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04/05/2021 Iván González González

ENSAYO SOBRE EL ESCEPTICISMO:


-En el presente texto viene a tratarse un resumen, análisis y puesta en discusión de los
temas tratados en el texto “ESCEPTICISMO Y CONTENIDO MENTAL” de Carlos Moya en
el que se entra en diálogo agónico con distintas tesis del escepticismo, para, a juicio del
autor, establecer una demostración clara y sucinta sobre porqué el externalismo es una
posición necesaria en contra del internalismo defendido por estos últimos. El análisis del
texto parte de la dependencia, a modo de petitio principi, de la adhesión del escéptico a un
internalismo fuerte en el que se mostrará cierta independencia ontológica entre los estados
mentales y el objeto representado. A través del experimento mental de las Tierras Gemelas
propuesto por Hilary Putnam1, tratará de establecer una serie de objeciones y respuestas al
externalismo para aún así declinarse por él como postura epistémicamente más fuerte.

Nuestra posición con respecto al texto es polémica. Si bien no debe considerarse esto como
un alegato en defensa del escepticismo en su formulación fuerte, sino más bien al
contrario, pretende de hecho él, fortalecer el argumentario del debate en su contra, aunque
para hacerlo no se titubee en establecer una serie de críticas en contra de las tesis
planteadas por el autor y la concepción filosófica general (a modo de Weltanschauung) que
maneja. A través de una exposición lo más orgánica posible se compatibiliza el resumen
con el análisis y a su vez, con el matizamiento o crítica del argumento planteado por el
autor. Sin mayor dilación, una vez establecida la declaración de intenciones, empecemos
pues.

Empecemos con una definición del binomio cuya problemática central gira el texto, a saber;
la diferencia existente entre internalismo/externalismo. Por internalismo entenderemos
toda teoría de la justificación que establezca una vinculación necesaria entre los
criterios de validación de una creencia y los estados e información del sujeto que las
formule, mientras que en el externalismo como contraparte se establece una relativa
independencia entre los elementos de justificación y el sujeto. Así podríamos
considerar a las tesis internalistas como formas veladas de psicologismo epistémico de
base subjetivista al poner el acento en el sujeto, mientras que el externalismo en
cualesquiera de sus formulaciones posibles objetivizaría los criterios de justificación de
verdad con independencia del cogito individual que las formule.

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Hilary Putnam <<The Meaning of ‘Meaning’>>

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04/05/2021 Iván González González

Por independencia debe entenderse, en este caso, como independencia epistemológica no


ontológica. De este modo el escéptico, aún partiendo de un internalismo epistémico tratará
de mostrar la independencia ontológica entre el sujeto y el objeto quedando así como
inconmensurable o potencialmente incognoscible por parte de este último. Así, el escéptico
es un tipo de internalista muy particular pues reconoce la posibilidad de la independencia
del objeto con respecto al sujeto, de hecho es técnicamente un externalista ontológico2,
pero limita o imposibilita el alcance del mismo para tratar de paliar esta “brecha” . De esto
se concluye que si bien todo escéptico es, hasta cierto punto, un internalista (aunque esto
podría ser discutible) no todo internalista es necesariamente escéptico (véanse relativistas,
perspectivistas o idealistas subjetivos).

En un primer nivel, el autor comienza mostrando la vinculación entre escepticismo e


internalismo alegando, a modo de ejemplo, el planteamiento de la incapacidad de
establecer una distinción clara y distinta entre los estados de vigilia y sueño que formuló
Descartes en sus Meditaciones Metafísicas3.El escéptico, argumenta el autor, alegara este
argumento como prueba de que nuestras representaciones se dan sin correspondencia con
la realidad. A este respecto ya pueden alegarse multiplicidad de objeciones, anticipando,
matizando y extendiendo las que el propio texto ya plantea.

En un primer nivel, cabría argumentar que, a menos que se afirme que las impresiones del
sujeto surgen ex nihilo, la representación mental de la ensoñación guarda necesariamente
alguna relación (aunque puede que no de correspondencia) con la realidad, esto es
parafraseando al Platón de El Sofista4 habremos de admitir que la apariencia no es sino
subsidiaria y parasitaria de la verdad. Si alguien argumenta que la creación ex nihilo es de
hecho una posibilidad, la carga de la prueba caería sobre este, al tener que dar cuenta de
fenómenos tales como la incapacidad de imaginar colores o objetos sin referencias previas,
hecho válido incluso para los sueños lúcidos o la falta de control del Sujeto sobre las
impresiones que recibe. En ambos casos deberá reconocer que la independencia entre las
impresiones del sujeto y los objetos a los cuales remite, es de hecho relativa y no absoluta.
Así en el primer ejemplo se verá forzado a reconocer cierto grado de mediación externa
necesaria para la articulación de las representaciones del sujeto (verdaderas o no); mientras
en el segundo, a modo de las Meditaciones cartesianas, deberá delegar la articulación de

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Podríamos formularlo retóricamente diciendo que, parafraseando a una versión fatalista del agente
Mulder de la serie de televisión Expediente X que “aunque la verdad está ahí fuera, el sujeto está
atrapado en sí mismo”.
3
R. Descartes, Meditaciones Metafísicas, traducción de Vidal Peña, Alfaguara, Madrid, 1977, 18.
4
Platón, El Sofista, traducción de Francesc C Bordoy, Alianza Editorial, Madrid, 2010

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las mismas a una causa externa (Dios o el Genio Maligno). Habría que preguntarse
entonces qué diferencia habría entre las apariencias del GM y la realidad (¿eidética?),
incognoscible y trascendente a la cual apela o mejor todavía, revelando así el carácter
aporético de la argumentación, cómo es posible que haya dado cuenta de su existencia en
primer lugar de algo tal que, atendiendo a su propia definición, no sería de hecho posible.
De este modo si bien la creencia de p por parte del sujeto S, entendiendo por p un objeto
concreto que apareciera en su sueño, no sea igual a la existencia de p en sentido estricto
(es decir que la silla marrón concreta percibida al ser parte del sueño no existiera), se
podría afirmar la existencia del objeto “silla” o del color “marrón” (con independencia de si se
entiende como la experiencia fenomenológica del qualia marrón o como el espectro de onda
en el orden fisicalista) como condición necesaria para la representación por parte de S del
objeto p5.

Además desde una perspectiva en la que se defendiera la compatibilidad en imbricación


existente para la construcción del conocimiento entre el internalismo y el externalismo (que
bautizaremos como interdependencialismo), cabría cuestionar cuál es el estatus
ontológico del sueño en primer lugar, pudiendo argumentarse que la creencia de p por parte
del sujeto S y la existencia de p es válida solo en el “reino” R (en este caso es válida solo
para el conjunto de experiencias internas en el mundo onírico). De este modo, podría llegar
a formulaciones en las que, si bien el sediento nómada cree al ver un espejismo en el
horizonte un paisaje que realmente no está ahí, su ensoñación está dotada también de
estatus óntico, aunque distinto. Esto es, es cierto que, psicológicamente está viendo el
espejismo, aunque no se corresponda con ningún objeto físico existente en las coordenadas
a las cuales dirige su mirada (recordemos que las palmeras que ve por ser el ejemplo
arquetípico, si bien no están ahí, no sólo las está viendo entendiendo su alucinación como
un fenómeno positivo sino que además, como hemos dicho anteriormente, están
conformadas por las impresiones derivadas de experiencias previas con palmeras físicas).

Hilando más fino pero en la misma línea se nos presenta el argumento del cerebro en una
cubeta, como caso límite en el que las cualidades primarias de los objetos no serían sino
programaciones hechas por algún malvado neurólogo y que no podríamos saberlo. Bien es
cierto que lo anteriormente mencionado ya rebate en gran parte este argumento, además la
respuesta ofrecida por el texto, a saber, la absoluta redundancia de tal precepto, dado que
nuestras impresiones serían las mismas me parece correcto pero me gustaría establecer
5
Además cabría cuestionar cuál es el estatus ontológico del sueño en primer lugar, pudiendo
argumentarse que la creencia de p por parte del sujeto S y la existencia de p es válida solo en “reino”
R (en este caso es válida solo para el conjunto de experiencias internas en el mundo onírico).

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una serie de disquisiciones precisamente con respecto a la respuesta en favor al


externalismo que confiere Putnam que, a mi juicio, no resulta completamente satisfactoria.
Este arguye (y no deja de resultar sorprendente la forma en la que el autor lo halaba a tenor
de la estructura formal del argumento como modus tollens) que: “no podemos ser cerebros
en la cubeta porque de serlo no podríamos pensar que lo somos, cómo podemos hacerlo
ergo no lo somos” resulta sustantivamente falsa, ya que nada indica que exista algo como
una restricción en el malvado neurólogo que programaría nuestras impresiones (de hecho si
fuera realmente retorcido podría introducir la intelección de la posibilidad por mero
divertimento sádico, dado que nada podría hacerse de todos modos para corroborarlo). Es
precisamente en la figura del malvado neurólogo y no en el cerebro en la cubeta donde hay
que poner el acento para reducir al absurdo las conclusiones del argumento. Si
establecemos un árbol de posibilidades lógicas en función de si este es capaz de crear ex
nihilo obtenemos que:

De aquí se deduce que sólo en el caso dos (en el que el neurólogo crea ex nihilo y que
además existiera diferencia con lo real) sería genuinamente significativo desde el punto de
vista del escéptico que pretendiera negar la incognoscibilidad del mundo. Aún así, al crear

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de la nada, las creaciones del Neurólogo (que en este caso sería la versión cartesiana del
Genio Maligno) tendrían la existencia entre sus propiedades, y dado que no podría
conocerse el hipotético mundo eidético, aún podríamos estudiar unos fenómenos con
existencia real.

ARGUMENTO DE LA TIERRA GEMELA:

Procedamos ahora al análisis del argumento en el que se basaran y del cual se deducirán la
mayor parte del resto de apelatios del texto, ya sea parafraseando a las hipotéticas
objeciones del escéptico en su versión epistémicamente más fuerte, ya en las
contra-formulaciones a este, a saber; el argumento de la Tierra Gemela esbozado por el
filósofo Hilary Putnam6. Este experimento mental nos pide que imaginemos una situación tal
en la que dos individuos, a los que en el texto se le denominan Oscar 1 y Oscar 2
respectivamente situados en dos tierras que son fenoménicamente indistinguibles, designan
bajo el significante “agua” a dos líquidos que tanto perceptiva, como funcionalmente,
resultan indistinguibles. Se parte de la base que el compuesto de la Tierra 1 es H2O
mientras que el de la Tierra 2 es en realidad XYZ (siempre que las variables independientes
no sean H2O), la pregunta que surge entonces es si ambos términos, en boca de los dos
hablantes, poseen el mismo significado. El internalista alegará que sí, mientras que el
externalista negara tal posibilidad.

Una interesante objeción que plantea el internalista como acusación al externalista a este
respecto y la cual considero pertinente es la del problema que plantea, de si bien no lo
denomina de este modo, el acceso al “Punto de vista de Dios” del cual el externalista parte.
Esto quiere decir que, para negar que el compuesto denominado como agua en la Tierra-1 y
el de la Tierr-2 sean el mismo, el externalista debe colocarse fuera de la escenografía del
experimento mental, posicionándose como una suerte de narrador omnisciente con
información perfecta que, cual demonio de Laplace ya conoce de antemano la respuesta a
la pregunta. Aquí es cuando entran en consideración temáticas que desbordan el debate
entre internalistas y externalistas para tocar tangencialmente el debate sobre el realismo. A
mi juicio, a pesar de la concesión al escéptico, el adoptar esta postura sólo es posible o bien
a modo de reconstrucción retrospectiva a posteriori de los eventos narrados, o bien
incurriendo en una forma de realismo ingenuo en el que el ordo cognoscendi epistémico

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H.Putnam, ibid

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estaría confundido con el ordo essendi óntico y el hecho que la propia formulación se
adopte esa especie de rol impersonal del narrador omnisciente ya constata ese hecho.

Es decir, que si el experimento mental se trasladara a la realidad, lo más probable es que


nosotros fuéramos, de hecho o Oscar-1 o Oscar-2 y que nuestro conocimiento del mundo
estuviera limitado a la experiencia fenoménica del agua que bebemos y su estudio en
laboratorio como H2O y XYZ respectivamente. De facto sólo sería posible establecer la
diferencia cuando uno de los dos viajase al planeta del otro, obtuviera una muestra de
aquello que su respectivo denomina como agua y las comparara en el laboratorio, entonces
y sólo entonces nos sería posible conocer tal diferencia. Es aquí cuando el
interdependencialismo entra en escena, si bien podemos decir que la diferencia siempre
estuvo ahí, esta solo es constatable tras el proceso. Con esto se quiere decir que la
justificación, si bien no tiene porque formar parte de los estados mentales de la persona,
solo es posible dar cuenta de ella precisamente a través de la corroboración última que en
última instancia adopta la forma de un juicio. Esto se ejemplifica, a pesar de estar inclinando
ligeramente hacia el kantismo, si en vez de un individuo aislado (Oscar-½) lo generalizamos
al cómputo total de la población de dicho planeta. El hecho de que el propio observador
externo deba recurrir a sus propios estados mentales (lo quiera o no) para dar cuenta de la
diferencia constituye una razón suficiente que constata el punto mencionado. Del mismo
que, tras el viaje y la comprobación experimental se re-actualice la información y pase a
constatar la diferencia existente entre ambas substancias resulta, a mi juicio, como prueba
inequívoca de la dependencia externalista de los propios juicios.

Ahora bien; ¿acaso se sugiere entonces que antes del descubrimiento eran la misma
sustancia y sólo después dejó de serlo?. Bien, a mi juicio, no exactamente, ya que para
serlo no solo los individuos del planeta 1 y el 2 tendrían que denominar de la misma forma a
una sustancia que fuera preceptiva y funcionalmente indistinguible para sí de lo que es para
sus respectivos homólogos en el otro planeta, generando así la misma conducta, sino que
además deberían tener constancia de la existencia del otro. Me explico, si en la Tierra-1 no
se sabe nada sobre la Tierra-2 ni su agua y a la inversa tampoco y negando como falaz la
apelación al punto de vista de Dios, el asunto no es ya que ambas sustancias tengan el
mismo significado sino que para ellos solo existe una de las mismas. El problema entonces
no podría plantearse en primer lugar y solo a luz de nueva información (la existencia de un
planeta casi idéntico en el que hay una sustancia a la que denominan agua, y que tiene una
serie de propiedades similares a nuestra agua) sería posible establecer la contrastación, de

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lo contrario se estaría poniendo el énfasis tan solo en la asignación del significante más que
en el significado.

Esto intersecta con el apartado siguiente que versa sobre la autoridad que se le otorga a la
primera persona, ya que o bien estos son constituidos y no constituyentes de la conducta o
bien, si no existe diferencia entre la conducta observable y un ejercicio introspectivo,
entonces esta es redundante, del mismo modo que los errores perceptivos y cognitivos
existentes en las descripciones que la primera persona hace ya sea de sí mismo y/o del
objeto en contraposición a un observador externo o tercera persona, así como lo limitada
que puede ser su información a la hora de establecer una justificación. Se nos pide que
imaginemos el caso de un hombre que observa un cuadro que cree que es un Durero y si,
tanto si lo es como si no, si realmente puede saberlo y si el hecho constituirá alguna
diferencia conductual apreciable. Aquí defenderé la no incompatibilidad entre unos estados
mentales constituidos y cierta autoridad en la primera persona. Antes de entrar en materia
señalar, a modo de preámbulo, que la hipotética tercera persona que ejercería de
observador, a menos que se idealice ingenuamente o se incurra en una suerte de ad
verecundiam a priori, no es sino, a su vez, una primera persona que parte de sus datos
observables con la única diferencia de que tendría como objeto de observación la conducta
de esa primera/tercera persona que consideramos como el sujeto de prueba, lo que quiere
decirse con esto, es que no existe ninguna razón por la cual las falencias del primero no
fueran, de hecho, extrapolables a este último.

Lo primero sería establecer qué criterios son necesarios para el establecimiento de algo tal
como conocimiento del introspectivo. El autor acierta al señalar que, la primera persona, con
su atención focalizada como está en su objeto de deseo, no está racionalizando
introspectivamente su conducta, ya que de hacerlo, por definición, no habría nada que
analizar7. De modo proporcionalmente inverso, la tercera persona atribuye causalidad
teleológica después de observar la conducta del primero (el individuo toma determinada
dirección, mira hacia determinado lugar y gesticula de alguna forma que diera indicios para
inferir que desea el objeto X), este no está sino suponiendo implícitamente los estados
mentales que niega o redunda al articular el componente teleológico necesario para explicar
causalmente la conducta de un sujeto. Así, la tercera persona no solo parte de sus estados
internos, sino que lo hace para el análisis en última instancia de los estados internos del
observador (aunque, a modo de rizar el rizo, se dijese que se puede prescindir de los

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Podríamos imaginarnos un caso límite en el que el sujeto empieza a imaginarse a sí mismo,
imaginandose a sí mismo imaginandose a su vez y así ad infinitum.

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mismos por la conducta, lo cierto es que la explicación última de la misma en términos


volitivos implica necesariamente cierto grado de atribución teleológica). Además de esto
nada impide que, al añadir el vector temporal, la primera persona fuera capaz de reconstruir
retrospectivamente a posteriori su conducta para su análisis y dar cuenta, por ejemplo, de
las trazas o los elementos simbólicos, estilísticos y/o formales que le indicaron que se
trataba de un Durero original.

Pero esto no significa que sus actos internos no estén constituidos. Aquí habría que
diferenciar tres niveles, el primero de los cuales versará sobre la correspondencia del objeto
deseado (si efectivamente el cuadro es un Durero o no), el segundo sobre el método de
obtención y finalmente un nivel que versará sobre las razones por las cuales lo quiere. A mi
juicio con Spinoza diremos que sabe lo que quiere (el objeto deseado X) incluso aunque no
sepa si el objeto concreto que tiene delante suyo lo es, puede, aunque no necesariamente
saber cómo conseguirlo (esto dependerá si hace uso de alguna clase de racionalización
más o menos sofisticada para la elaboración de una estrategia que le permitiera su
obtención, aunque de hecho, el proceso pudiera darse de forma orgánica en un plano
intuitivo-volitivo), pero desde luego no conoce las causas que le llevan a desearlo en primer
lugar. Para conocer las causas que le llevan a desear el cuadro en primer lugar, debería dar
cuenta de los impulsos de influencia que anteceden y condicionan la formación de la
volición y es aquí cuando el interdepencialismo vuelve a entrar en escena, ya que para
hacer esto habría que tener en cuenta todos los factores que, añadiendo una dimensión
genealógica o temporal, a modo de retroalimentación positiva hubieran injerido en la toma
de decisión en primer lugar (desde la elitista educación que recibió en la que se le enseñó a
valorar los elementos de la alta cultura, el más que probable condicionamiento para obtener
esta reacción, etc.). Por supuesto señalar también la primacía práctica, incluso en el plano
cognitivo, que tiene el objeto.

Además se sugiere su generalización a todos los estados mentales, respuesta que debiera
ser matizada. Nada indica, remitiendonos a la introducción de la dimensión temporal, que
sea imposible formular un metalenguaje sobre el lenguaje objeto de la conducta ya sea en
particular o en general y a su vez que este ejercicio, aún siendo retrospectivo con respecto
a la conducta, no pudiera introducir cambios en conductas posteriores en situaciones
juzgadas como similares. Es decir, que la introspección podría darse atendiendo a las
conductas, formas de obtención o razones dadas en determinado caso como un discurso de
segundo orden y podría llegar a una genuina autoevaluación para, por ejemplo, cuestionar
la eticidad de sus propias acciones, la mejora de la eficiencia en su modo de adquisición o a

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modo existencialista el cuestionamiento sobre si realmente se quiere aquello que


hipotéticamente se desea o no es más que una sublimación de carencias o traumas, etc ,
de forma no tan dispar a como haría el observador, con la salvedad, por darle al césar lo
que corresponde, de que este no tenderá a incurrir en racionalizaciones ad hoc para
justificarse o autocompadecerse ya que no está implicado en la acción8.

A modo de síntesis conclusiva, diremos que el interdepencialismo se confiere como una


explicación alternativa a una dicotomía que, a mi juicio, resulta en un falso dilema. El
externalismo no resulta en absoluto redundante, más bien al contrario, dotando las
condiciones de posibilidad para que la acción o creencia se lleve a cabo en primer lugar,
esto no implica un desprecio del internalismo. Al contrario, lo que la tesis internalista sugiere
es la profunda imbricación dialéctica entre ambos niveles. En el plano de lo concreto el
externalismo es local mientras que el internalismo es global, esto es, en el sujeto se dan un
cómputo de impresiones mediadas no solamente por el estímulo concreto, individual y
aislado sino como un sistema complejo de retroalimentación negativa en que factores de la
memoria a corto y largo plazo, conscientes o no inciden en la percepción del sujeto (desde
la conceptualización para la identificación del objeto hasta la conformación de actos volitivos
o sensitivos). Desde el punto de vista abstracto general, como el externalismo es a su vez
condición de posibilidad de todas las complejas relaciones que se dan en la dimensión
interna, es el externalismo el que es global, mientras que aquí sí, el internalismo podría
considerarse como (relativamente) pasivo o inane.

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Podríamos decir que la razón epistemológica para preferir a la tercera persona sobre la primera no
versa tanto sobre el carácter sustantivo de las afirmaciones que se hagan o pudieran hacerse (esto
es, que la introspección no fuera posible) sino, sobretodo razones de tipo metodológico, ya que su
no implicación directa en el curso de las operaciones le dota de una mayor claridad analítica.

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