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En la torre

las agujas del reloj

no dejaban de girar.

Iban tan lentas

que el giro apenas se notaba

y en esto iba pensando él

cuando algo lo distrajo.

En medio de la plaza

una muchacha se iba arrepollando

con movimientos de bailarina clásica.

Él empezó a acercarse

-¿Vos quién sos?

Y ella como quién suelta un perfume

-Me dicen Baldanders.

Él la miraba

vaporosa de pétalos

y tanto la miró que le empezaron a zumbar los ojos

a crecerle en la espalda unas telas translúcidas

unas alas de insecto.

Y voló alrededor.

Una vuelta

otra vuelta

otra vuelta

y el zumbido.

Pero ella todavía no era flor completa

cuando empezó a gotear.

-Me dicen Baldanders.

A él se le cristalizaron los círculos del vuelo

se le hicieron de vidrio.

Ya que ella goteaba como agua

él, como vaso, la iba a recibir.


Pero ella se fue poniendo espesa

y fue cambiando de color.

-Me dicen Baldanders.

Él no alcanzaba a contenerla

por eso fue dejando de ser vaso

y quiso zambullirse en los colores de ella.

Pero ella no permaneció.

-Me dicen Baldanders.

Él, resoplando,

se fue volviendo viento.

Entonces, ella se dejó soplar

y así bailaron ella y él.

Pero ella no acababa de ser pluma.

-Me dicen Baldanders.

Pluma en el viento

ella se fue volviendo música

y él la interpretó.

Ella

que no permanecía

se endureció sobre las cuerdas

hasta volverse uña

y él se hizo dedo.

Ella desembocó en aceite

él fue sartén.

Cuando ella fue baldosa

él se volvió vereda.

-Me dicen Baldenders.

Ella era espina

él fue cactus.

Ella fue luz

él fue farol.
Ella fue hamaca él se hizo impulso.

Pero ella no permanecía.

-Me dicen Baldanders.

Hamaca, pasto, pozo, astilla.

Abanico, campana, silbido, papelito.

Nido, paraguas, lombriz…

-Me dicen Baldanders.

Y él era impulso, escoba, tierra, hacha…

Sombra, oración, oreja, chocolate…

Pichón, llovizna, túnel…

pero ella estaba hecha de cambiar.

Cambiando y más cambiando desembocó en maullido

y él se hizo gato para poderla maullar.

Y fue gato, no él

quien trepó hasta los techos

el que subió la torre

el que llegó al reloj.

Pero fue él, no el gato

quien se ocupó de las agujas

Las ajustó bien justas

para que no giraran más.

Entonces, todo se detuvo en una foto

con ella interrumpida entre maullido y queso

y él, a medio camino

entre gato y ratón.

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