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CAPÍTULO SÉPTIMO

LA UNIÓN EUROPEA Y LA LIBERTAD DE CREENCIAS

SUMARIO: I. 1.A UNIÓN EUROPEA Y LA LIBERTAD DE CREENCIAS.– II. EL


TRATADO DE AMSTERDAM Y EL RESPETO A LAS LEGISLACIONES
NACIONALES.– III. EL CONVENIO EUROPEO DE DERECHOS HUMANOS Y LA
LIBERTAD DE CREENCIAS: LA JURISPRUDENCIA DEL TRIBUNAL EUROPEO.– IV.
LOS ESTADOS DE LA UNIÓN: DERECHO INTERNO Y LIBERTAD DE CREENCIAS.– 1.
Estados confesionales o de confesión dominante.– 2. Estados de libertad religiosa.– 2.1.
Separatismo y cooperación.– 2.2. Separatismo y no cooperación.– 2.3. Separatismo y laicismo.

I. LA UNIÓN EUROPEA Y LA LIBERTAD DE CREENCIAS

La Unión Europea, constituida por los Estados miembros firmantes del Tratado de Maastrich
el día 7 de febrero de constituye una nueva etapa en el proceso creador de una Unión cada vez más
estrecha entre los pueblos de Europa, y tiene su fundamento en las Comunidades Europeas,
completadas con las políticas y formas de cooperación establecidas por el Tratado.
El largo proceso de la construcción europea tuvo en Maastrich una etapa más, dirigida a
traspasar el ámbito de la integración económica y a abordar el camino de la integración política.
Superada la idea de crear un Estado Federal, a imitación de los Estados Unidos de América,
los fundadores de la Comunidad fueron conscientes de la imposibilidad de iniciar la construcción de
la Unión por la vía política y optaron por el camino más complejo, pero más seguro, de la
integración económica.
Siguiendo este camino, los primeros Tratados (CECA, 1951; CEEA, 1957; CEE, 1957)
tuvieron un claro contenido económico. La pretensión, según el Informe Spaak, consistía en crear
una vasta zona de política común que constituyera una poderosa unidad de producción, permitiendo
una expansión continua, una mayor estabilidad, un alza acelerada del nivel de vida. Se pone por
tanto en marcha un Mercado Común.
He aquí cómo aparece, en un marco netamente económico la primera libertad individual
personal: el derecho de libre circulación en el ámbito del Mercado Común para aquellas personas
ciudadanas de los Estados miembros. Sería, sin embargo, un error considerar que en estos primeros
Tratados europeos se reconoce ya un derecho fundamental de libre circulación a todos los
ciudadanos como aparece reflejado en la tabla de derechos fundamentales y libertades públicas en
las Constituciones modernas.
La libre circulación intracomunitaria se reconoce a los trabajos asalariados así como a los
profesionales y empresarios. Ciertamente, «el reconocimiento de los derechos a desplazarse
libremente en el interior del territorio de los Estados miembros y a permanecer o residir en
cualquiera de ellos, aunque vinculados a motivos económicos, laborales o profesionales, reviste una
gran importancia. Pero es sin duda anómalo, desde una óptica progresista, que el derecho a residir en
un Estado miembro esté condicionado a que se haya desempeñado en él un trabajo productivo.
O que se reconozca el derecho a entrar o salir, o el de residir, sólo en la medida en que sean
imprescindibles para acceder a un empleo o para desempeñarlo». En el Tratado de Maastrich entre
sus objetivos estaba el «reforzar la protección de los derechos e intereses de los nacionales de sus
Estados miembros mediante la creación de una ciudadanía europea».
La ciudadanía europea se reconoce a toda persona que ostente la nacionalidad de un Estado

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miembro, garantizando expresamente los siguientes derechos:
a) el derecho de libre circulación y residencia dentro del territorio de los estados miembros;
b) el derecho de sufragio activo y pasivo en las elecciones municipales del Estado miembro
en que se resida, así como en las elecciones al Parlamento Europeo.
c) el derecho de protección por las autoridades diplomáticas y consulares dé cualquier
Estado miembro.
d) el derecho de petición ante el Parlamento Europeo.
e) y el derecho de protección del Defensor del Pueblo Europeo.

Se ha establecido así un catálogo cerrado y limitado de derechos de los ciudadanos europeos


que bien pudiera parecer escueto y minimalista en relación con la tabla de derechos fundamentales
reconocidos en las Constituciones estatales. No obstante, se prevé que sin reformar el Tratado se
podrá ampliar este elenco de derechos a través del Consejo Europeo, a propuesta de la Comisión y
previa consulta al Parlamento Europeo.
La parquedad de estos derechos, sin embargo, queda en cierto modo obviada por la
Declaración contenida en el art. F del Tratado, en la que se dice que: «La Unión respetará los
derechos fundamentales tal y como se garantizan en el convenio Europeo para la Protección de los
Derechos Humanos y de las Libertades Fundamentales firmado en Roma el 4 de noviembre de 1950
y tal como resultan de las tradiciones constitucionales comunes a los Estados miembros como
principios generales del Derecho comunitario».
Este reconocimiento constituye una solución ambigua en el debate planteado sobre la
necesidad de elaborar un catálogo propio de derechos fundamentales – tal como hizo el Parlamento
Europeo en 1989 –, o bien la incorporación del Convenio de Roma a la normativa comunitaria o la
simple adhesión al mismo. La fórmula utilizada, aunque no incorpora al Derecho comunitario el
catálogo de derechos contenidos en el Convenio, sí ofrece dos mecanismos de interpretación
valiosos desde el punto de vista jurisprudencial:
a) la integración como principios generales del Derecho comunitario. Los derechos
fundamentales, en cuanto elementos comunes a los ordenamientos constitucionales
(escritos o no) de los Estados miembros, son principios generales del Derecho
comunitario que deben ser interpretados y aplicados en conjunción con el resto de
principios generales del Derecho comunitario que define el propio Tratado» .
b) la misma interpretación cabe hacer, en nuestra opinión, respecto al Convenio de Roma,
pues tal como está redactado el art. F.2 del Tratado la garantía del Convenio y las
tradiciones constitucionales parecen opciones alternativas y no cumulativas.
c) por último, la opción seguida por el Tratado ofrece una cobertura jurídica adecuada a la
praxis jurisprudencial del Tribunal de Justicia que ya venía interpretando la protección de
derechos fundamentales amparándose en el Convenio de Roma.
De todo lo dicho se deduce que por la misma técnica interpretativa reconocida al Convenio,
como principio general del Derecho comunitario o a las tradiciones constitucionales de los Estados
miembros, la libertad de creencias constituye una libertad pública reconocida y garantizada por el
Derecho comunitario.
Baste recordar que el art. 9 del Convenio Europeo de Derechos Humanos declara
expresamente lo siguiente:
«1. Toda persona tiene derecho a la libertad de pensamiento, de conciencia y de religión; este
derecho implica la libertad e cambiar de religión o de convicciones, así como la libertad de
manifestar su religión o sus convicciones individual o colectivamente, en público o en privado, por

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medio del culto, la enseñanza, las prácticas y la observación de los ritos.
2. La libertad de manifestar su religión o sus convicciones no puede ser objeto de más
restricción que las que previstas por la ley, constituyan medidas necesarias, en una sociedad
democrática, para la seguridad pública, la protección del orden, de la salud o de la moral pública o la
protección de los derechos o las libertades de los demás».

II. EL TRATADO DE AMSTERDAM Y LAS LEGISLACIONES NACIONALES

Siguiendo el proceso de construcción europea “paso a paso”, el 2 de octubre de 1997 se


firmaba en Amsterdam un nuevo Tratado por el que se modificaban parcialmente el Tratado de la
Unión Europea, los Tratados Constitutivos de las Comunidades Europeas y determinados actos
conexos.
El nuevo Tratado modifica el art. F del Tratado de Maastrich que antes hemos comentado y
que ahora pasa a ser el art. 6, quedando redactado en la siguiente forma:
1. La Unión se basa en los principios de libertad, democracia, respeto de los derechos
humanos y de las libertades fundamentales y el Estado de Derecho, principios que son comunes a
los Estados miembros (nuevo).
2. La Unión respetará los derechos fundamentales tal y como se garantizan en el Convenio
Europeo para la Protección de los Derechos Humanos y de las Libertades Fundamentales firmado en
Roma el 4 de noviembre de 1950 y tal como resultan de las tradiciones constitucionales comunes a
los Estados miembros como principios generales del Derecho comunitario (sin modificación).
3. La Unión respetará la identidad nacional de sus Estados miembros (modificado, antes
apartado 1).
4. La Unión se dotará de los medios necesarios para alcanzar sus objetivos y para llevar a
cabo sus políticas (sin modificar, antes apartado 3).
Lo dispuesto en el apartado 1 del art. 6 supone un cambio importante en la definición de los
fundamentos doctrinales de la Unión, pudiendo decirse que se supera ampliamente el concepto de
asociación económica para asentar la Unión sobre los pilares de una sociedad democrática donde el
respeto a los derechos humanos y a las libertades fundamentales y al Estado de Derecho se
constituyen en valores fundamentales de la Unión Europea.
Esta mención se articula mejor con lo dispuesto en el apartado 2, es decir, el respeto a los
derechos fundamentales «tal y como se garantizan en el Convenio Europeo para la Protección de los
Derechos Humanos y de las libertades Fundamentales». Si el respeto a los derechos humanos y
libertades fundamenta es constituye un principio básico de la sociedad democrática europea, es
decir, de la Unión, la secuencia de los apartados siguientes indica que el catálogo de derechos y
libertades y su interpretación deberá de hacerse de acuerdo con el Convenio de Roma.
Entre los objetivos de la Unión relacionados con los derechos de los ciudadanos, además de
confirmar su adhesión a los derechos sociales fundamentales, tal y como se definen en la Carta
Social Europea (1961) y en la Carta comunitaria de los derechos sociales fundamentales de los
trabajadores (1989), destacan los siguientes:
a) un alto nivel de empleo y de protección social.
b) la igualdad entre el hombre la mujer.
c) un alto nivel de protección y de mejora de la calidad del medio ambiente.
d) la elevación del nivel y de la calidad de vida, etc.
En conjunto, la Unión pretende llevar a cabo una serie de políticas activas que permitan a los
ciudadanos disfrutar, además de los derechos políticos, civiles y sociales, de los llamados derechos

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humanos de la tercera generación.
En este cuerpo fragmentado de derechos y libertades, que constituyen el fundamento de la
sociedad democrática en que se asienta la Unión Europea, es evidente, como decíamos antes, que se
reconoce el derecho a la libertad de pensamiento conciencia y religión, que está reconocido en todas
las legislaciones nacionales de los Estados miembros, constituye el principio común y básico en esta
materia.
No obstante, este principio deberá conciliarse con lo previsto en la Declaración 11, adoptada
por el Tratado de Amsterdam, cuyo contenido es el siguiente:
«La Unión Europea respeta y no prejuzga el estatuto reconocido, en virtud del Derecho
nacional a las iglesias y las asociaciones o comunidades religiosas en los Estados miembros.
La Unión Europea respeta asimismo el estatuto de las organizaciones filosóficas y no
confesionales».
Partiendo del principio de libertad de creencias, la Unión Europea ha adoptado el criterio de
no interferir en el régimen jurídico vigente en cada Estado miembro respecto a las confesiones
religiosas haciendo compatible, en principio, la libertad religiosa con la confesionalidad estatal o el
laicismo estatal; asimismo respeta y no interfiere en un eventual régimen jurídico desigual de las
confesiones religiosas.
Esta actitud de respeto hacia las legislaciones nacionales en esta materia podrá dar lugar, sin
embargo, a conflictos entre la libertad e igualdad religiosa y el régimen jurídico estatal, así como
entre el derecho de asociación común y el derecho de asociación religiosa.
La inclusión en la misma Declaración de las organizaciones confesionales y de las
organizaciones filosóficas supone una equiparación, desde el punto de vista de la Unión, de todas
aquellas organizaciones cuya finalidad sea ideológica o religiosa y que hoy se suelen denominar
empresas ideológicas o de tendencia.
Sin pretender establecer un régimen común y remitiendo su regulación al Derecho nacional
respectivo, no cabe la menor duda de que el Tratado identifica ambas organizaciones por la
naturaleza y fines de las mismas, concibiéndolas como organizaciones o entidades portadoras de una
propia cosmovisión, que pretenden difundir y propagar entre los ciudadanos.

III. EL CONVENIO EUROPEO DE DERECHOS HUMANOS Y LA LIBERTAD DE


CREENCIAS: LA JURISPRUDENCIA DEL TRIBUNAL DE JUSTICIA EUROPEO

Los diversos movimientos de unificación europea surgidos al final de la Segunda Guerra


Mundial tuvieron un desenlace distinto. La renuncia inicial a una unificación política como
consecuencia de la oposición manifestada desde las soberanías nacionales condujo a la creación de
organismos de integración económica (CECA, CEEA y CEE) con un objetivo final, aunque lejano,
de la integración política, que empezará a encauzarse con el Acta Única Europea (1986) y con el
Tratado de la Unión Europea (1992).
Frente a esta opción, más pragmática y realista, los movimientos federalistas, más
preocupados por la dimensión política que por la integración económica, construyeron un foro más
adecuado a estas pretensiones, como es el Consejo de Europa. Creado por el Estatuto de Londres de
5 de mayo de 1949, consta inicialmente de una Asamblea Parlamentaria y de un Comité de
Ministros.
El Consejo de Europa es un organismo de coordinación entre los Estados miembros, sin
renuncia ni cesión, por parte de éstos de parcelas de soberanía nacional. No es, pues, un organismo
de integración política, sino básicamente un organismo de cooperación, un instrumento para la

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construcción de una comunidad ideológica, sustentada en os tres principios políticos: la democracia
pluralista y parlamentaria, el Estado de Derecho y el respeto a los derechos humanos.
La preocupación por la vigencia real y efectiva de los derechos humanos y de las libertades
fundamentales se vio reflejada un año más tarde con la aprobación del Convenio para la protección
de los derechos humanos y de las libertades fundamentales, firmado en Roma el 4 de noviembre de
1950.
Bajo la inspiración de la Declaración Universal de Derechos Humanos de Naciones unidas
de 1948, los gobiernos de los Estados europeos integrantes del Consejo de Europa deciden
enumerar una serie de derechos y libertades y «tomar las primeras medidas adecuadas para asegurar
la garantía colectiva de algunos de los derechos enunciados en la Declaración Universal».
El Convenio ha sido completado posteriormente con un Protocolo Adicional y varios
Protocolos más, que amplían o modifican el contenido del Convenio firmado en 1950. Desde el
punto de vista del contenido y por lo que aquí interesa, conviene destacar dos aspectos
fundamentales:
A) los derechos y libertades reconocidos, B) los procedimientos y garantías establecidas para
su plena efectividad.

A) Por lo que se refiere al elenco de derechos y libertades, el Convenio reconoce:


1) El derecho a la vida; 2) el derecho a la integridad física y psíquica, con la consiguiente
prohibición de la tortura y de las penas y tratos inhumanos o degradantes; 3) el derecho a la libertad
y seguridad, prohibiendo la esclavitud y los trabajos forzados u obligatorios; 4) derecho a un juicio
justo, con prohibición de condenas por una acción u omisión e imposición de penas no previstas en
la ley; 5) el derecho al respeto de la vida privada y familiar, del domicilio y de la correspondencia;
6) el derecho a la libertad de pensamiento, de conciencia de religión; 8) el derecho a la libertad de
expresión; 9) el derecho a la libertad de reunión, y de asociación y de fundación y afiliación a
sindicatos; 10) el derecho a contraer matrimonio y a fundar una familia.
En el Protocolo Adicional se reconoce el derecho a la propiedad privada y el derecho a la
instrucción, que incluye «el derecho de los padres a asegurar la educación y la enseñanza conforme
a sus convicciones religiosas y filosóficas». En el Protocolo 4 se reconoce el derecho a la libertad de
circulación y a la elección de residencia, la libertad de abandonar un país y a prohibición de expulsar
del mismo. El Protocolo 6 establece taxativamente la abolición de la pena de muerte, salvo en
tiempos de guerra. Los Protocolos núms. 7 y 8 establecen y refieren una serie de medidas y garantías
procesales, así como la igualdad de derechos entre los cónyuges.

B) Respecto a las garantías procesales establecidas para la efectividad de estos derechos, el


Convenio estableció, en un principio, un procedimiento complejo en el que intervenían, con distintas
competencias: a) la Comisión; b) el Tribunal Europeo de Derechos Humanos, y c) el Comité de
Ministros.

Este sistema ha sido modificado sustancialmente por el Protocolo núm. 11 anejo al


Convenio, relativo a la reestructuración del mecanismo de control establecido por el Convenio. El
Protocolo atribuye a un solo órgano – el Tribunal Euro Derechos Humanos – la competencia para
asegurar el respeto de los compromisos que resultan para las Altas Partes Contratantes del Convenio
y de un Protocolo, y en consecuencia su competencia se extiende a todos los asuntos relativos a la
interpretación y aplicación del Convenio y de sus Protocolos (art. 32).
El Tribunal podrá actuar en Comités, integrados por tres jueces; en Sala, compuesta por siete

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jueces, y en Gran Sala, que constará de diecisiete jueces. Se podrán dirigir al Tribunal demandas
individuales o asuntos entre Estados. La demanda individual podrá ser presentada por cualquier
persona física, organización gubernamental o grupo de particulares que se considere víctima de una
violación, por una de las Altas Partes Contratantes, de los derechos reconocidos en el Convenio o
sus Protocolos.
Para presentar esta demanda ante el Tribunal será necesario previamente haber agotado las
vías de recursos internos, tal como se entienden aquí los principios del Derecho internacional
generalmente reconocidos y en el plazo de seis meses a partir de la fecha de la resolución interna
definitiva.
Los Comités se podrán pronunciar sobre la inadmisibilidad de la demanda cuando pueda
adoptarse tal resolución sin tener que proceder a un examen complementario; dicha resolución será
definitiva.
El Tribunal estará integrado por jueces pertenecientes a cada uno de los Estados miembros
(uno por cada Estado). El juez elegido en representación de un Estado Parte en el litigio será
miembro de pleno derecho en la respectiva Sala y de la Gran Sala; en su ausencia, o cuando no esté
en condiciones de intervenir, dicho Estado Parte designará una persona que actúe de juez.
Los mecanismos jurídicos establecidos en el Convenio para garantizar la tutela de los
derechos fundamentales y de las libertades públicas constituyen un auténtico “modelo” en el ámbito
internacional, figurando a la vanguardia de las iniciativas llevadas a cabo por Naciones Unidas o por
otras áreas geográficas, como Asia o América. La eficacia de esta tutela y la calidad de las
Sentencias del Tribunal Europeo han permitido que la jurisprupencia de este Tribunal goce de un
merecido prestigio y reconocimiento.
Esta libertad de elegir o tener una propia cosmovisión es un derecho absoluto que no puede
ser limitado ni por los poderes públicos ni por terceros. En ello se diferencia claramente de la
libertad de manifestación de esta concepción (pensamiento, conciencia o religión). El Convenio
reconoce esta libertad de manifestación, tanto individual como colectiva, pública o privada, a través
del culto, la enseñanza, las prácticas y la observación de los ritos. Sin embargo, esta libertad de
manifestación no es un derecho absoluto, sino un derecho limitado, de tal manera que podrá ser
objeto de las restricciones previstas en las leyes que constituyan medidas necesarias en una sociedad
democrática para la seguridad pública, la protección del orden, de la salud o de la moral pública o la
protección de los derechos o las libertades de los demás.
El Convenio, por consiguiente, reconoce y garantiza la libertad de creencias de manera
semejante a lo dispuesto en la Declaración Universal de Derechos Humanos y el Pacto Internacional
de Derechos Civiles y Políticos, como hemos visto en el Capítulo anterior.

IV. LOS ESTADOS DE LA UNIÓN: DERECHO INTERNO Y LIBERTAD DE CREENCIAS

La invocación del Tratado de la Unión a las tradiciones constitucionales de cada Estado y su


declaración de respeto hacia la misma aconsejan el estudio de las diferentes Constituciones con la
finalidad de conocer esas “tradiciones constitucionales” y verificar su congruencia con el principio
generalmente admitido de la libertad de creencias.
Atendiendo a la ideología propia de cada Estado, reflejada en la Constitución, podemos
clasificar los diferentes Estados en tres grandes bloques: A) Estados confesionales o de confesión
dominante; B) Estados de inspiración laicista ; C) Estados inspirados en el principio de libertad
religiosa.

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1. Estados confesionales o de confesión dominante

Nos referimos aquí a aquellos Estados que, respetando sus tradiciones constitucionales, se
declaran abiertamente confesionales en el propio texto constitucional o al menos reconocen
explícitamente la existencia de una confesión dominante. Responden a estos criterios los Estados de
Dinamarca, Finlandia, Gran Bretaña y Suecia (protestantes) y Grecia (ortodoxa).

a) Dinamarca
La Constitución danesa dispone que «la Iglesia evangélica luterana es la Iglesia nacional
danesa y gozará, como tal, del apoyo del Estado» (art. 4). Como consecuencia de este principio
constitucional «el Rey deberá pertenecer a la Iglesia evangélica luterana».
Las demás confesiones son disidentes y su régimen jurídico se realizará por ley (art. 69). En
la práctica, al no haberse promulgado la correspondiente ley para las confesiones disidentes, se
considera a estas confesiones como asociaciones privadas, al amparo de lo dispuesto en la
Constitución.
Es evidente que este régimen implica una discriminación entre la Iglesia nacional y las
confesiones disidentes, pues aunque éstas obtengan el reconocimiento oficial mediante un acto
administrativo, esto no supone que gocen de ayuda económica del Estado a diferencia de la Iglesia
nacional, financiada con cargo a los Presupuestos Generales del Estado.

b) Finlandia
La Constitución garantiza expresamente que «todos gozarán de libertad de religión y de
conciencia. La libertad religiosa implica el derecho de cada uno a profesar y practicar una religión,
el derecho de dar a conocer sus convicciones y el de pertenecer o no pertenecer a una comunidad
religiosa. Nadie estará obligado a tomar parte en actos de culto religioso contra sus convicciones»
(art. 9).
Junto a esta declaración diáfana de reconocimiento y garantía del derecho de libertad
religiosa la Constitución establece que «se regulará por el Derecho eclesiático la organización y
administración de la Iglesia Evangélica Luterana».

c) Gran Bretaña.
Se parte del reconocimiento expreso de la religión protestante como religión oficial de
Inglaterra y de la exclusión de los papistas de la línea dinástica al trono, no existe ninguna
declaración que garantice el derecho de libertad religiosa de los ciudadanos de Gran Bretaña.
En los textos ingleses de la época y posteriores se consolida el carácter de Iglesia nacional de
la religión anglicana y la discriminación manifiesta respecto a los católicos. En ausencia de un
pronunciamiento especial respecto a la libertad religiosa, las confesiones disidentes actúan dentro
del Derecho anglosajón acogidas al derecho de asociación común.

d) Suecia
La Constitución sueca reconoce que todo ciudadano tendrá garantizado frente a la autoridad
«la libertad religiosa, es decir, la libertad de ejercer sólo o junto a otros la religión propia» (Cap.
segundo, art. 1.6).
Sentado este principio general, sin embargo, se establece que: «Las disposiciones
fundamentales relativas a la Iglesia sueca como tal congregación religiosa y al Sínodo General de
representantes electivos de la Iglesia sueca se dictarán por ley, la cual se aprobará del mismo modo

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que los preceptos principales de la ley orgánica del Parlamento. Se solicitará el parecer del Sínodo
General antes de que se apruebe dicha ley».

e) Grecia
«La religión dominante en Grecia es la de la Iglesia Ortodoxa Oriental de Cristo. La Iglesia
Ortodoxa de Grecia, que reconoce como cabeza a Nuestro Señor Jesucristo, está indisolublemente
unida, en cuanto al dogma, a la Gran Iglesia de Constantinopla y a las demás Iglesias Homodoxas,
observando inmutablemente, como las demás Iglesias, los Santos Cánones Apostólicos y Sinódicos,
así como las tradiciones sagradas.
El concepto de confesión dominante en Grecia significa que la confesión ortodoxa es la
religión oficial del Estado griego; que tiene un estatus jurídico propio y que el Estado procura que la
Iglesia griega goce de un estatus especial no extensivo a otras confesiones.
La Iglesia de Grecia es autocéfala, es decir, tiene jurisdicción propia y es capaz de
administrarse, diferenciándose de las iglesias autónomas en que sólo tienen esta última prerrogativa.
La financiación de la Iglesia de Grecia corresponde al Estado griego.
La Constitución griega reconoce que, junto a la existencia de una confesión dominante, «la
libertad de conciencia religiosa es inviolable.

Respecto a las confesiones disidentes se establece que «será libre toda religión conocida y las
prácticas de culto podrán ejercerse sin restricciones bajo la salvaguarda de las leyes, si bien el
ejercicio del culto no podrá atentar al orden público ni a las buenas costumbres, quedando prohibido
todo proselitismo» (art. 13.2). Sorprende la expresión constitucional religión conocida, de escasa
tradición jurídica y que genera una grave inseguridad jurídica; entre otras cosas, parece dejar al
arbitrio de los poderes públicos la interpretación y aplicación del significado conocida y, por
consiguiente, la facultad de actuar libremente en el Estado griego. Ello conlleva, por otra parte, que
los nuevos movimientos religiosos puedan carecer de protección constitucional, quedando su
legalización al arbitrio de las autoridades administrativas y, en su caso, judiciales.

2. Estados de libertad religiosa

2.1. Separatismo y cooperación

Nos referiremos en este apartado a aquellos Estados que tienen como principio fundamental
la libertad religiosa garantizada con la aconfesionalidad o separación Iglesia-Estado. Este sistema,
sin embargo, es compatible con un cierto grado de cooperación del Estado con la confesiones
religiosas, ya sea a través de la legislación unilateral o a través de Tratados o Acuerdos con las
diferentes confesiones religiosas.

a) Alemania
La Ley Fundamental de Bonn, de 23 de mayo de 1949, declara que: «Serán inviolables la
libertad de creencias, la libertad de conciencia y la libertad de confesión religiosa o ideológica. Se
garantiza el libre ejercicio del culto. Nadie podrá ser obligado contra su conciencia a prestar servicio
militar con las armas. Se establecerán por una ley federal las normas de aplicación» (art. 4).
En estos artículos se establece que no se podrá condicionar ni limitar los derechos y deberes
civiles y cívicos por el ejercicio de libertad religiosa, y serán independientes de la profesión
religiosa el disfrute de los derechos civiles y cívicos, así como la admisión a cargos públicos.

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Se subraya, además, que nadie estará obligado a manifestar su condición religiosa, de tal
manera que las autoridades sólo tendrán derecho a preguntar acerca de la pertenencia de alguien a
una comunidad en la medida en que dependan de ello derechos y deberes o en que lo exija una
elaboración de estadísticas dispuestas por la ley. Del mismo modo, nadie podrá ser obligado a un
acto o solemnidad eclesiástica ni a participar en cultos religiosos o a emplear una forma religiosa de
juramento.
En relación con las confesiones religiosas, la Constitución establece el principio de no
confesionalidad: «No existirá Iglesia oficial», pero a continuación dispone una serie de medidas a
través de las cuales se expresa claramente el principio de cooperación del Estado con las diferentes
confesiones.
a) Se garantiza la libertad de asociación para formar comunidades religiosas, no existiendo
limitación alguna para la agrupación de comunidades religiosas.
b) Se garantiza la autonomía de cada comunidad religiosa, que ordenará y administrará sus
asuntos con independencia, dentro de los límites legales de carácter general, y proveerá sus cargos
sin intervención del Estado o de la comunidad civil.
c) Las comunidades religiosas adquirirán la capacidad jurídica en virtud de las reglas
comunes del Derecho civil.
d) Las comunidades religiosas tendrán la condición de corporaciones de Derecho público en
la medida en que lo hayan sido con anterioridad. Las demás comunidades podrán obtener los
mismos derechos si por su constitución o número de miembros garantizan su permanencia.
e) Las comunidades religiosas que sean corporaciones de Derecho público tendrán derecho a
percibir impuestos sobre la base de la lista de contribuyentes.
f) Las comunidades religiosas que, basadas en ley, pacto o títulos jurídicos, tengan derecho a
prestaciones del Estado serán redimidas por las legislaciones de los Estados.
g) Se garantizan a las comunidades religiosas la propiedad y otros derechos, como la
creación de centros, fundaciones y otros establecimientos destinados a su finalidad de culto,
enseñanza y beneficencia.
h) Se garantiza el derecho de las comunidades religiosas a la prestación de servicios
religiosos y cura de almas en el ejército, en hospitales, establecimientos penitenciarios, con la única
limitación de abstenerse de toda coacción.

b) España
Aunque trataremos más ampliamente la normativa española, es evidente que el art. 16 de la
Constitución española establece claramente un sistema de libertad religiosa y cooperación.

c) Italia
La Constitución italiana "dispone que el Estado y la Iglesia Católica son, cada una en su
propia esfera, independientes y soberanos. Sus relaciones se regulan por los Tratados de Letrán. No
requerirán procedimiento de revisión constitucional las modificaciones de los Tratados aceptados
por las dos partes.
Al mismo tiempo dispone que todas las confesiones religiosas serán igualmente libres ante la
ley. Las confesiones religiosas distintas de la católica tendrán derecho a organizarse según sus
propios estatutos en la medida en que no se opongan al ordenamiento jurídico italiano. Sus
relaciones con el Estado serán reguladas por la ley sobre la base de acuerdos con las
representaciones respectivas.

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d) Luxemburgo
La Constitución del Gran Ducado de Luxemburgo "garantiza la libertad de cultos y su
ejercicio público, así como la libertad de manifestar opiniones religiosas, a reserva de la represión de
los delitos cometidos con ocasión del uso de dichas libertades. Nadie podrá ser obligado a participar
de modo alguno en los actos y ceremonias de un culto ni a observar sus días de descanso. Siendo
obligatorio el matrimonio civil, se dispone que el casamiento civil deberá preceder siempre a la
bendición nupcial.
«Irán a cargo del Estado y se regularán por la ley las retribuciones y pensiones de los
ministros de los cultos religiosos» (art. 106). Este modelo parece inspirarse en el previsto en el
Concordato de 1801 entre Francia y la Santa Sede.

2.2 Separatismo y no cooperación.

a) Austria
La Ley Constitucional Federal de 1929, modificada en diversas ocasiones, garantiza a todos
«plena libertad de creencias y de conciencia». Esta libertad no limitará el ejercicio de los demás
derechos civiles y políticos, pero tampoco admitirá la inobservancia de los deberes de ciudadanía
con el Estado, so pretexto de la religión que se profese. En nombre de la libertad de creencias nadie
podrá ser obligado a realizar actos eclesiásticos ni a participar en solemnidades religiosas.
En cuanto a las asociaciones religiosas, se reconoce que toda iglesia y toda sociedad religiosa
legalmente reconocidas tendrán derecho al ejercicio público común de un culto y dirigirán y
administrarán sus asuntos internos con independencia; permanecerán en la posesión y disfrute de las
instituciones, fundaciones y fondos de su propiedad destinados a fines de culto, enseñanza y
beneficencia, pero estarán sujetas, como toda la sociedad, a las leyes generales del Estado.
A los miembros de las confesiones religiosas no reconocidas se les permitirá el ejercicio del
culto en su domicilio, en la medida en que no sea ilícito ni opuesto a las buenas costumbres.

b) Bélgica.
La Constitución belga garantiza la libertad de cultos y de su ejercicio público, así como la
libertad de manifestar sus propias opiniones en cualesquiera materia, salvo la represión de los delitos
que se cometan con ocasión del ejercicio de estas libertades. Al mismo tiempo se establece que
nadie podrá ser obligado a participar de modo alguno en los actos y ceremonias de un culto
determinado ni a observar los días de descanso de éste.

c) Países Bajos
La Ley Fundamental del Reino de los Países Bajos (1983) garantiza que todos tendrán
derecho a practicar libremente su culto religioso o profesar sus convicciones sobre la vida
individualmente o en comunidad con otros, a reserva de la responsabilidad de cada uno en virtud de
lo que disponga la ley.
La ley podrá establecer para el ejercicio de este derecho, fuera de los edificios y de los
locales cerrados, normas encaminadas a proteger la salubridad, a salvaguardar la circulación y a
combatir o prevenir perturbaciones del orden público (art. 6).
Parece interesante resaltar dos aspectos de este precepto constitucional: a) por una parte, la
equiparación de las creencias religiosas y de las no religiosas, tanto en su dimensión individual
como colectiva; b) por otra parte, la cláusula de limitación del ejercicio de este derecho en lugares
públicos, que puede establecerse legalmente, reconduce de hecho la libertad religiosa al ámbito

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privado, pues no se trata simplemente de una limitación del derecho de libertad religiosa por el
orden público protegido por la ley, sino de una legislación específica que, tomando pie en la salud
pública, la libertad de circulación o, en general, el orden público, puede dejar sin contenido la
manifestación pública de la libertad religiosa.

d) Portugal
La Constitución portuguesa de 1974 declara que será inviolable la libertad de conciencia,
religión y culto. Nadie podrá ser perseguido, privado de sus derechos o eximido de sus obligaciones
o deberes cívicos por sus convicciones o por su práctica religiosa.
Nadie podrá ser preguntado por autoridad alguna sobre sus convicciones o su práctica
religiosa excepto para la recogida de datos estadísticos no identificables individualmente, ni ser
perseguidos por negarse a contestar.
Garantizada la libertad individual en los términos antes marcados, el texto constitucional
establece la separación Iglesia-Estado y la libertad de las comunidades religiosas: «Las iglesias y las
demás comunidades religiosas estarán separadas del Estado y serán libres en su organización y en el
ejercicio de sus funciones y del culto» (art. 41.4).

2.3. Separatismo y laicismo

El paradigma del laicismo es, sin lugar a dudas, el Estado francés. Su influencia, en otra
época importante, ha ido decayendo al sustituir muchos Estados el laicismo por un régimen de
libertad religiosa.
En esta proclamación del laicismo la Constitución francesa de 1958 es sumamente escueta.
En el art. 1 declara que «Francia es una República indivisible, laica, democrática y social que
garantiza la igualdad ante la ley de todos los ciudadanos sin distinción de origen, raza o religión y
respeta todas las creencias».
La segunda referencia se hace en el Preámbulo de la Constitución de 1946 (vigente en la
actualidad), en el que se declara que «es deber del Estado la organización de la enseñanza pública,
gratuita y laica en todos los grados».
La única declaración del derecho de libertad religiosa se remonta a la Declaración de
Derechos del Hombre y del Ciudadano de 1789 (también vigente en la actualidad), en la que se
garantiza que: «Nadie debe ser inquietado por sus opiniones, incluso religiosas, siempre que su
manifestación no perturbe el orden público establecido por la ley» (art. 10).

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