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Yu c a t á n , el 22 de s e p t ie m b r e de 1932, y f a l l e c i ó en
p l a y a ”, “E l g a t o y o t r o s c u e n t o s ”, “E n c u e n t r o s ”,
“ La a p a r i c i ó n de lo i n v i s i b l e ”, “N ueve Pin to r e s
m e x i c a n o s ”, "Perso n as, lugares y a n e x a s ”, “D e
d e la “R e v i s t a M e x i c a n a de L i t e r a t u r a ", fu n d ad o r de
la r e v i s t a “D i a g o n a l e s ” y c o l a b o r a d o r e n la r e v i s t a
J uan G a r c ía Po n c e r ec ib ió va r io s prem io s y
r e c o n o c i m i e n t o s , c o m o el Prem io de L it e r a t u r a
La t in o a m e r ic a n a y del C a r i b e J u a n R u l f o (2001),
EL NOMBRAMIENTO COMO CREADOR EMÉRITO POR EL
S is t e m a N a c io n a l de C readores (1993), P r e m i o
N a c io n a l de L i t e r a t u r a (1989), P r e m i o A n a g r a m a
DE ENSAYO (1981), PREMIO XAVIER VlLLAURRUTIA (1972),
B eca G u g g e n h e im (19 7 1-19 7 2 ), B e c a R o c k e f e l l e r
( 19 6 1-19 6 3 ), ENTRE OTROS.
NUEVE PINTORES
MEXICANOS
P É R T IG A
NUEVE PINTORES
MEXICANOS
U N IV E R S ID A D N A C IO N A L A U T O N O M A D E M E X IC O
D G E |E Q U I L I B R I S T A
M ÉXICO, MMV1
Los editores agradecen a José Luis M artín su colaboración
Introducción 7
Miguel Angel Echegaray
P rólogo 29
Manuel Felguérez 35
Alberto Gironella 41
Lilia Carrillo 47
Vicente Rojo 53
RogerVon Guillen 61
Fernando García Ronce 67
Gabriel Ramírez 73
Francisco Corzas 79
Arnaldo Coen 85
E pílogo 91
INTRODUCCIÓN
7
Y vaya que ocurrieron m u ch os cam bios, n o solamente
en las artes plásticas sino tam bién señaladamente en las
letras, el teatro y el cine. Recuérdese que durante los mis
m os años la narrativa c o b r ó nuevas direcciones co n Ga
briel García Márquez, Juan Rulfo, Inés A rredondo, Sergio
Magaña, Carlos Fuentes, José Em ilio Pacheco, Salvador
E lizondo y Juan García Ponce, entre otros, y que la crítica
cinem atográfica c o b r ó aliento renovador en 1961 con la
creación del grupo Nuevo Cine y la pu blicación de la revis
ta con igual nom bre, cuya existencia sería determinante
en la form ación de una cultura cinem atográfica para rea
lizadores y espectadores. G rupo en el que figuraban ciné-
filos “ exquisitos” co m o Jom í García A scot, María Luisa
Elío, José de la Colina y Tomás Pérez Turrent.
E n 1968, ocurre otra coin cid en cia entre Octavio Paz y
Juan García Ponce: la editorial ERA pu blicó dos libros que
vinieron a recalar en el ám bito de la reflexión estética. En
el prim ero de estos ensayos: M arcel Ducharnp o e l castillo
de la pu reza, el poeta volcó su pasión por el arte m odern o
y desgranó sugerent.es asertos para develar la trayectoria
intelectual de la obra de Ducharnp: “ No la filosofía de la
pintura, afirma, sino la pintura co m o filosofía” . Todavía
sugerente, p rovoca dor y n o suficientem ente apreciado,
perm anece entre n osotros este libro.
Por su parte, Nueve pintores mexicanos fue tam bién un
libro revelador desde su salida de la imprenta y hoy en
día acrecienta su im portancia p o r la com prensión que
puso en ju e g o para ilum inar el paso dado p o r los p in to
res Fernando García Ponce, Lilia Carrillo, .Alberto Giro-
nella, Gabriel Ramírez, V icente R ojo, Manuel Felguérez,
Francisco Corzas, A rnaldo C oen y Roger Von C unten, y
al que años después se le adjudicaría un sentido prem o-
9
nitorio o, acaso, un carácter de m anifiesto estético e m b o
zado de lo que hoy es m on eda corriente: el denom inado
m ovim iento plástico de “ la Ruptura” .
La propia factura del libro fue tam bién un anuncio de
que en la edición y el diseñ o editorial los tiem pos cam
biaban: la editorial ERA, con och o años de existencia, sobre
salía p or la audacia tipográfica y de ilustración que d es
plegó V icente R o jo en ése y otros m uchos volúm enes más.
En la cubierta, R o jo estam pó su huella digital, la de sus
com pañeros pintores y la del ensayista. En los interiores, se
suceden magníficos y p o co convencionales retratos de
cada uno de los artistas, debidos al notable lente de H éctor
García. Una edición, com o suele decirse, de coleccionistas.
Nueve pintores mexicanos i rrum pió en un m edio en el
que la crítica de la plástica n o lograba salir de su m odorra
nacionalista y que tam poco se percataba de las co n se
cuencias que traería con sigo la violenta represión política
ejercida p o r el gob iern o de Gustavo Díaz Ordaz. C om o lo
referirá años después R og erV on G unten, la intim idación
n o sólo estaba prescrita para los estudiantes y sus líderes,
igualmente eran sospechosos los artistas que no se avenían
con el status quo:
io
esforzaban por mirar los cuadros, pero que evidentemente
eran policías o agentes.
II
Foto: Héctor García. Cortea la de José Luis Martin
Presentación del libro Nueve pintores mexicanos. Fem ando (Jarcia Punce, Gabriel
Ramírez, Francisco Corzas. Alberto Gironella, Manuel Felgucrez, Lilia Carrillo,
Roger von Cunten, Vicente Rojo. A m aldo Coen, Juan Martín y Juan García Ponce
12
que mandaron sus cuadros sólo quedaron para su exposición
unos veintisiete. Probablemente fue la única vez en México
que hubo unas elecciones legales. Benito Meseguer esperaba
obtener uno de los premios. Durante la inauguración levantó
su airada voz para protestar por el hecho de que hubiese
ganado el hermano de uno de los jurados. Yo tenía entonces
treinta y tres años (es la edad a la que llegó Cristo, claro, y ya
vemos el daño que ha hecho) ¿cómo podía ser responsable
del triunfo de mi hermano con un jurado tan importante?
Pero los imbéciles abundan. La inauguración del Museo de
Arte Moderno terminó con un zafarrancho a golpes que se
inició cuando la mujer de Benito Meseguer me tiró un vaso
de whisky a la cara. De la cultura de los ofendidos puede dar
testimonio el hecho de que querían destruir el cuadro de
Fernando...
i.3
Interiores de la primera edición
•á
Interiores de la primera edición
i5
E
16
lizan su obra tomando como base la misma historia del arte;
son conscientes de ella y sienten y sufren su propio peso. Esta
característica crea una nueva unidad. El arte es ya el mismo
en todos lados y para todos. Y su comprensión depende en gran
parte del conocimiento y el reconocimiento de esta exigencia.
0 M a n u e l F e lg u é re z D 0 A lb e r t o G ir o n e lln 0 0 L il ia C a r r illo
18
Foto: Héctor García. Cortesía de José Luis Martín
Juan S u ria n o, A lb e r to C iro n e lla , M anuel Felgu érez, H oger von G u n tcn ,
Filia Carrillo, Juan Martín, Fernando García Ponee, Gabriel Ramírez,
Francisco Corzas y Juan García Ponee.
GABRIEL RAMÍREZ
Hombre aterrado por dos
vampiros, 1968
Tinta papel
21 x 26 cm
KOGKR YON GUNTEN
Sin titulo, 1968
Técnica mixta/papel
21 x 26 cm
P R ÓL OGO
29
pero q u e tam bién generaliza la realidad de esas obras. Lo
que a mí trie interesa, en esta ocasión al m enos, es su in
dividualidad. La pintura en M éxico se ha visto asociada
durante dem asiado tiem po a intereses ajenos a ella. Su
estilo, incluso p or el acento que sus prop ios creadores
ponían en la necesidad de que se le juzgara así, no era ad
mirado co m o un fin, una meta que encerrara ya la expre
sión y se bastara a sí misma, sino c o m o un puente que
la unía a otros valores, políticos o sociales. De este m odo, la
pintura en sí, la nueva realidad ordenada y creada dentro
de la apariencia que nos entrega la obra, quedaba con m u
cha frecuencia oculta tras una multitud de supuestos que
nos alejan de ella. Sería absurdo pensar qu e el artista, y
co n mayor razón que nunca el artista contem poráneo, n o
tiene una con cien cia histórica. VI contrario, creo que hoy
todos los verdaderos pintores realizan su obra tom ando
c o m o base la misma historia del arte; son conscientes de
ella y sienten y sufren su p rop io peso, lista característica
crea una nueva unidad. El arte es ya el m ism o en todos
lados y para todos. Y su com prensión d ep en d e en gran
parte del con ocim ien to y el recon ocim ien to de esta exi
gencia. D e ella sale una nueva forma de belleza que el
arte a su vez im pone sobre la historia del arte. Pero para
que éste llegue a ser posible debem os buscarlo en la s o
ledad de cada cuadro. De otro m odo, el artista y su crea
ción son anulados dentro de las vagas generalizaciones de
los ju icios colectivos. Term inam os recon ocién d olos por
sus semejanzas, cuando lo que debe im portarnos son sus
diferencias, porqu e estas diferencias son las qu e hacen
posible el carácter intranquilizador del arte, son las que
acentúan su negativa a ver la realidad co m o un orden y
señalan cóm o, al contrario, cada artista busca un nuevo
3o
orden , que dehe nacer de la aceptación y la transforma
ción dentro del im perio de la form a del caos de la reali
dad. L o que yo he buscado es el sentido de ese nuevo
orden, la verdad que nos com unica, en las obras de los
nueve artistas elegidos. Por esto, aunque también esa tarea
sería posible, no b e tratado ni siquiera de relacionarlos
entre sí. Mi libro es un libro voluntariamente fragm en
tario, en el que cada artista es visto c o m o una isla unida
a las dem ás sólo p or la corriente com ú n del mar de la
pintura en el que existe. Mediante este sistema espero que
sus obras aparezcan en toda su pureza co m o lo que son:
afirm aciones individuales. C reo (pie el ú n ico carácter c o
mún de esas obras se encuentra en la voluntad expresa de
que se les reconozca y, si es posible, se les ame, por la rea
lidad misma que encierran y presentan. Y de ahí m i n e
gativa a referirlas a cualquier otra realidad, ya sea la de la
cultura nacional o la de la tradición plástica, a pesar de que
es indudable que dentro de ellas las obras podrían lom ar
prestados algunos valores al tiem po que establecen nue
vos. A unque es cierto que los artistas están ligados a esa
cultura y esa tradición co n lazos indisolubles, m e parece
que la diferencia entre el artista con tem poráneo y el artis
ta de otras épocas se encuentra precisam ente en que no
son la cultura ni la tradición las que ofrecen una posib i
lidad de continuidad, sino la con cien cia de su historia y
la necesidad de rom per co n ella para seguir haciéndola
posible. S ó lo así la tradición podrá seguir viva, en vez de
convertirse en un ob jeto muerto, cerrado en sí mismo. Por
esto toda deuda co n el pasado sólo es válida cuando se ex
presa com o un rom pim iento que hace posible el presente
y se abre a un posible futuro h ech o de nuevos rom pim ien
tos. En las obras de varios de los nueve pintores incluidos
en este libro es posible recon ocer estas deudas; pero cuan
do me ocupo de ellas es sólo para señalar có m o han sido
pagadas con el abandono. Mientras esta operación n o se
realiza no tienen ningún valor y lo que me interesa seña
lar en las obras de estos nueve pintores es su carácter p o
sitivo. Sólo así puede ser la crítica un ejercicio de liber
tad. Por otra parte, queda pendiente la tarea de juzgar mi
propia libertad, mi p ro p io gusto, que ha determ inado la
elección de los pintores incluidos en este libro. Yo le ced o
voluntariamente la responsabilidad de esa tarea a los crí
ticos; pero me gustaría aclarar que rechazo de antemano la
posibilidad de que este libro se vea a la luz de sus ausen
cias. La elección de una posibilidad n o impica, al m enos
para mí y dentro del nivel de libertad en que quiero c o lo
carme, el rechazo de otra. Otras muchas presencias pueden
reclamar y reclaman a mi gusto dentro de la pintura mexi
cana. En varias ocasiones m e he ocu p a d o ya de ellas. Pero
ahora no se trata de establecer el panorama de alguna etapa
de la pintura nacional, ni de fijar mía imagen de nuestro d e
sarrollo cultural. Por esto, quiero que el libro se vea sólo a
la luz de sus presencias. Cualquier otro ju icio sobre él trai
cionaría sus propósitos.
JGP
L
i
MANUEL FELGUÉREZ
3 5
libre y estricto ejercicio de la im aginación del creador. De
este m odo, la pintura y la escultura de Felguérez son un
acto de afirm ación personal; p ero en él cobran realidad y
se ofrecen a la contem plación.
A nte su obra, n o es difícil ver q u e Felguérez es un
artista en el que la im aginación está regida p or el co n c e p
to y éste encarna, se hace vida y presencia en la obra, gra
cias a ella. D e ahí el rigor y la libertad de sus cuadros. El
artista se deja herir p o r toda clase de estím ulos; pero los
som ete a las norm as de su propia co n cep ción . En sus es
culturas hem os visto la presencia de Zadkine, su prim er
m aestro y, más adelante, la de M oore; en alguna época de
su pintura ha aparecido la violenta seducción de Kooning;
pero todas las influencias han sido asimiladas y transfor
madas en el constante ejercicio de su libertad creadora. No
es extraño, así, que, dentro de su asom brosa variedad, las
obras de Felguérez resulten siempre agudamente persona
les. Guiados no p or la repetición de un sistema, sino p or la
persistente elaboración de los signos y las formas que h ie
ren su imaginación, encontram os en ellas la personalidad
íntima de un creador que está haciendo continuam ente el
m ism o m undo, aunque algunas veces éste se nos presente
grave y cerrado y otras se abra al alegre estallido del color.
A unque desde su primera exposición co m o pintor
Felguérez mostraba que dentro de su am or p or el peso de
las formas tenía una segura sensibilidad en el tratamien
to del co lo r y era capaz de despertar sus más secretos m a
tices en inesperadas com bin acion es, subrayadas p or la
sensualidad de la materia, esta sensibilidad perm aneció
sojuzgada en la mayor parte de sus creaciones posteriores.
El pintor abandonó los rosas y azules, los grises y rojos
que se confrontaban en pequ eñ os planos encerrados en
formas circulares en sus primeros cuadros para inclinarse,
primero, hacia el tratamiento de amplios espacios, negros y
blancos por lo general, animados por la riqueza y la opaca
sensualidad fie las texturas. Su pintura, pesadamente mate
rial, se hizo casi estática en su geométrica celebración del
espacio. Después, este estatismo se vio roto bruscamente
p or el libre ritmo de la pincelada, p or el m ovim iento conti
nuo de los planos que se entrecruzaban y mezclaban con
auténtica violencia, sin pensar casi en los valores de la co m
posición ni detenerse en sutilezas cromáticas. Felguérez pa
recía haberse alejado definitivamente de ese inicial gusto
por el tratamiento del color y sólo parecía preocupado en
liberar p or com pleto a sus formas. Y de pronto, el pintor se
volvió otra vez hacia la escultura.
E n sus im presionantes y masivos relieves murales, a
los que es im posible separar de su tarea co m o pintor, y
que deben ser vistos también c o m o pintura, las formas
de Felguérez volvieron a cerrarse sobre sí mismas y recu
peraron la quietud. Y de vez en cu an do en ellos reapare
cía, tenue y delicada, a través del peculiar ordenam iento
de los diversos objetos y materiales que el artista utilizaba
en su realización, la inicial riqueza crom ática que carac
terizó a sus primeras obras.
Al volver al espacio del cuadro, el libre ejercicio de
esa sensibilidad de colorista largo tiem po abandonada
reapareció co m o cen tro y m otivo principal de la obra de
Felguérez. Y esta reaparición se convierte en su pintura
no sólo en un nuevo enriquecim iento, sino también en
una afirm ación m uy particular de la realidad misma de la
pintura. A nte la continua invasión de las “ construcciones”
que pretenden sustituir el lenguaje propio de las artes plás
ticas en el cuadro, Felguérez se ha vuelto totalmente al lado
contrario. Con mayor intensidad que nunca su obra es una
afirm ación que n o ignora las exigencias que la época im
pon e sobre él, sino que, al contrario, las enfrenta directa
mente. En este sentido, los cuadros de Felguérez resultan
ejem plarm ente revolucionarios p or su carácter conserva
dor, retraído de los llamados de la m oda. En ellos sólo nos
habla el m u n d o m ism o de la pintura, el color, la forma, la
cerrada arm onía de cada com p osición , siem pre extraña
mente viva y directa en el encuentro de sus trazos en v ol
ventes, en la pareja vitalidad de rojos, verdes, azules, negros
y grises, en la súbita aparición de un ritmo sorprendente
que, al inmovilizarse, se convierte en gesto; pero nos habla
desde la continua capacidad del creador para darle nueva
vida, para enfrentarlo co n una sabia con cien cia en la que
el lirism o se som ete al co n ce p to sin perder su fuerza ani
madora y cada efecto, cada posible com bin ación formal o
cromática, busca cerrarse dentro de una respuesta total
en la que el artista muestra el p od er de la creación co m o
organism o ordenador.
A sí, cada cuadro de Felguérez es una d ob le afirma
ción. En ellos se recupera la posibilidad de la creación al
tiem po que se expresa una sensibilidad que n o sólo c o n
fía en sí misma, sino que se entrega co m o respuesta a
cualquier arbitraria voluntad de sustitución. Por eso, al
hacer posible la reaparición de la pura forma com o un
pod eroso instrum ento al servicio de la realidad de la b e
lleza, Manuel Felguérez no sólo se afirma co m o artista, un
artista cada vez más refinado y con sciente, cada vez más
libre y profu n do, capaz de convertir en realidad y hacer
nos ver continuam ente su secreta relación con la form a y
su p od er para darle nueva vida, sino que tam bién afirma
la im perecedera existencia del arte.
3 8
Foto: Dylan von Gjnten
ALBERTO G 1 RONELLA
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el pin tor sabe que ese fantasma es el de su propia tradi
ción y su propio m undo, la tradición y el m u n d o plástico
de occidente, y aunque tiene que destruirla p or fidelidad
a ella misma, la ama.
Por esto, en principio, las obras de Gironella n o par
len de una realidad inmediata que él ve desprovista de sen
tido y p or lo tanto inexistente para la mirada del artista,
sino de otra realidad, de aquella que va ha sido apresada
p or el arte y a través de él se ha convertido en cultura. Casi
todos sus últimos cuadros, aquellos que señalan su pleni
tud com o creador y que muestran la conciencia que tiene
del sentido de su propia obra, salen del m u n do de la pin
tura española, en especial del de Velázquez y Coya y más
especialmente aún, del lugar que tienen Las meninas en ese
mundo. Pero, precisamente, dentro de la pintura occiden-
tal, Las meninas son el ejem plo más definitivo de la realidad
perfectamente objetivizada, sin ningún com entario subjeti
vo, que es el ámbito natural de la obra maestra, hacia el que
Gironella mira con nostalgia. Y esa realidad es la que se ha
hech o inalcanzable al per derse el sentido del orden que la
hacía posible. L o que queda es la referencia que nos brin
da la obra maestra. Al elegirla y proceder a su destrucción,
Gironella encuentra el pim ío de partida indispensable para
su propia obra y el auténtico sentido de ésta.
Si la Reina Mariana n o es ya más que una monstruosa
caricatura, detrás de cuyos andrajos asoma la imagen de su
propia decadencia; si las princesas han envejecido, se han
hinchado v deform ado para dejar ver la muerte; si el propio
pintor lom a el aspecto de un o de los enanos que él mismo
ha creado y se convierte en un monstruo, la única ley que
perm anece es la de los perros, los grandes destructores, y
ese m undo enferm o debe desaparecer. Entonces el mism o
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perro del cuadro cobra vida y se convierte en la expresión
del elem ento irracional, es el ciego destructor, el puro im
pulso bárbaro hacia los orígenes, hacia la ausencia de cual-
quier orden en n om bre del derecho a la vida, que sale del
ámbito m ismo de la cultura para levantarse contra ella y li
berar a la belleza. D e este im pulso nace el terrible sentido
de los cuadros de Gironella y su capacidad para perturbar
nos; la pintura, la cultura misma deben ser destruidas para
que de sus ruinas renazcan el arte y la cultura, no com o
fantasmas de un orden, sino com o un nuevo orden.
Así, en la obra de G ironella, la negación se convierte
en afirm ación. La crítica deviene, naturalmente, creación.
Al reflejar a su época, el artista la trasciende. G uiado p or
su propia lógica interna, el im pulso destructor se raciona
liza, se hace constructivo, crea sus propias reglas y negan
d o a la pintura la hace posible otra vez. Para llegar a esa
pintura necesitam os tal vez tener con cien cia de esa acti
tud crítica, en el sentido de que para amar la tradición hay
que con ocerla y sobre to d o vivirla. Tal es la con d ición del
arte con tem porán eo: un p rod u cto de su propia lucidez.
Pero tam bién, gracias a ella, p o c o a p o co , aparecen en él
nuevos sím bolos. Si es cierto que el escándalo, la necesi
dad de sorpren der y desagradar a una sociedad de la que
el artista se ha separado p or fidelidad a la verdad, es un ele
m ento indispensable en su arte, también lo es que más allá
de éste, el orden que representa y al que aspira reaparece
siem pre al final en su obra para entregarnos dentro de su
m undo m ágico la imagen de una nueva belleza, aquella
que encierra las aspiraciones más secretas del hom bre,
tal c o m o obligan a representarlas las exigencias de la
época. Y esto es lo que ocurre en la obra oscura y lu m i
nosa, bárbara y sutil de Alberto Gironella.
Vi
Foto: Dylan von Gunten
48
U no de los primeros cuadros abstractos de Lilia Ca
rrillo .se titula, siguíficativamente,Puentes: forma de enlace,
vía de acceso hacia oirá realidad, intuida o soñada, que se
encont raba a sí misma y se hacía posible mediante una d e
licadísima escala cromática en la que los colores se trans
formaban im perceptiblem ente y el rojo, el azul, el ocre, el
amarillo unidos, con fu n didos en una abigarrada con ju n
ción de pequeños planos sobre un espacio sin profundidad,
que se cerraba al posible ju ego y contraste de los volú
menes, creaban un m undo astral, lejano y distante, sum er
gido en su propia materia, pero con un extraño poder de
evocación. El signo de Lilia Carrillo era entonces el cielo.
Su espacio era un espacio mágico dentro del que las fo r
mas levantaban vuelo con un lejano brillo de estrellas o
cometas que arrastran la cola detenidos en su viaje, ilum i
nando la tierra sin locarla. Luego, de pronto, la pintora se
volvió hacia la tierra. Y af cambiar de signo su pintura cam
bió de forma también. El cambio, sin embargo, n o implicaba
ninguna con Ira dicción. La voz seguía siendo la misma;
sólo el objeto do su canto era otro y la obligaba a buscar el
tono adecuado por esa voluntad natural del artista de ex
tender siempre el cam po de sus posibilidades encerrando
en la forma lod o aquello que toca su sensibilidad.
Sin renunciar a su delicado sentido del color, sin aban
donar su aguda percepción del pod er evocador de las tex
turas, fiero cam biando la naturaleza de éstas igual que el de
aquél para satisfacer nuevas necesidades, la pintura de Lilia
Carrillo se convirtió en una pintura m ucho más concreta,
directa, en la que la materia ocupaba el lugar central. D esde
entonces, sus cuadros se han hecho m enos alados y más
profundos. Sil vuelo lírico tiene aflora una grave pesantez
natural, aunque no ha dejado de afirmarse más p or la evo-
49
cación que por la afirmación. Sometida voluntariamente al
rigor y las exigencias de la co m p o sición cerrada, Lilia
Carrillo em pezó a organizaría con una lúcida conciencia
de la relación interior de los planos. Lstos se hicieron más
amplios, más firmemente marcados y delimitados y la v o
luntad de revelar la gravedad de la materia cam bió la natu
raleza del co lo r y las texturas. Éstas se vieron enriquecidas
algunas veces mediante el collage y aquél adquirió una luz
más opaca, pero más rica también en reflejos interiores,
encontrando un nuevo valor en las con junciones tonales
que hacían posible la amplitud mayor de los planos.
Es natural que, dentro de esta nueva con cep ción , la
pintura de Tália Carrillo encuentre algunas veces ecos y
relaciones en otras obras animadas p o r un m otivo de ins
piración sem ejante al suyo. Su m ism o am or p or la m a
teria, su apego reciente a la tierra, la hace ver con ojos
am orosos algunas creaciones deTamayo, con las que tiene
un contacto sutil, que de ninguna manera puede co n s i
derarse influencia y a través del m ism o Tainayo, co m o es
lógico, está cerca tam bién de la obra de Afro. Pero éstos
n o son más que los vasos com unicantes que tienen que
establecerse naturalmente entre todas las obras con tem
poráneas, co m o ha ocu rrid o siempre. En ellos encuentra
la pintura su prop io sentido de continuidad. L o verdade
ramente im portante en la obra de Lilia Carrillo es una
innata capacidad para qu e sus m undos, esos m undos in
tuidos secretam ente, se conviertan m ediante la magia de
su arte en el m undo. Su pintura habla siempre el lenguaje
llano y directo, aun en m edio de sus sutilezas, de los verda
deros poetas, aquél que se basta a sí m ism o para penetrar
la apariencia y abrirla ante nosotros, para ser arte verdade
ro, orden y revelación: revelación de un orden.
5o
Foto: Héctor García
VICENTE ROJO
53
nos hieren por el im pacto directo, la inmediatez de su pre
sencia. En ellos todas las soluciones son extremadamente,
profundam ente sencillas y no requieren mayor elucida
ción. La imagen está ahí y no tenemos más que aceptarla
o rechazarla, el pintor n o parece proponernos ninguna otra
alternativa. C om o imagen, su riqueza, su valor, n o se e n
cuentra más que en lo que vemos de inmediato: una ru p
tura total c o n todos los supuestos “ valores” plásticos que
im plica la voluntad de encornarlos en otra parte, puesto
que el pintor nos está enseñando esos objetos com o pin
tura. Pero nuestra aceptación o nuestro rechazo de la obra
de Vicente R ojo nos obliga a aceptar o rechazar la posibi
lidad del arte, porque lap/vfundidad señalada anteriormen
te de sus soluciones se encuentra en su necesidad.
V icen te R ojo ha llegado a esa necesidad p o r el ú n i
c o cam ino legítim o para to d o arlista: el de la misma crea
ción. Cada una de sus obras es una respuesta directa a sus
encuentros anteriores. R ecorda n d o la trayectoria de su
pintura no es difícil advert ir que su pasión p o r recoger y
expresar la esencia misma de la materia es una de las co n s
tantes que atraviesa lod os sus cuadros, desde su primera
é p oca figurativa hasta su más estricto p eriod o abstracto,
cuando estaba en cierto sentido cerca de Tápies, de la m is
ma manera tangencial q u e lu ego sus obras podrían poner-
ecos en las de Jasper Johns. R o jo ponía en actividad, le
daba sentido m ediante su voluntad de pintor, a la pasi
vidad de la materia. D e allí su renuncia casi total a las p o
sibilidades de la com p osición . Esta se fue haciendo en su
obra cada vez más simple, más limitada a lo esencial, p re
cisam ente para abirle el paso a otras necesidades, para n o
estorbarlas. Así, el orden clásico, desprovisto de lod o gesto
superfluo de expresión em ocional que R o jo deseaba afir-
r>4
mar, llegó a descansar en sí misino. Su realidad tenía el
herm etism o de los ob jetos auLosuficient.es, Su belleza se
encontraba en esa pasividad de la materia, que el pintor
com unicaba co m o armonía interior, iluminada, activada,
p o r la voluntad del artista, ha realidad de la obra descan
saba en 5ií misma, hacien do innecesaria la presencia del
pintor y hasta, en último extremo, la de la pintura com o ex
presión formal. Y esa realidad con du cía hacia el silencio,
el estado último que busca lod o artista, revelándose al mis
m o tiem po contra él. La inevitabilidad de esa rebelión es
la que m ejor explica el carácter de la súbita transform a
ción de la obra de R o jo y su necesidad real.
C om o p rod u cto de ella em pezaron a aparecer en los
cuadros de Piojo muestras de que el pintor se volvía hacia
el m u n do exterior en busca de algunos signos formales
indispensables. Pero el carácter de estos debería estar des
provisto de toda carga em ocional propia, porque el artista
n o trataba de abandonar el lenguaje de las esencias en
favor de una representación im posible. La función de esos
signos era volver a hacer posible la creación, servir de p u n
tos de apoyo para después ser devorados p or la realidad de
la pintura, cuya posibilidad se trataba de afirmar mediante
ellos. D e ahí su aparente categoría de lugares com unes. El
valor plástico de un número, p o r ejem plo, n o se encuentra
más que en su form a y en este sentido los utilizaba R ojo,
dándole a ésta una dignidad abstracta, ajena p or c o m p le
to a su carácter de lugar com ún, pero facilitada p o r éste.
D e este m odo, durante tod o ese p e riod o de su obra, R ojo
logró dar nueva vida a su continua recreación de la m ate
ria con sigu ien do que ésta reapareciera, serena y arm óni
ca dentro de su alio ju eg o sensorial e intelectual, guiada
p or esos signos, objetos y geometrías.
oa
Una vez restaurado este orden, el artista volvió a sen
tir la necesidad de afirmarse ante él, de mostrar la pre
sencia de su creador. Su obras posteriores abandonaron
la distancia clásica y el pin tor se m ostró en ellas co m o li
berador de la energía latente en sus creaciones. No es ex
traño que varios de sus cuadros llevaran inscrito co m o
parte de ellos m ism os el o b v io aviso "destrucción de un
orden" y que precisamente expresaran el paso de un orden
a otro. Ese es el signo más p rofu n do en la pintura de V i
cente R o jo : destruir para construir, construir m ediante
la destrucción. Por eso sus obras n o pueden ni quieren
estar referidas más que a ellas mismas. Su necesidad es
la del artista solo frente a la creación. Su belleza la que
ellas hacen posible para sí mismas al entregársenos com o
resultado de la lucha del pintor. D entro de ellas, Vicente
R o jo va y viene en una y otra dirección en busca de la p in
tura, entregándonos sus respuestas co m o un resultado de
la búsqueda.
A hora, pero con toda seguridad sólo m om entánea
mente, el artista ha en con trado un nuevo ám bito natural
en el p ro p io orden que él m ism o ha oreado. Realizados
a partir d e él, sus cu adros han alcanzado una nueva sere
nidad en la profunda y gozosa celebración de su materia
en reposo otra vez. A l hacerse posible a sí misma, su b e
lleza hace valer sus derech os y se nos entrega corno o b
jeto de contem plación. La pintura de R ojo, siempre fiel a
su lógica interna, ha seguido el cam ino natural que lleva
de la liberación de la materia m ediante la expresión de su
energía interior a la contem plación de la materia. Pero
este nuevo reposo, este nuevo equilibrio, es tam bién un
paso. El artista perm an ece vigilante, atento a las ex ig en
cias de su arte, m ediante el cual le da valor y sentido a
tod o lo que fuera de él perm anecería in form e e in com u
nicado. Por eso, a través de sus súbitas m etam orfosis y
sus deslum brantes epifanías, la pintura de Vicente R ojo,
al hacerse posib le a sí misma, n os abre las puertas de la
verdad que sólo el m ovim iento de la creación, fiel a sus
exigencias interiores tanto co m o a la realidad histórica,
parece capaz de suscitar.
VICENTE ROJO
Señal no. 4.1965
Óleo sobre tela
Foto: Qylan von Gunten
Foto: Héctor García
ROGKR VON CU N TEN
tii
las que. libremente, le prop on e su propia imaginación, la
m itología y la misma historia dei arte . En sus cuadros se
mezclan los magueyes, los árboles, las montañas, el cielo, las
cópulas real ondas y suaves de las iglesias, las mujeres, el
rninotauro, serpientes y lagartos, hombres-vampiros y m u
jeres-m ariposas y además, se ¿levan ~ ; pero se llevan p or
que, por encim a de lodo, a Von Cunten le gustan el color y
la línea, le gusta la pintura. D entro de su aparente libertad,
dentro de su radical inocencia, una inocencia que hace
posible el goce natural de la pintura, todas las obras de Von
C unten son el resultado de un m eticuloso dom inio del o fi
cio, mediante el cual el artista puede pintar com o si sólo nos
ofreciera lo que vio porque ha conseguido que la técnica le
devuelva la inocencia a su mirada. D ueño de ella, el acto de
pintar es para él un puro ejercicio de su libertad y esta liber
tad se aplica no a copiar la realidad, sino a ofrecem os una
imagen ideal de ella que la encierra en una pura represen
tación form al. Por esto, Von Cunten no vacila ante la n ece
sidad de pintar ciclos verdes o cuerpos azules y p or esto su
dibujo, tan importante incluso en sus óleos y caseínas, n o es
nunca una copia del m odelo natural, sino una interpreta
ción. Su obra es extremadamente sutil y elaborada, pero el
pintor ha conseguido que en ella todo parezca fácil y natu
ral. Podem os ver la suma de sus cuadros com o una especie
de sueño de la realidad, un sueño en el que cada cosa ocupa
naturalmente su lugar dentro de la totalidad, pero no es d e
vorada nunca p or ésta, sino que permanece única e indivi
sible, absolutamente dueña de sí misma, tal co m o en ver
dad existe en el m undo sin que n osotros logrem os verla
hasta que el artista nos la hace evidente.
Sin em bargo, en la pura y libre representación que
nos ofrecen los cuadros de Von Cunten aparecen también
62
otros elem entos que determinan v profundizan la natura
leza de su mirada, dándole su verdadera identidad. Si la
inocencia del pintor es una in ocencia recuperada, cuyo
propósito fundamental es hacer posible una determinada
representación formal en la que descansa toda su obra, en
esa representación es posible descubrir ciertos elem entos
que nos con d u cen al auténtico sentido de ésta, porque
están encerrados en la misma representación. El prim ero
de ellos es el humor. El acento hum orístico entraña siem
pre la posibilidad de hacer un com entario, es un ju icio
intelectual que muestra una cierta intención critica, aun cuan
do ésta no sea jam ás directa y esté encerrada en la misma
representación formal. En los cuadros de V on Cunten la
voluntad de distorsión de las figuras, la relación secreta
que siem pre se establece entre los distintos “personajes”
de sus cuadros, lo m ism o cuando éstos son figuras hum a
nas que cuando son seres m itológicos o formas naturales,
deja ver este propósito, quizás inconsciente, de establecer
un ju icio crítico. Y en m uchas ocasiones el hum or adquie
re el carácter más amargo de la ironía y aun el del sarcas
mo. Mediante ellos, en el sueño de la realidad que nos ofre
cen sus obras, se establece una especie de lucha, fa s formas
que tan naturalmente se llevan en la totalidad d é la co m
p osición n o se llevan entre sí, aparecen corno fuerzas en
tensión que crean un ju icio sobre el m undo y expresan las
obsesiones del artista., a través precisamente del hum or y la
ironía, que determ inan su representación plástica.
La imagen de la realidad que el arte de V on Cunten
n os p rop on e está im pregnada de erotism o, un erotism o
que se manifiesta esencialm ente co m o lucha de sexos. En
el, la m ujer es exaltada y juzgada. A parece co m o repre
sentación <
v/ encarnación de la belleza, co m o sím bolo de la
63
fuerza de la vida, y al m ism o tiem po se nos muestra ign o
rante de sus poderes, capaz de deform arlos y convertirlos
en destrucción. A su alrededor gira la naturaleza misma,
algunas veces en relación co n ella y otras en op osición a
ella, y giran los seres m itológicos y los sím bolos, el Mino-
tauro y los vampiros, el lagarto y la serpiente, hasta que la
misma m ujer se convierte también en “ mariposa caída".
En todos estos elem entos podrían encontrarse una
multitud de significados. Sin duda, los cuadros de Vori
Cunten son en m uchas ocasiones imágenes simbólicas de
la relación del artista co n la belleza. En ellos aparece tam
bién un dualism o radical que separa al espíritu de la sen
sualidad, a la inteligencia del instinto, dando lugar a esa
lucha en la que la inteligencia aparece seducida p or la
fuerza que puede destruirla y se defiende de sus amenazas
mediante la ironía. Aparece, finalmente, un com entario
directo en el que la realidad social deform a el principio
fem enino, expresado en los distintos cuadros de Von C u n
ten que com entan casi sarcásticamente la “vida bohem ia”
y co m o contraposición aparece la amenazante pureza de la
naturaleza, cuya fuerza es ajena a todo principio moral.
Pero indudablem ente la sola búsqueda de significados n o
nos llevaría nunca a agotar la proyección última de la pin
tura de Von Cunten, (ion io todas las obras de arte, las
suyas, qu e lo son verdaderamente, contienen siempre algo
más: el equilibrio, la ordenación justa que se hace posible
a través de la forma y que es la que hace importante la re
lación del artista con la realidad al dar lugar al nacimiento
de la belleza. L o que Von C unten ha logrado es que, en sus
obras, ésta sea la única que nos hable co m o un orden tras
cendente en el que la inocencia es siempre sabiduría.
Foto: Dylan von Curren
R O CE R VON CUNTEN
Sin titulo- 1967
Óleo sobre lela
FERNANDO GARCÍA PONCE
67
a una división geom étrica en planos cerrados, pareció li
berarse. La pintura de García P once se abrió a un ch oqu e
de fuerzas que, sin abandonar la voluntad de orden, b o
rraban la rigurosa separación de los planos y se dejaban
llevar p or el ritm o interior de la pincelada, encontrando
la expresión de sí mismas en el color. Pero García Ponce
n o tardó m u ch o en volver a im pon er sobre esas fuerzas el
rigor de su inteligencia y el valor d e la única pasión que
lo lleva a la obra: la atracción del vacío y la tendencia na
tural del artista a luchar contra él.
No es posible ver la pintura de Fem ando García Ponce
sin advertir hasta qu é pu n to descansa en esa lucha c o n
tradictoria. A l liberar a su pintura de toda referencia d i
recta al m od elo natural, el artista está dom inado por la
obsesión de enfrentar el espacio vacío de la tela c o n plena
co n cien cia de que éste es la realidad última, en tanto que
el ám bito natural del espíritu es el silencio y es a éste al
que el pintor quiere llegar, sólo que, com o artista, tiene que
hacerlo a través de los elem entos de ia creación, a través
del co lo r y la forma, desligados de toda referencia a cual
quier realidad que n o sea la suya, porque deben ser vistos
co m o pu ros instrum entos al servicio del impulso hacia la
creación. Igual que detrás del m otivo que lleva a analizar
la estructura formal de los objetos sólo se encuentra la v o
luntad de representar su última esencia, detrás del im pul
so de reducir la pintura a la expresión de sí misma se en -
cuentra el prop ósito de radicalizar su carácter puram ente
espiritual, apartándola del velo de la realidad, de la apa
riencia de realidad que puede proporcionar la figuración,
para llegar a otra verdad.
C o m o pintor, Fernando García Ponce sólo busca esa
otra verdad. Su pintura es una pintura de las esencias, es
68
una pintura metafísica, en tanto que trata de ir más allá
de las apariencias y adentrarse en el terreno de los fines
últimos. Así. es lógico que su ám bito natural sea el espa
cio puro, v que la única relación directa del pintor sea con
ese espacio que la tela vacía, la tela en su estado natural,
virgen y callada, deja ver en toda su inexistencia. Frente
a ella el pin tor n o quiere expresarse a sí m ism o, n o busca
ni siquiera objetivizar su subjetividad liberando fuerzas y
convirtiéndolas en su expresión, sino que quiere expresar
ese espacio, quiere que el co lo r y la forma nos lo revelen
en toda su pureza, quiere que, encarnando en ellas, el vacío
se convierta en espíritu manifiesto, en espíritu que habla
co n el lenguaje que ellas le prestan. Pero al mism o tiem
po, la tendencia natural del espíritu a la quietud v el si
le n c io se encuentra en co n tra d icció n , se violenta ante
el lenguaje que le prestan el co lo r y la forma. Y de esta
continua con tradicción la pintura de García Ponce extrae
la tensión interior que determ ina su fuerza y su capaci
dad expresiva.
Por supuesto, en uria obra de este tipo, en una obra
co m o la de F em ando García Ponce, toda esta lucha es una
lucha callada, que tiene lugar durante el acto de la crea
ción , cuando el silencio se resiste a entregarse a las fo r
mas que le darán un lenguaje; pero en la obra terminada
sólo encontrarnos el resultado de esa lucha. En ella, la ten
sión persiste, pero es una tensión dom inada, vencida, la
tente en m edio del severo equilibrio de la com posición, que
sólo nos deja ver la profunda serenidad de la materia en
reposo que ha logrado apresar al espíritu y está iluminada
interiorm ente p o r él.
Por esto, la pintura de Fernando García Ponce está en
el extremo opuesto al de la pintura natural. Su orden es un
f>9
orden clásico, en el sentido de que en ella el sentimiento
ced e ante la razón o, m ejor dicho, el único sentimiento
que se expresa es el de la razón, el de la form a dom inada
y som etida a una estricta voluntad creadora. D e ahí que
n egando las apariencias, negando el valor expresivo de la
realidad inmediata, lo que esta pintura nos entrega es otra
pura apariencia, que n o quiere ser más que lo que repre
senta: una creación exterior de orden que sustituye el caos
de la realidad, negándolo. En ella, co m o en todas las ohras
clásicas, el artista se hace a un lado, desaparece del cuadro,
para dejar que sea la pintura misma la que nos hable.
E n esta voluntad de negación de las apariencias para
que sean substituidas p o r otra apariencia, que no requ ie
re mayor explicación que la que ella misma nos da a través
de su equilibrio, se encuentra el secreto de toda la pintu
ra de Fernando García Ponce. Sus cuadros son, sim ple y
difícilm ente, espacios vivos, espacios animados p or la pre
sencia del espíritu que el creador logra hacer encarnar.
En ellos p od em os admirar, desde luego, la extraordinaria
sabiduría formal, la capacidad para alcanzar un equilibrio
secreto que a veces parece im posible e incluso la oca sio
nal sensualidad de la materia o el deslum brante im pacto
del color.
T odos estos elem entos pertenecen naturalmente a la
pintura y Fernando García Ponce es p o r encim a de todo
un pintor. Es precisam ente p or esto que logra una y otra
vez el m ilagro de hacer que el silencio nos hable; pero en
la creación de ese ord en que sólo quiere expresarse a sí
m ism o y niega la realidad se encuentra n o sólo un ju icio
sobre ella, sino una espléndida y arriesgada afirmación del
p od er del artista sobre el espíritu y de su drama en rela
ción co n él.
7°
Foto: Dylan von Gunton
7 3
tam bién, van de un lado a oleo cerrando planos, buscan
d o correspon den cias dentro del m ism o voluntario aisla
m iento de cada fragm ento del cuadro. Y sin em bargo, al
final, la sensación que los cuadros prod u cen es la de un
orden absoluto, de un equ ilibrio difícil pero real, hech o
de encuentros y contraposiciones, pero en el que todo se
som ete al im perio de la forma, a su p od er abarcante y to
talizador, sin perder su carácter individual. D e ahí el im
pacto du ro y directo de sus obras. Éstas n o parecen tener
profundidad. En ellas todas las luchas se realizan en la
superficie v a la vista de Lodos, son en sí mismas la expre
sión, pero su superficialidad es sólo una apariencia; del ras
de ella se encuentra una profunda y dramática voluntad de
orden. El artista libera la energía para vencerla v no le in
teresa tanto la forma co m o la oportunidad que le brinda
do repetir una y otra vez esta operación en la que la pin
tura se justifica a sí misma, dándole sentido al trato con ti
nu o del pin tor co n ella.
Sin duda, en la obra actual de Ramírez es perfecta
m ente posible encontrar presencias, resonancias de otras
obras y pintores. En prim er lugar, habría que m encionar
al grupo Cobra. Pero tam bién podría hablarse de James
Ensor, que aparece en la continua voluntad del pintor de
convertir en máscaras a los rostros vociferantes que apa
recen en sus cuadros y en la violenta seducción que el
co lo r ejerce sobre él. Sin embargo, me parece qu e estas
presencias no tienen mayor importancia. La pintura de
Ramírez es dem asiado obsesiva y no puede dejar de tener
un carácter personal, n o pu ede dejar de pcrteneeerle p or
com pleto, precisam ente por esta misma circunstancia en
la que, contradictoriam ente, se encuentra quizás su más
obvia limitación exterior y su más profunda justificación.
Gabriel Ramírez parece estar pintando siem pre el
m ism o cuadro. Sus obras cambian muy p oco, difieren sólo
mínimamente entre sí, puestas una al lado de la oirá m ues
tran una continuidad extraña y difícil de explicar, porque
de alguna manera ésta nunca es m onótona. Si es cierto
que en ellos las semejanzas son m u ch o más notables que
las diferencias, sí es fácil advertir que sus variaciones se
limitan a abrir o cerrar un p oco más el espacio, a hacerlo
más o m enos respirable entre el abrum ador peso de las
opuestas con ju n cion es de colores, sí es obvio que éstos
tienen una cierta m onotonía crom ática producto de la d e
cisión del pin tor dejando que el verde sea sólo verde, el
azul azul, el rojo rojo, y que entre (dios siempre em ergen
figuras semejantes apresadas p o r la invariable fuerza de!
co lo r y el empaste, apenas distinguibles entre el poderoso
im pacto de estos, no es m enos cierto que en esa con tin u i
dad, esa manía de repetición, se encuentra uno de los so
nreíos de la obra.
Si ante un solo cuadro de Ramírez sentimos una
d o b le sensación, prim ero de rechazo p or la excesiva sim
plicidad de la co n ce p ció n , por la relación demasiado p ri
mitiva del pintor con sus materiales; de atracción, después,
p o r el innegable p od er de su im pacto directo; ante un
grupo más num eroso de sus obras esta sensación se va ma
tizando, se diluye en la obsesiva continuidad de los cuadros
y p o co a p o c o nos obliga a advertir sus valores ocultos.
E ntonces se nos revela el profu n d o d om in io de la forma
que encierran, el sabio m anejo que hace que el co lo r n o
pierda jam ás su fuerza a pesar de la inmediatez co n que
es enfrontado a su opuesto y, sobre todo, el ritmo secreto
qu e permite que todos los estallidos, toda la violencia en
cerrada en las telas se mantenga en un perfecto equilibrio
entre el desbordam iento de la forma y su contención. Cada
cuadro de Ramírez encierra una lucha continua p or m an
tener este equilibrio, p orq u e el pintor sabe que sólo él
p u ed e justificar y darle sentido a su pasión p or la capaci
dad liberadora de la pintura, gracias a su p od er para p ro
piciar la m anifestación de una pura fuerza instintiva que
se apropia de los materiales p on ién d olos a su servicio.
A sí, la pintura de Ramírez es siem pre el escenario de
una lucha entre el rigor formal y la fuerza expansiva de los
instintos que quieren desbordarlo c im poner su violencia
liberada. Al obligar a cada co lo r a mantenerse encerrado
en el estricto ám bito que el m ism o le crea, sin enturbiar
su pureza, al relacionar y armonizar cada uno de los planos
que abigarran sus cuadros, sin hacerles perder su in d e
pendencia, y al propiciar la aparición entre ellos de unas
figuras creadas sólo c o n el ritmo nervioso de la pincela
da y cuyo carácter dramático es un espejo del espíritu que
anima toda la com p osición , Gabriel Ramírez parte siem
pre desde el principio. Es un artista que n o aprende nunca
la lección que él m ism o se enseña y tiene que volver a p o
nerse a prueba continuamente. Por eso n o le importa pare
cer que se repite. En esa repetición se encuentra su verdad,
una verdad que em prende una y otra vez el viaje desde los
orígenes, desde la pura energía contenida en las formas v
colores qu e n o recon ocen ningún otro orden y valor que
su propia vitalidad, basta la expresión de esa fuerza en una
totalidad armónica, que la encierra y la domina, obligándo
la a reflejarse en su serena contención sin perder su carác
ter dramático.
G ABR IEL RAM ÍREZ
Sin titulo, 1965
Óleo sobre tela
Foto: Héctor García.
F KAN CISCO CORZAS
79
n oslo con su clara fijación, su abierta y declarada pasión
p o r el pasado de la pintura y la necesiddad de evocarlo,
que parta de un inocente am or original p o r la grandiosi
dad de ese pasado. Pero la lucidez o la intuición del artista
lian pervertido en el más alto sentido del término, en el sen
tido de h acerlo consciente y culpable de su misma im p o
sibilidad, ese amor inocente. Seducido p or la grandiosidad
de Jas formas que el aspecto más suntuoso de la historia de
la pintura nos entrega, Corzas ha buscado penetrarlas d es
de su realidad actual corno artista, y; desde esa perspecti
va, lo ú n ico que lia en con trado es el vacío que se oculta
tras ellas si tratamos de reproducirlas ignorando la realidad
que las hizo posibles. Sin em bargo, su am or ha perm ane
cido, adecuándose a la realidad que encontró. Es un amor
h ech o de desilusión y amargura, pero n o p o r esto m enos
legítimo, sino al contrario. Perm ancciéndole fiel, el pintor
ha logrado expresar y com unicar su sentido.
Así, el acento m odern o y antitradicional de la p in
tura de Corzas reside en su carácter arriesgado. El artista
sabe de antem ano q u e está tratando con form as vacías
y sabe también que su arte está colocado, m anteniendo un
difícil equilibrio, en el punto extrem o de ese vacío. B or
deá n d olo continuam ente, ju g a n d o co n sus peligros y e n
frentándolos, Corzas extrae de él un sentido al lograr ex
presarlo. Por esto, al acercarnos co n verdadera voluntad
de entregam os a las obras de Corzas, seducidos quizás por
el m ism o carácter inocente de su representación exterior,
por la inm ediatez de sus solu ciones y el extraño atractivo
de sus figuras, descubrim os m uy pronto que la interpre
tación n o es tan clara ni tan puramente realista com o apa
rece a prim era vista. Kn ella hay siem pre un perturbador
acento en lo grotesco. La realidad que quieren representar
8o
las figuras está sometida a una sutil serie de pequeñas d e
form aciones, de trasgresiories mal disimuladas que crean
zonas de contraste, rom pim ientos, ya sea mediante el ju e
g o de la luz y la som bra, m ediante los matices del co lo r o
mediante la intención del dibujo. Y enseguida, ese p e cu
liar aeento en lo grotesco se apodera de tod o el cuadro,
calificándolo. D on d e a prim era vista creíam os encontrar
una mera rep rod u cción más o m enos académ ica, ha apa
recido la m ano del artista, transfigurándola.
Pero si la aparición de lo grotesco es un primer dato
significativo, la pintura de Corzas no se sacia en ella, sino
qu e va más allá. Las figuras de sus cuadros empiezan por
m ostram os la im posibilidad de una belleza serena y apa
cible, v sin em bargo, no renuncian a ella, siguen buscán
dola a toda costa. Y esa voluntad de persistir, de afirmarse
p o r encim a de todo, termina dándoles un carácter m ór
b id o y enferm izo que convierte su realidad en expresión
de irrealidad. Entonces com pren dem os v sentimos el p er
turbador carácter de la obra de Corzas. Las figuras nos
apresan en su propio jnegó, nos entregan el sentido de una
batalla contra la muerte en que ésta ha ven cid o de ante
m ano y su realidad es la única qu e impera.
Sin embargo, la pintura de Corzas n o es una pintura
crítica, n o lo es al m enos abierta y conscientem ente, y esta
circunstancia es la que le da su peculiar atractivo y su
difícil profundidad. En ella n o vem os al artista sum ergi
d o en una labor de destrucción, sino que lo vem os com o
víctima y sujeto de esa misma destrucción. Al en fletarse a
la realidad que quieren encerrar sus cuadros, la sensuali
dad natural que Corzas tiene co m o pintor, esa sensualidad
que se nos revela continuamente en los jugosos matices que
encierra su tratamiento del color, en la amorosa delecta
ció n c o n q u e detiene cada pincelada en sus recreaciones
del d esn u d o fem enino, en el m isterioso ju e g o de la luz y
la som bra que baña todos sus cuadros co m o una linterna
que penetrara la oscuridad gozando co n cada rom pim ien
to, sufre una inevitable transform ación, se hace m órbida y
enfermiza, se deja ganar p o r la m elancolía, ese vicio secre
to que apaga la realidad del m undo. Y sólo esta melancolía,
que podríam os llamar también natural en tanto que es ine
vitable, que está determ inada por las mismas exigencias
que la creación le im pone al pintor, es la que determina el
carácter crítico de sus obras.
H ablar de que las influencias principales de un p in
tor con tem porán eo son Van D ick y los grandes maestros
holandeses parece una con tra dicción de términos, y sin
em bargo, esto es lo que ocu rre en las obras de Corzas.
Pero lo importante, co m o ya hem os visto, es lo que él hace
co n estas influencias, el lugar al que ellas lo conducen. Las
m órbidas figuras de Corzas, co n su sensualidad apagada y
secreta y su grandiosidad enfermiza, puramente escenográ
fica, al rem itirnos a un pasado distante e ignorar el p re
sente adquieren un carácter paradójico, sabiamente su b
rayado p o r el vacío que crea a su alrededor el tratamiento
del espacio en la totalidad de la com p osición . Su propia
grandilocuencia es irreal, pero dentro de esa irrealidad las
obras encuentran su secreto p o d e r de sed u cción , se reve
lan c o m o un irón ico com entario de su propia m orbidez,
m ostrando la naturaleza de la enferm edad que las corroe
y las convierte en fantasmas de sí mismas, imágenes de un
m undo desaparecido e irrecuperable que se empeña en so
brevivirse a través del imposible amor del artista, el creador
enam orado d e la creación que al buscarla la hace posible
y le da el verdadero rostro de nuestro m undo.
Foto: Dytan von Gunten
Foto: Héctor García
wm
ARNALDO COEN
85
gún otro estado de la realidad, porqu e su fu n ción se rea
liza y agota en el ám bito m ism o de la creación. Su senti
d o más auténtico es el de ser só lo imágenes de sí mismas.
Mediante estas imágenes, C oen está h aciendo posible un
m undo, su propio m undo. E n él, lo que aparece antes que
nada es la necesidad de hacer existir la pintura. Ella es la
que rige verdaderamente y es la que, im poniendo sus p ro
pias reglas —las del color, las del equilibrio formal y el
d om in io de la im aginación y el im pulso lírico — le da sen
tido a ese m undo.
No es extraño así que, den tro d e su con tin u o m ov i
m iento y transform ación, la pintura de C oen sea antes
qu e nada la expresión de un ord en den tro del que cada
un o de los elem en tos se sostien e a sí m ism o y le da
valor a los dem ás, intercam biando su fu n ción . Si a pri
mera vista C oen nos parece de inm ediato un colorista
natural, capaz de c o n c e b ir las más audaces com b in a
ciones, de unir los tonos más aparentem ente opuestos
sin que se estorben , sino, al contrario, alcancen siem pre
una u n ión m isteriosa, m uy p ro n to vem os que el c o lo r
nunca es un fin para él. En realidad, el p in tor lo utiliza,
se sirve de él, o b lig a n d o a sus d on es naturales a ponerse
al servicio de un p r o p ó sito más esencial. En sus cu a
dros, el c o lo r se convierte e n el m ed io qu e hace p osib le
el espacio. Pero en este caso no se trata de un esp acio
neutro. El ju sto aprovecham iento de las cualidades s e n
soriales del c o lo r que lo hace p o sib le lo obliga a d e cir
n os algo: hace d e él un ám bito m ágico en el sentido de
que lo con vierte en escen ario dispu esto para la apari
ción de lo im previsto. Por esto, cada u n o de los cuadros
de C oen p u ed e ser visto —tam bién — com o un puro pai
saje interior.
86
E n algunas ocasiones, estos paisajes tienen una cali
dad lunar. Su luz es una luz reflejada, sin sombras, dentro
del que las figuras adquieren un carácter vago y fantasmal,
alcanzan un aspecto casi vegetal; en otras, brillan direc
tamente, con un ton o solar, y entonces las figuras parecen
estallar dentro de su propia representación, su realidad se
pierde y afirma en el m ism o color. Pero Coen n o se limita
a crear ese ámbito m ágico para que viva por sí mismo. Para
él, su mérito y su necesidad radica en que en su interior la
vida bulle y se esfuerza por expresarse. Es entonces cuan
do el signo de la m ultiplicación de lo pequeño se abre ante
nosotros. A través de él, ese continuo proceso de creación,
transform ación, destrucción, creación, se convierte en el
alim ento principal d e la obra, que es a su vez creación,
transform ación, destrucción, creación m ediante la reali
dad de las formas.
Éstas brotan en los cuadros de Coen con la misma
naturalidad con que el co lo r se hace posible. Su origen es
difícil de definir o interpretar y esta tarea sería, además,
innecesaria. C om o formas vivas tienen en m uchas oca sio
nes un oscu ro acento sexual; p ero lo im portante de ellas
es que provienen de la verdad que toca la mirada del ar
tista, porqu e la base, el punto de partida de la creación en
Coen descansa en una antigua c o n ce p ció n romántica. El
pintor experimenta, vive el m u n d o y su realidad com o un
animal vivo. D e ahí, las relaciones que pueden encontrar
se entre su obra y la de Paul Klee y, en el terreno de la
pintura mexicana, con los aspectos rnás secretos de la p in
tura de Tamayo y de Juan Soriano. Pero allí encuentra
tam bién C oen el carácter personal, entrañable y directo
de toda su elaboración formal. Si ésta se guía, se deja c o n
ducir p o r esa intuición, ese carácter secreto, tam poco se
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perm ite olvidar que es sólo en la form a, en la realidad de
la pintura, d on d e adquiere su verdadero sentido. Por esto
C oen no necesita aclarar, ni siquiera afirmar la verdad de
sus metáforas. Sus cuadros son antes qu e nada eso, cu a
dros, y jam ás aspiran a convertirse en otra cosa. Su senti
d o último se sacia en la posibilidad de abrirnos la belleza.
Resulta lógico, así, que el carácter del m undo de Coen
se haya extendido hacia una cada vez más profunda repre
sentación pura en la que el acento en las relaciones entre
el d o lo r y la forma, que hacen posible el espacio, es pri
m ordial y éste parece determ inado incluso p or las exigen
cias de los materiales. Coen le da a sus obras otro peso, otra
densidad cu an do recurre al óleo. Su espacio es entonces
más grave, m enos alado y etéreo, tiene otra vibración, que
cu an do recurre a la acuarela, la tinta y el aerifico. En esta
sum isión a los materiales se encuentra uno de los datos
más claros sobre su co n d ició n de pintor. C om o tal, el
creador sirve p o r encim a de to d o a la pintura. Por esto,
también es natural que su obra haya ido p on ien do cada vez
más firm em ente el acento en los m ism os elem entos que
la hacen posible, convirtiéndose en afirm ación natural del
m ism o espacio y del m ism o co lo r y la forma. Al sumergirse
en su m undo interior, al intentar objetivizar en la realidad
de la pintura ese sentim iento del m u n do co m o un animal
vivo, lo que el artista busca esencialm ente es la manera de
hacerlo posible cuando las puras apariencias, de las que ha
escapado todo sentido propio, lo niegan. Así, no es el valor
in depen dien te de ese m u n do interior el que cuenta, sino
que en él nacen y viven el c o lo r y la forma. Pero, en pago,
la pintura lo muestra tam bién, vivo ante nosotros, co m o
ocurre en la obra de A rnaldo Coen:
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Foto: Dytan von Gunten
EPI LOGO
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res del grave título de artistas, porqu e hoy el artista es el
ú n ico que verdaderam ente fundam enta v hace posible la
realidad. E n este sentido, las obras que barí h ech o posible
este libro son un presente, pero tam bién son, sobre todo,
una ventana abierta al futuro. Es en él d on d e eada uno
de estos nueve pintores alcanzará su altura definitiva, en
tanto que su obra está todavía eri m ovimiento. Sin em bar
go, dentro del panorama cultural nacional en el que forzo
samente se inscriben y cuya fisonom ía actual ya lian c o n
tribuido en mayor o m enor m edida a determinar, las obras
de Lilia Carrillo, Vicente Rojo, Manuel Eelguérez, Francis
co (lorzas, A m a ld o C oen, Fernando García Ronce. Alberto
Gironella, R ogervon Cunten, Gabriel Ramírez, están cerra,
no por el estilo, o al m enos n o com o una con d ición n ece
saria, sino p o r el espíritu general que las anima, de la aere
voluntad de negación de una realidad inaceptable que ali
menta aún de una manera inconsciente la obra de José
Clemente O rozco, de la original capacidad de síntesis d en
tro de la que la pintura de R u fin o Tamavo se abre a la gran
corriente de la pintura universal cerrándose sobre su p ro
pio pasado y el sentido secreto de sus m itos en una c o n
tinua sacralización de lo cotidiano, de los sorprendentes
cam inos que toma el continuo ejercicio do la libertad crea
dora en Juan Suriano y que le perm ite ser siempre d ife
rente sin dejar de ser el m ism o, del extrem ado rigor que
ha h e ch o posible el perfecto equilibrio entre la pasión y
la inteligencia que anima la obra de G unthcr G crzso y se
encierra en la ardiente frialdad de sus cuadros, del firme
prop ósito de seguir su prop io cam ino que hizo posibles
las obras diferentes de A lfon so M ichel, de Agustín Lazo,
de María Izquierdo y que todavía encuentra expresión en
la inagotable riqueza de las mágicas geometrías danzantes
P
de Carlos Mérida y de las obras de algunos arlistas de la
misma generación que esos nueve pintores. Pero también,
del m ism o m od o que los artistas mexicanos que los prece
dieron y de los cuales varios siguen enriqueciendo con sus
obras nuestro panoram a pictórico, esos nueve pintores
están abiertos al m undo, se recon ocen com o parte de una
tarea com ún en la que la nacionalidad es un accidente y la
expresión artística, tal com o nos lo demuestran sus obras,
una eleceión. Sin em bargo, la naturaleza de esa elección,
las formas diversas dentro de las que se expresa en las
obras, perm ite su pon er la existencia de una voluntad c o
m ún. Frente a los continuos intentos del arte contem porá
neo de renunciar al lenguaje natural de la pintura y susti
tuirlo por la elaboración de objetos que celebran o niegan
la realidad cotidiana mientras dudan cada vez más do la del
arte que ellos m ism os pueden hacer posible, frente a la
continua aparición de m ovim ientos colectivos cuya expre
sión se encuentra más en la teoría que en la práctica que
hiciera encarnar esa teoría, frente a las exigencias de la
m oda y las presiones de un mercado que se rige p or la n o
vedad y pide un cam bio continuo, todos estos pintores han
escog id o precisam ente el cam ino contrario. Su tarea está
presidida p or una clara conciencia de las dificultades que
encierra la fidelidad al con cep to de la obra corno bú squ e
da y encuentre de un lenguaje que se ciña a las exigencias
de la pintura; pero ninguno cede ante esta dificultad. A c o p
lando que el artista contem poráneo se enfrente a una c o n
fusión de valores que amenaza con invalidar todo gesto p o
sitivo y anular toda realización individual, obligándolos a
inscribirse en la m ultiplicación de gestos colectivos «pie
convierten la tarca artística en el hallazgo de sistemas, ellos
han tom ado la posición contraria. Su elección es también
una apuesta y hace más amplia y definitiva su aceptación
de la ruptura, convirtiéndola en afirmación de su fe en la
creación c o m o aventura personal, en la que el artista se
juega a sí m ismo y tiene co m o único refugio la realidad de
su obra. La consecuencia lógica de esta actitud es la sole
dad. Sin duda, co m o todos los artistas contem poráneos, los
nueve pintores que forman este libro están solos. La p osi
bilidad de agruparlos representa la posibilidad de agrupar
un con ju n to de soledades que se caracterizaran por sus d i
ferencias. No vacilo en afirmar que éste es uno de sus m a
yores m éritos; pero tam bién m e parece necesario aclarar
que esta virtud n o puede contribuir a aumentar la calidad
d e sus obras. La m era aceptación de un destino n o lo ju s
tifica. L o importante es lo que se haga con él. Yo sólo he
tratado de aclarar de qué manera ese destino se ha mani
festado positivamente en la realidad de las obras. Pero la ú l
tima palabra n o m e corresponde. Ésa la tiene cada uno de
los cuadros cuya imagen recoge este libro co m o una m ues
tra forzosamente limitada de la imagen original, que debe
sumarse a todas las otras muestras ya existentes y a las que
seguirán dentro de la trayectoria personal de cada pintor.
S on ellos los que creciendo en el tiem po o perdiéndose en
él nos darán finalmente su auténtica dim ensión. Y es tam
bién en ese sentido en el que este libro debe considerarse
una obra abierta; n o afirma ni niega nada que n o pueda e n
cerrarse en las obras que lo hicieron posible. Sin embargo,
creo que desde ahora podem os encontrar en ellas.no sólo
la posibilidad de un auténtico placer estético, sino también,
a través de la verdad que éste es capaz de com u n ica m os,
una herm osa respuesta al problem a de la realidad y al sen
tido p rofu n d o de la vida, que al ilum inarnos nos afirma
en ella.
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N U EVE PINTORES
D ÉCIM O V O LUMEN D E LA
COLECCIÓN P E R T I G A , SE T E R M I N Ó
D t IMPRIMIR EN N O V I KM \\ R F.
DE 2 0 0 6 EN LOS TALLERES DE
GRÁFICA, CREATI VID AD Y DISEÑO,
EN L\ CIUDAD UK MEXICO. PARA
G abriel F ig uer o a
M em o r ia s
M ari us de Zayas
C Ó M O , C U Á N D O Y P O R Q U É EL
ARTE M O D E R N O L L E GÓ A N U E V A Y OR K
T r a d u c c ió n y pró lo g o : A n t o n io S a b o r it
Jo r g e F. H e r n á n d e z
S ig n o s d e a d m ir a c ió n
J o m í G arcía A s c o t
C o n la m ú s i c a p o r d e n t r o
P r ó l o g o : J o s é oe la C o l in a
Luis Ig n a c io H elguera
P e ó n a is l a d o . E n s ay o s s o b r e a j e d r e z
Pr ó lo g o : Elíseo A lberto
Lu ig i A mara
So m b r a s su eltas
A lvaro U ribe
La p a r t e i d e a l
COLECCIÓN PÉRTIGA
DGE | EQUILIBRISTA-UNAM
DE PRÓXIMA APARICIÓN
J u a n O ’G o r m a n
Au t o b io g r a fía
J o s é d e la C o l i n a
La m a r en m e d i o
(e j e r c i c i o s d e m e m o r i a )
Y HO Y EN DÍA ACRECIE NTA SU IMPORTANCIA POR LA COM PRENSIÓN QUE PUSO EN JU EGO PARA
ILUMINAR EL PASO DADO POR LOS PINTORES FE R NA NDO GARCÍA PO NCE, LlLIA CARRILLO,
Alberto G ir o n ella , G a b r i e l Ra m í r e z , V i c e n t e Ro j o , M a n u e l F e l g u é r e z , F r a n c i s c o C orzas,
Arnaldo C oen y Ro g e r V o n G u n t e n , y a l q u e a ñ o s d e s p u é s se le a d j u d ic a r ía u n s e n t i d o
p r e m o n i t o r i o o , a c a s o , u n c a r á c t e r d e m a n i f i e s t o e s t é t i c o e m b o z a d o d e lo q u e h o y es
COMO UNA ESPECIE DE RESUMEN PUNTUAL DE LOS JUICIOS Y OP IN IO N E S QUE FRAGUÓ LUEGO
CON EL DE "CON TINU ID AD" PARA ENTEN DER EL CURSO COSMOPOLITA DEL ARTE MODERNO. DE
AHÍ SU C O N V E N C IM IE N T O DE QUE,
AUNQUE ES CIERTO QUE LOS ARTISTAS ESTÁN LIGADOS A ESA CULTURA Y ESA TRADICIÓN
CON LAZOS INDISOLUBLES, ME PARECE QUE LA DIFERENCIA ENTRE EL ARTISTA C O N T E M
PORÁNEO Y EL ARTISTA DE OTRAS ÉPOCAS SE ENCUENTRA PRECISAMENTE EN QUE NO
UNIVER S ID A D N A C IO N A L A U T O N O M A DE M E XICO
DGE | EQUILIBRISTA