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“Lo que tengo que decirles ahora es tan nuevo –aunque, desde luego, está apuntalado

por lo que articulé sobre el significante– 


que pensé que era preciso formularles de una vez, poniendo todas mis cartas sobre la
mesa, de qué manera entiendo la función de la repetición ”. (J. Lacan)1

Lo “tan nuevo” no es un nuevo de Lacan; es lo nuevo de Freud que Lacan se prepara a


transmitir. En efecto, a partir de 1920 Freud plantea una “necesidad de repetición”
(que no es la “repetición de la necesidad”) tan irreductible como la imposibilidad o el
fracaso de la repetición. 
La repetición, comienza Lacan, está “apuntalada” por el significante, y este
apuntalamiento es lo que hace imposible la repetición. Porque media el significante, el
objeto de satisfacción que se reencuentra en la repetición nunca será “idéntico” al
objeto perdido. El significante interviene para apuntalar ¿qué? la diferencia, como
siempre; y esa diferencia entre el objeto reencontrado y el objeto perdido es lo que el
significante apuntala. 
Pero en la repetición se trata de un significante indócil que resiste alinearse en la
cadena metonímica como uno más. Aislado, absoluto S1 que insiste per se y deja al
reencuentro fortuito en una inquietante ambigüedad. Es el momento donde un cabo
fugado de lo real (but du réel) sume al sujeto en el au-sentido, como puede verse en
ciertas novelas como Otra vuelta de tuerca de H. James, citada por Lacan. Esa
experiencia produce un desvanecimiento del sujeto, lo hace vacilar, lo deja perplejo
ante el enigma.

La “literatura” psicoanalítica había identificado “repetición” (Wiederholen) a “retorno”


(Wiederkehr). Lacan denuncia la confusión entre ambos términos, y al diferenciarlos
construye dos conceptos de gran precisión formal.2 
El “retorno” se refiere al “retorno de los signos” 3, moterializado clínicamente como el
“retorno de lo reprimido” que circula bajo la cadena significante y se consuma como
“formación del inconsciente”. 
En esta propiedad del lenguaje (la reaparición necesaria de los signos) Freud
fundamenta su certeza: deja hablar libremente al analizante en tanto que su discurso
avance, comenzarán a producirse regularidades, “retornos” significantes. Si la
interpretación psicoanalítica es confiable, es precisamente por sostenerse de la
dependencia del sujeto con respecto del significante.
Pero la repetición es muy otra cosa; “está más cerca del halar, del sirgar del
sujeto…”4 es decir “tirar siempre de un mismo truco en un camino del que no puede
salir”, al modo de quien, con una soga arrastra una embarcación por el camino de
sirga formado en la orilla de tanto sirgar. 

Repetición es la emergencia real de un significante pulsional que insiste recorriendo


siempre el mismo camino y que ex-siste como “no ingresado” de la red de los
significantes.
La confusión entre términos (repetición, retorno, reproducción) no es banal, se origina
en una lectura parcial de Freud y es responsable del desvío en la clínica. 
El artículo “Recuerdo, repetición y elaboración” (1914), del cual Lacan comenta;
“justamente el texto sobre el que se ha basado la mayor estupidez”, debe ser
retomado desde el capítulo V de “Más allá del principio del placer ” (1920) donde reside
la verdad de la repetición, cercenada si no se aplica el método del repensar, esto es un
“camino retomado luego”5. Es un “luego” hacia atrás: Luego de “Más allá…”, ahora,
“Recuerdo, repetición, elaboración”.
No aplicar el método implica una práctica basada en los sucesos y traumas infantiles
que se pretenden posibles de ser “elaborados” mediante la “reproducción” mimética.
Este llamado a la “reviviscencia” condujo a confundir “reproducción” y “repetición”.

De esta manera se redujo la repetición a la puesta en escena de una fantasía infantil


tomada por un hecho real. Es la antigua teoría del trauma en que se basaban no sólo
las películas psicológicas de Hollywood, sino gran parte de la práctica analítica.
Pero “repetición” no es “reproducción”, no es un volver a vivir; es un “volver al mismo
lugar” para no encontrar ya lo mismo6, es la insistencia de un “desencuentro”
estructural desde que existe el lenguaje. “Mi abuelo (A) es mi abuelo (B)” dice el niño,
y en esa repetición para nada tautológica, se reafirma la diferencia entre la persona
(A) y su posición en el parentesco (B) con respecto al nieto.
¿Pero Freud –se pregunta Lacan–, no era acaso capaz de hacer que sus histéricas
“rememoraran hasta la hez”7, esto es hasta el fondo de lo real? Y responde: sólo se
trataba de complacer el deseo de Freud que buscaba la reintegración completa del
recuerdo para confirmar sus primeras teorías del trauma. 

Era la transferencia entonces lo que permitía a Freud conseguir “una reproducción de


la escena primaria como uno consigue ahora obras maestras de la pintura por nueve
francos y medio”.8 
Pero muy pronto él deja de confiar en la reproducción catártica. Mis histéricas me
engañan, exclama desolado. No encuentra ya en la reviviscencia lo real tan buscado;
eran fantasías, pero en el núcleo de esas mismas fantasías supo descubrir la repetición
de un etwas real. Esa fue la genialidad de Freud, trastocar la noción de realidad, y así
transforma la práctica para siempre.
Hasta 1914 la repetición aparece en parte asociada a la reproducción en la
transferencia. Todo lo “analizable” es, como se dirá luego, “aquí, ahora y conmigo”. A
pesar de ello Lacan rescata lo que hay de “acto” en ese enfoque, porque el acto es lo
que conecta a la repetición con lo real.

Del texto de 1914 rescatemos por nuestra cuenta la primera mención a la noción de
“compulsión a la repetición”, aunque esta aparezca allí como una condición todavía
accidental destinada a ser superada por el análisis. Es el modo de asegurarnos que
Freud manifiesta desde entonces una desconfianza sobre la posibilidad de agotar la
repetición por el recuerdo, en la medida que ella subsiste como “compulsión”. 
En “Recuerdos encubridores” (1899) Freud parecería plantear que el encubrimiento se
refiere a un hecho traumático olvidado, considerado como real. Pero en la medida en
que un recuerdo cualquiera conduce siempre a otro recuerdo, resultan ser todos
encubridores de un hecho que en verdad falta y nunca se recuerda. Cada recuerdo no
hace más que conmemorar (repetir) esa falta.
Justamente por ser encubridor cualquier recuerdo, por más penoso que sea se puede
soportar, pero lo que resulta insoportable es la irrupción de lo real del goce que hace
aparecer el objeto donde no debiera aparecer…, y a ese momento traumático
llamamos repetición.

En la película danesa La celebración (1989) una hija que en su infancia había sido
reiteradamente violada por el padre llega a la adultez conviviendo con ese recuerdo
mientras hace su vida. Pero entonces, comienza a tener sueños sexuales con el padre
que precipitan su suicidio. En su carta final confiesa: “He vuelto a tener relaciones
sexuales con mi padre… pero esta vez en sueños”. 
La hija pudo soportar el recuerdo de haber sido violada por su padre y hasta odiarlo
sordamente, pero lo que la lleva al suicidio es otra cosa. Ahora, “de nuevo”, pero ya no
como objeto, “violada” por el padre, sino habiendo tenido otra vez “relaciones
sexuales” con él como sujeto, en sueños que irrumpen no desde el recuerdo de los
hechos, sino desde un real que la compromete en un goce insoportable.

¿Qué es lo que lleva al sujeto en el análisis acercarse a ese foco, a ese núcleo
traumático que postuló Freud, “donde todo acontecimiento parecería estar a punto de
ser revelado?”9 ¿Habrá un principio, alguna pulsión que esté “más allá” del principio del
placer? 
Freud se encuentra así con un verdadero allotrion, un “suceso adverso” que contradice
la ley del placer y de allí avanza en el reconocimiento de la profunda división que
afecta al sujeto por la existencia real de la pulsión de muerte cuya manifestación
clínica que la demuestra, es la repetición. 
La repetición, como fenómeno antinómico al placer viene a mostrar que una tendencia
única no es suficiente para explicar la complejidad del aparato psíquico. De ahí a
aceptar la “escisión del yo” o en términos de Lacan “el descuartizamiento pluralizante
del sujeto”10 hay un solo paso. “Vemos aquí un punto que el sujeto no puede abordar
sino dividiéndose él mismo en cierto número de instancias”. Es la pulsión de muerte
por lo tanto la que obliga a la división, y la repetición es la resistencia que hace
imposible la unidad.

De esta manera el sujeto que había sido definido solamente por su división por el
significante aparece ahora también escindido desde lo real. 
Ya no puede decirse de él que sea una pura representación por el significante ni
definirlo sólo por ser deseante; el sujeto está comprometido también con el goce
pulsional, y ese goce “resiste” en la repetición incoercible. 
La “resistencia de la repetición” es un nombre del “ello”.
El sujeto es sin duda causado por el significante, pero no es menos cierto que también
es causado por el objeto. Es la a-cosa que como tal falta pero que nos acosa en la
repetición.
Si el sujeto solo estuviera causado por el significante, la repetición no sería más que la
“insistencia de los signos”, el automaton. Así lo concibió el estructuralismo donde la
determinación significante permite un cálculo matemático de ciertos efectos. Lévi
Strauss explotó al máximo esta propiedad del lenguaje en su estudio de las relaciones
estructurales del parentesco.

Pero el objeto como causa es al mismo tiempo que su falta, su irrupción como tyche,
desencuentro estructural con un etwas que insiste pero no puede ser coaptado por el
símbolo. 
Esa “ex-istencia” del objeto (Das Ding) es la verdadera causa de la repetición, que
como en la fábula de Aquiles y la tortuga, siempre deja como saldo una diferencia
irreductible. 
Pero no debemos olvidar que si bien es imposible dejar de repetir, también lo es
repetir sin diferencia. Y este principio nos permite una clínica nueva que no se orienta
contra la repetición sino con la repetición para sostener y amplificar esa diferencia,
“hiancia” donde no sólo se mueve el sujeto “todo el tiempo que le queda por vivir”11,
sino también el trabajo del análisis. 
___________________
1. Lacan J. El Seminario. Libro 11. Los cuatro conceptos fundamentales del
psicoanálisis, Barral Edit. España, cap. 4. secc. 3, pág. 59. Todo este artículo pretende
ser sólo un comentario de dicha parte del Seminario, con especial referencia a esta
cita.
2. Recordemos aquí el axioma de Saussure: “sólo se conoce por diferencia”.
3. Lacan J. ídem, pág. 60.
4. Lacan J. ibid. pág. 61.
5. Lacan J. El seminario. Libro 13. El objeto del psicoanálisis, clase 20, 1º de junio de
1966. Inédito.
6. Se escuchan aquí los ecos de La repetición de S. Kierkegaard (Ediciones
Guadarrama, Madrid, 1976), libro donde Lacan encuentra el justo concepto de la
repetición.
7. Lacan J. ídem 1, pág. 60.
8. Lacan J. ibíd. pág. 60.
9. Lacan J. ibíd. pág. 62.
10. Lacan J. “Del Trieb de Freud y del deseo del analista”, Escritos 2, Siglo XXI,
México, 1979, pág. 389.
11. Lacan J. El seminario. Libro 6. El deseo y su interpretación. Clase 6, 8 de abril de
1969. Inédito.

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