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La Guerra por las Ideas:
El Regreso del Pensamiento Liberal a la Batalla Cultural
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Agradecimientos
Es por esto que las ideas son el nuevo territorio de batalla por el que pelean las
naciones, los gobiernos, los medios y las personas.
En este sentido, dar la guerra por las ideas será la hazaña más importante del
siglo XXI y nos enorgullece contar con tan valientes y valiosos aportes.
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INDICE
Ezequiel Acuña…………………………………………………………………………………………………………6
Guillermo Belcore…………………………………………………………………………………………………….16
Alberto Benegas-Lynch…………………………………………………………………………..…………….19
Bertie Benegas-Lynch…………………………………………………………………………………………….22
Héctor Ghiretti…………………………………………………………………………………………………………..26
Karina Mariani……………………………………………………………………………………………………..…….39
Jorge Martínez……………………………………………………………………………………………………...……46
Karina Molina…………………………………………………………………………………………………..…………50
Diana Mondino…………………………………………………………………………………………………………..54
Agustín Monteverde……………………………………………………………………………………….……….59
Cristian Moreno………………………………………………………………………………………………………….69
Fernando Pedrosa……………………………………………………………………………………………….......73
Marcelo Posada………………………………………………………………………………………………………….79
Francisco Sánchez……………………………………………………………………………………………..….…85
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Mauricio Vázquez……………………………………………………………………………………………..…..….94
Gabriel Zanotti………………………………………………………………………………………………..…..……..98
Mauricio Vázquez…………………………………………………………………………………………….….…….102
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INTRODUCCIÓN
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esta compilación: distintas opiniones en el marco de una misma batalla
cultural.
“La Guerra por las Ideas: El Regreso del Pensamiento Liberal a la Batalla
Cultural” es un proyecto que va más allá de la coyuntura. Seguramente quede
mucho por decir pero este es sólo el inicio de algo más que una “primavera
idealista”. Sin dudas, es un pensamiento que volvió para quedarse.
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COMPILACIÓN
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EL VERDADERO COSTO ARGENTINO
A menudo, oímos hablar del “costo argentino”, es decir, del diferencial que
debemos pagar quienes habitamos este país comparado a quienes moran en
otras latitudes y sociedades.
¿En qué consiste ese costo? ¿Es monetario? ¿Es fiscal? ¿Se resuelve con una
simple erogación?
Nada tiene mayor valor en la vida que el tiempo. Y el costo argentino tiene su
raíz justamente en la forma en la que los argentinos perdemos el tiempo. En
todas las veces que vemos pasar años enteros discutiendo obviedades y
cuestiones que fueron saldadas hace mucho y por generaciones anteriores en
otros países.
Discutir la propiedad privada es una forma de perder el tiempo. Dudar del papel
que juega y jugará la Argentina en el concierto mundial, como uno de los pocos
países llamados a alimentar al resto del mundo en el futuro, es perder el
tiempo. Rechazar la acumulación de capital, el comercio exterior y la
conveniencia de intercambiar los bienes y servicios que cada país produce más
eficientemente y a menor precio con el resto del globo, es perder el tiempo.
Cuestionar la conveniencia de abrazar los avances de la agronomía, la
genética, la química y la biotecnología, es perder el tiempo.
A estas dos últimas formas de perder el tiempo es que quiero hoy referirme. A
la reciente moda de considerar al conocimiento aplicado a la producción de
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alimentos y al progreso material de quienes los producen como cosas
deleznables.
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Esta pérdida de tiempo a la que el sector agropecuario argentino ha sido
sometido durante las dos últimas décadas tiene un agravante particular que es
intrínseco a la naturaleza del mismo. Es imperioso que se entienda que la
producción de alimentos se diferencia de otras fuentes de creación de riqueza
real y tangible, como la minería o la extracción de hidrocarburos, en que los
alimentos que se dejan de producir no se recuperan más. Esos alimentos que
no se obtuvieron son fertilidad edáfica, radiación solar, carbono atmosférico y
precipitaciones que se desperdiciaron. No vuelven más, no se pueden
compensar.
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La multiplicidad de tipos de cambio y las retenciones a las exportaciones
agrícolas no sólo privan de su merecida renta a quienes producen, sino que
también los condena a la imposibilidad de acumular capital, invertir en mejoras
de infraestructura como riego y drenaje, adquirir bienes de capital e insumos
para la producción, reponer debidamente los nutrientes que exportan del
sistema y crear empleo productivo y genuino, sino que también tienen un
impacto en lo ambiental, contrariamente a lo que quienes cometen este tipo de
atropellos predican, dado que una menor producción agrícola redunda en una
menor acumulación de materia seca y una consecuente menor fijación de
Carbono atmosférico, que tanto los desvela.
Por todo esto, es imperioso que los argentinos asumamos el rol de nuestro país
en el concierto mundial de las naciones como productor de alimentos,
adoptemos la fisiocracia moderna como filosofía de vida y dejemos de una
buena vez de castigar a quien produce y de premiar a quien decide vivir sin
hacerlo y retomemos nuevamente el sitio de país de primer mundo que nunca
debimos abandonar.
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LA REDISTRIBUCIÓN ATACA LAS
OPORTUNIDADES DE PROGRESO DE
LOS HUMILDES
Los náufragos son diferentes entre sí: tienen distintos gustos, habilidades,
ganas de trabajar/descansar; unos serán avaros, otros generosos, unos serán
más ahorrativos que otros, etc.
Todos llegaron en las mismas condiciones a la misma isla. Sin embargo, los
gustos y peculiares características de cada uno harán que, inevitablemente, a
poco de empezar a convivir, sus situaciones relativas cambien. Por
ejemplo, uno habrá construido una choza mejor y otro más será más hábil en
fabricar ropa con las pieles de los animales del lugar. A su vez, esa mayor
habilidad le permitirá hacer más intercambios, por lo que dispondrá, por caso,
de más frutas y pescados que la mayoría.
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enriquecimiento relativo de algunos. Si el proceso de intercambios es en sí
mismo justo, su resultado, por simple lógica, también debe serlo.
Sé que en la realidad no todos empezamos desde cero, como los náufragos del
ejemplo. Unos heredan fortunas y otros no. Unos nacen en familias que pueden
pagar una buena educación y otros tienen que empezar a trabajar desde niños.
Pero ninguna de esas particularidades anula lo esencial: ambas partes ganan
en los intercambios voluntarios y sus resultados son, por lo tanto, justos.
Los que más sufren ese robo tienden a ser aquellos que se enriquecieron por
haber sido los más capaces para ofrecer a la sociedad los mejores bienes al
mejor precio. Son los casos de Amancio Ortega (Zara), Marcos Galperín
(MercadoLibre), Larry Page (Google) y tantos otros que mejoraron la vida de
millones de personas humildes.
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La redistribución implica debilitar el derecho de propiedad: cuanto más se
―redistribuye‖, menos se dispone de lo propio. De esa arbitrariedad se deriva
que la redistribución quita incentivos a la producción (―¿para qué producir más
si me lo quitarán?‖). Quitar incentivos a la producción, equivale a disminuir los
incentivos a la inversión. Y quitar incentivos a la inversión implica
entorpecer la creación de empleo.
Los salarios sólo pueden crecer de manera sostenida si, al mismo tiempo,
crece la productividad (la cantidad producida por cada trabajador en una misma
jornada de trabajo). La productividad sólo puede crecer si el trabajo humano es
asistido por una mayor cantidad de capital (máquinas, herramientas,
infraestructura, etc.). La cantidad de capital sólo puede aumentar si hay
inversión. La redistribución al atacar la inversión, hace también más difícil
que mejoren los salarios.
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UN PUEBLO QUE DEFIENDA LAS
IDEAS CORRECTAS
En 2004, Ernesto Laclau entregó a la imprenta ‗La razón populista‘ [1]. Leído el
ensayo en 2021 descubrimos una anticipación perfecta del fenómeno
kirchnerista, pero también un manual de praxis política. Vamos a aprovecharlo,
especialmente el capítulo II, ‗La construcción de un pueblo‘.
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inferioridad o la frustración. En la práctica destruye a los disidentes y amenaza
libertades básicas. Pone en tela de juicio la propiedad privada y quiere
subordinarlo todo a una Voluntad de Poder. Tergiversa los valores.
La propuesta de este artículo es crear ―el pueblo liberal―. Una masa crítica de
influyentes y en última instancia de votantes, antisocialista y antipopulista, que
aglutine una pluralidad de demandas democráticas, como el derecho a
emprender y a comerciar sin el peso agobiante del Estado sobre las espaldas;
o a la libre expresión, aherrojada hoy por la dictadura de lo políticamente
correcto. Se trata de ―crear cadenas de equivalencias‖.
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Por otro lado, sostiene Laclau que la construcción de un pueblo demanda
adhesiones afectivas, no sólo intelectuales. El liberalismo puede que sea hoy
una fe fría; he aquí una debilidad. Ya no existe la urgente tarea de derribar el
absolutismo monárquico (aunque perduran los inquisidores). No obstante, los
antagonismos -como bien saben los populistas y los futboleros- caldean los
corazones, por lo que se debería prestar atención al último punto.
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LA BATALLA POR EL RESPETO
RECÍPROCO
De eso que estampé en el título trata la batalla cultural para nosotros los
liberales. Se trata de estudiar, masticar y digerir para poder difundir valores y
principios de la sociedad abierta. Es bregar, disputar y lidiar con tradiciones de
pensamiento hostiles a la sacralidad de las autonomías individuales, esto es, a
la dignidad del ser humano, a que sus derechos son anteriores y superiores al
monopolio de la fuerza que llamamos gobierno.
En este sentido, es de interés recordar que Leonard Read (el fundador y primer
presidente de la Foundation for Economic Education) escribió que a pesar de
su inmensa admiración por los Padres Fundadores en Estados Unidos estima
que ha sido un gran error el recurrir a la expresión ―gobierno‖ puesto que
significa mandar y dirigir que es lo que cada persona debe hacer con lo suyo,
dice que aquella terminología es tan desafortunada ―como sería llamarle
gerente general al guardián de una empresa‖.
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Y esto último es precisamente lo que sucede cuando los megalómanos
pretenden manejar vidas y haciendas ajenas. Cada uno de nosotros tenemos la
indelegable responsabilidad moral de contribuir para que se nos respete. No
importa a qué nos dediquemos, todos estamos interesados en que se nos
respete, por tanto, no podemos delegar semejante faena sino asumirla como lo
más importante para poder vivir civilizadamente.
Está muy bien que cada cual se dedique a sus asuntos personales que si son
legítimos bienvenidos pero es imprescindible que apartemos cierto tiempo para
lo dicho puesto que de lo contrario nuestros asuntos particulares no se
sostendrán. Es por eso que los antedichos Padres Fundadores reiteraban
aquello de ―el precio de la libertad es la eterna vigilancia‖. También como he
recordado antes, Alexis de Tocquevillle ha manifestado que es común que en
países de gran progreso moral y material la gente da eso por sentado lo cual es
el momento fatal puesto que otras visiones opuestas a la sociedad libre
ocuparán los espacios con lo que el derrumbe es seguro.
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hay nada que deliberar, se está cerrado a nuevas incorporaciones. Y no es que
esto avale la sandez del relativismo epistemológico, la verdad es la
correspondencia del juicio con el objeto juzgado, el asunto es que para poder
captar trozos de tierra firme en el mar de ignorancia en que nos desenvolvemos
es indispensable contar con mentes abiertas.
Ahora bien, todo esto está en directa conexión con la educación, a saber, la
trasmisión de los valores del respeto recíproco para lo que es menester
comprender que el proceso educativo requiere de puertas y ventanas abiertas
para que entre mucho oxígeno ya que se trata de un sendero evolutivo de
prueba y error. Es por eso que la imposición de estructuras curriculares de
ministerios de cultura y educación constituye un insulto a la inteligencia. No
solo esto sino que la llamada ―educación pública‖ es un escudo que oculta la
educación estatal ya que la educación privada es también para el público. Y no
se trata de desconocer los meritorios esfuerzos de profesores y profesoras en
ámbitos estatales, se trata de incentivos puesto que la forma en que se
encienden las luces y se toma café no es la misma cuando tenemos que pagar
las cuentas respecto de aquella situación en la que se fuerza a terceros a que
se hagan cargo de los costos con el fruto de sus trabajos.
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LA DIGNIDAD DEL HOMBRE, EL
PROPÓSITO DEL IDEARIO LIBERAL
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Las masacres del comunismo han dejado -y continúa dejando- suficientes
antecedentes de la catástrofe colectivista y, en menor escala, también han
dado cuenta de ello otros ensayos como el del Proyecto Agrícola del Templo
del Pueblo, una secta socialista con ribetes ridículos que terminaron con la
muerte de inocentes y suicidios colectivos. La comunidad, más popularmente
llamada Jonestown (por Jim Jones, su trasnochado adalid), atrajo adeptos bajo
las consignas del supuesto paraíso de la propiedad común.
A los niños de Jonestown, los educaban para decirle a Jones ―papá‖, sin
embargo, los incentivos iniciales de los más entusiasmados, se fueron
quebrando a medida que proliferaban los free riders del esfuerzo ajeno. No
pasó mucho tiempo hasta que la dedicación y el trabajo implicados para
obtener rendimientos comunitarios, empezaron a ser un sentimiento poco
popular. En cuatro años, el proyecto agrícola comunista solo obtuvo miseria,
suciedad, enfermedades y hambre.
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En los comienzos de la historia de Estados Unidos, los colonos que arribaron
en el Mayflower para radicarse en América, también ensayaron un sistema de
propiedad común que resultó en un desastre. Por suerte para ellos y para la
fructífera historia de ese país, cambiaron a tiempo por los incentivos asociados
a la propiedad privada.
William Bradford, fue parte de los 102 colonos y 30 tripulantes del barco que
llegaron para instalarse en la costa este de lo que hoy es Estados Unidos.
Bradford fue durante 30 años gobernador de Plymouth -nombre con el que
bautizaron los colonos al lugar- y llevó registros (llamados Of Plymouth
Plantation) de los sucesos más trascendentes entre los migrantes.
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potencialidades al máximo; desarrollar nuestras aspiraciones culturales,
sociales, religiosas, artísticas, morales y económicas mediante la integración
voluntaria en transacciones y acuerdos pacíficos. Pero la puja entre la tiranía y
la libertad está en permanente tensión y requiere del involucramiento de todas
las personas de bien que aspiren a los beneficios que aportan los valores de la
libertad.
La tarea es mucha y constante pero, por todo esto, es que vale la pena pelear
por las ideas de la libertad.
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LA POLÍTICA COMO BASE DE LA
FELICIDAD
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Si tuviéramos que traducir a nuestras categorías ese ideal clásico, deberíamos
apelar a un concepto que por efecto de la tradición se ha vuelto ajeno a la
política, a pesar de que está expresamente mencionado en uno de los
documentos fundamentales de la modernidad política, la Declaración de
Independencia de los Estados Unidos de América: ese equilibrio, esa plenitud
no es otra cosa que la felicidad. Nada menos. No existe sustituto eficaz para
ese ideal humano a partir del cual pueda organizarse la política. Se ha
calificado a la ética aristotélica como eudaimonística, es decir, felicitaria. Si su
concepción política es continuidad de su concepción moral, esta condición se
traslada a la primera.
Entonces ¿cómo se vincula la política, que tiene por fin la ciudad, con la
felicidad, que es el fin de la ciudad?
Supongo que llegado a este punto, por razones que no es necesario detallar,
muchos se sentirán fuertemente inclinados a dejar de leer estas líneas. Les
pido un poco de paciencia, quizá encuentren interesante lo que sigue.
Tengo derecho a ser feliz
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Pero a la vez no podemos ser felices en soledad: es la lección que el Zorro le
da al Principito. Necesitamos que nos ayuden a ser felices y consecuentemente
ayudar a los otros a serlo. Si el hombre es un ser social, su equilibrio y su
plenitud sólo se consigue en sociedad. Es lo que dice José Alfredo Jiménez en
Cuando yo tenía tu edad:
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ser una ciudad -como hemos venido viendo- pero también puede ser un
imperio, una confederación o un Estado Moderno.
En este punto cabe hacer una aclaración fundamental. Tal como explica Carl
Schmitt, es preciso liberar a la política de la prisión a la que la ha confinado el
liberalismo: el Estado. La política también existe fuera del Estado, es
constitutiva de lo social: no hay sociedad sin conducción, sin articulación entre
los que mandan y los que obedecen.
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En lenguaje político podemos encontrar los correlatos a estos dos elementos
en la paz y la libertad, respectivamente. La política debe contribuir a la
felicidad en sus dos aspectos: dando bases mínimas de convivencia y
permitiendo el despliegue personal de cada integrante de la sociedad. No
puede reemplazar o suplir totalmente las acciones y las disposiciones de cada
uno tendientes a la felicidad, ni en lo que hace a la seguridad, ni en lo que hace
a su libertad. Ya dijimos que la felicidad es un proyecto personal.
El bien menor
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personas y las sociedades? Ya hemos visto que el correlato político de la
alegría es la libertad.
Después hay otra, más profunda y duradera, más rara también. Spinoza la
asocia al conatus, que es un afecto que contribuye a la potencia de actuar, a
perseverar en el propio ser, ese esfuerzo por ser sí mismo. En esa relación
estrecha entre laetitia y conatus existe el deseo, que es el aumento de la
potencia de existir, junto con la conciencia misma de ese aumento. Esta alegría
-expansión del espíritu- es el estado propio del crecimiento. La alegría del
conatus es la alegría de la libertad. Esa debería ser la estrella polar de toda
política.
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El resto del periodo se caracteriza por repetidos intentos -planificados o no,
mejor o peor planificados- o bien por dar continuidad a esas fases de
abundancia o por poner al país en la senda del crecimiento y el desarrollo. En
estos casos la urgencia electoral obligaba a suspender ajustes y
ordenamientos básicos de las cuentas públicas para repetir la estrategia de la
expansión del gasto, con o sin abundancia de recursos. Todos estos intentos
se saldaron con inevitable fracaso. Cada vez que la política se resolvió a
contribuir a ese tipo de alegría profunda del crecimiento, de la libertad personal
y la afirmación de sí de los argentinos, sucumbió.
Conviene por tanto, empezar por no confundir políticos con impostores, del
mismo modo que es preciso distinguir entre política y Estado. En 2006, en
plena fase de la algarabía kirchnerista, Santiago Kovadloff ensayó sobre las
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benéficas propiedades del triste. En 2013, en medio de un estado de ánimo
muy diferente, declararía que ―la política es la parte más triste de la alegría de
vivir‖. Las afirmaciones no son en absoluto incompatibles, pero el contraste en
el énfasis es elocuente. En la Argentina de hoy, la política se ha convertido en
la herramienta fundamental para la recuperación de la alegría. De esa alegría
de la que necesitamos particularmente: la del crecimiento.
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LA CULTURA DE LA LIBERTAD
Cuando se analizan las ideas de la libertad habría que reparar que ellas son
mucho más que un programa político, social o económico. En realidad, en su
conjunto, forman una cultura y una aproximación de la experiencia humana
para organizar la convivencia en la creatividad. En ella predomina un doble
vínculo, negativo y positivo, para poder disfrutar la libertad, de la ausencia de
opresión del gobierno, del derecho al tránsito interno y externo, de opinión, de
actividad, de diversidad, de preferencia, de evitar el hegemonismo y cuidar la
pluralidad, de reproducir el equilibrio y el control. Esta definición negativa no
agota la agenda, es casi un prerrequisito para el aspecto positivo de la libertad
que se asocia a la búsqueda de la felicidad, de la propiedad, de la expansión
de los valores humanos y espirituales.
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oportunidad. Sin ella no existe la posibilidad de un destino común: piénsese en
las sociedades organizadas en castas antiguas y modernas (por ejemplo la
pertenencia familiar al partido que monopoliza el poder) cómo estas alteran y
fracturan las posibilidades de una sociedad y de los ciudadanos que la
componen. Un orden social que premia y correlaciona los esfuerzos, y que
haga de esa ética el factor decisivo de nuestros resultados, es un marco
formidable para el progreso humano, y cuesta pensar que alguien pudiera
elegir otra opción, excepto que procure y logre pertenecer al privilegio abyecto
de estar bajo la protección y prebenda de un orden autoritario. La libertad,
como la base de la igualdad, es quizá la bandera que no hemos logrado exhibir
y transmitir aun con resultados eficaces
El valor de la tolerancia
El gobierno de la ley
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En esta visión cultural está impuesta la noción de previsibilidad de un gobierno
que actúa sometido a la morosidad de los pasos y controles, de orden formal y
sustancial del estado de derecho. En esta temática es vital la independencia de
poderes, no sólo en lo formal sino también en los hechos, en los
procedimientos para nominar y elegir, en evitar el atajo de la emergencia y en
no propiciar la acumulación de poderes y la delegación de facultades. Un punto
central es la no retroactividad del cuerpo legal y del marco decisorio. Ello
excede la referencia pura y estricta a la aplicación de las leyes e informa todo
el funcionamiento de las reglas públicas. Hace a evitar la arbitrariedad y la
discrecionalidad. A facilitar el virtuosismo, credibilidad y previsibilidad de las
sociedades modernas y complejas. Nada es más notorio en el atraso, que la
falta de este atributo. Nada es más bárbaro, que la ausencia de ley y derecho.
Ello pone también en evidencia que la autoridad política y la mayoría no son
criterios de verdad, sino, en todo caso, un recurso indispensable cuando ha
fracasado el consentimiento y el consenso. El debido proceso legislativo lleva
implícito también ese mecanismo de control: exposición, transparencia e
interacción con los sectores de la sociedad civil, la opinión pública y la prensa.
Este mecanismo usado de manera medida, parca y limitada, constituye el
corazón del proyecto de convivencia. Su abundancia, su voluptuosidad, su
desmesura llevan a la pérdida de ciudadanía y nos retrotraen a la arbitrariedad
como estilo de gobierno y convivencia. La cautela en las normas y su número
es parte del proyecto. Cuanto menos mejor, cuanto más amplias y generales,
más conveniente. Cuanto más similares a los países exitosos, más
pertinentes.
Gobierno limitado
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acción paramétrica del Estado, orientada a las reglas generales y universales, y
fundada en la resolución de aquellos problemas no susceptibles de acuerdo
voluntario y espontáneo. El sentido de una sociedad libre son los actos
voluntarios de acuerdo con los usos y costumbres, con contratos implícitos o
explícitos que una autoridad judicial independiente juzga con reglas
preexistentes y generales. Como hemos señalado anteriormente, el límite de
los derechos son los derechos de los otros y están prohibidos los caminos que
implican la violencia, la prepotencia, la acción directa, la ruptura del monopolio
de la fuerza en manos del Estado. El orden alternativo es el mafioso, que
penetra poco a poco en las sociedades cuando, las estructuras jurídicas del
Estado decaen o sirven a los paternalismos y a los clanes gobernantes.
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Corea del Sur y Corea del Norte, de Alemania del Este y del Oeste y el éxito de
los tigres asiáticos. En este sentido también el crecimiento de nuestros vecinos
chilenos en un marco abierto y de reglas generales impactó dramáticamente en
América Latina, como la comparación entre Europa del Oeste y Europa del
Este.
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LA INGENIERÍA SOCIAL, EL
ATENTADO A LA LIBERTAD
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intervencionista de los Estados nacionales, para estos intentos dirigistas que
tuvieron en común la ambición de rediseñar la sociedad según el molde
prefabricado de las soberbias mentes de algunos iluminados.
La idea de que la sociedad debe ser gobernada por un plan que oriente a toda
la población hacia un fin colectivo tuvo particular auge en el período
entreguerras que había volcado a las poblaciones desesperadas hacia distintos
colectivismos que prometían resolver las tensiones y las miserias sociales.
Hablando sobre su libro “Tiempos modernos” el historiador Paul Johnson
calificó al Siglo XX como ―la era de la Ingeniería Social‖ y regaló una frase que
bien podría haber dicho el diablo John Milton: "Querer hacer el cielo en la tierra
con dioses falsos llevó a Auschwitz y al Gulag".
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que no es donde uno está parado sino un espacio al que encaminarse, se
determina una línea directriz hacia donde avanzar (o progresar) según el
iluminado criterio del ingeniero. Obsérvese la cantidad de sabiduría
preconcebida que ha de tener el progresista para empezar a serlo y
considerarse como tal.
B: una vez determinado lo que es progresar y lo que no, en base al criterio del
o los iluminados, se ha de entender que ellos son capaces de acumular no sólo
el conocimiento del qué, sino el del cómo llegar a mejorar la vida de un grupo
significativo de gente que constituye, por ejemplo, una nación. Vale decir que
estos ingenieros sociales saben lo que es bueno y cómo imponerlo en virtud
del ―bien común‖ del colectivo. Además descuentan que conocen las posibles
variantes de comportamiento de las personas para que acepten este progreso
deseado.
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individuos y cuando se habla de individuos, se pone a todos los existentes en
un plano de igualdad como tales, sin distinción de atributos, ni condición social,
ni linaje, ni credo, ni edad, ni sexo.
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Casi un siglo de ingeniería social institucionalizada y legitimada desde el
Estado ha dado como resultado una sociedad universal cuya valoración de la
protección estatal es irracional. La ingeniería social ha logrado que los Estados
no tengan una finalidad y meta razonable, como podría ser administrar un
presupuesto para brindar el servicio de justicia. No, el Estado ha pasado a ser
un objetivo en sí mismo y para colmo, un objetivo superior a todo lo demás: la
interpretación misma del bienestar, el cielo en la Tierra. El mamut
sobrealimentado que llamamos ESTADO DE BIENESTAR es, en
consecuencia, una fuente ilimitada de asistencia para casi cualquier cosa. El
ESTADO PRESENTE es el nieto del Estado facista y si antes regalaba
heladeras y máquinas de coser, ahora regala casas, viajes, estudios,
computadoras, ojotas, sombrillas, luz, gas, jubilaciones y pensiones, planes
sociales, cirugías estéticas, bolsas de comida, termos, lotes de tierra y
cualquier otro tipo de merchandising que fije en las mentes de los ciudadanos
la idea de que sólo viven porque los ingenieros sociales lo permiten.
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responsables de sus acciones sin atenuantes prejuiciosos marcados, también,
por los ingenieros sociales.
En 1776 Adam Smith escribía en “La Riqueza de las Naciones” que “Poco
más se necesita, para llevar a una nación a su máximo grado de opulencia
desde la barbarie más baja; que la paz, pocos impuestos y una tolerable
administración de justicia”. Tanto Hayek como Mises sostendrían siglos
después que una sociedad prosperaría gracias al resultado colectivo e
involuntario de LA ACCIÓN HUMANA y no del diseño humano. Los tres
pensadores con años de diferencia daban cuenta de que no era posible
planificar las acciones de los individuos. Afortunadamente existe el libre
albedrío, la disidencia, la duda, la curiosidad y el deseo. Todas pulsiones
individuales que son el motor de la humanidad y cuya evolución no siguió una
única línea ni tiene un horizonte marcado y muchísimo menos un destino
manifiesto. La gente, por suerte, es imprevisible y no simples piezas de
ajedrez.
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PROGRESISTAS que colectivizan los horizontes que sólo pueden ser
personales. Los ingenieros sociales no son más que individuos y, si asumen la
tarea de direccionar, adoctrinar, censurar, encauzar, promover o regalar; será
en función de su propio beneficio usando la coartada del Estado por sobre el
individuo. Porque la ingeniería social es totalitaria.
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DEFINIR POR QUÉ PELEAR, Y
CONTRA QUIÉN
Aunque resulte muy común leerlo o escucharlo, parece difícil seguir creyendo
hoy que la batalla deba librarse entre la ―izquierda‖ y la ―derecha‖, categorías
cómodas que ya poco significan, o acaso nunca significaron nada. Tampoco el
duelo de fondo podría disputarse entre ―liberalismo‖ y ―socialismo‖. Esos viejos
contendientes hacen mucho ruido cuando discuten cuestiones económicas,
pero en todo lo demás no tardan en llegar a coincidencias que derivan de su
común herencia iluminista y secular.
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Esta comprobación fue tan brusca que quemó etapas y saltó directamente a la
política. Ella explica en gran medida el ascenso del ―nacionalista‖ Trump y del
―negacionista‖ Bolsonaro, el triunfo indeseable del Brexit, el auge ―facha‖ de
Vox en España y la mayoría de los fenómenos a los que desde entonces se
mete en la gran bolsa del ―populismo‖. A esa lista iba a agregarse la Argentina
con la victoria de Mauricio Macri en 2015, pero pronto supimos que se trataba
de un espejismo. Y sin embargo, poco después, hubo un ejemplo local de la
misma tendencia planetaria. Es lo que sucedió con la extraordinaria
movilización contra el intento -finalmente exitoso - de legalizar el aborto.
Aquella disputa fue muy instructiva por cómo se dividieron los bandos. De un
lado la izquierda, el progresismo, los liberales (salvo contadas excepciones), la
dirigencia de todos los partidos menos uno, los medios masivos, las grandes
empresas. Del otro, grupos religiosos católicos y evangélicos de base (su
participación fue clave), un puñado de figuras públicas y políticas, y masas de
personas del común, familias, trabajadores y mujeres jóvenes con activa
presencia en redes sociales.
Existe otro concepto de batalla cultural, a la vez más vasto y más íntimo. Sus
fundamentos radican en comprender que el real adversario no es el
colectivismo sino el individualismo sin restricciones, y que el objetivo último de
la contienda no apunta a defender la autonomía del Banco Central sino a
asegurar la supervivencia de la familia, la sana crianza de los hijos y la
preservación del orden natural.
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Quienes libran ese tipo de batalla cultural saben que su enemigo es bifronte.
Aceptan que el progresismo y las izquierdas en todas sus variantes militan
aborto, feminismo, matrimonio y adopción por homosexuales, ideología de
género, eutanasia, abolicionismo penal, indigenismo, legalización de la droga,
veganismo, animalismo, ecologismo, tal vez pedofilia y transhumanismo. Pero
no olvidan que lo hacen, siempre, con el generoso financiamiento de gobiernos
liberales o socialdemócratas, de respetables fundaciones de la vieja Europa, de
todas las multinacionales del orbe y de ―filántropos‖ de inmensa fortuna.
Ese aparente contrasentido nunca desorientaría a un católico tradicional, y
mucho menos a un nacionalista. A un liberal doctrinario o a un conservador en
estado puro la rareza les pasa de largo. Si llegan a percibirla, la explican
cargando las culpas sobre el elemento más débil del matrimonio, ese ente
misterioso llamado ―marxismo cultural‖. Creen que, como en la frase de Lenin,
los engañados son los magnates, que una vez más vuelven a comprar las
sogas con las que habrán de colgarlos (y con las que al final nunca los
cuelgan). Ni siquiera se animan a pensar que la manipulación podría operar en
sentido inverso.
Pero estas distinciones corren el riesgo de llegar tarde. Después del año
delirante que inauguró la alarma disparada en Wuhan, la batalla que se
avecina, más que cultural, parece una batalla a secas, de esas que se disputan
en las calles antes que en las bibliotecas. Y una vez más la amenaza viene
recubierta de paradojas: el ogro filantrópico no es (sólo) el chavismo o el Foro
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de San Pablo. Es la modernidad entera la que muestra su peor cara: es la
tecnología omnipresente, vigilante y censora; es el periodismo que ―verifica‖ a
las voces disidentes; es ―la ciencia‖ que manda confinamientos de sanos,
vacunaciones experimentales y pasaportes sanitarios; es, por último, la
ambición siniestra y bien financiada de imponer una nueva normalidad como
paso previo para crear una nueva humanidad. Ese es el enemigo hoy.
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EL ENGAÑO POLÍTICO DEL SIGLO XX
EN ADELANTE
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La "tragedia de los comunes" se extendió a todo el mundo como el ―triunfo del
gobierno del pueblo‖. Sin embargo, las evidencias acumuladas hasta hoy
indican la profunda crisis del mito. La era democrática difícilmente puede ser "el
fin de la historia", como los neoconservadores quieren que creamos. Las
consecuencias que vemos en los ciudadanos de todos los países son: salarios
bajos o estancados, desempleo alto, deuda pública exorbitante, mayor
explotación gubernamental (impuestos), deterioro del derecho y de la idea de
un cuerpo de principios de justicia universales e inmutables, una creciente
degeneración moral, desintegración familiar y social, y decadencia cultural y
estética según se evidencia en las crecientes tasas de divorcios, abortos,
suicidios, criminalidad, luchas y tensión social.
El presidente turco, Recep Tayyip Erdogan, dijo una vez que «la democracia es
como un tranvía. Cuando llegas a tu parada, te bajas». No importa qué opinión
puedan llegar a tener hacia el presidente turco acusado de querer ―revivir el
Imperio Otomano‖, pero su declaración muestra una verdad incómoda sobre el
estado actual de la democracia en Occidente.
51
Independientemente que sea alguna de las variedades democráticas que
pululan hoy, democracias liberales o iliberales como la del presidente Erdogan
o la de Vladímir Putin, el sistema democrático funciona como una de las
muchas herramientas de la clase dirigente para controlar a sus súbditos.
Incluso en Estados Unidos, donde se recuerda constantemente a los
ciudadanos que la democracia es lo que hace que Estados Unidos sea
excepcional entre los países. Desde pequeño, el americano vive la frase del
presidente Raúl Alfonsín: ―con la democracia se come, se cura y se educa‖ y es
inculcado con la frase de que vive en un ―gobierno del pueblo, por el pueblo y
para el pueblo‖. Así la democracia se explota cínicamente para promover
determinados programas políticos.
52
Cualquier defensa del sistema actual resulta en un espejismo democrático que
se evapora rápidamente cuando el gobierno central empieza a sobrepasar sus
límites e intenta anular las decisiones de los gobiernos locales o las iniciativas
de los votantes. Las apelaciones huecas de la nomenklatura a la democracia
no son más que una farsa para imponer una agenda centrada exclusivamente
en la centralización del poder político.
La democracia es un mito que fracasó para el pueblo, solo sirve a los políticos
y tecnócratas. Es el momento de liberarnos del prejuicio de la forma de
gobierno óptima e impulsar la renovación de la inteligencia política, y el primer
paso es que la gente vea a través del humo y los espejos que la mantienen
aferrada a conceptos que no se ajustan a la realidad política. Mi solución es
mirar más allá de la democracia liberal. El error es creer que este es el único
sistema posible. Una vez que se rompe con el prejuicio mítico se abren
diversas posibilidades. En los 4000 años desde el surgimiento del Estado, se
propusieron e implementaron cientos de distintos sistemas; propongo analizar y
de ese análisis sacar uno mejor al que tenemos ahora.
Lo que se necesitan son ideas correctas y hombres lo suficientemente valientes
para comprenderlas e implementarlas una vez que surja la oportunidad. Si el
curso de la historia no es inevitable (y no lo es), entonces vamos a romper con
este engaño.
53
SHOCKS, REGLAS E INVERSIONES:
LA RECETA PARA EL DESARROLLO
Estas dos breves historias ponen de relieve la importancia de que, para que
haya comercio (intercambio voluntario entre las partes), se necesita todo un
tejido de actividades, habilidades e inversiones para lograrlo… y pueden surgir
shocks o hechos fuera de nuestro control. Son ejemplos la guerra o la
54
construcción del Canal de Panamá que convirtió en debilidad nuestra distancia
a los principales destinos comerciales, o más recientemente, la Pandemia de
Covid-19.
El costo del capital se identifica con una alta tasa de interés y falta de crédito.
Hay diferentes razones y la fundamental es que no se respetan los contratos.
Argentina ha incurrido en nueve defaults en 200 años, fruto de los sistemáticos
problemas fiscales que cubre con mayor emisión o con endeudamiento. Tanto
la inflación como los defaults tienen un efecto devastador sobre el costo
del capital y tanto el país como sus empresas están condenadas a la
falta de crédito. La alta tasa de interés hace inviables muchos proyectos de
inversión y no hay oportunidades de trabajo. Asimismo el Estado ofrece pagar
altas tasas o impone condiciones al sistema financiero con lo que absorbe la
escasa capacidad de ahorro, dejando sin financiación al sector privado. Una
alta tasa de interés es un veneno para la capacidad de crecimiento de una
economía. En forma similar, una tasa de interés real negativa desalienta el
ahorro y no hay fondos para invertir.
55
Robert Solow, premio Nobel de Economía 1987 explicó hace años la llamada
Regla de Oro que indica que la máxima tasa de interés que se puede pagar es
similar a la tasa de crecimiento de un país. De lo contrario, la deuda continúa
creciendo o se afecta el presupuesto dejando menos fondos disponibles para
las verdaderas funciones del Estado. De forma similar, Modigliani y Miller
(Premios Nobel 1985 y 1990 respectivamente) demostraron en 1958 que una
empresa no debería tomar deuda a una tasa (neta de impuestos) mayor que la
rentabilidad de sus activos. Son dos conceptos -uno de Macroeconomía y el
otro de Finanzas de Empresas- que el gobierno y empresas argentinas se
empeñan en desafiar.
Con alto costo del capital las posibilidades de crecimiento de Argentina están
muy limitadas. Los Gobiernos hacen sorprendente alarde de su capacidad de
intervenir e interferir en las decisiones privadas determinando precios máximos,
asignando subsidios, cobrando impuestos sobre stocks y flujos
simultáneamente o limitando el comercio exterior. Tristemente el sistema
republicano de ―checks and balances‖ es tan poco usado que hasta su
traducción como ―pesos y contrapesos‖ nos es ajena. Todos esos elementos
hacen que el riesgo de invertir sea muy alto.
56
escasos recursos es difícil aumentar la productividad, y los salarios no
pueden subir. La pobreza no puede reducirse.
Sabemos que para que una sociedad se desarrolle hace falta un esfuerzo
conjunto de personas, empresas y gobierno.
Sabemos que los shocks externos no se pueden evitar, pero los internos sí.
Tengamos pocas reglas estables, que permitan que la sociedad pueda
desarrollarse.
57
58
GUERRA CULTURAL
Guerreros especializados
Promover una ideología implica promover una cierta visión del mundo. Si se
pretende hacerlo en forma efectiva es conveniente profundizar ciertas
disciplinas como las teoría de la comunicación, la de la información y la
semiótica. No por casualidad en todas ellas han tenido especial protagonismo
los expertos marxistas. El estructuralismo desarrolló el enfoque de los llamados
estudios culturales, que transformó radicalmente el concepto de cultura, para
―descolonizarla y terminar la supremacía de élite‖, reelaborándolo desde
abordajes marxistas, feministas y multiculturalistas. De la corriente
estructuralista derivó el deconstructivismo cuyo precepto esencial es no dar
nada por sentado, cuestionarlo todo, y concentrarse en el significante —es
60
decir, la forma o vehículo físico del signo (puede ser una palabra, una imagen,
un gesto, un objeto, una acción).
No se trata de una simple batalla. Se trata de una larga campaña, que lleva
muchas décadas y que es llevada adelante por auténticos expertos. La guerra
cultural está muy desequilibrada porque las artes requeridas son prácticamente
monopolio de una izquierda radical, a la vez tan sutil como dúctil. En ese
empeño, los revolucionarios culturales —adoptaron el seductor apelativo de
progresistas— eligieron el camino más largo pero más sólido y eficaz. De
intentar vendernos sin éxito la guerra de clases pasaron a una estrategia más
sutil pero mucho más profunda y corrosiva. Se montaron en algunos de los
valores más encumbrados que caracterizaron a Occidente —hoy tan
deshilachado— y comenzaron a alterar poco a poco los significados que damos
a los términos —los significantes— para así cambiar progresivamente, y sin
resistencia, nuestros valores.
61
De la misma forma, cabe preguntarse cuál es el alcance que tienen hoy la
libertad de conciencia, la libertad de culto, la libertad de opinión, en esa
geografía que alguna vez se llamó Mundo Libre y que hoy cercena la libre
expresión, restringe la objeción de conciencia, o interfiere en la enseñanza
religiosa, llegando al extremo de pretender controlar el pensamiento. Obligar a
respetar la llamada auto-percepción del otro entraña la violencia más radical y
totalitaria: implica ignorar, negar, mutilar las propias percepciones e imágenes
sensoriales. Es pasar de aquello de ―las ideas no se matan‖ a obliterar no sólo
las ideas sino también la propia percepción del mundo y de los hechos.
62
necesariamente refiere a lo privado por oposición a lo público. Nadie se ve
propietario de lo estatal y hablar de ―propiedad pública‖ entraña una
contradicción de términos (más apropiado es hablar de ―propiedad del Estado‖
o de ―propiedad del gobierno‖).
63
cosas que son ―correctas‖ y que se pueden expresar, y por otro, cosas que son
incorrectas por ser incompatibles con su sistema ideológico. Lo políticamente
correcto es la postura del establishment y quién se atreve a infringirlo se
arriesga a ser considerado hereje y expulsado del aparato social. Con el
tiempo, el castigo social logra cristalizar en la persecución penal efectiva.
Feminismo y alienación
64
feminismo, seríamos exactamente iguales, con idénticas capacidades,
inclinaciones, y gustos.
El credo feminista se completa con tres axiomas (principios básicos sobre los
que no admiten discusión y blindados a toda contrastación): las personas son
manipuladas culturalmente para actuar de acuerdo con su sexo; las diferencias
entre los sexos son inventadas para sojuzgar la mujer al varón y perpetuar el
sistema de opresión; y las mujeres están ciegas y no son capaces de ver la
cultura patriarcal en la que están inmersas.
65
el patriarcado convence a las mujeres de que ser madres debe ser su objetivo.
Y también es, a la vez, responsable de las guerras, de la esclavitud, y del
imperialismo. Los mecanismos de sometimiento se basan en la disparidad de
empleos, de salarios, de derechos, y en la violencia explícita.
La evolución de la revolución
El primero nos dice que ―todo es relativo‖. El éxito con que ha sido recibida esta
afirmación reside en que la amplia mayoría de lo que vemos o pensamos es
relativo. Nuestro acceso al mundo físico está mediado por percepciones, lo que
impide alcanzar un conocimiento objetivo. Pero una cosa es el relativismo
epistemológico y otra bien distinta el relativismo totalizador. La misma
expresión ―todo es relativo‖ implica una autonegación, porque expresa un
absoluto. Este relativismo totalizador constituye un fundamentalismo dogmático
y autocontradictorio. Para que algo sea relativo ese algo lo es en relación a otra
cosa; pero, en algún punto, el edificio de relaciones concluye en un absoluto.
Para que sean relativas debe haber un absoluto.
66
Ciertos valores morales reflejan derechos que no pueden ser puestos en
discusión ni sometidos a la decisión de mayorías, y son garantía para la
existencia y la convivencia social. De lo contrario, ―no torturar a los niños‖ no
sería más que una convención que siempre podría ser relativizada o eliminada.
Si no pueden ser alterados por una votación, no pueden ser fruto de otra
votación previa. Desde la perspectiva cristiana, han sido fijados por Dios a los
hombres en razón del libre albedrío.
El feminismo y las demás corrientes que llevan a cabo esta guerra cultural se
caracterizan por ser estatistas y autoritarios. Los cuales, bien mirados, son
términos redundantes. No es que necesiten del Estado para que éste asegure
que se respeten los derechos que enarbolan. Necesitan del Estado para
imponer el sometimiento de la sociedad a la ruptura con la realidad natural. No
buscan tolerancia. Buscan imposición. La historia del homosexualismo es
contundente al respecto: pasó de reclamar tolerancia, a obtener privilegios
impensados e imponer su agenda al resto del conglomerado social,
67
apoyándose en el ejercicio de la fuerza por parte del Estado. Documentos de
identidad, patria potestad, libertad de conciencia, de educación, de culto, de
expresión, de asociación, …todo el entramado jurídico sucumbió.
Todo parece estar perdido. Pero nuestros enemigos no cuentan con la más
indestructible de todas las falanges militares jamás concebida: la familia bien
constituida. No cuentan con el hombre, y su capacidad de levantarse y
enmendar. Peor aún: no cuentan con Dios. Más tarde o más temprano, pierden
por demolición.
68
LA DISPUTA DEL SENTIDO COMÚN
69
La visión historicista es dogmática, puesto que supone el debate como una
lucha por la verdad (la suya) y lo errático (la visión ajena); cuando todo culmina
y no hay contradicción, triunfa la verdad, se ha llegado al fin de la historia. Sin
embargo, ningún dogma es una estación terminal, por el contrario, lo que más
se adecua a las ideas de la libertad es tomar las conjeturas como aquello de lo
que se cree como verdad para entender que luego vendrá una refutación y con
ello una nueva conjetura.
70
Los colegios y universidades son determinantes en la etapa formativa, y esto la
izquierda lo entendió muy bien. Cuando Antonio Gramsci habló de tomar la
educación y la cultura, estableció una fórmula para aspirar a la hegemonía.
El desprecio por la cultura y la formación intelectual de muchos sectores de
derecha, llevó a perder una posición elemental que el progresismo supo sellar.
La batalla cultural no es una guerra como muchos suponen, es hacer algo por
lo que creemos, entendiendo el rol crucial que las ideas tienen en la sociedad y
por lo tanto de la educación y los procesos culturales. La batalla de estos
tiempos es cultural, e implica que los individuos que tienen algo para decir,
asuman el protagonismo en lugar del silencio.
Lo cultural debe ser tomado como un gran frente desde el que puede
ingresarse por distintos caminos: política, educación, comunicación y redes
sociales, literatura, teatro y tantos otros. Cada individuo en plenitud de su
diversidad y especialización podrá asumir su protagonismo en cada camino de
ese frente, y naturalmente será acompañado por otros que reconocen el riesgo
de no involucrarse. Así, tendremos adeptos a nuestras ideas en cada escenario
de lo cultural, empujando y ganando posiciones, desbancando la agenda
hegemónica que el progresismo supo conseguir.
71
su propia vida y proyectos, por lo tanto, debemos asumir la batalla cultural
como la promoción de nuestras ideas y la disputa del sentido común,
entendiendo que serán esos mismos individuos quienes las elegirán o no.
Siendo así, supone el adelantamiento para el reconocimiento de las demandas
coyunturales en un plebiscito constante. No hay descanso.
72
DEMOCRÁTICOS SOMOS TODOS
(LAS VAQUITAS SON AJENAS)
Una primera pregunta que aún permanece sin atender en toda su profundidad
es ¿por qué un país que vivió el siglo XX entre golpes militares, dejó de
hacerlo? Y a continuación, deberíamos responder también cuánto de la
desastrosa realidad que enfrentamos hoy, tiene que ver con el camino elegido
para la construcción de la democracia.
73
La hipótesis que se presenta a continuación argumenta que la democracia post
1983 se consolidó y resistió todo tipo de crisis debido a que logró conformarse
un pacto corporativo muy inclusivo y alimentado por los recursos de un Estado
que, progresivamente, fue convirtiéndose en el exitoso sostén del sistema al
ser la única vía de acceso al poder y sus privilegios.
Un pacto en partes
74
La tarea fue exitosa, y por eso sumó otras corporaciones al pacto: la justicia,
parte de los sindicatos, los empresarios ―expertos en mercados regulados‖,
grupos de la prensa, dirigentes deportivos etc. Menem y Alfonsín, ya sin la
presión militar, se propusieron acrecentar su poder, el primero, y salvar a su
decaído partido, el segundo y así llegó la formalización del gran acuerdo
corporativo: el Pacto de Olivos.
El año 2001 fue la prueba de fuego. Mientras en Venezuela el ―Pacto del punto
fijo‖ era arrasado por el chavismo, el congreso argentino le daba salida a una
crisis que en otro momento de la historia hubiera terminado con los militares en
la Casa Rosada.
75
El kirchnerismo de la mano de Néstor dio otro paso fundamental, la
transversalidad, (Cristina, Cobos y vos) y sobre todo, una serie de leyes y
reglamentaciones que continuaron el camino del pacto de 1994: las PASO, que
permitieron a las oligarquías partidarias la posibilidad de regular
la competencia política (ya que son las juntas electorales de cada partido o
coalición las que determinan quiénes y cómo participan), las leyes de
financiamiento partidario y las estrictas regulaciones para la creación de
nuevos partidos. Hoy en día es prácticamente imposible plantear desafíos
políticos sin transitar los caminos que la corporación política ha establecido y
cuyas reglas y mañas manejan con total auto
ridad y discreción.
Final abierto
76
agencias varias. Al día de hoy es difícil encontrar militantes de los principales
partidos políticos que no sean empleados públicos.
El pacto corporativo recorrió un largo camino desde 1983. Cada sector tuvo su
lugar en la repartija del Estado, esto los protegió, hizo más poderosas a sus
elites, les garantizó el permanente, aunque ineficiente, dominio de su propio
territorio y algunas cuotas de poder en el orden político nacional. También
aportó a construir una solidaridad inter-corporativa, es decir, si alguien toca a
los empresarios textiles, saltan en su defensa los gremios de aerolíneas y si
tocan a estos, los defienden los movimientos sociales y si alguien cuestiona
todo eso, lo reprenden desde el Vaticano, lo condenan artistas populares e
intelectuales y lo exponen públicamente los más entusiastas militantes de la
democracia corporativa: los periodistas y noteros de los grandes medios de
comunicación.
77
Dinamitando este sistema, nosotros no estaremos peor de lo que ahora
estamos. ¿O sí?
78
CONOCER PARA TRANSFORMAR
De qué hablamos cuando
hablamos de empleo público
79
de exposición pública, elaboran sesudos argumentos filosóficos en torno al rol
del Estado, concluyendo que ―debe desaparecer‖. Y las preguntas se repiten.
80
modernizar la conformación y el funcionamiento de la Argentina, se plantea
refundar al Estado. Sin embargo, a poco de iniciar la andadura reformista, pudo
comprobar en carne propia -en la cotidianidad de la gestión ministerial- que no
había cimientos adecuados para construir un nuevo Estado, moderno, eficaz y
eficiente. Las distintas dependencias públicas contenían un cúmulo de recursos
humanos poco capacitados, como se mencionó más arriba, y con una inercia
que impedía la mentada modernización.
Ante este hecho, y asumiendo que políticamente era inviable lograr el aval del
presidente Menem para despedir a esa masa de empleados públicos (más allá
de los procesos de retiros voluntarios que se abrieron), Cavallo y su equipo
diseñaron una estrategia de gestión de la ―cosa pública‖ que la prensa
opositora denominó ―Estado paralelo‖.
81
contratos fueron, centralmente, por locación de obra: se ejecutaba la tarea
solicitada, se facturaban los honorarios acordados, se cobraban y se terminaba
la relación entre contratante (el Estado) y los contratados. Era una relación
entre agentes independientes en sus relaciones, y sin que medien mecanismos
de sujeción de uno a otro: no había aguinaldo, ni vacaciones pagas, ni obra
social. Se trataba, en esencia, de unos agentes que vendían sus servicios a un
cliente (el Estado), sin entablar relaciones estables con el mismo.
Algunos de los miembros de ese ―Estado paralelo‖ sólo tenían por clientes al
Estado, y otros diversificaban la venta de sus servicios entre el Estado y el
sector privado. Economistas, abogados, ingenieros, arquitectos, entre otros
profesionales, fueron convocados para prestar los servicios que el Estado
necesitaba: desde formular un proyecto de crédito internacional hasta negociar
con los prestamistas; desde diseñar una red vial hasta formular un marco
regulatorio para un nuevo aspecto del funcionamiento del mercado financiero.
Por otro lado, otros contratados (en menor número) optaron por la libertad de
movimientos y de pensamiento, aún a costa de la inestabilidad de ingresos y de
mayores costos de vida (debían solventar por su cuenta el servicio de salud,
los días anuales de vacaciones, etc.).
82
Asumido Néstor Kirchner, y ante aquel ―cierre‖ de ingresos a puestos en el
Estado, pero necesitado el gobierno de brindar una apariencia de empleo a
miles de personas (básicamente, militantes o futuros militantes), se optó por la
vía rápida de efectuar contrataciones (como locación de servicios o locación de
obra). Esas personas no eran planta permanente del Estado, pero tampoco eran
stricto sensu el ―Estado paralelo‖: cobraban mensualmente un honorario, contra
entrega de la factura por la prestación de servicios que marca la normativa
fiscal. Así, en el Estado pasaron a convivir tres aglomeraciones de personal: los
de planta permanente tradicionales, los profesionales, técnicos y administrativos
que forman ese ―Estado paralelo‖ y la nueva masa de contratados (que
genéricamente se llamaron ―monotributistas del Estado‖).
El crecimiento de la masa de ―monotributistas del Estado‖ fue tal, que uno de los
sindicatos estatales (Asociación de Trabajadores del Estado, ATE) comenzó la
presión para que parte de esos ―monotributistas‖ pasen a alguna modalidad de
empleo público, si no a planta permanente, al menos a un híbrido llamado
―planta transitoria‖; el objetivo era que pudieran hacer aportes al sindicato y a la
obra social pertinente. A diferencia de la década de 1990, cuando el otro
sindicato (Unión Personal Civil de la Nación, UPCN) se enfrentó al personal del
―Estado paralelo‖ (básicamente, dada la disparidad de ingresos que tenían los
empleados públicos respecto de esos contratados), en el siglo XXI los
contratados ―monotributistas‖ fueron cooptados por el sindicalismo,
imbricándose mucho más en su papel de ―empleados públicos‖.
Con esta nueva masa de contratados, el papel del Estado como agente
asegurador se revitalizó: el cargo (como planta transitoria o ―monotributistas‖)
fue la forma que adoptó el seguro de desempleo.
83
El Estado realmente existente es este, el conformado por esta masa amorfa de
contratados y por los profesionales del ―Estado paralelo‖, pero también por el
juez y por la enfermera del hospital público, por el gendarme y por la maestra de
la escuela rural.
Plantear una reforma del Estado implica conocer y reconocer esta realidad.
De qué manera redefinir los alcances del Estado (que sin dudas deben acotarse
radicalmente) es una cuestión que va de la mano de resolver cómo encarar ese
proceso de transformación teniendo en cuenta la masa de recursos humanos
relacionados con la configuración actual del Estado. Plantear lo primero sin
considerar lo segundo, conduce al fracaso, primero discursivo y después
político.
84
DISIDENCIA Y BATALLA CULTURAL
Sin embargo, como tanto sucede en estos tiempos, la definición de esta noción
resulta opaca, pues todo el mundo la menta, pero pocos puedan dar cuenta de
su significado auténtico. En este breve artículo, y de la mano de los que mucho
saben, trataré de echar algo de luz respecto de esta confrontación en la que, lo
queramos o no, estamos inmersos.
Cabe decir en principio que toda batalla es parte de una guerra. A mi entender,
la batalla cultural es parte de la guerra revolucionaria cuyo objetivo último es
lograr el poder total y absoluto en todos los órdenes.
85
dar pelea. Porque lo cierto es que, y esta es la tercera cuestión, lo que está en
juego en esta batalla es la propia existencia de la comunidad política.
Esta batalla que se libra hoy tiene dos planos estrechamente vinculados. Uno
es el plano de los Estados nacionales, el otro el de globalismo o, al menos, lo
que antes se denominaba el ―Occidente‖. Esos planos, o lugares, en los que se
desarrolla la batalla cultural, están imbricados, terminan siendo uno sólo,
aunque con matices, como veremos.
Por otro lado, para terminar con esta introducción, decimos que la batalla
cultural que señalamos implica -ni más ni menos- la imposición de una visión
del hombre y del mundo. Es decir, que el que la gane, se queda con todo.
86
toda la sociedad‖ [1]. Para él la sociedad civil es el campo de batalla donde se
dirimen las ideologías, para lograr la hegemonía –la supremacía- sobre las
clases subalternas. Esos grupos u organismos son la escuela, los medios de
comunicación, la Iglesia, y su misión en el marco de la batalla ideológica, es la
creación e imposición de un nuevo sentido común, de un nuevo modo de
pensar.
Pero, por otro lado, Gramsci señala la existencia de la sociedad política, esto
es ―los organismos que ejercen una función coercitiva y de dominio directo en
el campo jurídico, político y de la fuerza armada‖. Para él, la sociedad política
es el Estado.
87
de la estrategia de la guerra semántica, esto es la utilización del lenguaje como
arma ideológica, aunque no fue el último, pues su ―descubrimiento‖ sigue
vigente en nuestras sociedades gobernadas por una democracia que se vuelve
cada día más totalitaria.
Es cierto que no se trata de una cosa nueva ni inventada por el comunismo -de
hecho, los ―clubes‖ iluministas de la Francia prerrevolucionaria planteaban
justamente eso con la creación de la llamada ―opinión pública‖- pero la
izquierda le ha dado un sentido nuevo, profundizándolo, y llevando adelante un
proceso de ―deconstrucción‖ del lenguaje que le ha permitido subvertir –invertir-
múltiples realidades. Han maximizado el potencial del lenguaje para trasmutar
el sentido común, partiendo de la desnaturalización y deconstrucción de las
todas las normas sociales.
Hemos visto que para Gramsci, como para el neomarxismo (el del ―ideólogo
kirchnerista Ernesto Laclau, por ejemplo), la sociedad política es el Estado,
esto es los organismos o instituciones que administran el poder de coerción y
dominio. Por caso, es común escuchar a Alberto Fernández hablar del Estado
cuando en realidad se refiere al gobierno del Estado, circunstancialmente
administrado por su partido o frente político.
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Casi huelga decir que el Estado, la comunidad política, tiene por fin último al
Bien Común, que no es el bien individual, ni es la suma de los bienes
individuales; sino el bienestar integral de la sociedad como un todo. El
contenido de ese bien común incluye el orden, la concordia política, el derecho,
la satisfacción de necesidades materiales, la realización de valores culturales,
éticos, políticos y espirituales.
Pues bien, los Estados actuales, y pensamos primero y antes que nada en el
argentino, están cada vez más lejos de ser promotores de ese Bien Común
pues, aún bajo la forma de gobierno democrática, padecen cada vez más el
virus totalitario. Y cuando decimos totalitarismo, queremos decir tiranía.
Al respecto, cabe citar en extenso a Giorgio Agamben, filósofo que proviene del
marxismo, quien logra explicar lo que hoy sucede con el Estado y la sociedad
en el marco del estado de excepción pandémica como regla.
89
libre. Vivimos en una sociedad que ha sacrificado su libertad por las llamadas
«razones de seguridad» y que así se ha condenado a vivir continuamente en
un estado de miedo e inseguridad [3].
91
mixturado ahora con la exigencia globalista de la renuncia a las soberanías
nacionales en pos de un ―único mundo‖ [5].
92
En aquellos años de opresión totalitaria en la URSS la disidencia creó el
sistema de samizdat, que era el circuito de la copia y distribución de la literatura
prohibida por la tiranía y que servía para sortear la censura y la persecución.
Hoy las cosas han cambiado, sólo porque ya no utilizamos el mimeógrafo, pero
el sentido de la disidencia es el mismo.
[2]. - Juan Ángel SOTO: El despertar del Leviatán en un mundo distópico, en: AAVV:
Pandemónium. ¿De la pandemia al control total?, edición digital, 2020.
[3]. - Giorgio AGAMBEN: ¿En qué punto estamos? La epidemia como política,2020.
93
LA RECONQUISTA DEL SENTIDO
COMÚN
94
Es justamente por todo eso, que digo en un principio que somos tal vez el
mayor fracaso colectivo contemporáneo que existe en el globo: porque otrora
logramos lo tal vez inimaginable, dada nuestra australidad supina, y lo
convertimos luego mediante la alquimia de las ideas absurdas, en esta parodia
de país en donde la miseria ya se ha carcomido hasta a la esperanza.
Sí, fuimos eso. Y justamente aquí vienen las sutilezas de esa batalla que hoy
pretende darse. Porque ese enfrentamiento entre cosmovisiones del mundo no
puede acotarse a aspectos económicos como sucede las más de las veces hoy
día, básicamente porque éstos son solo subproductos de estos paradigmas y
no viceversa. Es necesario entonces ir mucho más allá, y desanclarnos de
aquellas afirmaciones absurdas a las que intencionadamente nos ataron para
hundirnos en este presente demencial.
En este sentido, véase como se nos ha ido convenciendo con el paso de las
décadas de no ser más que otro país latinoamericano; como al mismo tiempo,
se nos echó encima ese manto de culpa por mirar a Europa como origen y
como faro y por pertenecer a esa egoísta, vende patria, cipaya, fascista clase
media, aun cuando justamente ésta no tenga nada de todo eso y haya sido,
desde Aristóteles en adelante, el bien más preciado de cualquier sociedad: una
vasta clase media anhelante de progreso material y cultural.
95
maradoniano, populista, negrero, etc. Ante la disyuntiva planteada, por
Domingo Faustino Sarmiento, yo estoy con la barbarie” que supo afirmar el
actual Ministro de Ambiente, Juan Cabandié en 2010, deja de verse como un
instante de arrebato lisérgico del miembro de La Cámpora y puede entenderse
más bien, como su proyecto de país.
La gran pregunta del final es como puede haberse propagado tanta estupidez
conceptual, tanta barbarie intelectual, al punto de que esta sea sostenida
incluso insospechadamente por sus propias víctimas, las más de las veces. Y
la respuesta, aunque difícil de aceptar para muchos es: por la escuela. El
sistema educativo argentino ha sido eficiente a lo largo de las décadas en
educar; la cuestión que hemos desatendido demasiado tiempo es qué; qué se
enseña en esas escuelas de primer y segundo nivel y qué en aquellas aulas del
sistema universitario nacional.
En tal sentido, los propagadores de esta barbarie colectiva han sido inteligentes
en penetrar nuestras currículas instalando como verdad científica su arbitrario
paradigma. Cientos de miles de jóvenes, cada año, pasan por el sistema
educativo formal aprendiendo, entre otras cosas, que la pobreza es producto
de los empresarios, que el Estado está ahí para protegerlos de ellos, que la
patria es una bandera llena de colores que cruza todas las fronteras, que Julio
Argentino Roca es solo un asesino, que Perón fundó la patria y que Kirchner la
dignificó. Que luego de 14 años de escolarización obligatoria no puedan
96
entonces ni interpretar un texto ni completar un curriculum, a nadie importa,
mientras puedan reproducir acríticamente las tonterías que les han prodigado.
Decía al comienzo que resulta extraña la combinación de palabras como
batalla y cultura, justamente porque esta última tiene mucho menos de
enfrentamiento que de amor y seducción. La cultura no es otra cosa que el
modo de ejercer la vida; el continente de formas, por ejemplo, de producir, de
cocinar, de relacionarse con otros, de hacer arte y de celebrar. Por tanto, la
cultura no puede propagarse mediante el plomo o el garrote, aunque tantas
veces se haya intentado, porque sin el amor que proviene de lo verdadero esta
se vuelve una pantomima artificial que languidece, mientras florece a su
alrededor la contracultura necesaria, una y otra vez.
Por tanto, la mentada batalla cultural que se proponga dar vuelta la página
mortecina en la que se inscribe nuestro país hoy, no debiera implicar menos
que un heroico animarse; animarse a vencer la espiral del silencio que proviene
de un sentido común implantado, falso, violento y organizado, y animarse a
vivir la vida según los valores que conllevan al progreso y la armonía y no a la
violencia y la destrucción. Y para ello no hace falta más que coraje para hablar,
escribir y para estar lado a lado con quienes se animan a enfrentar esta
hegemonía circunstancial. Sin medias tintas y sin temor ni al escarnio ni al
rechazo, y esgrimiendo en todo momento el escudo de la verdad y la espada
de la convicción.
97
GLOBALIZACIÓN Y GLOBALIZACIÓN
Como he dicho ya varias veces, son las nuevas circunstancias históricas las
que están produciendo estas alianzas y, también, cierta confusión.
Hay una mentalidad anti-globalista que viene del nacionalismo católico de los
años 30. En ese entonces, y luego también en los 70 del lado de cierta
derecha, los poderes globales tenían y tienen que ver con cierta conspiración
―judeo-masónica-liberal‖ para dominar al mundo, que estaba en íntima relación
por supuesto con el capitalismo liberal y las grandes empresas multinacionales.
Los liberales en ese entonces, con nuestra defensa de la inversión extranjera y
el capitalismo liberal, que incluía por supuesto al libre comercio internacional
(con arancel cero), estábamos del otro lado.
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Naciones, es el libre comercio internacional, el arancel cero, la libre entrada de
capitales y personas en todo el mundo. Mises sigue teniendo razón desde un
punto de vista modélico: si libre comercio, entonces verdaderamente paz.
Claro, actualmente pienso que el ser humano es definitivamente incapaz del
antecedente de la proposición, pero eso es harina de otro costal.
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muro, que incluso algunos liberales ingenuos, en los 90, llegamos a creer que
podría ser un verdadero libre comercio internacional. Algunos liberales,
además, apoyaban y apoyan los tratados de libre comercio, que de libre
comercio no tienen nada, como un mal menor. Hoy se ve claramente que todo
ello fue un mal mayor.
El asunto es que sobre todo a partir del 2020 y ahora con la administración
mundial Biden-China, estamos en condiciones de corroborar la afirmación y
predicción de Mises. El engendro actual, el intervencionismo global, que
concedo que pueda ser llamado ―crony-capitalism‖, perfectamente descripto y
denunciado por los trabajos de Mises, Hayek y Buchanan (a los cuales,
excepto uno solo, los nacionalistas católicos NUNCA leen NI QUIEREN leer)
más la agenda neo-marxista de la OMS y la UNESCO contra el
―heteropatriarcado capitalista‖, no tienen NADA que ver con el libre comercio
internacional y la sociedad libre soñada por Mises. Pero NO porque los
individuos, dadas sus liberales individuales, no puedan practicar sin coacción
del estado su catolicismo, su marcianismo o su homosexualidad, sino porque
esas agendas internacionales financian agendas que luego imponen por la
fuerza, coactivamente, sus propias políticas a todas las naciones, violando
totalmente las libertades individuales. Lo que muchos ven muy bien (sean neo-
marxistas o sean liberales que critican a ―conservadores‖), lo que muchos ven
como signo de ―sana diversidad‖, esto es la imposición global de delitos de
odio, discriminación, salud reproductiva, inclusión coactiva identitaria, etc., son
violaciones totales y completas a las libertades de religión, de expresión y de
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asociación, impuestas ahora no por la Unión Soviética, sino por una unión
soviética universal que ahora es el mundo occidental, que incluye ahora, como
éxtasis de su control, el encerramiento obligatorio de toda la población (eso sí,
contenta, mirando Netflix y la CNN).
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BONUSTRACK
LO QUE SÍ CAMBIÓ
Difícil llegar a ponerse el protector bucal cuando la piña viene de bolea, son las
cinco de la mañana en Valentín Alsina, y no sabés siquiera por qué vas a
cobrar. Lo que se espera de vos, ahí, convertido en epítome cárnica del espíritu
boxístico, es que la devuelvas como puedas, sin pretensiones vanas de
preservar las muelas, un poco como Locomotora aquella noche del ´94 en la
que (por suerte) Jackson se confió.
Admito que a esta altura ya no tengo tan en claro quién estaba de qué lado de
la piña ese 23 de noviembre de 2015, tras la segunda vuelta. Si me apuraban
esa mañana, todavía eufórico, te decía que los otros, los que perdieron las tres
jurisdicciones más importantes del país en tres compases de La Fortuna (así,
en mayúscula, como la escribiría el florentino Nicolás). Considerando lo que
vino después, hoy te tiró un artero ―dejámelo pensar‖. Pero lo cierto es que el
reclamo de muchos que todavía masticamos la ponzoña por haber espetado
con certeza fingida el ―no vuelven más‖, es justamente el que no se haya
bilardeado algo en el ring discursivo para ganarle más tiempo al brote verde
que venía un poco tímido de germinación.
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Están los que dicen que no había que provocar la grieta, como si dejar dormir
al tigre sirviera para que no tenga hambre al despertar. Pero la grieta siempre
estuvo y está. Como la cercanía de Rosario, los almuerzos de Mirtha o el trono
de Insfrán. Se la puede buscar agazapada y sonriente, después de Caseros.
Confiada y sin mácula, tras Pavón. Con galera, paseando en el golpe del 30. O
vertiginosa sobre un Gloster Meteor en la Plaza del 55. Si miras bien, está
metida entre el Pocho y Balbín, en el efímero abrazo, y escondida en alguna
palabra de menos o de más, de Raúl Ricardo, en esa misma plaza de los
Gloster, 28 años después.
De todos modos, hoy día parece que algo finalmente, sí cambió. No me atrevo
a afirmar si fue porque la lección fue entendida o si porque en el desbande del
41 a 48 las fichas cayeron del tablero y quedaron paradas de este modo. Ya
sea por la fortuna, la piña o la razón, en el menú disponible de la mesa
discursiva, hay algo menos de sashimi y bastante más de ese caracú que la
salsa pedía. Así las cosas, si por un lado el ex candidato a vice clava la
espada como el Santo que lleva su nombre, contra la serpiente del pobrismo, la
ex ministra que no le teme a la fajina, se atrinchera en la atalaya para
ametrallar a discreción. Otros, cercanos y no tanto, se van animando también
de a poco, como si el tiempo de la vergüenza ideológica le hubiese dado
paso a la verdadera necesidad de representación.
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Golán. Desde este razonamiento se asume que con la bondiola rozando las
cuatro cifras, hay menos margen para el coaching ontológico y algo más para
la patada de la momia de Karadagian.
Quizá entonces, por ese arte alquímico del mutatis mutandis, podamos sí ahora
ponerle la etiqueta justa a todos aquellos espectros que nos atormentan;
fantasmas que merodean un circo vetusto que suele emplazar la carpa por
Balcarce 50 pero que por el resto del mundo ya dejó de circular.
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