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Boletín N° 261
31 de julio de 2017
Cada 31 de julio sin excepción, cientos de peregrinos acuden a una pequeña y modesta
capilla de la sindicatura de Nío, en Guasave, Sinaloa. Todo el día se escucha la
tambora en la población. El templo se harta de feligreses con ofrendas florales, velas y
“milagritos” para una monumental escultura de san Ignacio de Loyola. El fundador de la
orden jesuítica está tallado en piedra, en una sola pieza, pesa alrededor de tres
toneladas y mide 1.50 metros de altura. Su antigüedad es de más de 400 años, de la
época cuando los religiosos comenzaban la evangelización del noroeste de México,
justo en esta región sinaloense, de la que hoy poco se escucha en la historia del país.
Una de las expresiones culturales jesuíticas se reflejó en la arquitectura. Las
crónicas coloniales mencionan hasta 25 misiones a lo largo de los ríos Petatlán, Evora y
el Fuerte, donde hoy se encuentran los municipios El Fuerte, Ahome, Guasave,
Mocorito y Sinaloa. Bellas y sencillas pero frágiles edificaciones de adobe que la
creciente de los lechos se llevaba continuamente, fueron construidas entre 1591 y
1767, y trazaron el umbral de una ruta que alcanzaría el sur de Sonora, Baja California
y la Alta California (hoy EU). Territorios lejanos de todo lo hasta entonces conocido por
españoles.
A partir del proyecto La Ruta de las Misones del Noroeste, el INAH-Sinaloa entre
2002 y 2008, dirigido por Joel Santos, se han ubicado los rastros de ruinas localizadas
en los municipios mencionados, a estos se agrega el templo de Mocorito, construido en
varias etapas y que se conserva íntegro, con elementos del barroco jesuítico y que
constituye un bien cultural ejemplar de la región.
Joel Santos explica que corrían los últimos años del siglo XVI cuando la orden
jesuítica llegó a la entonces Villa de San Felipe y Santiago ―hoy Sinaloa de Leyva―
fundada en 1585, a la margen derecha del río Petatlán por soldados españoles. Los
primeros jesuitas avecinados fueron Gonzalo de Tapia y Martín Pérez, en 1591. Ellos
dos establecieron en aquella villa la misión de Sinaloa que controló la región norte de
Sinaloa, sur de Sonora y parte de Chihuahua. Evangelizaron a indígenas de las
poblaciones Baburia, El Opochi, Ocoroni, Guasave, Tehueco, Mochicahui, Bamoa y
Nío.
Con motivo de los 250 años de aquella expulsión, este 31 de julio, el Instituto
Nacional de Antropología e Historia (INAH) realizó un ciclo de conferencias en
Guasave, en el marco de la festividad de san Ignacio de Loyola. Expertos en el estudio
de la etapa inicial de la historia misional, de la cual se sabe muy poco, hablaron del
legado de los jesuitas y de la importancia de preservar el patrimonio cultural que
heredaron a Sinaloa y a una extensa región, en gran parte determinada por su
presencia de más de cien años.
El proyecto del INAH emprendido en 2002 derivó en un diagnóstico del estado de
las ex misiones: muchas de ellas se perdieron por el crecimiento de los ríos, como el
Templo y Colegio de la Villa de Sinaloa, y como sucedió también con varios templos en
Guasave: la pequeña capilla moderna donde se venera a san Ignacio de Loyola se
ubica a un lado de las ruinas de la iglesia de Nío. En tanto, otras nunca se vieron
terminadas porque su construcción estaba en proceso cuando los jesuitas salieron
expulsados.
A decir de Joel Santos son 10 los sitios misionales con elementos jesuíticos que
el INAH tiene registrados, la mayoría corresponden a ruinas. Las más antiguas están en
la ribera del río Petatlán: las ex misiones de Pueblo Viejo y Nío, que son los vestigios de
la iglesia y el ex colegio de Sinaloa. En 2003, el arqueólogo llevó a cabo una
exploración en este sitio y localizó las cimentaciones de la edificación, así como varios
entierros de aquella época, entre ellos los de los jesuitas.
En la ribera del río Fuerte también se hallaron vestigios, dice Joel Santos, entre
ellos destaca el templo de la ex misión de Baca, la cual está completa: es una iglesia
sencilla, de una sola nave y arquitectura austera, pero en cuyo interior hay esculturas
del siglo XVII. En tanto, las ruinas de dos ex misiones ubicadas en la parte más
serrana: Chicorato y Toro, permanecen en los vasos de la presa de Sinaloa.
Al san Ignacio de Nío, en Guasave, los feligreses lo visten cada año con una
capa de color festivo y lo llenan de flores. La verbena sale del templo a todas las calles
bañadas en confeti y harina. A los juegos mecánicos de la feria que de noche se viste
con foquitos y a la cuadra cerrada donde se organiza el baile. Hasta la madrugada, la
tambora sigue… sigue.