en Colombia:
entre lo simbólico y lo real
L��� A������ ������� S ���� , ��.�.
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Facultad de Derecho
Centro de Investigaciones Sociojurídicas
PARES
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A U T O R E S
Facultad de Derecho
Centro de Investigaciones Sociojurídicas
El crimen de tortura en Colombia : entre lo simbólico y lo real / Luis Alfonso Fajardo Sánchez, editor.--
Bogotá : Universidad Libre, 2020.
131 p. ; 24 cm.
Incluye referencias bibliográficas.
ISBN 978-958-5578-57-9
345.025 SCDD 21
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© Facultad de Derecho, 2020.
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Produced in Colombia
D I R E C T I V A S
Presentación 9
I. Introducción 15
II. Tortura y taxonomías sociales en la Colombia colonial 16
III. Tortura e independencia: Rupturas y continuidades de una transición
normativa sin cambios estructurales 27
IV. La tortura como relato trágico de las guerras civiles decimonónicas:
de los Supremos a los mil días de republicanismo sangriento 38
V. Violencia y deshumanización del “otro”: 49
los nombres propios de la tortura 49
V. Conclusiones 54
Referencias 56
I. Introducción 64
II. El cuasi constructivismo o la necesaria interacción entre lo local
y lo internacional 64
III. La problemática de la tortura en las cárceles y su abordaje por
la Defensoría del Pueblo 66
IV. Conclusión 78
Referencias 79
7
El crimen de tortura en Colombia: entre lo simbólico y lo real
Luis Alfonso Fajardo Sánchez, ph.d. - Editor
I. Introducción 83
II. La violencia sexual contra las mujeres y el delito 84
de tortura 84
III. La violencia sexual como expresión de tortura 90
en la jurisprudencia internacional 90
IV. La tortura sexual en el conflicto armado 103
Conclusiones 109
Referencias 112
8
Presentación
9
El crimen de tortura en Colombia: entre lo simbólico y lo real
Luis Alfonso Fajardo Sánchez, ph.d. - Editor
en algún sitio y creando montículos con sus viseras para enviar mensajes de
terror a los demás miembros de ese colectivo. Pero no era suficiente destrozar
el cuerpo, prolongar la muerte, hacer sufrir a la víctima e insultarla El cuerpo
de la víctima, aún parecía un escenario de inmensas ritualidades dispuestas a
causar terror. “Los muertos debían quedar bien muertos, y por ello se decapitaba a
los cadáveres ya que se creía que «el muerto no estaba muerto mientras tuviera la
cabeza sobre los hombros»” (Uribe, 2004).
Por otro lado, los centros carcelarios y penitenciarios de nuestro país son
diariamente escenarios de actos de tortura contra los reclusos y reclusas. Prácticas
como las golpizas; el uso de armas taser y bombas de gas; internamientos
prolongados en las llamadas Unidades de tratamiento Especial UTEs; la negación
a los servicios médico-asistenciales ante enfermedades que requieren tratamiento
especial; la violación sexual, etc., se han convertido en algo cotidiano en todos
los centros de reclusión. Este tipo de prácticas se producen a gran escala incluso
en los centros de reclusión para menores infractores. En el centro detención de
menores El Redentor, ubicado en el sur occidente de Bogotá, el 8 de octubre de
2018 fueron grabados en video siete (7) servidores públicos de la Policía Nacional
sometiendo a golpizas y tratos crueles, inhumanoS y degradantes que la Fiscalía
General de la Nación calificó inicialmente como tortura (Fiscal, 2018).
Por lo anterior, el segundo capítulo del libro se centra en los hechos de tortura
que se cometen en los centros de reclusión y cárceles del país, particularmente,
alrededor de los esfuerzos de las organizaciones colombianas que promueven
los derechos de la población privada de la libertad, puntualizando en la labor de
la Defensoría del Pueblo como la entidad que defiende y garantiza el derecho
de los reclusos a no ser sometidos a tratos crueles, inhumanos y degradantes
u otros constitutivos de tortura. De esta manera, el doctor José Manuel Díaz
caracteriza las estrategias de la Defensoría del Pueblo desde un enfoque cuasi-
constructivista de la garantía de los Derechos Humanos que reconoce el valor de
las acciones conjuntas entre autoridades estatales y actores sociales nacionales
(sub-estatales) en la generación de estándares mínimos para su prevención y
protección. Con este propósito, el texto brinda una aproximación conceptual a
la tortura y los tratos crueles, inhumanos y degradantes y describe el fenómeno
generalizado de la tortura en algunos centros penitenciarios y carcelarios del
país, para luego, exponer la funcionalidad y eficacia de planes de acción con
enfoque cuasi-constructivista –como el mecanismo de denuncia implementado
en el establecimiento penitenciario y carcelario de máxima seguridad de la
ciudad de Valledupar–, en la defensa de los derechos humanos de las personas
privadas de la libertad.
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El crimen de tortura en Colombia: entre lo simbólico y lo real
Luis Alfonso Fajardo Sánchez, ph.d. - Editor
En el tercer capítulo del libro, la doctora Bolívar aborda uno de los temas más
inquietantes y menos trajinados, desde el punto de la calificación jurídica, de lo
que podemos considerar un acto constitutivo de tortura; en qué circunstancias
la violencia sexual –en este caso la que se ejerce por razón de género– puede
considerarse como una forma de tortura, esto es, qué características debe
revestir una agresión sexual para que podamos considerarla –jurídicamente– a
partir de tratados internacionales de derechos humanos, conceptos de órganos
internacionales y pronunciamientos judiciales de tribunales internacionales de
derechos humanos, como mecanismo de tortura. Lo anterior le permitirá al
lector reconocer en qué circunstancias este tipo de violencia contra las mujeres
“se constituye como expresión instrumental de la tortura, y puede denominarse,
tramitarse procesalmente y resolverse judicialmente como tortura sexual”.
L u i s A l f o n s o F aja r d o S á n c h e z , ph . d .
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Memoria de la tortura en Colombia1
Luis Alfonso Fajardo Sánchez, ph.d.2
Cristhian Martín Laiton3
Resumen
Este texto es una reflexión sobre la tortura como técnica corporal de dominación y control
social, una revisión de carácter socio histórico que pretende examinar algunos de los nudos
más remotos de nuestra historia reciente y en ellos determinar los contornos políticos y
normativos que hicieron posible este tipo de prácticas, para realizar un ejercicio de memoria
ejemplar que –en términos de Todorov– permite construir categorías de análisis general,
analogizar hechos actuales y extraer aprendizajes. En este sentido recopila y sintetiza de
forma crítica literatura secundaria sobre la evolución de la tortura desde la época colonial,
el período de consolidación del proyecto republicano, las guerras civiles decimonónicas y la
época de la violencia.
Palabras clave
Tortura, memoria ejemplar, control social, políticas corporales, fundamentos normativos.
1
Este artículo es un avance de la investigación sobre El crimen de Tortura en Colombia que actualmente
adelanta la línea de investigación adscrita al Grupo Con(s)-CIENCIA: Estudios de Bioética, Ecología
Humana y Ecología Política y Derecho, Sociedad y Estudios Internacionales del Centro de Investigaciones
de la Universidad Libre bajo la dirección de Luis Alfonso Fajardo Sánchez - Ph.D., y Cristhian Martín
Laiton como investigador asistente. En este sentido, este artículo brinda un soporte histórico para
la investigación al realizar un análisis de la tortura como dispositivo pretérito de inscripción poder y
dominación social y corporal.
2
Magíster en Derecho, Doctor en Sociología y Ciencias Políticas de la Universidad Complutense de Madrid.
Doctor en Derecho de la Universidad Carlos III de Madrid. Pos-Doctor en Narrativa y Ciencia de la
Universidad de Córdoba, Argentina. Docente investigador, miembro del Grupo de Investigación Estudios de
Bioética, Ecología Humana y Ecología Política Con(s)-CIENCIA, de la Facultad de Derecho de la Universidad
Libre de Colombia y director de la línea de investigación sobre “El crimen de tortura en Colombia”.
3
Abogado y auxiliar de investigación de la línea sobre El crimen de Tortura en Colombia perteneciente
al Grupo de Investigación Con(s)-CIENCIA: Estudios de Bioética, Ecología Humana y Ecología Política y
Derecho, Sociedad y Estudios Internacionales adscrito al Centro de Investigaciones socio jurídicas de la
Facultad de Derecho de la Universidad Libre.
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El crimen de tortura en Colombia: entre lo simbólico y lo real
Luis Alfonso Fajardo Sánchez, ph.d. - Editor
Abstract
This text is a reflection about the torture as corporal technique of domination and social
control; it is sociohistorical revision that has as objective examine some of the most
remote elements of our recent history, and in them determine the political and normative
contours that made possible that type of practices. Therefore, with the purpose of do a
“model memory” exercise –in words of Todorov– that permit to do a construction of general
categories of analysis, compare current facts and obtain learnings. In this sense, it compiles
and synthesize of review way secondary literature about evolution of torture, since colonial
age, republican period, nineteenth-century civil wars and violence age.
Keywords
Torture, model memory, social control, corporal politics, normative fundaments.
14
Tortura sexual, expresión instrumental de la violencia en razón del género
Daniela María Bolívar Gómez
I. INTRODUCCIÓN
15
El crimen de tortura en Colombia: entre lo simbólico y lo real
Luis Alfonso Fajardo Sánchez, ph.d. - Editor
16
Memoria de la tortura en Colombia
Luis Alfonso Fajardo Sánchez, ph.d. - Cristhian Martín Laiton
Después de acabadas las guerras y muertos en ellas todos los hombres, quedando
comúnmente los mancebos y mujeres y niños, repartiéronlos entre sí, dando a
uno treinta, a otro cuarenta, a otro ciento y doscientos (según la gracia que cada
uno alcanzaba con el tirano mayor, que decían gobernador), y así repartidos a cada
cristiano dábanselos con esta color: que los enseñase en las cosas de la fe católica.
(…) Y la cura o cuidado que dellos tuvieron fue enviar los hombres a las minas a
sacar oro, que es trabajo intolerable, y las mujeres ponían en las estancias, que son
granjas, a cavar las labranzas y cultivar la tierra, trabajo para hombres muy fuertes
y recios. No daban a los unos ni a las otras de comer sino yerbas y cosas que no
tenían sustancia; secá- baseles la leche de las tetas a las mujeres paridas, y así
murieron en breve todas las criaturas; y por estar los maridos apartados, que nunca
vían a las mujeres, cesó entre ellos la generación. Murieron ellos en las minas de
trabajos y hambre, y ellas en las estancias o granjas de lo mesmo, y así se acabaron
tantas y tales multitúdines de gentes (…)
Decir las cargas que les echaban de tres y cuatro arrobas, y los llevaban ciento
y docientas leguas. Y los mesmos cristianos se hacían llevar en hamacas, que
son como redes, a cuestas de los indios, porque siempre usaron dellos como
de bestias para cargas. Tenían mataduras en los hombros y espaldas de las
cargas, como muy matadas bestias. Decir asimesmo los azotes, palos, bofetadas,
puñadas, maldiciones y otros mil géneros de tormentos que en los trabajos les
daban, en verdad que en mucho tiempo ni papel no se pudiese decir, y que fuese
para espantar los hombres (sic).
Sobre este punto y fundamentalmente sobre cómo la fiebre del oro se inscribió
en el cuerpo de los sujetos colonizados Raúl García señala:
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El crimen de tortura en Colombia: entre lo simbólico y lo real
Luis Alfonso Fajardo Sánchez, ph.d. - Editor
[…] El ensañamiento con los cuerpos de los indígenas –a través del sufrimiento
infligido– va estableciendo en el nuevo terreno americano una retícula de terror.
Es un entrelazamiento de nudos horrorosos que aprietan sobre la carne de los
aborígenes, y que tiene por función inscribir en esa superficie un texto recordatorio,
una especie de memoria que por generaciones deberá permanecer como letra viva.
Un brillo que quemaba. Allí el oro del cuerpo. (2000, pág. 34)
18
Memoria de la tortura en Colombia
Luis Alfonso Fajardo Sánchez, ph.d. - Cristhian Martín Laiton
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El crimen de tortura en Colombia: entre lo simbólico y lo real
Luis Alfonso Fajardo Sánchez, ph.d. - Editor
El propósito principal del auto era amedrentar a los asistentes, movilizando las
culpas individuales y colectivas.
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Memoria de la tortura en Colombia
Luis Alfonso Fajardo Sánchez, ph.d. - Cristhian Martín Laiton
Al lado contrario frente a los reos, estaban los inquisidores: El estado eclesiástico
a la derecha y la ciudad y los caballeros a la izquierda y. en lo más alto, el fiscal
del Santo Oficio. Los consultores. calificadores y religiosos se acomodaban en
las gradas.
Los prisioneros iban ataviados con insignias que correspondían a las faltas cometidas.
Llevaban en la cabeza una coroza (especie de mitra), con llamas pintadas, y en las
manos unos cofres con réplicas de sus propios huesos. Tenían puesta una saya,
conocida como sambenito, con un letrero en el pecho, que decía el nombre de cada
uno. y portaban en las manos velas amarillas apagadas.
Los adúlteros y embusteros. con corazas, traían una soga al cuello con tantos
nudos como azotes debían recibir. Los pertinaces tenían pintados, en el sambenito,
dragones entre las llamas y demonios; iban amordazados y con las manos atadas.
Las llamas apuntando hacia abajo significaban que el reo había sido absuelto y
que sería readmitido en el seno de la Iglesia. Como si se tratara de un asunto
hereditario, familias enteras condenadas marchaban rumbo al altar del sacrificio.
(1987, págs. 35-36)
De los procesos que adelantó el tribunal de Cartagena durante estos años, llaman
particularmente la atención los que se siguieron contra las mujeres acusadas de
brujería que asistían a las juntas, reuniones nocturnas de la población africana
realizadas de forma clandestina a las afueras de las ciudades, minas y campos
de la Nueva Granada y del Caribe insular, escenarios en los cuales las africanas
y sus hijos convocaron a los espíritus de sus muertos y desplegaron sus saberes
como un gesto de resistencia y reivindicación de su identidad cultural, una suerte
de cimarronismo simbólico que los inquisidores tacharon de aquelarre o cofradía
satánica (Maya, 2013, pág. 34).
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El crimen de tortura en Colombia: entre lo simbólico y lo real
Luis Alfonso Fajardo Sánchez, ph.d. - Editor
Así ocurrió en el caso de las negras bozales del distrito minero de Zaragoza (1618-
1620), acusadas de brujería por el comisario de la región fueron llevadas ante el
tribunal cartagenero, allí, tras cadenas de delaciones y solo con un testimonio en
su contra, fueron presas las esclavas María Linda y Polonia, esta última se resistió a
reconocer su culpabilidad y tacho como falso el testimonio por enemistad, el tribunal
votó y la sometió al tormento en “el potro” donde terminó “confesando” su delito,
[…] se le dio una vuelta en el potro, a lo cual confesó “que era bruja, que la soltasen”.
A la pregunta acerca de sus actividades de bruja respondió que bailaba y nombró
cómplices. A la segunda vuelta en el potro, “yéndose quejando, decía que comía
gente”, y a la tercera vuelta “le dio un gran desmayo” a lo cual se suspendió el
tormento. A las 24 horas se ratificó en su confesión, diciendo que había adorado al
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Memoria de la tortura en Colombia
Luis Alfonso Fajardo Sánchez, ph.d. - Cristhian Martín Laiton
diablo sabiendo que era en contra de la fe católica, que le pesaba y que quería ser
incorporada en la iglesia. (Göggel, 1990, pág. 193)
Durante estos años y hasta pasada la primera mitad del siglo XVII, la inquisición
en Cartagena libró una cacería de brujas que alcanzó niveles trágicos en los años
de 1632 a 1634 cuando se llevaron 45 casos contra mujeres africanas señaladas
de brujería por realizar juntas en Tolú y las Antillas. Aun cuando ninguno de
estos procesos culminó con la incineración de las brujas por disposición de la
inquisición española que en 1614 prohibió la hoguera como forma de castigo para
el delito de brujería (Göggel, 1990, pág. 275) , sí se ejercieron formas de tortura
despreciables en el procesamiento e investigación y se impusieron horrendos
castigos por un delito de fe que para las negras ladinas y bozales simbolizaba
una manifestación sagrada de culto a sus muertos y una alianza política contra
el amo (Maya, 2013, pág. 50).
Como menciona (Mayorga, 2001) “España, más que ninguna otra comunidad
medieval, había recibido y asimilado la influencia tanto del Derecho Romano como
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El crimen de tortura en Colombia: entre lo simbólico y lo real
Luis Alfonso Fajardo Sánchez, ph.d. - Editor
[…] la normativa descrita acerca del tormento judicial también estuvo vigente en la
Nueva España, motivo por el que a los jueces indianos les correspondió conocer e
4
En las Siete Partidas se adoptó la siguiente definición de tormento o tortura: “Una manera de prueba que
fallaron los que fueron amadores de la justicia para escudriñar la verdad y conocerla de los malos hechos que
se hacen encubiertamente y no pueden ser sabidos ni probados de otra manera.”
5
Sin embargo, en realidad el tormento revestía muchas otras formas, así lo reseña (García León, 2010,
pág. 134) citando a Antonio de Quevedo y Hoyos: “El primero modo, pues, de afligir á los reos es echar al
paciente agua por las narizes, tapandole la boca; y este se tiene por peligroso. Otros llaman de ladrillo, que es
poniendole mui caliente los pies del reo, dexandolos primero que esten bien frios. Otro llaman del moxcon, que
es poniendole en el ombligo del paciente de forma que no se pueda ir, y esta causa grandisimo dolor, porque casi
orada las mismas tripas. Otro tormento ai que dizen de la cabra, que es teniendola encerrada, y sin comer por
algun tiempo, y estando hambrienta untar con sal los pies del reo, y soltarla para que se los lama, lo qual ella
haze tambien con hambre y gusto de la sal, que se los rompe y despedaça, y le saca la sangre con tanto dolor del
atormentado, que no tiene encarecimiento. Otros meten unos garrotes entre los pies y manos de los pacientes,
y con cordeles aprietan tan fuertemente, que los dexan mui delgados con el inmenso dolor que padece” (sic).
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Memoria de la tortura en Colombia
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El uso del tormento en los juicios criminales seculares durante la colonia está
descrito en el principal manual de práctica forense colonial y una de las obras
jurídicas más editadas del derecho español e indiano, La Curia Philippica de Juan
Hevia Bolaños. Allí se establece como forma averiguación y prueba para todos
los delitos sancionados con pena corporal, se excluyen las personas que por su
particular condición o su pertenencia a una casta determinada no podían ser
atormentados, así como las ritualidades procesales que debían observarse para
su aplicación, esto es, la necesidad de ratificarla sin constreñimiento, la obligación
de concurrir de los jueces y los escribanos y la exigencia de dejar constancia por
escrito sobre la forma en que se ejecutó y la cantidad que resultó necesaria para
lograr la confesión (Vela Correa, 2000, págs. 144-146).
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El crimen de tortura en Colombia: entre lo simbólico y lo real
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de 1574– para efecto de manifestarlo después y hacerlo suyo, en tal caso los unos y
los otros incurran en pena de muerte natural; y si los ocultadores fueren españoles,
sean desterrados de todas las Indias» (Jaramillo Uribe J., 1963, pág. 22).
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Memoria de la tortura en Colombia
Luis Alfonso Fajardo Sánchez, ph.d. - Cristhian Martín Laiton
Porque Benkos Bioho alzó la voz y gritó por tantas vidas arrancadas e
interrumpidas, gritó para burlarse del miedo y traspasar el silencio; gritó porque
hay que gritar para desenterrar el dolor,
Gritar para recuperar mi nombre. Para rechazar el nombre que me ponen encima
del mío y así me llaman sin respeto. Domingo no es nombre de humano. Yo no
soy Domingo. Yo tengo mi nombre de nacimiento. Yo no respondo si me dicen
Domingo. Ni tampoco jueves. Yo quiero seguir siendo yo. Mantenerme en medio
de las crueldades del trato, de las marcas que destruyen la piel con los hierros
ardientes, de las cicatrices por las heridas mal cerradas del látigo. (…) Gritar para
que no se olvide mi nombre. (Burgos Cantor, 2012, págs. 45-49)
En la segunda mitad del siglo XVIII en toda Europa la cuestión del tormento fue
atacada con argumentos pragmáticos que cuestionaban su confiabilidad para la
consecución de confesiones y delaciones, esto significa, como medio de suplicio
probatorio. En España, autores prebeccarianos como Jerónimo Feijóo y Luis Vives
repararon no tanto “en la crueldad o falta de humanidad de los suplicios cuanto
en su falibilidad en orden a la obtención de la verdad material” (Prieto Sanchís,
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2001, págs. 496-497). En Italia, Beccaria la consideró como “el medio seguro para
absolver a los criminales robustos y condenar a los inocentes débiles” (2012, pág. 29).
6
Este fenómeno que Peters denomina la dimensión sentimental de la tortura, tiene singular importancia
para este estudio, por cuanto es en este momento donde se produce el quiebre discursivo que le
otorga una mayor aplicabilidad al término tortura y que permite que hoy hablemos de una definición
expansiva de la misma, que se aleja de su uso pretérito como medio de prueba y que si bien puede
restarle rigor jurídico, significa mucho más que un artificial salto semántico por cuanto no designa “una
práctica específica, sino, como la ha llamado Malise Ruthven, el «umbral del agravio» de una sociedad en
particular” (Peters, 1985, pág. 208).
28
Memoria de la tortura en Colombia
Luis Alfonso Fajardo Sánchez, ph.d. - Cristhian Martín Laiton
Este proceso también se haría evidente a nivel normativo con la suspensión del
derecho colonial el 18 de marzo de 1808 producto de la abdicación de Carlos IV,
lo que implicó que el cuerpo normativo de las indias solo podría regir de forma
subsidiaria en ausencia de normas propias (Peñas Felizzola, 2006, pág. 58). Con
el Acta de Independencia de 1810 y la imperiosa necesidad de llenar los vacíos
institucionales y normativos que generó la ruptura intempestiva de la relación
colonial –en términos de Valencia Villa (2010, pág. 82), el “síndrome del vacío”–
la Declaración de los Derechos del Hombre y del Ciudadano, otrora bandera de
liberación nacional, se convirtió en la muestra palmaria de nuestra legendaria
tradición de importar instituciones y realizar trasplantes normativos desprovistos
de contexto, al ser incluida “en las constituciones republicanas de la primera
República Granadina, en las cuales se presenta la tendencia a reconocer, garantizar
la dignidad, la libertad y la seguridad del hombre, como justa reacción al estado de
sometimiento durante el régimen colonial” (Ocampo López, 1984, pág. 23).
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El crimen de tortura en Colombia: entre lo simbólico y lo real
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Memoria de la tortura en Colombia
Luis Alfonso Fajardo Sánchez, ph.d. - Cristhian Martín Laiton
Por otro lado, los ejércitos patriotas, pocos meses después de haberse concluido
la guerra de la independencia y amparados en el decreto a muerte de Bolívar,
tomaron represalias severas contra los soldados realistas, el 11 de Octubre
de 1819 en virtud del decreto del 19 de Septiembre que lo encargó del poder
ejecutivo y le otorgó facultades de mitigación y conmutación de penas, el general
Santander fusiló en plaza pública de Santafé a 34 prisioneros de guerra, entre
los que se encontraba el general español Barreiro Majón, de esta forma lo narra
(Cordovez Moure, 2006):
Las ejecuciones, que habían empezado a las siete, terminaron a las diez de la
mañana. ¡Tres horas de angustias y agonías, que atormentaron sin objeto a los
prisioneros y que les hicieron apurar hasta las heces el amarguísimo cáliz de la
muerte, acibarado aún más con el horroroso espectáculo que se les presentaba al
ver los despojos sangrientos de los compañeros que les precedieron en el martirio!
Concluidas las ejecuciones, se dio entrada franca en la plaza, para que el pueblo
saciara su odio y deseos de venganza ante aquellos cadáveres destrozados por
las balas, que tenían las caras chamuscadas por los fogonazos de la pólvora, y
los ojos brotados fuera de las órbitas, porque casi todos recibieron los disparos
a quemarropa, “para no desperdiciar municiones”. Contra las paredes de los
edificios situados a la espalda de los fusilados, se estrellaron masas cerebrales y
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El crimen de tortura en Colombia: entre lo simbólico y lo real
Luis Alfonso Fajardo Sánchez, ph.d. - Editor
pedazos de cráneos con el cuero cabelludo de los muertos, que quedaron unos
encima de otros, sobre una charca de sangre que enrojeció la acequia de aquella
localidad. Esta circunstancia hizo recordar a los concurrentes ensañados» que
pocos días antes la misma corriente de agua bajaba tinta con la sangre de los
próceres de la Patria. Ya fuese el incidente apuntado o el sentimiento del odio
intenso que se tenía a los españoles, es lo cierto que el pueblo de Santafé, de suyo
pacífico y humanitario, hizo en aquel aciago día demostraciones enteramente
contrarias al carácter benévolo que lo distingue, llegando algunos insensatos
hasta cantar y bailar al frente de los que yacían cadáveres, profanando así el
respeto debido a los muertos. (Pág.494)
El once de enero nombró a Sucre de jefe en lugar de Valdés, y le ordenó que exigiese
al gobernador el cumplimiento de la providencia y que “hará pasar por las armas a
todos los desertores sin excepción alguna”.
Dio sendos curatos al fraile Ignacio Mariño, que tenía el título de coronel, y que
hacía para no quedar irregular, a su juicio, meter a los prisioneros en un saco, y
luego ahogarlos, en lugar de fusilarlos […] (Págs. 231-232).
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Memoria de la tortura en Colombia
Luis Alfonso Fajardo Sánchez, ph.d. - Cristhian Martín Laiton
Sucedió en una noche de enero de 1825, que Bernardo Monteagudo, a quien Bolívar
el 26 de febrero de 1824, dio poder para que consiguiera un empréstito en Méjico
“para la República del Perú, bajo la garantía y responsabilidad del gobierno de
Colombia” por doscientos o trescientos mil pesos, fue asesinado; sin que se supiese
cuya fuese la orden para cometerse semejante crimen; por lo cual Bolívar sometió al
negro que le asesinó, a cuestión de tormento; tormento que habían abolido desde
el 30 de mayo de 1811 las cortes españolas y el Consejo de Regencia, y que por
última vez se aplicó en España en 1817, durante el gobierno de Fernando VII, para
que declarara a los promotores del crimen; pero solo consiguió que enredara en él a
algunos inocentes, con semejante medio de investigación. (Pág. 354)
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El crimen de tortura en Colombia: entre lo simbólico y lo real
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Sobre este punto no hay nada más expresivo en tanto categórico que la afirmación
clarividente de Nariño el 11 de agosto de 1811 en su periódico La bagatela, “Nada
hemos adelantado. Parece que hemos mudado de amos, pero no de condición.
[…] los mismos obstáculos y arbitrariedades en la administración de justicia, […]
los mismos títulos, preeminencias y quijotismo en los que mandan” (Nariño,
1811). Aserto que permanecería incólume en lo dispuesto por el artículo 8° de la
Constitución santanderista de 1832 que establece como cualidades para gozar del
estatus de ciudadano granadino -y por tanto para tener derechos- “ser casado o
mayor de veintiún años, saber leer y escribir y tener una subsistencia asegurada,
sin sujeción a otro en calidad de sirviente doméstico, o de jornalero”.
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Memoria de la tortura en Colombia
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[…] del mismo sueño político, el del liberalismo autoritario y el autoritarismo liberal:
una sociedad transparente, legible en cada una de sus partes; una ciudadanía
disciplinada, atravesada de un extremo a otro por la ubicua mirada del poder o por
la sabia vigilancia de la voluntad general. (Pág. 123)
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El crimen de tortura en Colombia: entre lo simbólico y lo real
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Las demás penas corporales que también tenían rasgos de tortura correctiva eran
los trabajos forzados que debían realizar los reos en los puertos de mar o en
fortalezas “en los trabajos más duros, todos los días […] por lo menos por nueve
horas cada día, [yendo] unidos de dos en dos con una cadena, o arrastrando cada
uno la suya […] (artículos 47 y 48)”. Así mismo, el presidio comportaba el trabajo
en obras públicas por nueve horas diarias, todos los días y con un grillete en el
pie (Peñas Felizzola, 2006, pág. 194).
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Memoria de la tortura en Colombia
Luis Alfonso Fajardo Sánchez, ph.d. - Cristhian Martín Laiton
Con la expedición del Código Penal de 1873 (ley 112 de 26 de junio) para los territorios
administrados por el gobierno federal se ratificó la abolición constitucional de la
pena capital, se derogaron las penas infamantes y se redujeron las de presidio,
prisión y reclusión. Siguiendo los derroteros de la Constitución de Rionegro, el
Código de la Unión trató de modernizar el sistema punitivo y eliminar las penas
expiativas del colonialismo, su interés se centró en “la desaparición definitiva del
teatro público del castigo corporal” y en el establecimiento de “la privación de la
libertad como pena privilegiada en una sociedad que, con los cambios generales de
mitad de siglo, valorará la «libertad» como el máximo derecho y bien del individuo
moderno” (Rojas Ramos, 2016, pág. 204), esto significa, en la implantación de
tecnologías disciplinarias y métodos de asepsia social que permitieran resguardar
de la delincuencia a la sociedad republicana y corregir moralmente a los desviados.
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Sin embargo, los dispositivos disciplinarios que surgieron después del Código
Penal de 1837 se mantuvieron en el proyecto modernizador del liberalismo
radical de la época; de manera que el Código Penal de Cundinamarca (1858)
y el Decreto de Casa de Penitenciaría (1869) copiaron los sistemas de castigo
correctivo sobre los reos de la Ley 30 de 1838 y el Decreto 17 de 1839, lo que pone
de presente la continuidad de formas moderadas de suplicio y la renuencia de
la moral republicana
A lo largo del siglo xix el país asistió a múltiples confrontaciones violentas, sucesivas
guerras civiles fueron el corolario de las conflictivas relaciones entre élites locales,
regionales y nacionales que disputaron y ejercieron el poder, sin embargo, no se
pretende reproducir aquí la caracterización estereotipada de estas batallas “como
enfrentamientos absurdos de caudillos ambiciosos, que arrastraban a las masas
populares a desangrarse en peleas sin sentido, en pos de banderas rojas y azules de los
respectivos partidos tradicionales” (González, 2016, pág. 187). Esta interpretación
comporta una simplificación carente de perspectiva histórica e invisibiliza la
complejidad de los antagonismos, la conformación de las identidades políticas
alrededor de protopartidos fortalecidos a través de conexiones clientelares que
seguían la lógica centro-periferia, en suma, minimiza una etiología del conflicto
que tuvo como centro no solo el imaginario de la rivalidad irreductible heredado
de las guerras de independencia, sino también luchas por el poder económico,
profundas divisiones frente al carácter confesional de la educación pública,
competencias por la participación política de las regiones y hasta disputas entre
clanes familiares (González, 2016, pág. 186). De allí que a cada victoria militar
fuera aparejado un nuevo arreglo institucional, “un nuevo arreglo de herramientas
legales y recursos políticos que la fracción dominante pueda usar como autoridad
legítima contra las otras fracciones y también contra la mayoría de la población”
(Valencia Villa, 2010, pág. 128). Sin embargo, es pertinente anotar que las guerras
civiles no tuvieron un propósito reformador en términos normativos,
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Con todo, al decir de González (2016) bien podrían sintetizarse las causas de
estas guerras en tres grupos: las primeras se centraron en la definición del
sujeto político y la participación electoral (Guerra de los Supremos y Guerras
civiles de 1851 y 1854), las segundas pusieron en cuestión el régimen político y la
forma de organización estatal (Guerras civiles de 1861, 1876 y 1885) y las terceras
fueron consecuencia directa del modelo excluyente de la regeneración vindicativa
plasmada en la Constitución de 1886 (Guerra civil de 1895 y Guerra de los Mil
Días) que restauró “la estructura original del régimen construido por Bolívar: el
edificio del centralismo, el presidencialismo, la religión oficial, el proteccionismo
económico y el autoritarismo en materia de libertades públicas” (Valencia Villa,
2010, pág. 166).
Si bien es cierto que la Guerra de los Mil Días fue la más feroz, larga y sangrienta
del siglo XIX, no solo por su masividad y dinámicas bélicas sino también porque
su carácter irregular condujo a la degradación del conflicto, es importante
resaltar que las guerras civiles que la precedieron distaron mucho de acatar el
derecho de gentes o los principios básicos de humanización de la guerra; a pesar
de ser a priori respetuosas de la hidalguía militar no fueron ajenas a hechos
de barbarie y represión en contra de civiles, adversarios heridos en combate e
incluso miembros de la misma tropa considerados rebeldes.
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Una de las guerras del siglo XIX más representativa de este referente fue la de
los Supremos, una confrontación armada que se prolongó durante 21 meses
desde 1839 hasta 1841 y produjo más de 3366 muertes violentas (Giraldo
Ramírez & Fortou, 2011); su eclosión se produjo por la decisión del gobierno de
Márquez de suprimir ocho conventos menores, la insurrección suscitada por
este hecho encontró rápidamente eco en la consabida oposición de caudillos
regionales –Los Supremos–, quienes movilizaron de forma violenta todas sus
discrepancias con la administración central generalizando la refriega al punto de
alcanzar connotaciones nacionales. En algunos de los episodios bélicos que se
sucedieron se pueden rastrear, dentro de lo que la historiografía distingue como
“narraciones de los protagonistas” (Uribe de Hincapié & López, 2006, pág. 53),
algunas prácticas constitutivas de tortura en contra de prisioneros de guerra, el
General José María Obando, supremo de Pasto, lo plasmó así en sus conocidos
“Apuntamientos para la historia”,
En todas las escaramuzas no tuve más pérdida que dos heridos leves y un corneta
(Piñuela) y un soldado prisioneros a quienes, vivos, les cortaron las orejas (trofeo
que llevaron a presentar a Herrán quien había ofrecido pagarlas a dos reales el par),
y después los asesinaron a bayonetazos. (Obando, 1970, pág. 424)
Cuando la división que venía al mando del señor Coronel Concepción Melgarejo,
llegó a esa capital, todos los pueblos de la serranía estaban dispuestos a prestar sus
servicios y recibirlos como amigos, si la división se portaba como era de esperarse,
respetando a los ciudadanos y sus propiedades… Empero desde el momento
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Por otro lado, durante la Guerra de Soberanías de 1860 en la que las tropas
del liberalismo radical en cabeza de Tomás Cipriano de Mosquera enfrentaron
al gobierno conservador de Mariano Ospina Rodríguez, la tortura apareció
como síntoma inequívoco del tránsito al fanatismo frenético de las identidades
políticas en la sociedad granadina. Así lo ejemplifica una técnica desarrollada por
las tropas conservadoras para mortificar durante el traslado a los presos políticos
aprehendidos en combate denominada “La Cachupina” “que consistía en colocarle
al detenido un chaleco de cuero mojado bastante ajustado al cuerpo desnudo,
y que se iba estrechando e internándose en las carnes a medida que se secaba”
(Aguilera Peña, 2006, pág. 52) con este lo sometían a caminatas interminables,
sin suministrarle ningún alimento y en ocasiones lo obligaban a trotar detrás de
los caballos para agudizar el ahogamiento.
Sobre este punto, algún sector de la historiografía sostiene que las guerras
civiles anteriores a la positivización del derecho de gentes –incorporado
por la constitución política de 1863- fueron más violentas en lo que toca con
la atrocidad en actos ajenos a la confrontación, ferocidad en los combates y
respeto a los derechos de los presos aprehendidos en combate, sin embargo,
para (Aguilera Peña, 2006) esta formalización “no condujo necesariamente a la
humanización de los conflictos, pues es evidente que se siguieron presentando en
cada uno de ellos diversas manifestaciones de atrocidad” (Pág.44). Así ocurrió en
la guerra civil de 1876, una de las más cortas en duración -9 meses- y a su vez, la
tercera más sangrienta del siglo en términos de muertes violentas por la tasa de
población de la época -137.909- (Giraldo Ramírez & Fortou, 2011), durante esta,
la guerrilla conservadora utilizó la tortura como método de amedrentamiento de
la población civil, los prisioneros eran vejados, privados de alimento, amarrados
–en ocasiones enjaulados- y paseados por diferentes poblados contiguos al lugar
de la batalla para ser escupidos, humillados y agredidos por turbas enardecidas,
así relata Mario Aguilera (2006, pág. 53) uno de estos excesos:
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(…) pues obstaculizaron el flujo libre de mercancías, dado que los ejércitos y las
guerrillas interrumpieron enlaces, bloquearon y destruyeron rutas, barcos, líneas
ferroviarias, postes y líneas de telégrafo, produjeron retrasos en las importaciones y
exportaciones, y encarecimiento de mercancías por la escasez general. (Ortiz Mesa,
2005, pág. 50)
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Sin embargo, para los nacionalistas el poder político, el orden social y la seguridad
pública en una sociedad fracturada eran problemas centrales para supeditarlos
a la eficacia de la moral religiosa, de allí que en 1890 se reglamentara la pena de
muerte por fusilamiento y se revivieran los trabajos forzados en obras públicas
con la expedición de un nuevo código penal para la república previamente
unificada, que restableció la liturgia penal del código santanderista, así lo expresa
(Rojas Ramos, 2016, pág. 207):
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A pesar de que el Código Penal de 1890 prescribía en el Capítulo VIII del Libro
Tercero, delitos como la tortura, arbitrariedad y violencia penitenciaria7, estos
contenidos fueron abiertamente desconocidos por las tensiones sociopolíticas
de la época que generaron un recrudecimiento del uso arbitrario del poder
punitivo, ejercido fundamentalmente a través del fusilamiento y la reclusión
penitenciaria, y encaminado a eliminar los instrumentos de movilización política
del liberalismo belicista radical; para los regeneradores el problema delincuencial
era un problema político que debía ser controlado, silenciado con el presidio o
arrancado de raíz. (Márquez-Estrada, 2013, pág. 108).
El siglo XIX terminó con la mayor guerra de la hasta entonces germinal historia
republicana; su extensión geográfica, proporción de los ejércitos, desarrollo,
participación de niños y mujeres, alargamiento, número de víctimas y
confrontación irregular producto de la degradación, constituyen una dinámica
7
Como el artículo 698 que prohibió atar o hacer atar, poner grillos, esposas o cadenas u oprimir de otro
modo a una persona sin las facultades legitimas para ello o teniéndolas, si lo hiciere por fuera de los casos
prescritos o permitidos por la ley (art.699), o el artículo 700 que prohibía la aprehensión o detención
arbitraria y la opresión o mortificación durante el arresto y finalmente el artículo 701 que tipificaba como
delito los tormentos durante el arresto, la privación o suministro insuficiente de comida o bebida.
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Durante esta época el conflicto escapó del control de los generales de ambas
facciones, hubo un desplazamiento geográfico de los episodios bélicos y, en
consecuencia, una exacerbación de la atrocidad que crecía exponencialmente
por el deseo de venganza con la ejecución de cada acto de barbarie que
indefectiblemente suscitaba represalias semejantes. En el Tolima y Santander,
dos de los epicentros más críticos de la guerra, el ensañamiento y tortura contra
prisioneros, civiles y militares adquirió tintes dantescos,
En Peñaranda, jurisdicción de Ibagué, fue asesinado Samuel Cleves, hijo del general
liberal Indalecio Cleves. El joven fue apresado en su casa por una “comisión del
8
Así lo expresa (Jaramillo Castillo, 2000): “Consistía esta práctica en acciones imprevistas por medio de las
cuales se cercaba la plaza de mercado de los pueblos en sus horas de mayor afluencia y se tomaban como
reclutas los hombres requeridos por la guerra, que normalmente eran todos los presentes. A fin de evitar
evasiones, era común que se les amarrara con lazos y se les llevara de cabestro a los cuarteles.”
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gobierno”, luego fue amarrado, siendo objeto de varias mutilaciones (nariz, labio
superior y orejas) y posteriormente, muerto a tiros. En los llanos del Combeima, en
ese mismo departamento y durante la citada guerra, a un señor de apellido álvarez,
los conservadores le cortaron las plantas de los pies “para hacerlo caminar descalzo”
y luego lo ultimaron. En Amaine, al general Chávez, los conservadores le ataron las
manos clavándole una bayoneta, luego lo pasearon por las calles propinándole más
de 800 planazos, en seguida le sacaron los ojos con una bayoneta y finalmente lo
fusilaron. (Aguilera Peña, 2006, pág. 50)
[…] el jefe liberal Pedro Soler Martínez estuvo a punto de ser fusilado por el general
Herrera y fue severamente cuestionado por el general Uribe Uribe debido a que
había cometido varios actos de ferocidad: machetear a tres prisioneros, y entre ellos
a un niño de 14 años, quien perdió una mano; decapitar a un capitán que conducía
a unos presos, confundiéndolo con el enemigo, y machetear a otros prisioneros que
se hallaban en una casa custodiada por centinelas liberales, todo ello en uno de los
quince días que duró la mencionada batalla. (Aguilera Peña, 2006, pág. 48)
En otros casos estos actos de barbarie suscitaron burlas o fueron vistos como
símbolos extravagantes de superioridad militar así,
En la Guerra de los Mil Días, el cadáver del famoso general liberal Avelino Rosa,
asesinado por sus guardianes en un campamento conservador, fue amarrado a una
viga de madera y expuesto en la plaza de Ipiales a las burlas de la tropa. En esa misma
guerra, al cadáver del coronel liberal Enrique Lozano, que había sido asesinado
en Icononzo, luego de caer prisionero le arrancaron el bigote y la barba para ser
expuestos. Igualmente, en 1900 fue exhibida por las calles de Ibagué, ensartada en
una asta, la cabeza de Joaquín Rojas, quien había dado muerte al general conservador
Lucas Gallo, disparándole cuando pasó con un pelotón militar por su sementera; la
cabeza de Rojas la trajeron desde Armenia donde fue decapitado. Otra cabeza que
fue expuesta como trofeo fue la del general Aristóbulo Ibáñez, quien fue cazado y
decapitado, luego del tratado de paz de neerlandia, y su cabeza fue expuesta por
pueblos y chicherías de Boyacá. En esta misma guerra, se cuenta que, en Gramalote,
luego de ser ocupada por los liberales, se exhibieron cadáveres conservadores en
calles, puertas y ventanas. (Aguilera Peña, 2006, pág. 51)
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Allí, en “La ciudad del penado” como era conocido el Panóptico de Bogotá,
fueron sometidos a los peores vejámenes físicos y morales presos comunes y
políticos entre los que sobresalen guerrilleros e intelectuales liberales como “el
poeta Adolfo León Gómez, Enrique Olaya Herrera, el expresidente Santos Acosta,
el general Benjamín Herrera y Julio Flórez” (Márquez-Estrada, 2013, pág.109).
En las fases finales de la guerra el Panóptico se convirtió en un símbolo de la
represión nacionalista y en la muestra irreprochable del país envilecido que
forjó la guerra; el hacinamiento y las condiciones insalubres son narradas así
por el poeta sobreviviente Adolfo León Gómez en su célebre obra “Secretos del
Panóptico”(1905) citado por (García Núñez, 2008),
En la parte alta, a donde se subía por una escalerilla de piedra, había tres piezas
sobre el lado oriental y otra al sur. Los presos políticos bautizaron todos esos cuartos
con diversos nombres muy significativos: de los dos lóbregos salones de abajo
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Habla en Secretos del panóptico, capítulo sexto, “La inquisición”, del terrorífico
cepo, “un suplicio tan bárbaro, que aun a los hombres más esforzados y valientes
hacia gritar y llorar, como los presenciamos muchas veces. Y no era para menos,
porque consistía en dos maderos paralelos colocados horizontalmente sobre dos
postes verticales a cierta altura del suelo. En esos maderos había agujeros para
meter los pies del preso, que quedaba colgando con la cabeza contra los ladrillos”.
Otro tormento era la picota: “Esta es un botalón o poste de hierro clavado en la
mitad de un patio, a flor de tierra. De la cabeza de ese poste salen tres gruesas
cadenas de hierro, y una de éstas la remachaba un herrero sobre el tobillo del
preso, que permanecía allí, según su falta o la crueldad de sus verdugos, un día
o dos, o tres o más, con sus noches, a la intemperie, girando alrededor del poste
con desesperación horrible y satisfaciendo en el mismo lugar sus necesidades
corporales”. Otro humillante suplicio era el mico, “consistía, según me refirieron,
porque no lo vi, en un gran trozo de madera, que por medio de una gruesa cadena
de hierro ataban sobre el tobillo del paciente, quien se veía forzado a permanecer
en un solo sitio o a cargar su mico por dondequiera que iba, pues no era fácil ni
cómodo arrastrarlo. Los condenados a sufrir el mico hacían una figura grotesca
llevando en brazos, como a un niño enfermo, a todas horas y por todas partes, su
inseparable y pesado compañero”. Y así otras torturas como la guillotina, los grillos
y las cadenas. “De todos los horrores del Panóptico, ninguno, sin embargo, tan
odioso y tan infame como el castigo del baño, que según me refirieron personas
honorables, se aplicó varias veces a pobres seres desvalidos, de esos que no tienen
medio alguno de defenderse, ni autoridades que los oigan”.
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Si durante las guerras civiles del siglo XIX las élites partidistas en disputa movi-
lizaron bases sociales que acudían a la guerra convencidas de estar luchando por
rivalidades ajenas, en el siglo XX las clases populares construyeron su identidad
política a partir de odios familiares y regionales heredados, que en algunos casos
compartían su fundamento con creencias religiosas particulares y en otros con
la pertenencia a movimientos de clase obrera o campesina que surgieron en la
década de los años 20 a raíz de la proletarización de campesinos y trabajadores
urbanos asalariados que desbordaban los marcos tradicionales del bipartidismo
en tanto enarbolaban reivindicaciones sociales propias, que no se correspondían
totalmente con el proyecto liberal (Sánchez & Meertens, 1983, pág.30).
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El costo político de estos sucesos sumado a las divisiones internas del partido,
la inmoralidad en la administración pública y los efectos de la Gran Depresión
económica de 1929 aceleraron la ruptura de la hegemonía conservadora que
perdería las elecciones de 1930 con la llegada al poder de Enrique Olaya Herrera
en representación del renovado partido liberal que reformularía sus directrices
ideológicas decimonónicas sobre el federalismo y la libre competencia por el
intervencionismo del Estado en la economía, el respeto de los derechos de las
masas proletarias y el centralismo como forma de organización estatal.
Por otro lado, el triunfo liberal desencadenó serios brotes de violencia en las
regiones de Santander, Boyacá, Cundinamarca, Antioquia y parte de Caldas,
donde “so pretexto del cambio de Gobierno o quizás como último gesto de nuestro
quijotismo pendenciero de los Mil Días” (Guzmán, Fals y Umaña, 1962, pág.38) se
enfrentaron liberales y conservadores dejando como resultado no solo múltiples
asesinatos, casas incineradas y personas exiliadas sino también heridas profundas
y odios indeclinables entre las familias que posteriormente alcanzarían niveles
inusitados de horror, así lo expresan (Guzmán, Fals & Umaña, 1962),
No perdura el climax de horror. Sin embargo, «algo quedó sembrado el año 30».
Desconocerlo es miopía de mala ley. Nadie vuelve a pensar en ello porque a la
postre el fenómeno se diluye en odio entre familias que se extinguen con precisión
fatal. (Pág.41)
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fronteras partidistas”, esto es, un intento por cerrar filas entre las elites políticas y
económicas contra el proyecto gaitanista de base que emergía con fuerza. Así lo
señalan (Sánchez & Meertens, 1983),
Cuentan estos que escuchaban fervientemente los programas de radio en los cuales
los líderes se dirigían a sus copartidarios mediante discursos incendiarios. Estos
programas eran seguidos al pie de la letra por miles de familias colombianas,
contribuyendo a impregnar de odios políticos los espacios de sociabilidad
campesina. En las zonas rurales las comunidades campesinas estaban adscritas
a los partidos políticos tradicionales y se identificaban con estos. Eran identidades
que funcionaban como cajas de resonancia que hacían eco a los discursos de los
líderes. (Pág. 32)
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A raíz de las incursiones violentas que hicieron los policías “chulavitas” en las veredas
liberales entre los años 1948 y 1952, la contienda bipartidista se fue expandiendo. Al
calor de las afrentas, las muertes y las mutilaciones que se infligían unos a otros, fue
aumentando la acumulación del odio y la necesidad de venganza. Los campesinos
que no se armaron terminaron siendo las víctimas de ese proceso de venganzas y
retaliaciones. (Pág. 46)
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Las masacres de La Violencia son actos rituales llevados a cabo al margen de las
actividades cotidianas y con una secuencia de acciones que tenían un determinado
orden. No fueron actos casuales ni fortuitos sino acontecimientos reiterativos por
medio de los cuales sectores rurales marginados del ejercicio del poder, ejercieron
una forma extrema de poder. Uno de los efectos que perseguían sus autores,
era establecer, mediante la implantación del terror, un predominio partidista allí
donde existía paridad entre los miembros de los dos partidos políticos. La extrema
polarización que instauró el bipartidismo en las zonas rurales impidió las soluciones
mediadas por intermedio de terceros. Un tercero, que bien podría haber sido el
Estado, estaba ausente y los individuos se veían obligados a resolver el conflicto
hombre a hombre. La venganza alimentaba las masacres ya que la gran mayoría
se llevaron a cabo para vengar la muerte de parientres asesinados en masacres
anteriores. (Pág. 84)
9
Como mencionan (Guzmán, Fals Borda y Umaña, 1962) “«no dejar ni la semilla» es negar al hombre del
bando opuesto el derecho a la procreación […] exterminando a la mujer como principio de vida y al niño
como suprema concreción del amor” (pág. 248).
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VI. CONCLUSIONES
De allí que a lo largo de esta revisión de la tortura en Colombia se haya optado por
la memoria ejemplar que supone una apuesta por transfigurar el dolor pasado
como un principio de acción para el presente. Por lo que no es inconveniente
afirmar que en Colombia es necesario rastrear las matrices discursivas que
han legitimado prácticas horrendas como la tortura, esto significa, que es
inevitable indagar a través de la ubicación histórica de estos fenómenos por los
fundamentos sociales, jurídicos y culturales que los han hecho posibles, con
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Por otro lado, es importante superar definiciones restrictivas de tortura que tienen
raíz en las conceptualizaciones sobre la cuestión del tormento, aplicado como
mecanismo procesal en los países del antiguo régimen. Lo anterior, por cuanto
algunos de los autores consultados que han hecho aproximaciones históricas
a la tortura se han detenido ampliamente en la descripción pormenorizada de
los sistemas procesales de la época y han obviado las intersecciones que tienen
estas prácticas con el ejercicio del poder, los mecanismos represivos de control
social y las construcciones de subjetividades “ideales”.
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REFERENCIAS
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biblos/tesis/derecho/dere1/Tesis36.pdf.
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El cuasi constructivismo
en la experiencia colombiana
de lucha contra la tortura
en los centros de reclusión
José Manuel Díaz Soto1
Resumen
El propósito de este artículo de investigación es exponer una aproximación cuasi constructivista
de los mecanismos nacionales de lucha contra la tortura. Con tal propósito, en primer
lugar, se aborda el concepto de cuasi constructivismo y su incidencia en los procesos de
transformación social. Seguidamente, se hace mención al concepto de tortura y a las formas
en que se reprime en el derecho penal nacional y en el derecho internacional de los derechos
humanos. Por último, pero no menos importante, se expone la estrategia de prevención de
tortura en cárceles diseñada e implementada por la Defensoría del Pueblo, y las razones por
las que se considera que tal iniciativa responde a una dinámica cuasi constructivista.
Palabras clave
Cuasi constructivismo, tortura, prisión, Defensoría del Pueblo, transformación social.
Abstract
The purpose of this research is to present a quasi-constructivist approach to national
mechanisms to combat torture. With this purpose, in the first place, the article addresses the
concept of quasi-constructivism and it`s impact on the processes of social transformation.
Next, the article develops the concept of torture and the ways in which it is repressed in
national criminal law and in international human rights law. Last but not least, the strategy
of prevention of torture in prisons designed and implemented by the Ombudsman’s Office
is explained, and the reasons why it is considered that such an initiative responds to a quasi-
constructivist dynamic.
Keywords
Quasi-constructivist, torture, prisons, Ombudsman’s Office, social transformations.
1
Abogado, Magíster en Ciencias Penales y Criminológicas de la Universidad Externado de Colombia.
Magíster en Derecho Internacional de la Universidad de los Andes. Asesor de la Dirección de Política
Criminal y Penitenciaria del Ministerio de Justicia y del Derecho en asuntos penitenciarios.
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I. INTRODUCCIÓN
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El cuasi constructivismo en la experiencia colombiana de lucha contra la tortura en los centros de reclusión
José Manuel Díaz Soto
En lo que hace al SADH, el autor sostiene que la efectividad del sistema africano de
protección de derechos humanos no debe medirse en términos de cumplimiento
o de persuasión, sino de correspondencia; entendiendo por correspondencia la
aproximación de la acción de los Estados a las normas y postulados del derecho
internacional de los derechos humanos. A efectos de ejemplificar la aptitud del
sistema africano para forzar la correspondencia entre el accionar de los Estados
y la Carta Africana, el autor trae a colación dos casos en los que las autoridades
judiciales nigerianas, pese al régimen dictatorial imperante, se valieron de la Carta y
de los pronunciamiento de la Comisión para amparar los derechos fundamentales
de varios ciudadanos, a pesar que tal posibilidad no estaba contemplada –y en
algunos casos incluso se encontraba proscrita– por el ordenamiento nigeriano.
2
Para el momento en que el autor escribe su artículo, la Corte Africana de Derechos Humanos no había
iniciado su operación.
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Así mismo, el concepto de tortura está asociado a la idea del suplicio –del latín
suppliciuim–, que en el Derecho antiguo constituía una pena ordenada por una
decisión de justicia. La vinculación de la pena –suplicio– y la tortura no es fortuita,
por el contrario, se explica en razón a que durante buena parte de la historia de
la humanidad el objeto del poder punitivo fue el cuerpo del delincuente, al que
se atormentaba para obtener una confesión o como mecanismo para expiar su
culpa. Aún hoy el modelo punitivo de los Estados liberales continúa ensañándose
con la persona del delincuente, a la que se somete a sufrimientos y angustias
como retribución justa por el daño causado. En otras palabras, la pena privativa
de la libertad, y esto es particularmente cierto en las cárceles de Latinoamérica,
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El cuasi constructivismo en la experiencia colombiana de lucha contra la tortura en los centros de reclusión
José Manuel Díaz Soto
Para los propósitos del presente ensayo, me limitaré a señalar que la legislación
penal colombiana consagra un concepto de tortura sustancialmente más
amplio que el previsto en el Derecho internacional, en especial la normatividad
nacional se distingue por los siguientes elementos: i) No exige que la tortura
sea cometida por funcionarios estatales o con la aquiescencia de éstos; ii) No
demanda que los dolores o sufrimientos constitutivos de tortura sean graves; y
iii) No vincula los actos constitutivos de tortura con ninguna finalidad específica,
al prever que “en la misma pena incurrirá el que cometa la conducta con fines
distintos a los descritos en el inciso anterior”(Ley 599,2000, art.178).
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Luis Alfonso Fajardo Sánchez, ph.d. - Editor
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El cuasi constructivismo en la experiencia colombiana de lucha contra la tortura en los centros de reclusión
José Manuel Díaz Soto
En segundo lugar, la definición más laxa de tortura dificulta a los servidores estatales
comprender adecuadamente la ilicitud de su comportamiento, pues abarca
formas de coacción que, aunque ilícitas, no se aproximan al entendimiento común
del concepto de tortura. Al respecto, permítaseme destacar que la Defensoría del
Pueblo de Colombia ha participado junto con el Comité Internacional de la Cruz
Roja –CICR– en numerosas capacitaciones acerca del uso de legítimo de la fuerza
en los centros de reclusión, dirigidas al personal de custodia y vigilancia de las
cárceles y penitenciarías del orden nacional. En desarrollo de las mencionadas
capacitaciones, a los funcionarios les resulta sumamente difícil entender que
determinadas acciones que no comportan el uso de la fuerza física puedan ser
constitutivas de tortura. Así, por ejemplo, uno de los casos que como capacitador
empleaba en estos talleres, consistía en una hipotética situación en la que en
desarrollo de un registro corporal los guardias advierten que el recluso padece
de una deformidad física y lo obligan a permanecer en ropa interior para burlarse
de él por un período prolongado. Conforme a la definición legal de tortura que
recoge el ordenamiento jurídico nacional, nada es óbice para adecuar estos
hechos como un auténtico acto de tortura, pese a que no se trata de una agresión
física ni de sufrimientos emocionales de entidad.
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El cuasi constructivismo en la experiencia colombiana de lucha contra la tortura en los centros de reclusión
José Manuel Díaz Soto
Estas dos ideas, esto es, que la tortura es un mecanismo de dominio y que
sus ejecutores materiales se excusan en la pertenencia a una estructura
jerárquica, me conducen a la segunda reflexión que considero útil plantear
en este escrito, acerca del modo de abordar desde un enfoque cuasi
constructivista la problemática analizada; a saber: la tortura al interior de
los centros de reclusión no es un tema que pasa por la existencia de algunas
“manzanas podridas” que deben ser desvinculadas de las funciones de
custodia o vigilancia, por el contrario, se trata de un problema estructural
relacionado con los poderes manifiestos y latentes que convergen en los
centros de reclusión, los cuales usan la tortura como estrategia de dominio.
En consecuencia, la labor de las organizaciones que promueven los derechos
humanos no puede limitarse a documentar algunos casos, sino que exige la
presencia permanente al interior de los centros de reclusión, como estrategia
para romper los juegos de poder que dan lugar a que se acuda a la tortura
como práctica generalizada y sistemática.
En mayo del año 2014 la Corte Constitucional profirió la sentencia T-282, que
constituye un auténtico hito en materia de tortura y tratos crueles en las cárceles
del país. En la mencionada providencia, el tribunal constitucional declaró que en
el establecimiento penitenciario y carcelario de máxima seguridad de la ciudad
de Valledupar (Cesar), conocido por la población privada de la libertad como “La
Tramacúa”, se llevaban a cabo de forma generalizada prácticas constitutivas de
tortura por parte del personal de guardia, advirtiendo también que los hechos
no eran objeto de investigaciones imparciales y que en ningún caso se había
sancionado a los responsables.
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Pese a las medidas ordenadas por la Corte Constitucional en 2014, la Defensoría del
Pueblo documentó durante el primer trimestre de 2015 varios hechos constitutivos
de tortura en el establecimiento de reclusión al que se viene haciendo referencia.
Así, por ejemplo, en el mes de febrero de 2015 quien escribe, en ese momento
en calidad de Defensor Delegado Para la Política Criminal y Penitenciaria, tomó
declaraciones juramentadas a cinco reclusos que manifestaron que tras una
revuelta fueron aislados, golpeados insistentemente, rociados con gas pimienta
y sometidos a choques eléctricos; conducta que se prolongó por más de cinco (5)
días, tras lo cual no se suministró ningún tipo de atención médica a los internos
ni se permitió su examen por parte de los peritos oficiales del Instituto Nacional
de Medicina Legal.
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3
Ver, entre otros, los casos: “Fairén Garbi y Solis Corrales vs Honduras”, sentencia del 15 de marzo de 1989,
párrafo 149 y “Godínez Cruz vs Honduras”, sentencia del 20 de enero de 1989, párrafo 164.
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José Manuel Díaz Soto
De modo aún más categórico, en la sentencia del Caso Suárez Rosero vs. Ecuador
la Corte precisó que la incomunicación del procesado por períodos prolongados
y su confinamiento en solitario en las mismas circunstancias, constituía un trato
cruel proscrito por la Convención Americana de Derechos Humanos. En tal
sentido, indicó la Corte que:
La población privada de la libertad del país está integrada por más de 122.000
personas, de las cuales una tercera parte, esto es, más de 40.000 se encuentran
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El crimen de tortura en Colombia: entre lo simbólico y lo real
Luis Alfonso Fajardo Sánchez, ph.d. - Editor
Es más, las cifras oficiales ocultan que más de la mitad de la población privada
de la libertad se encuentra,
Al igual que las experiencias relatadas por el Profesor Okafor (2004) en el caso
nigeriano, la intervención de la Defensoría del Pueblo objeto del presente ensayo
se fundó en el derecho internacional de los derechos humanos, en particular en
las convenciones internacionales antes relacionadas que han dado lugar a una
auténtica norma de ius cogens –entendida como norma imperativa de Derecho
internacional que no admite excepción ni pacto en contrario–, consistente en
la prohibición de someter a cualquier persona, incluida a la población privada
de la libertad, a tortura o a tratos crueles, inhumanos o degradantes. A no
dudar que la claridad y contundencia de la normatividad internacional en esta
materia, habilitó a la Defensoría para exigir de forma irrestricta el derecho a
no ser sometido a tortura o a tratos crueles a favor de la población privada de
la libertad, a pesar que en no pocos escenarios sociales e institucionales se
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José Manuel Díaz Soto
pretende convalidar cualquier trato indigno dado a los reclusos so pretexto que
han infringido la ley penal.
4
Esto es, contrario a las convenciones internacionales de derechos humanos.
5
Al respecto ver: http://www.hchr.org.co/documentoseinformes/informes/tematicos/Observaciones_finales_
sobre_el_quinto_informe periodico_de_Colombia.pdf
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IV. CONCLUSIÓN
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REFERENCIAS
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Tortura sexual, expresión
instrumental de la violencia
en razón del género:
análisis jurisprudencial
Daniela María Bolívar Gómez1
Resumen
La tortura ha resistido diferentes cambios de naturaleza, que van desde su uso como
medio ordinario en los procesos penales, para obtener medios de prueba o sancionar a los
considerados responsables, hasta ser catalogado como un delito, de tal gravedad que su
prohibición constituye norma internacional de ius cogens; empero, durante esos espacios
de tránsito de legalidad a ilegalidad, la tortura ha adoptado diversos métodos, técnicas e
instrumentos que permiten, motivados por cualquier finalidad, producir un sufrimiento
físico o mental severo, recrudecidos generalmente en escenarios de conflicto armado. A
partir de ese contexto, este documento indagó, si jurídicamente prácticas como la violencia
sexual perpetrada sobre mujeres, pueden constituir actos o ser considerada expresión del
delito de tortura; para ello, una vez revisados los rasgos distintivos de la violencia en razón
del género, se realizó una exhaustiva investigación de los efectos psicosociales que produce
este tipo de violencia, al igual que el estudio de las razones de decisión de fallos judiciales
internacionales, que conocieron denuncias paradigmáticas de esta modalidad de violencia
contra las mujeres, cometidos tanto en escenarios de paz como en tiempos de conflicto,
del que fue necesario ahondar para comprender situaciones nacionales como el carácter
sistemático, generalizado y habitual de la violencia sexual contra mujeres en el conflicto
armado colombiano. Todo lo anterior, permitió verificar que por los móviles que persigue, las
secuelas producidas y la materialización de estereotipos de género, la violencia sexual contra
las mujeres puede ser considerada expresión instrumental del delito de tortura; conclusión
que depende indubitadamente de la atención detallada a las circunstancias específicas de
cada denuncia, junto a la implementación y fortalecimiento de la perspectiva de género en
los procesos judiciales que conocen de las mismas.
Palabras clave
Tortura; violencia sexual; ius cogens; sexo; género; conflicto armado y perspectiva de género.
1
Abogada egresada de la Universidad Libre, especialista en Derecho Administrativo de la Universidad
Nacional de Colombia, con formación complementaria en el Sistema Interamericano de Derechos
humanos, DIH y género.
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El crimen de tortura en Colombia: entre lo simbólico y lo real
Luis Alfonso Fajardo Sánchez, ph.d. - Editor
Abstract
Torture has resisted different changes of nature, ranging from its use as an ordinary means
in criminal proceedings, to obtain means of proof or sanction those considered responsible,
to be classified as a crime, of such severity that its prohibition constitutes an international
standard of ius cogens; however, during these spaces of transit from legality to illegality,
torture has adopted various methods, techniques and instruments that allow, motivated
by any purpose, to produce severe physical or mental suffering, generally worsened in
scenarios of armed conflict. From this context, this document investigated whether practices
such as sexual violence perpetrated against women can constitute acts or be considered an
expression of the crime of torture; To do so, once the distinctive features of gender violence
were reviewed, an exhaustive investigation of the psychosocial effects produced by this type
of violence was carried out, as well as the study of the reasons for deciding international
judicial decisions, which paradigmatic denunciations of this type of violence against women,
committed both in peace scenarios and in times of conflict, of which it was necessary to delve
deeper to understand national situations such as the systematic, widespread and habitual
character of sexual violence against women in the armed conflict Colombian. All of the above
made it possible to verify that due to the motives it pursues, the consequences produced and
the materialization of gender stereotypes, sexual violence against women, can be considered
an instrumental expression of the crime of torture; conclusion that depends undoubtedly
on the detailed attention to the specific circumstances of each complaint, together with the
implementation and strengthening of the gender perspective in the judicial processes that
they know about them.
Keywords
Torture; sexual violence; ius cogens; sex; gender; armed conflict and gender perspective.
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Tortura sexual, expresión instrumental de la violencia en razón del género
Daniela María Bolívar Gómez
I. INTRODUCCIÓN
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Luis Alfonso Fajardo Sánchez, ph.d. - Editor
Previo a abordar las secciones antes planteadas, resulta necesario tener consenso
sobre las implicaciones conceptuales de algunos términos, como la violencia por
motivos de género, la violencia contra la mujer, y la tortura, los cuales permitirán,
además de presentar la relación existente entre la violencia sexual como método
de tortura, justificar el porqué del reconocimiento y uso autónomo de la categoría
“tortura sexual”.
De igual manera, tratados regionales, han precisado que este tipo de violencia
no solo
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Tortura sexual, expresión instrumental de la violencia en razón del género
Daniela María Bolívar Gómez
Constituye una violación de los derechos humanos, sino que es una ofensa a la
dignidad humana y una manifestación de las relaciones de poder históricamente
desiguales entre hombres y mujeres, […] que trasciende todos los sectores de la
sociedad, independientemente de su clase, raza o grupo étnico, nivel de ingresos,
cultura, nivel educacional, edad o religión y que afecta negativamente sus bases.
(Organización de Estados Americanos - OEA, 1994)
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El crimen de tortura en Colombia: entre lo simbólico y lo real
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Diferente a lo que debe entenderse por violencia sexual, la cual “puede contener
actos que ni siquiera impliquen contacto físico como la desnudez forzada
mientras se obliga a ser observado por otros” (Corte Interamericana de Derechos
Humanos, 2006).
Comprender que la violencia que se ejerce contra las mujeres persigue móviles
y finalidades, diversos a los utilizados por la violencia común, precisamente
porque los actos de los que son víctimas se ejercen por su condición de tales, es
decisivo para analizar holísticamente los componentes fácticos de las diversas
situaciones de violencia sexual que, sorpresivamente, en múltiples ocasiones
comparte elementos definitorios de otros delitos como la tortura.
A partir del cambio de naturaleza que sufrió la figura de la tortura, diversas son
las acepciones que se han construido alrededor de las implicaciones y efectos
de este ahora considerado delito; dentro de estas se destaca una en especial,
que la define como “una tecnología corporal que tiene por finalidad controlar
y dominar los cuerpos para ajustarlos a precisas concepciones de orden social y
político”, como pueden ser el mantenimiento de la estabilidad política de un
Estado, la eliminación de ciertos movimientos sociales subversivos o miembros
de la sociedad considerados enemigos (Brair, 2010).
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Tortura sexual, expresión instrumental de la violencia en razón del género
Daniela María Bolívar Gómez
Ese particular objetivo que persigue la tortura es lo que permite amplificar los
escenarios en la que esta puede ser instrumentalizada para obtener precisos fines
con connotación no solo política y social sino también sexual, toda vez que todos
los anteriores guardan en común la necesidad de ajustar ciertas situaciones a
específicos discursos de licitud o de prohibición.
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El crimen de tortura en Colombia: entre lo simbólico y lo real
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forzada, que si bien no genera secuelas físicas, puede generar profundos estados
de humillación y manipulación psicológica que impactan considerablemente a las
víctimas; y este rasgo es bastante distintivo en la tortura sexual, por cuanto las
secuelas que genera en las mujeres que la padecen trasciende lo meramente físico
al producir sentimientos como ansiedad, incertidumbre y estrés postraumático
(Corporación Avre y Corporación Vínculos, 2011).
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Tortura sexual, expresión instrumental de la violencia en razón del género
Daniela María Bolívar Gómez
Sin duda, la tortura sexual tiene profundos efectos comunicativos, reforzados por
los móviles que incitan la violencia por motivos de género, en donde el impacto
y consecuencias que produce, se extiende a la dimensión familiar y afectiva de
la víctima, como por ejemplo en aquellos casos –como se entrara a detallar en el
segundo acápite de este documento–, en los que se pretende mediante la práctica
de tortura sexual, producir embarazos forzados o inhibir cualquier experiencia
futura de placer sexual en la victima; finalidades que no son siempre bien
consideradas dentro de las comunidades, por cuanto si bien una sociedad puede
sufrir tanto el flagelo de la tortura que podría denominarse ordinaria, como la de
una de sus expresiones instrumentales, a saber la tortura sexual, paradójicamente
como lo ha sostenido Amnistía Internacional (2011), la percepción de las víctimas
en cada una es diferente, por cuanto mientras la victima de la tortura no sexual
es compadecida y solidarizada por la comunidad, la víctima de tortura sexual
corre el riesgo de ser doblemente víctima, al ser estigmatizada, cuestionada,
marginada e incluso rechazada por su propia colectividad, lo cual constituye una
razón más, para extender y visibilizar la denominación de situaciones fácticas
que lo ameriten como auténticas expresiones de tortura sexual.
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El crimen de tortura en Colombia: entre lo simbólico y lo real
Luis Alfonso Fajardo Sánchez, ph.d. - Editor
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Tortura sexual, expresión instrumental de la violencia en razón del género
Daniela María Bolívar Gómez
En ese contexto, la señora Aydin, fue detenida junto con sus familiares, y
posteriormente trasladada a otra ciudad, en donde fue separada de su familia e
interrogada sobre su presunta relación con el PKK; ante la ausencia de información
suministrada por la señora Aydin, esta fue víctima de varios actos, calificados por
la Corte Europea como violencia sexual, entre los que se destacan:
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El crimen de tortura en Colombia: entre lo simbólico y lo real
Luis Alfonso Fajardo Sánchez, ph.d. - Editor
Un año más tarde este argumento construido por la Corte Europea, fue retomado
y amplificado por el Tribunal Penal Internacional para la Ex Yugoslavia, en uno de
los casos de violencia sexual más cruentos de la jurisprudencia mundial.
“Caso Delalic, Mucic alias “Pavo”, Hacim Delic Vs. Fiscal” del Tribunal Penal
Internacional para la Ex Yugoslavia
Para la Corte, los actos de los que fue víctima esta mujer tenían como fin no solo
obtener información de su esposo por medio de coacción, sino también castigarla
por el comportamiento de este, considerado contrario al orden legal establecido
para ese momento; adicionalmente el Tribunal reconoció un matiz especial en
estos actos de violencia, el sexo de la víctima, así expresó que: “la violencia que
sufrió la señora Cezez en forma de violación fue cometida porque ella es mujer (…)
como se analizó anteriormente, esto representa una forma de discriminación que
constituye para el delito de tortura un propósito prohibido” (párr. 961), que en el
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Tortura sexual, expresión instrumental de la violencia en razón del género
Daniela María Bolívar Gómez
caso concreto, produjo un grave sufrimiento, dolor mental y físico que incluyeron
dolores extremos y sangrados vaginales y anales, generando peligrosos estados
psicológicos que llevaron a tendencias suicidas y fuertes estados depresivos, que
obligaron a la prescripción de por vida de medicamentos tranquilizantes a la
víctima (Tribunal Penal Internacional para Ruanda, 1998).
(i)Debe existir un acto u omisión que cause dolor o sufrimientos graves ya sea
de carácter físico o mental; (ii) que sea infringido intencionalmente; (iii) y con los
propósitos de obtener información o una confesión por parte de la víctima, o un
tercero, castigar a la víctima por un acto que él o ella cometieron o de sospecha que
cometieron, a través de la intimidación o coerción de la víctima o un tercero, o demás
motivos basados en cualquier tipo de discriminación; (iv) ese acto u omisión debe
ser cometido por un funcionario público u otro persona en ejercicio de funciones
públicas o a instigación suya, o con su consentimiento o aquiescencia. (Párr. 494)
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“Caso Fiscal vs. Akayesu” del Tribunal Penal Internacional para Ruanda
Como resultado de ese conflicto, “las mujeres Tutsis padecieron cruentos actos de
violencia sexual, calificados como genocidio, delito de lesa humanidad y tortura,
por el Tribunal Penal Internacional para Ruanda” (1998) al encontrar probados
hechos como los siguientes: “se perpetraron violaciones de hombres Hutus sobre
mujeres Tutsis; esto con la intención de que estas mujeres dieran a luz hijos que
no iban a pertenecer al grupo étnico de la madre” (párr. 507); (…)“en muchas
casos las violaciones se realizaban cerca de las fosas comunes abiertas por los
Interahamwe con la finalidad de que conocieran que tras ser abusadas sexualmente
serian asesinadas” (párr. 731); (…)“muchas de las violaciones se perpetraron con la
finalidad de que la personas violadas se negaran después a procrear” (párr. 508).
Esos actos de violencia sexual ejercidos contra las mujeres Tutsis, hicieron parte,
a juicio del Tribunal, de “un ataque generalizado y sistemático contra la población
femenina”, fundamentado en bases discriminatorias en razón de la etnia a la
que estas pertenecían, lo cual permitió que fueron catalogados como delitos de
lesa humanidad.
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Daniela María Bolívar Gómez
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Tres días después del operativo, las sobrevivientes –siete mujeres en total–
fueron obligadas a permanecer boca abajo sobre el suelo por más de dieciocho
horas, incluso las mujeres que se encontraban en estado de gestación; luego de
lo anterior, todos, incluidos hombres y mujeres, fueron trasladados al hospital
de la policía manteniendo de nuevo un trato diferente entre estos, puesto que
únicamente las mujeres fueron
[…] desnudadas y obligadas a permanecer sin ropa casi todo el tiempo que
estuvieron en el hospital, después de 15 días les dieron una bata al momento en que
las iban a reubicar en el penal. En el hospital estuvieron rodeadas de las fuerzas de
seguridad del Estado, quienes estaban armadas. A las internas no se les permitió
asearse, estaban cubiertas tan solo por una sábana y, en algunos casos, para utilizar
los servicios sanitarios debían hacerlo acompañadas de un guardia armado, quien
no les permitía cerrar la puerta y les apuntaba con un arma mientras hacían sus
necesidades fisiológicas. (Párr. 196.50)
Otro de los hechos relevantes en este caso, fue la inspección vaginal dactilar, de la
que fue objeto una de las internas, realizada por varias personas encapuchadas,
bajo el pretexto de revisar su estado de salud, que para la Corte no tuvo otro
propósito que el abuso e intimidación hacia ella (Corte Interamericana de
Derechos Humanos, 2006).
Y es que como lo corroboró esta Corte, en este caso existió un trato particularmente
diferenciado y excesivo con las mujeres, que les causó un sufrimiento especial y
adicional al padecido por los hombres detenidos,
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Daniela María Bolívar Gómez
Paralelamente afirmó:
La Corte reconoce que la violación sexual de una detenida por un agente del Estado
es un acto especialmente grave y reprochable, tomando en cuenta la vulnerabilidad
de la víctima y el abuso de poder que despliega el agente. Asimismo, la violación
sexual es una experiencia sumamente traumática que puede tener severas
consecuencias y causa gran daño físico y psicológico, al dejar a la víctima humillada
física y emocionalmente, situación difícilmente superable por el paso del tiempo a
diferencia de lo que ocurre con otras experiencias traumáticas. (Párr. 311)
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Frente a esta última especie de la tortura, en este fallo la Corte fue clara
al precisar que “las amenazas y el peligro real de someter a una persona a
lesiones físicas –incluidas las de connotación sexual– produce angustia moral
de tal grado que puede ser considerada tortura psicológica”, y que como se
verá en uno de los casos reseñados más adelante, hace parte ordinaria de
los insultos y amenazas propios de la violencia sexual contra las mujeres. La
jurisprudencia de la Corte IDH, al igual que algunos informes de la Comisión
Interamericana de Derechos Humanos –CIDH–, contienen argumentación
jurídica considerable que otorgan insumos importantes, para analizar
holísticamente el objeto de estudio de este documento, y por el cual resulta
necesario ahondar en algunos de ellos.
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Daniela María Bolívar Gómez
De acuerdo con los hechos acreditados ante el Tribunal (2010), los militares
armados arribaron a la vivienda indagando por su esposo, preguntándole
“¿Dónde ha ido a robar carne tú marido?”; no obstante, la señora Fernández, al no
conocer suficientemente el español no pudo contestar nada, y en consecuencia
fue agredida sexualmente.
Previo a abordar las consideraciones jurídicas del Tribual para calificar los
anteriores hechos como tortura, es importante resaltar que este caso constituyó
uno de tantos eventos paradigmáticos de violencia sexual, caracterizados por
la inoperancia de las autoridades para la recepción de la denuncia, junto a
falencias en el protocolo idóneo para atender a las víctimas de violencia sexual,
que llevó a que la señora Fernández contara solo hasta cuatro meses después
del día de los hechos, con un examen sexológico del que obviamente no se
pudo obtener alguna muestra de ADN, que permitiera siquiera investigar a los
posibles responsables; situación, que junto al descredito del dicho de la víctima,
la ausencia de resistencia por parte de esta y de violencia física por parte de los
perpetradores de violencia sexual durante la ejecución de los hechos, condujo a
la denegación de justicia en su Estado; situación lamentablemente análoga con
bastantes denuncias de violencia sexual.
2
Un día después de proferirse esta sentencia, la Corte IDH falló el caso “Rosendo Cantú y otros Vs. México”
(2010), que contenía hechos bastante similares a este proceso y en consecuencia las razones de decisión
fueron semejantes; sin embargo se seleccionó el caso Fernández Ortega y otros, por cuanto su remisión
citacional es un poco más amplia en comparación a la sentencia proferida con posterioridad.
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Una violación puede constituir tortura aun cuando consista en un solo hecho u
ocurra fuera de las instalaciones estatales, como puede ser el domicilio de las
víctimas. Esto es así porque los elementos subjetivos y objetivos que califican
un hecho como tortura no se refieren a la acumulación de hechos, ni al lugar
en que estos se realizan, sino a la intencionalidad, severidad del sufrimiento y
finalidad del acto, requisitos que en el presente caso se encuentran cumplidos.
(Párr. 128)
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Daniela María Bolívar Gómez
Como lo reseña muy bien esta sentencia, durante el conflicto armado vivido
en el Perú “se produjeron numerosos actos de violencia sexual contra las mujeres,
provenientes tanto del Estado como de grupos subversivos de particulares” (párr.
62), en donde “si bien se presentaron eventos de violencia sexual contra varones,
las mujeres fueron afectadas mayoritariamente por estos hechos” (párr. 62),
encontrando configurada para este Tribunal “violencia de género, dado que la
violencia afectó a las mujeres por el solo hecho de serlo” (párr. 62); contexto en el
cual “la violencia sexual fue una práctica generalizada y sistemática, tolerada y en
algunos casos abiertamente permitida por agentes estatales” (párr. 63).
Particularmente en este proceso, se conocieron los actos de los que fue víctima la
abogada Gladys Espinoza González, que, en abril de 1993, fue detenida junto con
su pareja por la “División de Investigación de Secuestros de la Policía” –DIVISE–,
en el marco de una operación para encontrar a los responsables del secuestro de
un empresario.
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Adicional a lo dicho por la Corte IDH en este caso, es importante traer a colación
una de las principales consideraciones jurídicas de este mismo Tribunal en el caso
“Castro Castro Vs. Perú” (2006 ), en el que declaró que “las amenazas y peligro
real de someter a una persona a lesiones”, como la envergadura del contagio del
sida, “puede producir una angustia moral de tal grado que debe ser considerada
como tortura psicológica”.
Informe número 74 de 2015. “Caso Marina Selvas Gómez y otras vs. México”
de la Comisión Interamericana de Derechos Humanos
Estos hechos, que actualmente están siendo conocidos por la Corte IDH, fueron
catalogados para la CIDH, como eventos de tortura sexual, así:
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Daniela María Bolívar Gómez
Este concepto emitido por la CIDH es de suma relevancia, por cuanto es el primer
pronunciamiento de una autoridad internacional que, si bien no cuenta con
naturaleza judicial, sí es uno de los órganos del SIDH que está encargado de velar
y atender las situaciones violatorias de los derechos humanos, que precisamente
está denominando y por tanto reconociendo la singularidad de la tortura sexual.
A pesar de no ahondar en un intento de caracterización de esta expresión de
la tortura, limitándose a una designación en el ejercicio de calificación de los
hechos de los que fueron víctimas las llamadas “mujeres de Atenco”, es un avance
significativo que este tipo de entidades empiecen a realizar ejercicios de análisis
fáctico y jurídico integrales, que propician la reflexión por la peculiaridad de la
tortura sexual, de la que se espera ávidamente se pronunciarse la Corte IDH.
Para empezar, es importante reconocer que el conflicto social es tierra fértil para la
violación de derechos y su correlativa impunidad, por cuanto se vulnera la estabilidad
democrática, lo cual, particularmente, tiene un especial impacto para las mujeres, al
exacerbar sensaciones como el miedo. Esto lo explica de forma más detallada Torres
Falcón (2017) quien precisa: “Las mujeres saben que pueden sufrir hostigamientos
(miradas, chiflidos, comentarios sobre su aspecto, bromas) pero adicionalmente saben
que las palabras rápidamente pueden convertirse en tocamientos indeseados y que de
ahí a la violación el trecho puede ser corto” (pág. 196).
Este imaginario de las mujeres que deben pervivir con el conflicto, junto a las
ideas específicas de masculinidad en las guerras, en donde se fortalecen valores
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Por tanto, la suma entre la intensificación del miedo, las ideas de masculinidad
propias de las guerras, junto a la naturalización de la violencia sexual en
escenarios de conflicto, da como resultado que la presencia de esta, bien sea
como hecho real o como amenaza aumente notoriamente, llevando a que la
violencia de género sea subsumida por la violencia social y se vea como algo
aislado o sencillamente se invisibiliza (Falcón, 2017). La normalización de la
violencia genera que se relativicen los efectos que produce sobre las víctimas,
y esto a su vez produce una serie de efectos graves para el acceso a justicia de
las mismas, por cuanto pueden ser inculpadas por la sociedad e incluso por los
operadores judiciales, las consecuencias de la violencia pueden ser ignoradas por
completo o ser subestimadas, y –como resultado de lo anterior– las denuncias
y procesos judiciales pueden ser desestimados por las víctimas, lo cual aporta
entre otros aspectos al subregistro de casos, impunidad y repetición de hechos.
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Tortura sexual, expresión instrumental de la violencia en razón del género
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Estrategias que a juicio de este órgano del SIDH, “sirven adicionalmente como
estrategia para humillar, lesionar y aterrorizar al considerado enemigo”. A las
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[…] desde inicios del año 2007 miembros de las FARC estaban buscando a mi
esposo porque él era motorista de una lancha, lo presionaban para que les ayudara.
Iban a buscarlo y como no lo encontraron, tres tipos me pegaron, me insultaron,
destruyeron mi hogar y sin piedad abusaron de mí. Mientras uno me agarraba otro
me tapaba la boca para que yo no gritara mientras el otro me violaba gritándome
que tenía que disfrutarlo para que no me mataran […] lo peor de todo es que aún
tengo una enfermedad de transmisión sexual”. (Corporación Humanas, 2009)
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Daniela María Bolívar Gómez
Cifras a lo incalculable
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Para organizaciones de derechos humanos, como el “Observatorio de Memoria y Conflicto del Centro de
Memoria”: “no existen datos robustos, confiables y validos sobre la magnitud real de la violencia sexual en
el conflicto armado colombiano.” (Centro Nacional de Memoria Histórica, 2017, pág. 469).
4
El OMC, identifica patrones, dimensiones, modalidades y “características de las víctimas, mediante la
recolección y análisis” de diferentes fuentes de información como el RUV, Dane y Cinep (Centro Nacional
de memoria Histórica, 2017).
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Son varios los resultados interesantes que arroja esta tabla construida por el OMC;
en primer lugar los resultados de delitos perpetrados sobre hombres y mujeres,
son abiertamente disimiles, por cuanto estas últimas en todas las modalidades
de violencia sexual, presentan mayor número de víctimas; adicionalmente el
delito con mayor frecuencia es la violación sexual, seguido de actos como el
abuso sexual y la desnudez forzada; y por último, se encuentra a la tortura sexual,
como el cuarto delito con mayor ocurrencia en contra de las mujeres colombianas
dentro del contexto de conflicto armado.
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CONCLUSIONES
Ese vínculo entre la tortura y la violencia sexual, que han propuesto algunas voces
académicas y de colectivos sociales, expresado en la categoría “tortura sexual”,
que entiende a este tipo de violencia, como “una forma de discriminación en razón
del género”, instrumentalizada por la tortura, para violentar no solo el cuerpo e
integridad psíquica de las víctimas con profundas secuelas físicas y psicológicas,
sino también, en algunos contextos como el conflicto armado, para extender sus
efectos a los ámbitos familiares, étnicos y comunitarios de las víctimas, encuentra
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sexual contra las mujeres en el marco del conflcito armado. Bogotá, D.C.,
Colombia.
Brair, E. (2010). La política punitiva del cuerpo: “economia del castigo” o
mecámica del sufrimiento en Colombia. Estudios Políticos, 36, 39-66.
Casa de la Mujer. (2011). Primera encuesta de prevalencia de violencia sexual en
contra de las mujeres en el contexto del conflicto armado 2001-2009. Bogotà
D.C., Colombia.
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Documento anexo:
una adhesión pertinente
Doctora
ANDREA JIMÉNEZ HERRERA
Consejero
Ministerio de Relaciones Exteriores Calle 10 # 5-51, Palacio de San Carlos Ciudad
Respetada Coordinadora:
Cordialmente,
_____________________________
ADOLFO FRAN O CAICEDO
Director de Política Criminal y Penitenciaria
Anexos: 18 folios.
Elaboró: Laura Catalina Guerrero.
Revisó: María Consuelo Sandoval.
Aprobó: Adolfo Franco Caicedoft
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“Hay ciertas garantías básicas que se aplican a todas las personas privadas de libertad. Algunas de esas garantías
se especifican en la Convención y el Comité exhorta constantemente a los Estados Partes a utilizarlos. Las
recomendaciones del Comité sobre medidas eficaces tienen por objeto exponer con más precisión el mínimo
de garantías que actualmente debe exigirse y no tienen carácter exhaustivo. Entre las garantías figuran llevar
un registro oficial de los detenidos, el derecho de éstos a ser informados de sus derechos, el derecho a
recibir sin demora asistencia letrada y médica independientes, el derecho a ponerse en comunicación con
sus familiares, la necesidad de establecer mecanismos imparciales para inspeccionar y visitar los lugares de
detención y de encarcelamiento, y la existencia de recursos jurisdiccionales y de ‘otro tipo abiertos a los detenidos
y las personas que corren el riesgo de ser sometidas a torturas o malos tratos, de modo que sus quejas puedan
ser examinadas sin demora y de forma imparcial y los interesados puedan invocar sus derechos e impugnar
la legalidad de su detención el trato recibido (Negrilla fuera del texto)” (CAT/C/GC/2, S 13).
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Por otro lado, el articulo 13 indica que las víctimas de tortura tienen derecho a
presentar una queja y a que su caso sea pronta e imparcialmente examinado por
las autoridades competentes y que los testigos sean protegidos de represalias.
Lo anterior, requiere una articulación institucional para que las medidas estatales
puedan cumplir su fin disuasorio y preventivo general.
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“La prevención de la tortura y los malos tratos abarca o debería abarcar, el mayor
número posible de los elementos que en una situación dada puedan contribuir
a disminuir la probabilidad o el riesgo de tortura o de malos tratos. Tal enfoque
no solo requiere que se cumplan obligaciones y normas internacionales en la
forma y en el fondo, sino también que se preste atención a todos los demás
factores relacionados con la experiencia y el trato de las personas privadas de su
libertad y que, por su naturaleza, pueden ser propios de cada contexto”. (CAT/
OP/12/06, S. 3)
Así las cosas, las obligaciones que trae el Protocolo van dirigidas a permitir al
Subcomité de Prevención de las Naciones Unidas (creado por el Protocolo)
el acceso a información y libertad para visitar los centros de reclusión, y a
la creación de uno o varios mecanismos nacionales para la prevención de la
tortura (art. 2).
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“Cada Estado Parte mantendrá, designará o creará, a más tardar un año después
de la entrada en vigor del presente Protocolo o de su ratificación o adhesión, uno
o varios mecanismos nacionales independientes para la prevención de la tortura a
nivel nacional. Los mecanismos establecidos por entidades descentralizadas podrán
ser designados mecanismos nacionales de prevención a los efectos del presente
Protocolo si se ajustan a sus disposiciones”. (Art. 17)
“1. Una vez ratificado el presente Protocolo, los Estados Partes podrán hacer una
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2. Este aplazamiento tendrá validez por un periodo máximo de tres años. Una vez
el Estado Parte haga las presentaciones del caso y previa consulta con el Subcomité
para la Prevención, el Comité contra la Tortura podrá prorrogar este periodo por
otros dos años”. (Artículo 24, Protocolo Facultativo)
Por otro lado, el Protocolo no obliga a los Estados a adoptar un modelo único para
dicho Mecanismo Nacional, solo establece como característica muy importante
del mismo su independencia. Así las cosas, el Mecanismo debe contar, por lo
menos, con las siguientes facultades:
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El Estado parte debe velar por que todos los lugares de detención sean objeto de
inspecciones periódicas e independientes, incluidas las actividades de vigilancia que
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“Colombia debe adoptar las medidas que sean necesarias para fortalecer los
mecanismos de control existentes en los centros estatales de detención, con
el propósito de garantizar condiciones de detención adecuadas y el respeto de
las garantías judiciales. Los referidos mecanismos de control deben incluir,
inter alía: (...)
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CAT/C/COUCIP R/6
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Doctrina
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LUIS ALFONSO
FAJARDO SÁNCHEZ,
Ph.D.
ISBN 978-958-5578-57-9
Facultad de Derecho
Centro de Investigaciones Sociojurídicas
9 789585 57 857 9 90000