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LO MALO

La arquitectura es una expresión relativamente permanente de cómo la sociedad se ve a


sí misma en su conjunto. Es un poderoso reflejo de la cultura humana, esta siempre dice
algo, pero no todo, sobre las identidades de sus habitantes o su estilo de vida. La
arquitectura siempre debe ser concebida no solo para servir a las élites, sino también para
contribuir a generar calidad de vida, igualdad social y sostenibilidad medioambiental.
Según Richards en Richards’s Alternative por Steve Parnell (pág. 39) dice, “la preferencia
de los arquitectos por trabajar para la aprobación de otros arquitectos, ignorando los
problemas más importantes de la sociedad, conduciría al peligro de que se desvíen como
miembros serios de la sociedad”. La razón de ser o el sentido de la Arquitectura (y del
proyecto) reside en el valor ético de la necesidad y del bienestar social. La felicidad de la
mayoría. Cuando el sentido de la obra se fundamenta en otros presupuestos: éxito
comercial o económico, poder, espectacularidad, comunicación, etc., la arquitectura
pierde parte de su esencia, pues esencial es la naturaleza ética de la Arquitectura. Cuando
entendamos que la ciudad es más que la suma de las partes, entonces habremos dado un
gran paso hacia delante.
La arquitectura actual tiende a ser retiniana, se dirige al ojo. Es narcisista porque enfatiza
al arquitecto, al individuo. Y es nihilista porque no refuerza las estructuras culturales, las
aniquila. Hoy los mismos arquitectos construyen por todo el mundo y los mismos
edificios están en todas partes. Así es difícil que la arquitectura pueda reforzar ninguna
cultura. Según Respect for the Planet: notes on Good Architecture de Lucien Kroll (pág.
29) se dice, “Ya no se trata de forjar vínculos entre lo existente (rico en historia) y la vida
de los nuevos habitantes, sino de estacionar a estos habitantes en espacios especializados,
sobre todo sin tener en cuenta su contexto: la ciudad se organiza como una fábrica”. En
el siglo pasado, muchas veces se construía la ciudad solo basándose en los edificios,
mientras que ahora la naturaleza de las zonas de alrededor de los edificios es la que nos
da mayores oportunidades de ubicar espacios públicos de calidad. Hoy no es suficiente
construir un edificio pensando que es una escultura o algo aislado, ya que debe
considerarse un “todo” con los alrededores, tener en cuenta aspectos como la movilidad
de las personas, el transporte o la seguridad. Con más densidad de población, la necesidad
urbana de espacios abiertos, verdes o de ocio cobra una mayor importancia. Hoy en día
no debemos pensar en un inmueble como algo aislado, singular, sino como parte de un
conjunto de calles, infraestructuras, espacios públicos y edificios que pueden funcionar
juntos, crean ciudad y pueden ser un motor de cambio.
En todo proyecto debe latir la utopía, el germen de creación de un mundo mejor. Cuando
se proyecta siempre se hace la arquitectura del mañana, es una arquitectura que todavía
no existe pero que, en su medida, va a dar forma al futuro. La arquitectura del papel,
como el modelo, puede mostrar sueños y operar al nivel de la utopía. Pero estas
representaciones idealizadas no pueden demostrar las cualidades de la arquitectura actual;
sólo pueden satisfacer al profesional, atraer a una audiencia instruida. Según Respect for
the Planet: notes on Good Architecture de Lucien Kroll (pág. 28) dice que, “La buena
arquitectura se retrasa: funciona más como fondo que como primer plano. En este sentido,
la buena arquitectura tiene que ser modesta y, sin embargo, inevitablemente poderosa:
modesta porque siempre reconoce sus propios límites, especialmente los éticos,
simplemente no puede resolverlo todo; y poderoso porque, a pesar de sus límites, tiene
que asumir la responsabilidad, tiene que afrontar el hecho de que sus propósitos casi
nunca son "buenos"”. La arquitectura nunca tiene el objetivo exclusivo de mejorar la
ciudad y la vida de sus habitantes. Cuando la arquitectura se hace con este propósito, lo
que está en juego no es simplemente la mejora de la vida de los habitantes, pero también
la posibilidad de su dominio por un gobernante, por el estado, por una institución
paternalista o por el mercado. Por esta razón, la buena arquitectura tiene que hacer
espacio.
La arquitectura es en parte arte y en parte ciencia. Una mezcla entre razón y emoción está
siempre presente en la buena arquitectura. Como arte proporciona una forma de expresión
creativa que lleva a la sociedad a mirar su espacio de vida y el medio ambiente en general
de diferentes maneras, al mismo tiempo, la buena arquitectura responde a las necesidades
funcionales de la sociedad. Una buena arquitectura debe mantener una conexión entre el
arte y la vida al servicio de la sociedad, la arquitectura es solo un medio y no un fin. Es
simplemente el refugio temporal que se supone debe permitir una vida libre, orientada al
conocimiento y, por tanto, al futuro.
Desde la arquitectura propiamente dicha se tiene entonces la claridad de que, como
arquitectos, tenemos el compromiso de hacer una buena arquitectura en los barrios en los
que trabajamos, para lo cual buscamos que la calidad del diseño alcance la excelencia, no
solo como proceso, sino también como producto. La calidad de un proyecto comienza
con la calidad del cliente. Es, ante todo, quien orienta el escrito, no reemplazando al
arquitecto, sino agregando su propia cultura e ideas al encargo. Todo buen proyecto es el
resultado feliz de una sabia y ponderada compatibilización de lo obligado y necesario con
lo discrecional y libre.
La buena arquitectura mejora el espacio, mejora la ciudad, y mejora la convivencia, sin
embargo, la mala arquitectura hace todo lo contrario, por esto podemos decir sin dudar
que, la buena arquitectura no sólo es deseable, sino que es necesaria. Según Simply Good
por Bart Verschaffel (pág. 48) se dice que, “la arquitectura es 'buena' cuando, cada
edificio a su manera, hace lo que tiene que hacer: permite y lleva la ocupación con
significados y el fortalecimiento de la vida, al mismo tiempo que se desprende de ellos,
hasta que al hacer, por lo tanto, se convierte en un 'evento' por sí mismo. La articulación
más importante, o al menos la más valiosa que puede soportar la arquitectura, es sin duda
la distinción y la participación de lo privado y lo público”. La inteligencia de la
arquitectura viene de la interconexión y de la interacción entre lo social y lo físico, y si
estudia algo histórico es para ver la manera de entender el proceso.
No es fácil hacer buena arquitectura porque no basta con dominar la tecnología de la
construcción, ni siquiera asumiendo los valores de una determinada corriente estilística.
La buena arquitectura, sea cual sea su función, es arquitectura cercana a sus habitantes.
Esto requiere poner en tela de juicio varias de las normas que sofocan el acto de construir.
La buena arquitectura 'pública' es, por tanto, una arquitectura que, con los medios
arquitectónicos, se diferencia de tal manera de las 'casas', que uno se da cuenta
inmediatamente de que hay más que el nido, que existe un espacio y un mundo donde no
se está en casa, pero donde uno puede participar en algo más grande y valioso que la vida
individual y los intereses personales.
La arquitectura puede contribuir muy directamente a alcanzar los objetivos de la ciudad
como centro de innovación, cultura y bienestar. Debemos cambiar la perspectiva de que
la arquitectura es un añadido o un lujo en tiempos de bonanza, para entenderla como un
reflejo de nuestra sociedad y nuestros valores. La buena arquitectura hace la ciudad
cómoda, accesible. Vivimos en la arquitectura a la vez que ayuda a formar nuestra
memoria colectiva. Por supuesto, hay que evaluar una obra de arquitectura según su
función, si es adecuada para ese lugar y ese tiempo y si intenta avanzar en algún aspecto
de la disciplina o en ideas de sostenibilidad. Si no se tiene en cuenta la realidad
económica, cultural, geográfica y topográfica, no se puede hacer una arquitectura
contundente, buena y apreciada por la gente.
La arquitectura no cambia la vida de la gente, pero tal vez la hace más sensible a su
entorno. Eso pasa cuando la gente visita grandes museos y se da cuenta, por ejemplo, de
la importancia de la luz en un espacio. La buena arquitectura es una experiencia
transformadora en ese sentido. Con el paso del tiempo, cada sector o cada barrio de la
ciudad adquiere algo del carácter y de las cualidades de sus habitantes. Cada parte distinta
de la ciudad se colorea inevitablemente con los sentimientos particulares de su población.
En consecuencia, aquello que al principio sólo era una simple expresión geográfica se
transforma en un barrio; es decir, en una localidad con su propia sensibilidad, sus
tradiciones y su historia particular.
En un nivel básico, la arquitectura es importante para la sociedad, porque proporciona el
entorno físico en el que vivimos. En un nivel más profundo, la arquitectura proporciona
una expresión de la civilización humana en el tiempo, que permanece luego, como el caso
de los monumentos, para su estudio por las generaciones futuras. La arquitectura no pasa
en el tiempo, el tiempo pasa en la arquitectura. Los buenos edificios son sencillos. Son
generosos. El resultado del diseño y la construcción no tiene por qué ser sencillo, sino
directo, así un proyecto necesita anclarse en el sitio, completar el destino de un lugar
como parte obvia. En realidad, lo que existe (lo viejo) siempre completa lo nuevo. Son
simultáneos. La arquitectura es una tarea urbana, siempre. Incluso cuando se trata de un
sitio que no es parte de una ciudad, siempre existe la referencia a la ciudad, y siempre es
un diseño sobre la ciudad.
Sólo cuando se materializa, la arquitectura puede influir en los sentidos tanto de los
iniciados como de las masas. En otras palabras, la imaginación solo se convierte en
realidad cuando las ideas adquieren forma y tangibilidad en el material. Este proceso, la
conversión de representaciones espaciales en elementos construibles, es decisivo en el
ejercicio de la arquitectura. De esta manera se construye un objeto tangible a partir de la
abstracción del diseño. es precisamente la construcción real de estas ideas la base de la
diferencia con la arquitectura del papel o el mundo de las artes.
La arquitectura emerge imaginando un paso siguiente a los pasos anteriores que se han
dado. Según Simply Good por Bart Verschaffel (pág. 49) se dice que, “cada paso, es una
respuesta al paso anterior que se dio. Y cada paso es cada vez más difícil de dar. Hasta
que no se puedan imaginar más pasos y ya no haya nada de malo. Pero indicar cuándo el
trabajo es bueno y, por lo tanto, ya no está mal, eso es increíblemente difícil”. La buena
arquitectura ha cambiado lentamente desde la cabaña y la cabaña hasta las casas de la
ciudad y los edificios colectivos de alta densidad. Hoy en día, los inquilinos de viviendas
de protección social no tienen ningún derecho: no eligen ni el tipo ni la ubicación de sus
viviendas y no pueden modificarlas, ya que deben ser devueltas en su estado original, es
importante promover viviendas atípicas, cuya concepción y obras de construcción serían
actos culturales, educativos y sociales en el mismo corazón de la ciudad, cuya gestión y
evolución estaría en manos de los propios habitantes.
Un uso más fácil no implica necesariamente un mejor edificio. Lo que es más importante
que todas estas cosas es que la arquitectura también significa algo, es significativo y
valioso al mismo tiempo, porque crea claridad. No es demasiado atrevido suponer que
un origen importante de la arquitectura radica en acomodar el acercamiento y la unión de
las personas en estructuras cerradas y cubiertas y hacer posible la comunicación a través
de la presencia física, para reforzar el sentido de comunidad.
La arquitectura, a diferencia de otras artes, tiene como base la utilidad o adecuación al
encargo recibido, como ya decía Vitruvio. Se hace una obra para cubrir una función o un
interés determinado. Aquí conviene tener en cuenta, y de hecho muchos de los ejemplos
de buena arquitectura actual son rehabilitaciones de edificios antiguos, que son diversas
edades del espacio, por su versatilidad, su capacidad de envejecer y mantenerse,
reutilizándose.
El arquitecto es quien debe luchar por esto en metros cuadrados en el espacio “público”,
que a menudo se ha mantenido al mínimo para atender a la mayor cantidad posible de
demandas de espacio individual. Los arquitectos deberían vivir idealmente donde
practican y asumir la responsabilidad del diseño de su entorno local. Por tanto, los
arquitectos se familiarizarían con la zona en la que viven, sus problemas y posibilidades.
Así garantizarían el espacio para los intereses compartidos. La arquitectura, además de
dejar espacio para la libertad personal de cada persona, debe dejar espacio para lo que
une a las personas.
La ocurrencia de la buena arquitectura se basa en un contraste con el contexto: aquí está
sucediendo algo diferente, algo desconocido, algo que quiere ser entendido pero que, al
mismo tiempo, resiste la comprensión inmediata, de una manera tan amplia y fundamental
que todo pronto se involucra. Así, la buena arquitectura no provoca tanto una experiencia
estética o ética como existencial, precisamente porque está en juego lo que envuelve
continuamente al ser humano, el espacio. La buena arquitectura abre el camino a una
posibilidad que antes no existía. Crea, en otras palabras, la impresión de que la vida
siempre se puede vivir de manera diferente a la prescrita por las costumbres dominantes.
Hacer arquitectura y apreciarla reside en reformular una y otra vez todo lo conocido, para
que se vuelva a vivir como nuevo, la arquitectura nunca puede ser ¨completa¨. En otras
palabras, no todo puede convertirse en arquitectura, y mucho menos en arquitectura de
buena calidad. La peculiar obra de la arquitectura se distingue de su entorno y del resto
del mundo, que puede ser diseñado o no, pero que en cada caso espera ser desplazado por
un nuevo, único, bueno y mejor forma de arquitectura.
La buena arquitectura es intencionada. Naturalmente, toda una serie de referencias y
asociaciones están conectadas a tal afirmación la intencionalidad, no se suscribe por
definición a la dura lógica del mercado. La intencionalidad va acompañada de una especie
de "economía de medios", una forma de tratar los recursos. La intencionalidad y la
realidad son, conceptos muy diferentes; después de todo, uno hace uso del otro. La
realidad es lo que está ahí, mientras que la intencionalidad parece querer producir
continuamente a partir de la realidad lo que todavía no está ahí, lo que aún queda por
concebir, idealizar, proyectar y quizás incluso simplemente "nacer".
La buena arquitectura es un buen proyecto, así tanto la arquitectura como el proyecto
brindan acceso a un dominio en el que las intenciones solo se aclaran indirectamente. El
proyecto debe, por así decirlo, poder hablar por sí mismo. Si los elementos están todos en
su lugar adecuado. Hacer buena arquitectura es como aprender a hablar de nuevo.

Bibliografía
Parnell, S., Kroll, L., Hertzberger, H., et al. (mayo 2013). What is Good Architecture?.
OASE, 90, 48-124.

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