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El problema sigue siendo la tierra

La invitación de la CONAIE a sus bases a exponer sus conflictos para colocarlos sobre la mesa de
diálogo provocó una convocatoria de más de 100 representantes que evidenciaron un complejo
mosaico de la conflictividad territorial, síntoma de la deuda agraria que las organizaciones
indígenas y campesinas denuncian hace años, y que no ha sido resuelta por el gobierno de la
revolución ciudadana.

15 de Agosto del 2017

Soledad Vogliano

El fracaso de las pasadas reformas agrarias, el ocultamiento de décadas de despojos, y el


crecimiento de los conflictos sobre territorios ancestrales y comunales por el avance del
extractivismo y la especulación inmobiliaria, provocan que el eje de los conflictos de tierras se
haya posicionado como una de las prioridades para que el Gobierno de Lenin Moreno demuestre
su voluntad política y el diálogo con el movimiento indígena comience a arrojar respuestas
concretas.

La invitación de la CONAIE a sus bases a exponer sus conflictos para colocarlos sobre la mesa de
diálogo provocó una convocatoria de más de 100 representantes que evidenciaron un complejo
mosaico de la conflictividad territorial, síntoma de la deuda agraria que las organizaciones
indígenas y campesinas denuncian hace años, y que no ha sido resuelta por el gobierno de la
revolución ciudadana.

Campesinos de Maizal Maracumbo protestaron en el Ministerio del Ambiente en marzo de 2017.

Los mismos campasinos marcharon luego al Ministerio de Agricultura.

La organización de Maizales Maracumbo en una asamblea.

Recuperar las tierras robadas


Los antiguos pobladores de El Pambilar en la provincia de Esmeraldas llegaron a este sitio en busca
de tierras en los años setenta incentivados por la Ley de Reforma Agraria y Colonización, buscando
asentarse en tierras fértiles para producir cacao y de lo que ofrece la montaña. En el año 1998 la
empresa Endesa Botrosa del Grupo Peña Durini, despojó de esas tierras a las familias campesinas
con extrema violencia para extraer maderas finas, cuando el Instituto Nacional de Desarrollo
Agrario le adjudicó el predio aduciendo que eran terrenos baldíos. Así la empresa se apropió miles
de hectáreas de bosques para la venta de madera, y desalojó decenas de familias, quemando sus
casas y destruyendo sus cultivos. Durante décadas, Botrosa estableció en esta zona un territorio
liberado, amedrentando a las familias campesinas, que nunca dejaron de exigir la devolución de
sus tierras. La figura icónica de esta lucha, el fallecido dirigente Floresmilo Villalta, relataba con
detalle las torturas a las que fueron sometidos los campesinos que participaron de los intentos de
retomar la posesión de la tierra, que incluyeron el asesinato de José Aguilar y la criminalización del
mismo Villalta, que pasó 4 años en la cárcel hasta que obtuvo la amnistía durante el pasado
proceso constituyente.

El fallecido dirigente Floresmilo Villalta, relataba con detalle las torturas a las que fueron
sometidos los campesinos que participaron de los intentos de retomar la posesión de la tierra, que
incluyeron el asesinato de José Aguilar y la prisión de cuatro años para Villalta.

Un proceso legal ante la Corte Constitucional patrocinado por la CEDHU demostró que la tierra no
debía ser adjudicada a Botrosa, y en 2009 los terrenos de El Pambilar fueron revertidos al Estado.
Sin embargo, estos pasaron a manos del Ministerio del Ambiente que los declaró reserva forestal,
y no fueron entregados a las familias originalmente despojadas.

Si bien los campesinos de Maizales Maracumbo han avanzado en los trámites legales para la
adjudicación de tierras a través de la Subsecretaria de Tierras y Reforma Agraria, su exigencia es
que las tierras que les pertenecen y hoy están en manos del MAE, sean devueltas como determinó
la sentencia de la Corte Constitucional. Esta es la única forma de restituir sus derechos y resarcir
décadas de pobreza como familias sin tierra.

Frenar el reparto de la tierra comunal

El testimonio de los dirigentes de las federaciones de comunas de Santa Elena, Guayas y Loja es
categórico: la connivencia del MAGAP, el sistema judicial, registradores de la propiedad y notarios
en la entrega de títulos de propiedad individual de forma inconstitucional ha provocado un
proceso permanente de despojo y fragmentación de las comunas. Si bien muchas de las comunas
cuentan con documentación que registra que su existencia desde mediados del 1600, el “reparto”
se ha realizado por medio de la declaración de territorios comunales como tierras baldías para que
sean adjudicados a privados, o su registro municipal como tierras urbanas para dar paso a
proyectos inmobiliarios. Y más recientemente, a través de la presión de las instituciones para que
los comuneros procedan a desmembrar los títulos colectivos con el único objeto de poder acceder
a un crédito.

Comunas como Puerto Engabao en el sur del Guayas mantienen desde hace años disputas con
empresarios privados de la talla de Álvaro Noboa y Fabricio Correa. 175 has. de su territorio
fueron escrituradas hace 30 años de forma ilegal, irrespetando el titulo global, y dada la belleza de
sus playas y de este pueblo de pescadores, el terreno se convirtió en un codiciado espacio para la
inversión turística. Los repetidos intentos de los empresarios de establecer cerramientos y
comenzar construcciones en el sitio fueron enfrentados con acciones de hecho por parte de la
comunidad para evitar que establezcan una posesión efectiva. Algo similar ocurrió con la Comuna
Valdivia, filial a la Federación de Comunas de Santa Elena. Si bien desde 1982 contaba con el
reconocimiento del título colectivo emitido por el MAGAP, en 1996 se inscribe en el registro de la
propiedad un titulo particular a nombre de la empresa Marfragata sobre el mismo territorio. Como
es habitual por parte de los GADs en estos casos, el Municipio de Santa Elena le cobra
normalmente los impuestos a la empresa a pesar de la situación irregular de esta propiedad,
dándole instrumentos jurídicos para mostrar una posesión inexistente, que la justicia ratifica sin
proteger los derechos de la comuna ni observar la existencia de un titulo global comunitario.
Actualmente la Comuna Valdivia se encuentra a la espera de que la Corte Constitucional resuelva
la acción extraordinaria que ha planteado para demostrar la vulneración de sus derechos
territoriales.

Actualmente la Comuna Valdivia se encuentra a la espera de que la Corte Constitucional resuelva


la acción extraordinaria que ha planteado para demostrar la vulneración de sus derechos
territoriales.

Con mínimas variaciones, este tipo de relatos se repiten a través de los territorios comunales, que
invisibles al conocimiento público son mayoritarios en la península de Santa Elena y en la provincia
de Loja (donde estos episodios están agravados por la presencia de gran cantidad concesiones
mineras), y que constituyen el núcleo de más de 150 conflictos similares que apuntan a denunciar
la responsabilidad histórica del MAGAP en el reparto de la tierra comunal, y de la ineficacia de la
Ley de Comunas para contener el problema. Exigen al MAGAP establecer una mesa de trabajo
para sanear la situación de todas las comunas en conflicto, partiendo del reconocimiento catastral
y legal del territorio colectivo con titulo global.

Reconstituir los territorios indígenas fragmentados por el Estado

Hace siete años, la comuna Tzawata recuperó en una acción de hecho el territorio que fuera
arrebatado a sus abuelos a principios del 1900 por el “Patrón Sevilla”, quien sometió por décadas a
las familias indígenas al trabajo semi esclavo en el lavado del oro. Medio siglo después, este
despojo fue legalizado por el IERAC para que la tierra fuera finalmente vendida a una empresa
minera extranjera que actualmente lleva el nombre de Terra Hears Resources. En 2010, hacinadas
en menos de dos hectáreas, sin territorios para la recolección, pesca y cultivos, y en una condición
de extrema pobreza, estas familias retomaron el territorio usurpado y restablecieron la
comunidad, donde hoy conviven con las comunas Ila y Chucapi que compartían su misma
situación. Acusados ante la justicia como invasoras, la ahora comuna unificada Tzawata-Ila-
Chucapi ha sufrido dos intentos de desalojo e incursiones militares en el territorio, sin embargo,
en sólo siete años han establecido un sistema productivo sustentable que permite a las familias
vivir dignamente, han recuperado el bosque degradado por la minera, y revitalizado sus prácticas
culturales. Siguen esperando que la Secretaria de Tierras y Reforma Agraria reconozca la
ancestralidad de su territorio.

Hay miles de hectáreas de territorios donde las comunidades indígenas amazónicas conviven con
las consecuencias del proceso de colonización.

Como en éste caso, fuera de los territorios de las nacionalidades que fueron legalizados con la
marcha amazónica del año 1992, existen miles de hectáreas de territorios donde las comunidades
indígenas conviven con las consecuencias del proceso de colonización. En la cuenca alta de la
Amazonía central, comprendida entre los cantones Tena y Arosemena Tola (Napo), y Santa Clara,
Arajuno y Pastaza (Pastaza) la realidad en la tenencia de tierra se evidencian en el bajo porcentaje
de propiedades comunales (entre el 0 y 11,82%) frente a la concentración de tierras en manos
privadas (entre el 87,58% y hasta 100%), producto de múltiples despojos y de la intervención del
IERAC. Las comunidades indígenas no tiene territorios colectivos donde reproducirse cultural y
materialmente. Por ello, las lógicas de subsistencia de los pueblos indígenas en esta zona están
marcadas por un proceso de proletarización y pobreza. Para mayor dificultad, con la creación del
Sistema Nacional de Áreas Protegidas SNAP, muchas de estas comunidades además han visto
restringido el acceso a las zonas de reserva que mantienen ancestralmente en montañas y selvas
aledañas. Más de 10 conflictos que responden a éste fenómeno, entre ellos de las comunas
Shamato y Sacha Sisa, fueron expuestos por las organizaciones de Napo y Pastaza, quienes
explicaron que fue solo una pequeña muestra de la realidad que enfrentan las comunidades en sus
provincias. Buscan que la Subsecretaria de Tierras y el MAE reconozcan la ancestralidad de sus
territorios y legalicen su posesión con títulos globales.

Misma suerte corren las comunidades indígenas shuar del sur amazónico, como el Centro Shuar
San Francisco de Pakintza, quienes luego de lidiar durante años con la reiterada entrega ilegal de
títulos a privados sobre su territorio colectivo, la ratificación de su titulo global por parte de la
Subsecretaria de Tierras y Reforma Agraria en 2013, después de años de lucha legal, fue invalidada
de oficio por el ex Ministro de Agricultura, Javier Ponce Cevallos, en abril de 2016 cuando uno de
estos títulos ilegales fue adquirido por la empresa Ecuacorriente como parte de su penetración del
territorio circundante al proyecto Cóndor Mirador. Este caso es sólo una muestra de cómo
operaron los procesos de manipulación de la titularidad de la tierra en el sur amazónico a raíz del
inicio de las actividades de prospección minera. Los conocidos desalojos de las comunidades de
San Marcos y Tundayme son la cara más trágica de esta operación.

En el Pambilar, en Esmeraldas, grandes camiones sacan la madera que se explota en la región.

Tierra para vivir, respuestas efectivas al problema social

Como se describió anteriormente el proceso de despojo de las comunidades indígenas amazónicas


de la cuenca alta de Pastaza no excluyó a los alrededores de la misma ciudad de Puyo, situación
que se profundiza con la llegada de las primeras petroleras transnacionales como Shell. El título de
la ex hacienda Te Zulay sobre territorios que ocupaban los kichwas, data del año 1944, otorgado
por el Secretario de la Jefatura Política del Cantón Puyo. Durante décadas las familias indígenas
fueron explotadas en la hacienda, estas tierras se convirtieron en espacio de vida de familias
indígenas que llegaban a Puyo para darles educación a los hijos mayores o para trabajar, lo cual
fue caldo de cultivo para el trafico de tierras y estafas permanentes a las familias que intentaban
formalizar su posesión ante las amenazas de desalojo. En 2015, organizadas por las autoridades
indígenas de la provincia, las familias de la ex hacienda Te Zulay exponen su caso al presidente
Rafael Correa Delgado, quien formalmente ordenó al entonces gobernador Martín Quito, dé
solución inmediata por ser un problema social y prohibió cualquier desalojo. Aun bajo la
coordinación de las comisiones delegadas por la Presidencia, los más de cuatro mil miembros de
las nacionalidades Kichwa, Achuar, Shiwiar, Andwa, Sápara, Waodani, Shuar, Secoya, Ai Cofán y
Awá que conviven en este territorio denuncian haber sido estafados con el acuerdo de compra
establecido por el gobierno con la compañía DIERIKON S.A., con el incumplimiento de las
obligaciones del vendedor tras el pago que ya realizaron por 200.000 dólares. Con desconfianza en
las instituciones que debían velar por el cumplimiento del acuerdo alcanzado con el Presidente
Correa y en coordinación con la CONFENIAE, plantean la creación de la “Ciudad Intercultural de las
Nacionalidades Amazónicas” por lo cual exigen que mediante Decreto Ejecutivo, todos los predios
de la Ex Hacienda Te Zulay sean adjudicados con un titulo global y colectivo en calidad de
patrimonio cultural viviente, a los pueblos y nacionalidades posesionarias.

Estas son sólo muestras de la dimensión de los conflictos por la tierra que se riegan por todo el
territorio nacional (sin incluir aun a los miles de campesinos sin tierra que constituyen un
contingente aun mayor de afectados por el silencio del Estado ante la deuda agraria). Mientras
que la Constitución de 2008 prohíbe el latifundio y la concentración de la tierra, y reconoce el
derecho de los pueblos y nacionalidades indígenas a la propiedad inalienable e imprescriptible de
los territorios, el índice de Gini -que mide la desigualdad en una escala del 0 al 1- sigue siendo uno
de los más altos de América Latina con 0,8, y las masiva afluencia de denuncias sobre los conflictos
a los cuales están sujetas las comunas y comunidades indígenas, demuestran que el Estado no ha
hecho avances sustanciales en reconocer y salvaguardar los territorios ancestrales.

La Ley de Tierras Rurales y Territorios Ancestrales adolece de problemas estructurales en


términos de su capacidad para generar cambios en la estructura agraria.

Fuera de lo que podría haberse esperado de una Ley de Tierras Rurales y Territorios Ancestrales
que responda a los principios constitucionales, esta ley adolece de problemas estructurales en
términos de su capacidad para generar cambios en la estructura agraria. Sin una definición clara
de «latifundio» como limite a la concentración de la propiedad máximo se inhabilita en la práctica
la expropiación y el se legitima el monopolio existente. La creación de un Fondo de Tierras,
modelo propuesto por el Banco Mundial, promueve un mercado de tierras como única forma de
acceso a la tierra por parte de los campesinos, mientras circunscribe la redistribución sólo a la
tierra que es patrimonio del Estado, menos del 1% de la tierra, que alcanza solo para cubrir el 3,4%
del déficit real de tierra para redistribución1 (MAGAP, 2010).

A pesar de que constar en su denominación, esta Ley no prevé instrumentos innovadores para
enfrentar los problemas de reconocimiento y legalización de los territorios ancestrales y
comunales, tampoco la necesidad de una actualización y revisión del catastro nacional en base a
los principios constitucionales, ni los mecanismos de articulación interministerial necesarios para
solventar la complejidad de los conflictos expuestos. Este último requisito es insoslayable, puesto
que es imposible destrabar los conflictos de tierra sin que el MAG, MAE, ARCOM y el sistema de
justicia trabajen juntos.

Por último, y como agravante, la institucionalidad definida por la Ley como Autoridad Nacional
Agraria no contempla la participación de organizaciones campesinas, pueblos y nacionalidades, en
la estructura rectora de la política de tierras y responsable de las adjudicaciones, lo cual permite
que se reproduzca la cultura institucional que ha permitido el descrito reparto de la tierra.

Es decir, que en lo que refiere a dar solución a las realidades que configuran hoy el mosaico de la
conflictividad agraria, está todo por hacer. Y avanzar en esa dirección inicia por reconocer los
errores y abusos de poder que han existido.

Está sobre la mesa de diálogo.

1. Según datos del III Censo Agropecuario de 2000, apenas 73.261 has están en propiedad pública,
mientras que el déficit de tierra para los campesinos es de 2.185.000 has de tierra que,
redistribuidas en unidades productivas de 5 has, cubrirían una demanda de 200.000 campesinos
sin tierra y 237.000 con muy poca tierra.

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