preguntándose qué podría ser. Él colocó la mano sobre su
cintura, familiar, y ella atrapada, nerviosa sobre qué otra cosa podría
parecer natural para él, pero monumental para ella.
—Félix —comenzó ella—, ¿por qué tu hermano te odia tanto?
Él sonaba divertido. —¿Él dijo eso?
—No exactamente. Sólo… dice muchas cosas malas sobre ti. Como
que yo debería estar lejos de ti.
—Por supuesto que lo hace. Yo te diría las mismas cosas sobre él si
pensara que te interesara. Tienes que estar acostumbrada a dos chicos
peleándose por ti.
—¿Peleándose? —Se rió—. Um, no. Eso no sucede.
Su mano en su cintura se sentía tan pesada, apenas podía prestar
atención a lo demás. Él le acariciaba la piel, masajeándole la cadera, casi
por casualidad, y a la vez para nada casualmente.
—No sabía que te gustaba así —le dijo, su voz baja, íntima en la
56

oscuridad—. Estoy algo feliz al respecto.


—¿Lo estás? —dijo ella.
Página

Félix se rió. —¿Por qué no lo estaría?


—No lo sé —dijo—. A nadie a quien conozca… le había gustado así.
—O los chicos con los que creciste están ciegos —le dijo—, o tus
madrinas son unas carceleras. Muy bien: Te voy a decir por qué me
gustas. —Inclinó su cabeza más cerca de la de ella—. Eres valiente, Mira.
Eres hermosa. Y tienes esperanzas, y yo no. Pero me haces sentir como si
las cosas pudieran ser diferentes….
Su voz se volvió tierna, se desvaneció cuando la besó en la comisura
de la boca, cálido y suave; su mano se deslizó hasta sus costillas, sus
dedos capturando su camisa y tirando de ella lentamente hacia arriba.
Ella no estaba segura de si…
Su mano rozó su pecho, y su respiración se entrecortó en su
garganta.
Félix se detuvo. Parecía como si estuviera pensando si eso
significaba un sí o un no. El momento pasó, y él colocó su camisa en su
lugar para que la cubriera de nuevo. Ella quería hacer algo, mostrarle que
podía ser natural en esto, pero… no podía. Su cuerpo se había puesto
rígido con aprensión.
—¿Quieres sólo dormir? —dijo él gentilmente. Ella se preguntó si él
se sentía apenado por ella, porque creyó que podía jugar en su mundo,
pero no podía.
Mira asintió, luego recordó que estaba oscuro. —Está bien.
—Ven aquí —le dijo, besándole el borde de la oreja. Tiró de ella hacia
atrás contra él, así su pecho presionaba a su espalda, su aliento caliente
contra su cuello. La sostuvo, sin hablar, sólo dejándola estar—.Buenas
noches —le dijo él.
Mira se quedó inmóvil hasta que oyó el ritmo de su respiración
suavizarse a un ritmo para dormir. Tocó la mano de Félix; dijo su nombre.
Pero él sólo tiró de ella más cerca, en un sueño posesivo, así estaba
apretada con más fuerza contra él.
Poco a poco, el sonido de su respiración la calmó. Una vez que no
hubo nada más que esperar, nada que decidir, su respiración cayó en
sincronía con la de él. Se sintió segura entonces, con sus brazos alrededor
de ella. Como si fuera suya, incluso si era otra fantasía. Justo en ese
momento sintió que era de verdad.
—Buenas noches —susurró.
57
Página
6

Traducido por Amy


Corregido por LadyPandora

ira se despertó de mala gana, su mente sacudiéndose de


las capas de sueño. Recordaba, vagamente, la cálida
presión de una mano en la espalda, unos dedos frotando
arriba y abajo su espina dorsal. Un susurrado buenos
días que parecía un sueño.
Estaba boca abajo, su blusa a mitad de camino por la espalda, las
sábanas empujadas en el suelo. Cuando sintió el frío del aire
acondicionado en su piel, se apresuró a bajar su blusa.
No estaba desnuda, nada que nadie consideraría privado estaba en
exhibición, pero era casi peor que estar desnuda. Porque no podía estar
segura de cuánto tiempo había permanecido así, y si Felix había visto la
marca fea de su espalda.
Como si no tuviera suficientes golpes, ahora también estaría deforme
a sus ojos. Una chica inmadura con una marca monstruosa.
Miró la suite vacía, esforzándose por no llorar. La vergüenza de
58

anoche llegó de golpe.


¿Por qué estaba tan ansiosa de quedarse con él? Ahora todo se
arruinó. Las cortinas del salón estaban abiertas y podía ver el mar a lo
Página

lejos. El brillo de la luz del sol lastimó sus ojos.


En una mesa cerca del sofá había un jarrón de flores, una tarjeta
blanca, y una bandeja de plata con una tapa abovedada. En la bandeja
encontró desayuno: Tostadas francesas con frutillas. Abrió la carta y
encontró un mensaje de Félix.
Hola preciosa,
Intenté decir adiós esta mañana pero era imposible despertarte.
Hoy tengo que ponerme al día, pero estaré libre después. Podemos ir a
algunos cementerios y si quieres… después a cenar.
No quiero que te sientas atrapada, así que te dejé mi clave de acceso.
Mi hogar es tu castillo, eres bienvenida a explorar, y pedir todo lo que
necesites para la habitación. Lo único que te pido es que no te metas en mi
otra habitación (suite 3013). Mantengo algunas cosas privadas allí que no
deben ser perturbadas.
Te veo esta noche,
Félix
La clave de acceso yace sobre la mesa. Mira pasó sus dedos sobre
ella, sintiendo electricidad. Él la vería más tarde. Volverían a buscar, no la
había rechazado por su marca. Y mientras tanto, era libre de explorar, ir
de compras, cualquier cosa que quisiera. Su casa era su castillo.
Le gustaba el sonido de eso.
Mira pasó la mañana explorando el hotel. Recorrió los pasillos de las
habitaciones, imaginando el drama que sucedía detrás de las puertas
cerradas. Incluso subió a la planta treinta, para ver la vista, pero no se
acercó a la suite 3013.
Después de eso, se dirigió hacia el casino. Se abrió paso a través de
las hileras de máquinas de tragaperras, esperando encontrarse con Félix; y
luego rodeó el juego de mesas muy, muy rápidamente, en busca de una
cabeza de cabello negro azulado.
No había ni rastro de él. Quizás estaba en alguna de sus
habitaciones VIP, o en su oficina.
O quizás se encontraba en la suite 3013. Pero no iba a irrumpir en el
lugar al que le había dicho que no fuera. Quizás era una prueba, y si lo
era, la pasaría.
El último lugar que exploró fue la zona de compras. Navegó a través
de las diseñadoras de joyas y ropa, ropa interior cara, recuerdos del
59

Dream, como brillantes camisetas y aros de varita mágica. Félix le había


dicho que comprara lo que necesitara, pero no quería abusar de su
ofrecimiento. Al final, compró un camisón de satén rojo de una boutique
Página

de lencería llamada Cinderella’s Secret, pero pagó con dinero en efectivo,


no con la tarjeta de Félix.
Al salir de Cinderella’s Secret, Mira se detuvo para orientarse. La
zona de compras del Dream estaba tematizada, igual que el resto del hotel,
tenía una serie de amplios pasillos decorados para parecer una ruta
forestal. Las vitrinas asomaban entre los árboles y las flores crecían
encima de todo. Un rastro al estilo “migas de pan” de Hansen y Gretel se
hallaba incrustado en el suelo. Toda la zona se llamaba Pasaje del Bosque,
y además de las boutiques, había varias cafeterías, algunas de las cuales
tenían terraza al aire libre, sentándose en el “bosque”.
Sentado en uno de esos cafés al aire libre se encontraba Blue.
Se sentó de espaldas a ella, en una pequeña mesa de metal, junto a
Freddie y una chica de piel oscura con una raya color rosa en su pelo
castaño. Mira no la reconoció. Tenía una especie de aspecto feroz. Llevaba
una camiseta a rayas sobre una camiseta blanca, pantalones cortos negros
y botas hechas para pisotear.
Blue tramaba algo. El Pasaje estaba ruidoso, así que Mira no pudo
oírlo, pero no se hubiera sorprendido si estuviera quejándose de ella. Se
echó hacia atrás y espió durante un momento, y probablemente seguiría
espiando si Freddie no la hubiera visto y saludado con la mano.
Arrugando su bolso de Cinderella’s Secret para que no se viera el
logotipo, sonrió y comenzó a caminar hacia ellos.
Blue la miró con una expresión de desconcierto que rápidamente
pasó a la indiferencia.
—Estás viva —dijo él.
—Normalmente lo estoy —dijo ella.
Freddie se puso de pie de un modo casi cortés.
—Mira, ¡qué maravilla! Nos encantaría que pasaras el día con
nosotros. Um, por tu propia y libre voluntad esta vez.
—Uh, gracias, ¿puedo? —dijo ella.
—Sí, pasa el día con nosotros —dijo Blue—. Estás asegurada
durante un día más.
Freddie frunció el ceño.
—Blue, no seas así.
—No te preocupes, estoy acostumbrada —dijo Mira.
La chica con la raya de pelo rosa dejó caer la copa, y entonces se
60

presionó un pañuelo en la boca antes de que cualquier palabra pudiera


escapar. Sus ojos se humedecieron y comenzó a toser, como si se estuviera
ahogando.
Página

—¿Estás bien? ¿Está bien? —preguntó Mira, buscando en sus


rostros las respuestas—. ¿Alguien sabe hacer el Heimlich4…?

4 Heimlich: procedimiento de primeros auxilios en el que se comprime el abdomen.


La chica levantó una mano para detenerla y luego inhaló y se limpió
la boca, apretando el pañuelo en el puño. Un mojado pétalo lavanda se
aferró a su labio.
—Estoy bien.
—Bueno —dijo Mira, aún sintiendo que debería hacer algo—. Si
estás segura.
—No creo que nos hayamos conocidos —dijo la chica—. Soy Jewel.
Su voz era ronca, encantadora. Su pelo oscuro estaba recogido en
una cola de caballo, la raya rosa torcida a través de ella como una cinta.
Un diamante brillaba de su nariz, y sus orejas estaban perforadas con una
hilera de piedras preciosas: esmeralda, amatista, zafiro rosa, ónix. —Canto
en Curses.
—Oh, claro. La banda —dijo Mira.
—Tenemos un espectáculo este fin de semana —dijo Freddie—.
Deberías venir.
—Quizás —dijo Mira—. Podría tener planes.
—No deberías estar aquí —dijo Blue. Después, dirigiéndose a
Freddie, como si Mira ya se hubiera ido—. Así que no tiene sentido
invitarla a algo.
—Estaré aquí —dijo Mira.
—En teoría —dijo Blue, sin molestarse en mirarla.
—Uh… de todos modos —siguió Freddie, su mirada pasando
torpemente entre ellos—, nos encantaría que hoy vinieras con nosotros. O
venir al espectáculo. Si tienes tiempo.
—No somos muy buenos. Bueno, sí —dijo Jewel—. Pero es Blue no.
Él como que nos arruina. Nos gustaría ser una banda diferente.
—Si fuera un músico completo, sería demasiado sexy —dijo Blue.
Mira resopló.
—No creo que tengan que preocuparse por eso.
—¿No era ese el motivo de que fuera nuestro batería? —dijo
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Freddie—. A nadie le gusta el batería. ¿También tienes que ser malo?


—Por desgracia, sí —dijo Blue.
Página

Mira alzó las cejas.


—¿Me están diciendo que tienen un batería que no puede mantener
el ritmo?
Jewel asintió.
—Tiene suerte de que nos guste. Y de que, de todos modos, las
chicas vengan a nuestras actuaciones para mirar boquiabiertas a Freddie.
—No vienen para mirarme así —dijo Freddie—. Vienen a verte.
—No lo hacen —dijo Jewel. Luego miró a Mira—. Freddie se hace de
rogar.
—¡Claro que no! —protestó Freddie.
Jewel desestimó su demanda con un gesto de la mano.
—Como sea, sí, lo haces. Freddie sólo sale con princesas. Es un
esnob de esos. Y las princesas escasean, así que…
—¿Te gustan las chicas caras de mantener, Freddie? —preguntó
Mira—. ¿Normalmente no son inaguantables?
—Yo no… no, no es así. —Freddie parecía aturdido, incapaz de
explicarse adecuadamente—. No es así.
—Es por eso que sigue virgen —dijo Jewel con una malvada sonrisa,
antes de ser interrumpida por otro ataque de tos. Presionó el pañuelo en
su boca, y luego lo retiró, Mira vio que la tela estaba llena de flores
empapadas, brillantes y húmedas violetas, margaritas diminutas y
delicados corazones rosados y sangrantes. Todo fresco y salpicado de
sangre.
Mira tragó y sintió como si tuviera un pimpollo atrapado en la
garganta. Su mente luchaba por darle sentido a esto, para sentir algo más
que horror.
Tenía que estar malinterpretando lo que veía.
Jewel no podía toser flores.
Freddie aún estaba clavado por la última afirmación de Jewel.
Parecía pensar que el horror de Mira era por él.
—No es por eso —insistió, el color apresurándose a sus mejillas—.
Y… y no es como si eso fuera algo malo.
Blue se encogió de hombros.
—Todos somos vírgenes, excepto tú —le dijo a Jewel—. Oh, y excepto
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por Mira. Durmió anoche con Félix.


—Durmió en el sentido de dormir —dijo Mira—. Y eso no es asunto
Página

tuyo.
—Hiciste que fuera mío al decírmelo —dijo Blue—. Así que, ¿qué
pasó? ¿Decidió jugar contigo un poco primero?
—Sabes, eres la persona… más despreciable que he conocido. —Los
dedos de Mira se apretaron alrededor del bolso de Cinderella’s Secret—. Ni
siquiera me conoces, pero insistes en ser un idiota conmigo cada vez que
puedes.
—Sólo porque me importa —dijo Blue, sonriendo. Ella lo habría
abofeteado si no pensara que a él le gustaría.
—Félix no es alguien de quién quieras colgarte —dijo Jewel—.
Deberías alejarte de él. Da gracias por lo que tienes y sigue adelante.
—Estoy bastante segura de que tampoco pedí tu opinión —espetó
Mira.
Sabía que fue grosera, pero luchaba por no decir algo peor. Blue no
tenía derecho a avergonzarla delante de sus amigos. Y ella no necesitaba
ser sermoneada.
Jewel se encogió de hombros.
—Tu funeral.
Mira les dijo que los vería mas tarde y se fue. No estaba de humor
para discutir sobre Félix. Blue diría algo desagradable si se quedaba;
nunca sería capaz de hacerle cambiar de opinión, especialmente cuando
Jewel concordaba con él.
No fue hasta que salió del hotel, y a la ardiente y brillante luz del
día, que recordó las flores salpicadas en el pañuelo de Jewel, tan
antinatural y fantástico como el mismo Dream. Tenía que haber una
razón, incluso para algo tan poco razonable como eso.
Su garganta se apretó cuando las palabras de Félix volvieron a ella.
No creo en las coincidencias.
Tal vez las maldiciones de las que Blue y sus amigos bromeaban y
que hablaban en los alrededores, eran reales.
Mira hizo su camino desde el Dream hacia la “hermosa costa”
nombrada Beau Rivage. Quería dar un paseo con los pies descalzos por la
arena blanca, y pensaba y trataba de darle sentido a las cosas.
¿Qué pasaba exactamente aquí?
¿Y si algo tenía que ver con ella?
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Los amantes del sol y los excursionistas corrían por delante,


llevando toallas de playa y canastas de picnic, libros de bolsillo, cubos de
plástico y palas. Eran un borrón de la humanidad, loción de bronceado
Página

con aroma de plátano y coco, pero ocasionalmente, un individuo se


destacaba.
La multitud se alejó de alguien, y Mira atrapó su aliento. Vio a un
hombre joven con un bastón blanco en la punta, la piel alrededor de sus
ojos marcado por cicatrices entrecruzadas. Había una chica con el pelo
rizado alrededor de su cabeza como pelusa de diente de león, se veía
agobiada mientras se lanzaba a través de la multitud, con un extraño
muñeco de madera apretado contra su pecho. Mira estuvo tentada a
detenerla, preguntarle qué era tan urgente, pero su instinto le dijo que no.
Además, la chica era rápida y estuvo fuera de su vista antes de que
pudiera intentarlo.
¿Esas eran las maldiciones? ¿Lo veía realmente? ¿O sólo estaba
paranoica?
Mira se aferró a la barandilla del paseo marítimo con una mano,
quitándose los zapatos con la otra, cuando Henley y Viv se detuvieron a su
lado, ambos en trajes de baño. Henley cargaba una neverita y una bandeja
de cartón con patatas fritas y donuts azucarados. Viv sostenía las llaves de
su auto, su cadera inclinada hacia un lado mientras arreglaba un nudo en
su pareo rojo.
Mira suspiró. Esperaba que esto no significara que Blue estaba de
camino.
—No hay manera de escaparse de ustedes, ¿eh?
—¿Perdón? —dijo Henley, con su típico ceño fruncido y su expresión
sin humor.
—Ja ja, no, el mundo es un pañuelo —dijo Viv—. También me
gustaría alejarme de estos perdedores de vez en cuando.
—Si yo no estuviera aquí, tendrías que cargar tu propia mierda —
dijo Henley.
Viv frotó su hombro juguetonamente.
—Tienes razón. ¡Tengo mucha suerte! —Se inclinó y besó su brazo,
luego siguió su mejilla apretada contra su bíceps, con los ojos oscuros en
Mira—. Así que, forastera, ¿qué dices de unirte a nosotros? Te prometo
que no estará Blue, al menos por un rato. Y hay comida gratis. —Viv sacó
una fritura de su envoltorio de papel—. ¿Trato?
—¿No quieren estar solos? —preguntó Mira, mirando a Viv
acurrucada en Henley, completamente confundida por su comportamiento
de hoy frente al del día anterior.
—Um, no. —Se rió Viv, luego comenzó a bajar los escalones de la
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playa—. Ven —gritó, agitando una sombrilla roja pegada en la arena—.


Este es mi sitio.
Página

Viv se adelantó, su pálida piel fantasmagórica era casi tan blanca


como su bikini, mientras Mira mantenía el ritmo de Henley. Ella enganchó
sus dedos en el interior de sus sandalias y se las sacó, dejando sus pies
caminar a través de la arena caliente.
—¿Así que eres el jardinero o su novio? —preguntó.
Henley la miró.
—Dime que no acabas de preguntarme eso.
—¿Por qué? ¿Sólo se supone que lo sé?
—Es complicado.
—¿Complicado cómo?
Henley suspiró bruscamente, el hielo y las bebidas retumbaban en la
nevera mientras él cambiaba su peso.
—Eres una forastera. No lo entenderías. Así que no voy a
molestarme en decírtelo.
—Si tú no me lo dices —dijo—. Se lo preguntaré a Viv.
Viv se encontraba de pie bajo su sombrilla, el viento ondeaba en su
pareo rojo mientras se lo quitaba y lo arrojaba a un lado, como un incauto
matador burlándose de un toro. La cara de Henley lucía tensa mientras la
miraba; había una atracción casi dolorosa allí.
—Sólo soy su juguete —dijo al final—. Me trata como una mierda y
luego en los días libres cuando está aburrida, valgo la pena. ¿Eso es lo que
querías oír?
—Lo siento —dijo Mira—. Simplemente no podía imaginar que
ustedes…
Henley continuó caminando por la arena, dejó caer la nevera junto a
Viv y se sentó como si el asiento que había pillado fuera temporal. Cómo si
fuera a ser mandado lejos lo bastante pronto.
Había afirmado que Mira no podría entender lo que había entre Viv y
él porque era una forastera. Y ella no lo entendía, pero, ¿quería decir eso
que había algún detalle secreto que hacía que su relación tuviera sentido?
¿Algo que alguien de aquí supiera?
Habían insinuado las maldiciones, y quería saber lo que eran. ¿Era
una maldición que te pasaran cosas malas? ¿Si todas tus relaciones
rompían? ¿Si tú te rompías?
Mira había perdido a sus padres en un incendio. Nació con una
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marca horrible en su espalda. Tenía que cargar con un dolor que nunca se
aligeró, y ahora, se daba cuenta: Quizás ella también estaba maldita.
El sol brillaba, pálido y furioso. Viv se hallaba acurrucada en una
Página

toalla debajo de su sombrilla, cada centímetro de su cuerpo arrastrado en


la sombra. Henley se agachó a unos metros de distancia, espantando a las
aves marinas desesperadas por estar cerca de Viv.
Mara estaba justo fuera del alcance de la sombrilla, rodando una
botella de plástico de Coca-Cola sobre su estómago para refrescarse. La
rosada luz quemaba en sus párpados. No estaba segura de cuánto tiempo
quería quedarse, pero ahora Viv estaba tranquila, quieta y el choque de las
olas era una buena banda sonora para el pensamiento.
Hasta ahora la maldición más evidente era Jewel, las flores húmedas
de su garganta, floreciendo en su pañuelo como la sangre de una víctima.
Estaba la extraña fascinación que Freddie y Viv tenían por los
animales. Y Viv había dicho algo sobre romper la maldición de Rafe; Layla
había amenazado con disparar a Rafe en su “día de transformación”…
Blue era detestable.
Ella no estaba segura de que eso llevara a algo.
Pero Viv parecía más abierta que los demás; quizás Mira podría
sacar algo de ella.
—Tu casa es hermosa —dijo Mira, haciendo camino.
—Es una prisión hermosa —dijo Viv—. Eso es todo. Igual que el
resto de mi vida.
—¿Por qué una prisión?
Viv se dio la vuelta y entrecerró los ojos a Mira.
—Regina. Mi madrastra. Está obsesionada con su aspecto y con el
mío. Me odia.
—Probablemente no te odia —dijo Mira.
Viv se rió.
—Créeme, lo hace. Dice cosas del tipo yo solía tener un cuerpo como
ese o yo solía tener una piel así. Es como vivir en una jaula, siendo un
objeto de estudio todo el tiempo. Solía sentirme culpable, como si fuera mi
culpa que ella no fuera feliz, ahora la odio. Pero me tengo que quedar con
ella todos los días, viviendo como sea. Mi padre pasa todo el tiempo en el
green, evitándonos.
Viv echó un vistazo a su juguete espantador de aves marinas.
—Y luego está Henley. Pero está condenado.
—¿Condenado?
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Viv suspiró y apoyó la cabeza en su mano.


—Todos estamos condenados aquí. Elegiste un lugar horrible para ir
de vacaciones, Mira. No te gusta Blue, ¿Verdad?
Página

—No —dijo Mira, sorprendida por el cambio de tema.


—Me preocupaba que estuviera haciendo eso del caballero-de-la-
armadura-oxidada y te ganara de nuevo.
—No, sólo es irritante. No quiero estar alrededor de él más de lo que
tenga que ser.
—Bien, bien —dijo Viv, recostada hacia abajo.
Mira cubrió con una espesa ola de pelo su cara, como si fuera un
escudo contra el sol. Olía al champú de Félix. Félix. Lo vería más tarde y
Blue sería un mal recuerdo.
—¿Cómo estás condenada? —preguntó después de un momento, con
la esperanza de que Viv no estuviera cansada de sus preguntas. Pero Viv
estaba dispuesta.
—¿Sabes cuando vas a un desfile en el que tienes que conducir un
auto pasado de moda, pero hay una huella de metal entre las ruedas, que
mantiene el ritmo? Entonces tienes la impresión de que estás
conduciendo, ¿pero si te desvías demasiado en cualquier dirección, la
huella te devuelve al lugar?
—Creo que sí…
—Nuestras vidas son así. Parece que podemos hacer lo que
queramos, pero si nos aventuramos en una nueva dirección, el destino nos
empuja de vuelta. Nos podemos rebelar, pero todos sabemos que
fallaremos. Lo que no nos detiene de intentarlo, creo. Como Blue.
—¿Cómo Blue…?
—Espera —dijo Viv, sentándose. Se cubrió los ojos con la mano y
miró hacia el agua, a un grupo de chicas, todas clamando por la atención
de alguien. Alguien con la cabeza del color de la miel como Freddie.
—Pensé que sentí una manada de chicas —dijo Viv—. El caballero
está aquí. Apuesto a que eso significa a que Blue también está aquí.
Parece que tu santuario se verá comprometido.
—Genial —murmuró Mira. Eso significaba que ahora sería el
momento ideal para irse, pero no podía irse justo ahora cuando hacía
progresos con Viv.
Henley comenzó a caminar hacia ellas, su trabajo desviado, por lo
que ahora más aves peleaban por la atención de las chicas de Freddie. Se
agachó bajo la sombrilla, vacilante, como si esperara permiso y pensara
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que sería negado. Pero Viv estaba de un humor cariñoso. Ella extendió su
pierna y le tocó los dedos de los pies hasta el pecho, deslizó su pie
coquetamente arriba y abajo.
Página

—Henley, ¿serías un amor y traerías la cámara de mi auto?


Henley asintió con la cabeza, paralizado.
—Gracias. —Viv le dio una sonrisa dulce y él lentamente se puso de
pie, como alguien que recién despierta de un sueño.
—Es muy difícil hablar con chicos alrededor —dijo Viv, una vez que
Henley se había tambaleado lejos—. Ahora, ¿dónde estábamos?
—Hablábamos de ser condenado. Y cómo es inútil escapar del
destino. Dijiste que eso no ha detenido a Blue. ¿A qué te refieres con eso?
—Oh. Sólo que Blue sigue creyendo que su destino está en sus
propias manos. Pero es sólo cuestión de tiempo antes de que se rinda.
—¿Rendirse a qué? —preguntó Mira.
—Instinto —dijo Viv, como si eso fuera explicación suficiente—. Aún
estoy esperando que me pasen algunas cosas, personalmente. Es
vergonzoso; me siento como una anticuada. Tuve dos cumpleaños
importantes, y todavía nada. Algunas veces me siento tan cansada y
deprimida que siento que me ahogo sólo para poner las cosas en
movimiento.
—Uh, tú… ¿qué?
Viv se río con inquietud.
—Uh, probablemente te confundí…
—Sí, pero… siéntete libre de explicarlo.
—Es… difícil para entender si no eres de aquí.
Eso otra vez. Mira estaba a punto de discutir cuando una lluvia de
frías gotas de agua salpicó su estómago, sacudiendo su posición vertical.
No pasó mucho tiempo para ver de donde había venido la “lluvia”.
Blue se encontraba de pie sobre ella, sacudiendo su cabello mojado
como un molesto perro azul. Las gotas de agua se aferraban a los
músculos de su pecho. Era delgado pero fuerte, no musculoso como
Henley, pero su cuerpo estaba hecho con tamaño y definición. Nada podía
compensar su personalidad.
—Deja de sacudirte en mí —espetó Mira.
Blue pasó la mano por su pelo, tirándole más agua.
—Muévete si no te gusta.
—Si me muevo, tendré que agredirte. No quiero humillarte delante
68

de Viv.
—Que considerada. —Él se sentó, la arena se pegaba a su piel como
Página

azúcar en polvo, luego se inclinó sobre ella para tomar una Coca-Cola de
la nevera, goteando de nuevo sobre ella. Sonrió mientras ella lo miraba
fijamente.
—Voy a buscar a Henley —anunció Viv, tratando de poner su pareo
en la cintura y saliendo de debajo de la sombrilla—. O está fumando o está
usando mi cámara para fotografiar putas en el paseo marítimo. Sea lo que
sea, está en problemas. Recuerda lo que dije, Mira. Sobre… —Sacudió la
cabeza hacia Blue.
Mira asintió. Blue entrecerró los ojos después de que Viv se fuera.
—¿Qué ha sido eso?
—Ha dicho que está feliz de que no me gustes. Quizás me recordaba
que me asegurara de que siga siendo así, pero ese es un recordatorio que
no necesito.
—Bien. —Bebió la mitad de la botella, entonces la tapó y la lanzó de
nuevo al agua de la nevera. El agua salpicó su pierna, y ella la frotó para
que saliera.
—Tienes unas bonitas piernas —dijo Blue.
Ella le entrecerró los ojos.
—¿Estás siendo amable, o sórdido? Porque dudo que sea un
cumplido, viniendo de ti.
—Siempre asumes lo peor.
—No puedo esperar para no volver a verte otra vez —murmuró ella.
Se dio la vuelta sobre su estómago, sacó un barato libro de bolsillo
de su bolso, y dejó que su pelo tapara su cara para así poder leer. Casi
había logrado ignorarlo cuando sintió la punta de sus dedos rozar la parte
posterior de su pantorrilla, desde el hueco de la rodilla hasta el tobillo. Se
dio la vuelta y le lanzó el libro, golpeando las páginas abiertas en su cara.
—¡No me toques! —gritó. Todavía podía sentir la línea que él trazó en
la parte posterior de la pantorrilla, la frescura contra su piel.
Blue se encogió de hombros, sin vergüenza.
—Quería ver si se sentía tan bien como se veía.
—No se va a sentir tan bien cuando te destroce los huesos.
Blue pareció considerar esto. Entonces—: ¿Eres una bailarina?
—Sí —dijo con los dientes apretados.
—Me lo imaginaba. No podrías ser así de sexy por naturaleza.
69

Imaginé que tuviste que esforzarte.


Ella elaboraba una respuesta, algo más que una acumulación de
insultos, cuando vio que Freddie daba grandes zancadas en la playa.
Página

Llevaba algo en las manos, el agua goteaba de ellas, y no dejaba de parar y


dar vueltas a sus admiradoras, que se arrastraban en una procesión de
mejillas bronceadas y bikinis diminutos.
Cuando los alcanzó, se dejó caer de rodillas delante de Mira.
—Mira, ¿has visto alguna vez una estrella de mar? He traído una así
podría mostrártela.
Ella miró rápidamente a la estrella de mar púrpura en las manos
abiertas de Freddie y luego a Blue. Él era como una espina bajo la piel,
constantemente irritándola. No podía tener una conversación normal y
agradable con Freddie cuando sentía que estaba a punto de explotar.
—¿Por qué eres tan imbécil?
—Es una herramienta de supervivencia —dijo Blue.
—¿En serio? ¿Cómo siendo un idiota te da ventaja?
—Te da a ti ventaja.
—Claro que sí —dijo, cansada.
—Creo que estás obsesionada conmigo —dijo Blue—. Pero eso está
bien. No voy a juzgarte por eso.
Entonces se levantó antes de que ella pudiera golpearlo. La arena
salpicó en sus piernas y en su traje de baño, un par de gotas caían por su
cabello.
Blue se dio la vuelta y Mira casi se ahogó con su Coca-Cola, porque
justo en el centro de la parte baja de su espalda, en la cintura de su traje
de baño, tenía una marca de nacimiento, vino tinto como una quemadura,
brillante, suave como una cicatriz.
Como la de ella, sólo que tenía forma de corazón. Un perfecto y
oscuro corazón.
—¿Qué? —dijo Blue dándose la vuelta otra vez—. ¿Estás triste de
que me vaya?
—¿Qué…? ¿Qué es eso? —preguntó, presionando sus dedos en el
pecho, tosiendo ya que casi se había ahogado.
Blue se encogió de hombros.
—Nada. —Ella no le creyó. Esa marca significaba algo—. No te
preocupes, no es contagiosa —dijo Blue, antes de correr hacia el agua. El
mar se lo comió en pequeños trozos, primero las piernas, luego la cintura y
70

finalmente su pecho, hasta que desapareció debajo de las olas. El sol


brillaba en el agua y ya estaba casi ciega, no podía ver más.
—Lo siento por eso —le dijo a Freddie. Seguía arrodillado a su lado,
Página

pero abatido, o quizás sólo tranquilo. La estrella de mar parecía inerte en


sus manos.
—Voy a poner esto en el mar —dijo—. ¿De acuerdo?
Tentativamente, Mira tocó la estrella de mar y luego se retiró. Se
sentía mal por ignorarlo.
—Gracias por mostrármela. Creo que es genial. Sólo que… antes
estaba enojada. No sé porque me parece que su objetivo es enojarme.
Prefiero que elija uno: ser amable, o dejarme en paz.
Freddie asintió.
—Bueno… eso sería mejor. Pero no tiene dominio de sí mismo para
eso, no lo creo. Sólo le gustas.
Ella enarcó sus cejas.
—Um, ¿has estado prestando atención?
—No digo que él quera que le gustes. Sólo le gustas. Tal vez porque
actúas como si no te gustase, así se siente un poco más seguro.
—Freddie, eso no tiene sentido.
Freddie se encogió de hombros.
—Blue tiene, um, problemas extraños con las chicas.
—¿Debido a que su madre se escapó?
—No estoy seguro de cómo explicarlo. Tan sólo me refiero a que,
obviamente, le gustas, pero no quiere, así que intenta pasarse un poco
para mantenerte a raya. Pero creo que lo está pasado mal por justamente
ignorarte, porque a ti genuinamente no te gusta. Lo que es extrañamente
atractivo para Blue.
—Igual que odia a las niñas inseguras, pero ¿se enciende si piensa
que te haces de rogar para conseguirlo?
—Uh… —Freddie dejó de pensar en ello, luego se encogió de
hombros otra vez—. No sé, Mira. No sé como explicarlo.
—Podrías golpearlo por mí. Eso resolvería muchos problemas. —Ella
le dio una sonrisa tímida.
—Es mi amigo. No puedo hacer eso. —Pero le devolvió la sonrisa,
para nada ofendido, como si supiera que ella bromeaba.
Y bromeaba, en cierto modo.
—Voy a llevar esto de vuelta, ¿de acuerdo? —Freddie hizo un gesto
con la estrella de mar, levantando sus manos, los músculos de su pecho
71

apretados con el movimiento. Ella asintió y él se alejó trotando por la


playa, relajado y despreocupado. No pasó mucho tiempo antes de que las
Página

chicas lo rodearan de nuevo, y cuando lo hicieron, él aceleró sus pasos


torpes en la arena, como un oso torpe lejos de una colmena con las patas
llenas de miel. Excepto que Freddie era la miel y el oso.
Mira, como norma general, no perseguía a los chicos. Pero cuando
siguió a Freddie con los ojos, con el libro presionado en la frente como
visera, se vio reflejada en su piel. Su marca de color vino rojo se hallaba
impresa en la parte baja de su espalda. Ellos podrían haber sido gemelos.
Gemelos.
Se levantó del suelo y corrió tras él. Empujó la masa de admiradoras
y lo agarró por los hombros, girándolo a su alrededor. Su rostro estaba
blanco por la sorpresa. El calor se hundió en sus manos.
—¿Qué está pasando? —demandó ella—. Tienes que decirme qué es
lo que está pasando aquí.
Sus dedos se clavaron en sus hombros, demasiado fuerte. Él se
quedó en silencio, y ella sintió como si estuviera tocando el fuego.
72
Página
7 Traducido por Liz Holland
Corregido por Elle87

tacaste a Freddie. Lo asustaste —dijo Blue.


Se sentaron en una mesa al aire libre en el Gingerbread
House, la cafetería donde le había lanzado el cuchillo.
Sólo ellos dos. Blue había aparecido, mojado, mientras
Mira interrogaba a Freddie, exigiendo saber qué es lo que
eran sus marcas y él la había alejado con manos que estaban frías por el
mar. Había dicho que si quería hablar de eso, tenían que hacerlo en otro
lugar. Estaba tan serio que ella había accedido.
—No lo ataqué —dijo Mira—. Le llamaba la atención. Necesitaba
hablar con él.
El aire en el exterior de la cafetería olía a escabeche y humo de
parrilla. El sonido de las banderas al batir, y chocando contra las astas, se
mezclaban con los chillidos de las gaviotas y los motores de los coches.
Mira apoyó el pie en la base de la mesa, entonces se dio cuenta de que
tocaba la pierna de Blue. Dejó el pie ahí, para ver qué haría él.
—Dijo que se sentía como si tu mano estuviera en llamas. ¿Qué es
todo eso?
—Hoy hacía calor —dijo ella—. No lo sé. Ya te lo dije.
Mira levantó la cabeza para estudiar sus ojos, pero él no la miraba,
no directamente. Golpeaba la mesa con la muñeca, rítmicamente, como si
estuviese tratando de hacerse un moretón.
—Vi la marca en su espalda —dijo ella—, ambos tenemos una.
73

—Y tú estás demostrando ser lo suficientemente grosera para seguir


sacándolo a relucir. Tal vez esté avergonzado de ello. Simplemente déjalo.
—No —dijo—. No estoy siendo grosera.
Página

La rueda giraba lentamente en su mente, como un molino de viento


movido por un viento suave. La marca los conectaba de alguna manera, no
lo iba a dejar simplemente.
—¿Freddie es huérfano? —preguntó—. ¿Sus padres murieron?
—La familia Knight está perfectamente intacta —dijo Blue—. Tiene
dos hermanos mayores, Wills y Caspian. Unos amantes padres. Viven
todos juntos en una mansión ostentosa. Siempre lo han hecho.
—¿Así que no podría ser mi hermano? —se esforzó por decir,
tragando saliva después. El corazón le latía por dentro.
Blue la miró fijamente, con la boca medio abierta, sin entender.
Finalmente, dijo—: Él estaría ciertamente decepcionado si lo fuera. ¿Por
qué piensas eso? No se parecen.
—Pensé que tal vez podríamos haber sido separados. Cuando mis
padres murieron. Que podríamos haber sido llevados por diferentes
guardianes.
Ella bajó los ojos. Blue finalmente alejó su pierna. Se aclaró la
garganta.
—¿Te llevaron lejos? ¿De dónde? ¿De Beau Rivage?
—Yo nací aquí. Pero no me quedé por mucho tiempo. Algo malo
pasó, un incendio, y perdí a mi madre y mi padre. Mis
madrinas me criaron. Estoy aquí para encontrar las tumbas de mis
padres. —Su garganta se tensó—. Lo sabrías si hicieras algo más que
pelear conmigo.
—Lo siento —dijo. Entonces, en voz más baja—: Eso suena…
inquietantemente familiar. Como un cuento.
—¿No es todo un cuento?
—Tal vez. Pero eso no es lo que quise decir. Quiero decir
que me suena. Como un cuento clásico.
—Soy una huérfana —dijo, con un borde amargo en su voz—. Eso es
tan clásico como es posible, Oliver Twist, Sara Crewe5. Pero ser huérfano
no es un cuento de hadas. No es romántico; no me hace especial. Sólo
quiere decir que nunca tuve la oportunidad de conocer a mis padres, y
nunca lo haré.
—¿Así que esperabas tener a Freddie? —dijo, bajando las cejas
mientras trataba de entenderlo.
74

—No, sólo estoy tratando de hacer que tenga sentido. Esto.


Mira se levantó de su asiento y se subió la camisa de la cintura. Se
dio la vuelta para que pudiera ver la marca, su mirada parecía agujas en
Página

su piel, en la parte vulnerable de sí misma que mantenía oculta.


—Creo que tal vez… también estoy maldita —dijo.

5 Oliver Twist y Sara Crewe. Dos huérfanos pertenecientes a las novelas “Oliver Twist”, de
Charles Dickens y a “A Little Princess”, de Frances Hodgson Burnett, respectivamente.
Se estremeció cuando él la tocó, trazando la marca en la base de su
espina dorsal con la punta de los dedos.
Blue pronunció una palabra que ella le había dicho en
circunstancias muy diferentes. La susurró, y su tacto era como un susurro
también. Ella sintió un fuego más intenso que el que sintió cuando tocó a
Freddie. Ese había sido un fuego superficial, punzante y caliente. Éste era
más profundo, incrustado en su núcleo. Encendió algo oscuro y secreto en
ella, y lo mantuvo latente hasta que él retiró su mano.
—Oh —dijo él.
—No olvides que te odio —dijo con voz temblorosa.
—Lo sé. Vamos a mantenerlo de esa manera.
Volvió a sentarse. Los ojos de él se movieron por su rostro como un
péndulo.
—Bueno —tragó saliva—, para empezar, tú no eres su hermana.

***

Feliz cumpleaños. Feliz cumpleaños, cariño. Sólo cumples dieciséis


una vez. La habitación se encontraba llena de globos, el color de un castillo
en el fondo del mar, azul, negro, plateado y verde. Estaban bailando. Jewel
cantaba una canción de amor en un escenario en miniatura, con su voz
gutural y tierna, perlas negras goteando de sus labios cuando dejó de
respirar. Todos aplaudieron, extáticos. Una explosión de gratitud, como
petardos estallando.
Él se hallaba rodeado por todo lo que amaba. Todo bueno.
Las parejas se escondieron en las oscuras esquinas, sombras
privadas. Su padre lo alentó, los trató como adultos. El champán echaba
espuma por la boca de las botellas, y el papel salió de los regalos con un
vertiginoso sonido de rasgadura.
Él trató de mantenerse en su clase, realmente lo hizo. En las chicas
que conocía mejor, pero se quedó atrapado en el momento.
75

Esta noche, su vestido y sus labios eran tan rojos cereza como su
pelo. Y cuando ella le sonrió—como si fuera hora de dejar de fingir, dejar de
Página

evitarse entre sí—él se sintió demasiado bien para creer que no podía ser
nada más que correcto.
Pero debería haberlo sabido.
Ella lo llevó de la mano a ese dormitorio oscuro, tambaleándose sobre
los zapatos de tacón rojo con los que apenas podía andar, casi tropezando
con el bolso de alguien, y se echó a reír y le echó los brazos alrededor del
cuello para agarrarse a sí misma antes de caerse.
Se quedaron inmóviles por un momento. Él sintió su cuerpo contra el
suyo, cálido y maravilloso, y sus brazos la rodearon para acercarla más.
Ella le besó, y él la besó.
Y siguió besándola hasta que no pudo respirar. Hasta que ella no
pudo respirar.
—¿Cuántos años tienes? —preguntó Blue, tomando su mano y
dándole la vuelta, desplegando su dedo índice de donde se hallaba
enroscado contra su palma, y tocándolo suavemente, examinándolo.
—Casi dieciséis —dijo ella—. Mi cumpleaños es dentro de unos días.
—¿Cuántos días?
—Cuatro.
—Oh —dijo, con voz entrecortada—. ¿Tienes algunas prohibiciones?
¿Restricciones?
—¿Qué quieres decir? —Era una lucha mantener su mano abierta,
para evitar alejarla o enroscar sus dedos alrededor de los suyos y
agarrarlos. Sus nervios la sacudían cada vez que él le tocaba. Mientras
más suave era, más agradable se sentía y peor se volvía.
—Cosas que se te han prohibido. Cosas que se te han ocultado.
—Claro. Muchas cosas. Todo. Mis madrinas son las personas más
sobreprotectoras del planeta. No se me permite estar aquí, por ejemplo.
—¿Pero algo en concreto? —preguntó.
—No puedo montar en los coches de mis amigos. No puedo obtener
mi licencia hasta que cumpla dieciocho años. No puedo tener citas. No
puedo ver películas para mayores de edad. No puedo salir a pasear
después del anochecer. No puedo jugar con objetos afilados. La lista sigue
y sigue.
Blue asintió con gravedad, como si le hubiera confirmado algo.
—Está bien. Bueno… voy a decirte algo. Puede que no te guste.
76

—¿Acerca de mi… maldición? —dijo, todavía con la esperanza de que


él dijera que no, que se equivocaba.
Página

Pero en su lugar asintió con la cabeza.


—Mira, tienes lo que se llama una marca märchen6.
—¿Qué quieres decir?

6 Märchen: Del alemán. Significa “cuento”.


—Eso te identifica. Te coloca en un papel. Te dice lo que tienes que
hacer, o lo que te va a pasar. Es como… tu destino. Tu maldición.
Blue puso las manos sobre la mesa, un ligero temblor corriendo por
ellas.
—Hay ciertos lugares donde nuestra clase se reúne. Beau Rivage es
uno de ellos.
—Así que tus amigos, todos están… malditos.
Blue asintió.
—Sí.
—¿Qué significa mi marca? ¿Cuál es mi papel?
—La rueda que tienes, y la que Freddie tiene, representa la rueda de
“La Bella Durmiente”.
Mira cogió aire y lo retuvo. El cuento favorito de Félix. Destino.
—Eres una Somnolienta —continuó Blue—. Eso significa que fuiste
maldecida, probablemente cuando eras un bebé; y que hay un objeto, no
necesariamente una rueda, ya que los cuentos evolucionan y eso ahora
sería demasiado arcaico, que está destinado a mandarte a un sueño
encantado si te pincha el dedo o algo. Posiblemente un sueño muy largo,
dependiendo de dónde esté tu príncipe cuando suceda. Y si sabe cómo
encontrarte.
—¿Mi príncipe? —Mira parpadeó, aturdida—. ¿Tengo un príncipe?
—Um, sí. Ese sería Freddie.
Freddie.
Freddie era agradable. Freddie era muy dulce. Y un imán para las
chicas, por no mencionar un imán de azulejos, mariposas y ardillas.
Pero Mira no podía verlo como su novio y rompedor de la maldición,
el amor de su vida.
Dejó escapar un largo suspiro y agitó su batido. Hasta ahora, los
cuentos de hadas y los vivieron felices para siempre no parecían ir de la
mano. Y ser una princesa —si eso era realmente lo que era— no era el
77

sueño hecho realidad que había imaginado cuando tenía cinco años,
bailando por su casa con un tutú rosa y una tiara de plástico. Si Bliss y
Elsa sabían la verdad sobre ella, le sorprendía que no hubieran estallado
Página

en carcajadas con la vista: una princesa de verdad jugando a ser princesa.


—Soy tan tonta.
Blue arqueó las cejas.
—¿No es esa mi frase?
—Mis madrinas. ¿Son hadas madrinas?
—Probablemente —dijo Blue—, si se les fue confiado tu bienestar.
Pero supongo que podrían ser humanas. Cosas más extrañas han pasado.
—Cosas extrañas como nosotros —dijo.
Ya no pensaba que era lindo que la cafetería se llamara La Casa de
Jengibre, o que las paredes estuvieran decoradas con caramelos. No le
habría sorprendido encontrar un niño en una jaula en la cocina, siendo
engordado por una bruja como en “Hansel y Gretel”.
Una de las camareras rondaba cerca, limpiando mesas que ya
estaban limpias, obviamente escuchando.
—¿Podemos hablar en otro lugar? —preguntó Mira, señalando con la
cabeza a la camarera entrometida.
—Claro —dijo Blue, levantándose—. Quería llevarte con Layla de
todos modos. Ella te explicará esto mejor que yo.

***

Para las tres de la tarde, Blue y Mira estaban acampados en los


sillones de cuero junto a la amplia ventana del frente de la tienda de libros
usados The Emperor’s New Books, esperando a que Layla se tomara un
descanso.
Las estanterías albergaban una variedad ecléctica de libros que Mira
dudaba que alguien fuera a volver a comprar: novelas románticas con olor
acre de los 70, libros de crucigramas con la mitad de las respuestas
escritas con lápiz, guías de viaje que no habían sido útiles desde hacía
décadas. Una caja de plástico con discos de música acumulaba polvo en el
suelo, y un poco más allá había un estante de alambre lleno con novelas
gráficas muy manoseadas, el único guiño al siglo actual.
Mira tenía la impresión de que la tienda era más bien un hobby para
el propietario que un negocio, y por lo que había visto hasta ahora, los
clientes la trataban como una biblioteca. Al único cliente presente —un
78

joven oficial de policía que hojeaba libros de nombres de bebé como si su


vida dependiera de ello— le costaba una eternidad salir.
Layla clasificaba un envío, viéndose con la misma hermosura sin
Página

esfuerzo como la última vez que Mira la había visto. Blue se había servido
café con hielo de la jarra de la nevera para empleados, absorto en un libro
de cómics, y Mira, quien normalmente habría estado contenta en una
librería, estaba demasiado ansiosa para leer algo.
—¿Cuál es la marca märchen de Layla? —preguntó Mira,
inclinándose hacia Blue, manteniendo la voz baja.
A regañadientes, Blue dejó el cómic que Leia, un cuento reinventado
de “Peter Pan”, lleno de chicas etéreas y niños duende perdidos.
—Layla es Bella, de “La Bella y la Bestia”. Todos nos sentimos mal
por ella porque tiene que lidiar con Rafe.
—Oh Dios mío, Rafe es la Bestia —dijo Mira. Se sentía estúpida, era
muy obvio.
—Sí. Bestial en su interior, pronto será bestial en el exterior, una vez
un hada ponga la maldición en movimiento. Se supone que será redimido
al final, pero tenemos muy poca fe en él. Va a tener que pasar un milagro
para que Layla se enamore de Rafe. Sólo esperamos que aún pueda tocar
el bajo con patas de monstruo. De lo contrario, tendremos que encontrar
un nuevo miembro para la banda.
—Lo dices como si creyeras que es gracioso.
Blue se encogió de hombros.
—¿No lo es? Es lo que merece. No es que no me guste, pero a veces
tienes que aprender las cosas de la manera difícil.
Mira lo miró.
—¿Y tú? ¿Tuviste que aprender algo de la manera difícil?
—Buen intento —dijo, pero la sonrisa en sus labios no llegó a sus
ojos.
Lo que Mira realmente quería preguntar era qué significaba la marca
del corazón de Blue —y cuál era la marca de Félix, si tenía una— pero
parecía que Blue se salía de su camino para no contestarle. Su reticencia
la inquietaba. Sabía que había gente mala en los cuentos: lobos que se
tragaban a mujeres enteras, madrastras que trataban a sus hijas como si
fueran esclavas, embaucadores que ofrecían ofertas imposibles y muchos
más. ¿Podría ser Blue uno de los malos?
Ella no quería luchar con él. No cuando por fin se llevaban bien. Así
que en lugar de presionarlo, le preguntó—: ¿Qué pasa con Viv? ¿Es
79

Blancanieves?
—Bingo. Ella es una Somnolienta también, tienen en común los
comas encantados. Henley es el desventurado Cazador. Un día, la
Página

madrastra de Viv le ordenará que le arranque el corazón a Viv y se lo lleve


a ella. Eso siempre añade una dimensión extra de gracia a sus enredos.
—Oh Dios mío. —Mira retrocedió—. Sin embargo, él no lo hará,
¿verdad?
—¿Quién sabe? Es tan perra con él y él está tan obsesionado con
ella que puede que lo haga. Enloquece cada vez que sospecha que un chico
de por aquí podría ser su príncipe; definitivamente no está dispuesto a
entregarla a otra persona. Va a estar aliviado cuando se entere de que
tienes una reclamación sobre Freddie.
—Yo no… —Negó con la cabeza, no dispuesta a aceptar eso, era
demasiado extraño.
—Freddie no es tan malo.
—No tengo nada en contra de Freddie, es sólo que…
—No te gusta sentirte atrapada, como si tu futuro ya estuviera
trazado para ti.
—Así es.
—Créeme, a nadie le gusta. —Blue agarró su cómic de nuevo, como
si hubiera decidido que ahora era un buen momento para evitarla. Tenía la
cabeza inclinada, y una vorágine de espigas azules le devolvió la mirada.
Mira le dio un golpe al cómic para alejarlo.
—¿Qué hay de ti? ¿Cuál es tu trampa?
—No quiero hablar de eso. La curiosidad mató al gato.
Ella le sacó la lengua. Parecía apropiado.
—Sexy —dijo, chasqueando su propia lengua hacia ella. En
respuesta ella le dio una patada en la espinilla. Blue se inclinó para
agarrarse la pierna maldiciendo.
—¿Todavía sexy? —preguntó—. ¿Qué fue lo que dijiste acerca de
aprender las cosas de la manera más dura? Tal vez esa es tu maldición.
Le dejó leer por un rato, pensando que debería darle un descanso y
se quedó mirando por la ventana, viendo a la gente pasar y preguntándose
cómo estaban maldecidos. ¿Esa señora mayor había sido una damisela en
apuros una vez? ¿Ese niño crecerá para matar a un gigante? ¿Y esa chica,
con la cara sucia y la ropa andrajosa, volvía a casa para limpiar la casa a
una malvada madrastra y dos hermanastras?
80

Era extraño pensar en otro mundo siendo escondido detrás del


mundo ordinario. Toda una sociedad donde gobernaba el destino.
Un triunfante “¡Aha!” desde las pilas causó que Mira mirara hacia
Página

atrás. El oficial de policía con los libros de nombres para bebés


garabateaba furiosamente en un cuaderno, como si hubiera hecho un gran
descubrimiento.
—Mezcla unos números y símbolos —aconsejó Layla mientras
pasaba—. Ahora son más inteligentes al escoger nombres inimaginables.
Lo aprendieron de las contraseñas de Internet.
El oficial silbó entre dientes.
—¡Maldita sea! ¡Esto me costará una eternidad!
Layla le palmeó el hombro.
—Lo siento, Leo.
La frente de Mira se arrugó en confusión. A veces, este lugar era
demasiado extraño.
Finalmente, el joven oficial salió por la puerta con su cuaderno de
nombres, diciendo un rápido “¡Gracias!” mientras el tintineo de las
campanillas anunciaba su salida. Layla le dio la vuelta al cartel de
CERRADO en la puerta y se acercó para unirse a ellos. Tenía un grueso
libro encuadernado en cuero apoyado contra su cadera.
Layla había estado sacando libros de las estanterías polvorientas
todo el día, pero no tenía ni una mota de polvo ni una gota de sudor en
ella. Su pelo liso y negro se hallaba tan libre de encrespado como el de una
muñeca Barbie, y sus ojos oscuros brillaban, aún cuando no sonreía. Era
como una pintura del Renacentismo —impecablemente hermosa— y
también había calidez en su belleza.
—Me siento mal por Leo —dijo Layla con un suspiro—. Los nombres
verdaderos son mucho más difíciles de descifrar estos días. El trol casi
seguro se quedará definitivamente con ese niño.
—¿Trol? —dijo Mira.
—La maldición de Rumpelstitskin —explicó Blue—. Leo es el hombre
encargado de encontrar el nombre verdadero del trol, para que la reina
pueda salvar a su bebé de sus garras. Apesta ser él.
—Um, ¿tal vez alguien debería decirle que es Rumpelstitskin? —dijo
Mira.
Blue se echó a reír. Layla le dio una pequeña sonrisa.
—Rumpelstitskin es el nombre en el cuento —dijo Blue—. No es el
nombre de todos los trols. Eso sería demasiado fácil.
—Oh —dijo Mira, decepcionada.
81

—De todos modos —dijo Layla—, no estamos aquí para hablar de la


maldición del pobre Leo. Estamos aquí para hablar de lo básico. ¿Estás
lista, Mira?
Página

—Tan lista como pueda llegar a estarlo.


Layla colocó el libro grueso encuadernado en cuero en la mesa frente
a ellos y lo abrió con un ploff. Las páginas tenían los bordes dorados,
impresas con tinta marrón oscura. Parecía ser una especie de
enciclopedia. El texto se encontraba distribuido en dos columnas, y cada
entrada se iniciaba con una letra cursiva elaborada, una obra de arte en sí
misma. Algunas entradas estaban acompañadas de símbolos —una
manzana, una trenza, una corona— todo escrito con el mismo marrón
oscuro. Dibujos de escenas de los cuentos de hadas ilustraban el texto.
—Tomé esto de la parte de atrás —dijo Layla, su expresión matizada
por malicia por un segundo—. Se supone que no tengo que tocarlo, es una
antigüedad, pero mi jefe no está aquí hoy, y creo que Mira merece algo
especial para su introducción. Si derramas café sobre él —añadió, mirando
fijamente a Blue—, te mataré.
—Entendido —dijo Blue, alejando su café helado.
—¿Qué es, exactamente? —Mira se inclinó hacia adelante para mirar
las páginas. Layla abrió el libro por una página aparentemente al azar, y la
primera entrada decía:
Los Cambiados:
Aquellos que están físicamente cambiados por la magia, para bien o
para mal, a menudo acompañados de malestar, sufrimiento o dolor. La
maldición puede ser deshecha, a veces por el amor verdadero, a veces a
través de otros métodos (matando al mago, etc.).
Algunos personajes que pertenecen a la categoría de Cambiados son
la Bestia (“La Bella y la Bestia”), la Sirenita (“La sirenita”), las Chicas
Amables y las Crueles (“Las Hadas”).
—Es una taxonomía de las maldiciones —dijo Layla—. Explica
nuestros personajes, nuestras marcas, cataloga los cuentos… y también
las categorías en que estamos. Por ejemplo, tu marca es una rueda… —
Layla pasó las páginas hasta la lista de “La Bella Durmiente”, que estaba
ilustrado con la misma forma de rueda que tenía Mira en la espalda.
—Tu cuento es “La Bella Durmiente”, tu personaje es la princesa, y
tu categoría global es Somnolienta.
—Eso es mucho para no perder de vista —dijo Mira.
Layla se encogió de hombros.
—Es más que nada intuitivo, una vez que le coges el truco. Viv
también es una princesa Somnolienta, pero su cuento es “Blancanieves”, y
su marca es una manzana. Así que hay algunas coincidencias.
82

Layla hojeó el libro, sus dedos pasando las páginas casi con cariño.
—Originalmente, este libro fue hecho como una herramienta de
Página

referencia para las hadas jóvenes, para que pudieran aprender las
diferentes maldiciones y tomar las decisiones correctas con respecto a
quién se las pondrían, pero ahora es más una pieza de colección. Las
hadas tienen maneras más fáciles de compartir información.
—¿Pero no nacimos con estas marcas? —preguntó Mira.
Layla negó con la cabeza.
—¿Alguien te dijo eso? Normalmente somos maldecidos cuando
somos niños, o mayores, una vez que nuestras personalidades se han dado
a conocer. Hay algunas maldiciones hereditarias, maldiciones que se
ejecutan en una familia en particular, eso es todo —dijo Layla, dándole
una rápida mirada a Blue—. Y…
Mira se volvió hacia Blue, para preguntarle al respecto, pero él
simplemente levantó el café lejos del libro, como si ese fuera el tema.
—No lo voy a derramar —dijo—. No me mires así.
—Um, de todos modos —continuó Layla un poco incómoda—,
probablemente fuiste maldecida cuando eras un bebé. Mira, la mayoría de
las Bellas Durmientes Somnolientas los son. Viv fue maldecida cuando era
un bebé, también. Pero mi maldición fue otorgada cuando tenía diez años,
y Jewel fue maldecida sólo hace unos pocos años. Por lo tanto, varía.
Cualquiera con magia en la sangre tiene el potencial de ser maldito, pero
se necesita un hada para que se despierte.
—¿Hay magia en mi sangre? —Mira giró su muñeca para ver el
grupo de venas de ahí, de repente nerviosa por lo que contenían.
—Sólo significa que en alguna parte en la historia de tu familia, hay
un antepasado que no era totalmente humano, un hada tal vez, cuya
magia fue traspasada a ti —dijo Layla—. En una forma muy diluida, por
supuesto.
—Las relaciones entre humanos y hadas son generalmente mal
vistas —dijo Blue—. Y por relaciones, quiero decir…
Mira lo interrumpió, calor extendiéndose por sus mejillas.
—Lo entiendo.
—Así que las maldiciones son castigos para aquellos amoríos
prohibidos —dijo Layla—. Las hadas creen que tienen derecho a
probarnos, hacernos sufrir un calvario. Aunque algunas hadas nos tienen
simpatía. Algunas son buenas. Y en estos días, no maldicen a todos,
mucha gente se salva. A eso le llamamos tener una maldición inactiva.
La charla sobre hadas llevó a la mente de Mira de nuevo a Bliss y
83

Elsa. ¿Eran ambas hadas? Bliss podía de alguna manera parecer un hada,
por los vestidos con volantes y los pasos como saltitos y la tienda de
encantos; pero Elsa parecía ser demasiado práctica para ser mágica, y no
Página

podía imaginar a cualquiera de las dos castigando a alguien.


Bueno… excepto quizás a ella. Por desobedecerlas. Y mentirles.
Pensar en sus madrinas hizo que sus ojos se humedecieran. Podría
llamarles, decirles que estaba en Beau Rivage y que ahora sabía la verdad,
pero ¿qué pasaría si ellas estaban enfadadas con ella? ¿Qué pasa si tenían
una reacción exagerada y se la llevaban de nuevo?
No estaba lista para irse. Tampoco para renunciar a su
independencia.
Layla seguía explicando.
—No es sólo una cuestión de tener magia en la sangre, también hay
una línea divisoria social. Las maldiciones de los príncipes y princesas son
reservadas para las personas que llamamos Reales. Les llamamos así
porque sus familias una vez fueron miembros de la nobleza. Por lo general
son ricos…
—Casarse con la campesina que convierte la paja en oro, siempre es
un buen movimiento —dijo Blue.
—… Y se considera que son la élite de los cuentos de hadas, aunque
sus maldiciones no son necesariamente más deseables, como estoy segura
que tú y Viv podrán comprobar. De todos modos eso es subjetivo —dijo
Layla—. Tradicionalmente, la que es vista como una mala maldición es
otorgada por un hada malvada. La maldición de la Bestia de Rafe, por
ejemplo. Mientras que mi maldición, que se supone que es una buena
porque estoy destinada a romper la maldición de Rafe —puso los ojos en
blanco—, me fue otorgada por un hada buena.
—En otras palabras, un hada podría ver tu maldición como una
recompensa, y tú puede que la odies —dijo Blue.
—Por cierto, buenas y malvadas son nuestras descripciones para las
hadas —dijo Layla—. Es mejor que no le llames malvada a un hada a la
cara.
—Lo recordaré —dijo Mira con una sonrisa.
Alguien golpeó en el cristal, asustándolos. Era una anciana cuyo
pelo caía en líneas enredadas naranjas, negras y blancas, como la piel
irregular de un gato. Llevaba una cesta de mimbre y parecía un poco loca.
Layla señaló el cartel de CERRADO hasta que la mujer frunció el ceño y se
fue.
—Tenemos algo de poder sobre nuestras vidas —añadió Layla,
84

volviéndose pensativa—. Tomamos nuestras decisiones, es sólo que el


destino tiene una manera de torcer nuestros esfuerzos para cumplir con
sus expectativas. Así que ha habido Cenicientas que han huido del baile,
Página

huyeron de sus príncipes, y siguieron corriendo hasta que sus zapatos de


cristal se rompieron. Ha habido Lobos que optaron por no devorar a
Caperucita Roja o a su abuela y fueron aceptados en la familia Hood con
gratitud, sólo para volverse salvajes otra vez semanas después y masacrar
a todos, porque asesinar es la naturaleza del Lobo.
Los dedos de Blue se cerraron alrededor de los apoyabrazos de la
silla y se hundió. Mira lo estudió, preguntándose ¿era un Lobo? Pero una
marca de corazón no tenía nada que ver con un Lobo.
Tenía la cabeza inclinada, por lo que no podía leer su expresión. Sus
nudillos lucían blancos.
—Así que… ¿vale la pena intentarlo? —preguntó Mira—. ¿Para tener
algo que las hadas no quieren que tengas? —Esperaba que Layla dijera
que sí. Layla tenía que decir que sí. Porque Mira no podía imaginarse
dándose por vencida y aceptando que Freddie era su futuro, príncipe o no.
Quería creer que podía enamorarse y que le importase, no sólo caer en su
lugar como una pieza de rompecabezas.
Layla ofreció una sonrisa de compasión, en cierto modo, su destino
era peor. No tenía que preocuparse por caer en un coma que duraría cien
años, pero estaba destinada a estar atrapada en una casa con un Rafe
bestial, aguantando su mierda hasta que el “amor” le enseñara a no ser un
imbécil.
—Es difícil escapar de tu destino —admitió Layla—. Pero en tu caso,
tu mejor opción es averiguar cuál es tu desencadenante, el objeto que
activa tu sueño encantado, y evitarlo. Probablemente no sea un huso7, no
se pueden encontrar hoy en día, y las hadas malvadas no corren riesgos.
¿Tus madrinas alguna vez mencionaron algo? ¿Un objeto que no se te
permita tocar?
—Hay tantas cosas que no me dejaban hacer… Realmente no lo sé
—dijo Mira—. Tenían una prohibición total sobre objetos filosos. Ni
siquiera me dejaban usar tijeras a menos que fueran esas tijeras de
seguridad que usan en el jardín de infancia.
—¿Tal vez sean tijeras? —dijo Blue.
Layla negó con la cabeza.
—No podemos asumir eso. Las madrinas de Mira probablemente
estaban siendo sólo cautelosas. La única manera de saberlo con seguridad
es encontrando a un hada que recuerde la maldición, y preguntarle.
Deberíamos preguntarle a Delilah.
—No. Absolutamente no —dijo Blue, poniéndose de pie—. Eso es
85

peligroso.
—Es la única manera en que tendrá una oportunidad para estar a
Página

salvo —insistió Layla—. ¿Qué pasa si Mira va a algún sitio, y nadie sabe
dónde está, y mientras está ahí, se pincha el dedo con lo que sea que
active el sueño, y nadie la encuentra en cien años? Prefiero preguntar al
hada.

7 Huso: aguja empleada en la rueca.


—Yo también —dijo Mira—. Prefiero saber.
Se estremeció, deseando que la luz del sol que entraba por la
ventana pudiera ahuyentar el frío que se había apoderado de ella. Dormir
durante cien años. ¿Y despertarse para qué? Todos los que había conocido
alguna vez estarían muertos. El mundo que conocía se habría ido. Había
perdido bastante cuando perdió a sus padres, no podría soportar perderlo
todo.
—Prefiero saber —dijo Mira de nuevo—. Así podré evitarlo.
—En el cuento de la Bella Durmiente —comenzó Blue—, el hada
malvada que maldice a la princesa afirma que se pinchará el dedo
y morirá. Fue sólo a través de la intervención de un hada buena que la
maldición quedó suavizada a un sueño encantado. Delilah es un hada
malvada. Si te enfrentas a ella, ¿quién puede decir que no va a aprovechar
la oportunidad para maldecirte con algo peor?
Mira tragó. No quería pensar en lo que podría significar algo peor.
—Ese es un riesgo que estoy dispuesta a tomar —dijo finalmente—.
He estado en la ignorancia demasiado tiempo, no quiero quedarme ahí.
Quiero saber la verdad.
86
Página
8
Traducido por Juli_Arg
Corregido por Zafiro.

o hablaré —ofreció Layla, cruzando los brazos y apoyándose


contra la pared arenosa exterior de la discoteca, viéndose
un poco más dura de lo que su delicado vestido de verano
debería haber permitido—. Soy una Privilegiada, ella no
puede maldecirme con algo peor que Rafe.
Privilegiados era una de las categorías en las que caían los
Marcados, como Cambiados y Somnolientos. Privilegiado significaba que
rompías encantamientos. Si una chica caía en un sueño encantado, su
príncipe Privilegiado podía despertarla con un beso. Si un chico se volvía
una Bestia, una chica Privilegiada podía enseñarle a amar, y rescatarlo.
Los Privilegiados eran protegidos de las maldiciones dañinas porque
poseían el poder de deshacerlas.
Mira sabía esto porque Layla se había pasado la tarde dándole un
curso acelerado de destinos de cuentos de hadas.
Ahora llegó la noche, y Mira esperaba con Layla y Blue fuera de
Stroke of Midnight, un club nocturno donde la banda de Blue tocaba
algunas veces. Habían venido aquí porque Layla y Blue conocían al hada
que era dueña del lugar. Al parecer, las hadas tienden a ser solitarias. Sus
casas se hallaban ocultas y eran difíciles de reconocer, ya que andaban
disfrazadas la mayor parte del tiempo. Así que Delilah, el hada dueña del
87

club, y quien era muy conocida y accesible, aunque un poco mala, era su
mejor esperanza. A menos que quisieran continuar la búsqueda, contratar
Página

a un intermediario para rastrear a un hada, o preguntar a las madrinas de


Mira, lo que Mira absolutamente no quería hacer.
No estoy lista para ir a casa aún, ella le había contado a Blue cuando
le había dado esa opción. No entiendes lo enojadas que mis madrinas
estarán. Realmente desordené sus cabezas. Todo esto estará acabado si les
digo. Me llevarán lejos.
Y aunque Blue había tratado de conseguir que se fuera desde el
momento en que la conoció, por alguna razón, aceptó esto sin discutir. Y
ella se sentía rara, halagada, como que tal vez ahora él quería que se
quedara.
Carteles que anunciaban los próximos espectáculos estaban pegados
por toda la puerta del club y grapados al poste de teléfono exterior,
incluyendo el póster de Curses & Kisses con los cuatro miembros de la
banda posando para la cámara. Jewel mordía una joya tamaño rompe
mandíbulas, sus labios se curvaban en una mueca sexy. Rafe hacía todo lo
posible para lucir caliente, Freddie sonreía cálidamente, y Blue estaba
encorvado, con el pelo parado como la aleta de un tiburón, mirando a la
cámara como si quisiera pelearse con ella.
Mira dejó caer sus párpados, cansada de toda la caminata que
habían hecho, el calor y la humedad que nunca se disipó. El club no
estaba programado para abrir durante unas horas más. Había una calma
de muerte, y la quietud no hacía más que resaltar el turbio aspecto de la
zona.
Al otro lado de la calle, algunos chicos estaban agachados, jugando a
los dados, de vez en cuando silbándole a Layla, pero Blue y Layla los
ignoraron, y ellos nunca se aventuraron más cerca. Una mujer con los
hombros caídos rodaba un carro de compras calle abajo, una rueda rota
causando que el carro se desviase. Y una chica empequeñecida por su
chaqueta de piel sintética caminaba por la calle con botas de plataforma,
las piernas como palillos, con los ojos hundidos y embrujados.
Mira envolvió sus brazos sobre su pecho, sintiéndose incómoda. Este
lugar era un recordatorio de que había sido protegida de más que de
maldiciones.
—Todavía creo que es mejor que no hablemos con ella en absoluto —
dijo Blue—. Podríamos preguntar a un hada buena.
—No sabemos dónde encontrar una en tan corto tiempo, ciertamente
no antes del cumpleaños de Mira —replicó Layla—. Y además, Delilah sabe
todo. Tendrá la respuesta que buscamos. Aunque, si quieren —dijo Layla,
mirando su teléfono—, podríamos llamar a Freddie como respaldo. Un
Privilegiado más para tenernos a salvo.
88

—Uh... —Blue vaciló—. No sé si eso sea una buena idea. No estoy


seguro de cómo va a reaccionar Freddie cuando se entere acerca de Mira.
Página

Ha estado esperando por ella toda su vida.


—Eso es cierto —dijo Layla.
Mira se encontraba tranquila. No sabía cómo iba a reaccionar
cuando Freddie se enterara. Porque no es que él no le gustara,
simplemente no le gustaba de esa manera.
Había estado esperándola toda su vida... pero ella había pasado casi
dieciséis años sin saber quién era en realidad.
—Podríamos pedirle a Félix que venga —dijo.
Blue la fulminó con la mirada. —No.
—A Delilah le gusta Félix —contestó Layla. Pero parecía incómoda
ante la sugerencia.
Mientras discutían, un coche negro de ciudad se detuvo en la acera.
Los chicos que jugaban a los dados se dispersaron como cuervos. Blue se
enderezó, su postura tan rígida como Mira nunca antes lo había visto, y
Layla juntó sus manos en un gesto de súplica. Como si ambos esperaran
algo terrible.
Las puertas del coche se abrieron y un ogro con un traje negro salió
del lado del conductor. Un ogro genuino, no había otra palabra para el
hombre muy musculoso, de piel gris delante de ellos. Su cabeza calva
estaba moteada con oscuras manchas grises, y sus orejas eran
malformadas como las de un luchador. Hombros anchos estirando las
costuras de su traje.
El ogro juntó sus manos carnosas y se quedó esperando mientras
una mujer esbelta, de pelo negro salió del lado del pasajero, una pierna
vestida con medias de red a la vez.
—Aquí está —susurró Layla.
Delilah se encontraba vestida como si hubiera venido de un funeral
o un desfile de moda. Llevaba una blusa de color negro con un lazo
enorme, caído en el cuello, una falda negra tipo lápiz hasta la rodilla,
medias de red y botas negras con tacones de aguja. Un sombrero de
terciopelo negro inclinado a través de su pelo, y un velo de red cubría un
lado de su cara.
Cruzando la calle con pasos entrecortados, balanceando su cadera,
ella les dio una sonrisa curiosa. Sus labios eran del color azul violeta de
un moretón.
—Está bien, Sam —dijo el hada al ogro que les fruncía el ceño con
suspicacia—. Conozco a estos chicos. —Ella miró a Blue, quien evitaba su
89

mirada—. ¿Problemas con el show del sábado? Será mejor que no me


canceles, Valentine.
—No, nada de eso —dijo Layla rápidamente—. Teníamos la
Página

esperanza de que pudiéramos hacerte unas cuantas preguntas antes de


que el club abra. Si tienes tiempo.
—Por supuesto —murmuró el hada, apartándose mientras el ogro
abría la puerta del club.
El ogro olió en la dirección de Mira, su gran nariz llameando, y ella
retrocedió unos pasos. Tal vez comía gente. Tal vez había sido desplazado
de su mansión en el cielo por un astuto adolescente, y devorar
adolescentes era su forma de vengarse.
La puerta se abrió y el ogro encendió las luces, revelando el
deslustre del club. Stroke of Midnight bien podría haber sido una bodega;
no evocaba la sensualidad fría y decadente que Mira imaginaba cuando
pensaba en clubes nocturnos. Abolladuras de puños de los borrachos
marcaban las paredes, manchas rodeaban el suelo y el aire tenía un
desvanecido olor a humo y cerveza. Casi inmediatamente, el pie de Mira
aterrizó en algo pegajoso. Sus zapatillas de ballet hicieron húmedos
sonidos contra el suelo.
Siguieron a Delilah por un pasillo estrecho a su oficina, la que no
tenía ventanas y se hallaba toda pintada totalmente de negro—paredes,
suelo, techo, todo—era como estar atrapado en el interior de un ataúd.
Dos bombillas verde ácido emitían un resplandor enfermizo, pero no era
suficiente para evitar que la habitación tenga una sensación de
claustrofobia. Mira empezaba a arrepentirse de esto. Deseó que Blue
hubiera alegado en contra un poco más.
—Ahora, ¿qué puedo hacer por ustedes? —preguntó Delilah,
girándose para enfrentarlos. Una de sus piernas estaba equilibrada detrás
de la otra, de modo que su cuerpo parecía estrecharse peligrosamente
desde sus caderas al piso. Tenía el aspecto de la hoja de un cuchillo.
Layla tomó el brazo de Mira, como para tranquilizarla y también
para llevarla adelante y presentarla al hada. —Esta es Mira. Ella es una
Bella Durmiente Somnolienta. La princesa.
—¡Ah! Bienvenida —dijo Delilah—. Y ¿estás buscando orientación?
—Algo así —dijo Layla—. Es una extraña en nuestros caminos. Nos
preguntábamos si sabrías que hada le había maldecido. Porque tenemos
que averiguar cuál es su desencadenante.
—¿Nunca nadie le dijo? —preguntó Delilah escandalizada—. ¿Dónde
están sus padres?
—No se crió con ellos —dijo Layla. Mira apretó el brazo de la
90

muchacha. Se sentía agradecida de que Layla no haya mencionado la


muerte de sus padres al hada. Eso se sentía privado, y un poco como una
debilidad.
Página

—Voy a ver que puedo encontrar —dijo Delilah. Hizo un gesto a


Mira—. Date la vuelta, querida. Muéstrame tu marca.
—Yo… pero ya sabes… —Mira seguía balbuceando excusas cuando
Layla le dio la vuelta y levantó su camisa hasta la mitad de su columna
vertebral.
—Haz lo que dice —susurró Layla.
Mira se estremeció cuando las uñas largas de Delilah rasparon su
marca expuesta. El toque del hada era áspero y frío, como el metal
corroído contra su piel.
—¿Cuál es tu nombre completo, querida? —preguntó Delilah. Sus
uñas apuñalaron ligeramente la curva de la cintura de Mira, como si la
evaluara para algo.
—Mira. Mirabelle Lively —tartamudeó después de una pausa. El
hada la ponía nerviosa. Sabía que tenía que cooperar si quería respuestas,
pero se encontró poco dispuesta a alimentar con información al hada. El
conocimiento era poder, y entregar más poder a Delilah parecía
imprudente.
—¿Quiénes son tus padres? ¿Cuándo es tu cumpleaños? ¿Cuántos
años tienes ahora?
Mira contestó todas las preguntas, temblando ante la sensación de
los dedos fríos del hada en su piel. Delilah parecía intrigada al descubrir
que el decimosexto cumpleaños de Mira se acercaba.
—Querida, qué momento aterrador. Tomaré esto como una prioridad
entonces. Los cumpleaños tienen la costumbre de ser algo monstruoso por
aquí.
—¿Monstruoso? —preguntó Mira.
—Oh, sí —dijo Delilah, su voz un ronroneo terciopelado—. Los
cumpleaños son días de cambio. Dejando un año y entrando al siguiente.
Es un momento poderoso, y las cosas malas tienden a pasar. No
querríamos que no estés preparada.
Delilah rodeó para mirarla, sonriendo, como si simplemente no
hubiera insinuado el destino de Mira.
—¿Vas a venir al espectáculo el sábado por la noche, princesa? Con
un poco de suerte, ya sabré para entonces. Podremos hablar de ello.
El sábado era el día antes de su cumpleaños. Tres días a partir de
ahora.
91

En cuatro días, tendría dieciséis años. Pero el día en que se suponía


que debía estar celebrando, celebrar la vida, todas las cosas, podría
convertirse en una damisela durmiente, una princesa en éxtasis. Justo
Página

cuando se supone que el mundo se abriría para ella.


Y ahora mismo no sabía cómo salvarse.
—Yo… —La voz de Mira se sentía frágil en su garganta. Miró a Layla
y a Blue, pero ninguno de ellos le dio una señal. Era su decisión—. Sí —
decidió—. Voy a estar aquí.
—Perfecto —dijo Delilah—. ¿Eso es todo?
—Sí —dijo Layla con una sonrisa demasiado brillante. Agarró el
brazo de Mira, firmemente, y la condujo hacia fuera—. Muchas gracias.
—Sí, gracias —murmuró Mira mientras se apresuraban pasando al
ogro.
Layla dejó escapar un suspiro cuando la puerta se cerró detrás de
ellos, y prácticamente arrastró a Mira por el pasillo oscuro.
—Lamento apurarte —dijo Layla—. Estaba segura de que ella pediría
algo a cambio. Y cuando no lo hizo, quería salir de allí antes de que
cambiara de opinión.
—¿Generalmente pide un pago? —preguntó Mira.
—¡Sí! ¡Por supuesto! —exclamó Layla, como si debiera ser obvio.
A Mira le molestó que nadie le haya advertido eso de antemano. Pero
se acabó, así que no se quejó. Había tenido suerte.
Inexplicablemente.
—Debe haber sido algo que le gustó sobre ti —dijo Layla—. Tal vez se
sintió mal por ti. Incluso las hadas malignas tienen corazón.
—Sí —dijo Blue, hablando por primera vez desde que habían entrado
en el club—. Es por eso que maldicen a bebés, porque realmente se
compadecen por los desamparados.
Layla frunció el ceño. —Eres un cínico.
—Y tú eres una tonta —dijo Blue—. Verás, terminarás redimiendo a
Rafe después de todo. Las hadas te escogieron por una razón; saben lo que
tu corazón siente. Eres demasiado buena.
Layla murmuró algo sobre cómo no, desde luego no era demasiado
buena, y se abrazó a sí misma. Pero la chispa había desaparecido de sus
ojos. Ella obviamente pensaba en eso, tal vez incluso se preparaba a sí
misma contra lo inevitable.
¿Qué era lo que ella y Viv habían dicho? Que podrías luchar contra
tu destino, pero el destino tenía una manera de torcer tus esfuerzos y
92

regresarte a su camino.
Mira no quería ser controlada. No quería ser manipulada, o sentir
que todo lo que hacía y sentía no era importante. Quería una elección.
Página

Mientras cruzaban la pista de baile vacía, los zapatos sonando


huecamente en el cemento, Blue extendió la mano y tomó la de Mira. Su
apretón era fuerte, seguro, parecía menos como el alborotador bocón de los
últimos días y más como alguien en quien podía confiar.
—Delilah puede pedirte algo más tarde —confió Blue, en voz baja—.
Cuando ella tenga la información que deseas. Pero si me dices lo que es...
voy a hacer mi mejor esfuerzo para ayudarte.
—Gracias —dijo, sorprendida. Podía sentir su apoyo, su
preocupación por ella, en su toque.
Él le apretó la mano en lugar de una respuesta.
Blue le soltó la mano finalmente, habría sido raro si no lo hubiera
hecho, sin embargo, ella notó su ausencia, pero él la agarró de nuevo
cuando las calles se pusieron más atestadas, la gente saliendo en masa
por las puertas y formando una multitud serpenteante que permitía pasar
sólo al tráfico peatonal. Las tiendas turísticas habían cerrado sus puertas,
los bares y restaurantes las habían abierto, y una feria callejera había
surgido: quioscos y carritos de comida llenaban las calles.
El aire estaba cargado con los olores del azúcar y gases de
combustión, vapores de nueces tostadas y máquinas de algodón de azúcar,
agua salada y camarones, sudor y perfume.
—Vamos por este camino —dijo Blue, tirando de ella a través de la
calle llena.
—¿Por la feria? —dijo Layla, agarrando la camisa de Mira para no
ser separadas—. ¿Por qué?
—Quiero mostrarle algo a Mira.
—¿Mostrarme qué? —preguntó Mira.
—Las cosas que no viste antes. Mira entre las grietas.
Mira estudió la multitud ante ella, sin estar segura de lo que
buscaba. Una banda tocaba en un extremo de la calle, y niños pequeños
bailaban con la música, agitando globos de animales y espadas de juguete.
Había parejas saliendo en sus citas, las manos deslizándose debajo de las
camisetas para acariciar la piel desnuda. Los vendedores pregonaban alas
de hadas de nailon, pasteles de embudo, limonada, arte. Los hombres y las
mujeres se demoraban en el umbral de bares, llamando a los amigos,
coqueteando con extraños.
Se veía como cualquier otro lugar.
93

Pero después, un par de chicas de veintitantos años llamó su


atención. ¿Hermanas, tal vez? Caminaban con el mismo andar torpe, un
Página

tipo de pavoneo cojeando, y tenían las mismas narices respingona y


cascada de rizos oscuros. Cojeaban con sandalias de punta abierta, la
perfecta pedicura estropeada por las vendas blancas que llevaban.
El talón de una de ellas estaba envuelto, y de forma extraña, como si
una parte hubiera desaparecido. La otra chica llevaba un grueso vendaje
donde su dedo gordo del pie debería haber estado.
Ellas eran las hermanastras de Cenicienta, Mira se dio cuenta, esto
era después de su maldición. En el cuento, cada hermanastra se cortó
parte de su pie con la esperanza de encajar en el pequeño zapato de
Cenicienta. Mira no había pensado que alguien podría hacer eso, pero las
hermanas hacían alarde de sus pies heridos como si estuvieran orgullosas
de ello.
Las hermanas sintieron su mirada y le echaron un vistazo, sus ojos
se estrecharon al unísono. Blue las saludó, pero en vez de reconocerlo,
levantaron sus narices y se alejaron cojeando.
—Siguen siendo tan presumidas —exclamó Layla—. Uno pensaría
que la amputación las habría humillado un poco.
—Piensan que son especiales porque lograron evitar que les sacaran
los ojos —dijo Blue—. Pero en realidad, sólo era su hermanastra siendo
amable con ellas. Las dejó llevar gafas para la boda. No es que las aves no
lo intentaran.
—Por supuesto que no. —Olfateó Layla—. Las aves son diligentes.
—¿Conocen a esas chicas? —preguntó Mira.
—No exactamente —dijo Blue—. Nosotros sabemos de ellas.
Blue se detuvo en una esquina donde la multitud se había abierto,
fuera de un restaurante de comida mexicana anunciando una hora feliz
que hace tiempo había pasado. La puerta se encontraba abierta y el
zumbido de la conversación salía flotando, junto con el tintineo de los
cubiertos contra los platos.
—Hay mucha gente maldita con la que no somos amigos —continuó
Blue, todavía mirando al frente, sus ojos buscando caras conocidas entre
la multitud—. Pero por lo general reconocemos un iniciado cuando lo
vemos. Hay cosas que nos hacen destacar. Las cosas que la gente normal
ignora, porque la gente cree lo que quiere creer. La diferencia con nosotros
es que creemos en todo.
»Ocasionalmente tenemos sorpresas —continuó Blue—. Las
personas que fueron criados fuera y aparecen inesperadamente, como tú.
Como el príncipe de Viv, probablemente, ya que no hay príncipe de
Blancanieves en nuestra generación aquí.
94

—Hablando del diablo —murmuró Layla.


Mira se puso rígida, mirando a su alrededor con aprensión. ¿Y ahora
Página

qué?
Blue le llamó la atención y asintió hacia una familia de cuatro que
deambulaba por la feria. A primera vista, eran hermosos, los ojos
brillantes como la risa, ropa de verano en colores azucarados. El niño y la
niña saltaron delante de sus padres, luego los rodearon de nuevo, para no
perderlos. Su guapo padre era la imagen de la alegría. Mantuvo un brazo
curvado amorosamente alrededor de la cintura de su esposa.
Sosteniéndola, se dio cuenta de Mira. Debido a que la mujer se inclinaba.
Apenas podía mantenerse en pie.
La mujer se arrastró hacia adelante como una sonámbula. Sus
párpados cerrados, su boca rubí colgaba floja. Su piel era del color del
jengibre, y perlada de sudor. Todavía lucía hermosa, pero era una belleza
fría y enfermiza.
—¿Quién es esa? —preguntó Mira—. ¿Qué pasa con ella?
—Esa es Gwen —dijo Blue—. Otra Blancanieves Somnolienta.
Layla se acercó más para confiar los detalles. —El Príncipe
Encantador, ese es él, se enamoró de ella cuando la vio en su ataúd. Pero
después de que él la despertó y se casaron, las cosas no fueron iguales. No
era la chica de la que se había enamorado.
—Sí, porque ella estaba viva —resopló Blue.
En un primer momento, Mira pensó que sólo estaba siendo
impertinente. Pero cuando su expresión se quedó dura, ella no estaba tan
segura. —Dime que es una broma.
—Mira, fue un accidente que la haya despertado. —Blue se quedó
mirando a Gwen, frunciendo sus cejas de color azul oscuro—. El príncipe
pensaba que era hermosa, posada y congelada en su ataúd de cristal, y
decidió llevarla a su casa para mantenerla, tal como estaba. Pero entonces
uno de sus asistentes tropezó mientras llevaban el ataúd, y la sacudida
desalojó la manzana envenenada que se encontraba atascada en su
garganta, por lo que se rompió el encantamiento. Así es como ella se
despertó.
—Supuestamente —dijo Layla—, una vez que Gwen fue ella misma
de nuevo, el príncipe encontró su efervescencia insoportable. Y Gwen no
podía lidiar perderlo, ya estaba enamorada de él, porque la había salvado.
Tenía una vida familiar bastante caótica, como la mayoría de las
Blancanieves Somnolientas, no tenía a nadie más. Entonces dejó que la
drogara, para recuperar su interés. Porque él la prefiere apenas
consciente.
95

—Oh, Dios —dijo Mira, tan aturdida que se sentía enferma—. Eso no
es vida.
Página

—Ese es el punto —dijo Blue, viéndose incomodo, también.


Mira observaba, incapaz de alejarse, mientras Gwen y su familia
desaparecían entre la multitud. Durante esos pocos momentos en que
Gwen todavía seguía a la vista, Mira sintió como si estuviera viendo un
cortejo fúnebre: una mujer que lleva su cuerpo a su tumba, con los pasos
cortos, arrastrando los pies como una novia.
—Necesito sentarme —dijo Mira.
Blue despejó un lugar en la acera y ella se sentó en el asfalto,
aspirando respiraciones profundas de aire vaporoso. Blue se agachó frente
a ella, con una mirada penitente en su rostro.
—¿No debería haberte mostrado esto? —preguntó.
—No lo sé —dijo—. Tal vez yo no estaba lista para saber que las
cosas podrían ser tan malas. Como que, antes, sólo pensé que tenía que
preocuparme por mi maldición. Un pinchazo en mi dedo, quedarme
dormida.
—No cuan retorcida tu maldición podría ser.
Mira asintió. Sus pulmones se sentían como algodón, llenos de
miedo en lugar de aire.
—No va a ser así para ti —insistió Blue—. No te preocupes. Vamos a
encontrar el desencadenante. Ni siquiera llegarás tan lejos.
—Y conoces a Freddie —dijo Layla con dulzura—. No es un mal tipo,
ni siquiera cerca.
—Pero ¿qué pasa si me quedo dormida en algún otro lugar? Algún
otro príncipe podría despertarme. Décadas más tarde, incluso, ¿verdad?
Ni Blue ni Layla respondieron al principio. Luego asintieron a
regañadientes y hablaron uno sobre el otro.
—Eso es correcto —dijo Layla.
—Correcto —dijo Blue.
—Y yo estaría dormida. Amor a primera vista, con una chica casi
muerta. Delilah mencionó mi cumpleaños. Eso es muy pronto. Y si algo
horrible…
Blue tomó su cara entre las manos. Su piel se sentía caliente,
sacándola de su histeria.
—Oye. Oye —dijo él, hasta que ella lo miró. Su mirada se levantó del
suelo y encontró sus ojos, que la miraban como si estuviera tratando de
llegar a ella, para regresarla del oscuro sueño en el que había caído—. Eso
96

no va a suceder.
—¿Lo prometes? —susurró, ni siquiera sabía por qué lo había dicho.
Sólo se sentía vulnerable y necesitaba a alguien para tranquilizarla.
Página

Blue rió afectuosamente, atrapado con la guardia baja. —¿De qué va


a servir mi promesa? —Entonces pareció darse cuenta de que hablaba en
serio—. Está bien —dijo—. Lo prometo. —Miró a Layla—. Layla ¿cuál es el
castigo por romper una promesa? ¿Hay uno?
—No para promesas como ésta —dijo Layla con una sonrisa, como si
pensara que era dulce.
Mira se levantó entonces, avergonzada por perder el control. Se
sintió mucho más joven que todos aquí, tan ingenua. Ver a una princesa
sedada no era nada nuevo para Blue y Layla. Trataban con este mundo
desastroso todos los días.
A su alrededor, el mundo terrenal se había lanzado hacia delante
para llenar los vacíos. Una madre luchaba para atar un ramo de globos de
helio en la muñeca de su hijo. Una muchacha lamía un punto de mostaza
de la mejilla de su novio, y se reía, como si se hubiera sorprendido a sí
misma.
Había guiños a la ciudad de cuentos de hadas: un puesto de
manzanas acarameladas vendiendo manzanas que habían sido sumergidas
en brillante caramelo rojo por un lado, y chocolate blanco por el otro, como
la media roja, media blanca, manzana envenenada en el cuento de
Blancanieves. Había un artista vendiendo ruiseñores enjoyados en jaulas
de alambre, y muñecas de papel de bailarinas y diminutos soldados de
plomo. Pero no había más gente hermosa con cicatrices a la vista,
extendiendo su dolor para que todos la vean.
Blue tomó su mano de nuevo, sin apretar, para que ella pudiera
alejarse si quería, y ella se aferró como si fuera su ancla en un mundo del
que rápidamente perdía el control. Se aferró a él, la humedad y el calor
sellando sus palmas juntas, tan, tan agradecida de no estar sola.
Fue solo una vez que llegaron a la casa de Layla, y la última luz del
crepúsculo se había desvanecido, que Mira notó lo tarde que era. Ella y
Félix habían hecho planes para buscar esa noche, e inadvertidamente lo
dejó plantado. Se preguntó a qué hora él habrá desistido, y si había
llenado su noche con alguien más.
Había algo en estar cerca de Félix que la hacía sentir más feliz, más
viva. Tantas cosas habían cambiado y se habían vuelto inciertas hoy,
quería hablar con él. Sentirse bien otra vez. Ella le falló, y mientras que él
tenía todo el derecho de estar molesto con ella, esperaba que entendiera.
Este descubrimiento de hoy era más grande que sus padres, más
97

grande que el romance. Había empujado todo lo demás fuera de su mente.


Caminó casi hombro con hombro con Blue. Se encontraba tranquilo,
demasiado, como si él hubiera tenido la demoledora revelación de su vida
Página

esta noche. Las luces del Dream brillaban a lo lejos, y las siguieron como
dos exploradores tras la Estrella del Norte.
Humedad, aire contaminado se arremolinaba a su alrededor cada
vez que un coche aceleraba por allí. Al otro lado de la carretera de cuatro
carriles, el Casino Palace destellaba un incesante asalto de neón, signos
prometedores de entretenimiento, dinero por ganar y comida barata. La
llamativa fachada rosa estaba llena de torres y salpicada con ventanas en
forma de corazón, haciendo que se vea más como un hotel japonés del
amor que un casino. Mira recordó la anterior amenaza de Blue de dejarla
allí. Desde luego, no la amenazaba ahora.
—No eres un idiota —dijo—. No lo has sido por mucho rato.
Los pasos de Blue sonaban fuertemente al lado de los de ella. Tenía
las manos en los bolsillos y la cabeza gacha. —Creo que he perdido mi
entusiasmo por ello.
—¿Dejó de ser divertido? —Lo empujó con el hombro, sin tomar
seriamente su actuación.
—Dejó de ser útil. No lo sé. —Suspiró—. Creo que estoy confundido.
No sé qué hacer contigo ahora. Cómo tratarte. No eres lo que yo pensaba.
Las zapatillas de Mira crujieron en un envoltorio de comida rápida.
Tampoco soy lo que pensé. —¿Qué era antes?
—Una chica normal. Alguien que se marchaba. Y quería asegurarme
de que lo hicieras. Que tuvieras una oportunidad. Pero ahora, ¿quién
sabe? Puedes quedarte. Quieres saber cosas. Y no quiero que sepas lo que
soy.
—Puedes decirme —dijo ella—. Puedes confiar en mí. O si es
demasiado difícil para ti, puedo preguntarle a Félix. —Lo dijo como una
manera de hacerle las cosas más fáciles, pero él hizo una mueca ante la
mención de su hermano.
—Félix no te lo dirá.
—Sí, lo hará. Una vez que sepa sobre mí.
Blue se limitó a sacudir la cabeza. —No conoces a Félix.
Ella pensó en recordarle que él no conocía a Félix, que los dos
apenas se llevaban, pero parecía inútil. Tan inútil como todo lo demás que
trató de decirle sobre su hermano.
Cuando finalmente llegaron, ni uno de los dos se dirigió hacia las
puertas. En su lugar, se quedaron de pie delante de la fuente de mármol
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blanco del Dream. Tres estatuas de Cupido disparaban flechas de agua a


la piscina de debajo, que se hallaba iluminada por luces de color rosa y
rojo. El agua salpicaba mientras la música, y una melodía sutil se
Página

arrastraban desde unos altavoces ocultos en los macizos de flores.


—Yo solía escribir canciones aquí —dijo Blue.
—¿Escribes canciones? —dijo Mira—. Pero si ni siquiera puedes
tocar nada.
—Por supuesto que puedo tocar. Sólo apesto en la batería.
—Eres... —Sacudió la cabeza. Él sólo... le desconcertaba.
—¿Qué?
—Iba a decir un idiota, pero eso parecía grosero.
Blue sonrió. —Supongo. Quiero decir, a veces lo soy.
—¿Por qué tocar un instrumento, públicamente en una banda, si
eres horrible en él? ¿No sientes como si estuvieras engañando a la gente?
—En realidad no. Siento como si les estuviera haciendo un favor.
Freddie tiene su manera de hacer frente a la situación de las admiradoras,
siendo cortés y aterrorizado básicamente, y yo la mía.
—¿Estás tan preocupado acerca de las admiradoras? ¿Te preocupa
que demasiadas chicas se obsesionen contigo? Sin ofender…
Blue fingió sorpresa. —¿Acabo de oír que has dicho sin ofender?
Le dio un manotazo en el brazo. —Déjame terminar. Sin ofender,
¿pero eso no es un poco presuntuoso?
—No estoy preocupado acerca de gustarle a las chicas. Me preocupa
que me guste una de ellas.
Dos amantes se detuvieron delante de la fuente, fáciles de identificar
porque se encontraban tan cerca el uno del otro y permanecían conectados
con pequeños y cariñosos toques, mientras hablaban. Mira los observó,
distraída ahora que ella y Blue no se encontraban solos, y mientras lo
hacía, los amantes envolvieron sus brazos alrededor del otro y
compartieron un beso lento y fascinante.
Los miró, sorprendida con la guardia baja por la demostración, y la
pareja, ajena a nadie más que al otro, juntó las manos y continuó por el
camino de la calle.
Se dio cuenta de que Blue había quedado en silencio, también.
Ambos habían dejado de mirar. Y se le ocurrió entonces lo que su marca
podría significar.
—Tu marca es un corazón —dijo, cada vez más segura al hablar—.
El corazón significa amor. Eres una especie de héroe, Privilegiado o algo
así. Te enamoras.
99

—Mira... —Blue se detuvo y se volvió hacia ella, con la cara apretada


en una expresión que ella no podía ubicar—. ¿Me parezco a un héroe?
Página

—En realidad no. Pero…


—Me enamoro —dijo—. Pero no supongas nada más. No asumas
nada bueno.
Y se alejó de ella. Dejándola de pie junto a la fuente, y empujó las
puertas de cristal del casino. En un instante, ellos se encontraban
separados, apartados nuevamente, y era difícil de recordar lo que se siente
ser su amiga, sentirse cerca de esa manera, sentir que confiaban el uno en
el otro.
Mira se sentó en el borde de la fuente. El borde de mármol estaba
húmedo, y la bruma salpicaba su piel. Monedas brillaban bajo el agua
como escamas de pescado. Ella las contó, cada una un deseo, y se
preguntó cómo el amor podría ser cualquier cosa más que bueno.
100
Página
9 Traducido por MelDemczuk
Corregido por Elle87

uando ella entró en la suite de Félix, las luces estaban


encendidas pero las habitaciones se encontraban vacías.
Eran las diez en punto. Probablemente demasiado tarde
para ir andando de puntillas alrededor de los cementerios.
Los ojos de Mira picaron en su descuido. Lo había echado de
menos. Perdió su oportunidad. Y tenía solo tres días para encontrar la
tumba de sus padres antes de su cumpleaños, o no podría compartirlo con
ellos. Podría ser capaz de no compartir nada, con nadie, si sucumbía a su
maldición. Tenía que encontrarlos ahora, mientras que sus deseos sigan
importando.
Quizá podría ir sola.
Tenía una lista que Félix había hecho, con los nombres y las
direcciones de todos los cementerios de la ciudad.
Mira colocó la lista en su bolsillo, agarró una linterna y se apresuró
a bajar a la estación de aparcamiento en la parte delantera del hotel.
Buscó a Félix mientras cortaba camino a través del casino, pero no había
ninguna señal de él.
En el frente, el aparcacoches estaba acompañando a alguien a entrar
en un taxi. Mira captó el brillo de un vestido de noche plateado antes de
cerrar la puerta y el aparcacoches se volvió para ver lo que necesitaba.
Llevaba una chaqueta azul oscura que se parecía a un uniforme de gala de
un soldado, y se paró en posición firme, con la espalda recta, mirando
101

aburrido y un poco desencantado.


—¿Te gustaría ir a algún lado? —preguntó finalmente el
aparcacoches.
—Yo… Hola. Soy una invitada de Félix Valentine. Me preguntaba…
Página

¿podría utilizar el vehículo de cortesía? —Tragó. Si esto no funcionaba, su


única opción era conseguir un taxi que la llevara, y no estaba segura de
confiar en los taxis.
El aparcacoches la miró lentamente de arriba a abajo, luego sonrió
como si la reconociera.
—Por supuesto, un momento.
Consideró uno de los coches de cortesía de Dream y le pidió su
destino.
Desplegando la lista, Mira señaló el cementerio que había elegido.
—Aquí —dijo.
El aparcacoches enarcó las cejas pero no dijo nada. Ella supuso que
era su trabajo cumplir con las peticiones extrañas. Se inclinó para
informarle al conductor y luego le abrió la puerta a Mira.
—Espero que encuentres lo que estás buscando —dijo.
Mira le dio las gracias y se metió dentro. La puerta se cerró de golpe
y se movieron rápidamente a través de la noche, el brillo de las luces del
hotel disminuían detrás de ellos. Cenicienta en un coche de hoy en día, de
camino a bailar con los muertos.

***

El cementerio que Mira había elegido se llamaba Enchanted Rest. Se


acostumbró a los nombres de cuentos de hadas de los lugares que Blue y
sus amigos frecuentaban, así que cuando se dio cuenta del nombre en la
lista, parecía obvio. Si sus padres —sus padres de cuentos-de-hadas—
fueron enterrados en algún lado, ¿por qué no ahí?
Pero cuando el coche se detuvo, se quedó consternada al ver que el
cementerio no era el bosque encantado que su nombre le indicaba. Los
jardines descuidados estaban encerrados por una cerca de hierro con
puntas de clavos y rodeada de hierba hasta las rodillas. Nadie se había
molestado en cerrar o trabar las puertas, y cuando Mira las empujó, las
bisagras gimieron como un alma atormentada.
La anticipación la hizo estremecer, la emoción de una mala idea
mezclada con la esperanza de que por fin iba a encontrar a sus padres.
Mira prendió la linterna y alumbró las vigas de cada lápida, pronunciando
102

los nombres, esperando que sus labios se tropezaran con Piers y Adora.
Al principio, podía escuchar el sonido bajo de la radio del conductor,
pero cada vez que profundizaba más en el cementerio, los sonidos de la
civilización desaparecieron y todo lo que oía era el susurro del viento que
Página

crujía entre las ramas de los árboles, el silencio de sus pasos, el zumbido
de los insectos y su respiración, demasiado rápida.
Se obligó a seguir adelante. No se permitiría pensar en fantasmas
vengativos o vagabundos desarreglados. Sólo sobre el final feliz que
esperaba más allá de una de estas lápidas.
Perdida en sus pensamientos, chocó con una telaraña que se
extendía entre dos árboles. Gritó cuando quedó pegada a ella, presa del
pánico por la tenue sensación de hilo en sus labios. Frenéticamente,
limpió la cinta de sus hombros y su rostro. Un batir de alas la sobresaltó y
se dio la vuelta, pero no podía saber de dónde había venido. Oyó el tenue
sonido del crujido de la puerta al abrirse y el portazo al cerrarse, empezó a
temblar, incluso en el calor.
Es el viento. Continúa. Ya casi has terminado aquí…
Cuando Mira llegó a la última tumba, se volvió a mirar hacia toda la
tierra que había recorrido, no queriendo creer que había buscado por todo
el cementerio y no los encontró. Tenía ganas de llorar. Había estado muy
segura de que iban a estar aquí.
¿Podría haberlos perdido? ¿Pasado por alto sus tumbas?
Mira se apoyó contra la verja de hierro y miró hacia el bosque espeso
más allá de ella, tan negro e impenetrable como el cielo nocturno.
Descansando sus manos sobre la barra superior, miró hacia la oscuridad,
imaginando que había dos tumbas más escondidas por ahí: oculto por
rosales o guirnaldas gruesas de musgo, pero allí, esperando para ella.
Pensó en el cuento de hadas de Cenicienta que había leído anoche.
Los actos de mutilación de las hermanastras habían captado su atención,
pero había otra parte de la historia que había resonado en ella. Después de
la muerte de su madre, Cenicienta plantó una ramita de avellana cerca de
la tumba de su madre y la regó con sus lágrimas hasta que se convirtió en
un hermoso árbol. Entonces, Cenicienta se dirigía al árbol para mayor
comodidad, ya que estaba inculcado del espíritu de su madre. Cuando
necesitó ropa para el baile, fue al árbol y pidió por ello, y un pájaro en el
árbol arrojó un vestido magnífico y zapatos delicados.
Pero no fue el vestido y los zapatos lo que atraía a Mira, era la forma
en que la difunta madre cuidaba de Cenicienta. Vigilándola. Quedándose
con ella… Y si los cuentos de hadas fueran reales —si no hubiera cosas
como maldiciones y destinos— entonces tal vez Mira podría plantar una
ramita de avellana cerca de las tumbas de sus padres, y estarían con ella,
103

en cierto modo. Quizá podría pedirle al árbol dejar de extrañar a sus


padres.
Mitad dentro y fuera de su conciencia, fantaseando sobre su
pequeño árbol de avellanas, Mira cerró los dedos alrededor de la cerca,
Página

cortándose la mano con uno de los picos.


El dolor la arrasó como fuego incontrolable. Tembló cuando vio el
corte en su dedo, la sangre fluyendo libremente. No le gustaba la sangre, la
vista de ella, la sensación resbaladiza de la misma. Sus rodillas se
debilitaron y temía que estuviera a punto de colapsar para entrar en un
sueño roba-vidas, perdida en la parte trasera de un cementerio, presa de
los lobos y hombres y cualquier cosa, todo por cien años.
Si gritaba antes de quedarse dormida, ¿la oiría el conductor? ¿Sabría
qué hacer? ¿La gente pensaría que estaba muerta? ¿La sepultarían?
—¡Mira!
La llamada provenía detrás de ella y gritó. Su corazón se aceleró en
su pecho, luego dos manos agarraron sus hombros y su mente alcanzó su
miedo.
—Mira, soy yo.
—Félix —dijo. En el momento que reconoció su tacto, su voz, apenas
podía oírse a ella misma a través de los latidos de su corazón—. Me
asustaste.
Él la tomó en sus brazos.
—Te cortaste.
Sus rodillas dejaron de tambalearse cuando ella se relajó contra él.
No se derrumbó, no perdió la conciencia. El dolor en su mano todavía
seguía allí, pero la cerca no era su desencadenante. Era una herida, como
cualquier otra herida.
Agarró el brazo que se enroscaba alrededor de ella, incapaz de
ayudarse a sí misma, su manga manchada con sangre.
—Félix —dijo otra vez—. ¿Cómo hiciste…?
—El aparcacoches me dijo a donde habías ido. —Sacudió la cabeza y
murmuró—: Debería despedirlo por enviarte aquí. Los cementerios no son
seguros por las noches. Deberías haberme llamado.
—Era tarde cuando llegué. No quería molestarte. —No quería
confesar que le había preocupado que él estuviera ocupado, o en alguna
cita con alguien con experiencia, con alguien sexy, y que tendría que
escuchar la voz de la niña en el fondo mientras era rechazada.
—Tú nunca me molestas. —Miró más allá de ella entre los árboles,
104

los ojos entrecerrados como si estuviera buscando algo—. ¿Qué hacías,


mirando fijamente a la oscuridad? ¿Había alguien allí?
—No —admitió—. Yo sólo… hago esa cosa de poner mi mente en
blanco y dejar de ver lo que está delante de mí. Desaparezco de mi mente.
Página

Suelo hacer eso siempre.


Ella estudiaba las sombras de la noche que velaban su rostro y
recordó el corazón en la espalda de Blue.
—Félix, hoy sucedió algo. Yo… —se detuvo, respiró hondo, apenas
capaz de decirlo, para que fuera verdad—. ¿Recuerdas cuando pensabas
que vine a Beau Rivage por una razón? ¿Que había algo que estaba
destinada a encontrar aquí? Creo que lo he encontrado.
—¿Qué has encontrado? —Su voz era baja, adecuada para un
cementerio en la noche, como si quisiera que nadie oyera, ni siquiera los
fantasmas. La atrajo más cerca, con las manos en la parte baja de su
espalda y ella dejó que sus brazos se envolvieran alrededor de él como si
permaneciera allí.
—Soy como tú —susurró—. Estoy maldecida.

***

Ella era la primera chica de la cual él se había enamorado, y él era


amable con ella, la hacía reír y le arregló la cadena de su bicicleta cuando
se rompió y coqueteó con ella, pretendió hacer trampa mirando la prueba de
ella en historia, cuando realmente era una excusa para contemplarla. En
como su cabello rojo caía sobre sus hombros y su escritorio y como ella lo
alejaba, como si fuera un arma con la cual perdía su paciencia. Él siempre
tenía malas calificaciones de todos modos. Era lo suficientemente rico, lo que
estaba bien para ser un fracaso académico.
No esperaba que algo pasara entre ellos porque no podía pasar, pero
no era inmune a quererlo. Su corazón se aceleraba cada vez que le sonreía.
Surgía con la esperanza de que esto pudiera ser diferente. Pero él tenía
cuidado. Una vez ella le preguntó sobre un baile de la escuela, mintió y le
dijo que no tenía permitido ir; su padre lo arrastraba a una conferencia de
negocios. Ella pareció darse cuenta de la mentira y nunca volvió a
preguntar.
Pero luego en su cumpleaños…
La besó. Estúpidamente la besó. Y fue mejor de lo que jamás podría
haber imaginado. Hasta que terminó. Realmente y verdaderamente terminó.
Le dedicaría una parte de su corazón. Nunca la olvidaría pero era
toda la recompensa que le podía ofrecer. No podía traerla de vuelta.
105

Nunca había lucido más hermosa, más perfecta de lo que lo hizo


cuando estaba muerta.
Mira le contó todo a Félix.
Página

Su maldición. Su encuentro con el hada. Incluso cuan segura estaba


que iba a encontrar a sus padres en Enchanted Rest y su decepción al no
haberlo hecho. Félix escuchó mientras ella desahogó su corazón y su
confusión, y empezó a hacer preguntas sólo cuando ella misma se había
agotado. Para ese entonces, se hallaban escondidos en una cabina
redonda en Twelve, el club de jazz de Dream, nombrada así la discoteca del
inframundo donde se decía que doce princesas bailaban, noche tras
noche, hasta que se gastaran la suela de sus zapatos.
La versión de Dream de Twelve era una sala secreta de una
habitación: cabinas redondas dispuestas en un semicírculo frente al
escenario, las sombras perforadas por halos de la luz de las velas. Cortinas
vaporosas protegiendo cada cabina y se podían cerrar para darle a la
cabina la apariencia de tienda de campaña sultán. Plateadas ramas de
ciruela sirvieron como centro de mesa, copias de las ramas de plata de
“Twelve Dancing Princesses” de cuentos de hadas, ramajes de los sodados-
héroes recogidos en el inframundo como pruebas de donde fueron a bailar
las princesas.
Mira se desplomó contra Félix, tan exhausta como si hubiera bailado
toda la noche y él con su brazo sobre los hombros de ella la acercó más.
—¿Cómo está tu mano? —preguntó, girándole la muñeca para mirar.
—Bien —dijo—. El corte no era profundo, simplemente no me gusta
la sangre. Y estaba preocupada por… ya sabes. Entré en pánico.
—Ya lo creo que sí —dijo, acariciándole los dedos. Le recordó en la
manera que Blue había sostenido su mano la primera vez que él vio su
marca: examinándole los dedos, como si imaginando la herida pudiera un
día condenarla a dormir.
—No estás sola nunca más —dijo Félix—. Tienes un lugar aquí, en
Beau Rivage… conmigo. Así que no tienes que tener miedo de esto. De
estar maldecida.
Ella se acurrucó a su lado, tomando consuelo en su cercanía. En
pertenencia.
—Todavía hay muchas cosas que no sé —dijo—. Como…
El otro brazo de Félix la rodeó hasta alcanzar el brazo con el que la
mantenía cerca, de modo que la sostenía contra él, sus brazos
bloqueándola casualmente pero protectoramente. Ella quería quedarse allí
para siempre.
—Como… no sé la verdad sobre ti —dijo—. O Blue. Cuáles son sus
106

maldiciones. Todo el mundo parece saberlo, pero nadie va a decírmelo.


Inclinó su cabeza.
—Blue dice que no me lo dirás tampoco, ¿eso es cierto?
Página

Félix se quedó mirando fijamente el escenario. Ella no podía ver sus


ojos, pero su garganta no tembló cuando tragó, su agarre en ella no se
apretó, no mostró signos de estar tenso.
—No puedo decírtelo. Es parte de la maldición: no puedo revelarlo.
—¿No puedes decirme nada? Pero sé qué es tu marca, que es la
marca de Blue, por lo menos. ¿Puedes decirme qué significa el corazón?
Félix tomó un sorbo de su bebida. Una canción terminó y el público
rompió en aplausos cuando los músicos hicieron la transición a otros.
Poco a poco, el líquido ámbar en el vaso de Félix desapareció.
—Somos llamados Romantics —dijo finalmente—. Eso es lo mucho
que puedo decirte. Pero eso es todo.
Mira trató de empujar el resto de las preguntas hacia abajo, si él no
podía responder, no podía responder. Pero ella quería saber todo sobre él.
Si tenía un secreto oscuro, quería saberlo también.
Romantics.
¿Qué era un Romantic?
Gran parte de la vida de Félix estaba cerrada para ella. Nunca lo veía
cuando trabajaba. El tiempo que pasaban juntos se centraban en ella, no
en él, y su suite era casi tan anónima como el resto de las habitaciones en
el hotel. Aparte de su ropa y su colección de películas, que era demasiado
variada para decir realmente algo, sus objetos personales consistían en
una antología de cuentos de hadas y algunos libros de negocios.
Tal vez mantiene sus cosas privadas en su otra habitación.
Suite 3013, la habitación que estaba prohibida para ella.
Pero… ¿qué hacía en ella? ¿Por qué necesitaba otra habitación
cuando apenas usaba la primera?
—Dime algo —le dijo.
—¿Decirte qué? —murmuró, acercando más su cabeza. El aroma de
la calidez y su colonia emanaban de su garganta.
—¿Qué hay en la Suite 3013? —preguntó, con cuidado de mantener
su voz casual—. ¿Es tu oficina?
—No es nada que podría interesarte, Mira. Pregunta algo más.
Lo hizo sonar como si no fuera la gran cosa, pero al mismo tiempo
107

levantaba una pared. Quizá no era un gran problema, y había otras cosas
que quería saber…
—Está bien, dijiste que yo pertenecía aquí —empezó—. Que tenía un
lugar aquí.
Página

—Si…
—¿Qué hay sobre ti? ¿Quiénes son tus amigos? ¿Cuáles son sus
maldiciones? —El resto de la pregunta quedó atascada bajo su lengua sin
formular: ¿Quién eres… cuando no estás conmigo?
—Mis amigos… no hay muchos de ellos. Sólo unas pocas personas
con las que salía en la escuela secundaria. Realmente no conecto con la
gente tan fácilmente.
—¿Por qué no?
Se encogió de hombros.
—No tengo tiempo, por ejemplo. Mi papá me ha entrenado para este
trabajo desde que iba a la escuela secundaria. Cumplí veintiún años hace
unos meses. ¿Sabes cómo pasé mi cumpleaños? En una sala de
conferencias con mi papá, repasando cosas de trabajo para que él pudiera
delegar sus responsabilidades en mí y despegarse durante un tiempo.
Ahora está fuera, viajando por el mundo, y tengo un casino que manejar.
Eso no deja mucho tiempo para amigos. Olvídate de la universidad. No
puedo ni imaginar cómo es eso: pasar cuatro años averiguando lo que
quieres hacer… cuando mi vida ya se ha trazado para mí durante mucho
tiempo.
Su pecho se quedó quieto por un momento.
—Así que no puedo relacionarme con la gente de mi edad.
Probablemente diría que soy demasiado serio. Y tal vez lo soy. Pero he
perdido cosas, demasiadas, y la mayoría de la gente... no tienen idea de lo
que es perder algo realmente. No entienden cómo eso te cambia.
—Yo sé lo que se siente —dijo.
—Sé que tú sabes —dijo en su pelo—. Eres demasiado seria para tu
propio bien. Deberías permanecer lejos de mí. Soy una mala influencia.
—Tú no me haces más seria —dijo—. Me haces lo contrario. Era
morbosa para empezar.
Él se echó a reír.
—¿En serio? Entonces, sólo puedo mejorar las cosas.
—Exactamente —dijo ella, satisfecha.
Jugueteaba con su gemelo, girándolo entre sus dedos, contemplando
una confesión: Ya tienes cosas mejores. No me obsesiono con la muerte de
108

mis padres cuando estoy contigo. No pienso en lo que me hace falta. Pienso
en lo que hay aquí.
Pienso en ti.
Página

Pero ella no era lo suficientemente valiente. Una confesión como esa


cambiaría las cosas. Romper cosas, tal vez. Era algo más que “te quiero”.
Se encontraba más cerca del “te necesito”... y eso era peligroso.
En cambio, ella le preguntó—: ¿Qué has perdido?
Félix se puso rígido. Esta vez, podía sentir la tensión en su cuerpo:
la inspiración de aire que no fue liberada inmediatamente.
—No hablo de eso —dijo.
—Puedes confiar en mí.
Él negó con la cabeza.
—Ya es bastante malo pensar en ello. No quiero tener que hablar de
eso, también. Prefiero enfocarme en algo agradable. Como estar aquí
contigo.
Mira cerró los ojos. Se hundió un poco y descansó su cabeza sobre el
pecho de él. Podía oír los latidos de su corazón, y mientras escuchaba, la
marca de Blue—un corazón rojo como la sangre y tan suave como una
cicatriz—apareció en su mente. Estaba rodeada de oscuridad. Un
recordatorio. Una advertencia.
La maldición de Félix lo había roto, eso tenía que ser lo que él quería
decir. Había perdido a alguien a causa de ello y todavía lo atormentaba.
Pero, ¿quién?
Deseó que se lo dijera.
Quería ser la persona a la cual le contara todo.
—¿A dónde fuiste? —murmuró—. ¿Pensando en tus padres otra vez?
—Yo… —Él ya le había pedido que no lo presionase—. Un poco —
mintió.
—Los encontraremos —dijo—. Lo prometo. Y ¿sabes qué? Cuando lo
hagamos —desenrolló sus brazos alrededor de ella y se deslizó fuera de la
cabina—, vamos a llevarles algo.
—¿Llevarles algo? ¿Quieres decir además de mí?
—Vamos —dijo él, sonriendo—. Creo que te gustara esto.

***

Cuando Félix abrió la puerta y la condujo dentro de la tienda de


109

flores, un dulce y salvaje perfume la envolvió, tan intenso que podía


saborear todo un jardín cuando respiraba. Mira se encontró rodeada de
contenedores de flores cortadas en cada forma y color, todas a la espera de
ser elegidas.
Página

—Se supone que la Bella Durmiente tiene una afinidad por las flores
—dijo Félix—. ¿Es verdad?
—¿Quieres decir… debido a la pared de rosas que crece alrededor del
castillo cuándo ellos, cuando nosotros, dormimos? —Levantó una rosa
blanca hasta su cara—. Me gustan las flores. Me gusta más cuando están
en la naturaleza. Pero esta es agradable, también.
—Pensaba que tal vez podríamos hacer un ramo de flores para tus
padres —explicó—. Algo para poner en sus tumbas cuando las
encontremos.
—Me encanta —dijo ella, sonriendo—. Gracias.
Trató de imaginarse a su madre y a su padre en esa habitación.
¿Qué flores les gustaría?
Mira deambulaba por la tienda, eligiendo flores, como si la llamaran:
exuberantes rosas rojas, iris morados, lirios rosados que se enroscaban
como estrellas de mar.
Cuando reunió un ramo grueso, se lo entregó a Félix, quien ató los
tallos y los puso en un florero.
Mira lo miró, todavía sosteniendo la rosa blanca. Mordiéndose el
labio, preguntó—: ¿Por qué eres tan agradable conmigo?
Félix ladeó la cabeza.
—¿Por qué no sería agradable contigo?
—No sólo agradable. Sales de tu camino por mí, y yo... yo no creo
que haya hecho nada para merecer eso.
—Has perdido mucho, y quiero darte algo para compensarlo.
Ella se sonrojó, lamentando su entusiasmo anterior.
—Tomo demasiado de ti ya. Apenas tienes tiempo libre, y lo tomo
todo.
—Sólo porque escojo pasarlo contigo.
—Pero ¿qué pasa…? —Tomó un profundo respiro, sin querer
preguntar, pero necesitándolo—. ¿Qué hay sobre la chica con la que
estabas la noche que nos conocimos? Cora, no te dejo tiempo para verla.
—Nosotros no… —Félix sacudió su cabeza—. No estamos juntos y de
todas maneras prefiero pasar tiempo contigo. —Le tomó la mano y la
presionó contra su mejilla, sus ojos se cerraron, como si estuviera
saboreando la sensación de su piel. Su mandíbula era áspera, la sombra
110

azul de su barba raspó ligeramente la palma de su mano cuando volvió su


boca a esta, y ella saboreó cada segundo también.
Los labios de Félix le rozaron la palma, y la besó allí otra vez, con
más fuerza, marcándola con sus labios húmedos. Mira se estremeció,
Página

mareándose. Sus pensamientos parecían disolverse, como si el mundo


estuviera cayendo.
Se olvidó lo que preguntaba. Sólo quería los labios de él en su piel.
—Mira, ¿estás bien? —murmuró.
Parpadeó y lo vio de pie frente a ella, apretando su muñeca y
estudiándola, una vibración oscura en su rostro.
—Si —dijo sin aliento—. Sólo… me sentí perdida. Cuando besaste mi
mano… supongo que me gustas mucho.
Probablemente era obvio que le gustaba demasiado, pero
admitiéndolo la hacía sentirse más vulnerable. Especialmente después de
la noche pasada.
¿Pensaría que era demasiado joven? O algo patético, como
¿adorable?
Félix se acercó más hasta que su cuerpo se encontraba al ras con el
de ella, y el aliento de Mira quedó atascado en su garganta. Se encontró
mirando fijamente su pecho, su corazón latía dolorosamente, sin saber qué
hacer, y él inclinó su cabeza hacia atrás suavemente, de modo que lo
miraba. Sus ojos eran del azul más profundo de la medianoche.
—No tienes miedo de esto ¿verdad? —preguntó.
—No —susurró—. No esta vez.
Un soplo pasó entre ellos.
Y la besó.
Sus labios presionaron al mundo lejos, borrando todo, y un éxtasis
lento se filtraba a través de ella, inundando sus venas. A medida que su
nerviosismo se descongelaba, ella le devolvía el beso. Tentativamente al
principio, luego con más confianza cuando el cuerpo de él respondía al de
ella, separó sus labios y la atrajo hacia sí.
Cuando él apartó sus labios, sus piernas temblaban, al igual que su
fuerza, que había huido con su beso. Como si ella hubiera olvidado como
estar de pie.
Félix no parecía alarmado por su repentina debilidad. La levantó
como si no pesara nada, y la sentó en el mostrador de cristal, al lado del
ramo que había hecho, y un rollo de cinta roja, un par de tijeras y
puntillas de bebés dispersas. Se puso de pie frente a ella, así que estaban
111

emparejados.
—Siento que me estoy derritiendo —dijo—. Como si todo lo sólido en
mí se desvaneciera.
Sus emociones cosquillearon en su piel como energía estática, como
Página

si su toque los hubiera sacado a la superficie.


—En casa —empezó a decir con voz entrecortada—, cuando mis
madrinas se habían ido, solía fingir que mis padres estaban allí. Los
imagino haciendo cosas normales, como cocinar, o viendo películas
antiguas conmigo, o preguntando lo que hice en la escuela. Supongo que
es porque... me sentía menos sola de esa manera. Podía fingir que no
había un hueco en mí. Pero cuando estoy contigo, no los necesito. Quiero
lo que es real.
Ella temblaba. Era difícil ser honesta, abrirse y revelar algo que
parecía una locura. Porque una vez que le decías la verdad a alguien, esa
persona tenía un pedazo de ti, y podía menospreciarlo, destruirlo. Podrían
convertir tu confesión en una herida que nunca sana.
Pero Félix no lo hizo. Él nunca haría eso. Entendió.
—No eres la única… que no puede olvidar —dijo.
Parecía perdido de repente, y ella no quería que estuviera triste,
pensar en el pasado, cuando ella se hallaba allí, dispuesta a hacer todo
bien.
Le echó sus brazos al cuello, se tambaleó hacia él, fuera de
equilibrio, y lo besó violentamente, posesivamente. Vuelve, pensó. Quédate
conmigo.
—He comprado un camisón sexy —dijo—. ¿Quieres verlo?
Las manos de él se apretaron alrededor de su cintura, sus dedos
agarrándole la blusa
—Sí. Pero no creo que sea una buena idea. Creo que… —Su voz se
volvió baja, un susurro irregular en su oído—: Creo, que si no estás segura
de eso, debes decírmelo. Ahora mismo.
—¿Quién tiene miedo ahora? —susurró ella—. No me siento shh...
Él la besó, las palabras quedaron atrapadas en su boca, se tragó sus
intentos débiles de seducción, hasta que se dio cuenta que no tenía que
convencerlo. Estaba de nuevo con ella, en el presente... y la quería.
Sus labios tiraban de ella y se aferró a él, sus manos deslizándose
contra su chaqueta como si estuviera tratando de apoderarse del agua,
como si no pudiera arrastrarlo lo suficientemente cerca. Cada vez que se
separaban, sus respiraciones cortaban el aire con suspiros dobles, y
entonces sus labios se unían de nuevo, frenéticos, como si besarse fuera
112

más importante que respirar.


Mira comenzó a sentirse mareada, drogada, como si el mundo diera
vueltas. Echó la cabeza hacia atrás, cediendo ante él, y Félix arrastró
besos por su garganta, sus brazos alrededor de ella sosteniéndola fuerte,
Página

sus labios húmedos sobre su piel… hasta que llegó a ser insensible a sus
caricias. El mundo a su alrededor creció impregnado de gris y el
sentimiento en su cuerpo parpadeó, como una luz agonizante.
Se estremeció cuando la dejó ir, de repente sintió frío, como si su
calor hubiera sido robado. Su fuerza se había ido, sus extremidades se
volvieron pesadas y el mostrador de cristal inclinado a su encuentro.
Cuando se desplomó, golpeó el ramo y todo lo demás cayó al suelo, luego
se quedó mirando aturdida el desastre de agua derramada y flores. El
accidente había sonado sordo a sus oídos.
Creo que estoy enferma…
Trató de decirle a Félix, pero su boca no formularía las palabras.
Al otro lado de la habitación, Félix se deslizó hacia abajo contra la
pared. Se alejó de ella, había puesto aquella distancia entre ellos como si
fuera lo que debía hacerse, y ahora hablaba en voz baja para sí mismo;
sus ojos parecían arder, lucía febrilmente magnifico y atormentado. Luego
se recompuso. Se puso de pie, vacilante, como si él no se fiara de acercarse
a ella.
Félix, trató de decir.
Algo está mal conmigo…
Yacía con la mejilla pegada al cristal, sintiendo como su conciencia
era una corriente fina en su interior que poco a poco se iba desangrando.
Finalmente, Félix la levantó del mostrador entre sus brazos,
acunando su cabeza porque su cuerpo entero se encontraba lánguido, y la
llevó hasta el ascensor. Él no dijo nada. ¿Tenía miedo? No lo tenía... pero
luego dejó de preguntarse, porque estaba demasiado agotado. Ella miró su
reflejo en las paredes espejadas en su lugar. Félix todavía se hallaba
iluminado con ese brillo febril, pero Mira apenas se reconocía. Sus
músculos estaban flojos, sus ojos sin brillo.
Las puertas del ascensor se abrieron y Félix la llevó por un pasillo en
silencio. Se veía exactamente igual que todos los otros salones en el hotel:
misma alfombra, mismas pinturas, misma fila de puertas blancas. Sus
ojos se cerraron mientras él abría una de las puertas y entraba. Sintió que
la acostó en una cama deshecha, las sábanas retorcidas como las olas
ásperas debajo de ella. Y entonces él se había ido.
Él va a buscar ayuda…
Ella se durmió.
113
Página
10 Traducido por DaniO
Corregido por Vericity

ira se despertó para silenciar las voces masculinas


procedentes de la habitación contigua. Se sentó derecha
y empujó el cabello fuera de su rostro.
Se encontraba sentada en una desordenada cama King-size en una
habitación en su mayoría oscura, todavía usando su ropa de calle pero sin
sus zapatos. La luz del día se filtraba a través de la puerta medio abierta, y
vagamente, podía notar los afiches de las paredes: calaveras, logos de
bandas, una modelo posando con lencería sexy. Había una guitarra
eléctrica apoyada en una esquina y una guitarra acústica en un estante
cercano. Ropas arrugadas cubrían el suelo, y una almohada y una manta
estaban tendidas en el piso junto a la cama, como si alguien hubiera
pasado la noche allí.
—Ella estaba afuera cuando llegué —dijo la primera voz—. Pensé
que había muerto hasta que hallé su pulso.
—Podría matarlo —ofreció la otra voz educadamente.
—No. —Un suspiro—. No podrías. Eso no es lo que haces. Así no es
como solucionamos esto.
Mira se deslizó fuera de la cama, sus piernas temblando como
gelatina, y agarró el marco de la puerta para sostenerse. Asomándose, vio
a Freddie y a Blue en la sala de estar de la suite. Freddie se paseaba en
frente del televisor, las mangas de su camisa envueltas hasta los codos.
Blue se hallaba sobre el brazo del sofá, usando una camiseta negra de Joy
114

Division y un par de andrajosos vaqueros, viéndose agitado.


¿Esta era la habitación de Blue?
—¿Hola? —llamó insegura.
Página

Blue se levantó de su asiento. —Hola, ¿cómo te sientes? —Ella podía


ver su garganta moverse mientras tragaba—. Estuviste fuera por un rato.
Blue la condujo hacia el sofá, y ella tomó su brazo agradecida. No se
sentía como si pudiera caminar apropiadamente. Sus rodillas siguieron
tambaleándose y finalmente, Blue la tomó en sus brazos y la levantó del
suelo. Se sintió demasiado avergonzada para siquiera decirle gracias.
Mientras Blue la bajaba, notó a Freddie observándola, sus ojos brillando,
su cuerpo inclinado hacia ella como si estuviera bajo un hechizo, y estaba
segura que Blue le había contado sobre su marca.
—Entonces —dijo Blue con inquietud—, ¿qué tanto de eso
escuchaste?
—Sólo la parte donde Freddie se ofreció a asesinar a alguien.
—Eso… —Freddie se frotó la parte trasera de su cuello, nervioso—.
Eso fue… un malentendido.
—Chicos, enserio, ¿qué está sucediendo?
Blue se encogió de hombros. —Nada. Freddie sólo hablaba. Él hace
eso.
—Y si fuera a amenazar a alguien… sólo lo haría para protegerte —
añadió Freddie—. Por eso es que estoy aquí.
—No necesito ser protegida —le dijo ella.
—En realidad, sí lo necesitas —dijo Blue. No estaba siendo odioso,
lucía serio, lo cual era peor. Jugueteaba con algo, dándole la vuelta a una
tarjeta de acceso alrededor de su mano.
—¿Esa es mi llave maestra? —preguntó Mira.
—Era tu llave maestra —dijo Blue—. Si necesitas abrir alguna
puerta, puedes pedírmelo.
—Félix me la dio —dijo ella, erizándose.
—Sé que lo hizo. —Blue envolvió sus dedos alrededor de la tarjeta—.
La estoy tomando de vuelta.
—No puedes sólo robar cosas de mi propiedad.
—Me gustaría verte detenerme. Ni siquiera puedes caminar.
—No soy cualquier extraña —espetó—. Pertenezco aquí. Soy una de
ustedes. No puedes seguir ocultándome cosas.
—Ocultar cosas —dijo Blue calmadamente—, es lo que hago. Así que
115

buena suerte con ese argumento.


—Mira, sólo está tratando de ayudar —dijo Freddie—. Hay cosas
sobre Félix que es mejor que no sepas.
—¡Dios, estoy tan harta de esto! Entiendo que él no te guste —le dijo
Página

a Blue—, y entiendo que yo te guste —le dijo a Freddie—. Que


supuestamente soy tu princesa, pero no puedes sólo… —Se disparó hasta
sus pies, sus puños crispados y luego sus piernas fallaron y cayó de vuelta
en el sofá.
Patético.
Freddie corrió hacia el minibar para conseguirle un jugo de naranja.
—Necesitas recuperar tu fuerza —dijo.
—Me siento como la mierda —se quejó ella.
—No me digas— dijo Blue.
No me digas, imitó Mira en su cabeza. Idiota. Al menos actuaba
como él mismo de nuevo.
Tomó unos tragos de jugo antes de preguntarles dónde se
encontraba Félix.
—En el infierno, espero —murmuró Freddie.
Ella lo fulminó con la mirada. —¿Una respuesta verdadera por
favor?
—Trabajando —dijo Blue—. Tendrás que lidiar con nosotros. ¿Crees
que puedas comer algo?
Se encogió de hombros, lo que debió ser interpretado como un sí. Él
ordenó servicio a la habitación y mientras que esperaban a que entregaran
la comida, Blue se las arregló para encontrar la “Bella Durmiente” de
Disney en el canal de los Sueños, lo cual, pensó ella, era particularmente
sádico de su parte. Freddie tarareaba las canciones y repetía el diálogo
mientras miraba, tan extasiado como un niño pequeño.
Mira tragó su desayuno, y poco a poco, su fuerza regresó, pero se
sentía muy, muy cansada. Quería acurrucarse en la cama, cerrar sus ojos
y dormir.
Pero dormir se sentía como un fatídico castigo justo ahora. Si su
maldición iba acorde con el plan, pronto tendría suficiente de ella. Así que
luchó contra la pesadez de sus párpados y observó como Aurora alias
Briar Rose alias la Bella Durmiente, regresaba a su hogar ancestral, su
castillo, después de dieciséis años de vivir pacíficamente en el bosque, sólo
para ser conducida a la cima de la torre por una siniestra luz verde,
encontrar la última rueda giratoria del reino, la cual activaría su
maldición. Y en el brillo verde que le dio la palidez de un cadáver, la
116

princesa se pinchó su dedo y colapsó en un sueño encantado.


—¿Podemos irnos ahora? —preguntó Mira, tragando incómodamente
el último bocado de su tostada.
—Aún no hemos visto al príncipe salvarla —dijo Freddie.
Página

Blue apagó el televisor. —Sabes cómo termina Knight. Hagamos algo


más.
Los tres terminaron en la casa de Rafe, una extensa mansión color
paloma donde Rafe vivía solo, sin supervisión excepto por la policía que
venía casi todos los días para responder quejas por el ruido. Rafe dormía
en algún lugar, roncando como un oso, no esperaba a nadie sino hasta
después de la tarde, pero todos los miembros de la banda tenían llaves de
la casa.
En el vestíbulo de Curses & Kisses se llevaban a cabo sus prácticas,
bajo una llamativa lámpara de araña de la cual colgaban lágrimas de
cristal y ropa interior femenina.
El equipo de batería de Blue tenía residencia permanente allí, desde
que él nunca practicaba en casa.
Mira se sentó en un anticuado y roto sofá para ver a Jewel y Freddie
ensayar en una versión acústica de su conjunto. El sofá encajaba
perfectamente con la decoración barroca rota de la mansión: el terciopelo
roto se hallaba pegado con cinta adhesiva y olía como si hubiera sido
marinado en cerveza.
Blue se dejó caer en el lado opuesto del sofá, jugando un juego de
carreras en su teléfono. Durante el curso de cuatro canciones, dos sobre
amor y dos sobre corazones rotos, no dijo una palabra. Mira tuvo el
presentimiento de que la ignoraba deliberadamente.
—¿Soy así de aburrida? —preguntó finalmente.
—Estoy tratando de que no me agrades —dijo Blue.
—¿Ni siquiera puedes hablarme?
—Soy cuidadoso —dijo, aún concentrado en su juego—. Si te hablo,
tal vez me empieces a agradar mucho. Si me gustas, tal vez seré amable
contigo. Y si soy amable contigo, empezaré a gustarte de vuelta.
Ella rió. —No, no pasará.
—Estás así de segura.
—Positivo —dijo ella—. No me gustan los idiotas. Y en cuanto a
antiguos idiotas… no los perdono así de rápido. Así que puedes parar de
evitarme —dijo, empujando su teléfono y enviando su carrito de carreras
fuera de la pista—. De todos modos, ¿por qué te opones tanto a que te
guste la gente? —Gesticuló hacia Jewel y Freddie—. ¿Simplemente temes
117

hacer unos nuevos?


—Freddie y Jewel crecieron aquí. Saben mucho más de lo que tú
sabes.
Mira rodó sus ojos —Entonces dime lo que necesito saber. En verdad
Página

me estoy enfermando de….


Blue sacudió su cabeza, sus dientes apretados. —No. Lo. Tengo.
Permitido. Es parte de la maldición.
—Pero Freddie sabe. Jewel sabe. Siempre están haciendo crípticos
comentarios sobre cuán peligroso es Félix. ¿Cómo lo saben?
—Lo saben porque saben qué señales buscar. Y porque vieron la
maldición en acción.
—¿Ellos pueden decírmelo? —preguntó.
—No. Es algo que tienes que descubrir por ti misma. Y espero que
nunca lo hagas. Que nunca quieras hacerlo.
—Te das cuenta de que esto es enloquecedor, ¿cierto? Ustedes me
siguen diciendo que hay todas estas cosas malas de las que tengo que
preocuparme… pero nadie me dice qué es. Nadie quiere que sepa algo.
¿Cuál es el punto de eso?
—No lo sé. Supongo que quiero advertirte. Pero no puedo decirte
toda la verdad. —Tomó un profundo respiro; lo exhaló agitado—. Mira, si
fueras… innatamente horrible, si hubieras hecho algo imperdonable, algo
que nunca podrías deshacer o tomarlo de vuelta… ¿Querrías que la gente
lo supiera?
—¿Qué hiciste que es tan horrible?
Blue cerró sus ojos, como si no se atreviese a mirarla. Luego se
levantó abruptamente y se precipitó fuera de la habitación.
Mira lo siguió.

***

Hasta que su cabeza cayó hacia atrás como la de una muñeca rota, él
había pensado que ella estaba vencida. Desmayada, como se encontraba él
en su interior.
Su cabello colgaba en ardientes rizos rojos, sedoso al tacto. Sus
pálidos párpados estaban cerrados, su piel fresca. Sus brazos colgaban
flojos, golpeando el suelo mientras él la bajaba, mientras la recostaba sobre
su espalda, su propio corazón corriendo con pánico. Presionó su oído al
pecho de ella, palpó su muñeca, buscando su pulso. En algún lugar, en la
luz, la fiesta se hallaba en pleno apogeo. Sus amigos se reían, teniendo un
118

buen rato. Jewel bromeó con las últimas notas de una canción, y luego la
guitarra de Freddie se apagó y el estéreo empezó a sonar de nuevo.
Él presionó sus labios contra su cuello, buscando la vital, vibrante
sensación que había tenido mientras la besaba. La sensación de estar
Página

verdaderamente vivo.
Pero ella no tenía más vida para ser tomada. Así que no sintió nada.

—No quería molestarte —dijo Mira cuando lo alcanzó.


Blue agazapaba en medio de una oscura habitación; las sábanas que
cubrían el mobiliario llenaban el espacio como si fueran fantasmas, el aire
lleno de polvo y cargado con el olor de las ventanas que nunca habían sido
abiertas. Sostenía su cabeza como si doliera.
—Sé una buena chica y vete —dijo.
Ella se inclinó hacia el suelo junto a él. —Blue… no seas así.
Háblame. Sé honesto conmigo por una vez. Sólo inténtalo.
Mordió su labio, insegura de si este era el mejor rumbo que tomar.
Pero… quizás, si parecía calmada, Blue también se sentiría de ese modo.
—¿Quieres que sea honesto? —Blue elevó su cabeza, desenvolvió sus
brazos, y tocó su mejilla. Su toque era tan tierno que la sorprendió, como
agua fría arrojada en su cara—. Cuando te vi por primera vez, pensé que
eras hermosa. Te veías como si necesitaras alguien, y yo quería ser ese
alguien. Sabía que… si me sentía de ese modo… Félix también lo haría. Así
que traté de deshacerme de ti.
—Porque no te gusta pelear con Félix. —Su aliento se sintió como si
estuviera atrapado en su pecho.
Los dedos de Blue viajaron desde su mejilla hasta su cabello. —
Porque no lo quiero cerca de ti. No quiero que ninguno de nosotros esté
cerca de ti. Pero… me pediste ser honesto. Así que…
—Te molestaste conmigo porque te gustaba —dijo ella—. No entiendo
eso. Tiene sentido si tienes cinco años. Pero…
—Shhh. —Presionó su frente contra la de ella. El calor de su piel se
hundió en la de ella, se volvió parte de ella y cerró sus ojos.
De repente, quería estar en silencio más de lo que nunca había
deseado algo. Esperaba por las palabras que Blue aún no había dicho.
—No quería darte una oportunidad. No quería que tú me dieras una
oportunidad. Era lo suficientemente malo que tratara de darte un lugar
para quedarte, venir a rescatarte cuando cualquier estúpido cliché que
tuviera me lo demandara. Debí haber sido mucho peor. Porque, ¿ves?
Sigues aquí. Sigues hablándome. Sigues dejándome decir esto. No deberías
119

hacer nada de eso —susurró.


Su aliento calentaba su rostro. Su toque era suave y caliente, y era
un poco como si encendiera, brillara dentro de ella. No quemaba en el
modo en que lo había hecho cuando había tocado su marca. Esto era
Página

diferente. Más íntimo y más demandante.


—Blue, esto es… —Extraño, quería decir. Pero extraño era una
mentira.
—Quiero decir lo linda que eres. Quiero bailar contigo —dijo—.
Quiero saber por qué lees obras y cuáles son tus favoritas. Quiero
sostenerte en la playa en la noche, quiero hacerte reír. Quiero gustarte…
Esa es mi naturaleza. Es por eso que tengo que resistir. Es mucho más
seguro cuando me odias, Mira. Porque si me quisieras, si me amaras,
podría tomar todo de ti. Sin siquiera tener la intención de hacerlo.
—¿A qué… a qué te refieres con todo?
—Me refiero a que no tendrías nada. —Su voz era rota, vacía—. Pero
no te gusto. Eso es bueno. Es seguro. Excepto que Félix finalmente te ha
besado.
—¿Qué tiene eso que ver con todo? —La chispa que había sentido se
volvió fría, como si alguien la hubiera apagado con la repentina, incómoda
concientización de que ella dejaba que Blue la tocara y le confesara cosas
que no debería oír… cuando había pasado la noche besando a su
hermano.
—Te besó y tú… en verdad debe gustarte. Debes estar enamorada de
él o algo así. —Blue sacudió su cabeza, su mandíbula apretada—. Porque
es perfecto, ¿cierto? Demasiado bueno para ser verdad.
—Sigo sin ver qué tiene que ver eso con todo —dijo Mira rígidamente
esta vez, ya alejándose de él. Las palabras de Blue se sentían como una
acusación… como si estar enamorada fuera un error que había cometido.
Pero él no sabía que ella tenía sentimientos de esa intensidad por Félix; no
tenía ninguna razón para decirle eso… a menos de que se estuviera
metiendo con su cabeza otra vez.
Se sentía tan cansada de eso, cansada de confiar en él, y luego
arrepentirse de ello.
Se alejó de Blue, y él se retiró hacia el asiento de la ventana,
tosiendo cuando más polvo se levantó a su alrededor. Mira empezó a
dirigirse hacia la puerta, pero Blue la llamó.
—Espera —dijo—, lo que sea que hagas, no te metas en la gruta. Es
antihigiénico.
Idiota, pensó ella. De vuelta al modo odioso de nuevo.
—Pensé que estábamos siendo serios —espetó—. Gracias por
120

dejarme saber que todo esto es un gran chiste para ti.


—Lo siento —dijo Blue—. Sólo me preguntaba si habías escuchado.
Si alguien te dijera que no hicieras algo…
Página

Él sonaba agotado. Derrotado. ¿Porque ella le gustaba a él y a ella le


gustaba su hermano? No lo sabía. Y no iba a pensar sobre ello nunca más,
no cuando podía ser un gran juego mental. Nunca se sabía con Blue.
—Vine aquí —dijo Mira—. Vine a Beau Rivage cuando mis madrinas
me dijeron que no lo hiciera. Entonces no, no siempre hago lo que me
dicen. No me digas que hacer y no te decepcionarás.
Blue hizo una mueca. Elevó su puño hacia su boca y tosió de nuevo,
sonaba como si sus pulmones estuvieran desgarrándose. Cuando terminó,
sus ojos lucían húmedos.
—Haz una cosa que te diga. Sólo una —murmuró—. Félix y yo
somos llamados Romantics. Encuentra a Layla. Pídele que te diga lo que
significa. Necesitas saberlo.
Mira se movió hacia la luz como una sonámbula, dejando a Blue
atrás en el polvo, la habitación sin usar, el pasado.
Pensó sobre los legendarios cien años en que chicas malditas como
ella habían dormido, y cómo, después de todo ese tiempo, todo sería
cubierto por una espesa manta de polvo, incluyendo a la princesa. El
intrépido príncipe tendría que confiar que algo hermoso se hallaba
escondido bajo todo el polvo. La besaría y el primer color en ser revelado
sería el agrietado rosa de sus labios.
Sus ojos viajaron hacia Freddie, tocando su guitarra e iluminado por
el sol. No podía imaginarlo besando a una chica cubierta de polvo, era
demasiado vivo para eso.
Él era dorado. Y ella… ella estaba cubierta de muerte, con el dolor
por sus padres. Había tratado de reemplazarlos por sueños, y había ido a
la deriva a través de la vida en una nube, sus ojos buscando fantasmas en
lugar del mundo a su alrededor.
Ella ya estaba dormida.
Lo había estado por mucho tiempo.
Freddie y Jewel terminaron su canción. Alzaron la mirada y se rieron
de un error que habían cometido. Freddie bajó su guitarra, y Jewel hizo
una pausa para toser en su pañuelo, derramando azahares y perlas.
—Mira —dijo Freddie cuando la vio. Había tanto calor en su voz,
tanto afecto. Dijo su nombre como si hubiera dicho te amo.
No sabía cómo lidiar con eso.
—¿Cómo lo haces? —le preguntó a Jewel en su lugar, gesticulando
121

hacia el derrame de perlas.


—Oh, eso. —Jewel se limpió la boca y escondió el pañuelo en su
puño—. Lo retengo hasta el final de la canción. Luego me tomo un
momento para dejarlo salir y tomar aliento. Solía ser realmente malo. A
Página

duras penas podía decir dos palabras.


—¿Duele? —preguntó Mira.
Jewel asintió. —Pero es un dolor al que llegas a acostumbrarte. Se
supone que es un regalo. Mi hermana, Aimee, lo tiene peor. Molestó al
hada equivocada, y ahora vomita sapos, serpientes y hojas muertas cada
vez que habla.
Mira se sintió enferma. —¿Serpientes vivas?
Jewel enarcó una ceja. —¿Sería mejor si estuvieran muertas?
—Ya basta —dijo Freddie, arrugando su nariz perfecta.
—La casa de mi madre está infestada de lagartos ahora —prosiguió
Jewel—. Huele como una charca estancada. Hay hojas decadentes en las
esquinas, escabulléndose en la alfombra. Me fui de allí, obviamente. —
Jewel escupió un puñado de diamantes en su palma, por un momento
viéndose como una boxeadora escupiendo un diente roto. Elevó su mano
hacia la luz.
—Compré un apartamento con los frutos de mi maldición. Soy la
Chica Amable de mi cuento, así que pensarías que dejaría a mi madre y a
mi hermana mudarse conmigo, pero no puedo lidiar con el olor. O la
actitud de Aimee. Una vez mordió la cola de una lagartija mientras ésta
salía de su boca, sólo para ser desagradable. —Jewel se encogió de
hombros y Freddie también lo hizo. No tenía mucho estómago para las
cosas malas.
—¿Y no hay alguien que pueda romper la maldición? —preguntó
Mira—. ¿Ningún Privilegiado?
—Mi hermana puede romper su propia maldición si deja de ser
repugnante todo el tiempo. Pero es difícil ser amable cuando estás
vomitando reptiles con cada palabra que dices. Y desde que mi maldición
no es ningún castigo… es permanente. —Encogiéndose de hombros, Jewel
guardó el pañuelo en su bolsillo—. Podría ser peor. Podría ser como Layla
y tener que estar encargada de humanizar a Rafe después de que sea
Cambiado. Ha sido una herramienta últimamente, no puede pasar mucho
tiempo antes de que insulte a una malvada hada y sea convertido en una
Bestia. Luego Laya tendrá el Privilegio de redimirlo. Dice que no se
molestará, pero la conozco, su conciencia no la dejará abandonarlo.
Puedo… —Jewel se detuvo para tomar una cadena de corazones
sangrantes de sus labios; se las arregló para sonreír torcidamente—.
122

Puedo lidiar con esto.


—Hablando de Layla —dijo Mira—, ¿Crees que puedas conseguir que
venga?
Página

—No vendrá a la casa de Rafe —dijo Jewel—. No hasta que tenga que
hacerlo.
—Oh —suspiró Mira—. Porque necesito hablar con ella. Supongo
que será… después. —Estaba a punto de sentarse en el destrozado sofá
cuando Freddie se puso de pie.
—Como sabes… siempre estoy a tu servicio —dijo—. Podría llevarte.
—Oh no, no quiero interrumpir tu práctica de la banda…
Jewel sacudió su mano al casi vacío vestíbulo. —¿Cuál práctica?
Rafe dormirá hasta las tres, luego pasará una hora aseándose. Los toques
de Blue no mejorarán… sabemos eso ahora. Entonces… vete. Ten algo de
diversión. —Sus ojos brillaron sugestivamente.
Freddie se ruborizó. Sus hombros normalmente orgullosos se
encontraban encorvados con vergüenza, y Mira se dio cuenta de lo que
Jewel se había referido con tener diversión. Ella bromeaba, pero…
Mira no había estado a solas con Freddie desde el extraño momento
que habían compartido en la playa, cuando lo había tocado y sus manos
se habían quemado.
No había estado a solas con él desde que él se había enterado que
ciertamente compartían un destino. Eso le daba un nuevo significado a la
palabra incómodo.
Pero ella quería hablar con Layla…
—¿En verdad no te importa? —preguntó.
—Ya escuchaste al chico —dijo Jewel—. Su carruaje espera.
123
Página
11 Traducido por macasolci
Corregido por Juli_Arg

l auto de Freddie era plateado y brillante por fuera, con


cuero y olor a auto nuevo por dentro —predeciblemente
perfecto— pero se hallaba abarrotado con un número
inesperado de revistas de guitarras, cajas de golosinas
vacías, y... lo que parecía como catálogos de espadas.
Mira tomó uno de los catálogos y lo hojeó. Era de un pedido por
correo a una herrería que vendía armas y armaduras medievales: sables,
mallas de hierro, abridores de cartas decorativos. Freddie había dibujado
círculos alrededor de las cosas que quería, como hacía un niño con un
catálogo de juguetes para armar su lista de Navidad.
—¿Te gustan mucho estas cosas, eh? —dijo ella.
—Es uno de mis intereses. Yo... —Se volvió hacia ella, frunciendo el
ceño con recelo mientras retrocedía por el camino de Rafe—. Crees que es
extraño.
—No, no, sólo es diferente. No sabía que siguieran haciendo cosas
como estas. —Siguió hojeando, fascinada—. ¿Cuántas de estas tienes?
—¿Espadas? Sólo una. Está en el baúl.
—¿El baúl?
—Nunca sabes cuándo pasarás manejando por una casa cubierta de
espinas. Donde esté durmiendo una princesa. Es bueno tener algo con lo
que cortarlas. Así puedes salvarla.
124

—¿No funcionaría mejor un hacha?


—Una espada es más heroica —murmuró Freddie.
Manejaron pasando las mansiones separadas como castillos entre
Página

árboles—hogar de algunos de la Realeza, dijo Freddie—y hacia unos


barrios más lindos y acogedores, donde se mezclaban las maldiciones con
buena y mala suerte. Los árboles se encontraban alineados a través del
camino, salpicándolo con sombras; y luego desaparecían para revelar
metros cubiertos de sol, donde los niños en trajes de baño cruzaban a
través de los rociadores. Las ancianas charlaban en los columpios del
porche, y las damas con sus capelinas luchaban en sus jardines,
arrancando las malas hierbas por la raíz.
Un perro callejero siguió el auto de Freddie por unas pocas
cuadras—la lengua colgando, moviendo la cola—hasta que Freddie se
detuvo para jugar con él, temiendo que si lo ignoraba, el pobre perro sería
atropellado por un auto.
Cuando terminaron su paseo, Mira se quedó callada. Podía sentir
que Freddie quería hablar con ella, pero mantuvo los ojos en el catálogo de
espadas, repasando las descripciones hasta que se sintió mareada—
cualquier cosa con tal de evitar discutir sobre su destino en común.
Comenzaba a sentirse un poco como una mala primera cita. No podía
esperar a salir del auto—y debió haber sido obvio.
—Creo... que no te gusto —dijo Freddie.
Mira dudó.
—Por supuesto que me gustas.
—Estás enojada por lo que dije sobre Félix.
Por supuesto que llevaría de vuelta a Freddie.
—Si eso es verdad, entonces estoy enojada con todos.
—Pero, Mira... —suspiró—. No lo diríamos todos si no fuese verdad.
Y allí fue cuando ella se quebró. Se sentía harta de los secretos,
harta de las insinuaciones de que debería hacer lo que le decían, sin una
explicación, porque sabían más—como si todos fueran mejores jueces de
su situación de lo que era ella.
—Nadie está diciendo nada, excepto que me mantenga alejada de él
—respondió Mira—. ¿Tienes algunas verdaderas razones para mí?
—Mira, te desmayaste. Cuando Blue te encontró, estabas
inconsciente. Te mantuviste así por ocho horas.
—Se lo llama dormir.
—No es cierto. Félix te hirió. No podrías... tu cuerpo no podría...
125

—¿Sabes qué? —dijo Mira—. Tal vez tienes razón. Tal vez no me
gustas. —Se movió para enfrentar la ventana e hizo su mejor esfuerzo por
ignorarlo. Pero era imposible desactivar sus suspiros de frustración o los
golpes de su mano contra el volante.
Página

—Jamás imaginé que serías tan difícil —murmuró.


—Tal vez por eso se supone que me conozcas cuando estoy
inconsciente. Para que no pueda reventar tu burbuja.
—No seas mala, Mira. No he sido malo contigo. —Ella podía
escuchar el dolor en su voz, y se retorció, sintiéndose culpable. Él tenía
razón. Y trataba de ayudarla, incluso aunque estuviera equivocado.
—Lo siento. Es sólo que... no me gusta que me presionen para
sentirme de una cierta manera. O que me digan que el chico que me gusta
es malo para mí, cuando obviamente no lo es. Desearía que pudieran
confiar en que no soy estúpida. Si fuéramos amigos, eso es lo que harían.
Querrían que fuera feliz.
—Nadie cree que seas estúpida. Y quiero que seas feliz.
—Entonces déjame serlo.
—¡Pero eso no es felicidad! ¡No puedes vivir feliz para siempre
cuando no hay "siempre"!
—¡Freddie! —le espetó—. ¡El felices para siempre no es real! ¡No todo
es un cuento de hadas! —Su voz parecía más fuerte de repente, y se dio
cuenta que él había apagado el motor del auto. Se estacionaron en el
camino de Layla, en frente de una pequeña casa blanca adornada con
cajas de flores y llena de hierba.
Mira abrió la puerta y salió a trompicones antes de que él pudiera
decir algo más. Freddie existía en un cuento de hadas más que cualquiera
de ellos. Con sus réplicas de espadas, su magnetismo animal, sus
esperanzas irreales, y su Sueño "Había Una Vez"...
No era culpa de ella no estar a la altura de sus expectativas. Su
sueño no era para ella.
Los pájaros en el comedero habían sentido a Freddie y se hallaban
ya en vuelo. Como misiles en busca de príncipes, se dirigieron
directamente a él, luego aterrizaron en el capó de su auto y comenzaron a
cantarle. Freddie se quedó encerrado adentro, sin responder a su
devoción.
Mira presionó el timbre, temblando.
Quería ser una de ellos, se suponía que pertenecía... pero todavía se
sentía más como una desconocida. Como si todos se aliaran en su contra.
126

No quería saber todos los secretos que ellos sabían, y eso la hacía parecer
estúpida, ingenua. Y se había cansado de eso.
Extrañaba a Elsa y Bliss. Extrañaba sentirse a salvo—y por un
momento, consideró llamar a sus abuelas, confesándoles lo que había
Página

hecho. Eran hadas; conocían mejor que ella este mundo. Tal vez podrían
ayudarla...
No. Mira sacudió la cabeza. No le darían respuestas. Decidirían por
ella —como todos lo hacían— y decidirían que estaba mejor sin saber. La
excluirían. No podía dejar que eso pasara.
Layla abrió la puerta y Mira salió de su fantasía.
—Aah. Mira ¡Pensé que alguien se encontraba en problemas aquí
afuera!
Mira se estremeció cuando Layla le tomó un dedo y lo sacó del
timbre. Había perdido la noción de lo que hacía—y apenas se había dado
cuenta del interminable sonido.
—Lo siento —dijo Mira—. Me... distraje.
—Está bien. ¿Qué pasa? ¿Qué puedo hacer por...? —Layla miró a su
alrededor—. ¿Freddie no va a entrar?
—Um... tuvimos una discusión —dijo Mira—. Nada de qué
preocuparse. Escucha, ¿puedo hablar contigo? Es importante.
—Por supuesto —dijo Layla, parándose a un costado—. Pasa.

***

La casa de Layla era acogedora y rústica, llena de muebles que no


combinaban, edredones de campo cubriendo sofás, pinturas de la diosa de
la Nueva Era8 de lado a lado con imágenes de clásicos cuentos de hadas, y
fotos enmarcadas de la familia. Le recordó a Mira a su propia casa, y el
desorden, ese estilo "un poco de todo" que preferían sus abuelas. Libros
apilados en una mesa baja: textos académicos sobre cuentos de hadas,
clásicos oscuros, y el cuadernillo del libreto de Tosca de Puccini9 abierto
boca abajo para marcar la página.
Layla se sentó en un cómodo sillón y puso sus piernas encima del
asiento. Tomó su taza de café y luego se detuvo.
—Ups, perdón. ¿Querías algo para tomar?
Mira sacudió la cabeza.
—Sólo quiero hablar.
—Bien. Soy una mala anfitriona, sólo para que lo sepas. Nadie viene
127

jamás, así que estoy fuera de práctica. La mayoría se ponen nerviosos si


no están en una mansión. Además, mi papá es un poco raro. Puede que
esa sea la verdadera razón.
Página

—¿Raro, cómo?
Layla suspiró.

8
La Nueva Era o New Age es un movimiento espiritual que nace de la creencia astrológica
de que el Sol pasa un período (Age) por cada uno de los signos zodiacales.
9
Tosca: es una ópera de tres actos con música de Giacomo Puccini.
—Puede que necesite una verdadera bebida si voy a explicar eso.
Bromeo —agregó, a pesar de que parecía como si tal vez no lo hiciera—. Mi
papá es un jugador. ¿Habrás notado los casinos por todo Beau Rivage? Sí,
así que ese es el problema. No es muy bueno en eso. Y no sabe cuándo
parar. Así que en las raras ocasiones en que la gente me visita,
generalmente trata de venderles algo de nuestra casa para ayudar a pagar
sus deudas. Sabe que la mayoría de mis amigos son ricos. Lo que supongo
que para él significa que son presa fácil y a mí no me debería importar.
—¿Tu mamá no puede hacer que se detenga? —preguntó Mira,
observando las fotos familiares, todas mostraban una mujer muy joven
con una beba Layla y su padre, si se la mostraba en absoluto.
—Está muerta. Como la mayoría de las madres por aquí. —Layla
suspiró otra vez—. Como sea. Estoy segura de que no viniste a escuchar
sobre mi papá. ¿Qué pasa?
Mira dudó. Después de esto, sabría algo acerca de los hermanos
Valentine que ninguno de los dos había querido explicar. Tenía un poco de
miedo de descubrirlo, porque estaba bastante segura de que Romantic no
significaba comprar flores y llevar bombones. Aunque Félix tenía esa parte
cubierta, si lo era.
—Blue me dijo que debería preguntarte por los Romantics —dijo ella.
Layla dejó su taza sobre la mesa con un incómodo ruido.
—¿En serio? Yo... No me esperaba eso. Generalmente él es bastante
privado. Está bien. —Layla se levantó para buscar un libro, pasando su
dedo por los tomos.
—¿Puedes decirme? —dijo Mira—. ¿No es parte de la maldición que
no puedas hacerlo?
—Puedo decirte lo que es un Romantic —dijo Layla, mirando un
pesado libro de tapa de cuero similar al que les había mostrado en la
tienda de libros, pero más moderno—. No puedo hablar sobre la maldición
de Blue, específicamente. Cualquier secreto que esté destinado a
mantenerse secreto, no puedo expresarlo. La magia en nuestra sangre
actúa como una correa, o un bozal en este caso. Nos impide romper los
128

tabúes.
Mira asintió, decepcionada.
—Bien. Bueno, entonces, supongo que... dime lo que sea que puedas
Página

decirme. —Layla buscó la R, y le acercó el libro. Mira respiró...

Romantics
Encantadores naturales que se alimentan del amor, extrayéndolo del
cuerpo del amante a través de los besos y caricias que agotan la fuerza de
la vida del amante, a menudo hasta que no quede nada más. Cuanto más
fuerte es el amor, más fácil será la vida de robar.

No, pensó ella, sus piernas temblando mientras recordaba la


debilidad que había sentido anoche. El entumecimiento. La manera en que
el mundo se había tornado gris a su alrededor.
—¿Eso... eso es lo que es Blue? —Y Félix. Y Félix... Oh por Dios...
—Sí —confirmó Layla.
—¿No puede evitarlo?
—Lamentablemente, no. Es parte de su maldición. Blue debe estar
preocupado por ti, si quería que te lo dijera. No le gusta, por razones
obvias, que la gente lo sepa.
—Sí, puedo verlo... —Hasta que no quede nada más—. Puedo ver por
qué.
Esto era a lo que se refería Freddie con "no hay siempre". No hay
felices para siempre. Porque la persona que amaba podría matarla.
—¿Qué cuento es ese? —preguntó Mira, buscando algún rastro de la
historia en su memoria—. No recuerdo ningún cuento de hadas donde...
hubiera alguien que extrae el amor del cuerpo de otra persona. Y...
—No es así de específico en el cuento —dijo Layla cuidadosamente—.
Tienes que tener en mente que la gente que transcribía los cuentos no era
la misma gente que los vivía, en la mayoría de los casos. Se encontraban
los cuentos a través de rumores, de a pedazos y partes. Muchos de los
elementos están capturados, pero algunas cosas están escondidas.
Algunas maldiciones son también secretos. Secretos que no deberías
intentar revelar... jamás.
Layla parecía desgarrada, como si quisiera decir algo más, pero no
pudiese. Sus ojos brillaban como si estuviera molesta.
—No vas a escuchar, ¿verdad?
129

Mira observó el texto hasta que las palabras se entremezclaron, una


maraña color rojizo—el color de la sangre seca.
—¿Cómo se siente cuando alguien te extrae el amor? —preguntó.
—No estoy segura —dijo Layla—. Jamás me ha pasado a mí. O a
Página

nadie... que sepamos. —Pareció tropezar en la última parte, y Mira la miró,


buscando una respuesta pero Layla sólo sacudió su cabeza—. Lo siento.
Eso es todo lo que puedo decir.
—Bien —dijo Mira—. Bueno. Gracias...
Se dirigió a la puerta, consciente de la sensación del suelo debajo de
sus pies. La sensación de sus músculos cambiando mientras cruzaba la
habitación. La textura suave de la manija en su mano. Todas las cosas que
no había sentido anoche, cuando su cuerpo se había quedado entumecido
luego de que Félix la besara y la besara y la besara. Y luego la abandonara.
Porque tenía miedo. Tenía miedo de extraerle todo hasta dejarla sin
nada. Porque ella se preocupaba demasiado por él. O él se preocupaba
demasiado por ella. O ambos.
Mira se detuvo en la puerta, sin estar lista para enfrentar a Freddie.
Para enfrentar a nadie, en realidad.
—Layla —dijo—, ¿Es posible evitar tu destino? ¿Como si estuvieras
predestinado a estar con alguien, pero puedes sentir que no está bien lo
que pasa entre los dos?
A través del panel de cristal de la puerta, pudo ver a Freddie todavía
en su auto, apoyando la cabeza contra el volante.
—No lo sé —dijo Layla. Su voz era frágil, este era un tema sensible
para ella también—. Pero espero que sea posible. Lo que queremos, aquello
por lo que estamos dispuestos a luchar, importa tanto, o más, que nuestra
maldición.
Mira asintió, se tragó el nudo en la garganta, y salió al calor. La
puerta de tela de metal se cerró de golpe detrás de ella—y antes de que
pudiera recorrer medio camino hacia la calle, un oxidado y gastado
Camaro se detuvo detrás de Freddie, enjaulándolo. Un flaco hombre viejo
de pelo negro como el de Layla se acercó al auto de Freddie y dio golpecitos
en la ventana.
—¡Frederick! ¡Freddie Knight! —llamó el hombre—. Oye, amigo.
Tengo algo para ti; abre.
Freddie parecía desorientado; salió a toda prisa del auto, luchando
por poner una sonrisa educada en su rostro.
—Sr. Phan —dijo—. Lo siento, no me di cuenta que estaba... ¿estoy
en su camino?
130

—¡Para nada, para nada! Échale un vistazo a esto. —El Sr. Phan
sacó un póster de una película vieja con los bordes irregulares y se lo
mostró a Freddie—. ¿Cuánto crees que te costaría, normalmente, si lo
consiguieras por un comerciante de antigüedades y no por un amigo?
Página

Dame un estimativo.
—Um... —vaciló Freddie.
Mira oyó la puerta de entrada abrirse con fuerza otra vez, seguido
por los zapatos de Layla apresurándose por el camino de entrada. Cuando
alcanzó a Mira, en lugar de seguir hacia su padre, la tomó del brazo y
apoyó la cabeza en el hombro de Mira, como si quisiera esconderse allí.
—Oh, querido Dios —murmuró—. Estás a punto de ver al hombre de
negocios en acción.
—¿Qué te parece, cien, doscientos dólares? Cualquiera de esos sería
un buen acuerdo. Una ganga, incluso. —El Sr. Phan se inclinó, con
relajada confianza en sus movimientos—. Pero te lo daré por ochenta
dólares. ¡Eso es prácticamente gratis!
—Um, verá, yo no… no tengo exactamente esa cantidad de efectivo
conmigo —soltó Freddie, lanzándole dardos a Layla con una mirada
"sálvame"—. Así que aunque sea una oferta generosa...
—¿Sabes qué? —El Sr. Phan palmeó a Freddie en el hombro. Su
cara se rompió en una encantadora sonrisa—. Confío en ti. Eres bueno
para esto, si alguien lo es. Puedes pagarme el resto después. ¿Cuánto
tienes ahora mismo? ¿Cincuenta? ¡No me digas que Philip Knight deja que
sus chicos vayan por ahí sin dinero! ¡Eso sería una desgracia!
—No, tengo dinero... Quiero decir... —tartamudeó Freddie. Ya sacaba
su billetera, a pesar de que todavía parecía como si quisiera que alguien lo
salvara.
—¿No vas a intervenir? —susurró Mira.
—Lo haría —susurró en respuesta Layla—, pero de veras
necesitamos el dinero. Así que sólo voy a dejar mi dignidad en el camino de
entrada, y luego iré a esconderme debajo de la cama y trataré de fingir que
esto jamás sucedió.
Freddie contaba billetes de su billetera ahora—terminó dándole al
padre de Layla cincuenta dólares a cambio por el viejo póster.
—Aquí tienes —dijo el Sr. Phan—. Disfrútalo. No puedo creer que te
di tal ganga. Tengo una debilidad por ti, supongo. Me recuerdas un poco a
mí mismo.
—Oh, eh, gracias —dijo Freddie, llevándose la billetera de vuelta al
bolsillo. Arrojó el póster de la película dentro del auto sin mirarlo, como si
131

no quisiera recordarse que había tirado cincuenta dólares por él, y todavía
le debía otros treinta—. Me alegro de verlo, señor.
Los ojos del Sr. Phan encontraron a Layla. Él rió.
Página

—¡Hola, nena! ¿Adivina lo que te traje? No creerás que llegaría a


casa sin un regalo para mi niña, ¿verdad?
Layla se encogió.
—Papá, te dije que me dejaras de traer cosas cada vez que te vas a
alguna parte. No tenemos el dinero.
—¿Qué es esto, eh? —El Sr. Phan abanicó los billetes en su mano—.
Parece dinero, para mí. Deja que tu papá se preocupe por los billetes.
Tengo todo bajo control. Ahora cierra los ojos.
Suspirando, Layla hizo lo que se le ordenó—pero Mira podía ver la
tensión en su cara.
—Papá... hablo en serio. Tienes que parar.
El papá de Layla paseó, tan optimista como Layla estaba deprimida.
Sacando una delgada caja de joyas de su bolsillo, la abrió para revelar un
pendiente de perla, luego desabrochó la hebilla y lo aseguró alrededor del
cuello de Layla. Ella se estremeció cuando la perla le tocó la clavícula.
—No joyería... —protestó ella.
—No te preocupes tanto —la regañó el Sr. Phan—. Esta noche va a
ser mi noche de suerte en las mesas. Ya verás. ¡Un placer hacer negocios
contigo, Frederick! —gritó por encima de su hombro—. ¡Trae esos otros
treinta cuando tengas la oportunidad!
Una vez que su papá finalmente desapareció dentro de la casa, Layla
dejó escapar un suspiro y se arrancó el collar.
—Aquí tienes, Freddie —dijo, poniéndolo en su mano—. Empéñalo o
algo, probablemente consigas ochenta dólares por él.
—No, en serio, Layla —dijo, devolviéndole el collar—. Está bien.
Quería ese póster. Es… Tu padre hizo un buen trato.
—Sólo estás siendo amable —murmuró ella, hundiéndose contra su
auto.
—Entonces déjame serlo —dijo él, suavemente tocando su brazo—.
No es la gran cosa.
Layla presionó sus palmas contra la cara.
—No me compadezcas. Por favor. Eso lo hace peor.
—Si me compadeciera de ti, ¿no crees que mataría a Rafe y lo
convertiría en alfombra por ti?
132

Layla soltó una carcajada gimoteando, y Mira se dio cuenta que


lloraba. Layla lo escondía bien, sus ojos no se ponían rojos ni hinchados.
Lucía tan bonita como siempre, sólo con dos perfectas lágrimas pasando a
hurtadillas por sus mejillas. Limpiándoselas, dijo—: Está bien... tal vez
Página

deberías compadecerme un poco.


Freddie sonrió.
—Eso está mejor
—Gracias por tu ayuda, Layla —dijo Mira, parándose cerca para
darle un abrazo.
Layla se lo devolvió.
—Cuando quieras. No seas una extraña, ¿está bien? Se pone
solitario en esta casa.
—Regresaré —dijo Mira.
—¿Es una promesa? —preguntó Freddie.
—Uh... supongo. —Mira lo miró extrañada—. ¿Por qué?
—Bueno, si lo es... entonces deberías alejarte de Félix. O podrías
romper tu promesa. Inadvertidamente.
Mira lo fulminó con la mirada hasta que él la desvió. Freddie se
encogió de hombros, como si ella no pudiera culparlo por decir eso. Y lo
triste era que no podía; un escalofrío la había recorrido ante las palabras
de él. Porque tenía razón. Tenía que ser cuidadosa ahora. Y tenía miedo.

***

Para cuando volvieron a la mansión Wilder, Rafe estaba despierto. El


ensayo comenzó en serio violento y con sonidos desagradables, y luego de
una hora de hacer de audiencia, Mira se fue para sentarse en el jardín de
rosas afuera. Curses & Kisses estuvo medio bueno (Jewel y Freddie), un
cuarto bien pero demasiado lleno de movimientos pélvicos como para que
fuera agradable (Rafe), y otro cuarto intencionalmente excéntrico y horrible
(Blue).
En el jardín, la atmósfera era diferente—serena y romántica. Era el
lugar perfecto para perderse o tener una cita secreta. Las rosas florecían
por todas partes, en casi todos los colores: rojo por el amor, rosa por el
romance, blanco por la inocencia, lavanda por el encantamiento.
Si los cuentos fueran verdad, un día, una única rosa robada sellaría
el destino de Layla. Demasiado nombre para su propio bien, la chica
cambiaría su libertad por la de su padre y accedería a vivir con la
miserable Bestia. Y si la maldición de Mira tomara lugar, un día, un
133

cenador de rosas formaría su prisión—un ataúd de espinas en lugar de


vidrio. Y aún así, las asociaciones no la asustaban. Se sentía en paz
sentándose en el camino de piedra que serpenteaba por el jardín,
inhalando la mezcla embriagadora de perfumes.
Página

Al atardecer, Mira se encontraba apoyada contra la base de la


estatua de una diosa griega, muy adentro del jardín. Leía uno de los cortos
libros de bolsillo que siempre tenía en el bolso, apenas consciente de que
se iba la luz, cuando Blue dejó caer un rubí en su regazo.
Ella cerró el libro, sobresaltada.
Verlo allí—el cabello azul, la violenta joyería, la expresión brusca—
era más sorprendente de lo que era generalmente. Porque ahora, cuando lo
miraba, podía ver dentro de él también. Muy profundo en los secretos que
él no quería que nadie más supiera.
Durante las horas pasadas, Mira había hecho su mejor intento para
sacar la palabra Romantic de su cabeza. Pero no podía ignorarla con él
justo en frente de ella.
—Técnicamente, eso es tuyo. La joya cayó cuando ella hablaba de ti.
Es algo así como nuestra regla. —Blue se sentó frente a ella, levantando el
libro para poder ver la tapa.
Mira trató de cooperar.
—¿Qué dijo sobre mi?
—No es asunto tuyo, entrometida. Nah, en realidad, aconsejaba a
Freddie.
Ella suspiró.
—Oh... Freddie me llevó a lo de Layla y no... No nos llevamos tan
bien como él esperaba que lo hiciéramos.
—Sí, yo estaba allí durante esa parte de la sesión de asesoría.
Se quedaron en silencio. Era inútil fingir que podían tener una
pequeña charla mientras que el peso de ala de confesión de Blue colgaba
entre ellos. Un silencio cayó en el jardín. Incluso los pájaros habían cesado
su canción de atardecer. Ningún sonido llegó a ellos desde la calle;
ninguna voz desde la casa. Era como si el mundo entero estuviera
esperando a que él hablara.
Blue levantó las rodillas. Levantó las manos para despeinar los picos
en su cabeza.
—Entonces... ¿Hablaste con Layla?
Mira asintió, el corazón en la garganta.
—Me contó sorbe los Romantics. La razón por la que crees que estoy
134

enamorada de Félix...
—Es porque no hubieras estado tan débil si no estuvieras
enamorada de él. Los Romantics sólo pueden... —Blue mantuvo sus ojos
en el camino de piedra, pasando un dedo a través de las ranuras—. Sólo
Página

podemos tomar el amor que se nos es dado libremente. Está hecho para
nosotros. Es por eso que...
—Es por eso que te aseguras que nadie se acerque a ti. —Se dio
cuenta ella. Por qué puedes ser tan frío, grosero, confuso...—. Le temes a
eso.
—A veces, no lo sabes —dijo—. Puedes subestimar la profundidad de
los sentimientos de alguien. O quedar cautivado por lo bien que se siente
estar cerca de esa persona. Cuando pasa por primera vez... no estás
seguro de cuánto de ese sentimiento es natural, ya sabes, la felicidad. Y
cuánto es la euforia que te da robar amor. Todo lo que sabes es que jamás
quieres que termine... Y cuando te pierdes en eso, puedes tomar
demasiado, muy rápido. Y eso es peligroso. Así que trato de evitarlo. Para
no llegar nunca a ese sentimiento, en primer lugar.
Empujaba una piedrita a través de los surcos entre las piedras.
Enfocado en eso en lugar de ella. Como si tal vez fuera más fácil ser
honesto cuando podías fingir que la otra persona no estaba allí.
—Maté a una chica —dijo él—. En mi fiesta de cumpleaños número
dieciséis.
La respiración de Mira se detuvo. Esperó, su pecho poniéndose más
tenso—pero no se movió. No se atrevió a hacerlo.
—Me había enamorado de ella. Como, el tipo de amor que sientes
cuando te enamoras por primera vez. La observé por años, pero... yo sabía
lo que era, siempre lo supe. Así que jamás intenté conquistarla. Y luego
sólo... pasó. Yo le gustaba, de todas formas. Más que gustarle. Y me puse
estúpido, me rendí a ello, pero yo… yo no esperé que pasara tan rápido.
Para que ella… para que terminara... tan rápido —dijo en voz baja—. No
intenté lo suficiente. No actué como lo hice cuando te conocí por primera
vez. Pensé que si no le preguntaba si quería salir, si estaba ocupado
cuando ella quería hacer algo... sería suficiente. Pero fue difícil no
mostrarle cómo me sentía. Es simplemente, es natural para nosotros—
para los Romantics. Nos enamoramos, y queremos tanto hacerte feliz,
darte lo que más quieres, necesitas, deseas... Es como este altruismo que
es un egoísmo supremo. Porque hacemos todo esto para poder tenerte.
Necesitamos ese... amor. Pero una vez que lo tenemos, significa que
tenemos que perderlo. Y no nos gusta dejarlo ir.
El corazón de ella sufría por él. No quería que fuera verdad. No
quería creer que él estaba condenado—junto con cualquier persona que lo
amara. Blue no se merecía eso. Nadie lo hacía.
135

Y... si los Romantics estaban condenados, ¿qué significaba eso para


ella y Félix?
—¿No hay alguna manera de evitarlo? —preguntó ella.
Página

—Es nuestra maldición —dijo con amargura.


—Pero... tiene que haber una manera. No puedes vivir sin amor. —
Sonaba trillado, pero hablaba en serio. Una vida sin amor destruiría a una
persona. Ella había estado anhelando cosas que no podía tener por
demasiado tiempo para saber eso—. No es sano encerrar tus emociones y
alejar a todos de ti.
—Eso es cierto —dijo—. No puedo vivir sin amor, sin robarlo. Sin
alimentarme de él. ¿Sabes que es compulsivo? ¿Que es como respirar? He
estado conteniendo el aliento por un largo tiempo. Por más de un año
desde...
Ella asintió para que él no tuviera que decirlo. Sabía que las
palabras lo herirían.
—Pero por más que no sea sano... no es sano para mí matar a
alguien a quien amo, tampoco.
—Pero si eres cuidadoso —insistió—, si te detienes a tiempo, como
Félix hizo conmigo, ¿no podrías...?
—¿No podría qué? ¿No podría ser como Félix? No quiero ser como
Félix. Jamás quiero ser como Félix. —Los ojos de Blue eran oscuros, como
un río durante la noche.
En la cruda luz de la puesta de sol, la pupila y el iris se mezclaban
juntos, endureciendo su mirada.
—Relájate —murmuró ella.
—No puedo —dijo él.
—¿Qué pasará si... si nadie te ama otra vez? ¿Si no respiras así otra
vez?
Desde algún lugar detrás de ellos, ella escuchó un portazo. El
zumbido de los insectos agitándose. Una carcajada de Jewel flotando en el
cálido aire con aroma a rosa.
—Moriré —dijo él—. Por fin seré castigado. Y será demasiado tarde.

***

Érase una vez, cuando él creyó que podía ser la excepción.


136

Él no era un héroe; sabía eso. Pero años atrás, él y Freddie habían


salvado una vida.
Habían estado avanzando lentamente hacia los trece, demasiado
Página

impacientes para sentarse en silencio en el auto mientras el Sr. Knight


trataba con algunos asuntos en el banco—así que se golpeaban el uno al
otro con espadas de juguete, usando los asientos traseros como escudos.
Pero entonces Freddie rompió un botón del tablero. Trataba de arreglarlo
mientras Blue hacía de guardia, cuando Blue vio a la niña,
A esa edad, casi ninguno de sus amigos estaba Marcado. Renee aún
tenía que convertir a Jewel; el mejor arrebato de bestialidad de Rafe era una
obsesión con las tiras de corpiños de las chicas. Pero sabían lo suficiente
como para reconocer una maldición cuando veían una. Beau Rivage se
hallaba en las garras de una ola de frío, y aquella noche, el viento soplaba
con amargura—pero la adolescente que vio llevaba nada más que unos
shorts y una fina camiseta. Se acurrucaba en las sombras, en un callejón
entre dos edificios. Cada tanto, había un destello de luz ante sus ojos: una
pequeña llamarada que temblaba y luego se desvanecía, haciendo que la
oscuridad de la noche pareciera más oscura en comparación.
Estaba congelándose, probablemente muriendo de hambre—y
encendiendo cerilla tras cerilla, fascinada por la belleza de la llama.
—¡Freddie! —siseó él, con el corazón palpitante de emoción—. Mira.
Una Niña Cerillera10.
Freddie abandonó el botón para mirar a través del parabrisas, justo
cuando otra cerilla se encendía.
—¡Ohhhh! —exclamó él—, ¡ayudémosla!
Salieron a toda prisa del auto y se detuvieron en la boca del callejón.
Así de cerca, la chica no era una obvia Damisela: no tenía los finos rasgos
de una Cenicienta, cuya majestuosa estructura ósea sería evidente incluso
debajo de una capa de hollín. La Niña Cerillera se hallaba sucia y
desesperada, su cabello era una maraña grasienta, un agrio olor emanaba
de su ropa.
Estaba marcada para sufrir, y luego se extinguiría sin fanfarria.
Pero Blue se negaba a dejar que ese fuera su destino.
Se acercó más hasta que estuvo a una mano de ella. Tomó su caja de
cerillas y lo miró boquiabierta, desconcertada al principio—pero él sabía que
si no la tomaba, ella seguiría prendiendo cerillas hasta que muriera,
demasiado absorta en la flama danzante como para hacer nada más.
La ayudaron a levantarse; soportando su peso mientras la llevaban al
auto. Luego Blue se lanzó a través del tránsito para ir a un restaurante de
137

comida rápida cruzando la calle, donde le compró la cena, y un chocolate


caliente, y se concentraron en rehabilitarla.
La Niña Cerillera se convirtió en su proyecto mascota. Acosaron al Sr.
Knight hasta que accedió a llevar a la niña a casa, donde la mamá de
Página

Freddie le dio un baño y ropa fresca, quejándose sólo una vez en su voz
exagerada que si la niña había traído piojos a la casa, ella (la sensible Sra.
Knight) estaría "frita, simplemente frita".

10
La Pequeña Cerillera o la Niña de los Fósforos es el personaje de un cuento de hadas
con el mismo nombre escrito por Hans Christian Andersen.
Los Knight mantuvieron a la Niña Cerillera como inquilina por unas
pocas semanas (el heroico legado de la familia hacía que fuera difícil para
ellos decir que no) y Blue y Freddie la trataron de la única manera que
sabían hacerlo: haciendo una peste de sí mismos. La sacaron de su
caparazón con juegos de mesa, luchas con espadas, malos conciertos de
rock improvisados, hasta que ella estuvo más sana, y sonriendo, y ya no
más atraída a la autodestrucción como una polilla con una lámpara.
El día que le dijeron adiós fue un momento de triunfo para los tres.
Habían luchado por ella, y la habían salvado—una niña que había sido
condenada por su maldición; y en los años que siguieron, Blue se había
aferrado a ese recuerdo como prueba de que el destino podía ser superado.
Él había pensado que tenía una oportunidad, también. Que si estaba
atento y decidido, podía luchar contra su propio destino. Había creído eso
con el corazón puro de un idealista, un niño que jamás había sido probado.
Ahora lo sabía mejor.
No era un héroe; no estaba ni cerca de serlo. Era cada trozo tan
peligroso como su maldición quería que lo fuera.
No podía esperar ser bueno. Todo lo que podía esperar era la fuerza
de resistir la tentación—hasta que su vida se apagara como una última
cerilla.
138
Página
12 Traducido por macasolci & Mel Demczuk
Corregido por Zafiro

a tarde se puso borrosa hasta ser de noche. Las estrellas


brillaban encima de Mira mientras recorría la espuma en el
borde de la playa, dejando huellas en la arena húmeda.
Jewel, Viv, Rafe y Blue se sentaron más arriba en la playa,
hablando. Pero no podía oírlos. Todo lo que podía escuchar era el mar.
Había pasado el día entero con Blue y sus amigos, lejos de Félix,
lejos de la búsqueda de las tumbas de sus padres. Los secretos fluían
hacia ella y se alejaban, como la marea. Se sentía como si hubiera
aprendido mucho, y sin embargo aún había tanto que necesitaba saber.
¿Dónde estaban enterrados sus padres? ¿Cuál era su
desencadenante? ¿Quién era Félix, realmente? ¿Y qué sería de ella, ahora
que lo amaba?
Tal vez jamás encontraría las tumbas de sus padres. Tal vez todo lo
que podía esperar a encontrar, aquí, o en cualquier lado, era a sí misma.
Pero lo único que no había esperado encontrar era un beso que podía
destruirla. Un beso que, si no hubiera terminado a tiempo, habría sido su
último.
Se estremeció toda ante el recuerdo. Tanto de estar aterrorizada
como de querer que sucediera otra vez.
No había esperado sentirse tan conectada a Blue, tampoco. Él había
matado a una chica que estaba en la misma posición que ella, joven, y
enamorada por primera vez. El paralelismo no la eludía. Pero no le tenía
139

miedo, se sentía mal por él. Sabía lo que era perder a alguien.
Pisando cuidadosamente sobre los trozos de madera y las conchas
de mar rotas, caminó hacia donde Freddie se encontraba de cuclillas junto
a sus dos hermanos mayores al borde del mar.
Página

Los hermanos Knight eran muy parecidos, excepto por sus colores y
sus expresiones. Los tres tenían los pantalones arremangados hasta las
rodillas. Un hermano, cuyo rostro era aún más inocente que el de Freddie,
se metió en el agua, tarareando un poco en voz baja mientras lo hacía.
Mira se sentó en un pedazo de madera que usaban como banco, y
Freddie los presentó. Su hermano mayor, que tenía cabello castaño oscuro
y un aire petulante, era Wills; el chico que ya se hallaba sumergido hasta
la cintura en el océano, casi forcejeando con las olas, era Caspian. Su
cabello era tan negro como el agua en la noche.
—¿Qué está haciendo? —preguntó ella, refiriéndose a Caspian.
—Oh. —Freddie suspiró—. Tentando al destino. No puede nadar
muy bien.
Wills sonrió. Estaba en cuclillas en la arena, mirando las olas. —
Estuvo en un accidente de barco hace un tiempo. Cayó por la borda
durante un crucero a la luz de la luna la noche de la graduación, se golpeó
la cabeza, y se hundió. Despertó en la orilla, con una hermosa chica
cantándole, y...
—Déjame adivinar, ¿Sirena? —dijo Mira.
Wills asintió. —Eso es lo que él cree. Quiere verla otra vez, pero no
está seguro de cómo encontrarla. Así que... —Hizo un gesto hacia Caspian,
que chapoteaba con el agua hasta su pecho, ahora.
—No puedes confiar en las sirenas —refunfuñó Freddie—. Te
ahogarán tan pronto como te salven. Todo depende de su humor. A la
mayoría no les gustan los humanos.
—¿Desde cuándo eres nada menos que el portavoz de un romance
condenado? —preguntó Wills con una ceja levantada. Miró a Mira—. ¿Algo
se está poniendo mal entre ustedes?
Freddie inclinó la cabeza, concentrándose en arrastrar un palo sobre
la arena.
—No. Sólo... ya sabes. Sirenas.
—Uh-huh —dijo Wills. La esquina de su boca se levantó. Mira se
sintió incómoda, y extrañamente expuesta. Era raro como todos parecían
saber lo que pasaba. Todos aquí fueron tan bien educados en maldiciones,
sin mencionar el drama que venía con ellas.
140

—¿Así que todos son Privilegiados? —preguntó Mira.


—La mayoría somos Privilegiados —dijo Wills—. A pesar de que la
única maldición que estoy destinado a romper es la maldición de la
pobreza y servidumbre. Cenicienta —explicó—. Todavía estoy esperando
Página

que "la indicada" aparezca en una de las galas de la familia en un vestido


de segunda mano. Después de haber limpiado chimeneas durante el día.
Será linda y dulce... Sólo rezo porque sepa leer.
—No seas cruel —dijo Freddie—. Tal vez ha estado trabajando
demasiado duro para aprender cómo leer. Siempre podrías enseñarle.
Wills se tendió en la arena. —Soy demasiado perezoso para eso.
Tendrá que dibujar. Al menos para escribir la lista de las compras.
Freddie suspiró, y Wills rió, luego apoyó su cabeza en sus brazos
cruzados. —Estás demasiado tenso, Freddie. Tienes a tu chica aquí; no
tendrás que ir en un viaje por la carretera en busca de un zarzal con
mucha vegetación. Es tiempo de relajarse.
—Estoy muy relajado —protestó Freddie—. Generalmente...
—No me tiene —dijo Mira.
Wills levantó la cabeza, una mirada de sorpresa en su rostro.
—¿No?
—Mi marca no me asocia con Freddie. Sólo dice que él tiene un
propósito en mi vida.
—Eres una feminista —dijo Wills, como si eso explicara todo.
—Soy una persona —dijo ella.
Wills se encogió de hombros.
—Llámalo como quieras.
Freddie se levantó, desabrochó los botones de su camisa, y la arrojó
sobre la arena antes de pisar diligentemente el agua. Agarró a Caspian en
un abrazo de oso desde atrás y lo arrastró hasta la playa.
—Eso es suficiente por esta noche —le dijo a su tembloroso
hermano.
Caspian parpadeó sus grandes y cristalinos ojos. El agua goteaba de
su ropa empapada sobre la arena. —No vino. ¿Crees que la imaginé?
—La volverás a ver, eventualmente —dijo Freddie—. Pero no creo que
ahogarte a ti mismo sea un buen plan. Vamos a secarte. —Puso un brazo
alrededor de Caspian y lo condujo hacia Blue y los demás. Y como sólo
quedaba seguirlos o quedarse atrás con Wills, Mira los siguió.
—¿Alguien tiene una toalla? —preguntó Freddie.
141

Rafe, Blue, Viv y Jewel se encontraban sentados alrededor de un


refrigerador abierto, botellas de cerveza atascadas en la arena en frente de
ellos. Jewel había convertido su enorme camiseta en una bolsa y guardaba
las gemas perdidas en ella.
Página

—Tengo una manta en la parte trasera de la camioneta —dijo Rafe—.


Y un colchón, si alguien lo necesita.
—¿En serio? —dijo Blue—. Porque buscaba una camioneta para
tener sexo allí.
—Uh... lo siento, amigo —Rafe lo palmeo en el hombro, haciendo
ligeramente una mueca—, está disponible para todos excepto tú. No es
genial dejar cuerpos muertos allí atrás. Tú entiendes.
—Estaba siendo sarcástico, pero gracias por eso. —Blue se levantó
con los puños a los costados, agitado. Luego se alejó hacia el
estacionamiento.
Jewel agarró una gema de su regazo y la arrojó a la ancha frente de
Rafe. —Dios, Wilder, ¿podrías ser alguien más estúpido?
Rafe se frotó la llaga. —¿Cómo se supone que voy a saber cuando
está bromeando?
—¿Como si él fuera a ser serio acerca de eso? —dijo Viv.
Rafe se encogió de hombros, resopló, luego le arrojó sus llaves a
Caspian.
—Sécate, hombre; una manta es mejor que nada.
—¿Está... contaminada? —preguntó Freddie.
Rafe le dio a Freddie una sucia mirada, y Viv puso los ojos en blanco
y dijo—: ¿Desde cuándo Rafe llega a tiempo a la camioneta?
—Esta es mi bebida —le recordó Rafe—. Ten cuidado o ustedes
perras se quedan sin ella.
Mira agarró una cerveza de la heladera, una cerveza que ni siquiera
quería, sólo por despecho, y siguió a Freddie y a Caspian hacia el
estacionamiento. Blue estaba allí cuando se subieron a la última colina de
arena.
Caspian abrió la parte trasera de la camioneta de Rafe con
aprensión, como si esperara encontrar una chica esposada allí dentro.
Cuando vio que estaba vacío, se relajó, y sacó la manta para envolverla
alrededor de su cuerpo tembloroso.
Freddie se acercó a Blue. Hablaron en una voz baja que no
transportaba el viento. Mira se sentó en el capó del auto deportivo rojo
manzana acaramelada de Viv. Se mantuvo ocupada tratando de girar la
142

tapa de la botella de cerveza mientras los observaba. Las crestas de metal


se clavaron en su palma. Blue seguía sacudiendo la cabeza; Freddie se
hallaba inclinado hacia adelante, insistiendo en algo, con el rostro serio e
intenso; y finalmente, la tapa de la botella salió volando y la cerveza se
Página

derramó por su regazo. Mira gritó y arrojó la botella lejos de ella,


sacudiendo la espuma de sus manos.
—¿No puedes manejar tu alcohol, Mira? —la llamó Blue.
—¡No esperaba que se fuera a todos lados! Ahora huelo a cerveza.
—Podría ser peor —dijo Blue—. Podrías oler a la vida sexual de Rafe,
como Caspian. —El pobre Caspian se acurrucó en la manta, mirando con
nostalgia hacia el mar, ajeno a su conversación.
—Eso fue bajo —dijo Freddie, escondiendo una sonrisa.
Blue se encogió de hombros.
—Así que, ¿qué quieres, Mira? ¿Eres nuestro tercer mosquetero? ¿O
sólo estás teniendo segundos pensamientos sobre Freddie?
Ella lo miró, preguntándose ante su propia reacción mientras lo
hacía. Luego de lo que había aprendido de Blue, lo que podía hacer, lo que
ya había hecho, se sentía como si debiera ser cautelosa con él. Pero no lo
era. En cambio, sus defensas bajaban.
Podía ver el espinoso exterior, pero ahora reconocía el corazón herido
que había por debajo. Y se encontró confiando en él, preocupándose por él.
Mirándolo como un amigo. Un amigo que la necesitaba, tal vez...
—Estabas enfadado —dijo ella—. Pensé que tal vez podía ayudar. No
lo sé. ¿No es lo que hacen las personas cuando no son imbéciles?
—¿Esperas que yo lo sepa? —preguntó Blue. Pero ahora sonreía.
—Ven aquí para que pueda secarme las manos en tu camiseta —dijo
ella, levantando sus manos pegajosas por la cerveza. Con las cejas
levantadas en diversión, Blue hizo lo que le pedía. Se detuvo entre las
piernas de ella en el frente del auto, sus rodillas contra el parachoques.
—Ve a por ello —dijo él.
Los dedos húmedos de ella rozaron el músculo de su abdomen
mientras buscaba para secar sus manos en la camiseta. Blue contuvo el
aliento cuando las manos rozaron su piel, y algo eléctrico la recorrió. Un
rubor quemó sus mejillas. Se obligó a enfocarse en el diseño de la
camiseta.
—Ahora la suciedad está en ti, a donde pertenece —dijo ella.
—Eres una princesa muy desagradable —dijo Blue.
143

—¿Estás coqueteando conmigo?


Él se encogió de hombros.
—Probablemente. ¿Está funcionando?
Página

—No, en absoluto —le aseguró—. Que me digas que soy


desagradable no va conmigo.
—Sabía que había una razón por la que me gustabas. —Agarró sus
manos pegajosas y tiró de ella fuera del capó—. ¿Deberíamos salir de aquí
antes de que aparezca Viv y quiera saber quién derramó cerveza en su
auto?
Mira asintió.
—Seguro. ¿A dónde vamos?
—Casa del11 Knight —dijo Blue.
—Tenemos una piscina —dijo Freddie, como si eso endulzara el
trato.
—Una piscina en la que Rafe jamás ha tenido sexo —dijo Blue.
—Eso es lo que la hace diferente de la piscina de Rafe —explicó
Freddie.
Mira hizo una mueca.
—Un día, chicos, me van a tener que contar por qué siquiera son
amigos de Rafe. Pero no hoy. Les daré tiempo para hacer algo de examen
de consciencia primero.
—Gracias —dijo Blue—. Apreciamos eso.
—Caspian, ¡vamos! —gritó Freddie, ondeando la mano hacia él—. Y
no traigas esa manta.

***

—Es fácil… así —dijo Mira, acostándose de espalda en la piscina de


los Knights, dejando que el agua la sostenga y mostrándole a Caspian
como flotar. Trataba de enseñarle a nadar. Para alguien decidido a
encontrar una sirena, calculó que eso sólo podría ayudarlo.
Caspian se aferraba al costado de la piscina. —No lo sé, Mira. No
creo que mi cuerpo esté diseñado para esto.
—Todo el mundo puede flotar —dijo ella, tirando de su brazo—.
¿Quieres encontrar a tu sirena o no?
—Está bien —dijo con un suspiro, tragando audiblemente, luego se
soltó e inmediatamente comenzó a hundirse.
144

—Sólo relájate —trató Mira—, recuéstate sobre tu espalda y…


Habría ayudado a agarrarlo y sostenerlo, girarlo sobre su espalda de
forma manual, como los entrenadores de natación hacían con los niños
pequeños. Pero tocar la piel mojada, desnuda de un muchacho le parecía
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demasiado íntimo, si no coqueteaba. Si no esperabas ser tocada de


regreso.

11 En español en el original.
—Um, o podemos tratar de mantenernos a flote verticalmente —dijo
ella. Le demostró, pedaleando las piernas y moviendo un poco los brazos.
Los amplios ojos grises de Caspian parpadearon nerviosamente cuando
sus miembros vacilaron bajo el agua. Era lindo, como Freddie, pero se
desviaba más hacia lo adorable. No era difícil imaginarlo caer de un barco.
En un esmoquin de graduación, nada menos.
—Tu pelo fluye como el de una sirena —dijo Caspian.
Mira echó un vistazo hacia un lado, examinando las ondas rubias
oscuras flotando en el agua. —Supongo que sí.
—Sólo que es más ligero —dijo Caspian—. Las sirenas tienen el pelo
oscuro. Bueno. La sirena que vi lo tenía así. Si realmente era una sirena.
Supongo que sólo podría ser una chica pasando el rato en el océano,
esperando por los naufragios.
—Creo que es mucho menos probable —dijo Mira.
Caspian sonrió, iluminando todo su rostro. Sus brazos se movían
con más facilidad ahora a través del agua. —Por eso creo que tiene que ser
verdad. Que una sirena me salvó. Su voz era tan hermosa...
La expresión de su rostro era claramente de amor. Se había
transformado de triste a enamorado en un instante.
Era extraño, ver a todos estos románticos en sus diferentes
encarnaciones. Habían románticos usuales, como Freddie y Caspian:
chicos que se perdían en ensoñaciones, como ella lo hizo. Luego estaban
los Romantics maldecidos, que se enamoraban fácilmente, quienes
amaban y robaban el amor. Amor era lo que necesitaban para sobrevivir.
La puerta trasera de los Knights se deslizó y un desfile de personas
fluyó hacia fuera. Viv en su diminuto bikini blanco, Blue y Freddie y Wills
en traje de baño. Los chicos saltaron. Viv colocó una balsa en la superficie
de la piscina y se desperezó en ella, siseando un poco cuando el agua se
deslizó por los lados.
—Ni siquiera está fría —dijo Wills. Él golpeó el agua junto a Viv, por
lo que una pequeña ola salpicó sobre su abdomen blanco hielo—. A menos
145

que temas que el cloro te blanquee. Oh, demasiado tarde.


Viv apretó los dientes. —Y ustedes se preguntan porque odio a todo
el mundo.
—Estoy nadando —anunció Caspian—. Más o menos. ¿Creen que
Página

esto interfiera en mi búsqueda de la sirena? Si caigo en el océano y no me


estoy ahogando. ¿Creen que se molestará en salvarme?
—Creo que tu sirena probablemente tenga una vida —dijo Wills.
Había dejado de atormentar a Viv y flotaba en la parte más profunda,
aferrándose a un fideo de espuma—. No puedes contar con que esté
esperándote todos los días. Así que ahogarte a propósito sólo te hace un
idiota.
—Sí, por favor, mantente fuera del océano, Caspian —dijo Freddie—.
Espera que ella haga un trato con una bruja y llegue a ti.
—Pero, ¿Y si no lo hace? —preguntó Caspian. Nadie tenía una buena
respuesta para eso. Después de un tiempo, Henley se acercó al lado de la
casa. Estaba vestido, en pantalones cortos y una bonita camisa abotonada
sobre una camiseta sin mangas. Se sentó en una de las tumbonas junto a
la piscina y observó a Viv como si fuera una película muda. Su mirada era
enferma de amor y triste, pero cruel, también, como si sus ojos de alguna
manera pudieran castigarla por no dar una mierda porque él se
encontraba allí.
Viv yacía tendida en la balsa, inmóvil como la muerte, mirando las
estrellas. Freddie demostraba cuántos saltos mortales bajo el agua podía
hacer en fila. Cuando salió a tomar aire, Caspian exclamó—: ¡Eres como
un delfín!
Mira dio patadas de rana hacia el extremo de la piscina donde Blue
holgazaneaba, medio oculto debajo del trampolín bajo. Sus dedos se
aferraron al trampolín. Las gotas de agua se deslizaron lentamente por su
rostro, su cuello.
—Estás muy callado —dijo.
—No tengo ningún truco de delfín
—Lo siento —dijo ella—. Eso debe ser difícil para ti.
Asintió, con una sonrisa irónica asomándose. —Así es
Ella extendió la mano y agarró el trampolín para no tener que seguir
pataleando. El movimiento la llevó hacia adelante, y sus piernas desnudas
rozaron las de él. La sensación fue inesperadamente atractiva y cuando no
se apresuró a alejarse, él enganchó su pierna alrededor de las de ella.
Ninguno de los dos dijo nada durante un rato.
Lo miró fijamente, en ese rostro frío e impasible, y se preguntó por
qué era tan fácil para él. ¿Cómo podía gustar de ella y hacer que lo odie, y
146

luego hacerla querer estar cerca de él? ¿Cómo podía tocarla y hacer que no
quiera alejarse? La definición de Romantic estalló en su mente.
Él y Félix se suponían que eran encantadores por naturaleza. Se
preguntó si por encantador quería decir mentiroso.
Página

—¿Félix le miente a la gente? —preguntó


—Ah, estamos hablando de Félix otra vez.
Ella se encogió de hombros, formando con sus brazos una especie de
tirón de modo que su pecho se elevara del agua.
—Félix le miente a la gente todo el tiempo. Todo nuestro trabajo es
sobre el engaño: atraer a la gente hacia el casino con esperanza y un
sueño imposible, y enviarlos a casa con menos dinero del que entraron. No
usa un cartel que dice: La casa siempre gana. Así que sí, miente.
—Sabes lo que quiero decir.
Blue levantó las cejas. Por supuesto que sabía. —¿Quieres decir que
si le miente a las chicas? ¿Para hacer que se enamoren de él?
Ella asintió con la cabeza. Esperó.
—Tú eres la que pasa tiempo en su dormitorio. ¿No deberías ser
capaz de decirlo?
Su pierna se frotaba contra la de ella, muy ligeramente, casi como si
fuera un accidente, pero no lo era. Era demasiado regular para no ser
deliberado.
—¿Por qué estás haciendo eso? —preguntó en voz baja.
Se sentía agradecida por la oscuridad, por el agua que escondía
fuera lo que fuese que hacían, por las risas y salpicaduras, y, sí, incluso
por los trucos de delfines, que permitían a los demás ignorarlos.
—No lo sé. ¿Por qué me estás dejando?
—No lo sé —dijo
Hace mucho tiempo, ella lo habría abofeteado por tocarla. Lanzado
un cuchillo, un libro hacia él. Entonces, ¿qué era eso?
—Nunca he mentido a nadie. Para llegar a... —Blue vaciló, hasta que
ella asintió con la cabeza, para hacerle saber que entendía—. Pero he
dejado cosas sin decir. Estoy seguro de que él lo hace, también. Y él podría
mentir. Pero tal vez podría no hacerlo. ¿Por qué? ¿Tienes miedo de estar
enamorada de una mentira?
—No...
—Entonces no importa lo que yo diga, ¿verdad?
—Es sólo que... —Mira mordió su labio, degustando cloro—. Nunca
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me dijo las cosas que me dijiste. Eso es lo único que me preocupa. ¿Por
qué no me dice que es peligroso? ¿Qué podría hacerme daño sin querer?
—Porque no quiere que lo sepas. Vamos, Mira, no dejes que el amor
te haga estúpida.
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—Le dijiste a esa chica que tú... que tú, no, ¿verdad?
Blue la miró fijamente por un largo tiempo. —¿Crees que hubiera
pasado si ella hubiera sabido?
—Así que debería preguntarle al respecto. Hacerle saber lo que sé.
Blue se encogió de brazos. —Si así lo deseas. Sólo mantente fuera de
su habitación.
Ella se quedó sin aliento. —¿Su dormitorio? O ¿La suite 3013?
Los ojos de Blue parpadearon con algo extraño. —Ambas.
—Te haré saber —dijo ella, respirando entrecortado—, que las chicas
se besan en otras habitaciones además del dormitorio. Me besó en la
tienda de flores. Después de horas. La noche en que...
—La noche en que casi te mata.
—La noche que me desmayé —corrigió.
—Si así es como quieres llamarlo —dijo Blue—. Pero creo que parte
de ti sabe la verdad. Y es por eso que estás aquí conmigo, en lugar de
regresar al Dream con Félix.
—Estoy aquí porque estoy tratando de ser amable. Estoy tratando de
ser tu amiga.
Tal vez eso fue demasiado para él, en este momento, cuando sus
piernas desnudas estaban tocándola, jugando a ser casual. Quizás amiga
estaba demasiado cerca de Me gustas, y estaba más cerca de la confianza,
la atracción, el afecto de lo que era cómodo para Blue. Porque hubo un
cambio en él, su expresión se volvió arrogante, tonta.
Estaba a punto de romper el hechizo. Ella se preparó para volver a la
forma en que había sido antes. Bromeando. Discutiendo. El cambio fue
casi como un insulto. Porque él sabía que ella confiaba en él, y él a cambio
no confiaría en ella.
—¿Eso es lo que es esto? —dijo—. ¿Cómo qué amigo califico?
¿Podemos ser amigos con beneficios?
Mira tuvo el impulso de mantenerle la cabeza bajo el agua hasta que
se liberara y farfullara en la superficie, tosiendo y prometiendo no ser un
idiota nunca más. Estaba segura de que su irritación se mostró en su
rostro, y muy segura de que él se alegró de ello. —Sabes, es difícil que
alguien te dé un rodillazo en las bolas bajo el agua —le advirtió—. Pero no
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es imposible.
Los ojos de Blue brillaron. Estaba de nuevo en su elemento:
jugando, abrasivo y seguro.
—Oye, siempre y cuando te rechace, no puedo hacerte daño, no hay
Página

amor para robar. Así que una cosa de amigos con beneficios podría
funcionar para nosotros.
Ella sabía que él bromeaba. Lo sabía, pero no era gracioso.
—No —dijo, amenazándolo con un gesto de patada patéticamente
lento.
—Tienes razón. Probablemente estarías decepcionada. No he tenido
mucha práctica, por razones obvias. ¿Cómo es Félix? ¿Increíble?
—Félix... ha tenido mucha práctica —dijo débilmente, no le gustaba
la dirección que esto tomaba—. Eso es lo que estás tratando de decir.
Blue se encogió de hombros. —No es como si hubiera leído su diario.
Sólo es algo en que pensar.
—Tal vez no quiero pensar en eso.
—Bueno, quizás deberías.
Cerró sus ojos, dejando que el balanceo sutil del agua la lleve. —
Cállate, Blue.
El agua se hallaba casi caliente como su cuerpo. Si no fuera por la
pierna de Blue tocándola, sería como flotar en una cámara de privación
sensorial. En cambio, fue casi hipersensorial. Cada vez que la tocaba,
desplegaba algo nuevo en su interior. —Cállate, o me voy.
—Bien —dijo en voz baja—. Pero sólo porque no quiero que te vayas.
149
Página
13 Traducido por Vane-1095
Corregido por βelle ❤

espués de nadar, todos entraron a la casa de los Knights


sigilosamente, sus trajes de baño goteando agua en el
suelo, sus pies dejando hierba en las alfombras persas.
Cada habitación había sido decorada con una parte de su
vida. Años de riqueza e influencia se habían reunido allí como polvo.
Freddie hizo callar sus risas. Era tarde, dijo él, y su madre era
hipersensible. Se despertaba al menor ruido.
Los chicos descendieron al sótano, importunados por los fríos trajes
de baños aferrándose a sus piernas. El pelo de Mira estaba empapado, y
abrazaba la toalla a su cuerpo, extrañando el color de la piscina. Viv la
llevó a la habitación de Freddie para cambiarse.
La luz de la luna se filtraba por la ventana, arrojando un resplandor
azulado a los viejos trofeos de Pequeñas Ligas, guitarras de Freddie y el
amplificador, y a una cama desordenada desnuda del cobertor. El resto de
sábanas descuidadamente caídas en el suelo, como si hubieran sido
expulsadas durante un inquieto sueño.
Mira se cambió de vuelta a la ropa que había usado antes. Viv se
dejó caer en la cama de Freddie, todavía vestida con su bikini mojado. Se
quedó mirando el techo, brazos flácidos a los costados. Como una actriz
audicionando para el papel de un cadáver.
—¿Crees que me veré linda cuando muera? —preguntó Viv.
150

La boca de Mira se abrió sin una respuesta.


—Eso es de lo que estoy asustada —continuó Viv, dientes mordiendo
su labio rubí—. Quiero decir, soy yo, y no soy yo.
Mira podía oír el tic tac de un pequeño reloj, la sangre moviéndose a
Página

través de su cabeza. Apenas sabía qué decir. —¿Qué tienes en mente, Viv?
—No muerta, exactamente. En un coma encantado. ¿No te
preocupas de eso, también? —Viv Suspiró—. No, supongo que no. ¿Quién
le tiene miedo a Freddie?
—Me preocupa eso —admitió Mira—. No quiero no estar en control.
No quiero estar a merced de alguien más. —Fue y se sentó en el extremo
de la cama de Freddie, junto a los pies de Viv, que apuntaban
delicadamente como los de una bailarina.
—Lo mismo digo —dijo Viv—. Pero toda mi futura vida será así.
Tendría que mantener un equilibrio perfecto para evitarlo. Suficiente para
hacer a Henley el cazador, salvarme… pero también no lo bastante, porque
demasiado linda es lo que me diferencia de mi madrastra. Y ella quiere que
me vaya, ha querido que me vaya hace años.
Viv retrocedió inquieta. —No sé lo que está esperando. Esperando
para hacerlo odiarme, supongo. Haciéndolo leal a ella así él apuñalará mi
corazón cuando se lo pida… Y entonces, si Henley no me mata, esa es la
importancia de ser lo suficientemente bonita para atraer a algún playboy
necrófilo. Algún día mi príncipe vendrá y se enamorará de mi cuerpo sin
vida. Hay un poco de felices para siempre para ti.
La imagen de Gwen arrastrándose a través de la calle Fair surgió en
la mente de Mira. Se imaginó el momento cuando el príncipe debió haberla
encontrado—muerta para el mundo, adormecida. Él estaba tan enamorado
de su pequeño rostro perfecto que se sintió obligado a llevar su ataúd con
él para mirarla por siempre. Como si fuera un recuerdo, no una persona.
Hasta que ella despertó, y arruinó su fantasía.
—Blue y Layla me contaron acerca de Gwen —dijo Mira, sin saber
cómo ofrecer consuelo cuando todo lo que había escuchado acerca del
cuento de Viv era retorcido y oscuro—. La otra Blanca Nieves Somnolienta.
Pero no creo que siempre tenga que ser así. Tu príncipe podría… tener
compasión de ti, tal vez. Sentirse mal de que tu vida se truncara. Y no
querer dejar tu ataúd en el bosque, o donde lo haya encontrado. No sería
necesariamente una mala persona.
—No —dijo Viv, sacudiendo la cabeza, mechones húmedos
retorciéndose contra el colchón—. La única persona que me compadece es
Henley… y esa es la única razón de que no me mate. Si decide no hacerlo
de cualquier manera.
151

—No creo que sea compadecerte, Viv —dijo Mira, pero Viv no
escuchaba.
—Regina tuvo un ataúd de cristal cuando tenía trece años —dijo
Viv—. Lo puso en la terraza acristalada y lo tiene como su bebé; lo pule
Página

cada día. Luce como una vitrina, y eso es lo que es. Una vitrina de mi
cadáver, para que pueda usar mi llamada belleza a su ventaja, resaltar mi
palidez de muerto viviente a potenciales pretendientes, como: aquí,
tómenla, por favor. Quiere deshacerse de mí… me quiere en la casa de
alguien más, como el problema de alguien más.
Viv sonaba molesta, no indiferente como probablemente quería.
Mira puso la mano en su tobillo, para recordarle que se encontraba
allí. Esta Viv no estaba sola en este momento. No estaba muerta, o en
peligro. Mira sabía que a veces era necesario recordárselo a ella misma.
—¿No podrías decirle a tu papá que te molesta? ¿Tener el ataúd en
tu casa?
—Lo he intentado, pero él no quiere oírlo. Está mimado porque su
maldición es latente, por lo que nunca tuvo que pasar por todo esto
cuando era más joven. Su único papel por desempeñar es el del inepto,
inútil padre, para el cuál es perfecto. Cuando me quejo, dice que tenemos
que aprender a llevarnos bien; tiene otros problemas, no va a arreglar los
nuestros. Y luego, Regina me dice que tengo suerte de que mi padre esté
tan desinteresado en mi vida. Podría tener la maldición de Piel de Asno, ¿y
no sería eso incómodo?
—¿Piel de Asno? —Mira no conocía ese cuento—. ¿Es ese en que la
princesa se convierte en Asno?
Viv se rió. —Oh, Mira. Eso es lindo. No, convertirse en un asno sería
divertido en comparación con esa maldad. —Se sentó, directamente en un
pedazo de la luz de la luna. Su piel brillaba como la de un fantasma—. En
el cuento de Piel de Asno, la madre de la princesa muere joven, como la
mayoría de nuestras mamás.
La mano de Mira tembló contra el tobillo de Viv, y la llevó de vuelta a
su regazo antes de que Viv lo notara.
—Pero no antes de decirle al rey que no podía casarse con alguien
cuya belleza superara a la suya. Pasaron los años, y por supuesto, la
belleza de nadie se comparaba con la de la reina muerta… hasta que un
día, el viejo verde se dio cuenta de que su hija era la cosa más caliente con
dos piernas.
Viv alzó las cejas, desafiándola a hacer una conexión.
Un sabor amargo se deslizó en la garganta de Mira. No había
conocido a su padre, pero en su mente, los padres eran los héroes,
152

protectores. —¿No estás diciendo…?


—Así que el rey decide casarse con su hija. La persigue, no importa
qué tipo de obstáculos ella imponga, y ella tuvo que ponerse en la piel de
un asno y hacerse pasar por un sucio pilluelo para escapar. Entonces se
Página

cría en otro reino antes de finalmente conseguir su final Cenicienta,


cuando el príncipe local se da cuenta de que el pilluelo se limpia bien en
ocasiones especiales. Pero ¿quién sabe lo que pasó en esa casa antes de
que ella escapara?
Ese cuento se ponía peor y peor. Las manos de Mira se crisparon en
puños a los costados, las uñas clavándose en sus palmas. Un hada tenía
que escoger esa maldición. Tenía que otorgárselo a una niña no mayor que
Mira, sabiendo lo que podría pasarle.
Sus pensamientos fueron a Delilah y lo cruel que un hada tenía que
ser para causar eso en alguien. Se preguntó de cuántos males era capaz
Delilah.
Y lo que el hada tenía reservado para ella.
—Como todas las maldiciones —dijo Viv—, probablemente su
kilometraje puede variar. Pero confía en mí cuando digo que prefiero que
mi novio saque mi corazón antes de tener a mi papá tratando de dormir
conmigo.
—Henley realmente no… —Mira no podía contemplar la otra mitad
de la declaración de Viv.
Viv se dejó caer en la cama, en la misma postura que tomaría en su
ataúd de cristal. Ella temblaba, su voz temblando de vibración.
—Quién sabe lo que hará. Está loco. Ni siquiera me importa.
Entonces se oyó un golpe en la puerta. Suave, educado, para no
molestar a nadie.
—Está abierto —llamó Mira, agradecida por la interrupción. Tenía
miedo de que si seguían adelante, Viv se hundiría tan profundamente en
su propia oscuridad que no sería capaz de sacarla.
La puerta se abrió y Freddie se deslizó dentro. Inclinó la cabeza
como si quisiera disculparse por inmiscuirse.
—Hola, chico enamorado —dijo Viv arrastrando las palabras.
Freddie agachó la cabeza, avergonzado en ese momento. —Viv. No
digas eso. Henley está en la casa, sabes. —Se aclaró la garganta—. ¿Cómo
están ustedes, señoritas? Me han enviado como emisario para estar
seguros de que todo esté bien.
—Hemos terminado aquí —dijo Viv, empujándose a sí misma fuera
de la cama—. Necesito un cóctel de todos modos. ¿Está abierto el bar?
153

—Wills está mezclando bebidas —dijo Freddie—. Pero, Viv ¿No


deberías probablemente…?
Viv despidió sus palabras con un gesto, como si la preocupación
zumbara a su alrededor como un molesto mosquito. —Disfruten la
Página

oscuridad, niños. Les daré algo de tiempo a solas. —Y entonces en un


pálido deslizamiento de su cuerpo se había ido, caminando
silenciosamente por el pasillo.
Freddie se sentó en el suelo, junto a una cesta de bóxers y camisas.
Mira tenía la intención de seguir a Viv, pero la forma de Freddie plantado
en la sala le hizo pensar que quería hablar con ella, a pesar de que él no
dijo ni una palabra.
El silencio descendió, por lo que todos los sonidos fuera parecían
más fuertes. Débilmente, Mira pudo distinguir un trino agudo de agitación
femenina, una damisela en una moderada angustia.
—¡No es gracioso, Phillip! ¡Voy a tener un moretón en mi columna!
—¿Es esa…? —preguntó.
—Mi madre —dijo Freddie, arrancando una púa de guitarra perdida
del suelo—. Probablemente piensa que hay un guisante perdido bajo el
colchón. Es hipersensible, y se está convirtiendo en hipocondríaca. A pesar
de que en realidad podría haber un guisante allí. Mi padre le juega malas
pasadas a veces.
—Así que, ¿tus padres también están malditos?
Freddie asintió con la cabeza, se recostó en sus brazos, luego alzó
una rodilla, inquieto. —Ambos lados de mi familia tienen una larga
historia de maldiciones activas. Están orgullosos de ello. Estar marcado,
como un héroe, especialmente, es un honor. Es un signo de buena fe de
parte de alguna hada que piensa que eres digno de ello.
Mira se preguntó si sus padres habían sido maldecidos. Si hubieran
tenido que luchar para estar juntos, sólo para perderlo todo en su bautizo.
Perdida en sus pensamientos, se sorprendió cuando Freddie le
preguntó—: ¿Estás asustada, Mira?
—¿Asustada?
—Tu decimosexto cumpleaños se acerca. Y las cosas tienden a
cambiar en días así. Me preguntaba si... quiero decir, pareces distraída.
Creí tal vez...
—Oh.
El recuerdo de las frías uñas de Delilah en su piel volvió. Trazando
su marca, evaluándola. Casi podía escuchar la voz del hada, dulce como
caramelo y fuerte como el acero.
154

Cariño, qué momento más aterrador.


—No tienes que estar asustada —dijo Freddie—. Si algo pasara, te
despertaría. Si no supiéramos dónde estás cuando pasara... te buscaría.
Página

Y lo haría. Sabía que lo haría. Pero...


—No quiero deberte nada —admitió.
Parecía herido por su comentario. —No me deberías nada. No voy a
ganar nada despertándote.
Sentía que había herido sus sentimientos de nuevo. Pero eso no hizo
a sus preocupaciones menos válidas. Él pensaba que ella no le debería
nada. Creía eso ahora. Pero, ¿cómo cambiarían las cosas si él la devolviera
a la vida? ¿Cómo se sentiría una vez que la hubiera salvado y ella
estuviera tan distante como antes?
Mira no quería que el rescate se cerniera sobre su cabeza,
presionándola para que se alinease como una princesa buena y mostrase
su gratitud... haciendo lo que se esperaba después de eso.
Matrimonio. Citas. Sexo. No estaba segura de cómo funcionaban las
cosas aquí, cuánto de la dependencia a la tradición de la comunidad de
cuento de hadas les había impedido evolucionar como el resto del mundo.
Pero claramente, habría presión para ajustarse, ya sea social o mágica, o
Viv no estaría tan asustada como lo estaba. No sólo de su encanto, sino de
lo que venía después.
Mira no quería resignarse a su suerte. No quería estar sumida en la
desesperanza, como lo estaba Viv, como si fuera arena movediza, una
trampa que sólo crecería cuando trataras de escapar.
—¿Puedo preguntar lo que estoy haciendo mal? —dijo Freddie
finalmente. Las quejas de su madre se habían calmado, dando paso a la
pesadez de los suspiros, el movimiento de la uña de Freddie contra una
sección de la guitarra, el roce de las piernas de Mira cambiando en la
cama.
—Nada —dijo—. No hay una lista de cosas que quiero de ti que no
estés haciendo. Yo sólo… mi corazón está en otra parte.
Se sentía cruel decirlo. Pero era cierto.
El obtuso rechazo pareció envalentonarlo. —Voy a esperar, sabes —
dijo con una firmeza con la que no lo había oído hablar antes—. Sé que no
te gusto ahora. Pero creo que podría, finalmente. Y sería bueno para ti.
Nunca te haría daño, de la manera en que Félix lo haría.
Mira cerró sus ojos. No eso otra vez. No eso, siempre. Su pecho se
tensó, apretando el aire de sus pulmones. Freddie no entendía. Él no podía
ver la manera en que Félix la había tratado. Sólo vio la maldición, la
155

blanca-y-negra maldición de la misma, el hecho de que Félix no era un


héroe, no era un príncipe. Era una delicada línea entre el amor y la muerte
para los Romantics, pero estaba segura que Félix la pisaba con el mayor
cuidado. ¿No lo tenía ya?
Página

—Las personas que se preocupan por ti no te harán daño, Mira. Ni


siquiera si no pueden evitarlo. Puede que eso no importe ahora, pero algún
día lo hará.
—No sabes nada de la gente que se preocupa por mí —dijo,
sintiéndose malhumorado, a la defensiva. Insultó a alguien a quien amaba,
y sacó lo peor de ella—. Sólo sabes cómo tú te preocupas por mí. Y ni
siquiera me conoces, te sentirías de esta manera acerca de cualquier
princesa que compartiera tu maldición. Así que no me des lecciones de que
tu amor es más cierto que el de los demás.
Mudo, Freddie se limitó a mirarla. Su habitual expresión seria,
confiada, amable, desmenuzada, y se veía como si estuviera tratando de no
llorar.
Mira se sentía muy mal. No había tenido intención de arremeter
contra él. Sólo había querido que él, y todos los demás, dejaran de
atacarla, dejaran de calumniar a Félix y dejaran de hacerla sentir
estúpida.
—Fuera de mi cama —dijo él. Sin decir palabra, ella lo hizo. Él se
arrastró hacia ella como un sonámbulo, se desplomó sobre el colchón, con
el rostro machacado en la almohada para no tener que mirarla.
—Freddie, yo…
—No me siento bien. Por favor, vete. —Su voz sonaba ahogada, pero
el significado era claro. Quería que se fuera antes que nada pudiera
cambiar.
Antes de que él se rompiera o dijera algo desagradable, incluso si era
capaz de ello. Antes de que ella pudiera ser más mala para él.
Mira fue de puntillas a la puerta, completamente disgustada consigo
misma. Antes de irse, se detuvo en la puerta para sacar unas palabras. —
Lo siento —dijo—. No quise molestarte. Realmente aprecio las cosas que
dijiste. Es sólo que... esto es duro para mí. Por favor créeme.
Esperó unos segundos su respuesta, algún indicio de que podía
perdonarla. Pero no hubo ninguna.
Mira necesitaba a Freddie. No quería necesitarlo, pero lo hacía; y
sabía que ese era el lugar donde gran parte de su frustración se originaba.
La irritaba que sus destinos estuvieran entrelazados.
Cuando ella caminó al sótano, Wills se encontraba en el bar,
agitando una coctelera. Viv se sentaba en un taburete, bordeando un vaso
156

con azúcar.
Llevaba un sombrero de ala ancha con plumas y botas cavalier hasta
las rodillas, como una mosquetera stripper. Su pequeña marca de
manzana —no rojo sangre pero sí flor de cerezo rosa— se mostraba por
Página

encima de los pantalones de su bikini.


Blue, Caspian, y Henley se hallaban reunidos alrededor de una mesa
baja, a la sombra de un oso pardo disecado. Blue negociaba manos para
un juego de póker.
—Vístete y negociaremos contigo dentro —dijo Blue, asintiendo con
la cabeza hacia un viejo baúl lleno de pañuelos de seda, chaquetas de
terciopelo, y sombreros extraños como las cosas que Viv llevaba puestas.
—¿Vístete? —dijo ella.
—Estamos jugando strip póker —explicó Caspian, y Mira se dio
cuenta que era la más mansa versión de de strip póker imaginable. Se
trataba de apilarse de ropa del baúl de disfraces, así que había muy poco
peligro que se desnudaran a menos que quisieras. Mira se puso a trabajar
creando un conjunto ganador, con la esperanza de poder entregar su culpa
en la ropa ridícula y dejar de pensar en lo imbécil que había sido con
Freddie.
Blue pegaba un bigote falso de villano en su labio—flaco, sinuoso y
negro—cuando Viv se unió a ellos, caderas estrechas balanceándose,
coctel color rosa en mano. —Eso no cuenta como una prenda de vestir —
dijo ella.
—Lo hace si se puede quitar —le dijo Blue.
—Entonces mis pendientes cuentan —argumentó Viv.
Wills bajó del bar y se puso entre ellos. —Para el momento en que
llegues a tus pendientes, estarás tan borracha que sólo lanzarás fuera tu
top.
Viv le pegó a Wills en las costillas, y él agarró su puño y comenzó a
luchar con ella. Viv gritaba, riendo y golpeando con una fuerza ineficaz a
su torturador. Los tendones se marcaban en el cuello de Henley.
Destrozaba sus cartas como si quisiera destrozar a Wills.
Blue señaló a la marca en la parte posterior del cuello de Wills: un
zapato de tacón rojo sangre. —No es su príncipe, Silva. Relájate.
—Tramposo —acusó Viv, una vez que consiguió respirar. Sus
mejillas lucían rojas del mismo color granada de sus labios, y metió su
cabello detrás de las orejas varias veces, como si súbitamente fuera tímida.
Wills puso a Viv en su regazo y se quedaron allí sin queja.
Pero no todos parecían tan contentos.
157

—Este juego va a ser aburrido —dijo Henley—. Todos chicos y una


chica.
—Dos chicas —corrigió Caspian, señalándoles fuera—. ¿Ves?
Página

Henley montó sus cartas sobre la mesa, un intento de indiferencia.


—Seah, pero ya he visto a Viv desnuda. Como dije: aburrido.
Las mejillas de Viv se sonrojaron aún más rosa—dos febriles
bengalas. Su mano se estremeció frente a su vaso, como si quisiera
romperlo, o tirárselo a él.
—Debes aprender a cerrar las cortinas, Viv —dijo Wills con frialdad.
Miró a Henley mientras mordía el lóbulo de la oreja de Viv—. No puedes
confiar en que el chico del jardín no te esté espiando.
—Así que… ¿hora del póker? —dijo Mira, un poco demasiado fuerte.
Golpeó sus palmas sobre la mesa, dando a los chicos su mejor ¿podemos-
terminar-con-este-concurso-de-meadas? mirada, y Caspian le dirigió una
sonrisa agradecida, así que tal vez funcionó.
En cualquier caso, se callaron y jugaron.
Una hora más tarde, Viv y los hermanos Knight tropezaron arriba
para asaltar la cocina, y Henley salió por atrás, encendiendo un cigarrillo y
murmurando una mierda acerca de Wills, dejando a Mira y a Blue solos en
el sótano, rodeados de pinturas al óleo de las partidas de caza, las cabezas
de ojos vidriosos de animales muertos hace mucho tiempo, y los muebles
que apestaban a tabaco.
Blue aún llevaba —y villanamente giraba— el flaco bigote falso.
Usaba pantalones holgados de pijamas que se habían empapado por medio
de la humedad de su traje de baño por debajo, coronado por un gorro de
bufón y zapatillas de renos que se ajustaban sólo hasta la mitad de sus
pies. Una corbata de seda negra colgaba de su cuello. Se había deshecho
de su camisa hace mucho tiempo.
—No puedo creer que te dejaran sola con este sexy malhechor —dijo.
Ella llevó su mano al corazón en señal de falso socorro. —Yo
tampoco. Tu maldición es que las chicas caigan por ti… justo antes de
atarlas a las vías del tren, ¿no?
—Muahaha… exactamente. —Blue retorció su falso bigote, hasta
que se le cayó.
Por encima de ellos, alguien pisoteó y cayó con fuerza contra el
suelo. La risa borracha estalló, y era probablemente sólo cuestión de
minutos antes de que la Sra. Knight llegara a regañar a los juerguistas.
Mira pensó en Freddie arriba en su habitación, probablemente
haciendo una mueca al oír el ruido, híper-consciente de que molestaban a
158

su madre, al mismo tiempo que languidecía a solas con su corazón roto. Y


pensó en Henley afuera, haciendo Dios sabe qué, con suerte sacando su
agresión con el buzón, en lugar de Wills o Viv.
Odiaba que fuera tan fácil para todos hacerles daño a los demás, y
Página

que fuera el papel de Henley como Cazador hacerle daño a alguien que le
importaba, alguien que también parecía hacerle daño sobre una base
regular. ¿Qué tentador sería cuando Regina diera la orden? ¿Podría el
amor realmente conducirte al asesinato?
—Su relación es tan desordenada —murmuró ella.
—¿La de Blue y Mira? Creo que sólo necesitan descifrarlo.
Ella lanzó su traje de tronco fedora a él. —Lo digo en serio. Estoy
hablando de Viv y Henley. Me asusta que estén de una forma involucrados
y, sin embargo, un día, la madrastra de Viv le ordene a Henley matar a
Viv.
—Y que lo digas. —Blue cambió a una exagerada voz regañona—.
Por cierto, chico del jardín, cuando hayas terminado de cortar setos,
¿podrías cortar el corazón de mi hija y traérmelo para que pueda
comérmelo? Eso es mucho pedir para alguien que te está pagando el
salario mínimo.
—Es incluso peor ya que saben que están malditos y lo esperan. —
Mira abrazó sus rodillas contra su pecho—. No sé cómo pueden vivir así.
—Sólo lo hacemos —dijo Blue—. Tenemos que hacerlo.
Mira cerró los ojos, los brazos alrededor de sus rodillas, como si
pudieran aislarla del mundo, pero las imágenes oscuras llenaron su
mente. Solía imaginar a sus padres y los finales felices que nunca
tendrían. Ahora preveía tormentos que eran muy reales.
Se imaginó a una de las hermanastras de Cenicienta plantar el pie
en una tabla de cortar y morder con fuerza el cuchillo mientras cortaba a
través del hueso de su dedo gordo del pie.
Se imaginó una princesa tirando la piel de un burro sobre sus
hombros por seguridad, su rostro sin huesos caído más allá de su frente
como un velo espantoso.
Y se imaginó a su yo futuro, de espaldas en la cama, miembros tan
pesados como si hubiera sido encadenada. Los ratones corriendo por su
cuerpo, dejando huellas en su vestido. Arañas girando todo un ajuar digno
de seda y poniéndolo frente a ella, así parecía que llevaba un vestido de
encaje de la mejor, adornado con pétalos de rosas y mariposas prisioneras.
Escarabajos situados entre sus dedos como anillos de piedras
preciosas adorables desde la distancia, horribles de cerca.
Nadie vendría por ella, nadie la despertaría. Sería repulsiva, no
159

atractiva, y apartó a la única persona que podría salvarla...


Cuando abrió los ojos, Blue la miraba fijamente, con los ojos
viajando por su rostro. Tal vez preocupado por lo que vio y no entendió por
completo.
Página

—Me siento enferma —dijo, sus dedos distraídamente retorciendo un


mechón de pelo mojado—. Vamos a hablar de otra cosa.
—¿Cómo qué? ¿Félix? Eso me hace sentir enfermo.
No estaba de humor para bromas. —Muy gracioso. ¿Por qué te
importa tanto?
—¿Por qué me importa? Estoy bastante seguro de que te lo dije. —Se
arrastró hacia ella, sacándose su sombrero de bufón y zapatillas de renos
a su paso, hasta que estuvo tan cerca que pudo ver que sus pestañas eran
azules, también—. Porque me gustas. Porque no quiero que te haga daño.
—Él no quiere herirme tampoco.
—¿Crees que sus intenciones importan si acaba matándote? Yo no.
—Sé que no quisiste… —Nerviosa, agachó la cabeza—. Lo que pasó
con esa chica. Sé que no fue tu intención. Hace una diferencia.
Blue se detuvo, al igual que su aliento se congeló en el pecho. Cada
mención de la muchacha a la que había amado parecía volver a abrir la
herida. Pasó un momento antes de que hablara.
—No es por ella —dijo—. No es por cualquier persona que se
preocupaba por ella. Se ha ido.
—Fue un accidente. No puedes seguir culpándote a ti mismo.
—¿A quién debo culpar, Mira? ¿Al hada malvada que me maldijo? ¿A
Jane, por am… —Blue tropezó con la palabra—… por…amar…me?
—¿Su nombre era Jane? —preguntó ella en voz baja.
Blue asintió. —Ella era genial. Muy divertida, muy inteligente... su
único defecto era que no podía ver a través de mi estupidez. No podía ver a
través de mi propia mierda entonces. Yo todavía pensaba que el amor
conquistaba todo. Pero todo lo que conquistó, todo lo que aplastó fue a la
chica que me importaba.
Mira inclinó la cabeza. Pensó en todo el tiempo que había pasado
llorando, culpándose por la muerte de sus padres y deseando no haber
nacido—así ellos podrían haber vivido. Había creído que su disposición a
sufrir de alguna manera mejoraba las cosas. No podía dejar a Blue ceder a
la falacia, también.
—Castigarte a ti mismo no va a traerla de vuelta —dijo ella.
160

—No. Pero es una deuda que tengo que pagar. Por lo que tomé de
ella. —La boca de Blue era una línea clara e implacable. Su mirada se
volvió hacia adentro, hacia el pasado, y sus ojos eran tan vidrioso como los
de los ciervos en la pared—. No tengo nada que perder, tampoco.
Página

—Pero... —Mira tomó su mano y la sostuvo con fuerza—. ¿No te das


cuenta de lo que tienes? ¿Eso no te da algo que perder?
—No se puede comparar, Mira. Ni siquiera está cerca de ser lo
mismo. Ve mi vida: robé la suya, pero todavía tengo todo. ¿Por qué me lo
merezco?
Quería consolarlo, encontrar las palabras perfectas para convencerlo
de que se merecía el perdón. El hecho de que todavía podría ser una buena
persona. Podría ser redimido, porque tenía un buen corazón. ¿Por qué él
se torturaría si no tuviera un buen corazón? Pero su mente seguía a la
deriva a Félix. Félix era mayor, más sofisticado, experimentado. Lo que
plantea la cuestión... ¿Si Félix alguna vez mató a una chica? ¿Robó todo de
ella?
Había dicho que el amor lo destruyó. Pero nunca le dijo lo que quería
decir.
¿Estaba llevando alrededor una herida así, también? ¿Una
desesperación secreta?
O...
La alternativa en la que Félix era un depredador, sin problemas en
seducir y luego robar a las niñas de sus vidas, era demasiado terrible para
tener en cuenta.
Una cosa era amar y dejar a alguien. Besar y decir. Había todo tipo
de riesgos cuando das tu corazón. Todo el mundo tenía secretos.
Pero la verdad era que Félix la había salvado. Él la había besado, y la
besó, y cuando se había vuelto demasiado débil, se había retirado. Él la
había llevado a un lugar seguro.
Todo lo que había hecho en el pasado... lo que hacía por ella ahora.
No podía culparlo por una maldición sobre la que no tenía control. No lo
haría. Al igual que ella no le echaría la culpa a Blue.
—¿Estás pensando en él? —preguntó Blue.
Mira asintió con la cabeza, avergonzada. Él probablemente pensaba
que estaba obsesionada. Y tal vez lo estaba. Pero esto era lo que lo que
hacía cuando ella amaba. Se había obsesionado con sus padres, en sus
vidas imaginarias, durante años. Nada en su vida real había sido capaz de
separarla de eso. Nada hasta Félix. Hasta que se había enamorado de algo
real.
—Esto es tan desesperante —murmuró Blue.
161

—¿No puedes ser feliz por mí?


Se sintió estúpida, tan pronto como lo había dicho.
Blue soltó una carcajada. —No. No, idiota. No podría estar más
Página

infeliz. Sabes, no suelo conocer a las chicas que le gustan. No es así. Miró
la otra forma la mayor parte del tiempo. Pero te conocí primero. Supe de ti
primero. Quería ser tu primero —dijo él.
—Tienes... una forma divertida de demostrarlo —dijo, la torpeza
haciéndole difícil hablar.
—Lo sé. Lo sé, y yo sigo siendo... —Se frotó la mano por la cara—. No
sé por qué te estoy contando esto. Porque no quiero que gustarte, lo
odiaría si lo hicieras. Y sin embargo, lo odio si no lo haces.
Se quedó en silencio. Ella no estaba tan segura de si tenía razón en
eso—que a ella no le gustaba. Cuanto más abierto, su armadura se
despegaba para revelar quién era en realidad, más se sentía conectada a
él.
Ella nunca se sintió nerviosa alrededor de Blue. Podía sostenerse a
sí misma con él, reírse de él, y, si era necesario, darle una bofetada. Había
algo tranquilizador en eso.
Y se dio cuenta... él le decía la verdad. Aún cuando podía hacerla
verlo de manera diferente o temerle. Él tomó ese riesgo. Y eso lo hizo
valiente.
Lamentó no saber cómo decirle eso. Pero tenía miedo de lo que eso
significaría. Temerosa de que eso le asustara a él como a ella.
—Está bien —dijo Blue en silencio, resignado. Puso sus brazos
alrededor de ella, y apoyó la cabeza en su hombro, como alguien que
necesitaba un abrazo, no alguien que daba uno. Ella frotó ligeramente su
espalda desnuda, sus dedos atendiendo la suave marca de corazón en la
base de su espina dorsal. Era más que el signo de su maldición. Llevaba
su corazón roto en su piel.
Mira no sabía qué hacer.
162
Página
14

Traducido por Demoiselle

Corregido por βelle ❤

lrededor de las 3 a.m. Blue la trajo de vuelta a Dream.


Caminó junto a ella hasta la habitación de Félix cuando
le dijo que era a donde quería ir. Pero cuando llegaron
allí, se apoyó contra la puerta como si pudiera evitar que
ella entrara.
Habían compartido un día lleno de secretos, mala música y risas.
Confesiones en el jardín de rosas, flirteo en una piscina a la luz de la luna.
Y ahora todo había terminado.
—No tienes que volver allí —dijo—. No tienes que quedarte con él.
Había estado a punto de golpear la puerta cuando Blue se puso
entre ella y la puerta. Ahora estaba tan cerca que podría tocarlo con el
menor aleteo de sus dedos. Un paso más y podría presionarse otra vez
contra él, apoyar su cabeza en su hombro. Olvidar —por un pequeño
momento— que casi había muerto anoche.
163

—Lo sé —dijo—, no estoy aquí porque tengo que estarlo. Yo…


Bajó sus parpados para protegerse del resplandor de las luces y en
contra de la preocupación de Blue.
Página

Había pasado un día entero lejos de Félix. Había tenido veinticuatro


días para recuperarse, tanto física como emocionalmente. Y estaba
estropeada. El pensamiento de él —de su boca, suave e insistente contra la
suya— todavía hacía que su corazón se acelerara, la ponía tan loca como
el no dormir, la cafeína y el amor robado.
La idea del final —cuando él se había arrancado de ella, después de
dejarla en la cama de Blue sin una palabra de consuelo— aplastó el aire de
su pecho.
Blue esperaba una respuesta, y ella no sabía cómo explicarlo. Tenía
miedo de ver de nuevo a Félix, pero más miedo de no verlo. No quería salir
de esto.
—Podrías quedarte conmigo —dijo Blue.
Esa es la última cosa que puedo hacer. Ella negó con la cabeza. No
podía pasar la noche con Blue. Estaba involucrada con su hermano, y las
cosas ya eran demasiado complicadas.
—Puedes estar donde quieras. Sólo dime donde, y te llevaré. Dios…
donde sea pero aquí, Mira.
Con sus ojos cerrados, ella podía imaginar que esto no lo hería. Que
no lo asustaba. No tenía que ver la expresión de dolor en su rostro.
Podía oír la preocupación en su voz, pero ella podría ignorarlo,
pretender que el agotamiento lo hizo sonar así.
—No sé donde vaya a estar todavía —dijo—. Pero tengo que verlo.
Blue cerró su puño y golpeó la pared.
—Esto es tan estúpido —murmuró.
Tomó su clave de acceso de su cartera. Cuando ella lo alcanzó, dijo—
: Te lo dije, esto es mío ahora. —Y lo metió en la ranura. La luz parpadeó,
verde, abierto.
Mira presionó hacia abajo la manija de la puerta. —Buenas noches
—dijo ella, vacilante sobre irse—. Gracias por…
Pero Blue le dio la espalda antes de que pudiera terminar. Se fue a
los ascensores y desapareció en una esquina sin decir adiós.
Le dolía verlo alejarse así.
Pero se supone que se lo merecía. Nunca iban a estar de acuerdo en
esto.
164

Mira tomó un momento para tragarse la emoción que subía en su


garganta. Luego se metió en la habitación.
Félix estaba despierto, sentado en el sofá en la oscuridad, sus
Página

facciones iluminadas por la luz de la TV. El cambio de la luz sobre sus


pómulos, reveló el conjunto enojado de su mandíbula antes de perderse en
la sombra.
Discutía con alguien por teléfono. Sus piernas estaban sobre la mesa
—como si tratara de relajarse, pero no funcionaba. Una vieja película de
cine en blanco y negro parpadeaba en la pantalla.
Mira cerró la puerta. Félix no levantó la vista.
—Si no crees que pueda manejarlo, entonces tal vez deberías estar
aquí haciendo las cosas por ti mismo —dijo por el teléfono—. Te lo dije, se
hará. He estado muy ocupado… No, no ese tipo de ocupado. No es asunto
tuyo. No, no me importa lo que Villers te haya dicho. Uh-huh. Bien…
¿Qué? —Soltó un bufido—. Contratar un guía turístico, no lo sé. Llévala a
la Torre Eiffel. Realmente no me importa, papá. Impresionar a tu novia es
tu problema. Ah, y son las tres de la mañana aquí. Así que si terminaste…
Sí. Bien. Lo sé. Lo sé. Hablamos luego.
Félix tiró el teléfono sobre la mesa y finalmente la miró. Dejó escapar
un suspiro enojado.
—¿Tu papá? —dijo.
Él asintió. —Verificándome. No puede relajarse a menos que
cuestione mi juicio una vez al día. —Se inclinó hacia adelante para detener
la película que miraba. La pantalla se llenó con un deslumbrante y
brillante comercial—colores primarios, de algún restaurante local—y la
miraron por un momento, sin mirarse el uno al otro.
Mira no sabía que decir. Era como si hubieran ido a un lugar
cuando estaban en la tienda de flores, y ahora—ahora que ella sabía lo que
él podía hacerle—estaban en otro, y no había camino fácil entre ellos.
—Te quedaste fuera hasta tarde —dijo finalmente.
—Lo siento —dijo Mira, sin querer explicar. Sus brazos y la curva de
sus hombros aún tenían el recuerdo del abrazo de Blue. Se sentía
culpable. No estaba segura de porqué debía sentirse culpable; pero no
podía dejar de pensar en lo que había pasado entre ellos.
—Está bien —dijo Félix—. Estoy contento de que estés aquí. Pensé…
que tal vez no ibas a volver.
—¿Ah? —Mira puso su bolso sobre la mesa. Así que sabía que algo
iba mal: ellos sabían que algo extraño había sucedido anoche. Pero él no
sabía que ella conocía su secreto—y ella no estaba segura de cómo
comportarse. ¿Debía pretender que todo estaba bien? ¿Enfrentarlo? ¿Qué
165

otros secretos escondía?


Antes de que pudiera decidir, Félix se acercó y le tomó las manos.
Había una gentileza y familiaridad en su toque que la hacía sentir segura,
a pesar de lo que él había hecho. Estas eran las manos que la habían
Página

sostenido cerca, deslizándose a través de su piel, y llevándose su aliento.


Manos que habían echado hacia atrás la hierva alta de tumbas
descuidadas para comprobar los nombres de sus padres.
—¿Te sientes con ganas de salir? —dijo.
—¿Ahora? —Ella inclino la cabeza hacia atrás para mirarlo a los
ojos. Félix era luminoso, brillante, con amor robado y tan
sorprendentemente hermoso que ella no quería apartar la mirada.
Era su mirada cercana a la muerte la que veía, el amor que ardía en
sus venas—y que debería haberla asustado… pero estaba fascinada. La
oscuridad brillando en sus ojos oscuros, la curva de sus labios cálidos la
atrajeron hacia él; y su boca abierta vacilando por un beso.
No la besó. Apretó el agarre de sus manos.
—Hay algo que quiero mostrarte —dijo—. Querrás verlo. Confía en
mí.
¿Será así? Se preguntó. ¿Debería hacerlo?
No había dudado antes de él. Pero le había ocultado la verdad, no le
advirtió. Podría haberla matado, y debería haberla dejado decidir si era un
riesgo que estaba dispuesta a tomar.
—Yo…
—¿Mira? —Sus cejas se juntaron con preocupación—. ¿Estás bien?
Pero… él no podía saber que ella ya lo amaba ¿Por qué iba a creer
que ella le entregaría su corazón tan pronto? Y podía ver cuán tenso y
doloroso sería decir, justo cuando estás besando a alguien que te importa:
podría matarte. Esto podría matarte. Podrías perder todo antes de
empezar. Tal vez él tenía miedo de eso.
Podía entender el miedo. Él la había querido, le gustaba, y se había
dejado llevar. Blue había dicho que un Romantic podría drenar demasiado
amor muy rápido si se perdía en la emoción. Y tal vez eso le había pasado
a Félix.
Pero él la había protegido al final. Se había detenido.
Mira exhaló con voz temblorosamente, forzó una sonrisa en sus
labios. —¿A dónde vamos?
Sus ojos brillaban. —Ya verás cuando lleguemos.
166

Mira no había sido capaz de discernir mucho a través de las


ventanas polarizadas del coche, y cuando Félix abrió la puerta para ella,
insistió en que cerrara los ojos. Hizo de sus manos una venda para los ojos
y la guió hacia adelante, su cuerpo justo detrás del suyo. —Camina en
línea recta —dijo—. Cuidado, hay un escalón.
Página

Sus zapatos tocaron el pavimento. No estaba el desplazamiento de la


hierba que ella había esperado, o la sensación quebradiza de grava. No era
como cualquiera de los cementerios en donde había estado antes. —¿Por
qué no puedo ver?
—Te lo dije. Quiero que sea una sorpresa.
Finalmente paró y la soltó, pero no le dijo que podía abrir los ojos.
Mira los mantenía cerrados, inquieta y arrastrando sus pies sobre el
pavimento. Pero cuando oyó el tintineo de una llave y el chirrido de una
bisagra, sus parpados se abrieron.
¿La había traído a un mausoleo?
Se pararon frente a una pesada puerta de madera tallada
completamente con cifras. El grabado—el único que ella podía distinguir—
era de una marchita vieja bruja con una manzana en sus manos que se
había erosionado por el tiempo. La bruja tenía una mirada terrible en su
único ojo intacto.
Mira se estancó. —Félix, no sé si quiero…
—Espera.
Félix soltó la puerta y la empujó delante de él, al cuarto oscuro más
allá. Olía a lluvia y humedad, y cuando se sumergió más lejos, pudo ver
un pedazo de cielo negro, lleno de estrellas, a través de un agujero
irregular en el techo. El casi roce de algo lanzándose a través de los
escombros la sobresaltó, casi haciéndolo perder el equilibrio. Su
respiración se aceleró, y el olor de descomposición llenó sus pulmones. Los
latidos de su corazón sonaban en sus oídos.
—¿Me querías traer… aquí? —Mira dio unos pocos pasos lejos de
Félix, con cuidado de no tropezar con alguno de los restos. La caída era la
manera más segura para un desastre en una película de terror. ¿Era eso
en lo que se convertía? ¿Félix la había traído para drenar su vida y luego
abandonarla donde nadie pudiera encontrarla?
Este no era el lugar donde quería estar. No era romántico; no era un
lugar donde traes a alguien para una sorpresa. Tal vez Blue tenía razón.
Mira, no dejes que el amor te haga estúpida.
Tenía que haber otra forma de salir de aquí. En algún lugar… Buscó,
tratando de no parecer desesperada. Sólo cálmate y… avanza poco a poco
lejos…
—Mira arriba —dijo Félix. Apuntó con su linterna hacia el techo, y
167

ella instintivamente siguió la luz, parpadeando mientras esperaba que sus


ojos se acostumbraran.
El sudor corría por sus costados y de repente se congeló, asustada
por algo que venía por ella, a punto de caer sobre ella, había tomado
Página

exactamente la decisión equivocada, buscando a ciegas, pero luego… Por


encima de ella, podía distinguir un mural desaparecido. Igual al de la
Capilla Sixtina, pero con escenas de cuentos de hadas. Una chica de capa
roja paseando con un lobo por un camino de bosque enmarañado. Doce
princesas, chorreantes de joyas, agujeros danzantes en sus zapatos. Un
hombre viejo robando una rosa mientras una bestia rugía detrás de él.
Una y otra vez, cuento tras cuento, todos juntos desdibujándose hacia los
bordes. Un mundo de cuento de hadas. Una ciudad entera de maldiciones.
Era el techo de las historias de sus madrinas.
Este era el salón de baile donde habían celebrado su fiesta de
bautizo hace tantos años.
Mira se quedó con la boca abierta, girando en un lento circulo para
mirarlo todo.
—Oh dios mío —dijo—. ¿Cómo lo encontraste?
Félix se encogió de hombros, sus labios luchando con una sonrisa de
orgullo. —Me lo describiste, y me pregunté si podría seguir aquí. Así que
hice algunas llamadas y…
Mira estaba abrumada. Había soñado con este lugar, el último lugar
donde ella y sus padres habían estado juntos. Así que verlo, estar allí…
Sus ojos se humedecieron, a la vez felices y tristes.
—…Y me di cuenta —continuó—, que nunca hubo un incendio aquí.
—¿Nunca hubo…? —Parpadeó hacia él, sin comprender—. Pero
esta…
Ella hizo un gesto a los escombros, el techo roto.
—Esto ocurrió durante la tormenta. Muchos edificios fueron
dañados entonces.
—Nunca hubo un incendio —repitió. Se sentía entumecida—. No lo
entiendo. ¿Qué pasó? ¿Fueron asesinados? ¿Eso es lo que mis madrinas
no me dijeron?
—Mira. —Félix se le acercó y puso sus brazos alrededor de ella—.
Eso no es lo que estoy intentando decir. —Inclinó la luz de la linterna en
una de las paredes devastadas. Astilladas cabezas de león de yeso se
aferraban tercamente a la moldura, las contó, con miedo de respirar, con
miedo de siquiera pensar lo que había ocurrido ese día.
Félix le frotó la espalda. Y dijo lo último que ella esperaba.
168

—Tus padres están vivos.


Se sentía totalmente entumecida. Ni siquiera podía temblar por el
shock de eso.
Página

Vivo significaba real. Significaba que ella los podía ver.


También significaba que la habían abandonado. Por elección.
—Eso es imposible —dijo. Sentía como si su voz viniera de otra
persona. Sus labios y lengua estaban demasiado muertos como para
moverse.
—Tiene sentido, si piensas sobre eso. Querían protegerte de tu
maldición, así que te enviaron lejos de Beau Rivage. Te dejaron creer que
estaban muertos para que no cayeras en la tentación de volver. Todo el
mundo quiere luchar contra el destino —dijo él en voz baja.
—Y apostaría —continuo—, que tenían la intención de encontrarte
cuando sintieran que estabas a salvo. En tu cumpleaños, tal vez.
Ella parpadeo con fuerza y soltó lágrimas que corrieron por sus
mejillas. Félix las atrapo con su pulgar.
—No era mi intención hacerte llorar. ¿No era esto lo que querías?
—Quería verlos. Pero no sabía que me habían dejado. Esto cambia
las cosas
Aspiró bruscamente, las lágrimas quedaron atascadas en su
garganta. La humedad en el desmoronado salón de baile. Fétido por la
podredumbre y el moho.
Siempre había pensado en sus padres como perfectos —todo lo que
necesitaba, pero no tenía— y nunca había encontrado la forma de
remplazarlos.
Bliss y Elsa eran maravillosos, pero no eran reales; la limitaban,
trataban de protegerla del mundo. Mientras que sus padres… sus padres
eran su propio corazón, mejores versiones de sí misma: fuertes, más
comprensivos, y nobles. Habían muerto porque eran demasiado buenos.
Nunca se había imaginado discutiendo con ellos, o decepcionándolos, o…
abandonándola.
Pero ahora eran reales. Y la habían abandonado.
Tal vez los forzaron a abandonarla por su maldición. Tal vez habían
sufrido todos los días. O tal vez estaban contentos de que ella no estuviera.
Era imposible saberlo.
Todo lo que había ansiado por ellos… tenía miedo.
¿Y si no la querían volver a ver? ¿Y si eso significaba que la habían
dejado para permanecer por siempre con Bliss y Elsa? Los cuentos de
169

hadas estaban llenos de historias de abandono de niños. Los padres de


Hansel y Gretel los dejaron en el bosque. Los padres de Rapunzel la
dejaron con una bruja cuando robaron hierbas en su jardín. Algunas veces
tus padres no te quieren. A veces no quieren que regreses nunca.
Página

—¿Dónde están? —preguntó Mira, jadeando, dio un respiro—. ¿En


Beau Rivage?
—No lo sé —admitió Félix—. Hoy me enteré de que este lugar seguía
de pie. Pero estoy buscando. He estado preguntando por ahí. Lo estoy
intentando.
Félix estaba ocupado calmándola, sin saber que ella conocía su
oscuro secreto y estaba molesta por eso, también. Pensó que podría
mejorarlo todo; eso es lo que los Romantics hacían, ¿lo que querían, no es
así?
Ella se quedó mirando a las cabezas esculpidas de león en la pared,
a sus mandíbulas abiertas y sus dientes.
—No te preocupes —dijo él—. Todo estará bien. Te prometí que te
ayudaría a encontrarlos. Y lo haré.
170
Página
15 Traducido por MarMar
Corregido por Elle87

os días antes de su cumpleaños, su autoimpuesta fecha


límite, la búsqueda de las lápidas de los padres de Mira
había llegado a su fin. Había venido a Beau Rivage
buscando un cierre, esperando encontrar algún tipo de
paz, pero ahora que sabía que sus padres seguían vivos, se sentía de todas
maneras menos calmada.
Estaba aterrorizada de que pudiera haberlos decepcionado, o de que
no la quisieran, pero lo peor de todo, tenía miedo de que su maldición se
activara antes de que tuviera la oportunidad de averiguarlo. Terror y
anticipación se retorcían dentro de ella como una herida firmemente
brotada. Había un tictac, un conteo en su corazón, semejante a la espera
de un monstruo que saldría pronto de la oscuridad.
Se despertó cerca del mediodía, luego de pasar la noche sola. Félix le
había dicho que era mejor si volvía a tener una habitación propia, y ella no
había discutido. Teniendo en cuenta lo que su tacto podía hacerle, su
cama no era el lugar más seguro para ella.
Se vistió, y bajó las escaleras para matar algo de tiempo en Forest
Passage, no queriendo dejar el hotel en caso de que Félix tuviera noticias.
Se encontró estudiando las multitudes de compradores, preguntándose si
sus padres habrían pasado alguna vez por aquellos pasillos, si estuvieran
aquí ahora, y luego buscándolos, buscando a alguien demasiado hermoso
o demasiado dañado para ser normal. Y mientras observaba, pensó en
Blue.
171

Anoche, se había acercado a ella, lo había abrazado por un largo


tiempo, como si estuviera roto y ella estuviera sosteniendo las piezas.
Había sentido sus latidos, el calor de su piel en la de ella. Había sentido
como si él la necesitara, como si finalmente lo estuviera admitiendo.
Página

Y entonces Viv, y los hermanos Knight, habían aparecido por las


escaleras, y se separaron rápidamente. Era mejor si nadie hacía
preguntas. Ella misma no sabía qué sucedía. ¿Eran amigos? Tú no
confesabas tus secretos más oscuros a alguien en quién no confiabas. ¿Se
preocupaba él por ella? Y si lo hacía, después de todo lo que le había dicho
sobre los Romantic, ¿qué significaba?
Seguía viendo a Blue de la misma forma que había lucido anoche
cuando la había dejado en la puerta de Félix, sus ojos oscuros y tristes.
Aquella sacudida resignada de cabeza, como: No importa. Haz lo que
quieras… Eso es lo que harás, de todas formas.
Tal vez debería pasar por su habitación. Sólo para hacerle saber que
estaba bien.
Las cosas eran mucho más fáciles cuando quería evitarlo…

***

Mira subió en el ascensor hasta el piso de Blue. No tenía idea qué


iba a decirle. Oye, vengo a buscarte porque… Sigo pensando en lo que
sucedió anoche, lo que sea que haya sido, y me preguntaba: ¿qué hacemos
ahora? Ahora que sé que te gusto, y tú sabes que me gusta tu hermano, y no
sé si me gustas, pero ambos sabemos que es mejor si no lo hago…
Golpeó su puerta y esperó. Golpeó más fuerte, y continúo haciéndolo
por otro treinta segundos, en caso de que tuviera puestos sus audífonos o
estuviera holgazaneando y no quisiera atender. Cuando estuvo a punto de
irse, seguramente estaba fuera, Blue finalmente abrió la puerta. Sostenía
un cuaderno de espirales abierto en una mano, mostrando una página
llena de una escritura desprolija.
Lucía sorprendido de verla, e hizo una gran producción al asomarse
por el pasillo.
—¿Has… venido por voluntad propia?
—¿Vas a dejarme entrar o no?
Se hizo a un lado, apoyándose en la puerta al abrirla para dejarla
pasar.
—Adelante.
La suite de Blue todavía era un desorden. Sus ropas se hallaban
172

esparcidas por todas partes, como si nunca se desvistiera en el mismo


lugar. Una montaña de cuadernos estaba apilada sobre la mesa. Y las
puertas de roble del mueble de la televisión, las cuales se encontraban
cerradas ahora, habían sido desfiguradas con un marcador permanente,
como si un vándalo se hubiese aburrido de garabatear mensajes obscenos
Página

en el baño de chicos y había decidido usar la habitación de Blue.


Estaba bastante segura de que Blue era el vándalo.
Mira se sentó en el sofá, el cual parecía ser el lugar dónde él iba a
pasar el resto del día, juzgando por la mitad vacía de contenedores de
comida china para llevar esparcidos en él, y la guitarra que había
abandonado. El olor a algo dulce y ácido se cernía en el aire, junto con una
esencia que era distintiva de Blue. Metal y cera industrial para el cabello.
—Así que, ¿qué tienes planeado para hoy? —Su larga falda se había
arrugado debajo de ella cuando tomó asiento; ahora se enfocaba en
alisarla, sintiéndose incómoda, arrepintiéndose de haber venido. Nunca lo
había buscado a propósito. Obviamente, él iba a pensar que esto era
raro…
Blue sacudió su cuaderno.
—Escribir. Derramando mi dolor.
—¿Estás escribiendo canciones?
Se dejó caer a su lado.
—Lo intento. Todo es basura hasta el momento.
—¿Puedo ver?
—No.
Mira se detuvo, intentando pensar en la cosa correcta para decir.
Temía que si daba un paso en falso, él traería a colación a Félix, su tono se
volvería seco, y eso activaría lo que sea que hubiera en el aire entre ellos.
Esa naciente amistad, confianza. No quería perder eso.
—Entonces, ¿sobre qué escribes? —preguntó.
—Lo que sea que necesite sacar de mi cabeza. Normalmente, algo
oscuro. Si tengo suerte, le gustará a Jewel y podremos usarlo. Trabajarlo
hasta dejarlo como algo que ella puede cantar.
Blue le dio un golpecito a su cuaderno con la pluma, y se recostó
para más comodidad.
—Así que… estás aquí. Estás bien. ¿Puedo asumir que seguiste mi
consejo y te deshiciste de Félix, y no tengo que preocuparme más por ti? —
Una sonrisa apareció, como si estuviera bromeando, pero sus ojos
brillaban con nerviosismo. Quería que ella dijera que sí.
—Félix no es como tú crees. —Miró fijamente sus manos. ¿Por qué
173

tenía que hablar sobre esto?—. Anoche me llevo al lugar dónde… al lugar
dónde me había vuelto huérfana. El salón de baile dónde se llevó a cabo mi
bautismo. Creí que se había quemado, pero Félix descubrió que nunca
hubo un incendio allí. Cree que mis padres siguen vivos, que me enviaron
Página

lejos para protegerme de mi maldición… y podemos encontrarlos.


—Félix es un Nancy Drew12 ordinario —dijo llanamente.
Mira frunció su entrecejo.

12 Nancy Drew: Detective adolescente creado por el escritor estadounidense Edward


Stratemeyer. Cuenta con varias novelas y películas.
—No seas así. Creí que mis padres estaban muertos, y no lo están.
Esto no se trata de Félix.
Blue recostó su cabeza en su mano, su brazo apoyado en el respaldo
del sofá.
—Lo sé, lo siento. ¿Por qué no me hablaste de esto enseguida? Es
decir, es importante. ¿Creíste que no me importaría?
—No sé. Supongo, tengo miedo. De conocerlos de verdad. Suena
mal, lo sé.
—Claro que tienes miedo. No los conoces. Sólo tienes esta visión en
tu cabeza de lo que se supone que deben ser. —Subió su pierna al sofá, y
comenzó a jugar con las partes deshilachadas de sus pantalones
vaqueros—. Tengo esta imagen de mi mamá que probablemente no sea
real, y como que la recuerdo. Estás usando garabatos, memorias de otras
personas, ¿cierto? Así que creaste algo seguro, perfecto, y ahora será
puesto a prueba.
Asintió. Así era como se sentía.
—Pero, incluso si no te agraden tus verdaderos padres —continuó
Blue—, estarás bien. Si los conoces y los odias, o son viles contigo, o
simplemente no son perfectos, y te sientes culpable por decepcionarlos,
puedes venir y hablar conmigo. Llorar sobre mi hombro. O darme un
rodillazo en los pulmones. Lo que sea que te haga sentir mejor.
—Te atinaré un rodillazo en los pulmones —dijo, con una pequeña
sonrisa cruzando su rostro.
—Sí, me imaginé que me arrepentiría de ofrecer eso.
Ella sonrió aún más, mordiendo sus labios para que él no pudiera
verla, y dejó que su mirada vagara por los vaqueros de él. Había palabras
garabateadas en ellos con tinta negra, la escritura aún más desprolija que
la que vio en su cuaderno. Frases arrancadas de su cabeza y letras
experimentales. Como si necesitara un lugar para poner sus pensamientos
cuando no tenía un cuaderno a mano. Así nada estaba perdido.
—¿Cuántos años tenías cuando se fue tu mamá? —preguntó.
174

—Um, cuatro, cuatro y medio. Recuerdo que olía a… no sé el


nombre, pero era un perfume que siempre usaba, el cual había olvidado
hasta que mi papá compró un frasco a una de sus novias, y ella lo usó en
una cena con nosotros, y el recuerdo de mamá se apareció en mi mente.
Página

Sólo un vistazo de ella abrazándome, pero por un pequeño segundo, se


encontraba allí. Fue extraño. —Sacudió su cabeza, con una expresión
pensativa, como si todavía estuviera intentando darle sentido—. Pero no
tengo muchos recuerdos reales de ella. Sólo vistazos como ese. Y la
recuerdo siendo siempre amable conmigo, pero debería haberse enojado
algunas veces. No lo sé. Sé que no amaba a mi papá, tenían un, como
arreglo de negocios. Y espero que sea feliz, donde sea que esté. Pero creo
que estaría nervioso de volver a verla. Así que no eres solo tú. Que tengas
miedo no quiere decir que no estés feliz de que estén vivos.
Mira asintió.
—Supongo que estaba preocupada de estar siendo desagradecida o
algo.
—Nah, no puedes forzarte a sentirte de cierta forma. Debes sentir
simplemente lo que sientes.
—¿Lo haces tú? —Su corazón latió con más rapidez, aguantando el
aliento, preguntándose si él había entendido lo que había querido decir.
Vamos. Créelo de una vez… que tú tampoco puedes forzarte a jamás
enamorarte.
—De acuerdo, corrección —aclaró su garganta—, yo puedo forzarme
a sentir cosas que no debería sentir, porque debo hacerlo. Es diferente
para mí, lo sabes.
—No puedes —insistió ella—. No puedes hacerte eso. Puedes
adaptarte, tal vez ser un poco más cuidadoso…
—¿Un poco? —rió.
—Bueno, mucho más —se corrigió—. No puedes aislarte
completamente, negar esa parte de ti para siempre.
—Bien —dijo él—. Si estás tan segura de esto, mira:
hipotéticamente, si yo comenzara a sentirme de esa forma por ti, ¿qué
debería hacer? Aconséjame.
—¿Hipotéticamente?
—Puramente hipotéticamente.
Ella suspiró. ¿Cómo se había metido en aquello?
—Hipotéticamente, no deberías hacer nada. Porque… estoy
involucrada con alguien más. Ahí lo tienes.
—Así que debería hacer exactamente lo que estoy haciendo ahora. E
175

ignorar tu consejo sobre lo que debería sentir. Perfecto, gracias. —Se volvió
a hundir y colocó el cuaderno sobre sus rodillas—. ¿Qué rima con “da
malos consejos y es una hipócrita”?
Página

Ella golpeó su rótula con un palito chino que él había dejado sobre
la mesa.
—¡No escribas una canción sobre mí! Especialmente, si es estúpida.
—¿Ahora mis canciones son estúpidas? Eres tan malvada. ¿Saben
tus padres que eres así de malvada? No me sorprende que tengas miedo de
conocerlos.
—Voy a lastimarte —le advirtió, desenredando su larga y arrugada
falda de sus piernas, arrodillándose sobre el sofá, así él sabría que tenía
todas las intenciones de estrangularlo.
—Por favor, hazlo.
Se preparó para golpearlo con el palito chino, pero lo pensó de
nuevo, y decidió pegarlo en su cabello. Se quedó allí, balanceándose entre
dos picos, y él le lanzó una mirada con exagerada repulsión.
—Tú no acabas de pegar un palito chino en mi cabello.
—Creo… hmm. —Mira descansó su mentón en su puño fingiendo
que lo pensaba—. No, estoy segura de que sí lo hice.
—Pegar palitos chinos en mi cabello está prohibido. Verboten
—Pero luces bien —dijo ella, teniendo problemas para mantenerse
seria.
Chilló cuando la tomó y lanzó en el sofá, risitas agudas explotando
desde su garganta. No podía parar de reír, apenas podía respirar. Lágrimas
llenaron sus ojos mientras la atacaba con cosquillas, y hacía amenazas
ridículas, hasta que finalmente, ella no pudo soportarlo y se rindió, pero
en vez de un tratado de paz, él dibujó una marca en su antebrazo: una
nota musical con una especie de ameba rodeándola, la cual estaba segura
debería haber sido un círculo, pero ella no paraba de moverse.
—Esta no es una marca märchen —le informó Blue—. Esta es una
estúpida marca idiota. Significa que estás de acuerdo en que eres estúpida
y que perteneces a mis estúpidas canciones.
—Si es una estúpida marca, ¿no deberías tener una, también? —
preguntó, inocentemente—. ¿O por eso es que tienes ese rayo atravesando
tu ceja? ¿Es esa una estúpida marca permanente?
Blue suspiró.
—Sabes, creí que me dejarías perdonarte, pero aparentemente, no
estarás satisfecha hasta que te haya destruido.
La guerra fue retomada.
176

Pelearon, lucharon, y chillaron y patearon por encima de cajas de


comida china vacías hasta que estuvieron ambos en el piso, exhaustos,
sus pechos respirando con dificultad, con sonrisas incontenibles en sus
rostros.
Página

Blue la tenía fija en el suelo, cernido sobre ella, con sus manos en
sus muñecas.
—Admite que has perdido —dijo jadeando—. Admite que llevarás la
estúpida marca con orgullo.
—No —dijo—. Acepté esa marca bajo coacción. Me rehúso.
—Entonces, pagarás el precio… —Su última palabra siseó en una
sonrisa, y su expresión se volvió suave, confusa. Sus labios se separaron
para algo más que hablar, y ella sintió la atracción entre ellos en el aire, se
sintió deseándolo cerca, como si hubiese algo en su mirada que le dijo está
bien, que dijo bésame, antes de que fuera capaz de notar que lo había
hecho. Simplemente, se sintió bien.
Pero, estaba mal. Y ambos lo sabían. Blue se alejó abruptamente, se
puso de pie, y murmuró—: Lo siento, Mira. No sé qué me pasó…
—Sí, yo tampoco sé… —dijo, pestañeando rápidamente alejando la
mirada de bésame.
—Es bueno que todavía me odies —dijo con una débil risa—. Lo
haces, ¿cierto?
Hubo una pausa mientras esperaba por su respuesta.
—Definitivamente. Todavía. Sí. Ese odio. Todavía late fuerte.
—Bien, genial —dijo él.
Entonces, se miraron el uno al otro. Mira rompió el contacto
primero.
—Bueno, se suponía que sólo iba a detenerme por un segundo —dijo
Mira—. Así que probablemente deba…
—Sí, yo debería volver a… —Blue sostuvo su cuaderno en alto—.
¿Vienes al show mañana en la noche?
—Claro, si ustedes me quieren allí. Y se supone que tengo que
hablar con Delilah.
—Es cierto.
Se sonrieron, y asintieron el uno al otro, como dos muñecos
cabezones, hasta el punto que era embarazoso. Pero ella suponía que era
incómodo para ambos, al menos.
Blue la dejó salir, y cuando entró en el ascensor, respiró hondo,
tratando de aflojar forzosamente la opresión en su pecho. Se sentía como
177

si no hubiese estado respirando desde que él casi la besa.


Se preguntaba si hubiese sido tan malo, si él de verdad lo hubiera
hecho…
Una parte de ella se sentía como si todavía lo estuviera esperando.
Página

Pero entonces se contuvo.


¡Sí, estaba mal! Estás enamorada de su hermano.
A no ser que haya alguna verdad en aquella estúpida marca.
Puso hacia arriba su antebrazo para examinar la marca. Blue le
había dibujado una ahora borrosa nota musical envuelta en un irregular
círculo, lamiendo su pulgar intentó borrarla, convirtiéndola en una
mancha hasta que fue invisible.
Recibir tanta atención de ambos hermanos la hacía sentir como un
niño en una tienda de dulces. Era como Hansel y Gretel: se habían
acercado a la casa de caramelo de la bruja, la codiciaron, y siendo jóvenes
y estúpidos la devoraron sin pensarlo dos veces. Mira jamás se había
sentido tan deseada, tan atractiva como hasta aquel momento, y el
embriagador placer de esto la había hecho imprudente.
Tantos cuentos de hadas trataban sobre romper prohibiciones, y ser
castigados por cruzar las líneas que no deberían ser cruzadas.
Tocando una rueda que se te había prohibido tocar. Invitar a una
bruja a tu cabaña, y aceptar brillantes manzanas de ella, a pesar de que
sabías que no deberías, pero querías hacerlo.
Y cuando la mayoría de los héroes y heroínas se las arreglaron para
cancelar o tramar un escape del peligro, era más fácil evitar hacer algo
tonto en primer lugar. Más inteligente, mejor, e infinitamente menos
cargado de arrepentimientos.
Cuando el elevador se abrió hacia el glamoroso piso del primero piso,
Mira entró al baño y se lavó los restos de la marca de Blue de su brazo. No
había lugar en su corazón para más de una persona. No podía haberlo.
Para la medianoche, Mira se encontraba más inquieta de lo que
había estado nunca.
Estando sola sin distracciones, nada que hacer más que
concentrarse en sus miedos. Estresándose sobre su inminente encuentro
con la pila de preocupaciones sobre su maldición que la hacían sentirse
mal. No se podía concentrar en otra cosa, no podía leer o mirar televisión.
Necesitaba estar rodeada de personas.
Pero Félix estaba ocupado. Blue, decidió, estaba fuera de límites. Y
la idea de llamar a alguien y rogarles porque vinieran a salvarla de su
ansiedad, era muy vergonzoso.
178

La noche estaba acercándose a la 1:00 a.m., muy, muy lentamente,


y Mira no podía soportarlo. Así que se metió en su camisón de raso rojo,
que podía pasar por un vestido, se untó lápiz de labio que lucía como la
Página

lava, brillante y fundido, todo a la vez y bajó al casino, dónde se


encontraba la fiesta. Donde estaba la vida.
Se sentía sexy, peligrosa, libre. Esta noche, no lucía como si
necesitara permiso para nada, y nadie la cuestionó. Fue agradable con
extraños: celebró sus victorias, y simpatizó a los que perdían. Bebió de la
maníaca energía y dejó que el ruido la empujara fuera de su cabeza, lejos
de su lista mental de todas las cosas que podían salir mal. Y cuando tuvo
suficiente, vagó por la multitud, y se detuvo en la boca de un angosto
pasillo que terminaba en un set de puertas dobles.
Nunca había estado allí antes. No era un lugar para invitados. Era
sobrante poco atractivo, llevaba a un área sólo para empleados.
El pasillo estaba vacío, pero mientras estuvo parada allí,
observando, las puertas dobles se abrieron y cuatro hombres y una mujer
salieron por ellas.
Uno de los hombres era Félix.
Mira apretó su cuerpo entre dos pilares y la pared para quedar fuera
de la vista.
Mientras se quedaba y miraba en completo silencio, vio como los dos
hombres cargaban a un larguirucho tercero, y como este estaba
acobardado con su cabeza hacia adelante como si estuviera siendo llevado
al andamio del verdugo. Su camisa estaba fuera de sus pantalones, suelta
y arrugada sobre estos. Su rostro mojado de sudor.
Los dos hombres lo flanqueaban y encadenaron sus brazos. Uno de
ellos, un miembro del equipo de seguridad a juzgar por su aspecto, un
rostro largo, fino y lobuno, una débil mandíbula que lucía desigual
comparado con sus fuertes brazos y pecho. El otro hombre tenía mejillas
redondas y rosas, y una capa de grasa cubriendo sus músculos, así que
lucía como una mezcla entre un niño y un luchador. Sus labios eran rojo
caramelo, incluso mientras masticaba una menta entre sus dientes. Su
mordida produjo un alto y atronador sonido crujiente.
Félix se quedó a una corta distancia del hombre, y la solitaria mujer,
con curvas, una castaña bien vestida, se colocó frente a él, todos juntos
formando un triángulo en el pasillo. El traje negro a medida de la mujer
sugería que tenía una posición oficial en The Dream. Mira no podía
adivinar cuál era, pero la mujer irradiaba autoridad, y su oscura y astuta
mirada sostenía una ansiedad que ponía nerviosa a Mira.
Félix estaba enfocado en su Blackberry, su cabeza hacia abajo como
si los demás no fueran asunto suyo. Vestía un traje color gris carbón, con
179

una camisa de un violeta tan oscuro como una ciruela. Largos segundos
pasaron antes de que él hablara, y cuando lo hizo, su tono fue tan
agradable como una cuchilla.
Página

—Contando cartas. En mi casino. Eso es tener cojones. Ya no parece


una gran idea, ¿no?
—¡No… no volveré! —jadeó el hombre cautivo—. No volverá a verme.
¡Lo juro!
—Tienes razón. —Félix levantó su cabeza—. Nadie me roba dos
veces.
Atrayendo su atención a la mujer, Félix dijo—: Gretel ¿puedes
encargarte de ahora en adelante?
Gretel asintió. Su sonrisa se curvó.
—Tráiganlo a la Caja, chicos. Tengo algunos juguetes con los que
podemos jugar.
Gruñendo con un asentimiento, el guardia con la cara fina y el
comedor de caramelos arrastraron su carga a través de una puerta sin
marcar. El contador de cartas se quejó, y se las arregló para farfullar unas
pocas súplicas antes de que la puerta se cerrara con frialdad detrás de él.
Solo en el pasillo, Félix suspiró y arrastró una mano por su cara,
tensa con frustración. Luego, desapareció. Su rostro se transformó en la
expresión fresca, imperturbable que siempre usaba. Se dirigió con calma
por el pasillo hasta el corazón del hotel, sin mirar atrás.
Mira nunca había visto a Félix cuando él no sabía que lo observaba.
Nunca había visto ese lado de él. Y su facilidad para lidiar con el contador
de cartas, quién con seguridad no había sido acompañado al fondo y
liberado, envió un escalofrío a través de ella, un sentimiento enfermizo,
desalentador. Todavía sufría del nauseabundo recuerdo cuando hubo un
golpe en la puerta.
El reloj marcaba 3:57 a.m.
Consideró fingir estar dormida. Era tarde, el pestillo estaba cerrado,
no tenía por qué abrirlo.
Pero lo hizo.
Félix se deslizó dentro y cerró la puerta detrás de él. Una única
lámpara encendió la habitación, pero eso fue suficiente para que pudiera
ver que él estaba feliz por algo. Una energía clara corría a través de él,
cuando debería estar agobiado por lo que había pasado más temprano,
cuando sentenció al contador de cartas a… cualquiera que haya sido su
destino.
Tal vez estaba acostumbrado a lidiar con personas de esa forma.
Pero le molestaba nunca haber visto un indicio de esa frialdad, de esa
180

crueldad antes. Parecería… una buena persona. Pero eso no era todo lo
que él era, o podía ser.
Mira todavía vestía el camisón de raso rojo. Se había envuelto con el
cubrecama de la cama de la suite, cubriendo su cuerpo como un manto.
Página

Un escudo para mantenerlo a distancia.


Félix no parecía notar que ella estaba distante. Rió suavemente, y
metió un dedo por el borde del cubrecama.
—¿Te desperté?
Entonces envolvió sus brazos alrededor de ella y la abrazó fuerte,
como si hubiese anhelado abrazarla todo el día.
—Podrías haberte quedado en la cama —murmuró—. Pero me alegro
de que no lo hayas hecho.
Le tomó toda su fuerza de voluntad no esconderse en el abrazo de él.
Tener su cuerpo tan cerca del de ella, era como una droga que mandaba a
su razón lejos, y tenía que detenerse, y recordarse que no estaba todo bien.
—Estaba despierta —dijo, alejándose con poca elegancia. Su voz
había sonado más fría de lo que había querido. Y cuando se sentó en una
esquina del sofá y metió sus piernas dentro de su capullo de cubrecama,
Félix curvó sus cejas.
—¿Hice algo malo?
—No… no lo sé. Tal vez. —Mira respiró hondo para calmar sus
nervios—. Te vi esta noche, mientras trabajabas.
—Debiste haberme dicho algo. —Sonrió, su rostro cálido con afecto,
pero cuando ella no sonrió en respuesta, arrugas de preocupación llenaron
su expresión.
Se sentó cerca de ella, pero no la tocó.
—¿Mira, qué sucede? ¿Estás enojada porque estuve fuera todo el
día?
Ella ajustó el cubrecama más a su cuerpo.
—No…
Cuando no elaboró su respuesta, él se rascó sus ojos, luciendo
cansado e irritado.
—¿Qué pasa, entonces?
La boca de Mira colgaba entreabierta. ¿Quién eres? Pensó. Pero eso
no era algo que pudiera decir.
Era Félix. Claro que lo conocía, lo amaba. Era atento y capaz,
generoso con su tiempo y todo lo demás. Era peligroso, ella era prueba de
181

eso, pero él hizo todo lo que pudo para detener ese peligro.
O al menos, eso era lo que había pensado. Hasta esta noche, cuando
él había sentenciado al contador de cartas con unas cuantas palabras
duras.
Página

Lo miró, intentando comprenderlo. Para ver algo nuevo.


Normalmente, había algo exótico en su cabello azul oscuro, y sus
ojos negros a juego: le prestaban misterio y lo hacían hermoso de una
forma extraña, como una rosa negra o un diamante amarillo. Pero esta
noche, se asemejaba a una tormenta, a una vibración de rayo en un
turbulento cielo escuro.
Se sentó tirando su brazo en el respaldo del sofá, no calmado o
cuidadoso, sino inquieto, frustrado, observándola como si su mirada
pudiera arrancarle una respuesta. Supuso que no debía tener paciencia
para el drama, o lo que sea que él pensaba que esto era. Si no iba a ser
amable con él, probablemente preferiría irse a dormir.
Luego de unos minutos de silencio, Félix tomó un pedazo de papel
de su chaqueta, una hoja color marfil doblada a la mitad, y la lanzó sobre
la mesa frente a ella.
—Toma. Esto es por lo que vine hasta aquí.
Aflojando el cubrecama lo suficiente para liberar su brazo, Mira se
inclinó. Desdobló el papel, y encontró un número telefónico escrito en él.
—¿Qué es esto? —preguntó.
—Es el número de tus padres. Les hice un seguimiento. Creí que
querrías saberlo.
Mira se congeló. Observó los números como si fueran a desaparecer.
La noticia parecía muy increíble para ser verdad. Oh, Dios…
—¿Todavía estás enojada conmigo? —preguntó.
Una risa burbujeó fuera de su boca. O tal vez lloró, no lo sabía, y no
le importaba. Diez números y podría hablar con ellos. Escuchar sus voces.
Finalmente los escucharía decir su nombre, decir te amo.
Lazó sus brazos alrededor de Félix y enterró su cara en su cuello,
necesitando tocarlo para asegurarse de que era real. Parecía tan frío con
ella hacía un momento, pero su cuerpo se sentía duro y fuerte ahora. Su
corazón se agitó salvajemente, y se encontró besando su rostro, lágrimas
cayendo por sus mejillas mientras reía. Era real. Estaban vivos.
Estaban vivos y no importaba si ella les agradaba o no, si era una
gran decepción o todo lo que ellos habían deseado. Estaban vivos y nunca
habían estado enterrados, o sofocados en una habitación ardiendo, y eso
182

era más que un sueño hecho realidad sin importar lo que sucediera a
continuación.
—¿De verdad los encontraste? —preguntó—. No me lo hubiera
imaginado.
Página

Félix rió.
—Llama al número. Puedes hablar con ellos ahora mismo.
Mira asintió, la posibilidad se hallaba en su mano en forma de un
pedazo de papel. Quería sostenerlo un poco más, prepararse. Esto era
importante, y quería que su primera conversación fuera correcta.
—Lo haré —dijo—. No estoy lista todavía.
—Si quieres que esté allí cuando lo hagas, sólo dímelo —dijo él,
apretando su mano.
Había un loco y oscilante sentimiento en su sangre, como si su
corazón estuviera a punto de estallar.
—¿Crees que quieran verme? ¿Crees que les agradaré?
Félix acarició su cabello con su mano, y la detuvo en su nuca.
—Te adorarán. No te preocupes. Estará bien. —Su rostro había
perdido su impaciencia, relajándose hacia algo más suave—. Te dejaré
dormir. Tal vez mañana me dirás qué anda mal.
Cuestionar quién era sonaba tonto ahora que le había entregado la
única cosa que había anhelado toda su vida. ¿Qué porcentaje de su vida
era para castigar personas que intentaban hacer trampa en el negocio
familiar? ¿Dos por ciento?
Él pasaba más tiempo preocupándose por ella, haciéndola feliz.
¿Podría culparlo por hacer su trabajo?
Félix se sentó tan cerca que sus cuerpos se tocaban. El cubrecama
había caído cuando ella había arrojado sus brazos alrededor de él,
convirtiéndose en una espiral arrugada en su cintura. Su camisón de raso
rojo brillaba como fuego debajo de la luz de la lámpara, y podía sentir su
mirada en su cuerpo, sobre el brillo del raso, y las curvas debajo de este,
haciendo que la mirada en su rostro la dejara sin aire.
—Te vi más temprano —comenzó—, con dos de tus… guardias de
seguridad, creo, y una mujer, y había un hombre que habías descubierto
contando cartas. Lo amenazabas.
—Oh, eso —dijo Félix con calma—. ¿Te asustó?
—Un poco. Lucías… como una persona diferente. Casi cruel.
—Algunas personas se lo merecen —dijo. Su mano fue al hombro de
ella, acariciando su piel desnuda. Como si tocarla lo tranquilizara, e
hiciera lo opuesto, también.
183

—Eres dulce, Mira. Espero que siempre seas de esa forma, y no


quiero lastimarte nunca. Pero algunas personas… —Su mano se detuvo,
mirándola a los ojos—. Nadie me roba, o a mi casino. No lo permito.
Página

—Así que… ¿qué sucedió con él? —No te detengas, pensó,


inclinándose hacia él para que volviera a tocarla.
—Lo mandamos a su casa con un golpe en su muñeca. ¿Te ayudará
eso a dormir? No pienses más en ello. Lo digo en serio, no merece tu
tiempo.
Mira asintió. Le restó importancia a su pregunta, pero en parte, eso
era exactamente lo que ella había querido. No quería escuchar los detalles
sangrientos más de lo que él quería contárselos. Y en ese momento, tenía
demasiadas cosas en su cabeza. Félix insinuó su dedo debajo del tirante
de su camisón de raso, deslizándolo hasta la curva de su hombro, el raso
susurrando por su piel mientras caía, el corpiño sosteniéndose en sus
senos.
El camisón era ajustado, había tenido que menearse para poder
meterse en él, e iba a utilizar el mismo esfuerzo para quitárselo, pero sus
manos no parecían desalentadas. Él inclinó su cabeza para besar su
cuello, sus besos deslizándose con lujuria por su piel, cada nervio en su
cuerpo alarmantemente despierto.
Su respiración sonaba salvaje en sus oídos.
Anoche, él le había mostrado el salón de baile desmoronado bajo las
estrellas, y luego la depositó en una nueva habitación de hotel, intacta.
Como si fuera consciente de la fuerza que había robado.
Fuerza que ahora ella tenía en abundancia.
Habían pasado dos días desde que la había besado en la tienda de
flores, y la había besado como si eso hubiera sido más de lo que podía
soportar. Ella agarró su cabello mientras su boca se abría camino por su
garganta, sus clavículas y más abajo, su lengua mandando escalofrías por
todo su cuerpo. Su sangre ardía, su vestido desparecía… Su cabeza se
sintió como una pluma, etérea y ligera. Quería rendirse a ese
sentimiento… pero tenía miedo de hacerlo. Su vida esa preciosa para ella,
no quería perderla.
—¿Quién… quiénes eran esas personas con las que estabas? —
preguntó.
Félix levantó su rostro y ella se retorció, alejándose de él, tomando
una posición más incómoda para besarse. Su boca brillaba bajo la luz. Sus
oscuras cejas eran dos arcos perplejos.
—¿Qué?
184

Mira arregló su camisón.


—Los guardias de seguridad, y aquella mujer, Gretel. ¿Es ella la
Gretel del cuento de hadas?
Félix asintió.
Página

—Esa era Gretel, su hermano Hansel, y Louis, el lobo de “Caperucita


Roja”.
—¿Amigos tuyos?
Él la estudió, preguntándose qué tramaba. Pero luego debió darse
cuenta, debió haberlo leído en la carne de sus mejillas y la mirada intensa
en sus ojos.
—Claro, puedes llamarlos así. Fueron vetados por la comunidad de
la Marca. Así que les encontré un lugar en The Dream.
Ella sólo había querido interrumpirse, retrasarlo hasta que pudiera
pensar con claridad, pero ahora estaba curiosa. Había sabido que habían
héroes y villanos en la comunidad de los cuentos de hadas. No se había
imaginado que habría marginados.
—¿Por qué fueron vetados? Creí que Hansel y Gretel eran
capturados por una bruja. ¿Cómo es que es su culpa?
—Su problema no es su captura. Gretel tenía once años cuando
mató a la bruja… de una forma particularmente brutal. Fue en defensa
propia, pero empujó a la bruja dentro de un horno y la observó mientras
ardía. No siente rencor. Es fuerte, tenía que serlo para salvarse. Y a las
personas no les agrada eso, los pone nerviosos.
—Le gusta lastimar a las personas —dijo Mira, mientras el
entendimiento se abría paso—. Ese es su trabajo, ¿cierto?
—Digamos que es aficionada a retribuir.
—¿Y el lobo? A la gente no le agrada porque intentó matar a una
anciana, también, ¿no? ¿La abuela de Caperucita Roja?
Félix hizo una mueca, su mirada desplazándose detrás de ella, como
reviviendo una memoria que era demasiado vívida.
—Él se comió a la abuela, aunque jamás se tragó a la chica. Un
cazador llegó y le disparó. Luego, cortó a Louis para salvar a la anciana,
llenó su estómago con rocas, y lo cosió.
—Eso es tortura —dijo Mira, el asco llenándola—. ¿Cuál era el punto
de torturarlo?
Félix se encogió de hombros.
—Los cuentos de hadas no son bonitos. Lo sabes. Seguro que
185

Caperucita Roja pensó que el cazador era un héroe. De todos modos —


continuó—, Louis habría muerto, pero Gretel y yo lo encontramos y lo
llevamos con Delilah, y ella limpió las rocas de su estómago y lo salvó. Eso
fue hace algunos años atrás.
Página

—Delilah —murmuró Mira—. ¿No le tenías, tienes, miedo?


—¿Por qué le tendría miedo?
—Blue le tiene miedo —dijo ella.
—No… —Félix sacudió su cabeza. Sus ojos volviendo a ser
distantes—. Delilah tiene su precio, para todo… es cierto. Pero Blue no le
tiene miedo. Blue se tiene miedo a sí mismo.

***

No hay descanso para el malvado.


Luego de la fiesta, cuando todo lo que quería era dormir, o tomar una
de las páginas del diario de Viv y ahogarse a él mismo por el bien de los
Deneuves, su padre insistió en la cena.
Estaba conmocionado, apenas capaz de emitir palabra, y la
extrañaba, ya extrañaba la calidez de su piel en sus brazos, el brillo de su
risa. Quería verla. Estar cerca de ella. Quería morir.
En vez de eso, se sentó rígido, casi catatónico en una de las mesas
para cuatro de uno de los salones de banquetes privados de Rampion, el
restaurante más fino de The Dream, esperando que su mágico invitado
arribara.
Su padre atendía a VIPs todos los días, pero las hadas eran una clase
totalmente diferente.
Las hadas eran veneradas por la comunidad de la Marca. Algunas
personas las cortejaban, les rogaban por una maldición, como la madre de
Viv, quién habría pinchado su dedo cuando estaba embarazada y había
pedido por una niña blanca como el papel, negra como la tinta, roja como la
sangre, porque quería que la vida de su hija fuera “dramática”. Luego, se
encontraban las familias como los Knights, quiénes invitaban hadas a sus
bautizos para que otorgaran virtudes a sus futuros héroes y heroínas.
Pero, últimamente, las hadas tenían el poder de encantarte,
destruirte. Había sido de esa forma desde el momento en que las hadas y
los humanos se mezclaron.
Érase una vez, las hadas habían sido hadas, y los humanos habían
186

sido humanos, y eran separados como agua y fuego. Ocasionalmente, un


hada encantaría a un humano merecedor, pero la mayoría de las veces, las
hadas veían a los humanos como criaturas tediosas, tontas como las
mariposas o abejas.
Página

Eso fue antes de que el amor llegara y cambiara todas las cosas.
Las hadas eran mujeres y solitarias. Y mientras vivían por largo
tiempo, no vivían para siempre. Y, de vez en cuando, un hada buscaría
encantar un hombre humano, tal vez el Viento del Norte, o el Atardecer, o el
Día, o la Noche, quiénes arrastraban las horas junto a los rojos, blancos y
negros caballos, y se emparejarían para perpetuar su raza. Ellas no se
enamoraban. Eran demasiado arrogantes y orgullosas para ser vulnerables.
Y aun así, el amor las llamó, desde un lugar completamente diferente.
Las hadas y sus contrapartes descubrieron el amor por observación,
mirando a los humanos. Descendieron de sus picos de soledad, sus palacios
y nubes, no para interferir o encantar, sino para enamorarse, y se
acostaban con hombres y mujeres humanos sólo por el placer de esto. Tales
uniones estaban prohibidas, pero se mantuvieron en secreto.
Hasta que los niños mestizos nacieron.
Su existencia fue un escándalo.
Las hadas de corazones duros creían que esta descendencia impura
tenía que ser castigada. Las de corazones buenos, se enamoraron
rápidamente de los niños, y eligieron protegerlos, ofrecerle regalos y
asistencia. Rápidamente, se dividieron en bandos, de acuerdo y en contra.
Y así comenzaron las maldiciones. Las pruebas. Rituales de pasaje.
Castigos. Recompensas.
Los felices para siempre, y la ruina absoluta.
A través de los años, mientras la población mitad humana, mitad
mágica de niños crecía, las hadas relajaron su vigilancia, eligiendo maldecir
algunos de los descendientes mestizos, y a otros no. Los preparaban para
ser héroes o villanos, quisieran o no. Y como sus corazones estaban
involucrados, incluso la bruja más malvada podía apegarse. Veían, en los
villanos que marcaban, versiones en miniatura de ellas mismas.
Delilah tenía ese tipo de afección por el padre de Blue, porque él tenía
algo, era inteligente, carismático, temerario. Ella no había marcado a
ninguno de los Valentines, pero sabía que la maldición de Blue había
despertado, y se había invitado ella misma a cenar para celebrar.
El padre de Blue lo consideró un gran honor.
Delilah llegó veinte minutos tarde, mientras el padre de Blue tomaba
champán y le hacía preguntas a Félix sobre el trabajo. Ella cargó un
pequeño paquete envuelto en un papel plateado oscuro, y lo entregó a Félix.
187

—Es un libro de historias de William Faulkner —anunció antes de que


pudiera abrirlo. Sus ojos sosegados como los de un gato cuando sonrió,
como la madre de Blue había hecho—. Creo que te gustarán.
—Gracias —murmuró Félix, demasiado educado para mostrarse
Página

perplejo, si es que lo estaba.


—Fue el cumpleaños de Blue —le recordó su padre al hada,
regañándola juguetonamente—. ¿Le has traído algo, también?
—Dudo que Blue quiera otro regalo de parte de mi gente —
contrarrestó suavemente—. Luce como si necesitara tiempo para recuperarse
del último.
Ella sonrió, y su expresión le llegó hasta la médula, porque sabía lo
que él había hecho, y le hacía gracia. Jane, algo milagroso para él, sin
embargo, era simplemente humana. Apenas merecedora de la atención de
las hadas.
Delilah se giró hacia su padre, y ambos discutieron sobre negocios, y
cotillearon sobre otras maldiciones, otras hadas, Félix intervino cuando era
apropiado, lo suficiente para demostrar que seguía la conversación.
Mayoritariamente, mantuvo el silencio, sólo rompiendo su pose educada
para abrir el libro debajo de la mesa, y pasar sus hojas por aburrimiento.
Cuando Delilah deslizó su mano de negras garras por el cuello de
Félix hasta su cabello, como si fuera su amante en vez de un chico cientos
de años más joven, éste apenas se estremeció.
—¿Cómo está Louis? —preguntó ella educadamente.
—Recuperándose —dijo Félix, su mirada cuidadosamente enfocada en
el libro—. Gracias.
Su padre rió, un poco ebrio gracias al champán, como si Félix fuera un
inocente chico de secundaria que Delilah intentaba seducir. O ya había
seducido.
Blue los observó con confusión desesperada, emocionalmente, estaba
destruido, y se aferraba a esa destrucción para recordarse a sí mismo lo que
había hecho. Porque físicamente… jamás podría sentirse mejor. Una energía
deliciosa cruzó a través de él, junto con un hambre que jamás había sentido.
Porque jamás había sabido lo que era dejarse llevar por lo que realmente
era.
Vería a una chica ahora, una sonriente chica rodeada de amigos, o
una misteriosa chica surcada de lágrimas, y su corazón latería más rápido
desesperado por conocerla. Sus labios arderían con la necesidad de besarla,
de sentir su pulso latir bajo sus labios. Vibrar y vibrar, y tamborilear con la
emoción, entonces, desaparecería.
188

Necesitaba tanto del amor, que sentía que moriría sin él.
Y esperaba que lo hiciera.
Página
16Traducido por anto Cipriano & MaryLuna
Corregido por Elle87

uando amaneció, Mira estaba recostada sobre el sillón junto


a Félix. Su espina dorsal presionaba la parte de atrás del
sofá. Las piernas de ella se hallaban enredadas con las de
él. Su cuerpo se calentó cuando la besó y luego un frío,
como el de un amor perdido, enfrió sus venas. La noche se
transformó en mañana y la vista de Mira nadó con agotamiento,
volviéndose tan borrosa como la luz de afuera. Carros chirriantes y pasos
en el pasillo anunciaron el nuevo día.
—Debería irme —susurró Félix, mientras sus labios se movían
contra su oreja.
—Lo sé. —Ella puso una mano afuera para estabilizarse, aunque sin
estar segura de qué manera estaba arriba y de cual abajo.
Él la cargó y la llevó a la cama. Mira se hundió en el colchón. Sus
ojos revolotearon mientras la ayudaba con las sábanas.
—¿Quedándote? —murmuró Mira. Se sentía pesada... todo era...
Dejó cerrar sus ojos. Allí.
—Yéndome —corrigió—, pero no porque quiera.
Eso era lo último que recordaba.
Mira no volvió a abrir los ojos hasta la tarde. Tenía un vago recuerdo
de ella intentando levantarse, pero sin ser lo suficientemente fuerte como
para lograrlo. Y luego de eso, recordó a Félix dejándola allí y colocando las
189

mantas sobre ella, pero su cerebro se sentía abrumado y confuso.


Recorrió con la vista el cuarto en el que se encontraba y pensó: así
es como se debería sentir un día después de despertarse, pero habría
dormido por años.
Página

Anoche había olvidado todo sobre su maldición. Había estado


demasiado ocupada disfrutando el presente como para preocuparse por el
futuro. Pero la maldición era real. Tan real como la de Félix, quien la había
dejado mareada y delirando. Su amor fue barrido e inhalado como un
suspiro.
Algún día podría despertarse y ver a un extraño cernirse sobre ella,
un chico de cuyo beso dependiera su vida. No sería necesariamente
Freddie. Podría conocer o no a su salvador, pero debería estar agradecida
de la misma manera. Todas las personas que conocía podrían estar
muertas y debería confiar en un extraño, para quien ella no era más que el
destino, una cara bonita...
Era algo morboso como para estar pensando y rápidamente lo alejó.
No. Debería encontrar al desencadenante, de Delilah, esta noche y podría
escapar de su destino.
Iba a tener un feliz cumpleaños. Unos dulces dieciséis, los más
dulces. Y eso quería decir que debía mantener a raya sus temores para que
no se traspasaran y echar a perder todo.
Mira dio un paso fuera, hacia el comedor de su suite. La puerta
chocó con algo, desencadenando el susurro del suave meneo de los globos
de helio que llenaban el cuarto. Decidió que estaba lejos de tener un buen
comienzo.
Globos de todos colores flotaban sobre su cabeza. Largos lazos
colgaban, provocando cosquillas en sus brazos mientras caminaba a través
de ellos. Era un bosque de rosa, verde, violeta y amarillo (todos colores
pasteles, hinchados como burbujas).
En el centro de la habitación yacía una pila de regalos forrados en
papel con rosas impresas. Enganchada en la cima, había una carta.
—Mi cumpleaños no es hasta mañana —murmuró Mira, mientras
abría el sobre, feliz a pesar de todo.
A ella le gustaban los cumpleaños. Le gustaba celebrar una
existencia que sus hadas madrinas le habían enseñado que no siempre se
debía tener como garantizada. Y para despertar aún más esto, era saber
que alguien había gastado su tiempo pensando en ella, planeando esto,
emocionándola más de lo que los regalos actuales alguna vez pudieron.
La carta estaba hecha de papel brillante que recitaba "Feliz
Cumpleaños" inscrito en oro.
190

Dentro, Félix había escrito:


Mira,
Quería ser la primera persona en desearte un buen cumpleaños.
Página

Considerando esto una introducción, ven a encontrarme luego del


show de esta noche. Tendré otra sorpresa para ti allí.
Tuyo, Félix.
¿Qué tipo de sorpresa? Se preguntó Mira. La idea la hizo estremecer,
ansiar y emocionar. Dejó la carta a un lado y se movió hacia los paquetes.
Abriendo la caja más grande y quitando penachos de papel, se
encontró con un ligero vestido de seda, blanco y con patrones de rosas
rojas. No tenía mangas y era ajustado tanto en la cintura como en el pecho
y la falda se extendía hasta la rodilla. Era dulce y sexy al mismo tiempo. Lo
extendió a la altura de su pecho, como una pareja de baile, dando vueltas
frente al espejo. Luego se volvió para abrir el resto.
El paquete mediano contenía un par de zapatos de tacón con rosas a
la altura de los dedos y dentro de la caja más pequeña se hallaba un
perfume en una botella con forma de lágrima. Mira le sacó la tapa. La
fragancia a rosas inundó el aire.
Cuando había terminado de probarse los zapatos, el vestido y bailar
alrededor de la habitación, era hora de prepararse. Esa noche era la noche
que descubriría quién era realmente.
Armada en rosas, descubriría su desencadenante (su secreta
debilidad) y vería a Blue y por lo tanto, se debía comportar.
Y mañana... mañana sería una nueva persona.
Mira se vistió para el show de Curses & Kisses como si estuviera
vestida para un baile.
Se metió dentro de su nuevo vestido, roció perfume de rosas en sus
muñecas y dio un paso dentro de sus tacones rojos. Dejó su cabello suelto,
permitiéndolo caer en largas ondas por su espalda.
El club se encontraba lleno cuando llegó. La banda telonera estaba
en el escenario. El sonido de sus instrumentos le dio dolor de oído.
Mientras Mira hacía su camino a través de la multitud, se sintió
ridículamente sobresaliente: la mayoría de la audiencia vestía jeans,
minifaldas, camisetas y camisetas sin mangas, mientras que ella estaba
vestida para una fiesta de jardín, no para una noche de palizas en un
mugriento club.
Algunos hombres lobo la miraban de reojo y la rozaban, como si
191

estuviera claro que no era de ahí.


Sintiéndose indecente por las miradas y las casuales manos
anónimas, Mira fue empujada hacia la sala de espera, donde Blue y sus
compañeros de banda se encontraban pasando el rato esperando para
Página

continuar.
La sala de espera tenía todo el encanto de una cochera: el piso era
de concreto, demasiado caliente y olía a palomitas de maíz pasadas y vino.
La vista se hizo aún más encantadora al ver a Rafe arrojando dulces de
gelatina al escote de una muchacha rubia, mientras otras dos chicas reían
apreciando sus esfuerzos.
Blue descansaba en un sillón verde y sus manos reposaban en la
parte posterior. Él tenía un palillo en cada mano y golpeaba con ellos el
sofá.
Mira estaba demasiado nerviosa como para hablar con él
inmediatamente. Quería tratarlo como trataba a Freddie, no como a
alguien a quien casi había besado, alguien a quien esperaba que le gustase
su vestido y pensara que lucía bella. Y se sintió demasiado fuera de lugar
como para hacer eso.
Se dirigió hacía Hentley, a quien le gustaba tanto como a las
personas les gustaba ser prendidas fuego y él probablemente contaba con
tirarla de cualquier dulce nube en la que se encontraba flotando.
Hentley se encontraba sentado hacia atrás en una apaleada silla de
madera, meciéndola con sus dos piernas. Estaba observando a Viv, quien
compartía un par de auriculares con Jewel y se balanceaba con el ritmo en
sus botas negras, su minifalda y una camiseta sin mangas con una
mancha roja sobre el corazón, como si fuera de sangre.
—¿Que rol estás cumpliendo esta noche? —preguntó Mira—.
¿Chofer, chaperón o ex-novio?
—Chaperón —dijo él—. Su madrastra me preguntó si podría
cuidarla. Viv suele enfiestarse demasiado. Y aguanta el licor tan bien como
un niño de nueve años.
—Ella pesa tanto como un niño de nueve años.
—Exactamente. —Hentley entrecerró los ojos hacia ella—. ¿Qué hay
de ti?
Mira observó a su alrededor, nerviosa. Su cabello se balanceaba por
sus bruscos movimientos.
—¿Sobre mí qué?
Hentley suspiró y dejó a la silla chocar con el piso.
192

—¿Qué rol estás jugando? ¿La novia menor de edad de Félix, la


obsesión de Blue o la princesa de Freddie?
—Eso es grosero —dijo ella.
Página

—También fue grosero cuando tú me lo preguntaste a mí. —Tosió y


revolvió su bolsillo en busca de un paquete de cigarrillos—. Ese pedazo de
sabiduría es tuyo, gratis. Feliz cumpleaños.
—Uh, gracias —respondió Mira, tomando eso como señal de que la
conversación había finalizado.
Bueno... supuso que su burbuja de cumpleaños había sido
oficialmente pinchada. Quizá ahora estaba bien hablar con Blue. Aunque
fuera para desearle buena suerte, o decirle que se quebrara la pierna13. Él
la observaba de cualquier manera. Definitivamente se había percatado del
vestido que llevaba.
—Te has vestido como una diosa sólo para lastimarme —dijo Blue
cuando ella se encontraba lo suficientemente cerca para poder escuchar,
llevando un palillo hacia su corazón como una estaca.
—No, no lo hice —contestó Mira, ruborizándose por la vergüenza—.
Um, esto... tengo noticias.
Blue alzó una ceja.
—¿Sí? ¿Son buenas?
—Mis p... —La trascendencia del asunto la hizo tragar un respiro e
intentar de nuevo—. Mis padres... Félix los ha encontrado. Incluso tengo
sus números telefónicos.
—Ah, Félix. —Blue arrojó hacia arriba un palillo y lo volvió a
atrapar—. Bien hecho, viejo Félix. Debe estar hinchado.
—No seas malo.
Estiró su mano y tomó la de ella, como una disculpa.
—Es genial que hayas encontrado a tus padres. ¿Has hablado ya con
ellos?
—No, todavía. Estoy tratando de pensar qué decir. Y supongo que no
quiero apurar el asunto. En cualquier caso, no era lo que esperaba
¿sabes? Quiero mantener este sentimiento durante un poco más.
—¿Me necesitas para mentalizarte y estar preparada para esto?
¿Decirte cuan increíble eres para que lo creas cuando llames?
Los dedos de Blue apretaron los de ella y Mira sonrió.
—Estaré bien. Estoy dándome tiempo para meterme en esto. Sigue
siendo un poco surrealista.
193

—Bueno, si las cosas se vuelven incómodas y quieres jugar con la


carta de la simpatía, solo diles que tipo de amigos has hecho en su
ausencia. Estarán horrorizados y usarán el resto de sus vidas para ti.
Créeme.
Página

—Gracias —dijo ella—, tendré eso en mente.


Habían pasado a hablar de si Blue tenía miedo escénico, cuando un
Freddie semi-desnudo apareció. Su torso estaba casi al descubierto y

13Break a leg: Expresión que se utiliza en el mundo del teatro para desearle a alguien
buena suerte en la interpretación que está a punto de ejecutar.
vestía jeans. Se hallaba en el proceso de sacar el lado derecho de la
camiseta negra que tenía. Su normalmente perfecto cabello marrón miel
estaba ahora meticulosamente desordenado, como si alguien le hubiera
dicho como ser una súper estrella y él hiciera lo posible para satisfacerlo y
cumplir con ello.
—Hola, Mira —la saludó calurosamente—. Estoy contento de que
hayas venido.
No había ninguna tensión en su sonrisa, nada falso en la bondad de
sus ojos.
Estaba conmocionada.
Era como si nunca hubieran discutido. Mira había estado nerviosa
por si acaso Freddie podría odiarla... pero quizá, una vez que él tuvo
tiempo para pensar sobre ello, se dio cuenta de que ella no había querido
lastimarlo, que su relación no era más que frustrante y confusa para ella
como lo era para él. Pero cualquiera que fuera la razón, él le daba otra
oportunidad. Y se sintió agradecida. Le devolvió la sonrisa.
—Knight, deja de alardear sobre tu cuerpo —soltó Blue—. Mira
comenzará a pensar de ti como si fueras un pedazo de carne.
—Mira puede pensar lo que quiera sobre mí —contestó Freddie,
tirando la camisa sobre su cabeza—. Consideraría un honor que pensara
eso de mí.
Blue rió.
—Eres como un grano en el culo.
—¡No lo soy! —insistió Freddie, sonando lastimado.
—Freddie está siendo inhumanamente agradable —agregó Jewel,
viniendo por detrás de ellos y posando su mano en el hombro de Freddie—,
como lo es de costumbre. Oye, Mira, lamento interrumpir, pero necesito
que Blue se cambie. Salimos en diez.
—De acuerdo —respondió Blue, suspirando como si fuera la
interrupción más irracional del mundo.
194

Jewel le palmeó ligeramente. —Gracias, Blue-nocivo.


—Mira, estaré desnudo —dijo Blue mientras se quitaba el cinturón y
lo lanzaba al suelo—, así que ten cuidado. Bueno, en mi ropa interior.
Página

—Te he visto en traje de baño —le contestó Mira—. Es la misma


cosa.
—No, no es lo mismo —dijo Blue—. Cuando está acompañado por
música porno de los setenta, es un strip show clasificado X.
Blue arrancó su remera.
—Freddie, eres lento para entenderlo. Música porno eine kleine14,
por favor.
Freddie arrugó la frente en señal de desagrado.
—No quiero conectar mi guitarra para que yo pueda tocar algo de
bow-chicka-wow-wow acompañado de tu strip show.
Mira rió.
—Bow-chicka… ¿Qué fue eso Freddie?
—Bow-chicka... —Freddie se ruborizó cuando se dio cuenta que se
burlaba de él.
Blue se comenzó a quitar los jeans y a vestir con la nueva y más
ordenada ropa de chico estrella que Jewel le había llevado: jeans que
habían sido desgastados por el fabricante del lugar en vez de hacerlo solo y
una camiseta negra con un corazón de plata atado con alambres de púas
impreso en ella.
Mira trató de convencerse que viendo a Blue en calzoncillos era
como verlo en su traje de baño. Pero... era diferente, más íntimo. Había
luchado con él, sabía cómo se sentía su cuerpo, conoció la sensación dura
de sus músculos cuando luchó contra ella juguetonamente, cuando reía...
cuando casi la besaba. Era imposible mirarlo y no ver todo eso. Imposible
mirarlo y no sentir como que era de ella.
Pero no lo era. Y no podía serlo.
Tragó, avergonzada de sí misma, y se alejó. Dejó que su mirada
vagara a través de la habitación, el harén de gelatina de Rafe era realmente
fascinante.
Freddie vino a su rescate.
—¿Te quedas después del show, Mira? ¿Nos veremos más tarde?
—Creo que sí —dijo—. A menos que la agonía de escucharlos a
ustedes me aleje. —Cuando Freddie hizo su cara de cachorro triste, sonrió
y le dio un manotazo en su brazo—. Sólo bromeaba. Por supuesto
que me voy a quedar. Necesito a alguien que me acompañe a casa.
195

—Ese sería yo —dijo Blue—. Sólo nos encontraremos de nuevo aquí


después del show. O esperas en la puerta si consigues que te echen
temprano por pelear.
Página

—Eso es probablemente lo que sucederá —dijo Mira.


—Lo supuse —dijo Blue—. Simplemente no salgas corriendo ¿bien?
—Abrochaba su cinturón, pero la miró muy serio—. Asegúrate de que te
vea.

14 Eine kleine: del alemán, significa “un poco”


—Lo haré —dijo—. Adelante y prepárense. ¡Los veré más tarde! ¡No lo
arruinen!
Se apresuró a salir del camerino para unirse a la audiencia,
sintiéndose más ligera de lo que había estado en días.
El club era tan oscuro como un pozo, un abismo con un único
reflector. Las luces del escenario iluminaron a la banda, pero sólo
ligeramente. La mayor parte del resplandor estaba sobre Jewel, quién
brillaba con el sudor, brillando como las gemas que salían de sus labios:
aguda, cruda y maravillosa.
La música era violenta, explosiva, como si quisiera hacer sangrar a
las personas, o inspirarlos a romper cosas. La multitud se retorcía por la
línea gruñida del bajo de Rafe, estrellándose una contra otra, gritando a lo
largo. Y cuando la canción terminó, y Jewel se dejó caer de rodillas y dejó
una corriente de perlas derramarse desde su boca hacia el escenario, el
público chilló de placer, manos escarbando para reclamar un puñado de
las perlas que habían tocado sus labios.
La magia era lo que buscaban.
Mira se sentía mareada, aturdida por el ruido, abrumada por la
multitud. No quería ser etiquetada por una pieza fuerte de joyería o un
alfiler, en la extraña casualidad que desencadenaría dormir. Necesitaba
encontrar a Delilah, y encontrar algo sobre su maldición. Esto de no saber
no era bueno.
Con los codos hacia fuera por protección, Mira empujó a través de la
multitud: pasando chicas en capas rojas, chicas que olían a mar; pasando
chicos con tatuajes de vid15 y princesas manchadas de ceniza de
chimenea. Empujó más allá de un cuerpo sólo para enfrentarse a otro y
prácticamente tuvo que nadar a través de ellos para escapar.
Una vez que se hubo liberado, se frotó las manos sobre sus brazos
desnudos. Todavía perfectamente intacta.
En el extremo de la habitación, Wills y Caspian Knight se apoyaban
contra la pared, con aire de chicos universitarios de vuelta en la ciudad
para un baile escolar de secundaria. Viv estaba con ellos, diamantes de
196

imitación de estrellas brillantes en su cabello negro. Le hicieron señas,


pero Mira negó. Tenía una misión de no dejarse influenciar. Un destino
más oscuro.
Página

Ella tenía secretos que descubrir.


El pasillo que conducía a la parte trasera del club estaba abarrotado
con chicas recargadas de accesorios y chicos encendiendo encendedores

15Tatuajes con motivos florales. Usualmente adornan las muñecas, los tobillos y el
tórax.
en la oscuridad. Se volvió hacia un tenedor en el camino y se abrió paso
por un pasillo —ni uno de los chicos del club se atrevía a aventurarse
dentro— hasta que llegó a la oficina de Delilah. Una franja de luz verde
ácido se mostraba debajo de la puerta.
Mira llamó. Sus oídos zumbaban de la música, su respiración salía
con esfuerzo y temblaba. En un momento sabría a qué temer, sabría qué
podría lastimarla más.
El ogro secuaz de Delilah abrió la puerta, su rostro gris arrugado con
el repentino ataque de ruido, luego agarró su hombro y la arrastró dentro.
El aroma de ajo y carne hervida se levantó de sus poros. Mira contuvo el
aliento y jaló liberándose, pero todavía podía sentir la presión de la palma
de su mano mientras se alejaba, como si su mano estuviera sujetada en su
piel.
Con la puerta cerrada, la oficina quedaba sorprendentemente
tranquila. El bajo golpeaba a pesar del aislamiento acústico, pero era lo
suficientemente bajo que podía oír la respiración del ogro, se podía oír las
largas uñas negras de Delilah raspando para levantar papeles de su
escritorio.
Delilah levantó la mirada, sus ojos brillaban de un color oro pálido
como el ginger ale.
—Mirabelle Lively —dijo—. Viniste a buscar tu desencadenante. Y lo
tengo, como prometí. —Con una sonrisa, el hada sacó un paquete de gasa
delgada de un cajón, del tamaño de un pequeño capullo, colgando de una
cadena de plata—. Acércate. No tengas miedo —dijo el hada—. No habrá
ningún accidente aquí.
Tentativamente, con sus oídos todavía resonando, Mira se acercó a
ella. Delilah tenía el colgante incluido en su cadena, sus largos dedos
desenrollando la envoltura de gasa hasta que una hoja de afeitar brilló a la
luz verdosa. Un agujero había sido perforado a través de la hoja, y la
cadena pasaba a través de él, para convertir la hoja de afeitar en un collar.
Mira dejó escapar un grito ahogado. Esta cosa pequeña. Este objeto
cotidiano. Todo lo que tenía que hacer era presionar la punta de su dedo
197

en el borde afilado.
Una gota de sangre. Una picadura de dolor.
Y eso sería todo.
Página

—Tus predecesoras son muchas —reflexionó Delilah, dejando que la


hoja de afeitar se balanceara en el extremo de la cadena—. Talia, quien fue
víctima de una astilla de lino y se durmió, incluso cuando un rey la
reclamó, y sólo despertó cuando nacieron sus hijos. La bella durmiente,
quién pinchó su dedo sobre un husillo y durmió durante cien años, hasta
que llegó su príncipe para despertarla. Brünnhilde de Valquiria, enviada al
sueño por un pinchazo de una espina del sueño, y atrapada dentro de un
círculo de fuego, hasta que fue liberada por un intrépido mortal. Briar
Rose, sumida en un sueño encantado por un husillo, pero despertó con un
beso de amor verdadero. Y ahora te unes a ellas, Mirabelle. Sólo un
pinchazo de una hoja de afeitar —continuó el hada—, y sucumbirás a un
sueño encantado por el tiempo que le tome a tu príncipe encontrarte.
Asumiendo que todavía quiere encontrarte —añadió con una pequeña
sonrisa—. Los hombres son inconstantes, las maldiciones seguirán
haciendo príncipes, no tengas miedo. Estoy segura de que en los próximos
cien años, uno de ellos te liberara. Pero es mejor prevenir. ¿No te parece?
Mira asintió. Así que ella evitaría navajas de afeitar, había estado
haciendo eso de todos modos, abarcaba la lista de “No tocar” de sus
madrinas, junto con casi todo lo que la gente normal usa: tijeras, aros,
cerillas.
Sus madrinas no habían dejado nada al azar. Habían prohibido
tantas cosas que nunca se le había ocurrido singularizar una de sus
prohibiciones y cuestionarlo. Ni una actividad prohibida le había parecido
tan tentadora para enloquecer si no lo probaba tan sólo una vez.
Sus madrinas habían subestimado sólo uno de sus deseos: ver a sus
padres. Había sido la única regla por la que había estado desesperada —o
tal vez destinada— a romper.
Delilah envolvió la hoja de afeitar, cubriendo el borde afilado con
capas de gasa, hasta que era tan inofensivo como el algodón que la cubría.
Lo corrió a través de la carne de su propia muñeca para demostrarlo.
—Ya está. Perfectamente seguro. Es tuyo para hacer con él lo que
quieras.
—No lo quiero —dijo Mira, desconcertada.
Delilah le sostuvo la mirada. Sus ojos oro pálido parpadearon como
las llamas de las velas.
—Pero te pertenece. ¿Cómo puedes rechazarlo?
Sin pedir permiso, el hada cubrió la cadena alrededor del cuello de
198

Mira. La hoja de afeitar envuelta en gasa se apoyó contra su pecho. Su


presencia hizo que su corazón latiera más rápido, como si la hoja de algún
modo escaparía de sus ataduras y sellaría su destino.
—Ahora que conoces tú desencadenante, puedes mantenerte a salvo
Página

—dijo Delilah—. Son los secretos los que más nos dañan.
El metal era frío contra el pecho de Mira, aunque sabía que lo
imaginaba. No había nada que sentir. Sólo la suavidad inofensiva de la
gasa. Era su imaginación, su talento viejo para soñar despierta,
trabajando en contra de ella ahora.
—Uno nunca sabe lo que la gente está ocultando, ése es el problema.
Una vez sabes, puedes encontrar una manera de lidiar con cualquier cosa.
Pero mientras estés ignorante, la situación es desesperada. Pobrecita. —
Delilah chasqueó la lengua—. Esa ha sido tu suerte desde que llegaste,
¿no es así? Todo el mundo ocultando secretos, hablando a tus espaldas, lo
que debe ser miserable. Eres tan fuerte de haberlo sufrido. Pero tienes
práctica, supongo, teniendo la verdad sobre ti oculta. Probablemente ni
siquiera te molesta más. —Frunció los labios, como si hubiera probado un
limón agrio—. Pobrecita.
El calor iba en aumento en la parte posterior del cuello de Mira,
arrastrándose hasta sus mejillas como una mancha. No le gustaba la
forma en que Delilah la miraba, llena de compasión, como si fuera una
niña ilusionada andando sin saber nada.
—Eso me molesta —dijo ella—. Para tu información.
—Tonterías —dijo Delilah—. Si lo hiciera, tendrías que hacer algo al
respecto. Todas las respuestas están a tu alcance. Sólo tienes que
buscarlas. ¿No sabes la primera cosa sobre los cuentos de hadas,
Mirabelle? Nadie —el hada se inclinó, su aliento olía a manzanas verdes—,
te facilitará las respuestas. Una maldición se trata tanto de valor como lo
es sobre crecimiento. Son uno y el mismo.
—He mirado. Le he preguntado a Blue sobre nuestras marcas. Le he
preguntado a Layla sobre nuestros roles, ella me mostró el libro que los
explica. Pero hay ciertas cosas que no se le permite a nadie que me digan,
porque es parte de la maldición, las cuales debes saber…
Delilah levantó una mano para callarla.
—Ya tienes la clave para responder a todas tus preguntas sobre San
Valentín. Y no estoy siendo misteriosa cuando digo eso. Tienes, de hecho,
la llave física Mirabelle. Si deseas respuestas, simplemente tienes que abrir
la puerta.
Mira sabía que Félix tenía secretos. Un pasado del que le era
demasiado doloroso hablar, defectos que no quería revelar. Y ella había
aceptado eso. No le gustó —quería conocerlo por dentro y por fuera— pero
199

dio marcha atrás, porque eso era lo que él quería. Porque ella era feliz y
quería que él fuera feliz, también.
Pero ¿cuánto tiempo podrían durar si ella realmente no lo conocía?
Tal vez tenía miedo de que cambiara de opinión si conocía sus secretos, si
Página

la defraudara. Y era cierto que quería que fuera perfecto. No quería creer
que era peligroso. Sea lo que sea que Blue y sus amigos dijeron sobre
Félix, no era cierto cuando estaba con ella.
Y sin embargo…
Nunca le había dicho la verdad. Nunca le advirtió qué podría hacer
un Romantic, aunque estaba en su poder decirle. Y tenía que admitir...
que su disposición a pasar por alto el peligro no significaba que no estaba
allí.
Mira había pasado toda su vida soñando cosas existentes en un
mundo de fantasía para escapar de una realidad que encontró dolorosa.
Pero había un mundo real del que quería ser parte en este momento. Y si
ella quería pertenecer, necesitaba ver cada lado del mismo. Lo bueno y lo
malo.
Los lugares seguros... y las partes peligrosas.
En el campo principal del club, Curses & Kisses tocaba más duro
que nunca. El escenario estaba cubierto con piedras preciosas. La fornida
dulce voz de Jewel se había convertido a casi ronca. Blue golpeaba su
batería como si quisiera romperla.
Demasiado impaciente para ser controlada por la corriente de la
multitud, Mira empujó a través de ella con nueva determinación, hasta
que llegó al camerino vacío.
La ropa de calle de Blue yacía en un revoltijo en el suelo. Rebuscó en
sus bolsillos hasta que encontró la billetera y la clave de acceso que le
había robado, y la recuperó. Cerró los dedos en torno a la tarjeta de
plástico como si fuera su salvavidas.
Félix había escrito en una nota para ella:
Lo único que pido es que te quedes fuera de mi otra habitación (suite
3013). Guardo algunas cosas privadas allí que no deben ser perturbadas.
Y había obedecido. Era una buena chica, acostumbrada a que le
dijeran no hagas esto, no toques eso.
Pero siguiendo las reglas, barriendo las preguntas debajo del tapete,
y fingiendo que todo estaba bien, no llegaría a ninguna parte. Tenía que
ser valiente. Atrevida, pero no demasiado atrevida, pensó. Existía un
equilibrio. Había una cosa que Félix le había negado. Una prohibición que
había dejado establecida, lo que hizo que se fijara en algo y se preguntaba
200

de qué se trataba.
¿Qué era tan secreto sobre la Suite 3013?
Había dicho que era privada. Que él la quería dejar sola.
Página

Y si le había dicho acerca de ella... se lo había dicho por una razón.


Tal vez, al igual que la hoja de afeitar, la prohibición era para su propio
bien. O tal vez, como sus madrinas prohibiéndole visitar a Beau Rivage,
que le impedía aprender algo que desesperadamente necesitaba saber. No
podías esconder las cosas malas y fingir que no existían, que dejaste un
mundo de sueños, y los mundos de ensueño se derrumban eventualmente.
Había que enfrentar la verdad. Y luego decidir lo que querías. Perfume y
ropa de fantasía eran una maravilla. Pero necesitaba más que eso. Esta
última regla que rompería, decidió... sería su regalo de cumpleaños para sí
misma.
201
Página
17 Traducido por Amnl3012
Corregido por Rominita2503

ira dejó el lugar después de la medianoche, mientras


Curses & Kisses seguían tocando. Los chicos en sus
chaquetas forradas en piel de lobo merodeaban fuera, las
puntas de sus cigarrillos brillando como luciérnagas. Los
rastros del humo la hicieron toser, la humedad se sentía liquida en su piel.
Ella corría en sus zapatos de tacón alto rojo-rosa, sonando a través de las
calles, demasiado rápido y frenético para cuidar lo que acechaba en las
sombras a su alrededor. Nada podría ser peor que la incertidumbre, las
sombras que acechaban en su corazón.
Para el momento en que llegó a Dream, el sudor corría por sus
costados, sus muslos, su garganta. Sus pies palpitaban porque había
estado corriendo en tacones de boutique, no tacones de baile.
Estos zapatos no eran para la acción, sino que eran para alguien que
se queda inmóvil y parece bonito. Alguien que se quedó dormido y soñó.
Pero Mira se negó a ser atrapada en un sueño. Ya era hora de hacer
frente a las cosas crudas. No su fantasía de Félix—las mejores partes de él,
las partes que él quería que ella viera—sino todo de él.
Él no tiene que ser perfecto. La vida no tiene que ser perfecta para
ser una maravilla.
Simplemente tenía que ser real.
El Dream se hallaba lleno de vida—el dinging de las máquinas
tragamonedas, el que anima en las mesas de dados, los concesionarios
202

golpeando cartas boca abajo con una practicada velocidad, camareras


repartiendo cócteles a la multitud. Era una fiesta, toda la noche, fiesta
brillante.
Félix estaría en el foso, supervisando, verificando y con encanto
Página

VIPs. Las noches no eran momentos para trabajar tranquilo, o lo que sea
que suceda en la suite 3013. Ella podría entrar y salir en diez minutos, ver
lo que había que ver, y si no le gustaba—si Félix era tan malo, tan
peligroso como todo el mundo parecía pensar—podría desaparecer y no
volver nunca más. Si todo iba bien, se deslizaría fuera y Félix nunca lo
sabría.
El corazón le latía dolorosamente mientras se acercaba a los
ascensores privados y pulsó el botón de llamada, mirando su reflejo en las
puertas de metal pulido, hasta que se separaron y llevaron su imagen con
ellas.
Mira tomó el ascensor por sí misma. El aire acondicionado había
secado el sudor de su piel, pero no su vestido, y sintió la humedad de la
gasa lisa y sucia. La música suave sonaba mientras se elevaba al piso
treinta, donde salió a un pasillo que era una copia exacta de cada corredor
del hotel. Excepto que esta planta se encontraba vacía. Un silencio muerto,
sin gente—bien podría haber sido un pueblo fantasma.
Siguiendo las señales, Mira corrió todo el camino hasta el final del
pasillo, donde se encontró la suite 3013. La puerta era sencilla, marcada
sólo con un cartel de oro grabado con el número de habitación. Estaba
escondida cerca de la salida de emergencia, en el lugar más desagradable
en todo el pasillo.
Lanzando una última mirada a su alrededor, Mira deslizó la llave
maestra en la cerradura, esperó a que la luz verde parpadeara y diera la
señal de abierta, luego movió la palanca y entró en la habitación
prohibida.
En la oscuridad, la suite 3013 olía a la colonia de Félix. Olía helado,
como el aire frío.
Y olía a rosas.
Fueron las rosas las que dieron a Mira el coraje para encender la luz.
Porque ese era el tema para su cumpleaños: rosas para la Bella
Durmiente. Tal vez la había mantenido alejada de la habitación porque
había estado planeando una sorpresa aquí—para ellos.
A medida que la luz se encendió y la habitación parpadeó a la vista,
Mira vio que la suite era diferente de las otras habitaciones en el hotel. El
sistema de color azul marino había dado paso al blanco. Sofá blanco.
Alfombra blanca. Papel pintado blanco reluciente, grabados con remolinos
de color marfil. Había macetas de rosales rojos en las mesas del fondo, y
un jarrón de rosas rojas sobre la mesa, junto con una lista de los regalos
203

de cumpleaños que Félix planeaba darle—todo entregado, todo tachado


excepto por Cena en Rampion y la palabra Baile.
Mira sonrió. Así que este era su secreto. Aquí fue donde él planeó el
romance.
Página

Las paredes estaban cubiertas de arte, como en una galería. No era


la colección de producción masiva de paisajes marinos que se encuentran
en el resto de las habitaciones, estos eran los originales, algunos muy
difíciles y extraños para ser otra cosa. La pieza más grande era un paisaje
de primavera brumoso, con un castillo en la distancia, tonos morados y
verdes. Había pequeñas, pinturas menos exitosas, también, junto con
dibujos a lápiz enmarcadas que parecía que había sido arrancado de libros
de dibujo—incluso un boceto de un niño mirando hacia abajo, girando una
ficha de póquer entre sus dedos... un chico que se parecía a Félix.
Mira buscó por una firma en los dibujos, pero no pudo encontrar
una.
Moviéndose hacia su escritorio, Mira abrió todos los cajones, cernida
a través de las páginas en blanco con el monograma de papelería, tarjetas
postales de recuerdo de todo el mundo (todos firmados por su padre),
baratijas dispersas, y una llave vieja, deteriorada. En la parte inferior de
uno de los cajones, encontró una fotografía tirada boca abajo. Alguien
había escrito Félix 6, Blue 2 en la parte posterior con tinta azul.
Mira tomó la foto con cuidado, esperando ver una instantánea de los
dos hermanos. Pero los chicos no se encontraban solos. Había una mujer
joven en la foto.
Los tres posaban en un banco, delante de un grupo de arbustos y
una exhibición de elefante polvoriento ¿el zoológico? Félix tenía una gran
sonrisa inocente en su cara. Él colgaba de la mujer como un mono, con los
brazos alrededor de su cuello, abrazándola. Blue se sentó en su regazo,
mirándose pucheroso, gordito y confundido, agarrando una bolsa de
algodón de azúcar. La mujer tenía un brazo alrededor de cada uno, y había
suficiente semejanza para que Mira estuviera segura de que era su madre.
Era bonita, delgada, un poco larguirucha, y un poco elegante. Tenía
el pelo negro y lacio sujeto a media cabeza en un moño desordenado,
mientras que el resto colgaba suelto. Su sonrisa—divertida y exasperada—
llegaba a sus ojos.
Parecía que los amaba. Ella también lucía pálida y cansada. Como
alguien que había estado enferma. Sólo, Mira no creía que eso era todo.
Recordó la forma en que solía lanzarse sobre Elsa y Bliss cuando era
pequeña, cómo de pegajosa y cariñosa había sido. Y se imaginó, si fuera
un Romantic, le que ese gran afecto llevaría a alguien que te amaba más
que a nada en el mundo.
204

Félix y Blue no habrían tenido ningún control en ese entonces.


Probablemente ni siquiera sabían lo que eran. Sólo la habían amado. Y
eran peligrosos.
Página

Por eso su madre se había ido. No porque tenía miedo de apegarse,


como Félix había dicho. No exactamente.
Mira tragó. Puso la foto en el cajón. Se sentía como si hubiera
molestado algo precioso, el polvo quemado era un secreto que no debía ver.
Una pérdida que Félix quería ocultar, incluso de sí mismo.
No había señales de advertencia aquí, ni cajas llenas de recuerdos de
antiguas novias, ni banderas rojas. Félix era privado.
Pasaba tanto tiempo estando disponible al público, atendiendo a los
clientes de Dream, que quería una habitación para él, y sólo él. Una
habitación que no tenía que ver todos los días.
Mira se sentía un poco culpable por perturbar esa privacidad—pero
vislumbrando estos pedazos de su vida privada, y las pequeñas cosas que
valoraba lo suficiente para salvar, sólo hizo que lo amara más. Así que se
sentía como si hubiera valido la pena. Aun cuando si él la encontraba
arriba conseguiría enojarse con ella.
Su última parada fue en el dormitorio. La puerta estaba
entreabierta, mostrando la oscuridad a través de la apertura y el fresco
aroma de rosas parecía más fuerte aquí. Empujó la puerta abierta con un
dedo, con el corazón palpitando nerviosamente mientras se preguntaba si
la habitación estaría especialmente decorada, tal vez incluso con pétalos
de rosa esparcidos por la cama. Porque él había dicho que tenía una
sorpresa para ella. Y no estaba segura de si estaba lista para que.
Un triángulo de luz se deslizaba mientras la puerta se abría. Sólo lo
suficiente para que distinguiera una figura en la oscuridad.
Sus latidos inundaron sus oídos, golpeándola en la cabeza como un
puño. —¿Félix? —gritó—. ¿Estás ahí? ¿Sabías que yo lo haría…?
Pero no hubo respuesta. No hubo movimientos. Quien fuera se
quedó quieto como una estatua.
—¿Félix?
Empujó la puerta para abrirla más lejos, hasta que golpeó contra
una obstrucción. Luz fluía sobre el resto de la habitación. Y ella vio.
Era una niña.
Una chica completamente inmóvil, con los ojos vidriosos.
Y no había una sola.
Cora, la chica que Mira había visto con Félix esa primera noche, se
205

dejó caer en una silla, con los ojos muy abiertos en la puerta, mirando a
quien tuvo la osadía de entrar.
Su cabello castaño era un desastre, y llevaba el mismo vestido verde
que había llevado cuando Mira la conoció. Un brazo colgaba a un lado de
Página

la silla. Tenía la cabeza apoyada en el reposacabezas. Lápiz labial rojo se


aferraba a los bordes de los labios.
Hace apenas una semana, Cora había paseado por el vestíbulo y
saludado a Mira en el jardín. Había tenido un aspecto seguro de sí misma,
fuerte pero encantador. Y ahora estaba en blanco. La miró y miró, pero no
había nada en su expresión. No había vida. Sus ojos estaban tan vacíos
como canicas.
—¿Cora? —dijo Mira con un nudo en la garganta, parpadeó para
alejar las lágrimas, con la mano temblorosa en el pomo—. Soy yo, Mira.
Por favor, di algo....
Pero incluso mientras hablaba, sabía que la chica no le respondería.
Debido a que Cora no era más que una niña en los fríos espacios del
dormitorio. Era parte de una colección entera de muchachas sin vida.
Una rubia en camisón de seda se hallaba acurrucada en el suelo
junto a la cama. Una niña de cabello oscuro, vestida con pantalones y una
fina camiseta, yacía con la cabeza inclinada hacia atrás como si estuviera
esperando a ser resucitada, o un beso. Tenía hematomas en las muñecas.
Niñas sentadas en los sofás. En el suelo. Algunas fueron colocadas
con elegancia, los miembros dispuestos para capturar su belleza. Otras
fueron colocadas donde quiera que encajaran, como si la habitación fuera
una maleta demasiado pequeña que alguien se había cansado de empacar.
Llevaban vestidos de noche, camisetas sin mangas y pantalones vaqueros,
pijamas, blusas que habían sido desgarradas.
Y en el centro de la habitación había una cama, pulcramente hecha
con una colcha blanca gruesa. Rosales en maceta estaban como centinelas
en cada mesita de noche, emitiendo una rica y morbosa fragancia.
Dispersos por toda la cama había páginas sueltas de un libro viejo. Se
veían amarillentas, con las esquinas dobladas. Y dejado allí
deliberadamente, como migas de pan: piezas de un secreto que podría
finalmente ser revelado.
Temblando, Mira reunió las páginas. Este era su relato. La maldición
que escondieron de ella.
La primera página daba un ejemplo: un hombre bien vestido en una
mansión exquisitamente decorada, presentando un manojo de llaves a una
chica joven con ganas. Mira dejó de respirar al ver el pelo azul del hombre,
su puntiaguda barba azul. Parecía un demonio y un rey a la vez.
En la siguiente página apareció el título.
206

Barba Azul.
No conocía este cuento de hadas.
Sus ojos se apresuraron a recorrer la página, faltaban líneas enteras,
Página

se tragó el latido frenético de su corazón.


Respirando fuerte en su pecho, ella leyó.
En el cuento, un hombre con una barba azul buscaba una esposa.
Las mujeres encontraban su extraño colorido repulsivo, pero él era rico, y,
finalmente, la chica que cortejaba se convenció por sus regalos y
atenciones, y aceptó casarse con él.
Alrededor de un mes después de su matrimonio, Barba Azul fue
llamado por negocios. Antes de irse, le dio a su joven novia un anillo de
llaves que le daba acceso a todo en su mansión. Cada puerta, cada cofre
de joyas. Eran las llaves de su riqueza, y más.
Pero había una puerta que le prohibió a su esposa abrir: un pequeño
armario en el extremo de la gran galería.
—Abre todos ellos; entra en todos y cada uno de ellos, excepto el
armario pequeño, el cual te prohíbo, y prohibido de tal manera que, si por
casualidad lo abres, no hay nada más que puedas esperar de mí, sólo ira
y resentimiento.
Su esposa le prometió que nunca entraría en la habitación prohibida
y Barba Azul la abrazó y se despidió.
Pero tan pronto como Barba Azul se había ido, su joven esposa
corrió a la habitación prohibida, tan rápido que casi se tropezó y se rompió
el cuello.
Abrió la puerta y entró, y allí, en la sala prohibida, se encontraban
todos los cuerpos de las ex esposas de Barba Azul, el piso cubierto con su
sangre coagulada. La joven esposa huyó con horror, no sin antes dejar
caer la pequeña llave en el suelo, con lo cual se tiñó con sangre, como por
arte de magia, y ninguna cantidad de lavado o desgrasado quitaría la
mancha.
El resto de la historia se desarrolló como los cuentos de hadas
hacen: Barba Azul regresó a casa temprano y descubrió la trasgresión de
su esposa. Juró castigarla, y sacó su espada para cortarle la cabeza.
Sin misericordia.
—Estabas decidida a entrar en el armario, ¿no? Muy bien, señora,
entrarás, y tomaras tu lugar entre las damas que viste allí.
Al final, la joven esposa se salvó. Sus hermanos llegaron justo a
tiempo para interrumpir el asesinato, y para matar a Barba Azul.
207

Pero había una habitación llena de mujeres que no tenían a nadie


para salvarlas. Quienes habían oído las palabras tendrás tu lugar entre
ellas de labios de Barba Azul, y fueron cruelmente asesinadas por su
descubrimiento.
Página

Mira no quería creerlo.


No había sangre en el suelo, no había sangre en ninguna parte.
Se deslizó hacia Cora y tocó el hombro de la chica, haciendo una
mueca cuando lo hizo. Tal vez era un encantamiento. Por favor, que sea un
encantamiento.
La piel de la muchacha era fría.
Mira empujó con más fuerza, como si quisiera obligarla a despertar,
y Cora cayó de la silla. Mira gritó, se movió hacia atrás para evitar que la
chica cayera sobre ella.
Acercándose un poco más, Mira se arrodilló y tocó el cuello de Cora,
buscando el pulso.
Nada. Nada. Nada.
Ninguna de las chicas estaba dormida, drogada, jugando, esperando.
Estaban muertas.
Habían sido amadas aquí. Asesinadas aquí.
Y algunas—algunas habían tratado de escapar. Sus ropas rotas y
contusiones eran testimonio de ello.
—Pero ya era demasiado tarde —susurró Mira. El cuarto prohibido
era una trampa.
Mira se preguntaba cómo lo había hecho. No con una espada que
era el lugar donde la historia se separaba de la realidad. Félix era un
Romantic, tenía otra arma a su disposición.
¿Había besado sus bocas, lenta y suavemente? ¿Sus labios
acariciaron sus gargantas como las mordeduras de un vampiro, cada
toque tomando un poco más vida? ¿Había él… Había él…?
No podía dejar a su mente ir más allá. Le dolía ver la evidencia, los
años de seducciones. Ella estaba llorando y asfixiada, secándose los ojos
cada vez que las lágrimas la cegaban, negándose a dejar que nada le
ocultara la verdad. Quería estar horrorizada. Parecía enferma estar celosa,
también, pero lo estaba. Dolía saber que había amado a tantas otras
niñas, que no era especial, no era única.
208

Él no la había presionado acerca de pasar la noche juntos. Había


pensado que era porque era un caballero. Pero por supuesto que no la
había empujado, no tenía que hacerlo. Sabía que este momento llegaría.
Cuando ella tendría que conocerlo todo de él.
Página

Una noche, cuando él iba a reclamar todo de ella.


No, no esta noche. No ella.
Mira se alejó de la habitación, con el corazón en la garganta, el amor
y la tristeza por lo que le era difícil respirar. Ella lo amaba.
Realmente lo amaba, incluso ante todo esto, quería de alguna
manera negarlo, inventar excusas para él. Se hallaba llena de emociones y
el corazón le dolía como si fuera a matarla.
Se iría. Se escaparía y no volvería nunca más. Dejaría detrás sus
libros, su ropa, sus amigos, sus recuerdos.
Pero no su vida.
En la puerta, con la mano en el pomo, oyó el zumbido del candado
abierto desde el exterior. Buscó a tientas el cerrojo—pánico incluso más al
ver cuántos bloqueos se produjeron: tornillos, cadenas y—pero la puerta
se abrió hacia ella y la tiró a un lado.
Mira se tambaleó hacia atrás, las florecientes rosas rojas de las
puntas de sus zapatos sin valor, bonitas, y se enfrentó a él, en los albores
de su decimosexto cumpleaños.
Félix parecía triste, feroz, perversamente amoroso y enojado.
Pero no sorprendido en absoluto.
—No fue mi intención, Félix… Tú no entiendes —tartamudeó,
luchando para explicar, para salvarse, con una mente que se había vuelto
completamente blanca.
—Oh, Mira. —Sacudió la cabeza, con los ojos ardiendo de emoción,
se pasó una mano temblorosa por el pelo—. Tenías que venir aquí.
Su boca estaba entre una mueca y una línea apretada de dolor.
—Acabo de llegar —juró ella, con tanta vehemencia que casi se la
creía—. No he visto nada. No toqué nada. Sólo vamos a cenar. Por favor. O
puedo irme. Si quieres que me vaya para siempre, puedo irme.
—Sé exactamente cuando llegaste, y sé exactamente lo que hiciste —
espetó—. No necesito una llave sangrienta para decirme eso. Se trata de
un casino; no confiamos en nadie. Tenemos tanta vigilancia que no te
puedes ni imaginar.
Los ojos de Mira se llenaron de lágrimas. Admitiendo la culpabilidad.
209

Maldita sea. Quería mantener la calma y la tranquilidad y mentir,


pero no pudo. Ella no podía. La habitación se encontraba llena de chicas
que él había asesinado y él la iba a matar a continuación.
Algo pareció romperse en él cuando la vio llorar, pero no lo correcto.
Página

Él sentía lástima—lastima de sí mismo, más que nada—pero en ninguna


parte de la cara le vio misericordia.
Se acercó a él, esperando poder razonar con él, agarró la parte
delantera de su chaqueta.
—Félix, tienes que dejarme ir.
Su voz sonaba cansada. —No puedo, Mira. No puedo dejar que
abandones este cuarto. ¿No lo entiendes?
No entendía, se negaba a entender.
La puerta estaba detrás de él. Si era capaz de pasar más allá de él,
lanzarse, abrirla—correr.
Ella se lanzó hacia la puerta y él la atrapó con facilidad, la empujó
con fuerza y la lanzó a través del suelo. Su piel se enrojeció donde rozó la
alfombra, su codo palpitaba del golpe con el escritorio.
Nunca había sido agresivo con ella antes, y la violencia fue un
shock, incluso ahora.
Mira tambaleó sobre sus pies, su esperanza murió cuando él se
volvió de espaldas a ella y empezó a asegurar las cerraduras de la puerta.
Era como si un interruptor hubiera sido accionado en él, parecía más
tranquilo a cada movimiento. Las manos le temblaban menos con cada
cerradura.
—Nunca quise que vieras esta parte de mí —dijo Felix—. He tratado
de ser mejor por ti. Pero esto es lo que soy. Cuando se llega a esto… esto
es todo lo que soy.
—No —insistió Mira—. No es así. No puede ser. Te quiero.
Una extraña expresión apareció en su cara—tristeza, cariño,
renuncia.
—Lo sé —dijo—. Todas ellas lo hicieron.
Y entonces la tomó en sus brazos, agarrándola con tal determinación
que su lucha se derrumbó casi antes de empezar. Hace unos días, había
estado tan débil por sus besos en la tienda de flores que apenas había sido
capaz de caminar, ahora la fuerza que había recuperado se marchitó bajo
sus manos. Y como un héroe conquistador, o un novio, o un amante—
asesino llevaba su cuerpo indispuesto a la cama.
La arrojó sobre la colcha blanca y no perdió tiempo trepando sobre
ella, sujetándola bajo su cuerpo para impedir que escapara. Las chicas
210

muertas los rodeaban, congeladas en sus posiciones, un público inerte,


indiferente.
Mira recorrió con la mirada la habitación, observando cada detalle
macabro. Era como mirar a un accidente, no pudo detenerse—hasta que
Página

Félix le puso la mano sobre los ojos.


—No mires —susurró, su aliento caliente contra su oído—. No tienes
que ver.
Alzó una de sus muñecas para cubrir sus ojos, y ahora ella se estiró
hacia él, su mano temblando sobre sus facciones. Él se preocupaba por
ella, sabía que lo hacia. Si tan sólo pudiera llegar a él...
—No quiero hacer esto —dijo—. Sé que tú no quieres hacerlo.
Félix le tomó la mano, apartándola lejos de él, y aplastó su brazo
contra la cama. Sus ojos se abalanzaron sobre ella, lamentándolo.
—Si lo que quisiera importara —dijo—, esta habitación no existiría.
Esta maldición no existiría. Quiero ser feliz y tener una oportunidad real en
eso, al igual que todos los demás. Yo podría, si alguien simplemente
escuchara. Mira —susurró—, ¿Por qué nadie escucha?
—¡No lo sé! —exclamó. Y entonces recordó que no era culpa de ella,
podía explicar. No había querido venir hasta aquí—. ¡El hada! Delilah. Me
dijo que yo debería…
—No importa. —Su voz era suave, teñida de dolor, con el pesar que
se había filtrado a veces cuando estaba con ella—. Hay una persona
inocente en esta sala. Y no soy yo, y no eres tú.
La primera chica, pensó. La niña cuya muerte había sido un
accidente, antes de que hubiera sido un cuarto de acceso prohibido, un
secreto por descubrir.
Antes de que su maldición le hubiera roto. El amor destruye, le había
dicho una vez, y esto era lo que había querido decir. No había pensado que
eso la destruiría, también.
Tú entraras, y tomaras tu lugar entre las damas que viste allí...
—No puedes retenerme aquí —dijo, quedándose muy quieta, como si
él fuera un animal que atacaría si se movía.
—Te equivocas. Tengo que mantenerte aquí. —Sus manos sujetando
sus muñecas, y su agarre era tan fuerte que sentía que podía aplastarlas
si quisiera. Él era mucho más fuerte que ella. Tenía su propia fuerza y
tenía toda la fuerza que había robado—. No pelees conmigo. No hagas esto
más difícil.
211

—¿Esperas que sólo me quede aquí y muera? —Ella se tensó contra


él, luchó para romper su agarre, para echarlo de encima de ella.
La piel de sus muñecas se torcía, con amargura de los grilletes de
las manos. Sus hombros se subieron hacia arriba, con las piernas luchado
Página

contra su peso. Pero la mantuvo inmóvil, sin ningún esfuerzo en absoluto.


El cuerpo del que una vez había querido estar cerca, era ahora una
prisión de la cual no podía escapar. Por fin, ella se quedó inmóvil, con el
sudor cubriendo su piel, jadeando, con las muñecas adoloridas.
Félix no parecía enfadado porque había tratado de liberarse.
Él sabía que no iba a ninguna parte.
Y ahora ella también lo sabía.
Mira apartó la cara para no ver la decisión en sus ojos. Tenía que
haber una parte de él que la amaba lo suficiente como para escuchar. —Si
tú te preocupas por mí —dijo—, tienes que dejar que me vaya y nunca voy
a decirle a nadie, lo juro por Dios nunca
Él estiró los brazos por encima de su cabeza, puso su mejilla contra
la de ella, para que su cuerpo la cubriera como una mortaja.
Todo lo que podía ver, todo lo que podía sentir era él. —Yo habría
hecho cualquier cosa por ti —dijo—. Todo lo que hubieras pedido. Pero
esto. Mira, detener esto, evitártelo... eso es lo único que no puedo hacer.
Lo siento....
Realmente iba a hacerlo—Ella gritó pidiendo ayuda, misericordia,
cualquier cosa, y él la besó, sus labios sobre los de ella apretando con
fuerza hasta que el sonido murió en su garganta.
El mundo se volvió gris por un instante, parpadeó con estrellas,
como estática. Félix se mantuvo besándola—duro al principio, y luego
más suave cuando dejó de resistirse, sus labios tan suaves como el agua,
encantadores y románticos, como si fuera una noche especial.
Más precioso que la primera vez, ya que era la última.
Le pasó las manos por encima de su cuerpo, y había algo mareante
en su toque, algo que hizo fácil ceder, y difícil respirar. La muerte más
suave imaginable. Ella arqueó la espalda, y él inclinó la cabeza para
besarla en la garganta, y fue maravilloso, como siempre lo fue—
No quería que terminara. Fue horrible, iba a terminar, y su mundo se
acabaría con él. No quería perderlo, no quería perderlo todo.
Odiaba que él pudiera provocar estas emociones en ella, incluso
cuando le hacía daño. Asesinándola. Odiaba que su corazón le fallara
antes de que le fallara a él.
Cuando Félix se levantó sobre los codos para mirarla, su rostro
nadaba por encima de ella como un espejismo. Ella quería que se
212

detuviera. Quería que él la tocara otra vez, tan suavemente, para decir que
todo era una mentira. Que él podía perdonar su intromisión, por descubrir
su secreto. Que sentía todo lo terrible que había hecho, y nunca lo volvería
a hacer. Podía cambiar para ella.
Página

Él secó las lágrimas de sus mejillas, y la ternura de sus caricias era


como un idioma que ella no entendía. —Fue muy duro —confesó—. Tan
difícil dejarte ir una vez que supe que me amabas. El sentimiento es tan
hermoso, tan adictivo... pero me contuve. Quería tener algo real
contigo. Pero no me dejaste. Tenías que ser como las demás. Y arruinar
esto...
Félix siempre había confiado no ir demasiado lejos, para no herirla
incluso una vez que ella sabía que él podía. Ella había perdonado sus
pecados sin una disculpa, ningún reconocimiento de su parte de que había
hecho algo mal.
Pero él se negó a perdonar.
Esta vez, no se detendría. Iba a tomar todo.
Félix besó un camino de despedida a lo largo de su cuerpo. Cada
toque le robó el calor, debilitó el hilo que la unía a la vida, que la hizo
consciente de la cama debajo de ella, y su peso encima de ella, el olor de
su colonia, el roce de su aliento cuando convenció otro jirón de vida de su
cuerpo. Su cabello caía en su cara, despeinado y salvaje, tan diferente de
antes.
—Por lo menos tendrás tu final feliz —murmuró—. Te puedo dar eso.
Esto no te hará daño. Será... al igual que las otras veces. Y siempre te voy
a amar. Nunca te olvidaré...
—No... —dijo ella débilmente—, esto no es feliz, Félix, por favor no
hagas esto....
—Vas a ser más feliz de lo que yo estaré cuando esté hecho. Por lo
menos puedes conocer el amor sin tener que destruirlo. Tengo que seguir
adelante. Tengo que seguir jugando este juego hasta que alguien escuche.
Y los dos sabemos... que nadie lo hará. Nadie lo hace. Esto tiene que ser tu
final feliz, Mira. Debido a que este es el único final que tendrás.
La vida y el amor barrieron lejos de ella como una ola en el mar.
Era todo lo que Mira podía hacer para aferrarse a la conciencia.
Había luchado al principio, pero hacía mucho tiempo que dejó de luchar.
Un beso y su resistencia comenzó a drenar, dos y la debilidad, la extraña
euforia salieron, tres besos y el pánico luchaba con renuncia en su mente,
la única parte de ella que aún parecía funcionar.
Se sentía como si estuviera en la piscina de los Knights demasiado
caliente para nadar: el peso de su cuerpo variando, desapareciendo, sólo el
roce de una mano sobre su piel recordándole que tenía un cuerpo en
213

absoluto.
Había una cosa que no podía olvidar. Una cosa que ninguna
cantidad de entumecimiento podía robar.
El colgante que yacía contra su pecho como una crisálida, una
Página

mariposa en hojas de afeitar en espera de ser liberado. Podía sentir aún


cuando sus sentidos la abandonaban. El peligro que representaba pesaba
sobre su corazón.
Y mientras su mente luchaba por encontrar una salida, otro final
que terminara con la muerte... la hoja comenzó a parecer una segunda
oportunidad.
El amor era algo que tenía que hacer. Sentir. Activo, no pasivo.
¿Podrías amar cuando estabas dormido?
Y si ella no amara activamente a Félix—si ella estuviera tan
desconectada de sus emociones, como del resto del mundo—¿podría
todavía sacar ese amor de ella, robar la vida de ella, beso a beso?
Se llevó la mano al pecho, lentamente, y comenzó a desenrollar la
gasa.
Sus dedos estaban entumecidos como si fuera invierno. Ni siquiera
podía estar segura de que desenrollaba la gasa correctamente, pero el
miedo primitivo que la sacudió cada vez que tocaba la hizo pensar que
tenía éxito. La maquinilla de afeitar era su gatillo. Su cuerpo no quería
estar cerca de él. Se lo dijo en términos muy claros, por instinto: NO.
Félix hizo caso omiso de su torpeza, estaba demasiado preocupado
con su asesinato. Ella había dejado de luchar, y fue permitiendo aturdida
darle de comer. A pesar de que él la robo, ya que librarla de todo lo que le
importaba, no rasgar el vestido, o hacer cualquier cosa que no había hecho
antes. Era irónico, él trataba su cuerpo con una especie de consideración
cortés, pero no tenía ningún reparo en matarla. Supuso que debería haber
estado agradecida de que no la tomara violentamente, no tenía necesidad
del trauma encima de todo lo demás.
La cinta de gasa revoloteaba en su palma.
No podía ver ya a Félix; apenas podía sentirlo. Su pulgar golpeó el
metal de la hoja de afeitar, y la recibió con una sacudida de
reconocimiento: Tú me conoces. Voy a hacerte daño. Bienvenida a casa.
La muerte o el sueño. Uno o el otro iba a venir por ella.
No tenía tiempo para lamentarlo. La hoja de afeitar tocó su dedo,
derramando sangre.
214

Y el mundo desapareció.
Página
18 Traducido por Monikgv
Corregido por Rominita2503

espués del show, la mitad del club salió del Stroke of


Midnight y siguieron a Rafe a una fiesta prometida en la
playa. Blue trató de no pensar en Mira: ¿por qué se había
ido temprano del club?, ¿qué le había dicho Félix para
hacerla ir hacia él? Era después de la medianoche, cerca de las dos de la
mañana, así que era oficialmente su cumpleaños… Él quería desearle un
feliz cumpleaños.
Pero no quería estar enojado ni deprimido justo ahora—que sería
como se sentiría si la viera con su hermano, y ella dijera, Soy feliz. ¿Puedes
dejarme ser feliz?
Se sentía agradecido con la distracción. Se dejó llevar
incondicionalmente por la fiesta: bebiendo, burlándose de la gente que
estaba más ebria que él.
Las chicas se arrastraban detrás de Freddie como gaviotas
acechando un bote pesquero… y parecían encontrarlo lindo cuando él huía
aterrorizado. Jewel se escabulló con una rubia llamada Luxe, una de las
emocionalmente entorpecidas, siempre-inmaduras Bondadosas, quien
había reclamado a la infamia de los cuentos de hadas cuando era una pre-
adolescente, después de enojar y robar una casa llena de osos.
Las dos chicas se besaron por unos minutos, luego tomaron aire así
Jewel podría limpiar las joyas de sus labios y meterlas en los bolsillos de
Luxe. Rafe golpeaba latas de cerveza vacías contra su frente hasta que
llevaba una corona de moretones.
215

Y Blue extrañaba a Mira. Deseaba que ella estuviera allí


preguntándole por qué era amigo de Rafe. O él podría contarle la historia
de Luxe robándole a los tres osos, y hacerla reír. O estar de pie en las olas
con sus brazos alrededor de ella, mientras ella pretendía no gustarle.
Página

Wills balanceó a Viv alrededor como si fuera una muñeca de trapo,


sus manos en su abdomen desnudo; él la bajó para ser confrontado por
Henley y sufrió un golpe en la cara. Luego los tres hermanos Knight se
confabularon contra Henley, ebrios y estúpidos con el gen de héroe,
concediendo ojos negros como deseos.
Se convirtió en una pelea en la playa, con los malditos más jóvenes
viniendo a ayudar al cazador. Hábiles lobos malos y engreídos tipos como
Jack el-asesino-del-gigante. A Blue no le gustaba pelear, pero ojos negros y
moretones encajaban en su agenda de anti-Romantic, así que saltó al
combate para conseguir algunos recuerdos.
Pelearon hasta que los policías llegaron a intervenir, y él y Freddie
corrieron y se escondieron hasta que el caos se calmó, sintiéndose
arriesgados y vivos.
El amanecer apareció en la playa, siguiéndolos a casa.
Blue y Freddie se quedaron de pie frente al Dream, boquiabiertos al ver lo
que había ante ellos.
Todo el edificio estaba cubierto de espinas: ramas con púas que
escalaban las paredes del hotel como hiedra afilada. Una maraña de
espinas atravesaba las puertas de cristal y las ventanas, encerrando a todo
el mundo adentro, bloqueándolos a ellos afuera. No fue hasta que Blue
trató de tocar una y una rama vino velozmente y lo rasguñó, sangrándolo,
cuando se dio cuenta de que no era una ilusión.
La maldición de Mira.
Blue maldijo. Se volvió hacia Freddie, cuyos ojos brillaban con
emoción—la tragedia de una persona estaba siendo el tesoro de otra
persona, supuso él.
—¡Traeré mi espada! —djo Freddie.
—Esa espada no va a hacer nada. —Blue sacó su teléfono—. Voy a
hacer que Henley traiga el hacha.
—¿Henley? —Palideció Freddie—. Pero yo… yo lo golpeé en la cara
con un trozo de madera hace unas horas. ¿De verdad crees que esa es una
buena idea?
—Bien, trae tu espada. ¡Pero apresúrate!
Freddie ya estaba en camino. —¡No te preocupes! —gritó y se echó a
correr por la calle. Freddie era un Privilegiado; al fin tenía una princesa
que salvar, y nada sobre eso podía ser algo malo, mientras Freddie
216

estuviera preocupado.
A Blue, por otro lado, no le gustaba que el destino hubiera escogido
hoy para atacar. El cumpleaños número dieciséis de Mira; hablando de
mal agüero. Se sentía como si todo se estuviera cayendo a pedazos…
Página

Había más de mil quinientas habitaciones en el Dream. Cerca de un


millar de lugares donde Mira pudo haberse quedado dormida. Pero no
importa cuántas habitaciones hubiera, sólo había dos o tres lugares donde
era probable que Mira estuviera.
Con Félix. Con Félix. Con Félix…
El teléfono de Viv fue directo al correo de voz, así que Blue llamó al
teléfono de la casa de los Deneuves —Regina contestaría. Y ella era lo
suficientemente puta como para molestar felizmente el descanso de belleza
de Viv para hacerla hablar con él.
A Viv le encantaría ser despertada por su madrastra. Pero él podía
lidiar con su ira. Él estaba listo para prometerle cualquier cosa, besar su
trasero por los próximos cien años, personalmente probar cada manzana
que le ofrecieran por el resto de su vida, siempre y cuando le pidiera a
Henley venir al Dream con un hacha y hacerlo pasar a través de esas
espinas.
Él necesitaba entrar allí. Necesitaba encontrar a Mira y asegurarse
de que estaba bien.
Porque allí estaba el sueño—y luego estaba Félix. Y él no tenía idea
de cuál había llegado primero a ella.
—No creo que esto funcione —dijo Henley. Había llegado con un
hacha, una sierra de cadena, y con Viv detrás. Freddy no había regresado
aún—que era por lo que Blue quería que Henley tratara de cortar a través
de esas espinas ahora. Cuando le había dicho a Freddie que se apresurara,
se había olvidado de que Freddie interpretaría eso como ve y dúchate y
cámbiate, lávate los dientes así estarás como menta fresca para tu destino.
Luego apresúrate.
—Sólo inténtalo —dijo Blue—. Trata antes de que me tire a través de
esas espinas, la última cosa que necesito es que Knight libere mi cadáver
atrapado con su espada.
—Sólo estoy diciendo —siguió Henley—, estas espinas están
encantadas. Se supone que sólo sean cortadas por un príncipe. ¡Hnnh!
—Henley balanceó su hacha, y las ramas espinosas se partieron en
dos al toque de la hoja, luego se encogieron, volviéndose grises y
quebradizas. La puerta de vidrio se agrietó por la fuerza del hacha.
Viv examinó el aspecto de la ramas secas. Tocó una de las espinas, y
se convirtió en polvo. —¿Mira está enferma? —dijo—. No se supone que las
espinas sean así de débiles. A menos de que algo malo pase con ella…
217

—Hacha en mano. Quítate. De. Mi. Camino. Vivian —ordenó Henley,


preparando el hacha para otro movimiento.
Enferma. Débil. Mal.
Página

Blue encontró sus manos cerradas en puños. Quería matar a Félix.


Matarlo.
—¡Abre la puerta! —espetó.
Exhalando respiraciones profundas, Blue se quedó atrás mientras
Henley daba otro hachazo a través del resto de espinas—cada rama
encogiéndose penosamente una vez que era cortada.
Cada grieta en el vidrio hacía que el corazón de Blue saltara.
Necesitaba encontrar a Mira. Necesitaba creer que ella podría estar bien.
Que aún no era demasiado tarde.
La última de las espinas cedieron, y Henley pateó los paneles de
vidrio rotos.
Entraron a través del agujero hacia una pesadilla silenciosa.
Bueno, no silenciosa del todo.
El Dream se encontraba siempre vivo. Siempre lleno de voces
emocionadas y desesperadas, voces llenando el aire como la ráfaga de una
cascada. No importaba la hora del día o noche.
Hasta ahora.
Las máquinas tragamonedas aún hacían el mismo ruido electrónico.
Filas y filas de máquinas repicando, los sonidos se superponían entre ellos
así que nunca había un fragmento de silencio, nunca un momento de
calma.
Pero los jugadores se hallaban desplomados en sus asientos, mejillas
aplastadas contra pantallas de video de póker, tragamonedas esperando
otra vuelta. Vasos de plásticos sobre el suelo o volteados sobre regazos
dormidos, monedas derramadas en el suelo.
La ruleta había dejado de girar. Los dados yacían congelados en las
mesas. Casas llenas eran ignoradas. Ninguno de los jugadores de
blackjack se iban o se quedaban; en vez de eso, estaban desplomados
sobre la mesa o el suelo, las extremidades en ángulos extraños, las cartas
dispersas.
Las meseras habían dejado caer sus bandejas y yacían inconscientes
en charcos de licor y hielo derretido. Los supervisores no veían nada más
que sus sueños.
Cada persona en el casino dormía.
218

Era como entrar en un Apocalipsis. Una película del fin del mundo
en la cual las máquinas seguían trabajando—incluso cuando la gente se
había ido.
Página

—¿Dónde crees que está? —preguntó Viv, sus ojos mirando a los
invitados dormidos.
—No lo sé —dijo Blue—. Pero… tengo varias sospechas. —Sacó su
billetera para tomar su llave maestra, idéntica a la llave que Félix le había
dado a Mira, y la cual él había tomado de ella—y vio que una de las
tarjetas no estaba.
Ella la había tomado.
Debió haberla tomado durante la presentación. Porque él la tenía
antes de eso; recordaba revisarla, paranoico de que hubiera desaparecido.
Entonces ella tenía que estar…
—Chicos necesitan quedarse aquí —dijo, sus manos temblando
mientras regresaba su billetera a su bolsillo—. No pueden ir a donde voy.
—Oh, Blue, tú no crees que… —Viv se quedó sin palabras.
Nadie terminaría esa oración.
Ellos conocían su cuento; sabían del lugar prohibido. Y lo que
pasaba allí.
Henley tomó la mano de Viv, y por una vez, parecía agradecida; se
acurrucó dentro del espacio debajo de su brazo, con miedo en sus oscuros
ojos. Blue sólo asintió. Tenía miedo de que la perdería si hablaba. —
¿Quieres el hacha? —dijo Henley.
Blue negó con la cabeza. Si tomaba el hacha, temía que la usaría
contra Félix. Y no importaba lo que Félix había hecho, no importaba
cuanto daño quería hacerle, él sabía que no podía matar a su propio
hermano. No necesitaba más remordimientos.
Se dio la vuelta y se echó a correr hacia los ascensores.
La suite 3013 se hallaba tan tranquila como una tumba.
Manchas de sangre salpicaban la alfombra blanca como la nieve en
un rastro que conducía a la habitación. Una sola hoja de papel estaba
tirada en el suelo. Todo lo demás estaba en orden.
Pero la puerta de la habitación se encontraba cerrada.
Los ojos de Blue fueron hacia el rastro de sangre y se quedaron allí.
Como si no fuera suficiente drenarla. Él había dañado también.
Blue apretó sus dientes y presionó sus palmas en sus ojos. Aspiró
un par de veces, tratando de calmarse. No podía ceder a la desesperación.
No aún.
219

La esencia de las rosas lo golpeó mientras empujaba dentro de la


habitación, presionando contra la puerta, tanto de manera constante como
suavemente, temiendo que habría un cuerpo inerte bloqueando el camino.
Él no quería irrespetarlo, dañarlo—incluso si toda la vida había sido
Página

robada.
Había estado en esta habitación una vez, cuando tenía trece años. Y
Félix nunca lo había perdonado. Ellos nunca habían tenido una gran
relación, pero la intrusión de Blue dentro del lugar más secreto de Félix
había destruido la poca amistad que habían tenido. Eso había desgarrado
el velo de los crímenes cuidadosamente escondidos de Félix—y destruido la
ilusión de que Félix era menos monstruoso que su padre.
Entrar en la cámara de un Romantic era la última invasión a la
privacidad, y venía con un precio alto. Para muchos, ese precio era la
muerte. Con la excepción de parientes de sangre que compartían la
maldición —y la vergüenza— nadie que entrara podía salir, para revelar el
detestable secreto.
Los intrusos tenían que ser silenciados, y añadidos a la colección.
Y si los intrusos no te amaban, si no podías silenciarlos y
fortalecerte a través de robar su amor y su vida, entonces los silenciabas
de una forma más sangrienta, de formas más tradicionales.
De ahí la tan llamada cámara sangrienta. La sangre coagulada en el
suelo, las mujeres colgando de ganchos en cuentos de hadas, gargantas
cortadas. Pero Félix nunca tuvo que tomar esas medidas. Era el seductor
por excelencia, suave y generoso, lo suficientemente atractivo para superar
los siglos de desconfianza que el cabello azul había fomentado. Y a Félix no
le gustaba ensuciarse las manos. Nunca cortaría a alguien a menos que
fuera absolutamente necesario.
Así que si había sangre, Mira debió haber peleado con él. O tal vez
ella era más fuerte que la mayoría de las chicas, porque su sangre vibraba
con la magia de los cuentos de hadas, y él había perdido la paciencia,
entrado en pánico, tenido miedo de que no hubiera manera de silenciarla
excepto con violencia.
Era demasiado esperar que ella realmente no lo amara. Blue había
visto el efecto que su hermano tenía en Mira; había sido testigo con sus
propios ojos. Él se había sentado junto a ella mientras había dormido en
su cama, inconsciente e imposible de despertar—sus ojos en el ligero
parpadeo de sus pestañas, su débil pecho subiendo y bajando cuando
respiraba.
Él había pensado que esa había sido una agonía.
Esto era infinitamente peor.
220

Cuando Blue había entrado en la cámara de su hermano por


primera vez, Félix tenía diecisiete años. Entonces, había dos chicas en la
habitación, ambas hermosas y jóvenes—más jóvenes de lo que Blue es
ahora. Eran chicas solas, sin amigos; lo suficientemente bonitas, pero
Página

ambas profundamente heridas emocionalmente que nunca habían


encontrado terreno común con nadie más. Y habían gravitado hacia Félix,
quien las aceptó, quien sabía exactamente lo que necesitaban. A Félix le
gustaban las almas perdidas, huérfanas, fugitivas—justo igual que su
padre.
Porque nadie venía a buscarlos nunca.
Las primeras dos novias de Félix aún seguían allí—su ropa y sus
peinados cerca de cuatro años pasados de moda—pero habían sido
acompañadas por casi otras dos docenas. Las chicas que parecían haber
aceptado —sin magulladuras, sin señales de lucha— se encontraban
sentadas o acostadas cuidadosamente en los muebles, o enroscadas
contra las almohadas.
Las chicas que habían luchado, habían recibido un trato más
descuidado, y habían sido arrojadas en cualquier lado donde podían
encajar. Dos chicas habían incluso sido metidas en un armario que estaba
abierto, sus extremidades entrelazadas, las piernas maltratadas como si
Félix las hubiera golpeado con la puerta mientras trataba de cerrarla.
Blue recordaba a algunas de estas chicas. Las que habían sido
amables con él. A las que él había intentado, sin éxito, de advertirlas.
Estas chicas habían revoloteado en la vida de Félix, y estuvieron
pronto radiantes con amor—pero nunca revolotearon de nuevo.
Desaparecieron. Y se quedaron.
Y luego allí estaba Mira.
Blue apenas podía verla a través de la cubierta de rosas que
custodiaba la cama, una densa maraña de espinas y flores rojas como la
sangre, cubriéndola como un ataúd. Protegiéndola.
Se hallaba completamente inmóvil, su espeso cabello rubio se
esparcía alrededor de la almohada, una mano descansaba sobre su pecho,
tan pasiva y fríamente hermosa como cualquier otra chica en la
habitación. Y cuando se acercó para tocarla—abriéndose camino a través
de las espinas para llegar hasta ella—las ramas lo atacaron, pinchando su
piel en veinte lugares diferentes, gotas de sangre caían sobre su vestido
estampado de rosas.
Las espinas agarraron sus brazos como si fueran una trampa, no lo
dejarían que la tocara o se acercara, o incluso que se alejara.
Ninguna cantidad de esfuerzo le permitiría liberarse. Y aunque luchó
por acercarse, para dejar que sus dedos se cernieran sobre sus labios,
221

esperando sentir su aliento, las espinas se apoderaban de él y empujaban


su brazo hacia otra dirección, por lo que quedó más profundamente
entrelazado, pero no más cerca que antes.
—Por favor que estés viva —susurró—. Por favor que estés sólo
Página

dormida.
Pero no había ninguna señal de que estuviera bien.
Félix la había dejado aquí. Y Félix no dejaba las cosas sin terminar.
Él no la habría dejado viva.
Esos eran a los pensamientos que Blue volvía durante la hora que
pasó atrapado en las espinas. Ramas espinosas se habían enredado
alrededor de su muñeca izquierda, su cintura, su brazo derecho estaba
completamente aprisionado; las espinas punzaban sus mejillas. La sangre
le goteaba por la cara, pero él había dejado de sentirlo. Todo lo que sentía
era desesperación, y desesperanza por la situación.
Él miraba fijamente a los labios de Mira, su pecho—desesperado por
ver alguna indicación de que respiraba—cuando escuchó un crujido contra
la puerta exterior. Volvió su cabeza hacia ella, tratando de ver a través de
la puerta de la habitación, las espinas lacerando nuevas líneas a través de
su rostro; y vio la puerta exterior hacerse pedazos hacia el interior, un
pedazo de madera golpeando dentro de la habitación. Poco a poco,
mientras más partes de la puerta caían, vio que Freddie se encontraba en
el pasillo, cortando la puerta con el hacha de Henley.
Blue apretó los dientes. Félix no perdonaría la intrusión—incluso si
fuera Freddie. ¿Qué hacer entonces? ¿Hacer que Freddie se vaya, o decirle
que se apresure y viniera aquí, así tendrían una oportunidad de salvar a
Mira qué podría ya haber muerto?
Freddie era su mejor amigo; Blue no quería ver que lo lastimaran.
Pero Freddie también era un Privilegiado, y si su princesa estaba
atrapada bajo una cárcel de espinas, posiblemente perdida,
definitivamente herida, él no iba a irse sólo porque Blue so lo dijera. Eso lo
decidió.
—¡Apresúrate! —gritó Blue.
—¡Ya casi entro! —gritó Freddie.
Parecía tardar una eternidad para que Freddie entrara a través de la
puerta, pero al fin, hizo un agujero suficientemente grande y entró
rápidamente en la suite, con hacha en mano, una espada sujetada en su
cinturón. Lucía sonrojado y sudando, pero tenía una mirada de
determinación en su cara mientras caminaba hacia la habitación.
Una mirada titubeante tan pronto como cruzó el umbral—y vio a las chicas
muertas dentro.
222

—Oh Dios —susurró Freddie. Parpadeó un par de veces, y sus ojos


se volvieron brillantes y se extendieron. Era aterrador incluso si te lo
esperabas, incluso si habías sido criado para ser el mismo tipo de
monstruo, como Blue. Freddie era un héroe demasiado bondadoso como
Página

para soportarlo.
—Trata de no mirarlas —dijo Blue—. Sé que es difícil. Sé que es
horrible. Pero necesitamos ayudar a Mira. No sé… No sé si es demasiado
tarde. Pero tenemos que intentarlo. Concéntrate en Mira.
—Y espera que esté viva, pensó. Porque si no lo estaba, si Freddie había
venido hasta aquí para ser un héroe sólo para descubrir que ella estaba
muerta—eso lo destruiría.
Freddie asintió, tragando saliva. —Tienes razón. Lo haré. —Tomó un
poco de esfuerzo, pero Freddie manejó alejar su mirada de las otras chicas.
Se acercó a la maraña de rosas cuidadosamente, con la mano extendida
como si quisiera resguardarse de una bestia peligrosa—
Y las espinas se abrieron para él.
Las ramas se enrollaron, apretándose alrededor de Blue, y creando
un pasaje para Freddie a un lado de la cama, para que pudiera alcanzar a
Mira.
Blue contuvo la respiración y miró mientras su amigo se inclinaba,
fuerte y seguro y como todo un héroe. Nunca había envidiado a nadie más
como envidiaba a Freddie en ese momento.
Parecían una pareja perfecta: Mira, hermosa y quieta, con los labios
ligeramente abiertos; Freddie, ferozmente protector y atractivo, sus rasgos
fortalecidos por el amor. Si ella seguía viva, si estaba bien… Freddie podía
besarla, y nunca la lastimaría. Tenía un beso que sanaba, que rompía
encantamientos y llevaba a un felices para siempre. Él estaba marcado
para ser bueno, y nunca tenía que tener miedo de que fuera de otra
manera, de que fuera malo, un asesino malvado.
El beso de Blue sólo podía tomar. Sólo podía destruir.
Se sentía casi agradecido de que esas espinas lo tuvieran atrapado,
manteniéndolo en su lugar así no podía impedir que pasara.
Porque él quería ser quien la besara.
En vez de eso, se forzó a hablar.
—¿Está respirando? —preguntó Blue.
—No estoy seguro —dijo Freddie. Su voz se había vuelto suave, tanto
reverente como temerosa—. No se mueve. Y si lo hace, es tan leve que no
puedo verlo. Pero… Está aferrándose de algo… —Freddie tomó la mano de
Mira, la que descansaba en su pecho, y abrió sus dedos enroscados,
revelando algo plateado. Y un parche de color escarlata en su piel.
223

Blue entrecerró los ojos para ver a través de las espinas que se
acumulaban en su visión. —¿Qué es?
—Es una hoja de afeitar —dijo Freddie, sonando preocupado—. En
Página

una cadena, y su mano ensangrentada. Estaba… ¿sosteniendo una hoja


de afeitar…? —Levantó la mirada, sus ojos encontrando los de Blue a
través de las espinas—. Crees que ella… ¿dirías que ese es su
desencadenante? ¿Por qué usaría esto, si sabía lo que le podía hacer?
—No lo sé —dijo Blue—. Se suponía que ella… Se suponía que debía
ver a Delilah.
Lo entendió entonces. Mira había ido a ver a Delilah esa noche, en el
club, para averiguar cuál era su desencadenante. Blue había estado tan
decepcionado de que se había ido antes de que él tuviera la oportunidad de
verla de nuevo, se había olvidado por completo de que algo además de sus
sentimientos por Félix —o sus sentimientos por él— pudieron haberla
hecho huir fuera del club como Cenicienta después de media noche.
¿Qué le había dicho Delilah? No podía haberle hablado sobre la
maldición de los Valentine, pero debió haberle dicho algo. Algo que hizo
que Mira robara la llave y entrara en una habitación que se había resistido
a entrar hasta ahora.
Las hada malignas eran malas por los cuatro costados; no tenían
puntos débiles o talones de Aquiles emocionales. Delilah no le había
pedido un pago a Mira—porque lo que quería de ella era algo que sólo Félix
podía proporcionar. Y el hada tenía que haber sabido que Félix había
comenzado a ver a Mira; Delilah indicó saber estas cosas, especialmente
sobre Félix, quien seguía su maldición perfectamente, y a quien Delilah
adoraba sólo por esa razón.
La maldición original de la Bella Durmiente era pincharse el dedo y
morir—pero la maldición era siempre suavizada por un hada buena, que
alteraría el encantamiento de la princesa, así estaría destinada a caer en
un sueño profundo en lugar de morir. Pero, por supuesto, cualquier hada
malvada que valorara su maldad querría ver que la princesa Bella
Durmiente muera. ¿Qué mejor manera de guiar a Mira a su propia
destrucción que tentándola de alguna manera a entrar en la cámara
prohibida de Félix?
Félix, que se encargaría de la trasgresión de la única manera que se
le permitía.
Blue se hallaba tan furioso con sigo mismo que apenas podía
respirar.
—Maldita sea —murmuró—. Debí hacerla esperar. ¡Debí haber ido
con ella!
—¿Blue? —Freddie le frunció el ceño. Blue podía ver la preocupación
224

en los ojos de su amigo, la incertidumbre que no había estado allí antes.


Blue tomó un profundo respiro para calmarse. —Freddie, tienes que
besarla.
Página

—Si está muerta… —comenzó Freddie, sus labios temblaban


mientras se volvía hacia Mira—. Yo… yo no se si debería. No debo besar a
los muertos. Ni siquiera puedo encontrar su pulso. Pero… tengo que
intentarlo. No me perdonaría si no lo intento…
Freddie se inclinó, sus ojos cerrados, labios abiertos, un beso en
cámara lenta.
Blue se puso tenso, cada cortada en su cuerpo ardían de nuevo.
Cada segundo era una tortura.
Cada segundo que él no sabía.
Las espinas lo apretaban con más fuerza, y…
Freddie la besó.

***

El mundo corría hacia atrás lentamente, con incrementos


encantadores.
Seda transparente.
La esencia de las rosas.
Un beso.
Había labios suaves presionados sobre los de ella, besándola, y la
boca de Mira reaccionó con el movimiento, como si besarse fuera la cosa
más natural del mundo, similar a estar vivo.
Viva.
Sus párpados se sentían pesados. Sus brazos y piernas se sentían
distantes, como si su mente y su cuerpo estuvieran en dos lugares
diferentes.
Una mano tocó su mejilla, y era tan cálida—casi quemándola, pero
en el buen sentido, la infundía con vida—ella no quería que nunca la
dejara.
Tenía frío, congelándose—como si alguien le hubiera robado su calor
corporal mientras dormía.
Robado.
Félix.
225

Su intento por salvarse había fallado.


Sus ojos se abrieron, sus labios lucharon por separarse en un grito.
Escuchó su sangre corriendo como una explosión en su cabeza. Un gemido
de protesta vino de su garganta. Nubes negras flotaban frente a sus ojos,
Página

manchas oscuras reemplazaban su visión. Estaba muriendo. Estaba


muriendo. Había pensado que algo lo había detenido, interrumpido—tenía
una vaga recolección de nada, una pausa oscura—pero se equivocó, estaba
muriendo de nuevo… debe ser…
—Mira, estás bien, todo está bien —se apresuró a decir una voz
masculina, una voz muy cerca de ella. Sonaba preocupado y aliviado al
mismo tiempo.
La segunda voz sonaba más débil y lejana. —Él se ha ido, Mira. No
te puede hacer daño nunca más.
—¿Quién? —dijo ella. Era más un aliento que una palabra.
—Félix. Félix se ha ido. Freddie y yo estamos aquí. No dejaremos que
nadie te lastime.
Blue. Freddie y Blue se encontraban allí. Su corazón casi estalló de
alivio, y comenzó a llorar.
—No puedo ver —susurró. Dejó que sus emociones la inundaran,
como si las lágrimas lavarían su ceguera, así como las lágrimas de
Rapunzel habían curado a su príncipe después de que él había caído de la
torre, y las espinas le habían arrancado los ojos.
Sintió que alguien tiro de ella hacia arriba fuera de la cama,
movieran su cuerpo para que se sentara en unos brazos cálidos, contra un
cuerpo cálido; y por su estructura supuso que era Freddie, no Blue.
—Lo siento. Espero que no te moleste —dijo Freddie—. No podía
soportar verte así. Tendida allí, como si estuvieras… —La abrazó, y ella
dejó que su cuerpo se hundiera contra él. Lo sintió estremecerse—. Y estás
muy fría.
Mira estaba acurrucada en sus brazos, no segura de por cuánto
tiempo. El tiempo parecía haberse detenido. Todos estaban muy callados:
habían pasado por algo traumático, y ninguno sabía que decir aún. De vez
en cuando, Freddie la besaba en la frente o la mejilla, y una pequeña
llamarada de calor despertaba sus extremidades, despertaban una
sensación en ellas. Sus ojos comenzaron a aclararse, las nubes negras se
desvanecían en grises, el gris se disipaba y dejaba detrás una mancha, así
ella podía ver formas y colores, pero nada distinto; hasta que finalmente,
se encontró a sí misma mirando a Blue, quien estaba atrapado en una
densa maraña de espinas, mirándola.
226

Ella tenía la impresión de que él había estado mirándola durante un


rato. Y cuando sus ojos se aclararon, y él se dio cuenta de que ella lo podía
ver, él exhaló. Su cuerpo se hundió mientras se relajaba, y las ramas
espinosas raspaban y crujían uno contra la otra, cortando su piel. Una
Página

lágrima escapó de su ojo, y él rió casi dolorosamente mientras ella corría


por su mejilla.
—Estás llorando —dijo Mira, sorprendida. Nunca lo había visto así.
Ni siquiera cuando le había contado la historia de su cumpleaños número
dieciséis.
—Estas espinas duelen —dijo Blue, aún sonriendo, tímidamente esta
vez. Y ella se rió. Él estaba lleno de ellas. Freddie también se rió, a
carcajadas.
Todos reían y lloraban un poco, y Freddie la abrazó tan fuerte que
ella perdió el aliento por un momento—pero no era una sensación
aterradora. Se sentía a salvo con ellos. Sabía que nunca la lastimarían.
227
Página
19 Traducido por macasolci
Corregido por Juli_Arg

uego de que Freddie liberara a Blue de las espinas, los tres


se dirigieron escaleras abajo, donde los durmientes se
despertaban. Apostadores aturdidos palmeaban sus
tarjetas. Camareras de tragos se levantaban de las
alfombras empapadas de ginebra y reunían sus bandejas. Jugadores de
las máquinas metían monedas en vasos de plástico y discutían sobre qué
les pertenecía a quién. No había señal de Félix, y Mira quería salir del
casino antes de verlo.
Blue le había advertido, antes de que hubieran abandonado la
habitación prohibida, que Félix no dejaba las cosas sin terminar—su
maldición no lo dejaría. Sólo la había dejado viva porque sus espinas lo
habían atacado, creando una muralla y protegiéndola, y evitaron que él
sellara su destino.
Félix volvería a por ella, y a por Freddie también. Y mientras que
Blue y Freddie habían jurado protegerla, ella sabía que sólo había una
manera en que podía terminar... y no quería que terminara así hoy.
Se reunieron con Viv y Henley, que esperaban en el vestíbulo—y
dejaron atrás el Dream.
Los cinco desayunaron en una cafetería grasienta a la que no iba
nadie que conocieran, y tomaron suficiente café como para mantenerse
despiertos por días. Cuando el aire comenzó a oler a hamburguesas en
lugar de tocino, se levantaron de los asientos y salieron para enfrentar al
mundo. Viv y Henley se fueron en una dirección—y Mira, Blue y Freddie
228

fueron a la casa de Freddie.


Mira sabía que no podría continuar con su acto de desaparición.
Tenía que llamar a sus madrinas y confesar, y estaba decidida a acabar de
una vez con ello—hoy.
Página

No esperaba ver a sus madrinas en el patio trasero de Freddie.


Habían dado la vuelta hacia atrás en un intento de evitar a los
padres de Freddie, sólo para encontrarse con una pequeña reunión
cuando llegaron allí. Mesas y sillas y aros de croquet habían sido reunidos
bajo un toldo al aire libre detrás de la casa. Las jarras de cristal llenas de
té helado y rodajas de naranjas yacían sudorosas en las mesas.
Ella y la mamá de Freddie tomaban té y hablaban. Bliss sostenía un
mazo de croquet, con la falda acampanada levantándose cada vez que se
inclinaba para dar un golpe. Caspian la animaba, diciendo—: Eso es, ¡gran
trabajo! Y el papá de Freddie se encontraba sentado solo, fumando una
pipa y leyendo el periódico.
Mira se congeló.
—Las palabras viajan rápido cuando uno de los casinos termina
cubierto en zarzas —decía Elsa—. Justo hoy, nos imaginamos que tenía
que ser Mira.
La madre hipersensible de Freddie se abanicaba con un ventilador
japonés, sus labios fruncidos en una expresión victimizada.
—Debería haber sabido que él iba a romper un encantamiento. Lo
escuché tropezar por la casa esta mañana, poniéndose colonia a las siete.
¡No puedo creer que no me lo dijera!
Freddie se había detenido en seco al ver la reunión. Ahora hacía
gestos hacia el camino por el que habían venido, susurrando—: Tal vez sea
mejor si vamos por el frente...
Pero Elsa los había visto. Se encontró con los ojos de Mira y sonrió.
La mamá de Freddie siguió su mirada y se levantó del asiento.
—¡Frederick! —gritó—. ¿Cómo pudiste?
—Ah... ¿lo siento? —intentó Freddie.
—¿No pensaste que yo podría querer sacar una foto? ¡Ni siquiera me
advertiste! Ahora todo lo que tengo para esperar es... ¡una chica pez! ¡Y
una sucia ama de llaves que habla con ratones! —La voz de la Sra. Knight
se tambaleaba hacia arriba y hacia abajo; con cada respiración, sonaba
casi cerca de las lágrimas.
Caspian parecía herido.
—¿Una chica pez? ¿Eso es lo que piensas de ella?
229

El Sr. Knight se sacó la pipa de la boca lo suficiente para decir—:


Chicos, no molesten a su madre.
Freddie suspiró y fue a hacer las paces, y Mira se dirigió hacia Elsa y
Página

Bliss. Era tiempo de enfrentarlas. Imaginó que estarían enojadas... les


había mentido, las había molestado. Pero ellas también tenían que dar
explicaciones.
Era extraño mirar a sus madrinas y verlas no sólo como sus
guardianas, sino como hadas—sus verdaderos seres. En casa, se hacían
parecer un poco más viejas cada año. Pero ahora las cuidadosas arrugas y
estrías plateadas en su cabello se habían ido. Elsa lucía como las
estudiantes de universidad a las que le enseñaba—cabello marrón aún
húmedo por la ducha, usando jeans desgastados y una camiseta blanca
suelta. Bliss parecía mucho más joven—como una muñeca de porcelana
traída a la vida. Y aún así brillaban con un poder silencioso, una
majestuosidad que siempre habían escondido.
Lucían como si estuvieran esperando que ella hablara, así que lo
hizo.
—Conozco la verdad ahora —comenzó Mira—. Sobre mis padres. Y
mi maldición. ¿Por qué me mintieron? ¿Por qué me dijeron que habían
muertos? —Se contuvo, respiró hondo para no llorar.
No quería actuar como una niña. Necesitaba que vieran que podía
manejar la verdad—sin importar lo que fuera.
Bliss apoyó su mazo de croquet en el césped.
—Tus padres no querían que supieras que seguían vivos, Mira.
Pensaban que estarías más a salvo de esa manera. Llevábamos a cabo sus
deseos.
—Ven aquí, Belle. Sabemos que esto ha sido duro para ti —llamó
Elsa colocándose a su lado, y Bliss lo hizo también. Pusieron un brazo
cada una alrededor de ella—. ¿Quieres saber cómo pasó? —preguntó Elsa.
Mira asintió. Había un nudo en su garganta.
—Sí tuviste una ceremonia de bautismo —dijo Bliss—. Se llevó a
cabo en un hermoso salón de baile en Beau Rivage, el mismo salón de
baile donde tus padres celebraron su boda. Tenían la sensación de que no
podrían tener hijos, así que cuando fueron bendecidos contigo, querían
hacer algo extra especial para celebrarlo.
—Es una tradición en la comunidad de los cuentos de hadas, invitar
a las hadas a un bautismo —explicó Elsa—. Las hadas otorgan dones al
niño, en forma de talentos o virtudes. Generalmente, hay una o dos hadas.
Tus padres invitaron a siete.
—Apuesto a que tuvieron que pagarle al organizador de la boda un
230

trillón de dólares para encontrar tal cantidad —dijo Bliss.


Elsa asintió, concordando.
—Cuando llegó el momento de que las hadas otorgaran sus deseos,
Página

nos pusimos en fila por orden de antigüedad. Se estimó que serías bonita,
y buena, que tendrías una voz preciosa, serías una buena bailarina, te iría
bien en la escuela, ese fue mi deseo, y que serías elegante.
—Yo era el hada más joven —dijo Bliss—, así que tuve que esperar
hasta el final. Iba a darte magnetismo animal, creo que Frederick lo tiene...
—¿Irresistible para las ardillas? —Mira levantó las cejas.
—Es muy de cuento de hadas —suspiró Bliss—. Como sea. Iba a
hacer eso, pero entonces un hada malvada apareció.
—Nadie sabía quién era —dijo Elsa—. Incluso jamás había oído de
ella. Habría sido imposible invitarla. Pero estaba furiosa, siempre lo están.
Usaba una capucha negra de pluma y un largo vestido negro infestado de
escarabajos. Los escarabajos corrían por debajo de su falda y tomaban
vuelo, aterrizando en las magdalenas. Glaseado de vainilla cubierto con
oro comestible y escarabajos negros... —Elsa se estremeció—. Jamás
olvidaré eso. Tuve una sensación de malestar... Sabía que iba a maldecirte.
Y sólo teníamos un hada más que podía suavizarlo. Así que metí a Bliss
debajo de la mesa de refrescos y esperamos.
—Esos escarabajos seguían aterrizando en mí —dijo Bliss—. Esa
asquerosa hada caminó justo hacia ti y te tocó con su varita. Era una
varita de oro, no de cristal como las nuestras.
Bliss deslizó una varita de cristal delgada de su bolsillo, y Elsa hizo
lo mismo. Mira había visto a sus madrinas llevar esas cosas, jugar con
ellas distraídamente... y toda su vida había pensado que eran agujas de
tejer.
Pero eran varitas. Por supuesto.
Ahora Bliss tocó con la varita su mano, como si la ayudara a
recordar.
—El hada dijo que cuando tuvieras quince o dieciséis años, te
cortarías el dedo con una hoja de afeitar y morirías. Y luego se fue, y era
mi turno. No podía deshacer la maldición, pero podía suavizarla—en lugar
del don que no había tenido la oportunidad de darte. Hice eso así no
tendrías que morir cuando te cortaras. Simplemente te quedarías dormida
profundamente: en un sueño que duraría por cien años, o hasta que un
príncipe Privilegiado llegara para despertarte con su beso.
—Luego de eso, la fiesta se vació. Puedes imaginarlo, nadie se sentía
como para celebrar. Y fue como si tuvieras el reloj de una bomba justo
aquí. —Elsa golpeó la espalda baja de Mira, donde se hallaba su marca—.
231

Y nadie conocía la mejor manera de protegerte. Mucho menos tus padres.


Algunas de las hadas se quedaron detrás para aconsejarles, y en última
instancia, tu madre y padre decidieron entregarte a dos hadas guardianas.
Quienes harían lo mejor para protegerte y amarte —dijo Elsa,
Página

abrazándola—. Y quienes te sacarían de allí, te llevarían a un lugar donde


los cuentos de hadas sólo eran historias, donde tendrías la mejor
oportunidad para engañar al destino. Y en diecisiete años, cuando el
peligro hubiera pasado, te traerían a casa.
—Y supongo... que el peligro ya acabó —dijo Bliss, y se quedó en
silencio. Sus dedos toquetearon su varita.
Mira cerró los ojos. Sintió, por un momento, como si fuera muy
pequeña otra vez. Muy joven. Había pasado su vida entera con Elsa y
Bliss. Y por mucho que deseaba conocer a sus padres, no pretendía
simplemente alejarse de su antigua vida y meterse en una nueva, como si
su tiempo con Elsa y Bliss fuera un vestido para el que ya era muy
madura. Sus padres eran sus padres—eran más especiales para ella de lo
que podían imaginar.
Pero Elsa y Bliss eran sus guardianas, y siempre lo serían.
—¿Qué pasaría si —dijo Mira—, una vez que el peligro se terminara,
decidiera que ya tengo una casa?
Los ojos de Elsa brillaron de emoción. Parecía casi sorprendida—y
luego sonrió.
—Bueno, supongo que sugeriríamos que comenzaran con una visita,
e iríamos a partir de ahí. ¿Te gustaría eso?
—Me encantaría —dijo Mira.
Elsa metió un mechón de cabello detrás de la oreja de Mira.
—Haré los arreglos. Hoy sólo disfruta lo que queda de tu
cumpleaños, ¿de acuerdo? Mañana podemos comenzar con todos los
arreglos. Tengo que hacer que se vuelva a erguir mi vieja casa. Ahora que
estamos de vuelta en nuestro hogar, donde pertenecemos...
Hogar. Se sentía bien pensar en Beau Rivage como un hogar. Como
el lugar adonde pertenecían, y donde podían ser ellas mismas. Las tres.
Mira observó alrededor, consciente del mundo otra vez. Freddie se
las había arreglado para tranquilizar a su mamá y estaba parado cerca,
mirando a Mira como si estuviera esperando estar a su servicio, ajeno a la
pequeña ave que se encontraba en el borde de su vaso de té helado.
—Él es lindo —murmuró Bliss a Mira al oído, haciéndole cosquillas
para tener una reacción—. ¿Es un buen besador?
232

El rostro de Mira se puso más caliente que el aire.


—Bliss.
—Ahora vamos a deshacernos de esta cosa fea. —Los dedos de Elsa
Página

se cerraron alrededor de la cadena del collar de hoja de afeitar de Mira.


Comenzó a levantarlo, y Mira palmeó su mano encima de la cadena para
detenerla.
—No —dijo rápidamente—. Quiero quedármela.
Sus madrinas no sabían lo que significaba la hoja de afeitar para
ella. No sabían que había salvado su vida—y no iba a contarles. No iba a
contarles nada sobre Félix.
Félix tendría que ser tratado con el tiempo—Mira no tenía ilusiones
sobre eso—pero no les daría a sus madrinas una razón para torturarlo,
como había sido torturado Louis el Lobo. Nadie merecía ese tipo de
crueldad. Sus madrinas eran buenas personas, pero si se enteraran de
que él había intentado matarla, no sabía qué podrían hacer.
Las cejas de Elsa cayeron más bajo, como si no entendiera.
—Mira, esa cosa es asquerosa, está cubierta de sangre. No está
hecha para ser un recuerdo.
—Podrías cortarte —dijo Bliss—. Y sólo se ve mal. Como si fueses
suicida.
—No me cortaré otra vez —insistió Mira—. No me importa como se
vea.
—Mira —advirtió Elsa.
—Es su decisión —dijo Blue.
Blue se había mantenido al margen de la reunión. Se acercó ahora,
su postura rígida, casi sin hacer contacto visual. Ella recordaba que
habían estado así alrededor de Delilah, también. No confiaba en las hadas.
¿Y por qué lo haría? Un hada malvada era responsable de su maldición.
Las hadas buenas lo veían como algo que debía ser destruido.
Porque no era un héroe. Los héroes mataban a la gente como Blue.
Era un villano.
Que era algo que Mira jamás aceptaría. Porque Blue era un héroe
para ella. Había ayudado a salvarla; había hecho lo mejor que pudo para
advertirla aún estando afectado por las reglas de su maldición—y para
alejarla incluso cuando la quería cerca de él. Eso significaba más para ella
que el destino.
Elsa y Bliss lo notaron, y se erizaron de manera salvaje.
233

—Estarías a favor de que ella hiciera cosas peligrosas, ¿verdad? —


dijo Bliss.
—No te quiero cerca de Mira —le dijo Elsa—. ¿Entiendes? —Sacó su
varita como si contuviera todo el poder de una espada samurai.
Página

Y tal vez lo hacía. Las hadas maldecían a la gente con varitas,


extraían magia de su sangre y los cambiaba—para mejor o para peor.
—Con el debido respeto —dijo Freddie, parándose en frente de
Blue—, no dejaré que amenacen a mi mejor amigo.
—No seas insolente, Frederick —lo regañó la Sra. Knight.
Bliss temblaba, con una furia que parecía completamente ajena a
ella. Apuntó su varita en dirección a Blue, aunque Freddie—el noble,
Privilegiado Freddie—se aseguró de protegerlo.
—Ese chico es un villano, Mirabelle. Un malvado, desagradable y
pequeño...
—Lo sé —dijo Mira—. Es un Romantic. No quiero tener nada que ver
con él.
Miró rápidamente a Blue. Quien lucía como si ella lo hubiera
apuñalado.
Se arrepentía de haber dicho eso, pero luchar en su defensa no iba a
llevarla a ninguna parte. Saber que a ella le gustaba, que confiaba en él,
pondría a Elsa y a Bliss de vuelta en alerta. Y no quería ser protegida.
Preferiría que no supieran nada por un tiempo.
—Bien —dijo Elsa luego de una pausa. No parecía completamente
convencida, pero no era tan malo como podría haber sido.
—Tienes suerte que sea sensata —dijo Bliss—. Porque soy un hada
buena, pero no quieres ver lo que hago cuando alguien hiere a mi Mira.
—Ahora sácate ese collar —dio Elsa.
—No —replicó Mira.
Sus madrinas parecían horrorizadas. Jamás les había llevado la
contra de esa manera antes. Sin importar lo frustrada que había estado.
Pero... se había acostumbrado a tomar sus propias decisiones.
—Vamos, vamos, no hay necesidad de fruncir ceños en esos
hermosos rostros —dijo la Sra. Knight—. ¿Qué tal una foto grupal?
Freddie, párate al lado de Mira.
Mira cedió a la sesión de fotos de la mamá de Freddie. Hicieron como
cincuenta poses falsas de graduación y algunas en grupo, la mitad de las
cuales estuvieron invadidas por aves. Sus ojos se enfocaron en todos lados
menos en la cámara—buscando a Blue.
234

No quería saber dónde se encontraba—si se había metido adentro o


se había ido—pero esperaba que se hubiera quedado. Esperaba que la
conociera lo suficientemente bien como para saber que ella quería que se
quedara.
Página
20 Traducido por Max Escritora Solitaria
Corregido por LuciiTamy

a puesta de sol se desvaneció del cielo y trajo el violeta


oscuro de la noche.
Linternas de papel colgados alrededor de la piscina en el
patio trasero de los Knight, brillando suavemente. Platos de
comida se instalaron en una mesa cerca de la cabaña. Y los
cuentos de hadas más finos de Beau Rivage colgaban junto a la piscina.
Viv había organizado una fiesta sorpresa de cumpleaños para Mira.
Layla se encontraba allí, y Viv y Henley, y Jewel, y los dos hermanos
de Freddie, y Rafe (que se estaba comportando) y Freddie y Blue. Habían
traído a Mira a última hora los regalos de cumpleaños, como un CD
mezclado, una camiseta de Curses & Kisses, una ardilla que Viv declaró
que estaba domesticada (pero no lo estaba), y las llaves del coche de Will,
que estaba segura de que tendría que devolver una vez que Will se diera
cuenta de que estaban perdidas—pero dio las gracias a Henley por el
Porsche. De todos modos.
Mira había descartado su vestido rosa con estampado a favor de un
traje de baño prestado, pantalones cortos, y su camiseta de Curses &
Kisses nueva.
Había pocas horas que quedaban en sus dulces dieciséis, y estaba
decidida a sacar el máximo provecho de ellas. Para exprimir un poco de
dulzura de lo había sido uno de los peores, y más importantes, días de su
vida.
Justo antes de que se diera a conocer el pastel, Viv le dijo a Mira que
235

tenía otra sorpresa para ella: deseos. Al igual que en su fiesta de bautizo.
Sólo que esta vez, no se haría realidad a menos que ella los hiciera
realidad. Fue más por diversión.
Caspian y Freddie hicieron una fogata, Layla entregó tiras de papel
Página

de colores, que los clientes utilizan, para escribir un deseo para Mira. Se
turnaban un paso adelante hacia la fogata y leían sus deseos, y luego
lanzaban el papel de color en las llamas. El humo como pluma hacia
arriba, llevando sus deseos a las estrellas.
De Layla: el verdadero amor. De Viv: dormir sólo cuando lo desees.
Henley le deseó paciencia; Caspian, que siempre tenga el cabello de
sirena; Will, una cuenta bancaria que nunca se vacía.
Jewel dijo magia, y la arrojó en el zafiro que salió con la palabra.
Rafe dejó la cerveza el tiempo suficiente para desearle belleza eterna.
De Freddie: confianza. De Blue: esperanza.
Y cuando le llegó el turno de Mira para pedir un deseo, ella se acercó
a su pastel de cumpleaños, glaseado de vainilla ligera, adornada de
estrellas de color rosa y azul—y ella apagó todas las velas dieciséis en un
solo golpe, y deseó que las cosas hubieran sido diferentes.
No cantaban Feliz Cumpleaños. Freddie consiguió su guitarra, y él y
Jewel hicieron Summertime en su lugar, y Wild Horses como un bis.
Comieron pastel glaseado de color rosa y azul manchando sus labios. Will
tenía la manguera y llenó un montón de globos de agua, y eligieron a los
equipos y tuvieron una batalla de globos de agua, corriendo descalzos por
la hierba, usando los árboles y la cabaña como cubierta y luego lanzaron
un ataque. Lucharon hasta que fueron empapados, y luego se desnudaron
con sus trajes de baño y se metieron en la piscina.
Mira se quedó en tierra, a pesar de que le gritaron que se uniera a
ellos.
—Más tarde —prometió.
Ella miró a sus amigas chapoteando en la piscina, y se hallaba llena
de una emoción muy diferente de la soledad que había sentido en el
pasado. Había un sentido de pertenencia ahora, y la felicidad, a pesar de
que estaba incompleta. En el fondo, se sentía dolida, había estado
enamorada, y había ido terriblemente mal… pero no se dejó devastar por
un corazón roto esta vez. Podía pasar de eso.
Sabía que podía.
La hoja de afeitar que colgaba de su cuello la hizo sentir valiente.
Honesta. Una hoja desnuda que no escondía nada, no temía a nada. Ella
quería ser así. Porque así es como te encuentras a ti mismo, creándote a ti
mismo. No debes esconderte. No debes esperar por el momento perfecto
236

para establecerte como una mariposa, como magia.


Tú sales y haces magia. Haciendo que tus propios deseos se hagan
realidad.
Página

Mira llenó otro globo de agua, lo ató, y luego llevó el arma


tambaleándose en la oscuridad del patio frondoso. Dejando de lado las
hojas de sauce y espantando a los mosquitos, se deslizó más profundo,
hasta que la luna reveló a Blue sentado en la base de un sauce llorón.
Su húmeda camiseta de Cuses & Kisses se hundió en sus caderas,
cargada de agua de la pelea con globos de agua. Cuando él la miró, eso la
hizo consciente de su cuerpo. De todo.
—Hola —dijo ella tímidamente.
—Hola, chica del cumpleaños —Él levantó una mano en señal de
saludo—. Así que, ¿querías decir eso de antes?
—¿Qué cosa? —Había dicho tantas cosas.
—Cuando les dijiste a tus madrinas que no querías tener nada que
ver conmigo. Al principio, pensé a que te referías, pero no sé, eso suena
como algo que una persona inteligente podría decir.
Había estado a punto de darle tranquilidad, ahora se mordió el labio
para contener la risa, y preparó la bomba de agua para el lanzamiento.
—¿No te das cuenta de que estoy armada?
—Perdón por arruinar tus planes, Mira, pero esto no es El mago de
Oz. No me voy a derretir.
Ella tiró el globo de todas formas, con poco entusiasmo, y estalló
cerca de sus pies.
—Esa fue una pérdida de un ataque —murmuró. Estaba tan de mal
humor en estos momentos.
Mira se agachó a su lado.
—Por supuesto que no lo decía en serio —dijo ella porque tal vez es
lo que necesitaba oír—. Lo dije porque no quería discutir. No quería
escucharlas decir nada malo de ti. Ya sé que están equivocadas.
Blue negó con la cabeza.
—No están equivocadas. Ese es el problema. Tengo la capacidad, el
destino, para ser un villano. Al igual que tú necesitabas saber la verdad
acerca de Félix. Y necesitabas dormir. Podemos luchar contra ello, pero...
—Pero el destino tiene una manera de torcer nuestros esfuerzos,
para conseguir lo que quiere. —El destino, u otras personas, pensó con
237

amargura, recordando el papel que Delilah había desempeñado en todo


esto.
—Así es. Y no quiero volver a lo… Yo no… —Él se rindió, frustrado—.
¿Sabes lo que estoy tratando de decir?
Página

—No quieres volver a hacerme daño.


Blue asintió.
—Y ya viste lo fácil que es… como de inevitable. Así que tus
madrinas tienen razón. Quiero decir, no me gusta escuchar eso, pero
tienen razón.
—No es inevitable —dijo. Porque tú eres tú. Porque no eres egoísta.
Ella sabía que se haría daño a sí misma antes de alguna vez dañar a
alguien que le importaba, y sentía que Blue era de esa manera, también.
Se lo había mostrado, en las cosas que dijo, la forma en que se alejó del
amor que él necesita desesperadamente. El amor que sería tan fácil de
robar.
Su pesar por lo ocurrido a Jane en su decimosexto cumpleaños era
por lo que ella había perdido… y no lo que él nunca tendría.
Blue tocó con la punta de sus dedos la hoja de afeitar que colgaba
alrededor de su cuello.
—Sigo pensando que debes tener esto si lo deseas. Y... Dios, no
puedo creer que diga esto, no debería defenderlo, pero él es un idiota…
gracias por no decirles acerca de Félix. Porque esas hadas podrían… —
Cerró los ojos, como si estuviera imaginando algo horrible. Y se miró
culpable cuando los abrió. Al igual que no debería haber ningún tipo de
misericordia para alguien como Félix.
O para alguien como él.
—Lo sé —dijo—. Es tu hermano. Entiendo. Y yo no... —Ella sacudió
la cabeza—. No soy vengativa. No creo en la tortura.
—Eres algo especial —murmuró él, con una sonrisa triste en los
labios mientras levantaba la hoja de afeitar de donde estaba contra su
pecho. Alzó la superficie plana de la hoja a su boca y la besó.
—No coquetees conmigo, Romántico —dijo. Pero bromeaba… ella
sabía que él lo escuchó en su voz.
—No lo hago —dijo, todavía con esa misma triste sonrisa—. No lo
hago esta vez, lo prometo. Eres… eres algo más, alguien muy especial, y
me siento completamente justificado de estar enamorado de ti.
Su corazón se congeló en su pecho. Deteniéndose como si el tiempo
se hubiera detenido.
—Blue...
238

Él puso su frente caliente contra la de ella y susurró—: No digas


nada, Mira. No tienes que decir nada. Sólo necesito que lo sepas.
Se quedaron así por un momento, y Mira cerró los ojos, consciente
del sudor deslizándose por su piel, sus dedos lentamente encontrándose
Página

entre sí y entrelazándose juntos, más y más fuerte porque se trataba de un


adiós.
—Me voy a ir ahora —dijo él—. Pero gracias. Gracias por todo.
Sus dedos se desplegaron, separados, de modo que sólo el calor se
quedó atrás. Levantó la cabeza de ella, y la brisa de la noche la barrió
mientras se alejaba. Cuando Mira abrió los ojos, estaba de espaldas a ella.
Se encontraba de pie a unos metros de distancia, jugando con la punta de
una rama de sauce.
—Espera —le gritó—. ¿Qué si no me gustas? Al igual, ¿realmente no
me gustas?
Blue se volvió, estudiándola.
—¿Realmente no lo haces?
Ella asintió con la cabeza rápidamente, con la garganta muy
apretada para hablar, los ojos llenos de lágrimas. No me dejes, no te vayas,
no te vayas.
Se acercó más, el pecho subía y bajaba con la respiración, tan
nerviosa que lo veía como un aura alrededor de él.
—¿Realmente no lo haces?
—En realidad no —susurró.
Tentativamente, llegó a ella. Su mano le acarició la mejilla, y su
mirada mantuvo la de ella durante el tiempo de una lenta respiración—el
tiempo suficiente para darle la oportunidad de alejarse.
Y entonces él la besó y las lágrimas que había estado conteniendo se
desbordaron cuando cerró los ojos. La atrajo hacia él, aplastándola contra
su pecho, su corazón golpeando contra el de ella, y ella lo agarró con
fuerza, con tanta fuerza, porque nunca podría tenerlo de nuevo y quería
sentir todo de él, para recordar esto, siempre.
Ella estaba mintiendo. ¿Podía saborear la mentira?
Porque ella lo sentía: su fuerza agotando, su amor dejarla. El choque
dulce de su boca era como tocar la lengua de un alambre vivo. Se
quemaron sus sentidos, la hacía sentirse viva, aun cuando chupaba esa
vida—y ella volvía a él, una y otra vez. Olas de sensaciones la atrajeron
abajo—a punto de ahogarse. Pero Blue hizo sentir ahogarse como la cosa
más encantadora. Como si estuviera perdiendo el aliento, pero ella no lo
necesitaba, no lo quería, sólo lo quería a él...
239

—Mira, Dios, Mira —le susurró. La mano que no la agarraba contra


él estaba en su pelo, temblando contra la parte posterior de su cuello, y
sabía que él lo sabía. Cómo se sentía. Lo que quería decir con ello. Lo que
ella se había dado cuenta.
Página

Su piel era más vibrante, con sus ojos brillantes de una hermosa
noche en alta mar de plata en la luz de la luna, y se sintió débil en las
rodillas. Atolondrada y feliz. Ella había sentido su fuerza disolverse con
cada pulsación de sus labios. Cada entrega suave había tomado más de
ella, la energía vital escapaba de la boca a la de él… y valía la pena, todo
valió la pena. Debido a que había tomado un pedazo de ella… pero ahora
tenía un pedazo de él, también.
—Eres una loca mentirosa —dijo sin aliento.
—Sabías que mentí.
—No a… ese nivel.
—Está bien, así que tal vez me gustas un poco —dijo, antes de que
cayera y él dobló su brazo alrededor de ella para sostenerla. La bajó
suavemente a la hierba, y ella se apoyó en él, su cuerpo fuerte como el
tronco de árbol del sauce. Era maravilloso estar tan cerca de él... y no
preocuparse, por una vez, que era malo desear estar allí.
—Voy a estar bien —le aseguró—. Sólo tengo que recuperar mi
fuerza. Eso sí, no me beses otra vez hasta que me la devuelvan. Siempre
vuelve.
—No podemos hacer eso de nuevo —dijo.
—Podemos tener más cuidado. Vamos a tomar las cosas con calma,
vamos a averiguarlo, y….
—No —dijo él, suspirando profundamente—. No, no podemos, no
podemos... No vuelvas a hacer eso. Y... mierda —murmuró. Buscaba algo,
buscaba a tientas, y entonces puso una tarjeta de plástico en su mano, y
cruzó los dedos alrededor de ella—. Nunca me dejes hacer eso otra vez —
dijo—. Y... no vayas alguna vez a la suite 3024 en el Dream. Es privado.
Mira lo miró fijamente, con la boca abierta. Su clave de acceso
estaba en su mano.
—Estás bromeando, ¿verdad? No tienes una, una habitación para...
—Me tienes que prometer. Que nunca vas entrar ahí. Lo digo en
serio. No estoy jugando. Prométemelo —dijo.
—Por supuesto —dijo en voz baja—. Yo nunca lo haría.
Blue se quedó en silencio un momento. Su corazón latía
rápidamente en su pecho, como si quisiera recuperar el tiempo perdido.
240

Cuando buscó su mano, él la empujó lejos. Con suavidad, pero con una
finalidad que la entristecía.
—Quiero quedarme —admitió él—. No me he sentido así en mucho
tiempo. Me siento como... como venir de estar bajo el agua, y puedo
Página

respirar por fin. No quiero dejar de sentirme así. Así es como sé que tengo
que irme.
—Tú no me harías daño —dijo—. Sé que no lo harías. Te conozco.
Blue negó con la cabeza.
—Tú no sabes todo de mí, yo ni siquiera sé todo de mí. Pero sé que
cuanto más estoy contigo, más quiero estar contigo. Ha pasado más de un
año desde la última vez…. —Su voz se quebró, y se detuvo.
Mira puso su mano sobre la suya. Esta vez, él no se apartó.
—Estoy asustado de que vaya a romperme —dijo—. Necesito lo que
tienes. Cómo te sientes. Necesito amor como necesito agua o aire. Y no voy
a tomar eso de ti. No voy dejarme.
—Así que te vas —murmuró. Una vez más. Se sentía como si ya lo
había perdido una vez esta noche… y volvería a ella. Pero él no iba a
quedarse.
—Tengo que hacerlo. Es la única manera de asegurarme de que
nunca voy a hacerte daño.
Había querido creer que Félix era digno de su corazón. Ella había
hecho excusas para él, incluso cuando la había lastimado, mentido. Ella
nunca tuvo que hacer excusas para Blue. Blue era todo lo noble que había
amado y hubiera querido que Félix fuera. Eso la mató, que había estado
tan ciega de eso. Y que, así como se dio cuenta, tenía que perderlo.
Era difícil para ella hablar. Cada palabra dolía.
—¿Qué pasa si vale la pena para mí correr ese riesgo? —preguntó
ella, sabiendo que él no quería escuchar, pero necesitando probar.
—Entonces no sabes lo que estás arriesgando —dijo—. Yo sí. Sé lo
que podrías perder. Y nada vale la pena destruir eso.
—Pero te vas a destruir.
Él asintió con la cabeza.
—Sé que esto suena raro, Mira, pero no estoy realmente asustado de
morir. Me he estado preparando para ello toda mi vida. Está escrito en mi
historia que un Privilegiado se supone que me matara... y prefiero ser la
persona responsable de mi muerte, que hacer más de un villano de lo que
ya soy. Esto puede ser mi único acto heroico —dijo con una leve sonrisa—.
El único al que estoy autorizado.
241

—Blue...
Él besó la punta de su cabello levantando un mechón dorado a sus
labios, como si se tratara de su mano, para decirle adiós.
Página

—Adiós, Mira.
Él se había ido.
Blue la dejó, y ella no lo siguió.
Ella sabía que él seguía, probablemente, todavía en la fiesta, dejando
a sus amigos saber que se iba. Quizás Freddie trataría de hablarle de ello.
O tal vez todos habían esperado esto: cualquiera de los dos su resistencia
rompiéndose, o él desapareciendo. De un modo u otro, tenía que llegar a
su fin.
Tenía razón en irse. Racionalmente, sabía eso.
Mira se sentó con la espalda apoyada en el árbol de sauce. Se sentía
débil, como si necesitara comer, aunque ese no era el problema. Y aunque
sabía que su fuerza volvería, no había garantía de que iba a sobrevivir a
cada beso, que no iban a dejarse llevar e ir demasiado lejos, no tocarse por
mucho tiempo. Podría terminar como otra chica en un cuarto prohibido,
una bella durmiente que nunca despertaría.
Él no quería eso para ella. Y ella no quería eso. Era el tipo
equivocado de para siempre. Un amor sin alma, congelado.
Viento susurraba entre los árboles, un susurro silencioso a su
alrededor. Las hojas de sauce se estremecieron, mientras sus hombros
temblaban mientras luchaba por no llorar.
Nunca estuvimos destinados a estar juntos. No es por eso que vino
aquí... no era su destino.
Ella no quería morir en sus brazos. Y la única manera de asegurarse
era permaneciendo separados.
Pero también sabía que si dejaba ir a Blue, iba a morir. Tal vez no de
inmediato, pero demasiado pronto. Y ella no podía soportarlo.
Mira iba y venía, tratando de decidir qué debía dejarlo sacrificar, que
debía sacrificar... Respiró hondo y Levantó la mirada al cielo negro,
brillante.
Deseaba que una de esas estrellas fuera algo más que una estrella,
capaz de conceder un deseo.
Debido a que ella renunciaría a su supuesta “hermosa voz” y su
“baile perfecto”, su gracia y belleza y todo lo que esas siete hadas habían
prometido en su bautizo. Daría todo para salvarlo.
Pero no podía hacer acuerdos. No podía deshacer lo que se había
242

hecho. Incluso en el caso de la propia maldición de Mira, Bliss sólo había


sido capaz de suavizar...
Suavizar.
Tal vez...
Página

Tal vez ella no había terminado la lucha.


El pecho de Mira se hinchó con una esperanza tan grande que le
dolía. Tenía miedo de querer algo más y perder eso, también. Pero tenía
que intentarlo.
Utilizando el árbol de equilibrio, se puso de pie y esperó a que el
mareo disminuyera. Luego se echó a andar hacia la fiesta. Sus piernas se
sentían pesadas y como gelatina al mismo tiempo. Pero siguió su camino.
No iba a renunciar a él.
Vio a Freddie apoyado en la valla de la piscina, discutiendo con Blue.
Quería ir con ellos, y decirle a Blue que podría haber una oportunidad—
pero no podría esperanzarlo.
No hasta que estuviera segura de que podía salvarlo.
Tenía que haber una manera de salvarlo...
243
Página
21 Traducido por ♥...Luisa...♥
Corregido por Verito

a casa de los Knights se hallaba oscura. Los relojes leían


11:29 y 11:31. Apenas una hora y media del recordatorio
de su cumpleaños.
Mira siguió los sonidos de la conversación hasta el otro
extremo de la casa, donde las ventanas a ambos lados de la habitación
estaban abiertas para dejar entrar la brisa. El Sr. y la Sra. Knight y Elsa y
Bliss se dispusieron en un círculo de sofás y sillas. Dejaron de hablar
cuando apareció Mira y la miraron con toda su atención. Se sentía
terriblemente expuesta.
Tuvo que recordarse que no podían ver el interior de su cabeza. O su
corazón.
—¿Puedo hablar con ustedes por un minuto? —preguntó Mira sus
madrinas—. ¿En privado?
—Claro... —dijo Elsa. Empezó a levantarse, y la Sra. Knight la sentó
en su asiento mientras ella y su marido se excusaron. Cuando los tres
estuvieron solos, Elsa le preguntó—: ¿Qué pasa?
Mira trató de parecer molesta. —No conseguí nada por mi
cumpleaños. Es casi como... si lo olvidaran.
—¡Por supuesto que no nos olvidamos! —insistió Bliss, su cara de
muñeca convirtiéndose en inquieta.
—Bueno, hoy es mi cumpleaños y...
244

—Ven aquí, Belle. —Elsa le hizo señas a Mira para que se acercara, y
lo hizo con la esperanza de que nadie se diera cuenta de la debilidad de
sus pasos. Elsa le tomó la mano, frunciendo el ceño ante las barras rojas
en los dedos hinchados de Mira—. Has pasado por mucho hoy, ¿verdad?
Página

Mira asintió, contenta de que no podía oír el latido frenético de su


corazón.
—Y pasaste bien por todo. Deberíamos celebrar. Dinos lo que quieres
—dijo Elsa. Los dedos del hada eran ligeros contra los de Mira, a pesar del
calor.
—¿Podría haber un deseo? —preguntó Mira—. ¿Como los regalos
que me dieron en mi fiesta de bautizo?
—Ya eres perfecta para nosotras —bromeó Bliss—. Te dimos todo lo
que podíamos pensar en ese momento. ¿Qué más podrías querer?
—Hay muchas cosas que quiero —dijo Mira.
La boca de Elsa se curvó en una sonrisa cariñosa. —Está bien. Te
voy a dar un deseo. Eso sí, no desees algo que cualquiera podría darte,
como un coche.
—No lo haré —prometió Mira.
Ella tomó una respiración profunda, caminando sola. Tenía miedo de
decir las palabras en voz alta. Para convertir el deseo en algo real, y
descubrir que era imposible.
—Quiero que suavicen la maldición de Blue —dijo.
Ambas se la quedaron mirando sin comprender, por un momento,
ella no estaba segura de que realmente hubiese hablado.
—Tú… ¿qué? —preguntó Bliss.
Mira siguió adelante. —Sé que no se puede deshacer. Pero quiero
que la ablanden. Así como lo hicieron con la mía.
—¿De dónde viene esto? —preguntó Elsa. Su expresión dejaba claro
que sentía que había sido engañada. Pero, sinceramente, a Mira no le
importaba. Le habían prometido un deseo. No era su culpa si sus
expectativas eran diferentes, pero la habían engañado durante toda su
vida. La protegieron, tal vez, pero esto era por una buena causa, también.
Y ahora... tenía que andar con cuidado. La maldición de Blue era un
secreto. La única razón por la que lo sabía era porque había entrado en la
cámara prohibida de Félix. Si decía demasiado, exigirían saber cómo lo
sabía.
—Sé que su maldición es algo mala. Es doloroso para él. Es
peligrosa. Y quiero que la hagan menos de esas cosas. Lo que puedan
hacer para ayudar, quiero que lo hagan.
245

—Mira, esto es muy poco ortodoxo... —protestó Elsa.


—Es lo que quiero —dijo.
Hasta que tuviera pruebas de que Elsa y Bliss no podían hacerlo, se
Página

mantendría firme. Estaba dispuesta a suplicar, llorar, hacer que se


sintieran más culpables de lo que había sentido nunca en su vida—pero
no aceptaría un no, absolutamente no como la respuesta que le habían
dado tantas veces antes.
Tenía que luchar por él.
—Me he dado cuenta —dijo Elsa—. Lo que quiero saber es por qué
quieres que haga esto. ¿Blue te metió en esto?
Mira negó con la cabeza. —No es su deseo. Es mío.
Bliss se cruzó de brazos y puso mala cara por un momento. —Pensé
que ni siquiera te gustaba Blue Valentine.
—No es necesario que me guste —dijo Mira—. Soy compasiva. Un
hada me regaló la bondad, ¿recuerdas?
Elsa suspiró. —¿Estás absolutamente segura? Porque no puedo
darte un segundo deseo, si cambias de opinión.
Mira asintió con la cabeza, con el corazón a punto de estallar. Trató
de mantener la compostura. Tenía miedo de que si pudieran ver lo mucho
que significaba para ella, se lo negarían de nuevo. —Estoy segura.
—Está bien —dijo Elsa—. Entonces será mejor que lo encuentres
antes de la medianoche.
—¿Antes de la medianoche?
Mira tragó. El reloj por encima del manto leía 11:47; eso significaba
que tenía menos de quince minutos para encontrar a Blue. Y ni siquiera
sabía si todavía estaba aquí. —No sabía que había un límite de tiempo.
—Por supuesto que lo hay. Es un deseo de cumpleaños. No puedo
darlos todos los días. —Elsa se levantó de su silla. Se asomó por la
ventana que daba al patio trasero—. ¿Dónde está? ¿Junto a la piscina?
—No lo sé. Tal vez —dijo Mira.
—Vamos a ser rápidas, entonces.
Los invitados de la fiesta llenaban todo alrededor de la piscina.
Llamaron a Mira cuando salió, pero lo único que le importaba era
encontrar a Blue. Sus ojos hicieron una búsqueda rápida de la zona de la
piscina y no encontraron nada. Él había estado allí cuando ella había ido a
la casa. Pero ahora ya no estaba. Mira sentía como si un puño se hubiera
atascado en el estómago.
246

—No creo que esté aquí, Mira —dijo Elsa—. Sé que querías hacer
algo bueno por alguien... pero ¿qué tal un deseo para ti?
Mira negó con la cabeza, negándose a aceptarlo. —Lo voy a
encontrar —insistió.
Página

Freddie se encontraba en el patio de concreto al lado de la piscina.


Su cinturón para espadas abrochado sobre su traje de baño, y hablaba
con Layla, quien se sentó en el borde de una mesa de picnic, su toalla de
playa envuelta apretadamente alrededor de su torso como un minivestido.
Mira corrió hacia ellos. —Freddie —exclamó.
La cabeza de Freddie se sacudió hacia arriba. Conocía su voz lo
suficiente como para reconocer cuando algo iba mal. —¿Mira?
—¿Sabes dónde está Blue? ¿Puedes traerlo para mí? ¿Por favor?
—Frederick —dijo Bliss—. ¿Siempre llevas una espada a una fiesta
en la piscina? Estás familiarizado con el concepto de oxidación, espero.
—Yo… Sí, por supuesto —dijo Freddie, luciendo como si no estuviese
seguro de a quién responder en primer lugar, pero difiriendo del hada por
respeto a sus mayores mágicos.
—La tengo en caso de que haya problemas, y tuviese que decapitar a
Fel-er, alguien. Cualquier persona, más bien. Cualquier persona en
necesidad de decapitación.
—Frederick, eso es muy preocupante —dijo Bliss—. Espero que estés
bromeando.
—¿Dónde está Blue? —gritó Mira.
Freddie miró parpadeando, sacudido. —Él... se fue. Pensé que te lo
dijo.
—Al parecer no —dijo Elsa—. Lo estamos buscando.
—Tenemos que encontrarlo antes de la medianoche —rellenó Mira.
—Puedo llamarlo... —Freddie se volvió y echó a andar hacia la casa,
luciendo un poco desorientado, por supuesto, tenía su espada en la fiesta,
pero no su teléfono—y pronunció con la boca ¿Qué está pasando? a Mira.
Ella no tuvo tiempo de contestar, sólo agitó las manos en lo que esperaba
fuese un gesto de apresúrate, e hizo algunas súplicas extra con sus ojos,
hasta que se echó a correr. Miró rápidamente a su alrededor para ver si
alguien más tenía un teléfono celular, pero todos habían dejado sus
pertenencias en la casa.
—Incluso un coche sería mejor —dijo Bliss—. Podrías desear un
coche realmente exclusivo.
—¿Estás pidiendo un deseo? —preguntó Layla, animándose.
247

—Tratando —dijo Mira—. Por Blue.


—No sabía que fuera permisible —dijo Layla.
—Por lo general, no lo es —dijo Elsa—. Pero Mira es nuestra chica, y
los dieciséis es un cumpleaños importante. Así que puedo hacer que
Página

funcione. Pero a media noche es el límite.


—Oh —dijo Layla, tranquilizándose. Apenas y quedaba tiempo.
—Once cincuenta y cuatro —dijo Elsa—. Cariño, no creo que él lo
vaya a hacer. ¿Por qué no haces otro deseo, por si acaso?
—Magnetismo animal —sugirió Bliss—. O serenidad.
—No quiero nada más —dijo Mira.
El tiempo seguía pasando. El mundo seguía girando. El reloj se
acercó más a la medianoche.
Mira echó un vistazo a la casa, retorciéndose las manos,
preguntándose qué le tomaba a Freddie tanto tiempo. En cualquier otro
momento, habría ido tras Blue por sí misma. Pero no tenía fuerzas, no
sabía dónde estaba, no llegaría a él con suficiente rapidez. —¿Qué hora es?
Elsa puso la mano sobre el hombro de Mira. —Once cincuenta y
ocho. Él no va a venir, Belle. Haz las paces con eso.
Las cosas podrían haber sido mejor. Blue podría haber tenido una
oportunidad. Había estado tan cerca, sólo para terminar con nada.
Ella se encogió de hombros lejos de Elsa; les dio la espalda a sus
madrinas en caso de que comenzara a llorar. No quería que la vieran caer
en pedazos. Se aferró al collar de hojas de afeitar, y se llevó la parte plana
de la hoja a los labios, mientras temblaba. Olía metálico, como el acero y la
sangre. Lo besó donde Blue lo había besado.
Lo encerró en su memoria. Ahí era donde él tendría que quedarse.
Si no podía llegar antes de la medianoche, era mejor que no viniera
en lo absoluto. Ella tendría nada para él, entonces—nada que pudiera
cambiar las cosas, nada que pudiera salvarlo. Y no podía soportar verlo
salir por tercera vez.
Se dirigió a la casa para decirle a Freddie que no se molestara.
Las lágrimas corrían por sus mejillas y se las frotó con dedos que
picaban con sal y sudados de cuando Blue se había apoderado de ellos.
Apenas prestaba atención a dónde iba demasiado ocupada alejando la
nube de lágrimas—cuando alguien agarró sus brazos. Fuerte. Ahogó un
grito.
Era Blue—mirándola fijamente, su mirada exigente. Sus manos
estaban resbaladizas contra su piel. La parte delantera de su camisa
estaba húmeda. Había corrido a través del calor para llegar aquí.
248

—¿Qué es? —preguntó—. Freddie me llamó. Dijo que algo andaba


mal. Que me necesitabas. —Su voz creció más baja, más suave—. ¿Qué es
lo que necesitas, Mira? Dime.
—Necesito que estés bien —susurró.
Página

Y mientras lo decía, escuchó el sombrío primer bong de una


campana diciendo la hora—la primera de las doce.
Esta noche se desplazaba hacia la mañana. La medianoche
descendía, y el cumpleaños de Mira llegaba a su fin. Pensó que la segunda
campana le robaría el aliento, la tercera pararía su corazón—y la
duodécima la mataría. Las campanadas eran largas, cada tono se extendía
a lo largo de segundos, su música solemne persistente como si estuvieran
señalando una muerte, no un nuevo día. Pero a la tercera campanada,
alguien la separó de Blue. Era Bliss.
—Aléjese de ella —espetó Blue. Malinterpretó completamente las
cosas, intentó agarrarla por el brazo y Bliss la agarró con fuerza y tiró de
ella fuera de su alcance.
Elsa se interpuso entre ellos. La cuarta campana sonó. La noche se
desvanecía...
—Por favor, se respetuoso y tranquilo —dijo Elsa—. No quiero perder
mi concentración. —Blandía su varita, sosteniéndola en alto como un
director de orquesta con una batuta y el gesto parecía tan familiar que
Mira sabía que estaba viendo la magia.
Tal vez, si había tiempo…
La quinta campanada sonó, su sonido redondo, llenó rodando por la
noche.
—Aléjate de mí —dijo Blue.
Él tenía miedo. Asustado por la forma en que lo habían amenazado
antes. Miedo de lo que Mira había declarado. Temiendo que estuviesen
haciendo lo único que podían hacer para protegerla.
—Blue, está bien —insistió ella, con voz alta y tensa, la esperanza
luchando inminente con desesperación. No había tiempo, no podría ser,
¿cuánto tiempo necesita Elsa?
La sexta campana sonó, y ya, se sentía como la medianoche en su
alma. La fina varita de cristal de Elsa se iluminó desde la base hasta la
punta, una oleada de disparos de luz iridiscente hacia Blue. El miedo brilló
en sus ojos. Lució por un instante como un animal acorralado, y luego se
relajó. Sus músculos se aflojaron y extendió sus brazos hacia fuera. Él se
rendía.
Pensó que lo destruían. No importaba nada.
249

La séptima campanada sonó.


—Hazlo —dijo.
Elsa tocó la punta de su varita con el pecho de Blue, y su piel se
iluminó con el mismo color del arco iris brillante, mientras la magia corría
Página

por sus venas. Blue tembló. Se quedó sin aliento.


La octava campana sonó.
Bliss abrazó a Mira más fuerte.
—Me falta la capacidad de deshacer esta maldición —dijo Elsa—.
Pero tengo el poder para ablandarlo.
Los aterrorizados ojos de Blue se encontraron con Mira. —¿Qué está
haciendo?
—Es para ti —dijo Mira—. Para ayudar.
La novena campana sonó, silenciándolos, como un trueno.
La luz que iluminaba en Blue vaciló mientras Elsa se detuvo,
distraída. Cobró vida de nuevo cuando empezó a hablar.
—En lugar de drenar tu amada fuerza de vida en cada beso y caricia,
el Romantic amará como un hombre normal.
Blue la miraba con la boca abierta. Ninguno de los dos sabía
realmente lo que pasaba, lo que esto significaría para ellos. Sólo podían
imaginar cómo podría cambiar las cosas.
La décima campanada resonó en la noche.
—No tomará ninguna fuerza de su amada, pero tampoco lo requerirá
para sobrevivir.
La undécima campanada ya sonaba cuando Elsa pasó a la segunda
parte de su deseo, su voz y su varita temblaba por el tiempo que empezaba
a agotarse.
—El castigo por invadir la cámara de Romantic…
La luz iridiscente se desvaneció de la varita. Se desvaneció de la piel
de Blue como la fuerza de Mira se había desvanecido cuando él la besó.
Los cuatro se quedaron de pie en la oscuridad, iluminada sólo por la luna
y las estrellas. La duodécima campana robó sus voces, sus respiraciones, y
marcó el final de la noche, el fin de cumpleaños de Mira, el fin de la magia.
—¿Pero qué? —preguntó Blue—. ¿Qué hay de la habitación?
Elsa negó con la cabeza. —No he conseguido cambiarlo. No hubo
tiempo. Todavía tienes que dar la clave. Y poner fin a cualquier intruso...
—Simplemente no va a ser un final limpio es lo que estás diciendo —
dijo Blue con amargura—. Porque he perdido la capacidad de succionar la
vida. Voy a tener que hacerlo de la manera antigua, hacer del cuarto una
250

cámara sangrienta.
Elsa asintió. —Es desafortunado, y lo siento. Quería suavizar eso.
—Así que seguiré… Voy a seguir siendo un asesino. Si alguien entra
en la habitación...
Página

Los ojos de Mira se inundaron de lágrimas. El beso de Blue no podía


matar a nadie más—pero no importaba. Si él podría tener que asesinar a
la mujer que amaba, tendría demasiado miedo de vivir de verdad. No podía
soportarlo.
—¡No es justo! —estalló ella—. ¿Cómo puedes dejarlo así?
—Mira, lo siento —dijo Elsa—. Pero el día ha terminado. No hay
nada que pueda…
Bliss levantó su varita mágica y gritó a través de él como uñas en
una pizarra. Su mandíbula se sentó, con los ojos entrecerrados, y miraba
sólo a Blue. La boca de Mira se abrió con horror. ¿Sabía Bliss acerca de
ellos? ¿Iba a castigarlo? —¡Espera! —exclamó. Pero ya era demasiado
tarde. Bliss rastrilló su varita en un círculo difícil por el aire, sacudiendo
su muñeca izquierda. Y la campana de la iglesia sonó de nuevo. Rica,
fúnebre—y familiar.
La varita de Elsa se encendió con una luz nueva. Su boca se detuvo
en una línea delgada, incrédula. —Bliss... ¿qué hiciste?
—Deprisa —dijo Bliss con fiereza—. Permíteme preocuparme por el
problema en el voy a estar, tú no has roto ninguna regla. Ahora, sigue y
termina. Sólo tienes once campanas más.
La segunda campanada sonó por segunda vez esa noche. Una
segunda medianoche.
Elsa tomó una respiración profunda. Tocó el corazón de Blue con la
varita, y se estremeció cuando la luz iridiscente se vertió a través de él de
nuevo. Elsa repitió el ablandamiento de la maldición, recitándolo
rápidamente ahora. Y cuando llegó a la segunda parte del deseo, al igual
que la sexta campana de la iglesia doblaba la media noche, ella dijo—: El
castigo por la invasión de la cámara de Romantic siempre será la muerte.
Sin embargo, Romantic ya no se verá obligado a tentar a su amada a
traicionarlo. A partir de este momento en adelante, no estará obligado a
dar a su amada una llave de la habitación prohibida, ni a revelar la
ubicación de la habitación. El secreto se queda con él.
La luz se rompió sobre Blue como el agua, y se esfumó lejos mucho
antes de que la duodécima campanada sonara. Se hizo. El deseo estaba
completo.
—No —dijo Elsa, dejando escapar un suspiro agotado—. No podía
hacer nada por la habitación, siempre va a ser tabú. Pero la maldición es
efectivamente inofensiva. —Sonrió y le devolvió la sonrisa a Mira, decidida
251

a mantener una expresión de satisfacción en su rostro.


Ella no podía decirles que la maldición de Blue era inofensiva para
todos menos para ella. O que ella tenía la última llave que Blue volvería a
dar a conocer.
Página

Podía sentir la clave de acceso en el bolsillo—el mismo frío fantasma


que había sentido cuando la hoja de afeitar había tocado primero el pecho.
Se estremeció ante su promesa oscura.
—Gracias —dijo ella, tirando de sus madrinas en un abrazo—. Es
perfecto.
—No me gusta —le susurró Bliss al oído de Mira—. Sólo para que
quede claro. Pero te amo. Y sé que esto es lo que querías.
—¿Va a meterte en problemas? —preguntó a Bliss.
—Tal vez —dijo Bliss—. Pero he oído que la prisión de las hadas
madrinas es muy agradable.
—Silencio —susurró Elsa, y Bliss se rió.
—Feliz cumpleaños —dijeron.

***

Bliss y Elsa la dejaron sola con Blue. Él cerró la distancia entre ellos
y le tomó las manos, con cuidado de no aplastar los dedos heridos. —Eso
no era más que un elaborado espectáculo de luz, ¿no? —preguntó. Su
respiración sonaba temblorosa. Él estaba luciendo, como si esperara que
hubiese cambiado en el exterior, también—. Tengo un poco de miedo de
creerlo. Se siente como que no puede ser real.
—Es verdad —dijo Mira—. Era mi deseo de cumpleaños, que
ablandaran tu maldición, al igual que la mía se suavizó.
—¿Era un deseo de cumpleaños? ¿Y lo desperdiciaste en mí? —Él le
sonrió. Era la primera vez que lo había visto sonreír así desde hace tiempo,
y ella se iluminó con una sonrisa de vuelta.
—¿En qué pensaba?
—¿Podemos trabajar en algún tipo de cambio, para que pueda
compensarte?
—Todavía hay algo que quiero para mi cumpleaños.
—Cualquier cosa —dijo.
Tú, pensó.
Ella cubrió sus brazos alrededor de su cuello, sintiéndose
252

emocionada y nerviosa y asustada.


Es emocionante pensar que tenían una oportunidad ahora... y
aterrador saber que sus destinos estaban en sus manos. Ella era la chica
que podía traicionarlo. Y si lo hacía, sería convertido en un monstruo. Se
Página

vería obligado a matarla, y no sería suave, sino que sería violento. El riesgo
de muerte había estado siempre entre ellos... pero ahora podía caminar
lejos de ella, y no tener que correr ese riesgo de nuevo. Estaba nerviosa de
que lo quisiera.
—Mira —dijo—, sabes que confío en ti, ¿no?
—Lo sé —dijo—. Es sólo que... estarías a salvo con alguien más. No
tendrías que preocuparte, en absoluto, y…
—Mira. —Él tomó su cara entre las manos—. No estoy preocupado.
Ya sabes lo que hay allí. No vas a ir a esa habitación.
—Lo sé, pero…
—Y esto es real, ¿verdad? Lo que tus madrinas dijeron. Mi maldición
esta...
Él la besó suavemente en la nariz, y se rió. Blue la miró con falsa
seriedad. —¿Cómo fue eso? ¿Con una debilidad?
—No. Pero no creo que lo hubiera sido de todos modos.
—Bueno, entonces, ¿qué tal esto? —Sus labios rozaron su boca
burlándose de su labio inferior, y cerró los ojos y se estremeció cuando sus
dedos se atraparon en su pelo. Y luego, de repente, no había ningún
espacio entre ellos. La sensación de ahogo seguía allí, pero no era como si
su fuerza se fuera. Era como si ella quisiera ser parte de él. Como si no
supiera ni le importara donde terminaba y comenzaba.
Cuando se separaron, le susurró—: No hay debilidad.
—¿En serio? —dijo—. Porque me siento un poco débil. —Ella lo
sintió sonreír contra su boca. Y ambos se rieron, sorprendidos por ello.
Sus rostros se encontraban muy cerca, nariz y mejillas prensadas
torpemente juntas, pero ninguno se movió. Ella apretó sus brazos
alrededor de él, y él la abrazó muy fuerte. Su aliento murmuró contra su
mejilla.
—Estás a salvo conmigo, Mira. Y estoy seguro contigo.
La besó de nuevo para probarlo. Y cuando el reloj dio la una—ese
tono único y ominoso flotando en la oscuridad, todavía se besaban. Su
hoja de afeitar había enganchado la camisa y mellado su pecho, y habían
terminado tendidos en la hierba, ocultos en el interior de una sombra,
haciendo caso omiso de sus nombres cada vez que alguien los llamaba.
Trazó su boca una y otra vez, como si todavía no pudiese creer que fuera
real. Siempre habrá una parte de él que ella no podría conocer. Un lugar
253

secreto donde se almacenaba su desamor, donde la inocencia perdida y el


lamento llenaban el aire como humo. No tenía ningún deseo de abrir esa
puerta... pero no sabía si eso cambiaría algún día. Si la clave le tentaría, si
un hada la manipulaba o ella acabaría siendo curiosa. Pero tenía que creer
Página

que podría ser lo suficientemente fuerte para resistir. Que lo que ella
quería —lo que ellos deseaban— era más importante que el camino que se
había trazado para ellos.
Dejó que su mano se deslizara debajo de la camisa para tocar la
marca de corazón sobre su espalda, y él llevó su otra mano a sus labios y
besó cada dedo en que había confiado la llave. Él era mucho más que su
maldición, y ella era mucho más que la chica que podía traicionarlo.
Juntos... podrían ser cualquier cosa.

FIN
254
Página
Despues del
Baile
a medianoche llegó, en la tercera y última noche del baile, y
el vestido encantado de Dusty16 comenzó a desprender
flores.
Las flores cayeron de su vestido mientras ella corría por la
escalera del hotel. Perdió uno de sus zapatos de oro, pero no volvió por él,
porque el príncipe estaba detrás de ella, gritando—: ¡Espera! —En esa
desesperada y confusa manera que no sonaba como él en absoluto. Las
hebras de oro de su cabello volvían a su estado natural negro, y mientras
ella se metía en la limosina que la esperaba, se cubrió la cabeza con sus
manos, como si pudiera aferrarse a su disfraz.
Las flores se arrastraron con ella todo el camino hasta su cuarto en
el ático, donde se acurrucó en el suelo, el pánico aumentando a través de
ella. ¿Qué había hecho? ¿Cómo había pasado esto?
No se suponía que el príncipe sintiera algo por ella. Era demasiado
rápido, eran demasiado diferentes, él no era su tipo. Y tal vez eso se había
sentido menos cierto mientras estuvieron juntos… pero esa era la magia,
haciendo que todo pareciera especial. Se había dejado llevar por el
momento. Lo dos lo habían hecho.
Las muñecas de la colección de su madre muerta la miraban con
ojos fríos y de plástico. Kewpies y Barbies y muñecas de American Girl.
Abundantes niñas de porcelana con capas de terciopelo falso. Dusty dejó
que su mirada fuera de una muñeca a la otra, de las cajas de cartón
255

apiladas en las sombras, y el tendedero sombrío que le servía de clóset. La


decrepitud familiar del ático hacía que esas tres noches en el baile se
vieran como si le hubieran ocurrido a alguien más.
Ella estaba escondida ahora, segura. No tenía que enfrentarse a él, o
Página

decidir nada.
Dusty le dio vuelta al zapato de oro en su mano, ociosamente
limpiando el polvo de la suela, y se congeló cuando vio el mensaje que su
hada madrina había escrito allí:
16Cenicienta
SI LO ENCUENTRA, POR FAVOR DEVOLVER AL 1697 TERRAZA
CELESTE, BEAU RIVAGE. Su dirección: mejor que pan rallado.
Dusty agarró el zapato hasta que los bordes de metal le magullaron
los dedos.
Había ataduras en esos hermosos vestidos, las zapatillas de cristal y
de oro. El hada había estado jugando con Dusty y el príncipe como si
fueran muñecos—y ahora planeaba mezclarlos juntos en su visión de
felicidad conyugal.
No, pensó Dusty. Tú no puedes decidir esto.
Finalmente, la madrastra de Dusty y sus dos hermanastras, Pixie y
Fair, volvieron a casa. Sus voces llegaron hasta ella a través de las tablas
del suelo: quejas sobre cuan cansadas estaban, como el príncipe no había
mirado a ninguna más que a la chica misteriosa, como había sido una
pérdida de tiempo ir al baile y ni siquiera llegar a hablar con él. Hicieron
todos los ruidos que acompañaban el deshacerse de sus ropas formales e
irse a la cama de mal humor. Las puertas de las habitaciones y de los
clósets se cerraron de golpe. Los zapatos fueron pateados, los vestidos
caros arrojados en sillas. Dusty podía imaginarlo perfectamente porque
conocía el tipo de desórdenes que hacían—ella era quien siempre tenía que
limpiarlos.
Cuando el teléfono de la casa sonó un poco después de la 1:30 a.m.
Dusty echó a correr por la extensión y agarró el teléfono fuera de la base.
Ella escuchó su voz—la primera vez que había escuchado su voz en el
teléfono.
—¿Eres tú? —Ella no contestó. Él esperó un momento, luego dijo que
necesitaban hablar—él iba a venir—: No podemos dejar las cosas así.
Él colgó, y ella tuvo el impulso de correr, como lo tuvo las última tres
noches. Pero no podía. No ahora que él sabía dónde encontrarla. El destino
la forzaba hacia una esquina. Ella tenía que encontrar otra forma de
desaparecer.
Dusty fue hacia la habitación de su hermanastra Pixie y se subió en
la gran cama. Su enorme vestido de seda y flores ondeaba sobre el borde,
256

los pétalos revoloteando como si estuviera arrastrando un bosque mágico


de primavera detrás de ella. Pixie hacía pequeños ruidos silbantes.
Durmiendo pacíficamente—hasta que Dusty tiró de la almohada debajo de
su cabeza.
Página

—¡Oye! —se quejó Pixie—. ¿Cuál es tu problema?


Dusty nunca fue la agresora en su relación—normalmente, mantenía
su cabeza abajo y se quedaba callada; sólo abría las tapas de las Coca-
Cola de dieta de Pixie así ella no arruinaría su manicura, y corría arriba y
debajo por las escaleras en busca del celular de Pixie o la cosa que fuera
que Pixie era demasiado perezosa de hacerlo ella misma.
Esta noche era diferente.
—Levántate —dijo Dusty. Había una dureza en su voz, una
autoridad nacida de la desesperación, y Pixie no discutió.
Mientras Pixie luchaba por salir de debajo de las sábanas, Dusty
alcanzó detrás de ella y torpemente comenzó a deshacer los pequeños
ganchos de su vestido. El delicado vestido había sido imposiblemente
fuerte en el baile—pero ahora las costuras parecían amenazar con dividirse
cada vez que se movía. La magia que había mantenido al vestido puesto
estaba muriendo.
No tenían mucho tiempo.
El príncipe no sabía quién era Dusty; sólo tenía su zapato. Y él no la
reconocería, no de inmediato. La había visto con cabello dorado, no negro,
y ella había estado usando un vestido de alta costura—habría una
desconexión cuando la viera ahora. Ella podía hacer esto.
Pixie frotaba maquillaje de la esquina de su ojo cuando finalmente
notó el vestido. —Tú robaste ese vestido. No hay… No hay manera de que
estuvieras allí. No hay manera de que fueras tú.
Dusty le tendió el zapato de oro, y trató de lucir más calmada de lo
que sentía.
—Aquí está tu oportunidad de ser una princesa. ¿La quieres?

***

En Beau Rivage, una princesa no mandaba en un reino. No era


siquiera el tipo de princesa que usaba camisetas y decía Soy una princesa.
Todas las chicas lo son. Era una princesa en el sentido de un cuento de
hadas, y había docenas de ellas en la ciudad.
257

Princesa significaba estatus, riqueza, trato especial de las hadas.


Ciertos linajes eran considerados de la realeza, y Pixie quería ser de la
Realeza más que cualquier cosa.
Por eso fue que Dusty fue con ella. No porque Pixie mereciera
Página

obtener lo que quería, si no porque Dusty tenía un príncipe que ceder, y


ella sabía que Pixie lo tomaría.
Esa sería la primera cosa útil que su hermanastra habría hecho. La
maldad corría en la familia de Pixie, justo como los ojos de color azul y
cabello de color caramelo.
Había sido el constante acoso de sus hermanastras lo que había
llevado a Dusty hasta el ático en primer lugar—sólo para que pudiera tener
un poco de paz, y no ser torturada cada segundo. Había comenzado a usar
ropa vieja y fea cerca del mismo momento—ropa por la que Pixie y Fair no
matarían—porque si ella tuviera algo bonito, sus hermanastras lo
arruinarían. Incluso las dejaba llamarla Cenicienta en vez de su nombre
real, porque eso satisfacía su necesidad de insultarla, y les impedía hacer
algo peor. Así que siempre que pensaran que ella era miserable, en su
mayoría la dejaban tranquila.
Por otra parte, la madrastra de Dusty jamás estaba satisfecha.
Cuando el papá de Dusty (quién tenía un encanto con fecha de
vencimiento) había comenzado a gastar dinero exageradamente,
desapareciendo por días, y peor, la madrastra de Dusty comenzó a
desquitarse con ella: asignándole nuevas tareas hasta que apenas podía
tener tiempo para nada, y gritándole cada vez que se equivocaba.
La familia de su madrastra no la quería allí. Decían que era una
sanguijuela (Dusty creyó que podía ser cierto, ya que era una boca más
que alimentar) y un recordatorio constante del comportamiento de su
padre, porque ella estaba allí y su papá no. Así que hacía todo lo que su
madrastra le pidiera y sólo se quejaba cuando no había nadie que la
escuchara.
Desde la edad de doce hasta los veinte años, vivió en su propia casa
como una sirvienta, e intentó no pensar en las cosas que se perdía. Pero a
veces era tentada por su destino.
Beau Rivage era una ciudad de maldiciones, de magia escondida a
simple vista, en oscuros callejones, y aún más oscuros bosques, y esa
magia había venido a Dusty cuando tenía diez años. Un hada había
aparecido, antes de que su madre muriera, y la había marcado,
maldiciéndola, dándole un destino.
La marca —el signo de su maldición de Cenicienta— hizo que la piel
de Dusty picara a la noche. Cuando el mundo estaba tranquilo, cuando
todo lo que escuchaba era el crujir de la casa asentándose, y los suspiros
que venían de su propia garganta, ella deseaba más. Deseaba ser esa
258

princesa que la maldición le prometía que sería.


Y deseaba tomar los sueños de sus hermanastras y destrozarlos, de
la misma forma que Pixie y Fair habían destruido los suyos.
Página

Había un chico que ambas hermanastras deseaban. Su nombre era


Max, y era un príncipe. Él había sido un estudiante de último año cuando
Pixie era de primer año, Fair estaba en octavo grado, y Dusty era un ama
de casa de dieciséis años, quién había sido forzada a abandonar la
secundaria por su madrastra.
Max había sido un atleta estrella en la secundaria, era rico y
ardiente también, y tendía a desnudarse en las fiestas en el momento que
se emborrachaba. Había ido a una universidad fuera del estado, y sólo
volvía durante las vacaciones y días festivos, pero Pixie y Fair habían
continuado acechándolo en internet. Ellas sabían que él volvería
eventualmente. Todos los Malditos volvían.
Dusty jamás había conocido a Max; sólo lo había visto en las fotos
que sus amigos posteaban, las cuales Pixie y Fair coleccionaban: la
mayoría de las fotos eran en fiestas, o fotos borrosas de Max saltando
desnudo en una piscina. Había una foto dónde Max usaba nada más que
un par de bóxers y un oropel cubierto por una corona que decía “Feliz Año
Nuevo” que Pixie usaba como su fondo de escritorio.
Dusty no solía codiciarlo como lo hacían sus hermanastras —él lucía
un idiota, pero reconocía que también era un premio, y no era ningún
secreto que tenía la maldición del Príncipe Encantador— había estado
desnudo el tiempo suficiente para que todo el mundo supiera de la marca
en su espalda.
Así que cuando la familia del Príncipe idiota ofreció un baile de gala
de tres días para celebrar su graduación, Dusty decidió ir. Pero primero,
necesitaba un vestido.

***

En la primera noche del baile, Dusty esperó a que su madrastra y


hermanastras se fueran, entonces salió a visitar el avellano de su jardín.
El avellano se suponía que era mágico. Era parte de los convenios de
cuentos de hadas —parte de la maldición de Cenicienta— que cuando
Dusty realmente necesitase algo, todo lo que tenía que hacer era dirigirse
al avellano y pedirlo, y el espíritu de su madre encontraría una forma de
dárselo. Pero nunca lo había probado hasta esa noche.
De pie frente al avellano, Dusty intentó recordar las palabras del
259

cuento de hadas.
—Sacúdete y tiembla, pequeño árbol… ¿Lanza oro y plata hacia mí?
Ella entrecerró los ojos hacia las ramas, medio esperando a que un
zapato plateado cayera de él en su cara, pero nada sucedió. Las pequeñas
Página

aves que debían ser sus ayudantes y que se suponía aparecerían, no se


encontraban allí. Sacudió fuertemente algunas ramas, y finalmente se
arrodilló en la tierra y pensó en cachorritos muertos hasta que lágrimas se
derramaron de sus ojos, esperando que algunas lágrimas de Cenicienta
pudieran empujar al árbol a ponerse en acción.
Nada.
Suspirando, Dusty se acostó en la tierra y realizó un inventario en
su mente de los vestidos de graduación de sus hermanastras.
Cuando decidía cuál tomar prestado—¿Uno de los vestidos brillantes
y a medida de Pixie, o uno de los vestidos Betsey Johnson17 de Fair? —su
hada madrina apareció.

***

Las hadas tienen diferentes formas de presentarse ante el mundo.


Algunas escogen disfrazarse, luciendo como viejas brujas. Algunas
disfrutaban andar como humanos normales. Y otras—cómo el hada
madrina de Dusty, Lorelei, a quién había encontrado una sola vez, cuando
le había maldecido—había elegido una ruta como Barbie mágica.
Lorelei lucía como una combinación del Hada Azul de Pinocho,
Marilyn Monroe en “Los Caballeros las Prefieren Rubias” y la vieja muñeca
Lady Lovely Locks de la colección de su mamá. Su voluptuosa silueta
estaba envuelta por un vestido de seda azul, usaba guantes blancos hasta
los codos, y su cabello rubio platinado estaba decorado por criaturas del
bosque en colores pasteles en tonos de azul: ardillas, lagartijas y aves en
cada color del arco iris, los cuales colgaban de las hebras rubias como
broches vivientes.
—¡Luces tan preciosa con esos harapos! —Exclamó el hada—. ¡Una
encantadora pilluela!
Dusty se empujó hacia arriba para ya no estar acostada en el suelo.
Con su remera manchada de blanqueador y sus vaqueros rotos, ella en
realidad lucía como una pilluela. No había peinado su cabello en dos días.
—Sólo quiero un vestido —dijo, se sentía rompible y pequeña junto
al hada, a pesar de ser del mismo tamaño—. Y tal vez algunos zapatos.
—Pero claro —dijo el hada—. Un vestido y unos zapatos, ¡Ese es el
260

simple mínimo!
Mientras Lorelei se acercó bailando un vals imaginario, con su varita
mágica de cristal balanceándose, Dusty sintió un extraño cosquilleo en su
piel. Sus ropas comenzaron a transformarse, el algodón ajustándose como
Página

chicle, vaquero desapareciendo por sus piernas como lustrosa seda


blanca.

17 Betsey Johnson: Diseñadora estadounidense.


Dusty se apoyó en el avellano para sostenerse. Sus ropas cambiaban
de forma también—ondulándose en algunas partes, apretándose en
otras—y mientras el cuerpo del vestido la dejaba sin aire, se desmayó.
El hada la atrapó antes de que tocara el suelo.
Cuando Dusty volvió en sí, una red de bordado cubría su cuerpo,
colgando como una segunda piel sobre un vestido de brillante seda blanca.
Sus zapatos eran de seda blanca adornados de dorado.
El cabello negro de Dusty también cambió. Antes, alcanzaba sus
hombros, ahora colgaba hasta su cintura en brillantes hebras doradas, y
tenía resplandor metálico como el vestido. Tiró de su cabello esperando
que se sintiera como oropel y se le quedara en su mano, pero era parte de
ella.
—¿Qué... qué hiciste? —preguntó. Cuando pestañeó, nuevas largas
pestañas chocaron contra sus mejillas. Y había una fragancia que salía de
ella, una esencia que pensó al principio que era del hada, pero no, salía de
su piel: un perfume que le recordaba a la miel, y a un pastel de manteca
recién hecho.
Lágrimas brillaron en los ojos del hada.
—¡Vas a tener unos bebés preciosos! Ahora corre. Hay una limusina
esperando en la entrada. ¡No quieres llegar tarde!
Dusty pensó que el hada bromeaba sobre lo de los bebés. Pero no,
ella pretendía hacer de casamentera.
Y vivía por los finales “felices”.

***

Esa primera noche, Dusty sólo había querido asistir a una fiesta.
Bailar, divertirse, llamar la atención.
Ahora, quería revertir todo aquello.
261

Pixie miró con recelo el zapato dorado. Su pelo estaba aplastado a


un lado de su cara.
—No puedo creer que seas la chica de la que no tenía suficiente. Tú
eres tan —arrugó su nariz—, fea.
Página

Dusty le arrojó el zapato. —Mira a ver si puedes meter tu pie ahí.


—No te entiendo —murmuró Pixie, intentando meter su pie en el
maldito zapato. El dorado zapato no se estiraba ni se estrechaba; tenía que
caber de forma exacta—. Pensé que tú, no, corrección: pensé que la
glamorosa princesa que pretendías ser le gustaba. Parecía que le gustabas
lo suficiente cuando te besaste con él.
—Bueno, sí, eso era entonces —dijo Dusty, luchando para deshacer
el resto de los broches de su vestido—. No somos compatibles.
Cuando finalmente se quitó el vestido, rompiendo sólo la seda en
unos pocos sitios, Dusty lo recogió en sus brazos y lo tiró sobre la cama al
lado de Pixie.
—Ponte esto —dijo—. Si te ve en ese vestido, quizás no le importe lo
del zapato. Pero date prisa. Llegará en un minuto.
Mientras Pixie luchaba con el vestido estampado de flores, Dusty se
puso unos vaqueros de Pixie así como una sudadera universitaria de uno
de los ex-novios de ésta. Entonces se fue abajo a buscar un rollo de celo,
unas tijeras, y un trozo de mantequilla—quizás podrían meterla en el
zapato con mantequilla. Cortaba pequeños trozos de celo para reparar el
vestido roto cuando sonó un golpe en la puerta.
Dusty se congeló. Su corazón subió de su tranquilo hueco en su
pecho y retumbó en sus oídos. El golpe se volvió a escuchar, y esta vez se
dio prisa por contestar, un trozo plateado de celo pegado en cada uno de
sus dedos de su mano izquierda.
Cuando abrió la puerta, él estaba allí.
Max. Su príncipe.
Se encontraba de pie en el porche, aún en el traje que había llevado
en el baile, pero estaba revuelto así como su morena cabellera, como si
nunca se hubiese molestado en peinárselo después de que ella pasase sus
dedos.
No pienses en eso se dijo a sí misma. Fue un error, eso es todo.
Max sostenía su dorado zapato de tacón perdido en su mano
izquierda. Sus dedos se curvaron sobre él protectoramente, como si fuese
una pelota de fútbol o un gatito. Alzó sus cejas en esa forma encantadora
que a las otras chicas les gustaba tanto.
262

—Estoy buscando a la dueña de éste zapato —dijo—. ¿Está aquí?


Dusty recorrió sus dedos sobre su no-más-dorado pelo, casualmente
quitando cualquier resto de polvo del ático. Necesitaba verse como la
malvada hermanastra ahora, no la pobre desafortunada huérfana.
Página

—No creo que nadie aquí sea dueño de un zapato así. Pero…
¿Quizás me lo pueda probar yo? —Le dio su mejor intento de una de las
poses seductoras de Fair, incluso más inepta que las de Pixie,
garantizando espantarle. Abrió más la puerta y le guiñó un ojo—. ¿Por
favor?
—Uh… está bien —dijo él, entrando dentro—. Pero estoy buscando a
alguien un poco más…
Ella observó su cara mientras dudaba, preguntándose qué era lo que
intentaba no decir. ¿Guapa? No que importase.
—Sólo déjame intentarlo —dijo. Él le dio el zapato, y ella hizo un
gran espectáculo de intentar ponérselo, resoplando disgustada cuando
fracasó.
Max observó la amplia escalera que llevaba a la segunda planta.
Había pétalos esparcidos por el suelo.
—Debe de haber alguien más aquí —dijo—. No es que no seas… —
Tosió—. Es sólo que… He pasado mucho tiempo con ella. La chica que
llevaba este zapato. Por lo que estoy bastante seguro que habría sabido si
eras tú.
—Merecía el intento —dijo Dusty, moviendo su pelo sobre su hombre
al estilo de Pixie.
—Pues… ¿Hay alguien más?
—Está mi hermana pequeña, pero estuvo conmigo toda la noche, y
sé que no llevaba zapatos dorados. Las dos estábamos allí. —Puso de
vuelta su expresión seductora—. No sé si nos viste.
—No, no creo haberlo hecho… Lo siento.
Dusty suspiró. —Si quieres ponerte técnico, hay otra chica que vive
aquí. Pero no fue al baile. Nuestra madre no la dejaría. Está sucia y viste
con harapos. Puedo traer a mi hermana pequeña si quieres. —Añadió
rápidamente—: Es muy mona. Como yo. —Movió su cuerpo hacia él. Max
dio un paso atrás.
—¿Uh, has dicho que había otra chica aquí? ¿Alguien menos
afortunada? ¿Un tipo de… Cenicienta?
—Bueno… Ella limpia nuestra casa y nos cocina. Pero no tuvo
tiempo para ir al baile. Estaba aquí, recogiendo lentejas.
Preparar lentejas, eso era tan antigua-escuela de Dusty. Quizás eso
263

era empujar el asunto.


—¿Lentejas? ¿En serio? —Luz apareció en sus ojos. Luz y
confusión—. ¿Podría hablar con ella?
Página

Dusty se encogió de hombres. —Supongo.


Por favor deja que funcione, pensó. Por favor…

***
La primera noche del baile, le había costado un rato captar su
atención. Dusty había brillado al entrar, esperando captar todas las
miradas tan pronto como entrase en la sala, como Dusty hizo en la
película. Diablos, como cualquier transformada guapa heroína hacía en las
películas.
Pero la gente estaba distraída, ocupados hablando, bebiendo,
bailando, no era como si todos los ojos estuvieran en la puerta, o como si
fuese una verdadera princesa que era anunciada cuando llegaba.
Pero cuando el resto de comensales la vieron, cuando finalmente la
notaron, volviéndose en cada dirección en el mismo momento, la miraron
con la respiración entrecortada, asombrados. Era guapa como en un
cuento de hadas en un vestido encantado, demasiado delicada para durar,
y su cabello brillaba como verdadero oro bajo la luz de los candelabros.
Una vez que la gente pudo respirar otra vez, la inhalaron, y su
perfume les encantó de nuevo.
Fue muy mágico, y casi habría estado muy contenta de volver a casa
en ese momento. Pero quería bailar en los brazos del muchacho que sus
hermanastras estaban adulando, y quería que vieran a esta perfecta
criatura bailando con él, siendo muy conscientes de que no era ninguna de
ellas.
Cuándo Max por fin la vio, interrumpió la conversación que tenía,
entregó la copa a un amigo, y se dirigió hacia ella para bailar. Se sentía
como si fuera una película en cámara lenta. Todo el mundo miraba, y todo
estaba congelado antes de que sucediera, pero no estaba preocupada o
asustada. Cuando sus dedos se entrelazaron con los de ella y la guió hacia
la pista de baile, su piel se estremeció con la misma sensación mágica que
el hada le había dado.
Bailaron juntos por dos bailes —dos canciones que ella no podía
recordar ahora— antes de escabullirse para llegar a conocerse mejor. Y
todas las cosas que aprendió sobre Max podrían caber en una caja con
forma de hombre. Ella había mantenido su identidad en secreto, y había
guardado la conversación al mínimo.
264

Así que... si él estaba enamorado de ella, no era como si le gustara


algo real. Esperaba que él no conociera su cuerpo lo suficiente como para
saber que Pixie era una chica diferente.
Página

***

Cuando llegaron a la habitación de Pixie, Dusty llevó sus dedos a


sus labios para hacer una señal de shhh, luego levantó otro dedo para
decir espera. Max asintió con la cabeza, y entró en la habitación y cerró la
puerta detrás de ella.
Pixie había logrado entrar en el vestido, y fijar la mayoría de los
diminutos ganchos, pero estaba acostada boca abajo en el suelo, y un
charco de sangre se había extendido sobre la alfombra bajo sus pies.
Dusty se llevó una mano a la boca para ahogar un grito. Se acercó
más, y casi se desmayó cuando vio el cuchillo de carnicero pegajoso de
sangre. Salpicaduras de rojo marcaban el camino entre el cuchillo y el
dedo cortado había ido a parar a pocos metros de distancia.
Pixie se había cortado su dedo grande del pie para que cupiese en el
zapato. Como en el cuento de hadas de Grimm.
El sabor a vómito aumentó en la garganta de Dusty, y tuvo que
mirar hacia otro lado para conseguir controlarse.
El príncipe dio un ligero golpe en la puerta.
—Sólo un minuto —dijo. Tenía que darse prisa. Si Fair o su
madrastra se despertaban y encontraban a Max en la sala, arruinarían
esto por pura estupidez.
Agarró a Pixie por debajo de los brazos y la levantó arrastrándola
hacia atrás, hacia la cama y las rayas de sangre de color rojo brillaban a
su paso. La dejó sobre la cama y trató de detener la hemorragia
sosteniendo una hoja arrugada alrededor de los dedos de los pies de Pixie,
pero la sangre seguía llegando hasta que la hoja estaba empapada, y era
imposible saber si estaba ayudando. El pie lesionado de Pixie tenía
también un aspecto grasiento y olía a Fresa. Debió de haber frotado loción
por todas partes, tratando de entrar en el zapato.
Dusty le dio a la mejilla de su hermanastra una ligera bofetada, no
quería hacerle daño.
—¡Pix! —siseó—. ¡Despierta! ¡Ya casi ha terminado! —Honestamente
no sabía si el dedo del pie que faltaba haría el truco. ¿Una herida abierta
contra el interior de duro metal del zapato? El dolor sería insoportable.
Podrían apretar a Pixie en el zapato, sólo para tenerla desmayada de
265

nuevo.
Tal vez era mejor tratar de meterla en el zapato de oro ahora,
mientras aún estaba inconsciente.
Dusty encontró el calzado resbaladizo y con olor a flores, y se tragó
Página

las ganas de vomitar. Su visión estaba negra alrededor de los bordes y su


cabeza se sentía demasiado clara, pero se sentó junto a su hermanastra,
se apoderó de su pie ensangrentado por el talón, y luego...
Lo forzó en el zapato. Era un poco como tratar de meter una clavija
cuadrada en un agujero redondo, pero lo hizo entrar, y lo hizo, a duras
penas. El pie dañado de Pixie estaba ahora encerrado herméticamente en
el zapato, la piel moteada con manchas de sangre, presionado primero rojo
y luego blanco como muerto donde los lados de metal del zapato se
encontraban con su piel. Dusty hizo todo lo posible para limpiarla. Lo que
era visible, de todos modos.
—Despierta, Pix —susurró ella, empujando a su hermanastra—.
Llevas el zapato. Estamos bien. Despierta, despierta, despierta.
Los párpados de Pixie se abrieron. Se veía blanca y enferma por el
dolor.
—Celeste —dijo, usando el nombre real de Dusty—. Yo... yo...
—Fue una estupidez, pero funcionó —dijo Dusty rápidamente—.
Sólo... respira profundamente. Voy a... uh, limpiar el desorden y luego
dejarlo entrar. Sólo respira.
Sonó otro golpeteo en la puerta. Tal vez hubiera habido más, y lo
había pasado por alto. No se ocupaba bien de apéndices cortados. Nada
cortado.
Dusty arrancó a enormes brazadas la ropa de Pixie del armario y la
esparció sobre la alfombra, con la esperanza de ocultar la sangre. Luego
hizo una bola con las sábanas manchadas y las metió en la parte trasera
del armario. No era perfecto, no había manera de que encajaran el otro pie
de Pixie en el zapato que Max había traído, pero tendría que ser suficiente.
Dusty abrió la puerta, y ésta vez no tenía la expresión coqueta en su
cara. Apenas podía manejar una sonrisa.
—Tenías razón —susurró mientras lo dejaba pasar—. Estaba
equivocada. La encontré así.
—¿Tenía razón? —Tocó el zapato. Sudaba un poco. Parecía nervioso.
Y entonces entró en la habitación y se retorció la nariz.
—Huele a sangre aquí —dijo.
—Es fresa. Crema para el cuerpo.
—No. —Él sacudió la cabeza—. Puedo oler ese aroma de flores, pero
266

huele a sangre, también. ¿No lo hueles?


—Es loción corporal barato. Es una chica pobre, ¿recuerdas?
Dusty le dio la espalda, tenía palpitaciones, y la sensación cómo si
Página

no pudiera respirar. Estaba haciendo un mal trabajo de escondite, al


pretender ser alguien que no era, y si se hubiera convertido en la
encantadora y sensual del baile, y el vestido había ayudado
definitivamente, estaba asustada de que de alguna manera viera a través
de la verdadera ella, y la reconociera, incluso con el pelo negro y la ropa
prestada, y no sabría qué hacer, si lo hiciera.
Max fue a meter algunas de las ropas esparcidas por el camino, y
Dusty lo cogió del brazo para detenerlo.
—Puedes caminar sobre ellas. No son más que trapos.
—No se ven como trapos.
—Bueno, lo son —insistió ella, agarrando su brazo con más fuerza y
dirigiéndolo hacia la cama.
Pixie estaba tendida de espaldas, jadeando un poco, pero se veía
delirantemente feliz cuando vio a Max cerniéndose sobre ella. —Viniste —
dijo. En la luz tenue, su cabello color caramelo casi podía pasar por
dorado. Su voz era más dulce y romántica que la de Dusty, pero tal vez él
no se diera cuenta. La mayoría de sus conversaciones habían tenido lugar
con música a todo volumen de fondo. Mayormente ella había respirado su
nombre y le susurro cosas como bésame.
Dusty mordió su pulgar, probando la sangre de Pixie en su uña y
juntó sus manos detrás de su espalda. Luego ella decidió hacerse útil, y
tiró la larga falda de alta costura por encima de los tobillos de Pixie, así
Max podía ver el zapato de oro puesto firmemente en su pie.
—Tenías razón —Dusty dijo de nuevo, sintiéndose enferma por
haber empezado esto. Nunca había pensado que Pixie hiciera algo tan
extremo.
—Salió a hurtadillas y fue al baile de todos modos. Tendré que volver
a revisar las lentejas. Ella probablemente hizo un trabajo de mierda
ordenándolas.
—Te amo —jadeo Pixie, la mirada de felicidad persistente en su
rostro antes de que sus ojos se pusieran en blanco y se desmayara de
nuevo.
Dusty ajustó el vestido de modo que cubriera los pies de Pixie. No
podía estar segura de que más sangre no empezaría a escapar.
Max suspiró. Se sentó en la cama junto a Pixie, el zapato de oro aún
acunado en su mano. —No sé lo que está pasando.
267

—Es la fresa —dijo Dusty.


—No es la fresa. Esto es un error. No es ella. Es su vestido, y su
zapato, pero… no es ella.
—Tal vez tenía un hada madrina —dijo Dusty—. No podría haberse
Página

permitido el vestido por sí misma. Tal vez el hada madrina mejoro su


aspecto un poco. Tal vez era más caliente en el baile. Y se desvaneció
después de la medianoche. ¿Estás diciendo que sólo te gustaba por su
aspecto? Porque si es así, eso habla muy mal de ti. Te hace más como… el
Príncipe Idiota que el Príncipe Encantador.
—No es su aspecto. Luce diferente, pero… todo en ella es diferente.
Dijo te amo.
—Supongo que te ama.
—Ella no es así. Cuando se lo dije, esta noche, en el baile… se
escapó.
Dusty tragó. Eso era cierto. —Tal vez cambió de opinión.
—¿Lo hizo?
Ella no lo había hecho. No había querido a nadie desde que su
madre murió. No iba a empezar ahora, después de conocerlo por tres días,
sin importar lo bien que se sentía cuando estaba con él. Había visto
demasiadas imágenes vergonzosas de Max. Formó su opinión acerca de
quién era él hace años… y la conexión que sentía, la química… no tenía
sentido y no duraría… no podía durar.
Max la observaba con atención, como si hubiera visto un atisbo de
otra persona y tratara de confirmarlo.
—Cuando se lo dije —dijo—, parecía que iba a vomitar. Algo así
como tú te ves ahora.
—Estoy segura de que no se veía así —dijo Dusty—. Tal vez era casi
la medianoche.
Max miró a Pixie de nuevo, poco convencido. —Esa no es ella.

***

En la segunda noche del baile, cuando Dusty había creído que podía
desaparecer de la vida de él para siempre, quería ver a Max una vez más.
Podía haberse quedado en casa y ponerle fin al asunto en ese momento,
pero se sentía como si recién hubiera comenzado.
El hada produjo un segundo vestido, este rosa pálido y goteado con
perlas, y tacones altos de cristal transparente con los que milagrosamente
268

Dusty fue capaz de bailar.


Aparentemente los padres de Max le habían dado charlas a éste
sobre desaparecer durante su propia fiesta, ellos estaban enojados de que
hubiera desaparecido anoche. Así que en la segunda noche de baile ella y
Página

Max fueron buenos: bailaron durante mucho tiempo, y él hizo un recorrido


con la misteriosa chica de cabellos dorados a su lado. Y luego a mitad del
camino a través del baile los dos desaparecieron en la sala de juegos del
hotel, y se besaron contra la máquina de pinball por quince minutos, toda
la cosa zumbando y encendiéndose.
Jugaron un partido de hockey de aire para enfriarse, luego pasaron
el resto de la noche dándose uno a otro miradas secretas mientras Max
jugaba diligentemente a ser anfitrión.
Dusty interpretó a la chica misteriosa. Cuando alguien le preguntó
su nombre, ella sólo sonrió. Y cuando Max apartó a Pixie y a Fair en la
pista de baile, ella tomo una larga y satisfecha mirada a sus ojos llenos de
angustia, se inclinó, y lo besó, sintiendo el doble placer de besar a Max y
pisotear los corazones de sus hermanastras. Eso es por todos los nombres
por los que la llamaron, y los trucos que jugaron… todo eso y algo más.
En la tercera noche del baile, estaba ansiosa por verlo de nuevo.
No habría una cuarta noche así que, ¿Por qué no disfrutar de la
tercera? Llevaba un vestido de seda cubierto de flores frescas, tacones de
oro, e incluso a pesar de que sus ropas eran pesadas, se movía como si
estuvieran hechas de aire.
Bailaron hasta las once, atrayéndose imperceptiblemente más cerca
con cada vuelta en la pista de baile, y luego se colaron lejos a la privacidad
del bar del hotel, donde ella se sentó en su regazo y se alimentaron el uno
al otro con pastel con sus dedos. No iba a hablar de sí misma, y él no tenía
que hacerlo, ella sabía de él, todos sabían de él.
Cuando el pastel se redujo a migajas, se apoyó contra él y dijo—: Me
siento enferma. —Pero era un tipo de enfermedad satisfactoria.
Él se rió extrañamente y dijo—: Me gustaría que no hubieras dicho
eso. —Y cuando le pregunto porque, dijo—: Porque no es una buena
introducción para lo que te voy a decir.
Él tomo su mano y dijo—: Esto parecerá una locura, pero…

***

Te amo.
Había dicho mucho más que eso, trató de explicarlo, de darle sentido
269

a como él podía sentir eso después de sólo unos pocos días. Y ella había
sentido el peso del tiempo que pasaron juntos al igual que el pastel. Había
sido delicioso mientras duró, el anhelo interminable, hasta que ella
alcanzo un punto donde tenía que pensar sobre mañana, y se dio cuenta
Página

de que debería haber parado antes, tal vez no le gustaba el sabor lo


suficiente para arriesgarse a este peligroso, traicionero, demasiado dulce
sentimiento que de repente no tenía sentido para ella.
—Me tengo que ir —dijo ella.
El reloj marcaba las 11:55; ya era hora de irse de todos modos. Se
puso de pie y él la siguió con la mirada fija, como si estuviera en shock.
Luego él se reunió a sí mismo y dijo—: ¡Espera! —Y ella se echó a correr,
moviéndose tan rápidamente en sus zapatos dorados como si estuviera
descalza, a través del hotel, saliendo por la puerta y bajando las escaleras,
derramando flores mientras se iba.
En su camino a la limosina que esperaba, se tropezó con un regador
metido en el césped, y uno de sus zapatos dorados se salió como una tapa
de botella. Se dio la vuelta para agarrarlo, pero no lo pudo encontrar en la
oscuridad; luego lo vio a él, apresurándose detrás de ella, queriendo
respuestas, así que ella corrió hacia la limosina y se metió dentro, cayendo
en cuenta, finalmente. Bueno, había perdido el zapato, pero tal vez así era
como una maldición de Cenicienta estaba destinada a terminar, y no era
como si él pudiera buscar en cada casa de la ciudad para encontrarla, el
mundo ya no era así, jamás lo volvería a ver...

***

Dusty miró de reojo a Max, quien se encontraba sentado en la cama


de Pixie, con el zapato en mano, como si tal vez eso fuese todo lo que había
quedado de la noche.
—Creo que estás equivocado sobre ella —dijo, asintiendo con la
cabeza hacia Pixie—. Sobre no siendo la misma chica. Creo que deberías
darle una oportunidad.
—¿Y por qué haría eso? —preguntó Max.
Porque te ama. O piensa que lo hace. Porque se cortó el dedo del pie
y no sé qué decirle si te vas sin ella. Buscó algo que en realidad pudiera
decir, pero no encontró nada. Nada se sentía correcto.
—No es la persona de quien estoy enamorado —dijo Max.
Sus ojos se detuvieron en las partes de ella que se mantenían
iguales—sus ojos, su boca. Dusty se sintió a sí misma ruborizarse, como si
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estuviese de vuelta en la misma habitación, observándose a sí misma. No


era que había estado fingiendo, exactamente. Era más como si hubiera
dejado que una parte de ella saliera. Una parte que no conocía muy bien.
—Tal vez no sabes lo que es el amor, si lo sientes tan rápido —dijo
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ella.
—Soy una persona espontánea —dijo Max—. Si siento algo, no
espero a estar seguro. Estoy seguro.
—Yo no soy espontánea —dijo Dusty, insegura de por qué se
encontraba admitiendo esto—, pero ella lo es. —Señaló a Pixie.
—No lo sé. Creo que fuiste bastante espontánea. Creo que te gustó
ser de esa manera, permitirte ser tu misma. —Él se movió más cerca—.
¿No pensaste en mí durante todas esas noches luego de que te fuiste a
casa? Porque yo sí pensé en ti.
—No sé de lo que estás hablando —dijo ella, jugando con su cabello
negro. Obviamente, así él podía ver el color y ser recordado, ella no.
—¿Podrías dejar de fingir ser alguien más?
La frustración se derramó sobre ella.
—¿Por qué es importante? Estaba fingiendo en el baile. No es así
como soy. Esto es lo que soy. —Tiró de su camiseta—. Excepto que por lo
general mi ropa es más fea que esto. Y estoy exhausta de limpiar la casa,
lavar la ropa, y lo que sea que mi madrastra quiera que haga.
—¿Por qué no sólo te vas?
—No lo sé. —Se mordió el pulgar. Ya no sabía a sangre, sólo
ligeramente a químicos, a fresas. Y lo sabía. Sólo intentaba no pensar en
eso—. Porque tengo miedo —dijo ella.
Sabía cómo vivir así. No estaba feliz con ello, pero estaba
acostumbrada. No ocurrían demasiadas decepciones de esta manera. Sólo
las mismas, una y otra vez. Ya encontraría la manera de hacerle frente a
todas ellas.
—No me había parecido que fueses el tipo de persona que deja que el
miedo le impida hacer cosas —dijo él.
—Fue el vestido. Y el cabello. La magia del hada madrina.
Pero había sido más que eso. Se había sentido como si esa noche—
como si todas las tres noches—le hubieran pertenecido. Y había afectado
la manera en que se comportaba. Se había dejado a sí misma ser una
persona diferente, en lugar de reprimir todo lo que sentía, dejando que sus
miedos controlaran quién era. Pero eso no significaba que hubiese dejado
de tener miedo.
—De todas formas, el zapato le queda —dijo Dusty, alejándose de la
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cama, cerrando sus brazos sobre su pecho—. Y ella cree que te ama.
Probablemente te adorará por el resto de su vida si ustedes se casan. Y es
linda. Podría irte peor.
—¿Estás loca? ¿Crees que me enamoro demasiado rápido, pero
Página

quieres que me case con tu hermana, con quien jamás he hablado?


—Mi hada madrina es un poco agresiva —dijo Dusty—. No creo que
esté satisfecha si no saca un final feliz de alguien.
Justo en ese momento—o tal vez un poco tarde, considerando que
Max ya sabía que él no había pasado las últimas tres noches bailando con
Pixie—un par de palomas aparecieron en la habitación. Eran del color de
las mentas de boda: un pastel verde, el otro pastel rosa.
—Cuu, cuuu, hay sangre en el zapato —cantaron al unísono.
Max palideció. Se dio la vuelta hacia la figura durmiente de Pixie.
—¿Sangre?
—Pájaros tontos —murmuró Dusty. Les dio un manotazo, esperando
que se disolvieran en el aire, de la misma manera que se habían formado.
En su lugar, el hada apareció, todavía en su vestido azul pálido, una
inocente sonrisa en su rostro. Y en una mano sostenía su varita de cristal.
En la otra sostenía el dedo sangriento cortado.
—¡Espantoso! —exclamó el hada, antes de tirar el pie a las aves, que
comenzaron a picotearlo y golpearlo, triturando la carne con los picos.
Max se inclinó hacia adelante y hundió la cabeza en una de las
almohadas. Dusty frotó su espalda, preocupada por él.
—¿Era eso necesario? —le preguntó al hada.
Lorelei se encogió de hombros.
—He disfrutado de estas incómodas confesiones —dijo el hada—.
Fueron entretenidas, por un rato. Pero ahora se supone que tú reveles tu
identidad en pura gloria, y seas feliz de haber ganado el corazón de un
joven tan encantador. ¡Y estás haciendo un desastre de esto! Podría decir
que estás siendo un poco desagradecida. Las otras chicas se están
desfigurando sólo para tenerlo a él, y ¿tú no estás interesada? ¿Quién eres
para estar desinteresada? ¡Qué chica más arrogante!
La boca de Dusty cayó abierta.
—¿Estás amenazándome?
El hada rió.
—¿Con qué te amenazaría, querida? ¿Qué podría ser más patético
que tu vida?
Max se levantó de la almohada. Parecía como si estuviese intentando
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con todas sus fuerzas no mirar a Pixie o a las palomas carnívoras.


—Detente. —Sostuvo su mano en alto hacia el hada—. Por favor. No
va a terminar como tú quieres que lo haga.
Página

—Estaba tan segura de que estarían bien juntos —dijo Lorelei—. Se


supone que se casen y vivan felices para siempre. ¡La boda es la mejor
parte! Ah, bueno, bien podría sacar provecho de esto.
El hada se metió los dedos en la boca y silbó, y las palomas se
elevaron en el aire, flotando por un momento antes de abalanzarse hacia la
cama.
Hacia Pixie.
Demasiado tarde, Dusty recordó qué ocurría al final de algunos
cuentos de la Cenicienta: en la boda, los pájaros picoteaban los ojos de las
hermanastras. Y desde que no habría una boda…
Dusty se lanzó sobre la cama, su cuerpo chocando contra el de su
hermanastra. El pico rosa de la paloma rozó su mejilla, y sintió una gota
de sangre deslizándose hacia abajo como una lágrima. Su puño golpeó al
otro pájaro, y éste explotó lejos de ella en un torbellino de plumas. Se
quedó en cuclillas sobre Pixie, sus puños apretados, no segura de qué
esperar—y luego abruptamente, se hizo el silencio. Sin alas. Sin hadas.
Una mano tocó su hombro, y ella alzó la vista.
Era Pixie. Sus ojos se habían abierto —ambos— y ninguno estaba
manchado de sangre.
—¿Qué ocurrió? —dijo Pixie—. Estás sangrando.
—No es nada. —Dusty le apartó un mechón de pelo de la cara. La
piel de su hermanastra ardía, como si tuviera fiebre—. No te preocupes por
mí. Voy a por un poco de agua.
Dusty entró en el baño y llenó una taza en el fregadero. Max se
acercó por detrás. Sus ojos se encontraron en el espejo.
—Dios —dijo ella, la palabra deslizándose como un suspiro—. Esa
hada madrina. Era del tipo te haré una oferta que no podrás rechazar.
—Supongo que le gustan las bodas.
—Supongo…
—Probablemente deberíamos llevar a tu hermanastra a un hospital
—dijo Max.
—Tienes razón. No es exactamente una cirujana. —Dusty se pasó los
dedos por el pelo. Se sentía tan cansada. Y ni siquiera había pensado en
cómo se lo diría a su madrastra.
Max la rodeó con los brazos desde atrás, y ella se apoyó en él, su
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pelo agrupándose contra su mejilla. Se sentía un poco como cuando se


habían estado alimentando el uno al otro de pastel en el bar, sin
preocuparse por lo que ocurriría después.
—Quizás no debería haber dicho eso tan pronto —le dijo a ella—.
Página

Pero no tenías por qué salir corriendo.


—Debía hacerlo. Era casi medianoche. Estaba a punto de cambiar
de vuelta.
—No me habría importado.
—¿No? Si tu linda princesa se venía abajo frente a ti, ¿habrías
estado bien con eso?
—Estoy bien con ella ahora.
Ya no olía a pastel de mantequilla. Olía como a polvo, a un viejo libro
del ático, a jabón de lavar, a sangre, y, debajo de todo eso, a su propia
piel—pero él enterró la cara en su cuello de todas formas y la inhaló. Su
desordenado, feo-para-un-príncipe cabello estaba en su cara y no parecía
importarle.
Ella se giró, y le besó, y se sintió igual que en el baile. No importaba
qué llevaba puesto, cómo lucía o cuántas estúpidas fotos había dejado que
tomaran de él—o cuán diferentes habían sido sus vidas. Era sólo lo que
era, y se sentía correcto, y dejó de intentar encontrarle un sentido.

***

Diez minutos después, se encontró a sí misma arrastrando la bolsa


de la lavandería llena de sus pertenencias hacia la calle. Su madrastra la
había echado. Esperaba gritos. Incluso anticipó los gritos de arpía de
“fuera de aquí fuera de aquí fuera de aquí” —pero no había esperado que
su madrastra fuese seria. O que mostrara cómo de seria lanzaba zapatos,
copas de vino, y un par de tijeras en rápida sucesión.
Su madrastra le dio cinco minutos para empacar sus cosas. Dusty
había corrido hacia el ático, y metido todo lo de valor —material o
sentimental— en una bolsa de lavandería: los vestidos encantados que se
cayeron a tiras cuando los tocó, perlas sueltas que habían abandonado el
vestido rosa, un par de las viejas muñecas de su madre, un álbum de fotos
y —para la posterioridad— los zapatos de cristal. No quería volver a ver los
de oro de nuevo.
Arrastró la bolsa sobre el césped delantero mientras la ambulancia
se detenía, y se levantó y observó mientras los paramédicos cargaban a
Pixie en la parte trasera. Dudaba de que fuera la primera vez que atendían
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este tipo de emergencias—Beau Rivage estaba lleno de chicas malditas;


sirenas con lenguas acuchilladas; hermanastras que estaban
desesperadas por encajar en zapatos muy pequeños; chicas cuyos pies
fueron cortados por hachas, para salvarlas de bailar con la muerte en
Página

tacones rojos.
Pero Dusty no pudo evitar sentirse como una criminal cuando se dio
cuenta de la multitud observándola, como si se preguntaran si ella era la
única cuyo pie encajaba en el zapato—la Cenicienta que había causado
todo este desastre.
La madrastra de Dusty se fue tras la ambulancia, gritando por la
ventana que Dusty mejor no apareciera por aquí de nuevo. El hada se
quedó atrás, haciendo guardia en la puerta.
Y cuando la ambulancia se fue, el coche de la madrastra de Dusty
desapareció, y el hada fue bloqueada, Max la esperaba, apoyado contra el
Audi plateado aparcado al otro lado de la calle. Las puertas estaban
abiertas, y mientras cargaba con su bolsa hacia la otra acera, él la tomó y
la puso en el asiento trasero. La luna brillaba sobre ellos, y los vecinos que
habían salido para observar el drama estaban demorándose en sus patios,
como si trataran de discernir si esto era un final feliz para siempre.
Dusty les dio la espalda a los mirones. Se quitó una pelusa de polvo
de la manga.
—Entonces —comenzó Max—. Tengo una idea. Necesito un
compañero de cuarto. Mi apartamento es demasiado grande. Y podría
obtener un perro…
Ella alzó las cejas.
—Pero no soy realmente una persona de perros. Y desde que ya
sabemos que estaremos juntos… Creo que deberías trasladarte. —Bajó la
cabeza, sus ojos diciendo por favor. Era entrañable cuando estaba
nervioso. No había fotos de él así en los archivos de Pixie.
Dusty escaló al asiento del pasajero. —¿Ahora soy un sustituto de
un perro? Creo que me gustaba más cuando estabas enamorado de mí.
—Tuviste tu oportunidad para ser feliz sobre eso. —Su sonrisa, libre
e inconsciente, la alegró de estar en el coche.
Se preguntó cómo luciría su apartamento. Y cómo sería no vivir en
un ático, ser una persona normal que podía vagar en la cocina por las
mañanas y hacerse una taza de café sin tener que preparar algún brebaje
de expresso para su madrastra primero.
Los vecinos entraron de nuevo en sus casas—decepcionados, tal vez,
porque no les habían dado un beso estremecedor—y Max comenzó un
lento viaje de vuelta a su apartamento. Una de sus manos descansaba
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entre ellos, y enroscó los dedos sobre ella y la sostuvo. No había tráfico en
su vecindario a esta hora de la noche. Sólo ellos dos, la oscuridad, y el
coche—y los desechos de su antigua vida en el asiento trasero.
—Max —dijo, sólo para meterse con él—, ¿Qué pasa si quiero un
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perro?
—Entonces puedes tenerlo. Pero no pájaros.
—Sin pájaros —acordó ella.
Parecía un buen sitio por el que comenzar.
Sarah Cross
Sarah Cross ama los cuentos de hadas en todas sus encarnaciones.
Su primera novela trata sobre otro tipo de mitos—superhéroes. Si quieres
saber más sobre ella lee algunos de sus libros, su alma está en alguna
parte de ellos. Visita su página web: www.sarahcross.com
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