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Para combatir estos errores, Juan muestra quiénes son los que
poseen realmente la filiación divina y están en comunión con Dios.
Con este fin, propone una serie de signos que manifiestan
visiblemente la presencia de la Vida divina en los verdaderos
creyentes. Entre esos signos, en el orden doctrinal, se destaca el
reconocimiento de Jesús como el Mesías «manifestado en la carne»
(4. 2) y en el orden moral, sobresale la práctica del amor fraterno, el
cual es objeto en esta Carta de un desarrollo particularmente amplio.
Para Juan, el auténtico creyente es «el que ama a su hermano»: sólo
él «permanece en la luz» (2. 10), «ha nacido de Dios y conoce a
Dios» (4. 7). El que no ama, en cambio, está radicalmente
incapacitado para conocer a Dios, «porque Dios es amor» (4. 8).
PRÓLOGO
Lo mismo que en el Prólogo de su Evangelio, Juan comienza su
primera Carta presentando a Jesús como la «Palabra de Vida» (1.
1), que existía desde el principio en Dios y se hizo visible a los
hombres. Cristo es, en efecto, la máxima y definitiva expresión de
Dios. Él posee la plenitud de la Vida divina y nos hace partícipes
de ella, para que entremos en comunión con él y con su Padre (1.
3). Como en el cuarto Evangelio (Jn. 19. 35; 21. 24), también aquí
Juan insiste en su condición de testigo ocular del Señor (1. 2).
«Dios es luz» (1. 5). ¡Qué hermosa noticia! La metáfora de la luz
aplicada a Dios era frecuente en las religiones antiguas. También
san Juan la utiliza, como lo hace Pablo cuando dice que Dios
«habita en una luz inaccesible» (1 Tim. 6. 16). Y el autor de esta
Carta nos advierte que para entrar en comunión con Dios es
necesario «caminar» en la luz (1. 7). Así retoma una típica
expresión bíblica que equivale a «vivir en la luz».
Si queremos vivir en la luz, tenemos que comenzar por
reconocer nuestra condición de pecadores y dejarnos justificar por
Jesucristo (1. 8 - 2. 2). De ahí en más, debemos cumplir los
mandamientos de Dios. Esta es la señal de que conocemos
verdaderamente a Dios (2. 3). El otro conocimiento, el meramente
intelectual, es un engaño. Y el gran mandamiento que debemos
cumplir, el mandamiento «nuevo» y «antiguo» a la vez, es el del
amor al prójimo (2. 7). «El que no ama a su hermano, está en las
tinieblas» (2. 11) y, por lo tanto, no puede conocer a Dios como se
nos dice abiertamente al final de la Carta.
Dios es luz
El mandamiento nuevo
Los anticristos
18 Hijos míos,
ha llegado la última hora.
Ustedes oyeron decir que vendría un Anticristo;
en realidad, ya han aparecido muchos anticristos,
y por eso sabemos que ha llegado la última hora.
19 Ellos salieron de entre nosotros,
sin embargo, no eran de los nuestros.
Si lo hubieran sido,
habrían permanecido con nosotros.
Pero debía ponerse de manifiesto
que no todos son de los nuestros.
20 Ustedes recibieron la unción del que es Santo,
y todos tienen el verdadero conocimiento.
21 Les he escrito,
no porque ustedes ignoren la verdad,
sino porque la conocen,
y porque ninguna mentira procede de la verdad.
22 ¿Quién es el mentiroso,
sino el que niega que Jesús es el Cristo?
Ese es el Anticristo:
el que niega al Padre y al Hijo.
23 El que niega al Hijo no está unido al Padre;
el que reconoce al Hijo también está unido al Padre.
La perseverancia en la verdad
24 En cuanto a ustedes,
permanezcan fieles a lo que oyeron desde el principio:
de esa manera, permanecerán también
en el Hijo y en el Padre.
25 La promesa que él nos hizo es esta: la Vida eterna.
26 Esto es lo que quería escribirles
acerca de los que intentan engañarlos.
27 Pero la unción que recibieron de él
permanece en ustedes,
y no necesitan que nadie les enseñe.
Y ya que esa unción los instruye en todo,
y ella es verdadera y no miente,
permanezcan en él,
como ella les ha enseñado.
28 Sí, permanezcan en él, hijos míos,
para que cuando él se manifieste,
tengamos plena confianza,
y no sintamos vergüenza ante él
en el Día de su Venida.
29 Si ustedes saben que él es justo,
sepan también que todo el que practica la justicia
ha nacido de él.
La filiación divina
El amor fraterno
El tema del amor está latente en toda esta Carta, pero llega a su
punto culminante en la última parte. «Dios es luz», nos había
dicho Juan al comienzo, y ahora nos anuncia: «Dios es amor».
Aquí nos encontramos con una de las páginas más admirables de
la Biblia. Decir «Dios» es decir «amor», el Amor con mayúscula.
Por eso el Apóstol afirma tan lapidariamente: «el que no ama no
ha conocido a Dios» (4. 8). Sólo el que ama lo conoce y entra en
íntima comunión con él. Pretender amar a Dios sin amar a los
hermanos es el peor de los engaños (4. 20).
Pero Juan afirma también que «la señal de que amamos a los
hijos de Dios es que amamos a Dios» (5. 2). No se trata de una
contradicción. El autor de la Carta quiere enseñarnos que
únicamente el que ama de veras a Dios puede amar a los
hombres como «hijos de Dios». O sea, de una manera nueva y
mucho más profunda, descubriendo en ellos lo que escapa al
mero conocimiento humano. Y para amar así a los hombres, es
necesaria la fe en Jesucristo, en quien el amor de Dios se hizo
plenamente visible. El que tiene esa fe «vence al mundo» (5. 5)
con la fuerza del amor.
Dios es amor
7 Queridos míos,
amémonos los unos a los otros,
porque el amor procede de Dios,
y el que ama ha nacido de Dios
y conoce a Dios.
8 El que no ama no ha conocido a Dios,
porque Dios es amor.
9 Así Dios nos manifestó su amor:
envió a su Hijo único al mundo,
para que tuviéramos Vida por medio de él.
10 Y este amor no consiste
en que nosotros hayamos amado a Dios,
sino en que él nos amó primero,
y envió a su Hijo
como víctima propiciatoria por nuestros pecados.
11 Queridos míos,
si Dios nos amó tanto,
también nosotros debemos amarnos los unos a los otros.
12 Nadie ha visto nunca a Dios:
si nos amamos los unos a los otros,
Dios permanece en nosotros
y el amor de Dios ha llegado a su plenitud en nosotros.
13 La señal de que permanecemos en él
y él permanece en nosotros,
es que nos ha comunicado su Espíritu.
14 Y nosotros hemos visto y atestiguamos
que el Padre envió al Hijo como Salvador del mundo.
15 El que confiesa que Jesús es el Hijo de Dios,
permanece en Dios,
y Dios permanece en él.
16 Nosotros hemos conocido el amor que Dios nos tiene
y hemos creído en él.
Dios es amor,
y el que permanece en el amor
permanece en Dios,
y Dios permanece en él.
La fe y el amor