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INTRODUCCIÓN
La ansiedad, entendida como respuesta emocional, puede ser definida como "una
respuesta emocional, o patrón de respuestas, que engloba aspectos cognitivos
displacenteros, de tensión y aprensión; aspectos fisiológicos, caracterizados por un alto
grado de activación del sistema nervioso autónomo y aspectos motores que suelen implicar
comportamientos poco ajustados y escasamente adaptativos. La respuesta de ansiedad
puede ser elicitada tanto por estímulos externos o situacionales como por estímulos
internos al sujeto, tales como pensamientos, ideas, imágenes, etc., que son percibidos por
el individuo como peligrosos o amenazantes. El tipo de estímulos (internos y externos)
capaces de evocar la respuesta de ansiedad estará, en gran parte, determinado por las
características del sujeto, existiendo notables diferencias individuales en cuanto a la
propensión a manifestar reacciones de ansiedad ante las diversas situaciones" (Miguel-
Tobal, 1990. pag. 310).
Según el mayor estudio epidemiológico realizado hasta la fecha (Myers, Weissman y
Tischler, 1984; Weissman, 1985), los trastornos de ansiedad son los más frecuentes en la
población general afectando al 8,9% de la población. Si se tiene en cuenta que los síntomas
son más frecuentes que los trastornos, otro 11% de la población padece síntomas de
ansiedad importantes. Así, parece que, en total, un 20% de la población puede llegar a
sufrir trastornos o síntomas significativos de ansiedad (Pasnau, 1987).
Dentro de los trastornos de ansiedad los más frecuentes son las fobias y el trastorno de
ansiedad generalizada que pueden llegar a afectar al 15-19% de la población y los más
infrecuentes son el trastorno de pánico, la agorafobia y el trastorno obsesivo-compulsivo
(con tasas que oscilan del 0,4% al 1,6% de la población) (Merikangas y Weissman, 1985).
Con seguridad existen muchos casos en que los sujetos que sufren dificultades a causa de
un exceso de ansiedad social, no cumplen los suficientes criterios diagnósticos tipificados
en el Manual diagnóstico y estadístico de los trastornos mentales DSM-IV (APA, 1995), y
por tanto no pueden ser etiquetados como fóbicos sociales. Esta reflexión nos conecta con
el estudio de timidez llevado a cabo por Zimbardo (1977) en el que se evaluaron 5.000
sujetos de varios países, resultando que alrededor del 40% se consideraban tímidos y un
80% informaban de timidez en algún momento de sus vidas.
En algunos trabajos se ha concluido que el porcentaje de individuos con fobia social
puede estar seriamente infraestimado (Heimberg, 1990; Heimberg, Dodge y Becker, 1987).
Parece claro que es difícil hacer una estimación de la incidencia real de la ansiedad social
debido a que, en primer lugar, los sujetos con fobia social pueden rehuir el tratamiento por
miedo a hablar abiertamente sobre sí mismos y por el temor a ser observados. En segundo
lugar: esos sujetos pueden considerar que sus problemas no se pueden solucionar, que son
tímidos de carácter ("Así soy yo") y que no podrán cambiar ("Así he sido siempre"). En
último término: los sujetos con fobia social puede que acudan al tratamiento por alguna otra
patología concomitante, entre otras y como más frecuentes, el alcoholismo o el abuso de
sustancias psicoactivas, por lo que el diagnóstico de fobia social puede verse solapado por
otra patología más llamativa.
El campo de las Habilidades Sociales (HHSS), que experimentó un gran auge durante los
años setenta, se ha ido desarrollando durante las siguientes décadas incorporando a su vez
los hallazgos obtenidos en otras áreas de la psicología, especialmente distintos elementos
de orientación cognitiva.
Aunque los orígenes del estudio de las HHSS se atribuyen frecuentemente a Salter
(1949), conocido por el desarrollo de técnicas para aumentar la expresividad, y a Wolpe
(1958), que utilizó por primera vez el término "conducta asertiva", encontramos otros
trabajos previos en la literatura científica, como los realizados con niños por Jack (1934),
Page (1936) y Murphy, Murphy y Newcomb (1937). Influencias posteriores en el desarrollo
de este campo fueron las aportaciones de Moreno (1946) sobre el psicodrama por la
similitud entre éste y el ensayo de conducta (procedimiento básico del entrenamiento básico
en HHSS), y la terapia del papel fijo de Kelly (1955).
De acuerdo con Caballo (1995), fueron Wolpe y Lazarus (1966), con su investigación
con la conducta asertiva, y McFall y Lillesand (1971), con sus programas de entrenamiento
para superar déficit en HHSS, los que dieron un impulso definitivo al desarrollo y
establecimiento de este campo.
De entre todas las definiciones una de las más completas es la aportada por Caballo
(1986. Pag. 556) en la que se considera la conducta socialmente habilidosa como "... ese
conjunto de conductas emitidas por un individuo en un contexto interpersonal que expresa
los sentimientos, actitudes, deseos, opiniones o derechos de ese individuo de un modo
adecuado a la situación inmediata, respetando esas conductas en los demás, y que
generalmente resuelve los problemas inmediatos de la situación mientras minimiza la
probabilidad de futuros problemas".
6.- Como todo tipo de conducta, se encuentran muy mediatizadas por las ideas y
creencias respecto a la situación y a la actuación propia de los demás.
7.- Tanto los déficits como los excesos de la conducta de interacción personal
pueden ser especificados y objetivados con el fin de intervenir sobre ellos.
El entrenamiento en habilidades sociales puede ser aplicado prácticamente a todo tipo de
problemas ya que parece existir una estrechísima relación entre dichas habilidades y la
salud (Pérez Pareja, 1997); de ahí que el ámbito de aplicación de estos entrenamientos se
haya extendido desde la psicología clínica hacia otras áreas de la psicología como por
ejemplo:
* El campo de la Psicología de la Salud está aplicando programas específicos para
trastornos crónicos (mejora de la autoimagen en niños y adolescentes).
Diversos estudios apuntan la existencia de una relación inversamente proporcional entre
la ansiedad y el comportamiento socialmente hábil (Orenstein, Orenstein y Carr, 1975). Tal
es así, que en las intervenciones realizadas con programas de entrenamiento en habilidades
sociales, no sólo se obtiene de forma directa una mejoría de estas, sino que, de forma
indirecta parecen facilitarse importantes reducciones de la ansiedad, incluso en sus
manifestaciones clínicas (Chambless, Hunter y Jackson, 1982). Por tanto, se ha considerado
con cierta frecuencia que la ansiedad social está muy relacionada con la falta de habilidades
sociales, de hecho, a menudo a la hora de evaluar conductas sociales se han utilizado
instrumentos que miden la ansiedad social en vez de cuestionarios de habilidades sociales
(Fernández Ballesteros y Carrobles, 1991).
Por mencionar otros estudios que también han analizado la relación entre ambos
constructos, podemos destacar el trabajo de Burkhart, Green y Harrison (1979) en el que se
realizaba una evaluación de la ansiedad dentro del estudio de la validez predictiva y de
constructo de una medida de la asertividad. El trabajo de Hollandsworth (1976) donde se
analiza correlacionalmente la relación entre miedo social y asertividad. Y el trabajo de
Beatty, Plax y Kearney (1984) en el que estudiaron la validez concurrente del cuestionario
"Personal Report of Comunication Apprehension - PRCA 24" con la Escala de Asertividad
de Rathus (RAS), analizando por tanto las variables asertividad y ansiedad a hablar en
público.
De cualquier forma, los mecanismos que explican esta relación no están aún claramente
definidos. Se ha señalado la influencia de diversas variables en función de distintos
modelos explicativos de la adquisición y mantenimiento de la ansiedad, como por ejemplo:
la exposición a situaciones ansiógenas durante el entrenamiento (Turner, Beidel y Cooley,
1994); la modificación de variables cognitivas como las expectativas de autoeficacia
(Valerio y Stone, 1982); la percepción social o interpersonal adecuada (Rosenthal, 1979); la
capacidad de ponerse en el lugar de la otra persona (Argyle, 1969); la modificación de las
autoverbalizaciones negativas (Caballo, 1983); y se nos ocurre como otra posible
explicación el aumento de la capacidad de controlar el contexto con la consiguiente
reducción de su potencialidad ansiógena. Probablemente sean todas ellas las que, de forma
conjunta, pueden dar cuenta a estas reducciones de la ansiedad (Caballo, Andrés y Bas,
1997).
OBJETIVOS
El segundo objetivo será verificar la existencia de los descensos de ansiedad evaluada en
sus tres sistemas de respuesta, incluso cuando se presenta en niveles clínicos.
Por último, el objetivo fundamental será analizar y estudiar la relación entre el
incremento de las habilidades sociales y la disminución de los niveles de ansiedad.
MÉTODO
Sujetos
Instrumentos
El ISRA presenta un formato S-R y consta de 224 ítems, formados por la interacción de
22 situaciones y 24 respuestas representativas de los tres sistemas de respuesta. Incluye,
además una situación abierta que puede ser descrita por el sujeto, de gran utilidad en la
práctica clínica.
El objetivo del ISRA es posibilitar mediante la valoración de respuetas específicas ante
situaciones concretas una evaluación de la reactividad de los tres sistemas de respuesta
(cognitivo, fisiológico y motor) así como una medida de cuatro áreas situacionales ligadas a
diferencias individuales, estas son: FI ansiedad ante la evaluación, FII ansiedad
interpersonal, FIII ansiedad fóbica y FIV ansiedad ante situaciones habituales o de la vida
cotidiana.
El sujeto debe responder a los ítems de acuerdo con una escala de frecuencia de 5 puntos,
donde 0 es "casi nunca" y 4 "casi siempre", indicando la frecuencia con que aparece cada
una de las respuestas ante cada situación.
- Sistemas de respuestas
Las puntuaciones directas obtenidas en cada escala y en el total pueden ser transformadas
en puntuaciones centiles, lo que permite conocer el nivel del individuo en relación a la
población de referencia.
Cuanto menor sea la puntuación en este cuestionario, menor será el nivel de habilidades
sociales.
Procedimiento
FASE II: Una vez estudiadas las áreas deficitarias de los sujetos se inicia esta fase que
es esencialmente de tratamiento. Consta de 8 sesiones en las que se entrenaban diferentes
facetas de las habilidades sociales. Todas las sesiones tenían la misma estructura:
A continuación describimos superficialmente cada una de las sesiones del programa:
En la séptima sesión se les explica las técnicas necesarias para modificar pensamientos
negativos y cómo sustituirlos por otros más adaptativos; cómo reducir niveles de activación
fisiológica y aprender conductas adecuadas para la intervención a nivel no verbal y
paralingüístico. Esto se hizo con el objetivo de crear y fomentar estrategias útiles para
afrontar con éxito las situaciones que requieran intervenciones en público. Se aplicaron las
siguientes técnicas: Autoinstrucciones; Entrenamiento en Respiración Abdominal;
Modelado; Técnica del duelo al sol y Ensayo de conducta.
CONCLUSIÓN
En principio, los tres objetivos inicialmente propuestos se han alcanzado. El primero de
ellos, con un matiz esencialmente clínico, ha sido conseguir mejorar los recursos de
afrontamiento de los sujetos en las situaciones de interacción social. El análisis de datos nos
muestra importantes disminuciones en la incidencia de pensamientos negativos en casi
todos los factores medidos por el cuestionario EMES-C . Estas mejorías son de mayor
magnitud en pensamientos relacionados con el temor a hablar en público y a enfrentarse
con superiores, el temor a la desaprobación de los demás y a expresar sentimientos
negativos o a rechazar peticiones, el temor a hacer y recibir cumplidos, la preocupación por
la impresión causada en los demás y el temor a la defensa de derechos.
En lo que se refiere a las mejorías relativas a conductas sociales autoinformadas por los
sujetos, es decir, los datos ofrecidos por el cuestionario EMES-M, aparecen mejorías en
prácticamente todos los factores, destacando por su mayor magnitud las aparecidas en
situaciones de iniciación de interaccones, hablar en público y enfrentarse con superiores,
defensa de los derechos del consumidor, expresión de molestia, desagrado y enfado,
expresión de molestia y enfado hacia familiares, aceptación de cumplidos y tomar la
iniciativa en relaciones con el sexo opuesto.
En cuanto al segundo objetivo, hemos podido verificar la existencia de esa disminución
de la respuesta de ansiedad como consecuencia de la aplicación de un programa de
entrenamiento en Habilidades Sociales que en los trabajos anteriormente citados se
apuntaba.
En lo que se refiere al tercer objetivo, es decir el análisis de las relaciones entre la
ansiedad y la conducta socialmente hábil, el análisis de resultados nos ha permitido obtener
las siguientes conclusiones:
Por lo que se refiere a la ansiedad (ISRA) en relación con comportamientos socialmente
hábiles (EMES-M), el Sistema de Respuesta Cognitivo sigue manteniendo claramente una
posición muy relevante, aunque lógicamente, tanto el Sistema Fisiológico, como el Motor,
adquieren también importancia. Por su parte, en las áreas situacionales volvemos a
encontrar que la medida por el factor F-IV (ansiedad ante situaciones habituales o de la
vida cotidiana) es muy importante, y en este caso también adquiere relevancia la medida
por el factor F-II (ansiedad interpersonal).
Como hemos visto, se han producido reducciones significativas en todas las variables del
cuestionario ISRA, pero estas modificaciones en el resto de las variables están menos
relacionadas con los factores que miden los cuestionarios EMES-C y EMES-M.
Es interesante indicar cómo el área situacional menos relacionada con el cuestionario
EMES-M, la medida por el factor F-III (ansiedad fóbica), sólo muestra correlaciones
significativas con tres factores del mismo que hacen referencia a situaciones de mucho
poder ansiógeno, y que por lo tanto pueden provocar muchas conductas de evitación. Estas
situaciones son: hablar en público (Factor 2), defensa de derechos del consumidor (Factor
3) y tomar la iniciativa con el sexo opuesto (Factor 9).
En lo referente a las conductas sociales que aparecen más relacionadas con las variables
de ansiedad, destacan la iniciación de interacciones (Factor 1), el hablar en público (Factor
2), la defensa de derechos (Factor 3), la expresión de molestia, desagrado y enfado (Factor
4), la expresión de sentimientos positivos hacia el sexo opuesto (Factor 5) y tomar la
iniciativa con el sexo opuesto (Factor 9). Parece claro, y era de esperar, que los factores que
muestran más relación con la ansiedad se corresponden con aquellas situaciones sociales
que podríamos llamar más "dífíciles" o "comprometidas". Este tipo de conductas son las
que generan mayores niveles de ansiedad que el resto de las conductas medidas en el
cuestionario EMES-M.
Respecto al fenómeno que hemos observado del aumento del número de correlaciones
significativas en la evaluación postratamiento con respecto de la evaluación pretratamiento,
hay que hacer una reflexión. Inicialmente, ante este resultado, lo primero que pensamos es
que la relación entre la ansiedad y los pensamientos y conductas sociales se había hecho
más clara tras la realización del programa de entrenamiento, pero pronto surgió la hipótesis
de que no era la relación entre estas variables lo que se había modificado, sino la
percepción de esa relación por parte de los sujetos. Es decir, los sujetos se han enfrentado a
las mismas pruebas en dos momentos distintos. En la primera ocasión desconocen casi por
completo, o al menos tienen un conocimiento popular, de qué son las habilidades sociales,
cómo son, cómo se pueden mejorar, y por tanto, creemos que también tienen un
conocimiento poco exhaustivo de "cómo son sus propias habilidades sociales". En la
segunda evaluación, tras haber realizado el programa, son "prácticamente" unos "expertos"
en habilidades sociales desde el punto de vista teórico.
Este cambio en la información que los sujetos poseen provoca, de alguna forma, una
mejoría en su capacidad de autoobservación, esto también provocará cambios en la forma
de percibir, interpretar y contestar a los ítems. Probablemente este aumento en el número de
correlaciones nos dice que los sujetos en la segunda ocasión en que contestan a la prueba lo
hacen de una manera más coherente, más ajustada a la realidad.
Si esto es así, nos está ofreciendo un factor contaminador no controlado, ya que estamos
comparando algo más que la ansiedad, los pensamientos distorsionados o las conductas
socialmente hábiles. Comparamos también el cambio que se produce en la forma que tiene
el sujeto de percibir su propio problema. Este factor contaminador también puede amenazar
la evaluación de la eficacia de cualquier otro tipo de intervención terapéutica,
especialmente las de corte más cognitivo en las que se ofrece al paciente mucha
información sobre la naturaleza de su problema.
Retornando al ámbito de nuestro trabajo, y a modo de resumen, podemos concluir que se
ha verificado la existencia de los descensos de la ansiedad tras la aplicación del programa
de entrenamiento en Habilidades Sociales. La relación entre la ansiedad y las conductas
socialmente habilidosas está especialmente mediada por la actividad del Sistema de
Respuesta Cognitivo, y muy influida por el rasgo específico de ansiedad ante situaciones
habituales o de la vida cotidiana. Las situaciones en que estas relaciones entre las
habilidades sociales y la ansiedad son más claras son aquellas situaciones que pudieramos
denominar como más "difíciles" o "comprometidas".
Por último, nos preguntamos si los sujetos que disponen de menos recursos en sus
interacciones sociales tenderán a mostrar puntuaciones más elevadas en este factor F-IV
que otros sujetos que no tengan este tipo de dificultades. Sería interesante verificar no sólo
esta tendencia, sino además discriminar la misma en el perfil con respecto del resto de
variables de ansiedad que ofrece el cuestionario ISRA.