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El crimen de tortura

en Colombia:
entre lo simbólico y lo real
L��� A������ ������� S ���� , ��.�.
EDITOR

Facultad de Derecho
Centro de Investigaciones Sociojurídicas
PARES
EVALUADORES

L��� �������� D � G������


PH.D.

Doctor en Derecho, Universidad


Complutense de Madrid. Magíster de
la Escuela Diplomática de Madrid.
Profesor Asociado de la Universidad
Pedagógica y Tecnológica de Colombia
( UPTC ) - Facultad de Derecho y
Ciencias Sociales.
Postdoctorado / Estancia postdoctoral
en la Universidad Politécnica de
Valencia.
Ex - decano de Facultad de Derecho de
la UPTC y director de Grupo de
Investigaciones en Justicia Social
“Primo Levi”. Par evaluador de
Conaces y Colciencias.

C����� ������� P���� D������


PH.D.

Investigador Senior de Colciencias.


Doctor en Derecho de la Universidad
Carlos III de Madrid. Director del
Grupo de Investigación De Las Casas
de la Universidad Sergio Arboleda. Ex -
Miembro Comité sobre los Derechos
de las Personas con Discapacidad de la
ONU. Director del Instituto Nacional
para Ciegos - INCI, desde noviembre
de 2014 hasta la actualidad.
El crimen de tortura
en Colombia:
entre lo simbólico y lo real
Luis Alfonso Fajardo Sánchez, ph.d.
EDITOR

A U T O R E S

Luis Alfonso Fajardo Sánchez, ph.d.


Cristhian Martín Laiton
José Manuel Díaz Soto
Daniela María Bolívar Gómez

Facultad de Derecho
Centro de Investigaciones Sociojurídicas
El crimen de tortura en Colombia : entre lo simbólico y lo real / Luis Alfonso Fajardo Sánchez, editor.--
Bogotá : Universidad Libre, 2020.

131 p. ; 24 cm.
Incluye referencias bibliográficas.
ISBN 978-958-5578-57-9

1. Tortura – Aspectos morales y éticos – Colombia 2. Tortura – Aspectos históricos – Colombia


I. Fajardo Sánchez, Luis Alfonso, ed.

345.025 SCDD 21

Catalogación en la Fuente – Universidad Libre. Biblioteca

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Correo del editor: luis.fajardos@unilibre.edu.co

© Facultad de Derecho, 2020.
© Universidad Libre, sede principal, 2020.
ISBN DIGITAL: 978-958-5578-57-9
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J orge A larcón N iño


Presidente Nacional

J orge G aviria L iévano


Vicepresidente

F ernando E nrique D ejanón R odríguez


Rector Nacional

F loro H ermes G ómez P ineda


Secretario General

R icardo Z opó M éndez


Censor Nacional

E lizabeth V illareal C orrecha


Directora Nacional de Investigaciones

E lizabeth G arcía G onzález


Presidenta Sede Principal

F ernando A rturo S alinas S uárez


Rector Sede Principal

L uis F rancisco R amos A lfonso


Decano Facultad de Derecho

A na R ocío N iño P érez


Secretaria Académica

Ó scar A ndrés L ópez C ortés


Director Centro de Investigaciones
Contenido

Presentación 9

Memoria de la tortura en Colombia


Luis Alfonso Fajardo Sánchez, ph.d. - Cristhian Martín Laiton 13

I. Introducción 15
II. Tortura y taxonomías sociales en la Colombia colonial 16
III. Tortura e independencia: Rupturas y continuidades de una transición
normativa sin cambios estructurales 27
IV. La tortura como relato trágico de las guerras civiles decimonónicas:
de los Supremos a los mil días de republicanismo sangriento 38
V. Violencia y deshumanización del “otro”: 49
los nombres propios de la tortura 49
V. Conclusiones 54
Referencias 56

El cuasi constructivismo en la experiencia colombiana de lucha contra


la tortura en los centros de reclusión
José Manuel Díaz Soto 63

I. Introducción 64
II. El cuasi constructivismo o la necesaria interacción entre lo local
y lo internacional 64
III. La problemática de la tortura en las cárceles y su abordaje por
la Defensoría del Pueblo 66
IV. Conclusión 78
Referencias 79

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El crimen de tortura en Colombia: entre lo simbólico y lo real
Luis Alfonso Fajardo Sánchez, ph.d. - Editor

Tortura sexual, expresión instrumental de la violencia en razón del género:


análisis jurisprudencial
Daniela María Bolívar Gómez 81

I. Introducción 83
II. La violencia sexual contra las mujeres y el delito 84
de tortura 84
III. La violencia sexual como expresión de tortura 90
en la jurisprudencia internacional 90
IV. La tortura sexual en el conflicto armado 103
Conclusiones 109
Referencias 112

Documento anexo: una adhesión pertinente 115

8
Presentación

La presente obra es un avance del proyecto de investigación “El Crimen de Tortura


en Colombia” realizado en el marco del Grupo de Investigación Estudios de
Bioética, Ecología Humana y Ecología Política - Consciencia - de la Facultad
de Derecho de la Universidad Libre. La tortura en Colombia ha existido, incluso
antes del nacimiento de nuestra nación, si bien es cierto el tipo penal de tortura
es más reciente, su práctica ha sido un factor común en el transcurrir de estos
más de dos siglos. El primer capítulo del texto realiza una aproximación histórica
a la tortura como técnica corporal de dominación y control social en Colombia
desde la época de la colonia, donde la narración que hizo Bartolomé de Las
Casas en su Brevísima relación de la destrucción de las Indias, pone de manifiesto
las diversas formas de tormentos a las que fueron sometidos los indígenas que
poblaban estas tierras. A partir de ese momento, se han escrito en los cuerpos
de miles de personas los lenguajes más despiadados y crueles y las páginas más
nefastas de la historia de nuestro país, este capítulo también analiza el período
de consolidación del proyecto republicano y las guerras civiles decimonónicas.

Ulteriormente, se detiene en la época de la llamada Violencia, donde las clases


dominantes del país indujeron a los sectores más pobres de la sociedad
a enfrentar de manera violenta a sus vecinos, amigos e incluso parientes.
Hicieron creer a los sectores populares que el país estaba dividido en dos
bandos y necesariamente cada familia debida escoger uno de ellos: Liberal o
Conservador. Se presentaron formas de violencia incompresibles y el empleo de
“rituales macabros, como el descuartizamiento de hombres vivos, las exhibiciones
de cabeza cortadas y la dispersión de partes de cuerpos por los caminos rurales, que
aún perviven en la memoria de la población colombiana, le imprimieron su sello
distinto a ese periodo” (Uribe, 2004).

Varios investigadores han desentrañado la fórmula de extrema crueldad que se


utilizó en muchas regiones del país “Matar, rematar, contramatar”, matar con el
mayor dolor para la víctima, luego colocar todo tipo de marcas sobre los cuerpos,
muchas veces aún con vida y luego colocar sus órganos o algunas de sus partes

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El crimen de tortura en Colombia: entre lo simbólico y lo real
Luis Alfonso Fajardo Sánchez, ph.d. - Editor

en algún sitio y creando montículos con sus viseras para enviar mensajes de
terror a los demás miembros de ese colectivo. Pero no era suficiente destrozar
el cuerpo, prolongar la muerte, hacer sufrir a la víctima e insultarla El cuerpo
de la víctima, aún parecía un escenario de inmensas ritualidades dispuestas a
causar terror. “Los muertos debían quedar bien muertos, y por ello se decapitaba a
los cadáveres ya que se creía que «el muerto no estaba muerto mientras tuviera la
cabeza sobre los hombros»” (Uribe, 2004).

Por otro lado, los centros carcelarios y penitenciarios de nuestro país son
diariamente escenarios de actos de tortura contra los reclusos y reclusas. Prácticas
como las golpizas; el uso de armas taser y bombas de gas; internamientos
prolongados en las llamadas Unidades de tratamiento Especial UTEs; la negación
a los servicios médico-asistenciales ante enfermedades que requieren tratamiento
especial; la violación sexual, etc., se han convertido en algo cotidiano en todos
los centros de reclusión. Este tipo de prácticas se producen a gran escala incluso
en los centros de reclusión para menores infractores. En el centro detención de
menores El Redentor, ubicado en el sur occidente de Bogotá, el 8 de octubre de
2018 fueron grabados en video siete (7) servidores públicos de la Policía Nacional
sometiendo a golpizas y tratos crueles, inhumanoS y degradantes que la Fiscalía
General de la Nación calificó inicialmente como tortura (Fiscal, 2018).

Por lo anterior, el segundo capítulo del libro se centra en los hechos de tortura
que se cometen en los centros de reclusión y cárceles del país, particularmente,
alrededor de los esfuerzos de las organizaciones colombianas que promueven
los derechos de la población privada de la libertad, puntualizando en la labor de
la Defensoría del Pueblo como la entidad que defiende y garantiza el derecho
de los reclusos a no ser sometidos a tratos crueles, inhumanos y degradantes
u otros constitutivos de tortura. De esta manera, el doctor José Manuel Díaz
caracteriza las estrategias de la Defensoría del Pueblo desde un enfoque cuasi-
constructivista de la garantía de los Derechos Humanos que reconoce el valor de
las acciones conjuntas entre autoridades estatales y actores sociales nacionales
(sub-estatales) en la generación de estándares mínimos para su prevención y
protección. Con este propósito, el texto brinda una aproximación conceptual a
la tortura y los tratos crueles, inhumanos y degradantes y describe el fenómeno
generalizado de la tortura en algunos centros penitenciarios y carcelarios del
país, para luego, exponer la funcionalidad y eficacia de planes de acción con
enfoque cuasi-constructivista –como el mecanismo de denuncia implementado
en el establecimiento penitenciario y carcelario de máxima seguridad de la
ciudad de Valledupar–, en la defensa de los derechos humanos de las personas
privadas de la libertad.

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El crimen de tortura en Colombia: entre lo simbólico y lo real
Luis Alfonso Fajardo Sánchez, ph.d. - Editor

En el tercer capítulo del libro, la doctora Bolívar aborda uno de los temas más
inquietantes y menos trajinados, desde el punto de la calificación jurídica, de lo
que podemos considerar un acto constitutivo de tortura; en qué circunstancias
la violencia sexual –en este caso la que se ejerce por razón de género– puede
considerarse como una forma de tortura, esto es, qué características debe
revestir una agresión sexual para que podamos considerarla –jurídicamente– a
partir de tratados internacionales de derechos humanos, conceptos de órganos
internacionales y pronunciamientos judiciales de tribunales internacionales de
derechos humanos, como mecanismo de tortura. Lo anterior le permitirá al
lector reconocer en qué circunstancias este tipo de violencia contra las mujeres
“se constituye como expresión instrumental de la tortura, y puede denominarse,
tramitarse procesalmente y resolverse judicialmente como tortura sexual”.

Finalmente, incluimos en uno de los anexos el concepto del Ministerio de


Justicia y del Derecho donde señala las razones jurídicas por las cuales el Estado
colombiano debe ratificar el Protocolo Facultativo a la Convención Contra la
Tortura. En este sentido, no se entiende cómo el órgano del Estado competente
en los temas de política criminal y penitenciaria emite un concepto favorable y
el Ministerio de Relaciones Internacionales se niega sistemáticamente a acatar
este concepto e iniciar los procesos para la ratificación del Protocolo. Miles
de Personas Privadas de la Libertad víctimas de tortura esperan del Gobierno
Nacional una decisión humanitaria, centrada solo en el principio “Pro Homine” y
no en consideraciones de oportunidad política.

Esperamos que este texto sea el primero de una serie de publicaciones


para visibilizar este crimen que efectivamente se encuentra tipificado en el
artículo 178 del Código Penal, pero sobre el que existen un escaso número de
sentencias condenatorias.

L u i s A l f o n s o F aja r d o S á n c h e z , ph . d .

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Memoria de la tortura en Colombia1
Luis Alfonso Fajardo Sánchez, ph.d.2
Cristhian Martín Laiton3

Resumen
Este texto es una reflexión sobre la tortura como técnica corporal de dominación y control
social, una revisión de carácter socio histórico que pretende examinar algunos de los nudos
más remotos de nuestra historia reciente y en ellos determinar los contornos políticos y
normativos que hicieron posible este tipo de prácticas, para realizar un ejercicio de memoria
ejemplar que –en términos de Todorov– permite construir categorías de análisis general,
analogizar hechos actuales y extraer aprendizajes. En este sentido recopila y sintetiza de
forma crítica literatura secundaria sobre la evolución de la tortura desde la época colonial,
el período de consolidación del proyecto republicano, las guerras civiles decimonónicas y la
época de la violencia.

Palabras clave
Tortura, memoria ejemplar, control social, políticas corporales, fundamentos normativos.

1
Este artículo es un avance de la investigación sobre El crimen de Tortura en Colombia que actualmente
adelanta la línea de investigación adscrita al Grupo Con(s)-CIENCIA: Estudios de Bioética, Ecología
Humana y Ecología Política y Derecho, Sociedad y Estudios Internacionales del Centro de Investigaciones
de la Universidad Libre bajo la dirección de Luis Alfonso Fajardo Sánchez - Ph.D., y Cristhian Martín
Laiton como investigador asistente. En este sentido, este artículo brinda un soporte histórico para
la investigación al realizar un análisis de la tortura como dispositivo pretérito de inscripción poder y
dominación social y corporal.
2
Magíster en Derecho, Doctor en Sociología y Ciencias Políticas de la Universidad Complutense de Madrid.
Doctor en Derecho de la Universidad Carlos III de Madrid. Pos-Doctor en Narrativa y Ciencia de la
Universidad de Córdoba, Argentina. Docente investigador, miembro del Grupo de Investigación Estudios de
Bioética, Ecología Humana y Ecología Política Con(s)-CIENCIA, de la Facultad de Derecho de la Universidad
Libre de Colombia y director de la línea de investigación sobre “El crimen de tortura en Colombia”.
3
Abogado y auxiliar de investigación de la línea sobre El crimen de Tortura en Colombia perteneciente
al Grupo de Investigación Con(s)-CIENCIA: Estudios de Bioética, Ecología Humana y Ecología Política y
Derecho, Sociedad y Estudios Internacionales adscrito al Centro de Investigaciones socio jurídicas de la
Facultad de Derecho de la Universidad Libre.

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El crimen de tortura en Colombia: entre lo simbólico y lo real
Luis Alfonso Fajardo Sánchez, ph.d. - Editor

Abstract
This text is a reflection about the torture as corporal technique of domination and social
control; it is sociohistorical revision that has as objective examine some of the most
remote elements of our recent history, and in them determine the political and normative
contours that made possible that type of practices. Therefore, with the purpose of do a
“model memory” exercise –in words of Todorov– that permit to do a construction of general
categories of analysis, compare current facts and obtain learnings. In this sense, it compiles
and synthesize of review way secondary literature about evolution of torture, since colonial
age, republican period, nineteenth-century civil wars and violence age.

Keywords
Torture, model memory, social control, corporal politics, normative fundaments.

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Tortura sexual, expresión instrumental de la violencia en razón del género
Daniela María Bolívar Gómez

I. INTRODUCCIÓN

Este documento es un avance de la investigación sobre El crimen de Tortura en


Colombia que actualmente adelanta la línea adscrita al Grupo Con(s)-CIENCIA del
Centro de Investigaciones sociojurídicas de la Universidad Libre, corresponde
a la primera parte del proyecto y pretende brindar un análisis histórico de la
tortura a partir de su ubicación contextual como práctica normativa, política,
social y cultural en Colombia. Para su elaboración se estudiaron fuentes de
literatura secundaria que permitieron determinar el comportamiento de este
fenómeno durante los períodos previos al conflicto armado más importantes de
la historia reciente del país; pese al modesto alcance de la indagación realizada,
por cuanto se trató de una investigación de tipo exploratorio sin pretensiones
de exhaustividad, fue posible identificar los diferentes contornos de la tortura
como fenómeno social e histórico y articular una narrativa alejada de los relatos
maximalistas de lo sangriento que prescinden con ligereza de las particularidades
temporales del entorno.

Por lo anterior, se aplicó el método histórico-lógico para trascender la simple


descripción de la tortura como un hecho atemporal, en aras de descubrir y explicar
su verdadero carácter como técnica corporal de sometimiento, dominación
y control social. Esto significa que en la investigación se pretenden reconocer
las condiciones concretas en las que se ha desarrollado la tortura, su sucesión
histórica, las rupturas y continuidades que ha presentado, principalmente a partir
de un análisis general de las correlaciones entre lo jurídico y lo sociocultural.

En ese sentido, identifica la tortura como un dispositivo histórico de inscripción de


poder y dominación social y corporal, centrándose en su uso como procedimiento
legal de suplicio, técnica creadora de subjetividades o manifestación del poder
represivo durante la colonia, para luego analizar el tratamiento normativo que
recibió durante las cambiantes fases de construcción del proyecto republicano,
su abolición como medio de prueba y sus continuidades en tanto artilugio
correctivo del derecho penal. Posteriormente se observará la tortura y sus
intrincadas relaciones con la dinámica de la guerra, las construcciones culturales
alrededor del cuerpo antagónico torturado, las tecnologías desarrolladas para
someterlo y su carácter simbólico en las guerras civiles decimonónicas y la época
de la Violencia en Colombia.

Todo esto pensado en el marco de lo que (Todorov, 2008) llama un ejercicio


ejemplar de memoria, esto es, escudriñando el pasado para comprender mejor
el presente, entendiendo las potencialidades ejemplificadoras de lo pretérito

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El crimen de tortura en Colombia: entre lo simbólico y lo real
Luis Alfonso Fajardo Sánchez, ph.d. - Editor

y la necesidad de una mirada articuladora y transversal de la tortura como un


hecho histórico terrible, documentado de modo insuficiente; pero también como
práctica actual globalizada y aplicada sistemáticamente de forma soterrada, en
tanto políticamente incorrecta.

Así mismo, este documento es un intento modesto de memoria colectiva que


permite dimensionar los extremos del horror en nuestra historia, reconocer la
barbarie y la ferocidad de la tortura ejecutada por nuestros antepasados como
algo cercano que no es totalmente ajeno a la construcción inmaculada que
hemos hecho de nosotros mismos, esto significa, reconocer el llamado de Sartre
a la sociedad francesa que, absorta por la comisión de las peores torturas durante
la guerra de independencia argelina se preguntaba, ¿cómo hombres semejantes
a nosotros pueden hacer lo que hacen?, a lo que Sartre respondía: “Hoy, ya
sabemos que no había nada que comprender: todo se ha hecho insensiblemente
mediante abandonos imperceptibles; y luego, cuando levantamos la cabeza,
hemos visto en el espejo un rostro extraño, odioso: el nuestro”.

II. TORTURA Y TAXONOMÍAS SOCIALES EN LA COLOMBIA COLONIAL

Durante la época de la colonia la tortura fue un instrumento de terror usado por


el poder real para someter y dominar a los habitantes del nuevo mundo, en los
juicios civiles y eclesiásticos se configuró no solo como mecanismo procesal
productor de confesiones a través del dolor sino también como liturgia punitiva
encaminada a la corrección de los desviados y la disuasión de los espectadores,
unas veces usada como dispositivo reconstructor de identidades, otras como
máquina de persecución política y otras como engranaje para la construcción
de una economía colonial que se basaba principalmente en la explotación de
las minas de oro, el sistema feudal y el comercio a través de la instauración de
formas institucionales de explotación, especialmente de la mano de obra negra
e indígena, como la encomienda, la mita, el concierto/alquiler o la esclavitud
(Colmenares, 1984, pág. 284).

En la colonia temprana y luego de reconocer a los habitantes del nuevo


mundo como miembros de razas inferiores que no alcanzaban la categoría de
“humanos”, los colonizadores, “amparados en teorías raciales, representaciones
sobre la alteridad y su inferioridad etnocéntrica, perspectivas teológicas sobre
comportamientos, capacidades y defectos morales de esos «otros»” (Valenzuela
Márquez, 2017, pág. 12) los sometieron a diferentes formas de tortura, “cargando,
cocinando, lavando oro o complaciendo los deseos sexuales de sus amos, miles de

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Memoria de la tortura en Colombia
Luis Alfonso Fajardo Sánchez, ph.d. - Cristhian Martín Laiton

mujeres, hombres, niñas y niños vivieron experiencias que coadyuvaron al dramático


descenso demográfico del siglo XVI” (Valenzuela Márquez, 2017, pág. 13).

Al respecto, es particularmente reveladora la narración que hizo Bartolomé de Las


Casas (2011, págs. 32-33) en su Brevísima relación de la destrucción de las Indias, allí,
puso de manifiesto las diversas formas de tormentos a las que fueron sometidos
los indígenas que poblaban estas tierras, abominaciones que se extendieron más
allá de la conquista y pervivieron durante la primera etapa de la colonia:

Después de acabadas las guerras y muertos en ellas todos los hombres, quedando
comúnmente los mancebos y mujeres y niños, repartiéronlos entre sí, dando a
uno treinta, a otro cuarenta, a otro ciento y doscientos (según la gracia que cada
uno alcanzaba con el tirano mayor, que decían gobernador), y así repartidos a cada
cristiano dábanselos con esta color: que los enseñase en las cosas de la fe católica.
(…) Y la cura o cuidado que dellos tuvieron fue enviar los hombres a las minas a
sacar oro, que es trabajo intolerable, y las mujeres ponían en las estancias, que son
granjas, a cavar las labranzas y cultivar la tierra, trabajo para hombres muy fuertes
y recios. No daban a los unos ni a las otras de comer sino yerbas y cosas que no
tenían sustancia; secá- baseles la leche de las tetas a las mujeres paridas, y así
murieron en breve todas las criaturas; y por estar los maridos apartados, que nunca
vían a las mujeres, cesó entre ellos la generación. Murieron ellos en las minas de
trabajos y hambre, y ellas en las estancias o granjas de lo mesmo, y así se acabaron
tantas y tales multitúdines de gentes (…)

Decir las cargas que les echaban de tres y cuatro arrobas, y los llevaban ciento
y docientas leguas. Y los mesmos cristianos se hacían llevar en hamacas, que
son como redes, a cuestas de los indios, porque siempre usaron dellos como
de bestias para cargas. Tenían mataduras en los hombros y espaldas de las
cargas, como muy matadas bestias. Decir asimesmo los azotes, palos, bofetadas,
puñadas, maldiciones y otros mil géneros de tormentos que en los trabajos les
daban, en verdad que en mucho tiempo ni papel no se pudiese decir, y que fuese
para espantar los hombres (sic).

Sobre este punto y fundamentalmente sobre cómo la fiebre del oro se inscribió
en el cuerpo de los sujetos colonizados Raúl García señala:

El cuerpo (y el ánima) es patrón oro en diversos sentidos: en primer lugar, porque


permite la extracción de oro, también lo es como superficie de inscripción de la
muerte bárbara para exigir oro al resto (amenaza a través del ejemplo del cuerpo
muerto, previamente torturado, en tanto objeto a tomar (paralizar con respecto a

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El crimen de tortura en Colombia: entre lo simbólico y lo real
Luis Alfonso Fajardo Sánchez, ph.d. - Editor

sus posibilidades de fuga) e ideologizar (transformar sus capacidades de resistencia


y productivas, pero incluso espiritualmente), por último, en tanto propiedades
potencialmente productivas.

[…] El ensañamiento con los cuerpos de los indígenas –a través del sufrimiento
infligido– va estableciendo en el nuevo terreno americano una retícula de terror.
Es un entrelazamiento de nudos horrorosos que aprietan sobre la carne de los
aborígenes, y que tiene por función inscribir en esa superficie un texto recordatorio,
una especie de memoria que por generaciones deberá permanecer como letra viva.
Un brillo que quemaba. Allí el oro del cuerpo. (2000, pág. 34)

Los niveles de impiedad y el comportamiento salvaje de los españoles suscitó


agudos cuestionamientos de los frailes dominicos que arribaron al nuevo mundo
en 1510, representados por Fray Antón de Montesinos, quien en diciembre de 1511
subió al pulpito en Santo Domingo y denunció en un notable sermón, con todas
las letras y ante la mirada extrañada de las principales autoridades coloniales,
las atrocidades que entrañaba el régimen de la encomienda, cuestionó la
esclavización de los nativos, la tiranía que los reducía a seres irracionales sin
alma, los títulos de propiedad de la corona sobre las tierras americanas, señaló
su comportamiento como abiertamente contrario a la fe cristiana y como colofón
aseveró que sus almas no serían salvadas (Fajardo, 2013).

La fuerza de sus palabras desencadenó serias discusiones en el seno de


la comunidad religiosa, caló especialmente en la conversión del entonces
encomendero Bartolomé de Las Casas y provocó la expedición de las leyes de
Indias o de Burgos con el objeto de evangelizar a los indígenas y propagar la fe
católica que más tarde serían reemplazadas por su difícil aplicación por las Leyes
Nuevas de Indias de 1542 (Sandoval, 1967), en las que “por primera vez la Corona
española censura y castiga el maltrato, la muerte y la esclavitud de los indígenas”
(Fajardo, 2013, pág. 222). En efecto, las transformaciones normativas que se
sucedieron a raíz del sermón, propendieron por la protección paternalista y
evangelizadora de los indígenas, sumadas al descenso de la población nativa y la
disminución de la extracción de metales, generaron que “funcionarios y mineros,
agricultores y comerciantes, misioneros y clérigos, así como cabildos y conventos”
(Palacios Preciado, 1984, pág. 304) solicitaran a la Corona esclavos negros para
sustituir principalmente la mano de obra indígena en las minas.

El comercio de esclavos generó un aumento considerable de la población negra,


sus orígenes tribales y cosmovisiones propias constituyeron una preocupación
creciente para el proyecto evangelizador de la Corona que rápidamente expidió

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Memoria de la tortura en Colombia
Luis Alfonso Fajardo Sánchez, ph.d. - Cristhian Martín Laiton

una regulación punitiva y represiva o cuando menos restrictiva y precautelativa


del cimarronismo, las huidas y los levantamientos negros contra el poder real
(Palacios Preciado, 1984, pág. 332). Como es sabido, durante la colonia los
puertos se convirtieron en grandes núcleos de heterogeneidad cultural, no
solo por la llegada de “las más desarrolladas culturas africanas, tales como los
mandingas, carabalí, chamba y arara, que hacían parte de los pueblos que crearon
las culturas de Guinea, Dahomey, el Níger, el Senegal y el Sudan” (Jaramillo Uribe,
1963, pág. 13), sino también por el arribo de piratas protestantes, luteranos,
calvinistas y hugonotes que eran vistos como verdaderos herejes y apóstatas
por la iglesia católica. La masificación de los desembarcos, el crecimiento de la
población extranjera y los problemas logísticos que presentaban la persecución
y enjuiciamiento de los actos considerados como heréticos por los dos únicos
tribunales de la inquisición ubicados en Lima y México ocasionaron que el
inquisidor Antonio Ordoñez le solicitara al Rey y al Consejo de la Suprema y
General Inquisición de Madrid en el año 1600, la creación de otros tribunales de
la inquisición para detener fundamentalmente la llegada de judíos portugueses
que eran vistos como los más peligrosos de los foráneos en tanto podrían
inducir en herejía a los cándidos criollos americanos (Splendiani, Sánchez &
Luque., 1997, pág. 108).

Por lo anterior se eligió el puerto de Cartagena como un lugar estratégico para


crear el nuevo tribunal, su ubicación permitiría vigilar la entrada de creencias
heréticas y descargar al congestionado tribunal de Lima. El edicto de fe que fundó
el tribunal se leyó en la Catedral el 30 de noviembre de 1610, allí se advirtió a
los concurrentes sobre la obligación de delatar cualquier conducta indicativa de
brujería, blasfemia, cultos diabólicos, astrología u otro arte adivinatorio; así como
otras que permitieran suponer el ejercicio de prácticas judaizantes, mahometanas
o luteranas, pero también se prohibieron delitos sexuales como la prostitución,
el amancebamiento, la bigamia y la seducción de mujeres por parte de religiosos
que se sirvieran de la confesión con ese propósito (Splendiani, Sánchez & Luque.,
1997, págs. 112-113).

Durante los cincuenta años siguientes el número de juzgamientos aumentó,


superadas las dificultades logísticas por el viaje, los comisarios sentían más
libertad para enviar reos al tribunal y esto hizo que el número de casos aumentara
hasta diez veces con relación a los remitidos a Lima en los cuarenta años
anteriores, en los que nunca se procesaron mujeres, el principal delito por el que
se juzgó a los prisioneros fue la blasfemia heretical y los condenados fueron en
su mayoría españoles (Splendiani, Sánchez & Luque., 1997, págs. 115-116).

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El crimen de tortura en Colombia: entre lo simbólico y lo real
Luis Alfonso Fajardo Sánchez, ph.d. - Editor

El proceso inquisitorial cartagenero se caracterizó por ser particularmente


despiadado, la personalidad de los inquisidores que llegaron a Cartagena generó
excesiva crueldad en los procedimientos, “la mayoría eran sumamente crueles y
malignos, interesados más en el enriquecimiento y en el máximo aprovechamiento
de su poder y de la lejanía de la Suprema y de la Corona, que en la realización
de su deber” (Göggel, 1990, pág. 98). Lo que generó que en ocasiones los
reos se pudrieran en las cárceles aun cuando ya se conocía la pena que debía
imponérseles, pero además relajó el carácter taxativo de las fórmulas de juicio,
particularmente el uso de la tortura, a la que se acudió de forma dispar de acuerdo
a las veleidades de los juzgadores (Göggel, 1990, pág. 99). Así ocurrió en el caso
del judaizante Blas de Paz Pinto, quien engañó a la inquisición durante largo
tiempo sobre sus creencias religiosas, fue descubierto por escupir el retrato de
la Virgen de la Concepción en la iglesia del convento de Las Clarisas y ante su
renuencia a confesar fue sometido en la cámara del tormento durante varias
horas donde más tarde murió por la gravedad de las lesiones, para Splendiani,
Sánchez & Luque se trató de una venganza personal de los miembros del tribunal
que ambicionaban sus bienes (1997, págs. 168-171).

Por lo demás, el procedimiento no difirió de los tradicionales que adelantaba la


inquisición española, esto es, se fundamentó en las delaciones que eran seguidas
por la detención y el aislamiento de los presuntos herejes en celdas oscuras con
olores nauseabundos, cuando el reo se resistía a confesar o el fiscal entendía
que no lo había hecho de forma suficiente, era sometido a diversas formas de
tormento; los artefactos más conocidos fueron el aplasta pulgares, la horquilla
del hereje, el desgarrador de senos, el caballete y el suplicio del agua, sin embargo
el más utilizado en el tribunal cartagenero fue el potro (Uribe, 1987).

Una vez se producía la confesión el tribunal confiscaba los bienes de los


procesados y convocaba el auto de fe, una ceremonia pública realizada con el
objeto de disuadir a los potenciales herejes, así lo describe María Victoria Uribe,

El propósito principal del auto era amedrentar a los asistentes, movilizando las
culpas individuales y colectivas.

El ordenamiento de la ceremonia era piramidal y jerárquico. En la parte alta se


colocaba una cruz verde, símbolo de la esperanza. Debajo de ésta se ordenaban
los reos que serían relajados a la justicia seglar; entre éstos, algunos aparecían en
persona, y los ausentes eran representados por estatuas o por huesos. Más abajo
tendríamos a los reconciliados y, por debajo de estos, a los penitentes.

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Memoria de la tortura en Colombia
Luis Alfonso Fajardo Sánchez, ph.d. - Cristhian Martín Laiton

Al lado contrario frente a los reos, estaban los inquisidores: El estado eclesiástico
a la derecha y la ciudad y los caballeros a la izquierda y. en lo más alto, el fiscal
del Santo Oficio. Los consultores. calificadores y religiosos se acomodaban en
las gradas.

Los prisioneros iban ataviados con insignias que correspondían a las faltas cometidas.
Llevaban en la cabeza una coroza (especie de mitra), con llamas pintadas, y en las
manos unos cofres con réplicas de sus propios huesos. Tenían puesta una saya,
conocida como sambenito, con un letrero en el pecho, que decía el nombre de cada
uno. y portaban en las manos velas amarillas apagadas.

Los adúlteros y embusteros. con corazas, traían una soga al cuello con tantos
nudos como azotes debían recibir. Los pertinaces tenían pintados, en el sambenito,
dragones entre las llamas y demonios; iban amordazados y con las manos atadas.
Las llamas apuntando hacia abajo significaban que el reo había sido absuelto y
que sería readmitido en el seno de la Iglesia. Como si se tratara de un asunto
hereditario, familias enteras condenadas marchaban rumbo al altar del sacrificio.
(1987, págs. 35-36)

Con la lectura pública de la sentencia, el tribunal, como gesto inmaculado de


superioridad moral dejaba a los condenados en manos de la justicia secular para
que un verdugo con el rostro cubierto ejecutara lo dispuesto en el fallo, el rito
inquisitorial terminaba con la incineración como puesta en escena confirmatoria
de los principios religiosos del catolicismo, esto es, como una representación
del comportamiento ideal católico, que pretendía “ejemplificar públicamente,
lo poco conveniente que resulta para un individuo católico rechazar consciente y
voluntariamente el ethos y la visión del mundo aceptados y decidirse por otros o por
la inversión de aquellos” (Göggel, 1990, pág. 147).

De los procesos que adelantó el tribunal de Cartagena durante estos años, llaman
particularmente la atención los que se siguieron contra las mujeres acusadas de
brujería que asistían a las juntas, reuniones nocturnas de la población africana
realizadas de forma clandestina a las afueras de las ciudades, minas y campos
de la Nueva Granada y del Caribe insular, escenarios en los cuales las africanas
y sus hijos convocaron a los espíritus de sus muertos y desplegaron sus saberes
como un gesto de resistencia y reivindicación de su identidad cultural, una suerte
de cimarronismo simbólico que los inquisidores tacharon de aquelarre o cofradía
satánica (Maya, 2013, pág. 34).

21
El crimen de tortura en Colombia: entre lo simbólico y lo real
Luis Alfonso Fajardo Sánchez, ph.d. - Editor

Aunque en estos procesos el Santo Oficio cartagenero fue particularmente vo-


luble e informal con los procedimientos, pues “bastaba con identificar ciertas
características mínimas, que les permitieran, a su parecer, clasificar algún sospechoso
en una categoría herética” (Göggel, 1990, pág. 179), observaron con singular
devoción las recomendaciones del Malleus Maleficarum al señalar, perseguir y
procesar a las mujeres esclavas como principales responsables de los delitos
de brujería y hechicería en Cartagena, como señala (Restrepo, 2012) por aquella
época “se piensa que el diablo estaba realmente presente en Cartagena de Indias, y
que quince personas –la mayoría negras esclavas u otras– se dedicaban directamente
a su culto” (pág. 22).

Al mejor estilo de las cacerías de brujas europeas, bastaba un rumor (Fajardo,


2015) en las rancherías, minas o ciudades sobre brujería o el dicho de un testigo
para iniciar la instrucción que, no perseguía verificar o desechar los indicios
sino forzar una confesión de las acusadas que simbolizara su arrepentimiento,
les permitiera reconciliarse con la iglesia y alejarse de aquellas ceremonias
diabólicas y potencialmente dañinas para las autoridades coloniales (Restrepo,
2012, pág. 260). Si la confesión e incriminación de otras brujas no se producían,
se acudía a la tortura y el terror para procurarlas, así lo pone de presente
(Federici, 2016) al mencionar el tormento como práctica extendida en los
tribunales inquisitoriales de América,

[…] hacia el siglo XVII, debido a la tortura, la intensa persecución y la «aculturación


forzada», las mujeres andinas que eran arrestadas, en su mayoría ancianas y pobres,
reconocían los mismos crímenes que eran imputados a las mujeres en los juicios por
brujería en Europa: pactos y copulación con el Diablo, prescripción de remedios a base
de hierbas, uso de ungüentos, volar por el aire y realizar amuletos de cera. (Pág. 307)

Así ocurrió en el caso de las negras bozales del distrito minero de Zaragoza (1618-
1620), acusadas de brujería por el comisario de la región fueron llevadas ante el
tribunal cartagenero, allí, tras cadenas de delaciones y solo con un testimonio en
su contra, fueron presas las esclavas María Linda y Polonia, esta última se resistió a
reconocer su culpabilidad y tacho como falso el testimonio por enemistad, el tribunal
votó y la sometió al tormento en “el potro” donde terminó “confesando” su delito,

[…] se le dio una vuelta en el potro, a lo cual confesó “que era bruja, que la soltasen”.
A la pregunta acerca de sus actividades de bruja respondió que bailaba y nombró
cómplices. A la segunda vuelta en el potro, “yéndose quejando, decía que comía
gente”, y a la tercera vuelta “le dio un gran desmayo” a lo cual se suspendió el
tormento. A las 24 horas se ratificó en su confesión, diciendo que había adorado al

22
Memoria de la tortura en Colombia
Luis Alfonso Fajardo Sánchez, ph.d. - Cristhian Martín Laiton

diablo sabiendo que era en contra de la fe católica, que le pesaba y que quería ser
incorporada en la iglesia. (Göggel, 1990, pág. 193)

Durante estos años y hasta pasada la primera mitad del siglo XVII, la inquisición
en Cartagena libró una cacería de brujas que alcanzó niveles trágicos en los años
de 1632 a 1634 cuando se llevaron 45 casos contra mujeres africanas señaladas
de brujería por realizar juntas en Tolú y las Antillas. Aun cuando ninguno de
estos procesos culminó con la incineración de las brujas por disposición de la
inquisición española que en 1614 prohibió la hoguera como forma de castigo para
el delito de brujería (Göggel, 1990, pág. 275) , sí se ejercieron formas de tortura
despreciables en el procesamiento e investigación y se impusieron horrendos
castigos por un delito de fe que para las negras ladinas y bozales simbolizaba
una manifestación sagrada de culto a sus muertos y una alianza política contra
el amo (Maya, 2013, pág. 50).

Pero la tortura también aparece en la legislación secular, en concreto, y a pesar del


turbio casuismo que, como menciona (Sandoval, 1967), caracterizó el derecho
indiano, por cuanto “los reyes quisieron siempre conocer cada caso y legislar en
toda clase de asuntos, políticos, económicos o sociales, en un imperio enorme y
demasiado lejano, emitiendo cédulas, ordenanzas y otros mandamientos” (pág.
562); es posible determinar que durante la colonia el derecho penal indiano
–que no difirió en lo esencial– del derecho penal castellano, ya de suyo inicuo y
desproporcionado, fue aplicado con evidentes sesgos etnocéntricos, sociales y
raciales de los procesados. Pero además con amplios márgenes de apreciación
producto del farragoso e impreciso cuerpo normativo que exacerbó la aplicación
de disposiciones draconianas de origen medieval a través de interpretaciones
retorcidas, emotivas y ocasionalmente vindicativas y rencorosas de los encargados
de juzgar la comisión de delitos (De Dominguez, 1974, pág. 295).

Por lo anterior, es necesario mencionar las implicaciones que supuso la


preponderancia de fuentes y la consecuente reproducción o trasplante del cuerpo
normativo castellano que realizó la corona española para regular los diversos
asuntos en sus colonias, particularmente las disposiciones del Código Alfonsino
en materia de tormento judicial como medio legal de interrogatorio para
conseguir confesiones (de acusados y testigos) o como instrumento de castigo
aleccionador, vívida muestra del ejercicio vertical del poder y método disuasorio
eficaz de control social en la Nueva España.

Como menciona (Mayorga, 2001) “España, más que ninguna otra comunidad
medieval, había recibido y asimilado la influencia tanto del Derecho Romano como

23
El crimen de tortura en Colombia: entre lo simbólico y lo real
Luis Alfonso Fajardo Sánchez, ph.d. - Editor

de la religión católica”; herencia que resultaría palmaria en el procedimiento penal


condensado en las Siete Partidas, donde la tortura4 se erigía como una acción
inescindible del proceso inquisitivo obcecado con la búsqueda de la verdad
material, al punto que, por aquella época, “aunque era posible torturar sin usar
el procedimiento romano-canónico, era imposible usar el procedimiento romano-
canónico sin usar la tortura con él” (Peters, 1985, pág. 103).

Según el procedimiento establecido, los jueces debían acudir a la tortura en


todos los delitos que contemplaran penas corporales, debían hacerlo de forma
secreta, necesariamente en ausencia de otras pruebas fehacientes en el caso de
los reos y en caso de contradicción en el dicho de los testigos. Los resultados
del interrogatorio no se considerarían definitivos sin la ratificación ulterior
del reo o de los testigos, en un nuevo interrogatorio “libre” de tormentos o
amenazas (Caudett, 1976, pág. 70). Las principales formas de tortura que se
prescribieron fueron los azotes y la garrucha5, que en ningún caso podrían ser
utilizados contra menores de catorce años, caballeros, maestros en ciencias,
consejeros del rey o del pueblo, mujeres embarazadas, parientes del acusado
hasta el cuarto grado de consanguinidad, o los siervos si habían de declarar
en contra de su señor (D’auray, 1963, págs. 21-23). Lo anterior cobra especial
trascendencia si se atiende a que Las Siete Partidas son consideradas “al lado
de las recopilaciones castellana e indiana, el conjunto de disposiciones vigentes en
las Colonias de ultramar en el siglo XVIII” (Vela Correa, 2000, pág. 51), por lo que
no es forzoso colegir que:

[…] la normativa descrita acerca del tormento judicial también estuvo vigente en la
Nueva España, motivo por el que a los jueces indianos les correspondió conocer e

4
En las Siete Partidas se adoptó la siguiente definición de tormento o tortura: “Una manera de prueba que
fallaron los que fueron amadores de la justicia para escudriñar la verdad y conocerla de los malos hechos que
se hacen encubiertamente y no pueden ser sabidos ni probados de otra manera.”
5
Sin embargo, en realidad el tormento revestía muchas otras formas, así lo reseña (García León, 2010,
pág. 134) citando a Antonio de Quevedo y Hoyos: “El primero modo, pues, de afligir á los reos es echar al
paciente agua por las narizes, tapandole la boca; y este se tiene por peligroso. Otros llaman de ladrillo, que es
poniendole mui caliente los pies del reo, dexandolos primero que esten bien frios. Otro llaman del moxcon, que
es poniendole en el ombligo del paciente de forma que no se pueda ir, y esta causa grandisimo dolor, porque casi
orada las mismas tripas. Otro tormento ai que dizen de la cabra, que es teniendola encerrada, y sin comer por
algun tiempo, y estando hambrienta untar con sal los pies del reo, y soltarla para que se los lama, lo qual ella
haze tambien con hambre y gusto de la sal, que se los rompe y despedaça, y le saca la sangre con tanto dolor del
atormentado, que no tiene encarecimiento. Otros meten unos garrotes entre los pies y manos de los pacientes,
y con cordeles aprietan tan fuertemente, que los dexan mui delgados con el inmenso dolor que padece” (sic).

24
Memoria de la tortura en Colombia
Luis Alfonso Fajardo Sánchez, ph.d. - Cristhian Martín Laiton

incluso aplicar su contenido en aquellos procesos criminales cuya gravedad hiciera


recomendable obtener la confesión del reo imputado, aunque ésta se lograra con
métodos violentos. (García León, 2010, pág. 134).

El uso del tormento en los juicios criminales seculares durante la colonia está
descrito en el principal manual de práctica forense colonial y una de las obras
jurídicas más editadas del derecho español e indiano, La Curia Philippica de Juan
Hevia Bolaños. Allí se establece como forma averiguación y prueba para todos
los delitos sancionados con pena corporal, se excluyen las personas que por su
particular condición o su pertenencia a una casta determinada no podían ser
atormentados, así como las ritualidades procesales que debían observarse para
su aplicación, esto es, la necesidad de ratificarla sin constreñimiento, la obligación
de concurrir de los jueces y los escribanos y la exigencia de dejar constancia por
escrito sobre la forma en que se ejecutó y la cantidad que resultó necesaria para
lograr la confesión (Vela Correa, 2000, págs. 144-146).

Al mismo tiempo es necesario destacar lo prescrito por la Recopilación de las


Leyes de Indias, donde aparece evidente que la tortura durante la colonia no solo
constituyó un mecanismo procesal para la obtención de confesiones -suplicio de
verdad, en términos foucaultianos-, sino que además, fue instrumentalizada por
la Corona como forma de pena contra el cimarronismo o cualquier otro modo de
huida o rebelión que pusiera en riesgo el que quizá era el elemento esencial de la
estabilidad social colonial, la esclavitud (Jaramillo Uribe, 1963, pág. 21).

Resulta revelador encontrar que la mayoría de las disposiciones normativas sobre


“Mulatos, Negros y Berberiscos” tenían carácter prohibitivo, correctivo y las más
de las veces ánimo mortificador y “ejemplarizante”. Por oposición, las relativas a
Españoles y Gitanos solo establecían la pena de destierro; en lo que toca con los
indígenas , la legislación era tutelar y de talante catequizador al darles estatus de
menores de edad, sin embargo, podía tener tintes represivos cuando las políticas
de separación racial de la Corona se veían amenazadas, como es sabido, “la
Corona veló porque el proceso de cristianización de la población aborigen no sufriera
ninguna interferencia por parte del elemento negro, de por sí considerado como
naturalmente malo” (Palacios Preciado, 1984, pág. 333).

Pero, además, estas normas prevenían:

[…] la complicidad con los cimarrones, el ocultamiento o cualquier forma de tolerancia


con ellos. «Si algún Mulato, Mulata, Negro o Negra persuadiere y aconsejare a
esclavo o esclava que se esconda, y lo tuviere oculto los cuatro meses –decía una ley

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El crimen de tortura en Colombia: entre lo simbólico y lo real
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de 1574– para efecto de manifestarlo después y hacerlo suyo, en tal caso los unos y
los otros incurran en pena de muerte natural; y si los ocultadores fueren españoles,
sean desterrados de todas las Indias» (Jaramillo Uribe J., 1963, pág. 22).

En Colombia fueron múltiples y muy frecuentes las rebeliones negras (Palacios


Preciado, 1984, pág. 337), en 1533 en Santa Marta gritaron basta, le prendieron
fuego a la ciudad y se refugiaron en las montañas; también en Popayán los
negros se sublevaron contra la Corona y la esclavitud en 1556. La particular
dureza con que fueron tratados, el dolor de los castigos y los arduos trabajos
forzosos a los que fueron sometidos, unas veces “de remeros de galeras, de
mineros en los socavones, de constructores de defensas”, otras, “encerrados en las
ergástulas públicas, de sirvientes en las casas, de cultivadores en las haciendas,
de ayudantes en el hospital de San Sebastián, (…) de arrancados de su vida y
desgraciados en esta tierra inhóspita de calores insoportables y humedad insalubre”
(Burgos Cantor, 2012, pág. 48), generaron violentas insurrecciones como la de
1598 en las minas de Zaragoza, allí, asesinando a los colonos y organizándose
en palenques, los negros fugitivos, renuentes al silencio, intentaron sembrar su
voz “en esta tierra de indios muertos, navegantes y hombres de comercio blancos.
Hombres y mujeres de religión blancos. Hombres de gobierno y de armas blancos”
(Burgos Cantor, 2012, pág. 47).

Ante la amenaza latente contra el sistema colonial y la exigencia de los propietarios


colonos de un endurecimiento punitivo ejemplarizante que impidiera el bandidaje y
los levantamientos, se sucedieron un cúmulo de normas de las diferentes instancias
del derecho indiano, dirigidas a la represión de los fugitivos cimarrones. Así lo pone
de manifiesto (Jaramillo Uribe J., 1963, pág. 21). “la Ley XXVI de 1619, dada por Felipe
III, establecía que, en casos de rebelión, robo, sediciones y rebeldías de negros esclavos,
no se hiciese proceso ordinario y se castigase ejemplarmente a los cabecillas”. Los
castigos corporales, el tormento previo a las ejecuciones, el descuartizamiento,
la amputación de manos, orejas y hasta del miembro viril, hicieron parte de las
diversas formas de suplicio correctivo durante la época colonial.

Bastante conocido por su fuerza beligerante y su capacidad de resistencia es


el palenque de San Basilo y su fundador Benkos Bioho, quien “propuso a sus
hermanos africanos, sometidos en cautiverio, la liberación del yugo esclavista,
conquistándola con las armas y defendiéndola con la vida” (Mosquera, 1999). Recio
en la confrontación bélica, insumiso ante la violencia esclavista, “maestro de la
guerra y de la paz, de la justicia y del trabajo” (Mosquera, 1999), supo forjar un
pueblo autosuficiente, autónomo y organizado alrededor de verdaderos códigos
éticos y formas propias de organizar la economía y la tierra (Fajardo, 2003).

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Memoria de la tortura en Colombia
Luis Alfonso Fajardo Sánchez, ph.d. - Cristhian Martín Laiton

Su grito aparece en la historia de Colombia como una formidable lección de


dignidad y un patrimonio cultural insoslayable, su eco seguirá retumbando más
que el silbido del látigo, más que el crujido de la piel donde se apagaron hierros
ardientes, más que los gemidos y el llanto, más que su tortura y ahorcamiento
aquel 16 de marzo de 1621 en las puertas de Cartagena. Porque a pesar de la
guerra sucia y la violación del armisticio que había firmado con la corona, “los
derechos de los pueblos y de las comunidades negras tienen desde esa fecha un
aroma cimarrón, biohista” (Fajardo, 2003, pág. 153).

Porque Benkos Bioho alzó la voz y gritó por tantas vidas arrancadas e
interrumpidas, gritó para burlarse del miedo y traspasar el silencio; gritó porque
hay que gritar para desenterrar el dolor,

Gritar para recuperar mi nombre. Para rechazar el nombre que me ponen encima
del mío y así me llaman sin respeto. Domingo no es nombre de humano. Yo no
soy Domingo. Yo tengo mi nombre de nacimiento. Yo no respondo si me dicen
Domingo. Ni tampoco jueves. Yo quiero seguir siendo yo. Mantenerme en medio
de las crueldades del trato, de las marcas que destruyen la piel con los hierros
ardientes, de las cicatrices por las heridas mal cerradas del látigo. (…) Gritar para
que no se olvide mi nombre. (Burgos Cantor, 2012, págs. 45-49)

III. TORTURA E INDEPENDENCIA: RUPTURAS Y CONTINUIDADES DE UNA


TRANSICIÓN NORMATIVA SIN CAMBIOS ESTRUCTURALES

En Europa, desde el advenimiento de la Reforma protestante se hicieron críticas


certeras a la cuestión del tormento, el repudio moral que las practicas eclesiásticas
medievales y de inicios de la modernidad suscitaron en los reformistas condujo
a la denuncia y censura de la tortura como práctica espeluznante. Autores como
John Foxe con su obra El libro de los mártires o el pastor protestante de origen
holandés Arnoldus Montanus, destacaron la cruzada sangrienta de la inquisición
contra los apóstatas protestantes y adelantaron un juicio moral contra los efectos
innobles de la tortura (Peters, 1985, pág. 207).

En la segunda mitad del siglo XVIII en toda Europa la cuestión del tormento fue
atacada con argumentos pragmáticos que cuestionaban su confiabilidad para la
consecución de confesiones y delaciones, esto significa, como medio de suplicio
probatorio. En España, autores prebeccarianos como Jerónimo Feijóo y Luis Vives
repararon no tanto “en la crueldad o falta de humanidad de los suplicios cuanto
en su falibilidad en orden a la obtención de la verdad material” (Prieto Sanchís,

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2001, págs. 496-497). En Italia, Beccaria la consideró como “el medio seguro para
absolver a los criminales robustos y condenar a los inocentes débiles” (2012, pág. 29).

Pero también –y principalmente0– fue cuestionada por su incompatibilidad con


los principales valores del iusnaturalismo ilustrado, particularmente con la idea
de dignidad humana, lo que significa que los reparos morales de los reformistas
protestantes fueron un importante legado para los reformadores legales que la
percibían como el mecanismo de dominación por antonomasia del ancien régime
representado por el ius puniendi medieval y la monarquía feudal europea. En
consecuencia, durante la segunda mitad del siglo xviii no solo fueron removidas
paulatinamente las disposiciones que establecían la cuestión del tormento como
medio de prueba en los cuerpos normativos europeos y consagrada la quinta
enmienda de la Constitución de Filadelfia –que para muchos representa una
proscripción de la tortura como medio de autoincriminación (Peters, 1985, pág.
134)–, sino que además, culturalmente6 fue censurada como el peor agravio
moral contra la racionalidad humana, al punto que a finales del siglo xviii:

La tortura adquirió un tinte universalmente peyorativo y llegó a ser considerada como


la antítesis de los derechos humanos, el supremo enemigo de la jurisprudencia
humanitaria y el liberalismo, y la mayor amenaza al derecho y la razón que el siglo
xix podía imaginar (Peters, 1985, pág. 109).

Estos derechos consagrados por la filosofía penal ilustrada y particularmente en


la Declaración de los derechos del hombre y del ciudadano (1789) influyeron de
forma notable en lo que (Ocampo López, 1984) denomina “la etapa de gestación
o fermentación revolucionaria” de la independencia de Colombia, caracterizada
por las rebeliones negras, la sublevación de los comuneros y especialmente
la revolución intelectual en la que se destaca la llegada de las ideas francesas
de libertad, igualdad y fraternidad, diseminadas en Santafé y Cartagena por la
traducción y publicación de Antonio Nariño en 1794; que empeoraron las ya
tirantes relaciones con los peninsulares y aceleraron el proceso insurreccional

6
Este fenómeno que Peters denomina la dimensión sentimental de la tortura, tiene singular importancia
para este estudio, por cuanto es en este momento donde se produce el quiebre discursivo que le
otorga una mayor aplicabilidad al término tortura y que permite que hoy hablemos de una definición
expansiva de la misma, que se aleja de su uso pretérito como medio de prueba y que si bien puede
restarle rigor jurídico, significa mucho más que un artificial salto semántico por cuanto no designa “una
práctica específica, sino, como la ha llamado Malise Ruthven, el «umbral del agravio» de una sociedad en
particular” (Peters, 1985, pág. 208).

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Memoria de la tortura en Colombia
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contra el poder real, de allí que a la circulación de este y otros pasquines se


le conozca como un proceso de “incubación de la independencia” (Ocampo
López, 1984, pág. 24).

Este proceso también se haría evidente a nivel normativo con la suspensión del
derecho colonial el 18 de marzo de 1808 producto de la abdicación de Carlos IV,
lo que implicó que el cuerpo normativo de las indias solo podría regir de forma
subsidiaria en ausencia de normas propias (Peñas Felizzola, 2006, pág. 58). Con
el Acta de Independencia de 1810 y la imperiosa necesidad de llenar los vacíos
institucionales y normativos que generó la ruptura intempestiva de la relación
colonial –en términos de Valencia Villa (2010, pág. 82), el “síndrome del vacío”–
la Declaración de los Derechos del Hombre y del Ciudadano, otrora bandera de
liberación nacional, se convirtió en la muestra palmaria de nuestra legendaria
tradición de importar instituciones y realizar trasplantes normativos desprovistos
de contexto, al ser incluida “en las constituciones republicanas de la primera
República Granadina, en las cuales se presenta la tendencia a reconocer, garantizar
la dignidad, la libertad y la seguridad del hombre, como justa reacción al estado de
sometimiento durante el régimen colonial” (Ocampo López, 1984, pág. 23).

Las constituciones de la independencia incorporaron los derechos civiles del


iusnaturalismo contractualista ilustrado, las garantías individuales y procesales
fueron proclamadas en todos los proyectos constitucionales de las provincias
que siguieron los derroteros del modelo centralista cundinamarqués. El título
VII de la Carta de Cundinamarca establece garantías para el debido proceso
similares a las del artículo 7° de la Declaración de los derechos del hombre
y entre estas el artículo 35 confirmó la abolición de la tortura y proscribió su
uso en todos los casos aunque el delito fuera de los más atroces. Asimismo
lo estableció la Constitución de Antioquia (1812) en el artículo 10 del Título III
(sección primera), allí se refirió a la urgencia que suponía la creación de un
código criminal que permitiera que “las penas guarden exacta proporción con
los delitos; los delincuentes sean justa y brevemente castigados, y ninguno sufra
privaciones violentas ni vejaciones antes de ser sentenciado”. En el mismo sentido,
la Constitución de Tunja de 1811 dispuso en el numeral noveno del capítulo I de
la sección preliminar que: “Todo hombre se presume inocente entretanto que no
sea declarado culpable” y señaló que “la ley debe prohibir severamente todo rigor
que no sea de absoluta necesidad para asegurar su persona”.

Como se ve, la necesidad de consagrar penas que fueran “proporcionadas a los


delitos, útiles y absolutamente necesarias” ocupó un lugar central en todas las
cartas que hicieron parte de la génesis del constitucionalismo colombiano, así

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El crimen de tortura en Colombia: entre lo simbólico y lo real
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lo fijó la Constitución de Tunja (1811) en el numeral décimo del capítulo I de la


sección preliminar “La ley no debe establecer penas crueles sino proporcionadas
a los delitos” y en similar propósito el artículo 36 del título VII de la carta
cundinamarquesa determinó de forma taxativa al arresto, la prisión y el arraigo
como únicas formas en las que se podría coartar la libertad de los ciudadanos,
modelo que fue copiado por las constituciones de Tunja (1811) y Antioquia (1812).
Como menciona (Peñas Felizzola, 2006) durante este período,

La igualdad ante la ley, la benignidad de las medidas, la tipicidad de las penas,


el debido proceso y las garantías al procesado, se imponían como rasgos
diferenciadores entre la antigua y la nueva legislación penal, a la luz de las ideas
francesas. (Pág. 82).

Sin embargo, no todas las cartas constitucionales de la época establecieron


catálogos amplios de derechos individuales, el Acta de Confederación de las
provincias unidas de la Nueva Granada, del proyecto federalista guardó “un
conspicuo silencio en punto a libertades públicas” (Valencia Villa, 2010, pág. 132).

Ulteriormente, con el golpe de Estado de los absolutistas en España el 10 de


mayo de 1814, Fernando VII impuso el regreso del antiguo régimen, derogó la
Constitución de Cádiz y se lanzó a la reconquista de América en julio de 1815
cuando la expedición pacificadora de Pablo Morillo desembarcó en Santa
Marta e inició una campaña militar que pretendía someter a los revolucionarios
americanos y reinstaurar el sistema colonial. Con la llegada del pacificador a
Santafé en mayo de 1816 se restauró el Tribunal de la inquisición, se instauró
un Consejo permanente de guerra, un Tribunal de purificación “con facultades
extraordinarias para imponer a los insurgentes o reputados como tales, con infinita
variedad de circunstancias agravantes, penas corporales y de infamia que dejaron
en pañales a las de Dracón” (Cordovez Moure, 2006, pág. 478) y una Junta de
secuestros para expropiar bienes de los criollos insurrectos. Además no solo
derogó las primeras cartas políticas granadinas y reinstauró la legislación
española, sino que también expidió leyes de excepción dirigidas a someter a los
patriotas americanos insumisos al poder real (Ocampo López, 1984, págs. 108-
112), a esta ofensiva se le denominó régimen del terror,

En unos pocos años desapareció lo más importante de la generación precursora, y


entre ellos, los criollos Camilo Torres, Francisco José de Caldas, Joaquín Camacho,
Frutos Joaquín Gutiérrez, Jorge Tadeo Lozano, Antonio Villavicencio, Manuel
Rodríguez Torices, Jose María Cabal, Policarpa Salavarrieta, Antonia Santos, Liborio
Mejía, Antonio Baraya, Jose Cayetano Vásquez, y otros criollos granadinos. Cada

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ciudad deploraba la muerte de sus principales hombres, y por todas partes se


levantaba el patíbulo y se llenaban los calabozos con espanto y terror. Los destierros
de eclesiáticos inculpados, las sentencias, persecuciones y detenciones de todos los
sospechosos, se hicieron tono de vida en los años que han sido llamados Época del
terror. (Ocampo López, 1984, pág. 113)

Como es sabido, durante el período de la reconquista Morillo llenó las viejas


prisiones coloniales con presos políticos, el hacinamiento aumentó en forma
dramática y los criollos patriotas fueron sometidos a condiciones despreciables,
así lo señala (Ibañez, 1915) citado por (Robledo, 2009):

La condición de estos cautivos era en extremo miserable. Carecían hasta de


refectorios, y tenían que comer sentados en el suelo o sirviéndoles sus propios
lechos de manteles. Frecuentemente eran molestados por las guardias, y en
sus horas de sueño eran interrumpidos por el abrir y cerrar de puertas y por los
gritos monótonos de los centinelas. Sometidos a tales vejámenes, e impedidos
para quejarse, estaban en sumisión forzada, y el terror reinaba en todos los
corazones. (Pág. 46)

Por otro lado, los ejércitos patriotas, pocos meses después de haberse concluido
la guerra de la independencia y amparados en el decreto a muerte de Bolívar,
tomaron represalias severas contra los soldados realistas, el 11 de Octubre
de 1819 en virtud del decreto del 19 de Septiembre que lo encargó del poder
ejecutivo y le otorgó facultades de mitigación y conmutación de penas, el general
Santander fusiló en plaza pública de Santafé a 34 prisioneros de guerra, entre
los que se encontraba el general español Barreiro Majón, de esta forma lo narra
(Cordovez Moure, 2006):

Las ejecuciones, que habían empezado a las siete, terminaron a las diez de la
mañana. ¡Tres horas de angustias y agonías, que atormentaron sin objeto a los
prisioneros y que les hicieron apurar hasta las heces el amarguísimo cáliz de la
muerte, acibarado aún más con el horroroso espectáculo que se les presentaba al
ver los despojos sangrientos de los compañeros que les precedieron en el martirio!

Concluidas las ejecuciones, se dio entrada franca en la plaza, para que el pueblo
saciara su odio y deseos de venganza ante aquellos cadáveres destrozados por
las balas, que tenían las caras chamuscadas por los fogonazos de la pólvora, y
los ojos brotados fuera de las órbitas, porque casi todos recibieron los disparos
a quemarropa, “para no desperdiciar municiones”. Contra las paredes de los
edificios situados a la espalda de los fusilados, se estrellaron masas cerebrales y

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El crimen de tortura en Colombia: entre lo simbólico y lo real
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pedazos de cráneos con el cuero cabelludo de los muertos, que quedaron unos
encima de otros, sobre una charca de sangre que enrojeció la acequia de aquella
localidad. Esta circunstancia hizo recordar a los concurrentes ensañados» que
pocos días antes la misma corriente de agua bajaba tinta con la sangre de los
próceres de la Patria. Ya fuese el incidente apuntado o el sentimiento del odio
intenso que se tenía a los españoles, es lo cierto que el pueblo de Santafé, de suyo
pacífico y humanitario, hizo en aquel aciago día demostraciones enteramente
contrarias al carácter benévolo que lo distingue, llegando algunos insensatos
hasta cantar y bailar al frente de los que yacían cadáveres, profanando así el
respeto debido a los muertos. (Pág.494)

Las atrocidades de la frustrada reconquista y de la campaña libertadora de guerra


a muerte pretendieron ser proscritas con la firma del Tratado de regularización
de la guerra entre Bolívar y Morillo el 26 de noviembre de 1820 en Trujillo, las
facciones enfrentadas acordaron hacer la guerra como pueblos civilizados y tratar
en consecuencia a los heridos y prisioneros de guerra, así mismo el artículo 7°
prohibió castigar con la pena capital a los militares desertores de cualquier bando.
Sin embargo, el comportamiento de las tropas independentistas al mando de
Bolívar distó mucho de estas disposiciones que fueron sistemáticamente violadas
al reprimir de forma brutal a los criollos o indígenas miembros de las tropas
realistas y a los desertores principalmente del Cauca y de Pasto a quienes a través
de Providencia con fecha del 5 de enero de 1821 los llamó “los más detestables de
los pueblos libres de Colombia” y ordenó aplicarles castigos ejemplarizantes, así lo
pone de presente (Sañudo, 1995)

El once de enero nombró a Sucre de jefe en lugar de Valdés, y le ordenó que exigiese
al gobernador el cumplimiento de la providencia y que “hará pasar por las armas a
todos los desertores sin excepción alguna”.

Dio sendos curatos al fraile Ignacio Mariño, que tenía el título de coronel, y que
hacía para no quedar irregular, a su juicio, meter a los prisioneros en un saco, y
luego ahogarlos, en lugar de fusilarlos […] (Págs. 231-232).

El triunfo patriota devino en la consolidación de la república bolivariana extensa


y la expedición de la Ley fundamental de Angostura del 17 de diciembre de 1819
que reunió las provincias de la Nueva Granada, Quito y Venezuela bajo el título
de República de Colombia y que ulteriormente sería ratificada por la Constitución
de Cúcuta, sancionada en 1821 que en su artículo 188 declaró en fuerza y vigor las
disposiciones normativas del derecho indiano que no se opusieran a las normas
constitucionales, leyes o decretos expedidos por el Congreso.

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Memoria de la tortura en Colombia
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La carta política grancolombiana fue enfática en la consagración de garantías


procesales para el enjuiciamiento criminal, en varias disposiciones del título VIII
establece el principio de legalidad, la presunción de inocencia, la prohibición de
incomunicación de los reos, la garantía del juez natural, entre otras. Sobre el uso
de la cuestión del tormento como medio de obtención de confesiones y delaciones
no hizo una alusión explícita, pero el artículo 167 proscribió los prejuzgamientos,
los castigos ex ante y la autoincriminación a través de apremio o juramento, así
como el recrudecimiento de las penas impuesto por fuera de las normas vigentes
(artículo 168). De la misma manera, en este año fue abolido el Tribunal de la
Inquisición por el vicepresidente de Cundinamarca “entregando a los prelados
las facultades eclesiásticas que el Santo Oficio les había usurpado y conservando el
derecho del gobierno de «prohibir los malos libros cuando a bien tenga».” (Aguilera
Peña, 2002). Sobre este punto es de anotar que aun cuando existía un consenso
discursivo en los próceres del proyecto grancolombiano sobre lo intolerable que
resultaba la cuestión del tormento, el libertador Simón Bolívar no dudó en acudir
a aquél cuando de la seguridad y estabilidad de su empresa política se trataba.
Así lo reseña (Sañudo, 1995),

Sucedió en una noche de enero de 1825, que Bernardo Monteagudo, a quien Bolívar
el 26 de febrero de 1824, dio poder para que consiguiera un empréstito en Méjico
“para la República del Perú, bajo la garantía y responsabilidad del gobierno de
Colombia” por doscientos o trescientos mil pesos, fue asesinado; sin que se supiese
cuya fuese la orden para cometerse semejante crimen; por lo cual Bolívar sometió al
negro que le asesinó, a cuestión de tormento; tormento que habían abolido desde
el 30 de mayo de 1811 las cortes españolas y el Consejo de Regencia, y que por
última vez se aplicó en España en 1817, durante el gobierno de Fernando VII, para
que declarara a los promotores del crimen; pero solo consiguió que enredara en él a
algunos inocentes, con semejante medio de investigación. (Pág. 354)

En cuanto al suplicio correctivo o la tortura como pena es necesario mencionar


que la Constitución de Cúcuta, mantuvo la tipología punitiva del derecho indiano,
“subsistieron la pena capital, la de azotes, la de vergüenza pública, la prisión, la
confiscación, los trabajos forzados, el confinamiento, la privación o pérdida del
oficio, y las multas, entre otras.” (Márquez-Estrada J. W., 2011, pág. 67). El derecho
penal fue instrumentalizado por la élite criolla –civil, eclesiástica y militar– como
dispositivo principal de control que permitió prevenir la anarquía subsiguiente a
la guerra, pero además perpetuar el orden social colonial de castas, y asegurar
su proyecto homogeneizante de Nación, esto es, la construcción de instituciones
con vocación liberal, pero sin una ruptura definitiva con el poder religioso,
que apuntó a generar unidad nacional alrededor de los valores morales del

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El crimen de tortura en Colombia: entre lo simbólico y lo real
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catolicismo. El ambiente de incertidumbre normativa y la confusión frente a las


múltiples fuentes aplicables eran percibidos como serias amenazas contra la
seguridad pública y la estabilidad de la república se fundó en un uso exacerbado
del derecho penal.

En efecto, durante la década de los años veinte, el discurso garantista y la filosofía


penal ilustrada expresada con voz grandilocuente en la carta política, encontró
límites en las múltiples normas de carácter represivo que se expidieron contra
traidores de la patria (decreto del 20 de febrero de 1828), agitadores, conspiradores
o rebeldes, ladrones, bandoleros o malversadores de la hacienda (decreto del 23
de octubre de 1819), extranjeros que colonizaran la costa de Mosquitos (decreto
del 5 de julio de 1824), a quienes condenarían en juicios sumarios a pena de
muerte (Peñas Felizzola, 2006, pág. 86).

La pervivencia de la esclavitud, el paternalismo autoritario de Bolívar y la enorme


influencia del pensamiento benthamista que entronizaba a la seguridad pública
como razón de Estado, aparecen como antítesis de la igualdad, otrora bandera
de la revolución y principal valor democrático de la retórica romántica libertaria
de los padres fundadores. Al respecto, (Tirado Mejía, 1984) apunta los siguiente:

En general, la prédica igualitaria de los ideólogos del siglo XIX, encubierta en el


concepto de Pueblo, se refirió a los ciudadanos ilustrados y con bienes de fortuna,
a los iguales entre iguales, pues dentro de una concepción racista que informa
el pensamiento de casi todos los escritores y políticos del siglo XIX, las masas
indígenas, de negros y mestizos, fue tratada como inferior, abyecta y degradada,
apta para ser manejada pero incapaz para decidir su propio destino. (Pág.341)

Sobre este punto no hay nada más expresivo en tanto categórico que la afirmación
clarividente de Nariño el 11 de agosto de 1811 en su periódico La bagatela, “Nada
hemos adelantado. Parece que hemos mudado de amos, pero no de condición.
[…] los mismos obstáculos y arbitrariedades en la administración de justicia, […]
los mismos títulos, preeminencias y quijotismo en los que mandan” (Nariño,
1811). Aserto que permanecería incólume en lo dispuesto por el artículo 8° de la
Constitución santanderista de 1832 que establece como cualidades para gozar del
estatus de ciudadano granadino -y por tanto para tener derechos- “ser casado o
mayor de veintiún años, saber leer y escribir y tener una subsistencia asegurada,
sin sujeción a otro en calidad de sirviente doméstico, o de jornalero”.

En esta coyuntura aparecería bajo el gobierno de José Ignacio Márquez, el


Código Penal de 1837 con el propósito de consolidar el diseño político, social e

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institucional de “libertad y orden” que perseguía “por una parte la conservación


del poder político y, por otra, los intereses y aspiraciones comunes de la sociedad
neogranadina, especialmente el respeto por la autoridad eclesiástica y la observancia
de las tradiciones religiosas” (Peñas Felizzola, 2006, pág. 71). Así quedaría
plasmado en el sistema de tipos penales que estableció, por cuanto destinó poco
menos de quinientos artículos de los novecientos dieciocho que tenía en total,
para prevenir y reprimir con pena muerte conductas relacionadas con una posible
revolución como la asociación política, la estabilidad del poder estatal, el orden
público, la seguridad exterior, entre otras. Durante esta época “las ofensas contra
el poder no eran, crímenes ordinarios sino sacrilegios violentamente reprimidos. En
la obra legislativa neogranadina se evidencia la sustitución del poder absoluto de la
monarquía es desplazado por el poder absoluto atribuido a la República” (…) (Peñas
Felizzola, 2006, pág. 250). Pero también establecía un tradicionalismo propio de
los regímenes normativos decimonónicos al proteger con evidente entusiasmo
al poder eclesiástico consagrando como objeto de tutela el respeto por los bienes
de la iglesia, así como un amplio catálogo de delitos religiosos y otro tanto de
delitos contra la moral católica, la vida doméstica, la vagabundería y los juegos
de azar que eran sancionados con severidad por entorpecer la consecución de las
virtudes republicanas deseadas por Santander: un hombre “industrioso, culto,
moral y patriota” (Peñas Felizzola, 2006, pág. 258).
Como apunta (Valencia Villa, 2010) se trató,

[…] del mismo sueño político, el del liberalismo autoritario y el autoritarismo liberal:
una sociedad transparente, legible en cada una de sus partes; una ciudadanía
disciplinada, atravesada de un extremo a otro por la ubicua mirada del poder o por
la sabia vigilancia de la voluntad general. (Pág. 123)

Con relación a las penas, se dividieron en corporales y no corporales que iban


desde la pena de muerte, los trabajos forzados, el presidio, la vergüenza pública,
la reclusión en una casa de trabajo o el destierro; hasta el arresto, la declaración
de infamia, la privación de derechos civiles y políticos, la sujeción a vigilancia
de las autoridades o la inhabilitación para ejercer profesión o cargo público.
Todas estas podrían agravarse si el infractor reincidía y eran aplicadas con dos
finalidades precisas siguiendo las ideas de Bentham, por un lado, se buscaba la
retribución del mal del delito y por el otro la disuasión general de la sociedad a
través de la imposición del terror de la pena. (Peñas Felizzola, 2006, pág. 185)

Las penas corporales tenían un marcado propósito utilitarista de consecución


de beneficios para el poder a través de la incorporación de los reos a sistemas
productivos, que por extensión pretendían disuadir mediante el miedo a los demás

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El crimen de tortura en Colombia: entre lo simbólico y lo real
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miembros de las comunidades, cuando no erigir una puesta en escena de corte


medieval para ejecutar a los delincuentes incorregibles con una técnica instaurada
por las Siete Partidas seis siglos atrás y copiada del Código Penal español de 1822,
conocida como “el garrote”, que consistía en “la aplicación de un torniquete que se
fijaba a un palo vertical y al cuello del reo, quien permanecía sentado y amarrado; la
muerte se producía por estrangulamiento” (Aguilera Peña, 2002).

Sobre la teatralidad de la ejecución o la liturgia penal que como sostiene (Foucault,


2002) “tiene la eficacia de una prolongada confesión pública” en la que el cuerpo
del sojuzgado, exhibido, paseado, supliciado se convierte en un ritual político y
una manifestación del poder, en este sentido,(Peñas Felizzola, 2006) apunta lo
siguiente sobre lo prescrito por el Código penal colombiano,

La ejecución debía hacerse en una plaza pública, en la cual se erigía un tablado


sencillo o cadalso, pintado o forrado en negro. En la parte superior del banquillo en
que se iba a sentar el reo debía ponerse un cartel que dijera, «con letras grandes
y legibles», el nombre, la patria, la vecindad, el delito cometido y la pena que se
le había impuesto (artículo 33). Los reos condenados a muerte tenían que ser
conducidos al cadalso con túnica y gorro negro, y con las manos atadas por delante
con una cuerda, cuyo extremo debía llevar el verdugo, vestido a su vez de negro. Si
se lo había condenado por asesinato, su túnica sería blanca y estaría ensangrentada.
Si había sido condenado por traición, debía ir descalzo, con la túnica hecha pedazos
y las manos atadas a la espalda; si parricida, también debía ir descalzo, con la túnica
blanca ensangrentada y desgarrada, con una cadena al cuello y con las manos
atadas a la espalda. (Pág. 192)

Las demás penas corporales que también tenían rasgos de tortura correctiva eran
los trabajos forzados que debían realizar los reos en los puertos de mar o en
fortalezas “en los trabajos más duros, todos los días […] por lo menos por nueve
horas cada día, [yendo] unidos de dos en dos con una cadena, o arrastrando cada
uno la suya […] (artículos 47 y 48)”. Así mismo, el presidio comportaba el trabajo
en obras públicas por nueve horas diarias, todos los días y con un grillete en el
pie (Peñas Felizzola, 2006, pág. 194).

En lo atinente a la pena de prisión, consistía en el apartamiento de los reos


en cárceles, cuarteles, casas municipales, castillos o ciudadelas para trabajar y
agenciarse su propia subsistencia con el producto de su trabajo. Un año más
tarde a la expedición del código de Santander, se regularían las casas de castigo
mediante ley 30 de 1838 que luego sería reglamentada por el decreto 17 de 1839
que estableció el régimen disciplinario que se impondría a los reos que fueran

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condenados a esta pena. Este decreto se convertiría en la primera sistemática de


castigos disciplinarios o en lenguaje foucaultiano en la primera “política de las
coerciones que constituye un trabajo sobre el cuerpo, una manipulación calculada
de sus elementos, de sus gestos, de sus comportamientos […] que lo explora, lo
desarticula y lo recompone” (Foucault, 2002, pág. 126), que se aplicó a los cuerpos
dóciles de los reclusos en el derecho colombiano; al imponer sanciones como “el
encierro solitario, la privación de la cama, el cepo, disminución de alimentos y los
golpes de látigo” (Márquez-Estrada J. W., 2011, pág. 71) no cabe duda que aquellos
asistían a la constitución de la economía utilitaria del castigo más remota de
nuestra historia republicana.

Algunas de estas penas corporales descritas serían abolidas con la ascensión


al poder de las fuerzas liberales a mitad del siglo xix, como es sabido el ideario
federalista liberal de esta época propendió por la demolición de los rezagos de la
legislación colonial casuística y autoritaria, a través de la abolición de la esclavitud,
la supresión de la pena de muerte y la humanización de los castigos, el juicio por
jurados, la libertad religiosa y la abolición de la prisión por deuda (Tirado Mejía,
1984, 3ra ed., pág. 338), de manera que durante esta época,

Bajo el impacto de los argumentos en torno a la modernización de las penas


provenientes de Europa y particularmente de Francia, se deroga la pena capital, se
extingue la pena de vergüenza pública y se impone la pena de destierro para delitos
políticos en sustitución de las penas de trabajos forzados, presidio, prisión e infamia.
La abolición de la pena capital, que rigió primero para delitos políticos, se consagró
en las normas penales de los Estados y luego en la Constitución de 1863, carta
política que inició su vigencia con un acto de reconciliación, al decretarse la amnistía
y el indulto tanto para delitos políticos como comunes. (Aguilera Peña, 2002)

Con la expedición del Código Penal de 1873 (ley 112 de 26 de junio) para los territorios
administrados por el gobierno federal se ratificó la abolición constitucional de la
pena capital, se derogaron las penas infamantes y se redujeron las de presidio,
prisión y reclusión. Siguiendo los derroteros de la Constitución de Rionegro, el
Código de la Unión trató de modernizar el sistema punitivo y eliminar las penas
expiativas del colonialismo, su interés se centró en “la desaparición definitiva del
teatro público del castigo corporal” y en el establecimiento de “la privación de la
libertad como pena privilegiada en una sociedad que, con los cambios generales de
mitad de siglo, valorará la «libertad» como el máximo derecho y bien del individuo
moderno” (Rojas Ramos, 2016, pág. 204), esto significa, en la implantación de
tecnologías disciplinarias y métodos de asepsia social que permitieran resguardar
de la delincuencia a la sociedad republicana y corregir moralmente a los desviados.

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Sin embargo, los dispositivos disciplinarios que surgieron después del Código
Penal de 1837 se mantuvieron en el proyecto modernizador del liberalismo
radical de la época; de manera que el Código Penal de Cundinamarca (1858)
y el Decreto de Casa de Penitenciaría (1869) copiaron los sistemas de castigo
correctivo sobre los reos de la Ley 30 de 1838 y el Decreto 17 de 1839, lo que pone
de presente la continuidad de formas moderadas de suplicio y la renuencia de
la moral republicana

[…] a abandonar la idea de un sistema represivo-correctivo completamente


desprovisto de todo tipo de suplicio corporal. De allí la contradictoria persistencia
de formas de coerción que por más atenuadas que parecieran en relación con sus
formas más brutales, recientemente eliminadas, mantenían un poder de castigo
sobre el cuerpo. (Rojas Ramos, 2016, pág. 206)

IV. LA TORTURA COMO RELATO TRÁGICO DE LAS GUERRAS CIVILES


DECIMONÓNICAS: DE LOS SUPREMOS A LOS MIL DÍAS DE
REPUBLICANISMO SANGRIENTO

A lo largo del siglo xix el país asistió a múltiples confrontaciones violentas, sucesivas
guerras civiles fueron el corolario de las conflictivas relaciones entre élites locales,
regionales y nacionales que disputaron y ejercieron el poder, sin embargo, no se
pretende reproducir aquí la caracterización estereotipada de estas batallas “como
enfrentamientos absurdos de caudillos ambiciosos, que arrastraban a las masas
populares a desangrarse en peleas sin sentido, en pos de banderas rojas y azules de los
respectivos partidos tradicionales” (González, 2016, pág. 187). Esta interpretación
comporta una simplificación carente de perspectiva histórica e invisibiliza la
complejidad de los antagonismos, la conformación de las identidades políticas
alrededor de protopartidos fortalecidos a través de conexiones clientelares que
seguían la lógica centro-periferia, en suma, minimiza una etiología del conflicto
que tuvo como centro no solo el imaginario de la rivalidad irreductible heredado
de las guerras de independencia, sino también luchas por el poder económico,
profundas divisiones frente al carácter confesional de la educación pública,
competencias por la participación política de las regiones y hasta disputas entre
clanes familiares (González, 2016, pág. 186). De allí que a cada victoria militar
fuera aparejado un nuevo arreglo institucional, “un nuevo arreglo de herramientas
legales y recursos políticos que la fracción dominante pueda usar como autoridad
legítima contra las otras fracciones y también contra la mayoría de la población”
(Valencia Villa, 2010, pág. 128). Sin embargo, es pertinente anotar que las guerras
civiles no tuvieron un propósito reformador en términos normativos,

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Memoria de la tortura en Colombia
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El objetivo de la guerra civil era ante todo doblegar al adversario partidista


y relevarlo expidiendo eventualmente nuevas cartas constitucionales, pero
usando la misma lógica, la misma filosofía del derecho y similares instrumentos
jurídicos. De hecho, tanto en períodos liberales como conservadores, códigos
tan importantes como el Penal o el Civil no tuvieron significativas variaciones.
(Aguilera Peña, 2001, pág. 303)

Con todo, al decir de González (2016) bien podrían sintetizarse las causas de
estas guerras en tres grupos: las primeras se centraron en la definición del
sujeto político y la participación electoral (Guerra de los Supremos y Guerras
civiles de 1851 y 1854), las segundas pusieron en cuestión el régimen político y la
forma de organización estatal (Guerras civiles de 1861, 1876 y 1885) y las terceras
fueron consecuencia directa del modelo excluyente de la regeneración vindicativa
plasmada en la Constitución de 1886 (Guerra civil de 1895 y Guerra de los Mil
Días) que restauró “la estructura original del régimen construido por Bolívar: el
edificio del centralismo, el presidencialismo, la religión oficial, el proteccionismo
económico y el autoritarismo en materia de libertades públicas” (Valencia Villa,
2010, pág. 166).

Otro de los lugares comunes que sostiene algún sector de la historiografía de


las guerras civiles decimonónicas que precedieron a la Guerra de los Mil días
es que por desarrollarse en contextos de guerra regular estas se ajustaron a lo
que los historiadores denominan como “La guerra de caballeros”, caracterizada
por la observancia de las normas consuetudinarias de la guerra o “derecho de
gentes” –positivizado ulteriormente- y por “las normas que debían observar las
“naciones cristianas y civilizadas” (Aguilera Peña, 2006, pág. 48), esto es, que
fueron fundamentalmente guerras de generales de clase alta que “desplegaron
una preocupación caballerosa por la dignidad de sus oponentes” (Bergquist, 1981,
pág. 153) y en consecuencia, tuvieron niveles inferiores de atrocidad, respetaron
a la población civil, a los prisioneros de guerra y brindaron la posibilidad de
realizar canjes con los adversarios.

Si bien es cierto que la Guerra de los Mil Días fue la más feroz, larga y sangrienta
del siglo XIX, no solo por su masividad y dinámicas bélicas sino también porque
su carácter irregular condujo a la degradación del conflicto, es importante
resaltar que las guerras civiles que la precedieron distaron mucho de acatar el
derecho de gentes o los principios básicos de humanización de la guerra; a pesar
de ser a priori respetuosas de la hidalguía militar no fueron ajenas a hechos
de barbarie y represión en contra de civiles, adversarios heridos en combate e
incluso miembros de la misma tropa considerados rebeldes.

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El crimen de tortura en Colombia: entre lo simbólico y lo real
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Una de las guerras del siglo XIX más representativa de este referente fue la de
los Supremos, una confrontación armada que se prolongó durante 21 meses
desde 1839 hasta 1841 y produjo más de 3366 muertes violentas (Giraldo
Ramírez & Fortou, 2011); su eclosión se produjo por la decisión del gobierno de
Márquez de suprimir ocho conventos menores, la insurrección suscitada por
este hecho encontró rápidamente eco en la consabida oposición de caudillos
regionales –Los Supremos–, quienes movilizaron de forma violenta todas sus
discrepancias con la administración central generalizando la refriega al punto de
alcanzar connotaciones nacionales. En algunos de los episodios bélicos que se
sucedieron se pueden rastrear, dentro de lo que la historiografía distingue como
“narraciones de los protagonistas” (Uribe de Hincapié & López, 2006, pág. 53),
algunas prácticas constitutivas de tortura en contra de prisioneros de guerra, el
General José María Obando, supremo de Pasto, lo plasmó así en sus conocidos
“Apuntamientos para la historia”,

En todas las escaramuzas no tuve más pérdida que dos heridos leves y un corneta
(Piñuela) y un soldado prisioneros a quienes, vivos, les cortaron las orejas (trofeo
que llevaron a presentar a Herrán quien había ofrecido pagarlas a dos reales el par),
y después los asesinaron a bayonetazos. (Obando, 1970, pág. 424)

Prácticas similares de ejecución de prisioneros de guerra a través de métodos


de tortura, tuvieron finalidades “disuasivas” frente a las tropas insurrectas y la
población civil, así lo señala (Aguilera Peña, 2006) “el general Julio Arboleda
ahorcó a indígenas guerrilleros en los árboles de los caminos para que sirvieran
de escarnio, e hizo colocar guardias al lado de los cadáveres para impedir que sus
deudos los sepultaran” (Pág.49).

En similar sentido, se pueden rastrear algunas cartas enviadas a los comandantes


de división donde se acusaba a algunos coroneles de provincia y a miembros de
la tropa gobiernista de someter a los campesinos de la región suroccidental del
país a diversos vejámenes y sufrimientos, además se narran agresiones sexuales
utilizadas como instrumento de guerra constitutivo de tortura. Una de las cartas
contentiva de una acusación en contra del coronel Concepción Melgarejo cuyo
centro de operaciones fue el cantón de Nunchía en Casanare y que es citada por
(Prado Arellano, 2007) relata lo siguiente,

Cuando la división que venía al mando del señor Coronel Concepción Melgarejo,
llegó a esa capital, todos los pueblos de la serranía estaban dispuestos a prestar sus
servicios y recibirlos como amigos, si la división se portaba como era de esperarse,
respetando a los ciudadanos y sus propiedades… Empero desde el momento

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Memoria de la tortura en Colombia
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que vieron la inacción en que ha permanecido la división, las ningunas medidas


tomadas por el jefe para restablecer el gobierno de la capital, y que los hechos de
la tropa no coincidían con las ofertas de orden, y de evitar los males, los pueblos
empezaron a desconfiar y a desalentar. Muy presto se supo por una parte, un retén
entero violó dos mujeres madre e hija a presencia de su padre, y que a este le dieron
rejo. Después se observó que las bestias y demás propiedades de varios individuos
de esta capital de Támara y Nunchia fueron arrebatadas con violencia, y que sin
contar con las autoridades se cogían en el campo como despojos de los enemigos
y que los dueños que no confesaban donde tenían sus animales eran amarrados y
vejados. (Pág. 339)

Por otro lado, durante la Guerra de Soberanías de 1860 en la que las tropas
del liberalismo radical en cabeza de Tomás Cipriano de Mosquera enfrentaron
al gobierno conservador de Mariano Ospina Rodríguez, la tortura apareció
como síntoma inequívoco del tránsito al fanatismo frenético de las identidades
políticas en la sociedad granadina. Así lo ejemplifica una técnica desarrollada por
las tropas conservadoras para mortificar durante el traslado a los presos políticos
aprehendidos en combate denominada “La Cachupina” “que consistía en colocarle
al detenido un chaleco de cuero mojado bastante ajustado al cuerpo desnudo,
y que se iba estrechando e internándose en las carnes a medida que se secaba”
(Aguilera Peña, 2006, pág. 52) con este lo sometían a caminatas interminables,
sin suministrarle ningún alimento y en ocasiones lo obligaban a trotar detrás de
los caballos para agudizar el ahogamiento.

Sobre este punto, algún sector de la historiografía sostiene que las guerras
civiles anteriores a la positivización del derecho de gentes –incorporado
por la constitución política de 1863- fueron más violentas en lo que toca con
la atrocidad en actos ajenos a la confrontación, ferocidad en los combates y
respeto a los derechos de los presos aprehendidos en combate, sin embargo,
para (Aguilera Peña, 2006) esta formalización “no condujo necesariamente a la
humanización de los conflictos, pues es evidente que se siguieron presentando en
cada uno de ellos diversas manifestaciones de atrocidad” (Pág.44). Así ocurrió en
la guerra civil de 1876, una de las más cortas en duración -9 meses- y a su vez, la
tercera más sangrienta del siglo en términos de muertes violentas por la tasa de
población de la época -137.909- (Giraldo Ramírez & Fortou, 2011), durante esta,
la guerrilla conservadora utilizó la tortura como método de amedrentamiento de
la población civil, los prisioneros eran vejados, privados de alimento, amarrados
–en ocasiones enjaulados- y paseados por diferentes poblados contiguos al lugar
de la batalla para ser escupidos, humillados y agredidos por turbas enardecidas,
así relata Mario Aguilera (2006, pág. 53) uno de estos excesos:

41
El crimen de tortura en Colombia: entre lo simbólico y lo real
Luis Alfonso Fajardo Sánchez, ph.d. - Editor

Luego de la sangrienta batalla de los Chancos, en agosto de 1876, un ermitaño


que había pronosticado la derrota de los liberales y que acompañó a la tropa
conservadora hasta el campo rezando por su triunfo contundente, fue llevado vivo
entre una jaula y paseado por varios pueblos vecinos.

Al iniciar la década de 1880, habiendo transcurrido casi diecisiete años desde


la promulgación de la Constitución de Rionegro, se expidió la Ley 35 de 1881
o Código Militar de lo Estados Unidos de Colombia, que en su Libro IV reguló
aspectos relativos a la incorporación del derecho de gentes y particularmente
prohibió todas las formas de tortura infligida a rehenes o prisioneros de guerra
y prescribió que deberían ser tratados bajo los principios de humanización de la
guerra (Aguilera Peña, 2006, pág. 46). A pesar de estos esfuerzos normativos,
las últimas dos décadas del siglo xix en Colombia fueron de las más álgidas
en nuestra historia republicana, cuatro guerras civiles que produjeron alrededor
de 82.000 muertes violentas (Giraldo Ramírez & Fortou, 2011), saqueos de
haciendas, numerosos desplazamientos, fracturas irreparables de los lazos
sociales ahora signados por el ánimo vindicativo y truculento de la destrucción,
pero además significó un profundo deterioro de la economía

(…) pues obstaculizaron el flujo libre de mercancías, dado que los ejércitos y las
guerrillas interrumpieron enlaces, bloquearon y destruyeron rutas, barcos, líneas
ferroviarias, postes y líneas de telégrafo, produjeron retrasos en las importaciones y
exportaciones, y encarecimiento de mercancías por la escasez general. (Ortiz Mesa,
2005, pág. 50)

Ya a mediados de década, la crisis de la agricultura de exportación estancó la


economía local y generó disidencias en el seno del partido liberal que rápidamente
conformó alianzas estratégicas con los conservadores (partido nacionalista),
redistribuyeron las fuerzas políticas y promovieron el proyecto regeneracionista
que no solo pretendía escudriñar y corregir las políticas económicas laissez-
fairianas (Bergquist, 1981, pág. 17) sino restaurar la autoridad de la iglesia católica,
la organización unitaria de la república, el centralismo político y administrativo;
la formación religiosa bajo el dogma católico, el control y censura a la prensa,
la restricción a la participación política de los opositores con estratagemas
electorales y, en suma, un proyecto que pretendía destruir la Constitución de
Rionegro de 1863 y su personificación en el cuerpo de los liberales radicales
(Fischer, 2001, pág. 76).

La victoria de los nacionalistas en la guerra de 1884-1885, aunada a la sensación


de inestabilidad política, inseguridad pública y “un aumento de la delincuencia,

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Memoria de la tortura en Colombia
Luis Alfonso Fajardo Sánchez, ph.d. - Cristhian Martín Laiton

que fue atribuido a la «relajación de las costumbres», al debilitamiento del principio


de autoridad, [y a] la impunidad” (Aguilera Peña, 2002), se traducirían como
corolario inevitable en el proyecto autoritario de la regeneración conservadora,
la promulgación de la Constitución Política de 1886 restablecería la pena capital
(art. 29) y retornaría al derecho penal contrailustrado instrumentalizado como
arma política contra los opositores, por lo que, en materia penal, regresaría a la
tipología punitiva del código de Santander pero ahora con un marcado sentido
vindicativo, pasional y voluble como rasgo distintivo de este tipo de reformas (
Martínez & Guzmán, 2018).

La expedición de la Constitución de Caro materializaría la ideología política de


los regeneradores a través de un presidencialismo fuerte para hacerle frente a las
facciones radicales del liberalismo y consagraría el país a la fe católica con el doble
propósito de moralizar la cotidianidad de la sociedad colombiana como forma de
control social, por un lado, y por otro, crear una identidad homogeneizadora que
generara cohesión social alrededor de su proyecto institucional. Así lo expresa
(Bergquist,1981)

Se necesitaban instituciones fuertes tales como la familia, la Iglesia y el Estado, a


fin de controlar al hombre, susceptible de malas pasiones y de comportamiento
antisocial a menos que estuviese compenetrado con un código moral capaz de unir
a los hombres a nivel espiritual. (Pág.18)

Sin embargo, para los nacionalistas el poder político, el orden social y la seguridad
pública en una sociedad fracturada eran problemas centrales para supeditarlos
a la eficacia de la moral religiosa, de allí que en 1890 se reglamentara la pena de
muerte por fusilamiento y se revivieran los trabajos forzados en obras públicas
con la expedición de un nuevo código penal para la república previamente
unificada, que restableció la liturgia penal del código santanderista, así lo expresa
(Rojas Ramos, 2016, pág. 207):

La antigua atrocidad potenciada por un utillaje compuesto de finas cuchillas o


materiales de estrangulamiento fue reemplazada por la efectividad fulminante,
instantánea, de los fusiles: “Art. 48. Los condenados a muerte serán pasados por las
armas”. Se privilegió la plaza pública como lugar de ejecución: “Art. 49. La sentencia
se ejecutará en plaza o lugar público”; y el sentenciado volvería a vestir esos signos
infamantes que lo distinguirían en medio de la multitud: “Art. 50. El reo condenado
á muerte será conducido al suplicio, vestido de ropa negra… Art. 51. Al salir de la
cárcel y al llegar al patíbulo se publicará un pregón en esta forma: “N. N., natural
de N., vecino de N., y reo del delito (tal), ha sido condenado a la pena de muerte,

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El crimen de tortura en Colombia: entre lo simbólico y lo real
Luis Alfonso Fajardo Sánchez, ph.d. - Editor

que va a ejecutarse”. Finalmente, como en un ejercicio de manifestación del brutal


poder de castigo del Estado (o de la moderna sociedad del contrato) el cuerpo
sería exhibido al público con su atroz fuerza ejemplarizante: “Art. 52. El cadáver del
ajusticiado permanecerá puesto al público por dos horas”.

A pesar de que el Código Penal de 1890 prescribía en el Capítulo VIII del Libro
Tercero, delitos como la tortura, arbitrariedad y violencia penitenciaria7, estos
contenidos fueron abiertamente desconocidos por las tensiones sociopolíticas
de la época que generaron un recrudecimiento del uso arbitrario del poder
punitivo, ejercido fundamentalmente a través del fusilamiento y la reclusión
penitenciaria, y encaminado a eliminar los instrumentos de movilización política
del liberalismo belicista radical; para los regeneradores el problema delincuencial
era un problema político que debía ser controlado, silenciado con el presidio o
arrancado de raíz. (Márquez-Estrada, 2013, pág. 108).

Todas estas tensiones sociopolíticas sumadas a la profunda crisis fiscal


y económica por la caída mundial de los precios del café y el cambio del
patrón oro por papel moneda de curso forzoso, así como las sospechas de
manipulación electoral, generaron hambre, desesperanza, ruptura democrática
y desencadenaron vigorosas revueltas y cuestionamientos al proyecto unificador
centralista y principalmente al gobierno nacionalista, no solo de los liberales sino
también de los sectores históricos del partido conservador. La renuencia de los
regeneradores a aceptar los costos de la crisis, el cálculo político de los sectores
que dividieron ambos partidos y veían en la guerra una vía rápida para tomar
el poder y deshacerse de sus contradictores, sumados a la legitimación de la
iglesia y la persecución “político-religiosa” que había denunciado el sector liberal
belicista, fueron el detonante para el estallido de la Guerra de los Mil Días en
octubre de 1899 (Bergquist, 1981, págs. 117-151).

El siglo XIX terminó con la mayor guerra de la hasta entonces germinal historia
republicana; su extensión geográfica, proporción de los ejércitos, desarrollo,
participación de niños y mujeres, alargamiento, número de víctimas y
confrontación irregular producto de la degradación, constituyen una dinámica

7
Como el artículo 698 que prohibió atar o hacer atar, poner grillos, esposas o cadenas u oprimir de otro
modo a una persona sin las facultades legitimas para ello o teniéndolas, si lo hiciere por fuera de los casos
prescritos o permitidos por la ley (art.699), o el artículo 700 que prohibía la aprehensión o detención
arbitraria y la opresión o mortificación durante el arresto y finalmente el artículo 701 que tipificaba como
delito los tormentos durante el arresto, la privación o suministro insuficiente de comida o bebida.

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Memoria de la tortura en Colombia
Luis Alfonso Fajardo Sánchez, ph.d. - Cristhian Martín Laiton

demencial que ninguna de las facciones enfrentadas imaginó cuando inició la


confrontación, en aquellos días “todo parecía indicar que iba a ser una breve
contienda civil como las que se habían visto en Colombia con tanta frecuencia
durante el siglo XIX” (Bergquist, 1981, pág. 153). Durante los primeros siete meses
de guerra los ejércitos liberales, conscientes de su inferioridad en número de
hombres y capacidad bélica desplegaron maniobras audaces que les permitieron
resistir a la confrontación, pero con el transcurrir de los meses por el número de
bajas, la ausencia de armas y víveres debieron acudir al reclutamiento voluntario
y también al forzoso (Jaramillo Castillo, 2000) –que usó el gobierno a través de
la conscripción y otras técnicas irregulares como el reclutamiento con lazo8–;
esto generó la creación de guerrillas irregulares conformadas por capataces,
mayordomos y la peonada de las haciendas que se armaron como pudieron con
macanas, piedras, garrotes, lanzas y el más tenebroso “la peinilla” o machete.

La prolongación del conflicto y la incursión de nuevos actores devino rápidamente


en una confrontación sangrienta donde las dos facciones apelaron a formas
despreciables de combatir que soslayaron con crudeza el derecho de la guerra.
La ejecución inmediata de los prisioneros de guerra por considerarlos un estorbo
para la movilidad de la tropa, la mutilación de prisioneros, el ofrecimiento de
recompensas por la captura de algunos jefes militares, la orden de “peinar” o
decapitar a los soldados puestos fuera de combate y la extracción de ojos fueron
algunas de las manifestaciones más horrendas de inscripción de la fuerza sobre
el cuerpo de los combatientes (Aguilera Peña, 2006, págs. 48-51).

Durante esta época el conflicto escapó del control de los generales de ambas
facciones, hubo un desplazamiento geográfico de los episodios bélicos y, en
consecuencia, una exacerbación de la atrocidad que crecía exponencialmente
por el deseo de venganza con la ejecución de cada acto de barbarie que
indefectiblemente suscitaba represalias semejantes. En el Tolima y Santander,
dos de los epicentros más críticos de la guerra, el ensañamiento y tortura contra
prisioneros, civiles y militares adquirió tintes dantescos,

En Peñaranda, jurisdicción de Ibagué, fue asesinado Samuel Cleves, hijo del general
liberal Indalecio Cleves. El joven fue apresado en su casa por una “comisión del

8
Así lo expresa (Jaramillo Castillo, 2000): “Consistía esta práctica en acciones imprevistas por medio de las
cuales se cercaba la plaza de mercado de los pueblos en sus horas de mayor afluencia y se tomaban como
reclutas los hombres requeridos por la guerra, que normalmente eran todos los presentes. A fin de evitar
evasiones, era común que se les amarrara con lazos y se les llevara de cabestro a los cuarteles.”

45
El crimen de tortura en Colombia: entre lo simbólico y lo real
Luis Alfonso Fajardo Sánchez, ph.d. - Editor

gobierno”, luego fue amarrado, siendo objeto de varias mutilaciones (nariz, labio
superior y orejas) y posteriormente, muerto a tiros. En los llanos del Combeima, en
ese mismo departamento y durante la citada guerra, a un señor de apellido álvarez,
los conservadores le cortaron las plantas de los pies “para hacerlo caminar descalzo”
y luego lo ultimaron. En Amaine, al general Chávez, los conservadores le ataron las
manos clavándole una bayoneta, luego lo pasearon por las calles propinándole más
de 800 planazos, en seguida le sacaron los ojos con una bayoneta y finalmente lo
fusilaron. (Aguilera Peña, 2006, pág. 50)

En algunos casos la crueldad fue censurada, como en la batalla de Palonegro


donde,

[…] el jefe liberal Pedro Soler Martínez estuvo a punto de ser fusilado por el general
Herrera y fue severamente cuestionado por el general Uribe Uribe debido a que
había cometido varios actos de ferocidad: machetear a tres prisioneros, y entre ellos
a un niño de 14 años, quien perdió una mano; decapitar a un capitán que conducía
a unos presos, confundiéndolo con el enemigo, y machetear a otros prisioneros que
se hallaban en una casa custodiada por centinelas liberales, todo ello en uno de los
quince días que duró la mencionada batalla. (Aguilera Peña, 2006, pág. 48)

En otros casos estos actos de barbarie suscitaron burlas o fueron vistos como
símbolos extravagantes de superioridad militar así,

En la Guerra de los Mil Días, el cadáver del famoso general liberal Avelino Rosa,
asesinado por sus guardianes en un campamento conservador, fue amarrado a una
viga de madera y expuesto en la plaza de Ipiales a las burlas de la tropa. En esa misma
guerra, al cadáver del coronel liberal Enrique Lozano, que había sido asesinado
en Icononzo, luego de caer prisionero le arrancaron el bigote y la barba para ser
expuestos. Igualmente, en 1900 fue exhibida por las calles de Ibagué, ensartada en
una asta, la cabeza de Joaquín Rojas, quien había dado muerte al general conservador
Lucas Gallo, disparándole cuando pasó con un pelotón militar por su sementera; la
cabeza de Rojas la trajeron desde Armenia donde fue decapitado. Otra cabeza que
fue expuesta como trofeo fue la del general Aristóbulo Ibáñez, quien fue cazado y
decapitado, luego del tratado de paz de neerlandia, y su cabeza fue expuesta por
pueblos y chicherías de Boyacá. En esta misma guerra, se cuenta que, en Gramalote,
luego de ser ocupada por los liberales, se exhibieron cadáveres conservadores en
calles, puertas y ventanas. (Aguilera Peña, 2006, pág. 51)

Después de que las guerrillas rehusaran rendirse y acogerse a los términos de


varios ultimátum que les dio el gobierno de Marroquín y con la posesión como

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Memoria de la tortura en Colombia
Luis Alfonso Fajardo Sánchez, ph.d. - Cristhian Martín Laiton

ministro de guerra del otrora gobernador militar de Cundinamarca y conservador


recalcitrante Arístides Fernández, quien, convencido de que la resistencia de las
tropas liberales rurales se debía al apoyo que recibían desde el interior del país,
tomó medidas para romper el mecenazgo, debilitarlas y acelerar la rendición de
los sediciosos. Los patrullajes nocturnos, allanamiento de viviendas, asignaciones
forzosas a sospechosos de contribuir con las tropas enemigas, aprehensiones
arbitrarias y encarcelamientos masivos fueron algunas de las medidas represivas
que tomó Fernández en el marco de su cruzada como el salvador que había
venido a extirpar el cáncer del radicalismo liberal y a terminar por fin con
una guerra degradada que había desangrado al país casi durante 3 años con
consecuencias irreparables. Las políticas reactivas de Fernández pasaron por el
uso del presidio y el cadalso como instrumentos de persecución política que
pacificarían parcialmente el interior del país y reducirían la actividad guerrillera en
un grado menor. (Bergquist, 1981, págs. 199-215)

Allí, en “La ciudad del penado” como era conocido el Panóptico de Bogotá,
fueron sometidos a los peores vejámenes físicos y morales presos comunes y
políticos entre los que sobresalen guerrilleros e intelectuales liberales como “el
poeta Adolfo León Gómez, Enrique Olaya Herrera, el expresidente Santos Acosta,
el general Benjamín Herrera y Julio Flórez” (Márquez-Estrada, 2013, pág.109).
En las fases finales de la guerra el Panóptico se convirtió en un símbolo de la
represión nacionalista y en la muestra irreprochable del país envilecido que
forjó la guerra; el hacinamiento y las condiciones insalubres son narradas así
por el poeta sobreviviente Adolfo León Gómez en su célebre obra “Secretos del
Panóptico”(1905) citado por (García Núñez, 2008),

Se compone ese local de un patio sucio, largo, mal enladrillado y sumamente


húmedo, en cuyo extremo norte está la alberca, en ese entonces casi siempre seca;
y en el costado occidental, al pie del inmenso paredón que da a la calle, al excusado,
que no era otra cosa que un agujero enrejado de hierro sobre el hediondísimo caño
de desagües del edificio, y medio oculto por dos de sus lados por un montón de
baldosas puestas unas sobre otras. Por el lado norte y por encima, ese foco de
infección estaba completamente descubierto, de modo que el que allí se colocaba
era visto de todos los habitantes del local, y tenía encima las inclemencias del cielo,
y debajo el infecto vapor de tifus, viruelas, disenterías y demás miasmas de muerte
que pueblan el Panóptico. […]

En la parte alta, a donde se subía por una escalerilla de piedra, había tres piezas
sobre el lado oriental y otra al sur. Los presos políticos bautizaron todos esos cuartos
con diversos nombres muy significativos: de los dos lóbregos salones de abajo

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El crimen de tortura en Colombia: entre lo simbólico y lo real
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llamaban El Coso al más cercano a la entrada, porque en él amontonó el Gobierno,


como animales bravíos, a varios guerrilleros notables; y La Jaula al otro, porque tal
parecía con su reja de hierro, su oscuridad melancólica, y su hueco que servía de
puerta en la pared. De las piezas altas se llamó la más pequeña, que está al oriente,
El cuarto de los Osos, porque, como tales, vivían durmiendo los caballeros que la
habitaban; las siguientes eran La Culebrera y La Gusanera, porque eran tantos los
presos acumulados allí y estaban tan juntas sus camas, que semejaban enjambres
de gusanos los hombres que por la mañana aparecían tendidos en ellas.

Frente a las formas de tortura que se practicaron en el Panóptico, es estremecedor


constatar procedimientos de suplicio propios de la época de la inquisición
española y otros que fueron creados por los carceleros de la época con pavorosa
frialdad para infligir dolor sobre los cuerpos de los reos e inscribir como símbolo
imborrable de la guerra el poder de los vencedores. Entre los métodos descritos
por León Gómez citado por (García Núñez, 2008), se encuentra “el cepo”, “la
picota”, “el mico”, “la guillotina”, “los grillos”:

Habla en Secretos del panóptico, capítulo sexto, “La inquisición”, del terrorífico
cepo, “un suplicio tan bárbaro, que aun a los hombres más esforzados y valientes
hacia gritar y llorar, como los presenciamos muchas veces. Y no era para menos,
porque consistía en dos maderos paralelos colocados horizontalmente sobre dos
postes verticales a cierta altura del suelo. En esos maderos había agujeros para
meter los pies del preso, que quedaba colgando con la cabeza contra los ladrillos”.
Otro tormento era la picota: “Esta es un botalón o poste de hierro clavado en la
mitad de un patio, a flor de tierra. De la cabeza de ese poste salen tres gruesas
cadenas de hierro, y una de éstas la remachaba un herrero sobre el tobillo del
preso, que permanecía allí, según su falta o la crueldad de sus verdugos, un día
o dos, o tres o más, con sus noches, a la intemperie, girando alrededor del poste
con desesperación horrible y satisfaciendo en el mismo lugar sus necesidades
corporales”. Otro humillante suplicio era el mico, “consistía, según me refirieron,
porque no lo vi, en un gran trozo de madera, que por medio de una gruesa cadena
de hierro ataban sobre el tobillo del paciente, quien se veía forzado a permanecer
en un solo sitio o a cargar su mico por dondequiera que iba, pues no era fácil ni
cómodo arrastrarlo. Los condenados a sufrir el mico hacían una figura grotesca
llevando en brazos, como a un niño enfermo, a todas horas y por todas partes, su
inseparable y pesado compañero”. Y así otras torturas como la guillotina, los grillos
y las cadenas. “De todos los horrores del Panóptico, ninguno, sin embargo, tan
odioso y tan infame como el castigo del baño, que según me refirieron personas
honorables, se aplicó varias veces a pobres seres desvalidos, de esos que no tienen
medio alguno de defenderse, ni autoridades que los oigan”.

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Memoria de la tortura en Colombia
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Otras formas de tortura son mencionadas por (Márquez-Estrada, 2013) como


“«la ternera» y «la vaca», que consistía en ponerles a los presos tres arrobas de peso
encima” y otra conocida como “«el muñequero»[…] que consistía en colocar las
muñecas en dos maderos para que el cuerpo colgara completamente” (pág. 109).

La guerra concluiría después de decenas de miles de muertos y víctimas con


los tratados de paz firmados en la hacienda Neerlandia y en el buque de guerra
estadounidense Wisconsin. De esta manera el país iniciaría el siglo XX con un
clima político enrarecido y polarizado, en medio de la peor crisis económica y
sobre todo, con muchas heridas abiertas y odios por la participación de amplios
sectores populares en la confrontación, lo que posteriormente sería el sustrato
para nuevas y peores espirales de violencia.

V. VIOLENCIA Y DESHUMANIZACIÓN DEL “OTRO”:


LOS NOMBRES PROPIOS DE LA TORTURA

La época de la violencia en Colombia podría considerarse como la principal


erupción violenta de las sucesivas guerras del siglo XIX, es decir, como la
culminación de las viejas luchas bipartidistas por el poder burocrático. Sin
embargo, tal caracterización simplificaría procesos sociales más complejos que
se apartan del relato oficial que ubica el antagonismo ideológico como principal
etiología de la confrontación.

Si durante las guerras civiles del siglo XIX las élites partidistas en disputa movi-
lizaron bases sociales que acudían a la guerra convencidas de estar luchando por
rivalidades ajenas, en el siglo XX las clases populares construyeron su identidad
política a partir de odios familiares y regionales heredados, que en algunos casos
compartían su fundamento con creencias religiosas particulares y en otros con
la pertenencia a movimientos de clase obrera o campesina que surgieron en la
década de los años 20 a raíz de la proletarización de campesinos y trabajadores
urbanos asalariados que desbordaban los marcos tradicionales del bipartidismo
en tanto enarbolaban reivindicaciones sociales propias, que no se correspondían
totalmente con el proyecto liberal (Sánchez & Meertens, 1983, pág.30).

Como es sabido, los años de hegemonía conservadora que siguieron a los


armisticios de la Guerra de los Mil Días se caracterizaron por procesos graduales
de industrialización que no alteraron significativamente la base agraria de la
economía nacional pero sí profundizaron las viejas brechas sociales del siglo
XIX. Esto generó huelgas, paros y otros levantamientos proletarios que fueron

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brutalmente reprimidos por el gobierno conservador a través de persecuciones,


encarcelamientos o masacres como la de las bananeras en 1928.

El costo político de estos sucesos sumado a las divisiones internas del partido,
la inmoralidad en la administración pública y los efectos de la Gran Depresión
económica de 1929 aceleraron la ruptura de la hegemonía conservadora que
perdería las elecciones de 1930 con la llegada al poder de Enrique Olaya Herrera
en representación del renovado partido liberal que reformularía sus directrices
ideológicas decimonónicas sobre el federalismo y la libre competencia por el
intervencionismo del Estado en la economía, el respeto de los derechos de las
masas proletarias y el centralismo como forma de organización estatal.

Sin embargo, el gobierno de Olaya Herrera no alteró en absoluto las relaciones


de poder que habían predominado durante toda la hegemonía conservadora y al
contrario se mostró particularmente autoritario con el movimiento campesino
al que reprimió con igual o mayor intensidad a la que habían acudido los
conservadores más recalcitrantes. Este fenómeno se debió, según Sánchez y
Meertens a que “muchos de los terratenientes que constituían el blanco de la lucha
en las zonas de conflictos agrarios eran liberales” (1983, pág.31).

Por otro lado, el triunfo liberal desencadenó serios brotes de violencia en las
regiones de Santander, Boyacá, Cundinamarca, Antioquia y parte de Caldas,
donde “so pretexto del cambio de Gobierno o quizás como último gesto de nuestro
quijotismo pendenciero de los Mil Días” (Guzmán, Fals y Umaña, 1962, pág.38) se
enfrentaron liberales y conservadores dejando como resultado no solo múltiples
asesinatos, casas incineradas y personas exiliadas sino también heridas profundas
y odios indeclinables entre las familias que posteriormente alcanzarían niveles
inusitados de horror, así lo expresan (Guzmán, Fals & Umaña, 1962),

No perdura el climax de horror. Sin embargo, «algo quedó sembrado el año 30».
Desconocerlo es miopía de mala ley. Nadie vuelve a pensar en ello porque a la
postre el fenómeno se diluye en odio entre familias que se extinguen con precisión
fatal. (Pág.41)

Más adelante, producto de la escisión de los liberales entre los sectores


turbayistas y gaitanistas, triunfó el conservador Mariano Ospina Pérez en 1946 e
implantó su plan de gobierno bajo el lema de la “revolución del orden” y la “Unión
Nacional” con el propósito de realizar un mandato conjunto con el liberalismo
que se traducía en un “reagrupamiento de las clases dominantes, más allá de las

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Memoria de la tortura en Colombia
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fronteras partidistas”, esto es, un intento por cerrar filas entre las elites políticas y
económicas contra el proyecto gaitanista de base que emergía con fuerza. Así lo
señalan (Sánchez & Meertens, 1983),

Todo intento de organización autónoma del movimiento popular, y sobre todo de la


clase obrera, sería proscrito de la escena política con el uso de numerosas medidas
represivas tales como la anulación de la protesta urbana, los despidos masivos y la
destrucción de las más activas agremiaciones sindicales. (Pág.32)

Con el posicionamiento del gaitanismo como fuerza política que aglutinaba al


país nacional, como llamaba Gaitán al país del pueblo que él encarnaba y que se
oponía de forma irreductible al país político de las oligarquías, que representaba
un poder que, a pesar de lo extraño y lejano de los intereses populares los había
dominado a fuerza de su imposición violenta, y cuyo principal líder era Laureano
Gómez quien también tenía una lectura maniquea del país, dividido entre liberales
y conservadores a los que consideraba movimientos políticos diametralmente
opuestos, antagónicos y con diferencias insuperables principalmente a causa de
la cuestión religiosa (Uribe Alarcón, 2004, págs. 27-31).

Como menciona (Uribe Alarcón, 2004, págs.32-34) la retórica incendiaria de


ambos líderes se escuchó por el radio en las ruralías y moldeó las identidades
políticas de los campesinos, las diferencias momentáneas –antipatías, pugnas e
intrigas– predominaron sobre la familiaridad y los rasgos culturales de identidad,
por lo que las rivalidades parecían insalvables e indefectiblemente debían
conducir a la satanización de la alteridad y, en consecuencia, a su aniquilamiento
como única afirmación posible de la propia identidad, así lo documentó la autora
al entrevistar a campesinos:

Cuentan estos que escuchaban fervientemente los programas de radio en los cuales
los líderes se dirigían a sus copartidarios mediante discursos incendiarios. Estos
programas eran seguidos al pie de la letra por miles de familias colombianas,
contribuyendo a impregnar de odios políticos los espacios de sociabilidad
campesina. En las zonas rurales las comunidades campesinas estaban adscritas
a los partidos políticos tradicionales y se identificaban con estos. Eran identidades
que funcionaban como cajas de resonancia que hacían eco a los discursos de los
líderes. (Pág. 32)

Con el asesinato de Jorge Eliecer Gaitán el 9 de abril de 1948 toda la tensión


popular se tradujo rápidamente en barbarie, los gaitanistas se lanzaron a las

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El crimen de tortura en Colombia: entre lo simbólico y lo real
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calles y caminos con sed vindicativa a derrocar al gobierno, a confrontar la tiranía


oligarca, “a recabar las libertades yuguladas, tutelar la democracia, paralizar el
país”; del otro lado los conservadores levantaron la bandera represiva del gobierno
con el objeto de “salvar la patria, unir voluntades, reorganizar la fuerza armada,
crear cuadros de total confianza, diezmar al enemigo, asegurar futuras mayorías
electorales”, en suma, recrudecieron las maniobras violentas que habían iniciado
años atrás y que pretendían arrancar ferozmente la semilla del liberalismo y del
comunismo (Guzmán, Fals & Umaña, 1962, pág. 54).

Los años que siguieron sumieron al país en la degradación, el epicentro


de la violencia fue el campo y sus actores principales las gentes rurales
mientras los doctores “se recluían en sus casas sin alterar sus buenos modales
ni el tono caballeresco de sus manifiestos” (Galeano, 1971, pág. 137), después
de “El Bogotazo” se conformaron en las provincias juntas revolucionarias,
gobiernos populares y milicias campesinas como expresiones de resistencia
a las acciones de exterminio de las fuerzas del gobierno que, en alianza con
ejércitos irregulares como la policia chulavita de Boyacá, los pájaros del Valle
y Caldas, los “aplanchadores” de Antioquia y los “penca ancha” de Sucre
(Sánchez y Meertens, 1983, págs.31-33), sembraron el terror por su crueldad
excesiva en la cruzada macabra contra la otredad antagónica personificada
en el cuerpo de los campesinos liberales, quienes debieron optar –en una
paradoja indescifrable– por la confrontación armada o la muerte, así lo explica
(Uribe Alarcón, 2004):

A raíz de las incursiones violentas que hicieron los policías “chulavitas” en las veredas
liberales entre los años 1948 y 1952, la contienda bipartidista se fue expandiendo. Al
calor de las afrentas, las muertes y las mutilaciones que se infligían unos a otros, fue
aumentando la acumulación del odio y la necesidad de venganza. Los campesinos
que no se armaron terminaron siendo las víctimas de ese proceso de venganzas y
retaliaciones. (Pág. 46)

Una vez desatada la barbarie e ignominia nuestros linderos éticos fueron


removidos, el deseo irreflexivo de revancha se alimentó de códigos machistas de
honor y quedamos atrapados en un ciclo de violencia inagotable donde el cuerpo
y el miedo se definieron como objetivos a conquistar y manipular. Las masacres
se posicionaron como puestas en escena execrables que perseguían no solo la
desaparición física del adversario sino la implantación simbólica del poder sobre
el territorio, previamente expurgado de la presencia enemiga –quemando sus
cosechas y viviendas, asesinando o agrediendo sexualmente a sus esposas o “no

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Memoria de la tortura en Colombia
Luis Alfonso Fajardo Sánchez, ph.d. - Cristhian Martín Laiton

dejando ni la semilla”9–; ahora dominado a través del miedo y reconocido como


propio. Sobre esta particularidad (Uribe Alarcón, 2004) apunta,

Las masacres de La Violencia son actos rituales llevados a cabo al margen de las
actividades cotidianas y con una secuencia de acciones que tenían un determinado
orden. No fueron actos casuales ni fortuitos sino acontecimientos reiterativos por
medio de los cuales sectores rurales marginados del ejercicio del poder, ejercieron
una forma extrema de poder. Uno de los efectos que perseguían sus autores,
era establecer, mediante la implantación del terror, un predominio partidista allí
donde existía paridad entre los miembros de los dos partidos políticos. La extrema
polarización que instauró el bipartidismo en las zonas rurales impidió las soluciones
mediadas por intermedio de terceros. Un tercero, que bien podría haber sido el
Estado, estaba ausente y los individuos se veían obligados a resolver el conflicto
hombre a hombre. La venganza alimentaba las masacres ya que la gran mayoría
se llevaron a cabo para vengar la muerte de parientres asesinados en masacres
anteriores. (Pág. 84)

La degradación del conflicto produciría la incorporación de técnicas del horror


que se nombrarían con lenguaje propio y constituirían formas brutales de
conocimiento con funciones simbólicas precisas; la tanatomía de La Violencia
“hace [d]el crimen colombiano un caso aparte, insular, casi único en la historia
del delito” (Guzmán, Fals & Umaña, 1962,pág.247). Las variadas formas
de tortura son tristemente conocidas: “picar para tamal” una forma de
descuartizamiento que aludía a saberes culinarios populares; “bocachiquiar” que
consistía en realizar cortes superficiales en la piel de la víctima para procurarle
un desangramiento gradual y simulaba un proceso de preparación de los peces
“bocachico” conocido por los pescadores de algunas regiones del país. Los
cortes fueron procedimientos mounstruosos de inscripción del poder sobre el
cuerpo del adversario, unas veces cuantificadores de la potencialidad destructora
de los combatientes (“corte de oreja”), otros como manifestación de la muerte
política del adversario y respuesta horrenda a los métodos ejecutados por este
(“corte de franela y “corte de corbata”), algunos como alarde de destreza (“corte
francés”) o cosificación y animalización del antagónico (“corte de mica”, “corte
de florero” y “desviceración”); todos sintomáticos de un país extraviado en el

9
Como mencionan (Guzmán, Fals Borda y Umaña, 1962) “«no dejar ni la semilla» es negar al hombre del
bando opuesto el derecho a la procreación […] exterminando a la mujer como principio de vida y al niño
como suprema concreción del amor” (pág. 248).

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El crimen de tortura en Colombia: entre lo simbólico y lo real
Luis Alfonso Fajardo Sánchez, ph.d. - Editor

odio, deshumanizado e incapaz de reconocer en el otro la dignidad que lo signa,


un país reducido a la vanidad repugnante del carnicero vencedor que no ve en la
alteridad nada semejante y solo quiere restaurar su ethos, fosilizarlo e imponer el
propio (Guerrero, 2010),

En Colombia no hay exploración del otro cuando se manipula su cuerpo y se


desgarra su carne. Quienes así actúan, no enfrentan dilemas morales porque lo
hacen desde una posición en la cual ha quedado momentáneamente suspendida
su identidad. […]

Por lo tanto, no hay degradación ni deshumanización sistemática pues ante los


asesinos solo está presente la animalidad del otro. Sin embargo, ese otro que
tienen delante de sí asesinos, es una persona que grita e implora que no la maten,
una persona que en medio de la parálisis que le produce el terror, apela al sentido
humanitario de quien le va a asesinar. Pero quien ejecuta la masacre sólo tiene ante
sí a un extraño que no pertenece a su mundo, un extraño que es el arquetipo de lo
indecible, tal y como lo describe Bauman, físicamente cercano pero espiritualmente
distante. (Uribe Alarcón, 2004, págs. 134-135)

VI. CONCLUSIONES

Comprender la memoria de la tortura como ejercicio de recordar un pasado, que


aunque doloroso y sangriento ya se entiende superado, es un uso inapropiado
de la reminiscencia que Todorov considera intransitivo en tanto preservado en
su literalidad, se trata de una evocación estancada que se asemeja a la memoria
como vaciadero de basuras de Funes el memorioso.

Por otro lado, la construcción de un relato extremo, histérico y sensacionalista de


la tortura que conduzca a alimentar odios pasados pero que no diga nada sobre
el presente, no solo carece de utilidad y es irrespetuoso con las víctimas, sino que
además es un pasado portador de riesgos.

De allí que a lo largo de esta revisión de la tortura en Colombia se haya optado por
la memoria ejemplar que supone una apuesta por transfigurar el dolor pasado
como un principio de acción para el presente. Por lo que no es inconveniente
afirmar que en Colombia es necesario rastrear las matrices discursivas que
han legitimado prácticas horrendas como la tortura, esto significa, que es
inevitable indagar a través de la ubicación histórica de estos fenómenos por los
fundamentos sociales, jurídicos y culturales que los han hecho posibles, con

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Memoria de la tortura en Colombia
Luis Alfonso Fajardo Sánchez, ph.d. - Cristhian Martín Laiton

la finalidad de comprender las rupturas y continuidades de los ejes retóricos


aludidos, analogizarlos y traducirlos en elementos de juicio que arrojen mejores
lecturas sobre situaciones actuales. En este sentido, es revelador constatar a
lo largo de estas páginas el carácter apaciguador de la proscripción normativa
de la tortura como garantía efectiva de su supresión. El fetichismo normativo
ha conducido a entender estos fenómenos como superados con la expedición
de amplios catalogos de derechos y la consideración extendida de ser prácticas
moralmente inaceptables a la luz de nuestros pactos sociales actuales, sin reparar
en la pervivencia de los modelos socioculturales que los originaron.

De los elementos revisados es posible extractar la insuficiencia de estudios


históricos que hagan una lectura transversal de los contextos en los que se practicó
la tortura, los pocos que abordan con rigor contextual el fenómeno no articulan
una descripción correlativa de los diferentes periodos, la mayoría hace énfasis en
una época determinada y esto impide comprender de mejor manera los procesos
de resistencia de factores etiológicos durante espacios de tiempo prolongados.

Por otro lado, es importante superar definiciones restrictivas de tortura que tienen
raíz en las conceptualizaciones sobre la cuestión del tormento, aplicado como
mecanismo procesal en los países del antiguo régimen. Lo anterior, por cuanto
algunos de los autores consultados que han hecho aproximaciones históricas
a la tortura se han detenido ampliamente en la descripción pormenorizada de
los sistemas procesales de la época y han obviado las intersecciones que tienen
estas prácticas con el ejercicio del poder, los mecanismos represivos de control
social y las construcciones de subjetividades “ideales”.

Finalmente, aparecen como temas estimulantes para futuras investigaciones,


por un lado, indagar en fuentes primarias para obtener información detallada
sobre los hechos constitutivos de tortura y casos de crueldad excesiva y sevicia en
los procesos inquisitoriales que adelantó el Tribunal de Cartagena de Indias, y por
otro, encontrar elementos de continuidad sobre las formas en que se concibió
la alteridad corporal del delincuente incorrigible, el opositor político, el enemigo
territorial o el “otro” irreductible durante el conflicto armado interno colombiano
y también analizar la legitimación discursiva de las inscripciones del poder
“popular” en el cuerpo del maleante sometido a linchamiento social.

55
El crimen de tortura en Colombia: entre lo simbólico y lo real
Luis Alfonso Fajardo Sánchez, ph.d. - Editor

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61
El cuasi constructivismo
en la experiencia colombiana
de lucha contra la tortura
en los centros de reclusión
José Manuel Díaz Soto1

Resumen
El propósito de este artículo de investigación es exponer una aproximación cuasi constructivista
de los mecanismos nacionales de lucha contra la tortura. Con tal propósito, en primer
lugar, se aborda el concepto de cuasi constructivismo y su incidencia en los procesos de
transformación social. Seguidamente, se hace mención al concepto de tortura y a las formas
en que se reprime en el derecho penal nacional y en el derecho internacional de los derechos
humanos. Por último, pero no menos importante, se expone la estrategia de prevención de
tortura en cárceles diseñada e implementada por la Defensoría del Pueblo, y las razones por
las que se considera que tal iniciativa responde a una dinámica cuasi constructivista.

Palabras clave
Cuasi constructivismo, tortura, prisión, Defensoría del Pueblo, transformación social.

Abstract
The purpose of this research is to present a quasi-constructivist approach to national
mechanisms to combat torture. With this purpose, in the first place, the article addresses the
concept of quasi-constructivism and it`s impact on the processes of social transformation.
Next, the article develops the concept of torture and the ways in which it is repressed in
national criminal law and in international human rights law. Last but not least, the strategy
of prevention of torture in prisons designed and implemented by the Ombudsman’s Office
is explained, and the reasons why it is considered that such an initiative responds to a quasi-
constructivist dynamic.

Keywords
Quasi-constructivist, torture, prisons, Ombudsman’s Office, social transformations.

1
Abogado, Magíster en Ciencias Penales y Criminológicas de la Universidad Externado de Colombia.
Magíster en Derecho Internacional de la Universidad de los Andes. Asesor de la Dirección de Política
Criminal y Penitenciaria del Ministerio de Justicia y del Derecho en asuntos penitenciarios.

63
El crimen de tortura en Colombia: entre lo simbólico y lo real
Luis Alfonso Fajardo Sánchez, ph.d. - Editor

I. INTRODUCCIÓN

La vigencia efectiva de los derechos humanos demanda la necesaria movilización


de las comunidades que aspiran a su materialización. En otras palabras, el
respeto por los derechos humanos necesariamente se construye desde abajo, no
puede ser impuesto por la comunidad internacional –que cuando mucho puede
coadyuvar los esfuerzos locales–, y demanda la acción creativa y valerosa de las
organizaciones y entidades nacionales que promueven su defensa (Nash, 2012).
Esta idea, conforme a la terminología empleada para describir la labor de las
organizaciones internacionales, puede catalogarse como cuasi constructivista, es
decir, reconoce el valor de las ideas para transformar el mundo, pero considera
que tal transformación sólo es posible a través de una interacción entre los
escenarios locales e internacionales. Se trata de una perspectiva diametralmente
opuesta al realismo, que niega que la labor de las organizaciones esté motivada
por ideales liberales, así como la aptitud de éstas para alcanzar tales propósitos.

En el presente ensayo intentaré exponer cómo las organizaciones colombianas


que promueven los derechos de la población privada de la libertad, en particular la
Defensoría del Pueblo, que es una organización estatal, más no gubernamental,
se han valido de una estrategia de acción que bien puede catalogarse como
cuasi constructivista a efectos de garantizar el derecho de los reclusos a no ser
sometidos a tratos crueles, inhumanos y degradantes.

Con este propósito, atenderé el siguiente orden argumentativo: i) en primer lugar,


explicaré el concepto de cuasi constructivismo asociado al modo en que operan
ciertas organizaciones –internacionales y locales– que promueven los derechos
humanos; ii) seguidamente me ocuparé de los conceptos de tortura y tratos
crueles, inhumanos y degradantes en el derecho internacional de los DD.HH.;
iii) finalmente expondré la experiencia de la Defensoría del Pueblo y resaltaré
algunas enseñanzas acerca del modo en que los ámbitos local y nacional pueden
colaborar para garantizar la vigencia de los derechos humanos.

II. EL CUASI CONSTRUCTIVISMO O LA NECESARIA INTERACCIÓN ENTRE


LO LOCAL Y LO INTERNACIONAL

En su artículo “El Sistema Africano de Protección de Derechos Humanos y de los


Pueblos, Cuasi- constructivismo y la Posibilidad de Construcción de Paz al Interior
de los Estados Africanos”, el profesor Okafur (2004) desarrolla un completo
análisis de las principales críticas esbozadas por la comunidad académica y jurídica

64
El cuasi constructivismo en la experiencia colombiana de lucha contra la tortura en los centros de reclusión
José Manuel Díaz Soto

en relación con la efectividad del Sistema Africano de Derechos Humanos –SADH–.


Para lo que aquí interesa, permítaseme destacar que el autor rechaza los análisis
clásicos fundados en la noción de “cumplimiento” y aboga por una aproximación
cuasi- constructivista, en la que se reconoce el valor de las ideas y de las normas para
generar cambios sociales, tanto a nivel nacional como internacional. A diferencia
de las aproximaciones netamente constructivistas, el cuasi-constructivismo no
concibe a los Estados como unidades cerradas, sino que, por el contrario, reconoce
el valor de los actores sociales nacionales (sub-estatales) en la generación de
cambios tendientes a adecuar el accionar de los Estados conforme a los postulados
reconocidos en el derecho internacional de los DD.HH. y, en particular, en la Carta
Africana de Derechos Humanos y de los Pueblos.

En lo que hace al SADH, el autor sostiene que la efectividad del sistema africano de
protección de derechos humanos no debe medirse en términos de cumplimiento
o de persuasión, sino de correspondencia; entendiendo por correspondencia la
aproximación de la acción de los Estados a las normas y postulados del derecho
internacional de los derechos humanos. A efectos de ejemplificar la aptitud del
sistema africano para forzar la correspondencia entre el accionar de los Estados
y la Carta Africana, el autor trae a colación dos casos en los que las autoridades
judiciales nigerianas, pese al régimen dictatorial imperante, se valieron de la Carta y
de los pronunciamiento de la Comisión para amparar los derechos fundamentales
de varios ciudadanos, a pesar que tal posibilidad no estaba contemplada –y en
algunos casos incluso se encontraba proscrita– por el ordenamiento nigeriano.

En todo caso, el autor aclara que la correspondencia no obedece exclusivamente


a la acción de los órganos del sistema africano de protección de derechos
humanos, por el contrario, este fenómeno sólo puede explicarse gracias a la
acción decidida de las organizaciones nacionales de protección y promoción de
los DD.HH., así como al uso creativo que estas organizaciones han dado a la
Carta y a los pronunciamientos de la Comisión. Es lo que el autor denomina
como el fenómeno ACHPR, es decir, la acción conjunta de movimientos sociales
y autoridades judiciales que sustituyen a la Corte Africana de DD.HH. en su rol de
reforzamiento del cumplimiento de la Carta2.

Considero que el análisis cuasi-constructivista desarrollado por el Profesor Okafur


para valorar la efectividad de las organizaciones internacionales de DD. HH., pueden

2
Para el momento en que el autor escribe su artículo, la Corte Africana de Derechos Humanos no había
iniciado su operación.

65
El crimen de tortura en Colombia: entre lo simbólico y lo real
Luis Alfonso Fajardo Sánchez, ph.d. - Editor

trasladarse sin mayor esfuerzo argumentativo al estudio de las organizaciones


nacionales a las que corresponde la defensa de estos derechos en el plano local; en
particular a organizaciones como la Defensoría del Pueblo, que pese a su condición
de entidad estatal, carece de cualquier instrumento de coerción institucional para
lograr el efectivo cumplimiento de sus directrices y recomendaciones.

Como se pasará a explicar, la Defensoría del Pueblo se ha valido de un enfoque


creativo, empleando la jurisprudencia internacional en materia de derechos
humanos y los pronunciamientos del Comité Contra la Tortura, para lograr
cambios significativos en las condiciones de reclusión de la población privada
de la libertad, en especial, para garantizar su derecho a no ser sometidos a
tratos crueles, inhumanos y degradantes; esfuerzos institucionales que han
sido recogidos por las organizaciones internacionales citadas por la oficina del
Ombudsman, lo que genera un círculo virtuoso que se traduce en una mayor
garantía de los derechos de los hombres y mujeres privados de la libertad.

III. LA PROBLEMÁTICA DE LA TORTURA EN LAS CÁRCELES


Y SU ABORDAJE POR LA DEFENSORÍA DEL PUEBLO

Pocas veces la etimología de un concepto es tan disiente de su significado y


alcance como la de la tortura. En efecto, la palabra tortura proviene de la
expresión francesa torture que, a su vez, encuentra su origen en la palabra latina
torquere, esto es, la acción de torcer (Montagut, 2016, pág.21). Como puede
advertirse, incluso en su acepción más simple la tortura lleva aparejada la idea
de los cuerpos rotos, del dolor intenso, de la despersonalización de la víctima a
la que se inflige un tormento como estrategia de dominio. En otros términos, la
palabra tortura lleva implícita la referencia a un mal de tal calado que conmueve
la consciencia moral de cualquier ser humano.

Así mismo, el concepto de tortura está asociado a la idea del suplicio –del latín
suppliciuim–, que en el Derecho antiguo constituía una pena ordenada por una
decisión de justicia. La vinculación de la pena –suplicio– y la tortura no es fortuita,
por el contrario, se explica en razón a que durante buena parte de la historia de
la humanidad el objeto del poder punitivo fue el cuerpo del delincuente, al que
se atormentaba para obtener una confesión o como mecanismo para expiar su
culpa. Aún hoy el modelo punitivo de los Estados liberales continúa ensañándose
con la persona del delincuente, a la que se somete a sufrimientos y angustias
como retribución justa por el daño causado. En otras palabras, la pena privativa
de la libertad, y esto es particularmente cierto en las cárceles de Latinoamérica,

66
El cuasi constructivismo en la experiencia colombiana de lucha contra la tortura en los centros de reclusión
José Manuel Díaz Soto

supone un auténtico suplicio; cosa distinta es que como sociedad acallemos


nuestra consciencia moral al consagrar normativamente la formula según la cual
“no se considerarán torturas los dolores o sufrimientos que sean consecuencia
únicamente de sanciones legítimas, o que sean inherentes o incidentales a
estas” (Convención contra la tortura, 1984, art.1.1).

Como puede advertirse, tortura, pena y cárcel son conceptos estrechamente


relacionados, de ahí la necesidad de intervención directa en los centros de
reclusión como mecanismo para luchar contra este crimen internacional. Como
se anunció, en esta oportunidad quisiera destacar el modelo de intervención de la
Defensoría del Pueblo de Colombia frente a la práctica generalizada de la tortura en
algunos centros penitenciarios y carcelarios del país, estrategia que ha conducido
a una reducción muy significativa de estos casos y, por esa vía, ha materializado
los derechos que convencional, constitucional y legalmente se reconocen a la
población privada de la libertad; tarea que bien puede ser catalogada como una
aproximación cuasi constructivista en la defensa de los derechos humanos.

No obstante, antes de exponer la experiencia de la Defensoría del Pueblo


Colombiana, considero necesario hacer algunas referencias a i) el concepto de
tortura en el ordenamiento jurídico colombiano; ii) el propósito de la tortura
en las cárceles; iii) los centros de reclusión como escenario de tratos crueles,
inhumanos y degradantes; y iv) las alternativas de solución. De igual modo, y a
lo largo del presente ensayo, intentaré presentar cuatro reflexiones que deseo
compartir a efectos de la estructuración de los mecanismos nacionales de
prevención de la tortura.

III.1. El concepto de tortura en el ordenamiento jurídico colombiano

Para los propósitos del presente ensayo, me limitaré a señalar que la legislación
penal colombiana consagra un concepto de tortura sustancialmente más
amplio que el previsto en el Derecho internacional, en especial la normatividad
nacional se distingue por los siguientes elementos: i) No exige que la tortura
sea cometida por funcionarios estatales o con la aquiescencia de éstos; ii) No
demanda que los dolores o sufrimientos constitutivos de tortura sean graves; y
iii) No vincula los actos constitutivos de tortura con ninguna finalidad específica,
al prever que “en la misma pena incurrirá el que cometa la conducta con fines
distintos a los descritos en el inciso anterior”(Ley 599,2000, art.178).

Como es apenas obvio, la legislación colombiana supone un mayor margen de


protección para las víctimas, pues se tipifica bajo el nomen iuris de tortura la mera

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El crimen de tortura en Colombia: entre lo simbólico y lo real
Luis Alfonso Fajardo Sánchez, ph.d. - Editor

acción de causar dolores o sufrimientos a otro ser humano, desligada de cualquier


finalidad discriminatoria o del condicionamiento a que tales padecimientos
sean graves. Lo anterior, constituye una opción legislativa válida conforme a
los estándares internacionales en materia de tortura, de acuerdo a los cuales
las definiciones convencionales se entenderán (...) “sin perjuicio de cualquier
instrumento internacional o legislación nacional que contenga o pueda contener
disposiciones de mayor alcance” (Convención contra la tortura, 1984, art.1.2).

No obstante, la consagración de un concepto amplio de tortura no coincidente


con las definiciones convencionales, lleva aparejada dos efectos indeseados. En
primer lugar, da lugar a dos regímenes jurídicos de la tortura que no siempre
son compatibles, a saber: a) la tortura como conducta punible del ordenamiento
jurídico colombiano, y b) la tortura como auténtico crimen internacional. Al
respecto, recuérdese que los crímenes internacionales son aquellos cuya fuente
se encuentra directamente en el derecho internacional público, de modo que
son enjuiciables por cualquier autoridad legítima –jurisdicción universal–
independientemente que en el lugar de su comisión se encuentren o no
consagrados como delitos (Werle, 2011). En el caso de la tortura, esta conducta
alcanza la condición de crimen internacional cuando se encuadra en los supuestos
de los crímenes contra la humanidad o de los crímenes de guerra; conforme a
la definición de los artículos 7o y 8o del Estatuto de la Corte Penal Internacional.
Sin embargo, la única forma de tortura que puede ser considerada supuesto de
base de los crímenes internacionales es aquella que responde a la definición de
la Convención Internacional Contra la Tortura y Otros Tratos o Penas Crueles,
Inhumanos o Degradantes, no así las conductas que sólo son constitutivas de
tortura bajo definiciones más laxas, como la colombiana. Frente a este punto,
téngase presente que el artículo 7o del Estatuto de la CPI expresamente señala que
para efectos de la definición de crímenes contra la humanidad se entenderá por
tortura (…) “causar intencionalmente dolor o sufrimientos graves, ya sean físicos
o mentales, a una persona que el acusado tenga bajo su custodia o control.”

Nótese que la gravedad del sufrimiento, elemento pretermitido en la legislación


colombiana, es esencial para configurar la tortura en el Derecho penal internacional.
Lo anterior conduce, como ya se anticipaba, a que no todas las formas de
tortura tipificadas conforme a la legislación penal colombiana tengan asociadas
las consecuencias punitivas y procesales de los crímenes internacionales,
en particular, y pese al querer del legislador nacional, instituciones como la
imprescriptibilidad de la acción penal, el ejercicio de la jurisdicción universal
y las obligaciones en materia de extradición sólo son predicables de la tortura
conforme a su definición convencional.

68
El cuasi constructivismo en la experiencia colombiana de lucha contra la tortura en los centros de reclusión
José Manuel Díaz Soto

En segundo lugar, la definición más laxa de tortura dificulta a los servidores estatales
comprender adecuadamente la ilicitud de su comportamiento, pues abarca
formas de coacción que, aunque ilícitas, no se aproximan al entendimiento común
del concepto de tortura. Al respecto, permítaseme destacar que la Defensoría del
Pueblo de Colombia ha participado junto con el Comité Internacional de la Cruz
Roja –CICR– en numerosas capacitaciones acerca del uso de legítimo de la fuerza
en los centros de reclusión, dirigidas al personal de custodia y vigilancia de las
cárceles y penitenciarías del orden nacional. En desarrollo de las mencionadas
capacitaciones, a los funcionarios les resulta sumamente difícil entender que
determinadas acciones que no comportan el uso de la fuerza física puedan ser
constitutivas de tortura. Así, por ejemplo, uno de los casos que como capacitador
empleaba en estos talleres, consistía en una hipotética situación en la que en
desarrollo de un registro corporal los guardias advierten que el recluso padece
de una deformidad física y lo obligan a permanecer en ropa interior para burlarse
de él por un período prolongado. Conforme a la definición legal de tortura que
recoge el ordenamiento jurídico nacional, nada es óbice para adecuar estos
hechos como un auténtico acto de tortura, pese a que no se trata de una agresión
física ni de sufrimientos emocionales de entidad.

Estas consideraciones me llevan a la primera reflexión que quisiera compartir


en este escrito y que, mi concepto, corresponde a una aproximación cuasi
constructivista a la defensa de los derechos humanos; a saber: que los
mecanismos nacionales de prevención de la tortura no pueden hacer abstracción
de las particularidades legislativas de cada ordenamiento jurídico, de modo
que pese al fundamento en el Derecho internacional del delito de tortura, las
estrategias de las instituciones nacionales para su prevención necesariamente
deben considerar la realidad nacional, tanto fáctica como normativa.

III.2. La tortura en el contexto penitenciario y carcelario

El vínculo entre pena, prisión y tortura va mucho más allá de la referencia


etimológica antes señalada. Al respecto, destáquese que el artículo 11 de la
Convención Contra la Tortura identifica a las cárceles y penitenciarías como
escenarios propicios para la comisión de este crimen, razón por la cual exige
que los Estados partes revisen permanente de la normatividad que regula estas
locaciones para evitar abusos por parte de las autoridades penitenciarias. De
modo aún más fehaciente, el artículo 5 de la Convención Iberoamericana Para
la Prevención de la Tortura establece que “ni la peligrosidad del detenido o
penado, ni la seguridad del establecimiento carcelario o penitenciario
pueden justificar la tortura”.

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El crimen de tortura en Colombia: entre lo simbólico y lo real
Luis Alfonso Fajardo Sánchez, ph.d. - Editor

Como puede advertirse, el derecho internacional de los DD.HH. brinda una


especial importancia a la vigilancia de los centros de reclusión como mecanismo
para prevenir la tortura, proscribiendo expresamente que se aleguen las
particulares circunstancias del régimen penitenciario como excusa para la
comisión de prácticas constitutivas de tortura o de tratos crueles, inhumanos
o degradantes.

No obstante, a la par con esta referencia normativa considero necesario formular


una reflexión un poco más profunda acerca de la práctica de la tortura al interior
de los centros de reclusión; idea que creo puede ser útil a la hora de estructurar
los mecanismos nacionales de prevención de este flagelo desde una perspectiva
cuasi constructivista.

En particular, conviene precisar, como lo indica Muriel Montagut en su famosa


investigación sobre el ser y la tortura, que “la tortura es menos un medio para
obtener la verdad que una sumisión total del individuo” (Montagut, 2016,
pág.35). Es decir, la tortura sólo accesoriamente es un mecanismo de castigo o
de confesión, pues su principal finalidad es la de servir de mecanismo de control
social a través de la despersonalización de los contradictores. En particular, la
tortura en las cárceles tiene un claro propósito de mantenimiento del poder. Se
humilla, se despersonaliza, se niega la condición humana de los reclusos para
mantener la supremacía sobre la población privada de la libertad y perpetuar su
subyugación. En palabras de Paul Ricoeur citado por (Montagut, 2016):

Los aspectos físicos de la tortura no deben ocultar su verdadera naturaleza; a saber,


la destrucción mental, la devastación de la personalidad por pérdida de la estima
de sí, en resumen, la intención de una humillación a veces peor que la muerte. Y
en efecto, se trata de una empresa minuciosa, incansable, de demolición; cuyo
objetivo es aminorar las defensas y desestructurar con el fin de crear, reforzar,
mantener el dominio sobre las personas [negrilla fuera de texto].

De igual modo, no puede perderse de vista que cuando la tortura es protagonizada


por estructuras jerárquicas, como lo son los organismos de custodia y vigilancia
penitenciaria, sus miembros caen en un estado agentico, en el que el individuo
se concibe como el mero instrumento de una supra estructura y, de ese modo,
diluye su propia responsabilidad frente a los hechos constitutivos de tortura.
En otras palabras, quienes protagonizan actos de tortura dirigidos o instigados
por los altos mandos de instituciones jerárquicamente estructuradas, pese a ser
conscientes del mal causado, lo justifican como un acto de mera obediencia o de
pertenencia al grupo que integran.

70
El cuasi constructivismo en la experiencia colombiana de lucha contra la tortura en los centros de reclusión
José Manuel Díaz Soto

Estas dos ideas, esto es, que la tortura es un mecanismo de dominio y que
sus ejecutores materiales se excusan en la pertenencia a una estructura
jerárquica, me conducen a la segunda reflexión que considero útil plantear
en este escrito, acerca del modo de abordar desde un enfoque cuasi
constructivista la problemática analizada; a saber: la tortura al interior de
los centros de reclusión no es un tema que pasa por la existencia de algunas
“manzanas podridas” que deben ser desvinculadas de las funciones de
custodia o vigilancia, por el contrario, se trata de un problema estructural
relacionado con los poderes manifiestos y latentes que convergen en los
centros de reclusión, los cuales usan la tortura como estrategia de dominio.
En consecuencia, la labor de las organizaciones que promueven los derechos
humanos no puede limitarse a documentar algunos casos, sino que exige la
presencia permanente al interior de los centros de reclusión, como estrategia
para romper los juegos de poder que dan lugar a que se acuda a la tortura
como práctica generalizada y sistemática.

III.3. El mecanismo de denuncia de tortura implementado por la Defensoría


del Pueblo en el establecimiento penitenciario y carcelario de máxima
seguridad de la ciudad de Valledupar

En mayo del año 2014 la Corte Constitucional profirió la sentencia T-282, que
constituye un auténtico hito en materia de tortura y tratos crueles en las cárceles
del país. En la mencionada providencia, el tribunal constitucional declaró que en
el establecimiento penitenciario y carcelario de máxima seguridad de la ciudad
de Valledupar (Cesar), conocido por la población privada de la libertad como “La
Tramacúa”, se llevaban a cabo de forma generalizada prácticas constitutivas de
tortura por parte del personal de guardia, advirtiendo también que los hechos
no eran objeto de investigaciones imparciales y que en ningún caso se había
sancionado a los responsables.

Cabe destacar que “La Tramacúa” fue producto de un programa de cooperación


entre el Gobierno colombiano y el Bureau Federal de Prisiones de los Estados
Unidos de América, mediante el cual se pretendió adoptar las prácticas
penitenciarias del modelo federal norteamericano en territorio colombiano. Desde
la apertura de este establecimiento de reclusión en el año 2000, identificada
por las propias autoridades como una cárcel castigo para los reclusos más
problemáticos, empezaron a ventilarse numerosas quejas relacionadas con
la falta de suministro de agua –lo que es particularmente grave en una región
cuya temperatura promedio supera los 35 grados centígrados–, uso excesivo
de la fuerza por parte del personal de custodia y ausencia de programas de

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El crimen de tortura en Colombia: entre lo simbólico y lo real
Luis Alfonso Fajardo Sánchez, ph.d. - Editor

resocialización. Denuncias a la que las que se sumaron en 2014 los hallazgos de


la Corte Constitucional en materia de tortura.

Pese a las medidas ordenadas por la Corte Constitucional en 2014, la Defensoría del
Pueblo documentó durante el primer trimestre de 2015 varios hechos constitutivos
de tortura en el establecimiento de reclusión al que se viene haciendo referencia.
Así, por ejemplo, en el mes de febrero de 2015 quien escribe, en ese momento
en calidad de Defensor Delegado Para la Política Criminal y Penitenciaria, tomó
declaraciones juramentadas a cinco reclusos que manifestaron que tras una
revuelta fueron aislados, golpeados insistentemente, rociados con gas pimienta
y sometidos a choques eléctricos; conducta que se prolongó por más de cinco (5)
días, tras lo cual no se suministró ningún tipo de atención médica a los internos
ni se permitió su examen por parte de los peritos oficiales del Instituto Nacional
de Medicina Legal.

Ante esta situación, la Defensoría del Pueblo realizó múltiples visitas de


inspección al establecimiento con miras a detectar las causas de estas prácticas y
los obstáculos para su denuncia y sanción. A partir de esa tarea se determinó que
existía un bloqueo institucional por parte de los funcionarios del Inpec –Instituto
Nacional Penitenciario y Carcelario– con miras a impedir que las denuncias
por estos casos salieran del establecimiento, de igual modo se constató una
desconfianza generalizada en las autoridades penitenciarias llamadas a recibir las
denuncias, pues pertenecían al propio Inpec. Finalmente, se advirtió una reacción
tardía, y en algunos casos inexistente, por parte de los órganos de control estatal
llamados a adelantar las correspondientes investigaciones.

Producto del referido estudio, la Defensoría lideró un trabajo interinstitucional


tendiente a establecer canales directos de comunicación entre la población privada
de la libertad y los organismos estatales de control y de protección de derechos
humanos, sin que fuera necesaria la intermediación del Inpec. Con tal propósito se
establecieron líneas telefónicas gratuitas para que los reclusos y sus familiares se
contactaran con la Defensoría y denunciaran los hechos constitutivos de tortura,
se dispusieron buzones para que los internos presentaran sus quejas de forma
anónima, a los cuales sólo podían acceder funcionarios de la Defensoría, y se
dispuso un acompañamiento semanal con miras a evitar que los denunciantes
fueran objeto de represalias o de nuevos casos de tortura. Esta iniciativa ha estado
acompañada por el Instituto Nacional de Medicina Legal y Ciencias Forenses,
que estableció protocolos para que sus peritos se desplazaran inmediatamente
al centro de reclusión ante la sospecha de casos de tortura, y practicaran los
correspondientes exámenes médico legales con miras a preservar las pruebas.

72
El cuasi constructivismo en la experiencia colombiana de lucha contra la tortura en los centros de reclusión
José Manuel Díaz Soto

En resumidos términos, se trató de una intervención permanente en la cárcel


por parte de los organismos de control del Estado que continúa a la fecha, y a
través de la cual se restableció la confianza de los reclusos en las autoridades y
se les empoderó para que ejercieran legítimamente sus derechos y reclamaran
respetuosamente su garantía ante las autoridades carcelarias. Durante el mes
de diciembre de 2015 se realizó un balance de los resultados del mecanismo,
encontrando que se ha generado un efecto disuasivo frente al cuerpo de custodia
y vigilancia y que los casos de tortura en el sentido tradicional de la expresión
prácticamente han desaparecido.

La experiencia de la Defensoría del Pueblo, que ha sido ampliamente difundida por


los medios de comunicación nacionales e internacionales, me lleva a la tercera
reflexión que deseo presentar acerca del trabajo de los organizaciones de
derechos humanos en procura de materializar la prohibición de la tortura,
esto es: cualquier mecanismo nacional contra la tortura efectivo, demanda un
trabajo permanente, constante y directo con la población privada de la libertad,
sólo a partir de tal contacto es posible establecer las causas de la problemática y
diseñar la estrategia institucional adecuada para afrontarla. En otras palabras, el
Ombudsman tiene que untarse de cárcel, ser testigo directo de la problemática
penitenciaria y plantar cara de forma decidida ante las autoridades penitenciarias
que frecuentemente sienten que no son objeto de control ni de vigilancia; de lo
contrario cualquier iniciativa a favor de la población privada de la libertad, en
particular en materia de prevención de la tortura, está llamada al fracaso.

III.4. El concepto de tratos crueles, inhumanos y degradantes


y cómo se materializa en las condiciones de reclusión de las cárceles
de Latinoamérica

La práctica generalizada de la tortura en las cárceles de Latinoamérica, oculta


una segunda problemática de idéntica relevancia para el derecho internacional
de los DD.HH.; a saber: que las condiciones materiales de nuestros centros
reclusión constituyen auténticos tratos o penas crueles, inhumanos y
degradantes, que también están proscritos por las convenciones que se ocupan
de la lucha contra la tortura.

Al respecto, conviene recordar que el artículo 16 de la Convención Contra


la Tortura expresamente dispone que los Estados parte se comprometen a
“prohibir en cualquier territorio bajo su jurisdicción otros actos que constituyan
tratos o penas crueles, inhumanos o degradantes y que no alcancen a ser
tortura” tal como se define en el artículo 1º. En igual sentido, el artículo 6o de

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El crimen de tortura en Colombia: entre lo simbólico y lo real
Luis Alfonso Fajardo Sánchez, ph.d. - Editor

la Convención Interamericana Para Prevenir y Sancionar la Tortura establece


que los Estados partes “tomarán medidas efectivas para prevenir y sancionar,
además, otros tratos o penas crueles, inhumanos o degradantes en el ámbito de
jurisdicción”.

Infortunadamente el concepto de penas o tratos crueles, inhumanos o


degradantes no se encuentra definido convencionalmente, lo que puede dificultar
su aplicación. Para los propósitos de este ensayo, permítaseme destacar que
en la jurisprudencia internacional y en la doctrina especializada imperan dos
posturas en relación con su entendimiento: i) la primera sostiene que los tratos
crueles son una forma leve de tortura, lo que supone que para que se estructure
esta conducta ilícita deben concurrir todos los elementos de la tortura salvo la
gravedad del sufrimiento, es decir, aquellos sufrimientos que no alcancen a ser
graves estarían comprendidos bajo el concepto de trato cruel o degradantes;
este entendimiento se desprende de una interpretación literal del citado artículo
16 de la Convención Contra la Tortura, en el que se hace referencia a “tratos
o penas crueles, inhumanos o degradantes y que no alcancen a ser tortura”.
Por el contrario, ii) la segunda posición considera que los tratos crueles deben
ocasionar sufrimientos de la misma entidad a los asociados a la tortura, pero tal
comportamiento –los tratos crueles– no exige premeditación ni la búsqueda de
una finalidad específica (Santalla, 2011).

Independientemente de la postura que se adopte, lo cierto es que la jurisprudencia


internacional ha reconocido que determinadas condiciones de reclusión
constituyen auténticos tratos crueles, inhumanos y degradantes, e incluso en
determinadas circunstancias pueden alcanzar el grado de torturas.

Así, por ejemplo, en reiteradas ocasiones la jurisprudencia de la H. Corte


Interamericana de Derechos Humanos3 ha establecido que:

(…) el aislamiento prolongado y la incomunicación coactiva a los que se ve sometida


la victima representan, por si mismos, formas de tratamiento cruel e inhumano,
lesivas de la integridad psíquica y moral de la persona y del derecho de todo detenido
al respeto debido a la dignidad inherente al ser humano (Corte IDH, Caso Velásquez
Rodríguez vs Honduras, 1988, párr.156).

3
Ver, entre otros, los casos: “Fairén Garbi y Solis Corrales vs Honduras”, sentencia del 15 de marzo de 1989,
párrafo 149 y “Godínez Cruz vs Honduras”, sentencia del 20 de enero de 1989, párrafo 164.

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El cuasi constructivismo en la experiencia colombiana de lucha contra la tortura en los centros de reclusión
José Manuel Díaz Soto

De modo aún más categórico, en la sentencia del Caso Suárez Rosero vs. Ecuador
la Corte precisó que la incomunicación del procesado por períodos prolongados
y su confinamiento en solitario en las mismas circunstancias, constituía un trato
cruel proscrito por la Convención Americana de Derechos Humanos. En tal
sentido, indicó la Corte que:

(…) la incomunicación es concebida como un instrumento excepcional por los


graves efectos que tiene sobre el detenido. En efecto, el aislamiento del mundo
exterior produce en cualquier persona sufrimientos morales y perturbaciones
psíquicas, la coloca en una situación de particular vulnerabilidad y acrecienta
el riesgo de agresión y arbitrariedad en las cárceles. (Corte IDH,1997, párr.90)

A partir de estas consideraciones la Corte concluyó que,

La sola constatación de que la víctima fue privada durante 36 días de toda


comunicación con el mundo exterior y particularmente con su familia, le permite
(...) concluir que fue sometido a tratos crueles, inhumanos y degradantes,
más aún cuando ha quedado demostrado que esta incomunicación fue arbitraria y
realizada en contravención de la normativa interna del Ecuador. (Párr.91).

De igual modo, el Comité de Derechos Humanos, en el marco del Pacto


Internacional de Derechos Civiles y Políticos, ha señalado que las condiciones
materiales inadecuadas de los centros de reclusión, constituyen tratos o penas
degradantes y, en ocasiones, tratos crueles que rayan con el concepto de tortura.
Así, por ejemplo, en el pronunciamiento del Comité frente al caso “Carmen
Amendola Massioti vs Uruguay”(1982), se indicó que el hacinamiento desbordado,
la prohibición de acceder a espacios abiertos y una infraestructura sanitaria
insuficiente constituían tratos inhumanos al tenor del artículo 7° del Pacto.

A partir de los pronunciamientos referidos, parece válido concluir que en


Colombia las condiciones de reclusión que imperan en las cárceles y penitenciarias
constituyen tratos crueles, inhumanos o degradantes que comprometen la
responsabilidad internacional del Estado, independientemente del grado de
culpabilidad de los reclusos privados de la libertad en dichas condiciones.

Al respecto, la Defensoría del Pueblo (2017) ha indicado que el sistema peniten-


ciario colombiano atraviesa por la peor crisis de su historia:

La población privada de la libertad del país está integrada por más de 122.000
personas, de las cuales una tercera parte, esto es, más de 40.000 se encuentran

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El crimen de tortura en Colombia: entre lo simbólico y lo real
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recluidos en condición de sindicados, es decir, sin que su responsabilidad penal


haya sido definida mediante una sentencia ejecutoriada. Lo anterior ha conducido
a que el hacinamiento promedio en las cárceles y penitenciarias del país supere el
50 %, porcentaje que supone una grave afectación de los derechos de la población
privada si se considera que el propio Código Penitenciario establece que cualquier
porcentaje de sobrepoblación superior al 20% es crítico.

Es más, las cifras oficiales ocultan que más de la mitad de la población privada
de la libertad se encuentra,

(…) recluida en cárceles y penitenciarias cuyo hacinamiento es superior al 50% y


el 20% de los reclusos, esto es, más de 20.000 personas, deben habitar centros
de reclusión que registran un hacinamiento superior al 150%, porcentaje que en
algunos casos puede alcanzar el 480% como en la penitenciaria de la ciudad de
Riohacha; centro de reclusión en el que los internos cuentan apenas con
60cm2 para dormir. (Defensoría del Pueblo, 2016)

A partir de estas consideraciones arribo a la quinta reflexión que deseo compartir


en este ensayo; a saber: los mecanismos de prevención de la tortura que se
implementen en nuestros países no pueden ser indiferentes a esa otra realidad
igualmente atentatoria del derecho internacional de los derechos humanos que
representan los tratos crueles, inhumanos y degradantes; prácticas que también
demandan la intervención oportuna y permanente por parte de las organizaciones
que se ocupan de la defensa de los derechos humanos.

III.5. La reacción de la comunidad internacional de los derechos humanos


frente a los esfuerzos de la Defensoría del Pueblo

Al igual que las experiencias relatadas por el Profesor Okafor (2004) en el caso
nigeriano, la intervención de la Defensoría del Pueblo objeto del presente ensayo
se fundó en el derecho internacional de los derechos humanos, en particular en
las convenciones internacionales antes relacionadas que han dado lugar a una
auténtica norma de ius cogens –entendida como norma imperativa de Derecho
internacional que no admite excepción ni pacto en contrario–, consistente en
la prohibición de someter a cualquier persona, incluida a la población privada
de la libertad, a tortura o a tratos crueles, inhumanos o degradantes. A no
dudar que la claridad y contundencia de la normatividad internacional en esta
materia, habilitó a la Defensoría para exigir de forma irrestricta el derecho a
no ser sometido a tortura o a tratos crueles a favor de la población privada de
la libertad, a pesar que en no pocos escenarios sociales e institucionales se

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El cuasi constructivismo en la experiencia colombiana de lucha contra la tortura en los centros de reclusión
José Manuel Díaz Soto

pretende convalidar cualquier trato indigno dado a los reclusos so pretexto que
han infringido la ley penal.

Como puede advertirse, la efectividad de las normas internacionales en materia de


prohibición de tortura o tratos crueles no proviene del cumplimiento automático
por parte de las autoridades estatales a los compromisos internacionales del
Estado colombiano, como tampoco de la acción unilateral de las organizaciones
internacionales de derechos humanos. Si bien la normatividad internacional y la
acción de las organizaciones internacionales legitiman y respaldan los esfuerzos
de las organizaciones locales, son estas últimas a las que corresponde, por vía
de metodologías novedosas y acciones decididas, intervenir en los escenarios de
violación masiva o sistemática de los derechos humanos.

Adicionalmente, la experiencia objeto del presente ensayo demuestra que una


vez que las organizacionales nacionales de derechos humanos se organizan y
emprenden acciones para cambiar el estado de cosas inconvencional4, sus pares
internacionales empiezan a mostrar interés por las problemáticas abordadas y
a apoyar en mayor medida y de forma más decidida los esfuerzos locales. En
otras palabras, parecería que la acción de las organizaciones internacionales
está más motivada por los esfuerzos locales, que, por la dimensión objetiva de
las problemáticas nacionales, es decir, se trataría de una manifestación del viejo
adagio “ayúdate que yo te ayudaré”.

En el caso colombiano, los esfuerzos de la Defensoría del Pueblo fueron


reconocidos por el Comité Contra la Tortura, organismo de verificación de
la Convención Internacional Contra La Tortura y otros Tratos o Penas Crueles,
Inhumanos o Degradantes, que en el documento de Observaciones finales al
quinto informe periódico sobre Colombia hizo eco de la evidencia recaudada por
la Defensoría del Pueblo y se dolió de que el Gobierno Nacional no atendiera
las recomendaciones del Ministerio Público. La mención del Comité Contra la
Tortura, legitimó aún más la intervención de la Defensoría del Pueblo y motivó
a las instituciones gubernamentales o emprender acciones concretas tendientes
a garantizar los derechos de los reclusos en el centro de reclusión de máxima
seguridad de la ciudad de Valledupar5.

4
Esto es, contrario a las convenciones internacionales de derechos humanos.
5
Al respecto ver: http://www.hchr.org.co/documentoseinformes/informes/tematicos/Observaciones_finales_
sobre_el_quinto_informe periodico_de_Colombia.pdf

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El crimen de tortura en Colombia: entre lo simbólico y lo real
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IV. CONCLUSIÓN

El cuasi constructivismo no es sólo una forma de describir la acción de las


organizaciones locales e internacionales que promueven los derechos humanos,
además, constituye un auténtico plan de acción que ha probado su efectividad
en múltiples ocasiones y en diversas latitudes en lo que hace a la defensa de los
derechos humanos. Resulta ingenuo pensar que los poderes estatales acatarán
de buena fe y sin oponer ninguna resistencia los compromisos internacionales
en materia de derechos humanos, sin embargo este déficit de cumplimiento no
supone, o cuando menos no necesariamente, un déficit de efectividad, pues los
derechos humanos pueden materializarse a través de la acción creativa y decidida
de las organizaciones locales de protección de derechos humanos, que de seguro
encontrarán en la acción de sus pares internacionales la legitimidad necesaria para
su acción local. En otras palabras, permítaseme reiterar, los derechos humanos sólo
se pueden efectivizar desde abajo, son conquistas locales cuyo aseguramiento, en
el mejor de los casos, también concierne a la comunidad internacional.

78
El cuasi constructivismo en la experiencia colombiana de lucha contra la tortura en los centros de reclusión
José Manuel Díaz Soto

REFERENCIAS

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79
Tortura sexual, expresión
instrumental de la violencia
en razón del género:
análisis jurisprudencial
Daniela María Bolívar Gómez1

Resumen
La tortura ha resistido diferentes cambios de naturaleza, que van desde su uso como
medio ordinario en los procesos penales, para obtener medios de prueba o sancionar a los
considerados responsables, hasta ser catalogado como un delito, de tal gravedad que su
prohibición constituye norma internacional de ius cogens; empero, durante esos espacios
de tránsito de legalidad a ilegalidad, la tortura ha adoptado diversos métodos, técnicas e
instrumentos que permiten, motivados por cualquier finalidad, producir un sufrimiento
físico o mental severo, recrudecidos generalmente en escenarios de conflicto armado. A
partir de ese contexto, este documento indagó, si jurídicamente prácticas como la violencia
sexual perpetrada sobre mujeres, pueden constituir actos o ser considerada expresión del
delito de tortura; para ello, una vez revisados los rasgos distintivos de la violencia en razón
del género, se realizó una exhaustiva investigación de los efectos psicosociales que produce
este tipo de violencia, al igual que el estudio de las razones de decisión de fallos judiciales
internacionales, que conocieron denuncias paradigmáticas de esta modalidad de violencia
contra las mujeres, cometidos tanto en escenarios de paz como en tiempos de conflicto,
del que fue necesario ahondar para comprender situaciones nacionales como el carácter
sistemático, generalizado y habitual de la violencia sexual contra mujeres en el conflicto
armado colombiano. Todo lo anterior, permitió verificar que por los móviles que persigue, las
secuelas producidas y la materialización de estereotipos de género, la violencia sexual contra
las mujeres puede ser considerada expresión instrumental del delito de tortura; conclusión
que depende indubitadamente de la atención detallada a las circunstancias específicas de
cada denuncia, junto a la implementación y fortalecimiento de la perspectiva de género en
los procesos judiciales que conocen de las mismas.

Palabras clave
Tortura; violencia sexual; ius cogens; sexo; género; conflicto armado y perspectiva de género.

1
Abogada egresada de la Universidad Libre, especialista en Derecho Administrativo de la Universidad
Nacional de Colombia, con formación complementaria en el Sistema Interamericano de Derechos
humanos, DIH y género.

81
El crimen de tortura en Colombia: entre lo simbólico y lo real
Luis Alfonso Fajardo Sánchez, ph.d. - Editor

Abstract
Torture has resisted different changes of nature, ranging from its use as an ordinary means
in criminal proceedings, to obtain means of proof or sanction those considered responsible,
to be classified as a crime, of such severity that its prohibition constitutes an international
standard of ius cogens; however, during these spaces of transit from legality to illegality,
torture has adopted various methods, techniques and instruments that allow, motivated
by any purpose, to produce severe physical or mental suffering, generally worsened in
scenarios of armed conflict. From this context, this document investigated whether practices
such as sexual violence perpetrated against women can constitute acts or be considered an
expression of the crime of torture; To do so, once the distinctive features of gender violence
were reviewed, an exhaustive investigation of the psychosocial effects produced by this type
of violence was carried out, as well as the study of the reasons for deciding international
judicial decisions, which paradigmatic denunciations of this type of violence against women,
committed both in peace scenarios and in times of conflict, of which it was necessary to delve
deeper to understand national situations such as the systematic, widespread and habitual
character of sexual violence against women in the armed conflict Colombian. All of the above
made it possible to verify that due to the motives it pursues, the consequences produced and
the materialization of gender stereotypes, sexual violence against women, can be considered
an instrumental expression of the crime of torture; conclusion that depends undoubtedly
on the detailed attention to the specific circumstances of each complaint, together with the
implementation and strengthening of the gender perspective in the judicial processes that
they know about them.

Keywords
Torture; sexual violence; ius cogens; sex; gender; armed conflict and gender perspective.

82
Tortura sexual, expresión instrumental de la violencia en razón del género
Daniela María Bolívar Gómez

I. INTRODUCCIÓN

La relación que guarda la violencia sexual y la tortura, expresada en categorías


recientemente construidas como la tortura sexual, ha sido escasamente estudiada
a nivel académico; no obstante existen reflexiones sociológicas de considerable
importancia, al igual que iniciativas de colectivos de mujeres, que se han dedicado
a visibilizar los móviles especiales que promueven la violencia sexual en mujeres,
las finalidades que esta persigue y las particulares consecuencias que genera;
también se han elaborado múltiples trabajos de documentación de la violencia
sexual en contextos de conflicto armado, al igual que análisis antropológicos
del especial impacto que produce en las mujeres las situaciones de conflicto, al
potencializarse contra las mismas el ejercicio de este tipo de violencia.

Todos estos antecedentes investigativos, ofrecen insumos significativos para


examinar la suficiencia de la violencia sexual como acto de tortura; sin embargo,
no cuentan con contenidos jurídicos que permitan corroborar tal afirmación, es
por ello, que este documento indaga, si jurídicamente la violencia sexual puede
ser considerada expresión de la tortura; para ello, en primer lugar se revisarán
tratados internacionales de derechos humanos, junto a conceptos de órganos
internacionales que han destacado la singularidad de la violencia por motivos
de género; lo anterior, permitirá comprender de mejor manera los resultados
de investigaciones psicosociales como las antes comentadas, en las que a
partir de los rasgos distintivos en las causas, medios y objetivos de la violencia
sexual contra mujeres, esta ha sido relacionada como manifestación del delito
de tortura; de igual manera, se analizarán los presupuestos fácticos y jurídicos
de pronunciamientos judiciales, que fueron seleccionados de la jurisprudencia
de tribunales internacionales de derechos humanos y de la jurisdicción penal
internacional, por haber estudiado casos de violencia sexual contra mujeres, que
a su juicio constituyen igualmente tortura; en último término, y con el ánimo
de comprender la situación particular de las mujeres colombianas víctimas de
violencia sexual en el contexto de conflicto armado, se estudiarán algunos de
los principales pronunciamientos institucionales, y reportes estadísticos de la
comisión de este delito, con lo cual se pretende conocer la calificación jurídica
que han recibido las denuncias de violencia sexual en ese entorno.

Con lo expuesto, se pretende extraer reglas de interpretación a los hechos de


violencia sexual, que permitan jurídicamente decantar, cuando este tipo de violencia
contra las mujeres se constituye como expresión instrumental de la tortura, y
pueda denominarse, tramitarse procesalmente y resolverse judicialmente como
tortura sexual.

83
El crimen de tortura en Colombia: entre lo simbólico y lo real
Luis Alfonso Fajardo Sánchez, ph.d. - Editor

II. LA VIOLENCIA SEXUAL CONTRA LAS MUJERES Y EL DELITO


DE TORTURA

La violencia contra la mujer como especie de la ejercida por motivos


de género

Previo a abordar las secciones antes planteadas, resulta necesario tener consenso
sobre las implicaciones conceptuales de algunos términos, como la violencia por
motivos de género, la violencia contra la mujer, y la tortura, los cuales permitirán,
además de presentar la relación existente entre la violencia sexual como método
de tortura, justificar el porqué del reconocimiento y uso autónomo de la categoría
“tortura sexual”.

Para empezar, es importante partir de la visibilización y reconocimiento particular


de la violencia por motivos de género, entendida como aquella que a diferencia
de la violencia común, “está dirigida a personas con base en su género, o en su sexo,
que incluye actos que causan daños físicos, mentales o sexuales, amenaza de tales
actos, y otras formas de privación de la libertad” (ACNUR, 2003).

En este punto, es necesario precisar, lo que se debe entender sobre los


móviles que incitan este tipo especial de violencia, a saber el sexo y el género,
entendido el primero, como aquellas características biológicas de machos y
hembras, quienes cuentan con diferencias, que para este concepto se limitan
a las funciones reproductivas o fisiológicas; mientras que el género, “se refiere
a aquellas características sociales asignadas a hombres y a mujeres, construidas
con base en diferentes factores sociales, políticos, culturales, religiosos y étnicos, que
define identidades, roles, responsabilidades y relaciones de poder, a través de un
proceso de socialización dinámico” (ACNUR, 2003).

Lo anterior, es fundamental para comprender las específicas características


de la violencia ejercida en contra de las mujeres, que como lo ha declarado la
Organización de las Naciones Unidas –ONU– (1979), es aquel tipo de violencia
“basada en el sexo, es decir la violencia dirigida contra la mujer, porque es mujer
o porque la afecta en forma desproporcionada, constituyendo una forma de
discriminación que impide gravemente que goce de sus derechos y libertades en pie
de igualdad con el hombre”.

De igual manera, tratados regionales, han precisado que este tipo de violencia
no solo

84
Tortura sexual, expresión instrumental de la violencia en razón del género
Daniela María Bolívar Gómez

Constituye una violación de los derechos humanos, sino que es una ofensa a la
dignidad humana y una manifestación de las relaciones de poder históricamente
desiguales entre hombres y mujeres, […] que trasciende todos los sectores de la
sociedad, independientemente de su clase, raza o grupo étnico, nivel de ingresos,
cultura, nivel educacional, edad o religión y que afecta negativamente sus bases.
(Organización de Estados Americanos - OEA, 1994)

Relaciones de poder históricamente asimétricas entre hombres y mujeres que


se ha expresado en diversas manifestaciones de violencia sobre las mismas –
sexual, psicológica, económica–, tanto en ámbitos públicos como privados,
caracterizados porque en ambos

Su cuerpo es instrumentalizado por el hombre, quien incluso se refiere a este bajo


términos de tenencia, posesión, usufructo y propiedad, como si se tratara de un bien
consumible –no fungible– cuya disposición depende de él y no de ella (Jiménez, 2014).

Como desarrollo de estas consideraciones, tribunales internacionales, han


detallado que implica la violencia ejercida en contra de la población femenina,
particularmente la violencia sexual; así desde (1998) el Tribunal Penal Internacional
para Ruanda, fijo lo que podría denominarse las primeras reglas jurisprudenciales
para delimitar el concepto de violencia sexual, entendiendo por tal “cualquier
acto de naturaleza sexual, cometida contra una persona en circunstancias que son
coercitivas (…) la cual no está limitada a la invasión física del cuerpo humano y
puede incluir actos que no impliquen penetración ni contacto físico” (Tribunal Penal
Internacional para Ruanda, 1998, pág. 291, párr. 688).

Esta definición ha sido trascendental dentro de la jurisprudencia internacional,


por cuanto además de precisar los alcances fácticos de la violencia sexual,
quebró la peligrosa asimilación común que existía en esta jurisprudencia, entre
los términos de violencia sexual y violación, puntualizando, que por el último
debe entenderse aquella “invasión física de naturaleza sexual cometida contra una
persona en circunstancias que son coercitivas” (Tribunal Penal Internacional para
Ruanda, 1998, pág. 291, párr. 688).

Todas estas conceptualizaciones fueron replicadas y ampliadas por la Corte Inte-


ramericana de Derechos Humanos –Corte IDH– quien preciso, de un lado que:

La violación sexual no implica necesariamente una relación sexual sin consentimiento


por vía vaginal como se ha entendido tradicionalmente”, sino que también por
esta debe entenderse “la comisión de actos de penetración vaginal o anal, sin

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El crimen de tortura en Colombia: entre lo simbólico y lo real
Luis Alfonso Fajardo Sánchez, ph.d. - Editor

consentimiento de la víctima, mediante la utilización de otras partes del cuerpo del


agresor u de otros objetos, así como la penetración bucal, mediante miembro viril.
(Corte Interamericana de Derechos Humanos, 2006)

Diferente a lo que debe entenderse por violencia sexual, la cual “puede contener
actos que ni siquiera impliquen contacto físico como la desnudez forzada
mientras se obliga a ser observado por otros” (Corte Interamericana de Derechos
Humanos, 2006).

Comprender que la violencia que se ejerce contra las mujeres persigue móviles
y finalidades, diversos a los utilizados por la violencia común, precisamente
porque los actos de los que son víctimas se ejercen por su condición de tales, es
decisivo para analizar holísticamente los componentes fácticos de las diversas
situaciones de violencia sexual que, sorpresivamente, en múltiples ocasiones
comparte elementos definitorios de otros delitos como la tortura.

Caracterización de la tortura sexual

Antes de ahondar en los rasgos distintivos e implicaciones de la tortura sexual,


es significativo realizar unos comentarios breves sobre la tortura como delito
autónomo. En principio, es importante dejar claro, que “la tortura hace parte de
una economía del castigo que se ha transformado en los últimos siglos”, mediante un
tránsito de escenarios de operación, de lo público a lo privado (Grisales, 2015). Esto
lo explica con mayor detalle Foucault (citado por Grisales, 2015) quien sostiene que:

La naturaleza de la tortura cambió en el siglo XIX, al desaparecer el espectáculo


punitivo constituido en el suplicio, al ser reemplazado por el régimen de prisión,
basado en el disciplinamiento, la corrección y la rehabilitación, desapareciendo
por tanto el espectáculo de la pena física y la tortura, antes parte ordinaria de los
procesos penales, desplazándose en consecuencia a escenarios secretos, privados
y de ilegalidad. (Pág. 82.)

A partir del cambio de naturaleza que sufrió la figura de la tortura, diversas son
las acepciones que se han construido alrededor de las implicaciones y efectos
de este ahora considerado delito; dentro de estas se destaca una en especial,
que la define como “una tecnología corporal que tiene por finalidad controlar
y dominar los cuerpos para ajustarlos a precisas concepciones de orden social y
político”, como pueden ser el mantenimiento de la estabilidad política de un
Estado, la eliminación de ciertos movimientos sociales subversivos o miembros
de la sociedad considerados enemigos (Brair, 2010).

86
Tortura sexual, expresión instrumental de la violencia en razón del género
Daniela María Bolívar Gómez

Ese particular objetivo que persigue la tortura es lo que permite amplificar los
escenarios en la que esta puede ser instrumentalizada para obtener precisos fines
con connotación no solo política y social sino también sexual, toda vez que todos
los anteriores guardan en común la necesidad de ajustar ciertas situaciones a
específicos discursos de licitud o de prohibición.

Precisamente ese poder de medio que guarda la tortura permite denominar


autónomamente situaciones fácticas y jurídicas especiales bajo la categoría de
tortura sexual, que justamente actúa como expresión instrumental de la tortura
para obtener ciertos fines, que son compartidos por los perseguidos por la
violencia sexual. Al respecto Natalia Rodríguez (2015), quien también aboga por
una denominación y reconocimiento particular de la tortura sexual, ha afirmado
que esta es “una forma de dominación simbólica y acto comunicativo dónde se
entretejen nociones de género, sexualidad, etnicidad y corporalidad” (pág. 91);
definición que guarda elementos en común con la construida por el Colectivo
mexicano Rompiendo el Silencio (2018), quienes sostienen que es una “forma
de tortura basada en la discriminación por razón del género, en la que se violenta
el cuerpo y la libertad de las mujeres por medio de agresiones sexuales, agresiones
físicas en las partes más íntimas y/o amenaza de cometer estos actos”.

Ahora, con la finalidad de presentar en este capítulo preliminar el vínculo existente


entre la violencia sexual como expresión instrumental de la tortura, es ineludible
ahondar en las implicaciones fisiológicas y psíquicas de la violencia sexual sobre
las mujeres víctimas, lo cual permite comprender y justificar el reconocimiento
independiente de la tortura sexual.

En primer lugar, esta manifestación de la tortura se exterioriza en precisos


sucesos que abarcan:

i) La violencia en contra en los órganos sexuales; ii) el asalto sexual físico y


actos sexuales que involucren contacto sexual físico directo entre la víctima y los
torturadores, entre víctimas, entre víctimas y un animal o los tres; iii) el asalto sexual
mental, el desnudo forzado, las humillaciones sexuales, las amenazas sexuales y
presenciar a otros siendo sexualmente torturados; y 4) la combinación de los tres
anteriores. (Ortman y Lunde, 1990, pág. 289)

En todos los mencionados eventos, es posible encontrar la presencia de elementos


en común, que permiten comprender la singularidad de la tortura sexual. Para
empezar, en ellos se presenta un “carácter indisociable entre los ámbitos físico y mental
de la tortura” (Grisales, 2015), toda vez que al emplear métodos como la desnudez

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El crimen de tortura en Colombia: entre lo simbólico y lo real
Luis Alfonso Fajardo Sánchez, ph.d. - Editor

forzada, que si bien no genera secuelas físicas, puede generar profundos estados
de humillación y manipulación psicológica que impactan considerablemente a las
víctimas; y este rasgo es bastante distintivo en la tortura sexual, por cuanto las
secuelas que genera en las mujeres que la padecen trasciende lo meramente físico
al producir sentimientos como ansiedad, incertidumbre y estrés postraumático
(Corporación Avre y Corporación Vínculos, 2011).

De igual manera, en la tortura sexual como lo afirma Natalia Grisales (2015),


“los cuerpos individuales son violentados como expresión del cuerpo social”, lo que
significa que esta manifestación de tortura, aprovecha conceptos de construcción
sociocultural como la virginidad, la castidad, la monogamia, la fertilidad, el
honor, entre otros; los cuales al constituir un sistema de creencias compartidas,
es utilizado por la violencia ejercida como expresión de tortura, para que esta “no
solo tenga impacto físico y moral sobre las mujeres, sino también para que produzca
humillación y deshonor” para sus familias, parejas y comunidades; y esta es una
de las principales razones que justifican el por qué se acude a la tortura y no al
homicidio de las víctimas, toda vez que la tortura sexual no está destinada tan
solo a “un individuo aislado, sino a su dimensión familiar, comunitaria y cultural”,
pretendiendo anular al sujeto, su cuerpo y su entorno de forma continuada,
imponiéndole pervivir con la destrucción personal y social que se busca.

Ahondando en el objetivo perseguido por la tortura sexual, Lira y Weinstein


(2000) sostienen que esta persigue en la víctima: “(…) humillarla, degradarla,
perturbar su sexualidad como forma de expresión y satisfacción en el futuro,
afectar el conjunto de su psiquismo, contribuyendo a la destrucción de su
identidad” (pág. 356), lo cual puede provocar situaciones como el quiebre
del proyecto de vida, las creencias en si misma que tenga la víctima y su
empobrecimiento psíquico.

Además de lo ya expuesto, este propósito lo consigue la tortura sexual por cuanto


en ella, “se coloniza el espacio de la intimidad, cuando las fronteras entre lo íntimo
y lo público son transformadas por el torturador” (Grisales, 2015, pág. 87). Esta
afirmación se comprende de mejor manera, al considerar eventos fácticos de
la tortura sexual como aquellos en que los sucesos de naturaleza sexual son
ejecutados con la asistencia de terceros o la víctima es obligada a observar
vejámenes sobre otros, es decir, se utiliza el ver sufrir como elemento para ejercer
violencia en la víctima.

Por último, y rescatando de nuevo elementos privativos de la tortura sexual,


que permiten comprenderla integralmente, esta se caracteriza por invadir “la

88
Tortura sexual, expresión instrumental de la violencia en razón del género
Daniela María Bolívar Gómez

intimidad, como espacio de expresión de sexualidad del individuo”, en donde


el propio cuerpo de la víctima es utilizado como herramienta de tortura, de
sufrimiento, que como lo ha identificado Lira y Weinstein (2000), de un
lado, altera la autopercepción corporal, identidad y autoestima de la víctima,
impidiéndole gozar de expresiones futuras de deseo, que no estén invadidas por
la experiencia traumática padecida, y de otro, refuerza la instrumentalización
del cuerpo como territorio de violencia, no solo sobre el que la padece, sino
mediante actos de dominación simbólica y material, que involucran órganos
sexuales como el ejercicio de la penetración forzada; y es que el “cuerpo” como
lo han definido organizaciones de mujeres.

[…] Constituye la prueba más contundente de nuestra existencia, es nuestra realidad


categórica […] En este sentido, se puede pensar que el primer suelo sobre el cual se
configuran signos y símbolos, sentido común, es el cuerpo humano. El cuerpo es el
texto en el que se lee el trayecto que define cada vida; en el que quedan plasmados el
amor y el odio, las alegrías y tristezas, la memoria y el olvido […] El cuerpo, en tanto
localización inmediata que conforma el lugar y el campo perceptivo, implica una
materialidad inmersa en un proceso histórico [...] el carácter construido del cuerpo
como sexuado. […] Por ello es también el escenario del despojo, es víctima de una
utopía que está hecha para borrar los cuerpos. (Casa de la Mujer y Ruta Pacífica de
Mujeres, 2010, pág. 21)

Sin duda, la tortura sexual tiene profundos efectos comunicativos, reforzados por
los móviles que incitan la violencia por motivos de género, en donde el impacto
y consecuencias que produce, se extiende a la dimensión familiar y afectiva de
la víctima, como por ejemplo en aquellos casos –como se entrara a detallar en el
segundo acápite de este documento–, en los que se pretende mediante la práctica
de tortura sexual, producir embarazos forzados o inhibir cualquier experiencia
futura de placer sexual en la victima; finalidades que no son siempre bien
consideradas dentro de las comunidades, por cuanto si bien una sociedad puede
sufrir tanto el flagelo de la tortura que podría denominarse ordinaria, como la de
una de sus expresiones instrumentales, a saber la tortura sexual, paradójicamente
como lo ha sostenido Amnistía Internacional (2011), la percepción de las víctimas
en cada una es diferente, por cuanto mientras la victima de la tortura no sexual
es compadecida y solidarizada por la comunidad, la víctima de tortura sexual
corre el riesgo de ser doblemente víctima, al ser estigmatizada, cuestionada,
marginada e incluso rechazada por su propia colectividad, lo cual constituye una
razón más, para extender y visibilizar la denominación de situaciones fácticas
que lo ameriten como auténticas expresiones de tortura sexual.

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El crimen de tortura en Colombia: entre lo simbólico y lo real
Luis Alfonso Fajardo Sánchez, ph.d. - Editor

III. LA VIOLENCIA SEXUAL COMO EXPRESIÓN DE TORTURA


EN LA JURISPRUDENCIA INTERNACIONAL

Ni la “Convención Internacional contra la Tortura y otros Tratos o Penas Crueles,


Inhumanos y Degradantes”, ni la “Convención Interamericana para Prevenir
y Sancionar la Tortura”, han considerado a la violencia sexual como forma o
expresión de esta; empero algunos tribunales internacionales han realizado
consideraciones especiales a hechos de violencia sexual, que bajo sus reglas de
interpretación encuentran relación o incluso analogía con los componentes que
permiten encontrarse con hechos constitutivos del delito de tortura; por tanto
en este acápite, se revisarán los principales presupuestos fácticos y jurídicos de
algunas de las sentencias axiales en esta materia, empezando desde los fallos
fundacionales de cortes penales transitorias, hasta los recientes pronunciamientos
de órganos del Sistema Interamericano de Derechos Humanos –SIDH– del que
hace parte Colombia.

Antes de entrar en detalle sobre las consideraciones jurisprudenciales de cada


caso, es importante revisar cuáles son y que implican los requisitos del delito
de tortura, para ello el tratado internacional orientador será la Convención
Interamericana para Prevenir y Sancionar la Tortura –CIPST–, por cuanto
para tribunales nacionales como la Corte Constitucional (2005), es el tratado
internacional que contiene la definición más garantista, al ser el que mayor
protección ofrece a los derechos de personas víctimas de tortura, frente a los
demás instrumentos internacionales que contienen disposiciones al respecto.

Esta consideración realizada por el Tribunal Constitucional colombiano, encuentra


justificación en los tres requisitos que ha fijado la CIPST (1987), para que un hecho
pueda ser considerado tortura, a saber: (i) debe cometerse con intencionalidad,
es decir, debe tratarse de un maltrato deliberadamente infringido en contra de
la víctima; ii) debe producir un sufrimiento físico o mental severo, ingrediente
del concepto de tortura que se corrobora a partir del análisis completo de las
características de trato en cada caso, debiéndose analizar en detalle factores
como “la duración, el método utilizado o el modo en el que fueron infringidos los
padecimientos, los efectos físicos y mentales que causa, y las condiciones propias de
la persona que padece esos sufrimientos”, tal como su edad, orientación sexual,
estado de salud, condición étnica y social, entre otros; al respecto y regresando de
nuevo a las singularidades de la violencia sexual, la Corte IDH, ha afirmado que:

La violencia sexual es una experiencia sumamente traumática que tiene conse-


cuencias y causa un gran daño físico y psicológico, que deja a la víctima humillada

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Tortura sexual, expresión instrumental de la violencia en razón del género
Daniela María Bolívar Gómez

física y emocionalmente; situación difícilmente superable con el paso del tiempo, a


diferencia de lo que ocurre con otras experiencias traumáticas (Corte Interamericana
de Derechos Humanos, 2006 , pág. 106, párr. 311).

Y, por último, considerado el requisito distintivo de este tratado internacional,


(iii) debe acreditarse una finalidad particular, cualquiera que esta sea, que, para
el caso particular de la violencia sexual, como lo han sostenido los Tribunales
Internacionales, consisten en la intimidación, degradación, humillación, castigo
o control de las personas que la sufren.

Partiendo de las expuestas consideraciones, a continuación, se presentarán en


detalle cada uno de los casos judiciales internacionales seleccionados, para
conocer la posición jurisprudencial internacional respecto a la tortura sexual.

“Caso Aydin vs. Turquía” de la Corte Europea de Derechos Humanos

La Corte Europea de Derechos Humanos en este fallo conoció de la “detención,


maltrato y violación que sufrió la señora Sukran Aydin el 29 de junio de 1993, en el
marco del conflicto armado en Turquía”, en el que se presentó “confrontación entre
las fuerzas de seguridad estatales con los miembros del partido de trabajadores de
Kurdistán (PKK)”.

En ese contexto, la señora Aydin, fue detenida junto con sus familiares, y
posteriormente trasladada a otra ciudad, en donde fue separada de su familia e
interrogada sobre su presunta relación con el PKK; ante la ausencia de información
suministrada por la señora Aydin, esta fue víctima de varios actos, calificados por
la Corte Europea como violencia sexual, entre los que se destacan:

*Ser desnudada, puesta en un neumático y golpeada con chorros de agua fría


mientras la hacían girar, obligada a caminar desnuda frente a otras personas, ser
golpeada por un guardia durante una hora, y desnudada a la fuerza y violada por
un militar. (Corte Europea de Derechos Humanos, 1997, pág. 201 párr. 85)

Esta sentencia es de suma importancia, por cuanto es el primer pronunciamiento


internacional, que relaciona a la violación sexual con la tortura, al afirmar que

Una violación sexual es un acto de tortura por ser un maltrato inhumano e


intencionado que causa sufrimiento muy grave y cruel […] la violación de una
detenida por parte de un funcionario del Estado debe ser considerada como un tipo

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El crimen de tortura en Colombia: entre lo simbólico y lo real
Luis Alfonso Fajardo Sánchez, ph.d. - Editor

de violencia especialmente grave y aberrante, dada la facilidad con la que el infractor


puede aprovecharse de la vulnerabilidad y débil resistencia de las víctimas. (Párr. 83)

Un año más tarde este argumento construido por la Corte Europea, fue retomado
y amplificado por el Tribunal Penal Internacional para la Ex Yugoslavia, en uno de
los casos de violencia sexual más cruentos de la jurisprudencia mundial.

“Caso Delalic, Mucic alias “Pavo”, Hacim Delic Vs. Fiscal” del Tribunal Penal
Internacional para la Ex Yugoslavia

En esta sentencia se conocieron hechos de violencia sexual perpetrados sobre


múltiples mujeres en un centro de detención de la fuerza pública del pueblo de
Celebecì en Bosnia y Herzegovina en 1992.

Una de las víctimas, Grozdana Cezez, fue detenida e interrogada el 27 de mayo


del mismo año, por cuanto las fuerzas armadas desconocían el paradero de su
esposo, considerado un rebelde armado. Como lo corroboró el Tribunal penal
(1998), desde el día de la detención hasta agosto de 1992, “la señora Cezez fue
sometida a repetidas relaciones sexuales forzosas tanto vaginales como anales,
algunas de las cuales fueron ejecutadas frente a otras personas, y en otras, fue
accedida por más de tres personas en una misma noche” (párr. 938).

Dentro de los hechos que padeció la víctima, es importante destacar algunos


como los siguientes: “El sargento Hazim Deli, le ordenó que se quitara la ropa, la
amenazó con un rifle, e ignoró sus suplicas y llantos” (párr. 958). “Al día siguiente
Hazim Delic fue hasta la puerta de la habitación donde ella se encontraba, y al
verlo ella comenzó a gritar, luego él le dijo ¿por qué estás llorando? esta no va a
ser la última vez” (párr. 954). “La tercera violación ocurrió en el edificio A; era de
día cuando Hazim Delic entró armado, con granadas de mano, una pistola y un
rifle; él la amenazó nuevamente ordenándole que se desvistiera y se echara en la
cama” (párr. 961).

Para la Corte, los actos de los que fue víctima esta mujer tenían como fin no solo
obtener información de su esposo por medio de coacción, sino también castigarla
por el comportamiento de este, considerado contrario al orden legal establecido
para ese momento; adicionalmente el Tribunal reconoció un matiz especial en
estos actos de violencia, el sexo de la víctima, así expresó que: “la violencia que
sufrió la señora Cezez en forma de violación fue cometida porque ella es mujer (…)
como se analizó anteriormente, esto representa una forma de discriminación que
constituye para el delito de tortura un propósito prohibido” (párr. 961), que en el

92
Tortura sexual, expresión instrumental de la violencia en razón del género
Daniela María Bolívar Gómez

caso concreto, produjo un grave sufrimiento, dolor mental y físico que incluyeron
dolores extremos y sangrados vaginales y anales, generando peligrosos estados
psicológicos que llevaron a tendencias suicidas y fuertes estados depresivos, que
obligaron a la prescripción de por vida de medicamentos tranquilizantes a la
víctima (Tribunal Penal Internacional para Ruanda, 1998).

Conjuntamente a estas consideraciones, la Corte Penal una vez descartó las


posibilidades de amparo jurídico a los delitos de violación y agresión sexual en
los Convenios de Ginebra, revisó si en el caso concreto, esos mismos delitos
podían constituir tortura, para ello analizó los requisitos estipulados por este
instrumento internacional para encontrarla configurada, que son:

(i)Debe existir un acto u omisión que cause dolor o sufrimientos graves ya sea
de carácter físico o mental; (ii) que sea infringido intencionalmente; (iii) y con los
propósitos de obtener información o una confesión por parte de la víctima, o un
tercero, castigar a la víctima por un acto que él o ella cometieron o de sospecha que
cometieron, a través de la intimidación o coerción de la víctima o un tercero, o demás
motivos basados en cualquier tipo de discriminación; (iv) ese acto u omisión debe
ser cometido por un funcionario público u otro persona en ejercicio de funciones
públicas o a instigación suya, o con su consentimiento o aquiescencia. (Párr. 494)

A partir de este ejercicio, la Corte extendió la interpretación que se le había


dado hasta ese momento a los delitos de violencia sexual en la jurisprudencia
internacional, sosteniendo que los casos de violación o de cualquier otra forma
de violencia sexual, al atentar contra el centro mismo de la dignidad humana
y la integridad física, ocasionando sufrimientos y dolores agudos y duraderos
tanto de carácter físico como psicológico, que pueden exacerbarse a causa de las
condiciones sociales y culturales de la víctima, reúne las condiciones suficientes,
para que sean considerados como delito de tortura (Tribunal Penal Internacional
para Ruanda, 1998).

Como se observa, este fallo al igual que el anterior, centra su atención en


los hechos de violación sexual, aunque a diferencia de este, deja abierta la
posibilidad de que cualquier otro acto que atente contra la dignidad humana y
que ocasione sufrimiento y dolor grave tanto físico como psíquico, pueda ser
considerado tortura.

Otro de los casos destacables en el marco de la jurisdicción penal, fue proferido


por el Tribunal Penal Internacional para Ruanda, como pasa a exponerse.

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El crimen de tortura en Colombia: entre lo simbólico y lo real
Luis Alfonso Fajardo Sánchez, ph.d. - Editor

“Caso Fiscal vs. Akayesu” del Tribunal Penal Internacional para Ruanda

Contrario al perfil de los perpetradores de los hechos de violencia de las sentencias


antes comentadas, en el que los victimarios eran funcionarios del Estado, en
este se conocen hechos perpetrados por particulares, que llevaron a declarar la
responsabilidad por omisión al alcalde de la ciudad de Taba, por no impedir
que los paramilitares denominados Interahamwe, perpetraran actos de violencia
sexual en contra de mujeres, en el marco del conflicto armado producido por el
enfrentamiento étnico entre Hutus y Tutsis en 1994.

Como resultado de ese conflicto, “las mujeres Tutsis padecieron cruentos actos de
violencia sexual, calificados como genocidio, delito de lesa humanidad y tortura,
por el Tribunal Penal Internacional para Ruanda” (1998) al encontrar probados
hechos como los siguientes: “se perpetraron violaciones de hombres Hutus sobre
mujeres Tutsis; esto con la intención de que estas mujeres dieran a luz hijos que
no iban a pertenecer al grupo étnico de la madre” (párr. 507); (…)“en muchas
casos las violaciones se realizaban cerca de las fosas comunes abiertas por los
Interahamwe con la finalidad de que conocieran que tras ser abusadas sexualmente
serian asesinadas” (párr. 731); (…)“muchas de las violaciones se perpetraron con la
finalidad de que la personas violadas se negaran después a procrear” (párr. 508).

La calificación jurídica que recibieron estos hechos, se fundamentaron en algunos


de estos argumentos; constituyeron genocidio, por cuanto la violencia sexual
perpetrada tenía como propósito destruir un grupo particular, toda vez que “en
sociedades patriarcales donde la pertenencia a un grupo étnico se determina por la
identidad del padre, la violación perpetrada por un hombre de un grupo étnico que
embaraza a propósito a las mujeres del colectivo que desea atacar con la intención
de que esta de a un luz a un hijo que evidentemente no va a corresponder al grupo
étnico de la madre” (Tribunal Penal Internacional para Ruanda, 1998), o el hecho
de ejercer violencia contra las mujeres de la comunidad para generar traumas que
les impida con posterioridad procrear hijos (Tribunal Penal Internacional para
Ruanda, 1998) tiene sin duda la intención de condenarla a ella, a su descendencia
y a su comunidad a una especie de mancha cultural y moral determinante para la
identidad, natalidad y pervivencia del colectivo.

Esos actos de violencia sexual ejercidos contra las mujeres Tutsis, hicieron parte,
a juicio del Tribunal, de “un ataque generalizado y sistemático contra la población
femenina”, fundamentado en bases discriminatorias en razón de la etnia a la
que estas pertenecían, lo cual permitió que fueron catalogados como delitos de
lesa humanidad.

94
Tortura sexual, expresión instrumental de la violencia en razón del género
Daniela María Bolívar Gómez

Este último móvil de los hechos de violencia descritos expresó igualmente la


relación que guardaban con la tortura, así lo manifestó el (Tribunal Penal
Internacional para Ruanda, 1998)

Al igual que la tortura, la violación se usa para propósitos como la amenaza,


degradación, humillación, discriminación, castigo, control o destrucción de
una persona.

Como la tortura, la violación es una agresión a la dignidad personal y también


constituye tortura cuando la comete un funcionario público u otra persona con puesto
oficial o cuando este instiga a alguien para que la cometa o da su consentimiento.

[…] La violación y la violencia sexual ciertamente constituyen la perpetración de


daños corporales y mentales graves contra las víctimas, y son una de las peores
formas de infringir daño sobre la víctima, ya que esta sufre tanto daños físicos como
mentales. (Párr. 731)

Por último, y como se expuso en el primer acápite de este documento, este


fallo también se destaca dentro de la jurisprudencia internacional por cuanto
además de construir la argumentación ya relatada, fue la primera sentencia que
a nivel internacional modificó la tradicional asimilación entre los conceptos
de violencia sexual y de violación sexual, que más tarde fueron acogidos en
la Corte del SIDH, en el caso fundacional en el que este Tribunal empleó la
“Convención Interamericana para prevenir, sancionar y erradicar la violencia
contra la mujer”, también conocida como la Convención Belém Do Pará, y que
se comentará a continuación.

“Caso Penal Castro Castro vs. Perú” de la Corte Interamericana de Derechos


Humanos

En este proceso, se conocieron los hechos que acompañaron y fueron consecuencia


del “operativo de mudanza número 1, efectuado el 06 de mayo de 1992 en el que el
gobierno peruano trasladó a las mujeres reclusas acusadas de terrorismo y traición a
la patria, al pertenecer presuntamente a la organización Sendero Luminoso” (Corte
Interamericana de Derechos Humanos, 2006).

“Las reclusas estaban ubicadas en el pabellón 1A del Penal Castro Castro en la


cárcel de Chorillos, exclusiva para mujeres” (Corte Interamericana de Derechos
Humanos, 2006), pero que para el momento de los hechos se encontraba
ocupada en un 90% por estas y el restante por hombres.

95
El crimen de tortura en Colombia: entre lo simbólico y lo real
Luis Alfonso Fajardo Sánchez, ph.d. - Editor

Según la Corte Interamericana de Derechos Humanos (2006), la forma


en que accedió el cuerpo oficial, demostró la predilección por liquidar a las
detenidas y no en mudarlas, “lo que ocurrió fue un ataque premeditado, calificado
jurídicamente como una serie de crímenes de lesa humanidad” (párr. 402); “durante
la diligencia se utilizaron armas de guerra, explosivos, bombas lacrimógenas,
vomitivas y paralizantes, (…) hubo presencia de francotiradores y uso de granadas
de fragmentación” (párr. 147.22).

Tres días después del operativo, las sobrevivientes –siete mujeres en total–
fueron obligadas a permanecer boca abajo sobre el suelo por más de dieciocho
horas, incluso las mujeres que se encontraban en estado de gestación; luego de
lo anterior, todos, incluidos hombres y mujeres, fueron trasladados al hospital
de la policía manteniendo de nuevo un trato diferente entre estos, puesto que
únicamente las mujeres fueron

[…] desnudadas y obligadas a permanecer sin ropa casi todo el tiempo que
estuvieron en el hospital, después de 15 días les dieron una bata al momento en que
las iban a reubicar en el penal. En el hospital estuvieron rodeadas de las fuerzas de
seguridad del Estado, quienes estaban armadas. A las internas no se les permitió
asearse, estaban cubiertas tan solo por una sábana y, en algunos casos, para utilizar
los servicios sanitarios debían hacerlo acompañadas de un guardia armado, quien
no les permitía cerrar la puerta y les apuntaba con un arma mientras hacían sus
necesidades fisiológicas. (Párr. 196.50)

Otro de los hechos relevantes en este caso, fue la inspección vaginal dactilar, de la
que fue objeto una de las internas, realizada por varias personas encapuchadas,
bajo el pretexto de revisar su estado de salud, que para la Corte no tuvo otro
propósito que el abuso e intimidación hacia ella (Corte Interamericana de
Derechos Humanos, 2006).

Y es que como lo corroboró esta Corte, en este caso existió un trato particularmente
diferenciado y excesivo con las mujeres, que les causó un sufrimiento especial y
adicional al padecido por los hombres detenidos,

También afectó a las mujeres la desatención de sus necesidades fisiológicas […] el


Comité Internacional de la Cruz Roja ha establecido que el Estado debe asegurar que
las condiciones sanitarias en los centros de detención sean adecuadas para mantener
la higiene y salud, permitiéndoles acceder a retretes, duchas y limpieza de su ropa
regularmente. Se deben realizar arreglos especiales para las detenidas en período
menstrual, embarazo o que se encuentren acompañadas por sus hijos. (Párr. 331)

96
Tortura sexual, expresión instrumental de la violencia en razón del género
Daniela María Bolívar Gómez

Eventos todos desatendidos en perjuicio de las mujeres reclusas, incluso de


aquellas que en estado de gestación no contaron con atención básica de salud
prenatal y posnatal, que “implicó una violación adicional a la integridad personal
de estas” (Corte Interamericana de Derechos Humanos, 2006).

Pasando ahora a la línea argumentativa construida por la Corte en este fallo,


esta partió de la distinción por primera vez en la trayectoria jurisprudencial
de este Tribunal, entre los conceptos de violación y violencia sexual, que
como ya se comentó, además de adoptar los puntos distintivos que clarificó
el Tribunal Penal Internacional para Ruanda, en el caso “Fiscal Vs. Akayesu”,
recalcó que mientras “la violación sexual se configura con actos que impliquen
penetración de cualquier parte del cuerpo de la víctima”, “la violencia sexual
puede contener actos que ni siquiera impliquen contacto físico”, pero que llevan
implícito acciones de naturaleza sexual ejecutadas sin el consentimiento de
la víctima, como ocurre con la desnudez forzada (Corte Interamericana de
Derechos Humanos, 2006).

Partiendo de estas estimaciones, la Corte analizó en principio la situación puntual


de las mujeres retenidas, para luego estudiar la de todos los detenidos, incluidos
los hombres. En relación con las primeras, el Tribunal interamericano dividió su
argumentación, atendiendo a los eventos fácticos que acompañaron la situación
de cada una de las mujeres víctimas, sosteniendo en primer lugar que:

El haber forzado a las internas a permanecer desnudas en el hospital, vigiladas por


hombres armados, en el estado precario de salud en el que se encontraban, constituyó
violencia sexual en los términos antes descritos, que les produjo constante temor,
ante la posibilidad de que dicha violencia se extremara aún más por los agentes de
seguridad; todo lo cual les ocasionó grave sufrimiento psicológico y moral, que se
añade al sufrimiento físico que ya estaban padeciendo. Dichos actos de violencia
sexual, atentaron directamente contra la dignidad de esas mujeres. (Párr. 308)

Paralelamente afirmó:

La Corte reconoce que la violación sexual de una detenida por un agente del Estado
es un acto especialmente grave y reprochable, tomando en cuenta la vulnerabilidad
de la víctima y el abuso de poder que despliega el agente. Asimismo, la violación
sexual es una experiencia sumamente traumática que puede tener severas
consecuencias y causa gran daño físico y psicológico, al dejar a la víctima humillada
física y emocionalmente, situación difícilmente superable por el paso del tiempo a
diferencia de lo que ocurre con otras experiencias traumáticas. (Párr. 311)

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El crimen de tortura en Colombia: entre lo simbólico y lo real
Luis Alfonso Fajardo Sánchez, ph.d. - Editor

Con base en lo anterior y tomando en cuenta lo dispuesto en el artículo 2 de la


Convención Interamericana para Prevenir y Sancionar la Tortura, este Tribunal
concluye que los actos de violencia sexual «inspección vaginal dactilar», constituye
una violación sexual que por sus efectos degenera en tortura. (Párr. 312)

Como se evidencia de las extractos jurisprudenciales presentados, para la


Corte Interamericana en este caso, explícitamente la violación sexual, por los
efectos que produce, al igual que las finalidades que pretende –que como se
reconoció para el caso peruano, buscaba “infligir un castigo ejemplarizante para
sembrar terror y eliminar toda posibilidad de insurrección”–, configura el delito
de tortura; empero dejó abierta la posibilidad de extender esta consideración a
futuro –como efectivamente lo hizo– al subrayar el especial impacto que tiene
la violencia sexual para con la dignidad humana e integridad de las personas
que la padecen, que como se ha visto en el hasta ahora marco jurisprudencial
estudiado, han sido factores determinantes para corroborar la materialización
de la tortura.

Adicionalmente, el Tribunal se pronunció sobre la situación de la generalidad de


los detenidos, en donde encontró que las condiciones a las que fueron sometidos
tanto hombres como mujeres, entre las que se destacaron la incomunicación
prolongada, asistencia deficitaria en salud, celdas de aislamiento, golpes de
falanga, prohibición de lectura, música y ejercicio, constituyeron tortura física y
psicológica, evidentemente desligadas de un contenido sexual, que como se vio,
sí se evidenció plenamente en las condiciones de detención de las mujeres.

Frente a esta última especie de la tortura, en este fallo la Corte fue clara
al precisar que “las amenazas y el peligro real de someter a una persona a
lesiones físicas –incluidas las de connotación sexual– produce angustia moral
de tal grado que puede ser considerada tortura psicológica”, y que como se
verá en uno de los casos reseñados más adelante, hace parte ordinaria de
los insultos y amenazas propios de la violencia sexual contra las mujeres. La
jurisprudencia de la Corte IDH, al igual que algunos informes de la Comisión
Interamericana de Derechos Humanos –CIDH–, contienen argumentación
jurídica considerable que otorgan insumos importantes, para analizar
holísticamente el objeto de estudio de este documento, y por el cual resulta
necesario ahondar en algunos de ellos.

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Tortura sexual, expresión instrumental de la violencia en razón del género
Daniela María Bolívar Gómez

“Caso Fernández Ortega y otros vs. México”2 de la Corte Interamericana


de Derechos Humanos

En esta sentencia, la Corte IDH conoció la situación de una mujer indígena de


25 años, miembro de la comunidad Me’phaa, que el 22 de marzo de 2009, fue
víctima de la intromisión ilegal a su domicilio de tres militares, cuando ella se
encontraba en su vivienda junto con sus cuatro hijos.

De acuerdo con los hechos acreditados ante el Tribunal (2010), los militares
armados arribaron a la vivienda indagando por su esposo, preguntándole
“¿Dónde ha ido a robar carne tú marido?”; no obstante, la señora Fernández, al no
conocer suficientemente el español no pudo contestar nada, y en consecuencia
fue agredida sexualmente.

Los militares continuaban apuntándole con sus armas, y ante la negativa a


contestar, uno de ellos la tomó de las manos sin dejar de apuntarle con el arma,
le dijo que se tirara al suelo; y una vez en el suelo, otro militar le subió la falda, le
bajó la ropa interior y la violó mientras los otros dos militares observaban; luego los
tres militares salieron de la casa y se marcharon junto con los otros que esperaban
fuera. (Párr. 82)

Previo a abordar las consideraciones jurídicas del Tribual para calificar los
anteriores hechos como tortura, es importante resaltar que este caso constituyó
uno de tantos eventos paradigmáticos de violencia sexual, caracterizados por
la inoperancia de las autoridades para la recepción de la denuncia, junto a
falencias en el protocolo idóneo para atender a las víctimas de violencia sexual,
que llevó a que la señora Fernández contara solo hasta cuatro meses después
del día de los hechos, con un examen sexológico del que obviamente no se
pudo obtener alguna muestra de ADN, que permitiera siquiera investigar a los
posibles responsables; situación, que junto al descredito del dicho de la víctima,
la ausencia de resistencia por parte de esta y de violencia física por parte de los
perpetradores de violencia sexual durante la ejecución de los hechos, condujo a
la denegación de justicia en su Estado; situación lamentablemente análoga con
bastantes denuncias de violencia sexual.

2
Un día después de proferirse esta sentencia, la Corte IDH falló el caso “Rosendo Cantú y otros Vs. México”
(2010), que contenía hechos bastante similares a este proceso y en consecuencia las razones de decisión
fueron semejantes; sin embargo se seleccionó el caso Fernández Ortega y otros, por cuanto su remisión
citacional es un poco más amplia en comparación a la sentencia proferida con posterioridad.

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El crimen de tortura en Colombia: entre lo simbólico y lo real
Luis Alfonso Fajardo Sánchez, ph.d. - Editor

Regresando de nuevo a la calificación como tortura que recibieron estos hechos,


tanto para la CIDH como para la Corte, era adecuado calificarlos de tal forma, al
encontrarse acreditados los tres requisitos –ya expuesto en detalle en el primer
acápite de este documento– establecidos en la definición que de este delito
contiene la CIPST.

En primer lugar Corte Interamericana de Derechos Humanos (2010) se trató de


un acto intencional, puesto que hubo penetración sexual a la víctima mientras
se le apuntaba con un arma; adicionalmente en el caso concreto se encontró
acreditado el sufrimiento de la víctima, “al ser obligada a mantener un acto sexual
contra su voluntad”, agravada por la presencia de otros militares y la de sus hijos
en los momentos iniciales de los hechos, agregando que:

Es inherente a la violación sexual el sufrimiento severo de la víctima, aun cuando


no exista evidencia de lesiones o enfermedades físicas. No en todos los casos las
consecuencias de una violación sexual serán enfermedades o lesiones corporales,
también puede experimentar severos daños y secuelas psicológicas y aún sociales.
(Párr. 124)

Finalmente, se corroboró la finalidad perseguida con la perpetración de estos


actos, a saber, el castigo por la ausencia de información sobre su esposo que no
pudo entregar la señora Fernández.

Para culminar con los aspectos destacables de esta sentencia, es importante


resaltar que, en este fallo, la Corte también se pronunció sobre los denominados
“elementos objetivos y subjetivos de la tortura”, aclarando:

Una violación puede constituir tortura aun cuando consista en un solo hecho u
ocurra fuera de las instalaciones estatales, como puede ser el domicilio de las
víctimas. Esto es así porque los elementos subjetivos y objetivos que califican
un hecho como tortura no se refieren a la acumulación de hechos, ni al lugar
en que estos se realizan, sino a la intencionalidad, severidad del sufrimiento y
finalidad del acto, requisitos que en el presente caso se encuentran cumplidos.
(Párr. 128)

El último de los fallos axiales en este marco jurisprudencial revisa nuevamente


las condiciones especiales que marcaron la violencia sexual ejercida contra las
mujeres en la situación de conflicto en el Perú, que en algunos aspectos resulta
bastante similar a lo acontecido en el contexto colombiano.

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Tortura sexual, expresión instrumental de la violencia en razón del género
Daniela María Bolívar Gómez

“Caso Espinosa González vs. Perú” de la Corte Interamericana de Derechos


Humanos

En 1993, en el marco de la dictadura Fujimorista, “existía en el Perú una


práctica generalizada de tratos crueles, inhumanos y degradantes, con motivo
de las investigaciones penales que se adelantaron por la comisión de delitos de
traición a la patria y terrorismo, convirtiéndose la tortura y los tratos crueles en
instrumentos de lucha contrasubversiva” (Corte Interamericana de Derechos
Humanos, 2014, pág. 21).

Como lo reseña muy bien esta sentencia, durante el conflicto armado vivido
en el Perú “se produjeron numerosos actos de violencia sexual contra las mujeres,
provenientes tanto del Estado como de grupos subversivos de particulares” (párr.
62), en donde “si bien se presentaron eventos de violencia sexual contra varones,
las mujeres fueron afectadas mayoritariamente por estos hechos” (párr. 62),
encontrando configurada para este Tribunal “violencia de género, dado que la
violencia afectó a las mujeres por el solo hecho de serlo” (párr. 62); contexto en el
cual “la violencia sexual fue una práctica generalizada y sistemática, tolerada y en
algunos casos abiertamente permitida por agentes estatales” (párr. 63).

Particularmente en este proceso, se conocieron los actos de los que fue víctima la
abogada Gladys Espinoza González, que, en abril de 1993, fue detenida junto con
su pareja por la “División de Investigación de Secuestros de la Policía” –DIVISE–,
en el marco de una operación para encontrar a los responsables del secuestro de
un empresario.

Gladys Espinoza, alegó que durante su detención sufrió lesiones físicas


considerables y fue víctima de violación sexual, ante lo cual encontró acreditado
la Corte que:

Durante su permanencia en instalaciones de la DIVISE, Gladys Espinoza, fue


interrogada, desnudada forzosamente, amenazada de ser contagiada con sida (…)
en el mismo sentido la Corte encuentra probado que la señora Espinoza González
fue objeto de manoseos, penetración vaginal y anal con manos, y en este último
caso también con un objeto. Asimismo, le propinaron choques eléctricos en los
senos y le halaron los vellos púbicos y uno de los agresores intentó introducirle el
pene en su boca. (Párr. 180)

Todos estos hechos, a juicio del Tribunal Interamericano constituyen violencia


sexual, al igual que actos de tortura.

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El crimen de tortura en Colombia: entre lo simbólico y lo real
Luis Alfonso Fajardo Sánchez, ph.d. - Editor

Finalmente la Corte considera pertinente recordar como ya fue establecido en el


presente caso, que una de las formas que tomó la práctica generalizada de tortura,
fue mediante la práctica de violencia sexual contra las mujeres, en particular por
parte de agentes estatales y en contra de mujeres presuntamente involucradas en el
conflicto armado (…) la Corte considera que los actos de violencia sexual en contra
de Gladys Espinoza también constituyen actos de tortura, cuya prohibición absoluta
pertenece hoy al dominio del ius cogens internacional. (Párr. 195)

Los actos de violencia sexual corroborados en este proceso, trasgredieron


a juicio del Tribunal los mandatos consagrados en los artículos 5.1 y 5.2 de la
Convención Americana de Derechos Humanos –CADH–, alusiva a los derechos
de integridad personal y prohibición de tortura, así como los artículos 1 y 6 de la
CIPST, referentes a las obligaciones de prevención y sanción de la tortura por los
Estados parte (Corte Interamericana de Derechos Humanos, 2014).

Adicional a lo dicho por la Corte IDH en este caso, es importante traer a colación
una de las principales consideraciones jurídicas de este mismo Tribunal en el caso
“Castro Castro Vs. Perú” (2006 ), en el que declaró que “las amenazas y peligro
real de someter a una persona a lesiones”, como la envergadura del contagio del
sida, “puede producir una angustia moral de tal grado que debe ser considerada
como tortura psicológica”.

Para finalizar esta segunda sección, es fundamental revisar un reciente


pronunciamiento de la CIDH, que marca un nuevo paradigma en la interpretación
y manejo de los casos de violencia sexual conocidos por el sistema.

Informe número 74 de 2015. “Caso Marina Selvas Gómez y otras vs. México”
de la Comisión Interamericana de Derechos Humanos

En el marco de un operativo policial para la reubicación del comercio informal en


los municipios de Texaco y San Salvador de Atenco, cerca de trece mujeres fueron
detenidas y movilizadas en autobuses hacia un centro de retención y adaptación
social de la policía; durante este trayecto las mujeres padecieron manoseos,
tocamientos, apretones y pellizcos en senos, glúteos y vagina; de igual forma
algunas fueron penetradas con diversos objetos, y otras obligadas a practicar
sexo oral, mientras las agredían con palabras obscenas, amenazas y golpes
(Comisión Interamericana de Derechos Humanos, 2015).

Estos hechos, que actualmente están siendo conocidos por la Corte IDH, fueron
catalogados para la CIDH, como eventos de tortura sexual, así:

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Tortura sexual, expresión instrumental de la violencia en razón del género
Daniela María Bolívar Gómez

La Comisión encuentra que en todos los casos se efectuaron corroboraciones


conforme a las cuales se concluyó que tanto los hallazgos físicos como psicológicos
de las mujeres son consistentes; asimismo se llegó a conclusiones en el sentido que
fueron víctimas de torturas y malos tratos, incluyendo la tortura sexual. (Párr. 244)

Este concepto emitido por la CIDH es de suma relevancia, por cuanto es el primer
pronunciamiento de una autoridad internacional que, si bien no cuenta con
naturaleza judicial, sí es uno de los órganos del SIDH que está encargado de velar
y atender las situaciones violatorias de los derechos humanos, que precisamente
está denominando y por tanto reconociendo la singularidad de la tortura sexual.
A pesar de no ahondar en un intento de caracterización de esta expresión de
la tortura, limitándose a una designación en el ejercicio de calificación de los
hechos de los que fueron víctimas las llamadas “mujeres de Atenco”, es un avance
significativo que este tipo de entidades empiecen a realizar ejercicios de análisis
fáctico y jurídico integrales, que propician la reflexión por la peculiaridad de la
tortura sexual, de la que se espera ávidamente se pronunciarse la Corte IDH.

IV. LA TORTURA SEXUAL EN EL CONFLICTO ARMADO

Como lo sostiene Martha Torres Falcón (2017), si en contextos de paz, de


normalidad del orden civil, la desigualdad de género y la discriminación generan
considerables índices de violencia contra la mujer, en situaciones de conflicto,
“la violencia de género se reproduce con mayor crueldad, sevicia e incluso mayor
impunidad”. Es por esto por lo que resulta imperativo revisar qué ocurre con la
violencia sexual en situaciones de conflicto para que se potencialice su ocurrencia,
al igual que la relación que han mantenido las mujeres colombianas dentro del
conflicto armado interno con la tortura sexual.

Para empezar, es importante reconocer que el conflicto social es tierra fértil para la
violación de derechos y su correlativa impunidad, por cuanto se vulnera la estabilidad
democrática, lo cual, particularmente, tiene un especial impacto para las mujeres, al
exacerbar sensaciones como el miedo. Esto lo explica de forma más detallada Torres
Falcón (2017) quien precisa: “Las mujeres saben que pueden sufrir hostigamientos
(miradas, chiflidos, comentarios sobre su aspecto, bromas) pero adicionalmente saben
que las palabras rápidamente pueden convertirse en tocamientos indeseados y que de
ahí a la violación el trecho puede ser corto” (pág. 196).

Este imaginario de las mujeres que deben pervivir con el conflicto, junto a las
ideas específicas de masculinidad en las guerras, en donde se fortalecen valores

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Luis Alfonso Fajardo Sánchez, ph.d. - Editor

como el coraje, fuerza, insensibilidad y el valor, hacen que la violencia sexual


sea considerada como una demostración de virilidad por múltiples actores del
conflicto (Falcón, 2017).

De igual forma, en estos contextos, como lo afirma (Hercovich, 1997) la imagen


en bloque de la violencia sexual se fortalece, considerándose innato o natural
la capacidad de los hombres para ejercerla, con la capacidad correlativa de las
mujeres para aceptarla. Y es que en este tipo de situaciones tanto la violencia que
podría ser denominada ordinaria o común, como la violencia sexual se extreman,
sin embargo ese recrudecimiento no es valorado de igual manera para los dos
tipos de violencia, puesto que mientras la violencia común es reconocida y
presentada como secuela principal e independiente, la violencia sexual se oculta
bajo etiquetas como “efecto secundario”, “consecuencia ”, “efecto colateral ” de
la violencia social, lo que provoca como lo sostiene Martha Falcón “que esas
desigualdades que se exacerban en escenarios de conflicto pervivan en procesos de
reconstrucción” (pág. 197).

Por tanto, la suma entre la intensificación del miedo, las ideas de masculinidad
propias de las guerras, junto a la naturalización de la violencia sexual en
escenarios de conflicto, da como resultado que la presencia de esta, bien sea
como hecho real o como amenaza aumente notoriamente, llevando a que la
violencia de género sea subsumida por la violencia social y se vea como algo
aislado o sencillamente se invisibiliza (Falcón, 2017). La normalización de la
violencia genera que se relativicen los efectos que produce sobre las víctimas,
y esto a su vez produce una serie de efectos graves para el acceso a justicia de
las mismas, por cuanto pueden ser inculpadas por la sociedad e incluso por los
operadores judiciales, las consecuencias de la violencia pueden ser ignoradas por
completo o ser subestimadas, y –como resultado de lo anterior– las denuncias
y procesos judiciales pueden ser desestimados por las víctimas, lo cual aporta
entre otros aspectos al subregistro de casos, impunidad y repetición de hechos.

Revisadas las razones por las cuales en escenarios de conflicto armado la


violencia sexual, suele ejercerse en mayor número y severidad, con proporcional
ausencia de justicia, es pertinente revisar la situación particular para el contexto
colombiano.

Violencia sexual en el conflicto armado colombiano

Múltiples autoridades nacionales e internacionales han emitido pronunciamientos


respecto al ejercicio de la violencia sexual como herramienta de guerra en el

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Daniela María Bolívar Gómez

contexto del conflicto armado colombiano, que han permitido caracterizarla,


conocer sus manifestaciones e implicaciones en la población femenina del país.

En el escenario de conflicto colombiano, si bien los hombres son las víctimas


más usuales en delitos como las ejecuciones sumarias y matanzas, la violencia
sexual es el delito habitual que se comete contra las mujeres en este contexto,
entre otras razones, porque “los cuerpos de ellas son concebidos y utilizados como
territorio a conquistar por los contendientes” (Amnistìa Internacional, 2004).

Esta situación, ha generado que organizaciones como “Amnistía Internacional”,


“La Mesa de Trabajo Mujer y Conflicto Armado de la Relatoría Especial de Naciones
Unidas sobre Violencia contra la Mujer” y la CIDH, coincidan en afirmar que “la
violencia sexual es una práctica generalizada en el conflicto armado colombiano,
usada de manera sistemática” por los diversos actores que han intervenido en el
mismo, como las guerrillas, los paramilitares, y miembros de la fuerza pública
(Corporación Humanas, 2009).

En similar sentido, tribunales nacionales como la Corte Constitucional, han


considerado que ese tipo de violencia es una “práctica habitual, extendida,
sistemática e invisibilizada en el conflicto armado nacional”, con especial impacto
para las mujeres indígenas y afrodescendientes, por cuanto la discriminación
histórica que han padecido por su origen étnico, junto a la soportada por su sexo,
se agravan con el conflicto (Corte Constitucional de Colombia, 2004). Violencia
que de igual forma para autoridades como la Coalición colombiana contra la
tortura (2015), constituye: (…) “una de las principales formas de tortura que sufren
las mujeres en Colombia, especialmente en el marco del conflicto armado” (pág. 28).

Junto a estas consideraciones, órganos como la CIDH (2006) han identificado


las manifestaciones particulares que ha tenido la violencia sexual en el conflicto
colombiano, encontrando que esta es utilizada para diversos fines, como los
siguientes:

(i)La manipulada como ataque, para lesionar al enemigo y avanzar en el control


territorial; (ii) la destinada a causar ocupación territorial, desplazamiento forzado o
desarraigo; (iii) la violencia sexual asociada al reclutamiento de mujeres para rendir
servicios sexuales; y (iv) la violencia destinada a hacerlas objeto de pautas de control
social, impuestas en las zonas bajo dominio de los grupos armados ilegales. (Párr. 48)

Estrategias que a juicio de este órgano del SIDH, “sirven adicionalmente como
estrategia para humillar, lesionar y aterrorizar al considerado enemigo”. A las

105
El crimen de tortura en Colombia: entre lo simbólico y lo real
Luis Alfonso Fajardo Sánchez, ph.d. - Editor

manifestaciones ya presentadas, es viable añadir otros contextos particulares en


los que se hace uso de la violencia sexual en el marco del conflicto en Colombia,
como (i) la violencia sexual desplegada en el denominado “contexto intrafilas”
el cual corresponde a la violencia ejercida contra mujeres miembros de las
organizaciones armadas, y (ii) el contexto de privación de la libertad, alusivo
a los actos de violencia sexual perpetrados durante detenciones, en centros
penitenciarios o durante los secuestros (Corporación Humanas, 2009).

Los testimonios que a continuación se trascriben permiten identificar algunas de


las manifestaciones y contextos característicos de la situación colombiana.

[…] desde inicios del año 2007 miembros de las FARC estaban buscando a mi
esposo porque él era motorista de una lancha, lo presionaban para que les ayudara.
Iban a buscarlo y como no lo encontraron, tres tipos me pegaron, me insultaron,
destruyeron mi hogar y sin piedad abusaron de mí. Mientras uno me agarraba otro
me tapaba la boca para que yo no gritara mientras el otro me violaba gritándome
que tenía que disfrutarlo para que no me mataran […] lo peor de todo es que aún
tengo una enfermedad de transmisión sexual”. (Corporación Humanas, 2009)

“Cuando a mí me detuvieron me montaron en una patrulla y me quitaron la ropa,


empezaron a pegarme con las manos y a decirme groserías: perra malparida,
guerrillera hijueputa la vamos a matar, todas las guerrilleras son unas perras”.
(Corporación Humanas, 2009)

Tenía 15 años, vivía en la Vega de Cáchira, Norte de Santander. Llegaron a la casa


tocando y diciendo que tenían hambre y los hombres y las mujeres se levantaron a
cocinarles y matar las gallinas para darles de comer, luego que se les dio la comida
empezaron a abusar de nosotras y mataron a los esposos y a otros los amarraron
porque se metieron a defendernos. Ellos atropellaban y mataban a cualquiera
porque éramos informantes del ejército, porque ellos pasaban y nos pedían agua y
nosotros les dábamos. […] En el pueblo el problema era que no había policía, ellos
eran la Ley”. (Corporación Humanas, 2009)

Con estos relatos se comprueba la existencia de la violencia sexual, como


instrumento para la imposición de reglas de control social, como herramienta
de castigo y medio aleccionador en escenarios propios del conflicto armado
nacional, como la privación de la libertad y las disputas entre actores armados
por el control territorial y poblacional, propiciado por el fortalecimiento de la
normalización y permisibilidad del ejercicio de este tipo de violencia, dirigida
específicamente a las mujeres víctimas del conflicto armado.

106
Tortura sexual, expresión instrumental de la violencia en razón del género
Daniela María Bolívar Gómez

Cifras a lo incalculable

Comprendiendo que la violencia sexual perpetrada sobre mujeres se


incrementa en situaciones de conflicto armado, al nivel de ser calificada para
el caso colombiano como una práctica sistemática, habitual, invisibilizada y
mayoritariamente impune, es interesante revisar las cifras3 que han llevado a este
tipo de consideraciones, que en algunos casos permiten conocer adicionalmente
la calificación jurídica que han recibido los múltiples hechos que han llegado a
ser denunciados, a pesar del alto subregistro que existe sobre los mismos.

La “Unidad Administrativa Especial para la atención y Reparación Integeral de las


Víctimas” –UARIV– (2014) “ha incluido en el Registro Único de Víctimas –RUV–,
un total de 7.565 personas víctimas de violencia sexual en el marco del conflicto
armado”; la “Encuesta de prevalencia de violencia sexual en contra de las mujeres
en el contexto del conflicto armado” reveló que “en 142 municipios con presencia
de grupos armados, con una muestra de 1.954 mujeres, entre los 15 y 44 años
de edad, 145.906 fueron víctimas de algún tipo de violencia sexual” (Casa de la
Mujer, 2011); de igual manera, el “Observatorio de Memoria y Conflicto del Centro
de Memoria” –OMC4–, ha identificado que entre 1958 a 2017, se han reportado
14.982 casos de violencia sexual, de los que solo en 1.928 registros ha sido
posible identificar la modalidad de violencia sexual ejercida, como se revela en
la siguiente tabla:

3
Para organizaciones de derechos humanos, como el “Observatorio de Memoria y Conflicto del Centro de
Memoria”: “no existen datos robustos, confiables y validos sobre la magnitud real de la violencia sexual en
el conflicto armado colombiano.” (Centro Nacional de Memoria Histórica, 2017, pág. 469).
4
El OMC, identifica patrones, dimensiones, modalidades y “características de las víctimas, mediante la
recolección y análisis” de diferentes fuentes de información como el RUV, Dane y Cinep (Centro Nacional
de memoria Histórica, 2017).

107
El crimen de tortura en Colombia: entre lo simbólico y lo real
Luis Alfonso Fajardo Sánchez, ph.d. - Editor

Tabla 1. Número de casos por modalidad de violencia sexual y género.


Modalidades de Sin
Hombres Mujeres Total general
violencia sexual información
Violación sexual 38 683 2 723
Desnudez forzada 180 122 7 309
Abuso sexual 6 226 -- 232
Mutilación de órganos
87 43 1 131
sexuales
Tortura sexual 33 111 6 150
Acoso sexual 10 121 -- 131
Obligar a presenciar actos
16 27 8 51
sexuales
Embarazo forzado 1 38 -- 39
Obligar a realizar actos
4 33 -- 37
sexuales
Cambios forzados en
la corporalidad y la 4 28 -- 32
performatividad de género
Esclavitud sexual 2 30 -- 32
Prostitución forzada -- 20 -- 20
Aborto forzado -- 17 -- 17
Anticoncepción y
-- 17 -- 17
esterilización forzada
Otra modalidad de
1 6 -- 7
violencia sexual
Total 379 1.522 24 1.925
Fuente: Centro Nacional de Memoria Histórica (2017).

Son varios los resultados interesantes que arroja esta tabla construida por el OMC;
en primer lugar los resultados de delitos perpetrados sobre hombres y mujeres,
son abiertamente disimiles, por cuanto estas últimas en todas las modalidades
de violencia sexual, presentan mayor número de víctimas; adicionalmente el
delito con mayor frecuencia es la violación sexual, seguido de actos como el
abuso sexual y la desnudez forzada; y por último, se encuentra a la tortura sexual,
como el cuarto delito con mayor ocurrencia en contra de las mujeres colombianas
dentro del contexto de conflicto armado.

Todo lo anterior, demuestra la necesidad e importancia de dar el debate sobre el


reconocimiento y uso autónomo de la categoría tortura sexual, como expresión
instrumental del delito de tortura, tanto en espacios académicos como judiciales.

108
Tortura sexual, expresión instrumental de la violencia en razón del género
Daniela María Bolívar Gómez

Es importante resaltar, que para arribar a la conclusión favorable a la aceptación


de la violencia sexual como instrumento para el ejercicio de la tortura, es necesario
empezar por propender por procesos judiciales impregnados con perspectiva de
género, lo cual produciría entre otras consecuencias, que se reconociera que no
todas las violaciones a derechos humanos tienen los mismos móviles y producen
las mismas consecuencias para la generalidad de las personas que las sufren;
propiciaría una recolección y documentación de hechos diferente, visibilizando,
y actuando alrededor de las cualidades particulares de la víctima, como su sexo
y/o género; facilitaría el análisis de violaciones a derechos humanos, integrado
más no segmentado, es decir con exámenes contextuales y holísticos de las
denuncias, y por último, permitirá comprender las peculiaridades de la violencia
sexual ejercida en contra de las mujeres, para que su presencia se mantenga
permanente tanto en escenarios de conflicto como en procesos de tránsito a la
normalidad del orden público y social. Todo esto sin duda, tendría implicaciones
no solo nominativas sino en el proceso de investigación, decisión y reparación de
los hechos de violencia sexual que son constitutivos de tortura sexual.

CONCLUSIONES

La versión comúnmente reconocida y visibilizada del delito de tortura, es aquella


que la comprende como el acto o suma de estos que producen un considerable
sufrimiento en quien la padece, con “el objetivo de obtener información precisa o
confesión de algunos hechos”; empero y tras la investigación realizada, es viable
afirmar, que en el estudio de este delito, es necesario revisar la multiplicidad
de medios a través de los cuales se puede alcanzar la finalidad central que este
persigue, cual es, como se vio, “controlar los cuerpos para ajustarlos a precisas
concepciones, bien sea de orden político o social”, por cuanto en la consecución
de ese propósito, se pueden entretejer otras nociones como el género, plasmado
en situaciones puntuales como los actos de violencia sexual sobre mujeres,
destinada, entre otras modalidades, a imponer pautas de control social, emitidas
por particulares, grupos armados ilegales o incluso agentes del Estado.

Ese vínculo entre la tortura y la violencia sexual, que han propuesto algunas voces
académicas y de colectivos sociales, expresado en la categoría “tortura sexual”,
que entiende a este tipo de violencia, como “una forma de discriminación en razón
del género”, instrumentalizada por la tortura, para violentar no solo el cuerpo e
integridad psíquica de las víctimas con profundas secuelas físicas y psicológicas,
sino también, en algunos contextos como el conflicto armado, para extender sus
efectos a los ámbitos familiares, étnicos y comunitarios de las víctimas, encuentra

109
El crimen de tortura en Colombia: entre lo simbólico y lo real
Luis Alfonso Fajardo Sánchez, ph.d. - Editor

fundamento jurídico, que permite declarar que efectivamente la violencia sexual


contra las mujeres es expresión instrumental de la tortura.

La anterior aseveración encuentra sustento en diferentes motivos. En primer lugar,


los actos de violencia sexual, como lo han sostenido los tribunales internacionales
de derechos humanos, satisface los elementos definitorios del delito de tortura,
contemplados en tratados internacionales, cuales son, “la intencionalidad,
severidad del sufrimiento causado y la finalidad del acto”; particularmente, por
cuanto como lo ha manifestado la Corte IDH, a la violencia sexual le es inherente
el grave sufrimiento de la víctima con secuelas físicas, psicológicas y sociales;
además, si no fueran considerados los ingredientes para la configuración del
delito de tortura, por la teleología de la punibilidad de este delito, también se
podría comprender a la violencia sexual como manifestación de este, por cuanto
los actos a través de los cuales se materializa, también atentan contra la dignidad
humana e integridad de las víctimas, derechos también tutelados por la tortura.
Lo expresado, de igual manera permite reiterar, como lo ha realizado la trayectoria
jurisprudencial internacional, que no solo los actos de violación sexual, tienen la
suficiencia jurídica para ser considerados tortura, estos al igual que la diversidad
de acciones que pueden constituir violencia sexual, como la desnudez forzada,
el ver a otros siendo sexualmente agredidos, o recibir amenazas de contenido
sexual, también configuran un “maltrato inhumano que causa un sufrimiento
grave y cruel” (Corte Interamericana de Derechos Humanos, 2006).

Este tipo de violencia especialmente cometido sobre mujeres, que permanece


tanto en “tiempos de paz como en guerra” (Corte Interamericana de Derechos
Humanos, 2006 ), ha sido utilizado en algunas situaciones de conflicto como
medio generalizado de tortura, tal como ocurrió en el Perú, que para el caso
colombiano, ha llegado a ser calificado como el delito habitual, sistemático, y
mayoritariamente cometido en contra de las mujeres, que en el país ha acogido
diferentes manifestaciones, con las que se pretende reclutar a las mujeres con
fines de satisfacción sexual, lesionar al considerado enemigo, causar ocupación
o desplazamiento, e imponer reglas sociales establecidas por grupos armados
ilegales, entre otros.

Para arribar a las anteriores consideraciones, mediante las cuales se amplifica


la interpretación judicial que puede realizarse de actos de violencia sexual, es
fundamental contar con la perspectiva de género por cuanto, a través de esta, se
consigue analizar en clave de género cada una de las situaciones violatorias de
derechos humanos. A través de esta perspectiva, se comprende que las causas que
motivan las violaciones de derechos humanos, no son iguales en todos los casos,

110
Tortura sexual, expresión instrumental de la violencia en razón del género
Daniela María Bolívar Gómez

en algunos, está determinado por el sexo o género de la víctima, pretendiendo


alcanzar finalidades igualmente relacionadas con el control, disposición, y
dominio de sus cuerpos; permite realizar una documentación y recolección de
hechos centrada en la víctima, y no en elementos accesorios como la calidad del
victimario o los eventos de resistencia o violencia física que acompañaron los
hechos, y por último, permite comprender por qué habitualmente las mujeres
son agredidas sexualmente y no asesinadas, es decir, se prefiera atentar contra su
bienestar físico y psíquico, sin cortar la cadena de consecuencias que esta genera
para la víctima, en comparación con los delitos perpetrados sobre hombres.

De implementarse estas pautas de interpretación de hechos de violencia sexual,


seguramente se propiciaría el debate judicial que permitiría contar con procesos
de investigación, decisión y reparación integrales, que empiecen a reconocer la
autonomía y ocurrencia de la tortura sexual, en situaciones tan complejas como el
conflicto armado colombiano. Vaya reto el que viene para la Jurisdicción Especial
para la Paz.

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El crimen de tortura en Colombia: entre lo simbólico y lo real
Luis Alfonso Fajardo Sánchez, ph.d. - Editor

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inscripción en el registro único de víctimas . Anexo 3: Delitos contra la libertad
y la integridad sexual en el desarrollodel conflicto armado. Bogotá, Colombia.

114
Documento anexo:
una adhesión pertinente

CONCEPTO DEL MINISTERIO DE JUSTICIA Y DEL DERECHO


A FAVOR DE LA SUSCRIPCIÓN DEL PROTOCOLO FACULTATIVO
DE LA CONVENCIÓN CONTRA LA TORTURA Y OTROS TRATOS
O PENAS CRUELES, INHUMANOS O DEGRADANTES
El crimen de tortura en Colombia: entre lo simbólico y lo real
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Al responder cite este número


OF118-0015655-DPCP-3200

Bogotá D.C., 30 de mayo de 2018

Doctora
ANDREA JIMÉNEZ HERRERA
Consejero
Ministerio de Relaciones Exteriores Calle 10 # 5-51, Palacio de San Carlos Ciudad

Asunto: Concepto Protocolo Facultativo de la Convención contra la Tortura y Otros


Tratos o Penas Crueles, Inhumanos o Degradantes.

Respetada Coordinadora:

Hemos recibido su solicitud de concepto sobre el Protocolo Facultativo de la Convención


contra la Tortura y Otros Tratos o Penas Crueles, Inhumanos o Degradantes para
determinar la pertinencia de iniciar el proceso de adhesión al mismo. Desde la Dirección
de Política Criminal y Penitenciaria, enviamos anexo un análisis del sentido y alcance del
instrumento en cuestión que nos permite reiterar nuestra postura sobre la necesidad y
pertinencia de dicha adhesión.

Quedamos atentos a cualquier información adicional que requieran de parte nuestra.

Cordialmente,

_____________________________
ADOLFO FRAN O CAICEDO
Director de Política Criminal y Penitenciaria
Anexos: 18 folios.
Elaboró: Laura Catalina Guerrero.
Revisó: María Consuelo Sandoval.
Aprobó: Adolfo Franco Caicedoft

Bogotá D.C., Colombia


Calle 53 No. 13 - 27 • Teléfono (57) (1) 444 3100 • www.minjusticia.gov.co

116
El crimen de tortura en Colombia: entre lo simbólico y lo real
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SENTIDO Y ALCANCE DEL PROTOCOLO FACULTATIVO DE LA CONVENCIÓN


CONTRA LA TORTURA Y OTROS TRATOS O PENAS CRUELES, INHUMANOS
O DEGRADANTES

La tortura y otros tratos o penas crueles, inhumanos o degradantes constituyen


graves violaciones a los derechos humanos que deben ser prevenidas, en especial,
cuando se trata de personas privadas de la libertad. Si bien algunos derechos de
estas personas son objeto de limitación al estar bajo custodia del Estado, otros
como la vida, la integridad personal y la dignidad humana no admiten ningún tipo
de restricción: “el respeto por la dignidad humana constituye el pilar central de la
relación entre el Estado y la persona privada de la libertad, y es, además, una norma
fundamental de aplicación universal” (Sentencia T-851 de 2004, MP. Manuel José
Cepeda). Es por esto que la Constitución Política en su artículo 12 establece que
nadie será sometido a torturas ni tratos o penas crueles, inhumanos o degradantes
y la Corte Constitucional colombiana ha sido enfática en señalar que el objetivo de
prevenir y sancionar la tortura es un imperativo ético y jurídico para los Estados y
las sociedades democráticas (Sentencia C-148 de 2005, MP. Álvaro Tafur Galvis).

Además, dentro del bloque de constitucionalidad colombiano se encuentran los


tratados y convenios internacionales ratificados por el Congreso, que reconocen
los derechos humanos y que prohíben su limitación en los estados de excepción
(artículo 93, Constitución Política). Tal es el caso de la Declaración Universal de
los Derechos Humanos, del Pacto internacional de Derechos Civiles y Políticos,
de los Convenios de Ginebra y de las Convenciones específicas contra la
tortura, tanto a nivel regional como universal. Entonces, en el marco regional
las disposiciones de la Convención Interamericana para Prevenir y Sancionar la
Tortura son normas internacionales imperativas, así como aquellas dispuestas
en la Convención contra la Tortura y Otros Tratos o Penas Crueles, Inhumanos o
Degradantes de las Naciones Unidas en el marco universal.

De lo anterior se puede concluir que la prohibición de la tortura es:

“una norma de ius cogens, es decir, un mandato imperativo de derecho internacional


que no admite acuerdo en contrario, excepciones ni derogaciones por parte de los
Estados, quienes están en el deber inaplazable e ineludible de dar cumplimiento a
sus obligaciones en la materia” (Sentencia T-741 de 2004, MP. Manuel José Cepeda).

En el seno de las Naciones Unidas con el objetivo de buscar nuevas formas de


dar alcance a la Convención contra la Tortura y Otros Tratos o Penas Crueles,
Inhumanos o Degradantes, se consideró necesario fortalecer la protección de

117
El crimen de tortura en Colombia: entre lo simbólico y lo real
Luis Alfonso Fajardo Sánchez, ph.d. - Editor

las personas privadas de la libertad y es por esto que se adoptó el Protocolo


Facultativo de dicha Convención (en adelante, el Protocolo), el cual es objeto
del presente análisis. A continuación, 1) se evidenciará la obligación que tiene el
Estado colombiano de prevenir los actos de tortura en el marco de las Naciones
Unidas y se expondrá el objetivo, alcance y estado de adhesión del Protocolo; ii)
se traerán las recomendaciones que ha realizado el Comité contra la Tortura de
las Naciones Unidas al Estado colombiano para que ratifique el Protocolo, así
como aquellas de la Defensoría del Pueblo y la Sociedad Civil; y por último, ii) se
argumentará a favor de la adhesión del Estado al Protocolo.

La obligación del Estado de prevenir los actos de tortura y el Protocolo


Facultativo de la Convención contra la Tortura y Otros Tratos o Penas Crueles,
Inhumanos o Degradantes

La Convención de las Naciones Unidas contra la Tortura y Otros Tratos o Penas


Crueles, Inhumanos o Degradantes (Convención, en adelante) fue firmada por
el Estado colombiano en el año de 1985 y ratificada en 1987. Esta Convención,
además de ser un instrumento internacional de alta importancia, creó el Comité
contra la Tortura (CAT, por sus siglas en inglés) el cual ha realizado observaciones
de notoria connotación respecto a la situación de las personas privadas de la
libertad. Estas observaciones han estado encaminadas a establecer las garantías
básicas que se aplican para estas personas, que incluyen la necesidad de que
los Estados cuenten con mecanismos imparciales para inspeccionar y visitar los
centros de reclusión (CAT/C/GC/2)1.

Adicionalmente, este instrumento impone la obligación de tomar medidas para


prevenir y sancionar la tortura. Las medidas de carácter preventivo son transversales
a toda la Convención, sin embargo, se encuentran explícitamente previstas en los

1
“Hay ciertas garantías básicas que se aplican a todas las personas privadas de libertad. Algunas de esas garantías
se especifican en la Convención y el Comité exhorta constantemente a los Estados Partes a utilizarlos. Las
recomendaciones del Comité sobre medidas eficaces tienen por objeto exponer con más precisión el mínimo
de garantías que actualmente debe exigirse y no tienen carácter exhaustivo. Entre las garantías figuran llevar
un registro oficial de los detenidos, el derecho de éstos a ser informados de sus derechos, el derecho a
recibir sin demora asistencia letrada y médica independientes, el derecho a ponerse en comunicación con
sus familiares, la necesidad de establecer mecanismos imparciales para inspeccionar y visitar los lugares de
detención y de encarcelamiento, y la existencia de recursos jurisdiccionales y de ‘otro tipo abiertos a los detenidos
y las personas que corren el riesgo de ser sometidas a torturas o malos tratos, de modo que sus quejas puedan
ser examinadas sin demora y de forma imparcial y los interesados puedan invocar sus derechos e impugnar
la legalidad de su detención el trato recibido (Negrilla fuera del texto)” (CAT/C/GC/2, S 13).

118
El crimen de tortura en Colombia: entre lo simbólico y lo real
Luis Alfonso Fajardo Sánchez, ph.d. - Editor

artículos 2, 3, 4, 5, 6, 7, 8, 9, 10, 11, 12, 13 y 15 de la misma. A continuación, nos


referiremos específicamente a dos de ellas que son de especial relevancia para el
análisis que se está realizando: las obligaciones previstas en los artículos 2 y 13 de
dicha Convención.

Por un lado, el artículo 2 de la Convención establece que:

“Todo Estado parte tomará medidas legislativas, administrativas, judiciales o de


otra índole eficaces para impedir los actos de tortura en todo el territorio que esté
bajo su jurisdicción”

Estas medidas deben estar dirigidas a garantizar los derechos a la dignidad, la


libertad personal y a un juicio justo. Si bien el Comité contra la Tortura no tiene
una lista exhaustiva de las medidas que deben tomar los Estados, si expresa
que estas deben ser efectivas y que deben abarcar el mayor número posible
de los elementos que en una situación dada pueden contribuir a disminuir la
probabilidad del riesgo de tortura o de malos tratos (CAT/C/SR.12,S 22; CAT/C/
SR.14,S 34; CAT/C/SR.32, S 34; CAR/C/SR. 32, S 24; CAT/C/SR.36, S 32; CAT/C/SR.61,S 57;
CAT/C/SR77, S 22; CAT/C/SR91., SS 36,43; CAT/C/SR.122, S 68; CAT/C/SR.143/Add.2, S 39;
CAT/C/SR.162, S 77; CAT/C/SR.193, S 44; CAT/C/SR.203, S 51; CAT/C/SR.232, S 38; CAT/C/
SR.238, S 3).

Siguiendo a Nowak y MacArthur (2008) la ratificación del Protocolo Facultativo


y la creación de Mecanismos Nacionales independientes que puedan realizar
visitas periódicas a los centros de reclusión deberían ser consideradas por los
Estados pues son efectivas para dar cumplimiento al citado artículo Convencional.

Por otro lado, el articulo 13 indica que las víctimas de tortura tienen derecho a
presentar una queja y a que su caso sea pronta e imparcialmente examinado por
las autoridades competentes y que los testigos sean protegidos de represalias.
Lo anterior, requiere una articulación institucional para que las medidas estatales
puedan cumplir su fin disuasorio y preventivo general.

Teniendo en cuenta estas obligaciones convencionales y reconociendo la


necesidad de adopción de nuevas medidas para alcanzar los objetivos de la
Convención, se adoptó en el seno de las Naciones Unidas el Protocolo Facultativo
de la Convención contra la Tortura y Otros Tratos o Penas Crueles, Inhumanos
o Degradantes. Este Protocolo busca fortalecer la protección de las personas
privadas’ de su libertad por medios no judiciales de carácter preventivo basados
en visitas periódicas a los lugares de detención (artículo 1), entendiendo que:

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“La prevención de la tortura y los malos tratos abarca o debería abarcar, el mayor
número posible de los elementos que en una situación dada puedan contribuir
a disminuir la probabilidad o el riesgo de tortura o de malos tratos. Tal enfoque
no solo requiere que se cumplan obligaciones y normas internacionales en la
forma y en el fondo, sino también que se preste atención a todos los demás
factores relacionados con la experiencia y el trato de las personas privadas de su
libertad y que, por su naturaleza, pueden ser propios de cada contexto”. (CAT/
OP/12/06, S. 3)

Adicionalmente, ha dicho el Subcomité de Prevención de las Naciones Unidas


que el Protocolo:

“procura reforzar la protección de las personas privadas de su libertad, no


imponiendo nuevas obligaciones sustantivas de prevención sino contribuyendo a
la prevención de la tortura al establecer, a nivel internacional y nacional, un sistema
preventivo de visitas periódicas y de preparación de informes y recomendaciones
sobre la base de éstas” ((CAT/OP/12/6 S. 4).

Así las cosas, las obligaciones que trae el Protocolo van dirigidas a permitir al
Subcomité de Prevención de las Naciones Unidas (creado por el Protocolo)
el acceso a información y libertad para visitar los centros de reclusión, y a
la creación de uno o varios mecanismos nacionales para la prevención de la
tortura (art. 2).

Para que el Subcomité para la Prevención pueda desempeñar su mandato, los


Estados Partes deben comprometerse a darle:

a) Acceso sin restricciones a toda la información acerca del número de personas


privadas de su libertad en lugares de detención según la definición del artículo 4 y
sobre el número de lugares y su emplazamiento;
b) Acceso sin restricciones a toda información relativa al trato de estas personas y a
las condiciones de su detención;
c) Con sujeción a lo dispuesto en el párrafo 2 infra, acceso sin restricciones a todos
los lugares de detención y a sus instalaciones y servicios;
d) Posibilidad de entrevistarse con las personas privadas de su libertad, sin testigos,
personalmente o con la asistencia de un intérprete en caso necesario, así como con
cualquier otra persona que el Subcomité para la Prevención considere que pueda
facilitar información pertinente;
e) Libertad para seleccionar los lugares que desee visitar y las personas que desee
entrevistar. (Artículo 14, Protocolo Facultativo)

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El crimen de tortura en Colombia: entre lo simbólico y lo real
Luis Alfonso Fajardo Sánchez, ph.d. - Editor

El Subcomité de Prevención es un órgano subsidiario al Comité contra la Tortura,


pero tiene gran independencia respecto de este. Sus miembros no son elegidos
por el Comité sino por los Estados Partes y debe ser guiado por los principios
generales de confidencialidad, imparcialidad, universalidad y objetividad.
Si bien al Subcomité se le confieren accesos y libertades que no requieren el
consentimiento previo del Estado, lo cierto es que deben actuar de manera
coordinada con él, pues este debe enviar el programa de su misión para que se
puedan llevar a cabo las visitas sin ningún inconveniente. Por lo anterior, estas
visitas son de naturaleza preventiva y el gobierno puede oponerse, por un lado, a
la inclusión de un determinado experto en las visitas.

(Artículo 13 (3)), y por el otro, a la visita de un determinado lugar de detención


por razones urgentes y apremiantes de defensa nacional, seguridad pública,
catástrofes naturales o disturbios graves (Artículo 14 (2))

Adicionalmente, el Subcomité funge como órgano consultivo y de apoyo de los


Mecanismos Nacionales de Prevención y sus informes son reservados, salvo
que el Estado se sustraiga de adoptar las recomendaciones que se le formulen,
en cuyo caso el Comité contra la Tortura, no el Subcomité, podrá autorizar la
publicación del mencionado informe.

Por otro lado, en los artículos 3 y 17 el Protocolo se establece la obligación de


crear uno o varios mecanismos nacionales:

“Cada Estado Parte mantendrá, designará o creará, a más tardar un año después
de la entrada en vigor del presente Protocolo o de su ratificación o adhesión, uno
o varios mecanismos nacionales independientes para la prevención de la tortura a
nivel nacional. Los mecanismos establecidos por entidades descentralizadas podrán
ser designados mecanismos nacionales de prevención a los efectos del presente
Protocolo si se ajustan a sus disposiciones”. (Art. 17)

El Estado debe permitirle a los Mecanismos Nacionales el acceso a los mismos


medios que al Subcomité de Prevención de las Naciones Unidas y podrán recibir
asesoría de este órgano. Así las cosas, el Protocolo propone la aplicación de
un enfoque integral, lo cual implica el desarrollo de una estrategia global de
prevención de la tortura y malos tratos (Fajardo, 2016). Vale aclarar, que bajo
el artículo 24 del Protocolo el Estado puede posponer la implementación de su
obligación mientras se recibe asesoría del Comité así:

“1. Una vez ratificado el presente Protocolo, los Estados Partes podrán hacer una

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El crimen de tortura en Colombia: entre lo simbólico y lo real
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declaración para aplazar el cumplimiento de sus obligaciones en virtud de la parte


III o de la parte IV;

2. Este aplazamiento tendrá validez por un periodo máximo de tres años. Una vez
el Estado Parte haga las presentaciones del caso y previa consulta con el Subcomité
para la Prevención, el Comité contra la Tortura podrá prorrogar este periodo por
otros dos años”. (Artículo 24, Protocolo Facultativo)

Por otro lado, el Protocolo no obliga a los Estados a adoptar un modelo único para
dicho Mecanismo Nacional, solo establece como característica muy importante
del mismo su independencia. Así las cosas, el Mecanismo debe contar, por lo
menos, con las siguientes facultades:

a) Examinar periódicamente el trato de las personas privadas de su libertad


en lugares de detención, según la definición del artículo 4, con miras a
fortalecer, si fuera necesario, su protección contra la tortura y otros tratos
o penas crueles, inhumanos o degradantes;
b) Hacer recomendaciones a las autoridades competentes con objeto de
mejorar el trato y las condiciones de las personas privadas de su libertad
y de prevenir la tortura y otros tratos o penas crueles, inhumanos o
degradantes, tomando en consideración las normas pertinentes de las
Naciones Unidas;
c) Hacer propuestas y observaciones acerca de la legislación vigente o de los
proyectos de ley en la materia.

En cuanto al estado de adhesión de dicho Protocolo, se puede observar que


Colombia ha sido de los pocos países de la región que ni siquiera lo ha firmado.
El siguiente mapa refleja la situación, el color azul oscuro indica que se trata de
un Estado parte, el azul claro que ha firmado el Protocolo y el naranja que no ha
realizado ninguna acción:

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El crimen de tortura en Colombia: entre lo simbólico y lo real
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Recomendaciones al Estado colombiano para que ratifique el Protocolo

Diferentes organismos internacionales y nacionales han recomendado al Estado


colombiano ratificar el Protocolo. Así lo ha hecho el Comité contra la Tortura de
las Naciones Unidas en las Observaciones al V informe de Colombia (CAT/C/
COU5/Add.1) y lo reitera en las cuestiones previas en el informe que deberá
presentarse en el 2019 (CAT/C/COUQPR/6):

“El Comité valora la creación de la Comisión de Seguimiento de las Condiciones


de Reclusión del Sistema Penitenciario y Carcelario, así como la activa presencia
de la Defensoría del Pueblo y la Procuraduría General de la Nación en los centros
penitenciarios. No obstante, lamenta las informaciones según las cuales no se
estaría dando el debido seguimiento a las recomendaciones formuladas por la
defensoría. Además, el Comité constata la ausencia de un mecanismo plenamente
independiente encargado de inspeccionar todos los lugares de detención, incluidas
las comisarías, los centros de internamiento para menores y los hospitales
psiquiátricos (art. 2).

El Estado parte debe velar por que todos los lugares de detención sean objeto de
inspecciones periódicas e independientes, incluidas las actividades de vigilancia que

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El crimen de tortura en Colombia: entre lo simbólico y lo real
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llevan a cabo las organizaciones no gubernamentales. El Comité alienta al Estado


parte a ratificar el Protocolo Facultativo de la Convención contra la Tortura
y Otros Tratos o Penas Crueles, Inhumanos o Degradantes (Negrilla fuera del
texto)” (CAT/C/COL15/Add .1).

Por su parte la Sociedad Civil y la Defensoría del Pueblo (INT/CAT/NHS/


COL119674/S) han manifestado la importancia del Protocolo en sus respectivos
informes al Comité contra la Tortura anteriormente mencionado. La Coalición
Colombiana contra la Tortura presentó informe alterno al Comité contra la tortura
de la ONU expresando:

“(...) el Estado colombiano parece tener una interpretación errónea y restringida


de los alcances del OPCAT, pues su negativa parece entrañar un recelo a que el
Estado pueda ser juzgado por la situación carcelaria que atraviesan los presos
actualmente. Sin embargo, lo que posibilita el mecanismo creado por el Protocolo
es que un grupo de expertos internacionales hagan recomendaciones sobre la
política pública nacional referente a la población reclusa, oportunidad que se
estaría desaprovechando en contra de las necesidades de la población privada de la
libertad”. (INT/CAT/CSS/COL120055/S)

También, en el grupo de trabajo sobre el Examen Periódico Universal de Derechos


Humanos se realizaron más de 17 recomendaciones al Estado colombiano para
que adopte el Protocolo (A/HRCANG.6/30/L.7).

Por último, conviene destacar que la Comisión Nacional de Seguimiento a


las Condiciones de Reclusión, creada mediante la Ley 1709 de 2014, instó
recientemente al Gobierno Nacional a adherir y ratificar el Protocolo, al considerar
que los mecanismos de verificación allí previstos pueden, y deben, articularse con
las instancias nacionales de protección de los derechos de la población privada
de la libertad.

La pertinencia y necesidad de adhesión por parte del Estado colombiano

Si bien Colombia cuenta con distintas instituciones funcionalmente autónomas


que legalmente están habilitadas para realizar visitas de inspección a los centros
de reclusión, se considera necesario potencializar la labor de estas entidades
a través de la formalización de un Mecanismo Nacional de Prevención en
los términos del Protocolo, que permita vincular la labor de los organismos
nacionales con las instancias internacionales competentes.

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En todo caso, conviene clarificar que:

• La adhesión y ratificación del Protocolo no supone nuevas obligaciones


internacionales de carácter sustancial para el Estado colombiano, más allá
del deber de colaborar con el Subcomité y. los Mecanismos Nacionales de
Prevención en el ejercicio de sus funciones. En otras palabras, el catálogo
convencional de derechos de las personas privadas de la libertad, no se va
a ampliar con la ratificación del Protocolo.
• El Subcomité no es un organismo jurisdiccional o cuasi jurisdiccional,
como podría ser considerada, por ejemplo, la Comisión Interamericana de
Derechos Humanos, de modo que no está facultado para conocer de casos
particulares ni, muchos menos, para imponer sanciones u obligaciones a
los Estados miembros.
• Los informes de Subcomité son, en principio, reservados, y su único
propósito es orientar la política pública de los Estados miembros en
materia de atención a las personas privadas de la libertad.

La Constitución Política de Colombia establece al tenor del artículo 12 que


“Nadie será sometido a desaparición forzada, a torturas ni a tratos o penas
crueles, inhumanos o degradantes”. En ese sentido el artículo 1 de la Ley 599 de
2000 consagra que el derecho penal tendrá como fundamento el respeto a la
dignidad humana.

Dichas normas encuentran en concordancia con el Código Penitenciario y


Carcelario, Ley 65 de 1993, en el cual se contempla, al tenor del artículo 5°, que en
los establecimientos de reclusión prevalecerá el respeto a la dignidad humana,
a las garantías constitucionales y a los derechos humanos universalmente
reconocidos, prohibiendo toda forma de violencia síquica, física o moral. Así
mismo, se encuentra que el artículo 6 de la norma en cita, señala que nadie
será sometido a desaparición forzada, torturas ni a tratos o penas crueles,
inhumanas o degradantes.

Adicionalmente, Colombia aprobó en su ordenamiento interno la Convención


contra la tortura y otros tratos o penas crueles, inhumanas o degradantes
mediante la Ley 70 de 1986, en la que se prevé la obligación de tomar medidas
legislativas, administrativas, judiciales o de otra índole, eficaces para impedir los
actos de tortura en todo territorio que esté bajo su jurisdicción.

Para la que la prohibición de los actos de tortura y tratos crueles inhumanos


y degradantes tenga eficacia, el sistema legal colombiano ha establecido un

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El crimen de tortura en Colombia: entre lo simbólico y lo real
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entramado institucional que busca a través de diversas entidades la protección


de las personas privadas de la libertad de graves violaciones de los derechos.

En materia de seguimiento a las condiciones de reclusión y a la violación de


los derechos humanos de las personas privadas de la libertad, el Legislador
colombiano ha establecido que la Defensoría del Pueblo, la Procuraduría General
de la Nación y las Personerías tienen la misión de promover, vigilar e investigar el
respeto de los derechos humanos, de constatar mensualmente mediante visitas
el estado general de los centros de reclusión y de manera especial el respeto a los
derechos humanos, la atención y el tratamiento de las personas privadas de la
libertad, así como de los fenómenos de tratos crueles inhumanos o degradantes,
teniendo la obligación de realizar frente a los hallazgos las denuncias penales
y disciplinarias correspondientes, así como reportar al Congreso colombiano
los resultados de las denuncias. De igual modo, la función de verificación de
los centros de reclusión ha sido confiada a los Jueces de Ejecución de Penas y
Medidas de Seguridad, quienes también deben velar porque los reclusos no sean
sometidos a prácticas constitutivas de tortura ni sometidos a condiciones que
representen tratos crueles, inhumanos y degradantes.

Ante este escenario, podría considerarse innecesaria la implementación del


mecanismo de verificación mixto (nacional e internacional) previsto en el
Protocolo Facultativo. Sin embargo, no puede pasarse por alto que, pese
a la existencia de los referidos mecanismos nacionales de verificación, se
siguen denunciando casos de tortura, lo que se traduce en falta de eficacia
de dichos mecanismos.

Debe recordarse que la Corte Constitucional advirtió en la Sentencia T-282 de 2014


(MP. Luis Ernesto Vargas), que en algunos centros de reclusión la vulneración de
los derechos de las personas privadas de la libertad y los malos tratos constituyen
una práctica generalizada. En igual sentido, la Corte Interamericana de Derechos
Humanos, en el caso de Gutiérrez Soler contra Colombia (2005), dispuso que el
Estado colombiano debe adoptar medidas dirigidas a mejorar los procesos de
investigación y prevención de casos de tortura de las personas que se encuentran
bajo cualquier modalidad de detención:

“Colombia debe adoptar las medidas que sean necesarias para fortalecer los
mecanismos de control existentes en los centros estatales de detención, con
el propósito de garantizar condiciones de detención adecuadas y el respeto de
las garantías judiciales. Los referidos mecanismos de control deben incluir,
inter alía: (...)

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El crimen de tortura en Colombia: entre lo simbólico y lo real
Luis Alfonso Fajardo Sánchez, ph.d. - Editor

e) Acceso frecuente a dichos centros para los funcionarios de organismos apropiados


de control o de protección de derechos humanos” (CIDH, 2005, p. 48)

Estos pronunciamientos adquieren especial relevancia en el contexto colombiano,


en el que se ha declarado un estado de cosas inconstitucionales del sistema
penitenciario por la Corte Constitucional mediante la Sentencia T-388 de 2013
(M.P. María Victoria Calle), con órdenes complementarias en la sentencia T-762
de 2015 (M.P. Gloria Stella Ortiz).

Por lo expuesto, se hace necesario fortalecer los mecanismos nacionales de


verificación de las condiciones de reclusión, resultando una estrategia idónea
para tal propósito la articulación de los actores nacionales con el Subcomité del
Protocolo.

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El crimen de tortura en Colombia: entre lo simbólico y lo real
Luis Alfonso Fajardo Sánchez, ph.d. - Editor

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131
LUIS ALFONSO
FAJARDO SÁNCHEZ,
Ph.D.

Posdoctor en Narrativa y Ciencia,


Universidad de Córdoba, Argentina.
Doctor en Derecho, Programa de
Derechos Fundamentales de la Univer-
sidad Carlos III de Madrid. Doctor en
Sociología y Ciencias Políticas de la
Universidad Complutense de Madrid -
España. Magíster en Teorías Críticas
del Derecho de la Universidad Inter-
nacional de Andalucía - España.
Diplomado Internacional en Derecho
Internacional Humanitario en el
Instituto de San Remo - Italia. Diploma
Internacional en Derechos Humanos
Universidad de Ginebra - Suiza;
Diploma de Derecho Interna-cional de
los Derechos Humanos en Estrasburgo
- Francia; Especialista en Derechos
Humanos y DIH de la ESAP. Abogado y
Licenciado en Ciencias Sociales.
Consultor de la ONU, OIM, ACNUR,
Unión Europea y de varias organi-
zaciones nacionales e internacionales
de Derechos Humanos, Derecho
Internacional Humanitario (DIH),
mecanismos alternativos de solución
de conflictos y justicia comunitaria.
Par Académico Conaces e Investi-
gador Senior de Colciencias.
L a presente obra es un avance del proyecto de
investigación “El Crimen de Tortura en
Colombia”, realizado en el marco del Grupo de
Investigación “Estudios de Bioética, Ecología
Humana y Ecología Política, Con(s)-CIENCIA”, de la
Facultad de Derecho de la Universidad Libre.

La tortura en Colombia ha existido, incluso antes del


nacimiento de nuestra nación. Si bien es cierto el tipo
penal de tortura es más reciente, su práctica ha sido
un factor común en el transcurrir de estos más de dos
siglos. Esperamos que este texto sea el primero de una
serie de publicaciones para visibilizar este crimen que
efectivamente se encuentra tipificado en el artículo
178 del Código Penal, pero sobre el que existen un
escaso número de sentencias condenatorias.

L��� A������ F������ S������

ISBN 978-958-5578-57-9

Facultad de Derecho
Centro de Investigaciones Sociojurídicas
9 789585 57 857 9 90000

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