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02
construcción social de la violencia
Presentación
Para que este diálogo reflexivo nos enriquezca y nos aporte herramientas que nos ayuden a
desandar caminos que nos han llevado a situaciones de desigualdad, es preciso acordar en algunos
conceptos.
Todas las personas estamos inmersas en un orden social con un sistema de creencias que define
roles, atributos y comportamientos diferenciados para las masculinidades y las femineidades, así
como pautas que marcan las relaciones entre ambos.
Las formas de actuar, pensar y sentir en tanto varones y mujeres se constituyen a partir de marcas
culturales definidas social e históricamente, y son aprehendidas a través de los procesos de
socialización que transcurren y vivenciamos en los diferentes entornos de los que formamos parte
tales como la familia, la escuela, el club, las Instituciones de salud, el estado, el lugar de trabajo, y
los medios de comunicación entre otros.
Tal como vimos en la clase anterior, las construcciones de las masculinidades y las femineidades
están atravesadas por relaciones de poder jerárquicas y desiguales. Es así que, frente a las mismas
acciones, existe una valoración social distinta, según quién las protagonice. Por ejemplo, hasta no
hace mucho tiempo la presencia de docentes varones en el nivel inicial era motivo de asombro, una
reacción similar generaba una mujer que planteara que su trabajo era la mecánica del automotor.
Por el contrario, una mujer maestra jardinera o un hombre mecánico no generan ninguna
valoración negativa en particular. El orden social en el que las construcciones de las masculinidades
y las femineidades se caracterizan por la jerarquía y la desigualdad se denomina patriarcado.
El patriarcado designa un sistema social basado en la autoridad y liderazgo del hombre, tanto en la
esfera pública como doméstica, y adquiere distintas formas de expresión según la época. De este
modo, es posible comprender que lo que hoy se considera propio de las masculinidades y de las
femineidades es distinto de lo que se consideraba en la época de nuestras abuelas y nuestros
abuelos. Así como celebramos los avances que hemos ido conquistando como sociedad, también
nos preguntamos sobre las actuales instancias que continúan perpetuando las construcciones
genéricas que conllevan inequidad.
Desde un discurso machista, este tipo de desigualdades son minimizadas o invisibilizadas. El
machismo se expresa en actitudes, conductas, prácticas sociales y creencias destinadas a justificar y
promover el mantenimiento de un orden genérico en el que las masculinidades son consideradas
superiores a las femineidades. El machismo, a su vez, está sostenido por el sexismo, que es un tipo
de discriminación basado en la creencia de la superioridad del hombre sobre las mujeres.
Para el machismo y el sexismo, la diferencia sexual instaura una desigualdad “natural” que es
justificada erróneamente desde la biología o a partir de supuestas esencias masculina o femenina.
Desde estas posturas, no se toma en consideración que el cuerpo humano y sus funciones son
permanente objeto de regulaciones sociales y políticas perfectamente historizables.
Que una persona tenga la capacidad de parir no la convierte “naturalmente” en cuidadora, en
limpiadora, en cocinera, en costurera o en lavandera, todas acciones tradicionalmente asignadas a
las femineidades y con un valor menor que el de las tareas consideradas propias de las
masculinidades. La construcción social del género es lo que determina tareas, acciones y roles para
todas las personas.
Veamos algunas dimensiones de la vida social en las que la desigualdad en términos de relaciones
de género se hace presente: en nuestro país las mujeres destinan seis horas a las tareas de
cuidado y los hombres tres horas, recordemos que las mujeres tradicionalmente han sido pensadas
como responsables de las acciones de cuidado de otras personas dentro del ámbito doméstico.
La apertura a las mujeres del mercado laboral en particular y del espacio público en general es algo
relativamente reciente. Y aún en el mercado laboral, las mujeres suelen tener empleos más
precarios e informales que los hombres
hombres. Y en empleos formales, el salario de las mujeres es un
27% menor que el de los hombres
hombres. Esta situación, entre otras, causa que las mujeres se sitúen
mayoritariamente dentro del grupo de menores ingresos de la sociedad.
En otro ejemplo podemos ver que existen carreras, profesiones y empleos que favorecen más a un
género que a otro. Si bien en los tiempos que corren es posible visualizar indicios
indicio de cambios a
favor de mayores niveles de participación de las mujeres en espacios extra-domésticos
extra domésticos o de
formación educativa, a la par, también nos encontramos con datos e informes que nos muestran
entornos y roles en los cuales aún pareciera no haber ocurrido
ocurrido grandes transformaciones a favor de
mayor equidad e intercambio en las responsabilidades. La siguiente investigación analiza el
ejercicio de la medicina desde una perspectiva de género.
De dicha investigación se concluye que son cada vez más mujeres las que se dedican a
concluir carreras médicas y que, una vez empleadas, las mismas ganan menos que sus
colegas médicos y acceden en menor medida a puestos de decisión en sus ámbitos
laborales. Dicho estudio explica
explica que, en los últimos años, se produjo una feminización de
la profesión de la medicina, a partir de un aumento significativo y constante de la cantidad
de médicas graduadas. Mientras que en 1980, ellas representaban el 20 por ciento en el
sector, en 2016 alcanzaban
lcanzaban casi el 52 por ciento. Son mayoría además, en el total de
estudiantes de la carrera, un fenómeno que se extiende, sin excepciones, en las
principales universidades de todo el país. Sin embargo, este cambio no se tradujo en una
mejora en la inserción
ión laboral y en sus condiciones de trabajo. Las médicas enfrentan los
mismos obstáculos que trabajadoras de otros sectores laborales: cobran menos que sus
pares, con una brecha salarial que ronda el 20 por ciento, se concentran en las
especialidades con menor
enor rango de ingresos y asociadas con atributos definidos
culturalmente como femeninos, vinculados con el cuidado materno –infantil–
– y tienen
menor acceso a puestos de decisión, en instituciones hospitalarias, ministerios,
asociaciones profesionales e incluso,
inc en el ámbito académico.
Fuente: “Género
Género en el sector salud: feminización y brechas laborales
laborales”. Programa de
Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD). Abril de 2018.
En otro orden de cosas, el siguiente dato arroja luz sobre otra condición de desigualdad de las
mujeres: durante el año 2016, las mujeres se realizaron más de 12.000 ligaduras tubarias y los
varones 97 vasectomías.. Los métodos quirúrgicos de anticoncepción son gratuitos en hospitales
públicos y tienen cobertura total de obras sociales y prepagas. La responsabilidad del uso de los
métodos anticonceptivos pareciera que recae más en las mujeres que en los varones.
Otro dato extremo y dramático vinculado con la la desigualdad entre los géneros tiene que ver con
que, en nuestro país, cada 29 horas,, una mujer es víctima de feminicidio.
Hasta no hace mucho este tipo de imágenes no aparecía en el espacio público, ¿qué
habrá cambiado para que hoy los hombres salgan con estas consignas a mostrar su
posicionamiento frente a la violencia machista?, ¿Piensan que los hombres que ustedes
conocen podrían marchar detrás de esta bandera?
Aunque la reflexión sobre el papel de los hombres ha estado presente de una manera más o menos
implícita desde el mismo momento en que las mujeres comenzaron a cuestionar su lugar de
subordinación, considerar y analizar la masculinidad como campo específic
específico
o de estudio desde la
perspectiva de género es una tarea relativamente reciente
reciente.
Los estudios contemporáneos que ponen el acento en el carácter genérico de la masculinidad
comienzan a sistematizase a partir de los denominados Women’s Studies,, llevados a ca cabo en el
hemisferio norte entre los años 1970 y 1980.1980. Estos estudios fueron impulsados por los cambios
sociales, políticos y culturales producto, entre otros aspectos, del cuestionamiento de la
subordinación femenina por el movimiento amplio de mujeres y laa mayor visibilidad del colectivo
LGBTI (sigla que incluye a las identidades lesbianas, gays, bisexuales, trans e intersexuales).
Además, la investigación y el posicionamiento de la temática masculinidad desde una perspectiva
de género también contó con el apoyo de organismos internacionales como la ONU Mujer y
UNFPA. A su vez, las Conferencias de las Naciones Unidas de El Cairo (1994) y de Beijing (1995)
colaboraron en destacar la relevancia de la participación de los hombres en temáticas como los
derechos sexuales y reproductivos, la prevención de VIH, la violencia contra las mujeres y niñas, la
salud de los hombres; y han ayudado a la generación de conocimiento, prácticas de intervención y
políticas públicas.
Por su parte, la Convención sobre la Eliminación de todas las formas de Discriminación contra la
Mujer (más conocida como la CEDAW, sus siglas en inglés), aprobada en 1979, además de su
importancia
rtancia capital para el avance en el abordaje de la violencia contra las mujeres, fue el primer
acuerdo que abordó explícitamente las responsabilidades de los hombres en la vida familiar y la
importancia de modificar las normas de género. En el artículo 5, la Convención expresa claramente
que los países deben intervenir para: “modificar los patrones socioculturales de conducta de
hombres y mujeres, con miras a alcanzar la eliminación de los prejuicios y las prácticas
consuetudinarias y de cualquier otra índíndole
ole que estén basados en la idea de la inferioridad o
superioridad de cualquiera de los sexos o en funciones estereotipadas de hombres y mujeres”
(CEDAW, 1979).
Desde el enfoque de género, la masculinidad es una construcción social y cultural que varía según
las sociedades y los diferentes momentos históricos
históricos,, por lo tanto, existen distintas apropiaciones
de lo que se considera masculino y propio de los varones: existen
existen distintas maneras de vivir la
experiencia masculina; de modo que, desde los estudios, las investigaciones y las propuestas de las
agencias internacionales se comienza a hablar de masculinidades en plural:: la idea es tener
presente la variabilidad en el género masculino.
masculino
Esta idea no implica desconocer que las vivencias singulares se referencian con un modelo de
masculinidad socialmente aceptado.
aceptado. Desde esta concepción que privilegia el aspecto social y
cultural de la masculinidad, no estamos hablando de personas concretas y tampoco emitiendo
juicios de valor sobre comportamientos individuales. Nuestra propuesta propicia la reflexión crítica
sobre la construcción social del género masculino.
La expresión singular de la masculinidad se referencia, para convalidar o para proponer
alternativas, con un modelo de masculinidad dominante. Este modelo socialmente aceptado
presenta una definición de la masculinidad que enfatiza los aspectos negativos, actualizando
algunos estereotipo como por ejemplo un hombre “verdadero” no tiene que llorar, no demostrar
afecto hacia otros hombres y siempre estar dispuesto para la conquista amorosa.
Para este modelo, el ejercicio de la masculinidad supone poner en juego algún tipo de poder que
termina ubicando a esa masculinidad en un nivel superior de la jerarquía genérica.
Revisar y cuestionar las construcciones tradicionales sobre la masculinidad nos permitirá avanzar en
hacer realidad nuevas formas de convivencia entre hombres y mujeres, basadas en la equidad, sin
discriminación de ningún orden ni violencia de género. Para lograrlo, se requieren modelos de
masculinidad más plurales y democráticos. Por lo tanto, es necesario seguir propiciando que el
análisis de las masculinidades, desde una perspectiva de género transformador, forme parte de las
agendas públicas, tanto gubernamentales, como de los distintos espacios de participación social.
Los mandatos que funcionan como demandas sociales para las masculinidades tienen que ver con
lograr ser proveedores,, es decir, ser el principal sustento económico de su grupo familiar, sostener
una autosuficiencia económica que le permita adquirir el automóvil más nuevo posible, por
ejemplo; tener una casa propia o modernizar la que tenga, en definitiva, adquirir todas aquellos
bienes que le proponga el mercado y que sirvan para marcar su lugar de principal proveedor
doméstico. Ser la principal
ipal fuente de ingresos económicos implica como contrapartida la capacidad
de decidir sobre cómo utilizar ese dinero y para imponer sus reglas en la convivencia. Generar los
ingresos necesarios para mantener el primer lugar como proveedores implica tener que q trabajar
muchas horas fuera del ámbito doméstico, y, por lo tanto, delegar acciones, como el trabajo
doméstico o la crianza de los/as hijos/as en otras personas de su familia.
Ser protector
Otro mandato propio de la masculinidad hegemónica tiene que ver con la protección, que, leída en
el contexto de relaciones de género jerárquicas, signific
significaa que tanto las mujeres, como los/as
lo
niños/niñas necesiten “naturalmente” de la protección masculina. Desde esta visión, las
masculinidades sienten el deber de cuidar y controlar a otras personas. Por lo tanto, en la medida
en que los hombres son vistos como necesarios ante una posible amenaza, las conductas abusivas
basadas en control contribuyen con la consolidación
c de un lugar de importancia.
Ser procreador
Ser autosuficiente
La autosuficiencia también aparece como otro de los mandatos propios del modelo de la
masculinidad hegemónica, esto implica que desde niños son más estimulados para tomar
decisiones por sí mismos y tener mayores márgenes de libertad. A su vez deben estar dispuestos a
aceptar los desafíos que se les impongan, asumir lugares de liderazgos como clave para alcanzar el
éxito personal.
Es importante tener presente que estos mandatos no estipulan lo que hay que hacer de manera
precisa en cada circunstancia, sino que indican hacia dónde se tienen que dirigir las acciones
concretas en los diferentes ámbitos sociales, familiares, afectivos, laborales, etcétera. El ejercicio
de la masculinidad hegemónica implica alejarse lo más posible de lo que para este modelo es
evaluado como cobardía, (sabiendo que tomar este camino implica el peligro de ser expulsado de la
masculinidad) y acercarse todo lo que se pueda a situaciones o acciones que están asociadas con
valores como valentía (es decir, resolver cada situación como lo haría un “verdadero” hombre).
Actuar de este modo es una manera de demostrar que se pertenece al grupo y, por lo tanto, de
evitar sanciones o estigmas por no cumplir con lo que socialmente se espera de un varón.
Aprendiendo la violencia
Esta concepción de masculinidad, con los mandatos que implica, está atravesada por la violencia.
Asumir comportamientos violentos forma parte de la demanda social a la masculinidad.
Desde niños los hombres son socializados en el ejercicio de la violencia, por ejemplo, se les pide
que imiten a hermanos mayores o a sus padres en casos en los que existen conductas violentas;
muchas veces son tratados de forma violenta por familiares, y los vínculos entre pares también
suelen tener un alto componente de violencia. En muchas ocasiones, son empujados a pelar o se les
ofrece participar mayoritariamente de juegos o utilizar juguetes bélicos, también suelen ser
ridiculizados, en cualquier etapa de la vida (niñez, adolescencia o adultez), si no asumen la actitud
violenta
enta que su grupo le demanda. Por tanto, la resolución violenta de los conflictos suele ser
tolerada, entre otras acciones.
Como vemos, la violencia acompaña la socialización masculina desde la infancia. Desde la
masculinidad hegemónica se enseña que es co correcto expresar el enojo o la rabia agrediendo a
otras personas. Pero no se pone el mismo empeño para enseñar la expresión de otras emociones,
emociones
como el amor, la tristeza, la pena, la impotencia, el miedo, el erotismo, la culpa, entre otras.
Muchas veces se cataloga a un niño o a un adolescente como “problemático” o “violento” sin
advertir que ese estereotipo contribuye más a sostener que a eliminar un comportamiento
violento. Es importante corrernos de las etiquetas y pensar cómo llegó esa persona a estar en esa
situación y qué se podría hacer para proponerle alguna alternativa más positiva. Además,
frecuentemente esas etiquetas hacen que las personas que las portan se vean excluidas de
participar de actividades o acciones no violentas.
El grupo de pares también ién suele tener códigos y pautas de sociabilidad vinculadas con el riesgo y
la violencia.. El lugar privilegiado de reunión de la masculinidad suele ser fuera de lo doméstico.
Recordemos que el espacio público es el ámbito tradicionalmente asignado a la masculinidad,
mas (en
contraposición con el ámbito privado, establecido para la femineidad). Esos lugares de reunión
suelen estar atravesados por relaciones de competencia y disputas de poder. La socialización
fuertemente diferencia por género por distintos motivmotivos
os expone a situaciones de violencia a lxs
niñxs, adolecentes y adultxs.
Teniendo en cuenta la importancia de la heteronormatividad y la homofobia en la socialización
masculina, la violencia suele ser el modo “natural” de reaccionar ante personas que pertenecen al
colectivo LGBTI o ante comportamientos que son leídos como contrarios a la masculinidad
socialmente esperada.
Por último, la violencia no está presente solo en un sector social. Justamente la violencia forma
parte de la socialización masculina en todos los grupos sociales
sociales.. En este sentido, podemos
encontrar hombres violentos pertenecientes a los sectores económicamente más acomodados y
hombres que pertenecen a los sectores populares y que rechazan abiertamente la violencia.
violenci Por lo
tanto, el cuestionamiento tiene que estar dirigido hacia el vínculo entre la violencia y los procesos
hegemónicos de socialización masculina. Este modelo de masculinidad favorece la expresión del
machismo.
El machismo puede ser definido como el conjunto de prácticas, actitudes, discursos, usos y
costumbres que justifican la desvalorización de las mujeres, ya sean niñas, adolescente o adultas y
la violencia física es una de sus expresiones más extremas.
El machismo no sólo se expresa en conductas y actitudes extremas y visibles. También tiene
expresiones que suelen ser más difíciles de identificar y que se conocen con la denominación de
micromachismos.. Estos últimos son aquellas manifestaciones más sutiles, que suel suelen pasar
inadvertidas, que reflejan y perpetúan actitudes discriminatorias y, en este sentido, son funcionales
al mantenimiento de las desigualdades entre los géneros.
Otras conductas que pueden ser clasificadas como micromachismos pueden ser fotografías o
grabaciones realizadas sin consentimiento; los contactos físicos indebidos; el arrinconamiento, o
expresiones sobre los cuerpos de las mujeres. La vigencia de estas actitudes colabora a sostener un
modelo de masculinidad que reproduce privilegios en lugar de poner en cuestión. Aunque sostener
esas ideas y maneras implica también, un alto costo en términos de salud y de calidad de vida para
los propios hombres.
Esta mirada compleja señala que cualquier sistema social conforma una totalidad articulada de
entornos que se relacionan y condicionan
condicionan recíprocamente y que cada hecho social adopta sus
características en función de los componentes que incorpora de cada uno de los subsistemas
involucrados. Es así que, para comprender la problemática de la violencia, es necesario considerar y
discriminar los componentes en cada uno de los entornos, que contribuyen a su ocurrencia.
Desde este marco de referencia podemos comprender que la situación de una persona se
encuentra condicionada por los diferentes entornos con los cuales esa persona se relaciona: su
entorno familiar y social, las instituciones de las que forma parte, la cultura a la cual pertenece, los
marcos jurídicos y las políticas públicas vigentes, etc.
Los valores, los sistemas de creencias e ideologías conforman matrices simbólicas que moldean los
distintos
stintos contextos de la vida social hasta llegar al nivel más cercano y concreto para un niño o una
niña como lo es el ámbito de su medio familiar. Es así que, mediante los procesos de socialización
durante la infancia logran articularse el nivel de lo int intrafamiliar
rafamiliar con el contexto más amplio
macrosistémico o sociocultural. (Misuti, Ochoa y Molpeceres, citados por Bringiotti, 1999).
Estas cifras son conmocionantes y al mismo tiempo disonantes desde un registro más racional.
Descolocan y perturban arraigadas imágenes culturales instaladas, que asocian fuerte e
indefectiblemente a la familia con un entorno de afecto, sostén y de cuidado. Sin embargo, la
realidad nos muestra que, en los grupos familiares en los que se viven situaciones de violencia, es
posible encontrar patrones de comportamiento, modos de relación y creencias que perpetúan su
naturalización, reproducción y justificación.
Podemos señalar hasta aquí que una de las formas que adopta la violencia de género es la que
tiene lugar en el ámbito doméstico, entendiendo por ámbito doméstico no solo el espacio físico de
la casa u hogar, sino también aquel delimitado por las interacciones en contextos privados. Así,
quedan incluidas las relaciones de noviazgo, las de pareja (convivientes o no) y los vínculos entre
aquellos/as que han dejado de serlo.
Cuando las/os adolescentes provienen de hogares en los que ya se han vivenciado e incorporado
patrones abusivos de vinculación (a través de manipulaciones emocionales, forzamientos físicos,
privaciones arbitrarias o cualquier otra de sus modalidades) y a esta situación se suma el inicio de
relaciones de pareja en una cultura que las impregna de concepciones y expectativas teñidas de
romanticismo e idealismos, nos podemos encontrar más fácilmente con jóvenes provistos de
menores recursos personales para visibilizar y protegerse de relaciones que los sometan a
perjuicios para su autoestima, su libertad, su crecimiento y su salud.
Lo familiar en una trama social más amplia
La familia, entonces, desempeña un papel de vital importancia como agente de socialización y
como transmisor de determinados estilos de vinculación familiar, pero también espacios tales como
la escuela u otras instituciones sociales cumplen efectivamente esa misma función. El microsistema
familiar forma parte de un sistema más amplio compuesto por las instituciones en las que
participa, sus parientes, las personas conocidas, la red social cercana, etcétera. Actores que
influyen, a su vez, en la formación de la trama vincular y socializan trasmitiendo determinados
patrones culturales y sociales. En este sentido, muchas prácticas institucionales recurrentes y
naturalizadas entre sus actores tales como el grito, la desvalorización, la discriminación, la
humillación, no escuchar y la falta de compromiso frente a hechos de violencia pueden
considerarse como modalidades de actuación que se suman al conjunto de procesos que
reproducen la violencia en los contextos microsociales.
A modo de cierre
El recorrido de esta clase buscó comprender algunos rasgos de la socialización masculina y la
incidencia que tiene la masculinidad hegemónica y los mandatos sociales en ese proceso. La
vigencia de este modelo de masculinidad colabora en la reproducción de un lugar de privilegio,
aunque sostener esas ideas y actitudes implica también, un alto costo en términos de salud y de
calidad de vida para los propios hombres.
Tenemos que trabajar para problematizar en la sociedad, en las escuelas y en las aulas esas
concepciones machistas de la masculinidad y sus mandatos, aunque sabemos que no es algo
sencillo, porque responden a procesos sociales fuertemente arraigados que se expresan en
numerosos dispositivos culturales y personales.
No obstante, tenemos que empezar a cuestionar esas concepciones, teniendo en claro que el
problema no son los hombres, sino el machismo. El problema está en pensar que la reproducción
de la desigualdad y la violencia, de la competencia y la rivalidad, y del avasallamiento de otras
personas es un destino inevitable para las masculinidades.
Esto no es así, los hombres no nacen machistas. Es posible desaprender comportamientos propios
de la masculinidad hegemónica e incorporar nuevas maneras de vivir la masculinidad, es decir,
nuevas formass de pensar, de manejar los sentimientos, nuevas maneras de comportarse. Este es el
camino hacia la equidad de género.
Sin dudas tenemos grandes desafíos por delante vinculados con las masculinidades, como por
ejemplo:
− llevar la perspectiva de género al an
análisis
álisis y al abordaje de las distintas formas de ejercicio de
violencia por parte de los hombres;
− avanzar hacia la corresponsabilidad en la distribución del trabajo de cuidado y del trabajo
doméstico;
− modificar patrones socioculturales que están basado en la desigualdad o en funciones
estereotipadas de hombres y mujeres y entre distintos tipos de masculinidades;
− incorporar políticas e intervenciones con hombres, que tengan un enfoque transformador de
género.
Estos desafíos implican acuerdos sociales que van más allá de lo personal. Sin embargo, es probable
que nos preguntemos ¿qué podemos hacer para construir masculinidades más igualitarias?
Seguramente, algo siempre podemos hacer para propiciar masculinidades más positivas.
Grandes pasos se han logrado en la visibilización social de la problemática y en los marcos jurídicos
de resguardo de derechos. Sin embargo mucho queda aún por avanzar en su deconstrucción más
estructural y capilar. Nos incumbe a los distintos sectores sociales, ya sean del ámbito estatal como
a las organizaciones
nes de la sociedad civil profundizar el compromiso y la generación de respuestas
más abarcativas y accesibles.
Actividades
Retomando la escena descripta por ustedes en el foro anterior, les pedimos que:
4. Compartan en este espacio del Foro, las respuestas a los puntos 2 y 3 fundamentándolas
con los conceptos
ptos y aportes de la clase
clase.
Durante la clase III tendremos una instancia de videoconferencia para conocernos e intercambiar
comentarios y dudas con las que se hayan encontrado en las clases vistas hasta ahora. El/la tutor/a
les dará las indicaciones para participar en la videoconferencia.
Los invitamos a dejar sus preguntas a la especialista con anticipación (hasta una fecha a
determinar)) en el siguiente muro/Padlet.
LINK A PADLET
Para la realización del Muro utilizaremos la herramienta PADLET.. Se trata de una plataforma de
trabajo en equipo especialmente diseñada para permitir que varias personas puedan crear en
forma colaborativa murales interactivos con contenido variado que se puede editar al mismo
tiempo. Aquí encontrarán un tutorial.
Material de lectura
Faur, E. (Comp.) (2017): Mujeres y varones en la Argentina de hoy. Géneros en movimiento. Buenos
Aires, Siglo XXI Editores y Fundación OSDE, pág. 10
Kaufman, M. (1995). Los hombres, el feminismo y las experiencias contradictorias del poder entre
los hombres (pp. 123- 146). En ARANGO, L. G., LEÚN, M. y VIVEROS, M. (compiladoras). Género e
identidad. Ensayos sobre lo femenino y lo masculino. Bogotá: Tercer Mundo.
Créditos