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la pena de a.

Fernanda Castell
la pena de a.

Fernanda Castell

Castell, Fernanda
La pena de A. - 1a ed. -
Ciudad Autónoma de Buenos Aires: Expreso Nova Ediciones, 2014.
94 p. ; 22x15 cm.

ISBN 978-987-45475-5-2

1. Narrativa Argentina. 2. Novela. I. Título


CDD A863

Fecha de catalogación: 28/07/2014


Hecho el depósito que indica la Ley 11.723
Editor: Jorge Hardmeier

©2014. Expreso Nova Ediciones


Azul 855, Dto 8, Ciudad Autónoma de Buenos Aires
expresonovaediciones@hotmail.com

Diseño: Alfredo Baldo

Impreso en Laimprentaya, Munro, Buenos Aires, Argentina


Agosto 2014
PRÓLOGO

Distorsión, es quizá la palabra clave de “La Pena de


A.” esta novela de Fernanda Castell. A., Azucena, que
funge como protagonista pero comparte cartel con L., se
pregunta ¿con el chico cómo hago si mientras adentro me
aleteaba, todo claro? Y el esquema se subvierte, la madre
se va como marido que va a comprar cigarrillos, dejando
al hijo al cuidado de su amiga. Y el título podría haber
sido “El viaje de A.”, viaje si no iniciático –no se trata de
pasaje a la adultez de un carácter joven o niño- es viaje
de mujer, de plantar todo, pero más que nada el vínculo
que más oprime y encastra al ser humano en un guión:
la maternidad. Azucena tiene a J. cuando aún no sale de
la somnolencia larval de la adolescencia. Narcolepsia,
sentencian, llamando así a la nube de automatismos que
toma la vida de mujer apenas pare. Y la docencia, sostén
de la economía familiar, con los cieguitos, que beben los
cuentos que la maestra improvisa, verdadera voz narra-
dora, si narrar para vivir es la nuez de la literatura. Voz
que reaparece en inserts poéticos, donde las imágenes
del mundo onírico que Castell ya ha desarrollado en “La
construcción de lo desagradable” reaparecen.
Y en sus paisajes preferidos: el agua, las islas, los seres
intermedios entre los asqueroso y lo primigenio. Que se
adhieren a la protagonista como mascotas, como talis-
manes. Críar sapos y beber su agua como pócima, fe-
tichizar las plumas del avestruz para los ensalmos que

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alejen a la madre, siempre amorosa y castradora. Los su ilación, su modo propio de gozar: vulva habladora
seres inclasificables, como el bicho raro de la fábula es- no paraba de decirle lo que tendría que haber hecho si
colar, siempre portadores de estados intermedios, entre de no haber huido hubiera sido la greda se le derramaba
la broma y el asco, la ironía y la desolación. de los dedos como la arena de su isla y las cañas ahora le
Maternidad hay más y antes hacia arriba, la madre relataban a ella todos los cuentos que había esparcido en
de A., Olimpia, tercera pata de la panoplia femenina la penumbra.
que Castell despliega. Olimpia en su persistencia, en el
ultramundo de los cirujas, la comarca, desde donde ins- Genoveva Arcaute
pira el rumbo de la hija con un lema: Dejá vivir, boluda.
Y dueña de la ironía: Bah… si seguía en plan irónico no
se liberaría jamás. Es que Olimpia filtra con sorna la in-
capacidad eterna de la hija, pero ése es su procedimien-
to para sobrevivir a la hostilidad del mundo. Resolver
la ecuación de la madre es una, otra, de las ímprobas
tareas femeninas.
L., por su parte es y no es la contrafigura de Azucena.
Muchacha rebelde, se hace cargo del hijo ajeno y aguan-
ta el periplo de la amiga, aunque también padece viejas
entrometidas y goza mieles masculinas.
Quizá no deberían cerrarse estas líneas sin repasar
al doctor Pinzón, humanísimo varón oprimido por un
monstruo tierno, Nelly, y expulsado a psicoanalizar al
símbolo del estrellato televisivo de estas latitudes, de-
primida por ser una impostora, y en cuyo regazo lingual
el pobre hombre encuentra consuelo y placer. Atiende
al niño Juan, hijo de Azucena, y así entra en contacto
con las amigas, pero, en esto Castell es irreductible, sólo
logra acercarse con la intercesión de otro fantasma, el
del doctor Gregorio de La Ferrere, desafortunado cien-
tífico, cuyas teorías quedan en la sombra por haber sido
contemporáneo de otra luminaria, vienesa. Esto por el
lado de los varones, agregando a algunos buenos mu-
chachos que endulzan la vida de las amigas sin pasar de
sus fronteras amatorias.
Castell despliega un imaginario de sólida y profusa
filiación, como quería Barthes en una novela, la de la
potente voz que narra, pero narra mujer, con su lógica,

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LA PENA DE A.
Azucena

El miedo es un gusano que actúa de día. Manifies-


ta su mayor actividad metabólica en ciertas ocasiones.
Cuando nace un ser humano por ejemplo. Un modo
peculiar de ataque es garantizar un estado compulsivo
de vigilia. Así, el sueño, ese elemental viaje íntimo, se
convierte en una cruzada imposible. Durante los pri-
meros días de la crianza, esos seres adulterados por algo
más que los años, son más obtusos que de costumbre.
En la casa de al lado de L. vive su amiga Azucena.
Quien, antes de que el sol escalde va al jardín a regar las
plantas. El sol en el desierto es muy fuerte y faltan los
pájaros. Tanto L. como Azucena ignoran lo que es volar.
Sólo ven de vez en cuando algún plato o zapatilla que la
madre de L. le arroja al padre, que además de distraído,
es sordo. “Te dije tal cosa”. “Qué me importa”, le contes-
ta el padre.
Tan seguido vuelan cosas en la casa de L. que pien-
sa que esa, es una condición natural como que el gato
gris maúlle en la ventana o se caigan los limones de la
planta. En esto de dormir también se vuela. Se vuela de
fiebre, de rabia, de llanto. Y los padres también vuelan
de la cama grande a la cuna del bebé que berrea porque
de pronto una sombra le parece que es el perro de don
Carlos o los teros de la plaza le picotean los dedos. Afe-
rrada a su muñeca de guata, se duerme y sueña que esa
muñeca en verdad era la tortuguita verde del terrario.

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La enfermedad del después mordía la nuca y le volteaba la cabeza en la mesada, al
borde del moisés, en la mesa de la cocina, al lado del
bebesit. Los pelos se le pusieron tiesos como dos tren-
zas calcinadas y para no dormirse tomaba litros de café.
Tan triste estaba. Tan exigida. Sin dormir, permanecía
mirando la cuna para no olvidarse de nada. J. lloraba.
Cuando cumplió seis meses y empezaba a sentarse,
Azucena observaba como tomaba entre sus deditos los
juguetes mirando hasta el detalle. Nada parecía pertur-
barlo. Se dedicaba por entero al conocimiento de los
objetos que lo rodeaban con la voracidad de un lagarto
A los doce le gustaba ir a los juegos y hacer muecas ante los más jugosos bocados.
en el espejo. Un día se quedó en la cama porque se había Para el día del niño le regalaron un montón de ani-
esguinzado un tobillo. Su mamá, que tenía que trabajar, malitos de felpa de todos colores, J. los estudiaba con
le decía. gran dedicación. Había algo en J. que llamaba la aten-
—Dormí, dormí que esta feísimo. ción de su mamá. El chico no perdía un minuto. Ese
Cuando el médico le dio el alta, Azucena sintió un cuerpo cartilaginoso se proyectaba en las cosas. Una
profundo sueño: continuidad gozosa, plena. Durmiendo el tiempo justo,
—Mejor me voy a dormir un ratito —le dijo a su respondía a un mandato: no perderse de nada que todo
madre. era un alimento. Las luces de neón, las espinas del cac-
—Está bien, está muy feo, hace frío —respondió su tus, el reflejo en las plumas del avestruz.
madre absorta en las medias de punto. Pero no era eso exactamente lo que la tenía preocu-
Azucena siguió así por un tiempo largo. Por ahí tenía pada. Era otra cosa. Algo del orden de la calidad de los
ganas de saltar, pero se desinflaba como un globo ave- acontecimientos. No la cosa misma. Algo sutil que en
jentado, “Mejor lo hago después. Tenía ganas de correr, se ese espejito oblongo y ecolálico se reflejaba acerca de su
podía tropezar... después lo haría. Tenía ganas de pintar, propia sustancia: “hace años no sólo se había esguinzado
se ensuciaría las manos y el mantel. Mejor, si tenía ganas, el tobillo, se le había enfermado el tiempo”.
después lo haría”. Y se iba a dormir entre sábanas per- Una cantinela devastadora se desplegó en su pabe-
fumadas y almohadones. Esa fue su iniciación en el arte llón auditivo y un fraseo punzante le martilló el yun-
de procrastinar. que destruyendo el oído medio y la zona del equilibrio:
Creció. Se cortó las trenzas. Conoció a Manuel. De- “Azucena ordená los juguetes. Sacá las cosas de abajo de
cidió que era necesario y se propuso entre bostezo y la cama, no te ensucies la ropa, apurate, Azucena, no te-
bostezo, enamorarlo. Todo dejó para después hasta que nés gracia. Qué falta de gracia tiene ésta”. Las viejas pa-
nació J. Un bebe redondo y colorado. Azucena le pidió labras le atenazaron la nuca entre irresistibles picos de
auxilio a su madre. Había que alimentar a J. Había que narcolepsia.
bañarlo y cambiarle los pañales. Y Azucena se dormía La vida de su hijo era sencilla, como la vida de los
como si pudiera dejar todo para después. El sueño le girasoles que siguen exactos, el círculo del sol. Le gus-

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taba comer zapallo con maicena y tomaba leche como ¿Cómo seguir la historia? Los chicos crecen y en
un ternero. Le fascinaban los pájaros y los ratones, no esto de crecer van mordiendo las cosas como si fueran
entendía por qué la gente se sacudía espasmódica ante chicles. Van comiendo desayunos, cenas, gente. Ellos
los ratones y las arañas. Las noches en el desierto eran incorporan. Los adultos expulsan. La enfermedad del
frescas. Frescas y luminosas. Su cuna era una piragua en tiempo no se sana. Se controla con medicamentos o con
un mar de tierra colorada. Soñando, flotaba en un río atarse fuerte a la arista de las cosas. Se fueron del de-
seco como el cañadón cercano a su casa. sierto. Compraron una casa en la ciudad. En el fondo
Un día Manuel lo llevó al desierto todo lleno de cac- tenían un limonero y una parrilla donde cocinaban de
tus con los brazos erguidos como espantapájaros. El vez en cuando algún pollo. Pero Azucena se agrietaba
chico salió de la camioneta y más rápido que una liebre como las lajas del desierto. Los pechos se le secaron al
se metió en el refugio del Lagarto Overo, de ésos to- compás de cada diente de J. La noche le oscurecía la
dos manchados. Gateando, llegó al fondo y escuchó un cabeza. Le dolían los ojos por falta de sueño.
¡Puash! Parecido a cuando se tiraba en la pileta de su pa- Pasaban los días envueltos en un lienzo mágico
tio. Claro, los conocía, eran azules y brillantes y flotaban y mentiroso. Como el de la cortina de un cuarto que
tranquilísimos en un lago oscuro. Comió unas cuantas muestra y oculta. “Yo camino, junto a vos pero por el bor-
frutillas, se bañó con ellos y sin mirar hacia atrás volvió de”. La nuca le reverberaba. La madre le dictaba cosas
a la superficie. Manuel estaba verde. Afónico, lo sacudió como en una escuela.
y prepotente, lo sentó en la silla de viaje. Una noche les dejó la comida lista en el horno. Un
Cuando despertó, sentado a la mesa con un amena- rico soufflé de espinaca con salsa y se fue a caminar. Lle-
zante plato de porotos, comió algunos y no se resistió al gó a un bar, se pidió una Margarita. Y le entró el gusano
baño obligado de todas las noches. Azucena había per- de las ganas. Las piernas se le pusieron ligeras. Y los pe-
cibido algo de la experiencia de su hijo. Su pelo estaba chos, secos, se le inflaron. Conoció a Gabriel. “Yo a mi
húmedo y reluciente. Prefirió no preguntar. casa no vuelvo”.
Le contó el cuento de quien siguió a un conejo y cayó El tipo era agrimensor. Trabajaba en el Ministerio de
en un pozo mágico... “algo parecido a mí” y Azucena en- la Producción. Azucena imaginaba que era como una
tendió que su hijo era de los que al abrir la puerta del especie de ingeniero. Casado, aburrido. Iba todas las
ropero, se pierden en una selva. Sin buscarle una lógica, noches a ese bar a jugar al ajedrez. Cuando la vio pensó
decidió seguir de cerca a su hijo. Sin saber, estaba reco- que era un gato. La situación no fue aclarada:
rriendo la ribera de ese lago escondido, donde J. flotaba —2000 servicio completo, toda la noche.
libre, en el centro exacto. Los días transcurrían plega- —Todo lo que yo quiera, sin vueltas.
dos como el lienzo de las cortinas. Todo estaba quieto. Se fueron a la costanera. Durante todo el viaje, el tipo
Quieto y callado como en el cuarto de su abuelo cuando se pasó masturbándola. Era un buen topógrafo, sabía
se estaba yendo. La gente grande de pronto se encorva y donde tocar. Detuvo el auto:
los ojos brillantes se secan. Así se van de sus casas por- —Vamos para atrás hay un bolso. Untáte el dedo y
que les llega el momento. metémelo en el culo.
Azucena, totalmente vestida, se encontraba con el
* dedo en el pote de vaselina y rítmica, le fondeaba el

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culo. Aullaba como si lo estuvieran capando. Ella, en su fuera un búho. Azucena había leído que los sapos echan
perplejidad, sentía el inefable placer de fisurar el orto con su orín al muerto que no sabe irse. Como se dedi-
del infeliz. Cuando terminaron le pidió que se tocara las caba al cultivo hidropónico de verdes, su devoción por
tetas y se metiera un vibrador. Cuando ya había perdi- la cría de anfibios, no llamó para nada la atención. El
do las esperanzas de ser cogida, la agarró de la nuca, le ritual consistía en que la luna proyectara su imagen en
metió la lengua hasta el gañote. Y la cogió por adelan- el piletón cultivado cada noche de plenilunio. Se debía
te y por atrás. Culo, vagina, boca. Perdió la noción del cortar el agua con una hoja de acero curada en fuego
tiempo. alimentado con pelos de la muerta. Como no había, de-
Amaneció. La dejó en el bar. cidió alimentarlo con las plumas del avestruz propiedad
­­—¿Tenés un celular? de la finada. J., fascinado en los menesteres biológicos,
—No. no captaba el trasfondo de los actos de su madre, quien
—¿Te busco acá entonces? hincaba rutinaria, el cuchillo en el piletón.
—Cuando quieras. La casa se les venía encima. Tanto como la voz are-
Entró al bar, se tomó un café con leche con media- nosa de la vieja, anudada a su nuca como una trenza.
lunas. El sabor se le mezclaba con el semen. Qué hijo Se perdía en respuestas inútiles a la muda arenga. Pare-
de su madre. Respiraba profundo mientras paladeaba el ciera que la muerte libera, amplifica, potencia, el poder
café. Volvió. Tenía que alimentar a su hijo. de la maldad. “vieja asquerosa quedate muda entre los
terrones de tierra”.
* La abuela sólo quería decirle que la dejara en paz,
Nuevamente se pregunta como se inventa un cuen- que ya había encontrado una manera de vivir en las
to en un tiempo en que no pasa nada. Sencillo. Sería agujas de la catedral. Si se había convertido en un es-
como acodarse a una ventana y ver pasar la gente, los píritu errante era porque el rito lunar tenía un efecto
autos, el chico del diario. Todo igual día tras día. En ese paradojal. “Estúpida, nunca nos entendimos”. Mucho
transcurso el chico aumenta de peso y la gente envejece. menos ahora cuando la distancia molecular era incon-
Vieja, ¡Vieja estaba su madre! Cuando los visitaba, des- mensurable. Mientras, su nieto se divertía, sobre todo
pegaba el piso de tanto tirar fluido Manchester. Azuce- al ver a su abuela con las medias caídas y el vestido de
na se ponía roja y verde como una sandía. Una tarde le seda arrugado. Había que aguantar la sudestada. Tenía
sirvió un té. Y de golpe la abuela empezó a retorcerse hambre. Desarreglada y hambrienta se sentía la ciruja
como un gusano de goma. Llamaron al médico: del barrio. ¿Qué comer? La tonta de su hija había culti-
—Ataque de vesícula. La operaron y se murió. vado sapos. Y tragarse un sapo, era más de lo que podía
“Mamá descansa en paz”. soportar.
Azucena empezó a criar sapos en unos piletones. J.
maravillado les enseñaba a saltar. Y croar. Llevaron un
avestruz que la abuela tenía en el fondo de su casa. Ponía
unos huevos enormes. Sentía que la vieja se le había me-
tido en el cuerpo. Como un animal embalsamado, apa-
recía de noche, revoloteaba y la cabeza le giraba como si

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L. *
De un día para otro, se encontró rodeada de cie-
guitos. Tenía dos frentes de batalla: la narcolepsia y su
tendencia postergadora. En la mesa de la sala encontró
una caja de fósforos Tres Patitos. “¡Qué cosa, desde que
recuerdo siempre los fósforos se llamaron Patito!” Pensó
con la mente aletargada. “Losprendofuegonovoyapoder...
¿Qué les cuento?” Recordó a J. y su habilidad para armar
torres con cartas españolas, respiró profundo.—Chicos,
había una vez una señora flamenca vieja vestida de gasa
con las medias de seda caídas. Se estaba yendo a una fies-
Una noche de lluvia apareció su amiga de la infancia. ta y la agarró una sudestada. Como tenía frío hizo una
Le dio un abrazo fuerte. J. le pareció un animalito gordo fogata en un claro del bosque... ¿Cómo hacer el fueguito?
y querendón. Les hizo croquetas de higo, como las que ¿Cómo hacer el fueguito? En el arroyito cercano había
comían bajo la higuera de su madre. No tenía hijos, des- una familia de patitos, ¿cómo hacen los patitos?—Cuá—
de que había vuelto al país, vivía con su madre viuda. L. respondieron los chicos.—En la familia de patos había
era gordita y conservaba la costumbre de dormir sepul- un patriarca que tallaba los juncos dejándolos resecos al
tada en mantas de guata. Su vida se había tornado como sol. Una tarde cayó un meteorito de azufre y fosforita.
la de cualquier cactus del desierto, en necesaria quietud, Cuando pasó la bola maloliente, cada junco, como un
espinas y blandura acuosa por dentro. También padecía fino cuchillito rasgó un poco de mineral, quedando er-
a la madre. guidos con una gota de fosforita en la punta. Así los patos
Encontró a su vecina con un nudo de sueño en cada crearon los fósforos, que es decir el fuego y lo comerciali-
ojo. Maloliente, la dentadura marrón de cafeína. Decidió zaron. Por eso los mejores fósforos se llamaron Tres Pa-
lavar con vinagre blanco los zócalos de la casa, rasque- titos que en realidad fueron en un principio 222 juncos
tear las paredes y erradicar cuanto insecto vivía parasi- resecos. —¿Y la flamenca?—Pasó a la historia como la
tando el lomo del pobre gato—¡Ja ja así que la vesícula primera en su especie que pudo hacer fuego para abrigar-
se intoxica! ¡Ojalá mi madre se tomará el mismo té que se y poder llegar a la fiesta con las medias secas, puesto
Olimpia!—mascullaba raspando el sarro de la pava. que generosamente los patos le dieron un fosforito.
La nueva familia necesitaba conseguir dinero para Los chicos fascinados, quisieron tocar los fósforos y
subsistir, ya que el padre de J. hacía meses no aporta- Azucena sin medir el peligro tuvo que hacer magia chi-
ba. Antes de lo de Olimpia, se había ido desierto, con na para evitar un incendio.
la convicción de encontrar oro, como en las series del *
Oeste. Había un problema: Azucena no sabía hacer Retornó triunfal a su casa. Olimpia, adherida a su
nada. Nada. Sólo contarle cuentos a su hijo. En el par- nuca absolutamente muda. L. y J. la esperaban con unas
que había establecido cierto vínculo con Felipe, un jubi- brochettes de pollo, que en realidad habían resultado
lado ciego que tomaba sol con las palomas. La contactó ser de avestruz. De esto se percató al encontrar un toca-
con una escuela de cieguitos. La directora era su hija.

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do de plumas en la puerta del baño. “Mejor, en verdad Olimpia
vivía con la cabeza metida en el inodoro”.
El trabajo en el Jardín le insumía un tiempo concre-
to. Principio, desarrollo y fin, como los relatos que im-
provisaba echando una mirada por la sala: los crayones,
los lápices, la mesa, el techo, el mismo Jardín.
—Había una vez un lápiz cansado. ¿Saben qué hacen
los lápices?—Sí.—Bueno, era un lápiz que no hacía nada.
Porque cada vez que alguien lo agarraba para hacerlo tra-
bajar se deslizaba y caía entre los zapatos de las maestras,
la directora, los chicos. Una vez cayó dentro de la bota de
goma de Leandro. Leandro sintió su presencia en la bota Aún atrapada en la pelambre cada vez más larga y
mojada. Pero no lo sacó, lo dejó porque le hizo una señal enredada de Azucena. Se liberaba durante la etapa REM
que sólo él entendió. Así llegó al cuarto de Leandro. Enfer- del sueño de su hija. Aprovechaba para elongar un poco.
mó y se tuvo que quedar en la cama. Lo sacó de la bota. Esclavizada. Pasaba ese tiempo mortis escuchando los
Le pidió a la madre una madera balsa. Y con la punta sin cuentos de Azucena. “¡Tenía su talento, nomás! ¿Por
gastar, porque el lapicito nunca había sido usado, empe- qué le costaba tanto hacer las cosas del día? ¿Por qué la
zó a dibujar la madera haciendo hendiduras. Cuando la irresponsable, sencillamente se dormía? ¿Por qué siempre
madre vio lo que estaba haciendo le dijo:—Leandro ¡qué estaba tan cansada? ¿Por qué siendo chica no jugaba?”
lindo elefante! Leandro desconcertado: —Elefante—Sí, Las preguntas la enfurecían como si el preguntarse la
parece el lomo de un elefante, ¿te acordás el que te regaló arrimara al cráter de un volcán de cuya materia ígnea
la tía? Se lo acercó. Al presionar emitió un sonido. Era de ella se sentía de alguna manera, la gestora. Reviviendo,
color gris. Bueno, pensó la madre ¿cómo le explico el gris? si cupiera la expresión en su confuso estado, lo mal que
Pero para Leandro esas hendiduras en la madera se ha- se habían llevado en vida, la furia perpetua, la ira y frus-
bían convertido en el mismo gris. Siguió trabajando con tración frente al pedazo de marmota en que se había
el muñeco hasta terminar la forma: la trompa, el lomo, convertido aquella hija, con quien, Olimpia, había so-
las patas, las orejas, bien, bien gordo. Así entendió la idea ñado ágil e inteligente “como ella misma”. En ese punto
de color. Gracias al lápiz que trabajó hasta no tener más las cuencas se le vaciaron de un líquido ventoso.
grafito. Luego le pidió a la madre que le comprara otros lá- Si los recuerdos son pensamientos que cuando tris-
pices de colores y fue creando distintas hendiduras. Cuan- tes duelen en el cuerpo, cuando el cuerpo no está, lo
do se recuperó de las paperas tenía dibujos de distintos que sea que quede de la persona, se mete en ellos como
animales. Y se convirtió en artista. en un ciclón de fuego. Doloroso y crepitante: el infier-
Narradora eficaz: los chicos, fascinados y las maes- no. Olimpia revivía con fuerza y actualidad su arcaico
tras, descomprimidas de trabajo. Pero J. pasaba más enojo. Devastador como una central nuclear sus efec-
tiempo con L. que con A. Esto lo ponía de muy mal hu- tos encarnaron en la vida de esos dos bichos molestos
mor. que le encallaron la vida en ese ligustro: el padre (un
pusilánime según definición moral del Dr. Ingenieros)

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y la hija (espécimen sin catalogar). Ese relicto mnémi- brilloso y prometedor de ojos grandes, que su fastidio
co, le quemaba lo que le quedaba a modo de entraña y sofocaba como la llama de una velita de cumpleaños.
comprendía: “Tal vez, la pobre tonta se dormía para no Por ese entonces el padre de Azucena trabajaba en
encontrarse conmigo, como el lápiz del cuento. Por eso no un negocio de venta de rulemanes y tornillos. No era
aprendía nada. Dura. Dura como el Macizo de Tandilia. un hombre ambicioso, le gustaba leer libros de la segun-
Y así se perdió. No jugó. No tuvo amigas sólo la vecina, da guerra mundial. Azucena amaba profundamente a
esa gorda papa” Los pensamientos de Olimpia rever- su padre. Era un gigante con ojos de miel en perpetuo
beran en su incorpórea cabeza, “Televisión, televisión. estado de sensiblería. Y la chica se derretía derraman-
Hipnotizada frente a la pantalla consumió todas las por- do miel por esos ojos verdes como los de su padre. El
querías de la Paramount y la Warner: Los tres chiflados llanto del padre asolaba. Por su hija, que era su belleza y
o El gordo y el flaco o Abbot y Costello”. Se había entu- por vivir con Olimpia que había diezmado su voluntad.
siasmado con Daktari. Quería ser veterinaria para irse Murió de golpe, justo cuando Azucena había ido a ver el
a África. Cosa que Olimpia juzgó negativamente. “No cadáver de una ballena. Olimpia, vampira pedagógica,
pienses tonterías, Daktari es un científico, vos ni siquiera sólo quería poseer cosas, personas, brillos, olores. No
aprendiste a dividir por dos cifras.” lamentó el deceso de su marido.
Olimpia había sido maestra, como Débora, objeto *
de su envidia. Era pecosa como ella y sin embargo, ele- La luna no daba resultado. Gracias a los hidratos
gante. Hizo cosas que a Olimpia le hubiera gustado ha- de carbono estaban engordando como morsas. En su
cer, pero de las que se abstuvo por cobardía, como por periplo oriental había aprendido gastronomía. Casada
ejemplo tirar los bártulos del marido a la calle. Porque con un coreano que trabajaba en la fábrica Sanyo, se
no lo amaba. Y juntarse con un pintor de brocha gorda. habían ido a trabajar a Tailandia, recalando en Ta Oh
Por eso y otras cositas, todo lo tocado por Débora, se chu. El coreano murió de un infarto de colon. Tal vez
convertía en lo deseado por Olimpia que era tan ele- por el picante de la comida del barco. Quién lo sabrá.
gante como Débora, pero no era Débora, era Olimpia. No llegaron a hacerle autopsia. Durante el tiempo que
Débora tenía una hija de la edad de Azucena. Se lla- medió entre su colapso y el entierro, se pudrió en una
maba Clara. Era un pedazo de Débora y Azucena, un cesta colgada a la vera del río Poh. Durante ese tiempo,
pedazo de Olimpia. Fueron compañeras de colegio y se empleó en la fonda de Chin, pariente del dueño de
Débora, maestra de las dos. Eso se transformó en un un mercadito conocido en el Once, amigo de la pareja.
fuego cruzado de madres e hijas. La escuela primaria es Trabajaba por casa y comida. Lo único que conservaba
un lugar infernal para la mayoría de los niños. La infan- de su vida anterior era su afición por las tortugas. Las
cia un estado de indefensión presidiaria. Para Olimpia cocinaba en sopas exquisitas. Luego de algún que otro
la situación se sintetizaba en plata o mierda. Y nunca favor sexual con el coreano, ascendió a jefa de cocina.
estuvo claro que parte sentía merecer... Su pedazo de- Vida miserable, pero bien alimentada. La envió a un en-
bía lucirse. Debía ser la mejor. Pero con la íntima con- cuentro de bufetes en Bangkok. La muy astuta, que ha-
vicción de que siendo su pedazo, no podía ser más que bía hecho sus contactos vía Internet con gente del país
mediocre. Sin embargo, era un pedazo, un apéndice, Vasco, se escapó a España, donde quedó atrapada en la
típica encrucijada de amor y guerra.

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Los separatistas impertérritos no dudaban a la hora bolizar esa especie de bolo fecal inconsciente que era la
de cocinar gente. El amor del vasco Arruabarrena, le ignorada presencia de su madre.
brindó un nuevo sentido. La mala vida la había trans- Su manía era la creación del mundo. Había dormi-
formado en un doliente saco de huesos. Terminó tiran- do tanto tiempo. Fue madre por el fluir de las hormo-
do bombas caseras en la Plaza Mayor. Fue viva y al pasar nas. Como en una calle de talco lunar había dejado la
por una mezquita le robó el velo a una musulmana y se infancia, con tenues huellas en la memoria. Ni amigas
perdió descalza pero enterita hasta el consulado. Así fue ni conocidos. Su deambular en la ciudad era solitario.
como retornó al Río de la Plata. Y recordó el barrio. Y No tenía confidentes. Porque con L. no hablaba. No se
a su amiga Azucena. Extrañaba al vasco, para olvidar- entendían para nada. Eran hermanas que compartían
lo se fumaba un porrito y tomaba vino patero. J. no le la rutina de un fogón improvisado después de una tor-
quitaba mucho tiempo. Ese chico tenía algo, esos ojos menta, como los evacuados de los cuales Azucena tenía
profundos miraban hasta el tuétano. noticias por un alumnito. El río sube, la gente se queda
Todos gorditos y J. aprendiendo a hablar, queriendo con la casa mojada, se tiene que ir. Mientras dura la su-
decirle a su madre que Olimpia dormía parada cerca de destada se amontonan en algún Club Municipal y luego
su cama como una gallina flaca y desgarbada. Pero claro, vuelven y otra vez, a armar la historia. Pensaba en eso
los habitantes de esa cueva al decir cavernoso de Olim- mientras abría la puerta del aula.
pia, se balanceaban en una rutina glaseada, navegando —Azucena, tenemos una reunión para organizar la
en un estanque cultivado de renacuajos y tortuguitas. L. fiesta de la familia —dijo la directora con cara de vaca.
pasaba largas tardes de tormenta de pie mirando detrás —¿Qué bien, día de la familia, a qué hora?
de la lluvia como si fuera una estatua, inalterada por el —A las cinco y media.
frío o la humedad. Extrañaba las caricias de su amante, —Cómo no.
del que conservaba la falange del dedo menor colgada No iba a ir. Los chicos alborotados, como si les hu-
del cuello. Mientras le enseñaba a J. a caminar, su amiga, biera afectado el viento norte, no la escuchaban. Empe-
dedicada a conseguir el dinero, se veía despierta y ágil. zó a caminar y saltar con ellos. Había un canasto con
Azucena y su madre conservaban un íntimo lazo muñecos y maracas. Lo volcó y les dijo: —A ver, van a
onírico-auditivo. Las cosas pensadas por Olimpia, se necesitar un talismán porque estamos en el fin del mun-
sentían como una comezón en la parte del cuerpo más do y como no sabemos quiénes van a sobrevivir quizás
sensible en ese momento y le afloraban las historias con necesitemos de algo para la suerte. —¿Qué va a pasar?
retazos de Olimpia. Cuando se levantaba, se bañaba —¿Qué puede pasar? —preguntó.—Que venga una nave
con vinagre. Vivía con la obsesión de la posesión me- con extraterrestres y nos lleve. —¿Adónde? —Al planeta.
diúmnica. Por otro lado, Olimpia se quería ir. Y Azuce- —¡Qué bien! Y ¿qué haríamos allá?—Comeríamos pas-
na, una parturienta crónica, deambulaba por la ciudad, tillas con comida y no habría gravedad. —Claro, esta-
con el dolor de parto en la nuca, por ahí en la panza ríamos volando todo el tiempo. —¿Saben cómo es el es-
o los tobillos. El sueño cedía ante la fortuna de tener pacio?—No hay nada…—Sí, hay planetas.—Bien y en el
que elaborar cuentos para esos chicos que consumían medio es como cuando se despiertan y estiran los brazos,
sus historias como chocolates y la liturgia de contarlos, tocan el aire saben que están los muebles más allá y los
una placentera diarrea espiritual, permitiéndole meta- muñecos y el hermanito o hermanita pero cada uno está

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en su cama y las manos no llegan a tocar más que el aire. a otros lugares. Pero de ese no pudo escapar, porque des-
Más o menos eso es el espacio exterior. conocía otro punto de partida. Él, como cualquier bicho
Se le ocurrió que podrían hacer una excursión al de la naturaleza vuelve y vuelve, pero equivocadamen-
zooógico. Para ellos sería como ir al espacio exterior te. Un día ve pasar por la ribera una boya colorada con
puesto que nunca lo habían hecho. No les dijo nada, cuatro puntitas, que vendrían a ser las patas y los brotes
sólo les recordó que guardara cada uno su talismán en de uno como él, haciendo la plancha en el río. Se zam-
la mochila. éste los cuidaría en el momento que tuvie- bulló, lo buscó y le preguntó de dónde venía. El descon-
ran inseguridad por algo, las madres y los padres o los certado semejante, lo miró indiferente y siguió de largo,
abuelos o las maestras y directoras. pensando: “Es de mal gusto molestar cuando alguien esta
Otro cuento:—Había un pájaro chiquito con apenas descansando”. Ni lo había mirado. No se dio cuenta que
brotes en vez de alas, verde loro, pero con pico de pato. eran igualitos. Se volvió frustrado. La vida es así. Este
Un bicho raro como un búho o algo así, pero rastrero. No pájaro feo era fatalista y meditativo. No hacía nada para
volaba ni con el viento del sur. Raro en su especie, solito, cambiar aquello que tanto le molestaba. La madre que lo
limpiaba el nido de la madre que lo crió, por pena o con- crió, una vez que su prole aprendió a volar, voló también
miseración o algo así. Como que no era del lugar donde y él se quedó solito y al fin liberado. Pero se sentía tan
estaba parando. Una mañana va al río a lavarse las axi- mal. ¿Por qué? ¿Por qué? ¿Por qué? Así pasó el invierno
las. Tanto había trabajado con la nueva prole, que des- en el nido caído de un hornero. De tanto pensar iba a
piojar cogotes, el nido sin gusanos, las garras sin humus. reventar. Por el pecho, por las plumas de la cola, por los
Flotando con el plumaje del pechito inflamado como un ojos. Extrañaba, incluso la bronca que le tenía a la madre
salvavidas, se durmió. Y fue así como llegó a la otra ori- que lo había criado. Una mañanita soleada, estaba en el
lla. Llena de almejas con la lengua afuera tomando sol.— zaguán de su ranchito y ve pasar una banda de bichos
Mmm... lugar de recreo... Se tiró en la arena lunar de la flotadores como él. Nuevamente la ilusión de pertenecer.
ribera y los brotecitos se agitaban con la brisa de la tarde. Eran escuálidos. Una bicha grande les indicaba por sobre
Pensó: —Soy una especie de cenicienta... ¡Yo no vuelvo la línea de flotación algunos bocados acuáticos. Se tiró al
a ese lugar de inmundo trabajo! Pero la marea subió y agua y nadie se percató. ¿Qué me ocurre? Pensó: ¿Es que
flotando llegó irreparablemente al mismo lugar de sufri- nadie me ve? Se detuvo y se puso a hablar. Ahí pararon.
miento. La madre que lo crió, enojadísima le picoteó los La imagen sonora fue más fuerte que la corpórea. ¿Sería
ojos y lo mando a lavar los piquitos de su prole. ¿Por qué sólo audible? Esa experiencia hizo que en otras oportuni-
será que uno vuelve al lugar de sufrimiento? Esto mismo dades sólo hablara, decía cosas raras como que el pájaro
ya le había pasado antes. Una vez recaló en una bibliote- solo se vuelve bobo o que lo esencial es invisible a los ojos.
ca, donde aprendió a leer. Este bicho era muy inteligente, El tiempo pasó, las plumas se le volvieron blancas. Era
tenía el pecho inflamado de tanto conocimiento. ¿Seré el conocido como el Patriarca de los pájaros. Seguramente
Mesías de la especie de pájaros distintos? Se preguntó. Ese sus padres deben saber de él”.
pensamiento lo calmaba para seguir con sus trabajos dia-
rios. Nunca se había preguntado por qué lo había criado
esa gansa. ¿Cómo fue a parar allí? El secreto estaba en la
boya de su pecho colorado. Había llegado flotando. Como

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Internación La pena de O.

…“Cómo verte, olvidarte si caigo en un pozo cada vez Durante esos años Olimpia convivió con los que en
que falta una mujer no hay otra que ocupe el lugar me la vida real fueron los parias de la ciudad. Pero éstos, su-
voy por el bajío y el frío en el iglú lija como aleta de es- cios como ella, tenían la mugre de las cabezas de quienes
cualo si me caigo caen todos hasta tus talones engrosados no podían olvidarlos por diferentes motivos. En el caso
de irte y ponerte ahí donde me duele. ¿Con el chico qué de Olimpia, se trataba de rencores irresueltos, intencio-
puedo hacer? Caer las gotas en amargura de rocío en que nalidad esotérica o ligazón sufriente. Habitaban en el
tus voces me acusan. ¿Con el chico cómo hago si mientras Óvalo más rastrero del Sistema de Aspiración Espiri-
adentro me aleteaba, todo claro?” tual, conformando un babélico conglomerado, incierto,
Despertó empapada. Sueño de reclamo. De rechazo. oscuro y asfixiante, un auténtico centro de refugiados.
De tristeza. Su amiga L. la había despertado para ir a la Todos habían muerto de forma poco clara. Provocada.
escuelita. Se lavó la cara con el agua de los sapos que Y aquellos deudos que desconocían la verdad tampo-
olía a flores. Tanto hincar la cuchilla habían florecido co guardaban buenos recuerdos. Penantes de última
unos irupés de la Mesopotamia. “Estoy sola en la nuca, categoría, eran observados con desconcierto por los
en el estómago, en la frente, en el espacio que tenía para Maestros que operaban desde el Óvalo Traslúcido. Des-
mi hijo”. Exangüe, se encargaba de J. que ya había cum- concierto y asombro. ¡Tanta porquería junta! ¿Cómo
plido dos años. Decía “yo”, “ella”, “vela” por abuela, “ca- resolver el ascenso? No estaba previsto.
melo” por caramelo y todo lo que anduviera en cuatro Tal como en el libre mercado, libre competencia
patas eran “babus”. para acreditar méritos. Tal era la errada creencia de es-
tos espíritus cirujeantes. Al morir en el meollo del más
prosaico capitalismo no había verdad en ninguna de las
creencias que habían dado sentido a sus vidas. La muer-
te los había tomado y no había cuna para pasar de la tie-
rra al cielo. La topografía celeste era una distorsión de la
Divina Comedia. Porque no había ninguna topografía.
Sólo óvalos flotando en el espacio. Y la ley de la afinidad

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por la cual se agregaban en esas desagradables colonias. vos especializados de acuerdo a las elecciones y capacidad
Óvalos imantados, si se quiere. de consumo. ¿Qué es capacidad de consumo? Bueno si yo
Para Olimpia el alivio consistiría en irse elegantemen- quiero algo y me lo puedo comprar eso es capacidad de
te de ese maloliente sitio que la tenía adherida gracias a consumo. Todos ustedes tienen en sus casas el resultado
los malos pensamientos de su hija. El tema de los cuen- de esa capacidad de consumo.—Entonces nosotros no so-
titos constituía un canal posible de restauración energé- mos discapacitados porque tenemos capacidad de consu-
tica. Pero Azucena tendría que modificar algunas pautas mo. —Bien, en realidad el cuento del prefijo dis es para
de su vida, como por ejemplo, aprender a hacerse cargo otro día, cuando les cuente como aparecen las dis. Pero,
de J. como una madre, no como la graciosa cuentacuen- ¿qué es lo que a ustedes les preocupa? Porque lo que sigue
tos que se desconecta como la Yollibell que habla. Bah… a la dis es capacidad y todos nosotros tenemos capacidad,
si seguía en plan irónico no se liberaría jamás. Ni siquie- a ver a vos ¿qué se te ocurre? —Bueno capacidad de co-
ra tenía la certeza de haber sido envenenada por su hija. mer todo lo que me gusta. —Capacidad para escucharte.
Tal vez el fluido Manchester cayó accidentalmente o el —Correr por el parque. —Esconder los vueltos a mi vieja
loro movió la cola... en fin. Si no aclaraba este punto no para comprarme una computadora.—O sea que son ca-
se despegaría de ese nido de ladillas. paces de cualquier cosa.... El dis, el dis era un parásito
Su nietito que todavía la veía, la llamaba por su nom- que se le metió en la lengua a un gobernador en un dis-
bre. Era un encanto pero estaba convencido de que el curso de inauguración de unos colegios. El parásito justo
maltrecho espectro era su amiga invisible. Abuela-ami- se le clavó en la lengua cuando llegó la hora de decir dis
ga invisible. El chico no discernía. La que sospechaba y aquí estamosdis para abrirdis este Jardín para nuestros
que algo extraño ocurría en la casa era L., en su paso niños dis… dis... capaces de aprender más allá de lo que
por Oriente aprendió a hiperventilar logrando niveles alumbra el sol. Lo mismo le pasó con los que no caminan,
de percepción extrasensorial. Una vez la vio. Sus órbitas con los chorros en las cárceles y así con todos. —Claro los
desmesuradas parecían dos huevos. No dijo nada. Por dis-ferentes —agrega Lucha.
algo habrá sido. A partir de ese momento cuando J. alu- Justo sonó el timbre. “De comedida jodete” pensó.
día a su abuela, lo escuchaba:—claro, claro todo claro y Son ciegos y punto. Discapacitados. Y punto qué tanto
cortaba las verduras para el pollo. eufemismo. A ver si van a sufrir menos por una pala-
—Escuchame Azucena creo que Olimpia está por brita de mierda. Si no les hacía la moralina Olimpia me
aquí, ¿no te parece que tendrías que cambiar de rituales? cagaba a golpes en el oído medio. Recordó “No existen
—De qué estas hablando amiga, si fuera así mi nar- las clases sociales, somos todos iguales... cuando me sen-
colepsia no me daría respiro y así me ves..... trabajando taba al lado de Inesita sin zapatillas... ”
y todo. Tengo unas historias nuevas que los pibes dan Pensaba en eso, en todas las fábulas del mundo que
cabriolas cuando las escuchan. había creído. Además, el comentario de L. no le había
* sido nada indiferente. Si seguía allí molestaría cuanto
—Los japoneses son las hormigas del mundo. Fabrican pudiese. ¿Cómo deshacerse de ella? No era creyente. Lo
los dispositivos especializados que vienen a ser las prótesis de los sapos fue un invento como cualquier otro. ¿Por
que nosotros, los occidentales necesitamos para movernos qué le costaba tanto todo? Cumplir con los compromi-
en el mundo. Somos como una especie de gorgojos escla- sos que asumía era una epopeya diaria. Si fuera por ella

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lo pasaría durmiendo. Crear historias era un modo de Si todos somos jíbaros, nunca
seguir soñando. El ciego de la plaza le confió una tarea comer la reducción.
y encajó. Le encantaba contar historias. ¿Por qué no to-
leraba su encarnadura? Estar rodeada de seres parlantes
que suponen que ella es lo que aparenta, cuando en su
realidad es una zombie que trata de cumplir con su hijo
concebido a sabiendas. Nadie se lo dejó en un canasto
en la vereda de su casa.
Para sobrellevar lo de todos los días adoptó el hábi-
to de no adelantar los sucesos. Afrontaba los aconteci-
mientos a medida que aparecían. Vivir como en un cam-
pamento de refugiados. Sintiendo, además, que como en
la cueva de Altamira los búfalos habían enloquecido. Su Se fue sin decir nada y con lo puesto. Confiaba en
madre le dejaba inscripciones en grafito que podía leer que su hijo estaría bien alimentado. Tomó un lanchón
en los ojos de J. y L. No daba para más. Se internaría en enclenque. Si se hundía, estaría justificado por incon-
la selva de la isla Paulino, bajo las tacuaras para exorci- ducente. ¿Qué esperaba encontrar debajo de las tacua-
zar de una vez a su madre. ras? No lo sabía. Sólo recordaba que eran tan altas que
se juntaban arriba, cumpliendo eso de que las paralelas
se unían en el infinito.
Llegó de noche. Comió un pescado de la costa. Se
tiró a dormir. Recordó a Manuel el padre de su hijo.
Qué bien le vendría su abrazo. Siempre lo mismo. No
soportaba más, quería dejar de dormir. De soñar. De
todo. Se quería alejar. Barrio. Gente. Palomas. Ciegos.
*

Noche cerrada. Sin luna. Las cañas se movían orgá-


nicamente. Y algunos pájaros sonaban. Sus muslos fríos
no tenían ni flujo. Los pechos ajados. Los pelos enre-
dados. Era el destierro. Cuando los chicos se perdían
encontraban el camino con pedacitos de pan y llegaban
a casas de chocolate. Una bruja los metía en el horno y
se los comía. Tramas caníbales. Eso era el mundo. Su
madre se la había querido comer para apropiarse de su
juventud. Le redujo la cabeza y una vez muerta se la ha-
bía llevado a la tumba con ella. No, en realidad, la que
se iba a la tumba sin llevarse la cabeza de nadie, era ella.

34 35
Que su hijo creciera en paz junto a L. buena cocinera de El chico
animales permitidos para el puchero.
*

Despuntaba la mañana. Bello. Bello el trasluz del


cañaveral y el río, una placa de cromo sosteniendo la
taza del sol. Algunos pescadores tiraban unas redes con
caballos. Nadie la había visto. Se mantuvo adentro del
refugio hasta la nochecita. Como una gaviota carroñe-
ra, buscaba restos de pescado. Desarticular el animal,
sacarle un poco de pulpa. Degustar el sabor fuerte, en cu-
clillas con el celeste envolviendo su mirada como si no hu-
biera despertado. Silencio, silencio, el run run de la costa El nene deambulaba por la casa con su pronombre
podrida, para ella el paraíso. Cómo recordar. De frente de a cuestas. Sabía lo que era aparecer y reaparecer. Sabía
frente el pasado vuelve. Es un animal voraz. No se aleja- de los sueños y dolores de cuello de su mamá. Sabía que
ba del bosquecito de cañas. estaba solo. L. lo acunaba para dormir. Mantenían una
rutina ordenada. Una tarde llegó la madre de L. Gorda y
gris como una ballena. De su boca pintada, sobresalían
unos afilados caninos amarillos.
—¿Nena, cuándo vas a ocuparte de tu vida? ¿Cuándo
vas a trabajar?
—Mamá no te metás, la Biblia está llena de pozos
oscuros tapizados de veneno. Te vas a caer.
Luego de comerse todos los buñuelos de L., se fue. En
muchas ocasiones la crianza de J. le resultaba bastante
pesada, pero por lealtades mínimas de peluches de in-
fancia no dejaría nunca al hijo de su amiga. Tenía planes.
*
Una mañana desenvolviendo los huevos encontró
un artículo sobre la exterminación de la mangosta. Sin-
tió que si ese animal largo y peludo, habitante de tierras
heladas, tan alejadas de la polución, si ese bicho insig-
nificante estaba a punto de desaparecer del planeta, no
habría futuro. Su vida no tenía el menor sentido. Empe-
zó a distribuir panfletos por el barrio. Había que orga-
nizarse. Su criterio era absoluto. Una idea. A la acción.
En su exilio, en los arrozales los tailandeses le habían
demostrado la secuencia mecánica de la existencia. La

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noche que la violaron por comida supo que ella no sig- *
nificaba nada en ese telar de orientales. En su propia Ese tiempo Azucena vivió en la isla. Durante el ve-
interpretación de lo oriental, su culo valía un tazón de rano no necesitó de ropa. Se alimentaba de miel y pes-
arroz. Los días de fiesta: una papaya. Su culo siempre la cado como Juan El Bautista. Estaba segura de que de no
salvó de la inanición. Era la primera vez que unía el culo morir, hallaría la señal que la habilitaría para retornar.
con el cerebro. Si en el mundo había terror. Se haría te- O finalmente, perecer. Estaba vacía y llena. El agujero
rrorista. Buscó el manual de la buena guerrillera para en el pecho. La fisura en la frente. La piraña de Olimpia
fabricar granadas caseras. Pero no tenía dinero, ni adep- mordiéndole el cuerpo. Largos lamentos de amor entre
tos. Empezó a concentrar gente en la casa de Azucena líneas de aire y vino de la costa que conseguía en la ca-
con el fin de hacer ferias del plato. Se hizo vendedora de silla de Ernesto.
cosméticos. Se hizo profesora en un centro de jubilados. Comenzó a construir una estructura circular con ca-
Enseñó Origami y danzas tailandesas. Hablaba pausado ñas que torneaba con los caballos de su amigo. Quien
y los concurrentes verdaderamente solos y carentes de desde que vio ese extraño montículo de huesos, no le
afecto, fueron sumándose. preguntó nada. Simplemente estaba, como un vecino
Cuando hubo contado con un grupo numeroso y discreto. El trabajo físico de tornear las cañas, atarlas
confianza suficiente les lanzó la frase: con tiento vegetal le proporcionaba un ritmo mental
—¡La mofeta, la mangosta, las palomas que comen pacificado.
pancitos en la plaza, su señora, todo ser amado por us- El óvalo donde residía Olimpia se instaló como un
ted va a desaparecer! nido de avispas entre las ramas de un sauce. Las imágenes
La expresión de los oyentes fue la de aquellos que de Azucena eran hipnagógicas. El único contacto verbal
van a la ópera porque la entrada es libre y gratuita. Re- lo tenía con Ernesto cuando armaban el fogón, Azucena
pitió la arenga: derramaba sus relatos. Tenía su propia versión de la Bella
—La mofeta, la mangosta, la sardina todo ser amado Durmiente que no era una princesa ni nada por el estilo.
por usted va a desaparecer. Los viejos expectantes. Su- Sólo joven, delgadita, callada y con tendencia a dormirse
ponían que era un comentario al azar. Que iba a orga- parada. Su problema era la falta de oxígeno en el cerebro.
nizar una feria del plato sobre la base de esos extraños Hipoxia mal diagnosticada. Cuando una vez se animó a
animalejos. salir de la cama un ventarrón se la llevó hasta la alcantari-
La furia contenida desde su asilo en la jaula de bam- lla de un viejo. Este le enseñó a retener el oxígeno, porque
bú, se detonó con el fuego del mismo NAPALM. No la corriente de agua servida era permanente. Y había que
había tolerado un año entero de absurdos rodeos, para aguantar sin respirar. Por un lado desarrolló una ignora-
que esta gente no comprendiera. Había ido dando seña- da habilidad de anfibio. Por otro, fortaleció sus pulmo-
les de la causa. Subliminales si se quiere. Pero no eran nes. Además, la retención le proporcionó la capacidad de
ajenos al sentido de compromiso con la materia orgá- hiperventilar como los yoguis.
nica de sus encuentros. Arrasó con la mesa de trabajo. Ernesto escuchaba fumando yerba. Se enamoraron.
Los echó a la calle. J., que para ese entonces ya era veloz Ninguno pedía nada al otro. El tipo, grandote, contenía
corrió detrás de la gente riéndose de la cara de L. Nunca a Azucena en una mano, como una especie de Gulliver
la había visto tan expansiva. en esa isla llena de chatarra. Azucena unía sus fragmen-

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tos en un arco medular de placer. Aunque la dieta era un nido de hornero. Lo apartó. Rebotó y volvió como un
magra, fortaleció sus músculos. Cuando recordaba a boomerang de precisión azteca. Se le partió en la cabeza
su hijo la hiel le trepaba como una culebra. Si bien no y supuró una viscosa sustancia que aglutinándose como
lo llamaba abandono, no pensaba volver al sitio con la una anguila llegó al río, adquiriendo forma de una cam-
misma plaga. pana. Sabía de agua vivas por lo tanto no temió. Decidió
Para no quedar embarazada se lavaba con vinagre y seguir las inscripciones en la greda. La medusa desapa-
Ernesto se encargaba de incorporar cajas de profilác- reció en el caldo de pescado. Pero se dejó estar como un
ticos a sus pedidos del lanchón. Suponía que Azucena alga. Relajada, veía los rayos cayendo en la ciudad. Per-
era una escapada de la cárcel o loquero. No comprendía maneció flotando hasta el amanecer. La medusa traslúci-
ni papa de la obstinada construcción del cerco de caña. da, bella como una capelina de jazmines la rodeaba casi
Pero siempre que podía le daba una mano. Semejante con afecto, como si fuera un delfín mimoso. En ningún
esfuerzo lo enternecía. Tácitamente habían pactado no momento temió al ácido. Transitaba la experiencia con
develar el misterio. total naturalidad. Como si lo acontecido fuera habitual.
La tesis de Azucena, se basaba en el supuesto de que, Su flotar en el río no era más que un diluir de lágrimas
al construir, esa estructura circular, estaba edificando por la muerte de su amigo. El único hombre que le había
al mismo tiempo una coraza que la protegería del te- proporcionado placer y silencio.
mido encuentro con su madre. Necesitaba un refugio *
que neutralizara la influencia del espíritu de Olimpia, Era verano, el sol ascendía rápido y caía como una
por otro lado, cada vez más presente. Ernesto escuchaba metralleta sobre la cabeza. Ya en el cerco, encontró una
durante la noche: “Verde de verde me voy derrochando inscripción claramente atribuible a su madre: ¡Viví y
en las puntas de este bosque callado. La mujer que hubo dejá morir, boluda!
en mi lugar su lugar ocupado esclava de papel de arroz ¿Cómo llegó eso ahí? Conectó mazacote-gelatina-
donde calcan los mapas donde fuerte se ahúma el fondo anguila-agua-viva. Había flotado en ése útero geológico
de un cráneo lleno de avispas. Trabajan como obreros de con Olimpia toda la noche. Recordó cuando nadaban
un edificio analfabetos degradados no saben sus nombres en el balneario de Tanti. El agua calmaba las ansiedades
Los peces de agua se van desaguando se van desangran- de su madre y ella flotaba, con el bienestar de Olimpia
do los peces me llaman en las concavidades tapizadas de impregnando su cuerpito. Comprendió. La noche ante-
células rojas y furiosas como las pinzas de las hormigas rior había sido una bella despedida. Olimpia estaba ex-
ahuyentadas del nido donde protegieron a la reina”. presando según su estructura molecular actual, el deseo
de partir definitivamente. El mensaje era claro y prosai-
Una noche un rayo partió la casilla de Ernesto. Se co: “Viví y dejá morir”. Lo de boluda lo tomó como el
había quedado con un montón de cenizas sin urna. La infaltable aguijón de la avispa.
estructura estaba lo suficientemente alta como para in- *
gresar y sentarse en el centro como si fuera un mandala, Estaba pensando esto cuando apareció Ernesto. Se
lo hizo durante la noche. Sin luna, a oscuras total. Tirada tiró a su lado:
en cruz luego de un lapso, sintió que un ventarrón le tiró —Nos quedamos sin rancho, che.
en la cabeza un mazacote de pasto y tierra. Le pareció —Vamos a construir otro si te parece.

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Aprendiendo a caminar por No se habló más. Le consiguió lugar en el Jardinci-
la banquina: Ofelia to donde Ofelia tenía sus contactos y de una semana a
la otra, J. institucionalizado. El proceso de adaptación
fue costoso. Se quedaba agarrado de las rejas como un
simio. Pasaron las semanas y L. cansada de llorar con
el chico sencillamente le dijo te quedás, yo te vengo a
buscar y punto.
Sólo se motivaba con los talleres de cuentos y dibujo.
Su problema era que no soportaba la voz monocorde de
la maestra. La interrumpía y se descompaginaba como
si le hubiera entrado un Troyano.
—Si el elefante ocupa mucho lugar que se vaya a la
Los planes revolucionarios de acabaron cuando se isla y se haga un corral más grandote.
enamoró de Sebastián el mecánico de la otra cuadra. —¿Ah sí? ¿Cómo lo haría?
De ascendencia anarquista por parte de abuelo, com- —Pide ayuda a alguien y punto. Además para qué
prendió. Se reía de la ingenuidad de L. Pero le gustó quiere corral si está solo... Tiene todo el pasto y el agua
como cogían así que terminaron viviendo juntos. J. te- para él, nadie lo molesta.
nía ya tres años. No le causó ninguna gracia dejar de A la hora de la merienda, se sentaba en un rincón
ser el único macho de la casa. L. lo cuidaba con una ter- con el mate cocido y unos bizcochos. Se comportaba
nura infinita. Los dos sabían que no estaba para nada como un mono araña. Escupía, mordía, de compartir
resuelto el tema de la fuga de Azucena. Pero se habían ni hablar. A L. le llovían notas en el cuaderno de comu-
acoplado en una florida convivencia. L. se ganaba la nicaciones. Transcurrieron dos años y la cosa se puso
vida dando clases de danzas circulares y comidas a pe- brava cuando lo encontraron aspirando poxirán en el
dido. Con Sebastián sentía por primera vez un compa- arenero.
ñerismo parecido al amor. Y se había propuesto que la —Señora tenemos problemas graves y en las condi-
familia funcionara. ciones del niño habría que informar al juez.
Una tarde apareció Ofelia, tía abuela de J. Se habían Llamó a Ofelia. Le contó. Afirmaba que desconocía
visto en el velorio de Olimpia y en un cumpleaños. La de dónde había sacado esa condenada costumbre. Le
señora le señaló a L. que era hora de mandar al chico al imploró.
Jardín. Le pareció bien y le vendría de perlas para dis- —No me extraña en el estado de abandono crónico
poner de más tiempo y ganar dinero extra. Como no del chico, pero mandarlo a un instituto sería peor, dame
habían resuelto el tema de la tutoría, Ofelia en tono fle- tiempo yo lo arreglo. Mientras tanto sería conveniente
mático le propuso hacerle un certificado de guarda fal- que un psicólogo lo viera y certificara un tratamiento.
sificado. L. no daba crédito a lo que estaba escuchando: Cuando llegaron a la casa L. no le preguntó nada. Le
–Qué querés mi cielo, con la jubilación no me alcan- dio leche. Lo abrazó fuerte.
za… Chacho Bobean me debe unos cuantos favores. —L. un cuento, para dormir...

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—No soy tan buena como tu mamá pero... había una El señor Pinzón tiene
vez una persona que le dolía la panza por haber comido
ciruelas verdes. Esto le daba ganas de ir al baño… muy
seguido.
—Se cagaba a cada rato.
—Claro, aún así, como le gustaban mucho seguía
comiendo ciruelas verdes. No se daba cuenta de que el
dolor de panza se debía a eso. No se lo había dicho a
nadie y nadie le había explicado lo mal que hacían. Esta
persona creció con ese dolor y cuando se hizo grande,
tan ocupada estaba en calmar el dolor que decidió viajar
para curarse definitivamente. No se despidió de nadie Lunes-18
porque eso le hubiera dado más dolor. Porque quería “Yo vivo con L. una amiga de mi mamá tiene ablación
mucho a su familia. Pero se quería curar. de cerebro le cuesta mucho pensar y hacer las cosas. L.
—¿Ella tenía hijos? sabe cocinar muy bien, me hace buñuelos y cuando da
—Sí clases me lleva y yo aprendo a bailar con las viejas, mi
—¿Y con quién lo dejó? mejor amigo no está, se fue lejos a buscar oro hace mucho
—Con su mejor amiga. que no lo veo pero va a volver”
—¿Por eso se fue mamá? Martes-23
—Pero J., vos tenés que entender algo. Adentro de “Mi abuela se llama Olimpia dicen que se murió y a
tus venitas, esas que ves a través de tu piel, está la sangre veces creo que la veo porque la extraño”.
que compartís con Azucena. Ella te tuvo en su panza. Lunes-10
Vos te hiciste de su sangre. No te va a olvidar. Ella se está “Me gustan los cuentos de animales mi mamá me con-
curando. Vos tenés que cuidarte para estar bien cuando taba muchos desde que se fue me los cuenta pero hace
ella vuelva. mejor la comida. No me gusta el Jardín porque te obli-
—¿De dónde L., de dónde? gan a hablar con muchos chicos que no saben nada. A
—Te acordás cuando se murió Olimpia, vos la veías, mi mamá le gusta nadar ahora creo que está en una isla,
no me digas que no porque me contabas que tenías a la pobre se quedaba dormida a cada rato yo le tenía que
abuelita parada junto a tu cama. Eso nunca te dio mie- decir cuándo me tenía que dar de comer o cambiarme”.
do. ¿Por qué? Porque sos especial. Lo que a los otros Jueves-16
chicos les da miedo, a vos no. “Con Olimpia se peleaban mucho porque decía que me
No muy convencido al fin se durmió. tenía sucio o que la casa estaba llena de telarañas pero a
mí me gustan las arañas las acaricio y me hacen caso a
mí también me gusta dormir porque sueño que estoy con
gente mucha gente que anda por el aire y me subo a un
avestruz pobre que se ahogó en el inodoro, veo como di-
bujos animados todo el tiempo y mientras sueño me hago

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pis de risa porque los muy tontos que vuelan se chocan do se bañaba en la pileta lo llevaba con él y lo hacía dar
y hacen un ruido tremendo dicen que me hago pis y que vueltas carnero en el agua siempre fueron amigos hasta
está mal. Al amigo de L. no lo conozco mucho tiene un que un día la abuela de Lucas lo encontró y quiso pisarlo
taller donde trabaja y a veces voy… se enoja porque toco la mamá de Lucas se peleó con la abuela así que se fue y
todo pero si le pregunto no me contesta porque dice que es no volvió más”.
muy complicado así que yo para saber uso igual las cosas. Lunes-30
Yo a la que quiero más es a mi mamá pero está enferma y “Ya te conté que ella para salir tenía que ponerse el
hasta que no se cure no va a volver, si tengo que ir al Jar- vestido de otra persona a mí me parecía raro porque salía
dín no quiero. ¿Qué es ablación? No sé, una vez Olimpia siempre con la misma ropa. Cuando le preguntaba me
le dijo a Azucena que tenía eso. La cabeza no le funciona decía es un como sí… un como sí ¡no preguntes tanto che!
como la radio de mi casa que tiene la antena rota”. Un día la encontré llorando en la bañera decía no voy a
Miércoles-24 poder no voy a poder no voy a poder yo le dije yo le dije
“Olimpia era mi abuela ya te conté… conmigo era no llorés tanto que no te dejó, yo la veo estaba todo el día
buena limpiaba todo el tiempo llegaba con una escoba y como una gallina aburrida dando vueltas reflaca cuando
baldeaba el patio no paraba hasta sacar toda la caca del me veía comer yo le convidaba pero se le caían las co-
gato o las palomas. Tenía muchas amigas de la escuela sas… Yo me enojo cuando no entiendo algo. No me gusta
donde trabajaba. Mi mamá cuando salía decía me voy a lavarme. ¿Por qué L. me baña como si fuera un bebé? me
poner el vestido de otra persona porque se quedaba tonta gustaría ir de paseo al río hay gente que tiene botes por
se le caían las cosas. ¿Qué vestidos? No sé. Siempre salía ahí me llevan. Si me llevan me tiro a nadar un rato entre
con la misma ropa miraba una película de una abogada los sapos que mi mamá crió en el estanque, con Olimpia
y decía mañana voy a ser dura, dura como esta un día veíamos saltar cuando crecían yo tengo un libro del mun-
miró L. Garmendi y dijo mañana me voy a reír como esta do donde están marcados los lugares de agua y de islas”.
gorda tonta. Cuando me llevó al médico la doctora era *
pelirroja y buenita dijo mejor voy a hablar como ella en “J. de cinco años despliega un discurso de gran com-
la reunión con la directora de los cieguitos ahí contaba plejidad para la edad cronológica. Ha demostrado tener
sus cuentos les gustaba mucho un día ella no estaba y clara comprensión de las razones y las posibles causas
llamaron por teléfono dijeron si podía llamar a un lugar que han motivado el abandono de su madre. En cuanto a
querían los cuentos para hacer un librito yo le dije, pero las percepciones de orden sobrenatural… la visión de su
no me escuchó quedó en el teléfono…No, no llamó nada. abuela muerta... indicios de una sensibilidad a fenóme-
¿Si me acuerdo de alguno?, claro, el del ciempiés que tenía nos paranormales afines a las investigaciones de Gregorio
diez patas resulta que nace de un huevo que lo agarró la de La Ferrere. No parecieran ser sólo formaciones reacti-
lluvia ácida la lluvia es así con gusto a limón era más vas a la ausencia de su madre” registraba el Dr. Pinzón
chiquito que sus hermanos no lo querían porque comía en su HP, luego de la última entrevista. Este gordito bar-
mas moscas y la madre lo besaba más que a los otros se ba candado, supo detonar en el chico todo un aluvión
quedó atrancado en la tela de araña de la pieza de Lucas verbal. Lo que éste refería, lejos de parecerle la expre-
un nenito recién nacido se le metió en la cuna no lo picó sión de los fenómenos elementales de un psicótico, le
porque no tenía dientes se hizo amigo de Lucas que cuan-

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despertaron un fluir adrenalínico totalmente descono- co, camisa y pantalón de lino, sombrero panamá y se fue
cido en su amplia experiencia profesional. sin decir una palabra. Nelly, todavía llena de la primera
Sentado en su sillón de compraventa y tomándose tostada se quedó con la boca en punta como evitando
un fernet, rumiaba fragmentos de la última entrevista. escupir y sin atinar a tragarse ni la tostada ni el desaire
Con el diván sedimentado de aburridos detritus histe- de Pinzón.
riformes absolutamente predecibles, el encuentro con J.
constituía un verdadero sacudón cognitivo. La calle era una sonaja de chicharras. Fue a buscar el
Llegó a su casa. Tarde. Su mujer mirando TV: autito. En realidad nunca salía tan temprano. Tomó por
—No te olvides de sacar la basura. San Juan, las veredas estaban tapizadas de flores celes-
—Ya es tarde, mañana la saco. tes. El sombrero que había decidido ponerse era de su
—¿Y por qué venís tan tarde? ¡Salí, salí ya estuviste abuelo, Don Arturo José Pinzón, andaluz y cabaretero.
chupando! Con la mirada y el dedo articulados en un En su derrotero terminó en el cafetín de una librería de
zapping epiléptico. viejos. Pidió un americano, a lo lejos un linyera tocaba
—Yo trabajo. la flauta dulce, algo así como el Réquiem de Fauré.
Entró a ducharse. No se soportaban. Sólo el benefi- Compró el diario, leía sin leer, levantó la cabeza y vio
cio secundario de la inercia común, justificaban los tres un enorme globo terráqueo color sepia en el anticua-
lustros de convivencia. Buena mamadora, le encantaba rio de enfrente. La pesadilla. La infancia de Pinzón fue
esa especie de aversión que Pinzón le provocaba al apa- asfixiante y pesada. Una trinchera. Había sobrevivido
recer con la toalla, dejando a la vista los años de seden- a su condición de gordito meón a fuerza a fantasías y
tarismo y muzarella. pebetes de recreo. Su obesidad fomentada por madre
* y abuelas lo había convertido en una especie de morsa,
El niño delgadito, alto y crecido como una seta de un pero sin colmillos. Una tarde, simulando estar enfermo,
día para otro le indicaba con un puntero las rutas del se quedó en la cama y devoró literalmente la colección
descubrimiento, la violación del Tratado de Tordesillas. de Constancio Vigil. A la distancia su introducción en
Tipo Pícnico estaba con pantaloncito de franela que le el mundo de la lectura resultó ser lamentable, pero las
picaba de la transpiración la orina se derramaba por ediciones grandes, con dibujos, tapa dura y aroma a li-
su pierna derecha “Rulito sos un burrito”. El sobresalto bro nuevo, lo fascinaron. Colección Las aventuras de
de Rulo Pinzón despertó a Nelly. Trastabillando fue a Ricardito, Lo Sé Todo, Robin Hood. De ahí en más se
buscar Tranxilium al botiquín “¿A este pelotudo qué le convirtió en el más lector de la clase, pero nadie lo supo,
pasa?” Tragó dos al hilo y se tiró en el sofá del living. guardaba toda esa información, como una especie de
Lo despertó olor a café. Nelly, con ruleros de plásti- gordura mental.
co naranja y su bata de la luna de miel, masticaba una No comprendía por qué había estado tan duro con
tostada con mermelada. Con tono arenoso —¿En qué Nelly. Algo en su comprensiva mirada de las cosas se
anda el doctor que tiene tantas pesadillas?— Su aspecto había fisurado. Por qué soportaba mantener a esa mujer
de cristiano comido por los leones no le restó lugar a la que ni siquiera lo esperaba con un churrasco. El tedio la
ironía. Se sirvió café —A partir de hoy la basura la sacás había hecho adicta al Tranxilium y a la televisión. Cada
vos.— Tomó dos tazas. Viró al vestidor, eligió algo fres- año renovaba sus aventuras con los insufribles empren-

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dimientos de la productora nacional de moda. Contaba y ante la rotación comenzó a reír.—Por acá, por acá, por
con una parentela plano-parlante: hermanos, tíos, ma- acá señalando con el dedito Borneo, Pascua, Malvinas.
dres. Era un parásito enfermo. ¿O se había enfermado —¿Qué estás marcando J?—Islas, son chicas, lo celeste es
por su encierro? Ya no le importaba. Cuando el linyera el agua. Me encantan las islas —¿A cuál te gustaría ir?—
finalizó su triste melodía, atinó a cruzarse y comprar No estoy seguro...”
el globo terráqueo. Lo llevaría al consultorio. Recordó Lunes-15
también la cuestión del Tratado de Tordesillas. Hacien- —¿Has visto a Olimpia?—No. La otra noche se me
do autoexamen, concluyó que se había identificado con ocurrió un cuento.—Que bueno. ¿Me lo querés contar? —
la cuestión isleña de su joven paciente. Dejó el globo en En realidad me lo contó ella desde la isla. Se llama “Nun-
el auto y salió a caminar por la costanera. Con su atuen- ca amamantes a un pollo de criadero”
do parecía un turista cubano de los 50’s. Caminando Pinzón se apoltronó en el diván y J. empezó a narrar
con los ojos suspendidos en la línea del horizonte, se caminando en círculos:
preguntaba en qué isla estaría esa enigmática mujer. “Silvia mataba a su pollo todos los días y este resuci-
Había decidido no caer en los típicos presupuestos taba durante las noches. Reaparecía en forma de huevo
psiquiátricos. Ya había hecho una conexión entre los y una gallina naranja se ocupaba de darle calor. Pasa-
sucesos del relato con la teoría de La Ferrere. No era das una horitas desde la ruptura del cascarón, mamá
creyente. Si tenía que definirse, era un agnóstico aven- calorífica diluida en el piso se escurría por la grieta ale-
turero. En su consultorio había visto de todo. Y estaba daña al zócalo de la cocina. Para ese entonces Olimpia,
convencido que la realidad... balanceándose en el cuerpo calloso de la fatigada Silvia,
—¡Pinzón! se dio vuelta y se encontró con Vergara, observaba el continuum de cada día con la boca en O,
un colega expresión última de su rostro desde que muriera atra-
—¿Qué hacés tan temprano por acá? ¿vas a correr? gantada por un vigilante relleno de dulce de membrillo.
—Sí claro, hay que estar en forma. —¿Cómo puede ser que la estúpida de mi hija no pueda
—Seguime que hablamos —le dijo Vergara sin ironía. neutralizar la partenogénesis de ese pollo? Si bastaba con
—Sí, claro. Sin cambiar la marcha. Vergara desapare- no matarlo sino dejarlo ser. Soportar sólo un día, para
ció a los cinco minutos. No tenía ganas de hablar y me- que cumpliera su misión y así pasara al nivel inmediato
nos con ese imbécil. Se sentó en un banco de madera. de su ciclo Kármico. Olimpia sabía muy bien que ese ger-
men de pollo no era nada más ni nada menos que el tío
Jueves-10 Atilio, padre de su sobrino Rogelio, quien regenteaba un
“—¿Qué es eso? —Un globo terráqueo.— ¿Y qué es?— restaurante chino, donde Silvia y su hijo Andrés almorza-
La forma de la tierra.—Ah bueno, yo pienso que ya no ban todos los domingos. El pobre Atilio estaba atrapado
tengo que venir a hablar con vos. —¿Por qué?—Porque te en un eterno estado protogallináceo. Se lo debía a su ma-
conté todo. —L. sufre porque dice que por ahí me llevan dre quien le decía: —Vení, vení mi pollito querido y a su
a otro lugar pero yo no la voy a dejar —¿Por qué pensás padre que imprecaba: —¡No toquen a mi pollo! cuando
eso?—La escuché hablando con Ofelia —¿Cómo andan Tilín se mandaba una macana. éste no tenía noción al-
las cosas en el Jardín?—Bien —¿Me querés contar?—Ya te guna de la causa última de su plumígeo avatar. Pivoteaba
dije, bien. Se paró y caminó alrededor del globo. Lo tocó el espacio como una gran molécula etérica (ante los ojos

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de su prima, una inefable pelusa que se enganchaba en pia suspiraba un por fin ahora me libero yo. Atilio como
los mimbres de su cocina). En cuanto a su transición a un meteorito atrapado en la órbita de un nuevo planeta
pollo: experimentaba una contracción de los bordes de su iniciaba al fin un juego más entretenido.”
mola y como si entrara en la manga de un caprichoso El chico narró el cuento con voz arenosa y un ric-
pastelero, reaparecía con esa forma indigna debajo de la tus claramente mediúmnico no cabían dudas de que se
gallina naranja, maldiciendo a debiluchos picotazos, el trataba de una especie palimpsesto, los nombres, el po-
ser un pobre pollo desnaturalizado. Andrés, con sus dos llo en eterno retorno, la presencia de Olimpia. Era algo
años y medio, risueño testigo de la estancia de su abuela más que una aventura absurda.
en diferentes segmentos del cuerpo de su madre y testigo *
del padecimiento de su tío el pollo Atilio, decidió poner Al comienzo del tratamiento consideró importante
fin a la circularidad de ese juego. Silvia-Olimpia-el po- que las entrevistas fueran individuales. Las primeras
llo: intolerable triangulación de materia enloquecida. Se charlas que sostuvo con L. fueron catárticas. Se encon-
había aburrido. Esa misma noche, reemplazó al pollito tró con una mujer abrumada pero con fuerte apego por
por el histérico caniche del vecino. Salió corriendo con el el chico. Su falta de interés respecto del paradero de
velloncito amarillo al que resguardó en su viejo corralito Azucena le había llamado la atención. Todo estaba na-
de bebé. ¿Qué le pasa a éste? Pensó Silvia viendo correr turalizado. Lo natural y lo sobrenatural. Había llegado
a Andresito como si robara una gallina, munida del palo el momento de que esta pequeña comunidad tradujera
de amasar más duro que pudo conseguir en la cocina de el dialecto. Le quedaban lagunas que no estaba dispues-
Rogelio. Llegado el momento del natalicio y con el gesto to a resignar.
de una guerrera Masai, asestó un golpe fatal en el cráneo —Hola.
del perplejo perrito, cuya masa encefálica definió un vis- —Yo lo cuido como si fuera mi hijo. Es buenísimo,
toso Magritte en la moldura del techo. Mientras tanto, el me deja trabajar, juega solito no molesta es muy fanta-
pollo daba sus primeros pasitos. La presencia de Andrés sioso.
inhibió la materialización de la gallina. Lo alimentaba —L., todo eso se nota a simple vista, quisiera que ha-
amorosamente con cuanto bicho lograba atrapar en un bláramos de usted.
espasmódico safari en el fondo de su jardín. El amarillo —¿De mí, qué quiere saber? Trabajo todo el día, hago
de las primeras plumas fue rápidamente sustituido por de todo estoy muy cansada, por ahí se me ha escapado
un rojo ladrillo. Al cumplirse la hora 24 se produjo el mi- algo pero con Ofelia y Sebastián nos estamos arreglan-
lagro: ¡Se cocinó! Frito y crocante, Andrés lo llevó a la do para que J. no esté nunca solo.
mesa diciéndole a su madre: —¡Mirá lo que nos mandó —¿Qué supone que le ha ocurrido a la madre de J.?
el Tío Rogelio! —¡Qué rico! Esperá que hago una papitas —Azucena... se ha ido. Pero va a volver en cuanto
fritas. Cenaron. Hasta los huesitos chuparon. Olimpia, pueda
riendo a carcajadas pensaba cómo cumplía su ciclo un —¿Y cómo lo sabe? ¿Dejó algún mensaje?
pollo de criadero. Pues nacía, crecía y terminaba adoba- —Sí, se comunicó por teléfono, no le dije nada a J.
do en la mesa de una cocina. De reproducirse ni hablar. para que no se ilusionara. Dice que todavía no está pre-
Era eso: un pollo de criadero, de la gallina al matadero. parada para volver pero lo va hacer.
Mientras la díada degustaba la última papa frita y Olim- —¿Por qué se fue?

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—Bueno ya le dije, no estaba preparada. Al otro día, le preparó un desayuno continental, sí-
—¿Para qué? mil al de Camboriú en los tiempos que Nelly usaba tan-
—Para ser madre guitas, llamó al service del TV y le dijo:
—Bueno, pero fue madre. —Mi amor tenemos que terminar con esto.
—Mire, la verdad es que todos bailamos hip hop has- —Sí, sí...
ta que nos doblamos una pata. No sé que decirle, yo a —Van a arreglar la tele hoy mismo pero Nellyta tenés
mi amiga le creo. que hacer algo por tu vida.
Se levantó y se fue. En realidad Pinzón se había Lo escuchaba devorando el desayuno. No dijo nada
comportado como un puto ortodoxo. ¡Si él sabía! Lo hasta terminar con la última feta de jamón crudo:
que ellos no sabían era que él sabía. No le creyó una —Andá cagar a una isla.
palabra. En realidad poco le importaba lo que se lla- *
ma “la Verdad”. El chico estaba bien atendido. Ya ha- Decidió instalarse en el consultorio y pasar por la
bía hecho un informe favorable para que continuara la casa de tanto en tanto. Nunca había estado con otra
tutela bajo el compromiso de que siguiera asistiendo a mujer. Se desbarrancó en un gris desasosiego. En el bar
las sesiones. Se había socializado. Concurría al Jardín de la calle Río Hondo se hizo amigo de un cantante de
y respetaba ciertas reglas. Volvía a su casa sin notitas. ópera. Acodados en la barra tomaban vodka cavilando
La pesquisa se estaba tornando tediosa e improductiva, al fluir de la lluvia. El tipo había perdido un brazo por
pensaba Pinzón cuando volvía a su casa. Nelly lo espe- una bomba en Eslovenia, del trauma perdió el oído y no
raba borracha tirada en el sofá. El televisor se les había pudo cantar más. Conocía al flautista que Pinzón había
roto y como el que se encargaba del afuera era él y él escuchado cerca del anticuario.
no había solucionado el problema, su mujer se había Entre sus nuevas actividades se hizo docente en una
despeñado en el alcoholismo. Además, había engorda- filial de la Universidad de Antioquía. Tenía a cargo la
do toneladas. El doctor no sabía qué hacer, se limitaba cátedra de Psicopatología de la Vida Cotidiana. Una no-
a higienizarla y se prometía que repararía el televisor che, una alumna regordeta se quedó hasta el final, espe-
al día siguiente. El departamento se había llenado de rando que él acomodara sus papeles:
cucarachas y tenían una laucha. Su fantasía era tirar —Creo que yo soy esquizofrénica, todo lo que usted
una pastilla de Gamexane y cerrar la puerta, con Nelly describió se parece a mí. “Lo único que me faltaba, una
adentro. loca más en mi vida” pensó.
Lo suyo con esa mujer, por lo menos, era homicidio —Bueno, le puedo recomendar un buen profesional
preterintencional agravado por el vínculo. Estaba traba- que la atienda si se siente tan mal.
do. Tanto asco se daba de sí, que la cogía en la bañera. —No, quiero que sea usted.
El sí, sí, sí de Nelly semiconsciente lo hacía sentir como —Señorita yo soy su profesor, no sería ético.
una asesino serial. Él, mató a la primera Nelly, la de las —Si no me escucha ella lo va a matar...
pantys y la minifalda; él, mató a la segunda Nelly, la que —¿Quién?
quería escalar el volcán Lanín; él, mató a la tercera Ne- —Silvia.
lly, la que sólo pedía un buen control remoto para el Sacó una pistola pequeña del tamaño de una petaca.
televisor. No dudó en seguirla. Los pasillos de la universidad pa-

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recían un laberinto de la Dimensión Desconocida. Lle- Pinzón ya no podía dejar de preguntar.
garon a la calle. Los esperaba un Impala negro. Llovía. —¿Por qué?
Sólo faltaba que apareciera Robert Stack. La mujer caminaba mecánica. Se detuvo en el bar se
—Suba, ella quiere que la acompañe. Obedeció como sirvió una bebida azul e hizo fondo blanco. Se tiró en
un corderito. En el coche había un bar. el diván y encendió un cigarrillo de marihuana. Fuma-
—¿Quiere beber algo? ba y miraba al cielorraso Le acercó el cigarrillo. Pinzón
—Un vodka. ¿Me puede explicar qué es esto? ¿Adón- con el cuerpo erizado de excitación, y con el vodka que
de me está llevando? tenía encima no dudó en probar. Era algo que se debía
—Tenga paciencia, ya estamos llegando. desde la secundaria. El sitio para iniciarse hubiera sido
A la altura de Parque Leloir, entraron a una quinta. la boite, a la que no fue por aversión a las masas. Aspiró,
Una casona antigua. Una sola luz. Una cortina corrida demasiado de golpe. Empezó a toser.
al sonido del claxon. Bajaron, la lluvia había cedido. El —Dale suave, así no te relaja.
césped perfumado y la piscina reflejaba la luna en cuar- De pronto estaba tirado en la mullida alfombra entre
to creciente. No pensaba en nada. Estaba intrigado. Se almohadones de seda italiana. Aspirando ese elixir que
había imbuido del clima de suspenso, quería conocer el le aflojaba las articulaciones. Veía todo difuminado. Las
final. alucinaciones que había fantaseado tener no se presen-
Entraron a la mansión. Lo dejaron solo. El tiempo taban. Sólo una liviandad. Su cuerpo parecía un globo
parecía haberse detenido, mientras se estaba sirviendo aerostático. Se veía en planta tirado entre esos almoha-
una bebida, una mujer vestida de largo bajaba la escale- dones y sentía que una manguera lo unía a su cuerpo
ra con el ritmo que le permitía una artrosis deformante concreto, tan bolsa de papas como siempre. Pensaba en
evidenciada en los dedos llenos de anillos. Unas joyas La Ferrere, ese viejo no habría sido un drogón. De re-
valiosísimas alternaban con los pliegues del cuello senil. pente, se le presentó una masa ovalada del tamaño de
—¿No me reconoce verdad? Sin las luces y el maqui- una sopera inglesa antigua. Su cuerpo aliviado se intro-
llaje es imposible, yo soy Silvia Morgant. dujo por la ranura y una vez adentro vio pequeñísimas
Hasta ese momento todo había sido suspenso. A par- hamacas ¿paraguayas? Y en una de ellas a una señora
tir de ahí, un absurdo. La hermana gemela de la gran mayor que le sonreía luminosamente: —Yo soy Olimpia
animadora de televisión lo tenía secuestrado en su living. la que te quita el sueño. Era hora que nos conociéramos.
—A la que conozco es a su hermana... ¿Gloria? El sonido se dilataba y llegaba como desde un coaxil.
—Hace años que nadie la ve, Gloria está muerta. —¿Cómo se vive aquí?—Ya no estoy aquí, ya pasé, es la
—Pero si el programa Cenas Estelares sigue en el aire. sala de recepción. Ponete cómodo. Ofreciéndole un lien-
—Claro. Silencio. Su profesión le daba cintura para zo. Pinzón obedeció.—Te agradezco lo que estás hacien-
escuchar, prefirió no preguntar. do por mi nieto. El pobrecito anduvo un poco desorienta-
—Hace quince años mi hermana tuvo una apople- do pero no come vidrio. Azucena. Cuando vuelva se va a
jía, esto ocurrió ante las cámaras. Maquillaje, un corsé armar. Pinzón haciendo caso omiso al tema: —Olimpia,
de acero de “Más allá del horizonte”, se buscó el ángulo contame cómo es esto. ¿Tiene algo que ver con La Ferre-
para no enfocar el incontenible hilo de baba. Y hasta re?—Sí, lo conozco, estuvo conmigo en el nivel purgante.
mañana. Auspicia gaseosa Ocas. El tipo tuvo sus percepciones pero le hizo mal la cabeza

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a su grupo de seguidores. Es la pena de los Maestros. No Tuvo pesadillas. Engomadas, de esas que lo desperta-
existen, son la cagada de la especie humana. Porque tie- ban con sabor amargo y que hacían pensar que la ma-
nen más desarrollado el tercer ojo, se engolosinan con los teria fecal había subido a la boca por la noche. Sintió
que le hacen de séquito —¿Dónde está?... ¿Podría hablar sacudidas.
con él? —Desconozco. Escuchame, Azucena va a volver. Amaneció descansado. Tenía puesto un pijama de
Es una loca de mierda pero en recuperación... El tiempo satén color salmón. Estaba perfumado. Como si lo hu-
que se fue a la isla le sirvió para arreglar un problemi- bieran bañado. Un aroma de croissant y café lo orientó a
ta de comunicación que teníamos. —¿Se comunicaban? la mesa donde habían servido un abundante desayuno.
—No preguntes pelotudeces. Ella siempre tuvo dificultad La noche anterior había sido drogado, la desconfianza
en el uso de la polisemia. Se tomó todo con literalidad. lo hizo rechazar la oferta. Buscó su ropa. Se vistió y se
Ahora, la del problemita va a ser L. —¿Qué tengo que quedó sentadito en la mecedora a la espera. Luego de
hacer yo? ¿Qué tengo que ver en esto?—Ocupás un lugar, dos horas, no dio más y salió al pasillo. Bajó la escalera.
tenés que seguir con lo que provocaste. —¿Yo? Silencio.— La vio desayunando en una gran mesa.
¿A qué te referís? —La gente confió en vos, Ofelia la única —¿Hasta dónde llegamos anoche?
ser pensante está por estirar la pata. Así que, tendrás que Recordó su episodio con Olimpia. Supuso que no
dar un dique a lo que se viene. —No me interesa. tendría conexión con la demanda de Silvia.
Golpe seco en el coxis. Silvia se había dormido. No —Llegamos hasta la muerte de su hermana.
atinaba a hacer nada. No lograba conectar la serie de —Bien, la Corporación pretende que yo siga reem-
acontecimientos. Qué relación había entre lo ocurrido plazándola de por vida
con Olimpia y esta Greta Garbo de cabotaje. No discer- —¿Cómo es eso?
nía si había algo de verdad en el pedido de Silvia. O si —Nuestro padre, por decirlo rápidamente, nos ven-
había sido una especie de canal para acceder al pedido dió. Madre necesitaba un transplante de corazón. ésto
de Olimpia. Se levantó. Iba enfilando para la puerta de sólo se hacía en Estados Unidos. No teníamos dinero.
calle pero su alumna, ahora vestida de mucama, estaba Nuestro nacimiento fue primicia de La Voz de Pueblo.
parapetada pistola en mano. Necesitaban bebés para una firma de publicidad. Los
—¿Dónde cree que va? primeros pañales de gasa satinada. Nosotras además de
—Silvia se durmió y yo tengo familia que en este mo- idénticas, nos parecíamos mucho a Shirley Temple. Fue
mento debe haber llamado a la policía para saber mi en pleno auge. A cambio de financiar la operación, le
paradero. ofrecieron un contrato de por vida. Nuestro padre des-
—Usted no tiene nada y se va quedar hasta que esperado, aceptó.
atienda a Silvia. Si quiere descansar lo acompaño a su —¿Cómo pasaron de publicitar pañales a hacer Ce-
habitación. nas Estelares?
Lo condujo hasta una lujosa habitación, una autén- —El negocio se amplió. Compraron un canal y crea-
tica recámara, con cama enorme con velos para mos- ron las cenas para meter publicidades del rubro: gastro-
quitos. Así lo podía describir Pinzón con sus pocos ele- nomía, moda, políticos. Todo fue variando al compás
mentos de vida aristocrática. ¿Qué podía hacer? Estaba de los tiempos.
exhausto. No tenía miedo. Se tiró a dormir vestido.

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Pinzón recordaba ese programa como una gran pa- A Pinzón le impactó la envergadura del engaño. Si
sarela de la farándula y la política. A la vieja luciendo su misma Nelly cenaba con ella y no se percató, era una
modelitos europeos, inaugurando la TV en colores. auténtica monstruosidad.
Solidarizándose con el terremoto de San Juan, auspicia —Por otro lado la compañía no me va dejar ir así
Edificaciones Antisísmicas Titán. Mostrando los Guin- de simple. Tienen temor de que se les ventile el fraude.
ness del horror ¡Qué asco! Se hizo un silencio monolíti- Creo que antes me matarían.
co. Se miraban el uno al otro, insinuando muecas como —Hay que llamar a la policía. Póngase un custodio
para ratificar indicios de alteridad. Preguntándose, Pin- —dijo Pinzón ingenuamente.
zón a estas alturas, cuál de los dos era más o menos real. —¿Cuánta gente muere misteriosamente en este
Pinzón, recuperando el hilo de la entrevista: país...?
—Pero es un contrato leonino a todas vistas. Además —Bueno, supongamos que yo la ayude en su proceso
de ilegal. Me parece que debería solicitar una entrevista de desinfec...... desintoxicación. ¿Qué haríamos con el
con un abogado no con un psiquiatra. otro asunto?
—Tiene razón. El contrato es un absurdo. Lo con- —Me tendría que ir por supuesto. Pero no lo puedo
sulto a usted por mí. Porque ya no puedo vivir sin las hacer si antes no resuelvo mis fobias y todo eso que us-
cámaras. Y del mismo modo no lo soporto más. Me ted ya sabe. Yo supongo que con un tratamiento inten-
quiero retirar pero no puedo. Me he vuelto adicta. Lo sivo ya estaría en condiciones de irme a un lugar que he
noto en vacaciones. Me desvencijo como el mueble apo- elegido para pasar la última etapa de mi vida.
lillado en que me he convertido. Necesito que me haga —Señora discúlpeme pero me declaro incompeten-
un tratamiento. te. Le puedo recomendar a otro profesional.
Cayó en la cuenta de que estaba atrapado frente a —Pero yo confío en usted. Sé que es un estudioso de
una loca. Lisa y llana. Pero en todo caso, lejos de ser una Gregorio. Fui una de sus estudiantes. Nos reuníamos en
argumentación a favor de su retorno a la vida civil, esto una quinta en Arana. Él me lo recomendó. Tendrá sus
lo ataba por una cuestión profesional. razones. Usted de acá no se va.
—No soy especialista en adicciones. —Pero Gregorio murió hace años.
—Pero la mucama, que asiste a su cátedra me dijo —Yo me comunico con él. A cada uno de nosotros
que usted dio una clase. le dio una clave de acceso a su esfera actual de acción.
—Señora, una unidad temática no lo convierte a uno Sentadito con la boca abierta. Empezó a toser. Se había
en especialista. Además, usted no es justamente una tragado una mosca. Mientras tomaba agua, su mente
adicta. Sencillamente está acostumbrada a un estilo de maquinaba febril. Todo adquiría un nuevo sentido. De-
vida y debería intentar hacer algo que le guste... cidió quedarse en la mansión. Nadie repararía en su fal-
—Como viajar, ir de compras, cine... Mire, no me ta excepto J. El mandato de Olimpia fue absoluto. Tanto
queda mucho tiempo de vida. No. No estoy enferma como el de esta vieja gagá. Tendría que arreglar un día a
pero soy vieja. Quiero liberarme de la angustia que me la semana para ocuparse del otro asunto.
produce la ausencia de los productores, el público. No *
he tenido vida propia. Desde hace cuarenta años, soy Los días en la mansión transcurrían entre lirios y
mi hermana. piscina climatizada. La señora se apersonaba cuando

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necesitaba hablar. Ella manipulaba el encuadre a dis- mó hasta la alfombra. Cuando hubo terminado, Silvia
crecionalidad. Cuando los perros la mordían, decía. se tiró a su lado. Encendió un porro. Pinzón mirando
Para Pinzón el cuadro delirante estaba claro. Sistemati- el cielorraso, inmóvil, todavía sentía el efecto del masa-
zado y hermético como la pirámide Kefren. Pero había je en la médula. Un aura fosforescente giraba como un
decidido acomodarse entre los jergones de su nueva trompo entre los caireles.
situación. Al otro día despertó solo. Tenía la boca llena de es-
Una noche lo despertó un cosquilleo en los pies. Era puma y una gran mancha de sangre seca entre las pier-
Silvia, sólo con un abanico de plumas blancas. Estaba nas. Saltó de la cama y tocándose desesperado concluyó
maquillada al estilo Charleston. El cuerpo desgarbado, que la sangre era de Silvia.
los pechos triangulares y planos caían sobre su vientre *
como pliegues de piel momificada. Pinzón se incorpo- Se reencontraron en el desayuno.
ró, reprimiendo el grito de horror que le provocaba el —Pinzón usted me había planteado la necesidad de
cuadro. disponer de un día para atender su consultorio, con-
—¿Necesita algo? sidero que sería una gran falta a su ética profesional
—Amor. abandonar a sus pacientes. Froilán podría llevarlo y
—¿Podemos hablar de esto en la sesión de mañana? volverían una vez concluido su trabajo.
—Necesito la sesión ahora. —¿Le parece bien los jueves?
Se derramó sobre el relieve de Pinzón que ante la caí- —Cuando usted disponga.
da no pudo substraer su humanidad de la pegajosa piel —Bien, tendría que hacer algunas llamadas.
de Silvia, quien jadeante lo empezó a succionar como Luego de este comentario, y asumiendo su régimen
una sopapa. Dejó hacer. Había resultado una buena de libertad condicional, se levantaron sin más palabras.
lamedora. La lengua suave le recorría el cuerpo con la Pensó aprovechar el día. Iría a ver a su Nelly y coordi-
dedicación de una geisha, mientras esto le ocurría, pre- naría un encuentro con J. Su ausencia estuvo justifica-
sumía que el miembro no le respondería. Hacía meses da por enfermedad. Por lo tanto nadie de la familia de
que no tenía una mísera erección. Sólo fugaces episo- Olimpia lo había sentido como un abandono. No sabía
dios masturbatorios y los encuentros morbosos con lo que podría encontrar de Nelly.
Nelly. Pero el trabajo fue tan eficiente, que el pene se Lo condujeron hasta su consultorio por el Bajo. Es-
erigió como un tótem. La penetración fue dificultosa. taba todo en orden. Impecable. Sus secuestradores ha-
Silvia empezó a gritar como si la estuvieran degollando. bían contratado a alguien para la limpieza. Se tiró en el
Montada en las ancas del manso padrillo, elongaba los diván. Duermevela. Desde su secuestro no había dejado
brazos al aire como la misma Difunta Correa pidiendo de sentirse observado. Encontrarse en su consultorio y
agua al cielo. Esto se imaginaba Pinzón fusionado en el mirarse en el viejo Matisse, lo confrontó con su verdad.
sommier, como un calco de yeso. Le importaba un cuerno lo que le ocurriera. No tenía
—¡Qué dolor, qué dolor! Me estás matando, sí, mata- progenie. Obedecía como un infante los mandatos ab-
me. Y lo hería con sus postizas, desgarrándole el pijama. surdos de dos viejas locas. Una muerta y otra más muer-
Succionado como si un pulpo lo quisiera deglutir sólo ta que viva. Todo era un tremendo sinsentido. Un dicho
emitía onomatopeyas. La descarga fue tal que se derra- de La Ferrere: “de un óvalo a otro vamos saltando como

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monitos paraguayos en una selva de lianas asesinas”, le L
resonaba circular, como una cancioncita de cuna.
Cerca de las nueve discó el número de L.
—Todo anda bien como siempre, supimos de su en-
fermedad, nos alegramos de que se haya repuesto, aquí
le mandan un beso. Acordaron una visita para el próxi-
mo jueves.

El romance con Sebastián se mantenía a fuerza de


sexo y sentido del humor. Tal vez una cierta tranquili-
dad a fin de mes para pagar las cuentas. Como era pre-
visible quedó embarazada. No quería enloquecer como
Azucena.
—Acá tenemos mucha experiencia, anestesista, resu-
citador, camas para descansar.
—¿Cuánto?
—Diez mil.
—Yo no tengo esa plata.
—Bueno, te lo podemos financiar. Se imaginó estar
pagándolo en cuotas como si fuera una heladera. Volvió
a los quince días. Ya no podía dejar pasar más tiempo.
Se lo hicieron con la tarifa más baja. Sin anestesista.
—A ver… tranquilita, sacate la bombacha y ponete
ahí, colocá las piernitas ahí, va a ser rápido si te relajás
mejor, no se saben cuidar y después no tienen plata ni
para sacárselo... No así no va, relajate. Mientras la hora-
daban clavaba las uñas en la camilla. No podía creer lo
que estaba padeciendo.
—Ya está, ya está. Nena el próximo me lo das, lo po-
demos ubicar.
—¡Hija de puta calláte y terminá bien porque te de-
nuncio!
Era diciembre. Había ido sola. Y no soportaba la
idea de reposar un minuto en ese lugar. Bajó la escalera

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como pudo. Mareada. Tanto dolor le purgó cualquier decir nada. Ella se fue y va a volver. L. está flaca como
sentimiento de culpa. Cuando llegó a su casa, J. estaba un junco, no come nada
en el Jardín. Sebastián, en el taller del fondo. Le dijo que —¿Para qué te querés comprar el bote si Azucena
estaba descompuesta. Antes de la operación había acor- está por volver?
dado con Ofelia que el nene se quedara con ella todo ese —¡Qué me importa! Ella se va, yo me quedo, ella
día. Nadie se enteró. vuelve yo me voy. En casa somos así.
Esto fue para Navidad y lo que le llamó la atención a —Pero ¿no te parece que sos muy chico? Lo que te
Sebastián fue que no tomara sidra. Por un tiempo una pasa es que estás enojado con Azucena y la querés cas-
leve amargura por las mañanas. Ecolalia de sus náuseas tigar.
de embarazo. Algo de tristeza. —Mirá yo no quiero estar cuando vuelva.
Sólido silencio. Decidió no preguntar. Evidentemen-
Jueves-10 te el chico sabía algo de lo que Olimpia le había anun-
—¿Qué le pasó? Me dijeron que estuvo enfermo. ciado. Si al menos la vieja se dignara a darle más infor-
Para mi se fue de viaje y no quisieron decirme. mación. Pero a pesar de invocarla en humos de yerba en
—¿Por qué te iban a engañar? la piscina, el óvalo no se hacía presente.
—Porque creen que soy un boludo yo me doy cuenta *
de todo. Sabés empecé a trabajar, la guita no me alcanza, —¿J. dónde vas?
me quiero comprar un bote porque voy a navegar. Pron- —Me voy a la esquina lavar autos.
to va a llegar mi vieja. —Ya te dije que no es necesario. Sos muy chico para
—¿Ah, sí? trabajar. L. estaba que se la comían todos los perros si-
—Sí, lo sé porque soñé con ella y le vi la cara y el pelo, berianos. No sabía cómo manejar al chico. Había deja-
no está como cuando se fue. Lo tiene mas largo y con do de enseñar danzas. Apenas se mantenía en pie. Una
canas. Está gordísima tarde se desmayó. Le pusieron suero. Hematocrito 21.
—¿Y te dijo algo? Tenía que generar glóbulos o se evaporaba. Las cosas
—Que pronto estaría por acá que cuidara a L. con su pareja iban bien. Pero padecía una especie de de-
—¿Qué le pasa a L? presión dominguera, sin tener que ir a ninguna fábrica.
—Nada, está un poco nerviosa. Llora dice que se está Sólo cocinaba y vendía viandas en los Ministerios.
poniendo vieja. Una mañana preparó viandas con ácido. Para que la
—¿Sabés? Eso pasa cuando los chicos crecen, si vos gente recuperara un poco el espíritu. Una vez vendidas,
crecés los demás cumplen años también. se quedó en el baño. El aquelarre que se armó fue de
—La que está revieja es Ofelia ya no puede ir a casa, película. Las Trabajadoras Sociales que entre todas su-
yo voy los sábados y paso la tarde con ella, me enseñó a maban trescientos años, empezaron a reírse como las
jugar al ajedrez. brujas de Salem. Algunas se sacaron la ropa y se mas-
Lunes-15 turbaban con las puntas de los escritorios. Había una
—Yo creo que cuando sueño lo que sueño es verdad, fanática religiosa que creyó ver a la Virgen del Vidrio.
siempre se cumple. Creo que cuando vuelva no le voy a Los tipos se fueron en manada al baño para culearse
entre ellos. ¡Cuánta libido reprimida! Una vez traspuesta

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las puertas de la percepción de los otros sintió pena y —Pero usted me está diciendo… ¿Que drogó a gente
desilusión. Estos infelices lo usan sólo para coger. Todo inocente? Usted, usted...
terminó con los bomberos porque alguien hizo un fue- Salió del confesionario para verle la cara.
guito con la documentación del Programa Niños Feli- —Ustedes a ésto le llaman pecado, padre he pecado y
ces. vengo a que me perdone.
Nadie atribuyó el hecho a las tartitas de L. Las auto- —¡El que perdona es Dios!
ridades utilizaron el rumor de que entre los empleados —Bueno, que Dios me perdone entonces.
había un narco y aprovecharon la situación para hacer —¿Pero usted está arrepentida?
sumarios y despidos de algunos que tenían marcados. —Sí, echaron mucha gente a la calle, los cabrones
L. muy calladita sintió algo desconocido, una sensación aprovecharon.
de agobio indeterminado. Culpa. Necesitaba hablarlo —De la droga. ¿Está arrepentida?
con alguien y se metió en un confesionario. En ese momento entendió que lo mejor era irse cuan-
—Sí hija, la escucho. to antes. El cura la podría denunciar. Se paró y deslizán-
—Estoy muy mal. dose como una boa se retiró del oscuro recinto. Cuando
—¿Está enferma? estuvo en la calle empezó a correr como si el mismo
—No, vengo a confesar algo que hice que perjudicó cura la persiguiera. Este, no pudo ni salir del ataque de
a mucha gente. asma. Se quedó en la capilla escupiendo gargajos.
—La escucho. L. estaba necesitando sentir el filo del pico roto en la
—Yo vendo tartas para vivir... lengua. Los años de ama de casa le habían derruido el
—Aha... cuerpo, mas no el espíritu. Su amor por J. estaba inmu-
—Las cargué y las vendí en el Ministerio... table. Pero el chico daba señales de precoz independen-
—Las cargó en una canasta. cia. Y esto la diezmaba. De vez en cuando pensaba en su
—No, con ácido. amiga y una hiel le subía por el esófago hasta la punta de
—No entiendo hija, ¿puede ser más clara? ¿Qué ha la lengua. Si bien había naturalizado la fuga de Azucena,
sido? no tenía claro por qué se enroló en madre de modo tan
—No, ácido. automático. El sentimiento de lealtad le había resultado
—¿Qué ha sido de qué? un buen argumento. Pero ahora, la imagen de Azucena
—No entiende. le producía algo parecido al resentimiento.
—Usted es muy confusa, no tenga miedo. *
—Preparé tartas de verdura con pepitas. —Tengo que ir al mercado de frutos de Tigre ¿vos
—¿Y cuál ha sido el problema? te encargarías de J.? Le preguntaba a Ofelia. La señora,
—¿Usted es o se hace? ¡Pepas, ácido, droga! muy amable, entre jadeo y jadeo le dijo que le encanta-
La daga de la inquisición ingresó a escena. ría pero tenía una leve indisposición. Cuando cortó se
—¿Y qué pretendía? tomó un analgésico y murió. El cáncer crónico le dio un
—Movilizar a la gente... sacarla del agobio... ¡Veo mazazo.
todo tan dormido! L. se fue igual, a J. lo dejó con Sebastián. Habían
construido un elemental código de comunicación mas-

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culino, algo parecido al afecto. Se tomó el tren tempra- Se tiró al agua. No pensaba en la muerte, con los
nito. Hizo conexión en Retiro. El tren eléctrico la dejó pelos flotando verticales y todo su cuerpo hincando el
en la rampa. Un lengüetazo de color cromo le mojó los agua, las algas anaeróbicas se anudaban a sus tobillos.
pies. Necesitaba ver agua, sentir un viento fresco. De- Se creía en un sueño dulzón, prolongación de su relax
cidió que se mudarían con la familia a alguna locali- en la proa del barquito. Un sacudón le rasgó su envol-
dad de la costa. La ciudad se había convertido en un tura líquida. Colgada del antebrazo del oficial, que la
mausoleo apestoso, y nada los ataba a ese lugar. Venía arrastraba como podía hasta la superficie, emergió bo-
pensando en esas cosas mientras recorría los puestos de queando.
mimbre. El sol del mediodía le atenazaba la nuca. Buscó Llegaron como pudieron a la vera de un islote ba-
un sauce y se tiró. Miraba las embarcaciones. Precarias. rroso. Los dos exhaustos. El tipo con los ojos colorados
Los lanchones cronometrados. La gente subiendo con como si fueran a estallar. Sintió pudor y arrastrándose
animales, carne, leche. “Los isleños estarían desabaste- hasta un sauce se escondió de la mirada del tipo que
cidos. Si estoy acá es por que lo elegí, caí en la cocina de yacía boca abajo como un Atlas desvencijado.
una casa que no edifiqué y me quedé, ¡yo lo elegí! Claro —¡Estúpida! Ahora perdimos de vista el lanchón. ¿Qué,
necesitaba estabilidad. ¡Qué bien lo hacía con el Vasco! pensaba matarse así? ¡Los que se quieren matar lo hacen
¡Qué bien me hacía el Vasco! Había una causa, la gente sin testigos!
se mataba por una causa, no como acá que la gente se L., fuera del radio de J., había tirado por la borda lo
muere de hambre cayendo como limones podridos que que de pensamiento coherente le quedaba. No com-
nadie recoge. ¡Qué lindas son las flores del Jacarandá! En prendía en absoluto lo que le decía. La idea de suicidio
el próximo patio tendré que tener un árbol de éstos pero no se le había cruzado ni por un minuto.
tardan mucho en crecer y no creo que pueda pagar una —Oíme a mí me tratás bien, nadie te pidió nada, yo
casa con patio y el Jacarandá no crece en terrenos are- sé nadar perfectamente. Desde que tengo diez años,
nosos. Me dejó el pibe y yo lo quiero pero no es mi hijo y hago lo que quiero.
ya no doy más, ella enloqueció y yo... me dejó al pibe, ha
crecido tanto que no lo conozco. ¿Cuándo se le ocurrirá Las voces se cruzaban de la costa al sauce llorón, que
volver y hacerse cargo por lo menos de un chico que ya cubría la mirada del oficial. éste, con los codos hinca-
camina, no se mea y sabe hablar?” dos como a punto de levantarse y el pantalón bordado
Recorría la costanera con la lengua de cromo lamién- de diatomeas:
dole los pies. Se tomó un lanchón amarillo con la proa —¡Vos estas loca de acá te encierro en el Moyano!
llena de frutas y se tiró a tomar sol desnuda, como si —Vos no me llevás a ningún lado que ya estoy gran-
estuviera en un hedónico crucero. decita. Nadie te pidió nada, en el próximo lanchón te
—Señorita haga el favor de vestirse. vas que yo sé nadar para llegar sola.
Un oficial de prefectura la sacó de su pesada ensoña- El tipo se paró. Salió a buscarla como para darle. L.
ción. Levantando la ceja derecha, con asombro: corrió, riéndose como una charrúa extemporánea. Se le
—No me mire. perdió de vista. Faltaba poco para la noche. El paradero
—El nudismo no está permitido. de esta loca sólo le interesaba en su orgullo. Lo único
—Está bien, mire para otro lado que me visto.

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que le preocupaba era estar a tiempo para hacer señales —Se vive de lo que se puede. El Carlos es bueno con
y no tener que pasar la noche ahí. la escopeta.
* —¿Cuánto hace que viven acá?
Tierra adentro, atisbó una luz en la espesura y con —Toda una vida. Criamos cuatro hijos, dos se los
paso liviano buscó espiar a los habitantes del rancho. llevó la peste, el otro se fue con el tío al Paraguay y la
Se encontró con un par de ancianos tomando un mate Zulma. Se cortó seca. Mejor no preguntar pensó L.
cocido. Una salamandra tiznada, alimentada con leños —¿Quiere ver fotos? Tenemos de toda la familia.
húmedos, exudaba un calor agrio. Los viejos la vieron. Trajo una caja de cartón enmohecido. Todo en ese
El anciano abrió una boca desdentada como si un fan- lugar era como recién sacado de una ciénaga. Extrajo
tasma querido les hubiese quebrado el suceder de la tar- unas fotitos sepia con los bordes filigranados. Se veía a
de. La vieja, Lita, como se presentó, extendiéndole una un Carlos joven vestido con overol, la escopeta de caza
manta escocesa manchada por múltiples usos: y a cuatro rubiecitos con ropas muy pobres. Lita robus-
—Pase hija siéntese, seguro tendrá frío. ta. Circunspecta, tal vez desconfianza hacia la cámara.
—Gracias, perdí la lancha. Atinó a decir ridícula. El —Las sacó el Polaco, a mí no me gustaba la idea pero
viejo la miraba boquiabierto. Con algo de lujuria y mu- gracias a eso todavía puedo acordarme de los gurises.
cho de asombro. Lita: Noche cerrada. Sólo se escuchaban unos pájaros ra-
—El Carlos está así desde que se fue la hija para el ros. L. tenía hambre y un cansancio demoledor. Se dur-
continente ¡Carlos, no es la Zulma! No te quedes así ba- mió en el catre con un pedazo de queso a medio mas-
boso. ¡Andá a buscar mas leña! ticar. Entre sueño y sueño una explosión estalló en el
El viejo salió. Su renguera producía un golpeteo monte. El viejo llegó radiante:
acompasado como si tuviera tres patas. —Vieja, al chancho le di bandeja mañana salgo a
—La lancha no va a pasar hasta mañana, si quiere buscar el cuero.
puede dormir ahí. Señalando lo que L. supuso, la cama *
de la tal Zulma. La despertó un sol debilucho de invierno. Los viejos
—Aquí tiene ropa, que no está para andar así. roncaban en un camastro al otro lado de la mesa con
Miró el catre con resignación. A la hora de irse a la restos de la cena. Se vistió con la ropa de Zulma, pollera
cama, siempre se había cuidado guardar ciertos rituales. larga y blusa de broderie amarillento. No sabía la hora.
Un buen aroma. Sábanas limpias. Si no gramilla, are- En el sector izquierdo del predio, detrás de una cerca de
na, barro azufrado. Pero nada de sedimentación huma- ligustro: un auténtico vergel. Crisantemos, gardenias,
na. La precariedad del rancho y la luz mortecina... De rosas moradas y azules. En otro sector, las hortalizas.
pronto le faltaban los ositos de guata. El olor a kerose- Un sistema de riego por aspersión diseñado por un in-
ne siempre le había dado migraña. Mientras divagaba, geniero. El reverso de la triste casucha de chapa. Serán
vio que en una tranquera tenían unas cuantas perdices los puesteros, pensó en su asombro. Se tiró a reposar en
muertas y unos cueros de lobitos de río. Esta gente vive una hamaca blanca sintiéndose como una niñita per-
de la caza y la pesca..... dida en el bosque que había hallado al fin la cabaña de
Lita, adivinando: chocolate. Lita salió al patio ofreciéndole un tazón de
mate cocido. Entre sorbo y sorbo:

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—Es buena tierra. Se retiró al interior de la casa. L. quedó con la taza
—Veo que les gusta cultivar flores. vacía. Decidió caminar. Cuando dio los primeros cien
—Sí, nos pagan bastante bien. metros recordó al oficial. Se preguntaba cómo habría
L. se hamacaba. Frases cortas. Como si se hablara del pasado la noche. ¿Dónde estaría?
tiempo Llegó a una playita de arena fina y se tiró a tomar sol.
—Dígame Lita, ¿cuándo pasa la lancha para volver? Los viejos estaban rotundamente locos. Seguramente
—Viene los domingos. Va a tener que esperar. en la casa de chocolate habría un horno para cocinar
—¿Hay algún modo de llamar por teléfono? Pedir un niños. Ni siquiera tenía in mente un mapa de las islas
taxi acuático por ejemplo. para largarse nadando. Le preocupaban sus dos hom-
—No. bres. Pensarían que se había fugado como Azucena. En
—¿Cómo hacen cuando tienen alguna emergencia? lo más íntimo, transitaba este incierto absurdo con te-
—Esperamos, si no nos morimos, nos llevan al dis- mor y curiosidad. Se sentía lábil como un gasterópo-
pensario de la otra isla. do. Pero al filo de una ventana rota que daba no sabía
—Dígame Lita, ¿no tienen vecinos? exactamente a qué jardín. ¿Saldría viva o se la harían
—No creo. Hace mucho que no se ve a nadie. al asador? Empezó a reír. Recordaba el episodio de las
—¿Y su hija? Por lo que contó se fue. tartas del Ministerio y la cara de boludo del oficial per-
—Sí, quería cosas. siguiéndola como un fauno en la espesura. Seguramen-
—¿No tienen contacto con ella de alguna manera? te el infeliz se habría montado en alguna embarcación
—No. desistiendo en su persecución idiota.
Las preguntas de L. seguían el ritmo de la hamaca. Un relincho cercano rompió su duermevela. Pensó
Lita parada a un lado. Incólume, respondía monocorde. en el dueño del caballo y en la posibilidad de contactar-
—Claro, pero creo que tendría que irme antes por- se para salir de ahí. Se levantó. La marea había subido y
que mi hijo se va a preocupar... se hallaba en la cima de un resabio isleño. Un pequeño
—No creo que pueda, pero por ahí... Gregorio, si istmo la unía a la isla grande. En ese lugar los episodios
quiere le podría avisar. tectónicos se sucedían vertiginosamente. Trastabilló.
—¿Quién es Gregorio? Cayó al agua. Era buena nadadora, pero un lazo ver-
—Si uno sabe llamarlo, aparece. de le impedía el movimiento. Por debajo de la línea de
—¡Qué bien! Entonces hay teléfono. agua, una arcada reluciente, la invitaba a pasar. Tras-
—No. puso la puerta y se encontró con un individuo tirado
—¿Y cómo lo llaman? en una hamaca paraguaya fumando. Reconoció el agri-
—Pensamos en él y aparece. A esa altura, L. confir- dulce del opio. Y sin un mínimo de asombro, se tiró en
maba el delirio de sus anfitriones. Mejor no contradecir. la hamaca que la invitaba al relax. Pequeñas libélulas
—Bueno, cuando aparezca me dice, así hablo con él. revoloteaban en torno a su cabeza. Intentando apartar-
—¿Le parece? las escuchó una voz familiar. Estaban Lita, Pedro, y un
—¡Cómo no! señor desconocido:
—Creo que usted le parecerá una chica con aptitudes. —Ella quiere volver
—¿Ah sí? ¿Y para qué si se puede saber?

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—Porque tengo un hijo que me está esperando respon- popular. Se decidió entre pacto y pacto posdemocráti-
dió enojada. co, enterrar los restos en esas islas perdidas.
—Tengo entendido que estabas cansada, agobiada, El cuerpo de Guzmán, el prefecto, nunca sería ha-
que no tenés ganas de seguir criando al hijo de tu amiga. llado. Luego de que Carlos le tirara ese escopetazo cayó
—¿Usted quién es? ya irritada. en el borde de esa inmunda materia y fue succionado
—Yo soy Gregorio para lo que guste mandar. lentamente como por un gasterópodo gigantesco. Con
—¡Ah! El famoso. Bueno, señor encantada no sé qué el intestino afuera, lo último que pensó es que había es-
hago acá ni como llegué, me encanta el opio pero ya me capado de las víboras.
estoy descomponiendo de incomprensión. Necesito volver
a la cocina de mi casa.
—L., aprovechá para entender el secreto de la vida.
La voz provenía de uno de esos insectos, no cabía duda,
era Olimpia.
—¿Qué hace acá! ¡Qué sorpresa! Luego empalideció.
—No se asuste, que usted no está muerta. Me dijeron
que tenía aptitud para entender.
—Entiendo todo, si me lo explican. Desde que llegué,
están jugando al truco conmigo.
—No sea desconfiada, ¿usted es amiga de Azucena?
—Sí, no me diga que anda revoloteando por acá la
muy estúpida.
—No, yo también creo que es una estúpida pero ya
volverá.
–Bueno, ¿qué tengo que hacer para salir de esta lata
de sardinas?
–No le permito.
Despertó en el camastro de Zulma. Lita le ponía paños
de agua fría en la frente. Sentía que se elongaba y era
aplastada por un matamoscas.
—La fiebre purifica —decía amorosamente Lita.
*
En ese monte había ciénagas nauseabundas. Por mu-
cho tiempo ese islote fue depósito de restos nucleares de
una central atómica. Intentaron por años comprar te-
rrenos en la Patagonia pero la mezcla entre sangre sajo-
na y araucana desencadenó una inesperada resistencia

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La vuelta —¿Cómo fue lo de la abuela?... ¿Te cayó encima un
nido de avispas?
—Sí, era así de chiquita la pobre... decime, ¿por qué
estás trabajando?
—Porque me quiero comprar un bote.
—Bueno, pero yo ya llegué no es necesario que na-
vegues por ahí.
—Pero yo estoy aburridísimo de esta ciudad, me
quiero ir.
Estaban tirados debajo del limonero, comiendo
mandarinas. Azucena le rascaba la espalda
“Tengo que volver. ¿Y qué hacemos con la nena? La —¿Ya no te dormís cómo antes?
cuidás hasta que vuelva. Te dije que no le tengo paciencia —No, ahora puedo quedarme despierta y hacer co-
¿y quién me va ayudar con la cantina? Escuchame, hace sas como cocinar y lavar la ropa.
cinco años que estoy fregando en tu cantina, te dije que Sebastián, que conocía a Azucena en clave de L. no
tengo un hij…” El golpe la dejó mirando estrellas. Abrió daba crédito a lo que escuchaba. Cuando golpearon la
los ojos. Sentada. Giró la cabeza como una poseída, lo puerta estaba trabajando en el taller. Se encontró con
vio dormir. ¡Tenía que leer el sueño de anticipación y no una mujer gorda de cabello largo y desarreglado:
desaprovechar la oportunidad! —Hola soy Azucena y vengo a ver a mi hijo.
Lo de la nena... Si se dejara hacer con ese energúme- Sin emitir sonido los había dejado solos, haciéndose
no que conoció en la fogata sería muy capaz de engan- el concentrado en la reparación de una bobina.
char otro chico. No soportaría los reclamos de la vieja, —¿Quién es Pinzón?
que muy de tanto en tanto le pinchaba la glotis cada vez —Un médico. Me lo mandó Ofelia.
que se acercaba al borde de algún pozo oscuro. —¿Cuándo lo puedo ver?
Tomó el bote de las cuatro. Las luces mortecinas le —En cualquier momento llama.
provocaron náuseas. Llegó al barrio. Su casa pintada de El chico desplegó un mapa gigantesco y le señaló una
violeta con una arcada en arco iris sos tan naïf, te odio zona verde.
pero te quiero. —Mi isla.
* Vio a Sebastián en el umbral de la puerta. Era un tipo
—La isla era redonda la pude ver desde un aeroplano musculoso de esos brutos que le gustaban a L.
y en verdad las tacuaras no se unieron nunca, pero eso —¿Dónde está?
me sirvió para despedirme de la abuela. —Se fue a comprar fruta.
—¿Comiste siempre pescado y miel? —Bueno la esperamos, dijo sonriendo en complici-
—Sí, de vez en cuando alguna liebre o perdiz. dad con J.
—¿No tenías frío? —Hace dos meses...
—No. Quedó mirando al vacío. El silencio era sólido, tanto
como la pico de loro que portaba en sus manotas curti-

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das. J. seguía planteando su cosmogonía en el piso. Azu- cidad de su hijo. Poder adivinatorio. Conocimiento de
cena con los ojos clavados en la punta de las botas del se- geología y, sobre todo una gran comprensión o ¿resigna-
ñor y este, presente con toda su corporeidad bloqueando ción? Estaba en punto cero y además no tenía con qué
la salida. abastecer el hogar. Durante su vida en la isla, mientras
—Bueno, no sé que arreglo tendrán ustedes pero yo estuvo con Ernesto consiguieron lo necesario de la natu-
me quedo con J. y la espero. raleza. No había hiato entre ella y el mundo: tenía segu-
—El arreglo, el arreglo, vos te fuiste... no te conozco ridad, comida y un compañero. Si sobrevivió al rayo que
en realidad... podrías ser Maitena, Marcela, Consuelo... partió el rancho, no pudo con la contracorriente del ve-
Olvido. Con ironía. Todas ustedes son iguales. El arre- rano pasado. Se lo tragó el río. Entendedor de caballos,
glo era que iba a comprar fruta y no volvió más. Yo tra- el muy tonto no sabía nadar. Se quedó sola. Tampoco
bajo con herramientas, grasa, pico de loro. Señalando la necesitó a nadie. Conoció al gordo de la pesadilla y supo
contundente herramienta. Digo hoy llueve y coincide, escapar a tiempo de la debacle. ¡La luna creciente y la
coincide que llueve. Es Navidad y me tomo una sidra, falta de forros, podría haberse preñado! Esa maraña de
no sufro, chupo una sidra y estoy contento. Ella... vos, pensamientos le obturaba la luz del iris mientras revol-
no. Son distintas. Con el chico no tengo problemas… vía el caldo. ¿Cómo ser la madre? L. recordó al médico.
los dos somos hombres de trabajo ¿no? Mirando a J. No dudó en llamarlo.
Bueno, yo no me fui porque el chico tenía que vivir con *
alguien. Ofelia se fue “al cielo”. Pero bueno, vos caíste Pinzón estaba cenando a la luz de velas perfumadas
como del cielo. Sarcástico. Así que yo me voy, lo único con Silvia. Lejos de todo lo que el dispositivo analítico
que te pido es que me dejés venir a trabajar hasta que señalaba, compartían largas veladas. La mujer, a medi-
encuentre otro taller. da que versionaba su padecer, reabsorbía sus pliegues
—No hay problema. dérmicos. Hablar con este Pinzón, un verdadero bálsa-
El Perito Moreno retrocedió dejando libre el canal. A mo de juventud. El médico, escuchaba paladeando mu-
tiempo, antes del estallido. Bueno. Llegué en el momento cho más que la comida. Cada quince días se le aparecía
justo, vaya a saber lo que le pasaría a L. De todos modos en el cuarto. Como toda virgen desflorada a destiem-
sabía que estaría bien. Seguro reponiéndose de los años po, su libido se derramaba cual magma embadurnan-
de maternidad. Pensó Azucena. do la humanidad del naviero, quien sometido, gozaba
Anocheció. Preparó una comida con lo que había: como nunca. El “Rulito Pinzón” íntimo disfrutaba entre
pan, queso y huevos. Fue un verdadero shock, compar- las orlas de esa lava. Al diablo con el encuadre. Había
tir la mesa con un chico capaz de manejar los cubiertos encallado en lo irreductible. Y no le preocupaba. “Des-
y con lenguaje fluido. estimando la Premisa Fundamental, lo que finalmente
—Mi Dios no puedo volver a escapar, tengo que sostendría cada Chignón occipital sería sólo una masa
afrontar la sucesión mecánica de los acontecimientos, viscosa, en todo caso bien fundamentado en Análisis ter-
llegué, me reconoció… minable e interminable. Y la nave va más Allá del prin-
La culpa mueve las ruedas del mundo. A partir de ese cipio del placer”.
momento no le quedaba otra que ser una madre. Sería Punto y aparte.
una madre. Y se hallaba conmocionada por la excentri- *

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El llamado de Azucena lo sacudió. —¿Y por qué supone que yo la puedo ayudar en esto?
—Sí, sí. ¿Cómo le va? ¿Cuándo llegó? ¿Acaso no supuso lo mismo antes y decidió quedarse en
—Claro. la isla?
—¡Cómo no! —Mire, tengo entendido que usted como profesio-
—J. estuvo muy bien. Muy seguro de su regreso. nal debe ser objetivo. No puede juzgarme, usted no sabe
—¡Cómo no! Cuando quiera. por lo que yo pasé.
—Está bien. —No, pero me puede contar... si quiere mi ayuda.
Colgó el teléfono. Silvia mantenía un bivalvo en el —Me tuve que ir porque me dormía. ¿Le suena co-
aire y las burbujas habían adquirido tal aceleración, nocido el cuadro?
que las astillas del cristal desplumaron el faisán. Im- —Narcolepsia. Claro. Pero se imagina que si todo
placable: aquel que la padeciera se tomara el olivo, el mundo se-
—¿Quién era? ría un caos. Planteó esta inconveniencia para provocar
—La madre de mi paciente. el enojo y desabrochar el silencio de Azucena.
—¿Algún problema? —Mi madre...
—No, volvió y quiere conocerme. —Olimpia.
Todo resultaba comprometedor por confuso. Le hizo —Murió.
un buen servicio a Silvia y decidió salir a hurtadillas. —¿Y?
Para casos excepcionales, contaba con la connivencia —No me va a creer...
de Froilán. Partieron para Villa Elvira. El viaje les llevó —¿Ha tenido experiencias sobrenaturales?
sus tres horas. Llegó a las cuatro de la mañana. Casa ilu- —Usted me va a encerrar en un loquero.
minada, una mujer tomando caña de roble meciéndose —Hablemos claro. Usted sentía que su madre le ha-
espasmódica. Al fin se conocían. blaba, la veía y quería deshacerse de ella.
—Vamos bien.
—Azucena... —En la isla halló una respuesta o un final para su
—Dr. Pinzón... padecimiento. No soy oscurantista, Azucena. ¿Escuchó
—Bueno, dígame. hablar de Gregorio de La Ferrere?
—Mire, recién llego y me encuentro con que L. no —No.
está. No sé si usted sabe que tuve que ausentarme por Recordó la biblioteca de su madre. Libro verde oliva
un tiempo y necesito saber cómo está mi hijo. entre la Pedagogía del oprimido y La Enciclopedia para
—Entiendo. J. tuvo sus problemas con sustancias padres.
tóxicas. Ya está recuperado pero de todos modos es un —Olimpia tenía un libro de ese señor... ¿Qué tiene
chico muy independiente para su edad. que ver con todo esto?
—Sí, ya lo comprobé. Escuche, no soy estúpida, tuvo —Ese señor era un Maestro. Sintetizó la psico-socio-
que arreglarse solo durante estos años. Lo que no se logía del siglo. Se imagina, lo escribió entre 1895 y 1936,
hizo, no se hizo. Pero ahora estoy yo y necesitaría que contemporáneo de otro maestro. Pero en este caso Gre-
me orientara para retomar el cauce de la crianza de mi gorio nacido y criado en la Pampa Húmeda qué tras-
hijo. cendencia podía tener. ¡Si el mundo de la ciencia radi-

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caba en Viena! Decía todo esto en tono grandilocuente sabía nada de mi isla y sin embargo de algún modo, lo
como si contara con un auditorio especializado. Siem- adivinó. Puede ser que Olimpia esté metiendo la cola...
pre había esperado tener una oportunidad para alegar a —En todo caso nos está guiando.
favor de Gregorio. Azucena lo escuchaba boquiabierta, —¿Y qué le pasó a mi amiga? Ella puede ser de todo
ya confiada de que en todo caso la locura no era su pa- menos desleal.
trimonio exclusivo. —Supongo que se agotó.
Se levantó de la mecedora. Le sirvió una caña, se —Y Olimpia... ¿No le dijo dónde está?
desplomó en una banqueta. Fondo blanco. El chofer se —No.
había dormido. Ya despuntaba el amanecer. —Tendría que esperar alguna señal o bien que retor-
—Bueno, bueno, yo también creo historias, pero ne por sus medios. Esto podría llevar años.
bueno, vamos a suponer que todo lo que usted dice pro- Se quedaron en silencio. El primer gallo de la maña-
viene de un libro. Si viene de un libro es verdadero. Dijo na. Dos noches sin dormir. Se controlaban mutuamente
irónicamente. Mi mamá solía leer a Gregorio. ¿Me pue- hasta que el sueño los venció a los dos.
de decir qué caracho tiene que ver conmigo? *
—Su madre está... en el mundo de Gregorio. Yo ha- “Océano chivado el hijo me flota. Me floto afloro, soy
blé con ella. Está muy bien, me contó algo de la relación la que era o entonces nunca... me lleva por las escápulas
conflictiva que tenían. Todo esto se lo informo para por lo alto él ahora lo sabe todo la muerte, la presencia,
que no desconfíe. El tema es que J. parece tener alguna la falta el hambre le hendía el corazón y de los ojos dos
condición útil para la Comarca. Para su conocimiento serpientes sabias del árbol bajo el cual él saboreaba ca-
cada Región, tiene su Mesías, por decirlo de una mane- ramelos y hablaba con los insectos. Era liviana y se en-
ra comprensible. contraron las dos, las tres. Caminaron por la senda y se
—Sí, claro y yo soy la Virgen María y lo van a cruci- acoplaron en una geoda de onix sencillo como respirar
ficar. con las narinas como los delfines en apareamiento en la
—No. Usted, vendría a ser la Magdalena. En todo línea de flotación una cápsula hermética despedía una
caso la madre sería L. fumarola como un pequeño volcán estás ahí descamada
Estalló. Le tiró la botella por la cabeza. ¡Le querían flamígea exuda bilis por los ojos tanta hueca cautiva de
quitar a su hijo! la grama que creció por las lluvias al ritmo de las enre-
—¡Usted está confabulado con L. para quitarme a daderas. ¿El Mesías de la Comarca? ¿Qué le esperaría?
Juan! Y ¿cómo se alimenta el cerebro de un Elegido? Plana se
—L. hace meses que desapareció. extendía por entre la médula de las paredes de esa casa
—Y yo le tengo que creer... ignota y era llama ahogada, vulva habladora no paraba
—No está obligada, si quiere me voy. Se levantó fro- de decirle lo que tendría que haber hecho si de no haber
tándose la frente magullada. Ya estaba por despertar a huido hubiera sido la greda se le derramaba de los dedos
Froilán, Azucena lo detuvo. como la arena de su isla y las cañas ahora le relataban a
—Espere. No me deje sola. No le creo ni media pala- ella todos los cuentos que había esparcido en la penum-
bra pero temo el despertar de J. y no entenderlo. Mire, se bra” —Me dormí
quiere ir a una isla. Algo raro está pasando porque él no *

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Despertaron con el aroma de café que J. les había y punto. Además usted con su investidura hipocrática
preparado. Lo único que inquietaba a Pinzón era Silvia. cree saberlo todo... y ¿sabe qué? Tengo la impresión de
Decidió llamarla. Había tenido una emergencia con su que sólo fue otro de los canales que Olimpia, mi santa
paciente y debería quedarse unas horas más. Le indicó madre utilizó para intervenir mi vida.
que se fuera a la piscina y lo esperara relajadita. Obede- —Puede ser. Pero me eligió a mí, alguien sensible a
cía hipnóticamente. Pero ese estado tenía su límite. Si los niveles extrasensoriales y con formación científica.
no aparecía en unas horas lo mandaría a buscar con un Eso legitima todas mis intervenciones, más allá de las
ejército de detectives. pretensiones de su santa madre. Respondió sarcástico.
El chico los llamó para el desayuno. Azucena tenía Estaba herido. No le cabían dudas, esa mujer aliena-
unas ojeras moradas. Parecía una muerta viva. Com- da, no sabría apreciar la oportunidad que la humanidad
partieron la mesa de pinotea como una pequeña familia le otorgaba al ser madre de ese chico. Realmente con-
campesina. El doctor circunspecto sorbía el café mudo. sideraba que era un auténtico germen de Gregorio. Y
Ya había dicho lo que tenía que decir. Para sí, había no estaba dispuesto a resignar su estudio. Seguirían en
cumplido con su mandato. Deseaba retornar al regazo contacto. Sencillamente porque lo llamarían. Lo iban a
lingual de Silvia. necesitar.
Azucena emanaba un cierto aire de serenidad. Inmó- De todos modos decidió irse. No soportaba el olor
vil estudiaba los movimientos de su hijo. Era una mujer a barrio pobretón. Llamó a Froilán. Cuando estaba su-
gastada. Sus manos curtidas yacían palmas arriba como biendo al coche, J. les comenta:
esperando la lluvia. —La tía L. está acá. Señalando un montículo de lo
—¡Cómo nos dormimos anoche! que parecía ser un delta. No puede llegar porque está
—Sí, estaba agotada. descompuesta.
—Nos atravesó la verdad. Mire, sé que es complicado —¿Cómo lo sabés?
para usted comprender todo lo que le he dicho. Pero la —Anoche, soñé con la abuela y me dijo que la espe-
verdad de la milanesa es esa, por decirlo de una manera ráramos. Se está recuperando de una fiebre.
entendible. *
Azucena le clavó los ojos con ira. “Sí, te doy la vida, pero dame la tuya. ¿Mamá de dónde
—Usted se piensa que soy una ignorante ¿no? O en venimos? Mamá, ¿Papá para qué sirve?” La chica hierve.
todo caso una alienada. Dentro de sí una comunidad parásita mutaba. El jardín
—De ninguna manera, sólo creo que está un poco maravilloso: debajo de cada rosa morada, una máscara.
abrumada. Detrás de las máscaras, personas en cautiverio: “¿Este me
—Se equivoca. No veo la hora de que se vaya. Ne- pide salir? ¿Qué hacemos? ¿Se lo merece? Yo creo que sí,
cesito sacarme la ropa. Darme un baño de inmersión y a los otros, ácido”. La chica se iba por las columnas de
poner un poco... se trabó. aire entre la lluvia y veía y retornaba. En el plano verde
—¿Un poco de...? un niño garabatea una mágica geología con piedras y
—Orden si usted quiere. No soy de las que se pasan pliegues de turmalina. La chica. La chica. Vomitaba a
las tardes jugando a la escondida con su bebé. Eso ya se chorros granos de arroz graneado, sapos de cultivo, tro-
sabe. Pero si he decidido volver es porque lo he decidido zos de su amante coreano, niñas musulmanas. Un lobo

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sin dientes dormitaba a sus pies. Le traían un espejo y cía. ¡Qué la parió! No se resignaba a la tumba, tenía que
aspiraba una línea, dos, veinte. La máscara de su pa- retornar y joder. Al menos no le hablaba como antes, ni
dre le sonreía: —“hija no vale la pena penar por nada. siquiera le picoteaba los talones.
Sólo se trata de jugar…” La chica flameaba. La placa de Una tarde apareció la madre de L. de cuerpo presente.
agua diluyendo el monte, los sauces, el jardín maravillo- —¿Y L. no volvió?
so, los viejos, como de pasta dulce. La chica flameaba. —No. Usted va a ser la primera en enterarse créame.
Anclaje inútil. La boca abierta con sus arterias al cora- Mentía.
zón desconectado. El páncreas amarillo como los peces —Pero será de Dios esta chica que se va como los
que había visto en el Poh. Aguas sedosas sostenían sus tipos cuando te dicen voy a comprar cigarrillos y chau
manos abiertas, las corrientes abisales la succionaban, no los ves más. ¿No habrá muerto?
peces ciegos, planos, luminiscentes la rodeaban como —No creo Eulalia. Debe estar haciendo algún dinero
rémoras, le mordían los dedos y el dolor contrarrestaba para regalarle un viaje. Se acuerda que se lo prometió
la presión encefálica”. aquí mismo tomándose un tecito.
* —La verdad que no, pero es muy capaz de haberse
Lejos de convertirse en un ama de casa, pasaba los ido del país ahora que lo decís. Viste que ella no tiene
días lijando puertas y pintando. Había aprendido el vértigo, se cuelga del primer pene y a corretear por los
tejido en telar y creó una pequeña red de comprado- arrozales del mundo
res online. Le compraron de Australia. Eran unos apa- —¡Eulalia! ¡Qué procaz!
sionados por los motivos Marayoara, de los que tenía —Vamos hija a mi edad y con lo que he visto de us-
conocimiento por un novio alfarero. Construyó unos tedes dos no me vas a decir que tengo que cuidar el len-
piletones para cultivos hidropónicos, vieja afición y guaje.
como siempre escribía en sus cuadernos de tapa dura —No, pero me parece injusta. L. es muy trabajadora.
sus cuentos, que algún día aflorarían. J. precoz en todo —¿Y vos cómo te las arreglás con tu pobre hijo?
seguía sensible a sus historias. A. imploraba. Lo único que le faltaba era soportar el
Su cuerpo le pedía abrazos pero no había hombres veneno de esa vieja. Estuvo tentada de ofrecerle el mis-
potables. La cuota de testosterona más asidua era Se- mo té que le ofreció a Olimpia.
bastián, pero se tenían aversión. El tipo iba. Se instalaba Se contuvo. No era cuestión de redundancias.
en el taller y desaparecía sin decir chau. El acuerdo se —Yo me las arreglo muy bien. Bueno, me va a discul-
sostenía en función de la espera de L. Algún día tendría par pero tengo que trabajar.
que volver y hacerse cargo del paquete de semen, que —Está bien hija. Cuando llegue decile que no sea in-
estaba cada vez más impaciente. Una noche se sorpren- grata y pase por casa ¿Si?
dió mirándolo con cierto deseo. Con el hombre de su —Pues claro mujer, además estará ansiosa de saber
amiga no se metería jamás. Era cuestión de tiempo. Al- de usted no le quepan dudas—musitaba con los dientes
guien aparecería cuando fuera el momento. apretados mientras la acompañaba hasta la puerta. La
Durante las noches de insomnio percibía el revoloteo cerró con doble candado y tiró unos cuantos chorros de
de la Libélula pero molesta, la espantaba con la mano, vinagre blanco.
repitiendo tres veces: dejá vivir boluda y esta desapare-

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“Insoportable, será posible. Con semejantes madres Fin
como para no escapar cuando le toca a una” la vieja le
había dejado el cuerpo calloso del cerebro en cortocir-
cuito. No pudo trabajar.

Estaba preparando mermelada de naranja. Dos kilos


de naranjas fileteadas, con cáscara y azúcar, toda la ne-
cesaria. La fórmula era ir agregando líquido a medida
que se generaba el caramelo. Las cáscaras se doraban,
parecían listones de cobre. Su hijo jugaba con la com-
pu. Los dos escucharon la puerta y supieron que la tía
llegaba.
—Hola.
—Hola.
El chico la abrazó. Azucena abrió el horno, los bollos
crocantes emanaban aroma a jengibre.
—¿Nos tomamos unos mates?
—Claro, muero por unos verdes.
Fue al baño. Se lavó la cara y las manos. El espejo
reflejaba a una auténtica cautiva de los Ranqueles. El
cabello necesitaba tintura. Sus uñas, garfios. Mientras
estrujaba unos puntos negros de la frente aspiraba el
aroma de las naranjas. Ahora que conocía la afición de
Azucena por las mermeladas lamentó realmente no ha-
ber traído las frutas.

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