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Don Quijote y la increíble Aventura de los

Batanes
Caminaban Sancho y Quijote en mitad de la oscuridad en busca de un río
para beber, cuando de pronto escucharon a lo lejos el sonido del agua.

– ¡Qué suerte la nuestra, señor!- dijo Sancho- ¡Que tenemos un río cerca
para aplacar nuestra sed!

Pero entonces, según avanzaron un poco más, escucharon un sonido


terrorífico: era una mezcla del ruido de la corriente del agua y de cadenas y
hierros arrastrándose. Chirriaban en mitad de la noche y llegaban como un
escalofrío de los que hielan la sangre.

Sancho se detuvo y comenzó a temblar. A Don Quijote, sin embargo, se le


abrieron aún más los ojos:

– Sancho, ¿oyes eso?

– Vaya que si lo oigo, señor. Ojalá no lo oyera…

– ¡Es una oportunidad para cubrirme de gloria! ¡Una dicha que me espera!
Honraré el recuerdo de los grandes caballeros. Podré al fin conseguir mi
primera victoria como caballero andante.

– Pero señor… ¿en mitad de la noche? Mire vuestra merced que aquí nadie
nos ve y podemos estar seguros hasta que pase quién demonios quiera que
sea eso..

 No, Sancho, debo ir con Rocinante y descubrir qué sucede. Tú espera aquí
tres días. Si no he regresado en ese tiempo, te ruego que vuelvas al pueblo
para dar el mensaje del final de mis días y después cabalgues hasta el
Toboso para explicar a Dulcinea que su caballero murió como un héroe por
ella…

Sancho sintió entonces que los ojos se le humedecían. Y entonces pensó en


el modo de hacer que su señor esperada con él hasta el amanecer:
– Señor, deje aquí a Rocinante y yo me encargaré de atarle para que vaya
en su busca. Pero mientras, antes de que parta, me gustaría contar una
historia, un cuento, para intentar deshacerme de este miedo que aún
siento cada vez que escucho esos terribles sonidos…

– De acuerdo, Sancho- dijo entonces Don Quijote- Empieza con tu cuento…

de Sancho
– Verá usted… en un lugar de Extremadura, más bien un pueblo
extremeño… vivió un pastor cabrerizo. De los que cuidan las cabras… Y este
pastor de cabras se llamaba Lope Ruiz. Y estaba enamorado de una pastora
que se llamaba Torralba. Torralba era pues la enamorada…

– Mira, Sancho- interrumpió Don Quijote- Si cuentas así los


cuentos, acabaremos en un par de días… ¿Quieres contarlo todo seguido
sin repetir cada idea un par de veces?

Pues a mi favor he de decir, señor, que en mi tierra es así como se


cuentan los cuentos. Y no sé otra manera de hacerlo…

Don Quijote suspiró:

– Está bien, continúa. Al fin y al cabo, ya siento interés por esa historia.

– Bien, pues Torralba, la pastora, lo único que hacía era dar celos al pobre
de Lope. Hasta tal punto que el pastor comenzó a sentir odio por ella. Y al
pasar de los días la aborreció tanto, que pensó en irse definitivamente del
pueblo.

Así que un día, el pastor Lope se fue camino de Portugal con sus


trescientas ovejas. Pero Torralba, que del odio que Lope sentía ahora hacia
ella, se había enamorado de él perdidamente, decidió seguirlo. Agarró un
pequeño espejo y un peine, eso sí, porque era muy presumida, y comenzó
a seguir sus pasos.

Lope al sentirlos tras de sí, aceleró la marcha, hasta que al llegar a un


tramo del río Duero, vio que para cruzarlo solo había una pequeña
barca regentada por un pescador. En ella solo cabía una persona y una
cabra, así que pidió al hombre que le llevara hasta la otra orilla y que
recogiera una a una a sus animales. Así que fue contando una y otra y
otras…

El final inesperado del cuento de Sancho


– Sancho, no cuentes todas, que estaremos aquí dos o tres días al menos…

– Perdone vuestra merced pero es esencial en esta historia.


¿Cuántas cabras cruzaron ya?

– No lo sé…. no las conté.

– Lo mismo me pasó a mí, que perdí la cuenta. Y perdí de hecho el hilo del
resto de la historia.

– ¿Qué quieres decir, que el cuento acaba aquí?

Eso mismo.

– De verdad te digo que es el peor cuento que escuché nunca. Anda, trae a


Rocinante…

No se sabe si es por la humedad creciente, o por los sonidos horribles que


se seguían escuchando o porque algo de lo que comió le sentó mal, que a
Sancho le entraron entonces unos terribles retortijones. Y como tenía tanto
miedo que no quería soltarse del brazo de su amo, ahí mismo se
desabrochó el pantalón e intentó disimular mientras se agachaba un poco
para hacer de vientre.

Pero no había manera, el miedo le tenía paralizado, y no era capaz de


conseguir evacuar si hacer cierto ruido… Así que intentó hacer a su
vez ruidillos para disimular.

– ¿Qué es eso que haces, Sancho?- preguntó Don Quijote.

– Nada, intento no escuchar esos ruidos de hierro haciendo mis propios


sonidos.

Pero Don Quijote tenía buen olfato, y no tardó en oler lo que en verdad


Sancho estaba haciendo a su lado.
– Me parece que lo que tienes es un miedo atroz que se huele a buena
distancia…

– ¿Yo? ¿Por qué lo dice, señor?

– Porque tu miedo no huele precisamente a ámbar…

– Bien podrá ser, pero yo no tengo la culpa, sino usted por traerme por
estos lugares…

 Anda, Sancho, apártate un poco y suelta a Rocinante para que pueda por
fin librar mi aventura.

El final de la aventura de los batanes


Y de esta forma, poco a poco, la noche había pasado, y el cielo empezaba a
clarear anunciando la mañana.

Don Quijote comenzó a ver dónde estaban. Unos altos árboles les rodeaban
y que eran espesos castaños. Volvió a repetir Don Quijote a Sancho que le
esperara tres días y de no volver, que no se preocupara, que había hecho
testamento a su favor para pagarle todo lo que había hecho por él, y que
de volver, conseguiría la ínsula prometida.

Se enterneció tanto Sancho que al final decidió acompañarlo a pie. Se


adentraron por el bosque de castaños en dirección al misterioso ruido.
Llegaron hasta un salto de agua junto al que se levantaban unas cuantas
casas. Junto de una de ellas provenía aquel espantoso ruido.

Iba Sancho agazapado tras Rocinante y se acercaban a la casa con cautela.


Y al entrar, al fin descubrieron qué producía aquel ruido espantoso…. ¡seis
mazas de batán! Las mismas mazas movidas por la corriente del agua
que se encargaban de golpear y encurtir pieles.

Sancho de pronto sintió que sus mofletes se hinchaban en un intento


desesperado de aguantar la risa, pero al mirar a su señor y ver su cara de
desconcierto, no pudo resistirlo más y arrancó en un torbellino de
risas que le tiraron de golpe al suelo.

Reía Sancho con sarna y desenfreno y Don Quijote, enfadado, le dio unos


golpes con la lanza.
 Pero señor, sé que no está bien reír así, pero no me negará vuestra
merced que después del miedo que hemos sentido, bueno, al menos yo,
que sé que usted no siente nunca miedo alguno, y la noche temerosa que
hemos vivido por unos ruidos que nos parecían de demonios o salvajes, no
es de risa que fueran simples mazas de batán…

– Puede que sea digno de risa, Sancho, pero no de contarlo jamás. Y es


más, te diré que de ahora en adelante debemos mostrarnos más respeto,
tal y como mostraban los escuderos de caballeros andantes de otras
épocas. Pues si es conocedor de todos que se ha de respetar a los padres,
también debe de hacerse con los amos. Y yo por mi parte sabré
recompensar tu respeto.

Asintió Sancho en señal de entendimiento, mientras seguía aguantando por


lo bajo alguna que otra risa.

(Adaptación de Estefanía Esteban)

Qué valores puedes trabajar con La Aventura de los


Batanes
Con este capítulo XX del Quijote, puedes reflexionar sobre todos estos
temas:

– El miedo.

– La prudencia.

– El sentimiento de burla y el respeto como valor esencial

– A dónde nos puede llevar el engaño de los sentidos.

Reflexiones sobre este capítulo de Don Quijote


para niños
Esta divertida historia nos habla de todos estos interesantes temas:
– El miedo a lo desconocido nos atenaza: el miedo que sentía Sancho
era en realidad el miedo a lo desconocido. Además, con la noche añadida.
Todos sentimos miedo y nos sentimos más indefensos cuando no podemos
ver. Es lógico, ya que el sentido de la prudencia nos avisa y no dice
‘cuidado, que estás en inferioridad de condiciones ante un peligro, que
puedes ser un ‘blanco’ fácil ‘.

Este miedo es el miedo bueno, el que nos protege y evita algún daño. En
realidad, el miedo que sentía Sancho es un miedo protector que llega de la
mano de la prudencia, un miedo bueno del que no nos tenemos que
avergonzar.

– Dejarse llevar por los sentidos… un gran error: lo malo de perder


unos sentidos a favor de otros es que nos podemos dejar llevar por la
imaginación de lo que un sonido nos sugiere. Tanto Sancho como Quijote
habían pensado que ese ruido era de algún malhechor o algún monstruo. Y
es que los sentidos muchas veces nos llevan a engaño. Es mejor razonar y
esperar a poder confirmar que imaginar qué puede ser.

– El sentimiento de burla: cuando Sancho se dio cuenta de que la


imaginación les había jugado una mala pasada, no pudo aguantar la risa.
Pero para Don Quijote esta risa era una burla. Mucho cuidado con reírnos
del mal ajeno, o de ‘meteduras de pata’ de otros, porque estas risas se
tornan con facilidad en burlas que hieren y hacen mucho daño. Debemos
mostrar empatía e intentar mostrar respeto por el otro, tal y como después
le pide Don Quijote.

https://tucuentofavorito.com/don-quijote-y-la-aventura-del-vizcaino/

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