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✞ ✞ ✞ Padre, en Tus manos abandono mi vida y todo mi ser, para que me vacíes de todos
los pensamientos, palabras, obras, deseos e imágenes que me separan de Ti.
Calma mi sed y sacia mi hambre, lléname de Ti. Con humildad te entrego mi intención
de consentir tu Presencia y acción en mí, sáname, transfórmame, hazme de nuevo.
Ahora mismo anhelo y te pido a nombre de tu Hijo Jesús que me des al Espíritu Santo;
pues ya dispuesta mi alma, por tu gracia y misericordia; espera la luz que abra mi
mente y mi corazón para escucharte y ahí en mi meditación dejarme encontrar,
sorprender, seducir, tocar, y guiar por Ti.
Dime lo que quieres de mi para hacer Tu voluntad y no la mía. Dame el don de la
contemplación y la gracia para ver, aceptar y perseverar sin apegos, en este camino
hacia la Gloria.
✞ ✞ ✞ Señor Jesús, que tu Espíritu, nos ayude a leer las Sagradas Escrituras en el mismo
modo con el cual Tú la has leído a los discípulos en el camino de Emaús.
Con la luz de la Palabra, escrita en la Biblia, Tú les ayudaste a descubrir la presencia de
Dios en los acontecimientos dolorosos de tu condena y muerte. Así, la cruz, que parecía
ser el final de toda esperanza, apareció para ellos como fuente de vida y resurrección.
Crea en nosotros el silencio para escuchar tu voz en la Creación y en la Escritura, en los
acontecimientos y en las personas, sobre todo en los pobres y en los que sufren.
Tu palabra nos oriente a fin de que también nosotros, como los discípulos de Emaús,
podamos experimentar la fuerza de tu resurrección y testimoniar a los otros que Tú
estás vivo en medio de nosotros como fuente de fraternidad, de justicia y de paz. Te lo
pedimos a Ti, Jesús, Hijo de María, que nos has revelado al Padre y enviado tu Espíritu.
Amén
✞✞✞
Jesús, enséñame a gustar la infinitud del Padre. Háblame, Señor Jesús, acerca del
Padre. Hazme niño para hablarme de él como los padres de la tierra conversan con sus
pequeños; hazme amigo tuyo para hablarme de él como hablabas con Lázaro en la
intimidad de Betania; hazme apóstol de tu palabra para decirme de él lo que
conversabas con Juan; recógeme junto a tu Madre como recogiste junto a ella a los doce
en el Cenáculo..., lleno de esperanza para que el Espíritu que prometiste me hable
todavía de él y me enseñe a hablar de él a mis hermanos con la sencillez de la paloma y
el resplandor de la llama (G. CANOVAI, Suscipe Domine).
“JESÚS: QUÉDATE EN CASA CON NOSOTROS”
«Rumbo a Emaús. Jesús sale al encuentro en el camino a dos
discipulos»
«Él les dijo: ¿Qué conversación es la que lleváis por el camino? Y
Cleofás, respondió Eres tú el único en Jerusalén que no sabe lo que ha
pasado.».
«Algunos de los nuestros fueron al sepulcro y lo hallaron todo como las
mujeres decían, pero a Él no lo vieron».
«Jesús hizo ademán de seguir adelante, y le insistieron: Quédate con
nosotros, es tarde y está anocheciendo. Y entró para quedarse con
ellos».
1 RITOS INICIALES
✞ ✞ ✞ Antífona de entrada Sal 65, 1-2
Nos reunimos en el Nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo. Amén.
✞ ✞ ✞ Saludo al altar y pueblo congregado
• Señor, vengo ante Ti para pedirte que toques mi corazón. Enséñame a orar como
enseñaste a tus discípulos. Dame la gracia de creer en Ti, de esperar en tu gracia y de
amarte cada día más. Reconozco, Señor, mis pecados y te pido perdón por ellos. Mira mi
deseo de seguirte con fidelidad y dame la gracia de ser un instrumento dócil en tus
manos al servicio de tu Iglesia.
Señor Jesús, Tú eres mi compañero de camino. A donde voy, siempre estás tú a mi lado.
Estás presente en mi vida y me alimentas con tu Palabra y con tu Eucaristía. Ayúdame a
confiar siempre en ti y en este momento de oración, ayúdame a ponerme en tu
presencia para acoger con reverencia tu Palabra.
En el Camino a Emaús.
Con demasiada frecuencia pensamos que estamos totalmente solos en el camino rocoso
de la vida, con nuestras luchas y desalientos, pero también con nuestras alegrías y
felicidad que tenemos que compartir. ¿Lo sabe el Señor? ¿Está Él ahí? Nuestra fe y
sensibilidad cristianas, como es ya sabido desde los tiempos más antiguos de la Iglesia,
nos asegura que él está presente y que camina con nosotros en la, a veces, rocosa
calzada de la vida. Jesús nos dice su palabra de vida en las Escrituras, proclamada para
nosotros cada Domingo. Él es ciertamente nuestro compañero en la vida, es decir,
literalmente, el que parte su pan para nosotros, como hizo para sus discípulos en la
Última Cena y en el camino peregrino de Emaús.
Caminando con el Señor
Cuando al caminar nos sentimos tristes, aburridos o desalentados, y totalmente solos,
nos parece que el viaje dura mucho más tiempo. Pero, permitamos a alguien que se nos
junte por el camino, un amigo o incluso un extraño que nos dé fuerza y alegría de
nuevo; entonces el viaje se hace más ligero e interesante y nuestros corazones se
animan. La ruta de la vida es así. A veces resulta difícil y cansina; pero se vuelve fácil y
alegre cuando sabemos que el Señor viene de viaje con nosotros y anima nuestros
corazones. Hoy, y cada día, Jesús quiere ser nuestro compañero en el camino de la vida.
✞ ✞ ✞ Acto penitencial
Con frecuencia somos demasiado pagados de nosotros mismos; y eso nos impide
reconocer al Señor entre nosotros. Pidámosle al Señor que nos perdone. (Pausa)
Señor Jesús, tú eres uno con nosotros; tú caminas con nosotros en la ruta de la vida:
R/ Señor, ten piedad de nosotros.
Cristo Jesús, tú proclamas para nosotros tu Buena Nueva de Salvación que clarifica
nuestras alegrías, nuestras penas y toda nuestra vida:
R/ Cristo, ten Piedad de nosotros.
Señor Jesús, tú partes para nosotros tu sabroso pan que da vida:
R/ Señor, ten piedad de nosotros.
• Señor Jesús, Tú que eres el eterno presente, el hoy, el ahora, y que nos llamas a la
Eucaristía dominical, tiempo de renovación perpetua. Tu que no eres historia, sino, Pan
Vivo bajado del Cielo. Acéptanos indignos, pero prosternados humildemente, y
perdónanos por no aceptar tu cuerpo, tu sangre, tu alma y tu divinidad en muchas de
las misas en las que nos congregamos. O por recibirte aún sin haber perdonado a
nuestros hermanos. O comerte y beberte consciente de que no hemos tenido una
verdadera contrición en nuestro propio corazón, una confesión sincera. ! Dios Padre! en
el nombre de tu Hijo amado, instrúyenos y concédenos por tu infinita gracia Aceptar a
Cristo como nuestro Señor y Salvador, nuestro alimento que da Vida; para morir con Él,
caminar por Él y gozar en Él. Amén.
Ten piedad de nosotros, Señor, y perdona todos nuestros pecados. Haznos conscientes
de que estás siempre muy con nosotros. Y sé nuestro compañero en nuestro viaje a la
vida eterna.
✞ ✞ ✞ Gloria a Dios.
Gloria a Dios en el cielo y en la tierra paz a los hombres que ama el Señor. Por tu
inmensa gloria te alabamos, te bendecimos, te adoramos, te glorificamos, te damos
gracias. Señor Dios, rey celestial, Dios Padre todopoderoso. Señor, Hijo único,
Jesucristo. Señor Dios, Cordero de Dios, Hijo del Padre. Tú que quitas el pecado del
mundo, ten piedad de nosotros; Tú que quitas el pecado del mundo, atiende nuestra
súplica. Tú que estás sentado a la derecha del Padre, ten piedad de nosotros. Porque
solo Tú eres Santo, solo Tú Señor, solo Tú Altísimo, Jesucristo. Con el Espíritu Santo, en
la gloria de Dios Padre.
✞ ✞ ✞ Oración Colecta:
2 LITURGIA DE LA PALABRA
✞ ✞ ✞ Primera lectura: Hechos de los Apóstoles 2, 14a.22-33
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1. El Tiempo Pascual
1.1 La Pascua que celebra nuestra fe cristiana no cabe en un solo día ni en una semana:
se prolonga litúrgicamente a todo el tiempo llamado "pascual," que va hasta
Pentecostés, y también a todos los domingos del año. De hecho, el día domingo
conserva su importancia todo el año porque cada domingo es un eco del gran domingo
de la Resurrección del Señor.
1.2 Los dos puntos de referencia, entonces, son la Resurrección y Pentecostés, que
marcan no sólo el comienzo y el final del tiempo pascual sino el sentido de este mismo
tiempo: porque Cristo ha resucitado el don del Espíritu Santo que lo ungió a él hoy nos
unge a nosotros.
1.3 "Si el Espíritu de aquel que resucitó a Jesús de entre los muertos habita en vosotros,
el mismo que resucitó a Cristo Jesús de entre los muertos, también dará vida a vuestros
cuerpos mortales," escribe san Pablo en Romanos 8,11. Nosotros, pues, celebramos la
Pascua de Cristo no sólo como algo que le pasó a él sino como algo que acontece en
nosotros, pues el nexo entre él y nosotros es el Espíritu Santo que manó profusamente
en Pentecostés.
2. Se murió la muerte
2.1 La primera lectura viene del discurso del apóstol Pedro en Pentecostés. Después de
lo que hemos comentado, ya entendemos el estrecho vínculo que une a Pascua y
Pentecostés y por tanto no nos extraña que Pedro levante su voz para decir con vigor
maravilloso: "Conforme al plan previsto y sancionado por Dios, Jesús fue entregado, y
ustedes por medio de los paganos lo clavaron en la cruz. Pero Dios lo resucitó
rompiendo las ataduras de la muerte; no era posible que la muerte lo retuviera bajo su
dominio" (Hechos 2,23-24).
2.2 Varias cosas debemos destacar en esas palabras que fueron capaces de traspasar
como espadas los corazones de los oyentes. Lo primero es que la muerte de Cristo no es
un accidente ni es sólo el fruto de confabulaciones humanas: hay un PLAN, hay una
lógica, hay un propósito, en todo lo que le ha sucedido al Profeta de Nazareth y ese plan
tiene la sanción divina porque su desenlace no es el que pretendían quienes se aliaron
contra Jesús.
2.3 Lo segundo es que Pedro muestra la responsabilidad del pueblo. Si bien hay un plan
y Dios saca bienes de los males eso no quita que nuestros males son auténticos males, y
que precisamente por ello necesitábamos el bien auténtico de una salvación que no
merecíamos.
2.4 Y lo tercero es que la gran derrotada ha sido la muerte, que no podía "retenerlo"
bajo su dominio. Es maravilloso meditar en la indigestión que sufrió la muerte al
tragarse como bocado al Autor de la vida. Sobre esto los Padres de la Iglesia nos han
dejado páginas brillantes. Cristo derrotado es Cristo victorioso, porque en su derrota ha
penetrado las cavernas de la muerte y desde el fondo de ella, como antes, como al
principio desde las entrañas de la nada, ahora hace brotar un mundo nuevo. ¡Es Pascua,
Aleluya!
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✞ ✞ ✞ Salmo
Sal 15,1-2.5.7-8.9-10.11
R/. Señor, me enseñarás el sendero de la vida.
Protégeme, Dios mío, que me refugio en ti. Yo digo al Señor: «Tú eres mi Dios». El
Señor es el lote de mi heredad y mi copa, mi suerte está en tu mano.
R/. Señor, me enseñarás el sendero de la vida.
Bendeciré al Señor, que me aconseja, hasta de noche me instruye internamente. Tengo
siempre presente al Señor, con él a mi derecha no vacilaré.
R/. Señor, me enseñarás el sendero de la vida.
Por eso se me alegra el corazón, se gozan mis entrañas, y mi carne descansa
esperanzada. Porque no me abandonarás en la región de los muertos, ni dejarás a tu fiel
ver la corrupción.
R/. Señor, me enseñarás el sendero de la vida.
Me enseñarás el sendero de la vida, me saciarás de gozo en tu presencia, de alegría
perpetua a tu derecha.
R/. Señor, me enseñarás el sendero de la vida.
Pedro anima a los fieles: Dios es nuestro Padre; Él envió a su Hijo para
salvarnos por su muerte y resurrección. Esto da sentido a nuestras vidas; éste
es el fundamento de nuestra fe y de nuestra esperanza.
Queridos:
17 si llamáis Padre al que juzga sin favoritismos y según la conducta de cada uno,
comportaos con temor durante el tiempo de vuestra peregrinación.
18 Sabed que no habéis sido liberados de la conducta idolátrica heredada de vuestros
mayores con bienes caducos -el oro o la plata-,
19 sino con la sangre preciosa de Cristo, cordero sin mancha y sin tacha.
20 Cristo estaba presente en la mente de Dios antes de que el mundo fuese creado, y se
ha manifestado al final de los tiempos para vuestro bien,
21 para que por medio de Él creáis en el Dios que lo resucitó de entre los muertos y lo
colmó de gloria. De esta forma, vuestra fe y vuestra esperanza descansan en Dios.
PALABRA DE DIOS. R/TE ALABAMOS, SEÑOR
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Dios tomó tan en serio nuestra salvación que entregó a su propio Hijo por nosotros. Pero
todo eso resultaría inútil si nosotros no tomamos en serio nuestra salvación acogiendo a
Cristo.
✞ ✞ ✞ Aleluya:
✞ ✞ ✞ “Padre, dame tu bendición”: “El Señor esté en tu corazón y en tus labios, para que anuncies
dignamente su Evangelio en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo”
Emaús y regreso al camino del discipulado (24,13-35). Este bello relato, exclusivo
de este evangelio, destella con temas lucanos, esp., el camino, la fe como visión y la
hospitalidad.
Emaús (24,13-35). Mediante una comparación con el relato de la aparición de Jesús a
los Once saltan a la vista algunas diferencias: 1) los dos individuos no son dirigentes de
la comunidad, sino que representan a todos los seguidores de Jesús; 2) están turbados
y no entienden por qué está ausente Jesús; 3) al principio no reconocen a Jesús; 4) los
apóstoles parece que reconocen a Jesús, pero no creen a sus sentidos; 5) después de
reconocerle, estos dos hombres no dudan en creer; 6) una vez que lo han reconocido,
Jesús desaparece. Empezamos a encontrar puntos de semejanza con varios otros tipos o
temas del NT. Este sencillo y encantador relato ofrece numerosos paralelos con el
encuentro del diácono Felipe y el eunuco en el camino de Gaza (Act 8,26-40): 1) una
ignorancia de las Escrituras; 2) una explicación a partir de la Escritura en el sentido de
que Jesús tenía que sufrir; 3) un ruego de que se quede todavía; 4) desaparición
repentina. El relato de Emaús encaja en una serie en que Cristo se aparece en la
persona de los predicadores itinerantes: los setenta y dos misioneros (Lc 10,8.16), Pablo
(Gal 4,13; 2 Cor 5,20), todos los necesitados (Mt 25,31-46). Finalmente, antes de que
esta tradición llegara a Lucas, ya había sido modificada por la liturgia eucarística; se
atiene al orden de ésta: una lectura y explicación de las Escrituras (vv. 25-27) y la
fracción del pan (v. 30).
13. iban de camino: Los dos discípulos han abandonado el camino de Jesús, pues no
había cumplido sus expectativas (cf. v.21). Su infidelidad está en contraste con la
fidelidad de las mujeres (23,49-24,12). El lector debe recordar el tema lucano del
camino que tan dominante es como imagen del discipulado en 9,51-19,27. Este relato
está lleno del vocabulario del camino (w. 15.17.28.29.32.33.35), y cuenta cómo Jesús
resucitado reconcilia a dos caminantes, que, una vez perdonados e iluminados, regresan
inmediatamente a Jerusalén.
Dos de ellos: Mc 16,12s se refiere a este episodio, aquel mismo día: Lucas da la
impresión de que todos los acontecimientos del cap. 24 sucedieron en el mismo día de
Pascua.
Emaús: Se discute su localización. La tradición la sitúa en 'Amwás, en el camino de
Jerusalén a Jaffa, a unos 30 kilómetros de la primera, demasiado lejos para los «sesenta
estadios» (unos 11 kilómetros) que se mencionan aquí. Desde las Cruzadas (1280), se
ha señalado como emplazamiento de Emaús la aldea de el- Qubeibeh, lo que supone
una fecha inicial demasiado tardía para esta tradición, pero su distancia de unos 13
kilómetros al noroeste de Jerusalén responde mejor a los datos del relato bíblico (cf. C.
Kopp, Holy Places, 396-402).
16. pero sus ojos estaban ofuscados y no eran capaces de reconocerlo: A través
de todo su evangelio, Lucas ha jugado con el tema de la visión (9,45; 18,34;
23,8.35.47-49). Ahora lo articula en los w. 23-24.31.32.35, al contarnos cómo el Cristo
resucitado abre los ojos de sus discípulos para que contemplen su verdadero sentido en
el plan de Dios. Pero como el relato clarificará, los ojos de los discípulos se abren
totalmente sólo cuando éstos muestran hospitalidad hacia un desconocido.
18. uno de ellos, llamado Cleofás: Hegesipo, citado por Eusebio (HE 3.11, 1), lo
identificaba como hermano de José, padre nutricio de Jesús, y padre de Simeón, que
sucedió a Santiago como obispo de Jerusalén y dirigió el regreso de los cristianos a
Jerusalén después del año 70. Es posible que los nombres de estos individuos no
revistan especial importancia para la historia de la salvación, pero la tradición destaca el
hecho de que los «hermanos de Jesús», sus parientes próximos, no le rechazaron por
completo (Lc 4,38s; Me 3,21; Act 1,14).
19. Jesús de Nazaret: Con ironía teológica, Lucas desarrolla su tema de la fe como
visión, puesto que lo que dicen los discípulos en este versículo es el credo cristiano (cf.
Hch 2,22-24; 10.38). La mera recitación de este credo no suscitará la visión de la fe.
19. un hombre, un profeta, poderoso en palabra y obra: Jesús había impresionado
a estos hombres a lo sumo como el profeta esperado (9,19); la frase siguiente se aplica
a Moisés (Act 7,22), al que también se llama redentor (Act 7, 35). La presencia del
término «hombre» indica que estos discípulos nunca pasaron a creer en la divinidad de
Jesús; se quedaron en su condición de Mesías.
20-21. lo entregaron: La ironía lucana se intensifica en cuanto que los hechos
narrados por los discípulos cumplen las profecías de Jesús en 9,22; 13,32-33; 18,31-33.
Recitar los hechos de la vida de Jesús y demostrar cómo éstos se conectan con sus
profecías, no abre los ojos de la fe.
20. Nuevamente declara Lucas la culpabilidad de los jefes judíos.
22-24. algunas de nuestras mujeres: Lucas, inexorablemente, conduce a casa su
irónico mensaje. La proclamación del evangelio pascual de las fieles mujeres discípulas
encuentra resistencia y no abre los ojos a la fe.
24. Alusión a Pedro y a Juan (v. 12; Jn 20,3-10).
25-27. empezando por Moisés: Lo que positivamente contribuye a la fe (cf. v. 32) es
la interpretación que Jesús hace de su vida como cumplimiento de todas las promesas
de Dios desde un extremo al otro de la Escritura. Dios ha exaltado a la gloria a su
profeta rechazado, al Hijo justo que ha sufrido inocentemente.
26. necesario: Este versículo repite el tema lucano de que «el Mesías tiene que sufrir»
(cf. comentario a 9,22).
Para entrar en su gloria: El uso de tiempo pasado en esta expresión presupone que
ya ha tenido lugar la ascensión.
27. Moisés... Profetas... Escrituras: En el v. 44 aparece aún más claro que se trata
de aludir así a toda la Biblia judía, que estaba dividida en tres secciones: la Tórah o Ley,
los Wbfim o Profetas y los Ketübim o Escritos. La forma griega de «todos los profetas»
implica que con Jesús tenían algo que ver todos y cada uno de los profetas.
29. quédate con nosotros: Lucas añade ahora los toques finales a su tema de la fe
como visión. Los discípulos que alojan al desconocido abrirán finalmente sus ojos. «Así,
el señorío de Jesús no llega a conocerse o a manifestarse en hechos de guerra ni
venganza, o mediante signos terribles y poderosos, sino que se alcanza mediante una
cruz y se expresa en una comida, es decir, en un acto de hospitalidad, paz, fraternidad y
sororidad» (R. H. Smith, Easter Gospels [- 195 supra] 122).
• Jesús no estaba fingiendo; se hubiera marchado realmente. Sin Él habría sobrevenido
la oscuridad; esta alusión al momento del día hace también referencia a un contraste
favorito de Lucas, Juan y Pablo, entre la luz y las tinieblas (Lc 22,53).
30. se reclinó con ellos... tomó el pan: Esta comida no debe interpretarse
inmediatamente como eucaristía, sino que debe relacionarse con el tema de la
comensalidad que Lucas ha desarrollado en todo su evangelio. Mediante este tema,
muestra la llegada del reino de Dios en la comida que Jesús comparte con la gente, esp.
con los marginados. Jesús, que en su última cena había dicho que no volvería a comer
con sus discípulos hasta la llegada del reino de Dios (22,16.18), comparte ahora la
comida con ellos, mostrando, por consiguiente, que el reino de Dios ya ha llegado.
Ahora sus compañeros de mesa no son los publicanos, sino sus propios discípulos que se
habían apartado de su camino; perdonados, son devueltos de nuevo al camino, que es
su camino. Pero todo esto les sucede porque han sido hospitalarios.
Tomó, bendijo, partió, dio: La terminología es claramente eucarística (cf. Lc 9,16). No
es preciso sostener que Jesús consagró la eucaristía; sin embargo, las fórmulas
eucarísticas fueron incorporadas al relato al ser éste narrado repetidas veces en las
reuniones litúrgicas.
31. sus ojos se abrieron: Este verbo aparece sólo ocho veces en el NT; exceptuando
Mc 7,35 y Lc 2,23, se encuentra en Lc 24 o en Act, donde siempre alude a un
conocimiento más profundo de la revelación.
Desapareció: ¿Será esta frase una adición litúrgica para expresar que la aparición
milagrosa de Jesús ya no es necesaria cuando se tiene su presencia en la eucaristía?
32. ardía nuestro corazón: Al preocuparse de ofrecer hospitalidad a un desconocido,
la tristeza, necedad y torpeza de corazón de los discípulos se transforman en alegría,
comprensión profunda y entusiasta entrega al camino de Jesús.
34. se ha aparecido a Simón: La oración de Jesús ha sido eficaz. Simón Pedro ha sido
también perdonado y está capacitado para fortalecer a sus hermanos cristianos en el
camino (cf. 22,31-34). Cf. Dillon, From Eye-Witnesses to Ministers of the Word (- 55
supra) 69-155; R. J. Karris, Znt 41 (1987) 57-61; B. P. Robinson, NTS 30 (1984) 481-
97.
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Ese día (que se convertirá en el día del Señor»: cf. Hch 1,10), dos de los discípulos que
se encontraban con los Once cuando las mujeres les llevaron el anuncio de la
resurrección, se encaminan hacia su aldea, Emaús, que dista «unos once kilómetros» de
Jerusalén. Las fiestas pascuales han terminado. La vida de Jesús, lamentablemente, ha
concluido. Ya no hay ningún motivo para seguir en la ciudad.
En el camino van conversando entre ellos, hablando sobre los últimos acontecimientos.
Un viajero se les une y se pone a caminar con ellos. Ninguno de los dos le reconoce: no
saben que es Jesús en persona (según Mc 16,12, su «aspecto» es diferente; cf. Jn
20,14s; 21,4). El desconocido les pregunta de qué iban hablando. Un poco sorprendidos,
y con el rostro entristecido, se detienen. Uno de los dos, que se llama Cleofás,
responde: ¿Eres el único forastero que no sabe lo que ha pasado en Jerusalén durante
los días de la Pascua? Jesús insiste: ¿Qué? Le explican que un profeta, Jesús de Nazaret,
ha sido condenado a muerte, crucificado. «Nosotros esperábamos que el fuera el
libertador de Israel». Dan otra vuelta de rosca al perfil de Jesús, «un profeta poderoso
en obras y palabras ante Dios y ante todo el pueblos», y en su esperanza de que fuera
el Mesías liberador de Israel se refleja una vez más una imagen positiva, aunque todavía
inadecuada, del Mesías de Dios», una imagen que el mismo Jesús contradijo en distintas
ocasiones, incluso en la vigilia de la pasión (19,11ss) y ante el sanedrín (22,66ss).
Como para excluir toda ilusión, ambos discípulos subrayan que «hace tres días» de la
muerte y cuentan, asimismo, la visita al sepulcro de algunas mujeres, pero concluyen
escépticamente: «A él no lo vieron». En este momento interviene el desconocido.
Esperanzas fallidas, tumba abierta y vacía, anuncio de los ángeles: la clave de todo este
enigma se encuentra en las Escrituras. Los dos discípulos, lentos para comprender, no
creen todavía «lo que dijeron los profetas». La Palabra de Dios que ellos anunciaron
enseña, en efecto, que era preciso que el Mesías sufriera todo esto para entrar en su
gloria» (cf. 22,37; Hch 8,32ss). Jesús procede a partir de la afirmación general para
explicar en detalle lo que decían de él las Escrituras», inaugurando así la lectura
«cristiana de la Biblia hebrea a partir de los acontecimientos de su vida, muerte y
resurrección.
Cuando los dos peregrinos llegan a su aldea, el misterioso compañero acepta cenar con
ellos. Cuando está sentado a la mesa con ellos, repite los gestos de la cena pascual:
toma el pan, pronuncia la bendición, parte el pan y se lo da a los comensales. Solo
entonces «se les abrieron los ojos y lo reconocieron» (24,31). Pero Jesús desapareció de
su vista y, por fin, se dieron cuenta de lo que habían vivido: « ¿No ardía nuestro corazón
mientras nos hablaba en el camino y nos explicaba las Escrituras?» (24,32). Ahora
comprenden la intensa emoción que les suscitaba el discurso del desconocido viajero y
no pueden guardar para ellos una experiencia tan desconcertante.
Volviendo sobre sus pasos, llegan a Jerusalén, donde encuentran a los Once todavía
reunidos, junto con otros discípulos.
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1. Oración inicial
Señor Jesús, envía tu Espíritu, para que Él nos ayude a leer la Biblia en el mismo modo
con el cual Tú la has leído a los discípulos en el camino de Emaús. Con la luz de la
Palabra, escrita en la Biblia, Tú les ayudaste a descubrir la presencia de Dios en los
acontecimientos dolorosos de tu condena y muerte. Así, la cruz, que parecía ser el final
de toda esperanza, apareció para ellos como fuente de vida y resurrección.
Crea en nosotros el silencio para escuchar tu voz en la Creación y en la Escritura, en los
acontecimientos y en las personas, sobre todo en los pobres y en los que sufren. Tu
palabra nos oriente a fin de que también nosotros, como los discípulos de Emaús,
podamos experimentar la fuerza de tu resurrección y testimoniar a los otros que Tú
estás vivo en medio de nosotros como fuente de fraternidad, de justicia y de paz. Te lo
pedimos a Tí, Jesús, Hijo de María, que nos has revelado al Padre y enviado tu Espíritu.
Amén.
2. Lectura
a) Una clave de lectura:
Leamos el texto en el que Lucas nos presenta a Jesús que interpreta las Escrituras.
Durante la lectura tratemos de descubrir cuáles son los diversos pasos del proceso de
interpretación seguido por Jesús, desde el encuentro con sus discípulos en el camino
hacia Emaús, hasta el reencuentro de los discípulos con la comunidad de Jerusalén.
b) Una división del texto para ayudar a la lectura:
Lc 24,13-24: Jesús trata de averiguar la realidad que hace sufrir a los discípulos
Lc 24,25-27: Jesús ilumina la realidad de los dos discípulos con la luz de la Escritura
Lc 24,28-32: Jesús comparte el pan y celebra con los discípulos
Lc 24,33-35: Los dos discípulos regresan a Jerusalén y comparten su experiencia de la
resurrección con la comunidad.
c) El texto: Lucas 24, 13-35
3. Un momento de silencio orante para que la Palabra de Dios pueda entrar en nosotros
e iluminar nuestra vida.
4. Algunas preguntas para ayudarnos en la meditación y en la oración.
a) ¿Cuál es el punto que te ha gustado más y por qué?
b) ¿Cuáles son los pasos de interpretación de la Escritura seguida por Jesús, desde el
encuentro con los dos amigos por el camino, hasta el regreso de los discípulos a la
comunidad de Jerusalén?
c) ¿Cuál es la situación en la que Jesús encuentra a los discípulos?
d) ¿Cuáles son las semejanzas y cuáles las diferencias entre la situación de los dos
discípulos y nuestra situación actual? ¿Cuáles son hoy los factores que ponen en crisis
nuestra fe y nos causan tristeza?
e) ¿Cuál fue el resultado en la vida de los dos discípulos de la lectura de la Biblia hecha
por Jesús?
f) ¿En qué puntos la interpretación hecha por Jesús critica nuestra manera de leer la
Biblia y en qué puntos la confirma?
5. Una clave de lectura para aquellos que quieran profundizar más en el tema.
a) El contexto en el que escribe Lucas:
* Lucas escribe hacia el año 85 para la comunidad de Grecia y del Asia Menor que vivían
en una difícil situación, tanto interna como externa. Dentro existían tendencias
divergentes que hacían difícil la convivencia: por los fariseos que querían imponer la ley
de Moisés (Act 15,1); grupos estrechamente vinculados a Juan el Bautista que no habían
oído hablar del Espíritu Santo (Act 19,1-6); judíos que se servían del nombre de Jesús
para expulsar demonios (Act 19,13); existía los que se llamaban discípulos de Pedro,
otros que eran de Pablo, otros de Apolo, otros de Cristo (1Cor 1,12). Fuera aumentaba
siempre y cada vez más la persecución por parte del Imperio romano (Ap 1,9-10;
2,3.10.13; 6,9-10,12-16) y la infiltración engañosa de la ideología dominante del
Imperio y de la religión oficial, como hoy el consumismo se infiltra en todos los sectores
de nuestra vida (Ap 2,14.20; 13,14-16).
* Lucas escribe para estas comunidades, para que reciban una orientación segura en
medio de las dificultades y para que encuentren la fuerza y la luz en lo vivido desde la fe
en Jesús. Lucas escribe una única obra en dos volúmenes: el Evangelio y las Actas con
el mismo objetivo general: "poder verificar la solidez de las enseñanzas recibidas" (Lc
1,4). Uno de los objetivos específicos es el de mostrar, mediante la historia tan bella de
Jesús con los dos discípulos de Emaús, cómo la comunidad debe leer e interpretar la
Biblia. En realidad, los que caminaban por el camino de Emaús eran las comunidades (y
somos todos nosotros). Cada uno de nosotros y todos juntos, somos el compañero o la
compañera de Cleofás (Lc 24,18). Junto a él, caminamos por los caminos de la vida,
buscando una palabra de apoyo y orientación en la Palabra de Dios.
* El modo cómo Lucas narra el encuentro de Jesús con los discípulos de Emaús nos
indica la forma cómo las comunidades del tiempo de Lucas usaban la Biblia y hacían lo
que hoy llamamos Lectio Divina o Lectura Orante de la Biblia. Tres son los aspectos o los
pasos que caracterizaban su manera de interpretar lo referente a la Biblia.
b) Los diversos pasos o aspectos del proceso de interpretación de la Escritura:
1º Paso: Partir de la realidad (Lc 24,13-24).
Jesús encuentra a los dos amigos en una situación de miedo y dispersión, de
desconfianza y de turbación. Estaban huyendo. Las fuerzas de la muerte, la cruz, habían
matado en ellos la esperanza. Jesús se acerca y camina con ellos, escucha la
conversación y pregunta: "¿De qué estáis hablando?" La ideología dominante les impide
entender y el tener una conciencia crítica: "Nosotros esperábamos que el fuese el
liberador, pero…" (Lc 24,21). ¿Cuál es hoy la conversación del pueblo que sufre? ¿Cuáles
son hoy los hechos que ponen en crisis nuestra fe?
El primer paso es éste: acercarte a las personas, escuchar la realidad, los problemas,
ser capaces de hacer preguntas que ayuden a mirar la realidad con una mirada más
crítica.
2º Paso: Servirse del texto de la Biblia (Lc 24, 25-27)
Jesús se sirve de la Biblia no para dar una lección sobre la Biblia, sino para iluminar el
problema que hacía sufrir a sus dos amigos y luego clarificar la situación que estaban
viviendo. Con la ayuda de la Biblia, Jesús coloca a los dos discípulos en el proyecto de
Dios y les indica que la historia no se escapa de la mano de Dios. Jesús no usa la Biblia
como un doctor que ya lo sabe todo, sino como un compañero que quiere ayudar a sus
amigos a recordar lo que ellos habían olvidado: Moisés y los Profetas. Jesús no causa en
ellos un complejo de ignorancia, sino que trata de ponerlos en condiciones de recordar,
despierta por tanto su memoria.
El segundo paso es éste: con la ayuda de la Biblia, iluminar la situación y transformar la
cruz, señal de muerte, en señal de vida y esperanza. Así lo que impide ver, se convierte
en luz y fuerza a lo largo del camino.
3º Paso: Celebrar y compartir en comunidad (Lc 24,28-32)
La Biblia, por sí sola, no abre los ojos, pero ¡hace arder el corazón! (Lc 24,32). Lo que
abre los ojos y hace descubrir a los amigos la presencia de Jesús es el compartir el pan,
el gesto comunitario. En el momento en que es reconocido, Jesús desaparece. Y ellos
mismos experimentan la resurrección, renacen y caminan solos. Jesús no se apropia del
camino de sus amigos. No es paternalista. Resucitados, los discípulos son capaces de
caminar por sus pies.
El tercer paso es éste: saber crear un ambiente orante de fe y fraternidad, donde el
Espíritu pueda obrar. Es el Espíritu el que hace descubrir y experimentar la palabra de
Dios en la vida y nos lleva a entender el sentido de las palabras que Jesús dice (Jn
14,26; 16,13). Y es sobre todo en este punto de la celebración, en el que la práctica de
las comunidades eclesiales de base, sostenidas por las esparcidas por el mundo, nos
ayudan a nosotros religiosos y religiosas a encontrar de nuevo el antiguo pozo de la
Tradición para beber su agua.
El objetivo: Resucitar y regresar de nuevo a Jerusalén (Lc 24,33-35).
Todo ha cambiado en los dos discípulos. Ellos mismo resucitan, se animan y regresan a
Jerusalén, donde continúan estando activas las fuerzas de muerte que mataron a Jesús,
pero en donde se manifiesta también las fuerzas de la vida en el compartir la
experiencia de la resurrección. Valor en lugar de miedo. Fe en vez de ausencia.
Esperanza en vez de desesperación. Conciencia crítica, en vez de fatalismo ante el
poder. Libertad en vez de opresión. En una palabra: ¡vida en vez de muerte! Y en vez de
la noticia de la muerte de Jesús, ¡la Buena Noticia de la Resurrección!
El objetivo de la lectura de la Biblia es éste: experimentar la presencia viva de Jesús y
de su Espíritu, presentes en medio de nosotros. Es el Espíritu el que abre los ojos sobre
la Biblia y sobre la Realidad y nos lleva a compartir la experiencia de la Resurrección,
como sucede también hoy en los encuentros comunitarios.
c) El nuevo modo de Jesús: hacer una lectura Orante de la Biblia:
* A veces, no es posible entender si el uso que los evangelios hacen del Antiguo
Testamento viene de Jesús o se trata de una explicitación de los primeros cristianos, que
de esta forma trataban de expresar su fe en Jesús. Pero lo que es innegable es el uso
constante y frecuente que Jesús hace de la Biblia. Una simple lectura de los evangelios
nos muestra que Jesús se orientaba en la Escritura para realizar su misión y para instruir
a los discípulos y a la gente.
*A la raíz de la lectura que Jesús hace de la Biblia está la experiencia de Dios como
Padre. La intimidad con el Padre da a Jesús un criterio nuevo que le pone en contacto
directo con el autor de la Biblia. Jesús busca el significado en la fuente. No de la letra a
la raíz, sino más bien de la raíz a la letra. La siguiente comparación nos ayuda a
esclarecer este punto. La comparación de la fotografía, descrita en la Lectio Divina del
Domingo de Pascua, nos ayuda a esclarecer este asunto. Como por un milagro, aquella
fotografía de rostro severo se iluminó y adquirió trazos de gran ternura. Las palabras,
nacidas de la experiencia vivida del hijo, cambiaron todo, sin cambiar nada (Véase Lectio
Divina de Pascua).
* Y así, hojeando las fotografías del Antiguo Testamento, la gente del tiempo de Jesús,
se hace la idea de un Dios muy distante, severo, de difícil acceso, cuyo nombre no
puede ser pronunciado. Pero las palabras y los gestos de Jesús, nacidos de la
experiencia de Hijo, sin siquiera cambiar una letra (Mt 5,18-19), cambiaron todo el
sentido del Antiguo Testamento. El Dios que parecía tan distante y severo, adquiere los
rasgos de un Padre lleno de ternura, siempre presente, pronto a acoger y ¡a liberar! Esta
Buena Noticia de Dios, comunicada por Jesús, es la nueva clave para releer todo el
Antiguo Testamento. El Nuevo Testamento es una relectura del Antiguo Testamento,
hecha a la luz de la nueva experiencia de Dios, revelada en Jesús. Este modo diverso de
iluminar la vida con la luz de la palabra de Dios, le causa muchos conflictos, porque
vuelve críticos a los pequeños y por consiguiente, incomoda a los grandes.
* Al interpretar la Biblia para el pueblo, Jesús muestra los rasgos del rostro de Dios, la
experiencia que Él mismo tenía de Dios como Padre. Revelar a Dios como Padre era la
fuente y el objetivo de la Nueva Noticia de Jesús. En su actitud Jesús manifiesta el amor
de Dios hacia los discípulos, tanto hombres como mujeres. Revela al Padre ¡lo encarna
en el amor! Jesús podía decir: "Quien me ve, ve al Padre" (Jn 14,9). Por esto, el Espíritu
del Padre estaba también con Jesús (Lc 4,18) y en todo le acompañaba, desde la
encarnación (Lc 1,35), al comienzo de su misión (Lc 4,14), hasta el final, en la muerte y
resurrección (Ac 1,8).
* Jesús intérprete, educador y maestro, era una persona significativa para sus
discípulos. Y por siempre ha marcado sus vidas. Interpretar la Biblia, no es solo enseñar
la verdad que el otro debe vivir. El contenido que Jesús debía dar no se hallaba sólo en
las palabras, sino que estaba presente en los gestos y en su modo de relacionarse con la
gente. El contenido no está nunca separado de la persona que lo comunica. La bondad y
el amor que afloran en sus palabras hacen parte del contenido. Son su temperamento.
Un buen contenido sin la bondad es como leche derramada.
6. Salmo 23 (22) Dios es nuestra herencia por siempre.
Yahvé es mi pastor, nada me falta. En verdes pastos me hace reposar. Me conduce a
fuentes tranquilas, allí reparo mis fuerzas. Me guía por cañadas seguras haciendo honor
a su nombre. Aunque fuese por valle tenebroso, ningún mal temería, pues tú vienes
conmigo; tu vara y tu cayado me sosiegan. Preparas ante mí una mesa, a la vista de
mis enemigos; perfumas mi cabeza, mi copa rebosa. Bondad y amor me acompañarán
todos los días de mi vida, y habitaré en la casa de Yahvé un sinfín de días.
7. Oración final
Señor Jesús, te damos gracia por tu Palabra que nos ha hecho ver mejor la voluntad del
Padre. Haz que tu Espíritu ilumine nuestras acciones y nos comunique la fuerza para
seguir lo que Tu Palabra nos ha hecho ver. Haz que nosotros como María, tu Madre,
podamos no sólo escuchar, sino también poner en práctica la Palabra. Tú que vives y
reinas con el Padre en la unidad del Espíritu Santo por todos los siglos de los siglos.
Amén.
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El reconocimiento de Jesús resucitado tiene lugar en un instante, mediante una intuición
resplandeciente; a continuación, todo vuelve a la normalidad. Así fue también con los
discípulos de Emaús. Después de aquel instante intuitivo, tras aquella mirada que
penetra más allá del velo de la carne, desaparece Jesús y todo vuelve a ser,
aparentemente, como antes: la posada, la mesa, el pan, los compañeros. Todo igual,
pero, sin embargo, todo es ahora distinto. Se trata de una experiencia inexpresable.
También hoy todas las personas y todas las cosas nos reservan sorpresas, porque en
todas ellas podemos encontrar a Jesús. Ser cristiano significa vivir en medio de un
estupor siempre renovado, en un estado de continua espera de sorpresas. Cada
momento puede ser el de la revelación del misterio, porque nuestra vida está ahora
ligada indisolublemente a Jesús, invisible a los ojos, pero realmente presente entre
nosotros. Toda realidad es epifanía de su presencia como «Emmanuel». A nosotros nos
corresponde purificar de continuo nuestra mirada en la adoración para poder
vislumbrarlo en la llama de los acontecimientos más pobres y cotidianos. Es él, siempre
él, el que viene a nosotros a través de todo aquello que acogemos con fe.
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Comunión. Al atardecer del primer día de la semana, dos hombres van por el camino.
Su vida se ha detenido el viernes precedente, mientras Jesús agonizaba en la cruz.
Desde entonces, se han dicho el uno al otro la antigua maldición: «Maldito el que es
colgado» (Dt 21,23). ¿Quién tiene razón: la autoridad legítima que decidió la muerte del
agitador o ese Jesús que reivindicó el título de Mesías? Los dos hombres caminan con
aire sombrío.
De pronto, un peregrino de la Pascua se une a ellos. El desconocido les habla, cita las
Escrituras, ilumina la vida y la muerte del Crucificado. El corazón de los discípulos se
inflama, sobre todo cuando el hombre toma el pan, pronuncia la bendición y se lo da.
Son los gestos de la última cena, los gestos que la joven Iglesia repetía ya en memoria
del Maestro. Entonces resuena la alegría de la Pascua: « ¡Era verdad, ha resucitado el
Señor y se ha aparecido a Simón!». Así fue el primer día de la nueva semana.
*** Iban los dos por el camino, entre el calor y el polvo, destrozados por la desgracia de
la antevíspera. Caminaban sin comprender. El Maestro había sido detenido y ejecutado.
La muchedumbre había renegado de él, y le habían visto colgado del patíbulo de la
infamia, fuera de la Ciudad Santa, como un descreído. La gran aventura había
terminado. La fiesta se había trocado en llanto y las risas habían enmudecido de
angustia. El Cordero del sacrificio se había convertido en oveja llevada al matadero. Los
discípulos se habían dispersado; el rebaño, sin pastor, había huido. Iban discutiendo los
motivos que les habían empujado a comprometerse, de sus esperanzas, de su fracaso,
de su increíble muerte. Un compañero sin nombre, sin rostro, un caminante, se acercó
sin decir nada. Escuchó las esperanzas rotas y los nuevos temores. Compartió las
inquietudes y no pudo ignorar la secreta pregunta: ¿tendría la muerte la última palabra?
Enseguida las palabras van a agolparse en sus labios, toda la Escritura está allí presente.
Comienza por Moisés, Egipto, el Éxodo, la larga servidumbre, la Liberación, la Alianza en
el desierto. Habla de los profetas, del exilio y del regreso: la esperanza no puede
decepcionar, la vida renace de las cenizas, el grano debe morir para dar fruto.
Le invitan a entrar al albergue con ellos. Ante sus palabras, el corazón va recobrando su
entusiasmo. La aurora no puede desaparecer cuando, en medio de las tinieblas, han
aparecido los primeros rayos del día. «Quédate con nosotros». La mesa está puesta. El
viaje ha llegado a su término. El pan roto compartido, la hogaza de la amistad, está ahí,
ante ellos, el signo del Amigo. «Lo reconocieron».
Para nosotros, ya nunca volverá a ser como antes. En el fondo de la soledad, cuando la
desesperanza parece que ha de prevalecer, todavía nos queda caminar en la espera,
hasta que las sombras de la tarde le hagan quedarse junto a nosotros.
Aún podemos guardar su palabra: ella nos lo descubre y desvela su secreto. Conocemos
desde hace mucho la vieja historia de reyes y profetas, pero él desvela el gran designio
de Dios. Su palabra encuentra los caminos escondidos de nuestro corazón, que nosotros
pensábamos enterrados para siempre bajo la opacidad de nuestras incertidumbres y
nuestras preguntas, borrados por demasiados fracasos y mediocridades. Su palabra
desvela rasgos que nosotros creíamos olvidados para siempre. Sí, Dios es fiel a sus
promesas; siempre podemos comenzar de nuevo, estamos marcados para siempre por
el Espíritu... El despierta en nosotros voces que habíamos acallado: ¡sois hijos muy
amados, haré brotar en vuestros desiertos fuentes de agua viva!
Y nuestro corazón queda ya prendado. Ha entrado en nuestra casa. Ha partido el pan,
como hacen los amigos que toman juntos la comida de cada día. Y nunca podremos
olvidar el sabor de ese pan. Aquel a quien buscábamos está con nosotros. Aquel a quien
reconocemos en el gesto familiar está vivo. Cuando nuestros ojos se abren, tenemos ya
que levantarnos: se ha vuelto a marchar para llamarnos más adelante.
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3. De camino a Emaús
3.1 Emaús es un tremendo símbolo, después de la escena que nos cuenta el evangelio
de hoy. Es el símbolo del fracaso, de la dispersión, de la desilusión. Estos dos discípulos
que se van de Jerusalén son una imagen de todos aquellos que se habían ilusionado con
Cristo y que ahora, perplejos por la Cruz, no ven otro camino que la huida, la retirada, el
largo duelo por haberse atrevido a soñar con un mundo mejor.
3.2 Jesús los alcanzó. Se hizo "el encontradizo", salió al paso de ese duelo que punzaba
sus almas y ensombrecía sus rostros. ¡Dios, cuánta misericordia en ese solo hecho! ¡Qué
piedad la del Señor, que no abandona a los que le abandonan y que busca mostrar su
rostro a los que ya le daban la espalda!
3.3 Cristo les explica las Escrituras. Hace camino con ellos, no sólo en cuanto une sus
pies a los de estos entristecidos, sino sobre todo en cuanto recorre a su lado la senda
interior que lleva de la oscuridad a la luz y de la desolación a la esperanza. Así también
Cristo sigue haciendo camino con su pueblo y con todos los pueblos y gentes. No nos
desanimemos de ver desánimo incluso en quienes han estado con nosotros oyendo al
Maestro. Bien es posible que si ellos huyen Cristo camine más rápido y en algún recodo
del camino les alcance con el poder de su gracia.
3.4 Lo reconocieron "al partir el pan". Es el gesto entrañable, el estilo único, la manera
caritativa y bella de Jesús. Tiene que ser él; nadie más parte así el pan, nadie lo
agradece como él, nadie lo bendice y nos bendice como él. ¡Qué hermosura, qué
dulzura, qué ternura! Iglesia de Dios: ¡alégrate en Cristo, gózate en su Pascua,
reconócelo en el Pan!
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Oración en Familia.
Sacerdote: La gente del tiempo de Jesús tenía una idea equivocada de él. Pidamos que
nosotros si sepamos realmente que Él es el Hijo de Dios el Mesías. Por eso digamos al
Padre:
Todos: Señor revélanos en el corazón quien es en realidad tu Hijo.
Papá: Señor te pedimos por nuestro santo Padre el Papa Francisco para que lo asistas
en todo momento y te reveles a su corazón.
Todos: Dale sabiduría para que a través de él te conozcan y te amen.
Todos: Señor revélanos en el corazón quien es en realidad tu Hijo.
Mamá: Señor el mundo de hoy busca confundir a nuestras familias con imágenes
equivocadas de Jesús que terminan por desanimar a nuestros hijos.
Todos: Danos a nosotros como padres de familia la sabiduría y la alegría de mostrarles
el rostro amoroso de nuestro Salvador.
Todos: Señor revélanos en el corazón quien es en realidad tu Hijo.
Hijo(a): Señor tu sabes que hoy hay dentro de nuestra Iglesia muchas ideas
equivocadas sobre las verdades de la fe.
Todos: Te pedimos que purifiques los corazones de quienes tienen la obligación de
enseñar y que tengan como fuente de sabiduría tu Palabra.
Todos: Señor revélanos en el corazón quien es en realidad tu Hijo.
Hijo(a): Padre del Cielo hoy te pedimos por todos los que como los discípulos de Emaús
se van de la Iglesia decepcionados porque no ven en los pastores la imagen de tu Hijo.
Todos: Haz que la vida de todos los sacerdotes a quienes has constituido en heraldos de
tu palabra sea un reflejo de la de tu Hijo Jesucristo.
Todos: Señor revélanos en el corazón quien es en realidad tu Hijo.
Hijo(a): Muy especialmente te pedimos por nuestros jóvenes que atraídos por las luces
del mundo abandonan la Iglesia.
Todos: Abre sus ojos como a los discípulos de Emaús para que habiéndote escuchado se
conviertan en testigos de tu presencia en el mundo.
Todos: Señor revélanos en el corazón quien es en realidad tu Hijo.
Sacerdote: Señor Jesucristo que en el cielo eres glorificado por los ángeles y los santos
y en la tierra eres enaltecido y adorado por tu Iglesia te pedimos que escuches nuestras
plegarias y extiendas tu diestra misericordiosa sobre nuestra comunidad que tiene
puesta toda su confianza en tu resurrección. Tú que vives y reinas y que eres Dios por
los siglos de los siglos.
Todos: Amén.
www.evangeliodeLucas.GiorgioZevini
Cristo, no se impone, sale al encuentro. Hoy me puedo quedar con dos ideas de este
pasaje que me ayuden en la oración. La primera es contemplar cómo los dos discípulos
de Emaús pretenden continuar su vida como si nada hubiera pasado. Ellos piensan que
todo ha terminado el Viernes Santo en la cruz y ahora se marchan como si nada. Te
habían visto, escuchado y tocado. Tal vez habían comido y caminado a tu lado. ¿Y
ahora? Ahora se marchan de nuevo a su casa a volver a sus quehaceres y tratar de
olvidar lo pasado.
Puede pasar también en mi vida, Jesús, que después de haberte conocido y seguido
pretenda seguir igual. Esto no es posible. Tú has cambiado mi vida, incluso aunque no
me dé cuenta de ello. La vida no es la misma antes y después de conocerte. No es
indiferente conocerte o no conocerte. La vida contigo es distinta, tiene sentido y valor.
Ellos pretenden regresar porque piensan que estás muerto. Sin embargo, estás vivo y
entonces no se puede volver atrás.
La segunda idea es lo valioso que puede ser contarte mi vida, mis ilusiones, mis
dificultades. Tú llegas a los caminantes, como un forastero. No te impones, no les callas
y corriges con reprimendas. No. Te acercas y les preguntas, les respondes, les hablas,
les explicas. Ellos te cuentan su historia y Tú los escuchas, aunque ya les conocías y
sabías quiénes eran. Puede ser muy enriquecedor contarte mi propia historia y escuchar
cómo me hablas a través de ella. Después que ellos te han compartido su experiencia y
desilusión es cuando les orientas y les ayudas a comprender mejor lo sucedido.
A veces hay sucesos de mi vida que tal vez no entienda o me causen desilusión,
pesimismo o terror. Hoy quieres escucharlos y darme un consejo para, así, continuar
caminando y llenar mi vida de paz, de serenidad y de alegría. Quieres que mi corazón
arda mientras me hablas.
• "Necesitamos hermanos y hermanas expertos en los caminos de Dios, para poder
hacer lo que hizo Jesús con los discípulos de Emaús: acompañarlos en el camino de la
vida y en el momento de la desorientación y encender de nuevo en ellos la fe y la
esperanza mediante la Palabra y la Eucaristía. Esta es la delicada y comprometida tarea
de un acompañante." (Homilía de S.S. Francisco, 28 de enero de 2017).
Diálogo con Cristo
Ésta es la parte más importante de tu oración, disponte a platicar con mucho amor con
Aquel que te ama.
Propósito
Proponte uno personal. El que más amor implique en respuesta al Amado… o, si crees
que es lo que Dios te pide, vive lo que se te sugiere a continuación.
Haré un acto de servicio en mi hogar como simple gesto para demostrar mi afecto a los
que viven conmigo.
www.BibliaStraubinger
13. Ciento sesenta estadios: o sea unos 30 Kms., distancia que corresponde a la actual
Amwás. En algunos códices se lee “sesenta”, en vez de “ciento sesenta”, lo que dio lugar
a buscar, como posible escenario de este episodio, otros lugares en las proximidades de
Jerusalén (El Kubeibe y Kaloníe).
23. Gran misterio es ver que Jesús resucitado, lejos de ser aún glorificado sobre la tierra
(cf. Hch. 1, 6), sigue luchando con la incredulidad de sus Propios discípulos. Cf. Jn. 21, 9
y nota.
26 s. Les mostró cómo las profecías y figuras se referían también a su primera venida
doliente (cf. Is. 53; Salmos 21 y 68, etc.). Porque ellos sólo pensaban en la venida del
Mesías glorioso. Cf. Hch. 3, 22 y nota.
30. Pirot hace notar que ha sido abandonada la opinión de que esta fracción del pan
fuese la Eucaristía.
32. Felicidad que hoy está a nuestro alcance (cf. v. 45 y nota). “La inteligencia de las
Escrituras produce tal deleite que el alma se olvida no sólo del mundo, sino también de
sí misma” (Santa Angela de Foligno).
http://www.ciudadredonda.org
Lucas aprovecha la ocasión del desaliento de dos discípulos y su encuentro con Cristo
para decirnos esto: El Señor resucitado sigue viviendo entre nosotros, sus fieles, por la
Palabra que nos proclama y por la Eucaristía.
No sabemos ver a Jesús Resucitado, como les pasa a los dos discípulos de Emaús.
Vamos por el camino de la vida, con una mentalidad miope, pensando en nuestros
problemas, en nuestras esperanzas e ilusiones fracasadas. Cuando un desconocido se
acerca a nuestro caminar, es un buen momento para hablarle de nosotros, lo de Jesús el
Nazareno, una vez muerto, parece perder sentido: “Nosotros esperábamos que él fuera
el futuro libertador de Israel. Y ya ves, hace dos días que sucedió esto”. Muchas veces
decimos buscar al Maestro, pero a los que nos buscamos es a nosotros mismos.
Por eso, el desánimo con el que miramos la vida, los quejidos constantes, nuestro
alejarnos de la comunidad y volver a lo nuestro, la actitud cobarde… Nos hacen
imposible reconocer en aquel peregrino, al Resucitado. Para verlo, hay que salir de
nuestro ego, mirar al hombre que se cruza a nuestro paso, que está cerca de nosotros,
el que no ve a su prójimo, no puede ver a Jesús. Hablamos demasiado y escuchamos
poco, sólo cuando se callaron y empezaron a escuchar al compañero de camino, se abrió
su corazón.
Comienza con dureza: “¡Qué necios y torpes sois para creer lo que anunciaron los
profetas! ¿No era necesario que el Mesías padeciera todo esto para entrar en su gloria?”.
Les comenzó a recordar las Escrituras, necesitamos volver a las fuentes, para no
crearnos un Jesús a nuestra medida. ¿Cuántas veces después de escuchar el Evangelio o
celebrar la Eucaristía?, podemos decir como ellos: “¿No ardía nuestro corazón mientras
nos hablaba por el camino y nos explicaba las Escrituras?”. Se nos ofrece todo un
modelo de acompañamiento, usando la Palabra de Dios. Jesús parte de la situación
personal de los dos discípulos, primero les escucha, comprende su problema, y después
les habla, interpretando su vida real y concreta a la luz de la Palabra.
Todo un proceso, que cuenta con un VER (acompañar por el camino, escuchar), un
JUZGAR (desde las Escrituras y la fracción del pan) y un ACTUAR (desandar el camino,
anunciar lo encontrado). Encontrar al Resucitado exige pasar por los tres momentos, no
podemos pretender ver a Jesús sólo en las Escrituras y la Eucaristía. La Eucaristía es
antes que nada una comida entre amigos, que quiere hacer perdurar la presencia de los
compañeros de viaje, en el gesto de compartir el mismo pan, símbolo de la vida con sus
problemas y alegrías, descubrimos al mismo Jesús.
Una vez descubierto como los dos de Emaús, olvidamos nuestros cansancios y aunque
es de noche, nos levantamos y corremos gozosos, a comunicar la buena nueva a todos
los hermanos: “Y ellos contaron lo que les había pasado por el camino y cómo lo habían
reconocido al partir el pan”. Es nuestra historia, tú y yo somos los dos caminantes, los
que nos debatimos entre el ver y no ver. Creer en la Resurrección es la piedra de toque
de nuestra fe. Por eso la Pascua, es un maravilloso tiempo para que reflexionemos sobre
lo que creemos, sobre el que ahora llamamos Jesucristo, que en definitiva, es mirar
nuestra propia vida y la de nuestros hermanos y captar en ellas los signos de esperanza,
de amor, de alegría, de cambio, de Resurrección.
Podríamos terminar con la primera lectura de los Hechos, recordando con San Pedro:
“Tengo siempre presente al Señor, con él a mi derecha no vacilaré. Por eso se me alegra
el corazón, exulta mi lengua y mi cuerpo descansa esperanzado. Porque no me
entregarás a la muerte no dejarás a tu fiel conocer la corrupción. Me has enseñado el
sendero de la vida, me saciarás de gozo en tu presencia”. Es Pascua y aunque invisible,
el Resucitado se hace visible en la realidad cotidiana de nuestra vida.
Oración camino de Emaús. Danos el mejor pan que tengas, el vino más puro.
Venimos trastornados del camino; han sido duros los días desde la noche aquella en que
nos dijeron que lo habían detenido: vino el desprecio; las burlas y las bofetadas
vinieron; la tortura, la cruz, la muerte; y aquel temblor de la tierra toda, como en
despedida.
Si, danos ese vino oscuro, que traiga luz a nuestras almas tristes. Nos ocultamos con
miedo...un día y otro día... ¿Para qué fueron tantos signos prodigiosos, tantas hermosas
palabras en el monte, tantas caricias a los que nunca tuvieron un amor?
Vino una noche honda, como un pozo terrible que no entiende de misericordia. Pero esta
mañana, al alborear, los gritos nos hicieron volver: ¡No está! ¡Ha resucitado! ¿Ha
resucitado? ¿Puede el amor inventarse vidas nuevas? Dicen que estaba el sepulcro
vacío. Eso dicen. Pero en mi alma, créeme, aún era la noche.
Quizá aún lo sea, aunque este peregrino que nos acompaña, ha encendido una luz
incomprensible, como si de nuevo fueran posibles los signos prodigiosos, las hermosas
palabras, las caricias.... Dame ese pan, sí: cenará con nosotros, como tantas veces Él lo
hizo. Partiremos el pan, como lo hizo Él a veces para los hambrientos.
¿Sabes? Siento que empieza en mí una alborada, una luz que sana y libera... Quizá este
extraño peregrino...quizá... Voy a la mesa con Él. Aunque es ya de noche, siento que ha
empezado mi mañana.
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Era necesario que el Cristo padeciera. Posiblemente lo que más nos cuesta
comprender sea la necesidad que Cristo padeciera, la necesidad de la cruz. ¿No pudo ser
de otro modo? Y sobre todo como a muchos nos gustaría, que se hubiera impuesto en
ese momento, que arrasara a todos sus enemigos y empezara inmediatamente el Reino
de los Cielos, muy dentro del estilo de cualquier monarca o ejército triunfador. Después
de todo, ganando así, todos tendrían que acatar, les guste o no, de otro modo serían
forzados a hacerlo. Así tendrían que haberse resuelto estos enfrentamientos, siguiendo
la lógica humana. Si Cristo tenía tanto poder, como lo había demostrado por
innumerables señas, ¿por qué no terminó imponiéndose conforme a nuestra lógica hace
2mil años, en lugar de dejarse matar espantosamente en la cruz? Estos discípulos
andaban cabizbajos y deprimidos, como muchos que nos topamos con la historia de
Jesús y no llegamos a comprender la razón de esta muerte cruel.
A tal extremo llega nuestra falta de comprensión que algunos de nosotros, sin renegar
por completo de Jesús, porque la verdad es que no lo entendemos, nos trasladamos a
una imagen triunfante al fin de los tiempos, nos quedamos con lo que creemos entender
de su prédica y obviamos, borramos de nuestra memoria todos estos episodios
sangrientos, porque nos perturban y nos parece que no encajan en su triunfo y en lo
que entendemos o queremos retener de su prédica. Nos encanta la poesía y el idealismo
romántico, así que guardamos en nuestros corazones todas aquellas palabras bellas de
Jesús, en las que nos comunica tanta sabiduría de un modo sin igual. Así, Jesús culmina
siendo un idealista, que propone un mundo utópico al que habremos de llegar de algún
modo al fin de los tiempos, cuando venga triunfante. Entre tanto, debemos esforzarnos
por vivir de la mejor manera, porque es lo razonable, lo que más se ajusta al ideal que
Él nos propone. En el fondo lo que hacemos es negar la Divinidad de Jesús, negar su
muerte cruel y sobre todo Su Resurrección. Siendo un episodio que no llegamos a
entender, lo descartamos o lo dejamos en las penumbras, como si prescindiendo de él
pudiéramos igualmente confesar a Jesús.
En el fondo lo que queremos es prescindir de la fe. En un mundo en el que se le rinde
culto a la razón y se tiene por menos a la fe, queremos creer en un Dios lógico y
razonable, estableciendo así los parámetros a los que Dios se debe ajustar. ¿No
constituye esto un contra sentido? ¿Cómo podemos pretender que Dios se ajuste a
nuestros criterios? Eso solamente lo puede hacer un dios creado a nuestra imagen y
semejanza. Un dios creado por nosotros. Si aceptamos esta idea –y lo hacemos en
nuestro interior-, hay un pequeño paso para prescindir definitivamente de él o en el
mejor de los casos, dejarlo en el ámbito del mundo privado, donde cada quien es libre
de formular sus dogmas y creer en lo que le viene en gana, siempre y cuando no se
meta con los demás. Es en ese saco que terminamos metiendo a Jesús, al renunciar a la
fe y a la Resurrección. Entonces, premunidos de una filosofía relativista, que es
“tolerante por excelencia”, nos encontramos y convivimos con todos los demás seres
humanos sin importar su credo o religión, si son gnóstico, ateos o creyentes. Todos
somos iguales y tenemos los mismos derechos. Esta poderosa teoría nos lleva a
desterrar a Dios al mundo privado, sin que ello tenga por qué afectar las relaciones
humanas, que deben someterse a un código, a una ley que ha de regularlo todo
Así, la ley se convierte en el supremo regulador. Hemos de promover y aspirar a crear
leyes perfectas, porque en ellas radica la posibilidad de la supervivencia de la
humanidad en armonía y progreso constante. Aquí no queda espacio para dios, sino en
el ámbito privado, en el que por razones sicológicas o las que se quiera alegar, el ser
humano abrace una fe, que no altere ni afecte las relaciones con los demás. De este
modo, dios queda sometido y restringido a la ley y relegado al gusto personalísimo de
cada quien. ¿Cómo hacer leyes perfectas? ¿Es que hemos alcanzado la perfección? ¿No
es esto soberbia o es pura razón? ¿Y qué sentido tiene creer en dios? ¿Para llenar un
vacío intelectual, sicológico o emocional? De cualquier modo sería una debilidad
superable, descartable o en el mejor de los casos, opcional, como todo en el mundo de
la relatividad. ¿Esta no es la situación en la que nos encontramos ahora? Con millones
de “creyentes” que siguen por inercia, sumergidos en esta ideología dominante, que les
impide vivir abiertamente su fe, alentándolos a conformarse con expresiones privadas,
restringidas al ámbito personal en el que “todos somos iguales” y “tenemos los mismos
derechos”.
Aquí está centrada la polémica que ahora procura imponer el agnosticismo o el ateísmo
puro, pretendiendo que Dios está reñido con la razón. Sin embargo, no la tienen tan
fácil, porque ahora tienen que probar que toda la Historia Sagrada es falsa. Que Moisés
no existió y ninguno de los sucesos que se narran en torno a la salida de Egipto fueron
ciertos y que nada de lo que se dice en Antiguo Testamento relacionadas con Jesús
ocurrió. Tendrán que negar las Escrituras. Negar la Divinidad de Jesús, la Virginidad de
María, las curaciones que hizo Jesús, la expulsión de demonios, el dominio de las fuerzas
naturales que exhibió, las resurrecciones que realizó, la multiplicación de los panes y
finalmente Su muerte cruel en la cruz, Su Resurrección y Ascensión a los Cielos. Que el
Espíritu Santo no es nada más que la fuerza de la perseverancia del hombre. Si todo
esto no existe, entonces Jesús es un soñador, con muy nobles y loables ideales, que
ojalá pudieran llevarse a cabo, pero que realistamente son imposibles, aun cuando no
por ello dejen de ser deseables. Y el Nuevo Testamento no es nada más que otra
hermosa pieza literaria que junto con el Antiguo Testamento conforman una de las más
bellas colecciones de escritos religiosos de la humanidad, en los que se encierran sus
anhelos, deseos, intrigas, aventuras e ideales escritos con un estilo literario sin par.
Pero resulta que si hay una Virgen María, que si hubo profetas que anunciaron a Jesús y
hubieron 12 discípulos, uno de los cuales lo traicionó y lo entregó a los judíos y
sacerdotes, quienes, conforme fue anticipado, lo torturaron y crucificaron, de todo lo
cual hay innumerables testimonios históricos escritos, entre ellos la Sábana Santa de
Turín. Resulta que efectivamente Resucitó y ascendió a los Cielos, dejándonos su
Espíritu Santo de lo que son testigos la humanidad entera que a partir de entonces
empezó a contar los años de la historia, siento este suceso el centro mismo, porque se
produjo cuando de acuerdo al Plan de Dios había llegado el tiempo. La Iglesia que es
una, santa católica y apostólica, con la sucesión de 266 Papas, desde Pedro hasta
Francisco, como celosa depositaria de la fe, es testimonio viviente de la presencia del
Hijo de Dios y del Espíritu Santo en la historia de la humanidad, la cual vino a Salvar
Jesús, por Voluntad de Dios Padre. Esta es la fe que profesamos los cristianos, sabiendo
que Jesús es Hijo de Dios, que vino cuando se había cumplido el tiempo, obedeciendo al
Padre, que quiere que Vivamos Eternamente, para lo cual hemos de oír y hacer lo que
nos dice. El cristiano solo está sujeto a este mandato, que finalmente se traduce en
amar a Dios por sobre todas las cosas y al prójimo como a nosotros mismos. Esta es la
Ley Divina, dada para Salvarnos, que se encuentra por encima de toda otra ley, a la cual
hemos de someternos sin ningún reparo, confiando plenamente en Dios.
http://www.caminando-con-jesus.org
2 Quédate con nosotros, Señor, porque sin ti nuestro camino quedaría sumergido en la
noche. Quédate con nosotros, Señor Jesús, para llevarnos por los caminos de la
esperanza que no muere, para alimentarnos con el pan de los fuertes que es tu Palabra.
Quédate con nosotros hasta la última noche, cuando, cerrados nuestros ojos, volvamos
a abrirlos ante tu rostro transfigurado por la gloria y nos encontremos entre los brazos
del Padre en el Reino del divino esplendor. www.santaclaradeestella.es
3 Señor Jesús, te damos gracia por tu Palabra que nos ha hecho ver mejor la voluntad
del Padre. Haz que tu Espíritu ilumine nuestras acciones y nos comunique la fuerza para
seguir lo que Tu Palabra nos ha hecho ver. Haz que nosotros como María, tu Madre,
podamos no sólo escuchar, sino también poner en práctica la Palabra. Tú que vives y
reinas con el Padre en la unidad del Espíritu Santo por todos los siglos de los siglos.
Amén www.ocarm.org
4 4 ¡Padre amigo del camino! Que tu poder y gracia nos acompañe para que nuestra
débil fe se fortalezca con tu Espíritu Santo y poder discernir « Lo de Jesús el Nazareno,
que fue un profeta poderoso en obras y palabras ante Dios y ante todo el pueblo»,
mejor dicho mi Señor, que volvamos a nacer por tu don, pero en Cristo nuestro
Salvador. Que lo sintamos, abracemos y vivamos con Él hasta la eternidad porque es
nuestro “Pan vivo bajado del Cielo”. Permítenos Padre misericordioso que nuestro
corazón no se cierre a la entrada de tu Hijo amado y decirle con todas las fuerzas del
alma: «quédate con nosotros que anochece, quédate con nosotros para siempre» Amen.
www.dario.res
✞ ✞ ✞ Profesión de Fe
Creo en Dios, Padre todopoderoso, Creador del cielo y de la tierra. Creo en Jesucristo, su
único Hijo, nuestro Señor,
Se inclina levemente la cabeza en señal de respeto.
Que fue concebido por obra y gracia del Espíritu Santo, nació de Santa María Virgen.
Se finaliza la inclinación de la cabeza.
Padeció bajo el poder de Poncio Pilato, fue crucificado, muerto y sepultado, descendió a
los infiernos, al tercer día resucitó de entre los muertos, subió a los cielos y está sentado
a la derecha de Dios, Padre todopoderoso. Desde allí ha de venir a juzgar a vivos y
muertos. Creo en el Espíritu Santo, la santa Iglesia católica, la comunión de los santos,
el perdón de los pecados, la resurrección de la carne y la vida eterna. Amén.
3 LITURGIA EUCARISTICA
Sacerdote: Orad hermanos para que este sacrificio, mío y vuestro, sea
agradable a Dios, Padre todopoderoso.
Todos: El Señor reciba de tus manos este sacrificio, para alabanza y gloria
de su Nombre, para nuestro bien y el de toda su santa Iglesia. (→ Este es el
Compendio de la Misa)
*** Se llevan al altar los dones; el pan y el vino. *** Acepta, Señor, nuestro corazón contrito y nuestro
espíritu humilde; que éste sea hoy nuestro sacrificio y que sea agradable en tu presencia, Señor, Dios
nuestro. *** Lava del todo mi delito, Señor, limpia mi pecado.
Recibe, Señor, las ofrendas de tu Iglesia exultante, y a quien diste motivo de tanto gozo
concédele disfrutar de la alegría eterna. Por Jesucristo, nuestro Señor.
Oh Dios y Señor nuestro, Padre amoroso: Aquí te presentamos este pan y este vino,
signos sencillos en los que tu Hijo camina con nosotros en el camino polvoriento de la
vida. Que él haga arder nuestros corazones cuando se nos entrega a nosotros y cuando
nos dirige palabras que hacen la vida digna de vivirse. Que él sea nuestro alimento en el
camino hacia ti y hacia los hermanos, pues creemos que él es nuestro Señor resucitado,
que vive con nosotros ahora y por los siglos de los siglos.
Introducción a la plegaria eucarística
Centro y el culmen de toda la celebración. Es una plegaria de acción de gracias y de consagración. El
sentido de esta oración es que toda la congregación de fieles se una con Cristo en el reconocimiento de
las grandezas de Dios y en la ofrenda del sacrificio.
• La forma más profunda por la que podemos encontrar ahora a Jesús nuestro Señor es
en los signos de pan y vino de la celebración eucarística. Aquí Él se nos da como
alimento para el camino. Con alegría damos gracias al Padre.
a) Acción de gracias
El Señor esté con vosotros. R/ Y con tu espíritu. Levantemos el corazón R/ Lo tenemos
levantado hacia el Señor. Demos gracias al Señor, nuestro Dios. R/ Es justo y necesario.
Prefacio pascual III. Cristo vivo e intercesor perpetuo en favor nuestro.
En verdad es justo y necesario, es nuestro deber y salvación glorificarte siempre, Señor;
pero más que nunca exaltarte en este tiempo glorioso en que Cristo, nuestra Pascua, ha
sido inmolado.
Porque Él no cesa de ofrecerse por nosotros, intercediendo continuamente ante ti;
inmolado, ya no vuelve a morir; sacrificado, vive para siempre.
• Gracias, Jesús, por mostrarme una vez qué hermoso es el camino de la Luz. Quiero
avanzar por ese camino de la mano de tu Madre, la Sierva humilde y pura a quien se le
reveló la grandeza del amor de Dios. Quiero, Señor, ser portador de la luz verdadera
para mi familia, mis amigos y para todos aquellos con los que pueda compartir la
inmensa alegría de creer en Ti. Amén
(Si quieres, puedes pedirle al Señor por tus intenciones).
Reza un Padre Nuestro, un Ave María y un Gloria…
Por eso, con esta efusión de gozo pascual, el mundo entero se desborda de alegría, y
también los coros celestiales, los ángeles y los arcángeles, cantan el himno de tu gloria
diciendo sin cesar:
b) Santo: con esta aclamación toda la asamblea, uniéndose a las jerarquías celestiales, canta o recita
las alabanzas a Dios.
Santo, Santo, Santo es el Señor, Dios del Universo. Llenos están el cielo y la tierra de tu
gloria. Hosanna en el cielo. Bendito el que viene en nombre del Señor. Hosanna en el
cielo.
c) Epíclesis Se implora el poder divino para que los dones se conviertan en el Cuerpo y la Sangre de
Cristo, y para que la víctima inmaculada que se va a recibir en la comunión sea para salvación de quienes
la reciban.
Santo eres en verdad, Padre, y con razón te alaban todas tus criaturas, ya que por
Jesucristo, tu Hijo, Señor nuestro, con la fuerza del Espíritu Santo, das vida y santificas
todo, y congregas a tu pueblo sin cesar, para que ofrezca en tu honor un sacrificio sin
mancha desde donde sale el sol hasta el ocaso. Por eso, Padre, te suplicamos que
santifiques por el mismo Espíritu estos dones que hemos separado para ti, de manera
que se conviertan en el Cuerpo y la Sangre de Jesucristo, Hijo tuyo y Señor nuestro, que
nos mandó celebrar estos misterios.
d) Narración de la institución y consagración. Con las palabras y gestos de Cristo, se
realiza el sacrificio que él mismo instituyó en la última cena. Momento más solemne de la Misa; es la
transubstanciación: pan y vino desaparecen al convertirse en el Cuerpo, Sangre, Alma y Divinidad de
Cristo. Dios se hace presente ante nosotros con todo su amor. ¡Bendito Jesus en el Santísimo sacramento
del Altar!
Porque Él mismo, la noche en que iba a ser entregado, tomó pan y dando gracias te
bendijo, lo partió y lo dio a sus discípulos, diciendo: "Tomen y coman todos de él,
porque esto es mi Cuerpo, que será entregado por ustedes".
Del mismo modo, acabada la cena, tomó el cáliz, y, dando gracias te bendijo, y lo pasó a
sus discípulos, diciendo: "Tomen y beban todos de él, porque éste es el cáliz de mi
Sangre, Sangre de la alianza nueva y eterna, que será derramada por ustedes y por
muchos para el perdón de los pecados. Hagan esto en conmemoración mía".
e) Anámnesis. La Iglesia, al cumplir este encargo que, a través de los Apóstoles, recibió de Cristo
Señor, realiza el memorial del mismo Cristo, su Reactualización, recordando principalmente su
bienaventurada pasión, su gloriosa resurrección y la ascensión al cielo.
Atiende los deseos y súplicas de esta familia que has congregado en tu presencia, en el
domingo, día en que Cristo ha vencido a la muerte y nos ha hecho partícipes de su vida
inmortal. Reúne en torno a ti, Padre misericordioso, a todos tus hijos dispersos por el
mundo.
A nuestros hermanos difuntos y a cuantos murieron en tu amistad recíbelos en tu reino,
donde esperamos gozar todos juntos de la plenitud eterna de tu gloria, por Cristo, Señor
nuestro, por quien concedes al mundo todos los bienes.
Padre eterno, te ofrecemos la Preciosísima Sangre de Jesús, con todas las
Misas celebradas en el mundo en éste día, por las benditas Almas del
Purgatorio. Y Concédeles, Señor, el descanso eterno y brille para ellas la luz
perpetua. Amén.
h) Doxología final. Se expresa la glorificación de Dios y se concluye y confirma con el amen del
pueblo.
Por Cristo, con Él y en Él, a ti, Dios Padre omnipotente, en la unidad del
Espíritu Santo, todo Honor y toda Gloria por los siglos de los siglos. Amén
✞ ✞ ✞ Rito de la comunión
Significa "común unión". Al acercarnos a comulgar, además de recibir a Jesús dentro de nosotros y de
abrazarlo con tanto amor y alegría, nos unimos a toda la Iglesia en esa misma alegría y amor.
a) Introducción al Padrenuestro
Con las palabras de Jesús nuestro Señor oremos al Padre de todos para que su reino venga a cada
persona de la tierra.
• Con Jesús, pedimos a Dios nuestro Padre que nos dé no sólo nuestro pan de cada día
sino también el pan de la eucaristía.
• Unidos en el amor de Cristo, por el Espíritu Santo que hemos recibido, dirijámonos al
Padre con la oración que el Señor nos enseñó:
R/ Padre nuestro…
b) Rito de la Paz
Los fieles imploran la paz y la unidad para la iglesia y para toda la familia humana y se expresan
mutuamente la caridad antes de participar de un mismo pan.
Líbranos, Señor.
Líbranos, Señor, de todos los males y concédenos siempre la paz y la alegría de tu
presencia entre nosotros. Guárdanos libres de toda duda y desaliento y que tu Hijo
camine a nuestro lado para que, junto con Él, construyamos entre nosotros su mundo
nuevo de amistad y esperanza, y así preparemos la venida gloriosa de nuestro Señor y
Salvador Jesucristo.
R. Señor, no soy digno de que entres en mi casa, pero una Palabra tuya
bastará para sanarme.
c) El gesto de la fracción del pan: Significa que nosotros, que somos muchos, en la comunión
de un solo pan de vida, que es Cristo, nos hacemos un solo cuerpo (1 Co 10,17)
d) Inmixión o mezcla: el celebrante deja caer una parte del pan consagrado en el cáliz.
Antífona de comunión Año A: Cf. Lc 24, 35
Los discípulos reconocieron al Señor Jesús al partir el pan. Aleluya.
Mira, Señor, con bondad a tu pueblo, y, ya que has querido renovarlo con estos
sacramentos de vida eterna, concédele llegar a la incorruptible resurrección de la carne
que habrá de ser glorificada. Por Jesucristo, nuestro Señor.
Oh Dios nuestro, Dios de vida: Tu Hijo Jesús nos ha hablado cálidas palabras de aliento
y esperanza. En esta mesa de la eucaristía nos ha nutrido con el pan tierno de sí mismo
para sustentarnos en nuestro camino peregrino hacia ti y hacia los hermanos. Que el
alimento de su Palabra y de su Cuerpo nos guarde unidos en una sola fe, un solo amor,
y una preocupación común por todo lo recto y bueno. Te lo pedimos por Jesucristo
nuestro Señor.
4 RITO DE CONCLUSION
Consta de saludo, bendición sacerdotal, y de la despedida, con la que se disuelve la asamblea, para que
cada uno vuelva a sus honestos quehaceres alabando y bendiciendo al Señor.
✞ ✞ ✞ Despedida
Te damos gracias, Señor, por todos tus beneficios, a Ti que vives y reinas por los siglos
de los siglos. R/ Amén.
¡Cristo, Rey nuestro! R/ ¡Venga tu Reino!
Consagración a María
Pidámosle a María que nos acompañe siempre:
Bajo tu amparo nos acogemos, santa Madre de Dios; no deseches las oraciones que te
dirigimos en nuestras necesidades, antes bien líbranos de todo peligro, ¡oh Virgen
gloriosa y bendita! Amén.
✞ ✞ ✞ Bendición
✞ ✞ ✞ Abba Padre, gracias te doy por enseñarme a Cristo histórico. Y ahora, por tu gracia
y Espíritu Santo concédeme fortalecer la fe, para caminar con Cristo, por Cristo y en
Cristo, ya no histórico, sino Pan vivo bajado del cielo.
«Tú eres Cristo, el Hijo de Dios Vivo» Mt 16, 16
Papa Francisco
Foro internacional de jóvenes. Sábado, 22 de junio de 2019.
Queridos jóvenes:
Estoy muy contento de encontrarlos al finalizar el XI Fórum Internacional de los Jóvenes,
organizado por el Dicasterio para los Laicos, la Familia y la Vida, con el objetivo de
promover la implementación del Sínodo 2018 sobre Los jóvenes, la fe y el
discernimiento vocacional. Felicito al Cardenal Farrell y a todos sus colaboradores por
esta iniciativa, que reconoce en ustedes, jóvenes, los primeros protagonistas de la
conversión pastoral tanto deseada por los padres sinodales. Esta palabra "protagonista"
no es un gesto de diplomacia y buena voluntad, o son protagonistas o no son nada; o
van delante del tren o terminarán siendo vagón de cola, arrastrados por la marea.
Protagonistas. Ustedes son jóvenes y jóvenes en acción en una Iglesia sinodal, y por eso
han meditado y reflexionado en los últimos días.
Agradezco al cardenal Farrell sus palabras, a vos la lectura de la proclamación final y al
cardenal Baldisseri, que fue el que llevó el Sínodo adelante, su presencia. Gracias.
El Documento final de la última Asamblea sinodal ve «el episodio de los discípulos de
Emaús (cf. Lc 24, 13-35) como un texto paradigmático, o sea, modélico, para
comprender la misión eclesial en relación a las jóvenes generaciones» (n. 4). Cuando los
dos discípulos estaban sentados a la mesa con Jesús, él «tomó el pan, pronunció la
bendición, lo partió y se lo iba dando. A ellos se les abrieron los ojos y lo reconocieron»
(Lc 24, 30s). No es casualidad que hayan podido celebrar la solemnidad del Corpus
Christi precisamente los días en que estaban reunidos en este encuentro. ¿No será que
el Señor quiera abrir una vez más sus corazones y hablarles mediante este pasaje del
Evangelio?
La experiencia que vivieron los discípulos de Emaús los empujó de modo irresistible a
ponerse de nuevo en camino, a pesar de haber recorrido once kilómetros. Está
oscureciendo, pero ya no tienen miedo de caminar de noche, pues es Cristo quien
ilumina su vida. También nosotros, un día, encontramos al Señor en el camino de
nuestra vida. Como los discípulos de Emaús, fuimos llamados para llevar la luz de Cristo
en la noche del mundo. Ustedes, queridos jóvenes, están llamados a ser la luz en la
obscuridad de la noche de tantos compañeros que aún no conocen la alegría de la vida
nueva en Jesús.
Cleofás y el otro discípulo, después de haber encontrado a Jesús, sintieron la necesidad
vital de estar con su comunidad. No hay verdadera alegría si no la compartimos con los
demás. «¡Qué bueno y qué agradable es que los hermanos vivan unidos!» (Sal 133, 1).
Me imagino que están contentos de haber participado en este Fórum. Y ahora que llega
el momento de despedirse, quizás sientan cierta nostalgia… Y Roma estará más
tranquila. Es normal que suceda así. Forma parte de la experiencia humana. Tampoco
los discípulos de Emaús querían que su "huésped misterioso" se fuera… «Quédate con
nosotros», decían, intentando convencerlo de que se quedara con ellos. En otros
episodios del Evangelio también aflora este mismo sentimiento. Recordemos, por
ejemplo, la transfiguración, cuando Pedro, Santiago y Juan querían hacer tiendas,
carpas, y quedarse en el monte. O cuando María Magdalena se encontró con el
Resucitado y quería retenerlo. Pero «su Cuerpo resucitado no es un tesoro para retener,
sino un Misterio para compartir» (Documento Final del Sínodo, 115). A Jesús lo
encontramos, sobre todo, en la comunidad y por los caminos del mundo. Cuanto más lo
llevemos a los demás, más lo sentiremos presente en nuestras vidas. Y estoy seguro de
que ustedes lo harán cuando vuelvan a sus lugares de origen. El texto de Emaús dice
que Jesús encendió un fuego en los corazones de los discípulos (cf. Lc 24, 32). Como
saben, el fuego, para que no se apague, tiene que expandirse, sino se convierte en
cenizas, tiene que propagarse. Por ello, ¡alimenten y propaguen el fuego de Cristo que
tienen en ustedes!
Queridos jóvenes, les repito una vez más: ¡Ustedes son el hoy de Dios, el hoy de la
Iglesia! No sólo el futuro, no, el hoy. O la juegan hoy o perdieron el partido. Hoy. La
Iglesia los necesita para ser plenamente ella misma. Como Iglesia, ustedes son el
Cuerpo del Señor Resucitado presente en el mundo. Quiero que recuerden siempre que
ustedes son miembros de un único cuerpo, de esta comunidad. Están unidos el uno al
otro y solos no sobrevivirían. Se necesitan mutuamente para marcar, de verdad, la
diferencia en un mundo cada vez más tentado por las divisiones. Piensen esto: En el
mundo cada vez más son las divisiones; y las divisiones traen guerras, traen enemistad.
Y ustedes tienen que ser el mensaje de la unidad. Que vale la pena andar por este
camino. Solo caminando juntos seremos de verdad fuertes. ¡Con Cristo, Pan de Vida que
nos da fuerza para el camino, llevemos la luz de su fuego a las noches de este mundo!
Quisiera aprovechar esta oportunidad para hacerles un anuncio importante. Como
ustedes saben, el camino de preparación al Sínodo de 2018 coincidió en gran parte con
el itinerario de la JMJ de Panamá, que tuvo lugar solo 3 meses después. En mi mensaje
a los jóvenes de 2017 expresé la esperanza de que hubiera una gran armonía entre
estos dos caminos (cf. también Documento Preparatorio, III, 5) ¡Pues bien!, la próxima
edición internacional de la JMJ será en Lisboa en 2022. Y hay una portuguesa entusiasta
allí… Para esta etapa de peregrinación intercontinental de los jóvenes elegí como tema:
"María se levantó y partió sin demora" (Lc 1, 39). Y para los dos años precedentes los
invito a meditar sobre los versículos: ¡Joven, a ti te digo, levántate! (cf. Lc 7, 14;
Christus vivit, 20) y ¡Levántate! ¡Te hago testigo de las cosas que has visto! (cf. Hch 26,
16). Con esto, deseo también esta vez que haya sintonía entre el itinerario hacia la
Jornada Mundial de la Juventud de Lisboa y el camino post-sinodal. No ignoren la voz de
Dios que los empuja a levantarse y a seguir los caminos que Él preparó para ustedes.
Como María, y junto a ella, sean cada día portadores de su alegría y de su amor. Dice
que María se levantó sin demora y apurada fue a ver a su prima. Siempre dispuestos,
siempre apurados, pero no ansiosos, no ansiosos. Les pido que recen por mí y ahora les
doy la bendición. Todos juntos, cada uno en su lengua, pero todos juntos, recemos el
Ave María: Dios te salve María…
Viaje apostólico a Egipto, 28-29.IV.17 Homilía, Air Defense Stadium, El Cairo,
sábado 29 de abril de 2017.
Al Salamò Alaikum / La paz sea con vosotros.
Hoy, III domingo de Pascua, el Evangelio nos habla del camino que hicieron los dos
discípulos de Emaús tras salir de Jerusalén. Un Evangelio que se puede resumir en tres
palabras: muerte, resurrección y vida.
Muerte: los dos discípulos regresan a sus quehaceres cotidianos, llenos de desilusión y
desesperación. El Maestro ha muerto y por tanto es inútil esperar. Estaban
desorientados, confundidos y desilusionados. Su camino es un volver atrás; es alejarse
de la dolorosa experiencia del Crucificado. La crisis de la Cruz, más bien el «escándalo»
y la «necedad» de la Cruz (cf. 1Co 1, 18; 1Co 2, 2), ha terminado por sepultar toda
esperanza. Aquel sobre el que habían construido su existencia ha muerto y, derrotado,
se ha llevado consigo a la tumba todas sus aspiraciones.
No podían creer que el Maestro y el Salvador que había resucitado a los muertos y
curado a los enfermos pudiera terminar clavado en la cruz de la vergüenza. No podían
comprender por qué Dios Omnipotente no lo salvó de una muerte tan infame. La cruz de
Cristo era la cruz de sus ideas sobre Dios; la muerte de Cristo era la muerte de todo lo
que ellos pensaban que era Dios. De hecho, los muertos en el sepulcro de la estrechez
de su entendimiento.
Cuantas veces el hombre se auto paraliza, negándose a superar su idea de Dios, de un
dios creado a imagen y semejanza del hombre; cuantas veces se desespera, negándose
a creer que la omnipotencia de Dios no es la omnipotencia de la fuerza o de la
autoridad, sino solamente la omnipotencia del amor, del perdón y de la vida.
Los discípulos reconocieron a Jesús «al partir el pan», en la Eucarística. Si nosotros no
quitamos el velo que oscurece nuestros ojos, si no rompemos la dureza de nuestro
corazón y de nuestros prejuicios nunca podremos reconocer el rostro de Dios.
Resurrección: en la oscuridad de la noche más negra, en la desesperación más
angustiosa, Jesús se acerca a los dos discípulos y los acompaña en su camino para que
descubran que él es «el camino, la verdad y la vida» (Jn 14, 6). Jesús trasforma su
desesperación en vida, porque cuando se desvanece la esperanza humana comienza a
brillar la divina: «Lo que es imposible para los hombres es posible para Dios» (Lc 18,
27; cf. Lc 1, 37). Cuando el hombre toca fondo en su experiencia de fracaso y de
incapacidad, cuando se despoja de la ilusión de ser el mejor, de ser autosuficiente, de
ser el centro del mundo, Dios le tiende la mano para transformar su noche en amanecer,
su aflicción en alegría, su muerte en resurrección, su camino de regreso en retorno a
Jerusalén, es decir en retorno a la vida y a la victoria de la Cruz (cf. Hb 11, 34).
Los dos discípulos, de hecho, luego de haber encontrado al Resucitado, regresan llenos
de alegría, confianza y entusiasmo, listos para dar testimonio. El Resucitado los ha
hecho resurgir de la tumba de su incredulidad y aflicción. Encontrando al Crucificado-
Resucitado han hallado la explicación y el cumplimiento de las Escrituras, de la Ley y de
los Profetas; han encontrado el sentido de la aparente derrota de la Cruz.
Quien no pasa a través de la experiencia de la cruz, hasta llegar a la Verdad de la
resurrección, se condena a sí mismo a la desesperación. De hecho, no podemos
encontrar a Dios sin crucificar primero nuestra pobre concepción de un dios que sólo
refleja nuestro modo de comprender la omnipotencia y el poder.
Vida: el encuentro con Jesús resucitado ha transformado la vida de los dos discípulos,
porque el encuentro con el Resucitado transforma la vida entera y hace fecunda
cualquier esterilidad (cf. Benedicto XVI, Audiencia General, 11 abril 2007). En efecto, la
Resurrección no es una fe que nace de la Iglesia, sino que es la Iglesia la que nace de la
fe en la Resurrección. Dice san Pablo: «Si Cristo no ha resucitado, vana es nuestra
predicación y vana también vuestra fe» (1Co 15, 14).
El Resucitado desaparece de su vista, para enseñarnos que no podemos retener a Jesús
en su visibilidad histórica: «Bienaventurados los que crean sin haber visto» (Jn 20, 29 y
cf. Jn 20, 17). La Iglesia debe saber y creer que él está vivo en ella y que la vivifica con
la Eucaristía, con la Escritura y con los Sacramentos. Los discípulos de Emaús
comprendieron esto y regresaron a Jerusalén para compartir con los otros su
experiencia. «Hemos visto al Señor […]. Sí, en verdad ha resucitado» (cf. Lc 24, 32).
La experiencia de los discípulos de Emaús nos enseña que de nada sirve llenar de gente
los lugares de culto si nuestros corazones están vacíos del temor de Dios y de su
presencia; de nada sirve rezar si nuestra oración que se dirige a Dios no se transforma
en amor hacia el hermano; de nada sirve tanta religiosidad si no está animada al menos
por igual fe y caridad; de nada sirve cuidar las apariencias, porque Dios mira el alma y
el corazón (cf. 1S 16, 7) y detesta la hipocresía (cf. Lc 11, 37-54; Hch 5, 3-4)1. Para
Dios, es mejor no creer que ser un falso creyente, un hipócrita.
La verdadera fe es la que nos hace más caritativos, más misericordiosos, más honestos
y más humanos; es la que anima los corazones para llevarlos a amar a todos
gratuitamente, sin distinción y sin preferencias, es la que nos hace ver al otro no como a
un enemigo para derrotar, sino como a un hermano para amar, servir y ayudar; es la
que nos lleva a difundir, a defender y a vivir la cultura del encuentro, del diálogo, del
respeto y de la fraternidad; nos da la valentía de perdonar a quien nos ha ofendido, de
ayudar a quien ha caído; a vestir al desnudo; a dar de comer al que tiene hambre, a
visitar al encarcelado; a ayudar a los huérfanos; a dar de beber al sediento; a socorrer a
los ancianos y a los necesitados (cf. Mt 25, 31-45). La verdadera fe es la que nos lleva a
proteger los derechos de los demás, con la misma fuerza y con el mismo entusiasmo con
el que defendemos los nuestros. En realidad, cuanto más se crece en la fe y más se
conoce, más se crece en la humildad y en la conciencia de ser pequeño.
Queridos hermanos y hermanas:
A Dios sólo le agrada la fe profesada con la vida, porque el único extremismo que se
permite a los creyentes es el de la caridad. Cualquier otro extremismo no viene de Dios
y no le agrada.
Ahora, como los discípulos de Emaús, regresad a vuestra Jerusalén, es decir, a vuestra
vida cotidiana, a vuestras familias, a vuestro trabajo y a vuestra patria llenos de alegría,
de valentía y de fe. No tengáis miedo a abrir vuestro corazón a la luz del Resucitado y
dejad que él transforme vuestras incertidumbres en fuerza positiva para vosotros y para
los demás. No tengáis miedo a amar a todos, amigos y enemigos, porque el amor es la
fuerza y el tesoro del creyente.
La Virgen María y la Sagrada Familia, que vivieron en esta bendita tierra, iluminen
nuestros corazones y os bendigan a vosotros y al amado Egipto que, en los albores del
cristianismo, acogió la evangelización de san Marcos y ha dado a lo largo de la historia
numerosos mártires y una gran multitud de santos y santas.
Al Massih Kam / Bilhakika kam! – Cristo ha Resucitado. / Verdaderamente ha
Resucitado.
REGINA COELI, Domingo 4 de mayo de 2014
Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!
El Evangelio de este domingo, que es el tercer domingo de Pascua, es el de los
discípulos de Emaús (cf. Lc 24, 13-35). Estos eran dos discípulos de Jesús, los cuales,
tras su muerte y pasado el sábado, dejan Jerusalén y regresan, tristes y abatidos, hacia
su aldea, llamada precisamente Emaús. A lo largo del camino Jesús resucitado se les
acercó, pero ellos no lo reconocieron. Viéndoles así tristes, les ayudó primero a
comprender que la pasión y la muerte del Mesías estaban previstas en el designio de
Dios y anunciadas en las Sagradas Escrituras; y así vuelve a encender un fuego de
esperanza en sus corazones.
Entonces, los dos discípulos percibieron una extraordinaria atracción hacia ese hombre
misterioso, y lo invitaron a permanecer con ellos esa tarde. Jesús aceptó y entró con
ellos en la casa. Y cuando, estando en la mesa, bendijo el pan y lo partió, ellos lo
reconocieron, pero Él desapareció de su vista, dejándolos llenos de estupor. Tras ser
iluminados por la Palabra, habían reconocido a Jesús resucitado al partir el pan, nuevo
signo de su presencia. E inmediatamente sintieron la necesidad de regresar a Jerusalén,
para referir a los demás discípulos esta experiencia, que habían encontrado a Jesús vivo
y lo habían reconocido en ese gesto de la fracción del pan.
El camino de Emaús se convierte así en símbolo de nuestro camino de fe: las Escrituras
y la Eucaristía son los elementos indispensables para el encuentro con el Señor. También
nosotros llegamos a menudo a la misa dominical con nuestras preocupaciones, nuestras
dificultades y desilusiones... La vida a veces nos hiere y nos marchamos tristes, hacia
nuestro "Emaús", dando la espalda al proyecto de Dios. Nos alejamos de Dios. Pero nos
acoge la Liturgia de la Palabra: Jesús nos explica las Escrituras y vuelve a encender en
nuestros corazones el calor de la fe y de la esperanza, y en la Comunión nos da fuerza.
Palabra de Dios, Eucaristía. Leer cada día un pasaje del Evangelio. Recordadlo bien: leer
cada día un pasaje del Evangelio, y los domingos ir a recibir la comunión, recibir a Jesús.
Así sucedió con los discípulos de Emaús: acogieron la Palabra; compartieron la fracción
del pan, y, de tristes y derrotados como se sentían, pasaron a estar alegres. Siempre,
queridos hermanos y hermanas, la Palabra de Dios y la Eucaristía nos llenan de alegría.
Recordadlo bien. Cuando estés triste, toma la Palabra de Dios. Cuando estés decaído,
toma la Palabra de Dios y ve a la misa del domingo a recibir la comunión, a participar
del misterio de Jesús. Palabra de Dios, Eucaristía: nos llenan de alegría.
Por intercesión de María santísima, recemos a fin de que cada cristiano, reviviendo la
experiencia de los discípulos de Emaús, especialmente en la misa dominical, redescubra
la gracia del encuentro transformador con el Señor, con el Señor resucitado, que está
siempre con nosotros. Siempre hay una Palabra de Dios que nos da la orientación
después de nuestras dispersiones; y a través de nuestros cansancios y decepciones hay
siempre un Pan partido que nos hace ir adelante en el camino.
Papa Benedicto XVI
HOMILÍA, Parque San Julián - Mestre, Domingo 8 de mayo de 2011
Queridos hermanos y hermanas:
Me alegra mucho estar hoy entre vosotros y celebrar con vosotros y para vosotros esta
solemne Eucaristía. Es significativo que el lugar escogido para esta liturgia sea el parque
de San Julián: un espacio en donde normalmente no se celebran ritos religiosos, sino
manifestaciones culturales y musicales. Hoy este espacio acoge a Jesús resucitado,
realmente presente en su Palabra, en la asamblea del pueblo de Dios con sus pastores
y, de modo eminente, en el sacramento de su Cuerpo y de su Sangre. A vosotros
venerados hermanos obispos, con los presbíteros y los diáconos, y a vosotros, religiosos,
religiosas y laicos, os dirijo mi más cordial saludo, pensando en particular en los
enfermos aquí presentes, acompañados por la UNITALSI. ¡Gracias por vuestra cordial
acogida! Saludo con afecto al patriarca, cardenal Angelo Scola, a quien agradezco las
sentidas palabras que me ha dirigido al inicio de la santa misa. Dirijo un deferente
saludo al alcalde, al ministro de Bienes y actividades culturales, en representación del
Gobierno, al ministro de Trabajo y políticas sociales, y a las autoridades civiles y
militares, que con su presencia han querido honrar este encuentro. Un sentido
agradecimiento a todos aquellos que generosamente han prestado su colaboración para
la preparación y el desarrollo de mi visita pastoral. ¡Gracias de corazón!
El Evangelio del tercer domingo de Pascua, que acabamos de escuchar, presenta el
episodio de los discípulos de Emaús (cf. Lc 24, 13-35), un relato que no acaba nunca de
sorprendernos y conmovernos. Este episodio muestra las consecuencias de la obra de
Jesús resucitado en los dos discípulos: conversión de la desesperación a la esperanza;
conversión de la tristeza a la alegría; y también conversión a la vida comunitaria. A
veces, cuando se habla de conversión, se piensa únicamente a su aspecto arduo, de
desprendimiento y de renuncia. En cambio, la conversión cristiana es también y sobre
todo fuente de gozo, de esperanza y de amor. Es siempre obra de Jesús resucitado,
Señor de la vida, que nos ha obtenido esta gracia por medio de su pasión y nos la
comunica en virtud de su resurrección.
Queridos hermanos y hermanas, he venido a vosotros como Obispo de Roma y
continuador del ministerio de Pedro, para confirmaros en la fidelidad al Evangelio y en la
comunión. He venido para compartir con los obispos y los presbíteros el celo del anuncio
misionero, que debe involucrarnos a todos en un serio y bien coordinado servicio a la
causa del reino de Dios. Vosotros, aquí presentes hoy, representáis a las comunidades
eclesiales nacidas de la Iglesia madre de Aquileya. Como en el pasado, cuando esas
Iglesias se distinguieron por el fervor apostólico y el dinamismo pastoral, así también
hoy es necesario promover y defender con valentía la verdad y la unidad de la fe. Es
necesario dar razón de la esperanza cristiana al hombre moderno, a menudo agobiado
por grandes e inquietantes problemáticas que ponen en crisis los cimientos mismos de
su ser y de su actuar.
Vivís en un contexto en el que el cristianismo se presenta como la fe que ha
acompañado, a lo largo de siglos, el camino de tantos pueblos, incluso a través de
persecuciones y pruebas muy duras. Son elocuentes expresiones de esta fe los múltiples
testimonios diseminados por todas partes: las iglesias, las obras de arte, los hospitales,
las bibliotecas, las escuelas; el ambiente mismo de vuestras ciudades, así como los
campos y las montañas, todos ellos salpicados de referencias a Cristo. Sin embargo, hoy
este ser de Cristo corre el riesgo de vaciarse de su verdad y de sus contenidos más
profundos; corre el riesgo de convertirse en un horizonte que sólo toca la vida
superficialmente, en aspectos más bien sociales y culturales; corre el riesgo de reducirse
a un cristianismo en el que la experiencia de fe en Jesús crucificado y resucitado no
ilumina el camino de la existencia, como hemos escuchado en el Evangelio de hoy a
propósito de los dos discípulos de Emaús, los cuales, tras la crucifixión de Jesús,
regresaban a casa embargados por la duda, la tristeza y la desilusión. Esa actitud
tiende, lamentablemente, a difundirse también en vuestro territorio: esto ocurre cuando
los discípulos de hoy se alejan de la Jerusalén del Crucificado y del Resucitado, dejando
de creer en el poder y en la presencia viva del Señor. El problema del mal, del dolor y
del sufrimiento, el problema de la injusticia y del atropello, el miedo a los demás, a los
extraños y a los que desde lejos llegan hasta nuestras tierras y parecen atentar contra
aquello que somos, llevan a los cristianos de hoy a decir con tristeza: nosotros
esperábamos que el Señor nos liberara del mal, del dolor, del sufrimiento, del miedo, de
la injusticia.
Por tanto, cada uno de nosotros, como ocurrió a los dos discípulos de Emaús, necesita
aprender la enseñanza de Jesús: ante todo escuchando y amando la Palabra de Dios,
leída a la luz del misterio pascual, para que inflame nuestro corazón e ilumine nuestra
mente, y nos ayude a interpretar los acontecimientos de la vida y a darles un sentido.
Luego es necesario sentarse a la mesa con el Señor, convertirse en sus comensales,
para que su presencia humilde en el sacramento de su Cuerpo y de su Sangre nos
restituya la mirada de la fe, para mirarlo todo y a todos con los ojos de Dios, y a la luz
de su amor. Permanecer con Jesús, que ha permanecido con nosotros, asimilar su estilo
de vida entregada, escoger con él la lógica de la comunión entre nosotros, de la
solidaridad y del compartir. La Eucaristía es la máxima expresión del don que Jesús hace
de sí mismo y es una invitación constante a vivir nuestra existencia en la lógica
eucarística, como un don a Dios y a los demás.
El Evangelio refiere también que los dos discípulos, tras reconocer a Jesús al partir el
pan, "levantándose en aquel momento, se volvieron a Jerusalén" (Lc 24, 33). Sienten la
necesidad de regresar a Jerusalén y contar la extraordinaria experiencia vivida: el
encuentro con el Señor resucitado. Hace falta realizar un gran esfuerzo para que cada
cristiano, aquí en el nordeste como en todas las demás partes del mundo, se transforme
en testigo, dispuesto a anunciar con vigor y con alegría el acontecimiento de la muerte y
de la resurrección de Cristo. Conozco el empeño que, como Iglesias del Trivéneto,
ponéis para tratar de comprender las razones del corazón del hombre moderno y cómo,
refiriéndoos a las antiguas tradiciones cristianas, os preocupáis por trazar las líneas
programáticas de la nueva evangelización, mirando con atención a los numerosos
desafíos del tiempo presente y repensando el futuro de esta región. Con mi presencia
deseo apoyar vuestra obra e infundir en todos confianza en el intenso programa pastoral
puesto en marcha por vuestros pastores, deseando un fructífero compromiso por parte
de todos los componentes de la comunidad eclesial.
Sin embargo, también un pueblo tradicionalmente católico puede experimentar de forma
negativa o asimilar casi de manera inconsciente los contragolpes de una cultura que
acaba por insinuar una manera de pensar en la que el mensaje evangélico se rechaza
abiertamente o se lo obstaculiza solapadamente. Sé cuán grande ha sido y sigue siendo
vuestro compromiso por defender los valores perennes de la fe cristiana. Os aliento a no
ceder jamás a las recurrentes tentaciones de la cultura hedonista y a las llamadas del
consumismo materialista. Acoged la invitación del apóstol Pedro, presente en la segunda
lectura de hoy, a comportaros "con temor de Dios durante el tiempo de vuestra
peregrinación" (1P 1, 17), invitación que se hace realidad en una existencia vivida
intensamente por los caminos de nuestro mundo, con la conciencia de la meta que hay
que alcanzar: la unidad con Dios, en Cristo crucificado y resucitado. De hecho, nuestra
fe y nuestra esperanza están dirigidas hacia Dios (cf. 1P 1, 21): dirigidas a Dios por
estar arraigadas en él, fundadas en su amor y en su fidelidad. En los siglos pasados,
vuestras Iglesias han conocido una rica tradición de santidad y de generoso servicio a
los hermanos gracias a la obra de celosos sacerdotes, religiosos y religiosas de vida
activa y contemplativa. Si queremos ponernos a la escucha de su enseñanza espiritual,
no nos es difícil reconocer la llamada personal e inconfundible que nos dirigen: sed
santos. Poned a Cristo en el centro de vuestra vida. Construid sobre él el edificio de
vuestra existencia. En Jesús encontraréis la fuerza para abriros a los demás y para hacer
de vosotros mismos, siguiendo su ejemplo, un don para toda la humanidad.
En torno a Aquileya se unieron pueblos de lenguas y culturas diversas, que convergieron
no sólo por exigencias políticas sino sobre todo por la fe en Cristo y por la civilización
inspirada en la enseñanza evangélica, la civilización del amor. Las Iglesias nacidas de
Aquileya están hoy llamadas a reforzar aquella antigua unidad espiritual, en particular a
la luz del fenómeno de la inmigración y de las nuevas circunstancias geopolíticas
actuales. La fe cristiana seguramente puede contribuir a poner en práctica este
programa, que afecta al desarrollo armonioso e integral del hombre y de la sociedad en
la que vive. Por esto, mi presencia entre vosotros quiere ser también un vivo apoyo a los
esfuerzos que se realizan para favorecer la solidaridad entre vuestras diócesis del
nordeste. Quiere ser, además, un estímulo para toda iniciativa orientada a la superación
de las divisiones que podrían hacer vanas las aspiraciones concretas a la justicia y a la
paz.
Este, hermanos, es mi deseo; esta es la oración que dirijo a Dios por todos vosotros,
invocando la intercesión celestial de la Virgen María y de tantos santos y beatos, entre
los cuales me es grato recordar a san Pío X y al beato Juan XXIII, pero también al
venerable Giuseppe Toniolo, cuya beatificación ya está próxima. Estos luminosos
testigos del Evangelio son la mayor riqueza de vuestro territorio: seguid sus ejemplos y
sus enseñanzas, conjugándolos con las exigencias actuales. Tened confianza: el Señor
resucitado camina con vosotros ayer, hoy y siempre. Amén.
ÁNGELUS, III Domingo de Pascua 6 de abril de 2008
Queridos hermanos y hermanas:
El evangelio de este domingo -el tercero de Pascua- es el célebre relato llamado de los
discípulos de Emaús (cf. Lc 24, 13-35). En él se nos habla de dos seguidores de Cristo
que, el día siguiente al sábado, es decir, el tercero desde su muerte, tristes y abatidos
dejaron Jerusalén para dirigirse a una aldea poco distante, llamada precisamente
Emaús. A lo largo del camino, se les unió Jesús resucitado, pero ellos no lo reconocieron.
Sintiéndolos desconsolados, les explicó, basándose en las Escrituras, que el Mesías debía
padecer y morir para entrar en su gloria. Después, entró con ellos en casa, se sentó a la
mesa, bendijo el pan y lo partió. En ese momento lo reconocieron, pero él desapareció
de su vista, dejándolos asombrados ante aquel pan partido, nuevo signo de su
presencia. Los dos volvieron inmediatamente a Jerusalén y contaron a los demás
discípulos lo que había sucedido.
La localidad de Emaús no ha sido identificada con certeza. Hay diversas hipótesis, y esto
es sugestivo, porque nos permite pensar que Emaús representa en realidad todos los
lugares: el camino que lleva a Emaús es el camino de todo cristiano, más aún, de todo
hombre. En nuestros caminos Jesús resucitado se hace compañero de viaje para
reavivar en nuestro corazón el calor de la fe y de la esperanza y partir el pan de la vida
eterna.
En la conversación de los discípulos con el peregrino desconocido impresiona la
expresión que el evangelista san Lucas pone en los labios de uno de ellos: "Nosotros
esperábamos..." (Lc 24, 21). Este verbo en pasado lo dice todo: Hemos creído, hemos
seguido, hemos esperado..., pero ahora todo ha terminado. También Jesús de Nazaret,
que se había manifestado como un profeta poderoso en obras y palabras, ha fracasado,
y nosotros estamos decepcionados.
Este drama de los discípulos de Emaús es como un espejo de la situación de muchos
cristianos de nuestro tiempo. Al parecer, la esperanza de la fe ha fracasado. La fe misma
entra en crisis a causa de experiencias negativas que nos llevan a sentirnos
abandonados por el Señor. Pero este camino hacia Emaús, por el que avanzamos, puede
llegar a ser el camino de una purificación y maduración de nuestra fe en Dios.
También hoy podemos entrar en diálogo con Jesús escuchando su palabra. También hoy,
él parte el pan para nosotros y se entrega a sí mismo como nuestro pan. Así, el
encuentro con Cristo resucitado, que es posible también hoy, nos da una fe más
profunda y auténtica, templada, por decirlo así, por el fuego del acontecimiento pascual;
una fe sólida, porque no se alimenta de ideas humanas, sino de la palabra de Dios y de
su presencia real en la Eucaristía.
Este estupendo texto evangélico contiene ya la estructura de la santa misa: en la
primera parte, la escucha de la Palabra a través de las sagradas Escrituras; en la
segunda, la liturgia eucarística y la comunión con Cristo presente en el sacramento de
su Cuerpo y de su Sangre. La Iglesia, alimentándose en esta doble mesa, se edifica
incesantemente y se renueva día tras día en la fe, en la esperanza y en la caridad. Por
intercesión de María santísima, oremos para que todo cristiano y toda comunidad,
reviviendo la experiencia de los discípulos de Emaús, redescubra la gracia del encuentro
transformador con el Señor resucitado.
DIRECTORIO HOMILÉTICO
Ap. I. La homilía y el Catecismo de la Iglesia Católica.
Ciclo A. Tercer domingo de Pascua
La Eucaristía y la experiencia de los discípulos en Emaús
1346 La liturgia de la Eucaristía se desarrolla conforme a una estructura fundamental
que se ha conservado a través de los siglos hasta nosotros. Comprende dos grandes
momentos que forman una unidad básica:
- La reunión, la liturgia de la Palabra, con las lecturas, la homilía y la oración universal;
- la liturgia eucarística, con la presentación del pan y del vino, la acción de gracias
consecratoria y la comunión.
Liturgia de la Palabra y Liturgia eucarística constituyen juntas "un solo acto de culto" (SC
56); en efecto, la mesa preparada para nosotros en la Eucaristía es a la vez la de la
Palabra de Dios y la del Cuerpo del Señor (cf. DV 21).
1347 He aquí el mismo dinamismo del banquete pascual de Jesús resucitado con sus
discípulos: en el camino les explicaba las Escrituras, luego, sentándose a la mesa con
ellos, "tomó el pan, pronunció la bendición, lo partió y se lo dio" (cf Lc 24, 13-35).
Los Apóstoles y los discípulos testigos de la Resurrección
642 Todo lo que sucedió en estas jornadas pascuales compromete a cada uno de los
Apóstoles -y a Pedro en particular- en la construcción de la era nueva que comenzó en la
mañana de Pascua. Como testigos del Resucitado, los apóstoles son las piedras de
fundación de su Iglesia. La fe de la primera comunidad de creyentes se funda en el
testimonio de hombres concretos, conocidos de los cristianos y, para la mayoría,
viviendo entre ellos todavía. Estos "testigos de la Resurrección de Cristo" (cf. Hch 1, 22)
son ante todo Pedro y los Doce, pero no solamente ellos: Pablo habla claramente de más
de quinientas personas a las que se apareció Jesús en una sola vez, además de Santiago
y de todos los apóstoles (cf. 1Co 15, 4-8).
643 Ante estos testimonios es imposible interpretar la Resurrección de Cristo fuera del
orden físico, y no reconocerlo como un hecho histórico. Sabemos por los hechos que la
fe de los discípulos fue sometida a la prueba radical de la pasión y de la muerte en cruz
de su Maestro, anunciada por él de antemano (cf. Lc 22, 31-32). La sacudida provocada
por la pasión fue tan grande que los discípulos (por lo menos, algunos de ellos) no
creyeron tan pronto en la noticia de la resurrección. Los evangelios, lejos de mostrarnos
una comunidad arrobada por una exaltación mística, los evangelios nos presentan a los
discípulos abatidos ("la cara sombría": Lc 24, 17) y asustados (cf. Jn 20, 19). Por eso no
creyeron a las santas mujeres que regresaban del sepulcro y "sus palabras les parecían
como desatinos" (Lc 24, 11; cf. Mc 16, 11. 13). Cuando Jesús se manifiesta a los once
en la tarde de Pascua "les echó en cara su incredulidad y su dureza de cabeza por no
haber creído a quienes le habían visto resucitado" (Mc 16, 14).
644 Tan imposible les parece la cosa que, incluso puestos ante la realidad de Jesús
resucitado, los discípulos dudan todavía (cf. Lc 24, 38): creen ver un espíritu (cf. Lc 24,
39). "No acaban de creerlo a causa de la alegría y estaban asombrados" (Lc 24, 41).
Tomás conocerá la misma prueba de la duda (cf. Jn 20, 24-27) y, en su última aparición
en Galilea referida por Mateo, "algunos sin embargo dudaron" (Mt 28, 17). Por esto la
hipótesis según la cual la resurrección habría sido un "producto" de la fe (o de la
credulidad) de los apóstoles no tiene consistencia. Muy al contrario, su fe en la
Resurrección nació - bajo la acción de la gracia divina - de la experiencia directa de la
realidad de Jesús resucitado.
857 La Iglesia es apostólica porque está fundada sobre los apóstoles, y esto en un triple
sentido:
- Fue y permanece edificada sobre "el fundamento de los apóstoles" (Ef 2, 20; Hch 21,
14), testigos escogidos y enviados en misión por el mismo Cristo (cf Mt 28, 16-20; Hch
1, 8; 1Co 9, 1; 1Co 15, 7-8; Ga 1, l; etc.).
- Guarda y transmite, con la ayuda del Espíritu Santo que habita en ella, la enseñanza
(cf Hch 2, 42), el buen depósito, las sanas palabras oídas a los apóstoles (cf 2Tm 1, 13-
14).
- Sigue siendo enseñada, santificada y dirigida por los apóstoles hasta la vuelta de Cristo
gracias a aquellos que les suceden en su ministerio pastoral: el colegio de los obispos, "a
los que asisten los presbíteros juntamente con el sucesor de Pedro y Sumo Pastor de la
Iglesia" (AG 5):
Porque no abandonas nunca a tu rebaño, sino que, por medio de los santos pastores, lo
proteges y conservas, y quieres que tenga siempre por guía la palabra de aquellos
mismos pastores a quienes tu Hijo dio la misión de anunciar el Evangelio (MR, Prefacio
de los apóstoles).
995 Ser testigo de Cristo es ser "testigo de su Resurrección" (Hch 1, 22; cf. Hch 4, 33),
"haber comido y bebido con El después de su Resurrección de entre los muertos" (Hch
10, 41). La esperanza cristiana en la resurrección está totalmente marcada por los
encuentros con Cristo resucitado. Nosotros resucitaremos como El, con El, por El.
996 Desde el principio, la fe cristiana en la resurrección ha encontrado incomprensiones
y oposiciones (cf. Hch 17, 32; 1Co 15, 12-13). "En ningún punto la fe cristiana
encuentra más contradicción que en la resurrección de la carne" (San Agustín, psal. 88,
2, 5). Se acepta muy comúnmente que, después de la muerte, la vida de la persona
humana continúa de una forma espiritual. Pero ¿cómo creer que este cuerpo tan
manifiestamente mortal pueda resucitar a la vida eterna?
Cristo, la clave para interpretar las Escrituras
102 A través de todas las palabras de la Sagrada Escritura, Dios dice sólo una palabra,
su Verbo único, en quien él se dice en plenitud (cf. Hb 1, 1-3):
Recordad que es una misma Palabra de Dios la que se extiende en todas las escrituras,
que es un mismo Verbo que resuena en la boca de todos los escritores sagrados, el que,
siendo al comienzo Dios junto a Dios, no necesita sílabas porque no está sometido al
tiempo (S. Agustín, Psal. 103, 4, 1).
"Muerto por nuestros pecados según las Escrituras"
601 Este designio divino de salvación a través de la muerte del "Siervo, el Justo" (Is 53,
11; cf. Hch 3, 14) había sido anunciado antes en la Escritura como un misterio de
redención universal, es decir, de rescate que libera a los hombres de la esclavitud del
pecado (cf. Is 53, 11-12; Jn 8, 34-36). S. Pablo profesa en una confesión de fe que dice
haber "recibido" (1Co 15, 3) que "Cristo ha muerto por nuestros pecados según las
Escrituras" (ibidem: cf. también Hch 3, 18; Hch 7, 52; Hch 13, 29; Hch 26, 22-23). La
muerte redentora de Jesús cumple, en particular, la profecía del Siervo doliente (cf. Is
53, 7-8 y Hch 8, 32-35). Jesús mismo presentó el sentido de su vida y de su muerte a la
luz del Siervo doliente (cf. Mt 20, 28). Después de su Resurrección dio esta
interpretación de las Escrituras a los discípulos de Emaús (cf. Lc 24, 25-27), luego a los
propios apóstoles (cf. Lc 24, 44-45).
En el centro de la catequesis: Cristo
426 "En el centro de la catequesis encontramos esencialmente una Persona, la de Jesús
de Nazaret, Unigénito del Padre, que ha sufrido y ha muerto por nosotros y que ahora,
resucitado, vive para siempre con nosotros… Catequizar es… descubrir en la Persona de
Cristo el designio eterno de Dios… Se trata de procurar comprender el significado de los
gestos y de las palabras de Cristo, los signos realizados por El mismo" (CT 5). El fin de
la catequesis: "conducir a la comunión con Jesucristo: sólo Él puede conducirnos al amor
del Padre en el Espíritu y hacernos partícipes de la vida de la Santísima Trinidad".
(ibid.).
427 "En la catequesis lo que se enseña es a Cristo, el Verbo encarnado e Hijo de Dios y
todo lo demás en referencia a Él; el único que enseña es Cristo, y cualquier otro lo hace
en la medida en que es portavoz suyo, permitiendo que Cristo enseñe por su boca…
Todo catequista debería poder aplicarse a sí mismo la misteriosa palabra de Jesús: 'Mi
doctrina no es mía, sino del que me ha enviado' (Jn 7, 16)" (ibid., 6)
428 El que está llamado a "enseñar a Cristo" debe por tanto, ante todo, buscar esta
"ganancia sublime que es el conocimiento de Cristo"; es necesario "aceptar perder todas
las cosas… para ganar a Cristo, y ser hallado en él" y "conocerle a él, el poder de su
resurrección y la comunión en sus padecimientos hasta hacerme semejante a él en su
muerte, tratando de llegar a la resurrección de entre los muertos" (Flp 3, 8-11).
429 De este conocimiento amoroso de Cristo es de donde brota el deseo de anunciarlo,
de "evangelizar", y de llevar a otros al "sí" de la fe en Jesucristo. Y al mismo tiempo se
hace sentir la necesidad de conocer siempre mejor esta fe. Con este fin, siguiendo el
orden del Símbolo de la fe, presentaremos en primer lugar los principales títulos de
Jesús: Cristo, Hijo de Dios, Señor (Artículo 2). El Símbolo confiesa a continuación los
principales misterios de la vida de Cristo: los de su encarnación (Artículo 3), los de su
Pascua (Artículos 4 y 5), y, por último, los de su glorificación (Artículos 6 y 7).
2763 Toda la Escritura (la Ley, los Profetas, y los Salmos) se cumplen en Cristo (cf Lc
24, 44). El evangelio es esta "Buena Nueva". Su primer anuncio está resumido por San
Mateo en el Sermón de la Montaña (cf. Mt 5-7). Pues bien, la oración del Padre Nuestro
está en el centro de este anuncio. En este contexto se aclara cada una de las peticiones
de la oración que nos dio el Señor:
"La oración dominical es la más perfecta de las oraciones… En ella, no sólo pedimos todo
lo que podemos desear con rectitud, sino además según el orden en que conviene
desearlo. De modo que esta oración no sólo nos enseña a pedir, sino que también forma
toda nuestra afectividad" (Santo Tomás de A., s. th. 2-2. 83, 9).
Jesús, el cordero ofrecido por nuestros pecados
457 El Verbo se encarnó para salvarnos reconciliándonos con Dios: "Dios nos amó y nos
envió a su Hijo como propiciación por nuestros pecados" (1Jn 4, 10). "El Padre envió a
su Hijo para ser salvador del mundo" (1Jn 4, 14). "Él se manifestó para quitar los
pecados" (1Jn 3, 5):
Nuestra naturaleza enferma exigía ser sanada; desgarrada, ser restablecida; muerta,
ser resucitada. Habíamos perdido la posesión del bien, era necesario que se nos
devolviera. Encerrados en las tinieblas, hacía falta que nos llegara la luz; estando
cautivos, esperábamos un salvador; prisioneros, un socorro; esclavos, un libertador. ¿No
tenían importancia estos razonamientos? ¿No merecían conmover a Dios hasta el punto
de hacerle bajar hasta nuestra naturaleza humana para visitarla ya que la humanidad se
encontraba en un estado tan miserable y tan desgraciado? (San Gregorio de Nisa, or.
Catech. 15).
Dios tiene la iniciativa del amor redentor universal
604 Al entregar a su Hijo por nuestros pecados, Dios manifiesta que su designio sobre
nosotros es un designio de amor benevolente que precede a todo mérito por nuestra
parte: "En esto consiste el amor: no en que nosotros hayamos amado a Dios, sino en
que Él nos amó y nos envió a su Hijo como propiciación por nuestros pecados" (1Jn 4,
10; cf. 1Jn 4, 19). "La prueba de que Dios nos ama es que Cristo, siendo nosotros
todavía pecadores, murió por nosotros" (Rm 5, 8).
605 Jesús ha recordado al final de la parábola de la oveja perdida que este amor es sin
excepción: "De la misma manera, no es voluntad de vuestro Padre celestial que se
pierda uno de estos pequeños" (Mt 18, 14). Afirma "dar su vida en rescate por muchos"
(Mt 20, 28); este último término no es restrictivo: opone el conjunto de la humanidad a
la única persona del Redentor que se entrega para salvarla (cf. Rm 5, 18-19). La Iglesia,
siguiendo a los Apóstoles (cf. 2Co 5, 15; 1Jn 2, 2), enseña que Cristo ha muerto por
todos los hombres sin excepción: "no hay, ni hubo ni habrá hombre alguno por quien no
haya padecido Cristo" (Cc Quiercy en el año 853: DS 624).
"El cordero que quita el pecado del mundo"
608 Juan Bautista, después de haber aceptado bautizarle en compañía de los pecadores
(cf. Lc 3, 21; Mt 3, 14-15), vio y señaló a Jesús como el "Cordero de Dios que quita los
pecados del mundo" (Jn 1, 29; cf. Jn 1, 36). Manifestó así que Jesús es a la vez el
Siervo doliente que se deja llevar en silencio al matadero (Is 53, 7; cf. Jr 11, 19) y carga
con el pecado de las multitudes (cf. Is 53, 12) y el cordero pascual símbolo de la
Redención de Israel cuando celebró la primera Pascua (Ex 12, 3–14; cf. Jn 19, 36; 1Co
5, 7). Toda la vida de Cristo expresa su misión: "Servir y dar su vida en rescate por
muchos" (Mc 10, 45).
Jesús reemplaza nuestra desobediencia por su obediencia
615 "Como por la desobediencia de un solo hombre, todos fueron constituidos
pecadores, así también por la obediencia de uno solo todos serán constituidos justos"
(Rm 5, 19). Por su obediencia hasta la muerte, Jesús llevó a cabo la sustitución del
Siervo doliente que "se dio a sí mismo en expiación", "cuando llevó el pecado de
muchos", a quienes "justificará y cuyas culpas soportará" (Is 53, 10 - 12). Jesús repara
por nuestras faltas y satisface al Padre por nuestros pecados (cf. Cc de Trento: DS
1529).
En la cruz, Jesús consuma su sacrificio
616 El "amor hasta el extremo"(Jn 13, 1) es el que confiere su valor de redención y de
reparación, de expiación y de satisfacción al sacrificio de Cristo. Nos ha conocido y
amado a todos en la ofrenda de su vida (cf. Ga 2, 20; Ef 5, 2. 25). "El amor de Cristo
nos apremia al pensar que, si uno murió por todos, todos por tanto murieron" (2Co 5,
14). Ningún hombre aunque fuese el más santo estaba en condiciones de tomar sobre sí
los pecados de todos los hombres y ofrecerse en sacrificio por todos. La existencia en
Cristo de la persona divina del Hijo, que al mismo tiempo sobrepasa y abraza a todas las
personas humanas, y que le constituye Cabeza de toda la humanidad, hace posible su
sacrificio redentor por todos.
1476 Estos bienes espirituales de la comunión de los santos, los llamamos también el
tesoro de la Iglesia, "que no es suma de bienes, como lo son las riquezas materiales
acumuladas en el transcurso de los siglos, sino que es el valor infinito e inagotable que
tienen ante Dios las expiaciones y los méritos de Cristo nuestro Señor, ofrecidos para
que la humanidad quedara libre del pecado y llegase a la comunión con el Padre. Sólo en
Cristo, Redentor nuestro, se encuentran en abundancia las satisfacciones y los méritos
de su redención (cf Hb 7, 23-25; Hb 9, 11-28)" (Pablo VI, Const. Ap "Indulgentiarum
doctrina", ibid).
1992 La justificación nos fue merecida por la pasión de Cristo, que se ofreció en la cruz
como hostia viva, santa y agradable a Dios y cuya sangre vino a ser instrumento de
propiciación por los pecados de todos los hombres. La justificación es concedida por el
bautismo, sacramento de la fe. Nos conforma a la justicia de Dios que nos hace
interiormente justos por el poder de su misericordia. Tiene por fin la gloria de Dios y de
Cristo, y el don de la vida eterna (cf Cc. de Trento: DS 1529):
"Pero ahora, independientemente de la ley, la justicia de Dios se ha manifestado,
atestiguada por la ley y los profetas, justicia de Dios por la fe en Jesucristo, para todos
los que creen - pues no hay diferencia alguna; todos pecaron y están privados de la
gloria de Dios - y son justificados por el don de su gracia, en virtud de la redención
realizada en Cristo Jesús, a quien Dios exhibió como instrumento de propiciación por su
propia sangre, mediante la fe, para mostrar su justicia, pasando por alto los pecados
cometidos anteriormente, en el tiempo de la paciencia de Dios; en orden a mostrar su
justicia en el tiempo presente, para ser él justo y justificador del que cree en Jesús" (Rm
3, 21-26).