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Desde el siglo I a.C. la potencia dominante en la zona del Mediterráneo fue Roma. La pequeña ciudad-estado del centro de
Italia fue recorriendo un largo camino de progresiva expansión desde el siglo III a.C. En torno a los años 290a.C.
conquista el centro de Italia, iniciando una sucesión de conquistas mediante las cuales va incorporando territorios a sus
dominios. En el siglo I d.C. el imperio quedó constituido, abarcando desde la península ibérica (España y Portugal), hasta
Asia Menor, pasando por las Galias (actual Francia), Germania (parte de la actual Alemania), la península de los
Balcanes, Grecia, Asia Menor (actual Turquía), Siria, Palestina, Egipto y una franja costera del norte de Africa. Hacia
fines del siglo se incorporó también Bretaña (parte de la actual Gran Bretaña). La última etapa expansiva fue conducida
por el emperador Trajano, a principios del siglo II d.C. (años 100-110), pero las nuevas conquistas fueron perdidas por sus
sucesores. En el siglo I d.C. Roma se encontraba organizando su imperio. La última mitad del siglo anterior se había visto
sacudida por las guerras civiles que enfrentaron primero a Pompeyo y César, y luego a Octavio y Marco Antonio. El
vencedor resultó ser Octavio, quien tomó el poder y en el año 27 a.C. recibió el título de Augusto. Organizó la
administración del imperio en diferentes
provincias y territorios.
El gobierno de los mismos estaba confiado a un
procónsul, a un legado o a un procurador (Poncio
Pilato era procurador de Judea en los tiempos de la
predicación de Jesús).
En el siglo I d.C. el Imperio Romano alcanzaba su
mayor expansión territorial.
Los habitantes del imperio podían ser ciudadanos
romanos o extranjeros sometidos al derecho de sus
respectivos países. Existía gran cantidad de
esclavos.
En el año 70 d.C. el ejército romano aplastó una
rebelión en Palestina, destruyendo el Templo.
La Sinagoga
“Nacida, probablemente, en la época del exilio babilónico, la
sinagoga (‘asamblea’) era el lugar de las reuniones cultuales de
los judíos. Esparcidas por todo el territorio palestino, se hallaban
presentes, también, en el territorio del imperio romano,
fundamentalmente en las grandes ciudades.
El culto sinanogal se basaba en la lectura de la Torá y en su
comentario posterior a cargo de los doctores de la ley, dato que
remite la institución al partido de los fariseos (cfr. Lc. 4). La
reunión se abría con el rezo del Shema’ (Deut. 6, 4-5) y se
cerraba con la oración sacerdotal (Núm. 6, 22-26). Llega a
convertirse en una de las más importantes instituciones del
judaísmo y es la única que logra sobrevivir al siglo II de nuestra
era.”
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