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Covax: la trampa

Agaton5/03/2021 09:15:00 p. m.

Hay muchas paradojas en esta


pandemia, la mayoría sobre cómo
los más ricos y poderosos se
benefician del desastre y lo
empeoran.

El mecanismo Covax es una de


ellas. Se presenta como forma de
acceso más equitativo a las
vacunas para Covid-19, pero en
realidad es una forma de facilitar los
negocios de las grandes
farmacéuticas y proteger sus
patentes, lo cual impide que los
países del sur global puedan
disponer de suficientes vacunas.

No es un efecto secundario o accidental: la escasez es un elemento importante para las


empresas, ya que garantiza la demanda y aumenta los precios.

Un reciente reporte sobre Covax del experto Harris Gleckman –antes funcionario de la
ONU– publicado por Amigos de la Tierra Internacional, analiza con rigurosidad el
mecanismo, revelando una perversa iniciativa comercial contra la salud pública,
diseñado y promovido por la Fundación Bill y Melinda Gates
(https://tinyurl.com/2swf356f).

Covax funciona como un banco comercial para hacer compras conjuntas a gran escala
a las trasnacionales, lo que a éstas les otorga aún mayor seguridad a sus inversiones
aunque ya han recibido cuantiosa financiación pública para desarrollarlas
(https://tinyurl.com/ykabcmw9).

No cuestiona sus precios ni condiciones leoninas. Al contrario, facilita a las empresas la


entrada a nuevos mercados en países pobres, sin costo ni riesgo para ellas. Las miserables
entregas gratuitas que realiza a esos países ya han sido pagadas por otros o por
instituciones públicas multilaterales. Al entrar con vacunas patentadas, favorece los
mecanismos de mercado en la atención de salud pública.

Que se produzcan y distribuyan equitativamente vacunas seguras en una pandemia


global, es una responsabilidad de la OMS (Organización Mundial de la Salud de Naciones
Unidas), no de una institución privada como Covax.
Se ha apropiado de tal función para prevenir que se tomen medidas imprescindibles y
necesarias, como la cancelación de patentes y el apoyo internacional al fortalecimiento
de capacidades nacionales para prevenir próximas pandemias.

Como asociación público-privada, Covax es una institución de partes interesadas (


stakeholders), sin transparencia ni rendición de cuentas, donde los grandes actores
privados como la gran industria farmacéutica, que actúa por interés de lucro, decide
tanto o más que gobiernos e instancias públicas de la comunidad internacional.

Fue fundada por la Alianza Mundial para las Vacunas e Inmunización y la Coalición para
las Innovaciones en la Preparación para Epidemias (GAVI y CEPI, por sus siglas en inglés),
esta última fundada en el Foro Económico Mundial de Davos, ambas diseñadas y
financiadas por la Fundación Bill y Melinda Gates.

Aunque la OMS figura también como fundador y participante, su papel es marginal y


parece más bien una fachada. GAVI es la que administra el mecanismo y su máxima
instancia de decisión está presidida por los presidentes de directorio de GAVI y CEPI. Se
han enlistado en Covax 180 gobiernos, pero deciden poco o nada sobre sus formas de
acción, contratos, etcétera.

Según la OMS, el porcentaje de vacunación para obtener inmunidad colectiva debería


ser mayor a 60 por ciento en todos los países simultáneamente. Numerosos reportes de
Naciones Unidas y prensa dan cuenta diariamente de cómo los países industrializados
acaparan la mayoría de las vacunas, incluso algunos países como Canadá, más de tres
veces las dosis necesarias para toda su población. Covax no ha hecho nada, salvo pedir
amablemente a esos países que donen las vacunas que no van a usar (ya pagadas a las
empresas, obviamente).

Para lograr ese nivel de vacunación global, la única vía sería que todos los países con
capacidad de producir vacunas a nivel nacional lo hicieran y apoyaran directamente a
los que no lo tienen. Un primer paso para ello es cancelar todas las patentes y otras
restricciones de propiedad intelectual para acceso y transferencia de vacunas y
tratamientos relacionados a Covid-19.

Esto ya fue planteado por India y Sudáfrica, apoyado por más de 100 países, en la
Organización Mundial de Comercio (OMC), pero Estados Unidos, Europa y otros países
sede de trasnacionales farmacéuticas se han opuesto ferozmente
(https://tinyurl.com/2mh79293).

Varios países del sur global, entre ellos India, Sudáfrica y Brasil tienen capacidad de
producción y distribución de vacunas. En muchos más esa capacidad ha sido debilitada
por las políticas neoliberales de las últimas décadas, pero podrían ser apoyados para
reactivar la producción nacional. Esto es lo que Covax quiere impedir, siguiendo el
modelo de acción que lleva también GAVI.

Covax funciona también como una forma de privilegiar las vacunas transgénicas,
patentadas y altamente experimentales, llenas de incertidumbres y riesgos, como las
basadas en ADN (entre ellas AstraZeneca, Johnson & Johnson) y las de ARN (como Pfizer y
Moderna). El reporte de Gleckman señala que también ha funcionado para marginar las
opciones más accesibles y públicas producidas en China y Rusia.

Lamentablemente, no sólo Covax, también la OMS y gobiernos promueven esas vacunas


más caras y riesgosas, obviando que las empresas seguirán provocando escasez y que
existen opciones con métodos convencionales probados, como virus atenuados,
inactivados o de subunidades proteicas, que además son las que mejor se podrían
producir a nivel nacional.

https://www.elviejotopo.com/topoexpress/covax-la-trampa/

COVAX, un órgano mundial de múltiples partes interesadas que puede


acarrear riesgos sanitarios y políticos
Agaton5/04/2021 12:00:00 a. m.

La Covid-19 ha dado lugar a muchos


desafíos, uno de los cuales ha sido
encontrar una solución para la
distribución mundial de las vacunas.

Desde una perspectiva de derechos


humanos eso significa cómo conseguir
que la vacuna contra la COVID le llegue
a las comunidades y pueblos de los países
en desarrollo rápidamente, de manera
segura, sin costo o a muy bajo costo y sin
discriminación política, de clase o de
género.

Pero para las grandes empresas y entidades como el Foro Económico Mundial (FEM) o la
Fundación Gates el desafió quizás consista en cómo hacer llegar la vacuna contra la
COVID a las comunidades y personas de los países en desarrollo sin trastornar el mercado
farmacéutico mundial, mediante un mecanismo que eluda los sistemas de emergencia
humanitaria multilaterales vigentes desde hace mucho tiempo, a la vez que se
direccionan las vacunas a los aliados de preferencia en el mundo en desarrollo.

Eso es el COVAX. Y por consiguiente, la motivación principal para crear el COVAX no fue
ayudar a combatir la COVID en los países del Sur global.

El COVAX se estableció como entidad de múltiples partes interesadas para oficiar como
brazo de distribución de vacunas de otro órgano de múltiples partes interesadas
denominado el Acelerador del acceso a las herramientas contra la COVID-19 (ACT, por
sus siglas en inglés). La función principal del COVAX es manejar el financiamiento para la
compra de las vacunas contra la COVID-19.

Fue diseñado para que funcione cual un banco comercial, usando capital aportado en
gran medida por gobiernos, para moldear la industria mundial de fabricación de vacunas
y el mercado de consumo de vacunas en el Sur. Está diseñado como una asociación
internacional de comercio ordinaria, interesada en establecer este mercado de vacunas
en base a un sistema de asistencia a la salud en que se requiere pagar por la salud, un
mercado sin aprobación médica nacional y sin rendición de cuentas ni responsabilidad
del fabricante.

Además está constituido como un órgano de múltiples partes interesadas, dirigido


operativamente por otros dos órganos de múltiples partes interesadas con el fin de
marginar a la OMS y evitar rendir cuentas públicamente en el ámbito de la gobernanza
mundial.

Este informe está enfocado en las repercusiones políticas y económicas para el Sur global
y cómo la COVID y la estructura de múltiples partes interesadas del COVAX está
impulsando una transformación de la gobernanza mundial.

La gobernanza por múltiples partes interesadas no es la manera de gestionar la


distribución de vacunas, la producción de vacunas o el suministro de las vacunas a toda
la población del mundo.

El régimen de gobernanza por múltiples partes interesadas se basa en la premisa de


marginar a los gobiernos, insertar directamente los intereses empresariales en el proceso
de toma de decisiones a nivel mundial, y opacar la rendición de cuentas.

No existen estándares de responsabilidad, obligación o rendición de cuentas para los


órganos de múltiples partes interesadas. La multiplicidad de órganos estratificados que
‘supervisan’ el programa COVAX de múltiples partes interesadas dificulta muchísimo
saber siquiera quién tiene obligaciones morales, a pesar que el COVAX toma
importantísimas decisiones para la vida de cientos de millones de personas.

Probablemente nunca antes se fabricó un producto comercial cuya expectativa es,


desde los primeros años, que su base de consumidores sea todo el mundo.

Como órgano de múltiples partes interesadas el COVAX es un punto de reunión de


intereses empresariales a los que de otro modo no se les permitiría planificar
conjuntamente la comercialización, producción, inversión y distribución de lo que para
ellos es un gran mercado mundial de vacunas que está en proceso de evolución. La
probabilidad de que intereses comerciales egoístas se infiltren indebidamente en las
decisiones del COVAX es alta.

Publicado por Amigos de la Tierra Internacional y Transnational Institute

SOBRE EL AUTOR: Harris Gleckman es investigador principal del Centro para la


Gobernanza y la Sostenibilidad de la Universidad de Massachusetts Boston y director de
Benchmark Environmental Consulting. Gleckman es doctor en Sociología por la
Universidad de Brandeis. Trabajó en el Centro de las Naciones Unidas sobre Empresas
Transnacionales, jefe de la oficina de Nueva York de la Conferencia de las Naciones
Unidas sobre Comercio y Desarrollo, y uno de los primeros funcionarios de la Conferencia
de Monterrey sobre Financiación para el Desarrollo de 2002.
FOTO: Programa nacional de introducción de la vacuna COVID 19 en el hospital Eka
Kotebe de Addis Abeba, 13 de marzo de 2021. UNICEF Etiopía/2021/Nahom Tesfaye.

https://www.foei.org/es/noticias/covax-covid19-vacuna

«Valores» y «principios» que deja el neoliberalismo


Agaton4/12/2021 07:11:00 p. m.

El neoliberalismo sirvió
para deslegitimar la
institucionalidad pública y
“criminalizar” las capacidades
estatales.

El primer artículo sobre el tema del


“neoliberalismo” en América Latina
enfocó sus orígenes vinculados a
dictaduras sangrientas
(https://bit.ly/3kYnODt); el segundo
describió cómo fue adoptado en
la “era democrática” de la región
durante las décadas finales del
siglo XX (https://bit.ly/3vHMLIj); y el
tercero se refirió específicamente a Ecuador (https://bit.ly/2P1kdcv). Pero ¿qué tipo de
“principios” ha podido edificar el neoliberalismo latinoamericano?

El triunfo del neoliberalismo, vinculado a la globalización transnacional luego del


derrumbe del socialismo en la URSS y en Europa del Este, sirvió para consagrar el
supuesto “fin de la historia”, idea originada en un libro de Francis Fukuyama (El fin de la
historia y el último hombre, 1992), quien sostuvo que la economía de libre mercado y la
democracia de tipo occidental solo tenían un prominente horizonte de desarrollo y
crecimiento hacia el futuro.

La derecha académica de América Latina se apropió de la idea y, en adelante, tanto el


marxismo, como los marxistas y la utopía socialista fueron acusados de caducos y
entendidos como piezas de la antigüedad, reducidas a círculos de fanáticos, que habían
dejado de comprender el nuevo mundo.

Había llegado el momento de saludar al capital y rendirse a sus pies.

Las economías latinoamericanas debían volverse “competitivas” y “abrirse al


mundo” mediante la “modernización”, reducida a las consignas idealizadas por las
oligarquías y burguesías internas que, en definitiva, clamaban por paralizar las inversiones
públicas, achicar presupuestos, privatizar bienes y servicios públicos, canalizar los recursos
financieros del Estado al servicio del sector privado, aflojar los sistemas de impuestos y
dejar “libres” a los mercados y las empresas, campeonas en saber cómo se crea empleo
y, sobre todo, riqueza.
No había que descuidar la necesaria “flexibilización” del trabajo, porque de lo contrario
los inversionistas carecerían de estímulos y, además, afectarían sus rentabilidades.

Tampoco importaba el medio ambiente, al momento de explotar recursos para la


acumulación interna o externa.

El historiador Héctor Pérez Brignoli se refiere a esta “utopía neoliberal” de la siguiente


manera: “El esquema es muy simple: dejemos que nos guíen las fuerzas del mercado,
eliminemos controles, aranceles, subsidios, reduzcamos al Estado y sus instituciones a un
mínimo, dejemos todo a la iniciativa privada y en poco tiempo el bienestar general
estará con nosotros.” (Historia Global de América Latina, 2018). Pero ese bienestar nunca
llegó a la región.

Quienes reaccionaron contra semejante pobreza de conceptos y valores, a fin de


reivindicar la democracia, la justicia, la soberanía, la dignidad de los pueblos, el sentido
patriótico, la lucha antimperialista, el deseo por sociedades equitativas o la defensa del
medio ambiente, entre tantos otros aspectos de profunda raíz social, fueron atacados o
considerados como “dinosaurios” de la vida política o de la reflexión en las ciencias
sociales.

En Ecuador, durante las décadas finales del siglo XX y al compás de su consolidación


neoliberal, se llegaba a reproducir frases tendientes a la descalificación de los ideales
superiores de la humanidad, como “con la soberanía no se produce”, o también: “con la
dignidad no se come”.

Ya que el “éxito” pasó a ser medido solo en términos de riqueza, se dejó de explicar la
pobreza por sus raíces históricas y estructurales, porque salir de ella simplemente
dependía del triunfo individual, de modo que todo pobre lo era porque no sabía ser
“emprendedor” y trabajar decisivamente para acumular y volverse rico.

Igual los subempleados o los desempleados: no eran personas capaces


de “buscar” cualquier empleo para salir de su situación que, supuestamente, los
“socialistas” querían solucionar “quitando a los ricos para dar a los pobres”, lo cual
resultaba una fórmula totalmente inaceptable.

Los recursos del Estado tampoco debían malgastarse en bonos, subsidios a los sectores
populares o seguridad social pública, porque lo que se requería es dar “dignidad” a la
gente, “enseñándole a pescar” y no manteniéndole ociosa con el “pescado” público.

Y las frases con semejante tono de arrogancia y prepotencia de la elite triunfante con el
neoliberalismo bien pueden multiplicarse en cada país.

Al menos un rasgo más “académico” lo proporcionó el economista peruano Hernando


de Soto en su libro El otro sendero (1986), para quien el sector informal latinoamericano, al
carecer de derechos de propiedad, no se integra a la economía y la pobreza crece, por
lo cual hay que “formalizar” al sector y colocarlo dentro de los emprendedores.
El neoliberalismo sirvió para deslegitimar la institucionalidad pública y “criminalizar” las
capacidades estatales. Todo en el Estado ha sido visto como burocrático, “político”,
corrupto e ineficaz.

El empresariado privado luce portador no solo de la verdad histórica, sino del desarrollo.
Es el Estado, cuando interviene, el que compite, en forma desleal, con él.

El mundo “moderno” es de las empresas y los emprendimientos, de modo que se valora


tanto al que vive como lustrabotas o vende frutas en una esquina (ambos son
“emprendedores”), como al que gerencia una transnacional, sin advertir las diferencias
clasistas que están de por medio.

El neoliberalismo ha agudizado las visiones oligárquicas de los grupos de poder


económico en las sociedades latinoamericanas.

También su corrupción. Esas elites no están dispuestas a que el Estado regule sus
actividades, les cobre impuestos, impida el saqueo de recursos, garantice derechos
sociales, laborales y ambientales, imponga los intereses nacionales, asuma posiciones de
soberanía y dignidad, enfrente al imperialismo.

Esos poderosos sectores económicos no quieren ningún tipo de redistribución de la


riqueza, que la consideran originada exclusivamente por sus actividades, ya que es
imposible que comprendan que es fruto de la acumulación de valor socialmente
generado.

Después de la experiencia del primer ciclo de gobiernos progresistas y de nueva izquierda


en América Latina, los intereses neoliberales en la región advierten como peligroso un
segundo ciclo y por ello han sustentado gobiernos conservadores e instituciones de
control que sean intermediarios para impedir el avance de esas fuerzas progresistas.

En Ecuador, la reimplantación del “neoliberalismo” desde 2017 se ha visto acompañada


por un clima inédito de antivalores en la historia contemporánea del país, incorporados al
desbarajuste institucional del Estado: traición, mentira, cinismo, persecución,
desvergüenza, represión, una cultura del privilegio, y en plena pandemia por el
Coronavirus, una amplia corrupción, incluso tapada mediáticamente.

La democracia latinoamericana ha dejado de ser un sistema defendible, si es que no son


las derechas económicas y políticas las que acceden al control del Estado con gobiernos
a su servicio.

Y en lo que va del siglo XXI, es posible advertir, cada vez con mayor claridad, que en la
región se acrecienta la polarización entre dos tipos de fuerzas sociales: de una parte,
las elites identificadas con el neoliberalismo; y, de otra, los sectores populares,
trabajadores, movimientos sociales, capas medias e incluso cierto empresariado
mediano, que se identifican con la construcción de una economía social.

La coyuntura electoral que vive Ecuador y que se resolverá el 11 de abril de 2021 con la
segunda vuelta presidencial, es muy expresiva de este proceso.
Por Juan J. Paz-y-Miño Cepeda
Fuentes: Informe Fracto

Fuente: Informe Fracto: https://bit.ly/3cz15LU

Blog del autor: www.historiaypresente.com}

https://rebelion.org/valores-y-principios-que-deja-el-neoliberalismo/

¿Que hay detrás de la «nueva guerra fría»?


Agaton4/26/2021 06:23:00 a. m.

Crisis capitalista y control social


La decisión del presidente
norteamericano Joe Biden el pasado
15 de abril de expulsar a 10
diplomáticos del Kremlin y de imponer
nuevas sanciones contra Rusia por su
alegada injerencia en las elecciones
presidenciales estadounidenses de
2020 – al cual ya reciprocó Rusia – se
produjo pocos días después de que el
Pentágono realizara ejercicios navales
frente a la costa de China.

Las dos acciones representan una escalada de las agresiones con el afán de
Washington de intensificar la «nueva guerra fría» en contra de Rusia y China, llevando al
mundo cada vez mas hacia la conflagración político-militar internacional. La mayoría de
los observadores atribuyen esta guerra instigada por Estados Unidos a la rivalidad y la
competencia sobre la hegemonía y el control económico internacional. No obstante,
estos factores solo explican en parte esta guerra. Hay un cuadro mas amplio – que ha
sido pasado por alto – que impulsa este proceso; la crisis del capitalismo global.

Esta crisis es económica, o estructural, de estancamiento crónico en la economía global.


Pero también es política, una crisis de la legitimidad del Estado y de la hegemonía
capitalista. Mientras el sistema se hunde en una crisis general del dominio de capital, miles
de millones de personas alrededor del mundo enfrentan luchas por una supervivencia
incierta y cuestionan un sistema que ya no consideran legítimo. En Estados Unidos, los
grupos dominantes se esfuerzan por desviar la inseguridad generalizada producida de la
crisis hacia chivos expiatorios, tales como los inmigrantes o los asiáticos culpados por la
pandemia, y hacia enemigos externos como China y Rusia.

A la vez, las crecientes tensiones internacionales legitiman el aumento de los presupuestos


miliares y de seguridad y abren nuevas oportunidades lucrativas mediante las guerras, los
conflictos, y la extensión de los sistemas transnacionales de control social y represión de
cara al estancamiento en la economía civil.
Económicamente el capitalismo global enfrenta lo que se llama en términos técnicos la
sobreacumulación. El capitalismo, por su misma naturaleza, produce una abundancia de
riqueza, pero polariza esa riqueza y genera niveles cada vez mayores de desigualdad
social en ausencia de políticas redistributivas.

La sobreacumulación se refiere a una situación en la cual la economía ha producido – o


que tiene la capacidad de producir – grandes cantidades de riqueza, pero el mercado
no puede absorber la producción como resultado de las desigualdades.

Los niveles de polarización social global y la desigualdad registrados en la actualidad


están sin precedente. En 2018, el uno porciento mas rico de la humanidad controló mas
que la mitad de la riqueza del mundo mientras el 80 porciento mas pobre tuvo que
conformarse con apenas el cinco porciento, de acuerdo con las cifras de la agencia de
desarrollo internacional Oxfam.

Estas desigualdades terminan socavando la estabilidad del sistema mientras crece la


brecha entre lo que el sistema produce o podría producir, y lo que el mercado puede
absorber. La extrema concentración de la riqueza en manos de muy pocos al lado del
empobrecimiento acelerado de la mayoría significa que la clase capitalista
transnacional, o CCT, enfrenta cada vez mayores dificultades en encontrar salidas
productivas para descargar las enormes cantidades del excedente que ha acumulado.
Entra mas se ensanchan las desigualdades globales, mas se vuelve constreñido, y por
ende saturado, el mercado mundial, y cada vez mas el sistema enfrenta una crisis
estructural de la sobreacumulación. En la ausencia de medidas compensatorias – es
decir, una redistribución hacia debajo de la riqueza – la creciente polarización social
resulta en crisis – en estancamiento, recesiones, depresiones, levantamientos sociales y
guerras.

Contrario a narraciones prevalecientes, la pandemia de coronavirus no causó la crisis del


capitalismo global, ya que esta ya estaba a las puertas. En vísperas de la pandemia, la
tasa de crecimiento en los países de la Unión Europea ya había llegado a cero, en tanto
la mayor parte de América Latina y de África Subsahariana ya estuvo en recesión, las
tasas de crecimiento en Asia experimentaban un declive notable, y Norteamérica
enfrentaba una ralentización económica constante. La situación estaba clara: el mundo
tambaleaba hacia crisis. El contagio fue nada mas que la chispa que encendió el
combustible de una economía global que nunca logró una plena recuperación del
colapso financiero de 2008.

En los años previos a la pandemia se registró un constante aumento en la capacidad


infrautilizada y una desaceleración de la actividad industrial alrededor del mundo. El
excedente de capital sin salida aumentó rápidamente. Las corporaciones
transnacionales registraron niveles récord de ganancias durante los años 2010-2019 al
mismo tiempo que las inversiones corporativas se disminuyeron. El monto total de dinero
en reservas de las 2,000 corporaciones no financieras mas grandes en el mundo pasó de
$6.6 billones a $14.2 billones de dólares entre 2010 y 2020 – cantidad por encima del valor
total de todas las reservas en divisas de los gobiernos centrales del mundo – al mismo
tiempo que la economía global se quedó estancada. La frenética especulación
financiera y el constante aumento de la deuda gubernamental, corporativa, y de los
consumidores, impulsaron el crecimiento en las primeras dos décadas del siglo XXI. Pero
estos dos mecanismos – la especulación y la deuda – constituyen soluciones temporales y
no sostenibles frente al estancamiento de largo plazo.

La economía global de guerra


Como mostré en mi libro “El Estado Policiaco Global”, publicado en 2020, la economía
global ha llegado a depender cada vez mas del desarrollo y despliegue de los sistemas
de guerra, de control social transnacional, y de represión, simplemente como medio para
sacar ganancia y seguir acumulando el capital de cara al crónico estancamiento y la
saturación de los mercados globales. La acumulación militarizada se refiere a esta
situación en la cual una economía global de guerra depende de las constantes guerras,
conflictos, y campañas de control social y represión, organizadas por los Estados, y ahora
impulsadas adelante por las nuevas tecnologías digitales, para sostener el cada vez mas
tenue proceso de acumulación global de capitales.

Los acontecimientos del 11 de septiembre de 2001 marcaron el inicio de una era de


guerra global permanente en el cual la logística, la guerra, la inteligencia, la represión, el
monitoreo y rastreo, y hasta el personal militar son cada vez mas el dominio privado del
capital transnacional. El presupuesto del Pentágono se incrementó en un 91 porciento en
términos reales entre 1998 y 2011, mientras a nivel mundial, el conjunto de los
presupuestos militares estatales creció en un 50 porciento entre 2006 y 2015, desde $1.4
billones de dólares, a $2.03 billones, aunque esta cifra no incluye los centenares de miles
de millones de dólares gastados en la inteligencia, las operaciones de contingencia, las
operaciones policiales, las “guerras” contra las drogas y el terrorismo, y la seguridad
interna. Durante este periodo, las ganancias del complejo militar-industrial se
cuadruplicaron.

Pero un enfoque que se limita a analizar los presupuestos militares estatales nos da una
visión demasiado parcial del cuadro de la economía global de guerra. Las numerosas
guerras, los múltiples conflictos, y campañas del control social y de represión alrededor
del mundo entrañan la fusión de la acumulación privada con la militarización estatal. En
esta relación, el Estado facilita la expansión de las oportunidades para que el capital
privado acumule mediante la militarización, tales como la facilitación de la venta global
de armamentos por parte de las compañías del complejo militar-industrial-seguridad.
Estas ventas han alcanzado niveles que no tienen precedente. Las ventas globales de
armamentos por parte de los 100 fabricantes mas grandes se incrementaron en un 38
porciento entre 2002 y 2016.

Ya para 2018, las compañías militares con fines de lucro emplearon unos 15 millones de
personas alrededor del mundo, mientras otros 20 millones de personas trabajaban para
las compañías privadas de seguridad. El negocio de la seguridad privada (policía
privada) es uno de los sectores económicos de crecimiento mas rápido en muchos países
y ha llegado a empequeñecer a las fuerzas publicas alrededor del mundo. En monto
gastado en la seguridad privada en 2003 – el año de la invasión norteamericana a Iraq –
fue mayor en un 73 porciento que el gastado publico de seguridad, y tres veces mas
personas trabajaban por compañías privadas militares y de seguridad que por las
instancias estatales. Estos soldados y policías corporativos fueron desplegados para vigilar
la propiedad corporativa, proporcionar personal de seguridad para los ejecutivos de la
clase capitalista transnacional y sus familias, recompilar datos, llevar a cabo la
contrainsurgencia, las operaciones paramilitares y de monitoreo y rastreo, realizar
acciones de control de multitudes y represión de los manifestantes, administrar los
cárceles y centros de interrogación, manejar centros privados de detención de los
inmigrantes, y hasta participar directamente en las guerras al lado de las fuerzas
estatales.

En 2018, el entonces presidente estadounidense Donald Trump anunció con mucha


fanfarria la creación de un sexto servicio de las fuerzas armadas norteamericanas, la
llamada “Fuerza Espacial”. Los medios de comunicación corporativos repitieron como
papagayo la versión oficial para la creación de estas fuerzas – de que era necesario para
que Estados Unidos enfrentara crecientes amenazas internacionales. Ignoraron casi por
completo de que un pequeño grupo de exfuncionarios gubernamentales con fuertes
lazos con la industria aeroespacial hicieron constante cabildeo entre bastidores para la
creación de esta Fuerza con el objetivo de ampliar el gasto militar en concepto de
satélites y otros sistemas espaciales.

En febrero del año en curso la Federación de Científicos Americanos denunció que detrás
de la decisión del gobierno norteamericano de invertir no menos de $100 mil millones de
dólares en una renovación del arsenal nuclear, se dio un constante cabildeo por parte
de las compañías del complejo militar-industrial que producen y mantienen dicho arsenal.
La administración Biden anunció con mucha fanfarria a principios de abril de este año de
que iba a retirar todas las tropas norteamericanas en Afganistán. Sin embargo, los 2,500
soldados estadounidenses en ese país palidecen en comparación con los mas de 18,000
contratistas de auxilio privados desplegados por Estados Unidos, entre ellos al menos 5,000
soldados bajo la planilla de las corporaciones militares privadas.

Las mal-llamadas guerras contra las drogas y el terrorismo, las guerras no declaradas
contra los inmigrantes y refugiados, la construcción de los muros fronterizos, los centros de
detención de inmigrantes, los complejos industriales carcelarios, los sistemas de monitoreo
y rastreo de masa, la extensión de las compañías privadas de seguridad y mercenarias –
todos se han convertido en importantes fuentes de ganancia y se volverán mas
importantes aun en la medida que la economía global siga enfrentando el
estancamiento crónico. En resumidas cuentas, el Estado policiaco global se vuele gran
negocio en momentos en que otras oportunidades de lucro para las grandes
corporaciones transnacionales se ven limitadas.

Pero si bien la ganancia de capital transnacional y no la amenaza externa es la


explicación para la expansión de la maquinaria norteamericana de guerra estatal y
corporativa, esta expansión todavía necesita ser justificada por la propaganda oficial del
Estado. La nueva guerra fría cumple con esta finalidad.

Conjurando enemigos externos


Hay otra dinámica en juego que explica la nueva guerra fría: la crisis de la legitimidad del
Estado y de la hegemonía capitalista. Las tensiones internacionales derivan de una
contradicción aguda en el capitalismo global: la globalización económica tiene lugar en
un sistema de autoridad política basada en el Estado nación. Es decir, en términos mas
técnicos, hay una contradicción entre la función de acumulación y la función de
legitimidad de los Estados. Los Estados enfrentan una contradicción entre la necesidad
de promover la acumulación transnacional de capital en sus respectivos territorios
nacionales – en competencia con otros Estados – y la necesidad de lograr la legitimidad
política y estabilizar el orden social interno.

La tarea de atraer las inversiones corporativa y financiera al territorio nacional requiere


que el Estado proporcione al capital todos los incentivos asociados con el neoliberalismo,
como son la presión para abajo sobre los salarios, la represión sindical, la desregulación,
las políticas impositivas regresivas, las privatizaciones, los subsidios al capital, la austeridad
fiscal y recortes del gasto social, etcétera. El resultado de estas medidas es el incremento
de la desigualdad, el empobrecimiento, y la inseguridad para las clases trabajadoras y
populares, precisamente las condiciones que arrojan a los Estados hacia la crisis de la
legitimidad, que desestabilizan los sistemas políticos nacionales, y que ponen en peligro el
control elitista.

Las fricciones internacionales escalan en la medida que los Estados, en sus esfuerzos por
retener la legitimidad, buscan sublimar las tensiones sociales y políticas y evitar que se
fracture el orden social. En Estados Unidos, esta sublimación ha entrañado el esfuerzo por
canalizar el descontento social hacia las comunidades convertidas en chivos expiatorios,
tales como los inmigrantes. Se trata de una de las funciones mas importantes del racismo
y fue parte integral de la estrategia política del gobierno de Trump. Pero también entraña
la canalización de dicho descontento hacia enemigos externos tales como China y Rusia,
lo cual parece ser una de las piedras angulares de la estrategia del gobierno de Biden.

Las clases dominantes chinas y rusas también deben enfrentar las consecuencias
económicas y políticas de la crisis global, pero sus economías nacionales están menos
dependientes de la acumulación militarizada y sus mecanismos de legitimidad son otras,
es decir, no dependen del conflicto con Estados Unidos. Es Washington que conjura la
nueva guerra fría, pero esta guerra no responde a una amenaza de China o de Rusia,
mucho menos a la competencia económica entre los capitalistas en los tres países, pues
las corporaciones transnacionales se han inter-penetrado inextricablemente mediante las
inversiones mutuas tras-fronteras. Mas bien, esta guerra impulsada por Washington
responde al imperativo de manejar y sublimar la crisis.

El afán del Estado capitalista de externalizar las consecuencias políticas de la crisis


aumenta el peligro de que las tensiones internacionales conduzcan a la guerra.
Históricamente las guerras han sacado al sistema capitalista de las crisis estructurales, en
tanto fungen para desviar la atención desde las tensiones políticas y los problemas de la
legitimidad. El llamado “dividendo de paz” – que supuestamente iba a conducir a la
desmilitarización con el fin de la Guerra Fría original con el colapso de la Unión Soviética
en 1991 – se esfumó de la noche a la mañana con los eventos del 11 de septiembre de
2001, los cuales legitimaron la farsa de la “guerra contra el terror” como nuevo pretexto
para la militarización y el nacionalismo reaccionario. Los presidentes estadounidenses
históricamente registren el índice de aprobación mas alto cuando lanzan las guerras. El
índice de aprobación de George W. Bush alcanzo el máximo histórico de 90 porciento en
2001, en el momento en que su administración se alistara para invadir a Afganistán, en
tanto el de la administración de su papa, George H. W. Bush, alcanzó un índice de 89
porciento en 1991, a raíz de su declaración de que concluyó exitosamente la (primera)
invasión a Irak y la “liberación de Kuwait”.

La dictadura digitalizada de la clase capitalista transnacional


El capitalismo global experimenta en estos momentos un proceso de reestructuración y
transformación radical, impulsado por una digitalización mucho mas avanzada de toda
la economía y la sociedad global. Este proceso esta basado en las tecnologías de la
llamada “cuarta revolución industrial”, incluyendo la inteligencia artificial y el aprendizaje
automático, los macrodatos, los vehículos terrestres, aéreos, y marítimos de conducción
automática, la computación cuántica y en nube, el internet/red de las cosas (conocido
como IoT por sus siglas en inglés), la bio y nanotecnología y 5G ancho de banda, entre
otras.

Si la crisis es económica y política, también es existencial por la amenaza del colapso


ecológico, así como por la de una guerra nuclear, a la cual tenemos que agregar
también el peligro de futuras pandemias que podrían involucrar a microbios mucho mas
letales que los coronavirus. Los encierros impuestos por los gobiernos por la pandemia
sirvieron como pruebas para la forma en que la digitalización podría permitir a los grupos
dominantes efectuar una aceleración en el tiempo y en el espacio de la reestructuración
capitalista y ejercer un mayor control sobre la clase trabajadora global. El sistema ahora
buscar una mayor expansión por la vía de la militarización, las guerras y los conflictos, una
nueva ronda de despojos violento alrededor del mundo, y una extensión del pillaje del
Estado.

Las clases dominantes están aprovechando de la emergencia sanitaria para legitimar un


control mas apretado sobre las poblaciones descontentas. Este proceso se ve acelerado
por el cambio de las condiciones producidas por la pandemia y sus consecuencias.
Dichas condiciones han ayudado a un nuevo bloque de capital transnacional – liderado
por las compañías gigantescas de alta tecnología, entrelazados como son con la finanza,
la industria farmacéutica, y el complejo militar-industrial – a acumular cada vez mas
poder y consolidar su control sobre los ejes dominantes de la economía global. La
reestructuración en marcha acarrea consigo una mayor concentración de capital a nivel
mundial, un agravamiento de la desigualdad social, y también una agudización de las
tensiones internacionales y los peligros de la conflagración militar.

En 2018, solo 17 conglomerados financieros globales en su conjunto manejaron $41.1


billones (trillones en inglés), que representa mas que la mitad del producto global bruto
del planeta entero. Ese mismo año, para reiterar, el uno porciento de la humanidad,
encabezado por 36 millones de millonarios y 2,400 multimillonarios (billonarios en inglés),
controló mas de la mitad de la riqueza del planeta, mientras el 80 porciento – casi seis mil
millones de personas – tuvieron que conformarse con apenas el cinco por ciento de esa
riqueza. El resultado es devastación para la mayoría pobre de la humanidad. El 50
porciento de la población mundial intenta sobrevivir con menos de $2.50 diarios y el 80
porciento sobrevive con menos de $10 diarios. Una de cada tres personas sufre de la
desnutrición, casi mil millones de personas se acuestan cada noche con hambre, y otros
dos mil millones sufren de la inseguridad alimentaria. El numero de personas convertidos
en refugiados por la guerra, el cambio climático, la represión política y el colapso
económico ya alcanza varios centenares de millones. La nueva guerra fría resultará en
una agudización de la miseria de esta masa de la humanidad.

Las crisis capitalistas son momentos de intensas luchas de clase y sociales. Ha habido una
rápida polarización en la sociedad global desde 2008 entre una ultra-derecha insurgente
y una izquierda insurgente. La crisis en curso desata revueltas populares. Los trabajadores,
campesinos y pobres han llevado a cabo una oleada de huelgas y protestas alrededor
del mundo. Desde Sudan hasta Chile, desde Francia hasta Tailandia, Sudáfrica, y Estados
Unidos, una “primavera popular” se estalla por doquier. Pero la crisis también anima a las
fuerzas ultra-derechistas y neofascistas que han surgido en muchos países alrededor del
mundo y que buscan aprovechar políticamente de la emergencia sanitaria y sus
consecuencias. Los movimientos neofascistas y los regímenes autoritarios y dictatoriales se
han proliferado alrededor del mundo en tanto se desintegra la democracia.

Las desigualdades salvajes explosivas desatan protestas en masa por parte de los
oprimidos y llevan a los grupos dominantes a desplegar un Estado policiaco global cada
vez mas omnipresente para contener la rebelión de las clases trabajadoras y populares. El
capitalismo global emerge de la pandemia en una nueva y peligrosa fase. La batalla por
el mundo post-pandémico ya esta siendo librada. Las contradicciones de un sistema en
perpetua crisis han llegado al punto de quiebre, conduciendo al mundo hacia una
situación peligrosa, hacia el borde de la guerra civil global. Los riesgos no podrían ser
mayores. Parte integral de la batalla por el mundo post-pandémico es la revelación y la
denuncia de la nueva guerra fría como artimaña de los grupos dominantes para desviar
nuestra atención de la crisis en escalada del capitalismo global.

William I. Robinson es un distinguido profesor de sociología y estudios globales de la


Universidad de California en Santa Bárbara. La casa editorial mexicana Siglo XXI acaba
de publicar su libro El capitalismo global y la crisis de la humanidad.

Por William I. Robinson |

https://rebelion.org/que-hay-detras-de-la-nueva-guerra-fria/
¿Y si la Gran Revelación ya ha ocurrido?
Agaton5/18/2021 07:27:00 p. m.
¿Recuerdan la indignación que se produjo
en todo el mundo después de que
los Papeles de Panamá sacaran a la luz
una enorme trama de evasión fiscal
internacional en la que estaban implicadas
muchas élites adineradas de alto nivel, lo
que llevó a encarcelamientos masivos y a
una profunda revisión de los sistemas
fiscales y legales del mundo? ¿No?

¿Qué tal el enorme escándalo cuando se


reveló que la CIA financia unilateralmente sus propias operaciones clandestinas a través
de programas secretos de tráfico de drogas para eludir la supervisión de los órganos
elegidos, lo que llevó al desmantelamiento y la disolución de toda la CIA?

¿O la vez que WikiLeaks sacó a la luz los crímenes de guerra que condujeron a los
tribunales de La Haya y a una completa reestructuración del ejército estadounidense?

¿O todas las investigaciones criminales y los arrestos que rompieron paradigmas,


cuando nos enteramos de que las poderosas agencias de inteligencia han estado
utilizando niños esclavos sexuales para manipular nuestra sociedad a través del
chantaje?

¿No? Hmm. Qué raro.

Quiero decir, es raro, ¿verdad?

Es muy, muy extraño cómo cada vez que hay una revelación escandalosa sobre los
poderosos, se hace mucho ruido al respecto durante unos días, y luego esencialmente no
pasa nada.

Los principales medios de comunicación pueden informar sobre ello durante un breve
periodo de tiempo (aunque a veces, si es realmente inconveniente para el imperio, ni
siquiera lo tocan), luego recurren a los expertos para que manejen la narrativa de tal
manera de asegurar que nadie en el poder se enfrente a ninguna consecuencia, y
luego se olvida silenciosamente.

Es extraño. Pero no podemos negar que es real.

Hay muchas personas que entienden que estamos gobernados por sociópatas que
manipulan nuestra sociedad para que se alinee con sus agendas codiciosas y de abuso
de poder, y que la mayoría de los problemas de nuestro mundo surgen de este hecho.

No es difícil ver y entender esto por uno mismo; hay más que suficientes hechos y
evidencias disponibles para hacerlo perfectamente claro, para cualquiera con el tiempo
y la voluntad de mirar.

Sin embargo, sigue siendo un conocimiento relativamente marginal, muy alejado de las
cifras que se necesitarían para marcar una verdadera diferencia en nuestro mundo.

No obstante, muchos de los que ven lo que está mal en el mundo, también mantienen la
esperanza de que pueda haber alguna Gran Revelación en nuestro futuro, alguna
filtración o hazaña heroica de periodismo de investigación que rasgue el velo de los
mecanismos de la oligarquía y la opresión y que sacuda al mundo para que se produzca
un cambio revolucionario.

Piensan que si hubiera alguna revelación sin precedentes sobre el 11-S, o sobre la Covid-
19, o sobre la oligarquía, la gente abriría por fin los ojos al hecho de que todo lo que se les
ha enseñado sobre el mundo es una mentira.
Esto nunca ocurrirá.

Lo sabemos porque si fuera a ocurrir, ya habría ocurrido. Si los hechos y las pruebas fueran
suficientes para abrir los ojos de la gente y hacerla cambiar de opinión, entonces el
consentimiento para todo el orden mundial en el que vivimos actualmente se habría
rescindido tan pronto como supiéramos que la invasión de Irak se basó en una mentira.

O tan pronto como viéramos las primeras imágenes de los niños de Yemen que están
muriendo de hambre con la ayuda de nuestro gobierno.

O cualquier número de atrocidades escandalosamente malvadas que las personas más


poderosas del mundo han diseñado a la vista de todos.

La Gran Revelación nunca ocurrirá, porque la Gran Revelación ya ha ocurrido.

Toda la información necesaria para mostrar a la gente que estamos gobernados por
tiranos asesinos, que no deberían estar a cargo de sus propios hijos y mucho menos de un
imperio que se extiende por todo el mundo, ya está disponible públicamente.

Cualquier información nueva que se añada a ello será tratada de la misma manera que
se ha tratado hasta ahora: narrativa gestionada y olvidada en la memoria. No importaría
que fuera una filtración que expusiera todos los secretos más horribles de todas las
personas más poderosas del mundo. Se resolvería de la misma manera que siempre se ha
resuelto.

El problema no es que carecemos de pruebas suficientes de que vivimos en un imperio


oligárquico inaceptablemente distópico, el problema es que la gente no puede ver las
pruebas que ya tiene a su disposición.

La ciencia ya nos dice que los hechos contundentes no son suficientes para hacer
cambiar de opinión a alguien, y que tenemos todo un sistema de defensa cognitiva para
proteger nuestras percepciones preexistentes. No importa cuánta información se le
entregue a alguien, si lucha como un demonio para evitar la experiencia, similar a la
muerte, de que le arranquen toda su visión del mundo. El truco está en encontrar formas
nuevas e innovadoras de romper esas defensas.

Los denunciantes, los periodistas de investigación y los editores de filtraciones hacen un


trabajo heroico por el que todos deberíamos estar agradecidos.

Es gracias a ellos que hay suficientes pruebas disponibles públicamente de que en


efecto, estamos gobernados por reyes sin corona, en un imperio no reconocido que nos
está llevando a todos hacia el desastre. Pero la mayor parte del trabajo que hay que
hacer viene después de que su misión se haya completado.

El verdadero trabajo de campo consiste en conseguir que el público vea el imperio


oligárquico con ojos nuevos.
Lo feo que es. Lo horrible que es. Lo psicopático que es. Tomar los hechos que ya tienen
frente a ellos y reorganizarlos de una nueva manera que les permita percibirlos realmente
en profundidad, de una forma diferente a como lo hacían antes.

Por eso escribo tantos artículos sobre lo espeluznante que es el imperio; intento aportar
nuevos conceptos e imágenes que ayuden a la gente a comprender realmente la
verdadera naturaleza de esta cosa en la que han estado sumergidos toda su vida, cuya
propaganda han estado ingiriendo desde que eran niños. Es como tratar de enseñar a los
peces a ver el agua.

Por ejemplo, la propaganda de los medios de comunicación. El hecho de que la clase


plutocrática y las agencias gubernamentales colaboren entre sí para manipular la forma
en que el público piensa, actúa y vota, es un hecho indiscutible que ha
sido investigado y documentado durante décadas, pero la gente no lo ve.

No entienden lo violento y asqueroso de que la gente poderosa esté jugando activa y


deliberadamente con nuestras mentes todo el tiempo.

Es tan extraño y depravado como cualquier teoría conspirativa sobre el control mental
de los nanobots 5G, pero como la gente está acostumbrada a ello, no es capaz de verlo.

Nuestro trabajo es ayudarles a verlo.

Y lo mejor es que todos podemos hacerlo. No hace falta ser un denunciante heroico o un
audaz periodista de investigación, sólo necesitamos un poco de creatividad y un
enfoque ligeramente diferente de las cosas.

A esto apuntaba Arundhati Roy cuando dijo: “Nuestra estrategia debe ser no sólo
enfrentarse al imperio, sino asediarlo. Privarlo de oxígeno. Hacer que se avergüence.

Burlarse de él. Con nuestro arte, nuestra música, nuestra literatura, nuestra terquedad,
nuestra alegría, nuestra brillantez, nuestra absoluta implacabilidad y nuestra capacidad
de contar nuestras propias historias.

Historias que son diferentes de las que nos han lavado el cerebro para hacernos creer”.

Está bien ser un periodista duro o un experto analista de conspiraciones. Pero, como la
Gran Revelación ya ha ocurrido, la verdadera diferencia la marcarán los artistas.

Traducido del inglés por América Rodríguez para Investig’Action

Fuente: Blog de Caitlin Johnstone

https://www.investigaction.net/es/y-si-la-gran-revelacion-ya-ha-ocurrido/

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