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Hablemos de sexo

El mes pasado hablamos del ser humano como sujeto relacional. Y una dimensión constitutiva de
esta relacionalidad es la sexualidad... que también es “don de sí mismo para la comunión” a imagen
de la Trinidad.
El tema tabú en nuestra sociedad no es el sexo, sino Dios... y particularmente Jesús: los medios de
comunicación apelan a lo sexual hasta para vender una cerveza o un helado. En cambio, de Dios y
de Jesús no hablan –a veces– ni para Semana Santa. Pero de esto hablaremos otro día...
Hoy trataremos del sexo, pero no según la cultura dominante, sino de un modo más hermoso,
profundo... y creo que para muchos inesperado. Siempre recuerdo cómo –a muchachitos de 13 años
en un colegio de puros varones– una sabia maestra católica (y esposa y madre) nos dejó sumamente
impresionados cuando nos dijo que: “El sexo no sólo es algo bueno: es algo santo”.
Y, dado que suelo utilizar para exponer algo de este tema, un texto magnífico del teólogo italiano
Antonio Socci, les comparto –de aquí en adelante– sus palabras (tomadas de su blog):

«Tomás de Aquino sobre todo muestra que en el estado original, la sexualidad de Adán y Eva –al
contrario que la nuestra- estaba sometida a la razón “cuyo papel no era de hecho el de reprimir el
placer de los sentidos que, al contrario, resultado aumentado”. Se puede hacer una comparación con
los vicios: una persona en condiciones normales de sobriedad, puede gustar y gozar de un óptimo
vino mucho más que un borracho que ni se da cuenta de lo que bebe. En el primer caso el placer es
aumentado, en el segundo caso el consumo es compulsivo, enfermo y nos hace mal. Esta es la
consecuencia del pecado original que ha sustraído el cuerpo al dominio del alma...
«Tomás afirma por otro lado que en el hombre “el alma es la única forma del cuerpo” y eso
significa que nada de lo que el hombre hace es puramente animal, puramente biológico. Ni el comer
y beber, ni el acoplamiento sexual. Al contrario que los animales, que simplemente responde a una
necesidad física, el hombre tiene dentro una pregunta, una necesidad existencial, un deseo de
infinito que explica por qué está siempre insatisfecho y por qué ningún “consumo”, ninguna
posesión, lo apaga. La suya es un “hambre” bastante superior a la necesidad biológica. De hecho,
nace de la cabeza.
«Tomás extrae una consecuencia ulterior de su afirmación: la separación de cuerpo y alma es
“contra naturam”. Y su reunión, con la resurrección final, hará que gocemos de mucho más placer
que en el Paraíso o sufriremos mucho más las penas del infierno, porque percibiremos el placer o el
sufrimiento con todos nuestros cinco sentidos».

El Sumo Placer

«Por esto –como escribe San Pablo- nuestro mismo cuerpo gime en la espera de la plena
redención, o del “sumo placer”, como dice Dante. De hecho participaremos con el mismo cuerpo en
la vida de Dios. Es lo que la teología ortodoxa llama “divinización”. Los padres de la Iglesia
repiten: “Dios se ha hecho hombre para que el hombre se convierta en Dios”. Un destino por tanto
que –por gracia- es superior incluso al de los ángeles.
«Los resucitados serán siempre físicamente hombres y mujeres, de hecho Tomás niega la presunta
supremacía del hombre y –al contrario de cuanto cree Aristóteles- afirma que la mujer no es en
absoluto un hombre incompleto, sino que es obra de Dios igual que el hombre y la diversidad de sus
cuerpos pertenece al diseño de la creación. Al contrario es un reflejo de aquella unidad en la
distinción que connota las personas divinas de la Trinidad.
«Por tanto la belleza femenina, como también la belleza masculina, serán parte de la felicidad
eterna. En los bienaventurados habrá un verdadero y propio “esplendor corporal”. Una belleza tanto
mayor cuanto más luminosa es el alma. Ellos podrán ver la divinidad, o sea gozar del “Sumo bien”,
en sus efectos corporales “sobre todo en el cuerpo de Cristo, después en el cuerpo de los
bienaventurados y finalmente en todos los otros cuerpos”. Esta “profunda asociación del cuerpo
humano a la eterna beatitud” es su inimaginable exaltación. Los resucitados –dice Tomás- “se
servirán de los sentidos para gozar de aquellas cosas que no repugnan al estado de incorrupción”.

Inimaginable felicidad

«Si alguien se hacía la pregunta sobre el Paraíso y sobre el placer sexual, como lo como lo
conocemos aquí abajo sobre la tierra, habrá encontrado ya la respuesta. Pero –para aclararlo mejor–
podemos citar una fulminante página del filósofo judío francés (y convertido) Hadjadj:
«“A través del sexo queremos ser desbordados por el alma. Los genitales eran sólo el medio
defectuoso de esta penetración del otro hasta lo impenetrable. Con la resurrección, a partir de un
alma que la visión beatífica de Dios hace recaer sobre el cuerpo, la entera carne posee la
penetrabilidad del otro sexo y la impenetrabilidad de la mirada (…). Inútil por tanto unir las partes
bajas. La intensidad del abrazo y la altura de la palabra se desposarán con estos cuerpos profundos
al infinito. Las carnes podrán unirse sin reservas en un beso de paz, que será por otra parte un
himno desgarrador al Salvador”.
«Es el Paraíso».

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