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Esta vida de expatriado, de revolucionario ambulante por tierras en las que a pesar de
ello arraigó su espíritu, condicionaría su obra, por lo demás encajada en la corriente
melódica y colorida de la poesía cubana característica de la segunda generación
romántica hispanoamericana, pero anegada en un sentimiento muy personal. En sus
versos sonoros y fáciles se refleja la incurable nostalgia del desterrado. Lo biográfico y
lo literario de época se confunden en su poesía de tono elegíaco. Hay en ella erotismo
delicado y soñador, evocación dolorida de la patria, expresión de los afectos nacidos al
calor del hogar, en las tierras de Centroamérica en que transcurrió la segunda parte de
su vida.
Ya en 1879 la Sociedad Literaria El Porvenir había realizado vanos intentos para dotar
al país de un himno. En 1887, la jefatura del departamento de Guatemala convocó un
concurso para elegir la música de la letra del Himno Popular que había compuesto el
poeta Ramón P. Molina. Tomaron parte en el mismo diversos compositores y salió
finalmente elegida la música del maestro Rafael Álvarez Ovalle, la cual acompañaría
durante bastante tiempo la letra del poeta Molina.
Sin embargo, en 1896, el gobierno del entonces presidente José María Reina Barrios
convocó un nuevo concurso para escoger la música y letra del Himno Nacional. Por
acuerdo del 19 de febrero de 1897, fue declarado de nuevo ganador Rafael Álvarez
como autor de la mejor música, mientras que unos versos de autor anónimo se llevaron
el premio a la mejor letra. Hubo que esperar hasta 1911 para saber que el autor
anónimo había sido el poeta cubano José Joaquín Palma, según declaró él mismo poco
antes de morir.