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Carácter social del narrador y de la intriga

Aunque sea muy suelta y esté entrecortada por digresiones y episodios cariocas, la forma
de la novela es biográfica. Ante nuestros ojos pasan las estaciones de la vida de un
brasileño rico y desocupado: nacimiento, ambiente de la primera infancia, estudios de
derecho en Coimbra, amores de diferente tipo, veleidades literarias, políticas, filosóficas,
científicas y, finalmente, la muerte. El trabajo y cualquier forma de proyecto consistente
están ausentes de la jornada. El paso de una estación a otra se da por el hastío, lo cual le
imprime al movimiento la marca del privilegio de clase. Las relaciones son, en estricto
sentido, inciviles, esto es, no se orientan por la igualdad moderna, que sin embargo está
postulada. La volubilidad de Brás aparece, en otras palabras, como el reverso del hecho
de estar eximido de cualquier trabajo o empeño auténtico, y como extensión de la
iniquidad social.
Subordinado al capricho, el catálogo de los fines últimos de la vida burguesa
toma una apariencia rebajada, con un toque de opereta. Así, en lugar de estudios
universitarios, tenemos años de juerga en Portugal; en vez de poesía, las gesticulaciones
literarias de un viudo reciente; y a cambio de política, un discurso parlamentario sobre la
conveniencia de quitarles dos pulgadas a los chacós de la Guardia Nacional, de modo que
se hicieran más ligeros y manejables. La filosofía es representada por reflexiones sociales
inspiradas en peleas de perros, al paso que la invención del Emplasto Brás Cubas hace las
veces de ciencia y libre empresa. Cabe una excepción con respecto al amor, que no sale
disminuido de la novela, puesto que el capricho no contraría su naturaleza: la vida
amorosa del protagonista tiene fuerza y complejidad, aun cuando, desde un punto de vista
romántico, resulte lamentable. Es como si, en las circunstancias brasileñas, caracterizadas
en este caso por la preeminencia de la volubilidad, el amor fuese la única forma disponible
de plenitud y las demás manifestaciones del espíritu estuvieran condenadas a envilecerse.
El acento satírico sugiere que la ciencia, la política, la filosofía, etc., no pasan
aquí de afectación. Pero no por eso dejan de ser presencias activas, indispensables a la
fisonomía del personaje, que no sería él mismo si no aspirara a la gloria, la fortuna, el
saber y algún ministerio. El absurdo de las pretensiones expresa su trastrocamiento
histórico, aunque solo en parte, pues Brás encarna perfectamente el principio de la
subjetividad moderna, que no obedece restricciones y se sabe en posesión de todas las
cosas nuevas que el mundo tiene para ofrecerle (en lo que difiere de un esclavo o, también,
de un arrimado). Con su expansionismo sin fronteras, la volubilidad trae a la novela la
dinámica antitradicional propia de la sociedad contemporánea. Exagerando un poco,
digamos que Brás adapta la ansiedad fáustica a las condiciones locales. ¿Por qué no habría
de quererlo todo un burgués brasileño? En este caso, aun cuando irrespete las
limitaciones, el espíritu negador no impugna las iniquidades consagradas por la Historia;
sin embargo, a juzgar por la conducta del memorialista, sí libra a la clase dominante de
su obligación para con los dominados, lo cual le da una amplitud total a la
irresponsabilidad.
¿Cuál es el futuro de Brás? “Tal vez naturalista, literato, arqueólogo, banquero,
político, o aun obispo…, obispo que fuese, con tal que fuese un cargo, una preeminencia,
una gran reputación, una posición superior”.1 La forma de la novela romántica, ligada a
la autorrealización de un joven y sus vicisitudes, está presente, pero vacía: la igualdad del
deseo ante prioridades tan diversas, así como la disposición a alcanzarlas sin esfuerzo, les
quita el valor a todas. La distancia cómica entre el emplasto y la ciencia, entre el chacó y
la política, es la misma que separa el enredo vago y sin tensión de aquel con un personaje
valeroso y decidido a realizar una empresa.2 Son versiones del contraste (desvalorizador)
entre la sociedad carioca, representada por el primer término de esas comparaciones, y
una sociedad burguesa conforme al modelo, esto es, europea, en la que aquellas
especialidades “profesionales” requieren una carrera y una disciplina específica y no se
reducen a ornato. Sin embargo, las “deficiencias” de Brás no expresan solo una
inferioridad (como en efecto la expresan, desde una perspectiva europea), sino también
la prerrogativa del contacto con la civilización contemporánea (eso desde la perspectiva
brasileña, sea la de las clases excluidas de dicho contacto, sea la de aquellas que gozan
de él).
Hablando de la prosa de las Memorias, observábamos que su impulso está en la
versatilidad asociada a la búsqueda de una “supremacía cualquiera”, donde “cualquiera”
descalifica todas las supremacías a las que pueda referirse. Ahora bien, en el plano de la
fábula encontramos algo similar, expuesto en la conducta del personaje central, cuya

1
Machado de Assis, Memórias póstiumas, p. 150 [trad. al esp.: p. 70].
2
Sobre la función dinamizadora y formal de los personajes de tipo “napoleónico” en la novela realista
europea, véase Georg Lukács. “Dostojewskij”. En Werke, vol. 5. Neuwied: Luchterhand, 1964, y “Balzac
als Kritiker Stendhal”. En Werke, vol. 6. Neuwied: Luchterhand, 1965.

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posición y lógica sociales deben permitirle al análisis dar un paso adelante. En otras
palabras, la malversación del repertorio de aspiraciones del mundo occidental,
aspiraciones necesarias para la configuración de la superioridad pretendida, es un efecto
inmediato del procedimiento narrativo, y una consecuencia mediada del modo de vida de
Brás Cubas, tal como se despliega en la dimensión —entrometida y abusiva por
naturaleza— de la biografía. El resultado, en el primer caso, es agresivamente sumario;
en el segundo es más comprensible, pues envuelve una buena cantidad de observación de
la realidad y verdaderos perfiles sintéticos del estilo cultural del país. Digamos, pues, que
la trama repite en otra escala y en cámara lenta el movimiento que la prosa realiza
aceleradamente y a cada instante. La redundancia, o la confirmación recíproca, es un
ajuste decisivo. Las peripecias están inmersas en el despliegue espiritual que les es propio
mucho antes de producirlo a partir de sí mismas, de lo cual se deriva la impresión
definitiva de que no hay salida, de reincidencia, de maldad consciente.
Más que de un paralelismo sugestivo, se trata de un resultado en el que confluyen
trabajos de orden bastante dispar, como la preparación de un modelo de prosa (esfuerzo
que, a su vez, se da en muchos frentes) y el estudio profundo de al menos un tipo social.
El periplo biográfico de este último deja entrever una constante rítmica que será fijada,
abstraída y glosada. Resulta entonces patente su afinidad con el procedimiento narrativo,
lo que le asegura a la novela cohesión (un hecho estructural) y verosimilitud (un hecho
mimético), además de originalidad formal en sentido estricto, esto es, una organización
producida a partir de circunstancias históricas peculiares, que encuentran en ella una
configuración lógica y una consecuencia que no son evidentes.
La sucesión de los episodios es gobernada por la volubilidad y está desprovista
de necesidad interna. No faltan los deseos, que son vivaces, pero no existe una
continuidad de propósitos, lo que se ajusta bien al personaje central y resulta explicable,
pues el límite del capricho es el hastío. De ahí que la trama, muy original a su modo, sea
errática y débil, que el enredo no esté tensado por conflictos, ya que estos requieren algún
tipo de constancia. La complejidad no está ligada al desdoblamiento de contradicciones,
pues estas son desactivadas por la inconstancia del deseo, sino a las sutilezas y a los ritmos
del cambio inconsciente, del tedio, de la deriva entre las estaciones de la vida. De hecho,
estos asuntos ponen a las Memorias póstumas entre las anatomías modernas de la
voluntad y la experiencia del tiempo, y al margen del territorio propiamente burgués, que
está marcado por los dilemas del proyecto individual. En resumidas cuentas, estamos ante
un despliegue sin núcleo dramático, pero aun así repleto de necesidades de movimiento,

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en la medida en que todos sus momentos se encuentran bajo el imperio del capricho, el
de los personajes tanto como el del narrador. Ante una extraña conjunción, en la que la
vida está llena de satisfacciones y vacía de sentido; en la que la lógica de los momentos,
corta y monótona como el propio capricho, que siempre se repite, subraya el carácter
aleatorio del conjunto; en la que la energía vital de la mediocridad es bastante grande.
Aquí se combinan líneas que la justicia poética no admite ver juntas y cuya discordancia,
agresivamente insatisfactoria, está en el centro del arte moderno. De golpe estamos
expuestos a la hipótesis disonante, y atea, de la vida que puede no tener sentido. La belleza
de estos efectos es esencialmente anticonvencional.
A pesar de la discontinuidad de la intriga, y de la ausencia de curva dramática,
la novela tiene en todo caso su desarrollo. Algo como un movimiento de movimientos
que forma sentido: un ritmo en que el interés del narrador, los personajes y el lector pasa
por ciclos constantemente renovados de animación y hastío, aun cuando el conjunto se
deslice de la vitalidad a la saciedad y la muerte, siempre al margen de cualquier propósito
duradero. Como las demás novelas tardías de Machado, las Memorias terminan en nada.
Esta última puede ser entendida metafísicamente o, a mi modo de ver con más provecho,
como punto de llegada y conclusión, y en ese caso el análisis debe alimentarse de las
experiencias de las cuales aquella nada final pretende ser la suma. (De paso, vale la pena
decir que algunos de los mejores libros brasileños tienen un despliegue análogo,
especialmente Macunaíma, con la extraordinaria tristeza de sus últimas páginas).
Los episodios se ligan unos a otros a través de un denominador común bastante
subrayado, que el lector percibe muy pronto y que lo hace reír: en vez de la continuidad
o los desdoblamientos de una acción, la repetición regular y en formas variadas de una
misma insuficiencia inmutable, propia de la condición humana. Esa insuficiencia se
superpone a los episodios, como si fuera la esencia de estos y de cualquier otro suceso
que pudiera ocurrir. La conclusión parece crítica, pues señala, por detrás de la ilusoria
diversidad de la vida cotidiana, una verdad constante y difícil de digerir. Para la lectura
corriente, la esencia del libro y del pensamiento del autor está ahí. Sin embargo, esa
conclusión es demasiado fácil y enfática como punto de llegada de una novela que por
encima de todo es resbaladiza. Esa misma idea, glosada de forma abundante en teorías,
máximas y apólogos que la interpretan de las maneras más disímiles, es puesta en
entredicho. Lejos de traer sosiego, el absoluto viene a ser tan diverso y controvertido
como la empiria, y también ilusorio, lo cual constituye, naturalmente, un elemento
cómico. Si se les diera crédito a esas explicaciones, la clave de la volubilidad sería o bien

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psicológica, o bien mecánica, o bien naturalista, o bien cristiana, etc. Se trata de doctrinas
incompatibles, pero con un funcionamiento homogéneo, lo que hace de ellas otras tantas
ideologías, o diferencias que no hacen diferencia. Desde el punto de vista literario, esto
es, considerando el movimiento de la obra, su divergencia pesa menos que lo que tienen
en común: el universalismo de la formulación y aquello que ese universalismo postula, a
saber: el hombre abstracto o “en general”. Este último sí es una ideología decisiva, de
cuyas propiedades depende la construcción del libro.
La cuestión es que la “condición humana” funciona de manera diferente según
las relaciones sociales en las que se inscribe. Las variaciones tienen una relevancia
extraordinaria, y de eso depende, como veremos, la riqueza realista de la novela. Tomada
como clave universal, la explicación de la volubilidad pertenece a la esfera del
individualismo abstracto y encierra un a priori sociológico atomizador. De ahí el carácter
invariable de sus conclusiones, que vuelven irrelevante la particularidad de la formación
social y, más específicamente, el antagonismo entre las clases. Vista en contexto, sin
embargo, aquella explicación actúa en sentido inverso y funciona como revelador de
asimetrías. Ante la desigualdad social, el argumento universalista es en sí mismo puesto
a prueba, pues cumple el papel de escandaloso subterfugio, un papel que resulta tanto más
interesante cuanto que su espíritu es ilustrado. A decir verdad, la actividad explicativa
nunca es desinteresada en las Memorias: la satisfacción que le proporciona al sujeto que
explica provoca una nota risueña, pero, al mismo tiempo, su papel engañoso con respecto
a las relaciones de clase provoca una nota abyecta. La dimensión decisiva, tácita y más
difícil de explicitar, es la segunda, cosa que no impide que las dos juntas compongan un
acorde.
Los vínculos sociales que especifican la figura de Brás y a través de los cuales
él se define van surgiendo al vaivén de los episodios. A pesar de la forma discontinua,
aparentemente desprovista de método, la colección de perfiles resulta completa a su
modo, y deja entrever una disciplina dictada por el contenido, por las relaciones que, en
interés de la verosimilitud, no pueden faltar. Así, por lo que hace a los esclavos de los que
abusa, Brás aparece como el pequeño diablo. Una arrimada vieja, que no tiene dónde
caerse muerta, encontrará en él a un protector ahíto de pensamientos mordaces. A la
muchacha pobre, hija ilegítima, le corresponde el joven de buena cuna y aprovechado.
Un cuñado enredado en negocios oscuros, extraficante de esclavos, lo tiene por pariente
comprensivo, capaz de justificarlo y hasta de servirle como intermediario de suministros
a la marina (una componenda de la época). Para la joven en edad de casarse, cuyo padre

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es una influencia política, Brás representa en una sola persona al novio escogido por la
familia y al futuro diputado. Y así sucesivamente.
Vistas en conjunto, se trata de situaciones (y ventajas) fundadas en la esclavitud
y el clientelismo, pero acompañadas por la sombra (determinante) de la norma burguesa
decimonónica. Esta última es la que les da la marca negativa, de cosa incorrecta, pues
genera la imbricación entre satisfacción social e inviabilidad moral, tan conocida por los
lectores de Machado. En otras palabras, el impase ideológico de las élites brasileñas,
discutido algunas páginas atrás, se encuentra transcrito en el andamiaje de los personajes
y los episodios de las Memorias. En el libro, tanto como fuera de él, la forma peculiar
adoptada por la vida del espíritu expresaba la incomodidad y el deleite de participar en la
vida moderna sin renunciar a los beneficios de la iniquidad, esto es, sin pagar tributo al
precepto de la igualdad formal entre los hombres.
Nótese, por otra parte, que, a pesar de la heterogeneidad, todas las situaciones
enumeradas arriba se escudan en el sentimiento familiar. Este les sirve de atenuante y
justificación, con un resultado cómico, naturalmente. Cuando el pequeño Brás le rompe
la cabeza a una esclava, es el hijo querido de su madre y de su padre; cuando expresa
opiniones cínicas sobre la función social de los pobres, el joven capitalista lo hace como
protector de una arrimada; cuando huye de la modesta Eugenia, la única persona con
respecto a la cual alberga buenos sentimientos en su vida, huye en calidad de heredero de
una familia importante, con el deber de hacer carrera, etc. Junto a la norma liberal, y con
una presencia igualmente sistemática, se encuentra aquí una ideología familiar o
familista, fundada en la parentela de tipo brasileño, con su sistema de obligaciones filiales
y paternales que abarca esclavos, dependientes, compadres, afiliados y aliados, además
de los parientes. Esta ideología le confiere familiaridad y decoro patriarcal al difícil
connubio de relaciones esclavistas, clientelistas y burguesas. La condena liberal de la
sociedad brasileña, estridente e inocua, se suma a su justificación a través de la piedad
del vínculo familiar, cuya hipocresía es otra de las especialidades de Machado. Condena
y justificación contribuyen en la misma medida al concierto de voces inaceptables en el
que consiste esta novela.
Queda, pues, clara la intención de sintetizar un tipo representativo de la clase
dominante brasileña a través de las relaciones que le son peculiares. Al enredo le cabe
concretarlas por medio de personificaciones y anécdotas apropiadas. De ahí la
presentación de una variada galería de figuras sociales, que se hace necesaria para dotar
a Brás de realidad. Desde otro ángulo, este abanico de caracteres encierra un sistema de

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posiciones cuyo vínculo con la organización económico-política de la propiedad en Brasil
resulta palpable. Así, el retrato agudo de un tipo obliga a esbozar la estructura histórica
correspondiente. Para darle vida al protagonista, fue necesario traer a escena un elenco de
personajes que, hasta cierto punto, resumiera la sociedad nacional. Y a la inversa, digamos
que Brás es expresión de esta última, lo cual, en vista del ambiente metafísico y
universalista en que se mueve el personaje, requiere algunas explicaciones. Se trata de
observaciones que, dada la obviedad, no valdría la pena hacer con respecto a una novela
realista convencional. Son oportunas en nuestro caso puesto que la técnica narrativa del
primer plano, centrada en la discontinuidad, monopoliza la atención y eclipsa la presencia
de la estructura social, que sin embargo, como nos esforzamos por demostrar, hace parte
de la construcción y no deja de ejercer su poder de determinación, aunque sea a distancia.
La volubilidad de Brás Cubas se muestra en toda su plenitud solamente cuando se
la considera dentro del marco de relaciones “inaceptables”, por inciviles, que la
condicionan. Véase, por ejemplo, el placer malicioso con que el narrador destruye las
expectativas en el mismo momento en que las crea: cuenta la muerte antes de la vida, la
satisfacción antes del amor, el fracaso antes del intento, etc., etc. Las transgresiones de
esta clase son numerosas y esterilizan deliberadamente el enredo. En abstracto, serían
modos de perturbar y atacar el orden convencional. En contexto, sin embargo, dicen más,
y hasta cierto punto lo contrario. Parecen precauciones narrativas para garantizar —¿para
garantizarle a quién?— la improductividad del tiempo, que pasa en vano y deja todo como
estaba. Se trata de despojar los conflictos del potencial que puedan tener desde la
perspectiva del lector. La inversión de las secuencias le quita al dispositivo la capacidad
de producir la curiosidad novelesca y pone al descubierto el mecanismo, en efecto
antilusionista, o crítico, en el plano de la forma. La otra cara de la moneda, no obstante,
es anticrítica, ya que el irrespeto al orden narrativo se sitúa con naturalidad entre las
relaciones inciviles e “inaceptables” mencionadas arriba, a las que de hecho estetiza y les
confiere prestigio. La conversión de la lucidez en irrespeto a la norma y en estímulo al
ejercicio puro y duro del arbitrio es una constante en las Memorias. El objeto evidente de
ese arbitrio es la convención literaria, que sin embargo funciona, como quedará claro más
adelante, en cuanto substituto de las víctimas reales, esto es, los desvalidos.
En la misma línea, obsérvese que ni la vida de Brás, ni tampoco la trama, están
exentas de momentos en los cuales la alternativa romántica, que constituye un horizonte
ideológico siempre presente, parece un giro posible. Basta recordar el entusiasmo por la
gloria académica, o la fascinación por la joven pobre y coja o, en fin, el deseo de arrastrar

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a la bella Virgilia fuera del matrimonio y vivir con ella en algún rincón de Europa.
Ninguno de los tres impulsos será realizado: rápidamente, las juergas del muchacho rico
toman el lugar del estudio, los pensamientos cínicos sobre la inutilidad de los humildes
ahuyentan el sentimiento espontáneo y la comodidad de un adulterio prestigioso sustituye
la quimera de la felicidad anónima en otro continente. En ningún caso se pone el énfasis
en la derrota del potencial individual o en el precio pagado por ella, como exigiría el
romanticismo. Todo lo contrario: se pone en los beneficios obtenidos, en las
satisfacciones que aquellas veleidades derrotadas hubieran impedido y de las que Brás
puede gozar debido a su posición social y a su inconstancia. El interés que lleva al
brasileño adinerado a no renunciar a ninguna de sus ventajas exigía ambas cosas, sacar
provecho tanto como renegar del liberalismo y del romanticismo, según las
circunstancias, de lo que se deriva un cierto ejercicio antilusionista, de talante cínico, que
las Memorias prolongan y exacerban en las afrentas a la convención formal. Vimos el
carácter sistemático de esas afrentas, en cuyas implicaciones se escenifica radicalmente,
hasta las últimas consecuencias y sin eludir extremos de abyección, el desdén de la clase
dominante brasileña con respecto a sus dependientes y a la propia norma burguesa.
De forma análoga, por lo que hace a la intriga, digamos que la naturaleza y la
posición de la crisis resultan insólitas: esta última no tiene carácter dramático, ni se
vincula al momento, que en realidad es despreciado, de la alternativa ideológico-moral;
aparece más adelante, bajo la forma difusa del tedio, justamente ligada a la falta de
necesidad de optar. El tema de la autorrealización individual, con las tensiones y
determinaciones que le corresponden, es relegado a la condición de devaneo. En su lugar,
como ley de movimiento del enredo, aparece la alternancia entre agitación y melancolía,
voracidad e inapetencia, polos que no implican peripecia, y que son indiferentes a la
finalidad de la acción concreta: el individuo queda eximido de su función normativa, la
de portador del sentido de la vida histórica. La novela no busca fijar la contradicción, y
mucho menos la transformación, sino el desgaste progresivo del entusiasmo con el que
un parásito devora su parte en las ventajas de la iniquidad social, cuyo límite no está a la
vista. Con todo, Brás dejaría de ser él mismo si pudiera renunciar a su papel de personaje
moderno y prócer de la ciencia, la filosofía, la política, etc. La oscilación entre esta figura
y la otra, la de socio beneficiario de un sistema de dominio injustificable, es el meollo de
su volubilidad. Así, el impulso narrativo configura el mismo patrón que identificamos en
las situaciones básicas del enredo, entre incivil y progresista, pero se aparta del “atraso”
o el provincianismo de dicho patrón por la elegancia del vuelo y la amplitud de las

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referencias. ¿Qué pensar de esta supremacía? ¿Y si la infinita libertad del difunto autor
no flotara por encima de las vicisitudes de los vivos, como pretende, sino que, al contrario,
fuese una ideología en la que estas encuentran su expresión más favorable? Volvemos,
pues, a la comedia ideológica brasileña, en la que las alternativas románticas y liberales,
y en últimas el conjunto de las ideas contemporáneas, estaban disponibles y gravitaban
de acuerdo a la ley que les imponía el fundamento esclavista y clientelista del proceso
social.
La trama de las Memorias busca anclarse en la historia nacional, así como
significarla, a través de referencias explícitas o escondidas. Ya dijimos algo sobre las
correspondencias estructurales. Sin embargo, no faltan relaciones de otra índole, más
directas. Vamos a seguir aquí los hallazgos de John Gledson, que ha venido mostrando el
papel que tienen en la ficción machadiana algunos episodios políticos destacados, como
la Independencia, la abdicación de don Pedro I, el Golpe de la Mayoría, la conciliación
del marqués de Paraná, la Ley del Vientre Libre, la Abolición y la República. De acuerdo
con Gledson, más que simples puntos en el tiempo, las fechas señalan aquellas cuestiones
históricas de las que extraen su sustancia las peripecias de la ficción y la composición de
los caracteres.3 Llevada al extremo, esa lectura transforma la novela en una alegoría
política. Sin llegar a tanto, veremos que no faltan las correspondencias, que invisten a los
personajes de un potencial alegórico y buscan elevarlos por encima de la irrelevancia o
del orden doméstico de sus conflictos.
Gledson plantea, de pasada, una buena pregunta: ¿y si Brás fuese Brasil, nombre
del cual parece una apócope?4 La cronología de las Memorias es difícil, pero no confusa,
y a veces sugiere ese tipo de aproximación. En la medida en que el crítico británico
prácticamente no escribió sobre Brás Cubas, y que su perspectiva contribuye a nuestro
análisis, daremos por cuenta propia algunos pasos en la misma línea. De hecho, basta
reparar en las fechas para que empiecen a llover las inferencias. Así, el protagonista nace
en 1805, en los últimos años de la Colonia. Su educación, en la que aprende a no observar
reglas y a obedecer solamente su propio capricho, tiene lugar en la época del Rey Viejo,
João VI de Portugal.5 Su primer cautiverio, una pasión “impura” por una española de vida
alegre, coincide con los festejos de la Independencia, en una paradoja que no es fortuita.

3
John Gledson. Machado de Assis: ficção e história. Traducción al portugués de Sônia Coutinho. Rio de
Janeiro: Paz e Terra, 1986, especialmente la introducción y los capítulos sobre Casa velha y Bons dias!.
4
Ibidem, p. 71.
5
Machado de Assis, Memórias póstumas, caps. IX-XIII.

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“Éramos dos muchachos, el pueblo y yo; veníamos de la infancia, con todos los arrebatos
de la juventud”. El paralelo entre el “amanecer del alma pública” y las “primeras auroras”
de Brás, debidas a una dama de malas costumbres, contiene demasiada poesía y la
intención de chocar.6 No es la única profanación en este episodio, y quien quiera sacar las
cuentas encontrará otras. Basta recordar que Brás gastó “treinta días para ir de Rossio
Grande [el lugar de los festejos y del primer encuentro] al corazón de Marcela”, lo que
nos lleva a octubre de 1822, ya que la Independencia fue en septiembre. Recordemos
incluso el célebre “Marcela me amó durante quince meses y once contos de réis”,7 y
llegaremos a marzo de 1824, cuando en el mundo externo don Pedro I ratifica su
Constitución y cierra con ello la aventura liberal de la primera constituyente, cuyo modelo
más sonado había sido la carta española.8 ¿Pero entonces la Constitución y los retozos
con Marcela…? Naturalmente, es bastante grande el riesgo de arbitrariedad en este tipo
de desciframiento. Existe también la tentación de sustituir el análisis formal por la caza
de alusiones históricas o, desde otro ángulo, el peligro de anteponer las intenciones del
autor al resultado artístico efectivo, esto es, transfigurado por la organización ficcional.
Por más que la aproximación esté insinuada, ¿qué dicen Marcela y la Constitución una de
la otra? Muy poco. Aun así, dejando a un lado cuestiones de eficacia literaria, la charada
histórica es importante en la obra de Machado, como vienen demostrando los estudios de
Gledson, y resulta imprescindible tenerla en cuenta, si no se quiere desconocer la razón
de una gran cantidad de pormenores. Sin lugar a dudas, señala la intención de comentar
la historia nacional en clave de inconformismo, aunque prudentemente cifrada y
reservada al pequeño grupo de los lectores atentos o iniciados.
Una vez interrumpidos, a regañadientes, los amores con Marcela, Brás viaja a
Europa a empaparse de la cultura de la época. Son años “de un romanticismo práctico y
de un liberalismo teórico”, vividos “en la pura fe de los ojos negros y de las constituciones
escritas”,9 durante los cuales el personaje recoge “de todas las cosas la fraseología, la
cáscara, la ornamentación”.10 No está prohibido, ni es obligatorio, ver en eso una alusión
al Primer Reinado, al emperador y a la manera en que Brasil, recién salido del encierro

6
Ibidem, cap. XIV.
7
Ibidem, cap. XVII.
8
Octavio Tarquinio de Sousa. A vida de D. Pedro I. Tomo I. Rio de Janeiro: José Olympio, 1957, pp. 240
y ss.
9
Machado de Assis, Memórias póstumas, p. 150 [trad. al esp.: p. 70].
10
Ibidem, p. 157 [trad. al esp.: p. 79].

10
colonial, abrazaba las ideas modernas. Como sea, el paralelismo de los periodos continúa:
la fase europea termina con la vuelta precipitada de Brás, cuya madre está al borde de la
muerte; y, puesto que ella no lo veía hacía ocho años,11 estamos en 1832. Poco después
muere también el padre y Brás queda huérfano, que es como se decía que había quedado
Brasil con la abdicación de don Pedro I en 1831.12 La etapa siguiente, de vida
desperdiciada, disoluta y semirrecluida, coincide con los años de la Regencia y cabe en
el corto capítulo XLVII. Con la Mayoría (1840), Brás viene a darle brillo a la vida de la
corte, en calidad de adalid de la moda y amante “medio secreto, medio divulgado”, de
una mujer elegante de la época.13 El año 1855 lo encontrará como diputado y como
aspirante a ministro; es entonces cuando pronuncia su discurso sobre los chacós de la
Guardia Nacional, posiblemente una alusión a la coyuntura política de la Conciliación
(1853-1857), durante la cual la futilidad de los antagonismos parlamentarios asumió un
carácter programático.14 En el mismo periodo, Brás comienza a prestarle oídos a una
filosofía compuesta de monismo y darwinismo social, campo en el cual se muestra como
precursor, ya que la Escuela de Recife es de finales de la década de 1860. Incluso su
muerte, en 1869, concuerda con el desarrollo del país, pues el declive del Segundo
Reinado data de aquellos años. En el periodo inmediatamente anterior, Brás había
empezado a interesarse por colonizaciones, tasas de cambio, expansión de vías férreas e
invenciones sensacionales, como el emplasto, en una alusión a las nuevas fiebres
especulativas y a las veleidades de estilo norteamericano.
La indirecta política y social es, pues, un método. Con un espíritu análogo, las
referencias a la literatura brasileña indican también, de manera más o menos velada, un
punto de vista heterodoxo sobre la vida del país. Tomemos como ejemplo el episodio de
Marcela, que retoma, sin hacerlo explícito, una situación de Lucíola (1862), de José de
Alencar, a su turno calcada de La dama de las camelias (1848). Paulo Silva conoce a
Lucia en una celebración de Nuestra Señora de la Gloria, “una de las pocas fiestas
populares de la corte”.15 Poco después se reencuentra con ella en una fiesta organizada a
las afueras de la ciudad, en la casa del doctor Sá, un amigo de infancia. Entre otros, están
presentes una “linda españolita” (!) y el señor Rocinha, “libertino precoz, consumido por

11
Ibidem, p. 154 [trad. al esp.: pp. 77-78].
12
Ibidem, p. 180 [trad. al esp.: pp. 116-117].
13
Ibidem, p. 119 [trad. al esp.: p. 25].
14
Ibidem, pp. 277, 282 [trad. al esp.: pp. 272-273, 277-278].
15
José de Alencar. Lucíola. En Obra completa. Vol. I. Rio de Janeiro: Aguilar, 1959, pp. 312-313.

11
el derroche”.16 Con una buena dosis de sufrimiento moral, Lucia se sube en algún
momento a la mesa del banquete y reproduce en vivo los cuadros eróticos que estaban
colgados en la pared.17 Más adelante, Paulo sabrá que ella es pura y que los hombres que
la acusaban de avara no tenían razón. La heroína no solo no guardaba para sí los regalos
de sus admiradores, sino que los destinaba todos a la educación de una hermana. En el
fondo, Paulo también es un muchacho de sentimientos honestos: muy susceptible por lo
que hace al honor y descontentadizo con la poca virtud de las mujeres perdidas a las que
frecuenta.
A pesar de la diversidad de las atmósferas, el paralelo con las Memorias es
innegable. Brás conoce a Marcela “la noche de las luminarias, después de haberse hecho
la declaración de la independencia, una fiesta de primavera, un amanecer del alma
pública”. Poco más adelante se reencontrarán en una “cena de muchachas, en Cajueiros”.
El banquete es presidido por Xavier, “con todos sus tubérculos”.18 Dicho lo anterior,
obsérvese que en el episodio reescrito por Machado la chica es, en efecto, avara y
especialista en desplumar jóvenes. El primer encuentro coincide con la fundación de la
nación, lo cual le confiere una resonancia maliciosa, si es que no alegórica; para llegar a
la “fase imperial”, o de dominio exclusivo, Brás pasa por una “fase consular”, en la que
“el gobierno de Roma” es compartido con Xavier;19 en cuanto a los cuadros vivos,
Marcela, sin ningún sacrificio, hace las poses que su novio le pide: “Eres fantástico —me
decía”.20 El sentido general de la parodia es de desidealización, cosa que todavía no dice
mucho. Brás retoma las circunstancias de Paulo para darles una marca social y psicológica
más verosímil: su actuación es la verdad del otro, la explicitación de la prepotencia y la
hipocresía del joven refinado ante una mujer sin protección familiar y que, a su vez, no
está idealizada. Es como si Machado dijese que, en el fondo, Paulo es Brás, o que el
hombre bueno es, de hecho, bastante abyecto. En ese sentido, lo que hay aquí no es tanto
una parodia, sino la identificación, por detrás del lugar común romántico, de un tipo
social, por lo demás tratado con distancia y brevedad magistrales. El modelo literario,
prestigioso desde el punto de vista ideológico y social, entra como un ingrediente negativo
en la composición de un tipo de la clase dominante brasileña. La inversión es considerable

16
Ibidem, pp. 338, 341.
17
Ibidem, p. 350.
18
Machado de Assis, Memórias póstumas, p. 138 [trad. al esp.: p. 52].
19
Ibidem, pp. 139-140 [trad. al esp.: pp. 54-55].
20
Ibidem, p. 142 [trad. al esp.: p. 57].

12
y depende de la capacidad realista de ver en las representaciones un momento funcional
del proceso histórico. Nada más característico de la independencia literaria de Machado
que este uso desenvuelto y silencioso de las limitaciones intelectuales de su
extremadamente apreciado José de Alencar. ¿Deseo de superar o desmitificar a un
predecesor ilustre? ¿De aumentar la densidad alusiva de la propia obra? ¿De divertir a un
grupito de iniciados?
La búsqueda de fuerzas extraliterarias, tomadas en préstamo del mundo histórico,
es constante y se vale de los recursos más variados, desde la referencia directa hasta la
observación sibilina. Como vimos, la biografía de Brás Cubas y las etapas de la vida
nacional corren parejas; el conjunto de las relaciones sociales dentro de la novela pone de
bulto la estructura social del país en sus aspectos peculiares; situaciones definidas en la
novela brasileña anterior son retomadas y corregidas. La materia histórica sedimentada
en la trama de las Memorias es, pues, significativa, y sería apenas normal que las
dinámicas respectivas pesaran en la interpretación: ¿qué dicen uno de otro los desarrollos
de Brás y Brasil? ¿Qué significa, por ejemplo, el progreso del cuñado Cotrim, que pasa
de contrabandista de esclavos, antes del final del tráfico en 1850, a beneficiario de
negocios oscuros con el arsenal de marina, posiblemente durante la guerra de Paraguay,
entre 1865 y 1870, periodo de grandes negociados y, para Machado, de relativización del
sentimiento patriótico? ¿Indicará eso que el comercio ilícito de esclavos fue sustituido
por formas de comercio igualmente inmorales? ¿Qué pensar del destino de Eugenia,
nacida fuera del matrimonio en 1815, por poco elevada a la riqueza gracias a un capricho
de Brás en 1832 y que al final, en el sesenta y pico, aparece pidiendo limosna en un
tugurio? Considerada en sí misma, esto es, separada de su conexión formal, cosa que
siempre es un artificio, la materia de la novela invita a ese tipo de comprensión, que sin
embargo es limitada por el ciclo más rápido y corto de la volubilidad. Este último cercena
la materia característica de la novela realista, marcada por la Historia y por la dimensión
práctica de la vida, y transforma dicha materia en su opuesto, en sustento de una condición
humana ineluctable. En otras palabras, parece haber una divergencia radical entre la
materia y el principio formal, pues la primera postula una dimensión histórico-social, en
tanto que el segundo afirma una condición metafísica o, al menos, de gran generalidad,
cuyos motivos son más abstractos que aquellos implicados en la materia social, a la cual
no le dan continuidad. A primera vista, la fractura no podría ser más patente.
Paradójicamente, si se considera el conjunto, esa fractura cobra un extraordinario interés
en cuanto regla de composición y unidad.

13
Arriesgando una fórmula cuya realidad está en las variantes, digamos que el patrón
narrativo de las Memorias es el siguiente:
a) Un episodio de acción propiamente dicho, esto es, tomado de la vida de Brás o
de su esfera, en una vena realista. Es un mundo de vecinos, compadres, parientes y
allegados, además de los esclavos. Reinan las relaciones de dependencia y las licencias
de la familiaridad, afables o brutales, y al mismo tiempo, en contradicción con ellas, los
ideales de la civilización burguesa decimonónica, ligados a la autonomía del individuo.
La especialidad de Machado está en las inconsistencias inherentes a esa mezcla, y
particularmente en los malabarismos mentales que permiten conciliar lo inconciliable con
ventaja para el amor propio del sujeto que se quiere hombre moderno.
b) Un episodio intercalado que interrumpe el movimiento del primero, del cual
difiere en asunto y en género. Puede ser un apólogo, una charada, una anécdota, una
reflexión o lo que sea, siempre que envuelva en su seno la preminencia de la imaginación
sobre la realidad. Por lo que significa de irrespeto consciente de parte del narrador, la
interrupción contiene también un dejo de poder soberano, además de reproducir la
discrepancia entre relaciones civiles e inciviles mencionada en el punto a. Así, una vez
cortado el hilo de la acción, se forma el vínculo entre el episodio realista, la anécdota
interpuesta y el gesto narrativo, vínculo que constituye el denominador común y que el
lector va adivinando de a pocos. Se trata de nuestra conocida búsqueda de “una
supremacía cualquiera” y de la consecuente volubilidad, que aparecen como lo
permanente en medio de lo diverso, o como lo esencial en medio de lo contingente. Su
forma es “filosófica” o universalista, es decir, se obtiene mediante la descontextualización
del comportamiento. En otras palabras, es el punto alcanzado por el espíritu una vez que
las circunstancias concretas, en su acepción moderna, esto es, histórico-social, han sido
relegadas. La forma explícita de la narración rebaja el ingrediente realista a la condición
de detalle pintoresco, pues deja la dinámica de dicho ingrediente en un estado informe y
meramente virtual.
c) Un nuevo episodio en vena realista. Al reatar los lazos que lo unen al primero,
este segundo episodio realista subraya el carácter arbitrario de la interpolación. Sin
embargo, como a final de cuentas no le aporta tensión o disciplina a la trama, la
continuación resulta, a su vez, gratuita. Esta última también se integra a la narración a
través de la reiteración de la volubilidad, el común denominador abstracto, y ayuda así a
afianzar la primacía de este. Los condicionamientos prácticos de la acción, que le dan un
carácter realista al episodio, quedan relegados y desaprovechados, es decir, no llegan a

14
desembocar en la continuidad manifiesta del movimiento. No obstante, con la repetición
del ciclo, se invierte la relación entre lo esencial y lo inesencial, sin que pueda señalarse
el momento preciso de la inversión. El denominador común permanece igual a sí mismo,
mientras que la dimensión “circunstancial” de las anécdotas gana volumen hasta formar
el ambiente histórico-social de aquel, que será visto, interpretado y juzgado,
precisamente, a la luz de dicho ambiente. Así, la forma evidente de las Memorias es
delineada por el movimiento, o mejor, por la futilidad del narrador; ya en el segundo
plano, el hechizo se vuelve contra el hechicero y, aunque haya sido desvalorizada, la masa
de las circunstancias resulta determinante. La relevancia de estas, por definición, se le
escapa a la voz narrativa, que por eso mismo queda desacreditada. De ahí la presencia
poderosa y difusa, sin contornos fijos, de la materia social, la existencia que pesa e
influye, pero que no se ve reflejada en una formulación. Se trata, en otras palabras, de
un libro escrito contra su pseudoautor. La estructura es la misma de Don Casmurro: la
denuncia de un prohombre prototípico de las clases dominantes se lleva a cabo en la forma
perversa de la autoexposición “involuntaria”, o sea, en la forma de la primera persona del
singular usada con la distancia y la hostilidad que, por lo general, se reserva a la tercera
persona. La clave del procedimiento está en la limitación calculada de los puntos de vista
del narrador con respecto a los materiales que él mismo presenta. El efecto es tanto más
insidioso cuanto que los recursos ideológicos y literarios más preciados por la víctima
son usados por Machado con una maestría absoluta, lo que, por otro lado, hace confusa
la semejanza entre crítica feroz y apología.21
Nada es tan contrario a la volubilidad como la planificación. Sin embargo, vimos la
envergadura enciclopédica que asume el narrador; vimos el cuasisistema de las
actividades ilustradas (arte, ciencia, filosofía, amor, política) a las que el personaje les
dedica su atención; y vimos también el elenco de figuras y episodios escogidos a dedo
para que Brás demuestre sus verdaderas cualidades, o mejor, para que salgan a la luz las
consecuencias históricas y espirituales de la volubilidad bajo las circunstancias
brasileñas. Se trata, por lo tanto, de una trama que, más que al desarrollo de una acción,
sirve a la exposición metódica de un modo de ser, y que hace suponer la presencia de un
narrador por detrás del narrador, un narrador interesado en consecuencias, lo contrario,
en suma, de un narrador voluble. La cuestión es hacer que la narración explore un

21
La cuestión fue tratada ampliamente por John Gledson. The Deceptive Realism of Machado de Assis.
Liverpool: Francis Cairn, 1984. Véase también Silviano Santiago. “Retórica da verossimilhança”. En Uma
literatura nos trópicos. São Paulo: Perspectiva, 1978.

15
conjunto discriminado de relaciones, cosa que implica la distancia y la visión de la
totalidad propias de la novela realista. Obviamente, Brás traba esas relaciones cruciales
como por casualidad, sin quebrantar su inmediatez, a pesar de lo cual ganan en
envergadura, justamente, gracias a que el trayecto ha sido bien estudiado. ¿Será esta una
inconsistencia estructural? En resumidas cuentas, ¿es o no es voluble el narrador?
Volveremos sobre esa cuestión y trataremos de interpretarla. Por ahora, baste con
observar que la volubilidad no está sola en cuanto principio compositivo, aun cuando
ocupe todo el primer plano. A su lado, casi invisible, pero como el trasfondo indispensable
para que ella se destaque, se encuentra el discernimiento histórico y social del novelista.

16
La suerte de los pobres

Eugenia

Un joven vio una rosa


Vio la rosa en el prado.
Goethe, “Heidenröslein”

[…] es pobre […], debe por lo tanto ser susceptible.


José de Alencar, Sonhos d’ouro

“La flor de la espesura”, cuyo encanto no es producto de artificios o linajes, es una figura
cara a las Luces, al romanticismo y al sentimiento democrático de la vida. La expresión
sirve de título a un pasaje capital de las Memorias, en el que, sin embargo, tiene un
segundo sentido, contrario al primero. Designa con desprecio a la muchacha nacida por
fuera del matrimonio, concebida atrás del arbusto, en el matorral, por decirlo así. El
conflicto de las acepciones resume el tenor ideológico del episodio, y la grosería del juego
de palabras anuncia los extremos hasta los que llegará la narración.
Eugenia y Brás viven un corto idilio campestre. Ella es hija natural de doña
Eusebia, una solterona que frecuentaba la casa de los Cubas en condición de inferior; él,
un joven adinerado de la familia que ya conocemos. El episodio tiene lugar en la Tijuca,
a donde Brás había ido en busca de retiro. Las circunstancias, los protagonistas y el
obstáculo social hacen esperar un enredo romántico, que en efecto despunta, pero que
tiene un final de otro carácter.
Para recibirlo, Eugenia se despoja de los afeites acostumbrados y aparece sin
aretes, broches o pulseras. Es una solución poética y exigente, dictada por la
susceptibilidad. Al recalcar las diferencias materiales, ella corta las fantasías de igualdad
social y demuestra que conoce su lugar; sin embargo, resulta claro que el gesto tiene un
sentido adicional, pues prescindir de las fruslerías externas es al mismo tiempo recordarle
a Brás la igualdad esencial entre los individuos y prohibir que la trate como inferior. Son
cálculos severos, a los que en todo caso no les falta un sentido de seducción: para una
sensibilidad ilustrada, el desprendimiento y la gracia natural son los mayores adornos, por
encima de las circunstancias económicas.
El doctor Cubas, veterano de años de “romanticismo práctico y liberalismo
teórico” en el viejo continente, no permanece insensible. Aprecia la dignidad de Eugenia,
más allá de su nacimiento irregular y su precaria situación, y corre el riesgo de “amar de
veras”, es decir, de igual a igual, y casarse. Al mismo tiempo, siente escalofríos de hacerle
un hijo natural a la muchacha mal nacida. En el primer caso, el amor lo llevaría a superar
las prevenciones familiares y de clase, y a reconocer la igualdad de derechos de las
personas, o al menos de las personas libres. En el segundo, cuya abyección está
determinada por el reconocimiento previo de la dignidad de la muchacha, se trata de
irrespetar esa igualdad y disfrutar las ventajas de la riqueza y la posición propias, que son,
naturalmente, complementarias de la pobreza y la falta de estatus de ella.
Comentando la reserva de Eugenia, habíamos observado un vaivén correlativo,
pues ella acepta su condición inferior (lo cual deja a Brás en una posición superior) y
también afirma, aunque con más discreción, su absoluta dignidad personal (lo cual exige
respeto y no excluye el amor y un matrimonio en sociedad). Así, entre el comportamiento
de él y la situación de ella se da una correspondencia estricta, y las vacilaciones
respectivas se engranan y retroalimentan como partes de un sistema práctico, histórico y
ficticio a la vez. La relación implica un juego de posibilidades objetivas, que son
explotadas por Brás y que, al mismo tiempo, configuran su modo de ser. Este último, por
su parte, se formaliza en la dicción del libro: en efecto, la volubilidad maliciosa del
narrador, que a cada momento postula y viola la norma, sea esta literaria o no, lleva a
cabo un movimiento con referencias ideológicas similares. Ahí reside la unidad entre la
observación social, el esquema dramático, el tipo de personajes, y el modelo y la
perspectiva de clase de la prosa.
La forma literaria y la relación social injusta responden estrictamente la una a la
otra, de suerte que el examen de cada polo redunda en la fijación de las dimensiones del
polo opuesto. La discriminación histórica de la materia tratada es, en este caso, una
exigencia de la observación crítica. Todo está en diferenciar al máximo y en no disolver
la particularidad sociológica del idilio en el arquetipo de la muchacha pobre y el joven
rico.
De hecho, Eugenia no es lo que se dice propiamente pobre. Habiendo sido
educada alrededor de un mundo adinerado, ella puede hasta casarse bien y convertirse en
una señora. Pero puede también terminar, como termina, pidiendo limosna en un tugurio.

18
¿De qué depende el desenlace? De la simpatía de un muchacho o una familia pudiente.
En otras palabras, de un capricho de clase dominante. Ese era el punto neurálgico para
quien, como casi todo el mundo, tenía noticias de los Derechos del Hombre; un punto
agravado todavía por lo extremado de la alternativa entre ser una señora y ser una
mendiga. En la medida en que no había un fundamento práctico para la autonomía del
individuo que carecía de medios (a causa de la esclavitud, el mercado de trabajo era
incipiente), el valor de la persona dependía del reconocimiento arbitrario y, en caso de
una oscilación del ánimo, humillante por parte de algún propietario. En ese sentido, creo
que no exagero si digo que Eugenia, entre otras figuras de tipo semejante, encarna la
situación general del hombre libre y pobre en el Brasil esclavista.
Al no ser propietarios ni esclavos, estos personajes no se cuentan entre los
elementos fundamentales de una sociedad que los pone ante una situación ideológica
desconcertante. Su acceso a los bienes de la civilización, dada la marginalidad del trabajo
libre, solo se da a través de la benevolencia eventual y antojadiza de individuos de la clase
acomodada. Así, si no encuentran algún tipo de protección, los pobres se ven abocados a
vivir a la buena de dios, por encima de todo apartados de la esfera material e institucional
del mundo contemporáneo. A su vez, este último, modelado en los países señeros de la
Revolución burguesa, es por principio contrario a esa misma protección que, en Brasil,
constituye el boleto para entrar en él. En otras palabras, la participación de los pobres en
la cultura moderna se daba al precio de una concesión ideológica y moral de peso, que
podía ser elaborada por ellos de muchas maneras, pero no evitada.
No es exagerado, por lo tanto, decir que el favor personal, que incluía una cuota
inevitable y ya entonces imperdonable de capricho, es puesto en primer plano por la
propia estructura social del país. Era apenas natural que la singular maraña de
humillaciones y esperanzas relacionada con este cuadro se volviera central en la novela
brasileña, una buena parte de la cual puede ser estudiada como exposición y exploración
minuciosa de los dilemas respectivos. Como sea, justamente en relación con esta forma
específica de desvalimiento cobra toda su relevancia la volubilidad, que es percibida y se
percibe a sí misma como el poder social que le reserva al otro, en cuanto posibilidades
reales, tanto la suerte enorme de ser cooptado (aquí, el matrimonio desigual), como la
humillación del dependiente o la indiferencia moderna frente al conciudadano (que sin
embargo no es de veras ciudadano y no tiene medios para sobrevivir). El espectro de los
destinos disponibles, cuya amplitud es vertiginosa y catastrófica para los pobres,
constituye, para los propietarios, el campo de opciones abiertas para el ejercicio del

19
capricho. Ante tamaña desproporción, no es de extrañar que este último desarrolle una
percepción exaltada de sí mismo y de la propia relevancia que lo hace brillar plenamente.
Y a la inversa, la exposición de los pobres a la búsqueda desordenada de supremacías
imaginarias y al poder efectivo de dicha búsqueda da la medida exacta de su
desprotección.1
[Espacio en blanco]
Algunos días después de recibir el primer beso de Eugenia, el muchacho se
acuerda de su padre, de las obligaciones de hacer carrera, de la Constitución, de su
caballo, etc., y decide volver a Rio. La señal le llega de una voz interior que le cuchichea
palabras de la Escritura (“Levántate y entra en la ciudad”, Hechos 9:7).2 Brás entiende el
consejo divino a su modo y concluye que, en este caso, la ciudad debía ser la capital y
que era el momento de escapar de la muchacha. Donde el Pablo bíblico se había
convertido de flagelo en apóstol de los cristianos, su émulo brasileño se desconvertía de
la tentación ilustrada para hacer hincapié en la iniquidad oligárquica. Recordaba los
preceptos oídos a su padre: “es preciso continuar nuestro nombre, continuarlo e ilustrarlo
todavía más. […] Teme la oscuridad, Brás; huye de lo que es ínfimo. Mira que los

1
La peculiar posición de los pobres en el Brasil rural fue glosada con frecuencia a lo largo del siglo XIX.
“La clase agricultora, que no puede gastar los capitales necesarios para tener un terreno propio, vive
agregada a los grandes poseedores del suelo, y por un contrato de suyo precario, esto es, puede ser
desalojada cuando a bien convenga al dueño de la tierra”. Y en contrapartida, la adhesión política mediante
el voto: “Los grandes poseedores del suelo consienten todavía a los agregados porque nuestro sistema
electoral así lo exige”. L. Peixoto de Lacerda Werneck. Ideias sobre colonização. Rio de Janeiro: Eduardo
e Henrique Laemmert, 1855, pp. 36 y ss. O según la síntesis de Nabuco: “Una clase importante, cuyo
desarrollo es impedido por la esclavitud, es la de los labradores que no son propietarios y, en general, la de
los moradores del campo o del sertón. Ya vimos a lo que se encuentra, infelizmente, reducida esa clase, que
forma la casi totalidad de nuestra población. Sin independencia de ningún orden, viviendo al azar del
capricho ajeno, las palabras de la Oración dominical: Dadnos hoy nuestro pan de cada día, tienen para ella
una significación concreta y real. No se trata de obreros que, expulsados de una fábrica, hallen lugar en
otra; ni de jornaleros que vayan al mercado de trabajo a ofrecer sus servicios; se trata de una población sin
medios ni recursos, enseñada a considerar el trabajo como una ocupación servil, que no tiene dónde vender
sus productos, apartada de la región del salario —si acaso existiera ese El Dorado en nuestro país— y que
por eso mismo tiene que resignarse a vivir y criar hijos, en las condiciones de dependencia y miseria en que
le está consentido vegetar”. Por debajo de la clase de los labradores aparceros se encuentran todavía otras
“que no tienen nada de suyo, moradores que no tienen nada para venderle al propietario, y que llevan una
existencia nómada y segregada de todas las obligaciones sociales, como al margen de toda la protección
del Estado”. Joaquim Nabuco. O abolicionismo. Rio de Janeiro: Vozes, 1977, pp. 159-160. Se encuentra
una sistematización sociológica en el buen libro de Maria Sylvia de Carvalho Franco. Homens livres na
ordem escravocrata. São Paulo: IEB, 1969 (4a ed. São Paulo: Unesp, 1997). El alcance del tema para la
comprensión de aspectos decisivos de la ficción brasileña fue establecido por Antonio Candido. “Dialética
da malandragem”. En O discurso e a cidade. São Paulo: Duas Cidades, 1998.
2
Machado de Assis, Memórias póstumas, p. 170 [trad. al esp.: p. 102].

20
hombres valen por diferentes maneras, y la más segura de todas es valer por la opinión
de los demás hombres. No desperdicies las ventajas de tu posición, de tus medios…”.3
¿Cuál es el sentido de este comportamiento? Por lo que hace a la intriga, el
episodio termina, sin mayores desdoblamientos o revelaciones, con la partida de Brás. Un
final perfectamente común, que no podía ser más deslucido, ni más característico. El
efecto crítico está en la frustración del deseo novelesco del lector, pues Eugenia,
conociendo la situación, reprime el sentimiento y sale de escena en silencio. Dada la
asimetría de las relaciones, en las que, por las razones expuestas, la mujer pobre no es
nadie, todo se limita a la decisión del propietario, a la que no hay nada que agregar. Desde
este punto de vista, la reducida extensión de la fábula expresa una correlación de fuerzas,
y reitera la cara impasible del poder. Con todo, ni siquiera por eso dejan de existir los
Derechos del Hombre y el siglo XIX. Las posibilidades que Brás rechaza en la práctica y
que, por lo tanto, son excluidas del enredo están vivas en su espíritu de individuo
moderno, donde se recomponen de acuerdo a la situación. Basta añadir al episodio las
repercusiones morales que, lógicamente, le corresponden en el ámbito del hombre
ilustrado, el hombre que se encuentra en el polo dominante de la relación, y veremos
surgir un retrato social cuya elocuencia no tiene paralelo en la literatura brasileña.
El idilio transcurre bajo el signo de cuatro mariposas. La primera, un símil de los
devaneos de Brás, anuncia el tema. La segunda, hecha de oro y diamantes —¿una
insinuación?—, es puesta en el pensamiento de Eugenia por las cortesías del joven rico.
La tercera, grande y negra, entra en el balcón donde están reunidos doña Eusebia y los
dos muchachos. La buena señora y la hija se asustan, quizá por superstición, con lo cual
le proporcionan al doctor Cubas el placer de sentirse fuerte y filosófico, mientras espanta
el insecto con un pañuelo. La misma tarde, al cruzarse con la chica, Brás nota que lo
saluda de igual a igual. Supone que unos pasos adelante ella volteará la cabeza para
mirarlo, pero eso no sucede. La decepción no deja de irritarlo y constituye el contexto en
el que adquiere sentido la cuarta mariposa, también grande y negra, que aparece al día
siguiente en su habitación. Inicialmente, el insecto es bien recibido, pues trae a la memoria
la escena de la mañana anterior, las bonitas maneras de la muchacha tratando de ocultar
el susto y, sobre todo, el papel elevado que le había correspondido al caballero.
Enseguida, la mariposa cambia de significado, tal vez porque se queda quieta y continúa
moviendo las alas con suavidad. Ahora representa, para Brás, la persistencia de Eugenia

3
Ibidem, p. 162 [trad. al esp.: pp. 89-90].

21
en el recuerdo, además de la falta de actitud subalterna que el día anterior le había causado
aborrecimiento. Él siente “una crispación de los nervios”4 (forma aguda de la volubilidad)
y, echando mano de una toalla, termina con el asunto.
La brutalidad de la conclusión prefigura el desenlace del idilio, que en aquel
punto apenas si había comenzado. Aplicado a un ser inofensivo, el golpe mortal desnuda
un aspecto (metódicamente aleatorio) del dominio de clase. El contenido de la relación
social se extiende hasta la relación con la naturaleza: la dignidad natural (o civil) de
Eugenia, que no trae consigo las marcas de la subordinación a la oligarquía, vuelve odiosa
la espontaneidad en cualquier plano, incluso el de las mariposas. Y como la naturaleza
también existe dentro de nosotros, es innegable que, además de dirigirse contra el insecto
y contra la muchacha, el golpe buscaba sacudir, en el propio interior de Brás, el respeto
espontáneo por el valor del otro.
A esta altura, el lector de las Memorias debe haber notado que omitimos una
particularidad decisiva del episodio, aquella en la cual se concentra lo esencial de las
reacciones de Brás: el defecto físico de Eugenia. En efecto, además de ser hija natural y
de carecer de fortuna, la muchacha es coja. Hay que advertir, sin embargo, que Brás solo
se da cuenta tarde, cuando la dignidad de Eugenia ya lo había incomodado hasta el punto
de llevarlo a golpearla simbólicamente. En otras palabras, la lógica y el desenlace del
episodio han sido fijados en función de la inferioridad social, la imperfección natural
conocida posteriormente no afecta el curso de la situación. No obstante, las cavilaciones
de Brás girarán, precisamente, alrededor de la inferioridad física. Los malos sentimientos
que le inspira la desigualdad de clase serán descargados sobre la deformidad natural y,
más importante aún, la iniquidad social será vista por él a través del prisma de los
desaciertos irremediables de la naturaleza, de los que nadie puede ser culpado.
¿Cómo entender esta sustitución? Por lo general, la naturalización de las
relaciones históricas está al servicio del conservadurismo. Su conveniencia en este caso
es patente, ya que la situación social de la muchacha es un problema para la conciencia
de Brás, mientras que el defecto físico es un dato definitivo y, en ese sentido,
reconfortante. Las cosas, sin embargo, son más complejas, pues es claro que el defecto
de la pierna no le impediría a Eugenia ser una esposa perfecta. Así, además de no ser
verdadera, la razón alegada no convence, y determina el clima de evasivas y disculpas
absurdas, en el límite de la provocación, que resulta esencial para la grosería (estudiada

4
Ibidem, p. 165 [trad. al esp.: p. 95].

22
hasta el más mínimo detalle) de estos capítulos. La explicación socarrona, que no pretende
justificar nada sino significar la realidad del poder, es aquí un elemento de bajeza entre
otros. De hecho, la decena de páginas en las que aparece Eugenia, el único personaje
íntegro del libro, constituyen un minucioso ejercicio de infamia. La crueldad es tanta, tan
deliberada y atenta a los detalles, que el lector difícilmente la asimila en toda su extensión.
Es como si el exceso de estos pasajes impidiese la percepción de su extrañeza. Debemos
intentar no reducirla al caso psicológico —el elemento de sadismo es evidente— y ver en
ella un desdoblamiento verosímil del orden social que estamos buscando caracterizar. Se
trata de las coordenadas del conflicto social que les confieren transparencia e integridad
artística a los abusos del narrador-protagonista.
Ya mencionamos la lectura peyorativa de una expresión tan inocente como “la
flor de la espesura”. Un capítulo vecino, en otra muestra de impiedad, se llama “Coja de
nacimiento”. Cuando jura “por el muslo de Diana”5 que no pensaba hacerle mal a
Eugenia, es evidente que Brás busca excederse, e incluso ir más allá de cualquier límite.
En todos los casos están en juego los derechos de la muchacha y, a través de ellos, la
visión liberal, ilustrada y romántica del individuo, que viene a ser irrespetada por el
protagonista con una deliberación exasperada. Y no por satanismo (si bien estas páginas
dependen de Baudelaire), sino por su condición de miembro de la clase dominante
brasileña, para la cual aquella visión constituía una referencia obligatoria, aun cuando se
supiera que carecía de realidad local y se viviera la contradicción como un destino y un
motivo de irritación permanente. El desplante llega al paroxismo en el capítulo dirigido
“A un alma sensible”, donde el cinismo de Brás se vuelve abruptamente contra el lector
y pasa a la agresión directa, mandándolo a que limpie sus anteojos —“que a veces es cosa
de anteojos”6—, presuntamente empañados de lágrimas inútiles, derramadas sobre el
destino de la buena Eugenia. Así, el exorcismo del sentimentalismo liberal y la evocación
de la realidad del privilegio se completan dando el paso a las vías de hecho contra el
lector, que es obligado a sentir en carne propia el aspecto ultrajante de la volubilidad
narrativa y de la forma de poder que le sirve de resorte.
“Palabra que la mirada de Eugenia no era coja, sino derecha, perfectamente
sana”.7 La malicia de la frase está en el juramento inicial, que lleva a suponer un lector

5
Ibidem, p. 170 [trad. al esp.: p. 101].
6
Ibidem.
7
Ibidem, p. 168 [trad. al esp.: p. 98].

23
abyecto (mon semblable, mon frère), reacio a imaginar que un defecto en la pierna no
venga acompañado de una disminución de la persona. Esta suposición de complicidad
tiene un propósito injurioso, en el cual, de hecho, se explicita el carácter agresivo de los
innumerables gestos de familiaridad con el lector a lo largo del libro. Con todo, si
observamos con atención, notaremos que el juramento no está destinado solamente a
persuadir a la platea. También es dicho hacia dentro, y entonces expresa más embarazo
que sorpresa, y funciona como una interjección interior. ¿Por qué habría de ser inoportuno
que el espíritu de Eugenia no se mostrase inferior? El párrafo que sigue comienza con una
exclamación análoga, que desenvuelve la anterior: “Lo peor es que era coja”. Peor designa
un inconveniente más grande que los demás, que son enumerados enseguida: “Unos ojos
tan luminosos, una boca tan fresca, una compostura tan señoril”.8 Estas prendas, que son
lo que Brás retiene, se transforman naturalmente en algo negativo en la medida en que
pertenecen a una criatura pobre y en que le crean un impase moral y sentimental al hijo
de familia. Retengamos estos tres puntos: a) el fondo de la cuestión es efectivamente de
clase, y el defecto físico no pasa de algo añadido que le sirve al narrador-protagonista de
coartada; b) en el contexto del dominio de clase, los triunfos humanos de los inferiores
son vistos como otros tantos infortunios; c) la conveniencia momentánea del personaje
voluble es ideológicamente productiva y engendra formas de ver y de hablar que la
expresan con precisión, aun cuando sean disparates a la luz de un criterio ilustrado. Este
tercer punto se ejemplifica una frase después: “¿Por qué bonita, si coja? ¿Por qué coja, si
bonita?”. En otras palabras, si el universo fuese ordenado de manera razonable, las
jóvenes cojas (pobres) no serían bonitas y las bonitas no serían cojas (pobres). Se trata de
la armonía universal, pero concebida a partir de la más inmediata conveniencia particular,

8
En Sueños de oro, que Machado seguramente leyó con atención, Alencar ya había intentado vincular el
remordimiento de clase con el sadismo. La muchacha rica de la novela no soporta el espectáculo de la
pobreza, que exacerba su crueldad. Así, cuando su perrito mata una a una las crías de una nidada
perteneciente a una familia desvalida, la joven chasquea los dedos de gozo. Enseguida, se divierte haciendo
que su elegante caballo inglés pise y destruya la humilde loza de la misma familia. Consumado el insulto,
la heroína repara generosamente las fechorías, que de hecho tenían un motivo noble, pues se trataba de
avivar el espíritu de una gente derrotada por el desánimo. José de Alencar, Obra completa, vol. I, pp. 744-
748. También aparece el punto de vista del pobre con méritos: Ricardo, quien se considera “una mariposa
negra” (!) con respecto a la muchacha, fue muy buen estudiante. “¿Pero de qué le sirve si nadie lo conoce?
Más le servía quedarse con la mitad del talento que tiene, y la otra mitad de protección”. Más adelante:
“¿Entonces un pobre no puede tener relaciones con personas ricas sin adulación? ¡Qué doctrina!”. Con
respecto a los inconvenientes del amor entre desiguales, la “hija del millonario” le explica al “pobretón
oscuro”: “Imagínese la agradable distracción que tendría cada uno de nosotros, usted, anulado por mi
riqueza y generosidad, yo, cribada por su dignidad. Al cabo de un mes no podríamos vernos; y tendríamos
la idea más triste el uno del otro”. Ibidem, pp. 736, 753, 739, 776, 821.

24
erradicados los demás puntos de vista y, sobre todo, sin que haya sido erradicado el
dominio de clase.
¿Qué pensar de ese festival de maldades? Este último prosigue en el plano del
lenguaje, cuya finalidad narrativa y expositiva cede periódicamente el paso a la intención
principal de humillar. Sin ninguna razón específica, como pura contribución mordaz al
clima general, la palabra pie se conecta una y otra vez con nociones afines. Así, Brás está
al pie de Eugenia, que a su vez está al pie de él, aparte de lo cual se encuentran el muslo
de Diana y la Venus coja, y un sinnúmero de pies propiamente dichos, botas, zapateros,
callos, piernas que cojean y, finalmente, una tragedia humana que puede ser pateada.
Hechas las cuentas, en pocas páginas, son más de treinta alusiones sospechosas de este
tipo, diecisiete concentradas en el corto capítulo XXXVI, titulado “A propósito de botas”.
El procedimiento es áspero, sin desmedro de la sutileza extrema del contexto: digamos
que Machado intentaba sublimar la chocarrería. De hecho, como consecuencia de la
repetición, el deseo de regodearse va dejando al descubierto nuevos perfiles. Inicialmente,
se trataba de enterrar a la muchacha y lo que ella significa debajo de remoquetes. Por otro
lado, la bajeza ostensiva de las alusiones es también un modo de vejar al lector y realzar
la propia impunidad. Finalmente, el encarnizamiento en el que culmina el proceso, con
provocaciones casi en cada línea, deja ver la necesidad que tiene Brás de aniquilar el
“alma sensible” dentro de sí mismo. Todo sumado, la tendencia general es a pisotear las
formas de espontaneidad que eludan el orden de la oligarquía, y eso tanto en los
personajes como en el lector y en el propio narrador, es decir, en todas partes.9
“Pues un golpe de toalla remató la aventura”.10 Con esa frase cortante, Brás
recuerda el episodio de la mariposa negra, cuyo contenido social intentamos analizar.
Pocas páginas más adelante, el capítulo dedicado “A un alma sensible” concluye de

9
Incluso aquí, la agudeza que había de ser reescrita en los términos debidos es proporcionada por Alencar,
que en La pata de la gacela se refiere, con evidente deleite, a un pie deforme como “una enormidad, un
monstruo, una anomalía”, “un pedestal, un tablón, un tronco”. “Esa aberración de la figura humana, aunque
solo fuera en un punto, le parecía el síntoma, si es que no el efecto, de una monstruosidad moral”. “[…] ese
pie estaba lleno de protuberancias, como un tubérculo, […] era una posta de carne, ¡un muñón!”. José de
Alencar. A pata da gazela. En Obra completa, vol. I, pp. 599 y 602. Más adelante veremos el duro destino
de Doña Plácida, otro ejemplo de rectificación crítica de la tradición literaria brasileña: como el héroe de
las Memorias de un sargento de milicias, la pobre mujer es hija de una “conjunción de lujurias ociosas”, de
“las pisadas y los pellizcos”. En el caso del personaje de Machado, sin embargo, el nacimiento irregular no
es símbolo de regocijo o adaptación alegre, sino que aparece apenas como una suma de de humillaciones y
de inconvenientes tremendos. Cf. Manuel Antônio de Almeida, Memórias de um sargento de milícias, cap.
I, y Machado de Assis, Memórias póstumas, cap. LXXV.
10
Machado de Assis, Memórias póstumas, p. 166 [trad. al esp.: p. 96].

25
manera semejante: “y acabemos de una vez con esta flor de la espesura”. En otros tramos
del libro, anteriores o posteriores, en los que el asunto y el clima son diferentes,
encontramos bajo innumerables formas el mismo gesto terminante, que le da fin al párrafo
o al capítulo, o que pone punto final a una aspiración o veleidad cualquiera. Recordando
los escrúpulos de la necesitada Doña Plácida, vencidos por una suma que él mismo le
había dado, Brás observa: “Así fue como se le acabó el asco”.11 Pensando en las hojas de
los árboles, que, como todo en este mundo, no son eternas: “Tenéis que caer”.12 Cerrando
las reflexiones sobre la muerte de su madre: “Triste capítulo, pasemos a otro más
alegre”.13 En todos estos finales hay un eco o un presagio, más o menos tenue, del golpe
asestado a Eugenia. Las potencialidades y los derechos del individuo, sobre todo en la
figura de la espontaneidad que alza el vuelo, son exaltados por el espíritu de la época.
Atajarlos exige un instante de determinación aciaga; la “crispación de los nervios” que le
permite al enamorado derribar el insecto. La recurrencia subjetiva de la barbarie es el
precio de la reafirmación del arbitrio esclavista y clientelista en pleno siglo liberal,
reafirmación que, por otro lado, no tiene nada de extraordinario, más bien hace parte de
la necesidad y la rutina de la vida brasileña. El gusto por truncar los derechos y las
aspiraciones individuales, vistos como fruslerías, cosa que, dadas las circunstancias,
tampoco dejaba de ser verdad, es una constante cíclica de la prosa y se transforma en
manía lingüística, un tic de irritación y de impaciencia ante veleidades que no pueden ser.
Diseminado por toda la novela, esto último le da forma de atmósfera narrativa general al
resultado ideológico de una organización social, que también es transpuesta en el esquema
dramático de los episodios. Ahí reside otro factor de la poderosa unidad del libro, que
solo por sarcasmo machadiano cabría llamar armonía.
Cuando encuentra a Eugenia, Brás estaba cerrando un primer ciclo de vida y
haciendo el balance; de ahí la relevancia especial del pasaje. La nota dominante de la
infancia y la juventud habían sido las bellaquerías del niño rico al que todo le está
permitido. La estadía en Europa, también bajo el signo de la inconsecuencia, hizo de él
un hombre educado: “Recogí de todas las cosas la fraseología, la cáscara, la
ornamentación”.14 La muerte de la madre lo trae de vuelta a Rio y, sobre todo, a la

11
Ibidem, p. 214 [trad. al esp.: p. 166].
12
Ibidem, p. 215 [trad. al esp.: p. 167].
13
Ibidem, p. 155 [trad. al esp.: p. 78].
14
Ibidem, p. 155 [trad. al esp.: p. 79].

26
“fragilidad de las cosas”.15 El doctor se refugia en la Tijuca, para meditar sobre la vida,
la muerte y la vacuidad de su existencia anterior. Delante de la nada, ¿en qué quedan los
caprichos de la voluntad y la búsqueda (apenas exterior) de las nuevas apariencias
europeas? Sobre el trasfondo de la crisis, la simpatía por Eugenia será una posibilidad de
transformación. Para apreciarla debidamente, es necesario detallar las alternativas que la
preceden.
A los siete días, Brás está harto de la “soledad” y ansioso por volver al
“bullicio”.16 El episodio alude a los pasajes pascalianos sobre la necesidad que tiene el
hombre de distraerse de sí mismo. Con todo, en el caso brasileño, los términos del dilema
son menos cristianos, y su sustancia define una alternativa inherente al privilegio de clase.
Del lado del bullicio, las visibles ventajas sociales a las que da acceso una familia
importante: figuración política, brillo mundano, vida civilizada y afecta a las novedades.
Del lado de la soledad, igualmente asentada sobre la riqueza, “vivir como un oso, que es
lo que soy”:17 cazar, dormir, leer y, atendido por un joven negro, no hacer nada. Allá falta
el mérito, aquí el trabajo. En ambos casos brilla por su ausencia el valor del individuo, la
única justificación de la diferencia social (desde el punto de vista de la norma burguesa,
cuya vigencia es comprobada por el carácter satírico del retrato).
Cubas padre, partidario de la vida brillante, intenta conseguirle al hijo un buen
matrimonio y un lugar en la Cámara de Diputados, beneficios que, dada la influencia
política del futuro suegro, venían juntos. La frivolidad del arreglo se hace visible de dos
maneras: una desde el ángulo metafísico, por el contraste con la muerte, todavía reciente;
la otra desde el ángulo histórico, por el vaciamiento de la dimensión individual, esto es,
moderna, del matrimonio y de la política, subordinados como están al sistema del
padrinazgo y el intercambio de favores. Así, la vida carece de sentido, o porque lo que se
vislumbra en el horizonte es la nada, o porque su horizonte es la organización social
brasileña. Ambas razones están presentes en la tendencia de Brás a la misantropía, y a
ellas se suma una tercera. “Apretaba el pecho mi dolor taciturno, con una sensación única,
algo que podría llamarse voluptuosidad del aborrecimiento”.18 La descreencia y la
renuncia, en este caso, incluyen una porción de desdén por los ridículos papeles a los que

15
Ibidem, p. 159 [trad. al esp.: p. 85].
16
Ibidem, p. 150 [trad. al esp.: p. 82].
17
Ibidem, p. 159 [trad. al esp.: p. 85].
18
Ibidem, p. 157 [trad. al esp.: p. 82].

27
un joven al tanto de la actualidad se veía forzado por la sociedad. En un movimiento
bastante audaz, característico de su capacidad de adaptación inventiva, Machado
formulaba con el lenguaje del tedio baudelaireano la melancolía y la satisfacción del
adinerado brasileño ante las perspectivas que se le abrían: “Voluptuosidad del
aborrecimiento: […] una de las sensaciones más sutiles de este mundo y de aquel
tiempo”.19 Es claro, sin embargo, que el Brás del spleen no es menos arbitrario, ni menos
propietario, que el Brás deseoso de ser ministro. El vaivén entre la “hipocondría” y el
“amor de la fama”, entre la apatía y el bullicio, caras complementarias de la misma
experiencia de clase, apunta hacia la equivalencia de aquellos opuestos y es uno de los
movimientos capitales del libro.20 Participar o no participar del brillo sin sentido de la
corte, o de forma más genérica, del sector europeizante de la sociedad (“la fraseología,
la cáscara”): esa es la cuestión, que no incluye, naturalmente, el ser-o-no-ser de la
prerrogativa social. A eso se suma que el retiro relativo y el rechazo de la comedia pública
pueden no significar un escrúpulo ideológico, sino un gozo más desinhibido de las
ventajas de la propiedad, liberada del embarazo de las ideas liberales. En suma, según la
expresión del padre: “No te quedes ahí, inútil, oscuro y triste; no gasté dinero, cuidados,
empeños, para no verte brillar, como debes”.21 Así, cuando no es inútil, Brás se expone
al ridículo, y cuando no se expone al ridículo, es inútil, empujado de una condición a otra
por los inconvenientes respectivos.
La proximidad de la muerte subraya todavía más la inanidad de esta alternativa
y funciona como un llamado a la regeneración. Aquí es donde entra el idilio con Eugenia,
que promete una transformación completa del protagonista. El valor y la espontaneidad
individual habrían de ser reconocidos o, generalizando, la iniquidad oligárquica abriría
una grieta en la igualdad entre los seres humanos, particularmente entre propietarios y
pobres con educación. Vimos ya, sin embargo, el furioso desplante con que el personaje
rechaza este rumbo, por el cual la amplitud de su capricho quedaría limitada, y cuyo
significado nacional y de clase intentamos señalar. Lejos de traer consigo una vuelta de
tuerca, por lo tanto, el encuentro con Eugenia consolida el régimen del abuso, agravado
ahora por la transformación que no tuvo lugar: se trata de una peripecia en blanco, por
decirlo así, después de la cual todo queda como antes, solo que peor. El contorno abstracto

19
Ibidem.
20
Ibidem, pp. 184, 162 [trad. al esp.: pp. 122, 90].
21
Ibidem, p. 162 [trad. al esp.: p. 89].

28
de esta secuencia define el desarrollo general de la narración: el anticlímax desnuda
primero la nulidad práctica de las fantasías de liberalización voluntaria, y después expone
la insignificancia, debida a esa misma nulidad, de la vida posterior de Brás, que constituye
el grueso del libro. La norma liberal es al mismo tiempo una expectativa infundada y una
ausencia imperdonable. Esta inconsecuencia tiene un efecto devastador y expresa el
impase ideológico en el que se encontraba el estrato intelectual del país.
Años después, Brás admite casarse con Ña Loló, otra muchacha de condición
inferior. ¿Cómo explicar la diferencia, una vez que el protagonista no se transformó?
Buscando escalar, Ña Loló estudia y descifra la vida elegante, y trata de “enmascarar la
inferioridad de su familia”. En el momento oportuno, reniega de su padre, cuyas
afinidades populares la avergüenzan. “Este sentimiento me pareció de gran elevación; era
una afinidad más entre nosotros”, recuerda el novio, decidido a “arrancar esta flor de este
pantano”.22 El problema, por lo tanto, no estaba en el matrimonio desigual, que resulta
admisible siempre que reafirme el dominio de los propietarios. Inadmisibles son la
dignidad y el derecho de los pobres, que le reducirían el campo a la arbitrariedad de los
hombres de bien. Obsérvese, además, que la defensa de la prorrogativa de clase es
enérgica, pero no viene acompañada de una ideología o convicción de la propia
superioridad. Esta ausencia de una justificación consistente resulta casi simpática, por su
cercanía con la franqueza. Vista desde otro ángulo, sin embargo, forma parte de un apego
crudo e indiscriminado, bastante característico, a cualquier ventaja social, desembarazado
de las obligaciones que, mal que bien, traería consigo una autoimagen más elaborada.
Allí donde aparece la acción, el episodio de Eugenia es una obra maestra de
técnica realista. La sobriedad de la fabulación y la economía en los detalles, a las que la
contradicción social les impone un orden riguroso, producen el desarrollo poético de la
gran novela decimonónica. Sin embargo, es un hecho que el conflicto prácticamente no
tiene continuidad, o mejor, solo la tiene por fuera del ámbito de la intriga, en los arrebatos
morales del personaje masculino y en las crueldades expositivas del narrador. Con eso, la
subjetividad y la escritura se roban el primer plano y prevalecen cuantitativamente sobre
la dimensión práctica del antagonismo. Evidentemente, esa preponderancia permite ver
en Machado una avanzada de la literatura posnaturalista. Sin poner esto en duda, cabe no
obstante señalar que la preponderancia subjetiva, o sea, la volubilidad, está aquí enraizada
en un terreno a todas luces social, del que ella es una expresión clave. Desde esta

22
Ibidem, p. 271 [trad. al esp.: p. 253].

29
perspectiva, las soluciones formales heterodoxas pueden leerse como maneras de hacer
más profunda y radical la exposición de una situación práctica bien definida. Por ejemplo,
la desproporción entre la brevedad y la importancia del episodio es un hecho compositivo
elocuente. En realidad, Eugenia es la única figura del libro que merece aprecio: tiene una
comprensión nítida de las relaciones sociales, gusto por la vida y firmeza moral… pero
su papel es poco más que un fleco. Es como si el orden de la narración dijera que, en el
contexto de la vida brasileña, las mejores cualidades de los pobres serán truncadas y
desperdiciadas, lo cual configura y a la vez da por resuelta una tendencia histórica. Vimos
también lo poco que el conflicto se desdobla en la práctica, y lo mucho que lo hace en la
imaginación de Brás, a quien le corresponde la última palabra, que de hecho es de injuria.
La unilateralidad del procedimiento, igualmente expresiva de la asimetría de la relación
social, es escandalosa y tiene el mérito de desplazar la perspectiva moralista. En vez de
ver la injusticia sufrida por Eugenia, que sería en donde un narrador equitativo pondría el
foco, asistimos a su reflejo en la conciencia del responsable, un miembro destacado de la
clase dominante, cuyo punto de vista es adoptado por la narración de una manera
maliciosamente incondicional. De entrada, la parcialidad narrativa pone fuera de combate
el sentimiento moral, que no desaparece ante la injusticia asumida (puede hasta volverse
más estridente), pero pierde la presunción de poder producir un efecto práctico y adquiere
el aspecto de una perspectiva estrecha. Una vez más estamos en un campo explorado por
Baudelaire, que era amigo de tretas y mistificaciones literarias concebidas como
elementos de una estrategia de guerra. El poeta se complacía tomando el partido del
opresor, pero para desenmascararlo a través de un celo excesivo, así como para humillar
o fustigar a los oprimidos por su eventual pasividad frente a la opresión.23 Detrás del
narrador faccioso, que a primera vista es repulsivo, pero ante el cual no hay más
alternativa que la de otra facción, se abre la escena moderna de la lucha social
generalizada, a la que no escapan los procedimientos narrativos.

23
Por un sentimiento que se decía filantrópico, Baudelaire aconsejaba golpear a los mendigos en la calle
como único medio de forzarlos a reencontrar la dignidad perdida… pues en algún momento intentarían
desquitarse. “Acabemos com os pobres!”. Le spleen de Paris (1869). Para un análisis político de este petit
poème en prose, cf. Dolf Oehler. Pariser Bilder I (1830-1848). Frankfurt am Main: Suhrkamp, 1979
(Quadros parisienses. Trad. al portugués de José Marcos Macedo y Samuel Titan Jr. São Paulo: Companhia
das Letras, 1997).

30
Los ricos entre ellos

El cuñado Cotrim

Lo mejor que tiene un ruso es la mala opinión que tiene de sí mismo.


Turguéniev, Padres e hijos

Para trazar el perfil del cuñado, en el capítulo CXXIII, Brás Cubas echa mano de elogios
que incriminan y justificaciones que condenan. La perfidia del retrato, una verdadera
maravilla, explora los vejámenes característicos del caso brasileño.
La figura de Cotrim reúne los aspectos más destacados de la vida burguesa local,
en especial aquellos que, desde el punto de vista de la civilización, no deberían estar
juntos. Comerciante establecido, contrabandista de esclavos, padre de familia entregado,
miembro de varias hermandades (asociaciones religiosas y caritativas, propias del pasado
colonial), patriota, se trata de un personaje que va en camino de enriquecerse por medio
de negociados con el arsenal de marina que le ha conseguido su pariente diputado. Si este
material estuviera situado en la época y articulado por una intriga que hiciera posible el
despliegue de las contradicciones, el resultado sería una novela realista. Y, de hecho, el
gran número de pormenores que señalan el antagonismo histórico-social enraíza las
Memorias en este terreno, que se dice despojado de todo disfraz. Pero el movimiento
explícito del capítulo toma una dirección distinta, sin llegar a suprimir, naturalmente, la
validez del otro prisma, que queda sobrentendido: en vez de ahondar en aquellas
contradicciones, Brás intenta normalizarlas librándolas de la tacha de aberrantes
(¿aberrantes con relación a qué?). De ahí la sucesión de elogios (o puñaladas, según el
punto de vista), que transforma un compendio de males de la época en un modelo de
virtudes. El procedimiento no se agota en el carácter mordaz de las formulaciones
equívocas, o sea, en la destreza retórica: en contra del paradigma liberal, afirma la
experiencia efectiva de la clase dominante brasileña. Para resumir el conflicto de las
interpretaciones, nótese hasta qué punto la biografía de Cotrim sería exótica y escandalosa
desde la perspectiva europea, mientras que, desde la perspectiva brasileña, que es la que
Brás procura formular, resulta normal. El estremecimiento de esta divergencia todavía
recorre, por ejemplo, las consideraciones de Gilberto Freyre sobre el primer vizconde de
Rio Branco, “hijo de un comerciante de ciudad que se había enriquecido con la
importación de esclavos en una época —obsérvese bien— en la que ese tipo de comercio
todavía no se había convertido, en Brasil, en una actividad degradante ni para el hombre
de negocios empeñado en él ni para su familia”.1 El retrato de Cotrim debe ser posterior,
y la justificación moral de su figura se hace ya al precio de la desfachatez, en la que
Machado se complace.
El foco, por lo tanto, no está en las acciones de Cotrim y en las enormes dudas
éticas que envuelven, sino en el esfuerzo de Brás por restarle especificidad al conjunto y
disculparlo. En otras palabras, el primer plano está ocupado por las complicidades de la
clase dominante con respecto a elementos de su situación que resultan históricamente
insustentables, y el acento está puesto, de forma maliciosa, en las consecuencias
grotescas. Se trata de verbalizar, de la manera más explícita posible, las renuncias
intelectuales y morales exigidas por una connivencia de clase incondicional, lo que no se
opone, como podría creerse, a la exposición del proceso social, ya que la solidaridad de
los explotadores, más que un defecto de carácter, es en sí misma una parte esencial de la
realidad. En aras de apuntalar el argumento, observemos que Brás Cubas y Cotrim son
tipos distintos: uno viene de buena cuna, vive de la renta y tiene ambiciones intelectuales
y políticas, mientras que el otro trabaja como un salvaje para hacerse rico de cualquier
manera. En las novelas de la fase edificante, Machado examinaba esta diferencia a través
del prisma de la riqueza heredada y le atribuía la mayor parte de la bajeza disponible al
comerciante o, de forma más general, al hombre capaz de cálculo económico. En las
Memorias, la bajeza del elemento comercial crece bastante y se especifica históricamente,
pero desaparece el antagonismo que provoca en el estrato de la gente de bien, o se reduce
a una cuestión de estilo, y al final todo es justificado por Brás en de forma abyecta, como
lo veremos enseguida. El elogio a Cotrim puede ser tomado como una sátira de las
justificaciones que presiden la alianza entre estas fracciones de la clase dominante.
El capítulo en cuestión, “El verdadero Cotrim”, se divide en dos partes, una de
diálogo, otra de retrato. En la primera, como “amaba la armonía de la familia”, Brás busca
al cuñado para consultarle sobre la conveniencia de casarse con Ña Loló, que es sobrina
de este. Cotrim se niega a responder, pues el matrimonio es una cuestión personal, que
no debe mezclarse con los intereses de los parientes. La posición es tan estricta como

1
Gilberto Freyre, Sobrados e mucambos, vol. I, p. xcii.

32
ridícula, pues el lector lo está viendo y, por lo que ha pasado antes, sabe que el tío es
quien dirige las maniobras para casar a la muchacha. De hecho, el lector sabe también
que Brás no da un centavo por la armonía familiar, y que el motivo que lo mueve es el
cansancio de la vida adúltera o, en otros términos, el deseo de gozar de los beneficios de
la conformidad. En un caso, la promoción de los intereses de la parentela se hace por
detrás de proclamas de respeto por la autonomía del individuo (la bandera romántica y
liberal); en el otro, las ventajas de la adaptación conformista, que no tienen nada de santas,
se revisten de la cuasi santidad de las razones familiares. La transparencia de los motivos
es total en ambos lados, incluso para los personajes, y crea una atmósfera de tratufismo
sui generis, donde la veneración y el desapego absoluto de la norma forman una sociedad.
El diálogo no está destinado a desvelar los resortes secretos del comportamiento, sino a
ilustrar de manera abundante el cariz de componenda inherente a la comedia en cuestión,
de la que todos son conscientes. Como no hay perjudicados a la vista, el efecto es ante
todo gracioso, lo cual cambia en el acto siguiente, cuando entra en escena el asunto de la
esclavitud.
La palabra ahora es de Brás Cubas, que hace la defensa del cuñado en un párrafo
compacto, de concisión brutal. Siguiendo con la hipocresía de la conversación anterior,
en la cual la disposición acomodaticia no podía ser mayor, la prosa taxativa, alimentada
por la intimidad experimentada y reflexiva con los peores aspectos del proceso social y
con sus justificaciones (un registro que en la ficción brasileña solo fue cultivado por
Machado), genera un escalofrío.2 En este caso, el contraste armónico entre la
complacencia y la formulación incisiva expresa, entre otras cosas, el hecho de que la
exigua rigidez ideológica no ablanda a la clase rica, ni tampoco le impide llegar a
extremos con tal de defender sus intereses.
Una cosa es que Brás Cubas de fe del respeto escrupuloso de Cotrim por la
elección personal, evidentemente falso, pero que enaltece a todos: el interés común en la
conciliación entre práctica clientelista y apariencia liberal, o ilustrada, o moderna, explica
la buena voluntad recíproca. Otra cosa habría sido admitir la opinión liberal y humanitaria
al margen de su función lisonjera. La diferencia da lugar a un nuevo tono, en el que la
comprensión es remplazada por la determinación en la iniquidad. Al interlocutor

2
“El desajuste entre Machado de Assis y los escritores de su tiempo proviene, en últimas, tanto de su
superioridad intrínseca como del hecho de que él siguió el ritmo de la vida política y social de las clases
dominantes, mientras que los otros se quedaban atrás, perdidos en la búsqueda del elemento típico”. Lúcia
Miguel-Pereira. Prosa de ficção. Rio de Janeiro: José Olympio, 1973, p. 68.

33
ideológicamente contrario, a quien está dirigida la parte feroz del retrato, Brás no le
responde con tolerancia, sino con todos los sofismas que tiene a mano y, especialmente,
con la dura realidad, sin evitar procedimientos infames. ¿Por qué será Cotrim “seco de
maneras”, hasta el punto de que muchos lo acusaban de “bárbaro” (la desproporción de
los calificativos sintetiza (divinamente) el vergonzoso desajuste histórico)? “El único
hecho alegado en este particular era que mandaba con frecuencia esclavos al calabozo, a
donde bajaban a escurrir sangre; pero, aparte de que él solo mandaba a los perversos y a
los huidizos, sucede que, habiendo contrabandeado esclavos por largo tiempo, se había
habituado en cierto modo al trato un poco más duro que requería ese género de negocio,
y no se puede atribuir, honestamente, a la índole original de un hombre lo que es puro
efecto de relaciones sociales”. La civilidad en el interior de la élite, que hace gala de lo
mejor de la cultura contemporánea, se completa sin embargo en la brutalidad contra los
sometidos. Por la audacia de la adaptación, vale la pena destacar este uso perverso de la
idea de condicionamiento sociológico (“no se puede atribuir, honestamente, a la índole
original de un hombre lo que es puro efecto de relaciones sociales”), empleada en favor
del esclavista, y no en contra de la institución de la esclavitud.
El mecanismo satírico del pasaje reside en las disculpas que inculpan, en los
atenuantes que agravan o, en términos más generales, en la función acusadora de la
defensa, llevada a cabo con distancia frente a sí misma y en complicidad con el lector
ilustrado. Se trata de una defensa que en realidad es una denuncia del acusado y, también,
del defensor. La duplicidad expositiva da por descontada la superioridad histórica del
punto de vista adelantado sobre el punto de vista retrógrado (superioridad avalada, en
estas circunstancias, por la reprobación europea de la esclavitud y de las formas de vida
coloniales), de suerte que la mera expresión del segundo resulta motivo de escarnio para
el primero. Sin negarle el ingenio retórico al procedimiento, en el cual la formulación de
una perspectiva debe proveer de municiones a la perspectiva contraria, hay que advertir
su espíritu panfletario, destinado a reafirmar una doctrina triunfante (aun cuando en el
ámbito local sea una doctrina de la oposición).
Visto en su conjunto, sin embargo, el capítulo no se detiene ahí, sino que apunta
en una dirección más compleja. Brás y Cotrim, la dupla oscurantista, parecen abyectos a
la luz del criterio moderno. Con todo, la misma mezcla de trazos que determina su atraso
y su comicidad los vuelve miembros respetables, nada risibles, de la clase dominante
brasileña. La inferioridad que se desprende del principio moderno en cuestión no queda,
pues, sin respuesta. En otras palabras, la dinámica del episodio se vincula al ridículo de

34
los compadres tanto como a la fuerza y realidad de sus posiciones, que no dejan espacio
disponible para la exigencia moral que al comienzo nos había hecho reír con superioridad.
Retomando el argumento anterior, digamos entonces que Brás concede y hasta detalla las
barbaridades del cuñado, pero con el afán de justificarlas como parte del orden, que es
este y no otro, y sanseacabó. Provisto de ilustración y facilidad argumentativa,
naturalmente por designio del Autor, el liberal de tipo esclavista y clientelista es llevado
a pagar hasta el último centavo de la deuda que implican sus ventajas sociales, bajo la
forma de la abyección que se hace explícita a la luz de un criterio que él mismo acata, lo
cual no evita que su ruina moral aparezca como una demostración de fuerza.
Con fines de análisis, veamos una a una las cuatro perspectivas que componen
este quid pro quo ideológico.
a) La defensa de Cotrim. Consiste en subrayar la estricta normalidad y
adecuación social de la figura (un hombre normal no puede ser un monstruo). El
procedimiento permite reconocer virtudes donde parecía haber flaquezas. Así, ¿por qué
no habría de ser ahorrativo un comerciante? ¿Cómo no habría de ser duro un
contrabandista de africanos? ¿No merecen castigo los esclavos perversos y huidizos? ¡No
es posible que a un padre que sufre tanto cuando se le muere una hija le falten los
sentimientos píos! ¡Imposible que el miembro de varias hermandades de beneficencia sea
un avaro! ¿Se le pueden hacer reparos a un comerciante que no le debe un centavo a
nadie? La sensatez de estos raciocinios se rinde a cierta realidad, así como a sus
certidumbres, y celebra al cuñado como “un modelo”, según el principio de que las clases
dominantes son ejemplares por naturaleza. Viniendo de un personaje tan amigo de las
afrentas, el hiperconformismo adquiere naturalmente una connotación cínica, y
constituye en sí mismo un irrespeto.3

3
Eusebio de Queirós, el ministro de justicia que comandó la supresión del tráfico en 1850, después de
haberlo protegido por muchos años como jefe de la policía de Rio de Janeiro, daba explicaciones al respecto
en el parlamento, en 1852: “Seamos francos: el tráfico en Brasil estaba atado a intereses, o para bien decirlo,
a supuestos intereses de nuestros agricultores; y en un país en el que la agricultura tiene semejante fuerza,
era natural que la opinión pública se manifestase a favor del tráfico […]. ¿Por qué habría, pues, de
admirarnos que nuestros hombres políticos se curvasen a esa ley de la necesidad? ¿Por qué habría de
admirarnos que todos nosotros, amigos o enemigos del tráfico, nos curvásemos a esa necesidad? Señores,
si eso fuese un crimen, sería un crimen general en Brasil; pero yo sostengo que, cuando en una nación todos
los partidos ocupan el poder, cuando todos sus hombres políticos han sido llamados a ejercerlo, y todos
están de acuerdo en una conducta, es necesario que esa conducta esté apoyada en razones muy fuertes;
imposible que sea un crimen, y sería temerario llamarla un error”. Citado en Joaquim Nabuco, O
abolicionismo, p. 111.

35
b) Acusación a Cotrim. Desde el ángulo liberal, cuyo principio abstracto
funciona como línea divisoria entre civilización y barbarie, la defensa anterior no hace
más que condenar: el esclavismo configura una transgresión premeditada de los Derechos
del Hombre, el castigo físico una indignidad, el contrabando algo ilícito, mientras que las
formas de religiosidad exterior denotan atraso. La confusión sistemática entre las visiones
(o inflexiones) conformista, cínica e indignada, alimentada a cada frase, es un hecho
literario de alto nivel, por lo que sintetiza de una insoluble extravagancia histórica. La
farsa, digamos, tiene algo que ver con lo que buscaba Mozart al comienzo de Don
Giovanni, donde se armonizan, en medio de la más completa incompatibilidad, las voces
del libertinaje, del amor conyugal y del honor familiar.
c) Impugnación de la defensa. La justificación que se hace Cotrim extiende al
plano de las ideas la barbarie de su objeto, a disposición de la cual pone el ámbito de la
cultura contemporánea, en la medida de los recursos intelectuales del Autor. Las
artimañas argumentativas de Brás, que posiblemente fueron perfeccionadas y adquirieron
una forma didáctica en el espíritu stendhaliano, hoy diríamos brechtiano, son documentos
satíricos de esta reivindicación decimonónica y liberal de la esclavitud.4 La rutina del
calabozo, por ejemplo, con látigo y derramamiento de sangre, sirve para demuestra… la
falta de argumentos del lado contrario, que se indigna sobre la base de este “único hecho”.
Inmediatamente después, el propio suplicio comprueba… la humanidad de Cotrim, que
“solo mandaba [al calabozo] a los perversos y huidizos”. La misma condición de
contrabandista de esclavos aparece como argumento de defensa, y no como acusación,
pues vuelve explicables, y por lo tanto naturales, las barbaridades mencionadas. Nada
más humanitario y modernizador, por otra parte, que reflexionar sobre el
condicionamiento histórico de las conductas depravadas (“puro efecto de relaciones
sociales”): una idea reformista, que sin embargo es convertida en coartada del esclavismo
y que ofrece, ante todo, una magnífica demostración de la explotación ultraconservadora
de las innovaciones intelectuales europeas. Finalmente, la invocación de los sentimientos
religiosos y paternos del comerciante simplemente aumenta la desvergüenza del cuadro.
Subraya la limitación y el carácter faccioso de las cualidades simpáticas, y en la medida
en que es engañosa, pues trata de definir al personaje a través de una parte de su existencia
(la parte presentable, que disculpa la otra), incita al lector a la consideración opuesta, que

4
Estamos pensando en la aguda comprensión que Stendhal, Machado y Brecht tuvieron del significado
social de los resabios ideológicos.

36
ve la ternura familiar y los sentimientos píos de forma mordaz, como elementos
funcionales compatibles con la más absoluta inhumanidad. En conjunto, la defensa se
vale de ponderaciones sensatas, reflexiones morales, informaciones que hablan a favor de
Cotrim, aclaraciones sociológicas, testimonios sinceros, toda una batería de
procedimientos ligados a la persuasión y a la convivencia aquiescente. Naturalmente, la
proximidad de la esclavitud les quita el crédito y causa la conocida impresión de farsa
que caracteriza al liberalismo del Segundo Reinado. Sin embargo, la ironía de las
Memorias no se limita a denunciar este aspecto de la cuestión. Su especialidad está en
observar y concebir secuencias en las que la deformación de las formas modernas
responde a la constelación de intereses locales. La impropiedad en el uso que se hace de
ellas, o mejor, la adecuación social de su uso impropio es la verdadera niña de los ojos de
la invención machadiana, que identifica allí algo particular, digno de ser mostrado e
interrogado.
d) El resultado. ¿Cómo calificar a un hombre seco de maneras, ahorrativo, jefe
de familia ejemplar y sin deudas, inclinado a la filantropía y activamente religioso? Son
atributos de un gentleman, quizás un inglés… y también de Cotrim, si le creemos a su
defensor. El retratado alberga la misma certeza, habida cuenta del respeto humano, por
así decir espectacular, con el que trata el matrimonio de la sobrina. Con todo, en respuesta
a los detractores, que se hacen una idea menos excelsa del personaje, Brás expone
claramente las prácticas que ese perfil “moderniza” o “legitima”. Surge entonces el otro
Cotrim, el contrabandista de esclavos, partidario de correctivos bárbaros, practicante de
cultos atrasados, ávido de distinciones baratas, tan solvente como avaro. El abismo entre
las dos figuras es el mismo que separa a la clase dominante brasileña de sí misma, o sea,
del paradigma europeo del progreso.
¿Por qué no habría de ser (como lo era localmente) respetable y moderno un
propietario de esclavos que había asumido sus ventajas plenamente? La imposibilidad
deviene de la escala normativa establecida por las revoluciones burguesas, escala
irrespetada en todas partes, incluso en los Estados Unidos, Inglaterra y Francia, pero cuyo
desconocimiento redundaba en la exclusión del mundo civilizado.5 Brás y Cotrim cultivan
de hecho una apariencia ilustrada, justamente porque no renuncian al vínculo con el
avance universal, del cual se consideran exponentes locales. Bien es verdad que pagan el

5
El modelo liberal y constitucional del Estado-nación no quedaría confinado al mundo “desarrollado”.
Correspondía también a la aspiración de los demás países, al menos aquellos que no tenían el propósito
deliberado de escapar al progreso moderno. Eric J. Hobsbawm, The Age of Empire, p. 22.

37
precio de la inconsistencia en materia moral, pero el desprestigio es mayor para la moral
(vilipendiada como un cero a la izquierda) que para ellos. Aun así, la discrepancia clama
a los cielos, y solo la complicidad la dejaría pasar sin una voz de protesta, aquella misma
voz que no dejará de ser alzada por los maliciosos, entre ellos el lector, o por los enemigos.
En cuanto a la malicia narrativa, hay que advertir que el suplicio de los esclavos
aparece como algo secundario, un detalle entre otros en el curso de una argumentación
bastante civilizada desde el punto de vista formal, que busca convencer de las virtudes
victorianas de Cotrim. De ahí el efecto explosivo, pues la esclavitud y el azote se cuentan
entre las abominaciones de la ideología cuyas marcas exteriores son ostentadas por los
cuñados y a cuyo prestigio aspiran ellos. La comicidad resulta de la concisión expositiva,
que realza lo infundado, o lo descarado, de aquella pretensión. Así, separados de sus
circunstancias habituales, el contrabando de esclavos y el castigo físico encajan como si
nada en el contexto de las actitudes e ideas liberales, territorio enemigo en el que provocan
repulsión por principio. La estridencia abstracta y moralista (o panfletaria, o hasta
liberaloide) del sarcasmo se deriva de este juicio sumario de una experiencia histórica a
partir del criterio de otra experiencia, esta sí hegemónica e indiscutida. Sin embargo, para
insistir en nuestro argumento, lo que ocurre es que la participación efectiva y pública en
el progreso del siglo constituye de hecho un elemento esencial de la identidad de los
beneficiarios del orden nacional. De modo que la prosa que yuxtapone las dimensiones
incompatibles de esta experiencia de clase, en el espíritu del montaje acusador, no es
solamente una maldad de Brás. A la luz del universo de la novela, esa prosa le da
objetividad al escándalo moral latente en el día a día de los personajes, que adoptan y no
adoptan el criterio liberal en la apreciación que tienen de sí mismos. Así, la disposición
del narrador al insulto puede ser vista como una duplicación externa de la conciencia que
el privilegio tendría de sí mismo si buscara ser coherente.
En el plano retórico, observamos el ingenio con el que las formulaciones de Brás
les ofrecen un respaldo simultáneo a dos puntos de vista antagónicos. La posición
manifiesta no ve por qué habría de objetar la reputación civilizada de un comerciante sin
deudas y bien avenido con las prácticas locales. La posición capciosa pone el énfasis en
las mismas prácticas, y señala la distancia que las separa del ideal moderno. Este segundo
punto de vista se podría explicitar diciendo que el individuo civilizado, sistemáticamente
y al contrario de Cotrim, no tiene esclavos, no los golpea ni contrabandea en este ramo,
no utiliza la filantropía para humillar al vecino o alcanzar el honor de un retrato pintado
al óleo y no divulga en los periódicos las buenas acciones que practica; que la vida

38
religiosa de este individuo no depende del aplauso y que su oposición escrupulosa a la
política de parentelas le impide casar a una sobrina y fortalecer las alianzas familiares.
¿Qué pensar de esta colección de costumbres, todas ellas impropias del individuo
ilustrado, en la acepción normativa de la idea, pero características de Cotrim?
A primera vista, hacen que su portador, el cuñado de este y, de manera más
general, la sociedad de las Memorias parezcan atrasados, debido al provincianismo o la
barbarie, así como risibles, sobre todo en su pretensión de ser adelantados.
Provincianismo y barbarie se configuran en este caso negativamente, como una
deficiencia con respecto al individualismo racional y universalista, que constituye uno de
los ideales de la cultura burguesa y vive como una sombra en el trasfondo del relato. Esta
caracterización negativa (la realidad en cuanto no-ser del modelo) desacredita la fachada
del progresismo local. Actúa como aguafiestas y como estigma, con un efecto crítico
innegable, si bien relativo. Esto último es así porque la impugnación satírica del
esclavismo y el clientelismo, que divergen de la norma moderna y por lo tanto son
vergonzosos, expresa a su vez una forma de inferioridad, a saber: la renuncia a la
experiencia social propia y la subordinación a la hegemonía intelectual de los países
avanzados, cuya autorrepresentación se vuelve criterio absoluto. Para escapar a esta
forma de bovarismo, ella misma expresión del atraso, digamos que las presunciones
civilizadas de Brás y Cotrim pueden ser criticadas o negadas como injustificadas, lo cual
no anula su existencia, ni tampoco impide que representen un vínculo real, por absurdo
que sea, con el progreso. En vez de insistir en el disparate moral, para desembarazarse de
él, vale la pena examinar su realidad y su sentido histórico, cosa que desplaza el problema.
Volviendo a las costumbres de Cotrim, además de impropias de un individuo
ilustrado, ellas son propias de la sociedad colonial, como se advierte fácilmente.
Poniendo aparte las pretensiones modernas, todo trae aquella marca de tiempo anterior,
del “Antiguo Régimen”, que de hecho le confiere cierta homogeneidad a la atmósfera del
conjunto: las relaciones de trabajo, las formas de sociabilidad, el estilo religioso, los tipos
de prestigio, la misma crasa disparidad en las reglas de comportamiento, unas ligadas al
mundo colonizador, otras a la relación “un poco más dura” con los colonizados. En este
punto, cabe un paréntesis para recordar lo que se indicó bastantes páginas atrás con
respecto al carácter conservador de la Independencia brasileña. Entre nosotros, la ruptura
con la metrópoli y la apertura al mundo contemporáneo no vinieron, como se sabe,
acompañadas por una revolución social, sino que más bien constituyeron un compromiso
de las élites. El inmenso complejo formado por el trabajo esclavo, el sometimiento

39
personal y las relaciones clientelistas, un complejo desplegado a lo largo de los dos siglos
anteriores, quedó intacto, mientras que, sobre esa misma base inalterada, la
administración y los propietarios locales se transformaron en la clase dominante nacional,
y más todavía, en miembros de la burguesía mundial en formación, así como en
protagonistas de la actualidad, en el sentido fuerte de la palabra.6 La digresión muestra,
eso espero, que la simultaneidad regular de lo moderno y lo colonial no es signo de atraso
o de contrasentido, como hacen creer el análisis y el sentimiento liberal, sino el resultado
lógico y emblemático del aspecto que adquirió el progreso en Brasil. En el plano literario,
esto se manifiesta en la situación ventajosa de personajes que, de acuerdo con la idea de
civilización contenida en el mismo capítulo, habrían de ser vistos como reliquias del
pasado.
Adherido al Brás Cubas solidario con su clase encontramos a su alter ego
ilustrado, horrorizado por ella, giñándole el ojo al lector y señalando su propia barbarie y
la de su cuñado. Pero hay una tercera figura que, sin hacer uso directo de la palabra, habla
a través de la composición. En silencio, como le corresponde, el arquitecto de las
situaciones narrativas afirma que la efervescencia del progreso, de la que hacen parte las
ideas liberales, y la iniquidad que ellas condenan son compatibles. La funcionalidad de la
barbarie colonial para el progreso de las élites brasileñas está en el centro del humor y del
nihilismo machadiano.7
La convivencia de los ricos está ligada a la conservación de relaciones coloniales
en el contexto de la nación independiente, y en contradicción con el principio del
individualismo liberal. Si nuestra paráfrasis es correcta, la extraordinaria apología y

6
Fernando A. Novais, “Passagens para o Novo Mundo”.
7
Para una interpretación histórica en una línea diferente, véase Raymundo Faoro. A pirâmide e o trapézio.
São Paulo: Companhia Editora Nacional, 1974. Faoro concibe la prosa de Machado como un inmenso mar
de situaciones, anécdotas y formulaciones, cuyo testimonio histórico-sociológico intenta reunir dejando a
un lado las fronteras entre las obras y entre los géneros. El procedimiento tiene su precio, pues relega el
significado implícito y decisivo de las formas. Por otro lado, hace posible la libertad de circulación que le
permitió al crítico refutar de una vez por todas la opinión común según la cual Machado tenía poco interés
por las cuestiones nacionales, en especial por la política. Moviéndose a lo largo del continuo de los asuntos,
el libro evidencia, además de la calidad, la enorme cantidad de observaciones hechas por el novelista. Y
evidencia en ellas también el espíritu histórico diferencial: los grandes cambios se leen en los pormenores.
Tal vez pueda discutirse la perspectiva general del ensayo, que hace de la obra machadiana un panel de la
transición de la sociedad estamental a la sociedad de clases, del orden solidario al contractual. La penumbra
melancólica de la ficción respondería al repliegue inapelable del mundo antiguo, que el escritor juzgaba
auténtico, y al avance del orden burgués, que no habría entendido y le habría causado horror. De ser correcta
la lectura de Faoro, el sentido de la novela de Machado sería elegiaco.

40
demolición de Cotrim, llevada a cabo por su pariente y aliado, expone las ambivalencias
propias de esta situación. En el nivel de síntesis que la literatura, de forma privilegiada,
puede alcanzar, se entrecruzan el disfrute de la iniquidad, en el ámbito nacional, y el
vejamen del atraso, en la escena internacional. Digamos entonces que la ironía de la prosa
se constituye a través de la referencia trasatlántica elevada a sistema. La definición de su
territorio no puede ser localista, ni tampoco universalista, pues la relación “anómala”
entre la norma burguesa y las anécdotas produce un color definitivamente brasileño. El
movimiento de la escritura está, en otras palabras, relacionado con una situación histórica
precisa, de la que forma parte un polo externo.
Por otro lado, resulta claro que no estamos asistiendo al enfrentamiento de
tendencias sociales, a la manera del realismo francés. Los grandes grupos que componen
la escena contemporánea no son considerados en el conjunto de su dinámica, sino en
relación con la problemática moral generada por su coexistencia. Digamos que en las
Memorias la invención de la fábula le cede parte de su papel dinamizador a la prosa
narrativa en sí misma, que arrastra hacia el interior de una frase, un raciocinio, una
ambigüedad y, sobre todo, hacia el interior de la conciencia moral las perspectivas
conflictivas que la élite brasileña estaba tratando de conciliar en función de sus intereses.
La continua modificación de los enfoques hace que anécdotas que en sí mismas son
triviales alimenten una escritura vertiginosa, cuyas peripecias histórico-sociales se
asientan en los vuelcos entre las distintas orientaciones en juego. Aun cuando estas
inconsistencias prolongan y acentúan realidades externas, el escándalo que traen consigo
pertenece al ámbito moral y lleva implícita la aspiración a la coherencia que acaba de ser
irrespetada. La fricción de los puntos de vista, intensificada por la técnica narrativa,
conduce necesariamente a la crisis, cuya sustancia está compuesta por las incongruencias
de la situación brasileña… a la luz del criterio ilustrado. La conciencia moral cuestiona
escrupulosamente tales incongruencias, pero bajo la forma de la aprobación satírica, y en
vista de su inmoralidad extrae la conclusión de su propia impotencia, que constituye un
dato más.

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