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Cuando se acercaron las primeras lagartijas ylaprine-_ ra cuqueca comenz6 a cantar entre los plasticos, supo que el orden de su vida habia vuelto. Esa noche, alentado por el agua, tuvo Animos para caminar y sacar de otro agujero bajo la tierra una bolsa de comida. Se puso una chaqueta de faz polar, con la que conservaba el calor en las noches heladas, que se habian tornado mis frias a medida que de- saparecia la vegetacion. Agradecié la legada de la noche porque no lo obligaba a permanecer con la boca cerrada para evitar que se seca- ra. Incluso le permitié respirar a bocanadas el aire impuro hasta copar los pulmones. Ademas, a esa hora, si habia hu- manos, podia ver sus linternas en la distancia y protegerse atiempo. Esa noche retomé uno de sus pocos pasatiempos: observar, detras de la bruma espesa que ocultaba el cielo, si alguna estrella se asomaba. Eran escasas las ocasiones, pero por instantes la capa de color ceniza que cubria los cielos se disipaba y le permitia ese placer. Aunque Ileva- ra décadas de permanencia, el color turbio de la atmésfera no habia logrado que olvidara los cielos nitidos de antafio. Alguna vez los vio y en las oportunidades en que volvia a Sentirse vivo, como esta, se esforzaba por anteponer el re- cuerdo a la realidad. Comié lo de la bolsa. Era poco, pero ya se habia acos- tumbrado a la frugalidad y a comer cada dos o incluso tres dias. Luego de alimentarse, quiso desentumecer los Ttisculos. No podia ir muy lejos, quiz4s apenas desplazar- Se cincuenta o cien metros. Tampoco tenia alientos para rlo, pero necesitaba acostumbrar las extremidades de hace! na exploraria mas. nuevo al movimiento. Quizas mafia Habia otra raz6n para caminar: saber qué buscaban los migrantes. Habfa sobrevivido a su presencia y eso lo obliga. ba a aumentar la seguridad para que no volviera a ocurrir el arribo prolongado de un grupo humano como aquella mafiana. Estaba seguro de que nada de lo que conservaba lamaba la atencién de nadie: su refugio estaba abarrotado de plastico inservible, la inica constante en todos los pai- sajes y en todos los territorios ocupados por los némadas, o por los terribles acualtantes y buitres. Su presencia era tan repetitiva como el suelo cuarteado o la vegetacién rala, y tan despreciada como el tacto con los cadaveres. Aparte de eso, ocultaba bien su secreto bajo ese arrume de desechos. Tal vez, pensé, los visitantes levaban animales y es- tos habian olido el agua. Casi todos viajaban con cabras, aunque no recordé haber escuchado el balido de ninguna. De hecho, vio pequefios monticulos de tierra excavada. Quizés habian hallado algo del agua subterranea que se fil- traba mas alla del nacimiento. Pero debié ser minima, o si no se habrian quedado. Entonces vio, entre los monticulos, una forma reco- nocible. Estaba cubierta con una amplia tela, en realidad una de esas mantas ligeras de uso habitual en los desiertos, pero envuelta en forma de rollo sobre la figura, a la manera de los saris, que le protegia también el rostro. Apenas lo vio entendié que se trataba de un cadaver. Los conocia: los caminos estaban Jlenos de cuerpos convertidos en c4scaras secas, sin labios ni humedad, ennegrecidos y sin vida. «Asi 22 ad | que eso estuvieron haciendo: tratando de salvar a alguien». Lo habitual era morir en el recorrido. Quizds esa — habia bebido agua contaminada y no habia resistido la re- accion de sus visceras. Sintid fastidio. Tendria que mover el cuerpo de alli y po- nerlo a disposicién de los animales. Pensar en ello te dio fatiga. Mover un cuerpo justo cuando no tenia alientos le hizo recordar la ira que sintié por las voces que merodea- ron por su guarida. Olvidé la misericordia. Igual, se acercé al lado del cuerpo. Cuando intenté moverlo, escuché un gemido gutural. Estaba con vida. udé si prestarle socorro 0 no. Los cadaveres eran cosa de todos los dias en los caminos a la distancia, pero aquel cuerpo gimiente habia sido abandonado apenas en la mafiana y no Ilevaria mas de diez horas a la intemperie. De nuevo volvieron, mezclados, la misericordia y la ira, la desazén y la humanidad, la solidaridad y el desprecio. Con- tradictorios, oponiéndose uno al otro, ripostando el uno contra el otro en su cabeza desconcertada. Una persona a salvo seria una boca més a la cual alimentar y v7 enemigo potencial cuando descubriera su secreto. Un cadaver seria simplemente una incomodidad que tendria que alejar de su vista cuanto antes. La decisién era facil de tomar. 23 a manta lo atrajo: la forma preciosista y abian envuelto el cuerpo, con la inten. cién de protegerlo cuanto mas se pudiera de la visita del muerte. Quien abandoné el cuerpo sentia afecto por ésteo Jo respetaba. A Ja lejania él habia visto cémo los que cafan simplemente eran dejados atras. Durante cuatro afios, oculto tras monticulos de arena y equipado con sus bi- néculos, siguié el recorrido de los esporddicos migrantes que no tenian como pagar por el agua y que cruzaban aquel valle seco. A través de los lentes de aumento contabilizé setenta y cuatro cadaveres en los caminos, y el paso de las figuras vacilantes y desfallecientes que continuaron avan- zando ms alla de su vista pero que con seguridad también cayeron sin llegar a destino. Eso fue en la época en que co- menzaron las pequefias tragedias antes de los mayores de- sastres. Después perdié la cuenta. Pero a esta persona el grupo qui intentar salvarla durante tres dias, a juzgar por las demo- ras en su terreno y por las palabras que se filtraban entrela ldmina de zinc y la espesura de su desesperacién por salir de alli. La meticulosidad de las formas yel suave envoltorio le anticiparon que se trataba de una mujer. Sintié curiozidad. No la salvar, se dij, pero =! valle pena verle el rostro. Se senté a su lado, decidido # pene el primer trozo de manta que le cubria Ja Pears Cuando liberé el fino velo de algodén deseu pr mas Ge una joven de edad imprecisa, afectada PO ee fue un ca- una deshidratacién grave. Lo primer® 4 jl vinico TASB0 bello castafio y largo. Aquel fue on Pero algo en I dedicada en que hi e la acompafiaba debié realid 24 de belleza evidente. Cuan dio cuenta de la grave rs t rcubsis todo el Tostro se yerla, que la joven habia en ee Calculé, al nal grave y que habia ido perdienda quemmedad intesti- en cuestién de dos 0 tres dias, a pesar ain oe cuerpo su grupo. Vio en su cara los signos inefable Pia es dratacion, y al seguir descubriéndola fue dar 7 a un absoluto deterioro fisico y mental. Su deficit a aa debja estar alrededor del diez por ciento de su se a poral. Descorrié por fin toda la manta y vio dhonen te costillas pegadas al cuerpo y que la mandibula y los dien- tes empezaban a hacerse protuberantes, mientras la carne de los brazos y la nuca se pegaba a los huesos y adquiria ya la consistencia seca del caucho de los automéviles, Si habia sobrevivido hasta ese punto era porque el grupo habia estado cuidandola, pero de seguro en un punto dado valoraron cudnta agua tenian y qué reservas les quedaban, y si valia la pena seguir luchando por la joven o salvarse todos los demas. Si se fueron, imaginé, fue mas porque las reservas de agua escaseaban que porque hubiera dejado de importarles. Buscé la mirada de la joven y entendié que ella no lo Vela, y que los ojos se perdian entre la carne hendida del Tostro. Tampoco parecia escucharlo, afectada ya por la sor- dera de los estados casi terminales. Respiraba lentamente, le las cavernas de sus conductos lo apagado, gu- Ja temperatura tensida' en forma espasmédica, y d ‘ Tespiratorios salia una especie de bramid tural y adolorido. Tenia las manos frias, a 'a ‘et - noche, y al tratar de ubicar en Ja aorta la int 35 if 1 s latidos descubrié que el corazén Palpitaba de Mane. it irregular y lenta, como si quisiera detenerse, No era experto en el tema de la sed, Pero de tanto Vivir en carne propia la angustia de no tener qué beber y luego de afios de intentar detener la catastrofe, habia aprendidy a reconocer a las personas de acuerdo con su miyel de des. hidratacién. Leia los cuerpos. A medida que descifraba its signos, interpretaba su Proximidad o lejania con la muerte, Intuyé que la joven debia nta y cineg ki. los, is de Su cuerpo vel casi irrevep. pesar unos cincue: y que de los al menos treinta y tres kilo; que contenian agua ya habia Negado aun ni sin que nadie pudie- isciente. Era un caso per- modos le abrié la boca ala gua hinchada y sin humedad, similar al una campana. Los otros sintomas dela a s fue hallando sin falta. A medida que apes na 7 descubria que los tenia todos: la sangre i Z E bi az6n le latia aprisa y sin regularidad See ‘lresto onuna fatiga Mayor de la que habria pa ance da vida y por Momentos dejaba escapar U2 ba Ta detenerla, hasta que cayé incon: dido, pens6 e} hombre. De todos chica y le vio la len, badajo di tacién lo; lajoven Yelcor, Taba c le su 26 Ja que quizds era una picazén abrumadora en el cuerpo, ademas de los fuertes dolores abdominales de la infeccién intestinal. Tal vez el grupo con el que viajaba no tenia agua, ysi contaba con cabras y bebia leche de ellas, como eee casi todos los viajeros de las llanuras desérticas, Leche pura para el mal de est6mago, una bomba de tiempo. Pensé en esa expresiOn y comprendié que a la joven se le iba la vida. Y lo peor, estaba a merced de él, del hombre que habia re- negado de todo. En manos del ermitafio, del asceta, del que no la queria salvar. «Estas muerta», le dijo a la joven inconsciente. «Todo lo que se rescata se vuelve parte de uno», pensé para si. Asi que se giré y le dio la espalda, mientras ladeaba la cabeza para ver el cielo. Traté de mirar las estrellas para poner la mente en blanco y atraer de nuevo la nada. Sin embargo, en el cielo no brillaba ninguna aquella noche. Intenté con- centrarse en el vacio para evitar los cuestionamientos, pero asu lado escuchaba, cada vez con mas volumen, la respira- cién ahogada e interrumpida de la joven. Sin ser capaz de levantarse e irse de alli, atraido quizds por el magnetismo del personaje que tenia a su lado, se centré en la respira- cién agénica de la chica, hasta que de pronto se descubrié torturado por ese sonido estentéreo que pas6 a convertirse en una dolorosa agonia en su cabeza. En un punto dado no lo soporté mas. rse a su refugio y de- fa y actud contra cerril. Volvié asu los que ocultaba Se levanté y se fue. Pero en vez dei jarla morir, sacé fuerzas de donde no ten! su instinto y contra su necedad de animal Montén de plasticos desvencijados entre I 27 q | las provisiones Y algunos elementos de supervivencia, . Alli tomé una palangana- éNo la voy 4 salvar», se decia, pero hacia lo contray; lo, Mientras se dirigia hacia el pozo se reprimia y se cong naba mascullando entre dientes. Se decia ademés que 7 de todos modos morirfa. Pens6 que igual el agua dejaria 7 fluir un diay sicompartia unos litros esa noche serfan unas horas menos de vida para él, nada més, nada que cambia. ra e] mundo, nada que Jo alterara significativamente. «iy si ella sobrevivia?», Se preguntd. Con diez litros al dia les pastaria a los dos hasta que la obligara a partir a buscar a su grupo. «Igual, no vivird», se dijo el hombre. «Hoy es su dia, sino el de ella. El mfo pronto ser4». Trajo unos algodones usados y un pequefio cuenco que introdujo en la palangana, empapé los algodones en el Ii- quido y comenz6 a humectarle los labios y a forzarla a be- ber. Eran pequefios sorbos, minimos y pacientes, apenas gotas derramadas que ella sorbia con dolor. La rutina se prolongé toda la noche. Los animales pasaron a su lado, con el respeto medido de siempre, sin que el hombre se percatara de su presencia. EJ, en un punto, olvidé todo: elrepudio yla célera, € incluso la conmiseracion y el interés por ella. Repitid mecénicamente el ciclo de humedecerle los labios y de obligarla a beber. Cuando el sol salié y a consciente de lo que hacia, no supo sieso era und expresion primitiva de amor o el amansamiento del instinto- No era el mio, 4 1 amanecer vio el cielo tefiido de rojo a sus espaldas y la forma en que se condensaban pequefias gotas de rocio sobre la rala vegetacién del lugar. Era una rareza. Ya muy pocas veces se presentaba esa sudoracién matutina de Ja atmésfera, y aquella sefial le parecié al hombre un buen augurio para el resto del dia. Era propio de él y de su arraigada soledad tomar las sefiales como presagios de lo que le iba a suceder, asi como también parte de su carac- ter no dejar pasar por alto las sefiales de la naturaleza que, para su infortunio, cada vez eran menos constantes. El alba carmesi se convirtié en cuestién de minutos en un amarillo intenso que eché rafces en la bruma baja del cielo hasta volverla cobriza. El sol se asomé un instante en el naciente y las nubes contaminadas lo cubrieron. La tem- peratura comenzé a subir. Habia sido una noche fria y sin embargo no lo habia notado por su empefio en cuidar alajoven. Ahora se sentia atormentado por el hambre y con la necesidad de devol- verle fuerzas al cuerpo. Antes de ello decidié mudar ala jo- ven a su refugio. Quiso alzarla, pero a pesar de que pesaba poco, casi lo mismo que un atado de lefia, no fue capaz de levantarla por el cansancio acumulado. Aferré las puntas de la manta para llevarla con cuidado asu refugio. Le tomé tiempo arrastrarla a través del filo bajo de un promontorio en el que la arena de las tormentas 29 Tlegaba a posarse. Evadié 7 Geoenas de pees cao arrumes de desechos que él sak a int Tp! »Yla dispusy en su espacio de descanso. Abrié la tierra, sacé su armazéy de plasticos para protegerla del calor y entonces Se sentg a tomar aliento y a intentar calmar su corazon desbocady por el esfuerzo. Mas calmado, la vio de nuevo en detalle, Le sorprendié que hubiera sobrevivido a aquella Noche, Hasta ese instante no habia tenido ningin nuevo sintoma de diarrea. Supuso que el agua del nacimiento, cargada de minerales, habia contribuido a devolverle algo de vitalidad y que los procesos intestinales se habian detenido para dar prioridad a la sed. Si la infeccién prevalecia, no pasaria de aquel dia. Pero habia un buen presagio, recordé. Vista a la luz de la majfiana, seguia aquejada por los sintomas de la deshidratacién: atin no habia caido en un suefio profundo sino que permanecia en una especie de duermevela, aquejada por pesadillas de agua en todas sus formas. El hombre no tuvo que preguntarselo para saber- lo. El mismo padecia, incluso sin profunda sed, permanen- tes suefios limpidos y ala vez indeseables que lo antojaban con su frescura. Sufria de anhelos del liquido, de deseos de atraparlo y de beberlo. Se vefa entre cataratas, grifos, entes y arroyos, navegaba entre desagiies y albercas, se sUmergia en rios y cuencas, bebia de goteras, saltaba entre olas, se duchaba con mangueras, naufragaba en pees y tormentas, se mojaba con Iluvias y rocios, s€ deslizaba alcantarillas y tomaba de nacimientos, mus6” a J8s, hasta que el sues finalizaba en intrineados ert. Yafluentes que Jo conducian de nuevo hasta No tenia que mirar a su interior para saber qué cruzaba por la cabeza de la joven porque su rostro acezante daba cuenta de su angustia inconsciente. De su sed sin limites. Lo que sf era evidente en ella era su transformacion. El cuerpo, para compensar la grave deshidratacién, habia ~ tomado el agua de las zonas que almacenaban mas hume- dad. Los labios habian desaparecido y la nariz practica- mente no existia en ella. Los parpados se le habfan secado, la mirada era vitrea y fija, y apenas hacia unos primeros y mecanicos intentos frustrados por volver a parpadear. Para nada bella, fragil en exceso y sin historia ni futuro, parecia una ciruela pasa, ennegrecida de repente por la ausencia de liquido, sin practicamente agua en sus células ni en su plasma sanguineo y la respiracion mustia. Pero pese a todo, yeia en ella la conciencia de que podria retener la vida. A diferencia de cuando la habia encontrado, ahora sentia que la joven era capaz de aferrarse a la existencia. «Como una arafia sobre un precipicio. Un hilo la ata, y ella sabe que es suficiente», pensé. Si, él era el hilo. La joven, sin saber quién la sujetaba, sospechaba que no caeria. La ubicé sobre su colchén de icopor y bajo los plasticos abiertos, justo cuando el calor comenzaba a arreciar. Con el cuidado del nokanshi japonés, pero ala inversa, proce- dié a desenrollar el cuerpo de la chica y a desvestirlo para devolverlo a Ja vida. Su osamenta salt6 a la vista. Con la incomodidad de verla desnuda de todo atractivo, fue em- Papandola en puntos claves del cuerpo como las axilas y la nuca, y continué dandole de beber a sorbos medidos, aun- que cada vez mas prolongados. La lengua, que al inicio era 31 esfallecido de carne seca y encogida, comenes yn tr0z0 ovimient ropio. Por fin la vio Parpadea, o cerrar los ojos. Se los limpig 7 ces de lagrimas, yvio que por fn o de recuperacion y de descan, su ; de inmediat do las vet acid Se salvé». stumbre de anticipar su muerte y la de Jos demis. Esa ansiedad de vaticinar y sentenciar su par- tida siempre lo Hevaba a errar, pero cada dia la usaba con més yehemencia y se sentia mas seguro de que no fallarfa, como si jugara a Jaruleta rusa con su propia capacidad de predecir el final. Quizds por eso la invocaba con tanta ob- sesion. Si fallaba se sentia de nuevo con la capacidad de atraer la esperanza y de saberse equivocado. Si acertaba no tendria ya como refutarse a si mismo. Era preferible equi- vocarse, pensaba. O tal vez no, no era preferible. Era lo que era, nada mas. Era esperar lo peor para agradecer las miga- jas que quedaran antes de que sobreviniera el desenlace de tantos dias grises tras los que no dejaria huella. Tomé agua en abundancia, revisé que no hubiera ani- males muertos que pudieran infectar los cuencos donde almacenaba el flujo del liquido, tapé el cobertor del naci- miento y cavé un agujero en la arena al lado de la joven. Segufa fifa. Puso su mano sobre la de ella como un padre protector sobre la de su hija. Estaba agotado, per? tendria een para poder conseguir alimento ae i = tando y oad : unas horas més tarde. Sele habia Sau las que no pea oe de bolsas ent an sino dos pufiados de granos- a, hacien' un suefio pl Pensd en SU co: 32 Vio, antes de cerrar los ojos, una bandada de plasticos que cruzaba el cielo. Era un espectaculo tan frecuente que por momentos olvidaba su existencia. Solo que esta vez las bolsas raidas demoraron en la atmésfera, girando bajo un remolino stibito, y se detuvieron de repente ante la poste- rior pausa del viento. Como si fueran copos de nieve poluta comenzaron a caer lentamente, revoloteando sin destino, antes de que una leve brizna los arrastrara de nuevo ha- cia otros parajes. Calculé que eran unas cuarenta de ellas, azules y blancas en su mayoria. Los buitres se habian ido de la zona mientras las bolsas continuaban flotando sin encontrar rumbo. «Mal sintoma», pensd, mientras cerra- ba los ojos y sentia que se desvanecia en el suefio limpio y tranquilo de la mafiana: las aves de mal agiiero habian sido remplazadas por bolsas que no encontrarian paz ni descomposicién en su erratico peregrinaje. 5 e levanté cinco horas mas tarde, casi al filo del medio- dia. Desperté ala joven, le dio de beber largos sorbos de agua, la cubrié para prevenir la evaporacién por el sol yla dejé dormida. Decidié reposar de nuevo y, sin darse cuen- ta, durmié horas sin memoria. Cuando por fin desperté, ya habia tomado la decision de ir a buscar alimento. Se lo dijo ala joven. El sonido de sus palabras lo sorprendié e incluso [ 6, En aquel paraje nunca habfa hablado, pj a lo asusté. ismo, y sin embargo las palabras no jg sal eonsigo | 4, aunque le costé reconocerse eM aquela ye con dine surgia como impregnada de aceite y Brumo, ; alge tural y cascajosa al mismo tiempo, Aun asf, ‘e biel pa harse en medio de la Ianura. Estuyo Seguro de ue oF lo habfa ofdo sin poder contestarle antes de Volver acaer en el sopor desmedido de su deshidratacién, Era una mala hora para traer alimento, la Peor, pero ya se sentia mds fuerte, y si seguia sus clculos podria Tecorrer en tres horas los dieciocho kilémetros que lo separaban del almacén de abastecimiento més cercano, el mas préximo signo de civilizacién desde donde estaba. Siempre salfa de noche, pero aquella vez quiso aprovechar la soledad de las horas més célidas Para no encontrarse con nadie. Para el calor que hacia calculé que debia beber de ida al menos cuatro litros de agua y llevar otros cinco Para consumirlos al regreso. En cada salida bebia la mayor cantidad posible i Sin embargo, salir era un riesgo. Y mas atin, dejar ver 4 “Sih ete feeds at 5 encontré ah agresivos y cadaveres en el piso. Vio a hombres y mujeres armados que mercadeaban las pro- visiones y revisaban cada cantimplora. Respiré su miedo convertido en poder. Los saludé apenas y partio de vuelta. Aquella vez no lo molestaron. Estaban ocupados en requi- sar a una mujer. A la distancia, el hombre escuché el re- tumbar de un tiro. Esos asaltantes de agua, rebautizados acualtantes, abundaban ante la necesidad y la sequia. Para evitar ser victimas de ellos habia ideado una especie de contenedor, en realidad un par de largos trozos simétricos de cuero de Tes, tejidos con esmero en todos sus extremos con agujas e hilos, y rematados con una boquilla de un envase plastico de mermelada que resultaba resellable y hermética. Era un recipiente rudimentario e inusual que alcanzaba a medir un metro con treinta centimetros de largo, pero que era an- cho apenas como un cinturén grueso. Su tactica era ama- rrarselo con dos vueltas por debajo de la camisa en forma de cinturén e ir desprovisto de todo, aparte de una gorra, un cayado para ayudarse a caminar y la ropa mas raida que tuviera. También cargaba un alfanje poco curvo, de pun- ta filuda, atado a su cintur6n de agua, para defenderse en caso de violencia stibita. Como solia viajar de noche para legar a las tiendas en la madrugada, cuando apenas enti- biaba el sol y los borrachos zigzagueaban de vuelta a casa 0 dormian tirados en las aceras, el método siempre le habia funcionado. Esta vez la hora cambiaria, y aun asi se eintié seguro de que no tendria obstaculo alguno. La presencia de la joven lo envalenton6 sin raz6n. C.-4 Para rechazar a los acualtantes, eas dejar tos descubiertos para que el sol dos hiriera. La piel quema, da era Ja antesala de una insolaci6n eerste Previg a la deshidratacién. Un cadaver ambulante, Ademé, Dor si dudaban de él, caminaria el ultimo trecho a Ja Mayoy velocidad posible para llegar sudado y casi exangiie a le inmediaciones del almacén de abastos, o al menos aparen. tando agobio y desfallecimiento. Era una actuacién Obvia, quizds Ilevada a cabo con la misma exageracién por todos los vecinos de los cada vez mds despoblados caserios donde habia vida. Pero era necesaria. La supervivencia era una permanente obra, mal actuada y fallida, y él Podia darse el lujo de improvisar como los Otros, y lo hiciera se jugab:; i OS se Orrian de Jugaba la vida, i . Los caminos se rec Camin6 sin pausa, enfocado en cada paso que daba por aquel paisaje sin camino definido, sin pensamientos ni impulsos durante las tres horas que lo separaban de la tienda de abastos. Solo por momentos miraba el paisaje a su alrededor y pensaba que alguna vez aquel terreno habia sido como los tendidos de ropa: cruzado de cercas a tra- yés de las cuales se podia ver cémo el pasto y las flores se henchian de movimiento gracias al viento. Ahora apenas quedaba el viento. Cuando le faltaba menos de un kilémetro aceleré el pasoy alallegada ala tienda de abarrotes se sintié agotado. No habia nadie y eso lo preocupé. Finalmente, el pueblo era el ultimo lugar al bajar de la cordillera y enfrentar la llanura, el punto final de abastecimiento para los viajeros y el sitio emblematico en el que se represaba el agua que ba- jaba de los antiguos paramos y nacimientos de alta monta- fia. Sdlo al llegar se percaté de que la ultima vez que habia estado alli habia sido diez meses atras, cuando compré gra- nos de maiz y harina de trigo, algunas medicinas, ademas de varios kilos de lentejas, frijoles y tubérculos resistentes al calor como yuca y fiame, junto con higos, carne oreada y tamarindos secos. Ese dia el alza de los precios lo dejé pasmado. Su dinero era escaso y cada vez los ahorros se volvian mas magros. De hecho, el dinero que habia acumulado el hombre y que racionaba con meticulosidad se le habia ido esfuman- do en los tiltimos afios por los elevados costos de las pro- visiones. Eso habia vuelto més peligroso atin el trayecto: la violencia, siempre latente, ahora estaba doblemente 37 | da. El robo, hasta donde recordaba, habia ae; ada. . La fuerza publica protegia las ese dad de las personas habia pasag, a r justificac® © lo de ser penaliza o de agua. La integr secundaria. sin embargo, para su sorpresa, no habia nadie ey he tienda. Permanecia abierta, pero el mostrador estaba Vas cio de gentey de productos. Saqueado por completo, salyy por abarrotes desperdigados por el Piso y Jos anaquees del fondo. Ante el contundente silencio decidié entrar y tocar con firmeza sobre el vidrio del mostrador. Miré en derredor y se dio cuenta de que tanto la despensa como la nevera donde se conservaban las bebidas habian sido saqueadas, y que de ellas no quedaba sino un desordena- do cimulo de vidrios rotos esparcidos hacia el interior. No quedaban ni bebidas gaseosas ni isotonicas, ni leche ni remplazos Iiquidos envasados. Alguien, metdédicamente, habfa barrido una parte de los vidrios que debieron caer | en el piso, pero habia dejado expuestos los demas, como sise hubiera arrepentido de continuar recogiéndolos. Los _ abastos diseminados por el piso permanecian intactos. Cuando por fin se decidié a tomar los abarrotes por su | cuenta, aparecié la figura de una anciana tan curtida en la piel como el suelo que circundaba su refugio. Era pequefia y de rostro cetrino, y sin decir palabra le fue posible perci- bir su tristeza. La tendera habia envejecido en pocos meses y ya no contaba a Ja entrada de la tienda con el vigilante armado de las anteriores ocasiones, que resguardaba cop su municién de balas y un radioteléfono las provisiones del almacén. Se le veia infinitamente sola, mas (Ue el, ian | expuesta y miserable como si viviera en el desierto a la in- temperie. Dejaba traslucir que habia perdido todo. —éTodavia alguien compra? —pregunté, sin alivio ni ironia. Le contd, sin que el hombre se atreviera a preguntarle algo, que cinco dias atras habian pasado las primeras per- sonas que hufan de las capitales. —Vendran mas, dicen por la radio las emisoras que to- davia transmiten: millones mas. Los medios exageran con Jas cifras: ya no hay millones, sino miles. Los que quedan estan migrando. Pasaron los primeros grupos y se Ilevaron casi todo. Los dejé hacer, no tenia alternativa. Pero ahora viene el grupo grande. Sera un nuevo desastre. Otra vez la llanura se Ilenara de huesos. La mujer le relaté lo que sabia con el afan de que el hombre la escuchara. Fl oyé de sus labios cuarteados que debido al desconocimiento de la sed profunda los gru- pos habian ido asaltando las tiendas para robar bebidas y afrontar los largos trechos que les quedaban en su camino hacia los rios del sur. Todos iban desesperados y decididos. La tendera le mostré al hombre los vidrios desparrama- «No les dos como una prueba de la vileza de los viajeros. servird de nada. Ya todos deben haber muerto», sentencid. Relaté, tomando como base la informacion de las ltimas emisoras que no se habian silenciado, que el caos reinaba en las ciudades. Los precios del agua se habian vuelto im- pagables ante la escasez. La gente habia enloquecido y los 1 violentos. El dinero ya no disturbios habian pasado a se circulaba: se pagaba en agua 0 S¢ mora de sed. 39 del acueducto ya a llega. Solo se al et —E] agua a un grupo mintisculo con e] agua de 1 por Lope soldados los cuidan —confesé, “ rios del . establecido estaba colapsando con Celerig, EH ane se estaban apagando porque sug Periodig., y los mae sobrevivir antes que informar. Los Ultimos ae anunciaban que los cortes de energia habfan en los aparatos de telefonia y los Servicios de Ted ante la dificultad para recargar las baterias, De retomo la vida basica, las personas estaban cometiendo latraicién estaba a la orden del dia. E] hombre ni siquierg habia formulado la primera pregunta y ya entendia que lo que tanto habia temido ya habia llegado. La Joven era en. tonces parte de esos grupos de avanzada. Y él estaba donde no debia estar en el momento menos apropiado, Ue felonias y Revisé en el piso y encontré abastos y alimentos que Tequerian coccién o hecesitaban de agua para cocinarse o amasarse, y que no habian sido hurtados. Los recolect6, —eY la fuerza publica? —Ya no nos Cuida, Cuid, a el agua. ~2Y su familia —inquirié. ™ujer sefialé hacia —indags una vez mas, €n la zona, las nubes a las que les dis- | _Dejaron de venir, de funcionar, perdieron las esperanzas. _éy usted por qué no se ha ido? —insistié. _Ya me sequé —le contesté la mujer, mientras el hom- bre le tendia unos billetes y ella lo miraba como una madre mira a su hijo asido a un juguete en desuso—. El dinero ya no circula. Solo el agua. A mi apenas me quedan diez litros de vida que no lograron quitarme. Diez litros de vida. El hombre salié cargado con la comida. A lo lejos vio, a menos de dos kilémetros, un numero indefinido de cabe- zas lentas que se movian sobre el ripio de la carretera des- tapada en direccion hacia el sur. Sobre el cielo sibitamente despejado habia decenas de plasticos revoloteando, verda- deras aves de mal agiiero. La nube de polvo que levantaba esa horda en fuga sobre los caminos resecos le daba un halo de fatalidad a la escena. Tendria que apurar el paso. Mas ahora que volvia con peso adicional, sales, medicinas, hari- nas y granos, y que acababa de regalarle la mitad del agua de reserva que guardaba en su cinturén a la deteriorada anciana, quien se la bebié de un solo tajo, con los ojos hu- medecidos quizas por ultima vez y la voz quebrada por la sibita bondad del pago. ‘0 podia permitirse quelo vieran o siguieran, Sculta,, N: ionificaba perder tiempo porque en £880 de Una se ora no contaba con el agua suficiente Paty eventual a al refugio en sus facultades plenas, Huir llegar janie nte que esperar a Ja masa. Pero habia Con era on ‘i. desfachatez de caminar a una hora en la que gy = ncia era evidente, y cargaba con veinte kilos de még ae a su cayado y cruzados sobre los hombros, asf que debja acelerar. Desde que habia decidido aislarse, luego del primer gran desastre, habia evitado en lo posible el contac- to humano. Tem{a su ambicién. Y era claro para el hombre que cada persona teme sus peores miedos. Se conocia yha- bfa vivido lo suficiente como para saber que fiarse de otros era un lujo de épocas Pasadas. Su historia era una suma- toria de errores y villania. No podfa esperar nada mejor de a la sed. No habfa mites con pra apenas un desvio de doscientos metros que le permitia jnvisibilizarse y ganar tiempo. Al recorrer lo que queda- pa dela calle, se dio cuenta de que el piso estaba cubierto guetes plasticos desmembrados, quizds herederos ‘dJades olvidadas. Eran demasiados como para ha- ido a una misma familia. Cientos de mufiecos s esparcidos sin nifio alguno que los alzara. Quizas eran regalos arrojados al azar, brotes de un conte- nedor proveniente de Oriente que terminé derramando su contenido de colores vivos, 0 hijos del frenesi de un comer- ciante en bancarrota. No lo supo. Porque cuando estaba a le superar la ultima casa para enfrentar la Ilanura dos hombres salieron a su paso esgrimiendo._ma- dijeron entre si en por jul de navi per pertenec' fragmentado' punto di desnuda, chetes. «Debe tener agua si esta vivo», forma tal que él los oyera. Tenian los ojos desorbitados, las manos nervudas y el cuerpo delgado. Se movian con desfa- chatez y violencia, y a Ja vez que actuaban sin nerviosismo demostraban estar seguros de que Ja soledad del momento era su complice. nia las manos en los hombros y lejos del alfanje para defen- derse. Llevaba un peso excesivo. Y en el callejn no habia manera de huir indemne. Pero lo que en verdad lo sedujo fue ver la sed en el rostro de los dos. Su seguridad de matar como tinica alternativa concebida. Antes que Jo abordaran ya habian tomado esa decisién. Se qued6 mirandolos un segundo, fascinado por su perversa seguridad de matar. Si, eran su espejo. Se supo acorralado. Te: sostenia en alto el alimento, do recordé que Experiment ap si era el dia de su mocn % se habia dicho an el desenlace otro dia Mas, oan Jo siempre espan el exceso de bolsas eo}, al ay, jo, Tan malo como pe Badas oy / gute. impedian la movilidad de sus hombros, Con, cayado ee Como el grupo de decenas de miles ae que venia caminando a sus espaldas, F] Bru : Esos desesperados que venfan huyendo. Sus pasos Sonaban como los estertores de un trueno. —No vengo solo —les dijo a los asaltantes—, Somos doce mil personas —adujo. No tenfa ni idea cudntos eran nj supo si era un argumento valido. Fue, sin embargo, lo unico que se le ocurrié para ganar tiempo. El par de acualtantes dio pasos incrédulos hacia Ja ca- lle para ver. Los dos se encontraron casi al mismo tiempo con la visién estremecedora de la mancha de cuerpos en movimiento sobre el estrecho camino. En realidad sf eran miles, pero su ntimero era imposible de precisar. E] hom- bre vio cémo se les transformé el rostro cuando sintieron su mismo miedo: perder lo Poco que tenfan ante la masa hambrienta. Eran hombres nerviosos, impulsivos, acos- tumbrados a ganar a toda costa e inexpertos en las lides de razonar, Porque conocia alos de su tipo, cuando los dos giraron hacia él Profiriendo insultos destemplados, con los pee en alto, él ya habia logrado descargar el cayado y etse con e] alfanje, tae abi Tecordé con claridad. Luego todo died el ae “80s. Dolor e ira pura. Una furia Pee asta Plo de su vida, desde que lo arrancaron tranquila de su madre y lo arrojaron ala Sequedad de una toalla y luego a una manta pulcra. Un ardor acumulado en los prolongados veranos que se llevaron amigos y amores perdidos tras los sucesivos desastres olvidados que de tanto suceder ya nadie recordaba. Una irritacién afieja de sue- fos secos, de una vida sin sustancia mi a a su alrededor. La rabia wafaten ae, Pa F vido sin protestar, como un mudo voluntario, de espaldas ante el absurdo del mundo que se desmoronaba mientras é] acep- taba su racion de sed y robaba de otros cuando no le basta- ba. Esa célera de haber perdido sin remedio, una y otra vez, hasta que se cans6 de ser lo que era y termin6 aislandose lejos de todos para dejar de perder, y saber en ese instante que incluso asi sus semejantes seguian empecinados en se- guir tomando de los otros hasta el aliento minimo que gas- taban. Sintié ardor y vio la sangre ajena y propia. Supo que cayé al piso y que los hombres huian. Luego olvidé todo por un instante. , Cuando volvié en si, distinguié a la distancia los pasos de los acualtantes que primero resbalaban sobre el filo de la acera y luego se enredaban con los juguetes esparcidos antes de doblar una esquina. Y se vio enfrentado a las cuen- cas de una mufieca de plastico desnuda, de las decenas que se prolongaban por el suelo y que volvian a hincharse de aire luego del paso de los hombres. Pensé que todo habia ocurrido en unos segundos, pero cuando recobr6 la clari- dad escuché el retumbar de los pasos muy cerca de él. En- tonces sintié el ardor de un machetazo sobre el hombro, que habia entrado sesgado, y humedad en la cintura. 45 ‘ do su cinturé, oil lo habia salva n de En esa eee El golpe habfa entrado pleng ey leno ae de la larga cantimplora y el agua ge, " de los later usa sobre el abdomen. En medio dg] Aiea maba sin pa hombres habia alcanzado a cortarle lay; dos Di amo de re de la espalda, pero no erg una hey; ij tambie ‘ snificativa. Los tres puntos de dolor despertaron Aen, significat ero en realidad no pensé en ello, sino en levan, ae desatarse la correa y beber lo que qwedaba gy liquido. Quedaba apenas un sorbo. Como autémata, comenz6 a caminar, en realidad ahuir, en direccién a su guarida, con las provisiones atadas al ca. yado y la larga vara sobre los hombros, ya sin Pensar sj ]a masa que venia lo seguiria o no. El dolor sobre el hombro herido le parecié insoportable, pero se obligé a no pensar enello, a poner la mente tan en blanco como las nubes des- aparecidas de antafio o la nieve que se habfa derretido de los picos 0 la arena dela playa antes de ser devorada por los océanos. Nolo logré, Pero buscé concentrarse en cada paso para olvidarse de ello, Toverian, sin duda, Pero ya en ese punto pensé que ver caminar aun hombre cruzado de brazos sobre su cayado, a is Svalido, adentrandose en el desierto, debia cau- or és incégnitas que deseos de seguirlo, Aceleré el we en la chica que lo e él; clamor en esas condiciones. E] desierto los abatia a todos, minu- | cioso, sin tregua, sistematico, preciso. | La anciana que le habia vendido los abarrotes con seguridad no sobreviviria a la migracién; tampoco los | hombres que lo habian atacado y ahora huian presos del | miedo. Maldijo entonces su bondad, esa inusual y sorpre- | siva humanidad venida de la nada justo cuando ya se creia | curtido por la sed y la soledad. Maldijo a Ja raza humana, | y entre toda esa masa que se empecinaba en sobrevivir | maldijo al gobierno que quince afios atras habia negocia- do los rios del sur. Y se maldijo a si mismo, mascullando improperios, porque habia perdido el rumbo de su vida en apenas unos pocos dias, como si hubiera florecido en él una brizna de fe en lo que era hasta entonces suelo drido. «Tendra que irse», se dijo, pensando en la chica, mien- tras el sudor le despertaba el ardor de la herida abierta en el hombro y la espalda comenzaba a delatar su propio dolor. Aceleré el paso. Las pisadas se disiparon tras de si, mientras la ausencia de agua reavivé su deseo de beber. 7 Aneo. Sintié el hervor de su jada paso le martillé el cr n el ropia sangre a medida que aumentaba el vigor co! que avanzaba por la Ilanura desértica. Comenz6 a fastidiar- le el peso de los alimentos, sobre los hombros y se exacerbé el dolor dela herida que sangraba con moderacién. Tras dos 47 por el desierto sintié el primer sintom avance de la sed: el corazén le Palpig : COsta § nsumo de agua de su CUETPO. Quiso gg, vencerse de que ese desbocamiento se debiaa los TeZagos de Jaadrenalina tras el acto de violencia que le habia abierty h piel. Pero no era eso. Tampoco tenia que ver con el so] que atravesaba la bruma de nubes y rebotaba convertido en tn vaho espeso, ni con el temor de ser visto. Era la rabia la que en realidad le laceraba la mente. Flufan por él rafagas de recuerdos pasados y latigazos stibitos de furor por el futuro, Mientras avanzaba, mezclados, sin orden, vinieron a su cabeza las imagenes de los dias en que los buitres no daban horas de vagat el lo a Eom algo que debia evitar a toda una queria regular el co abasto ante el festin de cuerpos esparcidos por la Ianura, . justo después del primer desastre, cuando los primeros mi- Brantes se secaron al sol. Surgié la proyeccién de su propio fin, tendido sobre su pozo agotado, yerto en la busqueda de una tiltima gota, «Habré un momento en que beberé el Polvo», pens6. Imaginé a las personas de la multitudinaria een hacinadas en las grandes ciudades hasta que la staan a abandonar su refugio y ahora volvian a yla aoa = aturaleza sin mds armas que el desespero la que am = ; eT “sar a su paso. Recordé a la mujer a cuando desfallvio, ny 2 la ironia de haberla persia tm Paseo que oat es €se mismo desierto; a SUS padres, en 40 atin era nifio: a a Ja desembocadura de un we cuan- °S en conog dey eaealts la imagen de los Pe sire Soloreaba sy be ese hielo fresco y de os ae ane ancia, Le vinieron a la mente /4 a del agua, cuando atin podia saciar toda la sed, y los ultimos dias en que la bebid gratis. Y luego, los cielos que se fueron poblando de plasticos, los caminos taponados de desperdi- cios, los rellenos sanitarios desbordados, los aparatos elec- trénicos desechados con sus tripas de circuitos abiertas al sol, el paisaje que se transformé cuando se cubrié de nubes cerradas y bajas. Entre todas las imagenes, como un hilo conductor, como el alambre que cruza las tapas aplastadas de metal que ligan a una pandereta, estaba la fria ira de haberlo perdido todo y de seguir sobreviviendo. Y el suelo, se dijo. Ese suelo calcinado. Ese suelo que se cuarted como sus labios y se abrié en grietas y fue de- vorando los cenagales y tras de ellos el pasto y se tragé los arrozales y ahuyenté las vacas y los animales domésticos. Ese suelo exhausto, que tendria que soportar nuevos pasos y otra vez veria caer a las personas hasta que se acabaran las que lo pisan. Ese terreno que muchos llamaron terrufio porque les fue afin, y que luego pasé a ser un suelo piso- teado, y que se fue quedando solo mientras las ciudades se rebosaban. Suelo agotado. Suelo que se cansé ya, se repe- tia, acelerando el paso, con la sed clavada en la garganta. Mientras insistia en su perorata silenciosa y se laceraba con el pasado y las proyecciones del futuro, buscaba en quién descargar la rabia. Pens6 entonces en la mujer que lo aguardaba en el refugio, quien quizds se habja despertado ybuscado algo de agua, pero que seguia necesitandolo sobrevivir. Le daria mas agua y la despacharia con los de- més cuando vinieran en busca de su pozo. Estaba decidido. Adllale correspondia un lugar en ese terrufio. para Trato de calmarse aoe res set dela esfuerzo que realizaba. Estaba acostumb, y el exceso de s periodos de travesia a fuerza de Vin a soportar oe podia abusar de su resistencia, 4 ny a Ja llanura, P on kilémetros, y ya sin sombras de han de los ann bajé la velocidad y decidid Medirse Para ie asus om algo de arrestos a su refugio. Le faltaban todavi, ea kilémetros cuando sintié abotagarsele la lengua luego pegarsele casi como un adhesivo al paladar. Dos ki. lémetros antes de llegar supo que ya erraba sus Pasos y que comenzaba a zigzaguear en su recorrido de regreso. Por fj. sico agotamiento tuvo que detenerse y dejar los abarrotes un kilémetro de su escondite, en un descampado leno de huesos mezclados y de plasticos abandonados, e intentar una miccién contenida, que salié escasa y de un amarillo intenso porque el higado estaba reteniendo los liquidos al maximo para evitar su total deshidratacién. Con la expe- tiencia de haber sobrevivido varias veces ala misma muer- te, y sin asco, tomé unas gotas y se humedecié los labios. Cuando el sol ya se perfilaba sobre el horizonte, recorrié los metros faltantes y al llegar por fin a su especie de hogar im- Provisado se abalanzé con desespero sobre los plasticos y ed cobertor, sin siquiera reparar en la mujer tendida. Bebié de un cuenco, esta vez sin prudencia, con desespero real, sin cuidarse de humectar primero los labios y sin pensar yaen nada més que en apagar ese incendio que de nuevo lo calcinaba, | | Maldijo su imprudencia y le agoté pensar en pene ae devolverse més tarde a recoger lo que habia dejado ae abandonado a un kilémetro de alli. Sus herid convertido en una hinchazén de color pti aie eet pecto en el hombro y en una raja oe . eee ‘abdomen. el caso del Sosegado por el agua, el furor se le fue aliviando ligera- mente. Las nubes amarillentas del atardecer lo ilumina: cuando tomé el cuenco y se acercé al lugar donde estaba lajoven. Quiso recuperar la rabia que lo habia coe do todo su recorrido de regreso. No deseaba llegar a ella calmado, sino recordarlo todo en detalle y sentir la célera profunda para descargarla en la joven y justificarse en esa mujer que lo habia obligado, con su aparicién, a abando- nar la prudencia. Pero ella no lo esperaba. Continuaba su- mida en un suefio placido, con los ojos cerrados y el rostro ladeado. Supo que estaba fuera de peligro, quizas sofiando por primera vez y ya sin sentir los peores rigores de la sed, le la pesadilla de la muerte. Com- probé que la infeccién intestinal no la habia atormentado ni tenfa rastros de diarrea. Sonrefa con levedad en su faz n visibles. Movido por la rabia, buscé desper- apenas recuperandose d sin labios att tarla con la excusa de darle de beber. joven desperté de in- Le puso el cuenco en Ja boca. La sin rostro mediato. Era un manojo de huesos y piel pegada, definido, demasiado fragil para contradecirla o desahogarse con ella, El hombre le dio de beber y ella acepté con mas ansias que en la mafiana, y lo miré a los ojos apenas sacid su sed. Era una mirada yerta, sin expresién- Cuando vio que lo observaba, el hombre desed contarle lo sucedido en el dia para responsabilizarla de Jos hechos, pero 1° le salié el 51 int gy "NM Win "ny i Sy Way Wy Wavy MA \\ VN wy ya" ¢ MN, It oa v cM) ty y ae Avg NN wing 4 ey : 00 86 Waa at Mh eS i oe ee AAA Ay \ : pty # SWAN A \ Nav & “nana im “Gry, wie x oo os" we wale NWoay ‘ ait Sy Te One peal 105 Ny Wa a Nahi No yg Plays en ec! pia aN Wy NK Laren _/ . # oa JimP de WY gy wit SW ey hata ens 7 a v 0 aca el nN Si ate Tagg kao a | Go son Bi fa aN A) Nit y ta WES joel y oonastl do NY ge nah St ‘ ~ Se wel comida da a NY Seg, . day % | he erda: ee Nata ay mae SR Re do Oe y noc Saw a Rs : 2 ee cada & to SS Oa Seay we pel ‘ m “SS Gee ES Sea aaiea ere las noches pus Set SS Slang. eee eka También 9¢ to Sick Ae a SSeS sinisiebieran, T n ritual de | “a ag EN ierum ablucié : Rend wa hema tin md rdteer dig Puso F Rhine, Wn ee —— = 2ccinar en lam tee ithiemaa ; aa aNCHa y esty SS has 3B nes 5 2

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