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Material y métodos
Dos revisores evaluaron los estudios parra ser incluidos como así el riesgo
de sesgo y los datos extraídos.
Resultados
Se incluyeron 48 ensayos controlados aleatorizados (6.674 participantes,
15 comparaciones).
El litio fue más eficaz que el placebo para reducir el número de suicidios
(riesgo relativo 0,13) y la mortalidad por cualquier causa (0,38,).
Comentarios
Los autores sostienen que los resultados obtenidos concuerdan con los de
otros estudios de observación previos, pero que ellos extendieron la
aplicabilidad y el poder de la información disponible. Un nuevo hallazgo
es que en las personas con trastorno depresivo unipolar o bipolar, el litio
reduce el riesgo de suicidio y de muertes totales.
La baja tasa de eventos puede reflejar la fama que suelen tener las
personas que se consideran en alto riesgo de suicidio y que no son
normalmente reclutados para los ensayos aleatorizados. Por lo tanto, hay
un error aleatorio sustancial, con la consiguiente variación en las
estimaciones del efecto terapéutico, con intervalos de confianza amplios.
Mecanismo de acción
Las sales de litio venían siendo utilizadas durante el siglo XIX en el tratamiento de
distintas patologías, tanto de tipo orgánico (la gota y el cáncer, por ejemplo), como
de tipo neuropsiquiátrico (epilepsia). Sin embargo, su aplicación en la terapia de
los trastornos afectivos no tendría lugar hasta finales de la década de los
cuarenta, gracias a los interesantes experimentos del psiquiatra australiano John
Cade (López- Muñoz y cols., 1998). Los resultados de estos estudios fueron
publicados en 1949, en un artículo de la revista The Medical Journal of Australia,
titulado Lithium Salts in the Treatment of Psychotic Excitement . Aún hoy, casi
cincuenta años después, las sales de litio, con las precauciones propias de un
fármaco de marcado carácter tóxico (control de la litemia, básicamente),
constituyen el tratamiento de primera elección de las fases maníacas de los
trastornos afectivos bipolares, así como herramientas profilácticas indispensables
en la prevención de episodios cíclicos de la enfermedad maníaco-depresiva.
Por su parte, Kline (1973) aduce otra serie de motivos, entre los que se
encontrarían la desconfianza de los psiquiatras ante una sustancia tan simple, que
se propone para tratar una enfermedad tan compleja como la psicosis maníaco-
depresiva, o la incomprensión de que una sola sustancia sea capaz de mostrar
eficacia tanto frente a la manía como frente a la depresión. Además, señala la falta
de interés comercial por parte de la Industria Farmacéutica ante una sustancia
natural, barata de obtener y no patentable. El abandono del interés por el litio fue
tal, que incluso en la prestigiosa obra Goodman and Gilman s The
Pharmacological Basis of Therapeutics, en su edición de 1960, se afirma: El ion
litio no tiene aplicaciones terapéuticas
El único interés farmacológico del litio
reside en el hecho de que es un ion tóxico.
A mediados de los 60 volvió a renacer el interés por el litio, tanto desde el punto
de vista clínico como de investigación básica, gracias, en gran medida al trabajo
del psiquiatra danés Mogens Schou, quien durante los 50, en el Hospital
Psiquiátrico de la Aarhus University, continuó la labor científica iniciada por Cade,
y estableció definitivamente la eficacia de este ion (López-Muñoz y cols., 1998).
Este fenómeno fue definido por Cade (1970) como rehabilitación farmacológica
del litio. Sin embargo, la aprobación de este fármaco por parte de la Food and
Drug Administration (FDA) no tuvo lugar hasta 1970. Entre los trabajos que
posibilitaron este retorno científico, merecen destacarse los publicados por el
propio M. Schou (1955) y R. Maggs (1963). En ambos ensayos clínicos, controlados
con placebo, se demostró la superior eficacia del litio en enfermos maníacos.
Johnson y Gershon (1968) encontraron que el 78% de 28 pacientes maníacos
tratados con 1,5 2 g / día de litio experimentaron una manifiesta remisión al
cabo de 8 días. Posteriores estudios confirmarían también la superioridad de este
ion frente a la clorpromazina (Platman, 1970; Spring y cols., 1970; Johnson y cols.,
1971), neuroléptico que también había venido utilizándose en el tratamiento de
estos pacientes.
Otra de las utilidades clínicas de las sales de litio se centra en su eficacia en los
casos de depresión refractaria al tratamiento, como herramienta de potenciación
de fármacos antidepresivos. Datos epidemiológicos confirman que un 20% de
pacientes no responden al tratamiento antidepresivo. La adición de litio a estos
pacientes supone una mejoría que oscila entre el 30 y el 90%. Estos hechos fueron
puestos de manifiesto ya en el clásico trabajo de De Montigny y cols. (1981),
quienes observaron que ocho pacientes afectos de depresión unipolar que no
respondieron a un tratamiento de tres semanas con antidepresivos tricíclicos
(amitriptilina, imipramina, doxepina), mostraron un efecto terapéutico positivo a
las 48 horas de adicionarles litio. Estudios posteriores, más amplios y mejor
controlados (Nierenberg y cols., 1990), confirmaron estos resultados. En una
muestra de 75 pacientes deprimidos tratados durante 29 meses con fármacos
antidepresivos, un 48% de ellos reportó una mejoría adicional cuando se les
añadió al tratamiento sales de litio.
El efecto potenciador del litio también ha sido estudiado más recientemente con
antidepresivos de la familia de los inhibidores selectivos de la recaptación de
serotonina (ISRS), como fluoxetina, con resultados aún superiores a los obtenidos
con antidepresivos tricíclicos. Ontiveros y cols. (1991) han constatado que, de un
grupo de 60 pacientes diagnosticados de depresión refractaria al tratamiento, un
60% mejoró al cabo de una semana de adicionar carbonato de litio a un régimen
con fluoxetina, frente a un 57% en pacientes tratados con desipramina, que,
además, fueron respondedores lentos. Aunque el mecanismo de acción de este
efecto sinérgico no está aclarado, se ha hipotetizado con un reforzamiento de la
neurotransmisión serotoninérgica. En este sentido, el litio causa un incremento
presináptico de la función serotoninérgica, debido a un aumento de la recaptación
de triptófano para su conversión en serotonina.
El interés por el litio se reabrió en 1927, cuando se postula la utilidad del bromuro
de litio en el tratamiento de la epilepsia, gracias a las aportaciones de Culbreth,
quien observó que el bromuro de litio era el más sedativo e hipnótico de todos los
bromuros. No obstante, será a finales de los 40, como se ha comentado, cuando
las sales de litio se abran su puerta dentro de la terapéutica de las enfermedades
mentales, aunque algunos autores ya habían adelantado, según relata Johnson
(1984), alguna información en este sentido. Durante el periodo de auge de la
teoría de la diátesis del ácido úrico, se llegó a involucrar a esta sustancia en la
etiología de los trastornos afectivos (incluso se hablaba de una manía gotosa ), lo
que arrastró a las sales de litio en su cobertura terapéutica.
Aunque las sales de litio se han propuesto como alternativa en los fracasos de la
terapéutica anticonvulsiva en el manejo del paciente epiléptico agresivo (Klingman
y Goldberg, 1975), la utilización más contrastada de este fármaco en el marco de
las conductas agresivas tiene lugar en pacientes con retraso mental. Varios
ensayos controlados han puesto de manifiesto la eficacia de las sales de litio en
estos pacientes. Worrall y cols. (1975), mediante un ensayo doble-ciego con 8
mujeres afectas de retraso mental con conductas agresivas, mostró la eficacia del
litio, a concentraciones plasmáticas de 0,6-1,4 mEq/l, en el 50% de las mismas. Por
su parte, Craft y cols. (1987), en otro ensayo doble-ciego, comparativo con placebo
(n=42), encontraron una reducción significativa de la agresividad en el 73% de los
pacientes, frente a un 30% en el grupo placebo. Por último, también se ha
evidenciado la superioridad del litio (niveles séricos entre 0,6 y 1 mEq/l) sobre
placebo en un estudio doble-ciego con reclusos carcelarios afectos de trastorno
antisocial de la personalidad (Sheard y cols., 1976). La disminución de la actividad
noradrenérgica central por parte del litio, así como el aumento de la actividad
serotoninérgica que ejerce este fármaco podría justificar, desde la perspectiva de
la racionalidad, su empleo en el tratamiento de pacientes agresivos (Caley, 1996).
Los efectos inmunomoduladores y antivirales del litio han sido demostrados tanto
in vitro como in vivo (Rybakowski, 1999), lo que ha permitido su empleo en ciertas
infecciones virales, como en el SIDA y, sobre todo, en las infecciones por herpes.
De hecho, algunos ensayos controlados han puesto de manifiesto estos efectos
positivos. Amsterdam y cols. (1990) analizaron, en un estudio retrospectivo, la
actividad antiviral del carbonato de litio (n=177), versus otros agentes
antidepresivos (n=59), en una muestra de pacientes con diagnóstico de trastornos
afectivos. En el grupo del litio hubo una reducción estadísticamente significativa
de la tasa media de infecciones recurrentes por herpes labial frente al periodo
pretratamiento, diferencias que no se observaron en el otro grupo comparativo.
Dentro de los trastornos del movimiento, se han publicado una serie de casos
puntuales, con resultados contradictorios, sobre la eficacia de las sales de litio en
el manejo de la discinesia tardía, sobre todo en la secundaria al uso de
neurolépticos (Yassa y Ananth, 1980). Aunque los resultados, en experimentación
animal, son alentadores, la escasez de estudios controlados en el humano impide
extraer conclusiones definitivas. Unicamente se han aportado resultados
satisfactorios en pacientes depresivos con este tipo de trastorno del movimiento,
administrando conjuntamente carbonato de litio con antidepresivos tricíclicos,
según se concluye del trabajo de Rosenbaum y cols. (1980), que aportan datos de
mejoría en el 58% de los pacientes tratados con la combinación, mediante la
aplicación de la Abnormal Involuntary Movement Scale.
Pautas posológicas
La sustitución del citrato de litio por el carbonato de litio parece ocasionar una
sensible reducción en el número de efectos adversos de tipo gastrointestinal.
En líneas generales, los efectos adversos del litio pueden ser englobables en
cuatro grandes grupos (Alamo y cols., 1997): secundarismos relacionados con la
función renal, problemas dermatológicos, trastornos metabólicos-endocrinos y
neurotoxicidad. En relación con los cutáneos, la terapia con litio puede inducir la
aparición de erupciones psoriasiformes o de psoriasis propiamente dicha, debido
a la inhibición que ejerce este metal sobre la inositol-1-fosfatasa. Como
consecuencia de este hecho, se genera una baja cantidad de inositol libre, que
dificulta los procesos de síntesis de fosfatidilinositoles en las membranas celulares
y, por ende, una disfunción de la actividad de los queratinocitos.
Los efectos adversos neurológicos parten de la acción directa del litio sobre la
adenosina monofosfato cíclica, que origina un aumento de los niveles centrales de
ADH, así como del efecto del metal sobre la TSH y la retención de glucosa a nivel
cerebral. Todos estos mecanismos ocasionan un incremento de la glucosa
intracelular y de la retención de agua, que posibilitan el desarrollo de un edema
cerebral. Existen una serie de factores de riesgo que favorecen la aparición de
neurotoxicidad inducida por litio, dentro de los niveles terapéuticos. Entre ellos,
cabe mencionar la instauración de pautas posológicas ascendentes bruscas, la
administración concomitante de neurolépticos, la preexistencia de alteraciones
electroencefalográficas, una edad avanzada o una especial susceptibilidad
genética. La manifestación clínica más evidente de estos efectos es la aparición de
temblor de oscilaciones finas, que puede dificultar la realización de ciertas
actividades diarias, como beber en un vaso o comer sopa. La administración de
fármacos b-bloqueantes, como propranolol (40-160 mg/día) o metoprolol (50-100
mg/día), contribuye positivamente a reducir la intensidad de este tipo de temblor.