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Nota: Publicado en Alba de América, Número 72, Volumen 38, Págs. 29-84. Octubre de 2018.
ISSN 0888-3181.Revista Literaria, Instituto Literario y Cultural Hispánico. Enigma Editores.
Abstract: Dr. Jorge Guillermo Borges Haslam, lawyer and professor of Psychology, typed a
notebook in which he stated his convictions on the society of the early Twentieth Century,
human condition, and philosophy. This hybrid work, entitled The Path and written in Geneva in
1917, remained unpublished until 2016. One hundred years later it reaches the reader in an
edition that transcribes a number of photocopies that thanks to Mrs. Leonor Acevedo’s
permission, Donald Yates made in 1968 in Buenos Aires. This essay focuses on the ideas
underlying Dr. Jorge Guillermo Borges’ conceptions –some already pointed out by critics and
others totally new– and demonstrates how they underlie the work of his son, Jorge Luis Borges,
escorting his writing from a silent place, much like Pierre Menard’s invisible work.
Introducción
El presente trabajo explora las similitudes y coincidencias entre la obra del padre de Jorge
Luis Borges y su hijo. En efecto, Jorge Guillermo Borges Haslam dejó al morir un cuaderno
mecanografiado titulado La Senda donde el abogado y profesor de psicología volcó sus
pensamientos sobre la realidad, la filosofía y la sociedad de entonces. Esta obra inédita, fechada
en 1917,llega al lector cien años más tarde en una edición que transcribe las fotocopias que, con
el permiso de doña Leonor Acevedo, hizo Donald Yates en 1968 en Buenos Aires. El paradero
actual del cuaderno es desconocido.
Este ensayo examinará las ideas eje del Dr. Jorge Guillermo y demostrará cómo ellas
subyacen en la obra del hijo. Borges padre habilita la apertura de nuestra interpretación con una
bella metáfora: “El pasado solo registra situaciones análogas, la identidad no se encuentra ni en
la naturaleza ni en la vida. El caleidoscopio apenas se ha movido pero la posición de sus piezas
refleja un dibujo inesperado”(38).Décadas más tarde, María Kodama, reafirmará la metáfora
cuando, en un homenaje por el centenario del fallecimiento de Borges, dirá: “Los que lo
amamos, los que fuimos sus amigos, los que admiramos su obra que nos cambió para siempre,
guardamos como un caleidoscopio innumerables imágenes de Borges” (13). Creemos que,al
desarrollar nuestro planteo sobre la obra paterna,se violenta en cierta forma el hermetismo del
caleidoscopio pues con todo respeto agregamos un tenue vidriecito que puede llegar a teñir
varias consideraciones críticas sobre la obra del hijo.
Si Jorge Luis se declaró en reiteradas oportunidades “hijo de la biblioteca paterna”,
consideremos agregar en esta instancia, también este cuaderno, que podría funcionar para nuestro
propósito como la obra invisible de “Pierre Menard”, obra que anima y escolta su discurso.
Observemos con atención lo que estuvo oculto hasta esta edición de la Universidad de Pittsburg
y usemos el “anacronismo deliberado” propuesto por el célebre cuento, pero no las “atribuciones
erróneas”. Y, sumando estos conceptos a la idea borgeana expresada claramente en la oración
final de “Kafka y sus precursores”: “El hecho es que cada escritor crea a sus precursores”
(Borges, O.C. Vol. I 712),nos permitiremos invertir la línea tradicional de tiempo del rastreo de
fuentes para también descubrir en la voz del padre, la mirada del célebre escritor. Bajtin estaría
autorizando nuestra oscilación temporal cuando afirma: “Un enunciado no solo está relacionado
con los anteriores sino también con los eslabones posteriores de la comunicación
discursiva”(271).Finalmente, la siguiente opinión de Jorge Luis Borges al estudiar la Divina
Comedia podría avalar nuestro enfoque:“Investigar sus precursores no es incurrir en una
miserable tareade carácter jurídico o policial; es indagar los movimientos, los tanteos, las
aventuras, las vislumbres y las premoniciones del espíritu humano”(O.C. Vol. II363).
Observemos entonces en este tenue fragmento del caleidoscopio las “vislumbres y
premoniciones” que desde el cuaderno La senda del Dr. Jorge Guillermo Borges preanuncian los
bifurcados senderos del hijo. Y conjeturemos que Borges hijo alcanzó a percibirlas cuando desde
la ficción, presenta al mago “tal vez imaginando que su hijo irreal ejecutaba idénticos ritos, en
otras ruinas circulares, aguas abajo” (Borges, O.C. Vol. I454).
La mojada
tarde me trae la voz, la voz deseada,
de mi padre que vuelve y que no ha muerto.
Jorge Luis Borges
Borges nos ha dejado abundantes testimonios sobre la influencia que ejerció su padre en
su vida. El libro Autobiografía se detiene en varias notas de esta relación. Solo se mencionarán
algunas. La ideología paterna determinó que en su primera infancia, Jorge Luis no concurriera a
la escuela:“No ingresé a la escuela hasta los 9 años, porque mi padre, como buen anarquista-
desconfiaba de todas las empresas estatales” (Autobiografía30). De todas formas, Georgie
reconoció: “Menos que las escuelas me ha educado una Biblioteca—la de mi padre” (O.C. Vol. I
858).También influyó la técnica pedagógica del profesor de Psicología: “Quería mostrarle mis
manuscritos a mi padre, pero él me dijo que no creía en los consejos y que debía aprender solo,
mediante la prueba y el error”(Autobiografía48).
Un aspecto valioso y reconocido por Georgie es que le debe a su padre el haber descubierto
“el poder de la poesía”, a tal punto que “cuando ahora recito un poema en inglés, mi madre me
dice que lo hago con la voz de mi padre”(Autobiografía20).Asimismo, este episodio sobre la
revelación de “que el lenguaje también podía ser una música y una pasión” está testimoniado en
Arte poética(Borges121-122).De igual forma,Borges padre le impartió“sin que yo fuera
consciente, las primeras lecciones de filosofía”, las paradojas de Zenón“con la ayuda de un
tablero de ajedrez”; “el vuelo inmóvil de la flecha, la imposibilidad del movimiento”
(Autobiografía 20).Nicolás Helft desprende de estos episodios un rasgo de la escritura del hijo: el
arte de trabajar la inferencia:
Borges padre, profesor de psicología, eleva esa predilección por lo implícito a una
categoría pedagógica y la convierte en método. Enseña disimulando que enseña […]. El
método (enseñar A fingiendo enseñar B) es una verdadera escuela lógica para Borges;
implica una cierta concepción de la verdad (la verdad no se dice: se delata, y siempre
parcialmente, en lo que se dice) y proporciona la fórmula para desentrañarla: es la fórmula
de la inferencia (55).
Borges compartió con su padre la ceguera originada en una gradual miopía progresiva,
tema que reiterará en sus poemas y que precisará con estas palabras: “El mundo del ciego no es
la noche que la gente supone. En todo caso estoy hablando en mi nombre y en nombre de mi
padre y de mi abuela, que murieron ciegos; ciegos, sonrientes y valerosos, como yo también
espero morir. Se heredan muchas cosas (la ceguera, por ejemplo), pero no se hereda el valor. Sé
que fueron valientes” (O.C. Vol. II 276).
También recibe Georgie el mandato paterno de “la tradición literaria (que) recorría la
familia”(Autobiografía28). Este imperativo ancestral lo determinó ya que “se consideraba de
manera tácita que yo cumpliría el destino literario que las circunstancias habían negado a mi
padre. Era algo que se daba por descontado”(Borges, Autobiografía 29). Borges hijo nunca se
opuso a este silencioso imperativo; sin embargo, no siempre coincidió con lo afirmado por la
autoridad paterna; necesitó décadas para poder definirse libremente en el poema “Thething I
am”: “Soy su memoria, pero soy el otro” (O.C. Vol. II 196). En un reportaje cuenta una discusión
que tuvo con su padre sobre la célebre frase de San Martín “Serás lo que debas ser y si no, no
serás nada”. Borges hijo piensa que para su padre ese “no serás nada” equivalía a “[…] serás un
israelita, un anarquista, un mero guarango, un auxiliar primero; la Comisión Nacional de Cultura
ignorará tus libros y el Doctor Rodríguez Larreta no te remitirá los suyos, avalorados por una
firma autógrafa…Sospecho que mi padre se equivocaba” (T.R. 1931-1955 352).
Otro reportaje reitera en Jorge Luis el peso de la decisión familiar que podría ser
interpretado como una cierta falta de libertad en la elección de vida1:
Mi destino es literario. Recibí esto como herencia […] Mi padre, que era abogado, se
consideraba escritor, y dejó algunas páginas admirables en verso. También escribió una
novela histórica El Caudillo, un drama titulado Hacia la nada, un libro de ensayos y un
libro de cuentos: El jardín de la cúpula de oro. En mi casa siempre se entendió que yo
debía ser escritor, que yo tenía que realizar el destino literario negado a mis mayores
(T.R. 1956-1986 335).
[…] había tachado muchas composiciones y había sugerido muchas variantes que yo usé
después cuando se hizo una segunda edición. Yo acepté todas esas variaciones y
enmiendas de mi padre y creo que hubo un solo caso en que lo desobedecí y mantuve un
adjetivo que él había condenado, sin duda, con toda razón […] Es decir que mi padre me
ayudó, aún después de su muerte física (Alifano 70).
Ayuda que tal vez fue ficcionalizada en el mundo de “Tlön”, cuando el narrador justifica
ciertas omisiones de los editores del Onceno Tomo de Orbis Tertius: “Es razonable imaginar que
esas tachaduras obedecen al plan de exhibir un mundo que no sea demasiado incompatible con el
mundo real” (Borges, O.C. Vol. I 442).
Conjeturemos que el poeta (“El hijo viejo”) se resiste a la pérdida de la imagen paterna
(“el hombre sin historia”) cuando cierra su soneto “El fin” con la invocación: “Dios o Tal Vez o
Nadie, yo te pido/ su inagotable imagen, no el olvido” (Borges, O.C. Vol. II 140).
Jorgelina Corbatta, al igual que Rodríguez Monegal en su célebre biografía, interpreta varios
episodios de la relación entre padre e hijo desde la perspectiva psicoanalítica de Didier Anzieu.
En el capítulo “Una lectura de Borges desde el psicoanálisis” coincide con el analista francés en
la importancia del fallido accidente que sufrió Jorge Luis luego de la muerte de su padre, en la
Navidad de 1938. Para ello, y siguiendo la teoría de Anzieu, Corbatta detalla el juego de doble
simetría especular:
Recordemos que este episodio será ficcionalizado por Borges años después en su célebre cuento
“El sur”.
La moneda de hierro ofrece dos poemas colocados expresamente por Borges uno a
continuación del otro. Sabido es el cuidado del poeta en la ubicación de los textos antes de
editarlos, a fin de que refuercen la cadena semántica que el lector atento puede percibir en una
antología. Nos referimos a los poemas “El fin” y “A mi padre” (Borges, O.C. Vol. II 140-141). Si
el primer soneto no nombra al padre pero lo retrata indirectamente, como hemos aclarado en el
apartado anterior, el segundo soneto “A mi padre”, reitera la pintura del momento de su muerte,
aceptada con estoicismo por ambos, pues –idea clave de la escritura borgeana– la muerte es el
momento de revelación:
Quizás la obra más rica en sus aportes para nuestro enfoque sea “El jardín de senderos
que se bifurcan”. Con respecto a su título, creemos pertinente observar un dato curioso. La Dra.
Sara Rogers, refiriéndose al Dr. Borges, afirma: “[…] también escribió algunos textos que no
han podido hallarse, quizá porque él mismo los destruyó o porque se extraviaron. Entre ellos se
hallaba una colección de cuentos titulada El jardín de la cúpula de oro y una obra de teatro
llamada Hacia la nada” (95) que, según Borges, trataba “de un hombre desilusionado por su
hijo” (Autobiografía 29).
Si enfocamos los títulos de las dos colecciones de cuentos –El jardín de la cúpula de oro y
El jardín de senderos que se bifurcan– y separamos el complemento que modifica al reiterado
sustantivo jardín, resulta evidente la contradicción en la sugerencia de una obra orgullosamente
clausurada por “la cúpula de oro” y la apertura infinita de “los senderos que se bifurcan”. El
camino para el infinito libro de arena ya se vislumbra.
Observemos parte de la trama: Cuando Stephen Albert explica a YuTsun el hallazgo de la
carta de Ts´ui Pen, confiesa3: “-Antes de exhumar esta carta, yo me había preguntado de qué
manera un libro puede ser infinito. No conjeturé otro procedimiento que el de un volumen
cíclico, circular[…] Imaginé también una obra platónica, hereditaria, trasmitida de padre a
hijo, en la que cada nuevo individuo agregara un capítulo o corrigiera con piadoso cuidado la
página de los mayores”4 (Borges, O.C. Vol. I 477).La máscara narrativa no puede ocultar
algunas de las situaciones ya planteadas: al peso ancestral se suma la negación de la autoría,
junto con la corrección que realiza el hijo de la obra paterna, la influencia de Platón y la temática
del infinito. Luego, el retrato de Ts´ui Pen fusiona a los dos Borges en una unidad altamente
simbiótica: “El testimonio de sus contemporáneos proclama –y harto lo confirma su vida–sus
aficiones metafísicas, místicas. La controversia filosófica usurpa buena parte de su novela. Sé
que de todos los problemas, ninguno lo inquietó y lo trabajó como el abismal problema del
tiempo” (Borges, O.C. Vol. I 479).
La anterior expresión, “el abismal problema del tiempo”, remite a la respuesta de otro
personaje borgeano, Emilio Trápani. Tal vez el ficticio relator retoma este último concepto
cuando, interrumpiendo la historia de su tío, el malevo Juan Muraña, le recuerda a Borges-
personaje: “Una vez tu finado padre nos dijo que no se puede medir el tiempo por días, como el
dinero por centavos, porque los pesos son iguales y cada día es distinto y tal vez cada hora. No
comprendí muy bien lo que decía pero me quedó grabada la frase” (Borges, O.C. Vol. I 1045)
Del mismo modo en el cuento de Ficciones, el sabio sinólogo inglés explica a YuTsun la
noción de “la red creciente de tiempos divergentes, convergentes y paralelos. […] que se
aproximan, se bifurcan, se cortan o que secularmente se ignoran, abarca todas las posibilidades”
(Borges,O.C. Vol. I 479). Y este último concepto nos invita, desde la ficción, a iniciar, ahora sí
ya completado el encuadre, la segunda parte de nuestro trabajo, donde, para seguir con otra cita
del mayor citador “Alguna vez, los senderos de ese laberinto convergen” (Borges, O.C. Vol. I
478).
Religión, propiedad individual, patria, hogar, gobierno están hoy como hace mil años
paralizados en moldes herméticos y fórmulas inviolables […] porque protegen
pretensiones de raza, casta y clase, cuyos intereses esencialmente pecuniarios son y serán
quizá siempre más fuertes que las tendencias innovadoras que los asedian, sea cual fuere la
grandeza de altruismo, justicia o verdad que estos últimos invoquen (79-80).
Analicemos brevemente los términos de la diatriba a fin de encontrar un hilo conductor
dentro de la errática dispersión de las ideas de La senda. La enumeración comienza con el
término “religión”. De allí se desprenderán las sucesivas críticas a la iglesia y el profundo
agnosticismo del padre trasmitido al hijo, a pesar de la tradición católica de doña Leonor
Acevedo y protestante de Francis Haslam.
El segundo término “propiedad individual” no responde en realidad a la visión de los
anarcosindicalistas sino, como sostiene Rosa, se convertirá en otro punto de partida para
“anarquizar el arte y la literatura” (22). Con el tiempo, Borges hijo claramente se hará eco de esta
propuesta libertaria en sus ensayos “El escritor argentino y la tradición” y “Nuestro pobre
individualismo”. Y en el mundo de Tlön, legitimará lo anterior al proponer las “atribuciones
erróneas y los anacronismos deliberados”. El concepto “patria” originará con el tiempo la crítica
a los nacionalismos que, junto con la cartografía al decir de su hijo en “Juan López y John
Ward”, anunciaban las guerras” (Borges, O.C. Vol. II500). “Hogar” es el elemento menos
desarrollado en el cuaderno paterno, aunque varios párrafos dejan traslucir cierta
minusvaloración de la mujer, rasgo totalmente ausente en su hijo. Y “gobierno” pareciera
sintetizar el célebre texto de Herbert Spencer (1884) Theman versus téstate. Finalmente, la
extensa cita paterna señala con énfasis la hipocresía de las anteriores instituciones que actúan por
“intereses esencialmente pecuniarios”, a pesar del doble discurso sobre “altruismo, justicia o
verdad que […] invoquen” (Borges, La senda, 80).
Recordemos que en Autobiografía, Borges comenta un episodio que evidencia las
reiteración paterna de esas ideas: “Mi padre era muy inteligente […] Una vez me dijo que me
fijara bien en los soldados, en los uniformes, en los cuarteles, en las banderas, en las iglesias, en
los sacerdotes y en las carnicerías ya que todo eso iba a desaparecer” (19). Conjeturemos si
Borges-autor no estaba trasvasando estos conceptos en la crítica enumeración que abre “Juan
López y John Ward”: “Les tocó en suerte una época extraña. El planeta había sido parcelado en
distintos países, cada uno provisto de lealtades, de queridas memorias, de un pasado sin duda
heroico, de derechos, de agravios, de una mitología peculiar, de próceres de bronce, de
aniversarios, de demagogos y de símbolos” (Borges, O.C. Vol. II 500).
El planteo final de “Los conjurados” reitera los conceptos anteriores, ya que el cuento-
poema propone la existencia de una utópica sociedad sin jerarquías ni sistema representativo,
cuyos habitantes “han resuelto olvidar sus diferencias y acentuar sus afinidades” (Borges, O.C.
Vol. II501). Ideas semejantes pueden ser reconocidas en sus cuentos“El congreso” y “Utopía de
un hombre que está cansado”. El Dr. Borges opina abiertamente: “Los políticos y estadistas
influyen muy poco en el alma de los pueblos” (80). Borges hijo madura esa idea y crea un
mundo futuro donde la representatividad social entra en crisis. Entonces los gobiernos “fueron
cayendo gradualmente en desuso […] nadie en el planeta los acataba […] Los políticos tuvieron
que buscar oficios honestos” (Borges, O.C. Vol. II 55).El crítico Luis O. Rosa interpreta así las
causas de esta predilección de ambos Borges y de su amigo Macedonio por dichos conceptos:
“En el anarquismo todo está en movimiento, ninguna idea (Estado, individuo, Dios, propiedad)
permanece fija e inamovible. Este es el atractivo y a la vez la maldición de la tradición
anarquista; mientras que otras ideologías se construyen en base a un valor inamovible […], el
anarquismo no tiene fundamento estático” (141).
La senda contiene varios fragmentos donde Borges padre reitera su crítica al predominio
de la mentira en los discursos sociales porque “Solo toleramos la Verdad diluida y floja”,
mientras que la mentira “es dócil y maleable y conforta su egoísmo y su flaqueza” (76). A
continuación generaliza con mayor escepticismo: “Todas nuestras creaciones la contienen, el
altar, los estrados de la justicia, la moral y las tablas de la ley” (76).Teme también el Dr. Borges
por el hombre, ya que “La vida humana vale poco. Es la más barata de todas las fuerzas […]
Cualquier ideal es más sagrado que ella. En nombre de cualquier principio (el de autoridad, por
ejemplo) se barren a balazos las calles” (84).
Por momentos el anarquismo del padre adquiere el tono de arenga política: “Cuando se
acumulan las fallas y todo un régimen se hunde y hay descrédito y hambre […] este es el
momento propicio para entregar el poder en manos del pueblo” (Borges, La senda 85). Pero
pareciera arrepentirse de su acalorada exhortación pues el mismo párrafo concluye. “No es de
extrañarse si el gobierno popular es desgobierno y la parodia termina en el crimen del
despotismo usual” (85) ¿Se contradice el padre de Borges al respecto? ¿Borges hijo habrá notado
el cambio de posición paterna, si es que alcanzó a leer el cuaderno?
Borges padre, abogado y estudioso de las leyes, critica el abismo existente entre la
Justicia y su aplicación en el sistema legal: “La noción de una Justicia única e indivisible,
personificada en la diosa que empuña la desnuda espada y lleva los ojos vendados, no pasa de ser
una mediocre ficción. La verdad es que hay tantas diosas de los ojos vendados como hay razones
para obrar en un sentido u otro” (73).
Propuesta semejante podría haber llevado a su hijo a interrumpir la trama de “Emma Zunz”
con la opinión del narrador que presenta a su tímida protagonista analizando“la intrépida
estratagema que permitiría a la Justicia de Dios triunfar de la justicia humana. (No por temor,
sino por ser un instrumento de la Justicia, ella no quería ser castigada” (Borges, O.C. Vol. I 567).
El oportuno paréntesis legitima la idea paterna. También derivarían de allí las numerosas
historias de su hijo, cuyos actantes corrigen biografías propias o ajenas, tal como lo señala
agudamente Enrique Pezzoni al analizar cuentos como “El sur”, “La forma de la espada”
y“Tema del traidor y del héroe”,entre otros (69-86).
Hacia el final de la copia del cuaderno filosófico, Borges padre enfoca desde su
perspectiva peculiar la relación entre la Religión y el surgimiento del Estado: “El Estado
ocupa el sitio que en otras épocas correspondiera a la iglesia y, como la iglesia, tiene sus
jerarquías, autoridad, respeto y artículos de fe. Todo el fardo de sumisión y credulidad que fue
propio del creyente, caracteriza ahora al patriota” (86).
Con respecto a las religiones el Dr. Borges reconoce que están en decadencia: “La gloria
es ida, ya no somos capaces de morir por nuestra fe”. Sin embargo, son necesarias: “La religión
no ha muerto. Su alma es la esperanza y la esperanza es perfecta y divina y no puede morir”
(Borges, La senda 51-52). Pero como profesor de Filosofía, conjetura inmediatamente:
Qué curioso hubiera sido si el Mesías en vez de nacer en la árida Judea hubiese nacido en
la Grecia de Atenas y el Partenón. El hijo de Jehová hubiera sido entonces el hijo de
Prometeo y toda la noche de horrores que partió de la colina del Gólgota para enlutar el
mundo en doctrinas de pecado y expiación, habría irradiado en un concepto más sano de
la Vida, más rabiosamente hermoso y más perfecto (52).
El doctor Borges acepta la realidad del Mesías. Disfrutemos la caracterización del Cristo
anhelado por Borges padre en un breve apartado de su cuaderno de confesiones metafísicas: “El
Cristo que llamó a los niños a su lado, que acarició la suelta cabellera de la triste Magdalena y
tuvo un gesto de varonil indignación frente a los mercaderes del templo ha de vivir cuando el
último cirio se haya apagado en el olvido y la ruina de las religiones levantadas en su nombre”
(41).Hermosa caracterización que puede coincidir con la figura de Cristo presente en los cuatro
poemas que Jorge Luis le dedicara más adelante: “Lucas XXIII” –en El Hacedor–“Juan, I, 14” –
en El otro el mismo y en Elogio de la sombra- y “Cristo en la cruz”, que inaugura su último texto
Los conjurados.5
Al igual que su hijo, Borges padre es agnóstico; cree en Dios pues reconoce que “No es
posible desembarazar totalmente el espíritu de la idea de Dios” (85). Es más, a la manera del
“monismo panteísta” (Borges, La senda 19) de Espinoza, invita al lector a superar su carga
humana individualista para integrarse con el universo y lo divino: “Lo personal e íntimo está allí,
pero la copa se rebasa, una gota de su licor convival ha mojado los labios del universo que ahora
ríe o llora con nosotros […] Penas y glorias […] son vibraciones de un corazón único, universal,
absoluto. El Dios aprisionado en la selva oscura de nuestro YO recupera su imperio, contempla
su creación y se irradia en ella” (33).
El filósofo Baruch Spinoza es citado por el Dr. Borges al referirse a la aceptación
consciente de las leyes de la causalidad. Recordemos en esta instancia los dos poemas que
Borges hijo le dedica: “Spinoza”, en El otro, el mismo6 (O.C. Vol. I 930) y “Baruch Spinoza”, en
La moneda de hierro (O.C. Vol. II 151). El filósofo judío sostenía su idea de la naturaleza como
el cuerpo de dios y cada uno de nosotros formaría parte de ese cuerpo.
Más adelante el Dr. Borges insiste en la idea de un cosmos ordenado y ejemplifica su
concepto con la siguiente metáfora: “De la súper conciencia a la conciencia, de la idea a la
acción todo acto es eslabón de una larguísima cadena, admirable y lógicamente ordenada, es
fuerza de una corriente que aquí alimenta la esclusa de un molino laborioso y allí, al desbordarse,
abate las espigas, arruinando la cosecha” (52). Sin embargo, Borges padre cierra el párrafo
anterior yuxtaponiendo tesis y antítesis: “A la tesis consoladora de que un acto bueno conserva
su carácter al través de sus innumerables consecuencias, podemos, en el caso de los actos malos,
oponer la tesis igualmente consoladora de que en algún momento podrán muy bien tornarse
inocuos y dar buen fruto” (52).
El calificativo moral se diluye en el mismo momento de su paradójica enunciación. Orden
y caos se disputan su preeminencia en la conciencia del hombre. Los términos opuestos se
disuelven ante la realidad, pues “un examen más detenido tiende a borrar las distinciones
revelándonos un mundo más rico y variado si bien más confuso” (Borges, La senda 62). Y al
referirse a la Vida –con mayúscula, como es parte del discurso– el Dr. Borges sostiene: “El
hecho es que cada uno es muy dueño de interpretarla a su modo. Ciencia y conciencia hallarán en
su rostro de esfinge la verdad o la mentira, y en su trágica mudez motivos de aliento o
desaliento” (20).
¿No anuncian estas afirmaciones el relativismo de la realidad, la coincidencia de los
opuestos –tal como lo señala Estela Cédola (1987) en su tesis doctoral–y las numerosas
paradojas de los actantes borgeanos donde un traidor puede ser un héroe, una inglesa elegir la
toldería o la libre simplicidad del desierto de Arabia funcionar igual que un intrincado laberinto?
Un agudo solipsismo tiñe el final del cuaderno paterno. El idealismo berkeliano se agudiza
y lleva al Dr. Borges a sentenciar: “Hay algo –afirma el joven y sus pasiones alborotan el
sendero con el afán de la búsqueda. Hay algo –piensa el hombre y con mirada ansiosa escruta las
estrellas. Pero el viejo sabe que no hay nada, nada en el camino recorrido, un puñado de barro
que se agita rebelde en el barro indiferente de la vida” (87).Años después su hijo, empleará, a la
manera del Génesis, una metáfora equivalente para referirse al proceso de la creación en “Las
ruinas circulares”:“En las cosmogonías gnósticas, los demiurgos amasan un rojo Adán que no
logra ponerse de pie” (Borges, O.C. Vol. I 453). Reafirmando el nihilismo paterno, Borges hijo
sellará su postulación de la realidad con la dolorosa interrogativa que cierra su soneto “Ajedrez”:
“¿Qué dios detrás de Dios la trama empieza/ de polvo y tiempo y sueño y agonías?” (O.C.Vol. I
813). Y al igual que el Minotauro, dentro de su “Laberinto” podría exclamar: “No existe. Nada
esperes. Ni siquiera/ en el negro crepúsculo la fiera” (Borges, O.C. Vol. I 986).
El ensayo “Nueva refutación del tiempo” considera la filosofía idealista –tal como ha sido
analizada en profundidad por varios críticos– y la desgaja en numerosas sentencias sobre la
materia y la percepción humana del tiempo:
Berkeley negó la materia […] Razonó que agregar una materia a las percepciones es
agregar al mundo un inconcebible mundo superfluo. Creyó en el mundo aparencial que
urden los sentidos, pero entendió que el mundo material es una duplicación ilusoria […]
Todo el coro del cielo y los aditamentos de la tierra […] no existen fuera de una mente, no
tienen otro ser que ser percibidos; no existen cuando no los pensamos, o solo existen en la
mente de un Espíritu Eterno (Borges, O.C. Vol. I 766-7).
Culto al libro
En este segmento se estudian las “vislumbres y premoniciones” (Borges, O.C. Vol. II
363) de alguna temática borgeana extensamente tratada por la crítica, pero que en nuestro trabajo
se observarán solamente desde la perspectiva del cuaderno del padre.
Coincidiendo con la posterior opinión de su hijo, nótese cómo en el prólogo de La senda,
titulado por su autor “Al margen”, el Dr. Borges asume que las ideas que volcará en el cuaderno
son resultado de sus numerosas lecturas:
Y ahora, para terminar, vaya esta confesión a manera de descargo: el amor a la lectura y la
intimidad de los libros facilitan asimilaciones que si enriquecen y fortifican el espíritu,
también le visten en ropajes que no fueron prístinamente suyos. Autores hay que leídos y
releídos son gramática de modo de sentir y pensar. Mal pudo entonces abandonarlo quien
al mirar la Vida amontonó estas páginas y no supo siempre en citas salvadoras distinguir
entre lo propio y lo que fuera por reflejo asimilado. Es por demás sabido que nadie escapa
al erudito que de intento, en el fondo o en la forma, busca el plagio. –Sea– y corramos al
refugio de esa línea admirable en que William James refiriéndose a su obra dice: todo lo
que hay en ella de majadero es mío, lo demás ajeno. (21)
¿Cuál es la tradición argentina? Creo que podemos contestar fácilmente y que no hay
problema en esta pregunta. Creo que nuestra tradición es toda la cultura occidental, y creo
también que tenemos derecho a esta tradición, mayor que el que pueden tener los
habitantes de una u otra nación occidental […] Podemos manejar todos los temas europeos,
manejarlos sin supersticiones, con una irreverencia que puede tener, y ya tiene,
consecuencias afortunadas. (O.C. Vol. I 273)
Según el crítico Luis O. Rosa, esta profusión de intertextualidad y abuso de citas se origina
en la estética anarquista compartida por Borges y Macedonio Fernández: “Borges cita
constantemente. Su apuesta está en jugar y ridiculizar la falsa autoridad que se construye cuando
ponemos algo entre comillas” (189).
Otro concepto paterno que anticipa el planteo temático reiterado en la obra del hijo es, al
decir de Roland Barthes, “el placer del texto”:
Un buen libro es tan raro como un buen lector […] y el buen lector ha de seguir a su autor
como el perro fiel sigue al amo olfateando su rastro, porque no siempre ha de encontrarlo
en cada párrafo—mas cuando los dos se encuentran, el espíritu selecto y la obra maestra en
la primera lectura arrobadora, la virginidad no ofrece mayor deleite, la impresión recibida
es única y en vano ha de buscarse después. (Borges, La senda 48)
Observemos el placer que encuentra el Dr. Borges en las revelaciones de La Mil y una
noches, libro preferido por su hijo y al cual incluye en sus ficciones y ensayos. Borges padre
caracteriza así a Sherezade:
…con cada nuevo cuento gana un nuevo plazo. Su maravillosa inventiva cambia de
continuo el decorado y renueva el interés en las mil noches y una noche de la humana
desventura jamás nos abandona;creó en el más allá de la última mañana la redentora
ilusión de la tierra prometida […] Su medida es la amplitud de todas las medidas y ninguna
la rebasa, y por eso bien podemos dar lo no logrado por logrado. (43)
Emerson dijo que una Biblioteca es un gabinete mágico en el que hay muchos espíritus
hechizados. Despiertan cuando los llamamos; mientras no abrimos un libro, ese libro,
literalmente, geométricamente, es un volumen, una cosa entre las cosas. Cuando lo
abrimos, cuando el libro da con su lector, ocurre el hecho estético. Y aún para el mismo
lector el mismo libro cambia, cabe agregar, ya que cambiamos, ya que somos (para volver
a mi cita predilecta) el río de Heráclito, quien dijo que el hombre de ayer no es el hombre
de hoy y el de hoy no será el de mañana. Cambiamos incesantemente y es dable afirmar
que cada lectura de un libro, que cada relectura, cada recuerdo de esa relectura, renuevan el
texto. También el texto es el cambiante río de Heráclito. (O.C. Vol. II 254)
Culto al coraje
Enfatiza el Dr. Borges la superioridad de la acción valerosa: “Solo en la acción puede
buscarse el contentamiento”, sentencia (13). Y su postura antimilitarista por influjo del
anarquismo cede su lugar a la exaltación del coraje: “Demoledora y brutal como es la guerra hay
una grandeza épica en sus riesgos que la hará atrayente al corazón de los hombres […] Allá
donde se expone la Vida, como se expone una moneda en la mesa de juego, (la Vida) valdrá
siempre algo más como intensidad dramática y fuerza conmovedora”(43). Pareciera Borges
padre adelantar la reacción de Juan Dahlmann al aceptar el puñal en el desenlace de “El sur”
(Borges, O.C. Vol. II 530), o responder al llamado a la acción con que finaliza el poema “Simón
Carvajal” (Borges, O.C. Vol. II 93), o acompañar el pesar de Werferth cuando tuvo “que
renunciar a la contienda” en la Batalla de Maldon pues era “el poeta, el cantor” (Borges, O.C.
Vol. II 145).
Como complemento de las ideas anteriores, Borges padre destaca la libertad, ya que:“[…]
vale cuando armada de la acción imprime sus voliciones en el mundo de los hombres y las cosas,
cuando tiene batallas que librar y dispone de ideas y ambiciones, cuando se corre un riesgo en
cada esfuerzo […] Se puede morir por ella sonriendo a la muerte” (70-71). Las palabras del Dr.
Borges anticipan en cierta forma el accionar de numerosos actantes borgeanos que, como
Droctfull o los malevos y compadritos de las milongas, encuentran en la muerte la cifra de sus
destinos y un instante de revelación. Pero también el Dr. Borges reconoce con resignación que
“por otra parte, es inútil predicar heroísmo a los cobardes” (69). Esta sentencia pareciera abrir las
compuertas de la imaginación de su hijo para crear su galería de protagonistas cobardes y
pasivos, tal como surgen en los cuentos “El Zahir”, “Funes el memorioso” y “Pedro Salvadores”.
La memoria ancestral
La identificación Vida-Teatro presente en La senda acompaña otro motivo claramente
descripto por Borges padre y que luego “bifurcará” su hijo:
Las pupilas que abrimos sobre el mundo lo contemplan con la comprensión heredada de
espectadores que fueron nuestros antepasados. Es verdad que de sus ojos a nuestros ojos, el
espectáculo ha cambiado, el decorado es distinto, los actores son otros pero lo que
realmente tiene de interesante la tragicomedia llamada Vida, única obra que se representa
en el escenario del mundo, es lo que ellos nuestros antecesores, vieron y
comprendieron[…] Los ojos de los muertos son nuestros ojos. (82)
Y ahora, invirtiendo la senda que habitualmente trazamos, justifiquemos este aspecto compartido
por ambos escritores con la siguiente valoración del tiempo pasado según el Dr. Borges: “[…] lo
esencial es que ocurrieron, que se incorporaron a nuestro ser y que en vano apresurando el paso o
amontonando tierra de olvido lograremos desentendernos de su afligente compañía” (65). Años
más tarde su hijo esquematizará este concepto al comenzar su soneto “Everness” con la
sentencia: “Solo una cosa no hay. Es el olvido” (O.C. Vol. I 927).
Borges padre señala en otro texto: “Existe un pasado indestructible que no admite ningún
alejamiento y para el cual el recuerdo mismo o su ausencia es cosa secundaria porque ha logrado
incorporarse a las fuerzas sonoras y en marcha de la Vida” (66). El mismo esbozo temático sobre
la fuerza irresistible del pasado pareciera aflorar con múltiples matices en la constante disyuntiva
que enfrenta el Minotauro de Borges: “No esperes que el rigor de tu camino/ que tercamente se
bifurca en otro,/ que tercamente se bifurca en otro,/ tendrá fin. Es de hierro tu destino” (Borges,
O.C. Vol. I986). Y, en el poema “Los Borges”, el poeta recuerda a sus ancestros: “vaga gente/
que prosigue en mi carne, oscuramente,/ sus hábitos, rigores y temores” (O.C. Vol. I 831).
Asimismo, creemos que la célebre oración de Borges mencionada anteriormente: “Lo cierto es
que todo autor crea a sus precursores” de “Kafka y sus precursores” sobre el tradicional tópico de
las fuentes de un autor, podría haber sido originada en La senda: “En los encuentros de ayer se
forjaron las armas con que luchamos hoy y lucharemos mañana. De acuerdo con la experiencia
del pasado afrontamos el presente y el futuro” (Borges 37). Y el peso de la memoria ancestral
diluirá, en ambos Borges,la identidad, fusionando al individuo con la especie.
Entonces ocurrió la revelación. Marino vio la rosa, como Adán pudo verla en el Paraíso, y
sintió que ella estaba en su eternidad y no en sus palabras y que podemos mencionar o
aludir pero no expresar y que los altos y soberbios volúmenes que formaban en un ángulo
de la sala una penumbra de oro no eran(como su vanidad soñó) un espejo del mundo, sino
una cosa más agregada al mundo. (Borges, O.C. Vol. I 795)
El Dr. Borges reitera su preocupación por el olvido de los idiomas clásicos: “La patria de
un escritor es el idioma que emplea […] Los clásicos grecolatinos están destinados al olvido […]
porque son muy pocos los eruditos que pueden gustarlos en su idioma” (48).Tal vez continuando
esta preocupación paterna, Borges hijo propondría tiempo después “emplear en su rigor
etimológico las palabras […] Aconsejado por los clásicos y singularmente por algunos ingleses
(en quienes fue piadosa y conmovedora el ansia de abrazar latinidad) me he remontado al uso
primordial de algunas palabras” (El tamaño … 42). Incluso, convierte la añoranza paterna de las
lenguas clásicas en dos respuestas dentro de sus cuentos. En efecto, el ficticio Borges-viejo se
queja en “El otro”: “Cada día que pasa nuestro país es más provinciano. Más provinciano y más
engreído, como si cerrara los ojos. No me sorprendería que la enseñanza del latín fuera
reemplazada por la del guaraní” (Borges, O.C. Vol. II 13). Más aun, Borges cuentista proyecta su
anhelo de la unidad de la lengua latina, cuando en su “Utopía de un hombre que está cansado” el
hombre gris explica: “La diversidad de lenguas favorecía la diversidad de los pueblos y aún de
las guerras, la tierra ha regresado al latín. Hay quienes temen que vuelva a degenerar en francés,
en lemosín o en papiamento, pero el riesgo no es inmediato (Borges, O.C. Vol. II 52).
Con respecto al marco de referencia literario, Borges padre reconoce la influencia
ideológica de varios autores. Al igual que su hijo décadas más tarde, citará a Carlyle: “Pese a
Carlyle, la historia de los pueblos no es la historia de sus grandes hombres” (80). Su hijo
recurrirá al mismo autor y confirmará el concepto paterno cuando cierra su análisis del Quijote:
“En 1833, Carlyle observó que la historia universal es un infinito libro sagrado que todos los
hombres escriben y leen y tratan de entender, y en el que también los escriben” (O.C. Vol. I 669).
También el Dr. Borges admiraba La Divina Comedia, texto que su hijo analizó con
agudeza en conferencias y ensayos. Opina Borges padre sobre la escritura eficaz de Dante quien
acude desde su “grandeza sonora” para caracterizar el pasado: “La más pavorosa de las visiones
dantescas no iguala en intensidad dramática la visión de esas horas muertas” (35).
Ecos de Schopenhauer resuenan asimismo en la valoración de la voluntad del profesor de
Psicología: “En los límites del YO la voluntad es soberana: hace y deshace a su antojo” (56). La
idea pareciera reflejarse años más tarde en “Nueva refutación del tiempo” (Borges: O.C. Vol. I
760) y en “Historia de los ecos de un nombre”, entre otros ensayos. De la exposición idealista del
filósofo alemán, Borges hijo también derivará la citada problemática de la identidad, tema que
fue ficcionalizado en numerosos cuentos y poemas, y que cierra magistralmente el último
ensayo:“[…] a modo de epílogo, las palabras que Schopenhauer dijo, ya cerca de la muerte […]
No he sido esas personas; ello, a lo sumo, ha sido la tela de trajes que he vestido y que he
desechado. ¿Quién soy realmente? Soy el autor de El mundo como voluntad y como
representación, soy el que ha dado una respuesta al enigma del Ser, que ocupará a los pensadores
de los siglos futuros” (O.C. Vol. I 753).
Por otro lado, “La imaginación de Shakespeare” surge en La senda como cita en varias
oportunidades. El cuaderno comienza: “El dilema de Hamlet es un resorte dramático, se escuda
en el Arte y no en la Realidad” (23). Y el célebre monólogo del príncipe de Dinamarca
reaparecerá para afianzar el escepticismo paterno: “Las palabras de Hamlet ‘dormir, morir, soñar
acaso’ podrán torturarnos un momento pero hay algo dentro de nosotros mismos que no tiene
desconfianza, ni vanos sueños ni temores que nos dicen ‘no eres un accidente en el correr de las
cosas, no iluminas un trecho y un espacio, eres la vastedad del todo y morirá contigo’” (39).
El predominio señalado por el doctor Borges del Arte sobre la Realidad, se impone en la
escritura de su hijo cuando, en “Magias parciales del Quijote”, reflexiona: “¿Por qué nos inquieta
que Don Quijote sea lector del Quijote, y Hamlet, espectador de Hamlet? Creo haber dado con la
causa: tales inversiones sugieren que si los caracteres de una ficción pueden ser lectores o
espectadores, nosotros, sus lectores o espectadores podemos ser ficticios” (O.C. Vol. I 669). Dice
el padre de Borges, Macbeth, “familiar y temido ejerce muchas veces un control saludable en
cuanto nos obliga a vigilar de cerca nuestros actos” (44). Y los amantes de Verona son citados
con una irónica intención desmitificadora: “Podrá sentirse defraudado el sentimiento dramático,
cuando una Julieta cualquiera en vez de inmolarse sobre el cuerpo de su amante ensaya
coquetamente sus crespones de viuda delante del espejo” (Borges, La senda 65).
Podríamos señalar incluso coincidencias en la preferencia por algunos términos que, con el
tiempo, se convertirán en palabras clave de la obra de Borges. Tal el concepto de trama al que
recurre el profesor de Psicología para definir su postulación de la realidad:“La Realidad en sí
misma es tela de una trama tan compleja que el mayor esfuerzo intelectual solo puede discernir
en ella los hilos más salientes” (24). Y cuando el entusiasmo político tiñe su discurso, también
apela a este símbolo: “Toda civilización es el instrumento de una clase y como tal fragmentaria y
partidista. El alma colectiva en la totalidad de sus aspiraciones no cabe en ella, la trama de su
cernidor es necesariamente estrecha y excluye todo aquello que no se ajusta a su medida” (42).
Por momentos, Borges padre observa solo lo negativo de esa vida equivalente a trama:
“Admitamos que la trama misma de la estofa humana es de error y engaño” (68). Pero reconoce
la coexistencia de opuestos: “Si bien se mira, toda la verdad que encierra una situación
cualquiera está formada por un tejido multicolor de contrastes y armonías” (80). Ante este
panorama, jerarquiza el valor del humor para que el hombre, “sobrecargado de responsabilidad”
supere la seriedad de la vida, de tal forma que “la trama trágica se desconcierta, su imponente
maquinaria armada en iras no resiste una mueca irreverente” (64).
Proyectemos entonces el concepto paterno en la obra del hijo, quien jerarquizó el concepto
de trama en su célebre microrrelato “La trama”, incluido en El Hacedor, en la prosa poética de
Los conjurados, y en el poema incluido en La Cifra. Todos ellos confluyen ideológicamente para
caracterizar a la historia de la humanidad como una trama infinita diseñada por un solo autor que
es eterno, tal como describe en “1982”:
Un cúmulo de polvo se ha formado en el fondo del anaquel, detrás de la fila de libros […]
Es una parte ínfima de la trama que llamamos la historia universal o el proceso cósmico. Es
parte de la trama que abarca estrellas, agonías, migraciones, navegaciones, lunas,
luciérnagas […] Cartago y Shakespeare. También son parte de la trama esta página, que no
acaba de ser un poema, y el sueño que soñaste en el alba. (Borges, O.C. Vol. II 499)
Conclusión
Del errático cuaderno de apuntes del Dr. Jorge Guillermo Borges hemos analizado algunos
conceptos clave y los hemos proyectado sobre la obra de su hijo. De ese extenso corpus de ideas
que participa de perfiles sociales, psicológicos, políticos, religiosos y literarios, tratamos de
jerarquizar algunos aspectos de la ideología paterna que mostraran coherencia y concordancia
con la obra de Georgie. Violentamos en cierta forma la aparente clausura del caleidoscopio de la
crítica y añadimos un nuevo cristal, gracias a la publicación del cuaderno paterno que esperó cien
años para salir a la luz.
Con todo respeto, sea bienvenida la voz silente de La Senda para integrarla al extenso
corpus de la crítica borgeana, cuya vastedad acogerá, sin duda, otro punto de partida hacia los
infinitos y bifurcados senderos textuales de su hijo.
Notas
1
Cfr. al respecto nuestra interpretación del texto denominado “Liberación”, publicado por Jorge Luis en la Revista Gran
Guiñol, en Sevilla, en 1920 (Zwanck, 2013, pp. 82-88).
2 Luego de analizar la novela paterna El Caudillo en todo un capítulo de su obra, Cobo Borda concluye: “En la novela,
como en una nuez, se halla el futuro Jorge Luis Borges, quien jamás escribiría una novela” (43).
3 El destacado es nuestro.
4
5 Cfr. al respecto el capítulo “Cristo en la poesía de Borges” de nuestra autoría (Zwanck, 2006, pp. 111-118).
6 Este soneto fue elegido expresamente y recitado por Borges, como ejemplo de la musicalidad de la poesía, en la sexta
conferencia titulada “Credo de poeta”, dictada en Harvard durante el curso 1966-1967 (Borges, Arte Poética, 145).
7 Para este punto puede consultarse el capítulo de nuestra autoría “La función del hecho teatral en algunos cuentos de
Borges” (Zwanck, 2013, pp. 49-70).
8 Sobre el empleo de la sentencia en la obra de Borges, confrontar La voz sentenciosa de Borges, de Alicia Zorrilla.
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