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Paska, Roman (1995) « Pensée-marionette, esprit marionnette un art d’assemblage». En :


Puck, les marionnettes et les autre arts Nº8 Écritures Dramaturgies, p.63-66

Traducción de Javier Swedzky. Documento para uso interno de la cátedra Taller de


dramaturgia en Teatro de Objetos, 2015. Especialización en Teatro de Objetos, Interactividad y
Nuevas Tecnologías. Departamento de Artes Dramáticas “Antonio Cunill Cabanellas”.
Universidad Nacional de las Artes (U.N.A) Buenos Aires

Pensamiento-títere, Mentalidad-títere. Un arte de ensamblaje

Roman Paska

Como todo lo que puede llamarse arte el teatro de títeres comienza y termina en el
pensamiento. Y todo lo que llena el espacio vacío entre los pensamientos es texto.

Pero en general en el teatro un texto escrito quiere decir dicho, y los títeres en verdad no
dicen nada. La palabra puede ser una gran ilusión en el teatro de títeres (la ilusión más grande
de todas para el animador - manipulador ilusionista) pero, en estado natural, los títeres son
mudos y la palabra es falsa, es un simple truco de sincronización. La forma de expresión más
instintiva es natural para el actor de carne y hueso y para un títere es contraria a su naturaleza.

Escribir el teatro de títeres

Dada por hecho la asociación tradicional de las artes dramáticas con la palabra, desde la
Antigüedad hemos estado poco dispuestos a calificar nuestros espectáculos de escritos.
Diríamos más bien fabricados. Creados, puede ser. Incluso compuestos. Personalmente yo
prefiero la expresión ensamblados, que sugiere que para los autores la escritura para títeres es
un arte de ensamblaje. Nosotros no escribimos para el teatro de títeres, escribimos el teatro
de títeres. Al igual que la historia del género humano en el paraíso terrenal, todas nuestras
obras comienzan con la arcilla.

Como podríamos esperar, no hay “grandes obras” clásicas en el teatro de títeres. Ninguna obra
maestra literaria, ningún modelo ejemplar. El teatro de títeres se escribe por sobre todo para
ser mostrado. Y las obras de títeres siempre tienen s algo para mostrar (incluso cuando ellas no
tienen nada que decir), porque el texto en el teatro de títeres está siempre dictado y
circunscripto por la composición visual y la actividad visual. Es una escritura de movimientos,
gestos. Colores y formas. Una escritura en el espacio… una escritura que no puede ser aislada
de la actuación.

Históricamente, en Occidente, el teatro de títeres fue considerado como una forma teatral
desviada por el hecho de que no se ajusta a las reglas – aristotélicas- clásicas o neo-clásicas. Y
de hecho, el teatro de títeres es fundamentalmente no –aristotélico. Lo cual es una de las
razones principales del prejuicio anti-títeres que ha dominado el pensamiento y las tradiciones
teatrales occidentales. Lo que explica en gran parte porqué el teatro de títeres se refugió en
las ferias y los parques, y porqué los que practican el teatro de títeres son todavía
considerados por otros artistas del teatro como naifs y arcaicos. Como si fueran retoños
pintorescos de formas populares anticuadas, que, por lo demás, piensan que la creación de
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ilusiones de imitación de lo real puede ser uno de los logros estéticos del arte, triste tendencia
responsable de la confusión genérica y persistente entre el teatro de títeres y la parodia.

Pero si bien podría decirse que el teatro de títeres, incluso en su encarnación menos
figurativa, el “Teatro de objetos”, no va a poder jamás escapar del todo a su pacto con la
ilusión, nos equivocaríamos al considerarlo como un médium de la figuración o de la
representación. Al igual que un poema, no se espera de un texto de títeres que pueda
describir, pintar o copiar la realidad, sino que pueda jugar sobre nuestra idea misma de lo que
la realidad puede ser. En principio lo que el espectáculo de títeres provoca, a través de la
reivindicación del ser del títere, es una toma de conciencia al estado puro, que constituye
nuestra reacción primaria a cualquier forma del teatro de títeres o de objetos(incluso si ésta es
inconsciente). La cuestión de la representación solamente surgirá después.

El teatro de títeres es al teatro en general lo que la poesía es a la literatura. Su conciencia y su


alma. Es el rechazo a la aceptación de una mirada de la realidad estrechamente utilitaria,
instrumental, en la que se espera que el teatro, como todas las otras formas del arte, del
lenguaje o de la religión, evolucione con el único objetivo de comunicar o de representar las
necesidades materiales para sobrevivir.

Interpretar o simular

El carácter del títere en sí mismo está menos determinado por la representación de las formas
que por sus gestos representativos. Lo que explica por qué, por supuesto, no importa qué
objeto puede volverse un títere. Y así como todo el espectáculo en su totalidad, la figura
concreta del objeto-títere tiene como fin interpretar y no figurar o simular la realidad. Ni
siquiera una realidad imaginaria. Los títeres utilizados sólo para crear la ilusión de lo real no
son realmente títeres (en realidad estos son mucho menos frecuentes en el teatro de títeres
que en el cine, en donde casi siempre funcionan como médiums de efectos especiales en los
filmes fantásticos)

Como el títere es en principio gestual, y no anecdótico o figurativo, habría sido suficiente


entonces que un solo títere exista para que haya todo un teatro de títeres. El títere no es
solamente un personaje ficticio, creado simplemente para ocupar el marco de una historia o
de un mito específico. El títere en sí mismo, en tanto que títere, no depende de ningún
contexto narrativo para existir, y el teatro de títeres no es tampoco esencialmente una forma
narrativa (incluso si casi siempre sirve de vehículo de narración)

Mientras escribimos el teatro de títeres, nosotros pensamos en principio al títere como una
cosa que hay que construir, un objeto que tiene que ser esculpido, ensamblado o encontrado,
lo que constituye un proceso de concepción y de realización que puede acontecer
independientemente de la atribución y del desarrollo de su rol de personaje. Un personaje
será siempre exclusivamente una ficción, pero un títere, una vez realizado, se vuelve real en el
sentido concreto, un objeto real, una cosa real. Un verdadero fragmento de la realidad
concreta y cotidiana de la vida, aunque que se parezca o no a un ser vivo o incluso a la imagen
común de un títere. O bien, cuando se trata de muñecas o de objetos encontrados, son
naturalmente cosas ya reales que adquieren su carácter de títeres en un segundo momento,
siendo el títere la forma de la que el objeto es la materia.
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Objeto real, personaje imaginario

Y es aquí en donde el verdadero drama de los títeres comienza. En tanto que objeto el títere es
real, y en tanto que personaje siempre será imaginario. Para satisfacer a sus ganas de llegar a
una especie de “titiriticidad” perfecta y absoluta, de volverse un títere-objeto-persona
completo, lo instalamos en el teatro, o inscribimos la hipótesis de su existencia frágil en el
espacio, llenando el espacio de signos de vida, mientras que el títere por sí mismo continúa
balanceándose por sobre un abismo entre dos realidades, lo concreto y lo imaginario, entre el
objeto que es y la persona que él querría (verdaderamente) ser.

Y como nunca terminará de realizarse, la condición de un títere es la de un continuo devenir.


Es lo que constituye el agon1 de todo títere y el drama inherente a todo espectáculo de títeres.
La perpetua lucha por querer ser.

Hay entonces siempre un subtexto en el teatro de títeres, incluso en sus encarnaciones más
banales o triviales. El teatro de títeres no puede negar su identidad de ser un teatro de
sentidos ocultos, porque el títere, por naturaleza, siempre tiene algo que esconder. Quisiera
creer que es por esta razón que en las manos de manipuladores imprudentes o sin experiencia,
el títere tiende siempre a comportarse de una forma frenética y en pánico. Como si,
quedándose demasiado tranquilo, apareciera el riesgo de revelarse, de traicionar su gran
secreto, porque, en desmedro de toda ilusión, siempre va a faltarle vida, y con la vida, va a
faltarle la muerte (el mayor de todos los secretos).

El teatro de títeres no es solamente una disciplina, un médium, una técnica, sino otra forma de
percibir el mundo, basado en una realidad filosóficamente diferente. Los realizadores de
teatro de títeres están obligados a pensar como titiriteros, y los titiriteros de cultivar su
mentalidad – títere (puppet mind). Si escribimos el teatro de títeres debemos ser pensadores
títeres (puppet thinkers), no solamente para el teatro de títeres. Solamente el pensamiento –
títere (puppet thought) produce el verdadero teatro de títeres.

Porque los títeres no hablan por sí mismos, y nosotros no hablamos tampoco una lengua en
común. Hemos perdido la gramática y tirado los diccionarios a la basura. No tenemos más
leyes heredadas para regir la construcción de obras, menos aún fórmulas, estándares,
prescripciones o proscripciones aplicables a toda escritura de textos de títeres. Es el fin del
siglo, y no hay más reglas.

No podemos más que escuchar los profundos murmullos y susurros primordiales que nos
llegan desde los orígenes de nuestro arte. No con el fin de elaborar un nuevo ensamble de
normas o reglas, un nuevo idioma de los títeres, sino para reencontrar el impulso primitivo
(pre-lógico, pre-lingüístico y pre-narrativo) que nos dio empuje desde el origen a querer crear
con títeres. La fuerza que nos arrastró a través del proceso de autoría y concepción a la
recepción, del pensamiento al pensamiento.

Un pensamiento mágico

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(N de la T. En griego: contienda, disputa, conflicto)
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Debemos redescubrir que hacer el teatro de títeres pertenece a un tipo de pensamiento que
es literalmente pre-histórico adelantándonos así al pensamiento lineal y narrativo, un modo de
pensamiento en el que, en efecto, la noción de real no es más que una fabricación del hombre
histórico, del hombre después de la caída, inventado para separar el mundo natural de su
propia imaginación. El títere no puede ser natural para el hombre histórico y lógico, pero el
títere tampoco es imaginario, porque existe concretamente. Encarna una especie de paradoja
que debería ser impensable, salvo que los pensadores-títere no separan lo real de lo
imaginario. En el pensamiento-títere no hay artificio que no sea real, ningún producto de la
imaginación que, una vez pensado y enunciado, no pase a formar parte de la existencia. Lo real
y lo imaginario son interactivos e interdependientes, y, para el pensador-títere, la existencia
del títere es la prueba.

En fin, sería inconcebible que el teatro de títeres sea solamente un teatro de animación, un
teatro abocado a la simulación, al pretexto falso, a la imitación, que quisiera por sobre todo
pretender que los objetos inanimados puedan parecerse a seres vivos, porque, para un
pensador-títere, nada está realmente inanimado. El pensamiento-títere no es tampoco
simplemente teórico, u otro método pasivo de sentir el mundo, aunque se diferencia por esta
indefinición de los límites entre la realidad concreta e imaginaria. Por lo contrario, el -
pensamiento-títere es penetrante, activo e intrusivo, un medio muy práctico de intervenir en la
realidad, y está en verdad muy cercano de lo que a los antropólogos les gusta llamar el
pensamiento pre-científico o mágico.

Si por consecuencia las sociedades occidentales continúan a manifestar la hostilidad o la


indiferencia hacia el teatro de títeres, es por su actitud frente al pensamiento-títere, este
punto de vista filosófico aparentemente primitivo que se insinúa en todas las actividades de
los títeres. La verdadera historia del pensamiento-títere está por escribirse, pero ya sobrevivió
al Renacimiento y al Siglo de las Luces, (dos épocas particularmente tenebrosas para el
pensamiento-títere) y, actualmente, con la actual Decadencia de Occidente, comienza a vivir
un propio y pequeño renacimiento.

Nosotros somos todos pensadores-títeres cuando nacemos. Pero siglos de civilización


occidental han hecho de todo para borrar las huellas, superponiendo sistemas de
pensamientos lógicos y ordenados fundamentalmente desfavorables al pensamiento-títere. El
pensamiento-títere ocupa un pequeño cuarto en nuestro espíritu que ha sido cerrado, sellado
y olvidado a lo largo del proceso civilizador de nuestra educación infantil. Es sin duda por ello
que tantos espectadores persisten en mirar al teatro de títeres a través del prisma de la
nostalgia, como algo que se puede asociar a la infancia, un fenómeno más apropiado a la
psicología de los niños y de la humanidad primitiva.

Hay ya demasiados ejemplos de obras escritas o creadas con una ausencia total de
pensamiento-títere, y son todas fáciles de reconocer como simulaciones de obras que
quisieron ser y no serán jamás. No es suficiente que un texto incluya a los títeres como
personajes para que sea un texto de títeres. Y todo espectáculo que incorpora títeres no es por
ello un espectáculo de títeres. Es más una cuestión de actitud y de intención que de técnica. Es
una cuestión de mentalidad.
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El verdadero teatro de títeres no puede ser escrito (ni ensamblado, ni fabricado o compuesto)
más que por los pensadores-títere, ya sean o no titiriteros propiamente dichos. Lo que quiere
decir, para el no iniciado, romper el sello y penetrar en este pequeño cuarto olvidado y
polvoriento del pensamiento, una empresa tan extraordinaria y riesgosa como atravesar el
sello de una nueva tumba egipcia. Lo que podría significar para él el fin del mundo, la caída de
la civilización tal como la conoce. Para algunos, malévolos, malintencionados y malditos por la
momia-títere, podría incluso llevarlos a la locura o a la muerte. Y para otros, a una nueva
significación de la expresión la magia de los títeres.

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