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LOS SERVICIOS SECRETOS DE ALEJANDRO MAGNO

Manuel Plata Luque

Cuando en 323 a.C. Alejandro Magno muere en Babilonia, dejó un legado nunca antes visto. Su
imperio iba desde la actual Albania hasta Egipto; y desde el Mediterráneo hasta India. Logró
tener bajo su protección al panteón griego, los dioses egipcios, mazdeístas persas, animistas
bactrianos e hinduistas del norte de la India. Su empeño en preservar e integrar las distintas
tradiciones con las que se iba encontrando le supuso la animadversión de sus compañeros de
armas, lo que, a la postre, le supuso el fin de su sueño de encontrar el fin del mundo oriental.

Sin duda, tal proeza se debió en buena parte a su capacidad militar, demostrada en mil
batallas. Sin embargo, cuando nos adentramos en la historia y la observamos desde la
objetividad, sin dejarnos deslumbrar por el brillo que desprenden las grandes gestas, nos
percatamos de que hay cosas que no encajan con la vida real.

En este punto nos gustaría centrarnos en la parte fundamental de la invasión macedonia de


Persia, las batallas que Alejandro libró antes de la derrota y muerte de Darío III. ¿De verdad el
famoso general logró derrotar al poderoso ejército persa, formado por 250.000 soldados, y en
un terreno preparado a conciencia, con una fuerza de apenas 30.000 infantes y 5.000
caballeros?

En la película Alejandro Magno1, de Oliver Stone, aparecen un par de escenas sobre las que, al
comienzo de la cinta, el faraón Ptolomeo reclama atención. Cuando está a punto de comenzar
la batalla de Gaugamela, decisiva para los objetivos helenos, mientras Alejandro arenga a sus
tropas, señala con el dedo al ejército enemigo. Justo en ese momento, la imagen de Alejandro
se fusiona con la de un águila, que parte desde sus propias líneas, y se dirige hacia el frente
persa para otear el impresionante despliegue dispuesto por Darío. Poco después, mientras
tiene lugar la batalla, el ave vuelve a aparecer en el escenario, vuelo al que presta especial
atención Alejandro mientras cabalga con su unidad de caballería ligera, y que parece servirle
de referencia, pues, tras mirar al cielo, ordena un cambio en la estrategia de ataque. Y todo
ello, envuelto en un sospechoso color amarillo, el color que simboliza la traición, y que fue el
elegido para representar a Judas durante la Edad Media.

Imagen 1

1
Borman, M., Schühly, T., Kilik, J., Smith, I. (productores) y Stone, O. (director). 2004. Alexander [cinta cinematográfica] Estados
Unidos. Warner Bros. Pictures.
Imagen 2

La segunda escena se desarrolla en el Hindu Kush, mientras Alejandro se sincera con su medio
hermano Ptolomeo. En ese momento, vuelve a mirar al cielo buscando algo, y formula una
extraña pregunta que deja perplejo al futuro faraón: ¿Adónde habrá ido nuestra águila?

¿Por qué Oliver Stone utilizó en el territorio persa la imagen de un águila, la misma que forma
parte del emblema de la agencia federal estadounidense encargada de recopilar información
para garantizar la seguridad de la nación norteamericana, la CIA? Algunos interpretan este
símbolo con el de Zeus, el dios del que Alejandro decía ser hijo; pero, ¿por qué cuando estaba
a punto de entrar en India, el ave abandonó a los griegos para no volver? ¿Acaso el director
tenía alguna sospecha que deseaba transmitirnos en su película? ¿Es posible que intuyera,
como nosotros, que Alejandro, además de las tropas de exploradores, utilizó servicios más
discretos?

Evidentemente, es imposible saber a ciencia cierta si esto ocurrió. De lo que no cabe ninguna
duda es de que toda la invasión estuvo plagada de situaciones, cuando menos,
desconcertantes. A continuación, pasaremos a describirlas para, al final, proponer una
hipótesis bastante plausible, a nuestro parecer.

El paso del Helesponto


El primer gran misterio de la invasión griega de Persia es el paso de las tropas de Alejandro
desde el continente europeo al asiático, a través del estrecho del Helesponto.

En mayo de 334 a.C., el ejército griego atraviesa el escaso kilómetro y medio que separa
Europa de Asia, partiendo de la ciudad de Sestos. Para esta operación, se utilizaron ciento
setenta trirremes, que tuvieron que realizar numerosas travesías para transportar a todo el
contingente, formado por algo menos de 40.000 soldados.

Lo sorprendente de este operativo es que, durante su desarrollo, ninguna nave de la poderosa


flota persa hizo acto de presencia para tratar de abortar lo que, desde hacía más de doce años,
era un secreto a voces.

El deseo de conquistar Persia flotaba en el ambiente desde antes de 346 a.C., año en que
Atenas firma con Filipo II de Macedonia la Paz de Filócrates, en la que es declarado hegemón,
caudillo militar encargado de aglutinar a las distintas polis que conformaban la Hélade, y
guiarlas en la conquista de su eterno enemigo. Desde ese momento hasta que se culmina la
invasión con Alejandro, los movimientos griegos eran evidentes. Así, el 336 a.C., Filipo envía un
ejército de 10.000 soldados, liderado por los generales Parmenión, Átalo y Amintas, a Asia
Menor como cabeza de puente, para preparar el desembarco.
Paso del Helesponto

Persia, la mayor potencia militar de ese momento, tenía conocimiento de estos movimientos.
No en vano, el imperio contaba con un eficiente servicio de mensajería a caballo, que era
capaz de recorrer los 2.700 kilómetros del Camino Real Persa en siete días. El mismo Heródoto
llegó a decir de este servicio: No existe nada en el mundo que viaje más rápido que estos
mensajeros persas. Sin duda, los diferentes reyes de Babilonia debían de conocer dichas
intenciones, y el punto en el que se produciría el desembarco. ¿Por qué no enviaron su
magnífica flota para cortar de raíz la invasión? No debemos olvidar que unos años antes,
cuando el sátrapa Artabazo II de Frigia –del que más adelante hablaremos- se levantó en
armas contra el poder central de Babilonia, apoyado por fuerzas de Atenas, a Artajerjes III le
bastó con amenazar a los aliados griegos con enviar a su armada a invadir su ciudad para que
estos abandonasen a su aliado. Tan eficaz y contundente era. ¿Dónde estaba cuando más se la
necesitaba?

Estrategia de tierra quemada


Como acabamos de decir, los persas eran conscientes del deseo de los griegos de conquistar
sus tierras. Y, sin embargo, el rey Artajerjes II tomó una decisión de lo más extraño. En lugar de
reforzar su frontera en el punto más débil, Frigia Helespóntica, la debilitó, prohibiendo que los
sátrapas poseyeran mercenarios, los auténticos profesionales de la guerra, dejándoles
escuálidas milicias de aficionados. El motivo parece ser que estaba fundamentado en los
continuos levantamientos a los que el rey había tenido que hacer frente. Al mermar estos
ejércitos, garantizaba su superioridad.

Pero, si había resuelto un problema, había creado otro mayor, debilitando a una satrapía que
debía ser la primera barrera de contención frente a una más que probable invasión griega. ¿Es
lógica tal falta de previsión? También trataremos de darle una explicación a este hecho.
Artajerjes II

El caso es que, cuando Alejandro desembarca en Asia Menor, tiene poca oposición. Según
afirman los historiadores que narraron las hazañas del joven rey macedonio, cuando los
dirigentes frigios se reunieron para estudiar la estrategia a seguir –lo cual también sorprende;
no tenían ningún plan que implementar ante una contingencia previsible-, otro actor
importante en nuestra teoría estaba con ellos. Se trata de Memnón de Rodas, un mercenario
al mando del ejército que, en teoría, debía hacer frente a la invasión.

Según narran las crónicas, en dicha reunión, Memnón sugirió arrasar los campos de cultivo
para, así, golpear el único punto débil del ejército de Alejandro, la cadena de suministros.
Según el profesor de Historia Antigua de la Universidad de Oxford, Robin Lane Fox, las
provisiones con las que contaban apenas cubrían treinta días. Sin los cultivos que se
encontrarían por el camino, los invasores dependerían exclusivamente de lo que las naves
griegas les pudieran hacer llegar desde la Hélade. La flota persa no apareció en el Helesponto,
pero suponemos que, una vez verificada la invasión, acudirían a cortar esas líneas de
aprovisionamiento.

Sin embargo, aunque pudiera parecer absurdo, los terratenientes que formaban el Estado
Mayor de las fuerzas de defensa se negaron a perder sus cosechas, y prefirieron un
enfrentamiento militar. Lo sorprendente de este hecho es que Memnón, hasta poco antes de
la invasión, estuvo viviendo como exiliado en la corte de Macedonia, y conocía de primera
mano los planes de invasión de Filipo, luego asumidos por su hijo Alejandro. ¿Cómo no fueron
aceptadas las recomendaciones de alguien que contaba con tan importante información?

La campaña de Egipto
Alejandro disputó tres grandes batallas en suelo persa, la del río Gránico, la de Issos y la de
Gaugamela. Aunque profundizaremos en ellas a continuación, nos gustaría reseñar en este
momento un hecho significativo que ocurrió en la segunda.

Cuando las tropas griegas rompen el frente persa, Darío III da media vuelta y huye del campo
de batalla, abandonando a sus fuerzas. En ese momento, Alejandro pudo haberlo perseguido
con su caballería ligera, y se habría dado por concluida la guerra. Sin embargo, permitió su
huída y, lo que es aún más extraño, en lugar de dirigirse a Babilonia para evitar que el rey
reclutara un nuevo ejército, dirigió sus pasos hasta Egipto. En teoría, la idea era neutralizar las
fuerzas egipcias, en ese momento bajo control persa, que podrían atacarlo desde la
retaguardia. En noviembre de 332 a.C., la imparable columna griega entra en el reino del Nilo
sin ninguna oposición, y Alejandro es proclamado faraón. Teniendo a los egipcios a sus pies, lo
lógico hubiera sido dar marcha atrás, y dirigirse a la capital persa para culminar la invasión. Sin
embargo, sin temer la más que probable recomposición del ejército persa, decide permanecer
en Egipto casi medio año, tiempo que dedica a recorrer el país y fundar la ciudad de Alejandría.

Recorrido de Alejandro en Egipto

También aquí ocurre algo desconcertante. Alejandro decide visitar un oráculo de Amón del
oasis de Siwa, en el desierto libio. La ruta más segura hasta el oasis es por el Este, desde
Menfis. La ruta del Norte era sumamente peligrosa, y ya en el 525 a.C., un ejército de 50.000
soldados persas, enviado por el rey persa Cambises II, desapareció al completo en las arenas
del desierto cuando se dirigía a dicho oasis para someter a los sacerdotes del templo de Amón,
que se negaban a reconocer la autoridad extranjera. Sin embargo, Alejandro decide acudir a
consultar el oráculo, siguiendo la misma ruta, en contra de las recomendaciones de sus
consejeros, y poniendo en riesgo sus principales unidades de caballería.

Nuevamente nos encontramos ante un enigma sin respuestas. ¿Por qué Alejandro decidió
afianzar el sur del imperio, cuando podía haber acabado con Darío en Issos, y haber dado por
finalizada la conquista en ese momento? ¿Por qué se entretuvo en recorrer Egipto como un
turista más, visitando oráculos y fundando ciudades, regalándole así un tiempo precioso al rey
persa, tiempo que empleó en recomponer el ejército y acondicionar el campo de batalla de
Gaugamela?

Las tres batallas


Pero el mayor misterio de todos tiene que ver con aquello que hizo famoso a Alejandro, y que
le valió el sobrenombre de Magno, su enorme capacidad militar, desplegada en todas las
empresas que acometió.

Y es que, una cosa es doblegar pequeños focos de resistencia y otra muy distinta, enfrentarse
al descomunal ejército persa, la mayor potencia de la época desde hacía siglos. Y lo que nos
desconcierta de este asunto es algo cuanto menos extraño. Resulta que en las tres principales
batallas que libró Alejandro utilizó la misma táctica, ante el pasmoso desconcierto de los
generales persas, que, más que curtidos veteranos, parecían inexpertos alféreces de primer
curso de la Academia Militar. Para poder desmembrar a las superiores fuerzas rivales, el
macedonio procedió a abrir una brecha en el centro del frente y aprovecharla para ir
directamente a por el líder enemigo. En principio, parece una estrategia bastante buena que
permite vencer a una fuerza bastante superior en número. Pero hay varias cosas que no
cuadran.
Primero, que, al parecer, era la única táctica con la que Alejandro contaba para superar a los
persas. A poco que los generales de Darío hubiesen analizado sus derrotas, habrían deducido
un plan para contrarrestar al invasor en un nuevo enfrentamiento.

Segundo, que, para llevar a cabo tal estrategia, el propio Alejandro, con su unidad de
caballería, los Compañeros, situados en el ala derecha de la línea griega, debían realizar un
movimiento lateral que era el que arrastraba el ala izquierda del enemigo en su afán de no ser
sorprendidos en un ataque de costado. Este movimiento de los persas originaba una brecha.
En un momento dado, los Compañeros realizaban un giro inesperado, y aprovechaban ese
hueco para ir directamente a por el rey Darío. Lo que ocurre es que, antes de que los persas
abrieran esa brecha, el propio movimiento de Alejandro habría generado otra brecha en las
filas griegas, que los persas no supieron –o no quisieron- ver y utilizar. Este movimiento hacía
que el rey y su millar de Compañeros quedasen desgajados del resto del ejército, circunstancia
que, bien aprovechada, habría provocado la aniquilación del líder invasor. ¿Ningún general
persa supo ver aquella ventaja que, nada más comenzar la batalla, les proporcionaba el
enemigo?

Tercero, que, a pesar de la superioridad numérica de los persas, en ninguna batalla, las fuerzas
de reserva llegaron a entrar en combate. Por táctica, podría ser que Alejandro fuese superior,
pero una diferencia de 250.000 frente a 40.000 es demasiado apabullante como para no ser
utilizada. Hemos dicho que los griegos abrían una brecha en el centro del frente persa. ¿A
ningún general se le ocurrió taparla con las fuerzas de reserva que permanecían expectantes
en la retaguardia?

A continuación se muestran los gráficos de las tres batallas2.

Batalla del río Gránico

2
Frank Martini. Cartographer, Department of History, United States Military Academy - The Department of History, United States
Military Academy.
Batalla de Issos

Batalla de Gaugamela

Otros enigmas
Por si eso fuera poco, hay significativos detalles que no se acaban de entender. Por ejemplo,
en la batalla del Gránico, el ejército griego tiene que vadear las rápidas aguas del caudaloso
río. En ese momento, de poco sirve su formación militar. La infantería no podía hacer uso de su
ventaja, la compacta formación de la falange, en un avance lento con las sarisas en ristre.
Además, una vez superado el cauce, debían subir por una escurridiza y escarpada orilla para
alcanzar la elevación en la que estaba dispuesto el ejército persa.

Incluso los antiguos que se acercaban a este pasaje de la historia, también se extrañaban de
dicha circunstancia. En el libro de 1605 Theatro de los mayores principes del mundo, y causas
de la grandeza de sus Estados: sacado de las Relaciones toscanas de Iuan Botero Benès: con
cinco tratados de Razon de Estado3, de Fray Jaime Rebullosa, podemos leer:

3
Rebullosa, Fray Jaime (1605). Theatro de los mayores principes del mundo, y causas de la grandeza de sus Estados: sacado de las
“En el rio Gránico trabó la batalla con tal desventaja de sitio, (porque se metió por el río
caudaloso, y rápido, para acometer a los enemigos que le tenían la ribera opuesta, la cual
era de áspera, y de agria subida, y toda de fragosos despeñaderos) y con tan poco juicio, que
dice Plutarco, parecía que gobernase la guerra más con loco furor, que con alguna razón ni
arte de milicia.”

Aquí tenemos un nuevo misterio. ¿Por qué el experimentado general Memnón, que dirigía a
las fuerzas persas, ordenó poner en primera línea a la caballería, que poco podía hacer hasta
que el enemigo hubiese superado los obstáculos naturales? El famoso mercenario rodio no
utilizó el mejor recurso en ese caso, los arcos y las jabalinas, que hubieran diezmado a las
fuerzas griegas, más preocupadas por salvar la fuerza de las aguas y por no resbalar en la orilla,
que de protegerse de una lluvia de fechas. Sin embargo, estos arqueros y lanceros
permanecían en la reserva, y no llegaron a intervenir. Un grave error de tan prestigioso militar.

La batalla de Issos también se disputó en un río, y, también tiene cosas inexplicablemente


semejantes al Gránico, como que el único vado fácilmente practicable estuviese en el ala que
ocupaba Alejandro, y que el mismo hubiese sido escasamente protegido.

Pero el hecho más insólito ocurrió en Gaugamela.

Alejandro se encontró con que Darío, después del año que le regaló su enemigo desde la
derrota en Issos, había recompuesto su ejército. Además, había preparado el campo de batalla
para adecuarlo a la estructura de su plan de combate.

La noche antes de la batalla, los generales le sugirieron a Alejandro realizar un ataque


nocturno para poder tener alguna superioridad frente a los persas. No sólo se negó, sino que
estuvo casi toda la noche despierto, hasta tal punto que, cuando al día siguiente llegó la hora
del combate, el general Parmenión tuvo que ir a despertarlo a su tienda. En el libro Alejandro
Magno4, de Mary Renault, se dice:

“Cuando le preguntó cómo podía estar tan tranquilo, Alejandro replicó que había
tenido muchas más preocupaciones cuando los persas quemaron las cosechas.”

Si Alejandro ya tenía un plan que desconocían sus propios generales la noche antes de la
batalla, ¿qué le hizo trasnochar el día más decisivo de su vida? ¿Por qué se encontraba tan
tranquilo cuando se jugaba tanto? ¿Acaso, como reflejó Oliver Stone en su película, disponía
de un águila amarilla que lo mantenía informado de lo que ocurría en el frente enemigo? ¿Es
posible que esa noche no durmiese porque estaba dando las últimas instrucciones a alguien
del entorno de Darío que podía echarle una mano en el momento más delicado de la
conquista, y, de ahí, su desconcertante tranquilidad?

Cuando Darío decidió enfrentarse con los griegos en el río Issos, pensó que aquello sería algo
parecido a una apacible jornada de cacería. Tal vez por eso, entre el contingente persa que
partió de Babilonia, figuraba la familia real. Una vez finalizada la batalla, todos los miembros
de ella fueron capturados y entregados a Alejandro, que los retuvo en su corte, pero no en
calidad de prisioneros, sino de invitados; algo extraño, porque lo habitual en tales casos era
ajusticiar a toda la estirpe real para evitar levantamientos y traiciones. A tal extremo llegó la
relación, que, incluso la propia madre del rey Darío, Sisigambis, fue adoptada por Alejandro
como su propia madre. La relación llegó a tal punto que, tras el fallecimiento de Alejandro,
Sisigambis se dejó morir de inanición por el dolor que le causó tal pérdida.

Relaciones toscanas de Iuan Botero Benès: con cinco tratados de Razon de Estado. Fol. 217 reverso. Barcelona. Sebastián Mateuad,
y Onofre Anglada Edición digital de Google Books. [En línea]. Disponible en:
https://books.google.es/books?id=ABQjPmW41owC [2020, 17 de noviembre].
4
Renault, Mary (1975). The nature of Alexander. P. 130. (Traducción de Horacio González Tejo para Editorial Edhasa. 1991).
Edición de Ediciones Folio, S.A. (2004) para ABC, S.L.
Entre tan distinguidos huéspedes, figuraba un personaje cuya relación de parentesco con la
dinastía persa era lejana. Se trataba de Barsine, la hija de Artabazo II, sátrapa de Frigia
Helespóntica, y esposa de un personaje del que ya hemos hablado más arriba, Memnón de
Rodas, el general mercenario que dirigió las tropas persas en la batalla del Gránico. Sí, hemos
dicho la esposa de Memnón; pero habría que añadir que, antes de contraer matrimonio con el
mercenario, Barsine había estado casada con un hermano de este, Méntor de Rodas.

¿Y qué hacía una prima tercera o cuarta, de las muchas que tenía el rey, viviendo en la corte
más poderosa del momento? Pues, al parecer, tan dulce encierro tendría como finalidad
garantizar la fidelidad de Memnón en sus enfrentamientos con Alejandro. La pregunta que
viene a continuación tendría toda la lógica: ¿cómo es posible que el rey Darío nombrase jefe
del ejército que debía evitar la invasión griega, a una persona en la que no confiaba
plenamente? Es más, ¿por qué le entregó la defensa de su imperio a toda una familia de
traidores?

Todo queda en familia


Grecia era, sin duda, el principal enemigo de Persia. A pesar de los históricos enfrentamientos
que ambas potencias habían protagonizado, bien directos, como las guerras médicas, bien
indirectos, apoyando a unas polis frente a otras de cara a desestabilizar las posibles alianzas
panhelénicas, lo cierto es que, a diferencia de pueblos tan antiguos como el fenicio o el
egipcio, la Hélade jamás llegó a formar parte del extenso imperio aqueménida. Y, aunque
nunca había representado un serio peligro para la integridad persa, la continua reivindicación
de la helenidad de las polis situadas en Asia Menor hacía recelar a los sucesivos reyes persas.

Esta circunstancia hacía que las satrapías occidentales fuesen de una importancia capital en la
defensa del imperio. Sin embargo, esta ventaja representaba, paradójicamente, un peligro
para la estabilidad del impero. El hecho de ser tierra de frontera propiciaba que sus
gobernadores mantuviesen estrechos contactos con las distintas monarquías griegas, por lo
que disponían de los aliados perfectos para plantarle cara al poder central de Babilonia. Un
ejemplo de esto lo tenemos en la Expedición de los Diez Mil, un ejército de mercenarios
griegos que reclutó el sátrapa de Lidia, Ciro el Joven, hermano menor del rey Artajerjes II, con
quien se enfrentó en la batalla de Cunaxa para arrebatarle el trono.

De todas ellas, la que ocupaba la posición más estratégica era la de Frigia Helespóntica; y aquí
es donde arranca la extraña historia del águila amarilla de Alejandro.

Su situación, al sur del estrecho del Helesponto, la hacía el lugar más vulnerable de todo el
imperio, pues, como después se demostró, ese era el mejor punto para pasar tropas del
continente europeo al asiático.

Durante la Expedición de los Diez Mil, el rey Artajerjes II se dio cuenta del poder militar de los
griegos, que, con mejor preparación y disciplina, habían derrotado fácilmente al ejército persa
en la batalla de Cunaxa. Incluso, cuando, tras la muerte de Ciro el Joven en la batalla, los
mercenarios griegos se batían en retirada hacia su tierra, no pudieron ser exterminados, pues
las tropas persas que los perseguían no se atrevían a plantarles cara en un enfrentamiento
directo.

En esa época, la satrapía de Frigia Helespóntica estaba gobernada por Farnabazo II. En ese
periodo tuvo lugar la Guerra de Corinto, que enfrentó a Atenas con Esparta. La intervención en
la sombra de Farnabazo II, le valió el reconocimiento del rey Artajerjes, que le concedió a su
hija Apame como esposa, y le encomendó la misión de reconquistar Egipto para el Imperio.

De este matrimonio nació Artabazo II, nieto del rey, y legítimo heredero de la satrapía frigia.
Al marchar hacia Egipto, y ante la minoría de edad de Artabazo, se nombró sátrapa regente de
Frigia Helespóntica a Ariobarzanes, un hermanastro o tío –no hay datos que determinen el
parentesco- de este.

Cuando Artabazo cumplió la edad para recibir la satrapía, Ariobarzanes se negó a entregársela.
Ante la insistencia del rey, decidió unirse a una revuelta conocida como la Revuelta de los
Grandes Sátrapas, que había iniciado Datames, el gobernador de Capadocia. Esta revuelta fue
sofocada, y Ariobarzanes, traicionado por su hijo Mitríades, fue torturado y crucificado.

Ya tenemos a Artabazo II, el padre de la joven que fue capturada por Alejandro en Issos,
dirigiendo la satrapía de Frigia Helespóntica.

En 358 a.C., al morir Artajerjes II, un hijo de este, Oco, que reinó con el nombre de Artajerjes
III, ascendió al trono tras deshacerse de todos sus hermanos con más preferencia dinástica;
unos con la fuerza, y otros con argucias.

Cuando llegó al poder, decidió gobernar sin la tibieza de sus antepasados, que le perdonaron la
vida a aquellos que los habían traicionado. En lugar de eso, Artajerjes III exterminó a todos los
que pudiesen conspirar contra él. El siguiente paso era desactivar a las peligrosas satrapías
occidentales. Conociendo la superioridad militar de los ejércitos griegos, y que, en muchas
ocasiones, estos servían como mercenarios para los sátrapas occidentales, Artajerjes ordenó la
disolución de tales fuerzas mercenarias, aún a sabiendas de que dejaba desguarnecida la
primera línea de defensa del imperio.

Llegan los misterios


En ese contexto, el único sátrapa que se niega a desmovilizar a sus tropas mercenarias es
Artabazo II, que, con un ejército infinitamente inferior al imperial, decide hacerse fuerte en su
territorio, y enfrentarse al rey. Esta es la primera de las muchas acciones que nos
desconciertan. No se entiende cómo, aquél que recibió la ayuda del rey para ocupar la
satrapía, y que tenía la experiencia de la cruel muerte de su antecesor, Ariobarzanes, se
atrevió a desafiar a alguien contra el que no tenía la más mínima posibilidad. De hecho, como
ya hemos dicho más arriba, la propia Atenas, que acudió a apoyar al sátrapa, cuando recibió la
amenaza de Artajerjes, decidió abandonar a su aliado sin presentar batalla.

Tampoco parecen muy lógicas las razones esgrimidas por el rey, teniendo en cuenta que, unos
años después, el mismo Artajerjes no dudó en recurrir a una fuerza de mercenarios griegos,
liderados por Hidrieo, príncipe heredero de la satrapía occidental de Caria, para recuperar la
isla de Chipre, que, junto con otras provincias, se habían proclamado independientes de
Persia.

Las tropas rebeldes de Artabazo estaban dirigidas por dos hermanos de Rodas, Méntor y
Memnón. Para sellar la alianza, ambas familias se unieron en sendos matrimonios. Artabazo se
casó con una hermana se los dos generales, mientras que Méntor de Rodas hizo lo propio con
Barsine, la hija del sátrapa.

En 353 a.C., tras la más que previsible derrota, la familia se exilió de Persia. Méntor, junto con
su ejército, se dirigió a Egipto, a ofrecer sus servicios en la lucha que mantenía con el poderoso
enemigo del norte.

Por su parte, su cuñado Artabazo, junto con el resto de la familia, incluidos su hija Barsine y el
general Memnón, decidieron poner rumbo a Macedonia, la patria de Filipo, que los acogió en
su corte con los brazos abiertos. Hasta tal punto llegó la confianza, que la princesa Barsine fue
educada por Aristóteles, junto con el joven heredero al trono, Alejandro.
¿Por qué se quedó Memnón en Macedonia y no acompañó a su hermano a Egipto para ofrecer
sus conocimientos militares? ¿Por qué fue Méntor el que se dirigió al sur, mientras su esposa
se quedaba en Macedonia junto a su hermano?

Ahora comienza la segunda parte de los misterios. Cuando Méntor llega a Egipto, el faraón
Nectanebo II lo envía a ayudar a la ciudad de Sidón, aliada de este, y que se había levantado
contra el poder imperial. Una vez en la ciudad, consigue ganar en varias escaramuzas. Sin
embargo, cuando Artajerjes se acerca a Sidón con un numeroso ejército, el general Méntor, el
mismo que había apoyado a los rebeldes frigios y egipcios, en lugar de defender la ciudad, la
entrega al rey sin presentar batalla. Y lo más sorprendente de todo es que, a pesar de su clara
hostilidad hacia el poder central de Persia, Artajerjes, a quien no le tembló el pulso para
ejecutar al rey de Sidón, Tabnit II, que aceptó la recomendación de rendición de Méntor, no
sólo no lo eliminó por su clara enemistad, sino que le encomendó la misión de ocupar Egipto,
el reino que lo había acogido tras su huída de Frigia, y del que conocía su estructura y potencial
militar.

Como recompensa a tan grandes servicios, Artajerjes lo nombró comandante en jefe del
ejército de Occidente, el mismo que tenía que hacer frente a una ya esperada invasión
macedonia de Persia. Gran premio para tan gran traidor.

Volvamos a la familia del norte, aquellos que se refugiaron en Macedonia. Gracias al ¿cambio
de suerte?, y la nueva influencia de Méntor ante el rey, en el 341 a.C., Artabazo, Memnón y
Barsine son perdonados por Artajerjes y abandonan Macedonia hacia su nueva residencia, la
corte imperial de Babilonia. Lo mismo que le ocurrió a Méntor con Egipto, junto a su equipaje,
los dos hombres también portaban una importantísima información sobre la infraestructura
militar de Macedonia y la estrategia de Filipo de cara a la invasión, que sería asumida por
Alejandro tras la muerte de su padre, el viejo rey tuerto.

Así pues, Memnón retomó su vida militar como jefe de una pequeña guarnición, enviada para
detener la inminente invasión. Como se ha dicho antes, no se entiende que, conociendo de
primera mano las estrategias y la naturaleza del ejército macedonio, los terratenientes de las
satrapías occidentales, las primeras en los planes de Alejandro, se negaran a seguir sus
recomendaciones de tierra quemada que dejara sin las necesarias provisiones al ejército
enemigo. Tampoco se entiende que, ante una invasión prevista, el rey no le hiciese frente con
todo el ejército de Occidente que se había puesto a disposición de Méntor, aunque, en el
momento de la invasión, este ya hubiese fallecido. Parecía como si toda la información de
primera mano que, tanto Memnón como Artabazo –consolidado ya como consejero del nuevo
rey Darío III–, poseían, no sirviese para nada. Alejandro seguía avanzando y los persas
permanecían sin organizar un ejército similar al que Artajerjes III desplazó hasta la plaza de
Sidón.

Conociendo el historial de traiciones de la familia de Artabazo, se podría pensar que, tras


apresar a Barsine en Issos, Alejandro la ejecutaría, como hizo con la familia de Átalo, el general
que lo insultó en los esponsales de Filipo, tras el fallecimiento del rey macedonio. Lo mismo
podría haber hecho con su padre Artabazo, que se supone que faltó a los mínimos principios
de agradecimiento por la hospitalidad recibida en Macedonia, y reveló los secretos militares de
Alejandro. Pero, si eso fue así, si Artabazo, tras ser perdonado, abandonó Macedonia, ¿cómo
es que no fue ejecutado por Filipo por los conocimientos secretos que poseía? Era evidente
que, tras marchar a Persia, sería requerido por el rey para que lo informara de las tácticas
desarrolladas por Filipo, y que habían sido tan eficaces en sus luchas contra las eficaces tropas
griegas.
Pero, no. Alejandro no ejecutó a ningún miembro de la familia de Artabazo. Más bien al
contrario. Aprovechando los conocimientos del mundo persa y las habilidades diplomáticas de
Barsine, la nombró su consejera. Y a su padre, a pesar de haber sido el asesor militar de Darío
en la guerra, lo recompensó con la mejor satrapía, Bactriana, el territorio más deseado por
nobles persas. Nuevamente, un traidor es premiado por aquél a quien traicionó. Todo un poco
extraño.

La hipótesis
A la vista de los hechos expuestos, propondremos una hipótesis.

Tras la batalla de Cunaxa, los persas se dieron cuenta de que el ejército griego era mucho más
eficaz que el propio. Como consecuencia, Artajerjes II decidió eliminar cualquier vestigio de
mercenarios griegos de su territorio, pero eso no sería una solución a largo plazo; las polis de
Asia Menor eran una reivindicación permanente de las ciudades europeas, y estas se
encontraban demasiado cerca de sus costas. Además, en la frontera norte del imperio acababa
de surgir un peligroso enemigo, Macedonia, que amenazaba con ejecutar el mayor deseo
heleno, invadir Persia.

Imaginemos que Artajerjes II diseñó un plan a largo plazo. El sátrapa de Frigia Helespóntica,
Artabazo II, iniciaría un levantamiento imposible de ganar. Para evitar las represalias, se
exiliaría a la corte macedonia de Filipo, junto con su hija Barsine y el general Memnón de
Rodas. El esposo de la princesa, Méntor, con su ejército de mercenarios griegos, se dirigiría
hacia el sur, para ofrecer sus servicios a Egipto. De este modo, con un general en cada extremo
del imperio, simulando ser rebeldes exiliados, conseguirían la simpatía de los respectivos
reyes. Esta ventaja les serviría para acceder a los secretos militares de ambas potencias.

Con esta teoría, se explicarían muchas cosas: la entrega de la ciudad de Sidón por parte de
Méntor, que fue perdonado, mientras que el rey Tabnit II y un buen número de sidonitas
fueron ejecutados; la incorporación de sus 40.000 mercenarios griegos al ejército persa,
cuando fue, precisamente, su prohibición, el motivo por el que se rebeló Artabazo; la
posterior invasión de Egipto dirigida por Méntor; o la concesión a este general del mando del
imponente ejército de Occidente, destinado a defender al imperio de la esperada invasión
griega.

Recordemos que Méntor se había casado con la hija de Artabazo, Barsine, aunque, por su
minoría de edad, el matrimonio no fue consumado. Una vez que logró posicionarse como alto
cargo de Persia, estaba en disposición de solicitarle al rey el retorno de su esposa, su hermano
y su suegro. Estos, que también conocían los secretos de Macedonia, fueron perdonados, y se
incorporaron al imperio. Memnón fue destinado como comandante en jefe de la sección norte
del ejército que había dirigido su hermano. Por su parte, Artabazo y Barsine se instalaron en la
corte de Babilonia. El primero, en calidad de consejero militar del rey, debido a su
conocimiento del ejército macedonio; y su hija, en teoría, como rehén del propio rey, algo
desconcertante.

Al producirse la invasión griega, sería de esperar que el ejército persa se hubiese preparado
para contrarrestar el modo de combate del enemigo. Sin embargo, en cada enfrentamiento
actuaron como si fuesen novatos en el arte de la guerra. Y aquí viene la segunda parte.

El gobierno de una satrapía concedía más prestigio y fortuna que el alto funcionariado de la
corte; sin embargo, las mejores satrapías estaban en manos de familiares cercanos al rey. De
todas ellas, la más importante era la de Bactriana. Como escribe el doctor Manel García
Sánchez, profesor de la Universidad de Barcelona, en un artículo titulado The Second after the
King and Achaemenid Bactria on Classical Sources:

“The government of the Achaemenid Satrapy of Bactria is frequently associated in


Classical sources with the Second after the King. Although this relationship did not
happen in all the cases of succession to the Achaemenid throne, there is no doubt
that the Bactrian government considered it valuable and important both for the
stability of the Empire and as a reward for the loser in the succession struggle to
the Achaemenid throne.”

“El gobierno de la Satrapía Aqueménida de Bactria se asocia frecuentemente en


fuentes clásicas con el Segundo después del Rey. Si bien esta relación no se dio en
todos los casos de sucesión al trono aqueménida, no cabe duda de que el gobierno
bactriano la consideró valiosa e importante, para la estabilidad del Imperio, y como
recompensa para el perdedor en la lucha por la sucesión al Imperio.”

Probablemente, Artabazo II pensó que podría hacer mejor carrera convirtiéndose en agente
doble. De haber ayudado a Darío III, se habría perpetuado en la corte babilonia como asesor
personal del rey en materia macedonia, con lo que hubiese acabado sus días como un alto
funcionario más.

Tal vez, durante su estancia en Macedonia, llegó a una especie de acuerdo con Filipo y, tras su
muerte, con Alejandro. Es posible que aconsejara erróneamente a Darío para facilitar la
victoria de Alejandro. Tal vez por eso, fue recompensado con la prestigiosa y rica satrapía de
Bactriana. Tal vez por eso, cuando su hija Barsine fue capturada en Issos, no sufrió las
represalias de Alejandro por la traición cometida por su padre y su esposo. Tal vez por eso,
Alejandro no durmió la noche anterior a la batalla de Gaugamela. Tal vez por eso, cuando las
tropas macedonias entraron en Persépolis y saquearon el tesoro de Darío, Alejandro confió en
Cofen, un hijo de este, el traslado de dicho tesoro hasta Babilonia. Tal vez por eso, Lucio Flavio
Arriano escribió en su Anábasis de Alejandro estas palabras:

“Y, poco después, llegaron a presentarse ante Alejandro el persa Artabazo con tres de
sus hijos, Cofen, Ariobarzanes, y Arsames, acompañado por Autofrádates, sátrapa de
Tapuria, y enviados de los mercenarios griegos al servicio de Darío. A Autofrádates se
le restauró en su cargo de sátrapa, pero a Artabazo y sus hijos los mantuvo el rey en
su entorno intimo, en una posición de honor, tanto por su fidelidad a Darío como por
ser uno de los principales nobles de Persia.”5

Tal vez por eso, Oliver Stone presentó a Alejandro mirando al cielo durante su ataque en
Gaugamela. Quizás, en efecto, había un águila amarilla que, tras abandonar Persia para
adentrarse en las inhóspitas tierras indias, desapareció; y, quizás, ese fue el motivo por el que
el invencible rey macedonio fue derrotado por los indios.

Tal vez, Alejandro pasó a la historia gracias a sus infalibles servicios secretos.

5
Título original: The Anabasis of Alexander and Indica © 1884, de la traducción inglesa de la
Anábasis de Alejandro Magno: Edward James Chinnock. Edición: Hodder & Stoughton,
Londres. © 1893, de la traducción inglesa de la Historia Indica: Edward James Chinnock.
Edición: George Bell & Sons, Nueva York. © 2012-2013, de la traducción castellana de la
Anábasis de Alejandro Magno: Alura Gonz. © 2012-2013, de la traducción castellana de la
Historia Índica: Alura Gonz.

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