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Dirección de Medios de Comunicación

Boletín N° 261
31 de julio de 2017

La herencia de san Ignacio de Loyola en Sinaloa, patrimonio


material e intangible que aún vive
*** Las crónicas coloniales mencionan 25 edificaciones misionales establecidas en la
ribera de los ríos Petatlán, Evora y El Fuerte durante los siglos XVI y XVIII
*** Sinaloa fue la puerta de entrada para la conquista espiritual del noroeste de México;
el INAH lleva a cabo tareas de difusión sobre su riqueza misional

Cada 31 de julio sin excepción, cientos de peregrinos acuden a una pequeña y modesta
capilla de la sindicatura de Nío, en Guasave, Sinaloa. Todo el día se escucha la
tambora en la población. El templo se harta de feligreses con ofrendas florales, velas y
“milagritos” para una monumental escultura de san Ignacio de Loyola. El fundador de la
orden jesuítica está tallado en piedra, en una sola pieza, pesa alrededor de tres
toneladas y mide 1.50 metros de altura. Su antigüedad es de más de 400 años, de la
época cuando los religiosos comenzaban la evangelización del noroeste de México,
justo en esta región sinaloense, de la que hoy poco se escucha en la historia del país.

El arqueólogo Joel Santos Ramírez, investigador del Instituto Nacional de


Antropología e Historia (INAH), enfatiza que el norte de Sinaloa fue la región donde se
fundaron las primeras misiones jesuíticas del noroeste de México. Una forma de
organización que facilitó la conquista de la Corona española en lugares inhóspitos, pero
también con un proyecto espiritual ideado por la Compañía de Jesús para poner en
práctica en las naciones indígenas, las más hostiles de la Nueva España, según las
crónicas españolas y que propició el desarrollo de una cultura de gran valor.

Su trabajo tuvo fines religiosos, de organización social y económica, porque


debían ser autosuficientes a través de la agricultura y la ganadería. No solamente se
trataba de convertir a la religión católica a los naturales, sino hacerlos vivir en
comunidades a las que no estaban acostumbrados, ya que los grupos prehispánicos
que habitaron la región noroeste eran nómadas y semisedentarios. El proyecto de los
jesuitas exigía vivir bajo normas y costumbres hispanas.

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Una de las expresiones culturales jesuíticas se reflejó en la arquitectura. Las
crónicas coloniales mencionan hasta 25 misiones a lo largo de los ríos Petatlán, Evora y
el Fuerte, donde hoy se encuentran los municipios El Fuerte, Ahome, Guasave,
Mocorito y Sinaloa. Bellas y sencillas pero frágiles edificaciones de adobe que la
creciente de los lechos se llevaba continuamente, fueron construidas entre 1591 y
1767, y trazaron el umbral de una ruta que alcanzaría el sur de Sonora, Baja California
y la Alta California (hoy EU). Territorios lejanos de todo lo hasta entonces conocido por
españoles.

A partir del proyecto La Ruta de las Misones del Noroeste, el INAH-Sinaloa entre
2002 y 2008, dirigido por Joel Santos, se han ubicado los rastros de ruinas localizadas
en los municipios mencionados, a estos se agrega el templo de Mocorito, construido en
varias etapas y que se conserva íntegro, con elementos del barroco jesuítico y que
constituye un bien cultural ejemplar de la región.

Asimismo, se tiene conocimiento de un rico patrimonio mueble de tallas, retablos,


esculturas y objetos litúrgicos que se resguardan en templos modernos, algunos de
ellos ubicados en lugares apartados de la sierra; y también de patrimonio intangible en
torno a las misiones, como la festividad de san Ignacio de Loyola que se celebra cada
31 de julio en el poblado de Nío, municipio de Guasave, con la veneración a la escultura
del santo fundador de la Compañía de Jesús, resguardada en una capilla de cemento
moderno.

Joel Santos explica que corrían los últimos años del siglo XVI cuando la orden
jesuítica llegó a la entonces Villa de San Felipe y Santiago ―hoy Sinaloa de Leyva―
fundada en 1585, a la margen derecha del río Petatlán por soldados españoles. Los
primeros jesuitas avecinados fueron Gonzalo de Tapia y Martín Pérez, en 1591. Ellos
dos establecieron en aquella villa la misión de Sinaloa que controló la región norte de
Sinaloa, sur de Sonora y parte de Chihuahua. Evangelizaron a indígenas de las
poblaciones Baburia, El Opochi, Ocoroni, Guasave, Tehueco, Mochicahui, Bamoa y
Nío.

Un año después llegaron Alonso de Santiago y Juan Bautista de Velasco para


ampliar la labor, y en 1610 reciben la orden de fundar un colegio. Para 1760 el Colegio
de Sinaloa estaba en su máximo esplendor, pero en 1767 los jesuitas son expulsados
del continente americano por contravenir los intereses de la Corona española.

Con motivo de los 250 años de aquella expulsión, este 31 de julio, el Instituto
Nacional de Antropología e Historia (INAH) realizó un ciclo de conferencias en
Guasave, en el marco de la festividad de san Ignacio de Loyola. Expertos en el estudio
de la etapa inicial de la historia misional, de la cual se sabe muy poco, hablaron del
legado de los jesuitas y de la importancia de preservar el patrimonio cultural que
heredaron a Sinaloa y a una extensa región, en gran parte determinada por su
presencia de más de cien años.

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El proyecto del INAH emprendido en 2002 derivó en un diagnóstico del estado de
las ex misiones: muchas de ellas se perdieron por el crecimiento de los ríos, como el
Templo y Colegio de la Villa de Sinaloa, y como sucedió también con varios templos en
Guasave: la pequeña capilla moderna donde se venera a san Ignacio de Loyola se
ubica a un lado de las ruinas de la iglesia de Nío. En tanto, otras nunca se vieron
terminadas porque su construcción estaba en proceso cuando los jesuitas salieron
expulsados.

A decir de Joel Santos son 10 los sitios misionales con elementos jesuíticos que
el INAH tiene registrados, la mayoría corresponden a ruinas. Las más antiguas están en
la ribera del río Petatlán: las ex misiones de Pueblo Viejo y Nío, que son los vestigios de
la iglesia y el ex colegio de Sinaloa. En 2003, el arqueólogo llevó a cabo una
exploración en este sitio y localizó las cimentaciones de la edificación, así como varios
entierros de aquella época, entre ellos los de los jesuitas.

En la ribera del río Fuerte también se hallaron vestigios, dice Joel Santos, entre
ellos destaca el templo de la ex misión de Baca, la cual está completa: es una iglesia
sencilla, de una sola nave y arquitectura austera, pero en cuyo interior hay esculturas
del siglo XVII. En tanto, las ruinas de dos ex misiones ubicadas en la parte más
serrana: Chicorato y Toro, permanecen en los vasos de la presa de Sinaloa.

También se registraron misiones en la parte sur del estado, en el municipio de


San Ignacio. Ahí la historia está relacionada con la minería y tiene más vínculos con
Durango. Esas misiones se establecieron para pacificar a los indígenas. Allá se
conserva el Templo de San Ignacio, del siglo XIX pero seguramente edificado sobre las
ruinas de la antigua misión. Otro templo importante en el municipio es el de San Javier,
que aún conserva su techumbre de dos aguas. “Creemos que la mayoría de misiones
jesuitas eran así, aunque hoy casi todos los templos antiguos tienen reconstruidos
techos de concreto”.

Al san Ignacio de Nío, en Guasave, los feligreses lo visten cada año con una
capa de color festivo y lo llenan de flores. La verbena sale del templo a todas las calles
bañadas en confeti y harina. A los juegos mecánicos de la feria que de noche se viste
con foquitos y a la cuadra cerrada donde se organiza el baile. Hasta la madrugada, la
tambora sigue… sigue.

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