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Documento de trabajo
E.Téllez ©
Apunte Docente
2019
Haya sido utilizando el corredor que sorteando las inmensas lenguas glaciares
llevaba al centro de las praderas norteamericanas, o por vías alternas (una altamente
probable, como postulan las últimas teorías, pudo ser la costa norteamericana borderiza al
Pacífico, despejada de hielos y plena de recursos, aunque gravada por la necesidad de
valerse de medios de navegación que, queda dicho, no es totalmente desestimable), los
descendientes de las primeras oleadas sobrepasaron en un momento impreciso la línea
ecuatorial, penetraron en fronteras ignotas y hace más de 14 mil años se encontraron
incursionando en los bosques subantánrticos de la América meridional (Monte Verde, en
el sur chileno) y en la Patagonia oriental, lo que cuestiona seriamente la primacía de la
cultura plano (o clovis), como asociación fundadora del poblamiento americano.
¿Cuándo llegaron? Según varios hace 40 0 50 mil años cuando menos. De acuerdo
a otros tantos no más de 12 a 13 mil años atrás.
Sobre la ruta por Bering se hace mucho menos cuestión que acerca del momento y
la identidad de quienes la indagaron primero. Los supuestos varían pero finalmente se
reducen a las dos líneas interpretativas que hoy se mantienen en lucha. Su mayor o menor
valoración dependen del cual lado de los contendientes se ponga uno Es decir, si se tolera
que las más primitivas ocupaciones ocurrieron en el tramo final del pleistoceno (Wisconsin
tardío) o si se acepta para aquellas una fecha mucho más remota (Wisconsin medio y
temprano); incluso algunas tan distantes como para situar el poblamiento homínido en
los finales del glaciar Illinois.
La antigüedad de los sitios, industrias y residuos biológicos dejados por los pueblos
cobrizos durante el avance que los trasformó definitivamente en americanos ha dado
pábulo a una tenaz controversia entre quienes sostienen la tesis de una ocupación tardía –
no mayor a 13 mil años- y los que defienden fechados mucho mayores.
La cuenta corta. Para una influyente corriente arqueológica la historia humana del
continente parte de una efeméride precisa: las primeras incursiones de cazadores
paleoindios provistos de eficaces puntas líticas con aflautado en las llanadas de Clovis
(Nuevo México), muy al sur de la gran barrera de hielos, entre 13 250 a 12 650 AP; y
por paleoindios deberemos entender, como dice Schobinger, a porpiamente “cazadores de
megafauna”, quien está pensando en partidas que usan proyectiles, como los encontrados
en los sitios de Clovis y Folsom.
La cuenta larga. Están, desde luego, aquellos que piensan en un horizonte sin puntas de
proyectil; sustentado en poblaciones que portaban un utillaje rudimentario, afín con las
industrial del paleolítico inferior euroasiático, compuesta principalmente por
Hay en Siberia industrias de núcleos y lascas cuya semejanza formal con exponentes
recobrados en el Canadá noroccidental, en California y en México hacen presumir
contactos estrechos entre poblaciones del Nuevo Mundo y del N.E. de Asia, lo que ha
llevado a algunos a postular migraciones hacia la América boreal hace más de 80 mil años.
Otros, han postulado entradas más tempranas. Ha llegado a hablarse de ingresos
homínidos ocurridos hace 200 mil años, incluso en el 300 mil, muy anteriores al
interglaciar Sangamón, vinculadas, tal vez, con avances hacia el oeste de erectus
asiáticos, estimaciones que levantan suspicacia por lo precoces. Así y todo, William
Irving, descansando sobre dataciones en serie de uranio sobre huesos quebrados de
caballos y proboscídeos, ubicados en depósitos correspondientes al Illinois tardío, en el
sitio de Old Crow, ve en ellos intervención antrópica y una „fuerte sugerencia‟ para
estimar la presencia humana en Norteamérica en 350 mil años. Schobinger, siguiendo la
minuciosa revisión de Irving de distritos „clásicos‟ acoge “la viabilidad teórica de la
presencia del hombre a partir de los 300.000 años”, específicamente de erectus adaptados a
los inviernos fríos de la China septentrional y de Manchuria, los cuales, tras desplazarse a
lo largo de la costa pacífica norte, pasaron, al igual que lo hizo después el primer oleaje
sapiens, al suelo americano durante el último interglaciar, extinguiéndose o siendo
absorbidos después por otras migraciones. La navegación no habría sido un obstáculo
insalvable. Si lo hizo en su momento la fauna pleistocena ¿por qué no los pre-sapiens?
Considerando, además, que durante el penúltimo glacial, Illinois, también quedó develado
el bienhechor puente de Beringia.
Lo anterior sigue siendo una hipótesis adornada por la belleza sin virtud (la de la
comprobación) después de cincuenta años de formulada.
James Adovasio cree sin embargo haber dado, al fin, con la llave dorada que
franquea la puerta de los siete sellos. En el alero rocoso de Meadowcroft (Pennsylvania),
a no mucha distancia del antiguo hielo glaciar, excavó con su nutrido equipo de asistentes
un plausible asentamiento humano plagado de novedades: un fragmento de cestería dio
19.500 años (con error de 2.400), en tanto otra secuencia de fechados (C14) verificó una
ocupación que se sostuvo hasta el 12.800 A.P. Con todo, tales evidencias no contentaron a
la arqueología conservadora. Se ponen en cuestión los métodos y técnicas de datación
empleados. Se aduce posible contaminación de las muestras, la poca probabilidad de que se
trate de auténticos restos culturales y la falta de concordancia entre los supuestos
vestigios y el paleoambiente que los rodeo. Meadowcroft, tan abnegadamente prospectado
por Adovasio y su gente, sugieren la actuación de bandas de cazadores en un medio afecto
a transición climática, con fauna y flora templada, a lo menos entre 15 y 16 mil años AP.,
pero remontables, como dijimos, a 19.500. Pensar un poblamiento inicial para el territorio
americano entre 15 y 20 mil años AP., no parece nada insensato. (CONTINUARÁ)
NOTAS
II. De hecho, los cazadores clovis mataban la fauna norteamericana con puntas
acanaladas muy distintas a las puntas arranuradas confeccionadas a partir de
astas de caribú en las que se insertaban pequeñísimas hojas, puntas sumamente
usuales en el equipo venatorio de los cazadores de las llanadas siberianas.
Empero, las gentes de Siberia aparte de las populares puntas de asta
manufacturaban una limitada cantidad de puntas líticas de talla delicada; los
cazadores Clovis, a su vez, no desdeñaban hacer puntas de asta. Todo lo cual
permite presuponer, al menos, que los siberianos, en la medida que al marchar
hacia el mediodía dejaban en saga la región del caribú, habrían terminado por
adoptar la punta de estilo clovis.
III. Hay, v.gr., notables semejanzas entre los artefactos líticos y óseos de
alrededor de 80 mil años encontrados en depósitos del noroeste canadiense, en
California y en México, y el instrumental de lascas y núcleos (característicos,
se dice, del Paleolítico Medio y acaso del Inferior) producidas por remotas
bandas siberianas; hallazgos desacreditados, en todo caso, en su cronología y en
su presunto origen homínido (serían geofactos generados por acción de agentes
naturales) por la parte detractora. De otro lado, en Mongolia y en Alaska se ha
detectado una industria muy afín de láminas y de menudos núcleos de piedra.
Esas hojas (semejantes a las levallosienses) y nimios núcleos líticos para unos
habrían sido factuarados por la mano humana hace 35.000 años; para otros
entre 20 y 15.000. El punto es que los antiquísimos asiáticos que los labraron
habrían podido pasar en alguno de aquellos episodios temporales a la América
septentrional llevando consigo ese patrón técnico, visible en una y otra orilla
del estrecho de Bering. Mas de esto no hay certeza. Por demás, una data tan
lejana despierta reticencias. Y no puede ser menos. En un contexto de análisis
en el que sitios e incluso fechados absolutos algo superiores a 20 o 30 mil años
son mirados con recelo y hasta con incredulidad.