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El tiro del final Un asunto que no se discute: la importancia que, en todo cuento, tiene el final. De acuerdo, si, pero {qué se entiende por “el final”? ;El aconteci- miento, presuntamente impactante, que cierra la historia? Cualquier lector aplicado me dirfa que no, que —como consta en todo manual sobre el tema—los finales se clasifican en abiertos y cerra- dos. Dejando de lado por el momento que toda definicién suele quedarse renga cuando se trata de un hecho artistico, al menos como hipétesis de tra- bajo se puede admitir que, referido alo anecdético, ese modo de clasificar tiene algtin asidero. Cerrado seria el final en el que sucede un acontecimiento irreversible, mds alld del cual no tiene sentido se- guir el cuento, La muerte del personaje central, 0 una explosién, o el novio que abandona a la novia el dia de la boda que todos estébamos esperando, o el Apocalipsis. En sintesis, el disparo en la ultima linea. Final abierto, por descarte, serfa aquel en el que la pistola nunca se dispara. No sucede nada nuevo: solo hay una interrupcién de la historia. Mas alld de que, aun en lo anecdético, el acontecimiento final no siempre es tan nitido 117 como para caber sin discusién en alguna de las dos categorias, estoy convencida de que, en el te- rreno de la escritura, todo buen cuento tiene un final cerrado. Y no por lo explosivo del aconteci- miento final. _ oy En el “Manual del perfecto cuentista”, Hora- cio Quiroga sefiala como ejemplo de un buen fi- nal la frase: “Y asi continuaron viviendo”. A sim- ple vista, parece la quintaesencia del final abierto: nada nuevo ha sucedido, nada nuevo va a suceder. Ysin embargo, tal como estd formulada, esta frase construye una valla infranqueable més alld de la cual el cuento (el motivo para seguir contando).no existe. Uno hasta podria, desde ese final, inventar- o hacia atrds. Yo imagino un matrimonio cuya convivencia es insoportable; cada dia parece que algo va a estallar; cada noche vuelven a construir su infierno privado. Ahora hay una nueva crisis, mis feroz que las anteriores. Por fin algo est por explotar, estd por producirse lo irreversible: el final cerrado. Pero no; de algtin modo precario, la pa- teja, una vez més, ha compuesto las cosas, consi- guieron armar nuevamente la pesadilla cotidiana. Yas{ continuaron viviendo. {Qué se podria contar més alld de este final? ¢Algo podria resultar mas perturbador que la certeza de que nunca van a Ponerle fin a su suplicio? El cuento est certado. A €so queria llegar: no son los hechos en este caso, sino la construccién verbal de la tiltima frase lo ue Provoca un impacto estético y emotivo tal que 118 la ausencia de un acontecimiento final potencia su sentido. Una vez que este impacto se verifica, no hay razén para que el cuento contintic. El caso de “Campamento indio”, de Ernest Hemingway, es iluminador en este aspecto. Sin- téticamente: el pequefio Nick Adams acompafia asu padre, médico —a quien han venido a buscar para que asista a una india que desde hace dos dias trata de parir—, a un campamento indio que queda cruzando el rfo. Todo lo que sucede en el campamento —los gritos desgarradores de la in- dia, el ajetreo de las mujeres, la imperturbabilidad del marido, que est4 tendido en la cucheta de arri- ba del camastro donde se encuentra la india, los preparativos del padre de Nick para hacer una cesdrea precaria— est visto desde la mirada cu- riosa de Nick. Mas alaridos, llanto de la criatura, “hay que avisarle al marido”, dice el padre de Nick, Cuando van a hablarle descubren que el indio se ha degollado; no ha soportado —uno entiende— el dolor de su mujer. Para otro cuen- tista, este podria ser el final. Estremecedor, cerra- do. En el cuento de Hemingway, el suicidio del indio es uno més entre los hechos extrafios que ha presenciado Nick ese dia. Lo que de verdad lo ha impactado —uno sabrd pronto— es haber asisti- do a su primera experiencia de muerte. En el re- greso, le pregunta a su padre sobre el sufrimiento, sobre la muerte, sobre el suicidio. Y ya en el bote, cruzando el rfo, mientras el sol se asoma por las 119 colinas y un rébalo salta, “introdujo la mano en el agua, que estaba tibia a pesar del frfo matinal (y) sentado en la popa del bote, en aquella hora * temprana, mientras su padre remaba, Nick tuyo la completa seguridad de que nunca motirfa”, No hay acontecimiento. Y, sin embargo, nada puede ser més estremecedor que esta seguridad de Nick en su inmortalidad chocando cruelmente con nuestra conciencia de lo inevitable de la muerte, ¢Qué més se le podrfa agregar a este final? A eso me refiero cuando afirmo que, en el aspecto literario, todo cuento tiene un final cerrado: una frase o un parrafo donde se produce una revela- cién por la que, de algiin modo, se puede vislum- * brar la trascendencia de la historia. Esta necesidad de una resolucién formal no es exclusiva de los finales abiertos. Por eficaz que sea, anecdéticamente, un final, no basta con su mero enunciado para que despliegue todo su potencial. El impacto que provoca, y su posibilidad de car- gar de significacién todo el texto, residen en la forma en que ese acontecimiento final est conta- do. Las palabras, la sintaxis, hasta la musica, son las que van a permitir que se capte el sentido total del desenlace. Si ese golpe estético no existe, no hay suceso final que valga. De ahi lo trivial de esos finales sorpresa cuya tnica virtud es justamente esa: la de sorprender. Como en esas novelas poli- ciales en las que el asesino resulta un personaje venido de la nada, del que nunca tuvimos la més 120 em minima pista, En cambio, qué placer, qué rique- za, cuando el asesino se nos revela y mirando ha- cia atrds nos damos cuenta de que las pistas esta- ban ahf, que cuvimos acceso a ellas aunque en ese momento no les habfamos sabido dar la significa- cién que ten{an. Un ejemplo excepcional de una “sorpresa” tras- cendente es la del final de “Un dia perfecto para el pez banana’, de J. D. Salinger. No creo que haya, en narrativa, un caso en el que, de una manera asf de perfecta y mediante un tiltimo parrafo magis- tralmente escrito, se haya conseguido llevar el des- conocimiento del desenlace hasta la tiltima linea, de tal modo que el tiro del final nos corta literal- mente el aliento y nos instala, impotentes, ante la fatalidad. En ese momento nos damos cuenta de que, desde el principio, el cuento estuvo lleno de alusiones a la muerte sin que supiéramos darles su verdadero valor, Como ocutre con un suicidio real, damos vueltas una y otra vez sobre la trama, tratan-| do inttilmente de descubrir una tnica causa, in- discutible, de la muerte de Seymour Glass. Otro caso de un remate implacable en la ilti- ma linea se da en el cuento de Borges “La espera”. ‘Acé lo definitivo, lo deslumbrante, reside en las palabras, y en Ja sintaxis: “En esta magia estaba cuando lo borré la descarga”. No hacen falta mas comentarios. Hay casos, en cambio, en que el golpe estético dela ultima accidn necesita una especie de tregua 121 previa, para que Ja trascendencia que guarda esa accién final nos impacte en toda su potencia, M4s adelante me tefiero a esta cuestién a propésito de lo queme ocurrié con el final de “La fiesta ajena” (ver p. 176). Un ejemplo nitido en ese aspecto es el del fi- nal, antolégico, de “La madre de Ernesto”, de ‘Abelardo Castillo. El relato, que viene como ame- nazado desde la primera frase, deja de lado o menciona muy brevemente todo lo que no hace al encuentro final de los tres adolescentes con la mujer, de modo que el cuento avanza a un ritmo sostenido hacia ese punto. Pero, cuando el en- cuentro es inminente, el texto cambia dramatica- mente el ritmo. A fuetza de escritura, la accién se iva desacelerando hasta casi congelarse, como un Jarco que se va tensando cada vez mas y nos pone en alerta para recibir el final con toda su posible significacién. Pero nos espera otra alteracién. El final anecdético, la mujer preguntando si le pas6 algo asu hijo, esté dicho sin ningtin efecto, como envuelto en la prosa. Luego, si, la flecha; la frase final: “Cerréndose el deshabillé lo dijo”, con toda la carga de sentido que guarda el gesto de la mujer y con una contundencia sintdctica que se nos cla- vaen la memoria para siempre. Otro caso de cierre notable que trasciende lo anecdético y multiplica su efecto es el de “El al- mohadén de plumas”, de Horacio Quiroga. Ya el descubrimiento final de que la causa de la enfer- 122 medad y muerte de la recién casada es un animal monstruoso, “de patas velludas, una bola viviente y viscosa”, que le venia chupando la sangre desde el almohadén de plumas, resulta escalofriante, pero queda fuera de nosotros, en el territorio aje- no de lo fantéstico, Por el contrario, la explicacion cientifica y frfa con que Quiroga cierra el cuento muda el alcance del horror; ya no est4 limitado al Ambito del cuento: se instala en cualquier almoha- d6n, como un avatar posible para cualquiera de nosotros. Como se habré advertido, no hay formulas para el final. En cambio, hay innumerables cami- nos para poner de manifiesto la poderosa capaci= dad expresiva que guarda. El secreto es no con- fiarse demasiado en los desenlaces. Ni en los rotundos ni en los tenues. Solo encontrar las pa- labras y el ritmo que hacen falta para que todo su \ potencial estalle y ese final sea recordado como se recordarfa una pufialada o una misica. 123

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