Otras noches que se quedaban solos abuelo y nieto, aquel le tomaba las lecciones,
repitiéndoselas y fijándoselas en la memoria. Aquella noche, Villaamil no estaba para
lecciones, lo que agradeció mucho el pequeño, quien por el bien parecer empezó a
desdoblar las hojas del martirizado texto, planchándolas con la palma de la mano.
Poco después, el mismo libro fue blando cojín para su cabeza, fatigada de estudios y
visiones, y dejándola caer se quedó dormido sobre la definición del adverbio.
LOCALIZACIÓN:
El fragmento propuesto para comentario pertenece a uno de los grandes autores del
Realismo español iniciado en la segunda mitad del XIX, Benito Pérez Galdós (Las
Palmas, 1843 – Madrid, 1920). Con él entramos de lleno en un periodo en el que la
novela se convierte en el género literario por excelencia y es enfocado hacia el reflejo
y análisis de la realidad cotidiana buscando una crítica confiada en la reforma y
regeneración de una sociedad que no acaba de dar soluciones. En España fue la
generación que irrumpió con el impulso de la Revolución de 1868, casi coincidente
con la fecha de publicación de la primera obra de nuestro autor, La fontana de oro.
En la producción del autor puede observarse una cierta evolución desde unos
planteamientos realistas puros en su primera época (de corte histórico como La
fontana de oro y El audaz; o de corte contemporáneo, la más amplia entre la que
encontraríamos Fortunata y Jacinta, La de Bridas, Miau o sus Episodios
Nacionales; o las novelas de tesis, como Doña Perfecta, Gloria o Marianela), hacia
una progresiva humanización social en la que el novelista orienta y participa
afectivamente de los personajes (Nazarín o Misericordia).
Miau fue publicada en 1888 y pertenece al grupo de novelas que centran la trama en
los acontecimientos coetáneos al autor. En concreto, la acción transcurre en Madrid
en el periodo de la Restauración. El protagonista es Ramón Villaamil, un funcionario
cesante del Ministerio de Hacienda. Solo le quedan dos meses de trabajo para tener
derecho a jubilarse, pero los vaivenes políticos le han hecho caer en desgracia y, a
pesar de toda una vida de dedicación, de su preparación y su valía, es apartado y
olvidado. En esta situación, ha de mantener a su mujer, doña Pura, su cuñada
Milagros, su propia hija, Abelarda, tres mujeres a las que apodan “las miau” por su
aspecto relamido y su afán de aparentar. Y, además, con su nieto, Luisito Cadalso,
hijo de la difunta Luisa y de Víctor Cadalso. Su esposa, lejos de ayudarle a sobrellevar
la situación, no hace sino gastar. Y la amargura de Ramón se ve incrementada por
contraste con el éxito de Víctor, también dedicado a la administración y que medra en
sus cargos políticos a pesar de su inutilidad por su buena planta y su verborrea.
Cuando aparece, se instala también en la propia casa, antítesis de Villaamil, acaba por
hundir la poca dignidad de anciano. Galdós nos lleva a rebelarnos ante la situación
entre la angustiada resignación del anciano y la mirada inocente de su nieto, sin
concesiones cuando cierra el cuadro de la desesperanza con el suicidio de Ramón.
La obra presenta una estructura de desarrollo bastante clásica: una primera parte de
presentación de ambiente, situación y personajes (capítulos 1-14); una segunda parte
de nudo o enredo: se nos pone al corriente de las dificultades para la subsistencia, la
llegada de Víctor y los conflictos derivados de su falta de ética (capítulos 15-33); y,
finalmente, el desenlace en la tercera y última (capítulos 34-44). El fragmento
propuesto para comentario es el inicio del capítulo IV y corresponde, precisamente a
la parte de presentación de los personajes.
ANÁLISIS ESTILÍSTICO:
El Realismo fue un movimiento literario que trató, en principio de plasmar la
realidad como si de un espejo se tratara. No obstante, es difícil inhibirse de un cierto
perspectivismo a la hora de tratar a los personajes y Pérez Galdós los presenta a
través de sus ojos mediante esbozos, trazos rápidos que los caracterizan con una
afectividad contaminada por los propios personajes o por el propio Galdós. El estilo
indirecto libre usado por el autor hace difícil establecer esta distinción como veremos
inmediatamente.
El fragmento se abre con la descripción del nieto. A través de sus actos se nos va
descubriendo su personalidad. La relación afectiva con el abuelo queda señalada con
el uso del sufijo afectivo (“Cadals-ito”). El uso de la tercera persona verbal nos separa
al narrador de los personajes desde una actitud omnisciente, dado que conoce los
pensamientos y sentimientos de Luis (“se sentía orgulloso”, “sería muy sensible que
no se supiera que pertenecían…”, “siempre salía la maldita gramática”, etc.). En este
apartado, la descripción de la escena queda patente en el uso de verbos copulativos
(“estaba”, línea 1, “”eran”, línea 2, “parecía”, línea 4, “estaban”, línea 5, etc.)
expresando el estado permanente de los libros (ser) o el carácter transitorio de su
situación (estar) u haciendo una mera conjetura (parecer). La escena descrita, lejos
de ser algo puntual, se transmite como estampas habituales en la vida del muchacho
mediante el uso del pretérito imperfecto de indicativo.
Choca la actitud externa del personaje, que aparenta estar estudiando (“los codos
sobre ella”, “los libros delante”), con la relación que establece con los libros. Su
relación es meramente física (“se sentía orgulloso de ponerlos en fila”, “estaban…
estropeados”, “las hojas retorcidas”, “los picos en las cubiertas doblados o rotos”, etc.)
de tal forma que el autor remata el resultado con una comparación “…tan
estropeados, cual si hubieran servido de proyectiles…”. Y contrasta enormemente con
la incapacidad de Luis para comprender el conocimiento que se le ofrece. Frente al
orgullo que siente en ese ordenar los libros, Galdós lo muestra desorganizado (“cogía
uno cualquiera a ver lo que salía”), siente “prevención” al abrirlos, reacciona molesto
contra la gramática, las letras le parecían hormigas y era incapaz de comprender lo
que leía. Para mostrarlo, el narrador cambia de perspectiva y asume la del personaje
mezclando su interpretación con los pensamientos y sensaciones del propio Luis. La
clave está, como ya se dijo, en el uso del estilo indirecto libre del que fuera creador:
“…cogía uno cualquiera a ver lo que salía. ¡Contro, siempre salía la condenada
Gramática!...”. Al omitir el verbo de lengua o pensamiento (pensó, dijo) el narrador
deja sin definir el sujeto que dice o piensa la oración que podría ser el propio
personaje, o ser el mismo narrador. No ha usado comillas ni dos puntos, ha evitado el
estilo directo; tampoco ha usado nexo de introducción ni verbo principal, y
encontramos el verbo subordinado transformado a imperfecto de indicativo para
mantener la concordancia con el verbo anterior -cogía-. Narrador y personaje se
confunden de esta forma. A través de cuatro datos nos acaba de describir la ausencia
de concentración del niño frente a los libros que “…leía páginas enteras sin que el
sentido de ellas penetrara en su espíritu…”.
La segunda parte, además de la separación de párrafos, queda marcada por el cambio
de formas verbales. En efecto, ahora veremos alternar los imperfectos que nos
marcan acciones durativas (estaba, escribía, permitía, quedaban, etc.), con acciones
puntuales marcadas por el perfecto simple y que ordenan la secuencia de hechos
(sintió, lanzó, paseó, agradeció, empezó, fue y quedó) y las insertan en las secuencias
anteriores. Se entrelazan los hechos habituales con los puntuales contrastándolos y
dando un motivo de reacción al niño que tras observar por la actitud del abuelo que
no habría toma de lecciones (habitual) primero “agradeció” evitarse el esfuerzo, luego
“ordenó” sus libros, “apoyó” la cabeza y se “durmió”.
Junto a ello se nos describe al abuelo al que se caracteriza como “infeliz” un adjetivo
que antepuesto adquiere un significado moral más que explicativo, era digno de
lástima. El adjetivo superlativo explicativo, situado entre comas, “excitadísimo”,
condensa en sí mismo su estado de ánimo y justifica sus actos inmediatos (hablar
solo, dar tropezones) y la técnica estilística empleada en la diatriba posterior.
Ya en la última parte, la técnica dominante será el monólogo. El abuelo habla consigo
mismo. Dominan en el inicio las interrogaciones retóricas que tratan de hallar una
respuesta que no existe (“¿Que he hecho yo…?”, “¿Por qué me abandonan así?”,
“¿Quién será…?”). Es el propio narrador quien nos introduce en el motivo de su
desesperación a través de una breve síntesis de su historia en la Administración que
pone de manifiesto su preparación, su dedicación y su sacrificio. Todo ello para
acabar con una frase lapidaria por contraste: “Le faltaban dos meses para jubilarse…”.
Acaba de introducirnos en el motivo de la indignación que se subraya
inmediatamente regresando al monólogo recurrente, esta vez marcado por las
exclamaciones (¡Qué mundo este!, ¡Cuánta injusticia…!, ¡Y luego no quieren…!”).
El golpe contra la puerta lo saca, nos saca, de este bucle. Las acciones son ahora
rápidas en sucesión de pretéritos perfectos simples (“vaciló”, “fue a chocar”, “se
estremeció”, “oyó”) en oraciones mucho más cortas que finalizan con un contrapunto
cómico cuando enfrenta la visión del abuelo como un disco rayado (“Con arreglo a la
ley de presupuestos…”) con el terror que siente Luis no por la escena, sino por el
discurso de su abuelo (“(estas palabras)…le parecieron lo más terrorífico que había
oído en su vida”).
CONCLUSIÓN:
El texto es un magnífico ejemplo de la técnica empleado por Benito Pérez Galdós en
la presentación de los personajes desde la acción misma. A través del uso de la tercera
persona se distancia de los hechos, pero el cambio de enfoque a la consideración de
los acontecimientos desde la perspectiva de los distintos personajes, el uso del estilo
directo y, sobre todo, del indirecto libre logran conducirnos como lectores a una
estimación interesada de los acontecimientos. Algunos recursos como el uso del
epíteto, sufijos afectivos y comparaciones subrayan esos tintes subjetivos en la
elaboración del relato. La combinación de modos de expresión y la claridad de la
estructura en desarrollo son magistrales.